/9789871491070_issuu

Page 1

Tiempo de descuento



Albino G贸mez Tiempo de descuento


Gómez, Albino Tiempo de descuento. - 1a ed. - Buenos Aires : El fin de la noche, 2009. 284 p. ; 20x13 cm. ISBN 978-987-1491-07-0 1. Ensayo Argentino. I. Título CDD A864

Ilustración de tapa: Alfredo Sábat

© Editorial El fin de la noche, 2009 Buenos Aires, Argentina ISBN 978-987-1491-07-0 Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra, escríbanos a: info@elfindelanoche.com.ar www.elfindelanoche.com.ar


índice

DEDICATORIA PRÓLOGO ACERCA DE IDEAS PERIMIDAS ACERCA DE LA TELEVISIÓN PÚBLICA ACTA DEL ACUERDO CELEBRADO PARA EL DESARROLLO DE UN DEBATE POR TELEVISIÓN ALGUNAS REFLEXIONES DE HUMBERTO MATURANA APROXIMACIÓN A LA SOCIEDAD MODERNA TENDENCIAS SOCIO-CULTURALES ACTUALES ATORMENTADOS POR EL QUÉ DIRÁN BREVE PERFIL DE LA SECRETARIA DE ESTADO HILLARY RODHAM CLINTON CABLE “ABIERTO” CON MOTIVO DE UNA CEREMONIA VINCULADA AL ACUERDO DE PAZ ENTRE PALESTINA E ISRAEL CABLE CON MOTIVO DE UN DESATINO ADMINISTRATIVO EN EL AÑO 1994 CARACTERÍSTICAS DEL SIGLO XX QUE DEBIERON DETERMINAR QUE EL SIGLO XXI ACEPTARA SU HERENCIA CON BENEFICIO DE INVENTARIO CARTA AL EMBAJADOR DEL URUGUAY, D. FRANCISCO BUSTILLO BONASSO CARTA A UN JOVEN QUE ME CONSULTA SOBRE SU EVENTUAL INGRESO A LA CARRERA DIPLOMÁTICA CARTA DE BERNARDO EZEQUIEL KOREMBLIT CARTA DE JUAN GELMAN CARTA DE LA ASOCIACIÓN DE REPORTEROS GRÁFICOS DE LA REPÚBLICA ARGENTINA CARTA DE MARCO DENEVI CARTAS DE ERNESTO SÁBATO COMENTARIO A UN LIBRO DE MARCELO SÁNCHEZ SORONDO COMENTARIO SOBRE CARTAS DE AMOR Y DESAMOR EN LOS AÑOS DE SALVADOR ALLENDE COMENTARIO SOBRE DESPOJOS Y SEMILLAS COMENTARIO SOBRE LOS GRANDES COMENTARIO SOBRE LOS GRANDES

11 13 17 20 23 25 27 29 36 39 44 47 49 50 56 60 62 63 64 65 66 68 69 70 73


COMENTARIO SOBRE MI LIBRO SON COSAS QUE PASAN COMENTARIO SOBRE MI LIBRO VENÍ, JUGÁ CONMIGO CÓMO SE HABLA ENTRE AMIGOS CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ CON MOTIVO DE MI POEMA DEDICADO A RAMÓN PRIETO CONTRATAPA DE HIPÓLITO J. PAZ PARA MI LIBRO DE POEMAS LA MUFA CONTRATAPA DE HORACIO SALAS PARA MI NOVELA DIARIO DE UN JÓVEN CATÓLICO CONTRATAPA DE HORACIO SALAS PARA MI NOVELA LEJANO BUENOS AIRES DEL AZAR Y LA NECESIDAD, DE JACQUES MONOD DEL DIARIO DE ADOLFO BIOY CASARES BORGES DE MI AMIGO HORACIO SALAS DIARIO DE UNA EXITOSA GESTIÓN ANTE EL FMI DOS CONTRATAPAS PARA SENDOS LIBROS DE RICARDO NOSEDA DOS DOCUMENTOS CON MOTIVO DE UNA POLÉMICA CON LA REVISTA TIME DE LOS EE.UU. DOS RECUERDOS DE MI QUERIDO AMIGO CÉSAR TIEMPO EL DÍA QUE FUE ELEGIDO UN TAL JUAN PABLO II EL EMBAJADOR MARIO AMADEO EL FUNDAMENTALISMO Y LA POSTMODERNIDAD EN LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA EN DEFENSA DEL TANGO HISTORIA DE UNA FRUSTRACIÓN NACIONAL INCONGRUENCIAS GUBERNAMENTALES LA CULTURA POSTMODERNA LA MEJOR ÉPOCA DE L.S.1 RADIO MUNICIPAL LA PRENSA EN DOS ADMINISTRACIONES REPUBLICANAS LOS MEMOS (un modelo de comunicación interna) LOS SETENTA Y CINCO AÑOS DE LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA MÁS ALLÁ DE ANTIGUAS IDEOLOGÍAS MÁS TRANSPARENCIA PARA LA CORTE SUPREMA MIGRACIONES, DESARRAIGOS Y NOSTALGIAS MILITARES Y CIVILES EN LOS ESTADOS UNIDOS MI PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE RICARDO OSTUNI VIAJE AL CORAZÓN DEL TANGO MI PRÓLOGO AL LIBRO MICHELLE BACHELET, DE JULIA CONSTENLA

75 76 78 79 80 81 83 83 84 92 93 94 98 101 103 104 110 111 118 121 123 124 141 142 146 148 151 154 157 160 164 170


MI PRÓLOGO AL LIBRO PODER POLÍTICO Y LIBERTAD DE EXPRESIÓN 176 NOTA OFICIAL A LA CANCILLERÍA SUECA, QUE PROVOCÓ INTERESANTES CONSECUENCIAS 179 ONTOLOGÍA DEL LENGUAJE 181 OPINIONES SOBRE ALBINÍSIMAS Y OTROS LIBROS MISCELÁNEOS 183 PARLAMENTARISMO O PRESIDENCIALISMO 186 PERÓN Y FRONDIZI FRENTE A LAS RELACIONES CON BRASIL 186 POSTLIBERALISMO 194 PRESENTACIÓN DE LA NOVELA CARTAS DE AMOR Y DESAMOR EN LOS AÑOS DE SALVADOR ALLENDE 197 PRESENTACIÓN DEL LIBRO ARTURO FRONDIZI, EL ÚLTIMO ESTADISTA 201 PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE HECHOS Y VIVENCIAS 205 PRESENTACIÓN DE MI LIBRO PRIMER PATIO POR BERNARDO EZEQUIEL KOREMBLIT 210 PRÓLOGO DE DANIEL LARRIQUETA AL LIBRO DE HECHOS Y VIVENCIAS 217 PRÓLOGO DE EXILIOS (POR QUÉ VOLVIERON) 219 PRÓLOGO DE RAYUELA DIPLOMÁTICA 222 PRÓLOGO DE ROSENDO FRAGA A MI LIBRO ARTURO FRONDIZI, EL ÚLTIMO ESTADISTA 225 RECONOCIMIENTO INESPERADO Y GRATUITO DE ALGUIEN QUE NO CONOZCO 227 RECORDANDO A FIDEL CASTRO 227 229 RESEÑA SOBRE MI LIBRO LA MUFA RESEÑA SOBRE LOS GRANDES Y ALBINÍSIMAS POR LUIS RICARDO FURLÁN 230 SOBRE EL ENVÍO DE CABLES INFRUCTUOSOS 232 TEXTO DE ERNESTO PALACIO 233 TIEMPOS MODERNOS 235 TODOS SOMOS TRUMAN BURBANK 246 TUNUNA MERCADO PRESENTA MI NOVELA LEJANO BUENOS AIRES 249 UN ASESINATO QUE CAMBIÓ LA HISTORIA 253 UNA VISIÓN DEL MUNDO ACTUAL (ACCIONES E IDEOLOGÍAS) 258 “VIGNES DE IRA” 274 VIVIERON 277



A mis tres verdaderos amores: Michita, Malena y Andrea



PRÓLOGO Este libro lleva por título Tiempo de descuento porque la vida, si bien tiene mucho de trabajo y de aventura, también lo tiene de juego, y aunque abunda en ella más el homo faber que el homo ludens, al menos cuando escribo acerca de lo que siento y pienso, ya se trate de recuerdos, vivencias o fantasías, me transformo en un homo ludens. Y esta parte de juego que tiene la vida, mezclada claro está con tantas otras que no lo son, me permite igualmente dividirla en dos grandes tiempos, división muy subjetiva por cierto y que solo pretendo que se la acepte como válida para mi, aunque eventualmente pueda aplicarla para otras personas. Dentro de ese contexto debo señalar que todos mis libros, no importa el género al cual haya recurrido, han tenido mucho –o casi todo– que ver con mi vida, y hubo en ella una primera etapa, un primer tiempo que yo podría extender hasta los cuarenta años o poco más, un buen trecho estuvo dedicado a la infancia, a la adolescencia, y a la juventud con sus primeros descubrimientos y experiencias, las primeras amistades, los primeros amores, los deportes, los estudios, la política y los primeros trabajos, la constitución de una primera familia propia, los primeros viajes por el mundo y la publicación de los tres primeros libros (La Mufa, Los Grandes y Albinísimas). Luego, comenzó el segundo tiempo que se ha extendido hasta hoy, cuando ya he llegado a los ochenta años. Por supuesto con mucho más trajín, hechos, vivencias, experiencias, aciertos, errores, logros, frustraciones, pero todo con una gran intensidad, diversidad y bastante buen humor, para no perecer en el intento. También la fundación de una segunda familia que no conoció vivencialmente el primer tiempo, sino tan solo por mis referencias, los testimonios de los amigos, las fotografías y los libros. Pero, habiendo superado el promedio acordado por la ciencia a la duración del juego en esta parte occidental del 13


mundo, puedo decir razonablemente que ya estoy jugando un tiempo llamado de descuento, lo cual me obliga a hacerlo todavía mucho más intensamente y mejor. Asumiendo el riesgo, claro está, de eventuales lesiones, pero aprovechando y agradeciendo el alargue otorgado por el Gran Árbitro, seguramente conmovido por todos los incidentes habidos y hasta suspensiones del juego sufridos por este jugador como por tantos centenares de colegas a los que se les ocurrió transitar la mayor parte de los tiempos por el servicio público, la escritura y el periodismo. Pero además, teniendo en cuenta la enorme cantidad de crueles y dramáticas bajas sufridas, la mera sobrevivencia debe ser vivida y agradecida como un privilegio. Así las cosas, al comenzar este “tiempo de descuento”, su desarrollo es seguido –desde diferentes tribunas– por una larga descendencia de hijos y nietos. Y también, pero todavía involucradas en los avatares de esta parte del juego, por tres jóvenes y bellas mujeres componentes de la segunda familia, que me han venido acompañando palmo a palmo en mis diversos cambios de profesión y de países, desde casi el comienzo del segundo tiempo. Por mi parte, para compensar todo lo que tuve que hacer por mi subsistencia personal y familiar como homo faber durante este segundo tiempo, me las ingenié para brindarle a mi vocación indeclinable de homo ludens un divertimento a través de más de veinte nuevos libros, que incluyen el presente. Y este libro, a fin de evitar las absurdas discusiones teóricas y las críticas que generan los géneros clásicos (la novela, el cuento, la poesía o el ensayo, y también hasta las biografías y las memorias), he vuelto a apelar al género misceláneo –que no compite en concursos ni en premios– con una nueva colección de notas periodísticas publicadas e inéditas, cartas recibidas o enviadas, memos, cables oficiales vinculados a la diplomacia, reseñas, contratapas y prólogos para libros de mi autoría y mis propias reseñas, contratapas o prólogos para libros ajenos. Perfiles y caricaturas. También polémicas propias y ajenas. En fin, como todos mis libros, un texto fundamentalmente testimonial. Porque siempre sentí la necesidad, desde muy joven, de dar testimonio, en los comienzos, por vía oral a los amigos o mediante el préstamo de libros (de Sopena y Austral) recién comprados y leídos, totalmente subrayados. Así, era un tenaz difusor de todo lo que leía, del cine que veía y de la música que escuchaba. 14


Luego comencé a hacer lo mismo a través de la escritura, mediante breves resúmenes y cartas. Pero lo que fue ocurriendo con el transcurso de los años es que por razones profesionales me fui mudando de casas, aquí y en el exterior, unas cuarenta veces, lo cual significó la necesidad de reducir mis bibliotecas mediante la donación de centenares y hasta de miles de libros, a los que se sumó la pérdida de una gran cantidad de cajas con archivos de cartas y documentos. Además, como es bien sabido, los papeles guardados largamente se van amarillando y destruyendo, ya se trate de cartas, documentos o recortes de diarios o revistas. Por eso también decidí en esta oportunidad transcribir al menos los contenidos de algunos de ellos, para que de este modo puedan quedar mejor resguardados en este libro que en mis descuidados y vulnerables archivos y, sobre todo, al alcance de mis amigos, y con algo de suerte, hasta de un mayor número de personas. También fue este un modo de rescatar el recuerdo de queridos y valiosos escritores y periodistas amigos, muchos de ellos injustamente olvidados. EL AUTOR

15



ACERCA DE IDEAS PERIMIDAS Creo que los proyectos aplicados o propuestos para la Argentina en las últimas décadas obedecían en general a concepciones rígidas y cerradas que predominaron en las ideologías y prácticas políticas heredadas del siglo XIX. Los cambios que se han venido produciendo en el mundo derivaron en las naciones avanzadas en la adopción de criterios más flexibles, de estrategias más abiertas. Porque la permanente adaptación a la insoslayable globalización y a la nueva revolución tecnológica sigue produciendo cambios fundamentales en el pensamiento político y en la administración de las economías de aquellos países. Era necesario que, al inaugurarse una nueva etapa gubernamental en diciembre de 2007, se tuviera en cuenta que una nueva concepción de proyecto nacional debería responder a una también nueva concepción de país. Porque es obvio –gran crisis reciente aparte– que la nación no puede definirse ya más estáticamente, contenida por los límites territoriales, económicos y culturales que la caracterizaron en épocas precedentes. La interacción creciente en todos los campos de la actividad humana ha modificado radicalmente la vieja concepción de soberanía y de frontera. Las nuevas fronteras son dinámicas, se imbrican en la compleja red de interconexiones del mundo y exigen una nueva concepción de soberanía. Los modernos sistemas de comunicación y de transporte, por ejemplo, han relativizado al máximo los límites geográficos naturales o políticos. Una nación no puede ser soberana si no tiene participación en la gestión de tales sistemas. Las fronteras dinámicas imponen nuevos criterios para el ejercicio del poder estatal. Si seguimos adhiriendo formalmente al viejo criterio de soberanía, equivocaremos también el sentido de nuestra política de defensa nacional. La organización internacional del trabajo tampoco pasa ya por las viejas fronteras. No será en el aislamiento que los pueblos consolidarán su independencia y autonomía, sino en una participación adecuada y justa en la producción y la 17


distribución de la riqueza en el mundo. Si no logramos esa participación, la marginalidad será nuestro destino cierto y no lo salvaremos por ningún atajo o mediante las prácticas anacrónicas que implican el utópico mantenimiento de una soberanía ilimitada. La soberanía total debe interpretarse en las actuales circunstancias como un concepto relativo a la inserción que logremos en las grandes redes globales de la producción, el consumo, las comunicaciones y el transporte. Pero no debemos ser incorporados a ellas sin nuestro consenso, sin autonomía, como enclaves o como sociedades subordinadas. La constitución de un vasto polo de desarrollo continental como el Mercosur, que pudiera erigirse en interlocutor fuerte con los grandes polos existentes, sería un aspecto clave para la afirmación de nuestra soberanía. Pero la pregunta es: ¿están todos los sectores de nuestra sociedad dispuestos a encarar y discutir estos grandes temas? La modernización, si no la elegimos y la dirigimos nosotros, nos pasará por encima o por el costado. Será, en todo caso, una modernización dependiente, incompleta, distorsionada. Nosotros aspiramos a la modernización libremente elegida, la modernización integral que sea también el auténtico camino de la liberación. La otra “liberación”, la de los que permanecen aferrados a principios perimidos, es nada más que un camino hacia otra dependencia, una dependencia que, por otra parte, implica también la permanencia en el subdesarrollo y en la marginalidad. La “apertura” económica irrestricta del país, como algunos promovieron, tampoco nos libró mecánicamente del subdesarrollo y la dependencia. Además, nadie nos regalará una ubicación digna en el mundo. Debemos ganarla a través de políticas decididas, racionales y firmemente orientadas hacia una inserción adecuada y autónoma en el mundo crecientemente interdependiente, que se está forjando ante nuestros ojos, y debemos hacerlo en el marco de una fecunda integración continental. También en el aspecto interno es esencial que la modernización sea libre y democráticamente dirigida por todos los integrantes de la sociedad. La revolución tecnológica irreversible implica cambios profundos en las actuales estructuras productivas. Muchas ocupaciones tradicionales han desaparecido y en amplios sectores ya ha decrecido la demanda de mano de obra. Por ello, este proceso puede tener costos humanos inaceptables si no estamos preparados para encau18


zarlo a través de nuevas posibilidades de desarrollo. Cerrar los ojos ante el progreso inevitable es suicida, pero también es peligroso confiar en su mecánica incontrolada. Quienes representan a los sectores del trabajo deben ser los primeros interesados en conocer y exigir la participación en el control del proceso de modernización. Nuestros dirigentes sindicales, a esta altura de la historia, no pueden repetir grotescamente sus viejos esquemas de luchas reinvindicativas. Porque el progreso no se detiene y las innovaciones no son necesariamente enemigas de los trabajadores y de su bienestar. Por el contrario, los nuevos métodos de creación de la riqueza pueden permitir una mayor distribución de bienes. Si en el siglo XIX y todavía en el XX los cambios fueron dirigidos y controlados por elites, en el siglo XXI la moderna concepción de la democracia impone hoy un todo participativo de gestión que abarque a la sociedad entera. Esta nueva realidad debe ser asumida a fondo por los organizadores racionales de la actividad económica –los empresarios, los directivos, los técnicos de todo nivel– pues junto con los procesos productivos y las herramientas del pasado también están desapareciendo en el mundo desarrollado los viejos criterios de organización, operatividad y gestión de las unidades económicas. La inteligencia es la materia prima fundamental del nuevo ciclo y su empleo impone y exige nuevas relaciones entre los hombres y las organizaciones. En el siglo XIX e incluso en el XX se manejaban todavía conceptos ligados a la economía de escasez. Se adjudicaba un valor central a los productos inmediatamente necesarios para la supervivencia física del hombre. Apenas se ingresa en una economía de relativa abundancia, se amplía el concepto de útil y de productivo. La barrera entre bienes y servicios, entre producción primaria, secundaria y terciaria tiende a desaparecer. Lo que era considerado superfluo o suntuario pasa a ser de primera necesidad. El arte, la cultura, la recreación, son tan importantes como las máquinas y los vehículos. Hay una nueva concepción del consumo. Ocupaciones tradicionales vuelven a revivir, cobrando un nuevo sentido y una nueva función. La artesanía tradicional, que elaboraba los objetos que luego produjo en serie y a más bajo costo la industria, y que fue recurso luego de los pueblos pobres que no podían acceder a esos productos industriales, se renueva hoy en una práctica destinada a 19


brindar bienes más sofisticados, personalizados. Los sectores que abre la modernidad son, en efecto, más amplios que los que se cierran. Aún en plena crisis. Así las cosas, debemos propugnar una gestión soberana y democrática de la modernización y de ello derivará una gestión que incluya la solidaridad. De no hacerlo de ese modo, sufriremos una modernización impuesta, elitista y con altos costos sociales. También nuestro país como tal estará en peligro. Frente a ello, es tiempo dolorosamente perdido el continuar con las disputas ideológicas que ya no importan en el mundo avanzado y que aquí constituyen el ornato intelectual del atraso. Debemos discutir con seriedad las cuestiones serias, las cuestiones que hoy movilizan los intereses, y las acciones que deciden el futuro de la humanidad y de cada uno de los pueblos que la integran. Para ello debemos convocar a la sociedad argentina: para enfrentar juntos, en libertad y pluralismo, los verdaderos desafíos de la hora. Si nos perdemos en vericuetos y en especulaciones electoralistas del momento, nuestros descendientes colocarán sobre nuestra memoria el baldón justificado de haber sido quienes consintieron y promovieron la decadencia definitiva de la Nación Argentina.

ACERCA DE LA TELEVISIÓN PÚBLICA La televisión pública puede definirse como un lugar de encuentro donde todos son considerados sobre una base igualitaria. Pero su mandato no debería limitarse a la mera información y al desarrollo cultural, sino también a alimentar la imaginación y entretener, con una preocupación por la calidad que la distinga del servicio audiovisual comercial. Es sabido que, de conformidad con las sociedades que los generaron, se desarrollaron tres modelos aún vigentes para determinar la evolución de la TV: el comercial, el estatal y el de servicio público. Este último surgió de las debilidades y de las inquietudes que suscitaban los dos primeros, al mismo tiempo que de la visión y el proyecto que algunos acariciaban para el nuevo medio de comunicación de la época. En los Estados Unidos, tras muchos debates, se estimó que beneficiaría más al interés público dejar la TV en manos de empresarios privados dispuestos a ofrecer a la teleaudiencia lo que ésta deseaba ver. Se aplicaron entonces 20


los principios del mercado que rigen en los demás sectores de la actividad comercial. Por lo tanto, el modelo comercial nació de una gran confianza en la capacidad de estos mecanismos para responder a los gustos de los consumidores, así como de una fuerte renuencia a permitir que el Estado dominara un medio de comunicación de masas al cual se asignaba un enorme potencial de información y de influencia. En ese momento, la participación directa del Estado en la televisión se veía como peligrosa, algo que había ocurrido también con la radiodifusión. Sin embargo, ni la desconfianza respecto del Estado ni la confianza en los mecanismos del mercado prevalecieron en todas partes. En otros países, el modelo estatal se desarrolló según una concepción dirigista del cometido de la televisión en la sociedad. Aunque el control pueda ejercerse sobre una televisión a cargo de empresarios privados, las más de las veces se optó por una televisión gubernamental, bajo la tutela de las autoridades políticas. Centralizada y erigida en monopolio, la televisión se construyó sobre la idea de que está justificado que el Estado utilice los medios de comunicación para sus propios fines. En cuanto al modelo de servicio público, también se constituyó sobre una doble desconfianza: sobre la capacidad de los mecanismos del mercado para garantizar la realización de ciertos objetivos, y en relación a la capacidad del Estado para lograr esos mismos objetivos, por lo común agrupados en torno de las funciones generales que aún hoy se definen para la televisión pública, que son las de informar, educar y entretener. Esta visión exigía una organización pública al servicio de los habitantes, la cultura y la democracia. En algunos países se rechazó la idea de que el interés público en la televisión pudiera concordar con los intereses particulares de empresas privadas, que buscaban en primer lugar la rentabilidad de sus actividades. Pero en esos países no se desconfiaba sólo del mercado sino también del Estado. Debido al potencial de la televisión en los planos social, cultural y político, se consideró que no era deseable la participación estatal directa en un ámbito vinculado más ampliamente con el pensamiento y la expresión. Por lo general, es la distinción entre televisión pública y televisión estatal la que resulta menos evidente cuando llega el momento de comparar los diferentes modelos en la materia. Una noción clara para comprender esta diferencia puede 21


obtenerse del análisis del ejemplo británico, como la relación “a distancia” entre el Estado y el servicio público de TV: en lugar de situarlo directamente bajo la tutela del Estado, se decidió a ponerlo a cargo de un organismo con autonomía suficiente para evitar las injerencias políticas o burocráticas. El modelo de servicio público se desarrolló, entonces, según la idea de que ni el mercado ni el Estado podían cumplir bien las misiones de servicio público que debe tener la TV, y actuar en interés del público, el que no necesariamente concuerda ni con los intereses privados ni con los de las autoridades políticas del momento. Estos tres modelos, nacidos en los primeros años de la televisión, tuvieron destinos diferentes. El comercial ha pasado a ser hoy dominante, en tanto que, desde la década del 90, el estatal fue perdiendo terreno. La televisión de servicio público, por su parte, aunque se inscribe en un dominio cada vez más comercial, se mantiene. Hoy está muy difundida y sigue siendo la solución preferida de quienes se preocupan por pensar en los límites de la televisión comercial. Por ello, se dijo con razón que ni comercial ni estatal, la televisión pública tiene su única razón de ser en el servicio público, porque es la televisión del público, la que fomenta su acceso a la vida pública y su participación en ella. Y sin fines de lucro. Es importante considerar dicho servicio como un componente imprescindible del funcionamiento de las sociedades democráticas, si cumple la función de informar, instruir y entretener a los habitantes de un país, más allá de los intereses comerciales, estatales o políticos. Al no estar sometida a imperativos de rentabilidad, la televisión pública debe dar pruebas de audacia e innovar corriendo riesgos, desarrollando ideas propias. Al menos debería intentarlo. Cabría preguntarse si recurrir a fuentes de financiación comerciales es aceptable para la televisión pública, en la medida en que ésta debe su existencia a la voluntad de preservar este sector cultural de las presiones comerciales. La respuesta más realista es que la financiación comercial puede resultar aceptable si no interfiere con sus obligaciones como servicio público. Pues si esa necesidad pasa a ser dominante y lleva a modificar la índole de los programas, hay que inquietarse. También existe la opinión de que la publicidad, consumida con moderación, evita que las emisoras de TV pública, sin dejar de mostrar su diferencia, se aíslen del resto del panorama audiovisual. 22


Lo que sí puede ser perjudicial es que la televisión pública se encuentre en posición de competencia muy aguda y, para garantizar su supervivencia, tenga que arreglárselas para conseguir recursos entre los anunciantes. Entonces se vuelve muy fuerte la tentación de apartarse de las obligaciones de servicio público. También es preciso concebir mecanismos de evaluación que no sean exclusivamente los de la televisión comercial. Esto lleva a interrogarse acerca de si los índices de medición de audiencia –útiles para fijar el precio para los anunciantes en las emisoras comerciales– no son poco adecuados para medir el cumplimiento del mandato de la televisión pública. Como el objetivo de esta última no es atraer siempre al mayor público posible, no puede utilizarse esta única herramienta para medir su audiencia, ya que no tiene en cuenta, por ejemplo, la diversidad del público o la calidad de los programas, ni su alcance nacional, como ocurre aquí con el Canal 7. De todos modos sería conveniente evaluar la satisfacción del público con respecto a este servicio, puesto que se trata, en última instancia, de su legitimidad y de su capacidad para cumplir su misión de ofrecer información, educación y entretenimiento. (publicado en la sección “Opinión” del diario La Nación el 30 de junio de 2006)

ACTA DEL ACUERDO CELEBRADO PARA EL DESARROLLO DE UN DEBATE POR TELEVISIÓN (Sobre el Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile con la participación del Canciller Dante Caputo y el Senador Vicente Saadi) En Buenos Aires, a cinco días del mes de noviembre de mil novecientos ochenta y cuatro, el Dr. Julio Mera Figueroa y el Embajador Albino Gómez, representando respectivamente al Senador Dr. Vicente Saadi y al Ministro Dante Caputo, llegan al siguiente acuerdo: 1) Que la audiencia de esclarecimiento a la opinión pública, donde el Canciller y el Senador expondrán sus 23


puntos de vista respecto del Tratado de Paz y de Amistad entre Argentina y Chile, recientemente iniciado en Ciudad del Vaticano, tendrá lugar el próximo jueves 15 del corriente en el horario de 21 a 23 y 30 en el Canal 13 invitándose a través de la SIP a los demás canales y radios del país a entrar en cadena. 2) El moderador será el periodista Bernardo Neustadt, cuya única función será la de ordenar los tiempos de las exposiciones que más abajo se consignan. Asimismo efectuará la presentación del programa y de los dos participantes en un tiempo no superior a los cinco minutos, debiendo abstenerse de todo comentario durante el programa e incluso durante el cierre que estará exclusivamente a cargo de los participantes. 3) Los dos participantes podrán estar acompañados en el estudio por sus asesores o miembros de su gabinete, los que no entrarán en cámara salvo el caso en que, por razones técnicas, su presencia sea requerida conjuntamente por los dos participantes. Cualquiera de los dos participantes tendrá derecho a solicitar hasta dos cuartos de intermedio de una duración no mayor de dos minutos, durante cuyo transcurso podrá pasarse publicidad. 4) Abrirá el debate el Senador Saadi con una exposición no mayor de veinte minutos, a la cual seguirá otra exposición, también no superior a los veinte minutos, del Canciller Caputo. Luego de ello, es decir, aproximadamente a las 21 y 45 horas, si es que ambos participantes usaron el máximo de tiempo, se abrirá el debate propiamente dicho con preguntas, repreguntas y exposiciones de los dos participantes, entre ambos, correspondiendo al Dr. Saadi el inicio y al Canciller Caputo el cierre en esta parte del debate. Cada uno de ellos, en esa instancia, podrá hacer exposiciones no mayores de los tres minutos, aunque al término podrá ser extendido por el moderador previa consulta y acuerdo de la otra parte. 5) A las 23 horas se dará por concluida la instancia del punto 4), y el Canciller podrá hacer una síntesis y sacar conclusiones del debate por el término de quince minutos. Una vez cumplido este término, hará uso de la palabra, con el mismo objeto y mismo término, el Senador Dr. Saadi, a cuya finalización quedará concluida la audición sin más comentarios. 6) Durante los períodos de apertura y cierre, es decir entre las 21 y 21 y 45 y entre las 23 y 23 y 30, no podrá pasarse publicidad. En cambio podrá hacérselo entre las 21 y 45 24


y las 23 de acuerdo con las pautas corrientes de las tandas publicitarias para la televisión. 7) Se acuerda por último que cada participante podrá invitar a concurrir al estudio en su calidad de asesores o miembros de su gabinete a un número no superior a las diez personas, por parte. 8) El programa se transmitirá en vivo y en directo el mismo día jueves 15 a partir de las 21 horas. Sin más se firman dos ejemplares de un mismo tenor y a un solo efecto. ALBINO GÓMEZ JULIO MERA FIGUEROA

ALGUNAS REFLEXIONES DE HUMBERTO MATURANA Humberto Maturana no es sólo biólogo, ya que ha incursionado siempre en el terreno de la filosofía y de la lingüística, haciendo importantísimos aportes en ambas disciplinas. Sin embargo, él declara que todo lo que hizo lo hizo desde la biología, y ésta sigue siendo su más importante preocupación. Pero el tema que le preocupa actualmente es el amor con el que se encontró desde la biología. Por ello hace reflexiones filosóficas como cualquiera que se cuestiona su quehacer, pero lo que ha desarrollado no es una teoría filosófica sino una teoría científica sobre el conocer, y biológica, porque él piensa que el fenómeno del conocer es un fenómeno biológico. Ahora bien, respecto de la sabiduría, Maturana cree que se da cuando en la conducta se integran adecuadamente una mirada técnica-analógica y una mirada local causal. Precisamente eso es lo que hacen los animales, aunque no desde el lenguaje; no lo hacen en la repetición, pero lo hacen. Los hombres hacemos lo mismo desde el lenguaje, pero también muchas veces el lenguaje interfiere, porque introduce un elemento de distorsión en la descripción de los hechos. Por ello, las personas sabias son aquellas que operan como seres humanos dotados de un lenguaje, pero que no anteponen a eso un juicio, una opinión, un propósito, tanto en lo que dicen como en lo que hacen, sino que tienen en cuenta sus relaciones sistémicas y analógicas que definen un dominio amplio del cual sacar partido. 25


En definitiva, Maturana dice que cuando el ser humano opina o reflexiona sobre lo que hace, o cuando otro le da una opinión sobre lo que hace, interfiere con el hacer. Y que eso es también aplicable desde la fisiología. Por ejemplo, todos hemos oído decir que los locos tienen una fuerza extraordinaria. Pero lo que pasa, según Maturana, es que cada vez que uno hace un movimiento, lo frena. Pero si se suprimiera el freno aparecería una fuerza mucho más grande que la esperada. Y una de las cosas que uno suprime cuando se encuentra en estas situaciones que se pueden llamar “de locura” es justamente el freno. Por eso dice Maturana que si uno fuese karateka y quisiera romper una tabla o un ladrillo, tendría que apuntar más allá del sitio donde va a golpear. Si va a golpear “aquí” entonces tiene que apuntar “allá”. Porque al apuntar “allá” se llega a ese punto con una fuerza que no ha sido disminuida con la inhibición que acompaña al movimiento. Porque la regulación del movimiento es lo que le da fluidez. Si cuando uno maneja el auto, alguien opina sobre cómo uno maneja, interfiere en lo que uno está haciendo. Pero volvamos al amor, y Maturana dice que de todas las emociones, la única que amplía la visión es el amor: todas las demás la restringen. Supongamos –dice– que estamos peleando. Si no vemos dónde están nuestros enemigos, no sabríamos cómo atacarlos. Todas las técnicas de las artes marciales consisten no solamente en atender los movimientos del propio cuerpo sino los del otro, ver dónde está el otro. Si uno no está abierto a todas las dimensiones de la presencia del otro, no puede saber dónde está para actuar adecuadamente, porque además, el otro va a tratar de encontrar mi punto ciego, en el que no estoy mirando. La única forma de no tener ningún punto ciego es aceptar la legitimidad de todas las circunstancias. Y eso es el amor: dominio de las conductas de relación a través de las cuales el otro, la otra, o lo otro, surgen como otro legítimo en convivencia con uno. No se ha puesto aquí ningún elemento de valor, no se ha emitido ningún juicio, no se ha ensuciado con sentimientos la situación, sino que se plateó solamente el “cómo estar” en la relación. Hay que imaginarse si uno llega a su casa y nuestra pareja nos dice: “Ya no me quieres; ni siquiera te acordaste de mi cumpleaños”. ¿Cuál es la queja? La queja no es por el cumpleaños sino por no ser vista. No me quieres, ergo no me ves. Si me ves, da lo mismo que te acuerdes o no del cumpleaños, porque lo central no es 26


eso. Seguramente él o ella va a acordarse del cumpleaños del otro, si aquél ha tenido importancia en la relación. Es el ver. Y lo que corrientemente le pasa a uno es que no ve porque antepone un juicio: miedo, inhibición, envidia, cualquiera de esas emociones que restringen la mirada.

APROXIMACIÓN A LA SOCIEDAD MODERNA Esta temática ha desbordado bibliotecas, por lo cual, siguiendo a varios autores trataremos de hacer una síntesis de todo lo leído. La sociedad moderna occidental está constituida por dos instituciones básicas que marcan las prácticas sociales dominantes: la producción científico-técnica y la burocracia de la administración del Estado moderno. Podría añadirse un tercer elemento estructurador: el pluralismo cultural. Siguiendo a Habermas podrían señalarse los subsistemas, económico, político y cultural, como básicos para la comprensión de la sociedad moderna. Y así que nuestra sociedad se denomine industrial, postindustrial o de las nuevas tecnologías, estamos frente a matices que proceden del subsistema tecno-económico. Si se parte de Adorno y Horkheimer, poniendo el acento en la administración pública del Estado moderno, cabría la denominación de sociedad burocratizada e incluso administrada, o de la democracia formal. Si pasamos al mundo cultural, nuestra sociedad moderna se presenta como la sociedad de los mass media, de la educación generalizada, o bien, acudiendo a denominaciones más postmodernas, fragmentada, de la diferencia. Pero debemos captar que lo determinante no son estos acentos que señalan rasgos peculiares, sino el fondo desde el cual surgen y ascienden a la superficie. Este núcleo duro de la sociedad moderna no debe perderse de vista a la hora de los diagnósticos socioculturales. Y desde el trasfondo de las prácticas sociales dominantes se detecta el tipo o los tipos de mentalidad, de visión de la realidad, en definitiva, de racionalidad, que segrega e impulsa nuestra sociedad. Por ejemplo, resulta comprensible que si las prácticas sociales dominantes proceden del mundo tecno-económico y burocrático, termine dominando una suerte de visión de la realidad fragmentada, utilitaria, formal, que tiene su 27


incidencia en la ética y la visión del mundo o cosmovisión predominante. Se comprende así que carezcamos de visiones unitarias y coherentes y que domine el fragmento. Una cosmovisión, digamos, casera, por decir lo más generoso. También desde esta fragmentación del sentido se entiende que los valores y orientaciones sufran la sacudida del relativismo, como modo de ser y enfrentarse éticamente del hombre moderno. No menos claro queda que un mundo estructurado desde el funcionalismo de la productividad científico-técnica y el actuar según procedimientos de la burocracia administrativa será una sociedad dominada por el pragmatismo. No será excesivo llamar pragmático al hombre moderno, ya que el fondo de prácticas que le envuelven y donde realiza su vida vienen marcadas con este sello. Todo esto corresponde a lo que básicamente podemos llamar nuestra sociedad capitalista, en la que se da una disyuntiva o desgarramiento principal. Es el resultado del choque frontal de racionalidades y valores entre el orden tecno-económico y el cultural. Mientras en el orden tecnoeconómico priva la racionalidad funcional y los valores del orden, la jerarquía, la eficiencia, la rentabilidad, en el orden cultural moderno domina la búsqueda de autorrealización, el hedonismo, la autoexpresión, el experimentalismo, tópicos de una dimensión estético-expresiva de la racionalidad o de la intuición. Este choque se debe, se dice, al predominio moderno-postmoderno de la orientación cultural sobre la económica. Un desgarro que siempre amenazó a la cultura burguesa, pero que se mantuvo controlado mientras las orientaciones del sistema cultural no fueron socialmente prevalentes y estuvieron sometidas a los valores y orientaciones económicos de la ética puritana. Para modificar esto habría que recuperar el trabajo, el orden y la productividad que pudieran estabilizar el sistema. De todos modos, y en otra interpretación, Habermas invertirá la interpretación y dirá que quien tiraniza al sistema social moderno no es la cultura, sino los sistemas tecnoeconómicos y burocráticos. La cultura, es decir, las matrices de sentido y significado para el hombre y la sociedad son invadidas por los valores y la racionalidad predominantes, que provienen de los ámbitos económico-técnico y burocrático-administrativo. Nos encontramos así con un predominio colonizador violento, de lo funcional, lo pragmático, lo utilitario, lo rentable, lo procedimental, lo legal, que invade terrenos que no son ya los de la economía y la burocracia. Pe28


netran en el ámbito de las relaciones personales, de la pareja, la sexualidad, la educación, o las más sociales del estilo de vida y los objetivos y necesidades de una colectividad. Es decir, el depredador social no es la cultura, sino los órdenes económico y político funcionalmente concebidos, que extienden sus garras sobre los valores, las tradiciones, la religión, y los desecan. Entonces, por encima y por debajo de las modas socioculturales que vivimos, hay que captar expresiones y movimientos referidos a este núcleo duro de la sociedad moderna. Hay que sospechar que lo que acontece en la superficie social es un reflejo de movimientos más profundos que, aunque invisibles, son los verdaderos causantes o agitadores de estas mareas sociales. Concluyamos provisoriamente, por tanto, diciendo que la sociedad moderna del capitalismo democrático se caracteriza por ser un sistema social formado por tres subsistemas, instituciones fundamentales u órdenes, que son: la producción tecno-económica, la burocracia de la administración pública del Estado moderno y una cultura pluralista que señala una cosmovisión fragmentada. Por ende, según el modo en que se conciban las relaciones entre estos tres subsistemas se entenderán la integración o contradicciones de nuestra sociedad. Y las diferentes tendencias socio-culturales no serán sino acciones y reacciones derivadas de ese núcleo sistémico.

TENDENCIAS SOCIO-CULTURALES ACTUALES Muchos perciben el predominio de lo funcional y pragmático en nuestra sociedad. Desde un estilo de vida que sólo valora lo positivo, lo contante y sonante, el dinero y la rentabilidad en las relaciones, hasta el pragmatismo en la política nacional e internacional. Y no les gusta. Critican y rechazan este estilo de vida y también la concepción de hombre y de sociedad que se desliza en el fondo. Postulan otro tipo de sociedad, eficaz, desarrollada, pero no tan competitiva ni centrada en el carrerismo, el consumo, el dinero y el tener. Creen que hay una distorsión o desvío fundamental en la modernidad: haber creído que, a través del desarrollo y crecimiento económico, industrial y del dominio cada vez más sofisticado de instrumentos, haríamos 29


una sociedad más libre, justa y humana. No reniegan del proyecto de la modernidad, de crear hombres y sociedades cada vez más autónomos, más ilustrados y racionales como modo de ser más libres, sino que piensan, cada vez más, que se han confundido los términos. Se ha equiparado racional con funcional, libertad con procedimientos formales, justicia con mayor producción y consumo. La solidaridad se va secando, igual que la responsabilidad mutua y los ojos se vuelven hacia la posesión, la autorrealización narcisista. A nivel internacional asistimos impávidos al espectáculo de las grandes mayorías pobres y oprimidas como un fenómeno natural. Y justificamos esa situación con razones culturales de atraso y subdesarrollo. Contra este malestar que provoca la modernidad como expresión ideológica de un proyecto que tiene fuertes lazos con el núcleo duro de nuestra sociedad, se producen una serie de reacciones, que podemos denominar crítico-sociales. Históricamente han estado vinculadas con movimientos de izquierda, socialismo, comunismo, anarquismo. Algunas de sus propuestas alternativas, el llamado socialismo real, ha visto en el siglo pasado derrumbarse sus instituciones y proyectos. No así el socialismo democrático o socialdemócrata capitalista, una política que ha sido la representativa de la segunda parte del siglo XX y que ha marcado, sobre todo, la configuración de las sociedades occidentales después de la II Guerra Mundial. Aunque ha sufrido el cuestionamiento de la crisis de los años setenta, y el síndrome de la economía del mercado a partir de mediados de la década del ochenta, se contó como uno de los modelos sociales (capitalista-democráticos) con mayor atractivo e incluso logros económicos y político-sociales. La última crisis mundial determinó una vuelta muy reactiva con dicho modelo. En este mismo tipo ideal que denominamos tendencias crítico-sociales hay que incluir a los nuevos movimientos sociales. Representan una serie de tendencias críticas con el proyecto dominante de la sociedad. Sobre todo cuestionan el estilo de vida centrado en lo económico, funcional y los valores materialistas de la posesión, consumo, carrerismo. Proponen otra nueva gramática de la vida o estilo de vida. Apuestan por los valores centrados en el ser más que el tener, en la realización personal y la solidaridad. Aunque, como en todo movimiento social, las mezclas y ambigüedades y aún pseudo-formas rodean a este conglomerado de tendencias, se puede decir que por los movimientos 30


sociales han discurrido en los últimos tiempos las propuestas más originales y alternativas a la sociedad actual. Incluso han logrado una gran sensibilización para muchas propuestas, de tal manera que no se rechazan, sino que se tratan de asumir y manipular pragmáticamente. Hoy ya nadie deja de reconocer el problema ecológico como un problema no sólo regional o nacional, sino mundial; nadie osa negar la igualdad fundamental de los sexos o las razas humanas; ni deja de aceptar como una irracionalidad el dispendio de medios y esfuerzos orientados hacia el armamentismo y la destrucción. Ecopacifismo, feminismo, movimientos en pro de los derechos humanos, del Tercer Mundo, de las minorías, marginados, etc., son un síntoma de una serie de valores postmaterialistas, universales, centrados en la solidaridad, que reaccionan ante el malestar de una cultura dominada por el positivismo funcionalista. Son minorías y se perciben como tales en el horizonte del futuro, pero su capacidad de sugerencia, de expresar lo que ha llegado a ser y lo que ya no puede seguir manteniéndose, las sitúan en aquellos lugares donde hoy se forja la nueva cultura y la nueva política. La cercanía de esta sensibilidad postmaterialista a los valores evangélicos hace pensar en que no sólo hay cercanía externa entre estos movimientos (piénsese en el ecopacifismo) y las Iglesias y grupos cristianos, sino una afinidad moral y una familiaridad en los objetivos profundos que miran hacia la defensa del ser humano y su potenciación como persona, sea cual sea su situación, sexo o color. Veamos ahora otro enfoque que tiene que ver con la postmodernidad. El cuestionamiento a la modernidad puede llegar hasta alcanzar a sus mitos más queridos. Así el proyecto de emancipación ilustrada a través de la liberación de la superstición; la democracia y el sueño de instaurar una colectividad de hombres libres y responsables que deciden por sí mismos acerca de sus objetivos y necesidades; la solidaridad y deseo de realizar una sociedad donde los intereses de cada uno miran a los de los demás... Y podríamos seguir enumerando los grandes relatos o metarrelatos que marcan la modernidad. Estos proyectos arrastran palabras tan brillantes como las de razón, libertad, justicia, solidaridad, emancipación o trabajo y son, cuando se les mira de cerca, meros intentos de legitimar las instituciones y las prácticas sociales y políticas. Una estrategia para que se acepte, perviva y se desarrolle lozana la lógica de ese núcleo duro de la sociedad moderna. 31


Pero la misma historia se ha encargado de desmentir a los proyectos de la modernidad y descubrir sus oropeles y mentiras. J.F. Lyotard –uno de los mayores representantes del pensamiento postmoderno– dirá que Auschwitz refuta la emancipación progresiva de la razón y la libertad; las diferentes invasiones soviéticas de Berlín, Budapest, Praga, Polonia, desenmascararon el proyecto de socialismo real y su liberación del proletariado; las diversas crisis económicas (1911, 1929, 1974-1979, etc.) –para no llegar a esta última, refutaron oportunamente la doctrina del liberalismo económico y sus enmiendas; la existencia del Tercer y Cuarto Mundo cuestiona el enriquecimiento de toda la humanidad a través del progreso de la tecnología capitalista. Es decir, el proyecto moderno en sus diferentes versiones ideológicas (incluso religioso-cristianas) no ha sido abandonado ni olvidado, sino destruido, liquidado. Sólo queda agarrarse a los pequeños relatos, a los proyectos personales o grupales siempre coyunturales, temporales, sujetos a la adecuación, la rescisión y el cambio. Nada de grandes ideales. Rebajemos los sueños a su estatura humana; adoptemos una idea de razón, esperanza, deseo, adecuada a las dimensiones de lo real. Todo queda así pequeñito, con minúsculas de lo real. Hay miedo a ser traicionado por las grandes palabras y relatos. El remedio es el refugio en el rechazo de la utopía y el pegarse al suelo de lo cotidiano, sabiendo que las mieles de la vida son escasas y hay que libar sus gotitas sin demasiada ansiedad ni fruición. Un minihedonismo, un suave esteticismo presentista es, quizá, la salida de estos sabios escépticos de la modernidad y sus promesas. La postmodernidad es así la reacción contestataria de la modernidad. Propugna la desconfianza, la actitud desengañada y la distancia escéptica ante ella. Hemos visto entonces que la reacción postmoderna es una reacción contra el sistema. Apuradas sus propuestas, lo destruirán. Aunque no lo consigan, inoculan unos ideales esteticistas que buscan en el experimentalismo, la autorrealización y el narcisismo hedonistas sus ideales. Claro que todo esto en tono menor, nada vanguardista ni furioso. Pero su expansión es peligrosa para la subsistencia del sistema. Ataca la línea de flotación valorativa y de sentido de la vida moderna. A esta conclusión llegan los denominados neo-conservadores. Y su reacción será la defensa del sistema social capitalista democrático tal como ha evolucionado. Y a diferencia de los conservadores, no tienen nostalgias de un pasado. 32


Aceptan el funcionalismo y pragmatismo de esta sociedad, su relativismo ético y valorativo. No piensan en esencias o valores absolutos dados de una vez por todas. Lo cual no quiere decir que acepten cualquier cosa o valor, sino que son conscientes de que tales valores, más que descubrirlos o venir dados por la naturaleza o la razón, se eligen. Así pues, los neo-conservadores son modernos. Aceptan la lógica de los sistemas predominantes de esta sociedad: la producción tecno-económica y la administrativa pública. Pero la quisieran combinar con el mantenimiento comedido, razonable, controlado, del sistema cultural. Nada de estridencias, ni absolutismo, sino serias opciones por aquellos valores que han forjado la sociedad moderna. Y aquí se hallan todos aquellos que se anudan alrededor del orden, el respeto, la disciplina, la jerarquía, el trabajo, el rendimiento, la capacidad de sacrificio hoy en aras de la satisfacción de mañana, etc. El neo-conservadurismo quiere cohonestar la ilustración del capitalismo económico-administrativo con la tradición de la ética puritana. No cuestionar la modernidad de la lógica capitalista y sostener la ética y los valores que ayudan a mantenerla. Casi, casi, quisieran, como dicen algunos teóricos críticos, compaginar la computadora con la armadura medieval. No tocar la racionalidad económica, científica y administradora que seculariza la realidad y la despoja del misterio, con, por otra parte, la tradición judeocristiana que sostiene la ética puritana. Los neo-conservadores son progresistas mirando a la economía, muy prudentes en las cuestiones político-democráticas y conservadores en los valores de la cultura. No es de extrañarse que vean en postmodernos y secularistas sus máximos enemigos, destructores de los valores de la sociedad moderna. Y en la tradición socialista y de izquierda a un mito muerto, pero aún peligroso, que despierta vanos deseos colectivistas bajo los rumores de las fantasías de la igualdad, la justicia y la comunidad. Por esta razón, aunque el socialismo real se haya desmoronado, hay que proseguir la lucha cultural. Sobre todo contra los que continúan el mito socialista. De aquí que sean recelosos de la versión de izquierda capitalista que representa la socialdemocracia o socialismo democrático. Y consideran como enemigos a todos aquellos espíritus liberales que, a sus ojos, son auténticos portavoces de los valores y actitudes postmodernas que minan el humus espiritual y moral en el que se enraíza y crece el sistema del capitalismo democrático. 33


Los neo-conservadores son decididos defensores de la sociedad moderna en su versión del capitalismo democrático según el modelo norteamericano. Llegan incluso a ofrecer una cierta teología de liberación norteamericana, que es una propuesta de liberación universal made in USA. Pero, más allá de las versiones estadounidenses, queda la corriente y sensibilidad neo-conservadora como una de las tendencias culturales más potentes del momento. Una vez alcanzado su triunfo político-económico, quieren redondearlo con un triunfo cultural. Por esta razón, su ofensiva en pro de una sustitución de valores y de una vuelta a la ética puritana. Para esta tarea solicitan los servicios y colaboración de la tradición judeo-cristiana que quiere atraer hacia sí la legitimidad del cristianismo. Hay que esperar, por tanto, a corto y mediano plazo, un cierto compromiso cristiano neo-conservador que siga estas propuestas y juegue a estabilizar el sistema capitalista desde los valores y cierta ética con el manto de cristiana. Ahora bien, y finalmente, el neo-conservadurismo mira hacia el conservadurismo. Ya hemos dicho en qué consiste su novedad, su neo: en la aceptación básica de la modernidad, sobre todo económica y administrativa. El conservadurismo siempre ha conservado una pátina de elitismo y una melancolía hacia lo antiguo. Vio en el creciente intervencionismo estatal tras la reforma keynesiana de la postguerra una tergiversación del libre mercado y ahora vuelve a enfrentarla; otras versiones se han fijado más en la decadencia de estilo y valores que ha supuesto la sociedad de las masas, el bienestar de las masas, etc. Una pérdida de altura, un reduccionismo de valores tirando por lo bajo, una carencia de estilo y elevación del espíritu cuando se democratiza en lo plebeyo. El consenso socialdemocrático tras la Guerra Mundial les pareció a muchos espíritus la aceptación de una sociedad que perdía humanidad porque perdía altura. Pero es en el mundo cultural moderno donde los conservadores clavan sus uñas críticas más afiladas. El avance incontenible del relativismo valorativo, que conduce a la postmoderna ética del depende, tuvo en los conservadores lejanos vigías. Vieron venir la degradación del presente, la pérdida de las verdades atadas a las estrellas, incrustadas en la constitución esencial del ser hombre o de la sociedad humana. El conservador serio se lamenta de la trivialidad moderna y postmoderna, de los humanismos secularistas, del olvido de los clásicos y la educación a partir de ellos, de la sociedad, de sus planteamientos y respuestas. Lo mejor 34


siempre está para el conservador de parte del pasado, de lo ya probado y que dio resultado. Una vez descubierto lo fundamental y constitutivo, no hay que abandonarlo. Y eso sucedió ya con determinadas costumbres del pensamiento, del arte, de la política, la organización de las relaciones humanas, etc. Más aún, en la cultura no hay lugar para las innovaciones ni rápidas ni sustitutorias. Hay como una recurrencia en los problemas de sentido y significado, que hace que ni Aristóteles, ni Santo Tomás, ni Bach, ni el románico puedan ser sustituidos por Nietzsche, Boulez o la arquitectura postmoderna. No hay sustituciones de ese género en la cultura. No es posible aplicar el funcionalismo instrumental a los problemas culturales. De ahí que, de fondo, también hay en el conservadurismo un recelo ante la sociedad moderna y su funcionalismo económico-administrativo. Por esta razón, el conservadurismo, por ejemplo, católico, ha sido crítico del capitalismo y su materialismo. Aunque las versiones protestantes norteamericanas exhiben un calvinismo pro-capitalista desaforado. Al conservadurismo le tienta siempre vender la libertad a cambio de la seguridad. Cuando cree poseer las claves morales, valorativas, culturales, se torna intolerante con sus críticos o con los que rechazan sus propuestas. Cree, a menudo, poseer respuestas perennes, filosofías perennes, teologías, antropologías e incluso políticas intemporales. Por eso acepta mal todo lo que huela a situacionismo y relativismo. Son síntomas de una debilidad de la razón y de la voluntad. De ahí que está mal preparado para afrontar la cultura moderna. Se refugia en el rechazo o la convocatoria a volver a los clásicos, a la tradición, en vez de entrar en el diálogo y sostener su verdad con la del otro. El peligro conservador es, ante las épocas de cambios y de pluralismo, enquistarse, huir al ghetto. Buscar pureza, seguridad en las esencias de una tradición que no se cuestiona. Se abandona así el diálogo con la modernidad y se pierde la ocasión para criticar constructivamente las deficiencias y contradicciones de esta sociedad moderna. Se da la espalda al espíritu crítico y se corre el peligro de no escapar a las irracionalidades que alberga toda tradición humana. El deslizamiento por esta vía hacia fundamentalismos o integrismos o, al menos, hacia dogmatismos más o menos fanáticos, es cuestión de grados y de circunstancias propicias. Hoy en día, el conservadurismo está presente en nuestro mundo socio-cultural. Adopta, a veces, tintes religiosos. 35


Sin acudir al contramodernismo fundamentalista islámico, o judío, en el mundo cristiano tiene rasgos también fundamentalistas, en el protestantismo norteamericano y, en versiones cuasi sectarias, en el catolicismo actual. Pero quizá está presente en el catolicismo más masivamente en posturas intermedias neo-conservadoras y conservadoras que caracterizan la denominada involución de la Iglesia postconciliar. Pero hasta aquí hemos llegado con los años de Ronald Reagan y los ocho de George W. Bush, que han terminado. Más adelante, a partir hoy, con Obama detengámonos para ver qué pasa.

ATORMENTADOS POR EL QUÉ DIRÁN En realidad los argentinos siempre estamos demasiado preocupados por el tema de la imagen, del cómo nos ven, y no sólo como personas individuales, sino también como país. De tal modo siempre está latente esa pregunta acerca de qué piensan en el exterior de nosotros, y también siempre la personal preocupación de qué impresión dimos en tal o cual reunión o qué opinaron de lo que dijimos nuestros eventuales interlocutores, como si de ello dependiese toda nuestra vida y toda nuestra felicidad. Claro está que es muy difícil tener buen éxito en la vida si la gente con la que tratamos no tiene una buena impresión sobre nosotros, como tampoco le puede ir bien a un país con mala imagen internacional. Ello es obvio. Pero no lo es hacer de semejante tema algo así como una cuestión principalísima, obsesiva y hasta desplazante de toda autenticidad. Ya Ortega y Gasset se referió a ese defecto argentino, de estar más preocupado por el parecer que por el ser, y desde aquella época orteguiana –los años 20– nada las cosas han cambiado en dicho aspecto. Por supuesto que de esto no tiene la culpa la televisión –que la tiene de tantos otros males– porque la cuestión viene desde muy atrás. Sin embargo, ella tiene tanto que ver con la imagen que, posiblemente, haya coadyuvado a empeorar aún más dicho problema. A mayor abundamiento –como dicen los abogados– o por si esto fuera poco –como dicen los vendedores callejeros– téngase en cuenta que hoy en día los gobernantes están más rodeados de publicistas y 36


forjadores de imagen que de filósofos. Y la diferencia entre estos últimos y los primeros es que los filósofos tratan de desnudar la verdad para que no haya engaño, en cambio y en general, los publicistas y forjadores de imagen tratan de vestir la mentira o la verdad a medias con el traje de la verdad total. En el caso de los primeros hay búsqueda, en el de los últimos, manipulación. Ya dijimos que no es la televisión la inventora de este tipo de manipulaciones, porque cada vida, la más anónima y modesta, está sometida desde su nacimiento o más bien desde su concepción, a todo tipo de inocentes condicionamientos y manipulaciones, muchos de los cuales se incorporan luego de tal manera, que terminan jugando el papel de reacciones supuestamente autónomas, cuando no son otra cosa que la distorsión de una conciencia propia, cubierta, a medida que pasan los años, por distintas capas de influencias externas que finalmente la reducen a cero. Así entonces, desde nuestro nacimiento comienzan a mirarnos decenas de ojos que se van transformando en miles, y que no sólo nos miran o enfocan como podría hacerlo una cámara, sino que además nos juzgan, y mediante su juicio nos califican o descalifican, logrando mediante ello –la más de las veces– producir reacciones automáticas o respuestas que no responden a nuestros más profundos y verdaderos intereses o deseos, porque todos ellos han ido quedando aplastados o deformados a través de manipulaciones no necesariamente fundadas en mala fe alguna, pero sí –por lo menos– en necesidades ajenas a nuestro propio sentir o interés. Como sabemos, todo este ejercicio comienza en el propio seno familiar. Luego prosigue en los demás ámbitos: escolares, profesionales, y en las relaciones de la amistad y del amor. Cada persona o institución que tratemos en una relación que presuponga algún interés, ya sea amistoso, comercial o amoroso, necesariamente tiene un libreto o produce un libreto que nos incluye, así como nosotros tenemos, simétrica o correlativamente, un libreto –¿tal vez propio?– dedicado a cada una de esas personas o instituciones. Vale decir que toda nuestra vida constituye una red de conductas y conversaciones en interferencia intersubjetiva, en la cual será muy difícil que no exista –consciente o inconscientemente– alguna suerte de manipulación. Solamente entre personas muy armónicas desde el punto de vista intelectual y emocional, unidas por un pro37


fundo cariño mutuo y un sentido de respeto irrestricto por la libertad del otro, podría evitarse la manipulación más arriba mencionada. Toda persona que sea capaz de una introspección profunda, o que al menos pueda analizar la vida de los otros, verá cómo se multiplican las situaciones donde las decisiones más importantes se toman con una peligrosa dosis de condicionamientos que determinan una forma de reacción carente de toda la racionalidad y objetividad necesarias que deberían acompañarlas. Todo ello, tal vez, pensando muchas veces en algo equivalente al “rating” televisivo que, en estos casos, se presenta como la medida del grado de conformidad y de consenso que nuestras conductas requieren para sentirnos seguros y estimados por los otros, para seguir gozando de su aprobación, de su aprecio y de su atención. Porque las presiones de los pares de ojos que comenzaron a mirarnos en la cuna con severidad o amor cuando llorábamos o sonreíamos, se fueron multiplicando en la vida para seguir juzgándonos por eventuales transgresiones a la conducta que se esperaba de nosotros, o para bendecirnos por haber cumplido –“como bien pensantes”– con todas las expectativas que nos circundaban. Así las cosas, se contribuye a que el hombre no se conozca a sí mismo, a que desconozca sus propias limitaciones, sus propias posibilidades y hasta a que tenga falsas ideas sobre sí mismo. A veces, ni siquiera tiene consciencia de lo mucho que no se conoce. Lo cual no le permite realizar movimientos verdaderamente independientes dentro o fuera de él, quedando fácilmente sometido a toda influencia externa, e incluso interna, pero no propia sino inducida, es decir internalizada. En tales circunstancias los hombres no construyen sus vidas sino que éstas les suceden. Y se transforman en marionetas tiradas por hilos invisibles, donde sus múltiples “yoes” no logran unirse o integrarse a un “yo” único, integral y armónico. (publicado en La Nación el 16 de mayo de 2007)

38


BREVE PERFIL DE LA SECRETARIA DE ESTADO: HILLARY RODHAM CLINTON Hace 16 años, en 1992, los historiadores norteamericanos buscaron en sus archivos precedentes de un caso similar al de Hillary, sin éxito. Ni siquiera el caso de Eleonor Roosevelt, una de las primeras damas más activas de la historia presidencial estadounidense, resultó ser apropiado. Nunca antes había ingresado en la Casa Blanca una mujer con un curriculum tan impresionante. Hillary Rodham Clinton era ya doctora en leyes, egresada de la Universidad de Yale, con todos los honores. The National Journal of Law, una prestigiosa publicación para los profesionales de la abogacía, consideraba que Hillary Rhodam Clinton estaba entre las cien mejores abogadas de los Estados Unidos. Hillary era socia de uno de los estudios de abogados más importantes de Little Rock, y miembro del directorio de varias empresas, alguna de las cuales figuraban en al ranking de la revista Fortune. Su salario era 160.000 dólares anuales, es decir varias veces superior al de 35.000 que percibía su marido como gobernador de Arkansas. Hoy, en cambio, gana más él como conferencista y consultor que ella como senadora. Además, desde 1986 hasta comienzos de 1992, ella presidió el “Fondo de la Defensa de la Niñez”, la institución fundada por la líder de los derechos civiles y amiga personal, Marian Wright Edelman. Lógicamente, su curriculum no lo decía, pero Hillary era también la consejera política de más confianza que tenía Bill Clinton. Y muchos analistas norteamericanos, sin temor a equivocarse, estaban convencidos de que, sin Hillary, difícilmente Bill Clinton hubiese logrado ser el presidente de los Estados Unidos. Hillary pertenece a la generación de mujeres americanas de clase media que estudiaron en la Universidad y comenzaron a trabajar a la par de sus maridos. Y su vida ilustra muy bien los cambios que tuvieron lugar en el seno de la sociedad norteamericana, tras la rebelión social y feminista que se dio en las décadas del 60 y 70. Hoy, la mayoría de las mujeres de su edad, trabajan y mantienen con sus maridos una relación muy distinta a la que existía entre sus padres. Pero en 1992 estos cambios todavía no habían sido totalmente asimilados a nivel político, y seguían provocando reacciones y ocultando temores. Por eso, durante aquella campaña electoral, los especialistas que trabajaban para Clinton decidieron presentar a Hillary al público, de una manera gradual y cuidadosa. 39


Además, y de hecho, las posiciones políticas de Hillary eran, en algunos terrenos, más liberales que las de su marido. Su trayectoria de activismo político y su compromiso social habían sido muchísimo más claras que las de él. No sólo había múltiples testigos de su participación en la lucha por los derechos civiles y en las manifestaciones “anti-Vietnam”, sino que además, Hillary había escrito una tesis universitaria, artículos especializados y un libro en el que había expresado abiertamente sus opiniones progresistas. Todo eso podía producir resistencias en los sectores más conservadores del electorado demócrata. Y dada la prioridad que Clinton quería darle a los problemas de la clase media durante su campaña, la preocupación de Hillary por los pobres podía llegar a constituir un problema. Pero finalmente Clinton triunfó y realizó durante ocho años, con ella a su lado, una extraordinaria gestión presidencial, realzada aún más, si cabe, por el tremendo fracaso de su sucesor George W. Bush, que ha llevado a los Estados Unidos al borde de un colapso total, económico y moral. Sin embargo, la lucha de Hillary continuó durante los años presidenciales a causa de los problemas familiares vinculados a la inestabilidad emocional de su marido, cuyas infidelidades, al alcanzar algunas de ellas estado público, fueron grosera, baja e hipócritamente utilizadas por los republicanos que quisieron cobrarse el castigo político infligido por el escándalo de Watergate, tratando de llevar a Clinton a un juicio político que no prosperó. Pero como siempre, Hillary, más allá del dolor en su fuero interno, nunca aceptó las críticas de manera personal porque siempre consideró que la verdadera causa de los ataques era en todos los casos política. Como sea, el equilibrio emocional que demostró tener en aquellos momentos, seguramente provenía de la estabilidad afectiva y psicológica que, a diferencia de su marido, Hillary tuvo durante su infancia. Porque mientras Bill Clinton era hijo de un padre que murió antes de su nacimiento e hijastro de un padrastro alcohólico, Hillary Rodham fue la hija de un matrimonio muy unido que la adoraba. Esta adorada hija, Hillary Diane Rodham, nació en Chicago, Illinois, el 26 de octubre de 1947. Su padre, Hugh Rodham, era un vendedor ambulante que luego trabajó en la industria textil. Su madre, Dorothy Rodham, se dedicaba full time a sus tres hijos: Hillary y los dos varones menores, Hugh y Tony, a quienes deseaba educar mejor de lo que sus padres la habían educado. 40


Hillary siempre se sintió muy afortunada porque siempre, también, contó con el apoyo de su familia. Nunca hubo diferencias con sus hermanos por el hecho de ser mujer, y algo muy importante: se educó sabiendo que quien se aplicara y trabajara duramente podría realizar todo lo que se propusiera. Según Hillary, sus padres decidieron instalarse en Park Ridge, sólo porque ese barrio tenía escuelas estatales muy buenas. Y explicaba que una de las preocupaciones principales de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial era encontrar un buen lugar para criar y educar a sus hijos, aunque eso implicara pagar importantes impuestos. Fue así como sus dos hermanos menores y ella tuvieron una educación pública extraordinaria. Su interés por la política comenzó a manifestarse abiertamente en el Colegio secundario, Maine Township. Allí, Hillary era conocida por las ideas republicanas y conservadoras que había heredado de sus padres. Por eso en 1964, apoyó muy activamente la candidatura a presidente del republicano Barry Goldwater, contra la del demócrata Lyndon Johnson. Barry Goldwater perdió las elecciones. Pero su derrota no es la explicación de por qué sólo un par de años después Hillary abandonó el partido Republicano y se puso a trabajar para los demócratas. Su giro político tuvo raíces socio-religiosas mucho más profundas. Hillary iba a la Iglesia Metodista de su barrio, todos los domingos, y participaba de manera muy activa en los programas que regularmente organizaba el reverendo Don Jones. En particular, los jueves por la noche asistía a lo que llamaban la “Universidad de la Vida”: una serie de cursos de arte, experiencias de la vida real y derechos civiles. Don Jones les mostraba reproducciones de Van Gogh o de Manet; les pasaba películas de Francois Truffaut; les hablaba de Dios y de la naturaleza. También, convencido de que los jóvenes de clase media blanca, como Hillary, debían conocer otras realidades, Don Jones los llevaba regularmente a los barrios de hispanos y negros de Chicago. En 1962, cuando tenía 15 años, Hillary conoció con sus compañeros a Martin Luther King, impactante recuerdo que siempre conservó. Y su temprana preocupación por lo “social” provino en la niñez, según sus propias declaraciones, de sus padres en cuanto al sentido de lo justo y de lo injusto, y durante su juventud, del reverendo Don Jones, de la Iglesia Metodista, que la llevaba con sus compañeros a intercambiar ideas con jóvenes hispanos y negros que, 41


según él, eran iguales a ellos. Y además, como buen metodista, les enseñaba que un buen cristiano no tenía que preocuparse únicamente por su propia salvación. Porque el Metodismo ponía el énfasis sobre el equilibrio entre la fe espiritual personal y la expresión social de la fe, es decir sobre la responsabilidad social. El caso es que Hillary, cuando se encontraba estudiando en el prestigioso Wellesley College, llegó a la conclusión de que el partido Demócrata representaba mejor los intereses de los indigentes que el partido Republicano. Tras haber trabajado muy brevemente para un representante del ala moderada del partido Republicano, Hillary concluyó su proceso de conversión en 1968, apoyando la candidatura a presidente del senador Eugene McCarthy, uno de los candidatos más radicales del partido Demócrata. En menos de cuatro años, la joven Rodham había recorrido todo el espectro político americano, de un extremo al otro. Es muy interesante destacar este hecho, porque ninguna de las críticas que sufriera Hillary en sus diversas campañas, hasta la última, se refirió a ese recorrido, que en nuestro país muchos habrían considerado imperdonable. En Wellesley, Hillary estudió Ciencias Políticas, pero quizá lo más importante fue la experiencia que adquirió en el terreno de la militancia y del activismo. En tanto que representante estudiantil, militó y organizó manifestaciones para que pudieran ingresar al College más estudiantes negros e hispanos. Participó en la fundación de la primera Asociacion de mujeres negras, y paralelamente trabajaba en Roxbury, un barrio de Boston donde enseñaba a leer a los niños pobres. En aquel momento, en Boston, había una gran polémica sobre las dificultades que tenían los negros para votar. Hillary y sus amigos participaron en la redacción de un diario para la comunidad negra e integraron grupos de activistas que coordinaban la militancia política interuniversidades: Harvard, MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) y Wellesley College. Dicen testigos de la época que Hillary hacía shuttle diplomacy (de ida y vuelta) entre los diferentes grupos, ya que tenía un gran talento para establecer puentes entre los diferentes grupos de estudiantes. Según su profesor de Derecho Constitucional, Alan Schechter, Hillary era una liberal pragmática, practicante de un liberalismo instrumental: es decir, el uso del gobierno para satisfacer las necesidades de la sociedad y para ayudar a los marginados sociales. 42


Su tesis durante su último año de Wellesley, en la que hizo un análisis comparativo de los distintos programas de acción comunitaria para los pobres, que existían en aquella época, era una tesis liberal-progresista, pero no radical (extremista). Porque Hillary no era extremista, no formaba parte del movimiento de la contracultura. Años después, en la Escuela de Derecho de Yale, Hillary utilizaría su experiencia en militancia adquirida en Wellesley, para participar en todo tipo de luchas: desde las que organizaban en contra de la guerra de Vietnam, hasta las que tenían lugar para lograr que colocaran máquinas distribuidoras de “Tampax” en los baños de la universidad. Su rebelión no era anárquica. Al mejor estilo Hillary, era metódica y racional. En un famoso discurso que pronunció en el Wellesley College, el día de la graduación de su promoción, Hillary explicó lo que habían sido los cuatro años de la guerra de Vietnam, el asesinato de Martin Luther King, de Bobby Kennedy, y el incendio de las ciudades. Antes de que ella hablara, lo hizo el senador republicano por Massachussetts, Edward Brooke, a quien Hillary acusó de reflejar el tipo de pensamiento irrelevante y desconectado que durante esos años había conducido al país por el mal camino. “El desafío ahora es transformar a la política en el arte de hacer posible lo imposible”. El discurso de Hillary tuvo tanto impacto en la audiencia, que la revista LIFE reprodujo luego un extracto, con la foto de ella. En 1978, a los 32 años, Bill Clinton se transformó en el gobernador más joven de los Estados Unidos. A Hillary le costó mucho acostumbrarse a su nuevo papel. Y como se negaba a maquillarse y a vestirse convencionalmente, como lo hacían las esposas de otros gobernadores, era considerada “arrogante”. Hoy, treinta años más tarde, esa mujer va a dejar el Senado de los Estados Unidos, después de una durísima campaña por obtener la nominación para la presidencia por su Partido Demócrata, convocada ahora por su más importante contrincante y vencedor, perteneciente a una minoría por cuyos derechos ella tanto luchó, su colega negro el senador Barack Obama. Y Obama, que luchó también duramente contra ella en la campaña, conoce todo su valor y toda su historia. Sabe de la importante e indestructible vinculación política, tal vez más fuerte que la marital, con Bill Clinton. Valora en mucho el sacrificado compromiso que le exigió hacer a éste para que Hillary pudiese ser Secretaria de Es43


tado. Sabe también cómo es respetada Hillary en el continente europeo, respeto ganado no sólo durante los viajes que realizara como primera dama, nunca insustanciales, y también por su trabajo en el Senado, en especial en el Comité de Servicios Armados. Sabe que Hillary tiene una enorme capacidad de negociación, un conocimiento global del mundo, y que su acción diplomática va a estar presidida por una lógica realista, muy lejos de los disparates de estos últimos ocho años, años dramáticamente despiadados, “llenos de sonido y furia”.

CABLE “ABIERTO” CON MOTIVO DE UNA CEREMONIA VINCULADA AL ACUERDO DE PAZ ENTRE PALESTINA E ISRAEL (enviado el 4 de mayo de 1995 a la Cancillería desde El Cairo) Dadas las circunstancias y características de las partes involucradas en esta ceremonia, cuya concreción tuviera tantos retrasos, existían hasta el momento mismo de su inicio algunas dudas de que ella pudiese tener lugar, no obstante la enorme publicidad que le estaba otorgando el país sede. Dichas dudas estaban abonadas por el hecho de que las partes seguían negociando hasta pocas horas antes de la hora anunciada para su comienzo. “(…) FINALMENTE, POCO DESPUES DE LAS ONCE DE LA MAÑANA, CON LA SALA MAYOR DEL CENTRO CAIROTA DE CONFERENCIAS A PLENO, Y CON LA PRESENCIA EN EL ESCENARIO DEL PRESIDENTE MUBARAK, EL PRIMER MINISTRO RABIN, EL SR. ARAFAT, EL SECRETARIO DE ESTADO NORTEAMERICANO WARREN CHRISTOPHER, EL CANCILLER RUSO, EL CANCILLER EGIPCIO ARM MOUSSA, EL CANCILLER ISRAELÍ SIMON PERES Y EL CANCILLER PALESTINO, DIO COMIENZO A LA CEREMONIA CON UN DISCURSO DEL PRESIDENTE MUBARAK. DEBO SEÑALAR QUE TODOS LOS NOMBRADOS ESTABAN DE PIE Y QUE SIGUIERON TODA LA CEREMONIA EN TAL POSTURA YA QUE NO HABÍA SILLONES, SALVO UNO, COLOCADO FRENTE A LA MESA DONDE ESTABAN LOS TEXTOS DEL ACUERDO. FUERA DE ESO, NO HABÍA EN EL ESCENARIO OTRO MUEBLE QUE UNA TRIBUNA DESDE LA CUAL SE PRONUNCIARON LOS DISCURSOS. 44


A CONTINUACIÓN, EL SR. ARAFAT PROCEDIÓ A FIRMAR LOS TEXTOS DEL ACUERDO ISRAELÍ-PALESTINO, COSA QUE HIZO –LUEGO SE SUPO QUE A MEDIAS– BAJO UNA OVACIÓN. CUANDO LE TOCÓ EL TURNO AL PRIMER MINISTRO RABIN, FUE VISIBLE PARA TODOS LA SORPRESA EN EL CONGESTIONADO ROSTRO DEL VETERANO DIRIGENTE ISRAELÍ, FRENTE A ALGUNAS DE LAS HOJAS QUE DEBÍA SUSCRIBIR. A ELLO SIGUIÓ SU AIRADO GESTO CONVOCANDO A SU PROPIO CANCILLER, QUE DEJÓ SU LUGAR Y SE DIRIGIÓ HASTA LA MESA DE LA FIRMA. EL PROFUNDO Y EXPECTANTE SILENCIO EN LA SALA ERA SÓLO QUEBRADO POR LOS SONIDOS DE LAS CAMARAS FOTOGRAFICAS Y DE LOS EQUIPOS DE TV. SEGURAMENTE CONVENCIDO, AUNQUE NO DEL TODO TRANQUILIZADO POR SU CANCILLER, RABIN TERMINÓ DE FIRMAR Y VOLVIÓ A SU LUGAR. PERO UNA VEZ ALLÍ, LA PRIMITIVA ALINEACIÓN DE LOS CIRCUNSTANTES EN EL ESCENARIO PERDIÓ SU ESTRUCTURA PORQUE, SALVO MUBARAK, EN EL CENTRO ENTRE RABIN Y ARAFAT, TODOS LOS DEMÁS SE DESPLAZABAN EN UNA SUERTE DE DANZA Y CONTRANZA PARA HABLAR SUCESIVAMENTE CON ELLOS TRES. ASÍ LAS COSAS, RABIN GESTICULABA, ENTRE LA IMPACIENCIA Y LA IMPOTENCIA, MUBARAK ESCUCHABA ATENTAMENTE A TODOS LOS CANCILLERES Y LUEGO TRANSMITÍA LOS “MENSAJES” A ARAFAT QUE PARECÍA DE PIEDRA, MUCHO MÁS DE PIEDRA QUE LA PROPIA RÉPLICA DE LA ESFINGE QUE ADORNABA EL FORO DEL ESCENARIO, SEPARADA DE LOS DIRIGENTES POR UN TENUE CORTINADO AZUL POBLADO DE PEQUEÑAS Y TITILANTES ESTRELLAS. MIENTRAS TANTO, Y APARENTEMENTE AJENO A TODA ESTA CONFUSIÓN, EL SECRETARIO DE ESTADO NORTEARICANO FIRMABA TAMBIEN LOS TEXTOS Y PASABA DE INMEDIATO A LA TRIBUNA PARA DECIR SU DISCURSO, QUE NADIE POR SUPUESTO ESCUCHABA, NI LOS QUE ESTABAN EN EL ESCENARIO, OCUPADOS EN UNA NUEVA NEGOCIACIÓN “AL PASO”, NI EL PÚBLICO, CUYA ATENCION –COMO LAS DE LAS CAMARAS DE LA TV– ESTABA PUESTA EN EL BALLET DE LOS CANCILLERES ALREDEDOR DE UN RABIN TODAVÍA CONGESTIONADO Y UN ARAFAT SIEMPRE IMPASIBLE. TAMBIÉN DIJO SU DISCURSO EL CANCILLER RUSO, EN MEDIO DE LAS MISMAS Y TAN POCO PROPICIAS CIRCUNSTANCIAS PARA SER ESCUCHADO. MIENTRAS TANTO SUBÍAN Y BAJABAN ENTRE LA PLATEA Y EL 45


ESCENARIO ALGUNOS FUNCIONARIOS LOCALES RECLAMADOS POR EL CANCILLER LOCAL, SR. MOUSSA, Y OTROS, ISRAELÍES Y PALESTINOS, CONVOCADOS POR SUS RESPECTIVOS JEFES. FINALMENTE, TODOS LOS NOMBRADOS, ENCABEZADOS POR MUBARAK, SE RETIRABAN DEL ESCENARIO MIENTRAS SE ANUNCIABA AL PÚBLICO QUE HABRÍA UN BREVE INTERMEDIO, PIDIÉNDOSELE QUE NO SE MOVIERA DE LA SALA. POR SUPUESTO, NADIE SALIÓ DE LA SALA. A ESTO SIGUIÓ UN GRAN BULLICIO Y UN CONCILIÁBULO MASIVO DE COLEGAS QUE PREGUNTABAN –A FUNCIONARIOS EGIPCIOS Y DE LAS DELEGACIONES DE ISRAEL Y PALESTINA– SOBRE COSAS IGNORADAS, Y ESTOS LES RESPONDÍAN SOBRE COSAS IMPOSIBLES. PERO NO HABRÍAN PASADO MÁS DE SIETE MINUTOS CUANDO RETORNARON AL ESCENARIO TODOS LOS PERSONAJES DE ESTA CEREMONIA, DENOTANDO SUS ROSTROS UN GRAN ALIVIO, UNA GRAN DISTENSIÓN. DE INMEDIATO, Y PARA SATISFACCIÓN DE TODOS, ARAFAT VOLVIÓ A SENTARSE A LA MESA PARA FIRMAR LO QUE ANTES NO HABÍA HECHO DE UNA MANERA TOTAL, COMO POR EJEMPLO, CIERTOS MAPAS, Y ALGO MÁS. ESTE AUSPICIOSO HECHO FUE ACOMPAÑADO POR UNA SALVA DE APLAUSOS QUE PARTIÓ DESDE EL PROPIO ESCENARIO, CALUROSAMENTE APOYADA POR TODA LA SALA. EL ACUERDO HABÍA SIDO SALVADO Y LA CEREMONIA PROSIGUIÓ CON EL RESTO DE LOS DISCURSOS. PARA EL CIERRE VOLVIÓ A HABLAR MUBARAK, PERO ESTA VEZ LO HIZO EN INGLÉS Y NO EN ÁRABE, AGRADECIENDO ESTE “REGALO” DE LA CEREMONIA, YA QUE COINCIDÍA CON EL DÍA DE SU CUMPLEAÑOS, AL CUAL, POR OTRA PARTE, ALUDIERON TODOS LOS ORADORES. EN CUANTO A LA CEREMONIA EN SÍ, NADA TENGO QUE AGREGAR, SALVO QUE NO OBSTANTE LA PRESENCIA EN LA SALA DEL MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES DE ESPAÑA, NADIE RECORDÓ MADRID –COMO SEDE QUE FUERA TAMBIÉN DE NEGOCIACIONES– EN SUS DISCURSOS. EN CAMBIO, NINGUNO OLVIDÓ MENCIONAR LA CONTRIBUCIÓN DE OSLO AL PROCESO DE PAZ, A TRAVÉS DEL EX CANCILLER DE NORUEGA, CUYA VIUDA TAMBIÉN ESTABA EN LA SALA COMO INVITADA ESPECIAL. EN CUANTO AL FONDO DEL PROCESO, CONTINUAREMOS INFORMANDO OPORTUNAMENTE, PERO ESTE “PEQUEÑO SUSTO” DE LA CEREMONIA “INTERRUMPIDA”, NO ES MÁS QUE UNA 46


NUEVA Y ANECDÓTICA MUESTRA, NO SÓLO DE LAS GRANDES DIFICULTADES QUE PRESIDEN TODO ESTE PROCESO DE PAZ, SINO DE TODAS LAS QUE SOBREVENDRÁN EN SU COTIDIANA EJECUCIÓN. ALBINO GÓMEZ

CABLE CON MOTIVO DE UN DESATINO ADMINISTRATIVO EN EL AÑO 1994 En la oportunidad de hacerme cargo de nuestra embajada en El Cairo, tuve que buscar una nueva residencia porque la anterior, por una obra en construcción vecina, había quedado dañada al extremo de no hacerla habitable. Después de una intensa búsqueda de un mes, encontré un piso adecuado por su tamaño, precio y buena ubicación. El precio del alquiler era el mismo en dólares al que se pagaba por el piso anterior. Envié el contrato a nuestra Cancillería para su aprobación y me topé con una inesperada novedad: la Sindicatura General de la Nación requería para aprobarlo una encuesta a través de empresas inmobiliarias privadas de El Cairo, que debían opinar sobre dicho contrato y establecer “un precio testigo”. Así las cosas, transmití esta decisión al propietario del inmueble por mí contratado, un destacado abogado del Foro local, que por otra parte habitaba en otro piso del mismo edificio –con vista al Nilo–, y luego de ello envié este cable a nuestro Ministerio: “(…) EL PROPIETARIO DEL INMUEBLE –DESTACADO ABOGADO DEL FORO LOCAL– CUYO CONTRATO ESTÁ AHORA A CONSIDERACIÓN DE LA SINDICATURA GENERAL DE LA NACIÓN, SI BIEN ACCEDIÓ A LOS REQUERIMIENTOS DE VISITA SOLICITADOS POR LAS COMPAÑÍAS ARRIBA MENCIONADAS, MANIFESTÓ SU SORPRESA Y DESAGRADO POR EL PROCEDIMIENTO UTILIZADO POR NUESTRO GOBIERNO PARA VERIFICAR LA RAZONABILIDAD DEL PRECIO ACORDADO CON EL TITULAR DE ESTA REPRESENTACIÓN. FUNDAMENTALMENTE, PORQUE HABIENDO DECIDIDO ALQUILAR EL INMUEBLE DE MARRAS DIRECTAMENTE, ES DECIR SIN RECURRIR A INTERMEDIARIOS, PARA EVITAR EL PAGO DE COMISIONES QUE SON EN ESTE RAMO MUY ELEVADAS, SE 47


ENCUENTRA AHORA –DESPUÉS DE HABER NEGOCIADO DIRECTAMENTE LOS TÉRMINOS DEL CONTRATO CON UN EMBAJADOR QUE ACTUABA EN REPRESENTACION DE SU PAÍS– EN LA SITUACIÓN DE TENER QUE DESTINAR PARTE DE SU VALIOSO TIEMPO A ATENDER, PRECISAMENTE, A ESOS AGENTES DEL NEGOCIO INMOBILIARIO QUE HABÍA INTENTADO OBVIAR, Y QUE SE HAN TRANSFORMADO EN “JUECES Y PARTES” DE LA OPERACIÓN CONTRACTUAL. MIENTRAS TANTO, LAS COMPAÑÍAS INMOBILIARIAS HAN MANIFESTADO A ESTA EMBAJADA QUE NO CONSIGUEN ENTRAR AL NÚMERO DE FAX DE LA SINDICATURA GENERAL DE LA NACIÓN, Y POR ENDE NO HAN PODIDO TODAVÍA ENVIAR SUS RESPECTIVOS INFORMES. ADEMÁS, DOS DE ELLAS HAN SOLICITADO SABER ADÓNDE DEBEN ENVIAR LAS FACTURAS POR SUS SERVICIOS. POR EL MOMENTO, SÓLO QUIERO SEÑALAR A ESA CANCILLERÍA –CUALQUIERA SEA EL RESULTADO DE LA “ENCUESTA”– LO ANÓMALO DE TODO ESTE PROCEDIMIENTO, POR EL CUAL EL TITULAR DE ESTA REPRESENTACIÓN, CON TREINTA Y SEIS AÑOS DE CARRERA Y HABIENDO SIDO ACREDITADO ANTE EL GOBIERNO DE EGIPTO COMO EMBAJADOR EXTRAORDINARIO Y PLENIPOTENCIARIO, QUEDA SOMETIDO Y SUBORDINADO –A LOS EFECTOS DE DETERMINAR EL LUGAR DE SU RESIDENCIA Y DE LA FUTURA SEDE DE LA EMBAJADA DE LA REPÚBLICA EN EL CAIRO– AL JUICIO Y CRITERIO DE COMPAÑÍAS INMOBILIARIAS EGIPCIAS PRIVADAS, CUYAS OFERTAS RECHAZARA OPORTUNAMENTE POR NO CONSIDERARLAS ADECUADAS. SEGURAMENTE, LA FALTA DE EXPERIENCIA INTERNACIONAL Y DIPLOMÁTICA DE LA SINDICATURA GENERAL DE LA NACIÓN NO LE HA PERMITIDO PERCIBIR EL DAÑO MORAL Y PROFESIONAL QUE LE HA CAUSADO AL TITULAR DE ESTA EMBAJADA, LA DESVALORIZACIÓN Y MENOSCABO DE SU INVESTIDURA COMO REPRESENTANTE DEL GOBIERNO ARGENTINO EN EGIPTO, ANTE PARTICULARES Y EMPRESAS LOCALES, AL PONER EN TELA DE JUICIO SU CAPACIDAD Y BUEN JUICIO PARA ELEGIR Y DETERMINAR EL PRECIO DE SU PROPIA RESIDENCIA Y SEDE DE LA EMBAJADA EN EL CAIRO. SI UN ORGANISMO DEPENDIENTE DE LA PRESIDENCIA DE LA NACIÓN DUDA DE SU BUEN CRITERIO PARA ESTA OPERACIÓN Y LO SOMETE A REVISIÓN POR EMPRESAS PRIVADAS EGIPCIAS, QUEDARÍA POR PREGUNTARSE QUÉ VALOR PODRÁN TENER ENTONCES SUS INFORMES POLÍ48


TICOS Y TODO EL RESTO DE SU ACTIVIDAD DIPLOMÁTICA EN EGIPTO, PARA LA QUE FUE CONVOCADO Y ACREDITADO POR EL PROPIO PRESIDENTE DE LA NACIÓN. ALBINO GÓMEZ EPÍLOGO Finalmente se aceptó el contrato suscripto sin ningún tipo de observación por parte de la Sindicatura, a cuyo titular, en la oportunidad de un viaje a Buenos Aires, visité en su despacho y me reconoció que realmente esa decisión había carecido de todo sentido, pero que en su momento no sabía de su existencia hasta que la conoció a través de mi queja por cable. Se trataba del doctor Abad, un gran profesional.

CARACTERÍSTICAS DEL SIGLO XX QUE DEBIERON DETERMINAR QUE EL SIGLO XXI ACEPTARA SU HERENCIA CON BENEFICIO DE INVENTARIO: • Contradictorio e inconstante. • Modernista, surrealista, cubista, liberal, keynesiano, marxista, guerrillero, existencialista. • A la vejez se hizo postmoderno: es decir que sintió que había llegado la hora de que el hombre abandonase su antigua tendencia a examinar la realidad en función de un sistema cerrado de ideas rectoras o directrices. • Logró que el pragmatismo desplazase a la utopía. • Se volvió cínico, tal vez para librar al mundo de los pensamientos absolutistas y de los fanatismos. • Pero el terrorismo fundamentalista se encargó, de vez en cuando, de demostrarle que estaba lejos de haberlo logrado. • Padeció dos guerras mundiales calientes y una guerra fría. • Asistió al nacimiento y desarrollo del psicoanálisis, al desmembramiento de varios imperios, a la caída del Muro de Berlín. • Alentó los nacionalismos irracionales, el racismo devastador, las guerrillas subversivas. • Fue totalitario y democrático, revolucionario y conservador, progresista y retrógrado. 49


• En realidad, llegó exhausto al final de su mandato. • Con su final entrega a la postmodernidad se acentuaron ciertos rasgos de la condición humana tales como, la ambigüedad, el miedo, la mutabilidad, la inconstancia. • Acentuó el relativismo moral y dio vuelta el guante de la metafísica, que dejó de conducir al regazo de Dios para pasar a la urgencia por beber el vaso de la vida con desmedida avidez. • Inauguró la era de la computación con lo cual produjo una revolución sólo comparable a la que puso en marcha el siglo XV con Gütenberg. • Acentuó de una manera absoluta el proceso de globalización, considerado por muchos como un fantástico modo de potenciar la capacidad productora del hombre y por otros como una marcha sin retorno hacia un mundo uniforme y deshumanizado. • Llegó a su fin muy viejo y algo confundido. Y también asustado de su propio poder. • También dejó dolorosas herencias, como el desempleo, la drogadicción, el narcotráfico, el SIDA, el terrorismo fundamentalista, la degradación del medio ambiente y los basureros nucleares.

CARTA AL EMBAJADOR DEL URUGUAY, D. FRANCISCO BUSTILLO BONASSO Buenos Aires, diciembre 15 de 2008 Querido Pancho: En vísperas de la comida del martes 16, quiero hacerte llegar estas líneas de las que podrás disponer con la mayor libertad, incluso para leerlas en la propia cena si te parecen divertidas. Porque cuando soy yo quien está involucrado, aun con el mayor respeto por personas e instituciones, siempre trato de quebrar cualquier eventual solemnidad con alguna dosis de humor. Dicho esto, como todo lo que me conmueve me lleva a la escritura, paso a la carta: Vos ya viviste en la Argentina años atrás, y ahora como embajador llevás un buen tiempo que, con los avatares político-diplomáticos que te han tocado vivir, debería computarse tu gestión como de tiempo doble, aunque vos lo disimules 50


muy bien por tu gran oficio y cariño por la Argentina, que te permiten a pesar de todo desarrollar una fina y delicada labor fundada en la prudencia y en la moderación, valores que no están precisamente de moda en nuestra sociedad. Además, tu proverbial generosidad, por otra parte muy uruguaya, que ha hecho que brindes una comida en mi honor, por un lado me colma de agradecimiento, pero por otro me hace sentir desbordado y hasta un tanto avergonzado porque no encuentro un solo motivo válido para merecerla, salvo el recuerdo de mi amistad con tu padre y mi gran cariño por Uruguay. Por otra parte, vos sabés que todo premio u homenaje es siempre problemático en nuestro país, sobre todo en Buenos Aires donde se estableció como verdad, desde hace años, aquello de “qué va a ser artista si vive a la vuelta de mi casa”. Aquí, donde hasta Gardel es discutido porque, si bien para una gran mayoría canta cada día mejor, no faltan los que dicen que cada día canta peor. Aquí también, donde a comienzos de los años sesenta, cuando Astor Piazzolla terminaba alguna estupenda presentación ante un público mayormente joven, no faltaba un fósil que se parara y le gritara desde la platea “Maestro, ahora que terminó, ¿por qué no se toca un tanguito?”. Así las cosas, si algunas personas llegasen eventualmente a enterarse de esto, más allá de los queridos comensales amigos que nos acompañan, y tal vez incluso ellos mismos, creerían que además de inventar la ya difundida muerte, si no gloriosa al menos inédita, de mi bisabuelo Tabaré Gómez en la montevideana esquina de Río Branco y Canelones, y el penoso episodio sufrido por su esposa, mi bisabuela doña Emeteria Cazadora Curbelo, en la inauguración de la primera puerta giratoria instalada en la antigua tienda London París, en los años veinte del siglo pasado, creerían, te repito, que me he inventado también algún parentesco con los 33 Orientales. Y si por alguna lamentable razón llegase a oídos de mis enemigos este ágape, ellos, para encontrarle una explicación, por supuesto, siniestra, apelarían a mi dossier de la Side, debidamente actualizado gracias a todos los nuevos recursos informáticos de internet y buscadores como Google o Wikipedia, para acceder a través del capítulo correspondiente al Uruguay, a toda mi relación con la República Oriental. Pero si bien podrían encontrar allí algunos datos veraces, como ganchos que permitan inocentemente hacer creíble la supuesta seriedad del resto de la información, finalmente, a 51


toda esa información se le colgará una gran mentira e interpretaciones de absoluta e indiscutible mala fe. Así por ejemplo, se podrá leer en mi legajo, entre ciertas verdades que se me atribuyen, las siguientes: que siempre he afirmado que “como el Uruguay no hay”; que la única diferencia que existe entre uruguayos y argentinos es que los argentinos somos occidentales y cristianos y los uruguayos son orientales y agnósticos; que se me ha escuchado decir públicamente que en mi próxima reencarnación voy a nacer en Montevideo y no en Buenos Aires, a pesar de mi enorme cariño por mi ciudad; que si bien me he quejado siempre de todos los destinos que me asignó la Cancillería en el exterior, a veces por habérseme enviado muy tarde como ocurrió con Grecia, y otras por hacerme llegar demasiado temprano como ocurrió con Sud Africa, nunca me quejé en cambio cuando estuve destinado en Montevideo; como también es verdad que siempre critiqué la concepción exclusivista argentina del Tango, afirmando al Tango como música de doble orilla; y que no conforme con ello, además me he solazado difundiendo profusamente el papelón internacional de un subsecretario argentino de Relaciones Exteriores por creer en esa exclusividad; que siempre ando diciendo que cuando un argentino tiene éxito, es argentino, pero que si lo tiene un uruguayo, es rioplatense; que también insisto en que una gran cantidad de argentinos famosos son uruguayos, como Francisco Canaro, Natalio Botana, Horacio Quiroga, Ireneo Leguisamo, Julio Sosa, Víctor Hugo Morales, Menchi Sábat, y tantos más. Pero todo eso consignado por la Side como prueba irrefutable de que no puedo disimular que en verdad nací en Tacuarembó, como Gardel, y que soy una suerte de infiltrado de la Cancillería uruguaya en el Servicio Exterior argentino. Pero así son ellos. Téngase en cuenta que años atrás me consideraron frondo-frigerista-marxista-leninistatrotskista y guevarista, aunque gracias a Dios no estalinista, y todo eso por el solo hecho de haber colaborado de manera muy cercana con el presidente Frondizi y por haber hecho las presentaciones de rigor cuando introduje al Che Guevara a su despacho en la Quinta de Olivos. Y también por una mala lectura de un inocente libro de poemas titulado La Mufa, cuando gobernaba Onganía, que no le gustó nada al entonces embajador de los Estados Unidos en nuestro país, un señor Cabot Lodge. Pero tampoco conformes con eso, más adelante ratificaron sus sospechas ideológicas cuando asilé a más de cuatrocientas personas en la embajada ar52


gentina en Santiago de Chile durante el golpe contra el presidente Allende, y los tres agregados militares denunciaron que había convertido la embajada en una sucursal del Kremlin, antológica grosería histórico-política conceptual, que sin embargo fue transcripta en mi legajo. Del mismo modo fueron consignados en dicho expediente personal toda una sarta de disparates en un capítulo dedicado a algunas de mis condecoraciones, cuando dicen, por ejemplo, que recibí la orden del mérito civil de la Republica Italiana por haberlo inducido a error al general Galtieri a través de su secretario de Prensa, logrando que recibiera a la periodista Oriana Fallaci creyendo que se trataba de la cantante Ornella Vanoni. También señalan que mi condecoración al mérito civil que me otorgara el Reino de España se debió a que si bien en mi juventud leía las Obras Completas de José Antonio Primo de Rivera por indicación de Rogelio García Lupo, y me enamoré de una de las bailarinas de un ballet de la Falange Española que hizo una temporada en el Teatro Avenida en 1948, hace nada menos que sesenta años, siempre fui republicano-monárquico y antifranquista. Y además, amigo del querido compositor y general rojo Gustavo Durán, como le consta a mi amigo Rogelio García Lupo. Asimismo, la Side atribuye mi condecoración francesa a una fuerte gestión de Victoria Ocampo sobre André Malraux para convencerlo de que a los seis años llegué a intimar a mis padres a que me enviaran a la Aliance Française con la amenaza de negarme a comenzar mis clases en la escuela primaria General Urquiza del barrio de Flores, si ello no ocurría. También se afirma en mi dossier que la condecoración del gobierno sueco no se debió a mi amor por Suecia, que nadie pudo probar hasta ahora, sino a que durante mis casi cuatro años de estadía en Estocolmo, a pesar de mi buena relación con el Canciller sueco y con algunos integrantes de la Academia, sabiendo de entrada que la candidatura de Borges era inviable, jamás les pedí el premio Nobel para Ernesto Sábato, y más bien apoyé a Cortázar presentando una traducción de Rayuela al idioma sueco. Por el momento no figura en mi legajo de la Side información alguna acerca de los motivos ocultos de otras condecoraciones como la peruana o la mexicana. Pero siguen investigando y seguramente llegarán a conclusiones, como diría Borges, ominosas. Pero uno de los hechos que la Side no consigna porque destruiría de inmediato la falsedad de mi nacimiento 53


en Tacuarembó, es que mi primera experiencia uruguaya se produjo cuando tenía apenas cuatro años y visitó a mi familia, por supuesto en Buenos Aires, en el barrio de Flores, una chica uruguaya de unos dieciséis años, hija de amigos montevideanos. Dicha niña que se llamaba Lucía, estuvo con nosotros unos quince días y yo me enamoré perdidamente de ella. Ahora puedo decir que me enamoré, pero en ese entonces yo no sabía qué me pasaba, salvo el hecho de que su partida me dejó sumido en un profundo estado de tristeza, prefigurando futuros estados abandónicos o abandoneanos, influidos por la música de Astor Piazzolla. Mi familia creyó entonces que yo, o sea el nene, estaba enfermo y apeló a lo que se conocía en esos tiempos como el médico de cabecera, un médico de la familia, de toda confianza que atendía a todos de lo que fuere. Pero el doctor Etcheverry, que así se llamaba, buscaba un mal en mi cuerpo cuando mi mal era del alma. Cuatro años más tarde, cuando volvió a pasarme lo mismo con otra niña de ocho años, que era la hija de la maestra de segundo grado, me di cuenta entonces, ante la repetición emocional, de que eso era lo que los grandes llamaban enamorarse. Otro de los hechos que destruye la perversa falacia de la Side es que fue recién a los once años cuando al viajar por primera vez al exterior, precisamente me llevaron a Montevideo vía Colonia, en un barco que se parecía a los barcos que navegaban el Mississippi. Te imaginarás Pancho mi emoción. Viajar a otro país y nada menos que al de aquella uruguayita nunca olvidada, aunque, por las dudas se me informó casi al llegar, que dicha niña, ya de 23 años, acababa de casarse y vivía en Brasil. Así fue cómo el Tango, con su dolor, entró en mi vida. Pero disfruté mucho de esas vacaciones instalado en un hotel que manejaba un matrimonio francés, en Pocitos, frente a la rambla, poblada entonces no por altos edificios sino por casonas familiares muy lindas. El Hotel se llamaba Normandie y allí me enamoré simultáneamente de dos pasajeras de mi edad, una uruguaya y otra francesa. A pocas cuadras estaban construyendo recién un edificio muy alto, que sería el Hotel Rambla. Pero para seguir contando con precisión toda la historia de mi relación con mi tan querido Uruguay, necesitaría escribir no una carta sino una novela que, como todas las mías, pertenecería a ese género llamado self fiction, abarcando todos los hechos y vivencias políticas, humanas, sociales y culturales que tuvieron por escenario, fundamentalmente 54


Montevideo, Colonia, Salto, más toda la costa hasta el límite con Brasil. Pero transformando o configurando parte de esa rica realidad como ficción. A través de los contactos y amistad con escritores, pintores, artistas, intelectuales y muchachas poetas del día y de la noche. Recordando lugares entrañables y personajes muy diversos como el vigía Simonetti, que estaba a cargo del faro de Punta Carreta y que era quien me avisaba por teléfono, con mucha anticipación, la hora a la que el barco que ya se veía sobre el horizonte del río-mar, atracaría en el puerto, para que yo pudiera ir al Consulado a recibir al capitán y sellarle el libro y los papeles que debería tener en regla, como lo establecía el reglamento consular en aquellos tiempos, para poder continuar su viaje a Buenos Aires. Y eso podía tener lugar a medianoche o a las dos o tres de la mañana, lo cual me permitía bolichear en el Barrilito o en el Cubilete sin culpa, porque la noche montevideana, al comenzar la década de los años sesenta, era muy movida y acogedora. Y también tenían presencia diaria el famoso Carlos Quijano con la Revista Marcha, el novelista Martínez Moreno, la que sigue siendo hoy la mejor entrevistadora de nuestro Continente, María Esther Giglio. Páez Vilaró todavía sin Casapueblo, los abogados Elías Bluth y Darío Queijeiro, los Beherens, los Larreta. El teatro Solís, los restaurantes Mario y Alberto, El Águila y el Morini abierto hasta la madrugada con sus veteranos mozos y sus largos delantales. Y para que no faltara nadie, estaba mi colega consular Vinicius de Moraes en vísperas de renunciar a ese terrible aburrimiento que era para él Itamaraty, mientras comenzaba a inventar la Bossa Nova. Mientras en la 18 de Julio se erguía el Palacio Salvo para que no olvidáramos a nuestro Barolo, más la recova en la Plaza Independencia con la antigua Puerta de la ciudad, el general Artigas recibiendo a las escuelas y las ofrendas florales, y la anterior casa de Gobierno que parecía una simpática maqueta, enfrentando los ladrillos rojos del Victoria Plaza, para seguir luego con el Sorocabana, el Jockey Club y la Facultad de Derecho. Algún domingo Maroñas o el Estadio. La querida Ciudad Vieja, el Parque Rodó, Villa Biarritz… La antigua embajada en la Avenida Agraciada, y el Consulado en Río Branco, el Club de la Guardia Nueva dirigido por un estudiante de arquitectura llamado Horacio Ferrer, y mis queridos y generosos vecinos, que siempre estaban “a la orden” en el edificio Calypso, recién construido por ellos, en la Rambla Wilson 237, al lado de donde ahora está el hotel Cala di Volpe, justo en la esquina de la Rambla 55


y Parva Domus. Y por supuesto, podría seguir con esta enumeración nostálgica… muchas horas más. Pero en definitiva, y en síntesis, bastará decirte por hoy que, para mí: ¡como el Uruguay, no hay! Con mi total agradecimiento y un fuerte abrazo rioplatense, ALBINO

CARTA A UN JOVEN QUE ME CONSULTA SOBRE SU EVENTUAL INGRESO A LA CARRERA DIPLOMÁTICA Querido amigo: Ya tu padre, sabiendo que tenía muy pocos meses de vida, me anticipó que me consultarías oportunamente sobre tu idea de ingresar al Servicio Exterior, y le aseguré que por supuesto estaría a tu disposición. Lamentablemente, no es el género epistolar el mejor medio para tratar un tema vocacional; sería mucho mejor tener al menos un par de charlas personales sobre esto, porque en ellas tendrías la posibilidad de preguntar y repreguntar. De todos modos, quedará abierta la posibilidad de que vuelvas a escribirme las veces que haga falta –sobre todo utilizando la vía menos formal pero mucho más funcional que es el e-mail– y que eventualmente podamos vernos en algún momento, dependiendo ello de mis viajes o tal vez de los tuyos, sobre todo si es que decidís a hacer tu master o doctorado en los Estados Unidos, lo cual me parece realmente muy conveniente, ya sea en Boston o en Washington, dependiendo de la especialidad que finalmente elijas. Por lo menos liquidaste una muy importante primera etapa al terminar tu licenciatura. Y como ni siquiera has cumplido todavía 22 años, sos lo suficientemente joven como para pasarte un par de años en el exterior, no sólo por razones académicas sino también porque ello te permitirá la insoslayable experiencia de lo que es vivir fuera del país, lejos de todo lo que ha sido hasta hoy, lo tuyo: familia, amigos, amigas, ámbitos de estudio y diversión, clubes, costumbres y modos de vida. El haber hecho una licenciatura en Relaciones Internacionales pareciera en principio determinante en cuanto a tu inicial interés, al menos temático, con lo que pudiera ser tu eventual carrera diplomática que, como te imaginarás, im56


plica mucho más que una teoría sobre las relaciones internacionales. Pero además, me gustaría saber si tu interés por ella ha sido directo o si proviene de haber desechado otras posibilidades, como la de continuar con un trabajo exclusivamente académico, claro está, no muy fácil en nuestro país, o la de ingresar a algún organismo internacional o a alguna de las grandes empresas multinacionales que pudieran requerir funcionarios formados en tu especialidad. Porque la profesión de diplomático no es de las que convenga elegir por descarte de otras. En general, nunca es bueno elegir lo que va ser la profesión de toda una vida por mero descarte, pero cuando la vocación no es clara, no queda otro remedio. Al menos supe por tu padre que no elegiste Relaciones Internacionales después de desechar abogacía, economía o ciencias políticas, etc. De entrada nomás quisiste hacer una carrera como la que finalmente elegiste y terminaste. Eso da alguna seguridad en cuanto a la orientación de tus intereses. Te digo esto porque, salvo el caso de los hijos de diplomáticos, resulta bastante difícil tener una idea cabal de lo que significa el Servicio Exterior, sus estupendas posibilidades, sus grandes inconvenientes, y todo lo que hace a su realidad práctica, porque si bien su ejercicio requiere mucha reflexión y buena teoría, todo ello sin praxis constituye un saber estéril, así como hay que reconocer que la mera praxis –sin teoría– puede llevarnos a un ejercicio errático. Te digo esto porque acerca del Servicio Exterior hay mucho mito, fantasías y juicios carentes de toda validez, generalmente por estar fundados en una atención puesta exclusivamente en su exterioridad, en las apariencias, en lo formal, en lo que podría ser la vidriera de las embajadas. La otra fuente de equívocos está determinada por la falta de percepción de la permanente tensión existente en su ejercicio, por la doble dimensión entre el mundo internacional donde hay que actuar, y las posibilidades que otorgan para dicha tarea, la realidad política, económica, social y cultural del propio país, más la voluntad circunstancial del propio Gobierno. Un diplomático, más allá de su necesaria pasión nacional, de sus ideales y sentimientos, tiene que estar sometido constantemente a una percepción realista de su país y del mundo. Y cuando, en algún caso, dicha ecuación no admite ser despejada, lo único que puede salvarlo es el humor, la templanza y la paciencia, porque cualquier autismo o voluntarismo lo conduciría a un total fracaso, más allá de un seguro e inútil enfrentamiento con su Cancillería. 57


Es muy difícil percibir dicha tensión personal y política desde afuera del propio Servicio Exterior; ni siquiera se sospecha que pudiera existir. Desde la calle existe la generalizada creencia de que la vida diplomática es una suerte de turismo de lujo, cuya actividad se cierra cada día con un cocktail o una cena. Ya si fuera así, sería bastante pesada y aburrida. Lo que ocurre es que no se advierte la diferencia que existe entre asistir a cierto tipo de actos o recepciones como mera persona individual, sin otro interés que el pasatiempo de lo social, o el hacerlo profesionalmente para encontrar a cierta gente y dar o recibir información, o intercambiar puntos de vista sobre el análisis de una determinada situación nacional o internacional. Por otra parte, conviene que sepas que –“mutatis mutandis” (espero que tus años de latín te eviten diccionario)–, más allá de todas sus diferencias, hay muchos elementos comunes entre la actividad diplomática y la periodística, además de requerir ambas el permanente análisis de realidades y situaciones, y del dar y recibir información. Por supuesto, el periodista goza de mayor libertad de preguntas y respuestas, está menos acotado en sus movimientos, es en general más libre que el diplomático y está mucho menos atado a formalidades, pero tampoco puede en general despojarse de su mirada profesional y evadirse por ende de una cuasi compulsiva necesidad de información y análisis. Así las cosas, al igual que un diplomático, el periodista no viaja “turísticamente” ni participa de ciertos actos o recepciones o comidas de una manera, digamos, “ingenua” o puramente social. Los diplomáticos y los periodistas, salvo en familia o con amigos, están siempre trabajando: han elegido, pues, sendos “full time jobs”. Por eso, tanto la diplomacia como el periodismo son profesiones que requieren mucha pasión. Y una buena relación entre quienes ejercen una y otra suele rendir excelentes frutos, personales y profesionales. Además, agregale a la diplomacia la particular y dura característica de ser una actividad que empieza por obligar a quien la ejerce a vivir más de la mitad de sus años profesionales fuera de sus raíces, con lo que se afecta enormemente toda su vida familiar, en lo personal, en lo social y en lo cultural. Vinculado a esto último, debo señalarte que a pesar de tu juventud y razonable soltería, es inevitable pensar que algún día te cases y quien sea tu mujer pasará a compartir esa vida de estar cuatro o cinco años fuera del país y dos o más en el país. ¿Será argentina o extranjera? ¿Le costará o no 58


dejar a su familia? ¿Y si es profesional, que hará con su labor? La mujer puede ser una gran compañera para un diplomático, incluso importantísima para el ejercicio de su profesión, pero puede también –más allá de una excelente relación de pareja– constituir un problema por razones de no tener capacidad de adaptación. Y si bien es prematuro hablarle de hijos a un joven todavía soltero y que no cumplió 22 años, algún día vienen, y tenerlos, muchos o pocos, también influye en la vida diplomática, así como esa vida influye en ellos. Es innecesario decirte a vos que París, Londres, Nueva York, Roma y Madrid no agotan los destinos posibles. Hay decenas y decenas entre embajadas y consulados. Y tenés que estar dispuesto a cumplir lo tuyo en cualquier destino. Pero me reservo para hablarte de ello –in extenso– alguna oportunidad de encuentro personal, porque sería demasiado prematuro tocar el tema ahora. Lo que sí puedo anticiparte es que los destinos en países limítrofes son, desde el punto de vista de la práctica y “existencia” profesional en el propio lugar, los más importantes y gratificantes. Esto referido, claro está, a la diplomacia bilateral, y no a la multilateral. Por supuesto, hay también muchísimo trabajo que cumplir en tantas otras embajadas en el resto del mundo, pero te insisto en la capital importancia de los destinos en países limítrofes. Como también quiero señalarte la importancia enorme que, desde el punto de vista profesional y humano, tiene la labor consular. A veces, trabajando en una gran embajada, un joven secretario puede volver a su casa por las noches con la sensación de no poder registrar la utilidad –al menos inmediata– de su labor. Incluso puede pasarle eso a un embajador, porque el país donde está acreditado es importante en sí mismo, pero la relación bilateral con dicho país no está –en ese tiempo– entre los diez o quince temas más vitales para la Cancillería, y entonces sus cables no son atendidos con la premura o el interés correlativos a su forma de considerarlos o valorarlos. Al respecto, quiero contarte que hace ya muchos años, siendo tercer secretario y, como tal, uno de los cónsules adjuntos en el Consulado General en Montevideo, a cargo de la Sección Argentinos, todos los días volvía a mi casa con la enorme satisfacción de haber podido atender y resolver muchísimos problemas personales o situaciones conflictivas de nuestros conciudadanos. Y con un feed back inmediato, seguro y muy gratificante, aunque en Buenos Aires la Cancillería no se enterase. 59


Por último, al menos en esta primera aproximación a la carrera diplomática, ya que quedo a la espera de tus preguntas e inquietudes, quiero pedirte algo muy importante y que hace al sustento real de todo lo antedicho: si eventualmente te decidís por ella, hacete el firme propósito para el día que egreses del Instituto del Servicio Exterior de la Nación, de juramentarte con tus compañeros de camada a defender no sólo los intereses nacionales, sino también a la institución y a la carrera mediante la exigencia del cumplimiento estricto de la ley del Servicio Exterior, y a actuar corporativamente para impedir que sea violada, desde dentro o desde fuera. De otro modo no habrá tal carrera diplomática ni un verdadero Servicio Exterior profesional y eficiente para representarnos en el exterior. Un abrazo, Emb. ALBINO GÓMEZ

CARTA DE BERNARDO EZEQUIEL KOREMBLIT En respuesta a una última carta mía desde Suecia pero ya trasladándome a Kenia, donde ésta me es dirigida Laguna Estigia porteña, enero 21 de 1990 Estimado Albino: Es posible y probable (no son sinónimos, pero en este turno pueden serlo) que usted sepa que en la vida hay una sola cosa más desagradable que no obtener lo que se desea: obtenerlo. Pero también es probable y posible que ese escéptico “cuán” desalentado concepto quede refutado luego de las palabras que yo diga en la presentación de su libro. Usted lo sabe: los libros del mundo responden al gran puente entre autor y presentador (el lector viene después y la crítica mucho más tarde aún, y la liquidación del editor nunca), y también sabe que de noche todos los libros son pardos, aunque a usted y a mí nadie nos hará pasar gato por libro. En consecuencia, como dicen los profesores y los académicos acaendémicos, puede contar con mi humilde y modesta pero autorizada persona para la presentación de su libro. 60


Como decía el fox trot emoliente, some of these days veré al cardenal nuestro común amigo (nada común) Manuel Pampín y le preguntaré por la fecha del acto: tiene que venir a mi audición de Radio Nacional para que hablemos de tante belle cose, y lo mismo hará usted cuando vuelva a este lar que lo espera con los brazos y los libros abiertos. Le advierto que estaré ausente entre los primeros días de marzo y el 14 (el 15 debo hablar en el gran homenaje a Tálice que cumple casi quatre-vingt-dix: no seré el grosero que diga noventa), pero como usted habla de fines de abril, todo está en orden. Cuídese (no porque anda suelta, como dice Discépolo en “Chorra”) de abril entre el 6 y el 26, más o menos, porque en ese lapso se hace la fiera Feria del Libro. Queda contestada su carta sueca y ya ve que yo no me hago el sueco con su invitación. Ahora, le pido que usted me conteste si recibió la presente, pues no dispongo de un Miguel Strogoff para mi uso personal y debo despacharla en el correo, y nuestro correo, como todo lo demás, anda más o menem. Como muy pronto se cree lo que mucho se desea, confío en que esta carta llegue a su sede de Nairobi. Entretanto, reciba mi afectuoso saludo, con la vieja amistad que no envejece.

EZEQUIEL Bernardo Ezequiel Koremblit Corrientes 2583, 4.º “9” (1046) Buenos Aires, Arg. Nota: el libro a cual se hace referencia es Primer patio, cuya presentación puede verse en este libro más adelante.

61


CARTA DE JUAN GELMAN Una de las cartas más generosas que recibí en mi vida. Fue en respuesta a una mía desde Estocolmo. París, 4-9-87 Querido Albino: Me alegró mucho tu carta y también tu desborde generoso, porque me prueba que seguís siendo el mismo que conocí en lejanas redacciones porteñas: tener –a nuestra edad– entusiasmos no es privilegio cualquiera. Por otro lado, me hizo reír mucho. Porque sos, efectivamente, un pretencioso, pero al revés de lo que me decís. Vos pretendés no ser poeta y estás equivocado. Pretendés que no tenés que escribir más y estás equivocado. Ahí mostrás más pretensiones que la percanta del tango. No te hagás ilusiones: sos poeta, y por añadidura, un buen poeta. Y nunca dejarás de escribir poesía. Como una vez me dijo el grande, sabio, José Coronel Urtecho: “¿Qué es un buen poeta? Uno que escribe un buen poema, aunque sea uno solo, ya es un buen poeta”. Yo sé lo que a vos te pasa con tus cosas: lo mismo que me pasa a mí con las mías. Hay tanta distancia entre lo que uno quiso decir y lo que consiguió decir que, pasada la calentura del libro y de la publicación, le viene a uno un sudor frío cada vez que relee sus propias cosas, un sudor más frío y jodido que el que le venía a Safo cuando veía a la mujer amada. Pero ese es el otro lado del mostrador, el nuestro, y también está el lado del lector, por el que deberás mostrar más respeto. Yo también soy tu lector y te ruego que me respetes y sigas escribiendo, intentando apresar la belleza. Seguramente recordarás lo que solía decir Dylan Thomas para explicar nuestro oficio, nuestros intentos persistentes y aún decepcionantes (para uno) de insistir con la poesía. Citaba esa espléndida frase de Chesterton: “Lo verdaderamente milagroso de los milagros es que, a veces, se producen”. Y Thomas seguía revolviendo su cuchara en el magma poético para lograr, a veces, el milagro. No hay otra explicación para esa persistencia. Yo creo que el verdadero valor consiste en perseguir el milagro aunque muchas veces no se produce y, cuando parece que asoma, se desvanece con más rapidez que sueldo de maestro. Vos decís que no tuviste valor para dejar de es62


cribir poesía hasta ahora y yo creo exactamente que, si dejaras de escribir poesía, mostrarías una falta de valor. Eso, a la señora (poesía) no le va a gustar nada. Y a tus amigos y lectores tampoco. Y hacéme un último favor: no te hagás el Feliciano, ché Albino. Te abraza fuerte y conmovido, JUAN GELMAN

CARTA DE LA ASOCIACIÓN DE REPORTEROS GRÁFICOS DE LA REPÚBLICA ARGENTINA Buenos Aires, 27 de julio de 1973 Al Sr. Encargado de Negocios de la República Argentina en CHILE Don ALBINO A. GÓMEZ S/D En nombre de la H.C.D. y de todos los Reporteros Gráficos de la República Argentina que se desempeñan en los medios nacionales y en las representaciones extranjeras que actúan en nuestro país, le hacemos llegar, mediante la presente, nuestro más sincero agradecimiento por la colaboración dispensada en el caso de nuestro consocio, colega y amigo LEONARDO HENRICHSEN, fallecido trágicamente el 29 de junio del corriente año en la República de Chile mientras cumplía con sus tareas profesionales. Queremos dejar expresa constancia de que este agradecimiento no es mero y formal, ya que responde a un verdadero deseo de expresarle a viva voz ante quien, evitando toda estimación burocrática y aplicando una reflexión netamente humana, resolvió el envío de los restos mortales de nuestro colega de regreso a su patria. La ejecutividad puesta de manifiesto, personalizada en el Sr. Cónsul General Dn. HÉCTOR CARLOS SAINZ BALLESTEROS, como así también por todos los integrantes de la Embajada a su cargo, nos hace realmente deudores de una eterna gratitud. 63


Hacemos propicia la oportunidad para dejar expreso nuestro reconocimiento al Sr. Encargado de Negocios, por sus palabras de condolencia y su deferencia en la atención de nuestro enviado especial en ejercicio de la Presidencia de ARGRA, Sr. Naum Velyanovsky. NAUM VELYANOVSKY Secretario ENRIQUE LUIS Presidente

CARTA DE MARCO DENEVI Buenos Aires, 12 de febrero de 1996 Mi estimado Albino Gómez: Ya curado de una conjuntivitis virósica y tenaz, que me convirtió en analfabeto durante quince días, leí despacio su Diario de un Joven Católico, y a ratos y en más de un rato, allí donde hechos y personajes reales acuden a la novela-crónica-memorias, me colé como un personaje más. Las nuevas generaciones, si quieren (cosa que dudo) conocer la historia argentina de los últimos cincuenta años, en lugar de leer arduas construcciones de los historiadores harán bien en leer esta novela. Soy de los que creen que la historia descubre sus verdades mucho mejor en la singularidad de los individuos y en la intimidad de sus actos que en esa especie de vuelo de águila (o de tero) a que están forzados los historiadores. Después de lo que dice Horacio Salas en la contratapa, ya no hay más que agregar. Gracias por el regalo, y un cordial saludo. MARCO DENEVI

64


CARTAS DE ERNESTO SÁBATO 4 de junio de 1967 Querido Albino: ojalá todos los papanatas que pueblan nuestras embajadas (con honrosas excepciones) se tomaran el trabajo patriótico que vos te tomás al defender nuestra cultura nacional, y tuvieran el talento que vos tenés para hacerlo. En cuanto a esa mezcla de arrogancia y estupidez de la señorita del Times, ¿qué te puedo decir? Habría que ponerse a llorar. En El Escritor y sus Fantasmas refuto esa tesis con toda la artillería, creo. Y ahora, creo, en el Congreso de Escritores en Caracas, hablaré sobre el tema, exactamente. Crees que sería posible escribir algo allí mismo, en el propio Times? ¡Cuánta más comprensión hay en Europa respecto a nuestra literatura! Lamento no poder enviarte in extenso las críticas que están saliendo a Héroes en Alemania y Francia (páginas enteras, en algunos casos, como el Welt de Hamburgo o varias columnas, como en Le Monde). Estos extractos te darán una idea de las primeras reseñas. Ahora han llegado muchas de otras que no hemos tenido tiempo con Matilde de extractar…

21 de febrero de 1973 Querido Albino: Cuando te encontré en Ezeiza se iba Marito para Roma, donde está terminando su film inspirado un poco en la vida de Gatica (con fondo de peronismo). Es producido por la Televisión Italiana y constituye un paso enorme para él, pues el film de ese modo tiene asegurada una distribución europea. Lo que me decís de Neruda* ya lo sabía y me tiene muy apenado, porque a pesar de habernos visto una sola vez en la vida, en New York, y por unos minutos, últimamente me he sentido muy obligado hacia él por las declaraciones que hizo en la Universidad de Columbia, que te adjunto. Cuánto más valiosas por no haber sido amigo suyo. Es un formidable poeta, por más que los exquisitos protesten. Lo de Concha** (qué nombre!), era porque quería mandarle al Mercurio un capítulo de mi inminente novela***, siempre, claro, que me paguen. Porque estos grandes diarios 65


que ganan inmensas cantidades de dinero sostienen que los escritores no lo necesitan. Preguntale a Concha si interesa. Para vos y para él agrego que esta novela producirá una oleada tremenda, entre otras cosas porque yo mismo figuro como personaje y porque es una tentativa muy audaz desde el punto de vista no sólo formal sino de contenido. Un cuestionamiento a la vez metafísico y ontológico de la novela, no técnico como es de norma. Será mi última novela. Y cuando la léas comprenderás por qué. A raíz de esas novedades es que decidí publicar simultáneamente en varios diarios del continente los tres primeros capítulos, no fuera que alguno se avive y yo terminase finalmente como plagiario de un plagiario. Ya salieron en El Tiempo y en El Nacional, además de La Gaceta. Pero para un diario eso no tiene importancia, porque cada uno tiene circulación sólo en su país. Lo que pasa en la Argentina? Dios mío… Un abrazo muy fuerte de Ernesto Nota: todas las cartas de Sábato estaban escritas en una Olivetti Lettera 22 y usaba la cinta de color rojo. *Yo le decía desde Chile que Neruda tenía cáncer. ** Concha era el apellido de un excelente crítico literario que escribía en El Mercurio. *** La novela aludida era Abadón el Exterminador, que no fue lo mejor que escribiera Ernesto. Tanto El Túnel como Sobre héroes y tumbas fueron superiores.

COMENTARIO A UN LIBRO DE MARCELO SÁNCHEZ SORONDO Conocí a Marcelo Sánchez Sorondo a fines de la década del 40, cuando seguía sus estupendas clases de Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho. Eran meditaciones sobre el Estado, verdaderas clases de filosofía política. Años más tarde me honró con su amistad. El 18 de mayo de 1971 publiqué en Primera Plana un comentario a su libro Libertadas Prestadas (Ed. Peña Lillo, 305 páginas): 66


“A 26 años de la publicación de La Revolución que anunciamos, una editorial nacional vuelve a recopilar artículos periodísticos de Marcelo Sánchez Sorondo, y las crónicas de este lúcido ensayista se convierten en orgánico libro de meditación acerca del estado político de la Argentina, desde la Revolución Libertadora hasta las vísperas del Gobierno de Frondizi. Después de su lectura puede saberse, al fin, que no todo periodista escribe para el olvido, y que algunos, como Marcelo Sánchez Sorondo, escriben para el tiempo (su tiempo) y la memoria (la de los argentinos). Desde los años juveniles renunció a toda posición fácil y convirtió su vida en una ética al servicio del país. Y esto hay que reconocerlo, se esté o no de acuerdo con él respecto de ideas y creencias o teorías y acción. Porque este riguroso intelectual, que pudo ser abogado, profesor, político o escritor del establishment, rechazó conscientemente transitar el camino que lo hubiera conducido de la mano a un seguro y brillante porvenir de halagos y reconocimientos, para emprender la marcha dura y solitaria por el escarpado y riesgoso sendero de la revolución nacional, tantas veces frustrada o postergada. La sencillez con que Sánchez Sorondo dice las cosas más importantes no puede ocultar, sin embargo, su formación clásica, que se patentiza en una elegancia estilística sin grito ni alarde, y en una sólida cultura político-filosófica que enriquece e ilumina permanentemente su pensamiento. De su calidad humana informa esta nota fuera de texto: ‘Conocí personalmente al general Pedro Eugenio Aramburu bastante después de haber cesado el gobierno de la Revolución Libertadora. Y cuando, desde ahora poco, frecuenté su trato, me impresionó el hálito generoso que lo llenaba de un sentimiento parecido a la nostalgia al considerar cuánto podría haber hecho el Aramburu de 1970 en 1956 (…). Su trágica muerte troncha la integración histórica del personaje, según otras perspectivas, y le devuelve a su imagen anterior, la cual conscientemente había ya superado en vida’. El padre Leonardo Castellani, doctor en cosas sagradas y profanas, puro y argentino siempre, llamó a Marcelo Sánchez Sorondo ‘hijo de tigre’, y seguramente tenía razón.”

67


COMENTARIO SOBRE CARTAS DE AMOR Y DESAMOR EN LOS AÑOS DE SALVADOR ALLENDE (Lumiere, 2008) Por Alfredo Torchelli en El arca digital Albino Gómez es el paradigma de una categoría de porteño no demasiado publicitada. El porteño culto. Esta distinción no corrige ni acepta in totum las otras muy difundidas y desacreditadas en los países del mundo y en las vastas llanuras, montañas y bosques de la patria, llamadas “el interior”. No modifica a las otras categorías, sino las adopta morigerándolas, alisándolas, adaptándolas a las normas de convivencia. El porteño culto es un hombre elegante, sosegado, mesurado, inteligente, gentil, de medida elocuencia y justa simpatía, galante, poseedor de un inveterado sentido del humor levemente british, amante de bellezas femeninas, artísticas, etílicas y una innegable aunque cauta inclinación por las ideas libertarias. Es “anche” culto, sin exagerar. Así es Albino Gómez y así es su novela. Se trata de una crónica novelada de su paso por la diplomacia en Santiago de Chile en el 72 y 73, lo cual le permitió ser testigo de los últimos días del gobierno de Salvador Allende y de las últimas horas del Presidente suicidado. Todo está contado con su estilo que abjura de las extremas búsquedas de originalidad y de las concesiones al favor del público lector, inclinación no fácil de aludir. Albino no experimenta ni provoca. Simplemente cuenta. Y cuenta una historia. Simple pero llena de circunstancias pintorescas y graciosas algunas y altamente dramáticas las otras. Escribe en primera persona con la alternancia de cartas de una amante, quien desborda en pulsiones amatorias, quejas y lamentos exagerados y reclamos impropios, al fin una carga. Claro que también hay amores calmantes y placenteros con escenarios de comidas espléndidas, copas heladas y camas tibias. Albino Gómez fue diplomático en Nueva York, Washington, Ciudad del Cabo, Montevideo y embajador en Suecia, Kenia y Egipto. Fue periodista, corresponsal en EE.UU., columnista y escribió numerosos ensayos y novelas, sobre temas de actualidad y memorias de sus vastas y fructíferas experiencias.

68


COMENTARIO SOBRE DESPOJOS Y SEMILLAS (Belgrano, Buenos Aires, 1997) Por el Embajador, crítico, ensayista y librero D. Francisco R. Bello, que ya tampoco, y lamentablemente, está entre nosotros El Editor llama a Despojos y Semillas el quinto libro fragmentario del autor, aludiendo a una literatura algo periodística, como los aforismos, los refranes, las greguerías “que recorrieron, entre otros, dice él: Nietzsche, Lichtenberg, Kafka, Wittgenstein, Ciorán, Gómez de la Serna, Porchia…”. Pudo agregar que nada es más profundo que la superficie de los pensamientos, porque estas susperficies que nos muestra Albino Gómez sugieren la solidez del ice-berg, tal vez como su misma personalidad, que juega a la digresión periodística o diplomática o política o erótica, pero que revelan una honda preocupación humanista. Claro que los que hayan leído los libros anteriores del autor, como Albinísimas o Vení, jugá conmigo, considerarán que su vena preferida es la erótica, en el amplio sentido de la palabra, aquella de que habló el Papa Juan Pablo II: “La plenitud del Eros implica el impulso espontáneo del espíritu humano hacia lo que es verdadero, bueno y bello, por lo cual, también lo que es erótico se torna verdadero, bello y bueno”. No es el erotismo freudiano o lacaniano sino el del catecismo holandés: “fuerza maravillosa y creadora”. El título del libro de Albino Gómez tiene, pues, un significado. Recoge vestigios, los despojos que sobreviven al pasado y siembra para el futuro. Es, ciertamente, la misión del escritor. No la del simple devaneo de escucharse a sí mismo, sino la de afirmar sus pies sobre la tierra para no dar un salto al vacío. Hay, en un cuento de Gogol, un personaje que encuentra mujeres por todas partes, ocultas en su sombrero, en sus bolsillos, en su pañuelo, hasta en su oreja… No sucede así con Albino Gómez: él sabe dónde están y las encuentra. Pero vamos a escucharlo en algunos de sus despojos y en algunas de sus semillas. Mientras vive, dice, el hombre es lo que él recuerda y olvida. Cuando muere, es lo que de él se recuerda y olvida. Y ahora se toma su desquite: “puede ser gravoso un amor no correspondido, pero muchas veces lo es más un amor correspondido”. Ya no es tanta la distancia. Piensa, luego, en América del Sur y reproduce este párrafo de Bolívar, grandilocuente como lo fue el libertador 69


americano de estilo napoleónico: “No hay buena fe en América, ni entre los hombres ni entre las naciones. Los tratados son papeles, las constituciones libros, las elecciones combates, la libertad anarquía y la vida tormento. Los que han servido la revolución han sembrado en el mar. Estos países caerán infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada…”. Sabe Albino Gómez que “la felicidad de los Estados Unidos es la institución más onerosa que pesa sobre el mundo” y lo dice con palabras de Roque Sáenz Peña. Nos cuenta que un amigo suyo fue a vivir al Canadá porque le habían dicho que allí tenían un gobierno británico, tecnología norteamericana y cultura francesa, pero que su desilusión fue grande porque encontró un gobierno francés, una tecnología británica y una cultura norteamericana… Cree que el suicida limpia su historia para siempre –ahora sabemos que no es así, gracias al periodismo de escándalo y la televisión– y se pregunta ingenuamente: “¿Toda la basura de la ciudad va a parar a la TV?”. En otros de sus “despojos”, con particular gracejo, dice que “para ser mujer en España hay que ser muy hombre”, y como arrepintiéndose, a renglón seguido recuerda que Milan Kundera afirma: “que la unión de un estímulo frívolo y un tema grave revela la terrible insignificancia de nuestros dramas, tanto de los que ocurren en la cama como en el gran o pequeño escenario de la historia”. Como diplomático, como periodista, como poeta, Albino Gómez ha recorrido el mundo, no al estilo del turista, sino al estilo de Kerouac, “investigador de almas y ciudades” y nos cuenta indirectamente lo que ha visto con esa triple visión de su múltiple personalidad. El estilo es el hombre. Como en un espejo, nuestro autor se refleja fielmente en Despojos y Semillas.

COMENTARIO SOBRE LOS GRANDES Por Juan Carlos Torchia Estrada en la Revista América de la O. E. A. en la cual colaboré varias veces mientras vivía en Washington DC El título de Los Grandes, primera novela de Albino Gómez (nacionalidad: argentino; ocupación: diplomático; vocación: escritor) no alude a los preeminentes o superiores. 70


Sin prejuzgar sobre cuánto se use o no en otros países, “los grandes” es una expresión muy argentina para designar a los mayores. Y no es extraño que sean los niños quienes la usen con más intensidad, porque para ellos, indefensos en un mundo cuyos mecanismos no dirigen ni comprenden, “los grandes” constituyen esa esfera superior y circundante que les origina una confusa mezcla de sentimientos: respeto, sujeción, inferioridad, temor, admiración, amor, desafecto, incomprensión, refugio. Los Grandes es, pues, la historia de un niño en un mundo de grandes. Tema tan difícil como aparentemente –sólo aparentemente– simple. Este tema da a la novela una estructura bipolar –la dualidad niño-mundo–, y de cómo se interprete esa dualidad puede depender la apreciación de la obra. En torno al niño danzan hechos, actitudes, vidas, comportamientos, acontecimientos sociales, sucesos familiares. La misma secuencia no lineal de la narrativa contribuye a dar la impresión de algo que gira –no necesariamente en forma ordenada– en torno al niño, aumentando su perplejidad y la complejidad de sus vivencias. El mundo va tomando forma, para él, a través de su familia y el contacto de ésta con el exterior: una tía que llegó a maestra normal y se empeña en aferrarse a los símbolos de la clase media; otra que divide su tiempo entre su trabajo de costurera y “El Hogar de la Empleada”; diálogos con su madre que dejan sus preguntas abiertas y en blanco; altibajos del humor de su padre según gane o pierda en las carreras; cosas que oye decir a muchachos mayores; complicados vaivenes de relaciones sociales; espontáneo descubrimiento del sexo; muertes familiares. En una imagen dramática, el niño no estaría situado en el centro de la escena, ocupada en cambio por los grandes; aunque personaje protagónico, aparecería desplazado hacia un costado del escenario, con escasa pero adecuada luz para que se destacaran sus ojos, muy abiertos, ávidos, sorprendidos, a medias sabiendo, a medias ignorando, pero sobre todo descubriendo, descifrando el mundo. El mundo, es decir, “los grandes”. Y al volcarnos ahora hacia el otro perfil de la novela, debe decirse que los grandes –¿en profusión quizá excesiva?– no son entes irreales o habitantes de una tierra de nadie; se identifican totalmente con un aquí y un ahora, o mejor dicho, con un allí y un entonces: Buenos Aires entre 1930 y 1942. Una familia de clase media baja que a medida que se desenvuelve la trama va siendo cada vez más baja y menos media. Y así 71


se filtra, entre impresiones infantiles, un definido contexto histórico-social: costumbres, personajes, imágenes locales, prejuicios, modos de hablar y de pensar –la ciudad y sus engendros–, todo lo cual quizá sea para muchos lectores reminiscente de cosas vistas u oídas, de alguna manera familiares. Un bien aprovechado recurso de comunicación del autor con los lectores de su mundo. A nuestro juicio sería un error juzgar la novela acentuando unilateralmente cualquiera de los polos de la dualidad señalada, porque desde tales premisas se la encasillaría, bien entre las novelas “psicológicas”, o bien entre las de predominante “testimonio social”, y Los Grandes no es lo bastante ni lo uno ni lo otro, por ser algo diferente. Nosotros optamos por buscar la clave de Los Grandes en una imagen integrada, más llana sin ser menos profunda, en todo caso sin exclusivismos: quiere mostrarnos un mundo que se nos aparece como lo que se refleja en la retina espiritual de un niño (universo concreto pero no sistemáticamente expuesto, por lo tanto), y un niño que es lo que le deja ser ese mundo. Quizá esto último se comprende mejor al final, cuando el lector comparte con Eduardito Álvarez el pánico de vivir, sentado en un banco de la Plaza San Martín, signada su existencia por un drama del que no es responsable; es decir, cuando el lector reitera la vivencia de cuánto eso que llamamos tan privativamente nuestro ser puede ser determinado por los otros, esos otros que parecen tan separados y distintos, y que aparentemente sólo se comunican con nosotros desde el exterior de su piel. Fatalidad que nos niega la total paternidad de nuestro destino. Puede que nuestra opción crítica no sea más válida que otras (tal vez “crítica” es sinónimo de “perspectiva”); pero si algo tuviera de verosímil –y quizá más allá de ella–, una conclusión se impondría: Albino Gómez ha salido al encuentro –a la recuperación, más bien– de un trozo de realidad humana auténtica. Y al transmutarla en creación literaria la ha modelado cariñosamente, casi con un dejo de nostalgia, como se modela un recuerdo en un domingo gris al caer de la tarde.

72


COMENTARIO SOBRE LOS GRANDES De Lisandro Gayoso en Comentario (marzo-abril 1970) Los diferentes planos de la existencia siempre han marcado instancias que forman niveles disímiles, principalmente en cuanto a interpretación psicológica. Esos escalones, comprimiendo la interpretación, se aprecian más nítidamente ubicándolos a cada lado de una línea divisoria que pudiera trazarse. De ambos sectores hay intenciones de acercamiento y de comprensión, pero como resultado emerge una realidad que separa y una ficción que acerca. Como inferencia, en la soledad del raciocinio, nace la desilusión. Esos dos mundos de problemático hundimiento son: el de los grandes (las personas mayores) y el de los niños. En la vida cotidiana y común, la problemática de los menores no es encarada, menos solucionada, con la entereza y veracidad que ella requiere. En la totalidad de las difíciles situaciones que aprieta el mundo voluble y martirizante de esos seres acuciados por ideas urticantes, los grandes eluden internarse en una profunda interpretación que desemboque en la verdad. Es un poco el miedo a encontrarse a sí mismo, o con una concreción que espantaría. Algo así como apreciar el rostro reflejado en un espejo. Este déficit, como respondiendo a algo necesariamente vital, ha sido compensado por la literatura, que en la mayoría de las veces ha tenido la justa valentía para mostrar los sufrimientos y la profundidad de un mecanismo-mundo que es más complicado de lo que suponen los adultos. Albino Gómez, en su novela Los Grandes (Editorial Kraft), que en términos de traducción querría decir “ese mundo de las personas mayores”, seducido por el tema en igual ubicación que otros autores que lo han tocado, cala sin miedo ni prejuicios en el alma de un niño que va pasando por las distintas y complejas circunstancias de los adultos, comprendiendo a veces, y en ocasiones lleno de una confusión que no puede resolver, en cuyos casos opta por entregarse abatidamente al camino más fácil, o sea el del rincón oscuro del menor esfuerzo, actitudes estas que los hombres también tienen con la misma frecuencia, y que si en el niño son admisibles, en los otros no queda menos que censurar. La anécdota no es original, y la acción está ubicada en la década del treinta, en un ámbito que con reiteración ha sido tratado, pero sí es ponderable la manera como Gómez ha en73


carado el asunto. Quizá debiéramos mutar ese ponderable por una calificación de mayor mérito, porque es acreedor a ello este libro, producto de una labor minuciosa, simple en la ejecución, más de cavada percepción psicológica. No es dócil a la voluntad reflejar el subconsciente del niño, concretar en realidad una abstracción tan absoluta y absorbente, y todavía corriéndose el riesgo de caer en “cursilismo” de chatura tal que promueve en el lector la sonrisa despectiva que hiere más que el detrimento sin obscuridades. Gómez, lentamente, con la paciencia del conocedor y de quien va recordando tal vez su propia infancia, consigue un cuadro, un fresco, mejor diríamos, pero no de la liviana descripción porteña, anecdótica y pintoresca. Tampoco es que pinte un ambiente con matices externos peculiares, ni que salga con colores distintos a otros cuadros similares, ni que haya elegido características desconocidas, nuevos amaneceres o futuros ocasos, nada de eso. En estos aspectos, ya lo dijimos, hay precedentes. Pero lo importante, y de valor, es la certeza, la seguridad, el colorido con que Gómez va diseñando el mundo anímico del niño protagonista principal. Las personas mayores creen que los niños viven en una envoltura psíquica muy elemental, que no padecen la agonía del descubrimiento o la tortura de la necesidad. Piensan que el niño es un objeto que debe ubicarse donde se le ordena o dispone. Y esa tan favorita expresión de “ya tendrá tiempo para sufrir” da una idea muy acabada de la equivocación que se tiene de ellos. “Las dificultades con las que tiene que batallar el niño en el proceso evolutivo de su alma y que tienen por consecuencia de un modo casi regular el que su entendimiento de comunidad solo pueda desarrollar muy precariamente, podemos dividirlas en aquellas que provienen de la deficiencia cultural y que se exteriorizan en la situación económica de la familia y del niño, y en aquellas que se derivan de defectos de los órganos corporales”, dice Adler en “Conocimiento del Hombre”. El niño, a la edad en que es casi un adolescente, cada día va descubriendo una textura diferente a la anterior, con problemas de toda índole, y que muchas veces, la mayoría, no coinciden con su entendimiento, pues mientras los mayores tienden a la complejidad, el niño simplifica en su razonamiento, no bifurca el camino ni lo hace tortuoso, va directamente a su objetivo. Además, con más anterioridad de lo que se supone, va descubriendo su mundo sexual, menos pecaminoso de lo que generalmen74


te se interpreta, pero con más sensualidad satisfecha de lo que se estima. Esa es la tremenda (porque en verdad lo es) problemática que plantea Gómez en su novela Los Grandes, con un saber del alma del protagonista que, subsidiariamente, se hace genérica y va mostrando un ámbito conmovedor por imperio de la sencillez de la prosa y del tema, cuya transformación poética es evidente en los instantes que el proceso lo requiere. Es una novela para ser leída con el ánimo predispuesto a gozar de los recuerdos de una niñez plena, más también con sinceridad, con ese admitir que cuando fuimos pequeños hubo en nosotros sentimientos encontrados, motivaciones que en la madurez comprendemos que no eran tan inocentes como entonces creíamos. “A medida que avanzo en este relato comprendo mejor el sentido de aquellos años y me parece claro que la ignorancia de la vida sexual en que me hallaba producía un efecto extraño”, nos dice Julien Green en Tierra lejana. Por eso, en los aspectos generales, la mejor condensación de Los grandes, sea este párrafo de ella: “Pensó en ese chico que andaría perdido en la ciudad huyendo del miedo y de los grandes, y se sintió unido a él por una extraña solidaridad”.

COMENTARIO SOBRE MI LIBRO SON COSAS QUE PASAN (Botella al Mar, 1987) Por David Martínez Variados en sus temas, los poemas de este libro muestran a Albino Gómez como a un atento receptor y transmisor de un pasado no muy lejano (“Nunca más”, “Inquisidores y represores”) y de una consecuente memoración de la ciudad y de su barrio natal manifestada a través de diversos poemas: “Ventana Buenos Aires/ piso 13/ Mis libros mis papeles/ toda la costa/ San Isidro muy lejos/ en la punta/ hasta el puerto/ Buenos Aires”. Pero es en el amor propiamente dicho y en la amistad de seres donde se afirma a variedad de su expresión poética. Una expresividad natural, conversacional, aquerenciada siempre en el voseo porteño, como en “Cortesías conjugacionales” y, también, el tono casi de epigrama: “A Grecia llegué/ dos mil años/después de lo debido/ Y a Sudáfrica/ 75


dos mil años antes/de lo oportuno”. Acaso aquí habla el diplomático y el periodista de dilatado quehacer a lo largo de su vida. Oportunas, para el lector, las palabras de presentación de Horacio Salas, que fijan “la fidelidad de un hombre a una Buenos Aires casi mítica que, aunque a veces finja haber desaparecido, se presenta de pronto en una esquina, en la charla frente a un café con un amigo, en el color del cielo en los atardeceres de verano”. (publicado en La Nación el 6 de marzo de 1988)

COMENTARIO SOBRE MI LIBRO VENÍ, JUGÁ CONMIGO (Corregidor, 1987) Por el poeta Alfredo Veriravé, que también tristemente ya nos dejó. Era un ser de luz. Este libro no podría haber sido escrito por otra persona que no fuera Albino Gómez, como lo sabemos quienes disfrutamos desde hace muchos años de su amistad y de su conocimiento. Quiero decir, que el libro es posterior a la experiencia de vida de un hombre de excepción, generador a su vez de experiencias en los demás a través de la palabra escrita, que muchas veces toma formas epistolares, cuyas copias llegan a distintos lugares del mundo a sus ahora lejanos amigos. Creo que la vida misma de Albino Gómez es una especie de aventura creadora contagiosa de inteligencia y felicidad. En la presentación de este libro, cuya portada ha sido diseñada por Hermenegildo Sábat, el lector sabrá que su autor es periodista, escritor y diplomático, pero por supuesto ignorará detalles de esta trayectoria profesional que “por razones políticas” lo apartó del Servicio Exterior después de la caída de Salvador Allende, cuando desde la Embajada Argentina en Chile salvó la vida a centenares de chilenos a quienes les abrió la puerta de su casa para que pudieran escapar de la dictadura de Pinochet rumbo al exilio. Reincorporado al Servicio Exterior en 1983, actualmente es embajador en Suecia habiendo prometido a todos sus amigos escritores desde Estocolmo que les ha de gestionar, uno por vez, es claro, el codiciado Premio Nobel, en un gesto que todos comprendemos, nace de su sentido del humor y de su generosidad total. Albino Gómez es autor de varios libros 76


y de una serie que tituló Albinísimas correspondiéndole a este que comentamos el subtítulo de Albinísimas II, cuyo tono festivo, fragmentario, sin encuadramientos formales y con innumerables piezas breves extraídas de su lectura y experiencia por el mundo, es como lo indica el título, una invitación al juego. A través de estas páginas, como dice Horacio Salas en la contratapa, se advierte, se muestra “el Albino poeta, el Albino narrador, el Albino periodista, el Albino cachador, el Albino diplomático, el Albino irónico, el Albino porteñísimo, el Albino nostálgico, además del funcionario, el hedonista, el enamorado y también el amigo”. Condecorado por los gobiernos de España, Francia, Italia, México y Perú, Albino Gómez que, entre otras cosas, ha sido corresponsal de Clarín en Estados Unidos y secretario regional de comunicación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), logra como en una libreta de apuntes, reservar frases extraídas de su relación con diplomáticos, escritores y políticos, así como desopilantes anécdotas de aquellas reuniones diplomáticas. El juego que nos propone el autor pone inclusive a prueba también la inteligencia y el humor del lector porque cada texto está precedido de un “título” que es el enganche entre lo que se dice y lo que se insinúa, por ejemplo: “Paradoja. No hay carga más pesada que una mujer liviana”. “Para Feministas. No hay nada más parecido a un hombre que una mujer con muchos años de psicoanálisis”. “No hacerse ilusiones. El arte es una dimensión estética de la locura”. “La dialéctica. Suena el teléfono: –Hola… ¿Con lo de Hegel? –Sí y no”. O esta: “Gardeliana. Es bien sabido que de tanto en tanto aparecen supuestas novias o esposas secretas de Gardel o también supuestos hijos. Hace años apareció en Rosario uno de esos hijos putativos que además era cantor de tangos. En sus presentaciones públicas decía: ‘Y ahora, accediendo a un gentil pedido, les voy a interpretar una bonita canción de papá y Le Pera: El día que me quieras’.” Frases de Camus, Juan Bautista Alberti, Borges, Bioy Casares y fragmentos de Tomás Eloy Martínez de “La novela de Perón” o la transcripción de la letra del Himno del Comercio Minorista de Chile con un título previsble: “Ya sé que no me van a creer”, constituyen un collage, un personal rompecabezas que, como dice Horacio Salas, al completarse forman las líneas del rostro y de la personalidad de Albino Gómez, hombre excepcional al cual todos deberían conocer o encontrar alguna vez en Buenos Aires, en Esto77


colmo o en Roma, en Nueva York o París, para gozar a su lado esa felicidad de la inteligencia y la desacralización que comporta todo juego. Pero para mi hay algo más, que tiene mucho que ver con eso que Borges llamó “El idioma de los argentinos”, porque entre el texto y el contexto se respira una forma de ese “ser argentino” dicho con naturalidad, con la flexibilidad de una lengua propia que Albino maneja como el poeta que es.

CÓMO SE HABLA ENTRE AMIGOS Bajo ese cálido título comentó Albinísimas mi amigo, el tan injustamente olvidado EZEQUIEL DE OLASO, lúcido filósofo, que comenzó a ser conocido y valorado cuando ganó un concurso de ensayos organizado por La Nación en lo que era entonces su suplemento “Literario”. Lo ganó con un estupendo trabajo titulado “Los nombres de Unamuno”. Y dijo de Albinísimas lo siguiente: El diplomático Albino Gómez ha aceptado las reglas menos ventajeras del juego literario: escribir tal como se habla entre amigos. El desafío es bravo y supera acaso las posibilidades de la escritura. El tono coloquial debe respetar la intrascendencia y la relativa desorientación que son ingredientes naturales de la charla. Gómez es obediente a estos requisitos y de ahí que junto a temas interesantes incluya efusiones intrascendentes. Albinísimas consigue ser de todos modos un lugar de conversación despareja y constante intimidad. Se oyen anécdotas divertidas, ejercicios de delirio y hasta relatos que permiten adivinar confusos entretelones de la política nacional e internacional. Particularmente memorable es la historia de Tabaré Gómez, antepasado del autor, que infaustamente murió de una patada en las asentaderas (pp. 114115). Asimismo hay que aislar con precisión este aforismo que roza lo perfecto: “Los diplomáticos argentinos son como las bicicletas: de carrera, de media carrera y de paseo”. En fin, un libro para abrir por cualquier lado y tomarlo como se quiera. Siempre encontrará algo dirigido a uno mismo. (publicado en la revista Panorama el 8 de septiembre de 1970) 78


CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ Uno de los tantos cables informativos “abiertos” enviados desde El Cairo a la Cancillería cuando era embajador en Egipto, hace 14 años… Y todo sigue y sigue, pero nunca mejor… HABIENDO FINALIZADO LA PRIMERA RONDA DE LAS NEGOCIACIONES PALESTINO-ISRAELÍES CELEBRADAS EN EL BALNEARIO EGIPCIO DE TABA ENTRE SUS RESPECTIVAS DELEGACIONES, LAS DECLARACIONES DE LOS VOCEROS DE CADA UNA DE ELLAS SON TAN CONTRAPUESTAS QUE NO PERMITEN HACER UNA APRECIACIÓN SERIA Y ÚTIL DE LO QUE REALMENTE SUCEDIÓ EN ELLA. LO QUE DE TODOS MODOS ESTÁ EN CLARO, Y A ELLO HAY QUE ATENERSE, ES QUE ISRAEL NO CEDERÁ EN ASUNTOS DE SEGURIDAD Y QUE TODA LA DISCUSIÓN TIENE EN SU TRASFONDO EL ENFRENTAMIENTO DE DOS CONCEPCIONES: LA DE LOS ISRAELÍES, QUE SÓLO NEGOCIAN DE MOMENTO UN ESTATUTO PROVISIONAL DE AUTONOMÍA POR CINCO AÑOS, Y LA DE LA OLP, QUE VE EN ELLA LA BASE DE UN FUTURO ESTADO PALESTINO SOBERANO. PERO TAN IMPORTANTE Y, TAL VEZ, MÁS AÚN QUE ESTAS NEGOCIACIONES DE TABA, SERÁ EL PRÓXIMO INMEDIATO ENCUENTRO QUE TENDRÁ LUGAR EN GINEBRA ENTRE EL PRESIDENTE BILL CLINTON Y EL GOBERNANTE SIRIO, HAFEZ AL ASSAD, QUE HA DESPERTADO UNA INEVITABLE EXPECTATIVA EN LOS MEDIOS POLÍTICOS Y DIPLOMÁTICOS DE ESTE PAÍS, YA QUE SIRIA ES LA PIEZA CLAVE DE LA POSIBILIDAD DE PAZ EN LA REGIÓN. PORQUE SOLAMENTE UNA LAMENTABLE DESINFORMACIÓN CREADA POR ALGUNOS DE LOS MÁS IMPORTANTES SERVICIOS DE INTELIGENCIA DEL MUNDO, Y DE LA CUAL SE HICIERON ECO DURANTE AÑOS PRESTIGIOSOS MEDIOS DE LA PRENSA INTERNACIONAL, FUE LA QUE OCULTÓ QUE DETRÁS DE LA MAYORÍA DE LAS ACCIONES TERRORISTAS –DESDE EL SEPTIEMBRE NEGRO HASTA LOCKERBIE– ESTABAN PRINCIPALMENTE EL GOBIERNO DE SIRIA, EL DE IRÁN Y EL DE IRAK, Y NO EL DE LIBIA, QUE RESULTÓ SER EL PATO DE LA BODA. PRECISAMENTE EN ESTOS DÍAS, GADAFI, QUE SUELE EJECUTAR A TERRORISTAS, ACABA DE ENTREGAR A TRES QUE SE HABÍAN REFUGIADO EN SU TERRITORIO, AL GOBIERNO DE EGIPTO. ALBINO GÓMEZ 79


CON MOTIVO DE MI POEMA DEDICADO A RAMÓN PRIETO Recibí varias cartas por el poema que le dediqué a Ramón Prieto y quiero al menos rescatar aquí tres de ellas. De María Granata: Buenos Aires, 31 de julio de 1985 Albino Gómez, Hermosísimo su poema a Ramón. Me conmovió intensamente cuando lo leí, y sé que seguirá conmoviéndome toda la vida. Hermosísimo y sentido, hasta las lágrimas, hasta nuestras lágrimas. Gracias. Con todo mi afecto, María Granata De Arturo Frondizi: Buenos Aires, 8 de julio de 1985 Señor Embajador Albino Gómez Basavilbaso 1393, piso 17 Buenos Aires Estimado amigo: He recibido el poema con que dio forma a sus sentimientos ante la muerte de Ramón Prieto. Le diré que lo felicito por poder contar con ese privilegio, porque es una manera de transformar a marcha forzada un gran dolor en un suave y profundo recuerdo. Con mi agradecimiento, un muy fuerte y cordial abrazo. Frondizi

80


De Rogelio Frigerio Buenos Aires, 5 de julio de 1985 Querido amigo: Muchas gracias por recordar de ese modo a Ramón Prieto. Su poema ha tenido la virtud de recordar, bajo otro prisma de observación sensible, facetas de su personalidad que ya le eran características, por encima de las reflexiones políticas que hicimos –con motivo de su desaparición– sobre las importantísimas tareas que estuvieron a su cargo, a las cuales la historia hará necesariamente justicia. Despide usted a quien tuvo una vida rica en epopeya y afectos fraternales y nuestra sensibilidad responde al unísono. Los amigos que han leído estos versos generosos proponen publicarlos en homenaje a la memoria de Ramón en las páginas de El Nacional. Ello permitiría que muchos que quisieron a Prieto entrañablemente conozcan el Adiós…que usted le brinda. Pero antes de disponer esa publicación, quisiera tener su aprobación. Hágame saber si está de acuerdo. Por esto también va mi reconocimiento. Un fuerte abrazo, Rogelio Frigerio

CONTRATAPA DE HIPÓLITO J. PAZ PARA MI LIBRO DE POEMAS LA MUFA, DE 1970 El sentido del humor y el sentido de amor definen la personalidad de Albino Gómez. Quien no entienda lo que es la clave de su alma no podrá comprender su obra y la filiará a otras perspectivas ajenas a lo que es la esencia de ésta. En un medio social donde sonreírse significa perder status intelectual y reírse es blasfemo, Albino Gómez tiene el heroísmo de su verdad y de su buen humor, enfrentando el toro rojo del odio con la espada del amor que es, como lo enseñaba el místico Jalal-uddin Rumi, “el astrolabio de los misterios de Dios”. Más allá de su poesía hay en los dictados de Albino (y yo creo en el fatalismo de los nombres) un signo de alba, esto es de amanecer, hecho más de ideales que de ideologías; y de actitudes –no de gestos porque el gesto es la farolería de la actitud– que de filosofías. Porque Albino Gómez 81


es uno de aquellos elegidos para quienes un amigo vale más que un principio. Y que un fin. Y aprovechando las palabras de Hipólito J. Paz (El Tuco Paz) vale la pena transcribir la resolución de Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto sancionándome por la publicación de La Mufa, que oculta el verdadero motivo de tal sanción, justificándola por una razón formal como era la de haber publicado (¡un libro de poemas!) sin solicitar la autorización de la Cancillería (obligación prevista en una circular que había caído en total desuso y nunca más aplicada). El verdadero motivo fue la solicitud en tal sentido del embajador de los Estados Unidos en Buenos Aires, señor Cabot Lodge, que entendíó que el libro agraviaba a su país. Claro está, el presidente era entonces el general Onganía. RESERVADO BUENOS AIRES, 27 de mayo de 1970 VISTO la publicación realizada por el Secretario de Embajada de primera clase y Cónsul de primera D. Albino Alberto Gómez, de diez poemas de los que es autor; publicación materializada en el años 1969 por intermedio de la Editorial Josalbi; Las obligaciones impuestas a los funcionarios del Servicio Exterior de la Nación en los artículos 12 y 15 de la Ley 17. 702; Lo establecido en la Resolución Ministerial “R” No. 439/64; CONSIDERANDO: Que la conducta del mencionado funcionario conforma una violación de las normas a que se ha hecho referencia precedentemente; por ello, EL MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES Y CULTO RESUELVE: ARTÍCULO 1.º –Aplicar al funcionario de la categoría “f”, Secretario de Embajada de primera clase y Cónsul de primera D. Albino Alberto Gómez, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 29, inciso b) de la Ley 17.702, la sanción disciplinaria de treinta (30) días de suspensión, por observar una conducta violatoria de las obligaciones impuestas a los funcionarios del Servicio Exterior de la NACIÓN en los artículos 12 y 15 de la Ley 17.702 y en la Resolución Ministerial “R” No. 439/64. 82


ARTÍCULO 2.º –Comuníquese, tómese razón y archívese RESOLUCIÓN No. 377 FDO. =) ES COPIA JUAN B. MARTIN Z.B.B José María Vázquez Consejero CONTRATAPA DE HORACIO SALAS PARA MI NOVELA DIARIO DE UN JÓVEN CATÓLICO Unos viejos cuadernos de notas tomadas desde las postrimerías del colegio secundario hasta las vísperas de la gran violencia argentina, permiten que el protagonista cuente a una mujer mucho más joven la historia del país como marco y justificación de su propia historia. (Al fin de cuentas, la autobiografía es también una –y no la menos importante– manera de la seducción). Compulsa ideológica y crónica de amores, Diario de un joven católico es también una memoria generacional emparentada con la picaresca y que, en la mejor tradición de la literatura argentina –Macedonio, Marechal, Cortázar, Bioy Casares– echa mano del humor como forma del conocimiento. Con una prosa impecable (como ya había ocurrido con Los Grandes) Albino Gómez ha escrito una novela que sin descuidar el constante interés del lector por las minucias de la narración, ayuda a comprender el pensamiento de una generación que, habiendo sido preparada para vivir en un país, debió moverse en otro. Un libro que bien podría llevar una faja que dijera: Imprescindible para argentinos. Sería muy justo.

CONTRATAPA DE HORACIO SALAS PARA MI NOVELA LEJANO BUENOS AIRES Acaso por cábala, mi nombre aparece en casi todos los libros de Albino Gómez: un hecho que, debo reconocerlo, me alegra y enorgullece. Nos une, es cierto, una amistad que no se mide por años, sino por décadas, lo que si bien por 83


un lado hace que me comprendan las generales de la ley para juzgar críticamente sus trabajos, también me ha permitido conocer íntegramente una obra literaria signada por tres elementos esenciales: la distancia, el amor y el humor, cubiertos por el común denominador de una prosa fluida que impide abandonar sus libros sin terminarlos. En éste, Buenos Aires vuelve a aparecer como una permanencia lejana, porque cuanto más lejos se vive de ella, mejor hay que amarla: la mujer (una y múltiple) surge como una constante, hecha de magias y misterios inesperados, y el humor y la ironía restallan como revelación de una forma de entender la vida, o de soportar sus vaivenes y altibajos. Todos estos elementos reaparecen en Lejano Buenos Aires, novela de exilios y de amor donde la biografía del protagonista se entrevera, mediante cartas, con la realidad argentina, narrada y transformada por Albino –como ya lo hizo en sus novelas anteriores– en una suerte de memoria de las alternativas (muchas veces dramáticas) de los últimos treinta años de la vida del país. Conocemos a los personajes que deambulan por sus páginas, nos son familiares: puede tratarse de algún amigo y –más de una vez– de nosotros mismos, reflejados en algún recodo de nuestra propia historia. Finalmente, la literatura es también una manera de retratar la historia. Y Albino Gómez lo consigue. Sin duda.

DEL AZAR Y LA NECESIDAD, DE JACQUES MONOD Dios no juega a los dados Albert Einstein Todo individuo sabe que es único y que existe gracias a una suma infinita de azares. Sin tal padre y sin tal madre, concebidos a otra hora u otro día, seríamos parecidos pero seríamos otros. De la misma manera, los biólogos modernos sostienen que el universo también es hijo de un azar infinito, y que la vida tal como la conocemos no es imaginable en este mundo ni en otros, porque las condiciones que permiten la creación de algo se dan solo una vez. Oportunamente, Monod fue condecorado con la Cruz de Guerra por sus servicios en la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Después de haber trabajado en el Instituto Tecnológico de California, volvió a París. 84


En 1945 ingresó en el Instituto Pasteur, del que fue director hasta 1954, y en donde creó el departamento del servicio bioquímico celular, llevando a cabo la investigación y experiencias que le valieron en 1965 el Premio Nobel por sus descubrimientos relativos al control genético de las enzimas y la síntesis de los virus. Compartió dicho Premio con Andrè Lwoff y con François Jacob. Fue también profesor del Collège de France, y autor, entre otros libros, de uno de los pocos best-sellers en el campo de la divulgación científica: El azar y la necesidad. Sin embargo tanto la edición española como la francesa no tuvieron ese mismo destino. Antes de pasar a la importante obra de Monod, detengámonos un momento en los conceptos de azar y necesidad desde el punto de vista meramente filosófico, y vayamos a ellos a través de José Ferrater Mora, quien dice que algunos historiadores de la filosofía le atribuyeron a Demócrito haber afirmado que el universo se hallaba regido por el principio de necesidad. Y agrega nuestro autor que sin embargo, según Aristóteles y Cicerón, Demócrito había mantenido que la formación del cielo y de la tierra tenía lugar por un azar, identificando el concepto con el de completa ausencia de finalidad. Para Aristóteles era absurdo que el cielo, que obedecía a movimientos más regulares que ninguna de las cosas de la tierra, hubiese sido producido por azar o fuese algo en que suceden acontecimientos azarosos. Para este filósofo, el azar era algo que tenía lugar –si lo tenía– en las cosas terrestres y especialmente en los acontecimientos humanos. A partir del siglo XIX abundaron los análisis sobre el concepto del azar con opiniones tan diversas como las siguientes: hay efectivamente azar en toda la realidad, tanto la natural como la social o histórica; no hay azar en la Naturaleza, pero lo hay en la historia; el azar no existe más que como un concepto; se mantiene que hay azar sólo porque se desconocen algunos elementos en el encadenamiento riguroso y universal de todos los fenómenos. Actualmente se tiende a examinar la cuestión de azar en términos de probabilidad. En cuanto al concepto de necesidad, algunos presocráticos como Anaxágoras y Demócrito, y también Platón, utilizaron el concepto de necesidad. Pero sólo Aristóteles – ¡cuándo no!– dio sobre él precisiones suficientes. Según el Estagirita, el concepto de lo necesario tiene los siguientes sentidos: 1) la necesidad resulta de la coacción; 2) la necesidad es la condición del bien; 3) es necesario lo que no puede ser de otro modo y lo que, por consiguiente, existe 85


solamente de un modo. Este último es el más pertinente y el que ha ejercido más larga influencia. Al menos permite distinguir entre la necesidad y el destino, así como lo que sucede por necesidad, y lo que tiene lugar por accidente. Ahora bien, reducida a este último sentido, la noción de necesidad puede entenderse de dos maneras: como necesidad ideal expresando encadenamiento de ideas o como necesidad real, la de causas y efectos. Es frecuente en muchos filósofos pasar de la necesidad ideal a la real y viceversa. En el primer caso se supone que hay una razón que rige el universo. En el segundo, que el riguroso encadenamiento causal puede expresarse en términos de necesidad ideal. Por lo general, la época moderna entiende la necesidad en un sentido preponderantemente ideal-racionalista, de tal modo que, más bien que distinguir entre la necesidad absoluta y la condicionada, distingue entre la ideal y la real, y atribuye a la primera un carácter absoluto (primero para la mente y luego para la cosa misma). En Descartes, esto se hace posible por haber situado previamente a Dios fuera de la esfera de la necesidad propiamente dicha: Dios no hace lo que hace por concordar consigo mismo, sino porque su hacer libérrimo crea el ámbito de cualquier posible concordancia. Así, la necesidad es, en último término, la trama ideal dentro de la cual son dados, una vez puestos, los principios y las consecuencias. En Spinoza, lo necesario es forzosamente, porque es contradictorio su no ser. En su intento de fundir ambas concepciones modernas con las distinciones antiguas, Leibniz distinguió más bien entre los conceptos de necesidad metafísica o absoluta; lógica, matemática o geométrica; física o hipotética, y moral o teleológica. La primera necesidad lo es por sí; la segunda lo es porque lo contrario implica contradicción; la tercera, porque hay riguroso encadenamiento causal condicionado por un supuesto dado; la última, porque el acto necesario se deriva de la previa posición de fines. Después de esta breve introducción, creo que podemos entrar de lleno al pensamiento de esta extraordinaria personalidad filosófica-científica que fue Jacques Monod, y para darle el marco contextual adecuado, recordemos que en la época anterior a la constitución de la biología como una ciencia independiente, su relación con la filosofía había sido tan estrecha que se podía llegar a afirmar que la investigación biológica constituía una parte de la investigación filosófica. Para Aristóteles –una vez más recurrimos al Estagirita– la investigación biológica era parte de la investigación física, la 86


cual, a su vez, se basaba primeramente en un análisis conceptual. No obstante, este filósofo apuntaba ya un principio de separación fundado en el carácter básicamente descriptivo o experimental de la investigación biológica. Lo que no significa que la historia de la biología pueda describirse como el paso sucesivo y progresivo de lo especulativo a lo experimental, porque avances y retrocesos aparte, aún constituida como “ciencia independiente”, la biología no se ha convertido pura y simplemente en una “ciencia experimental”, toda vez que la parte teórica de ella ha sido siempre considerable. Desde el momento en que la biología fue aceptada como una ciencia, y por lo tanto, desenvolviéndose fuera del marco de la filosofía, se planteó sin embargo el problema de la relación entre ambas disciplinas, con múltiples posiciones y consideraciones, dependientes del enfoque de las tendencias personales y especialización de los distintos filósofos y biólogos. Esto sólo podía haber resultado suficiente estímulo para despertar el interés o la curiosidad sobre un libro de Jacques Monod, titulado El azar y la necesidad. Ensayo acerca de la filosofía natural de la biología moderna, si no hubiera bastado la alta jerarquía científica de su autor y el atractivo título de la obra. Pero inexplicablemente, tanto la edición francesa (Le hasard et la nécessité) como la española nunca tuvieron en nuestro medio la repercusión merecida. Por eso, a pesar del tiempo ya transcurrido desde su publicación, nos ocuparemos hoy de dicha obra. Para Monod, la biología ocupa, entre las ciencias, un lugar a la vez marginal y central. Marginal, en cuanto el mundo viviente no constituye más que una parte ínfima muy especial del Universo conocido, de tal manera que el estudio de los seres vivos no parecería poder lograr jamás la revelación de unas leyes generales, aplicables fuera de la biosfera. Pero agrega que si la ambición última de la ciencia entera es fundamentalmente, dilucidar la relación del hombre con el Universo, entonces es justo reconocer a la biología un lugar central puesto que es, entre todas las disciplinas, la que intenta ir más directamente al centro de los problemas que hay que resolver antes de poder proponer el de la “naturaleza humana”, en términos que no sean metafísicos. Por ello, la biología es para el hombre la más significativa de las ciencias, y la que ha contribuido ya, más que ninguna otra, a la formación del pensamiento moderno, profundamente trastornado y definitivamente marcado en todos los terrenos: filosófico, religioso y político, por el advenimiento de la 87


teoría de la Evolución, nueva y sorpresivamente puesta en cuestión por parte de ciertos sectores neoconservadores en los Estados Unidos. No obstante, mientras no se elaborara una teoría física de la herencia, la de la Evolución permanecía como suspendida, y la esperanza de lograrla rápidamente parecía una quimera hace cincuenta años, a pesar de los éxitos de la genética clásica. Sin embargo, éste fue el aporte de la teoría molecular del código genético, que entendida en sentido amplio, constituyó la base fundamental de la biología. Pero manteniéndonos dentro de los límites del libro de Monod, sin avanzar hasta los logros de nuestros días, podemos decir que aquel aporte no significaba que las estructuras y funciones complejas de los organismos podían ser deducidas desde dicha teoría, y ni siquiera analizables directamente en escala molecular. Pero aun no pudiendo la teoría molecular del código predecir y resolver toda la biosfera, constituía desde entonces, una teoría general de los sistemas vivientes. Además, en el conocimiento científico anterior a la biología molecular no había nada parecido, y el “secreto de la vida” podía entonces parecer inaccesible en su mismo principio. Ya para entonces, según Monod, quedó en gran parte develado, y tal importante acontecimiento debería influir enormemente en el pensamiento contemporáneo, desde el momento en que la significación general y el alcance de la teoría fuesen comprendidos y apreciados más allá del círculo de los especialistas puros. Más adelante, Monod aceptaba como postulado, base del método científico, que la Naturaleza es objetiva y no proyectista. Y de inmediato señaló las perspectivas más generales que caracterizan a los seres vivos y que los distinguen del resto del universo: a) Teleonomía (persecución de un fin) b) Morfogénesis autónoma (conjunto de caracteres) c) Invariancia reproductiva (reproducción de los caracteres de un ser a otro). Afirmaba luego que, de la misma manera que las propiedades teleonómicas de los seres vivos parecen someter a discusión uno de los postulados de base de la teoría moderna del conocimiento, toda concepción del mundo: filosófica, religiosa, científica, supone necesariamente una 88


solución, implícita o no, de este problema. Y que toda solución a su vez, no importando cual fuese su motivación, implicaba de manera igualmente inevitable una hipótesis en cuanto a la prioridad causal y temporal de dos de las propiedades características de los seres vivientes (invariancia y teleonomía), la una respecto de la otra. Anticipando desde ya que a los ojos de la ciencia moderna la invariancia precedía necesariamente a la teleonomía, en contra de todas las demás concepciones que suponían la hipótesis inversa. De esta concepción se pudo adoptar una clasificación según la naturaleza y extensión del principio teleonómico que les correspodiera, en teorías vitalistas y teorías animistas. De todos modos, señaló más adelante Monod, fue preciso esperar la segunda mitad del siglo XIX, para que el nuevo espejismo antropocentrista incluido en la teoría de la Evolución se desvaneciese, pudiendo sólo entonces afirmarse que una teoría universal, por completos que fueran sus éxitos en todos sus puntos, no podía contener nunca a la biosfera, a su estructura, a su evolución, como fenómenos deducibles de los primeros principios. Es que para Monod, la biosfera no contiene una clase previsible de objetos o fenómenos, sino que constituye un acontecimiento particular, compatible seguramente con los primeros principios, pero no deducible de ellos. Por lo tanto, esencialmente imprevisible. Pero cuando se afirma que los seres vivos, en cuanto clase, no son previsibles a partir de los principios, Monod no pretende de ningún modo sugerir que no sean explicables según esos mismos principios, que en cierto modo trascienden, y que otros principios sólo aplicables a ellos deberían ser invocados. Para él, la biosfera es imprevisible en el mismo grado que lo es la configuración particular de los átomos que constituyen un guijarro. Y nadie reprocharía a una teoría universal el no afirmar y prever la existencia de tal configuración particular de átomos. Bastaría que el guijarro fuese compatible con la teoría, a que como objeto, según la misma teoría, no tendría el deber de existir pero sí el derecho. Claro está que lo que resulta suficiente tratándose de un guijarro, no resulta totalmente satisfactorio cuando pasamos al hombre porque, como dice Monod: “Nosotros nos creemos necesarios, inevitables, ordenados desde siempre. Todas las religiones, casi todas las filosofías, una parte de las ciencias, atestiguan el incansable, heroico esfuerzo de la humanidad para negar desesperadamente su propia contingencia”. 89


Más adelante recuerda el autor que desde su nacimiento en las islas Jónicas, hace cerca de tres mil años, el pensamiento occidental se ha repartido en dos actitudes en apariencia opuestas. Según una de esas filosofías, la realidad auténtica y última del Universo no puede residir más que en formas perfectamente inmutables, invariantes por esencia. Según la otra, el contrario, es en el movimiento y la evolución donde reside la única realidad del Universo. Pero estas epistemologías metafísicas han estado siempre –según Monod– íntimamente asociadas a las ideas morales y políticas de sus autores. Verdaderos edificios ideológicos, presentados como a priori, eran en realidad construcciones a posteriori destinadas a justificar una teoría ético-política preconcebida. En cambio, para la ciencia, el único a priori, es el postulado de objetividad, que le prohíbe tomar parte en tal debate. La ciencia, al estudiar la evolución del Universo o de los sistemas que contiene, como el de la biosfera, comprendido el hombre, ha advertido que todo fenómeno, todo acontecimiento, todo conocimiento, implica interacciones, por sí mismas generadoras de modificaciones en los componentes del sistema. Noción ésta que, sin embargo, no es de ningún modo incompatible con la idea que existe de las entidades inmutables en la estructura del Universo. Más bien al contrario –agrega Monod– la estrategia fundamental de la ciencia en el análisis de los fenómenos, es el descubrimiento de los invariantes. Toda ley física, como además todo desarrollo matemático, especifica una relación de invariancia, y las proposiciones más fundamentales de la ciencia son postulados universales de conservación. No obstante, la permanencia de diversidad de tipos hacía preciso reconocer entonces numerosos planes de organizaciones macrocóspicas que, radicalmente diferentes unos de otros, coexistían en la biósfera. Pero el descubrimiento de la célula y la teoría celular permitieron entrever una nueva unidad bajo esta diversidad. Sin embargo, fue menester esperar los avances de la bioquímica en el curso del segundo cuarto del siglo XX, para que se revelara de manera total la profunda y rigurosa unidad en escala microscópica de todo el mundo viviente. Gracias a ello se sabe hoy que desde la bacteria al hombre, la maquinaria es esencialmente la misma. De algún modo podría entonces parecer que, por su misma estructura, el sistema debe oponerse a todo cambio, a toda evolución, y nadie duda de que no sea exactamente así, siendo ésta la explicación de un hecho en verdad más pa90


radójico que la misma evolución, a saber: la prodigiosa estabilidad de ciertas especies, que han sabido reproducirse sin modificación apreciable desde hace centenas de millones de años. “Pero sin embargo –señala Monod – la física nos enseña que (salvo en el cero absoluto, límite inaccesible) toda entidad macroscópica puede sufrir perturbaciones de orden cuántico, cuya acumulación, en el seno de un sistema macroscópico, alterará la estructura en forma gradual pero infalible”. De todos modos, estas alteraciones son accidentales, tienen lugar al azar. Y ya que constituyen la única fuente posible de modificaciones del texto genético, único depositario a su vez de las estructuras hereditarias del organismo, se deduce necesariamente que sólo el azar está en el origen de toda novedad, de toda creación en la biosfera. El puro azar, el único azar, libertad absoluta pero ciega, en la raíz misma del prodigioso edificio de la evolución, enfatiza Monod, para concluir que esta noción resulta intuitivamente inaceptable para los seres intensamente teleonómicos que somos nosotros, porque destruye todo antropocentrismo. Ahora bien, por un lado sabemos que los acontecimientos elementales iniciales que abren la vía de la evolución a esos sistemas intensamente conservadores que son los seres vivos, son microscópicos, fortuitos y sin ninguna relación con los efectos que puedan entrañar en el funcionamiento teleonómico. Por otro, que una vez inscripto en la estructura, el accidente singular, y como tal esencialmente imprevisible, va a ser mecánica y fielmente replicado y traducido, es decir, multiplicado y transpuesto a millones o a miles de millones de ejemplares: “Sacado del reino del puro azar, entra en el de la necesidad de las certidumbres más implacables”, concluye Monod. Finaliza su obra con una enfática defensa del postulado de objetividad científica frente a las tendencias vitalistas y animistas. Y afirma que aceptar dicho postulado es enunciar la proposición de base de una ética: la ética del conocimiento. Ética sobre la cual “podría ser edificado un verdadero socialismo”, al que califica de gran sueño del siglo XIX traicionado, y en cuyo nombre –dice– se han cometido muchos crímenes. Después de una violenta crítica al materialismo histórico y al dialéctico, afirma Monod que la fuente de verdad y la inscripción de un humanismo socialista realmente científico sólo puede ser hallada en las fuentes de la misma ciencia, en la ética que funda el conocimiento. Luego, con más realismo científico y sensatez, expresa: “Esto es quizá una utopía”. Y cierra su obra con la siguien91


te reflexión: “… el hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del Universo de donde ha emergido por azar. Igual que su destino, su deber no está escrito en ninguna parte. Puede escoger entre el Reino y las tinieblas”. Evidentemente, el libro de Monod constituye una verdadera invitación a la polémica que en nuestro país no se dio. Tal vez, más por falta de filósofos que de biólogos. (publicado en “Clases Magistrales” de la revista Noticias el 15 de marzo de 2008)

DEL DIARIO DE ADOLFO BIOY CASARES BORGES (Ed. Destino, edición a cargo de Daniel Martino, 1663 páginas) Página 938: Domingo, 11 de agosto de 1963 “(…) Comida en El Malambo, con Borges y otros, en honor de Pique Tedín Uriburu. A mi derecha tengo a un tal Albino Gómez, de quien María Esther Vázquez (a mi izquierda, manos coloradas) me dijo: ‘es un poeta. Fue seminarista y abandonó el seminario para casarse con su mujer, ¡es tan linda!* Los otros días me dio una acepción teológica de la palabra palabra, ¡tan pura!’ Converso un rato con Gómez, quien resulta ser el autor de todos los discursos de Frondizi, en su último año de gobierno…” Nota:* información totalmente errónea, ya que nunca fui seminarista Página 952: Viernes, 27 de septiembre “(…) Come en casa Borges (…) leemos poemas (…) También creo reconocer a ese Albino Gómez, secretario de Frondizi, que tuve a mi lado en la comida a Tedín Uriburu (…) me dijo que había escrito una letra de tango para Piazzolla: aquí hay una letra de tango para Piazzolla…” ¡Qué personaje Bioy!.. Digo yo, ¿no?

92


DE MI AMIGO HORACIO SALAS “Hace algunos meses, en un diálogo público que mantuvimos con Albino, recordamos que nos conocemos desde hace más de cincuenta años cuando todavía no había nacido casi ninguna de las mujeres que uno mira pasar por la vereda de la Biela haciéndose el distraído. El era amigo de un primo, mayor que yo, al que admiraba con fervor infantil. Estudiaban derecho y pocas cosas me daban más satisfacción que escucharlos hablar; me reía de sus chistes como si los entendiera. Entonces ellos caían en la cuenta de que yo estaba en un rincón del escritorio, y me sacaban zumbando. Para que me hicieran caso los perseguía con una cámara Kodak de cajón, como una suerte de papparazzi doméstico, y ahí sí lograba su atención para que los retratara sonrientes, en pose y con la Facultad como fondo. Años después, cuando las diferencias de edad ya estaban superadas y yo acababa de casarme, coincidimos en el mismo edificio de la avenida Santa Fe 2245. Desde esos días nuestra amistad se anudó para siempre, fruto de nuestras afinidades ahora subrayadas por la vecindad. Por lo general, al volver a su casa en el piso trece, Albino pasaba por la mía, nos contaba un chiste desde la puerta y seguía viaje. Otros días me invitaba a escuchar música en tugurios neblinosos. Compinchismo que –supongo que a él también– provocó más de una bronca conyugal. Todavía conservo sus cartas desde diferentes destinos, en las que siempre se quejaba de que las ciudades en las que vivía tuvieran la mala idea de no ser Buenos aires, ni contaran con boliches donde escuchar el bandoneón de Astor contra la madrugada, como hacíamos por estos lares. En una de esas vueltas de la vida, a fines de agosto de 1973, yo debía dar una conferencia en la Universidad; él era ministro en la embajada en Santiago, y compartí sus angustias por las horas que, resultaba evidente, se avecinaban para Chile. Antes habíamos estado juntos en su primer aterrizaje en Canal 7, donde Albino pudo transformar una programación anodina en un proyecto cultural y artístico que no fue superado desde entonces, donde había de todo: imaginación, talento, rigor y buen gusto. En casi todos los libros de su nutrida bibliografía, mi nombre aparece de una manera u otra: en prólogos o contratapas, y hasta como personaje, tanto que he llegado a pensar que para él incluirme es casi una cábala. Por lo 93


tanto, no puede haberle extrañado a nadie que mi último libro le esté dedicado: ‘por tantos años de amistad y porteñismo compartido’. Hemos soñado juntos, nos hemos recomendado autores, nos hemos indignado al unísono, nos hemos reído hasta las lágrimas, nos hemos bancado nuestros altibajos anímicos, nuestras confesiones sentimentales, nuestras alegrías y nuestras angustias; es difícil que pasen más de dos semanas sin comunicarnos aunque sea por teléfono, y cuando Albino ha estado fuera del país hemos gastado resmas de correspondencia. Podría agregar que es uno de los tipos más argentinos que conozco y que por lo tanto sufre el país como pocos. Y mucho más, claro. Pero seguramente (aunque en forma homeopática) todo esto ha dibujado el perfil de una amistad sin caídas, una amistad que me permite enorgullecerme, porque yo sí puedo decir como el viejo chiste: ¡no tenés amigo, Horacito!” (2001)

DIARIO DE UNA EXITOSA GESTIÓN ANTE EL FMI La negociación de Bruno Quijano, en 1972, con el gobierno de Nixon El 2 de febrero de 1972, el ministro de Justicia Ismael Bruno Quijano viajó a Washington por disposición del presidente Alejandro Lanusse con la misión de destrabar varias gestiones ante los organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, más la banca privada, además del otorgamiento de un crédito por parte del Fondo por la suma de mil millones de dólares de entonces, ya que tales gestiones no habían tenido hasta el momento éxito alguno. Con buen criterio, Lanusse comprendió que agotadas las gestiones económicas había que intentar la vía política, por lo cual designó a quien consideraba el operador más adecuado para el caso. Yo, en ese entonces consejero del Servicio Exterior, era parte del gabinete del canciller Luis María de Pablo Pardo, como asesor de prensa, pero atendiendo a un especial pedido de Bruno Quijano había sido incorporado temporalmente como asesor a su propio gabinete, lo que me permitió, en tal carácter, ser su único acompañante en dicha misión.

94


Dadas las dificultades que hemos venido teniendo en las negociaciones con el FMI, más allá de las diferencias que median entre la situación económica de 1972 y la actual, no deja de ser instructivo describir una gestión de tal naturaleza porque con ella queda demostrado que es insoslayable –como prioridad absoluta– plantear ante el gobierno de Estados Unidos los fundamentos políticos de la negociación que se esté llevando adelante con los organismos de crédito, ya que es absurdo tratar de ignorar el grado de influencia de ese país en sus decisiones. Por eso me voy a permitir resumidamente describir todos los pasos de lo que fue aquella gestión. Jueves 3 de febrero, a las 17 El ministro Bruno Quijano se entrevistó con el subsecretario de Asuntos Hemisféricos Charles Meyer, en compañía del embajador Carlos Muñiz, que llevaba muy poco tiempo en Washington, lo que motivó que Lanusse, para evitar su desgaste apenas iniciada su misión, no lo hiciera jugar en este asunto un papel principal. Meyer recibió a Bruno Quijano con singular cortesía, recordando con afecto Buenos Aires. Por su parte, de modo claro, categórico y enérgico, Bruno Quijano le manifestó en tono de formal protesta el desagrado del gobierno argentino por la demora de la Casa Blanca en responder a un pedido de comunicación telefónica entre los presidentes Lanusse y Nixon. Seguidamente, y a modo de contraste, Bruno Quijano hizo referencia a la inmediata atención por parte de Lanusse al pedido de Nixon para que la Argentina acompañara con su voto en la ONU la posición norteamericana en el problema de China. Sin solución de continuidad, Bruno Quijano enmarcó la conversación en el tema de fondo, que era confirmar el proceso de institucionalización del país. Ya dentro de ese contexto, y sin más, Bruno Quijano solicitó el urgente apoyo de los funcionarios norteamericanos ante los organismos de crédito y también ante la banca privada para que facilitaran las gestiones comenzadas sin éxito por el presidente del Banco Central Carlos Brignone. Este ya le había hecho saber a Bruno Quijano que los norteamericanos se oponían al paquete de medidas económicas adoptadas por el gobierno argentino y que, además, no auspiciaban el plan de créditos solicitados. Meyer prometió tomar personal e inmediata intervención, expresando sus disculpas en forma amplia. Aun así, 95


Bruno Quijano decidió recurrir a todos los medios a su alcance con el fin de sacudir la burocracia del Departamento de Estado. Fue entonces cuando yo le aconsejé que tomáramos contacto con nuestro amigo Alejandro Orfila, que vivía en Washington, por su predicamento en los círculos de poder. La respuesta de Orfila fue inmediata, y su colaboración, amplísima, generosa y eficaz. Viernes 4 de febrero, a las 11 A esa hora, Bruno Quijano se entrevistó con el secretario de Justicia John Mitchell. Allí, nuestro ministro desarrolló el esquema político para institucionalizar el país. Asimismo, le entregó copia del decreto que creaba una comisión encargada de planificar la lucha contra las drogas y le adelantó que estábamos estudiando una ley federal de represión en la materia, similar a la de Estados Unidos Como Mitchell, además de amigo personal de Nixon, fue el manager de su campaña presidencial y pensaba renunciar prontamente a sus funciones para encargarse de la polémica campaña de reelección, Bruno Quijano decidió ahondar en el tema del esquema político y le manifestó la preocupación de que hasta ese momento no se hubiera evidenciado la buena voluntad del gobierno norteamericano hacia la Argentina, ni el cumplimiento de lo expresado en las conversaciones por él mantenidas en septiembre de 1971 con Henry Kissinger, que le había prometido la más amplia ayuda. Mitchell reaccionó de inmediato y le manifestó que enseguida se comunicaría con Nixon. Poco rato después se recibió en nuestra embajada la confirmación de que la postergada llamada de los presidentes quedaba concertada para el lunes, a las 15. Ese viernes, a pedido del presidente del Eximbank Henry Kearns, Bruno Quijano lo visitó. Kearns manifestó su preocupación por la suerte que correrían los créditos del Eximbank contra Swift. Por su parte, Bruno Quijano le garantizó a Kearns que no estaba dentro de la política del gobierno la idea de estatizar empresas. Kearns se mostró satisfecho y ofreció firmar un convenio por 100 millones de dólares esa misma tarde. Y ese mismo viernes a última hora se le informó a Brignone, todavía en Nueva York, que el Fondo Monetario había otorgado “luz verde” a las negociaciones con el apoyo de los representantes norteamericanos ante ese organismo. Ya en ese momento se advertía que los mecanismos de decisión del gobierno norteamericano habían comenzado a funcionar nuestro favor. 96


Lunes 7 de febrero, a las 17.30 Gracias a la gestión de Orfila y de su amigo William Safire, Bruno Quijano se entrevistó con Kissinger, que le pidió disculpas por la demora en fijar la audiencia y justificó tal hecho en razón de estar abrumado de trabajo por el viaje de Nixon a China. La reunión fue extremadamente cordial, como deseando disimular la postergación. Bruno Quijano le agradeció el apoyo que ya había comenzado a prestarse por parte de su gobierno y le reiteró la voluntad de proseguir con el proceso de institucionalización democrática que le había explicado en septiembre. También le solicitó su apoyo ante los bancos privados, a lo cual Kissinger contestó que de inmediato se pondría en contacto con el secretario del Tesoro, John Connally, para que se brindara el apoyo solicitado (éste era el gobernador texano que acompañaba a Kennedy cuando se produjo su asesinato). El mismo día, Bruno Quijano consideró conveniente tomar contacto personalmente con Connally, con el fin de instar al Departamento del Tesoro a apoyar a la misión de nuestro país. Martes 8 de febrero Por la mañana, Bruno Quijano habló por teléfono con el First National City Bank para concertar con su directorio una reunión en Nueva York. Entonces se le informó que, el lunes por la noche, Connally ya había hablado por teléfono con David Rockefeller, presidente del Chase Manhattan Bank, para solicitar su apoyo a la gestión argentina. Es decir que Kissinger ya se había manifestado y que los niveles de decisión del gobierno norteamericano habían entrado a funcionar en forma rápida y eficaz. Miércoles 9 de febrero La entrevista con Connally tuvo un tono marcadamente cordial. En primer lugar, Bruno Quijano le agradeció su apoyo haciéndole conocer que sabía de su gestión ante Rockefeller. Y luego le aseguró a él también la decisión argentina de hacer efectivo el proceso de institucionalización democrática. Después de escucharlo con atención, Connally le expresó su preocupación por la posible peronización de este proceso y por la gravitación de Perón en el mismo. Al respecto, Bruno Quijano le dijo que no había peligro de que ello ocurriera (!) pues el gobierno estaba 97


tomando los recaudos necesarios para evitarlo (gestiones ante Francisco Franco). De inmediato, Connally contó que el día anterior había estado conversando con Nixon sobre la Argentina, recordando la estupenda situación económica de nuestro país hasta la Segunda Guerra Mundial y la dificultad de entender qué había ocurrido luego para que la Argentina se paralizara en su progreso y dejara de crecer con el ritmo que todos esperaban de ella. Connally seguidamente manifestó su confianza, como también la del presidente Nixon, de que la Argentina lograse todos los objetivos expuestos, no sólo por su propio bien sino, además en beneficio de América latina e incluso de los Estados Unidos. Luego, la conversación cobró un tono muy afectuoso por la expresión de Connally acerca de sus sentimientos por la Argentina, como hombre de campo y ganadero. Tras una semana de conversaciones, las gestiones finalizaban satisfactoriamente. Ya en Nueva York, terminadas todas las entrevistas, Bruno Quijano recibió en el Metropolitan Club un llamado de Aristóteles Onassis, de quien era abogado, para invitarlo a su isla Skorpios, poniendo para ello un avión a su disposición, pero nuestro ministro agradeció y declinó la invitación porque quería volver inmediatamente a Buenos Aires y comunicar personalmente a Lanusse el éxito de su misión. (Yo le había renovado el pasaporte argentino a Aristóteles Onassis en nuestro Consulado en Atenas, pero me perdí esa oportunidad de reencontrarlo y nada menos que en Skorpios…) Sin embargo, un bon vivant como era Cachilo Quijano, era capaz de postergar el hedonismo por la responsabilidad política.

DOS CONTRATAPAS PARA SENDOS LIBROS DE RICARDO NOSEDA Ricardo Noseda, abogado, empresario y notable melómano, ya no está lamentablemente entre nosotros, y de seguir aquí, este presente nacional le habría resultado muy doloroso, tal vez insoportable. Cuando publicó en la década del 70, a través de la Editorial Troquel, Los decretos de Altamarca, me pidió que le hiciera una breve nota para la contratapa: 98


“Altamarca no es un país imaginario. Es el país imaginado”. Así comienza este libro que, aunque de decretos y no de horas como el de Rilke, puede ser considerado poético. Tiempo atrás, Noseda había incursionado en el tema de la Revolución a través de un ortodoxo ensayo político titulado precisamente Tema para una revolución. Ahora –tal vez por fatal realismo– ha preferido tratar la misma materia apelando a la alegoría satírica, pero el género no logra disimular el profundo sentido ético-político del autor, ni el humor el drama histórico de una comunidad nacional. La Revolución de Altamarca no pretende cambiar sistemas o estructuras, económicas o políticas, sino rehabilitar al hombre como autor y destinatario de la empresa común. Se propone organizar la sociedad política a imagen y semejanza de seres ante todo ávidos de ética y de virtudes. Por eso el nuevo Gobierno de Altamarca empieza por restablecer el orden moral. Y olvidándose por un tiempo de las cosas, centra la mira y el esfuerzo en el hombre, suponiendo que él se encargará luego de hacer lo que haya que hacer y cambiar lo que haya que cambiar. La síntesis de lo ocurrido en Altamarca es que después de mirar las cosas como eran, el país decide reorganizarse conforme a la realidad y abandonar toda mistificación y falsedad. Todo ello, expresado con prosa literaria y legisltiva de la mejor factura. Sólo resta agradecer –habida cuenta la contundencia crítica de Ricardo Noseda– la buena suerte de poder ser sus lectores y no correr el riesgo de resultar leídos y juzgados por él. ALBINO GÓMEZ Para Los figurones, editado por Troquel en 1981, escribí: “Este libro de Ricardo Noseda estaba prefigurado en Los decretos de Altamarca, ya que Los figurones, que ahora toma la forma de una novela policial, era uno de los decretos de aquel libro. Pero tanto Los decretos de Altamarca como esta nueva obra de ‘ficción’, son alegorías a las que Ricardo Noseda apela para expresar con lucidez y humor su angustia y su dolor por nuestro país. Algunas breves y fragmentarias transcripciones serán más que suficientes como para interesar a cualquier potencial e inteligente lector: 99


‘… La sociedad argentina se deshace desde hace largo tiempo en una anemia perniciosa que le carcome las fibras y las fuerzas. No es ninguna crisis en particular, económica, política o incluso ética. Es el desfallecimiento progresivo de la mente, del ánimo y del alma nacional. Es la desvalorización y el desdén por la inteligencia… Es la quiebra general de las virtudes, desde las que infunden la moral hasta las que nutren la economía…’ ‘…Un gran país sin armas puede más que un montón de armas sin país…’ ‘…Un país puede estar bien o mal. Pero para estar hay que ser; y para ser hay que querer ser. Y lo que pasa es que la Argentina no quiere existir como nación…’ ‘…Una comunidad que se disuelve antes de haber llegado a constituir una sociedad política…’ ‘… ¡Yo, argentino!, para decir: Yo no tengo nada que ver, no soy nadie. ¿A usted no le dice nada?...’ En esta sociedad sin heroísmo ni santidad, los figurones intentan con buen éxito –según Noseda– erigirse en los sucesores de los santos y de los héroes, pero para ello hay que contar con muchas complicidades, individuales y colectivas, institucionales y estamentales, que se dan en forma directamente proporcional a la carencia de cohesión y fuerza moral de una sociedad, y a la consecuente vulnerabilidad de una nación. En un país como el nuestro, donde ‘parecer’ es más importante que ‘ser’, y cuyos habitantes se preocupan –en general– individual y socialmente más por la imagen que reflejan que por la realidad que son, obviamente, ‘los figurones’ tienen todo a su favor para triunfar. Este es un libro que Leonardo Castellani y Leopoldo Marechal habrían leído, seguramente con esperanza y con fruición.” ALBINO GÓMEZ, noviembre de 1981

100


DOS DOCUMENTOS –UNA CARTA Y UNA NOTA OFICIAL– CON MOTIVO DE UNA POLÉMICA CON LA REVISTA TIME DE LOS EE.UU. Sociedad Argentina de Escritores México 524 Buenos Aires, Argentina Teléfono: 34-9009 Buenos Aires, 11 de julio de 1967 Señor Dn Albino Gómez Primer Secretario de la Embajada Argentina Asuntos Culturales y de Prensa Embajada Argentina –WASHINGTON D.C. U.S.A. De nuestra consideración: La Comisión Directiva de la S.A.D.E. tomó conocimiento, en su última reunión, por nuestra Secretaría, del informe enviado por usted a propósito del inoportuno comentario de Time Magazine acerca de la inexistencia de una literatura argentina. En nombre de nuestros compañeros de Comisión y en el mío propio quiero hacerle llegar nuestras más cordiales felicitaciones. El interés que usted ha demostrado en la defensa del nombre de nuestros escritores y para el mejor conocimiento de su labor, no siempre apreciada con justicia, lo honra como funcionario y demuestra su fina sensibilidad y su muy firme intención de defender, ante quien corresponda, los derechos de nuestros escritores, que es como decir los derechos del pensamiento argentino. Por todo esto nos ha alegrado mucho conocer tanto el feliz resultado de la polémica –nuestras más entusiastas felicitaciones por ello– como el denodado empeño que puso usted en su gestión de esclarecimiento. Le enviamos un cordial apretón de manos María Angélica Bosco Secretaria Córdova Iturburu Presidente

101


Washington D.C., Mayo 15 de 1967 OBJETO: informar s/ publicación de la revista Time sobre literatura Argentina. R.E. 462 Nº Fojas: 1 Nº Anexos: 4 A S.E. el Señor Ministro de Relaciones Exteriores y Culto Doctor Nicanor Costa Méndez Buenos Aires Señor Ministro: Tengo el honor de dirigirme a Vuestra Excelencia acompañando, para su conocimiento, fotocopias de las cartas intercambiadas entre el Primer Secretario de esta Representación Diplomática, Don Albino A. Gómez, a cargo del Departamento Cultural y de la Oficina de Prensa y el Semanario Time de la ciudad de New York, a raíz de que la mencionada publicación afirmó en un artículo “la inexistencia de una verdadera literatura argentina”. La polémica originada por tal afirmación ha finalizado con las disculpas del semanario por el tratamiento superficial que diera al tema y prometiendo no incurrir en el mismo error en el futuro. Me parece destacar al Señor Ministro los términos de esta amplia rectificación, insólita en una revista de la importancia y jerarquía de Time. Saludo a Vuestra Excelencia con mi más alta y distinguida consideración. Álvaro C. Alsogaray Embajador

102


DOS RECUERDOS DE MI QUERIDO AMIGO CÉSAR TIEMPO El primer recuerdo tiene que ver con el tiempo en que yo dirigía el Suplemento “Cultura y Nación” del diario Clarín, y se refiere a que por razones de espacio le pidiera que cortara algo de su nota, con todo el pesar que implica pedir eso o que a uno se lo pidan. Y lo sé bien porque hasta hoy vengo padeciendo esos pedidos, no hechos por mí sino a mí dirigidos. Viernes 21 Caro Albino! Corté treinta líneas. No tengo vocación de Finochietto. Si te parece insuficiente, metéle bisturí por tu cuenta. Aunque no se puede ser mezquino recordando a un maestro de las dimensiones de Henríquez Ureña. (El domingo próximo Juan Carlos Ghiano va a hablar de él en La Nación). Pienso, por otra parte, que esta nota fue tipeada en la Olivetti, que tiene las letras y los espacios mayores que los de la Hermes en la que escribo habitualmente. (Como ves tengo dos máquinas aunque no puedo teclear con las dos manos al mismo tiempo. Necesitaría tener las manos repetidas.) Arranqué del libro que le dedicó Sábato las ilustraciones que te disparo. Una de ellas es preciosa. Ojalá pueda reproducirse claramente! ¿Podrías hacerme el favor de publicar en la edición del jueves 27 la noticia del acto de homenaje que me programaron en la Hebraica? Te adjunto la información y me emocionaría verte. No cualquiera alcanza la edad del Banco de Galicia en una ciudad truculenta como la nuestra. No dejes de ser feliz. Un gran abrazo, con el viejo afecto que no envejece CÉSAR TIEMPO Ésta es anterior, cuando todavía no nos tuteábamos, antes de convertirnos en amigos, y está fechada así: 19/9/70, otra vez aquí. Albínísimo: Pocas veces un libro me dejó una impresión de profundidad, de genialidad, de poesía, de ternura, de calor 103


humano, de humor como Albinísimas. Es un libro de los que se releen; al menos yo ya lo he hecho y pienso seguir haciéndolo. Releo a pocos: Macedonio, Jules Renard y espaciadamente, a Jean Giono. Lecturas que hacen feliz, ayudan y nos dejan ese regusto agridulce de todo lo que pudimos decir y no dijimos porque no supimos o no nos atrevimos o no fuimos capaces de decirlo. Usted lo hizo por todos nosotros y, casi jugando, escribió un libro para siempre. Las obras que todo el mundo admira son aquellas que nadie examina. Quiero tener el privilegio de ser uno de sus admiradores después de haberlo leído como lo leí, antes de que su nombre empiece a correr por ahí como va a correr. Ya hablaré de su libro en cuanto pueda y me dejen. Entretanto reciba mis enhorabuenas, que no valen gran cosa, pero son bien sinceras. CÉSAR TIEMPO Y realmente lo hizo, con una enorme generosidad, que excedía cualquier valor o mérito de lo que yo había hecho

EL DÍA QUE FUE ELEGIDO UN TAL JUAN PABLO II Treinta años atrás, los cardenales reunidos en el Vaticano designaron como nuevo Papa a un cardenal polaco de 58 años, atlético y joven, que no figuraba en los cálculos del público ni de muchos periodistas especializados. Desde el comienzo, Karol Wojtyla mostró a qué venía: le dio a la Iglesia una nueva dirección y la colocó en el centro de la política mundial, contribuyendo en forma decisiva a la derrota del comunismo. Pero también criticó al “capitalismo salvaje”. Hace treinta años, el 16 de octubre de 1978, el júbilo estallaba en la Plaza de San Pedro: la Iglesia Católica tenía un nuevo Papa, el Cardenal polaco, Karol Wojtyla, sucesor del Cardenal italiano Albino Luciani, cuyo breve reinado bajo el nombre de Juan Pablo I había finalizado con su inesperada muerte el día 28 de septiembre. Con la elección de Juan Pablo II, la Iglesia, después de 455 años tenía un Papa no italiano. Y el pueblo de Roma, tras la sorpresa inicial, ovacionaba al nuevo Pontífice que lo saludaba en correcto italiano, demostrando que no tenía necesidad de intermediarios para dialogar con los romanos. 104


El pueblo lo entendió de inmediato, como se entiende a los grandes líderes, brindándole una cálida y jubilosa ovación. Así comenzaba su reinado el Papa Wojtyla, saludando y bendiciendo a más de ciento cincuenta mil personas desde el Balcón de las Bendiciones, mientras le llegaba desde la plaza un coro de gritos vivándolo, y vivando también a Polonia, la patria donde había nacido 58 años atrás. El gobierno comunista de Polonia, que no podía permanecer ajeno a tal elección, de inmediato hacía llegar su mensaje a la Santa Sede, señalando la importancia particular que ella tenía para todos los polacos, por tratarse del hijo de una nación que había vivido el infierno de la Segunda Guerra y asistido a la transformación de su patria por el desarrollo en todos los dominios. Cuando Juan Pablo II sucedió a Juan Pablo I, el Padre Malachi Martín (+ 1999), que fuera asistente de los Papas Juan XXIII y Paulo VI y autor de varias obras, entre otras: “La elección definitiva” e “Informe sobre Roma”, recordó una profecía según la cual, si el nuevo Pontífice llegaba a disfrutar de un normal lapso de vida, obligaría, exitosa y categóricamente, a que se produjeran grandes cambios en la política externa de los Estados Unidos y de la URSS. Y dirigiéndose a los escépticos respecto de tal profecía, decía mientras se desarrollaba la visita de Juan Pablo II a los Estados Unidos en octubre de 1979 –o sea al año de haber comenzado su papado– que algunos estaban comenzando a comprender que desde la época del Papa Julio II (siglo XVI), nunca habían sido el carácter y los métodos de un Papa tan vitalmente importantes para millones de personas, como lo eran ya en ese momento los de Karol Wojtyla. ¿Quién puede hoy dudar del cumplimento de aquella profecía? Al retirarse de la ceremonia oficial de recibimiento de los diplomáticos y dirigentes mundiales que se habían reunido para felicitarlo por su elección, Wojtyla se dirigió a uno de sus asistentes para decirle: “Y ahora, después de haber puesto en movimiento la rueda, me pregunto: ¿cuántos de ellos regresarán a saludarnos?”. Y al Cardenal Wysinski, que lo dejaba, a punto de regresar a Polonia, lo despedía con esta enigmática frase: “Viejo amigo, ruega por mí. Si logro el éxito puede ser que no te vuelva a ver; si fracaso, puede ser que tú no me vuelvas a ver”. Según la profecía recordada por Malachi Martin –también asistente de Juan Pablo II– los próximos diez años iban a ser testigos de profundos cambios dentro de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, y de una nueva forma de la 105


influencia papal a través del mundo. Agregando que el estadounidense medio de esa generación podría muy bien llegar a descubrir que la economía práctica de su vida cotidiana, su posición política y quizá el destino de sus hijos, iban a estar profundamente influidos por lo que ese sacerdote polaco de 58 años de edad, transformado en Juan Pablo II, decidiera e implementara como política papal. El joven Wojtyla Karol Wojtyla no era el sacerdote de tipo complaciente. Provenía de una extracción social, política y humanista que consideraba con desprecio superlativo tanto la llamada Ilustración Europea del siglo XVIII como los adelantos materiales producidos en abundancia por la tecnología de la ciencia moderna, tal como se propagaron por Europa Occidental y en los Estados Unidos. Su medio ambiente cultural no había aceptado nunca las suposiciones sociales del darwinismo ni los principios educacionales derivados de las teorías de Freud. El humanismo secular de Francia, Gran Bretaña y de los Estados Unidos le fue totalmente ajeno. Su personalidad fue forjada, además, en medio de grandes peligros. Sus primeros logros fueron éxitos obtenidos frente a personas a las que él consideraba como enemigas y, bastante realistamente, como personas que podían ser, potencialmente sus verdugos. Estos primeros éxitos fueron llevados a cabo mediante una cuidadosa planificación y mediante maniobras secretas, con un gran riesgo personal. Juan Pablo II estuvo habituado a vivir acompañado por la posibilidad de la traición y de la muerte repentina, situación esta última que casi le aconteció –y no por primera vez– el 13 de mayo de 1981. En la Polonia de antes de la Segunda Guerra Mundial, Karol Wojtyla pertenecía al Odrodzenie (Renacimiento), un movimiento nacional organizado por un profesor de sociología de la Universidad de Lublin llamado Stefan Wyszynski, justamente el amigo a quien Juan Pablo le dirigiera la hermética frase que transcribimos más arriba, y que más tarde llegaría a ser Cardenal y Primado de Polonia. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Wojtyla pasó inmediatamente a la actividad clandestina. A la edad de diecinueve años se hizo miembro del Armia Krajowa (el Ejército de la Patria), una organización de tipo militar de resistencia nacional. Fue mensajero, distribuyó literatura resistente, participó en el canal clandestino que ocultaba a evadidos y les posibilitaba 106


llegar a Occidente. Fue miembro de la unidad que consiguió los detalles técnicos y las piezas materiales de los misiles alemanes V-1 y V-2 que se estaban probando en ese entonces en Polonia, y pasó la información a Londres. Teatro nacionalista Sus actividades estaban centradas alrededor de la formación y mantenimiento del estado de ánimo de grupos de adolescentes para quienes organizó el Teatro Rapsódico; un teatro experimental que tenía fuertes acentos nacionalistas. Durante esa época comenzó sus estudios para el sacerdocio. En 1944, como lo señalan las listas oficiales de los archivos de Varsovia del Ministerio de Relaciones Exteriores, Karol Wojtyla fue puesto en la lista de requeridos por los nazis. El arzobispo de Cracovia, Cardenal Sapieha, lo envió a un escondite donde permaneció, todavía estudiando para sacerdote, hasta el final de la guerra. A lo largo de esos años de guerra, una influencia importante sobre Wojtyla fue la de Jan Tyrowksky, simple sastre de oficio, pero una de esas raras personas que no solamente conocía y comprendía al gran maestro occidental de la oración mística, que es San Juan de la Cruz, sino que él mismo tenía el don de la oración mística. Wojtyla fue ordenado sacerdote en 1946 y luego enviado por el Cardenal Sapieha a Roma donde, en el colegio Angelicum dominicano, elaboró su tesis sobre el problema de la fe en San Juan de la Cruz. Al volver a Cracovia, obtuvo un doctorado en filosofía con una tesis sobre Max Scheler en la Universidad Jageloniana, hecho éste que a partir del comienzo de su Papado impulsó a un buen número de lectores a buscar en las librerías obras de Max Scheler. El sentimiento trágico Pero el interés de Wojtyla por Max Scheler no era tanto porque el filósofo alemán se hubiese hecho católico (después dejó el catolicismo y se convirtió a una especie de panteísmo budista), sino porque hizo filosóficamente lo que San Juan de la Cruz hiciera teológicamente, y una de las conclusiones de Scheler fue subrayar la necesidad de un sentimiento trágico de la vida humana. “Si uno logra sacarle a un hombre el sentimiento de lo trágico y lo hace totalmente dependiente de ser feliz, lo convierte en un esclavo”, decía Scheler. Wojtyla percibió esa conclusión como mucho más sóli107


da y justa que la convicción moderna de que la vida humana debía ser una prosecución de la felicidad. En sus sermones y escritos, Wojtyla dejó en claro que no había esperanzas para mantener la libertad, a menos que el hombre tuviese el sentimiento de lo trágico. Y bajo ese único punto de vista, Wojtyla veía al capitalismo de Occidente tan pernicioso como el comunismo de los soviéticos. En 1967, Wojtyla llegó a ser Cardenal de Cracovia. Allí demostró su hábil esgrima para enfrentarse a los dirigentes comunistas locales y nacionales. Juntamente con el Cardenal Stefan Wyszynski, fue él quien reintegró a los católicos polacos la condición de la comunidad más floreciente en toda la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Por eso, según el padre Malachi Martin, ese mundo que ya entraba en los años ochenta, debía irse acostumbrando a una imagen muy nueva del hombre que acababa de ocupar la silla de San Pedro. En ese entonces Wojtyla gozaba de excelente salud, no era un individuo retraído o silencioso, hablaba varios idiomas muy fluidamente, era un excelente esquiador, podía ofrecer una ejecución muy respetable de guitarra, y se unía alegremente al canto en comunidad cada vez que le se presentaba la oportunidad. Se relacionaba socialmente muy bien, exhibía un profundo sentido del humor, tenía soltura en sus gestos y el flujo natural de la elocuencia. Intelectualmente obstinado en la discusión, era de pensamiento veloz y lo suficientemente joven como para ser ambicioso, aunque también lo suficientemente maduro como para no ser víctima de ilusiones. Política papal En cuanto a los rasgos principales de su propuesta, la política papal sobre cuestiones especiales, Martin expresaba entonces que Juan Pablo II no permitiría sacerdotes casados ni mujeres sacerdotes. Que mantendría la proscripción de la Iglesia en contra de la práctica de la homosexualidad y de la anticoncepción, y que no permitiría desviaciones teológicas y morales, como tampoco la disolución de las grandes devociones ni la solidez original de las enseñanzas dogmáticas y éticas católicas, apostólicas y romanas. Que no habría diálogo ni cooperación política entre marxistas y la fe católica, porque Juan Pablo II no consideraba compatible la estructura política del Estado comunista con el cristianismo. Además, pensaba que el derecho a la propiedad privada era inherente a todo hombre y que también la iniciativa privada era mejor que la intervención socialista. Por ello deseaba que el Estado no tuviese nada que 108


ver con la educación o el comercio en la vida cotidiana de los ciudadanos, excepto en lo que fuera necesario. Lo que sí debía hacer, en cambio, era a través de reglamentaciones, limitar el crecimiento excesivo o superar la debilidad. Sobre la cuestión del dinero, apuntaba Martin, el nuevo Papa tendría una actitud muy diferente a la del pasado pensamiento del Vaticano. Para fines del papado de Paulo VI, la inversión vaticana había estado ligada a las fortunas de la comunidad trilateral, tanto en Europa como en el resto del Mundo. Juan Pablo II pensaba que la forma de capitalismo representada por la comunidad trilateral era fundamentalmente no cristiana y estaba condenada a la extinción, por lo cual, Martin anunciaba que dentro de los próximos cinco años iniciaría una nueva política en lo referido a los dineros del Vaticano. Cosa que evidentemente ocurrió, como casi todos los anuncios de Martin. En una perspectiva más amplia y que afectaba directamente la posición económica y militar de los Estados Unidos, y que asimismo sería también de gran relevancia para todo el hemisferio occidental, la política de Juan Pablo II iba a reflejar el hecho de que el cristianismo, para él, no era un sistema de gobierno y creencia eclesiásticos que estuviese ligado a forma especial alguna de gobierno secular. No porque creyese que el cristianismo pudiera vivir con cualquier forma de gobierno, ya que por ejemplo, no podría coexistir por mucho tiempo con un gobierno activamente comunista, y en tal caso: uno u otro debería ceder. Pero sí pensaba también que la comunidad cristiana debía cesar de prestar su apoyo a una forma de capitalismo que estuviese demostrando ser tan letal para la fe cristiana, a su manera, como lo era el comunismo. Y todo esto iba a constituir un gran cambio en la forma de pensar de la Iglesia bajo el pontificado de Juan Pablo II. Al cumplirse treinta años de la elección del Cardenal Wojtila para comenzar su Papado y de los anticipos tan acertados del padre Malachi Martin, sobre los lineamientos que constituyeron el pensamiento y la acción de Juan Pablo II, ya desaparecidos los dos, creímos oportuno recordar este aniversario como una forma de reconocimiento a quien cerrara para la Iglesia el siglo XX, le abriera sus puertas al siglo XXI, y fuera el providencial mediador en nuestro conflicto con Chile y en la cuestión del Beagle. (publicado en la sección “El Observador” del diario Perfil el 19 de octubre de 2008) 109


EL EMBAJADOR MARIO AMADEO Nació en 1911 y murió en Buenos Aires en 1983. Se había recibido de abogado en la U.B.A., donde más tarde fue profesor de Derecho Internacional Público. Ingresó al Servicio Exterior en 1939. Entre ese año y 1944 fue destinado a las embajadas ante la Santa Sede, Uruguay y Chile; Director de Asuntos Políticos de la Cancillería; Ministro de Relaciones Exteriores y Culto en 1955; Representante Permanente ante la ONU entre 1958 y 1962, donde presidió el Consejo de Seguridad en 1961. También presidió allí la 1ª Comisión –Asuntos Políticos y de Seguridad– de la Asamblea General. Fue embajador en Brasil, Miembro de la Academia Brasileña de Letras, autor de Por una convivencia internacional, Ayer, hoy y mañana, Política Internacional, Manual de política internacional y Dante siempre. Dirigió la Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales entre 1938 y 1942; escribió numerosos artículos sobre política internacional en diarios y revistas. Fue fundador y presidente del “Ateneo de la República”, hablaba con total fluidez francés, italiano e inglés. Inevitable recordarlo con admiración y afecto. Nunca supe hasta leer algunas líneas que voy a transcribir que él sabía que yo lo imitaba contando anécdotas vinculadas a su actuación como embajador ante las Naciones Unidas. Una actuación por cierto extraordinaria desde el punto de vista del oficio diplomático, sólo comparable a la que años antes había cumplido allí el doctor José Arce, a quien transcurridos veinte años de su actuación todavía se lo recordaba. Las intervenciones del embajador Amadeo eran perfectas y la prensa de televisión y radio acreditada en Naciones Unidas siempre requería su presencia en los estudios de grabación, no sólo por la diversidad de idiomas que dominaba, sino también por su capacidad de condensar el discurso de veinte o más minutos que acabara de pronunciar en alguna de las sesiones de la Organización a los cinco o tres minutos requeridos por el medio. Trabajar con él fue para mí una riquísima experiencia y un gran placer profesional e intelectual. Y recién supe qué pensaba de mí cuando se publicó un ensayo titulado “Arturo Frondizi VI, El Gobernante” por Roberto G. Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti, ya que estuvo a cargo de Mario Amadeo el Capítulo VIII sobre la política exterior argentina en las Naciones Unidas durante la presidencia del Dr. Arturo Frondizi (pps. 321 a 405). Fue allí donde, en un capítulo titulado “Las figuras que conocí”, 110


después de referirse a John Kennedy, Dwight Einsenhower, Nikita S. Kruschov, John Foster Dulles, Andrey Gromyko, Jawarlalal Nehru, Mariscal Tito, Fidel Castro, Harold Macmillan, Gamal Abdel Nasser, Dag Hammarsjold, y otros, tuvo la generosidad de dedicarle espacio a alguno de sus colaboradores como Raúl Quijano, Carlos Ortíz de Rosas, Leopoldo Tettamanti, Enrique Ros, incluyéndome a mí, con la siguiente referencia: “Su permanencia en las Naciones Unidas fue breve –poco más de un año– pero en ese lapso pudo poner en evidencia las facetas de su personalidad. No creo que Albino Gómez tuviera genuina vocación diplomática (era un periodista y un escritor) pero su colaboración fue muy valiosa para nosotros. Atendió la sección prensa con eficacia y corrección. El humorismo fue y es una de las características de su personalidad. La diferencia de jerarquías formales establecía entre él y yo una barrera que me privaba de disfrutar en toda su amplitud el gracejo que le era innato. Dicen que tenía un notable don para imitar el modo de hablar y los ademanes de las personas que conocía y que yo mismo era su frecuente modelo en ese arte. Por cierto que lamento mucho no haber podido verme retratado en su voz y en sus gestos. Albino Gómez es hoy jefe de redacción de Clarín y en ese cargo está realizando plenamente la principal vocación de su vida”.

EL FUNDAMENTALISMO Y LA POSTMODERNIDAD EN LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA Ya en los primeros tiempos de la presidencia de Ronald Reagan se percibía que en pequeñas ciudades de todo Estados Unidos se desarrollaba la batalla entre la cultura moderna y la postmoderna. Los vecinos se trababan en agrias discusiones acerca de si se debía enseñar a los niños la manera de lograr un “razonamiento moral” o si, en cambio, se debía enseñarles a aceptar sin cuestionamientos algunos de los sólidos valores y creencias norteamericanos. En los círculos académicos se atacaba al relativismo que abandonaba principios políticos fundamentales en favor de una flexibilidad desvaída y que no reconocía otro enemigo más que el hombre que no estaba abierto a todo. Así, al parecer, casi todos los estudiantes que ingresaban a la Universidad creían o decían creer, que la verdad era relativa. 111


La acusación conservadora era correcta y, sin embargo, la estrategia que se derivaría de ella por lógica (reconstruir el consenso, implantar en la mente de los norteamericanos un núcleo de valores y creencias estandarizados) parecía entonces destinada al fracaso. El metaconflicto sobre las creencias ya había pasado a ser un tema central en la política de los Estados Unidos, además de tener resonancia a nivel mundial como podía verse en los esfuerzos de la Iglesia Católica para mantenerse firme ante las absolutamente nuevas formas de acercarse a la verdad revelada, en la manera explosiva aunque renuente en que se desinflaba la doctrina en los países marxistas, en la proliferación mundial de cultos espirituales y psicológicos que comenzaron a ofrecer nuevas certezas a la gente que había abandonado las anteriores, o se había sentido abandonado por ellas. Estos eran indicadores de que el mundo llamado postmoderno estaba naciendo; un mundo que no sabía definirse por lo que era sino sólo por lo que había dejado de ser. Es decir que se estaba en plena transición a partir de la ruptura de las antiguas formas de creencia. El resultado de esta ruptura, cada vez más evidente, era una suerte de mercado de realidades sin regulaciones donde se ofrecía toda clase de sistemas de creencias para el consumo público. También surgía una nueva polarización, un conflicto acerca de la propia naturaleza de la verdad social, que se hacía evidente en las batallas sobre educación (la instrucción moral en especial) y en varias disciplinas intelectuales diferentes. Por último se daba el nacimiento de una cultura global, que proporcionaba una nueva arena donde todos los sistemas de creencias miraban a su alrededor y tomaban conciencia de los otros, y donde toda clase de personas luchaban de manera sin precedentes por averiguar quiénes eran y qué es lo que eran. Así las cosas, las próximas décadas proporcionarían el escenario en donde se desarrollarían estos procesos y en el cual la especie humana tendería a construir una nueva civilización basada en un nuevo sentido de la realidad social. En ese nuevo mundo postmoderno podía elegirse una vida de experimentación, o podía dejarse de lado la diversidad frívola del contemporáneo tocar de estilos de vida y acompasarse con alguna herencia antigua: ser judío ortodoxo o musulmán fundamentalista o cristiano devoto o un 112


nativo estadounidense tradicional. La variedad de tales elecciones era enorme, pero elegir era elegir y requería una conciencia social totalmente distinta de aquella de los judíos, musulmanes, cristianos o nativos estadounidenses que no tenían alternativa alguna. El tradicionalista contemporáneo podía parecerse en alguna de sus formas exteriores al individuo pre-moderno, pero las experiencias de vida reales de los dos diferían de manera sustancial. Hoy en día, al individuo se le recuerda en forma permanente que distintos pueblos tienen distintos conceptos de cómo es el mundo. Y quien entiende esto y lo acepta reconoce a las instituciones sociales como creaciones humanas, sabiendo que aún el sentido de la identidad personal es diferente en distintas sociedades. Es así como tales personas ven las verdades religiosas como un tipo especial de verdad y no como una representación eterna y perfecta de la realidad cósmica. Y yendo todavía más allá del humanismo secular moderno, ven el trabajo de la ciencia como otra forma social de construcción de la realidad. Así entonces, pareciera que los viejos sistemas de creencias se están derrumbando dentro de millones de mentes. Pero todos poseemos notables capacidades para manejar esta transición interna, que nos ayudan a permanecer cuerdos y más o menos socialmente convencionales y que, además, ocultan la trascendencia de lo que está sucediendo en el mundo. Resulta entonces que un colapso en las antiguas formas de creencias no necesariamente (al menos no de inmediato) implica un colapso de los antiguos sistemas de creencias. Se dice que en la actualidad no somos tanto creyentes como poseedores de creencias. Las conversiones se producen fácilmente y con frecuencia. El buscador de una fe religiosa prueba no una sino muchas religiones. Los intelectuales conservadores apuntan con orgullo –no sólo en los Estados Unidos– hacia su renunciado marxismo o trotskismo. En la era moderna todos aprendimos a ver la política como un espectro que corre de izquierda a derecha: la visión popular tiene en un extremo al revolucionario desorbitado que vive arrojando bombas y, en el otro, al conservador tieso que defiende la nación, esté esto bien o mal. Ese espectro tiene diversos matices, pero la tendencia que se manifiesta en todos los países es de una polarización básica, particularmente en los que tienen un sistema bipartidario. Otro espectro político que se tornó visible, lo identificamos comúnmente como el que va de conservador a liberal, 113


pero no es lo mismo. El nuevo espectro tiene en un extremo a aquellos que sostienen con firmeza un conjunto de verdades que postulan como la realidad cósmica. Estos ciudadanos que poseen una seguridad envidiable pueden ser fundamentalistas religiosos o científicos a ultranza, demorados ideólogos marxistas o entusiastas neoliberales. Existe todo tipo de posiciones intermedias; algunas de ellas moderadas y la mayoría sólo confundidas. Cerca del otro extremo se ubican los relativistas y constructivistas que sostienen que toda verdad es una invención humana. Ellos dicen que lo que sea que existe allí afuera, permanece allí fuera todo el tiempo, y todos nuestros sistemas de pensamiento son historias que nos contamos sobre algo que permanece, en esencia, desconocido. Los conflictos sobre esta parte concreta dentro de la cuestión de la realidad social se desataron en la década del 80 como furiosos incendios en las comunidades norteamericanas más simples, a veces rurales, donde la gente se dividió en dos fracciones opuestas y se trenzó en agrias y larguísimas batallas sobre los contenidos que se enseñaban en las escuelas locales. Algunos padres temían que sus hijos estuvieran recibiendo “perspectivas globales” en lugar de patriotismo, “razonamiento moral” o “clarificación de valores” en lugar de los tradicionales principios cristianos y norteamericanos. Consideraban que esas ideas eran subversivas y quienes las enseñaban, enemigos de la sociedad. Una maestra que perdió su trabajo durante la disputa en una de ellas, dijo que finalmente entendía lo que deberían haber sentido las personas durante la era de McCarthy o los años de Hitler. Lo que algunos padres encontraban subversivo era la propuesta de que los valores no se basasen en una infalible certeza de lo verdadero y lo correcto, sino que tuviesen que ser resueltos por seres humanos falibles en la vida de todos los días. Ese era un tema bastante común en los libros de texto de las escuelas públicas. En un libro de economía doméstica que avivó la llama de la disputa se leía la siguiente afirmación: “Los valores son subjetivos. Varían según la persona. Se puede entender mejor a la gente y congeniar con ella teniendo una mente abierta con respecto a los juicios de valor que se emitan”. Otro texto decía que “no se puede recurrir a una enciclopedia o a un libro de texto para encontrar valores” porque “provienen del propio fluir de la vida”. Un manual de actividades para la clarificación de valores indicaba a los 114


maestros que tal aprendizaje ni siquiera podía ser evaluado con notas: “Se alienta a los maestros para que evalúen si una actividad en particular se está haciendo bien, pero esto nunca puede ser trasladado a una evaluación de los alumnos... No hay respuestas incorrectas y evaluar con notas sólo serviría para ahogar la confianza, la honestidad y la buena disposición a mostrarse tal cual son”. Esta clase de material enfureció a los críticos fundamentalistas, quienes afirmaron que se acercaba peligrosamente a enseñar que no existe lo correcto ni lo incorrecto. Porque dentro de la concepción fundamentalista del mundo, no pueden existir valores sin un origen y una autoridad absolutos. Y cualquier instrucción basada en razonamientos morales puramente humanos tenía “una inclinación socialista amoral”. Fue así como los fundamentalistas decidieron producir sus propios libros de texto basados en el absolutismo en lugar del relativismo. Las controversias sobre este tema desgarraron a muchas comunidades y llegaron también a los más altos niveles del gobierno. Durante la administración de Ronald Reagan, algunos funcionarios propugnaron una cruzada de toda la Casa Blanca contra toda clase de enseñanza de valores relativistas. Paralelos a estas guerras educacionales corrieron los conflictos sobre la fe religiosa. La Iglesia Bautista del Sur (denominación que alguna vez fue modelo del viejo estilo del individualismo norteamericano) libró una tumultuosa batalla nacida de la cruzada de algunos de sus miembros para imponer a todos los bautistas un único grupo de doctrinas religiosas severamente definido. Los antiguos bautistas se sorprendieron de ver desarrollarse esta batalla en el seno de su iglesia. Durante siglos, el credo bautista lideró la libertad de religión y la llevó a la práctica. Sus congregaciones eran organizaciones democráticas independientes y sus miembros eran guiados por el viejo dogma librepensador del “sacerdocio del creyente”. Había un dicho que decía que si se encontraban dos bautistas en el mismo cuarto, se expresarían tres opiniones. Pero luego, una facción dentro de la iglesia comenzó a imponer en forma tenaz una doctrina sobre la verdad literal de la Biblia. Una infalible y certera verdad. Esta posición se conoce como infalibilidad o literalismo, en la que estuvo enrolado Ronald Reagan y ahora el presidente George W. Bush. El literalismo es una contra-revolución. Los literalistas se rebelan contra la complejidad y el pluralismo del mundo 115


contemporáneo, contra las disputas constantes entre diferentes grupos con diferentes visiones de la realidad, contra la incesante demanda a los individuos para que tomen decisiones. Lo que quieren es una civilización sin incertidumbres. Tienen una ideología política a la que llaman reconstrucción. La reconstrucción es popular entre los fundamentalistas religiosos de diferentes iglesias. Su agenda es bastante simple y se ocupa sólo de lo que su nombre sugiere: reconstruir la civilización norteamericana y hacer de la verdad literal de la Biblia el credo público. Todas las leyes y las políticas públicas deben estas basadas en los pasajes apropiados de las Escrituras. Los reconstruccionistas –que no parecen haber oído hablar de la hermenéutica– operan sobre la conmovedoramente ingenua presunción de que no existirán conflictos políticos acerca de cómo interpretar los pasajes o de quién decide qué capítulo y qué versículo aplicar para cada tema. De esta manera, se presume que no hay posibilidad alguna de que alguien ejerza una tiranía política al ser el intérprete oficial. El gobierno se limitará a fundamentar sus políticas sobre cualquier tema (exploración espacial, biotecnología, tasas de la reserva federal, política energética o lo que sea) en una sencilla lectura del Libro (de ejercicios) Sagrado. Lo que quieren los reconstruccionistas es una sociedad libre de errores, ya que consideran que la verdad es otorgada por Dios y está más allá de cualquier construcción humana, pero al mismo tiempo disponible en cualquier momento en la Biblia. Están unidos en una inconmovible oposición ante cualquier sugerencia de que los valores y las creencias (y las Sagradas Escrituras) sean creaciones humanas. Sin embargo, todos sabemos que un tipo de civilización global está surgiendo; este es uno de los axiomas de nuestro tiempo, pero tenemos todavía una confusa sensación de su devenir. Durante cientos de miles de años, los seres humanos, diseminados por el mundo, desarrollaron diferentes lenguajes, religiones, costumbres, sistemas políticos. Hoy se dice que todo aquello que había estado separado durante milenios de pronto viene de alguna manera a comunicarse, a reunirse. Que existe una cultura global, una telaraña de ideas en constante crecimiento que la mayoría de los seres humanos mantiene unidas. Sin embargo, nadie sabe muy bien qué es. Todavía no ha surgido el grupo de científicos sociales que lleve a cabo un estudio de opinión global que podría arrojar datos importantes acerca de cuáles son los conocimientos y los valores que comparte la población mundial. Al menos en Occidente. 116


Algunas partes de la cultura global destruyen con brutalidad los valores y creencias de las culturas tradicionales y los reemplazan rápidamente. El modernismo suplantó al pre-modernismo, el postmodernismo suplanta al modernismo. Pero también ocurren otros fenómenos más complejos y fascinantes. Así se ha dicho que el cambio cultural siempre ha sido un negocio increíblemente multidimensional, pleno de innovaciones e improvisaciones, fantasmas y disfraces. Así ocurre también que los conflictos entre relativistas y fundamentalistas se convierten con frecuencia en batallas acerca del globalismo. En las controversias sobre los libros de texto en las escuelas norteamericanas, los cursos de “estudios internacionales” y “conocimiento global” generan la misma oposición violenta (de los mismos sectores) que los cursos de razonamiento moral. Esos cursos, como lo declaran los “Ciudadanos por la Excelencia en la Educación” son adoctrinamientos de facto en “un punto de vista universalista, anti-norteamericano”. En un sentido, los temibles fundamentalistas están en lo cierto. El globalismo socava los sistemas absolutos de valores y creencias. Pero en otro sentido, están equivocados: los sistemas de valores y creencias no desaparecen de inmediato. La gente se limita a habitarlos de otra manera, y las viejas formas nos sorprenden a veces con la vitalidad que les queda. La mente humana tiene un gran repertorio de modos de aceptar y honrar las construcciones sociales de la realidad, sin fagocitarlas en su totalidad. Los procesos globalizadores requieren una renegociación de nuestras relaciones con las formas culturales familiares y nos recuerdan que estas formas están construidas por la gente; son humanas, falibles, pasibles de revisión. Los fundamentalistas norteamericanos están demasiado alterados por el temor de que el orden social se derrumbe por completo si no existe un consenso sobre algunas verdades absolutas. Si estuvieran en lo cierto, las perspectivas de una democracia pluralista serían bien débiles. La caída de los viejos sistemas de creencias y el surgimiento de una nueva visión del mundo amenaza a todas las construcciones de la realidad existentes y a todas las estructuras de poder unidas a ellas, y hay mucha gente a quienes esto no les complace. Es que la caída de un sistema de creencias puede parecer el fin del mundo. La gente puede literalmente dejar de saber quién es.

117


Estos problemas no irán a resolverse mediante el “tradicionalismo” romántico que buscó conservar intactas las antiguas culturas como así tampoco mediante el globalismo optimista que iguala la interdependencia al progreso. Para resolverlos, se requiere una visión postmoderna del mundo que sea consciente de la promesa y también del drama que implica liberarse de las construcciones sociales de la realidad pre-modernas. En muchos lugares del mundo vemos signos de la emergencia tentativa de una actitud postmoderna a medida que la gente encuentra la posibilidad de mantener, en cierto sentido, la conexión con las tradiciones más antiguas y, al mismo tiempo, crear nuevas situaciones. Un ejemplo práctico de esa actitud es el experimento europeo de unir nacionalidades divergentes en una Unión Europea; un estado de cosas imposible de imaginar décadas atrás. Para que una visión postmoderna del mundo pueda emerger en su totalidad y con madurez es necesario, entre otras cosas, conseguir un mejor sentido de la historia, una idea cabal de lo que la humanidad ha descubierto sobre sí misma en los últimos siglos y los efectos de este descubrimiento. La visión postmoderna del mundo se ha tomado su tiempo para nacer, pero en las últimas décadas no ha tenido empacho alguno en proclamar su inminente llegada. (publicado en la sección “El Observador” del diario Perfil el 3 de mayo de 2007)

EN DEFENSA DEL TANGO Al señor Presidente de la Telefónica Española D. Luis Solana S/D Estocolmo, 9 de julio de 1988 Estimado señor: En la sección “Transiciones” de una carta informativa de análisis internacional que se edita en Caracas, y que dirige el conocido periodista Ted Córdova-Claure, se dice:

118


FOBIA: De Luis Solana, Presidente de la Telefónica Española, contra el tango argentino. De visita en Buenos Aires, Solana dijo en declaraciones por TV que “Argentina tiene que dejar el tango” y poco después escribió en un diario derechista argentino que “en el tango hay una desesperanza en su mensaje de que las cosas son imposibles de mejorar”, y despreció a los “filósofos del tango…” Pues bien, no sé si las citas son correctas o están tomadas fuera de contexto, pero si fuesen correctas y estuviesen dentro de contexto, me veo obligado a hacerle llegar estas cordiales reflexiones: Los argentinos hemos tenido, y lamentablemente mantenemos, cierta tendencia a buscar chivos emisarios de todos nuestros males, y resulta que ahora viene usted a reforzar esa perniciosa tendencia, señalando al tango como factor (¿exógeno o endógeno?) determinante de nuestros problemas. Realmente es lo único que nos faltaba. Pero vayamos por partes: El tango tiene ya una larga historia en nuestro país; es prácticamente centenario. No siempre ha sido igual, ni en estilo ni en intenciones. Comenzó de la mano de la Habanera, del Fandango, de la Milonga, del Tango Andaluz y del Candombe. Su origen fue prostibulario y suburbano. Fue alegre y cachondo. La época daba para eso hacia fines del siglo pasado y comienzos del presente. Luego fue ganando espacio y llegó a la ciudad, al centro, y después de triunfar en algunas ciudades de Europa entró finalmente en los barrios residenciales de Buenos Aires y se adueñó del país. Pero aún en ese período que abarca desde los años veinte hasta los cincuenta, sus expresiones también fueron diversas: tuvimos el tango canción (romántico), el tango lunfardesco y en cierta forma denunciante y contestatario, producto de la crisis del 30, que tal vez sea el tipo de tango al que usted hace referencia, como si ese estilo de tango fuese todo el tango; también el tango orquesta, y por último el llamado nuevo tango que irrumpe con Astor Piazzolla y que a partir de los 60 se va transformando en lo más representativo del Buenos Aires de hoy: así se lo considera en Europa y en los Estados Unidos donde se lo escucha como música de cámara. Deberá disculpar usted la imperfección de esta brevísima síntesis de los cien años de nuestra música nacional, pero mi objetivo es sólo incitarlo –ya que considera tan nocivo al tango– a la lectura de autores tales como Horacio Salas u Horacio Ferrer, para que usted pueda hablar con conocimiento de causa. 119


Leyendo un par de buenos libros podrá usted llegar a apreciar que el tango, en cualquiera de sus épocas, no ha sido otra cosa que un producto o resultado, no sólo de la inspiración artística de sus autores, sino del contexto social y político en el cual estaban dichos poetas y músicos inmersos. Lo que pretendo decirle, señor Solana, es que la Argentina no es un producto del tango sino precisamente lo contrario: el tango es un producto de la Argentina, como suele ocurrir con la mayor parte de los géneros artísticos, ya se trate de literatura, plástica o música. Que luego se identifique a los países con ciertos productos artísticos propios, es otra cosa. No faltan quienes identifican –equivocadamente o no– a España con la zarzuela, pero cierto o no, la zarzuela no es tampoco la fuente de las virtudes españolas ni la de sus vicios. Por otra parte, el tango tiene hoy mucho más prestigio en el exterior que en nuestro propio país, así por ejemplo en Bogotá, Montevideo, Caracas, París, Nueva York, Helsinki o Tokio. Y salvo el nuevo tango de Piazzolla que, como le repito, es prácticamente música de cámara, resulta difícil que el tango clásico (canción-romántico, orquestal, lunfardesco) sea hoy escuchado o cultivado por gente menor de cincuenta años. De modo tal que no termino de saber en qué funda usted tanta preocupación vinculada al tango. No me atrevo a pensar que usted no haya sido un asiduo lector de su compatriota don José Ortega y Gasset, tan admirado por los argentinos desde los años veinte, cuando comenzó a visitar nuestro país y tanto hizo por sacarnos del positivismo filosófico. O es que tal vez haya usted pasado por alto el tomo VII del Espectador, donde bajo el nombre del “Hombre a la defensiva” trató precisamente de nuestro país y de los argentinos. Y lo hizo, no sólo con agudeza sino con un extremado espíritu crítico, no exento del inmenso cariño que sentía por la Argentina. Haga la prueba de leerlo y verá que nuestros males, prácticamente los mismos de hoy aunque ahora agravados, no tenían ya entonces nada que ver con el tango, y por ende, mucho menos los de hoy. Lea también al pensador mexicano Octavio Paz y podrá apreciar entonces que muchos males argentinos son bastante similares a los de otros países de América Latina, y que todo ello tiene mucho más que ver con el espíritu de la Contrarreforma con que nos bautizó España que con el tango. Por último, quiero comentarle, no como queja sino como mera anécdota, que estando en el sur de España tuve en más de una oportunidad problemas para comunicarme 120


por teléfono, pero jamás se me ocurrió echar la culpa de ello al cante jondo. Más bien, siempre creí que el cante jondo era un producto de la falta de teléfonos, y que tenía todavía vigencia, precisamente por la subsistencia de las dificultades para comunicarse por dicho medio en esa región de España. Emb. Albino Gómez

HISTORIA DE UNA FRUSTRACIÓN NACIONAL “En Arturo Frondizi. El último estadista, Albino Gómez traza un diario personal y político sobre la trastienda de los hechos históricos que abortaron un modelo de país”. De este modo presenta María Seoane su reseña sobre el libro publicado por Ediciones Lumiere, en la revista Ñ de Clarín. “Nada más doloroso que contemplar, a años de distancia, como se hirió de muerte un gran proyecto de desarrollo nacional, quizá el último que ocurrió en el siglo XX argentino. Y nada más necesario que revisar, aún en los detalles más escondidos, ese derrotero. Esta es la esencia del libro Arturo Frondizi. El último estadista, del periodista, escritor y diplomático Albino Gómez, narrado como un diario personal y político, y que tiene el encanto de hacer cotidianos hechos ocurridos hace más de cuarenta años. De revivir esperanzas y traiciones; visiones, aciertos y los errores de los protagonistas y cierta definitiva convicción de que el camino desandado desde entonces –entre 1955 y 1962, cuando las Fuerzas Armadas violaron al gobierno de Perón, primero, y de Frondizi, después, con un golpe de Estado– definió el decurso del presente taciturno de los argentinos. La obra de Gómez trata, entonces, de la historia de una frustración nacional. Pero también del repaso de las acciones que dieron patente de estadista a Frondizi y de la vigencia de aquel proyecto de desarrollo e industrialización que comenzó a hacer potente en los años 60 a la Argentina pero se frustró después. No es una biografía. Sí una crónica detallada de los episodios más importantes del gobierno de Frondizi y de la trastienda que lo llevó al poder y que, finalmente, lo derrocó. 121


El autor fue, también, un protagonista y testigo privilegiado de aquellos días. Integró el Servicio Exterior de la Nación, y estuvo vinculado con uno de los más brillantes y polémicos intelectuales políticos de mediados del siglo XX, Rogelio Frigerio. Una anécdota que Gómez relata, en ocasión de las negociaciones entre Perón y Frondizi llevadas adelante por Frigerio cuando debió viajar a Ciudad Trujillo (República Dominicana), da cuenta de la talla de aquellos políticos: “Recuerdo que como lectura, Frigerio llevaba el tomo II de la Lógica de Hegel, pero me pidió prestado el ejemplar que yo tenía de Aguafuertes Porteñas, de Roberto Arlt, bastante más digerible, al menos para mí, que la Lógica, que en 1961 tuviera que leer por indicaciones del presidente Frondizi porque, según él, mi formación a través de la lógica aristotélica nunca me permitiría entender del todo a Frigerio. Pero esto era parte del sentido del humor del Presidente”. El libro de Gómez es rico en reflexiones y en detalles desconocidos (imperdibles) del período que va desde el 16 de junio de 1955, los días previos al bombardeo de Plaza de Mayo por la aviación naval en el intento de derrocar a Perón, hasta la caída de Frondizi por el golpe militar que lo encarceló en la Isla Martín García, el 29 de marzo de 1962. En estas páginas desfilan personajes y momentos clave de esos siete años en que la Argentina intentó desplegar la política industrial más audaz del siglo, luego de las bases sentadas por el peronismo con la sustitución de importaciones. “El objetivo del plan era transformar la industria de consumo (…) en una industria alimentada por la energía y la materia prima nacionales…” En ese camino, Gómez describe los episodios clave del gobierno de Frondizi-Frigerio: el pacto con Perón; la relación tormentosa con los sindicatos; la resistencia peronista y la represión final al peronismo; el papel de la Iglesia; la sanción tormentosa de la Ley de enseñanza libre que ocasionó el enfrentamiento conocido como las batallas entre “la laica y la libre”; la política exterior en tiempo de la Guerra Fría; la relación con J.F. Kennedy, con Fidel Castro y la visita del Che; la firma de los contratos petroleros; la relación con Brasil y, de manera especial, con las Fuerzas Armadas. Arturo Frondizi. El último estadista –que abunda en detalles de la participación de personajes como Nicanor Costa Mández, Álvaro Alsogaray, Arnaldo Musich, José Ber Gebard, Raúl Prebisch, Oscar Camilión, Carlos Florit, entre otros– es entonces la historia de una pasión nacional, cruza122


da por traiciones, represiones, golpes de Estado. Define los años tormentosos y crueles que siguieron al derrocamiento del peronismo: la transformación definitiva de las Fuerzas Armadas en árbitros pretorianos de la política nacional y cómo las tensiones entre el proyecto de desarrollo industrial independiente de la Argentina contaba con más enemigos dentro que fuera de sus fronteras, en función de intereses vinculados al viejo modelo rentístico y agroexportador. En las ultimas páginas, a través de una entrevista realizada veinte años después de su derrocamiento, Gómez completa con una mirada retrospectiva de Frondizi el análisis del modelo de país que intentó llevar a cabo y su particular visión de por qué fracasó. La conclusión de Gómez es polémica: que el derrocamiento de Frondizi abortó una utopía y que la historia que sobrevino demostró que, a partir de entonces, en la Argentina se “aró en el mar”.

INCONGRUENCIAS GUBERNAMENTALES Telegrama ordinario transmitido desde el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto a la Embajada en Washington Buenos Aires, 23 de mayo de 1967 Emb.argentina WASHINGTON No.234. Para S.E. los ministros Ginastera y Mujica Láinez. Complázcome expresarles mi felicitación por éxito obtenido ópera “Bomarzo” que prestigia cultura argentina. Nicanor Costa Méndez La organización del estreno de dicha ópera constituyó mi primera tarea como consejero cultural y de prensa en nuestra embajada en Washington DC, y ello tuvo lugar en el Lisner Auditorium, con los auspicios del gobierno argentino y de la Opera Society de Washington DC. En virtud del auspicio, los autores Alberto Ginastera y Manucho Mujica Láinez viajaron para presentar su obra con sendos 123


pasaportes diplomáticos y con el rango de ministros del Servicio Exterior, más los correspondientes viáticos. Con motivo del estreno hubo en la embajada una gran recepción que se prolongó –hecho inusitado en Washington– hasta las tres de la mañana, con la presencia del vicepresidente de los Estados Unidos, miembros del gabinete de la Casa Blanca, senadores, congresistas, banqueros, periodistas, artistas, lo más granado del mundo social y cultural de Washington e incluso de Nueva York. Y también de la colonia artística argentina residente en esta última ciudad, más los invitados especiales que llegaron desde Buenos Aires, como Jannette Arata de Erize, Leonor Hirsh de Caraballo y el critico Jorge D’Urbano. Después de semejante demostración, la ópera no pudo darse en el Colón, porque el mismo gobierno (del general Onganía), que había auspiciado su estreno mundial en Washington DC, la prohibió en nuestro propio país por razones morales.

LA CULTURA POSTMODERNA El malestar de la modernidad Naturalmente, el “post” de postmoderno indica un deseo de despedirse de la modernidad. Estamos ante una paradoja. Por una parte, constituye un estigma para cualquier sociedad el no ser acreedora al título de “moderna”; y por otra parte, los habitantes de las sociedades modernas parecen experimentar un malestar creciente. Desde los años veinte existe un tema recurrente en la literatura: el vacío espiritual y la ausencia de sentido del mundo moderno. Piénsese, por ejemplo, en la obra literaria de T. S. Eliot, James Joyce, Ezra Pound, W.B. Yeats, Kafka, Musil... En su novela, Ulysses, Joyce convierte la historia de un único día en Dublín –con los paseos sin rumbo de Bloom y Dedalus por la ciudad– en símbolo de la inanidad, la miseria, la falta de sentido y la inutilidad del mundo occidental moderno. Las mejores piezas de Ionesco muestran un universo donde ya no hay diálogos humanos significativos. El tema único de Beckett es el mundo sin Dios y sin significación, en el que sólo milagrosamente puede sobrevivir un resto de calor humano. Se trata de un malestar ya antiguo. El romanticismo, aquel vasto movimiento que predominó en Europa duran124


te la primera mitad del siglo XIX, puede considerarse quizá como la primera reacción antimoderna. Lo que pasa es que en este caso fue una reacción nostálgica. Querían volver atrás, a la Edad Media. Después del romanticismo ha habido otros muchos brotes inconformistas frente a la modernidad, pero sin estar dominados ya por la nostalgia del pasado. Tuvieron carácter progresista. Un ejemplo típico es el de la “bohemia”: ese estilo de vida que adoptaron a principio del siglo XX ciertos grupos de artistas, escritores, estudiantes, etc. y que fue muy bien descrito y popularizado en la famosísima ópera de Puccini titulada La Bohème. Más cerca de nosotros, debemos recordar a los “hippies” y su “Flower Power”, los “beatniks” y, sobre todo, la espectacular revuelta de mayo del 68 en París. Esos movimientos son muy distintos entre sí, pero todos se alimentan de una experiencia común: que en la sociedad actual el individuo se aliena, se enajena, se frustra. Es lo que Berger ha designado como pérdida metafísica del “hogar” (homelessness). El hombre moderno no logra sentirse ya “en casa” ni en la sociedad, ni en el cosmos, ni en último término, consigo mismo. Así, pues, no debemos pensar que los postmodernos han sido los primeros desilusionados por la modernidad. Otros les precedieron con lúcida e intempestiva anticipación. Hay una diferencia, sin embargo. Hasta ahora, las posturas antimodernas fueron patrimonio de individualidades atormentadas. La postmodernidad, en cambio, aparece como un creciente y generalizado espíritu de la época. Da la impresión de que el virus del desencanto estaba hasta hace unos años en fase de incubación y sólo lo detectaban los especialistas. Ahora es ya una epidemia percibida por la mayoría. El nacimiento de la postmodernidad La postmodernidad no es susceptible de una definición clara y, menos todavía, de una teoría acabada. No obstante, el discurso postmoderno tiene algunos “temas mayores” que lo caracterizan suficientemente. El objetivo de esta reflexión es pasar revista a dichos temas mayores. Hemos hablado de “discurso postmoderno” y, sin embargo, la postmodernidad es antes que nada una especie de talante, un nuevo tono vital. Es verdad que junto a esto –que podríamos llamar “postmodernidad de la calle”– existe también una “postmodernidad de los intelectuales” (Lyotard, Baudrillard, Lipovetsky, etc.). Pero, una vez más, los filósofos 125


no son otra cosa que notarios rezagados que levantan acta de lo que ocurre en la calle. Recordemos aquello de Hegel: “el búho de Minerva inicia su vuelo al caer del crepúsculo”. Por eso nuestra reflexión prestará por lo menos tanta atención a la “postmodernidad de la calle” como a la “postmodernidad de los intelectuales”. Aunque el término “postmodernidad” es antiguo –lo empleó ya Baudelaire en 1864–, el fenómeno cultural que hoy designamos con ese nombre es muy reciente. Naturalmente, nunca puede datarse con precisión el comienzo de una nueva época. Ningún mayordomo del siglo XV o XVI, al correr por la mañana las cortinas de la ventana del dormitorio, comunicó nunca al señor la noticia: “Señor, ha entrado el Renacimiento”. Es legítimo, sin embargo, hacer coincidir con algún acontecimiento significativo el comienzo simbólico de la nueva época. Por ejemplo, Charles Jencks afirma que la postmodernidad nació el día l5 de julio de 1972, precisamente a las 3,32 horas de la tarde, cuando dinamitaron en Saint Louis (Missouri, EE.UU.) varias manzanas que habían sido construidas en los años cincuenta sometidas a los estándares modernos de zonificación, colosalismo y uniformidad, porque se vieron obligados a reconocer que la máquina moderna para vivir –tal como la definió Le Corbusier– había resultado inhabitable. Para quienes no somos norteamericanos, el acontecimiento que ha elegido Jencks es muy poco significativo, pero nos indica hacia dónde debemos dirigir nuestra atención: la “postmodernidad” surge a partir del momento en que la humanidad empezó a tener conciencia de que ya no era válido el proyecto moderno. Conviene recordar este punto de partida. No entenderíamos bien la postmodernidad si no percibiéramos que está hecha de desencanto. Fin de la idea de progreso El contraste entre las dos épocas no puede ser mayor. La modernidad fue el tiempo de las grandes utopías sociales: los ilustrados creyeron en una próxima victoria sobre la ignorancia y la servidumbre por medio de la ciencia; los capitalistas confiaban en alcanzar la felicidad gracias a la racionalización de las estructuras de la sociedad y el incremento de la producción; los marxistas esperaban la emancipación del proletariado a través de la lucha de clases...Las discusiones relativas al “cómo” podrían ser, fueron interminables, pero la convicción compartida por todos era que “se 126


puede”. Los diversos caminos para hacer real la esperanza –desde el marxismo hasta el “american way of life”– eran, al fin y al cabo, peleas familiares. Y, en consecuencia, todos los hombres modernos se incorporaron con entusiasmo a la Gran Marcha de la Historia. Sin embargo, a lo largo de los últimos sesenta años, todas esas esperanzas se manifestaron inconsistentes. Es verdad que la ciencia benefició notablemente a la humanidad, pero también hizo posible desde el holocausto judío hasta las tragedias de Hiroshima y Nagasaki; el marxismo, por su parte, en vez de traer el paraíso comunista, dio origen al Archipiélago Gulag; las sociedades de capitalismo avanzado alcanzaron un alto nivel de vida, pero fueron corroídas desde dentro por el gusano del aburrimiento y el sin sentido... En resumen, que para toda una generación, el mundo, de pronto, se vino abajo. Leszek Kolakowski, uno de los más prominentes teóricos marxistas de Europa Oriental, que hasta 1968 fue profesor de historia y filosofía en la Universidad de Varsovia, escribió: “Hace cien años éramos felices. Sabíamos que existían los explotadores y los explotados, los ricos y los pobres, pero teníamos una idea acabada de cómo liberarnos de la injusticia: expropiaríamos a los dueños y entregaríamos la riqueza para el bien común. Pues bien: expropiamos a los dueños... y creamos uno de los sistemas más monstruosos y opresivos de la historia mundial”. Los postmodernos tienen experiencia de un mundo duro que no aceptan –desde luego–, pero no tienen esperanza de poder cambiarlo. Y, ante la ausencia de posibles salidas, una melancolía suave y desencantada recorre los espíritus. En el frontispicio de la postmodernidad está grabado con letras muy grandes un aforismo de Baudelaire: “El progreso no es sino el paganismo de los imbéciles”. En opinión de Vattimo, “el momento que se puede llamar el nacimiento de la postmodernidad en filosofía (...) es la idea (nietzscsheana) del eterno retorno de lo igual (...) el fin de la época de la superación”. (¿Cómo no recordar aquí que Nietzsche había anunciado ya que sus efectos se sentirían un siglo más tarde? En una de sus obras más conocidas escribió: “Yo mismo aún no estoy de actualidad; hay quienes nacen póstumos. Pero un día serán menester instituciones donde se viva y enseñe como yo sé vivir y enseñar; tal vez se creen entonces también cátedras expresamente para la interpretación de Zaratustra”.) 127


Los postmodernos son coherentes y, puesto que la idea de progreso les parece un espejismo, no se consideran a sí mismos llamados a superar la modernidad. Hablan de postmodernidad, simplemente porque su tiempo ha aparecido después de la modernidad. El final de la historia Los filósofos postmodernos van todavía más lejos y arrojan la historia al tacho de la basura, argumentando con desenfado que se la han inventado los historiadores y existe solamente en los libros de texto. En la realidad, hay tan sólo acontecimientos sin ninguna conexión entre sí. El mundo está constituido por una multitud de átomos-individuos que estamos juntos por casualidad. No tenemos ningún proyecto. Simplemente nos cruzamos unos con otros, o incluso nos atropellamos unos a otros, como las partículas coloidales en el movimiento browniano. En medio de ese caos, los historiadores han procedido arbitrariamente a seleccionar los acontecimientos que les convenía para que el proceso histórico apareciera ante los ojos de sus lectores como un curso unitario dotado de coherencia y racionalidad. Pero la historia existe tan sólo gracias a que los historiadores han tenido poca memoria y han recordado pocos acontecimientos. Si hubieran recordado todos, se habría visto que no existe otra cosa que un caos de biografías individuales Así, pues, la ilusión de la historia ha desaparecido. Los hombres modernos esperaban que, al final del largo y oscuro túnel de la historia, se toparían con las deslumbradoras Luces de la Gran Salida. Ahora nos hemos dado cuenta de que el túnel se bifurcó de repente en un laberinto: múltiples caminos que se entrecruzan sin conducir a ninguna parte. La gran historia se disuelve en muchas historias microscópicas. Tantas como individuos. Así pues, erramos. Erramos y erraremos por siempre, sin fin ni objetivos últimos; sin disciplinas de marcha, precisas brújulas ni nostálgicas esperanzas. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que los postmodernos viven trágicamente la pérdida de sentido de la historia. Consideran, por el contrario, que es más bien una ocasión para la realización humana. Los modernos, creyendo posible construir un futuro mejor, sacrificaron el presente al futuro y, como no hay futuro, se quedaron sin presente y sin futuro. Los postmodernos, convencidos de que no existen posibilidades de cambiar la sociedad, han decidido dis128


frutar al menos del presente con una actitud hedonista que recuerda al carpe diem de Horacio. “Las flores no las quieren para el funeral”, sino ya. Hedonismo y “resurrección de la carne” Así, pues, la manera de superar la alienación es irse a casa y disfrutar de la vida sin empeñarse en emprender un viaje por la historia hacia una supuesta tierra de promisión que no existe. La postmodernidad es el tiempo del “yo” y del intimismo. Como observa el protagonista de una famosa novela de Umberto Eco, si los vendedores de libros “antes colocaban las obras del Che, ahora ofrecen herboristería, budismo, astrología”. En efecto, en las listas de best-sellers abundan los libros de autoayuda, técnicas sexuales, los libritos sobre meditación trascendental, las guías de cuidados del cuerpo, los remedios contra la crisis de la vida adulta, la psicoterapia al alcance de todos, etc. Y es que, tras la pérdida de confianza en los proyectos de transformación de la sociedad, sólo cabe concentrar todas las fuerzas en la realización personal, y aparece una neurasténica preocupación por la salud que se manifiesta en la obsesión por la terapia personal o de grupo, los ejercicios corporales y masajes, el sauna, la dietética macrobiótica, algo ya superada por otras, las vitaminofilias, la bioenergía, etc. Sobre todo, ha habido una auténtica “resurrección de la carne”. Proliferan por doquier las revistas “para adultos” (o sea, para adolescentes) y parece como si la liberación fuera cuestión de pura cama. En el mundo de los hombres, el goce es el alfa y omega, principio y fin. Y en no pocas mujeres también. De Prometeo a Narciso A cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran figura mitológica o legendaria que es reinterpretada en función de los problemas del momento. Los hombres modernos gustaron identificarse con Prometeo, que, desafiando la ira de Zeus, trajo a la tierra el fuego del cielo, desencadenando el progreso de la humanidad. En 1800, Fichte escogió como símbolo de su ideología la figura de Prometeo. Ya antes, en 1773, Goethe le había dedicado una oda y un fragmento dramático. En cuanto a Marx, recordemos su afirmación de que, “en el calendario filosófico, Prometeo ocupa el lugar más distinguido entre los santos y los mártires”. En 1942, Camus sugirió que el símbolo idóneo no era tanto Prometeo como Sísifo, que fue condenado por los dioses a 129


hacer rodar sin cesar una roca hasta la cumbre de una montaña, desde donde volvía a caer siempre por su propio peso. Aunque, probablemente, el mito de Sísifo no llegó a alcanzar una vigencia social análoga a la del de Prometeo, es innegable que expresa muy bien los avatares que vivió la generación del genial literato francés. Habían dedicado esfuerzos ímprobos a construir Europa, y la Primera Guerra Mundial convirtió su obra en un montón de escombros. Iniciaron animosos la reconstrucción, pero la Segunda Guerra Mundial lo arrasó todo otra vez. Con tenaz esperanza volvieron a empezar en cuanto se firmó la paz. ¿Y así, hasta cuándo?, se preguntó Camus. Pues bien, a pesar de todo, él mismo se niega a claudicar y propugna plantar cara al absurdo: “Hay que imaginarse a Sísifo feliz”, dice. En el fondo, Camus seguía siendo un hombre moderno que creía en el futuro. Ahora han llegado los postmodernos y han dicho: “Hace falta ser tontos para saber que Prometeo no es Prometeo, sino Sísifo, y empeñarse una vez tras otra en subir la roca a lo alto de la montaña. ¡Dejémosla abajo y disfrutemos de la vida!”. Los postmodernos, olvidándose de la sociedad, concentran todas sus energías en la realización personal. Hoy es posible vivir sin ideales. Lo que importa es conseguir los ingresos adecuados, conservarse joven, cuidar la salud... Hace un par de años, una agencia de viajes empapeló los muros y autobuses de París con unos carteles en los que se leía: “En un mundo totalmente cínico, una sola causa merece que usted se movilice por ella: sus vacaciones”. Con toda razón han hecho notar muchos observadores que el símbolo de la postmodernidad ya no es Prometeo ni Sísifo, sino Narciso, el que, enamorado de sí mismo, carece de ojos para el mundo exterior. La vida sin imperativo categórico La postmodernidad entraña también la muerte de la ética. Lógicamente, eliminada la historia, ya no hay “deudas” con un pasado arquetípico ni “obligaciones” con un futuro utópico. Cuando queda tan sólo el presente, sin raíces ni proyectos, cada uno puede hacer lo que quiera. Ahora la estética sustituye a la ética. Los estudios sociológicos muestran que esas actitudes están ya muy extendidas, sobre todo entre la juventud. Freud, que era un hombre moderno, había dicho: “Donde hay ello –es decir, fuerzas instintivas– debe haber yo”: 130


[En el proceso de maduración] “el yo averigua que es indispensable renunciar a la satisfacción inmediata, diferir la adquisición de placer, soportar determinados dolores y renunciar, en general, a ciertas fuentes de placer (...) El paso del principio del placer al principio de la realidad constituye uno de los programas más importantes del desarrollo del yo”. En la postmodernidad, por el contrario, es el ello lo llamado a mandar. Desaparece toda barrera; todo es indiferente y, por lo tanto, nada está prohibido. Declive del imperio de la razón Como ya vimos, la modernidad se caracterizó por la racionalización de la existencia. Tanto es así que llegó a hacerse de la razón una diosa. Y no es exageración. Todos sabemos que los hombres de la Revolución Francesa la entronizaron como tal en la catedral de Notre-Dame. Condorcet, en plena Revolución, escribía: “Habrá un tiempo en que el sol brillará sobre una tierra de hombres libres que no tendrán más guía que la razón”. En cambio, en la postmodernidad el homo sapiens ha sido desbancado por el homo sentimentalis. El homo sentimentalis no es simplemente el hombre que siente, puesto que cualquier hombre siente, sino el hombre que valora el sentimiento por encima de la razón. Milan Kundera, que es quizás el mejor exponente de la postmodernidad en la literatura actual, escribe: “Pienso, luego existo es el comentario de un intelectual que subestima el dolor de muelas. Siento, luego existo es una verdad que posee una validez mucho más general”. Desde luego, no hace falta ser demasiado observador para darse cuenta de que el racionalismo, desprovisto ya de la aureola romántica que tuvo en el pasado, aburre a la juventud. A la tiranía de la razón ha sucedido ahora una explosión de la sensibilidad y de la subjetividad. En algunos círculos, el ataque contra la razón y la objetividad está alcanzando proporciones de cruzada. Y de nuevo se cita con complacencia a Nietzsche: “Todos los pensamientos son malos pensamientos... El hombre no debe pensar”. Ciertamente, la misma modernidad había ido corrigiendo a la confianza ingenua que los primeros ilustrados depositaron en la razón. Ahí están, para probarlo, los que Paul Ricoeur llamó “maestros de la sospecha”: Marx se encargó de recordarnos cuánto perturban a la razón los intereses económicos y de clases; Freud nos abrió los ojos ante 131


un mundo oscuro e inconsciente que nos había pasado desapercibido... Pero, en realidad, los “maestros de la sospecha” seguían creyendo en las posibilidades de la razón y –precisamente por ello– querían librarla de elementos perturbadores. Los postmodernos, en cambio, muestran desengaño. Saben demasiado sobre las miserias de la propia razón para seguir confiando en ella. Así pudieron encontrarse en las librerías títulos tales como “La miseria de la razón”, “La razón sin esperanza”, “La crisis de la razón”... Imperio de lo “débil”, de lo “light” El repudio de la razón se hace especialmente intenso frente a sus frutos más acabados y maduros; es decir, frente a las grandes teorías y doctrinas. Existe la convicción generalizada de que el sujeto finito, empírico, condicionado, no tiene capacidad para establecer lo incondicionado, lo absoluto, lo incontrovertible. Como es lógico, los postmodernos niegan en bloque los grandes discursos de la modernidad sin refutarlos, porque emprender la tarea de refutarlos supondría que siguen tomando en serio la razón. Simplemente, acogen tales discursos como puros ruidos; los dejan sonar con indiferencia. En la postmodernidad no queda, pues, más remedio que acostumbrarse a vivir en la desfundamentación del pensamiento. Como decía Heidegger, vagamos por “sendas perdidas”, y únicamente hay lugar ya para un pensamiento débil y fragmentario: “Yo, aquí y ahora, digo esto”. La postmodernidad, por tanto, no es la desvalorización de los valores, pero sí la desvalorización de los valores “supremos” y de las grandes cosmovisiones. Ahora ya no hay nada que se escriba o se pueda escribir con mayúscula. Nihilismo sin tragedia No es la primera vez que una generación considera imposible seguir creyendo en las verdades que le legaron sus mayores. La misma modernidad nació con una crisis de convicciones muy semejante. Recordemos que Descartes llegó a afirmar que sería conveniente destruir todas las bibliotecas, debido a los errores y supersticiones que contenían los libros antiguos. Pero eso le creó tal angustia que se apresuró a buscar una nueva fundamentación, que él creyó encontrar en el famoso cogito, ergo sum. Los postmodernos, en cambio, prefieren vivir en la desfundamentación del pensamiento. No sólo consideran 132


que las convicciones firmes que dieron seguridad y razones para vivir a las generaciones pasadas han desaparecido para siempre, sino que aceptan el hecho sin derramar una sola lágrima, con jovial osadía. Lipovetsky es rotundo: “Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo: ésta es la alegre novedad”. Los postmodernos, resucitando el mito de la Caja de Pandora, vienen a decir que el deseo de saber demasiado sólo puede traer males. En opinión de los postmodernos, el “pensamiento débil” tiene dos grandes ventajas frente a las convicciones firmes del pasado: En primer lugar, la ambición de encontrar un sentido único y totalizante para la vida conlleva una apuesta despiadada por el “todo o nada”. En cambio, el que poco apuesta poco pierde. La filosofía de Nietzsche –que, como ya dijimos, puede considerarse un documento temprano de la postmodernidad– describió ya este talante al contraponer al hombre resentido, que vive como un drama la pérdida de las dimensiones patéticas, metafísicas de la existencia, el hombre de buen carácter, que está “libre del énfasis”. En segundo lugar, las grandes cosmovisiones son potencialmente totalitarias. Todo aquel que se considera depositario de una gran idea trata de ganar para ella a los demás y, cuando éstos se resisten, recurrirá fácilmente al terror. Leyendo a Lyotard se saca la impresión de que la modernidad ha sido tan sólo una historia de ejecuciones y encarcelamientos que va desde la guillotina de la Revolución Francesa hasta el Gulag soviético pasando, naturalmente, por Auschwitz y Hiroshima. En cambio, quien se sabe portador de un pensamiento débil será necesariamente tolerante con quienes piensan de forma distinta. Por eso sería pecado de incomprensión elaborar una teoría unitaria y bien trabada sobre la postmodernidad. Los postmodernos la rechazarían con espanto. El individuo fragmentado El individuo postmoderno, al rechazar la disciplina de la razón y dejarse guiar preferentemente por el sentimiento, obedece a lógicas múltiples y contradictorias entre sí. En lugar de un yo integrado, lo que aparece es la pluralidad dionisíaca de personajes. De hecho, se ha llegado a hacer un elogio de la esquizofrenia. 133


Todo individuo postmoderno, sometido a una avalancha de informaciones y estímulos difíciles de estructurar, hace de la necesidad virtud y opta por un vagabundeo incierto de unas ideas a otras. Se parece al oyente nocturno que va dando vueltas al dial de la radio probando, una tras otra, todas las emisoras. O al televidente que se lo pasa haciendo zapping. El postmoderno no se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le sorprende, y sus opiniones son susceptibles de modificaciones raídas. Pasa a otra cosa con la misma facilidad con que cambia de detergente. El protagonista de una famosísima obra de Oscar Wilde, después de sostener un montón de ideas disparatadas y contradictorias entre sí, es interrogado por otro de los comensales: “¿Puedo preguntarle si cree usted realmente todo lo que nos ha dicho en la comida?” Y él, que es un auténtico hombre postmoderno avant la lettre, responde: “He olvidado en absoluto lo que dije”. Como ha dicho Vattimo, “el sujeto postmoderno, si busca en su interior alguna certeza primera, no encuentra la seguridad del cogito cartesiano, sino las intermitencias del corazón proustiano”. Sin duda, se identifica con una anécdota que se cuenta de Diderot: cuando Van Loo hizo su retrato, el escritor no quedó contento, y no porque careciera de parecido, sino porque no había reproducido más que una fisonomía. Ahora bien, decía Diderot, yo tenía cien cada día; según el humor que me afectaba, yo era sereno, triste, soñador, tierno, violento, apasionado, entusiasta... También en las relaciones personales el individuo postmoderno renuncia a los compromisos profundos. La meta es ser independiente afectivamente, no sentirse vulnerable. El medio para conseguirlo es lo que Schelsky ha llamado el “sexo frío” (cool sex), orientado al placer breve y puntual, sin ambiciones de establecer relaciones excluyentes ni duraderas. Los tics del lenguaje –que suelen expresar muy bien el espíritu de cada época– ponen de manifiesto el cambio operado en unos pocos años. Al encontrarse dos amigos de mentalidad moderna, preguntaban con naturalidad: “¿Qué es lo que hacés?” (en la modernidad se daba por supuesto que siempre había que estar haciendo algo). Para la cultura postmoderna esa pregunta sería casi como un insulto. No se trata de hacer, sino de estar. La pregunta pertinente es ahora: “¿En qué rollo estás?” (además, con el matiz de transito134


riedad que tiene en castellano el verbo “estar”). “Cada noche un rollo nuevo –contesta una canción de Joaquín Sabina–. Ayer el yoga, el tarot, la meditación. Hoy el alcohol y la droga. Mañana el aerobic y la reencarnación”. De la tolerancia a la indiferencia Con la pérdida de confianza en la razón, se ha perdido también cualquier esperanza de alcanzar un consenso social. Hoy cabe todo, y todo tiene su público, incluso las mayores extravagancias culturales. Hace no sé cuantos años dijo no sé quién “que cualquier objeto despojado de su función ordinaria es arte. Esto significa que, si encuentras un retrete colgado del techo, no intentes la meada parabólica, antes bien consulta el catálogo”. Los hombres modernos creían todavía que la libre confrontación de opiniones conduciría antes o después a un acuerdo en torno a la verdad y la justicia. Los postmodernos ni creen posible alcanzar ese grado de integración social ni tampoco lo desean en absoluto. Una sociedad verdaderamente postmoderna es la constituida por infinitas microcolectividades heterogéneas entre sí. De nuevo la referencia a Nietzsche parece obligada: “Mi juicio es mi juicio (...) y otro no tiene derecho a él. Hay que desterrar el mal gusto de querer compartir el padecer de muchos. Un ‘bien’ ya no es un bien en boca del prójimo. No puede haber, por tanto, un ‘bien común’. Esa expresión encierra una contradicción en sí misma”. Así las cosas, los postmodernos renuncian a discutir sus opiniones; viven y dejan vivir. “Dejadnos ser paganos”, dice Lyotard en un libro de entrevistas. Lo que Lyotard nos prescribe es que seamos paganos amables. En realidad, una tolerancia devaluada que no es más que una forma de indiferencia mutua. Nosotros todavía creemos, dice Beatriz Sarlo, que la tolerancia no debe ser el resultado de la indiferencia radicalizada, sino el producto de la coexistencia con lo conflictivo y diferente. Es posible que éste sea uno de los rasgos de la postmodernidad más arraigados. Parece ser que a lo largo de los últimos años se ha ido extendiendo entre nosotros un cierto talante ecléctico y liberal que huye de las opiniones “fuertes”, por considerarlas de mal gusto desde el punto de vista estético.

135


El retorno de los brujos Si el racionalismo de la modernidad socavó las creencias religiosas, no debe extrañarnos que la reacción postmoderna haya traído consigo un retorno de lo religioso. Sin embargo, antes de hablar del retorno de Dios parece necesario constatar el retorno de los brujos. Todos sabemos que hay un auténtico “boom” del esoterismo y de las ciencias ocultas (quiromancia, cartomancia, astrología, videncia, cartas astrales, cábala, alquimia, pitagorismo, teosofía, espiritismo, etc.). En Europa y en los Estados Unidos, sólo los astrólogos registrados oficialmente son tres veces más numerosos que todos los físicos y químicos juntos. En Francia, por ejemplo, hay más de 50.000 consultorios de pitonisas, videntes, echadoras de cartas, etc. En los Estados Unidos los astrólogos se acercan a 175.000, y en varias universidades de ese país los estudiantes han solicitado ya cursos de astrología. En Italia, 12.000 astrólogos se han constituido en sindicato. En España, hace unos años, según el diario El País, había en Madrid más de 3.000 magos. Junto a todo eso hay que mencionar el comercio de amuletos y “buenas venturas” –que arroja unas cifras de negocios multimillonarias– y la proliferación de librerías esotéricas. Incluso, en casi todas las librerías generales existen ya secciones de ocultismo. Sin embargo, yo no diría que esto fuese grave, al menos yo lo tomo con cierta simpatía. Hay cosas sí bastante peligrosas. Se calcula que el medio centenar de sectas destructivas establecidas en España suman 150.000 adeptos, aunque su influencia y radio de acción se extiende probablemente a otras 300.000 personas. A menudo se disfrazan de religiones o asociaciones culturales: Cienciología, Niños de Dios o Familia del Amor, Hare Krishna, Edelweiss, Misión de la Luz Divina, Iglesia de la Unificación, Secta del Amor Libre, Nuevo Amanecer, etc. Hoy existen incluso adoradores de Satán que dejan tras de sí un rastro de sangre, gallos decapitados y signos cabalísticos. Y, sin duda, lo que hasta ahora se ha descubierto es tan sólo la punta del iceberg. En resumen, si en cuestiones de religión, la modernidad se negó a creer lo que era digno de credibilidad, la postmodernidad no pone reparos a tragarse lo increíble. Uno recuerda la perspicaz observación de Chesterton: “Desde que los hombres han dejado de creer en Dios, no es que no crean en nada. Ahora creen en todo”. 136


Seguramente podemos ver en la religiosidad postmoderna la “venganza de lo reprimido” de la que habló Freud: la modernidad inhibió la sed de Dios, que es un constitutivo del ser humano, y ahora brota en estado “salvaje”. Quizá sea también expresión de una sociedad peligrosamente frustrada que se está volviendo cada vez más receptiva a las soluciones carismáticas, mesiánicas y fanáticas. En realidad, es tal la complejidad de los nuevos cultos que Theodore Roszak sugiere que sería necesario inventar alguna palabra inutilizable para designarlos, tal como “psico-místico-paracientífico-espiritual-terapéutico”. De un estudio sociológico realizado en Francia por Daniel Bloy y Guy Michelat se desprende que no son precisamente las capas menos instruidas las que han caído en tales supersticiones. Los agricultores, por ejemplo, se manifiestan muy escépticos frente a todo ello; en cambio “los maestros se definen como el grupo que cree más frecuentemente en la astrología y en lo paranormal”. Las encuestas en Francia también determinan que los divorciados y los que han abandonado la práctica religiosa son mucho más propensos a lo “psico-místico-paracientífico-espiritual-terapéutico” que los que se mantienen casados y los practicantes. Es que ya tienen bastante con la institución familiar y con las Iglesias. El retorno de Dios Dijimos que en la postmodernidad no sólo retornan los brujos; también –y paradójicamente– se cuela una vez más, Dios. Es lógico que, al entrar en crisis la razón del racionalismo –que carecía de oído para el misterio–, queden de nuevo expeditas unas vías de acceso a la fe que la modernidad clausuró. Como decía Pascal, “el corazón tiene sus razones que la razón no conoce”. Y yo agrego que la razón tiene sentimientos que el corazón no late. Sin embargo, en la postmodernidad Dios no puede ser demasiado exigente. Debe contentarse con lo que se ha llamado una religión “light”. Puesto que el individuo postmoderno obedece a lógicas múltiples, frecuentemente prepara él mismo “su cóctel religioso: unas gotas de islamismo, una brizna de judaísmo, algunas migajas de cristianismo, un dedo de nirvana; todas las combinaciones son posibles, añadiendo, para ser más ecuménico, una pizca de marxismo o un paganismo a medida”. Si tenemos en cuenta la aversión postmoderna a la 137


fundamentación, no debe extrañarnos que al individuo no le preocupe en absoluto la falta de coherencia del conjunto. Como era de esperar, dado que el individuo postmoderno renuncia a buscar un sentido único y totalizante para la vida, cuando elige a Dios lo hace sin renunciar por ello a todo lo demás. La suya es una religión “confortable”, decididamente alérgica a las exigencias radicales. Durante los últimos años hemos asistido a un notable auge de lo que, siguiendo a Max Weber, podríamos llamar “comunidades emocionales” (por ejemplo, las corrientes de tipo pentecostal, comunidades neocatecumenales, círculos fundamentalistas, grupos de oración corporal, zen, grupos rurales neomonásticos, etc.). Aunque son muy diferentes entre sí, en todas esas comunidades pueden observarse algunas carácterísticas postmodernas. Por una parte, han recuperado las dimensiones estéticas y celebrativas de la fe, aunque es posible percibir preocupaciones exclusivamente espirituales. Y así se ve que a la disolución de la historia y la exaltación de la interioridad que caracteriza a la postmodernidad le va mucho más la figura del contemplativo sentado en la postura de flor de loto que la del profeta comprometido con la causa de la justicia. La oscilación del péndulo Algunos piensan que la postmodernidad es una moda pasajera, que ha llegado a nosotros con fecha de caducidad a la vista, y que no hay que concederle demasiada importancia. En realidad, únicamente el tiempo nos dirá si todo esto no es más que fuego de artificio o si, por el contrario, estamos en el inicio de una nueva etapa de la historia. Pero, sea cual fuere la respuesta, parece innegable que en la postmodernidad se manifiestan problemas de envergadura que obligan a repensar las grandes cuestiones de la Modernidad. Aunque todavía es pronto para hacer un balance, podemos aventurar ya algunas observaciones provisionales. Por ejemplo, que la postmodernidad es una reacción unilateral frente a las unilateralidades que tenía la modernidad. Resultaba, sin duda, exagerado aquel “ascetismo profano” del que nos hablaba Max Weber. El hombre moderno caminaba siempre con la mirada puesta en la meta, sin ser capaz de detenerse a disfrutar del paisaje. Por eso era necesario aprender a vivir “aquí”. Pero parece como si la postmoder138


nidad se hubiera ido al otro extremo, desvalorizando completamente el trabajo, el mérito y la emulación. Algo parecido podríamos decir de las actitudes frente al cuerpo. Nadie puede discutir que la moral victoriana era inhumana; y algún día habrá que investigar cuántas neurosis se fundamentan, en definitiva, en la negativa del hombre a aceptar su cuerpo. En este sentido, no podemos dejar de felicitarnos cuando hoy, en cualquier barrio del suburbio, vemos a las amas de casa haciendo gimnasia para mantenerse en forma. Lo malo es que ahora es tal el cortejo de solicitudes y cuidados que rodean al cuerpo que podríamos decir sin exageración que se ha convertido en objeto de culto. Parece también evidente que el racionalismo extremo de la modernidad mutiló al sujeto, pero es difícil admitir que la solución consista en sustituir la tiranía de la razón por la tiranía del sentimiento. Y así podríamos seguir. Ante la imposibilidad de abordar aquí un estudio detallado, centraremos nuestra atención en tres aspectos que nos han parecido especialmente importantes, dejando para el final una reflexión de carácter más positivo sobre las posibilidades que la postmodernidad ofrece. Postmodernidad y conservadurismo Fue Jürgen Habermas, en una conferencia leída con motivo de la recepción del Premio Adorno 1980, quien planteó por primera vez la estrecha relación que existe entre la postmodernidad y el neoconservadurismo. Ciertamente, los neoconservadores –como Daniel Bell– se sentirían malinterpretados si pretendiéramos identificarlos con esa postmodernidad que desvaloriza el trabajo, la disciplina, la emulación y, en definitiva, todo el sistema motivacional del sistema capitalista. Pero, en mi opinión, los neoconservadores no repudian la postmodernidad porque ésta sea progresista, sino porque es un conservadurismo diferente del suyo. Porque la postmodernidad, y aunque se agarren la cabeza los postmodernos, no es progresista. La postmodernidad es conservadora, porque, al eliminar la conciencia histórica y afirmar el eterno retorno de lo igual, elimina también cualquier esperanza de mejorar la sociedad. El orden establecido y el sistema se toman como un hado frente al cual es inútil, e incluso contraproducente, rebelarse. Quien logre destilar la quintaesencia del discurso descubrirá que suena así: “No hay nada que hacer; por tanto, no hagamos nada”. 139


Nunca insistiremos bastante en el empobrecimiento que todo esto supone para la humanidad. La postmodernidad nos roba la esperanza, que es el resorte que dispara la actividad humana. La postmodernidad es conservadora, también, porque, al desconfiar de todos los discursos, le resulta indiferente una política de derechas o de izquierdas. A la postre, resultan ser la misma política. Es significativo que en los últimos años el interés de los jóvenes por la política haya calado en todo el mundo Occidental. Naturalmente, mientras los filósofos postmodernos pontifican acerca de la negatividad del poder, los poderes avanzan y se exhiben sin pudores ni vergüenzas. La droga, que es otro fenómeno típicamente postmoderno, tiene también consecuencias conservadoras: se trata de un supuesto camino de “liberación” interior en medio de un mundo que se deja intacto. Pues bien, es necesario decir claramente que la fórmula de la felicidad postmoderna (“tener trabajo y hacerte el tonto”) es inmoral. Sólo los comprometidos tienen derecho a celebrar. El “refugio lúdico” que ahora se propone como alternativa a la militancia no es sino la versión postmoderna de lo que siempre habíamos llamado “torres de marfil”. Pero atención, yo valoro al “homo ludens” cuando su enorme creatividad artística o filosófica o científica lo transforma en un “homo faber” privilegiado. Postmodernidad y melancolía Agustín de Hipona le dijo a alguien: “Yo sé lo que quieres”; y, ante el asombro receloso del otro, precisó: “Quieres ser feliz”. Su interlocutor convino en ello; todos los hombres –y los postmodernos no son excepción– tenemos que convenir en lo mismo: lo que queremos es ser felices. De hecho, en la postmodernidad existe, como hemos visto, una tendencia fuerte a “pasarlo bien”. Sin embargo, tanto las novelas como las letras de las canciones de los ochenta reflejan todo tipo de soledades, depresiones y frustraciones sin asomo de rubor. Fragilidad del sujeto postmoderno Hemos visto que la postmodernidad, en su canto al espontaneísmo, promete individuos más libres, porque no estarán atados a nada ni a nadie y vivirán siempre lo momentáneo. Pero esa es la libertad de la hoja caída del árbol, que ahora el viento la lleva para acá y después para allá. Debe140


mos investigar si el desmoronamiento de todas las creencias y de todos los valores es verdaderamente una liberación, como dicen los postmodernos, o si, por el contrario, se trata de una catástrofe. Si nuestras convicciones y compromisos nos constituyen, uno no puede dejar de preguntarse con aprensión qué clase de sujeto es el que vive en provisionalidad permanente, en perpetua trashumancia de unas convicciones débiles a otras convicciones igual de débiles. En nuestra opinión, la respuesta sólo puede ser ésta: el sujeto postmoderno se reduce a puro maquillaje, sin identidad personal. No hay ningún rostro verdadero por debajo de su maquillaje que no sea otro maquillaje anterior. O, con otras palabras: “Ser sujeto por adhesión a un microdiscurso provisional y fragmentario es ser sujeto siempre provisional y fragmentado”.

LA MEJOR ÉPOCA DE L.S.1 RADIO MUNICIPAL La mejor época de L.S.1 Radio Municipal tuvo lugar cuando su Director era el doctor Virgilio Tedín Uriburu: abogado, empresario, profesor universitario, diplomático. Para los amigos, el “Pique Tedín”. La transcripción parcial de la nómina de colaboradores que tenía esa emisora en 1963 es más que suficiente para justificar el título: Lucy Álvarez de Toledo, Julio Álvarez Vieyra Abelardo Arias, Rodolfo Arizaga Horacio Armani, Francisco Ayala Odille Barón Supervielle, Héctor Basaldúa Angel J. Batistessa, Francisco Luis Bernárdez Adolfo Bioy Casares, José Blanco Amor Ivonne Bordelois, Jorge Luis Borges Romualdo Brughetti, Carlos Burone Jorge Calvetti, Pompeyo Camps Ramiro de Casasbellas, Nicolás Cocaro Córdova Iturburu, Juan José Cresto Osiris Chierico, Edgardo Da Momio Sergio De Cecco, Horacio de Dios Margarita Durán, Norberto Firpo Johannes Franze, Sara Gallardo Carmen Gándara, Gustavo García Saraví Alfredo de la Guardia 141


José Isaacson, Pedro Larralde Luisa Mercedes Levinson, Luis Mario Lozzia Eduardo Mallea, Tomás Eloy Martínez Carlos Mastronardi, Enrique Molina Carlos Moneta, Manuel Mujica Lainez Conrado Nalé Roxlo, Victoria Ocampo Ezequiel de Olaso, Juan Carlos Paz Felisa Pinto, Ismael Quiles Jorge Romero Brest, Ángel Rosemblat Ernesto Schoo, Kive Staiff Pola Suárez Urtubey, Francisco Tomat Guido Luisa Valenzuela, María Esther Vázquez Jorge Vocos Lescano, H.A. Murena David Voguelman, Gregorio Weinberg Guillermo Whitelow, Alberto Girri Jorge D’Urbano Por supuesto, la lista sigue y no he mencionado a los músicos que estaban permanentemente en la radio, como Alberto Ginastera, Astor Piazolla, Horacio Salgán, Aníbal Troilo, Carmen Guzmán, Lois Blue, Eladia Blázquez y tantos más. Más visitantes extranjeros asiduos cuando llegaban al país como Vittorio Gassman, Friedich Gulda o Witold Malcuzinsky. Yo era asesor de Tedín Uriburu en la dirección general, y hacía un micro dedicado a las Naciones Unidas. Obviamente seguían las funciones del Teatro Colón, nunca descuidadas. Y fue fundamental para el éxito logrado el trabajo de Ricardo Constantini en la conducción artística y la del “Negro” Julio Alvarez Vieyra en todo lo que fuera programación musical. Años después intentamos con Pique Tedín repetir dicha experiencia en el Canal 7, donde logramos una estupenda programación cultural, artística e intelectualmente muy bien acompañados, pero después de varios meses, a las autoridades nacionales (gobierno de Onganía) no les interesó una programación cultural que no tenía el rating que querían.

LA PRENSA EN DOS ADMINISTRACIONES REPUBLICANAS En una de sus Crónicas norteamericanas, que semanalmente publica en La Nación, Mario Diament señaló que la curva de la alarmante relación de la administración Bush con la prensa alcanzó nivel de bochorno cuando trascendió 142


que, por lo menos, tres periodistas habían recibido dinero para promover programas del gobierno y cuando se descubrió que la Casa Blanca había otorgado credenciales de prensa a un individuo que no sólo carecía de antecedentes como periodista, sino que utilizaba además un nombre falso. Resulta evidente que lo que viene ocurriendo desde la administración Bush con la prensa es inédito, y las manipulaciones anteriores, de las que fue un acabado modelo la administración Reagan, terminan pareciendo casi infantiles travesuras defensivas. Como se sabe, la conferencia de prensa es un fenómeno relativamente moderno, ya que sólo comenzó hace unos cincuenta años. En sus inicios, los presidentes se reunían con los periodistas sobre bases informales y reglas específicas, mediante las cuales el presidente no podía ser citado por su nombre. Pero dichas sesiones eran de inmensa ayuda por cuanto habilitaban al presidente a ser sincero bajo el manto del anonimato. Franklin D. Roosevelt, por ejemplo, no sólo hablaba de su modo de pensar, sino que también ofrecía sugerencias a los periodistas sobre cómo disfrazar una frase atribuida. Las conferencias de prensa en televisión, con toda su contundencia y fuerza real, fueron establecidas por John F. Kennedy. En ellas los presidentes aprendieron a ser más circunspectos en sus respuestas, conscientes de que un error podía acarrearles problemas al instante. Pero desde que Ronald Reagan asumió el poder, sus colaboradores clave no guardaron secreto acerca de la incomodidad que les producía cualquier eventual exposición del presidente, en virtud de sus dificultades para recordar con precisión material fáctico y su propensión a las declaraciones alarmantes. Reagan y sus ayudantes desarrollaron su propio sistema para las conferencias de prensa por televisión, y los periodistas descubrieron que no podían llevarlo a responder una pregunta que él no deseara contestar porque el presidente había demostrado ser un maestro de la evasiva: bromeaba, cambiaba el tema, hasta que agotaba el tiempo útil. Así exponía las posiciones cuidadosamente ensayadas con la simple y enérgica forma de los discursos de campaña, y allí trazaba la línea. Finalmente, las tales conferencias se fueron transformando en extravagancias protocolares con alfombras rojas y rutilantes arañas, dando al público una falsa impresión de jovialidad y espontaneidad, con el presidente 143


bromeando y llamando a los periodistas por sus nombres de pila, en algunos casos hasta a algunos que apenas conocía, pero para todos ellos, lo que menos tenían esas conferencias era un carácter realmente informativo o una vía de acceso real. Y todas estas sesiones eran oportunidades propicias para que el presidente reafirmara sus posiciones básicas. Reagan fue un verdadero maestro en el uso de los medios de prensa en su propio beneficio y en la habilidad para proyectar la fuerza de su personalidad y sus convicciones, obteniendo de ello éxitos políticos sorprendentes. También hay que señalar que él y sus colaboradores lograron ya en aquella época, un nuevo nivel de control sobre los mecanismos de la comunicación moderna, porque fundamentalmente reconocieron –ya entonces– no sólo a la televisión como el medio más influyente a través del cual el público recibía las noticias, sino también la tendencia dominante en ella de poner más énfasis en apariencias e impresiones que en la propia información. Otra acción central de la estrategia general fue el arte del acceso controlado, es decir la oportunidad para manejarse con periodistas de la televisión y de la prensa gráfica, en sus propios términos, determinando así cuándo, dónde y cómo dialogar. Debe tenerse en cuenta que la mayoría de los presidentes norteamericanos reconocieron que la prensa no era simplemente una abastecedora o proveedora de noticias, sino que, de alguna manera se subrogaba al público, cuestionando precisamente la actuación de los propios presidentes y, en cierto modo, obligándolos a dar cuenta de sus declaraciones y acciones. Así las cosas, y dentro de dicho marco, aun los presidentes reacios a la prensa –por desconfiar de ella– se reunían regularmente con periodistas para proporcionarles respuestas, lo más satisfactorias posibles, a sus preguntas. Sin embargo, puede decirse que Reagan fue una suerte de excepción, toda vez que durante su administración tendió a actuar encapsulado, a buen recaudo, al menos comparado con sus predecesores, al punto de que los periodistas que lo acompañaban en sus viajes eran mantenidos a tal distancia, que se veían precisados a gritar para ser oídos y escuchados. Y cuando intentaban acorralarlo con motivo de alguna aparente o real contradicción, con su habitual afabilidad evadía la pregunta, negaba la premisa o respondía acerca de otra cosa. 144


Esta estrategia provenía de la convicción, dentro de la administración reaganista, de que la búsqueda de noticias por parte de los periodistas, por su propia naturaleza, desorganizaba los planes, debilitaba a la institución presidencial y trababa la necesidad del presidente de comunicar su mensaje básico. Tanto así que atribuían a las informaciones mediáticas haber sido importantes contribuyentes de la derrota política o caída de algunos presidentes. Dado el cuidadoso empeño con que se organizaban y se entregaban los mensajes del presidente, la oficina de prensa de la Casa Blanca tenía poca paciencia con las preguntas sobre temas que no se refiriesen al tópico programado para el día o la semana. Tales preguntas eran vistas como no pertinentes o potencialmente perjudiciales, en virtud de que podían amortiguar el impacto del tema central, diluyendo el mensaje del día. En tal sentido había un cartel sobre el escritorio de la Casa Blanca ocupado por el vocero que decía: “No nos diga cómo presentar las noticias y nosotros no le diremos cómo escribirlas”. Pero también dijo el realista vocero en una oportunidad: “Sé que siempre somos acusados de controlar los mensajes, pero bueno, cualquier Casa de Gobierno, supongo, controla la forma de su comunicación, y esto ha sido siempre así. De tal manera, también siempre esta relación con la prensa es conflictiva”. Puede afirmarse entonces que desde el comienzo de la gestión presidencial de Reagan, sus hombres intentaron evitar que la prensa fuese extremadamente frontal y que los periodistas se convirtiesen en los árbitros de una eventual crisis o los jueces de la responsabilidad presidencial. Lo cierto es que todos estos miedos a la prensa se fundan en la creciente influencia y repercusión que han ido tomando los medios y su impacto sobre las decisiones de política nacional e incluso de política exterior. No obstante, no cabe duda de que toda restricción o manipulación a la prensa –cualquiera sea el miedo en que esté fundada– debilita las bases democráticas y republicanas de cualquier país, y en los Estados Unidos de América podría anular el tradicional control y el equilibrio de los poderes del Estado, que han dado fuerza y flexibilidad al sistema político norteamericano. (publicado en la sección “Opinión” de La Nación el 21 de marzo de 2005)

145


LOS MEMOS (un modelo de comunicación interna) Cuando comencé a trabajar con el presidente Arturo Frondizi descubrí esta forma segura de comunicación interna que ponía en blanco y negro información, propuesta de tareas, proyectos de trabajo inmediato, e implicaba también una buena forma de consignar lo cumplido, o reclamar lo incumplido, todo ello sin las dudas de el “me dijo” o “le dije” o “no entendí” del lenguaje oral… A modo de simple ejemplo transcribo primero uno del presidente Frondizi recordándome tareas que me asignara. “DEUDAS SEÑOR ALBINO GÓMEZ” 1) COLECCIÓN HANSON S 2) RECAPITULACIÓN DE POLÍTICA INTERNACIONAL QUE ESTÁ PREPARANDO ORTÍZ DE ROSAS. 3) VISITA DEL DECANO DE LA FACULTAD DE DERECHO DE LA UNIVERSIDAD DE MADRID. 4) DOS DISCURSOS CON MOTIVO DE LA VISITA DEL PRÍNCIPE FELIPE. 5) MEMORIAS (PETRÓLEO-ASOCIACIONES-PROFESIONALES-ELECTRICIDAD-ENSEÑANZA LIBRE). TRABAJO DE COMISIÓN A CARGO DE ORLANDO Y CABRERA. 6) TRASLADO DE RACEDO, DECRETO PARA PITTALUGA, ASCENSO DE FRAGUA, ODENA, ABREU Y PALACIOS. EMBAJADA PARA CIALCETTA. DECRETO PARA MUJICA. 7) LISTA DE EMBAJADORES JUBILABLES Y ESTADO DE VACANTES. 8) SITUACIÓN DE AHITA SANDOVAL. 9) ARTÍCULO DE TIMERMAN 10) ARTÍCULO PARA EL HOMENAJE A VICTORIA OCAMPO. La fecha del memo, 17 de marzo de 1962, demuestra que a doce días de la caída estábamos trabajando como si nada pasara y nos quedasen todavía casi dos años de gobierno. Pero no se trataba de autismo, ni de ignorar lo que estábamos viviendo, sino de que el Presidente no renunciaría, no se suicidaría ni se iría del país, y se seguía negociando e intentando mantener el Poder. Así las cosas, no podíamos dejar de trabajar, como todos los días. Ninguno de los más de treinta conatos de golpe impidió nuestra tarea. 146


Mis memos al Presidente eran formales aunque cuando podía ejercía mi humor, con su pasiva complicidad, ya que lo aceptaba. En cambio, con el Canciller Dante Caputo, el ejercicio del humor, en sus más diversas formas era permanente, lo cual no alteraba tampoco la seriedad de la tarea, fuera esta finalmente exitosa o no. Va entonces otro ejemplo, en este caso dirigido por mí al Canciller, y firmado con mi nombre. En los casos de memos “reservados” no firmaba como “Albino”, sino que usaba un heterónimo: “el Pibe” MEMO SEÑOR CANCILLER: DISCIPLINADAMENTE –COMO CORRESPONDE A UN INTEGRANTE DEL CUADRO DEL SERVICIO EXTERIOR– PREPARÉ PROYECTOS DE DISCURSOS POSIBLES Y ALTERNATIVOS, PERO CON MUY POCA CONVICCIÓN, TODA VEZ QUE HASTA AYER, LUNES 8, NO LLEGUÉ A RECIBIR LAS CARPETAS QUE ME PROMETIERON DESDE PEKIN Y SEÚL (Ref.: a nuestras respectivas embajadas). ES DECIR QUE ME QUEDÉ TOTALMENTE FUERA DE TEMA. REBUS SIC STANDIBUS (“SIENDO ASÍ LAS COSAS”) PREPARÉ TEXTOS POLÍTICOS CONVENCIONALES, VÁLIDOS PARA CHINA Y ALGUNA COSA PARA COREA. POR OTRA PARTE, COMO VAMOS A LLEGAR A CHINA EL SÁBADO, PASAREMOS EL DOMINGO EN VISITAS Y CONVERSACIONES, Y EL LUNES USTED CHARLARÁ LARGAMENTE CON SU PAR, Y YA AL CAER LA NOCHE, CUANDO ESTE PAR SUYO LE BRINDE LA CENA Y HAGA EL DISCURSO –BRINDIS DE TRES O CUATRO MINUTOS–, RECIÉN ESTARÁ USTED EN REALES CONDICIONES DE SABER QUÉ CONVIENE DECIR O NO DECIR EN OTROS TRES O CUATRO MINUTOS. PARA ELLO, CREO QUE PODRÁ PERSCINDIR OLÍMPICAMENTE DE MI MONSERGA DISCURSERA. ES DECIR QUE LO QUE YO HAYA ELABORADO O RECOPILADO PROLIJA Y FERVOROSAMENTE, SOLO SERVIRÁ COMO EJERCICIO DE DISCIPLINA Y COMO MUESTRA DE MI SUBORDINACIÓN Y VALOR, PARA DEFENDER A DANTE CAPUTO. DE TODOS MODOS, VAGLIAME IL LUGO STUDIO E IL GRANDE AMORE CON QUE HE TRATADO DE ADECUAR MIS ESCASAS FACULTADES A LA MAGNITUD DEL PROPÓSITO. AUNQUE SEA, LÉAME. Y POR ÚLTIMO Y EN TODO CASO, SI EL BRINDIS DEL 147


PAR CHINO FUESE TAN POÉTICO COMO EL QUE LE HICIERA A NUESTRO SUBSECRETARIO EN LOS TIEMPOS DE FRONDIZI, UN EMBAJADOR DE CHINA, NO DEBERÍA CONTESTAR COMO LO HIZO ESTE AMIGO, CON UN SIMPLE “BASTA LA SALÚ”. ALBINO

LOS SETENTA Y CINCO AÑOS DE LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA Es sabido que los españoles nunca fueron abrumadora o continuadamente republicanos. La Primera República comenzó en 1873 y duró doce meses. La Segunda nació el 14 de abril de 1931, hace hoy setenta y cinco años, y terminó de hecho a partir del 18 de julio de 1936. Sin embargo, muchos de sus ideales tienen hoy plena vigencia, si no en una República, en una Monarquía Constitucional que constituye una verdadera democracia. Como acaba de señalar hace muy poco la escritora española Almudena Grandes, aquel 14 de abril la proclamación de la Segunda República no fue un estallido espontáneo e irreflexivo de bajas pasiones, sino la culminación de un largo y bien estructurado proyecto, en el que se habían empeñado varias generaciones de progresistas españoles. Pero como fue un sinónimo de democracia y modernidad, sus verdugos se apresuraron a desvincularla de su tradición identificándola con su trágico epílogo. La posibilidad de que llegara al poder en abril de 1931 tuvo mucho que ver con la caída de la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera el 29 de enero de 1930 que, apoyada por la monarquía, había tenido un triste final. El rey Alfonso XIII estaba más aislado que nunca, la clase obrera lo consideraba el símbolo de la opresión, la clase media no le perdonaba los siete años de dictadura y, para la clase dirigente, la monarquía ya no representaba una solución de continuidad. El sistema político de la Restauración estaba agotado. En el verano de 1930, en plena crisis gubernamental, se produjo un pacto de unión entre diversos sectores del nuevo republicanismo: el “Pacto de San Sebastián”, firmado por representantes de las principales fuerzas sociales de izquierdas, que fue clave en el tránsito de la monarquía a la república y posibilitó una futura acción conjunta antimonárquica. Sin 148


embargo, antes de que pudiera plantearse como una verdadera alternativa pacífica al cambio de sistema, los partidarios más acérrimos de la instauración de la República intentaron la vía golpista. Estimulada por diversos círculos militares como la Unión Militar Republicana, la guarnición de Jaca, con el capitán Fermín Galán y el teniente García Hernández al frente, se sublevaron contra la monarquía y proclamaron la República. Pero el levantamiento fue sofocado, los rebeldes hechos prisioneros y sus cabecillas, Galán y García Hernández, fusilados. La República había conseguido así a sus mártires. La represión prosiguió: todos los firmantes del Pacto de San Sebastián fueron encarcelados y su reputación aumentó desde sus celdas. El rey decidió poner a prueba la opinión pública convocando a elecciones municipales para el 12 de abril de 1931, pero la escasa popularidad de la monarquía debió rendirse ante la victoria de las candidaturas republicanas en las principales ciudades españolas. La inmediata proclamación de la República, lograda entonces sin derramamiento de sangre, fue acogida con euforia por la mayoría de la población. Para esas multitudes la República representaba la esperanza de una nueva España moderna y más justa. Mientras el país celebraba su proclamación, Alfonso XIII abandonaba el palacio rumbo a un exilio voluntario en Francia. Sin embargo reinaba bastante confusión y, recién a última hora de la tarde del 14 de abril, después de muchas vacilaciones, los miembros del gobierno provisional surgido del Pacto de San Sebastián, que habían permanecido reunidos toda la jornada en la casa de Miguel Maura, decidieron trasladarse al Ministerio de la Gobernación y tomar posesión de sus cargos como ministros. El primer jefe de gobierno fue Alcalá Zamora, y los ministros más destacados de ese primer gobierno republicano fueron Miguel Maura (Gobernación), Fernando de los Ríos (Justicia), Casares Quiroga (Marina), Álvaro de Albornoz (Fomento), Marcelino Domingo (Educación) y Manuel Azaña (Guerra). Ni bien formado este nuevo gobierno, la República tuvo su primera dificultad ante la reaparición del catalanismo político, cuyo principal líder, Francesc Maciá, desde el balcón de la Generalitat, proclamó la Republica Catalana. Varios ministros viajaron rápidamente de Madrid a Barcelona para persuadir a Maciá de que abandonara su idea y adoptara un estatuto de autonomía promulgado por las Cortes, a lo que accedió. Por eso podemos decir que fue de esta manera, sin incidentes notables, pero en medio de una 149


gran tensión, como la monarquía, que había reinado durante más de cincuenta años, daba paso a un régimen republicano. Sin embargo, a menos de un mes después de su proclamación, el 11 de mayo, el anticlericalismo desatado por el nuevo gobierno se convirtió en violencia callejera. Luego de un enfrentamiento entre monárquicos y republicanos, los partidarios de la República prendieron fuego a seis iglesias en Madrid. La policía republicana no hizo nada para impedirlo y, obviamente, los católicos practicantes no olvidaron ni perdonaron esta actitud de las autoridades. Por su parte, los republicanos promulgaron una Ley de Defensa de la República. Sus oponentes menos agresivos manifestaron que habían accedido al poder hombres versados, pero sin experiencia. Radical-socialistas con ideas generales acerca de la ciencia política y del derecho público, aunque carentes de conocimiento sobre las funciones del Estado y la acción del gobierno. En la misma línea de crítica, se dijo también que, aun habiendo tenido legitimidad de origen por el veredicto de las urnas, era necesaria la legitimidad del ejercicio, o sea, la sumisión a la legalidad vigente del orden democrático y no la impotencia ante el desorden anárquico. Pero no deben resultar sorprendentes estas críticas, cuando el propio Manuel Azaña afirmaba que estaban contrayendo responsabilidades muy superiores a los andamiajes teóricos que servían de soporte a la gestión política, y a una idoneidad de la que carecían en cuanto al funcionamiento del Estado. Además, debía tenerse en cuenta que en aquellos momentos España tenía 22 millones de habitantes, ocho millones de los cuales eran analfabetos. Que existía una miseria generalizada y particularmente agraria, pues apenas unas pocas decenas de miles de personas eran dueñas de las riquezas del país. Y que a poco de andar la República enfrentó, a través de sucesivas reformas, a las tres fuerzas más poderosas de España: la Iglesia, el Ejército y los terratenientes, propietarios de las tierras de labranza. En febrero de 1936 triunfó el Frente Popular (coalición de izquierdas) sobre el Frente Nacional (agrupamiento de derechas) e inmediatamente recrudecieron la violencia en las calles de las ciudades y la conspiración en los cuarteles. Se sucedieron actos de violencia y crímenes políticos, incendio de iglesias y conventos. En julio de 1936, José Calvo Sotelo, líder de la derecha, dirigiéndose en las Cortes al entonces Jefe de Gobierno, Santiago Casares Quiroga, le dijo, ante las reiteradas amenazas a su vida que venía recibiendo: 150


“Bien señor Casares Quiroga, mis espaldas son anchas. Yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que puedan derivarse de los actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi Patria y para gloria de España las acepto también. Pues no faltaba más. Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano, ‘Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis. Y es preferible morir con gloria que vivir con vilipendio’”. Días después, el 13 de julio de 1936, era asesinado. Y el 18, los generales Franco y Mola encabezaban el movimiento rebelde junto con sus pares Sanjurjo y Queipo del Llano. La Segunda República fue, como afirman sus detractores, una obra imperfecta, pero todas las obras humanas lo son. Y sin embargo, como lo ha señalado recientemente Almudena Grandes, por los obstáculos que tuvo que vencer y más allá de los errores que pudo haber cometido, debe reconocerse que fue también la gran oportunidad de España. Porque no es posible seguir afrontando la modernidad actual sin contemplarse en la modernidad pasada. No es posible presentar a España como un Estado justo y democrático sin hacer justicia a aquella tradición democrática. Así las cosas, ese es el sentido de un aniversario que no tiene que ver con el eterno lamento de un sueño perdido, sino con la esperanza de un país mejor, porque ellos, los fundadores de la Segunda República no lucharon en vano. Y es también por eso que existe la España de hoy. (publicado en Perfil el 16 de abril de 2006)

MÁS ALLÁ DE ANTIGUAS IDEOLOGÍAS Estamos todavía tan inmersos en la profunda crisis que vivimos a partir de 2001 que hemos abandonado la reflexión sobre temas que resultan insoslayables. Tal vez por ello hemos dejado de señalar que en un contexto de cambio social rápido y de reestructuración del sistema mundial de producción y de gestión, nuestra Argentina ha quedado sumamente retrasada. Claro está que esto puede subsanarse, pero para ello se requiere no sólo superar problemas políticos, económicos y sociales, sino también la indolencia, la impotencia, la pesadumbre, el fatalismo cotidiano y nuestra obstinada resistencia al cambio cultural, 151


para poder unirnos con voluntad política en un proyecto nacional que nos permita ingresar en el mundo moderno, como lo estuvieron las generaciones que nos precedieron a comienzos del siglo pasado. Así podríamos terminar también con esa acumulación de oscurantismo, corporativismo profesional, burocratismo administrativo y corrupción, subdesarrollo científico e ignorancia presuntuosa, que ha venido campeando en los últimos años pero que tiene raíces más hondas. Ya habíamos llegado casi inermes a los últimos años de la década de los 80, en medio de una de las más formidables mutaciones científico-técnicas de la historia de la humanidad. Sería tiempo de decidirnos no sólo a recuperar lo perdido, sino a cortar el camino y transformarnos en contemporáneos de un mundo lleno de promesas y posibilidades, pero implacable con quienes se quedan atascados en los viejos dogmas y en virtud “principista” lo que no es sino terca adhesión a ideas obsoletas. Las ideologías, a pesar de toda la retórica existente acerca de su supuesta muerte o desaparición, permanecen aún vivas y vigentes más de lo que creemos, por lo cual superar las antinomias del pasado es la única forma de mostrar su carencia de validez, para oponerles un paradigma alternativo. Pero esto, que suele quedar fuera de la comprensión de muchos de nuestros políticos, no debería ser una propuesta más, sólo diferente de las otras por estar situada en algún lugar todavía no ocupado del espectro ideológico tradicional. No se trata de ser un poco más izquierdista, un poco más derechista o un poco más centrista que los demás, sino de ofrecer a los argentinos una perspectiva de futuro en la cual puedan creer y en cuya realización quieran comprometerse. Se trata de atreverse a plantear los problemas y las vías para resolverlos. Lo que se impone no es negar toda ideología, sino la búsqueda de una renovación ideológica profunda. A pesar de la inercia arraigada en muchos y del miedo a lo nuevo que persistentemente inhibe a los espíritus cautivos, esa renovación ya se ha venido dando allí donde una actitud de tolerancia ha comenzado a imponerse sobre el sectarismo o la tentación de la violencia; allí donde los intereses particulares dejan de obnubilar las mentes y, por tanto, también dejan de prevalecer frente al interés de todos. Allí, en distintos tipos de instituciones o asociaciones ciudadanas, vecinales, de actividades culturales o artísticas, de redes solidarias, empieza a encenderse el entusiasmo por 152


la creación y la innovación. Allí, a pesar de todas las dificultades no se pierden las esperanzas ni las ganas de encontrar una solución racional de los conflictos. Allí mismo ya ha comenzado a florecer esa renovación de ideas, hábitos y estilos de acción que necesitamos. Seguramente será preciso definir sus contenidos, acelerarla y mostrar sus logros para vencer los obstáculos que aún se le oponen. Obstáculos que a veces son más subjetivos que objetivos; mucho más imaginarios que reales, pero que impiden todavía a muchos comprender que nuestro universo de ideas debe cambiar, y cambiar profundamente. Aunque no todo el mundo acepte la necesidad de ese cambio, pertenezcan a cualquiera de las formas de la derecha liberal o de la izquierda. Lo cual es lamentable, porque ni unos ni otros advierten que, en este sentido, en el fondo, sus maneras de pensar se parecen. Pero no será el simplismo el que nos guíe, ni las maneras ingenuas de reducir e incluso de negar la complejidad de los hechos políticos y sociales, ni la creencia en la verdad absoluta capaz de sobrevivir a los más espectaculares desmentidos históricos. Esas creencias deberían transformarse en inofensivas reliquias del pasado si no estuvieran a menudo en el origen de increíbles fundamentalismos. En lugar de erigirse en sectarios escollos, deberían, en el contexto compartido de la vida democrática, lograr una mirada más lúcida y menos arrogantemente segura de sí misma sobre nuestra realidad. Porque la renovación ideológico-cultural que necesitamos pasa ante todo por la renuncia a todo dogmatismo, por la admisión del error siempre posible (¡recordar a Karl Popper!), por la búsqueda del conocimiento de nuestra sociedad, para contribuir a hacerla más libre, próspera y justa. Ninguna presunta ley –natural o divina– ha dispuesto que le quepa a un Estado “iluminador” la tarea de definir en soledad los objetivos que debemos perseguir o desempeñar el papel protagónico en esa búsqueda. También se debe reconocer que dado que el mercado, librado a sí mismo, es incapaz de impedir la formación de monopolios y oligopolios que anulan la libertad pregonada, no puede otorgársele un estatus que no posee y oponerlo como el buen Dios al diablo. Lo que sí necesita hoy nuestro país, es un sistema ético fundado sobre valores que, sin menoscabo para la libertad, promuevan y consoliden la solidaridad social. Y también, un plus de imaginación, de invención, de actitud política emprendedora, que fomente el 153


pluralismo y la tolerancia, que evite la expansión de la burocracia, apartándonos de antigüedades como el estatismo o el fundamentalismo del mercado, para no correr el riesgo de terminar confinados a los arrabales de la historia. (publicado en La Nación el 1º de noviembre de 2007)

MÁS TRANSPARENCIA PARA LA CORTE SUPREMA Nadie ignora que la publicidad de los actos de gobierno es un componente fundamental para la consolidación de un Estado de Derecho y constituye una conquista sobre el autoritarismo. Como es sabido, la palabra “público”, en determinado sentido, se contrapone a la palabra “privado” –ius publicum, ius privatum– y, en su otra acepción, a “secreto”. Desde ese punto de vista, “público” se puede aplicar a lo que resulta manifiesto, evidente, visible. En una democracia constitucional, las autoridades, responsables de tomar decisiones respecto de políticas públicas, son mandatarias de los ciudadanos que depositaron en ellas su confianza. Y para que esta delegación posea verdaderamente su carácter democrático debe desarrollarse bajo los principios de transparencia, rendición de cuentas y responsabilidad política. Los mecanismos de la democracia participativa incluyen como una de sus prioridades más importantes que los ciudadanos cuenten con la información necesaria para poder participar del proceso de decisión y de control. Se dice de la Justicia que es el poder más joven de la República, porque de los tres poderes del Estado, el Judicial fue el último en instalarse. El Ejecutivo funcionó desde el 5 de marzo de 1854, cuando Justo José de Urquiza asumió la presidencia de la Confederación, en Paraná. Las dos Cámaras legislativas se reunieron el 22 de octubre del mismo año. Nuestra Corte Suprema de Justicia, en cambio, debió esperar para contar con vida plena hasta 1863, diez años después de haber sido creada por la Constitución de Santa Fe. La primera Corte, designada por Urquiza a fines de 1854, nunca llegó a reunirse. El general Bartolomé Mitre asumió la presidencia de la Nación el 12 de octubre de 1862. Cuatro días más tarde, el 154


Congreso dictó la ley 27, por la cual se disponía la organización de la justicia federal. Decía el texto de la ley citada: “La Corte será integrada por cinco vocales y un procurador general, y a ella quedarán subordinados los jueces seccionales que determine el Poder Ejecutivo”. El 17 de octubre, el Senado prestó acuerdo a las seis designaciones propuestas por el Poder Ejecutivo. El 18, el presidente Mitre emitió un decreto por el que se nombraba la primera Corte Suprema argentina. El 15 de noviembre, los cuatro vocales y el procurador juraron en el despacho presidencial, ante el Presidente y sus cinco ministros. Labró las actas el escribano mayor de Gobierno de la provincia de Buenos Aires. Al día siguiente, el ministro de Justicia, Eduardo Fresco, envió una circular a los gobernadores de provincia, comunicándoles el acontecimiento con estas palabras: “De esta manera, por primera vez en la República, vendrán a estar constituidos en ejercicio los tres altos poderes en que la sociedad moderna ha delegado la soberanía del pueblo, y de cuya independencia y equilibrio dependen la libertad y la conservación de los derechos que ella ha conquistado”. Para tener una clara idea del contexto histórico-jurídico-político en que este comienzo se desarrollaba, tengamos en cuenta las palabras del propio general Bartolomé Mitre, cuando, en 1863, decía que en esos momentos la Justicia era “letra muerta”, era sólo “el programa de un derecho”, y que debía convertirse en “un hecho”. El doctor Julio Oyhanarte, que fue un brillante ministro de la Corte Suprema, dijo en una oportunidad que este difícil cometido recayó, ante todo, en los miembros de aquel primer tribunal, y que su deber inmediato y esencial consistió en crear en la gente uno de los presupuestos de la vida civilizada: el sentimiento de constitucionalidad, es decir la convencida y espontánea aceptación de una norma suprema de convivencia que fuese algo así como el símbolo de la voluntad que todos tenemos de vivir juntos y realizar, sin estorbarnos, sin agredirnos, aceptándonos y respetándonos, solidariamente, un destino común. Por ello, agregaba el doctor Oyhanarte, los primeros jueces de la Corte fueron en busca de ese sentimiento y, por eso, una de las grandes metas que se propusieron fue “sacralizar” la Constitución. Con esa palabra quería expresar el deseo de tomarla como el arca de todas las libertades, de todas las garantías individuales, como el objetivo primordial 155


de las leyes y la condición esencial de todos los fallos que fueran a dictarse. Es ése el contexto en el que comenzó a actuar la Corte. Sus sesiones se realizaban en un caserón de la calle Bolívar esquina Moreno. El 11 de octubre de 1863, por una acordada, dictó su reglamento interno, y el 15 de octubre libró su primera sentencia. Por esa razón, éste fue el día elegido para celebrar los aniversarios del máximo tribunal argentino. En septiembre del año siguiente, 1864, se comenzó a editar la colección de Fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que sigue publicándose hasta la fecha. En el prefacio al primer tomo de Fallos..., el entonces secretario del tribunal, José M. Guastavino, señaló –hace de esto casi 140 años– que las decisiones de la Corte Suprema, que tienen “el carácter y la autoridad de ley obligatoria para todos los Estados y para todos los individuos, es preciso que sean conocidas del pueblo”. Añadía el doctor Guastavino: “Al lado de la influencia y poder que ejercen sobre la garantía de los derechos y sobre la suerte y organización del país, es necesario agregar la publicidad, no sólo porque todos los que habitan el suelo de la República Argentina pueden ser en él heridos o respetados en sus derechos, sino también para levantar ante el tribunal de la Corte Suprema el poder de la opinión del pueblo, quien, a la par que gana en inteligencia con el estudio de las decisiones judiciales, con su censura hace práctica la responsabilidad de los jueces, los cuales ganan a su vez en respetabilidad y prestigio ante sus conciudadanos, según sean la ilustración y honradez que muestren en sus decisiones. De esta manera logra también el pueblo, por un medio indirecto, pero que obra poderosamente sobre el hombre, prevenir la corrupción de conciencia de sus jueces”. Casi un siglo y medio después la Secretaría de Jurisprudencia del Tribunal dice que son estas mismas razones las que hoy, en el mundo global, determinan la exigencia de publicar los fallos de la Corte Suprema en Internet, con los fines de cumplir con eficacia el principio republicano de publicidad de los actos de gobierno y de satisfacer el derecho a la información de la sociedad, con la actual ventaja que nos brinda la singular velocidad de las nuevas tecnologías informáticas. Así las cosas, cualquier usuario de la Red puede acceder rápidamente a las decisiones del máximo tribunal judicial, ya sea a través de la búsqueda en “Consulta de fallos”, en la 156


“Consulta de jurisprudencia”, o en las “Novedades”. El sitio en Internet tiene la siguiente dirección: www.csjn.gov.ar. Respecto de los fallos, se podrá localizar –mediante datos como partes, fechas o palabras usadas en el texto– el ciento por ciento de los pronunciamientos del tribunal emitidos a partir de 1995. En cuanto a la jurisprudencia, el usuario tendrá acceso al Sistema de Jurisprudencia de la Corte Suprema, que contiene los casos seleccionados y organizados en forma de sumarios para la publicación, desde 1863, a los cuales se llega a través de los recursos y herramientas previstos por el sistema. De este modo, es posible la obtención del fallo completo. Finalmente, con referencia a las novedades, se podrán encontrar datos sobre los casos recientes de mayor interés público. (publicado en la sección “Opinión” del diario La Nación el 27 de febrero de 2004) MIGRACIONES, DESARRAIGOS Y NOSTALGIAS Noticias recientes dijeron que el año último había crecido un 45% la cantidad de argentinos que se fueron del país. Ahora bien: todos sabemos que la Argentina fue, históricamente, un país de inmigración y que dicha característica abarcó –claro está que con subas y bajas– casi un siglo: desde la segunda mitad del XIX hasta la primera mitad del XX. Luego tal tendencia fue modificándose gradualmente hasta transformar a la Argentina en un país de emigración, sobre todo en lo que se refiere a los sectores de clase media, con un alto componente de profesionales, intelectuales, artistas, científicos y técnicos, lo que ocasiona a nuestro país ese lamentable problema conocido como “fuga de talentos” o “pérdida de cerebros”. Cabe, entonces, preguntarse qué circunstancias fueron las que produjeron esta reversión de la tendencia. En general, la inseguridad, tanto de carácter político como económico, ha sido una de las principales causas de la emigración de los argentinos durante los últimos cincuenta años. Y esto ha comprendido desde las situaciones más dramáticas de persecución política y falta de libertad hasta la búsqueda de un mejor estándar de vida, o de más altos niveles técnicos, científicos y de calidad de enseñanza en los países desarrollados. También en estos últimos tiempos la falta 157


de oportunidades laborales ha sido un factor determinante para la partida de profesionales jóvenes o de edad mediana. Yo he vivido unas tres décadas en el exterior, aunque volvía siempre, para salir una y otra vez. Durante los años de mi permanencia fuera de nuestro país, mantuve un contacto asiduo, humano y profesional con las colonias de argentinos en diversas ciudades del mundo. Así logré conocer a compatriotas radicados en cuatro continentes, y fue, seguramente, de las largas y obsesivas conversaciones sobre el país mantenidas con ellos de donde surgió la necesidad de escribir y publicar un par de libros –Por qué se fueron (Emecé, 1995) y Por qué volvieron (Homo Sapiens-TEA, 1999)– vinculados con los motivos que provocaron esas dolorosas migraciones, uno de ellos en colaboración con Ana Barón y Mario del Carril. Habría que aclarar que no pretendimos hacer una investigación sociológica, sino producir textos testimoniales, vivenciales, producto de una muy larga serie de entrevistas a argentinos realizadas en varias ciudades del mundo –obviamente, no en todas las que hubiéramos deseado–. La selección final, ya que no se podía incluir la totalidad, se orientó a presentar diversidad de entrevistados y representatividad del plexo de motivaciones que impulsaron, y siguen impulsando, a nuestros compatriotas hacia el exterior, teniendo muy en cuenta la expresividad de sentimientos, en general ambivalentes, que conlleva la situación de tener que vivir fuera del país, o la de tener que volver. Al responder a nuestras preguntas, los entrevistados no sólo explicaban las causas de la emigración o del retorno, sino que además brindaban una radiografía de nuestro país, enfrentándonos a un espejo especial que refleja desde afuera lo que somos por dentro. Y las más de las veces, en sus testimonios, la nostalgia apasionada se mezclaba con la crítica severa, lo que permitía percibir en sus discursos una dualidad entre la Argentina que añoraban y la Argentina que los había obligado a salir. El resultado constituía una visión de nuestra realidad que desafiaba a reflexionar desde otras perspectivas, y que podía ayudar a comprender mejor por qué somos como somos. Por ejemplo, algunos de los entrevistados señalaban la enorme distancia que siempre habían advertido entre el mundo cultural e intelectual y el mundo político como uno de los graves problemas de nuestra sociedad. Otros afirmaban que el modelo de la Argentina que había nutrido su 158


infancia se había degradado, pero no creían que sólo lo político y lo institucional constituyeran una explicación suficiente de esa degradación. En cuanto a la elección de los países para emigrar, cuando se trataba de los europeos, se daba algo así como una suerte de regreso, vinculado con los recuerdos, costumbres y tradiciones conservadas por familias que emigraron desde Europa y que lograron estimular la imaginación de las nuevas generaciones en la búsqueda de las raíces familiares. En cambio, la emigración a países como Estados Unidos, Canadá o Suecia, por regla general, presentaba un cuadro muy distinto del que acabo de mencionar. En primer lugar, porque son contadas las familias argentinas con antepasados norteamericanos, no muchas las que tienen ascendientes suecos, y prácticamente inexistentes las que pueden contar con antepasados canadienses. Pero además hay que tener en cuenta la naturaleza de la vida social de esos países, ya que, según algunos testimonios, resulta aparentemente “menos humana y familiar” que la nuestra. De modo tal que, por más integrado que estuviera el argentino en cualquiera de esos tres países –o en algunos otros de culturas similares– padecía con frecuencia ciertas vivencias de soledad, que también suelen sufrir los propios integrantes de la sociedad local, pero que en el caso de los inmigrantes se ven agravadas por la carencia de un punto de referencia social y cultural compartido, aunque todo esto se encuentre morigerado por la gran riqueza de recursos materiales y de organización social, productores de un efecto catalizador. También pudimos comprobar que algunos de los argentinos que emigraban a los Estados Unidos tenían la “actitud golondrina” de los europeos de fin del siglo XIX. Ellos venían a la Argentina para “hacer la América” y después regresar a sus países de origen. Estos argentinos no iban –no van– todavía a los Estados Unidos con una verdadera intención de emigrar, aunque después puedan, eventualmente, radicarse definitivamente allí. Y están aquellos otros que, habiendo viajado a dicho país sólo temporariamente, para especializarse, luego se van quedando para siempre, aun sin haberlo programado así. Por otra parte, volver es un desafío distinto y quizá más fuerte que irse. En todo caso, rara vez es fácil. Por eso, no son pocos los argentinos que día tras día lamentan, mucho más que haberse ido, no haber podido volver. 159


Asimismo, conviene señalar que, en términos generales, la creciente globalización de las sociedades y de las culturas regionales, si bien no impide que los viajeros puedan seguir tomando contacto con civilizaciones radicalmente distintas a las suyas, permite que las eventuales diferencias sean hoy previamente conocidas y no produzcan mayor sorpresa o extrañeza. Los emigrantes tienen hoy a su alcance la instantaneidad de las comunicaciones, gracias a la moderna tecnología satelital, a los teléfonos, de línea o celulares, al correo electrónico, al fax, al módem y a las pantallas de las computadoras, que pueden reproducir las imágenes de los interlocutores, generalmente familiares y amigos, lo cual mitiga la nostalgia. Lo que particularmente nos revelaron aquellas entrevistas fue una dimensión de la vida argentina poco advertida por muchos, pese a constituir una compleja y dolorosa realidad, que merecería una profunda y relevante reflexión. Porque, finalmente, no sería justo dejar de mencionar que desde los albores de nuestra historia, la violencia y la intransigencia política, o cuando menos la incomprensión, determinaron el exilio de muchos de nuestros próceres. En tal sentido, debemos recordar que San Martín, Moreno, Echeverría, Alberdi, Sarmiento y Rivadavia, figuras tutelares todas ellas del siglo XIX, fueron algunos de los que también murieron fuera del país por compulsiones que no se debían al azar, sino a la inclemencia de una patria que los rechazaba. (publicado en La Nación el 14 de junio 2005)

MILITARES Y CIVILES EN LOS ESTADOS UNIDOS Por primera vez desde el inicio de la guerra de Irak, un grupo de generales retirados decidió romper con una fuerte tradición de silencio y reclamó la renuncia del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, desgastado por más de tres años de ocupación y con una situación de constante violencia en Irak. Pero esta situación no es tan novedosa como la encuentra Juan Gabriel Tokatlian en su nota del 27 de abril. A mí, al menos, me trae a la memoria una perspectiva similar que debió afrontar el presidente Lyndon B. Johnson 160


durante la Guerra de Vietnam, cuando después de retener varios años a su secretario de Defensa, Robert McNamara, su desgaste lo obligó a destinarlo a la presidencia del Banco Mundial. Ese mismo camino hacia el Banco Mundial lo recorrió, a comienzos de 2005, el segundo hombre del Pentágono, Paul Wolfowitz. Veremos qué ocurre ahora, porque siempre ha sido difícil –en el mundo de las armas nucleares, poco menos que imposible– separar los problemas militares de la política general, o poder designar un área precisa de cuestiones de política militar para que decidan los militares, separada de otra área de política general para que decidan exclusivamente los políticos. Hoy en día, el político debe adquirir conocimientos especiales sobre los aspectos que hacen a la seguridad nacional, incluyendo, obviamente, el aspecto militar, mientras que los militares, por su parte, deben aceptar también la obligación de agregar a sus conocimientos habituales aquellos que hacen a los temas de la historia y la conducción del Estado. Porque en estos tiempos la profesión militar puede, eventualmente, verse íntimamente envuelta en los procesos políticos nacionales, aunque ello no sea en los Estados Unidos el resultado de ninguna búsqueda consciente de poder político por parte de los militares, sino el inevitable producto de las nuevas responsabilidades mundiales de ese país y de la actual revolución en materia de tecnología militar. Pero en toda democracia el poder es inseparable de la responsabilidad y, de acuerdo con eso, el estamento militar tiene la ineludible obligación de ejercer el poder que le ha sido, más que conferido, impuesto, con sabiduría y limitación. Claro está que todo esto trae aparejado el problema de la injerencia de los militares en política y, sobre todo, algún eventual cuestionamiento acerca del control civil sobre el poder militar. Este principio, que tiene sus raíces en la constitución norteamericana y en muchos siglos de tradición anglosajona, ha servido muy bien a los Estados Unidos. Además, se considera indispensable para la preservación del gobierno democrático e igualmente forzoso para la efectividad del poder militar. Ahora bien: en los Estados Unidos ha habido hasta ahora poderosas barreras para impedir el establecimiento de un poder político-militar. Entre ellas: el profundo sentimiento civil y democrático de su sociedad, el sistema de reclutamiento de los oficiales, los fuertes vínculos de los soldados profesionales con los valores políticos y sociales de la sociedad democráti161


ca de la cual provienen, y también la permanente tradición, firmemente enraizada en la estructura de las costumbres militares norteamericanas, de que el cuerpo de oficiales debe ser apolítico. Y todo esto tiene, realmente, mucho arraigo. En los Estados Unidos, los militares están de acuerdo con los valores básicos de su sociedad. De tal modo, se estima que la profesión militar es buena representante de los principales elementos que conforman la sociedad norteamericana. Así las cosas, el principio de la supremacía del poder civil sobre el poder militar todavía permanece incólume, a pesar de la enorme expansión del poderío y la influencia de las fuerzas armadas. Pero, por supuesto, aun en las sociedades más democráticas, como la estadounidense, hay diferencias de modo y espíritu entre el soldado profesional y el político o el hombre de Estado. El político debe moverse con extremada prudencia en un fluido ámbito, donde a menudo se confunden los fines con los medios. Además, el político sólo tiene objetivos preestablecidos en el sentido más general del término. El exceso de previsión podría incluso dificultar sus movimientos. En cambio, el militar opera de otro modo. Sus objetivos están claramente predeterminados y definidos. Entonces, planifica con anticipación sus necesidades y dispone de sus fuerzas de tal modo como para alcanzar aquellos objetivos. Por ello se ha llegado a decir que, en cuestiones militares, la flexibilidad es un mal innecesario y que la ambigüedad puede fácilmente costar vidas. En cambio, en política, la flexibilidad es la regla primordial y la ambigüedad, un instrumento a veces esencial. La subordinación del poder militar a la autoridad civil no constituyó, pues, en los Estados Unidos, ningún problema, y todavía hoy, a pesar de la crítica ejercida por algunos generales retirados, con el pedido de renuncia al secretario de Defensa –sobre todo, por los motivos que la han determinado–, no se vislumbra que pudiera llegar a serlo. Sin embargo, en razón de las diferencias de entrenamiento y de percepción que existen entre el soldado y el político, la posibilidad de desconfianza y hasta la hostilidad mutua es siempre potencial, y mucho más en momentos de grave amenaza para la seguridad nacional. En tales casos, en los Estados Unidos el experto consejo de los jefes militares es indispensable para los líderes políticos. Pero, por otra parte, los políticos deben evaluar también una enorme variedad de cuestiones que no son 162


técnicas, incluyendo la interacción de distintos intereses de una sociedad pluralista en un mundo igualmente pluralista. Y esto puede implicar interminables negociaciones y transacciones, proceso que a menudo sorprende e irrita a los expertos militares, ya que tienden a considerarlo poco eficiente y hasta peligroso para la seguridad nacional. Para resumir este fenómeno, podría decirse que los expertos militares, que saben lo que debería hacerse, quedan a merced de los políticos, que saben lo que en definitiva podrá hacerse. De este modo, no puede resultar difícil comprender que los militares, entregados a su carrera, alguna vez hayan sentido la patriótica tentación de descender a la arena del conflicto político. Pero esto no ha ocurrido con demasiada frecuencia en los Estados Unidos, y tampoco es lo que está ocurriendo hoy, ya que sólo se está tratando –como señala Tokatlian– de rechazar la reforma radical de la organización funcional y la cultura institucional de las fuerzas armadas; del fastidio por la continua ideologización y manipulación del uso de la fuerza; de la crítica a un plan de combate en Irak que está llevando a que la guerra se pierda no sólo en Bagdad, sino en Estados Unidos, y a un intento de no cargar con la responsabilidad de un eventual segundo Vietnam. Así las cosas, parecería que hubiera hoy más reflexión y prudencia en los generales que en el propio secretario de Defensa, como si se hubieran invertido los papeles y los militares supieran mejor que los políticos lo que realmente se puede hacer. Por eso es explicable la conducta crítica de los generales retirados, porque saben que en los Estados Unidos hay consenso en cuanto a que la efectividad de sus fuerzas armadas depende del mantenimiento de su prestigio, pero ello no significa que ignoren que también se les demanda apolítica integridad profesional. Porque, precisamente, por su carácter de institución apolítica, las fuerzas armadas estadounidenses han disfrutado, durante la mayor parte de su historia, del apoyo virtualmente unánime del pueblo norteamericano, manteniéndose fuera de los ataques de los partidos. Este ha sido hasta ahora el marco y contexto de interpretación en que se ha situado cualquier eventual discrepancia o conflicto surgido entre el gobierno de los Estados Unidos y los jefes de sus fuerzas armadas, desde una cuestión presupuestaria, hasta la situación de los homosexuales dentro de ellas, como ocurrió durante la administración del presidente Bill Clinton. Y, por nuestra parte, no creemos todavía que esta fuerte crí163


tica por parte de media docena de importantes generales con pedido de renuncia al secretario de Defensa Donald Rumsfeld esté modificando la plena vigencia del marco y contexto que acabamos de describir, aunque el eventual estallido de otro grave conflicto en el área, con Irán, mucho más peligroso todavía que el que se mantiene con Irak, podría producir un dramático cambio, no sólo dentro de los Estados Unidos sino en el orden internacional. (publicado en la sección “Opinión” del diario La Nación el 5 de mayo de 2006) MI PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE RICARDO OSTUNI VIAJE AL CORAZÓN DEL TANGO Además de aceptar como un inmenso honor la presentación de este nuevo y valiosísimo trabajo de Ricardo Ostuni, me produce una gran emoción poder acompañarlo con todos ustedes en este su Viaje al Corazón del Tango. Por mi parte, no tengo otro título para ello que su generosidad al haberme invitado a hacerlo, y además, el hecho de llevar al tango en mi propio corazón, tal vez por una circunstancia prenatal, como fue la de que mi padre y mi madre lo siguieran bailando hasta cinco meses después de mi concepción, precisamente hasta que el médico les ordenó suspender el baile para evitar que yo naciera en un salón, en plena milonga. Y entonces creo que de allí me vino cierta familiaridad inicial o fundacional con nuestra querida música ciudadana. Después, el tango se adueñó de mí, de mis tardes juveniles como marco musical de mis primeros amores, de mis barriales noches porteñas, y de todos los días de todos los años cuando viviendo fuera de nuestro país, se transformó en la absoluta certeza de mi identidad argentina, porque a veces, si bien levantando mi vista en otro hemisferio echaba de menos la guía orientadora de la Cruz del Sur, nunca me faltó el tango que podía escuchar –según la época– a través de un 78, una casette, un long play o un CD, o hasta a veces, con la muy reconfortante presencia en vivo y en directo, de alguno de nuestros conjuntos musicales que desde hace tantos años, muchas veces con enormes sacrificios, fueron llevándolo desde el Río de la Plata hasta otros extremos del mapa, globalizándolo. 164


Y qué gratificante me resultaba compartir en aquellos casos, la extraordinaria emoción que producía en multitudes que nada tenían que ver con nuestras tradiciones o costumbres, con nuestro pasado o con nuestras ideas y creencias. Porque así entonces, ante esa suerte de milagro convivido, pude comprender finalmente que el tango, como música –cantada o no– y sobre todo como baile, no era solamente una mera forma artística de comunicación, sino algo mucho más importante todavía: una auténtica expresión artística, ética y estética argentina, de comunión. Entonces, si aprovecho esta presentación del excelente libro de Ricardo Ostuni para repetir estas cosas, que todos ustedes conocen mejor que yo, lo hago porque sin embargo, y aunque parezca mentira, después de más de cien años de historia que ya tiene el tango, después de un siglo de andanzas y de emoción poética y musical, después de un generalizado reconocimiento mundial, todavía en nuestra propia tierra hay quienes no sólo lo ignoran en todo su valor, sino que hasta irracionalmente lo devalorizan adjudicándole increíbles males. Así por ejemplo, con motivo de la llamada “Comisión Jubileo 2000”, destinada a estudiar la legitimidad de la deuda externa, leí hace poco en La Nación la carta de un lector, quien después de impugnar –con razón o sin ella– los objetivos de dicha Comisión, manifestaba que había que dejar de mirar para atrás, que había que terminar con la revisión permanente del pasado. Y circunscribir al tango a su lugar en la música popular, impidiendo su invasión a todos los aspectos de nuestra vida. Porque debíamos cumplir, interna y externamente, los contratos vigentes y la palabra empeñada... Al igual que ustedes ahora, se podrán imaginar mi enorme sorpresa ante semejante dislate, como era el de asociar (yo diría “ilícitamente”) al tango con la deuda externa, cuando más bien es nuestro mayor crédito externo, más la extraordinaria novedad aportada por dicho lector de que el tango pudiese eventualmente impedir, no sé de qué manera, el cumplimiento de la palabra empeñada. Y por último, que además estuviese invadiendo todos los aspectos de nuestra vida. Cuando por el contrario, yo diría que lamentablemente, nuestra vida está siendo invadida por cosas y situaciones mucho menos nobles y queribles que el tango. Ya mantuve años atrás una polémica con quien fuera a la sazón presidente de la compañía de Teléfonos de España, señor Luis Solanas, porque en aquel momento, dicho 165


señor atribuía el fracaso de sus negociaciones en Buenos Aires, nada menos que al tango, y auguraba que mientras siguiésemos gustando de él, nuestro país no podría avanzar. Como si a España le hubiese impedido avanzar como lo ha hecho, la zarzuela y el cante jondo que, de paso, este último, sigue siendo utilizado en el sur de España para comunicarse cuando los teléfonos no funcionan. En cuanto a los temores de invasión de nuestras vidas por parte del tango, cabría decirle al atribulado lector, que al arte, cualquiera sea, no se lo puede “circunscribir”, y así lo demuestra precisamente nuestro tango, que está invadiendo mucho más Europa y los Estados Unidos que nuestras propias vidas, gracias a los espectáculos de Tango Argentino y otros de igual nivel, y a la fantástica proliferación de la música de Astor Piazzolla. Por último, habría que señalarle al lector de marras que su temido tango viene siendo el benefactor causante de que cientos y cientos de turistas extranjeros lleguen a Buenos Aires con el fin exclusivo de escucharlo y aprender a bailarlo. Volviendo ahora a la obra de nuestro entrañable autor, dice con toda razón Horacio Ferrer en su justísimo prólogo que por fortuna para nosotros, el poeta y cronista que es Ostuni ha reunido en este libro artículos y opúsculos dispersos en prestigiosas revistas, que de otra manera habrían quedado perdidas para miles de lectores que no tuvieron en su momento la oportunidad de acceder a ellas. De modo tal que a partir de hoy podremos comenzar a disfrutar in extenso de su profundidad, información y originalidad, virtudes que harán de este nuevo aporte de Ricardo Ostuni, una obra de insoslayable consulta. En el primer capítulo, que precisamente da título al libro, nuestro autor comienza afirmando con modestia que no va a hacer la historia del tango, toda vez que “mucho se ha escrito ya en perdurables páginas que firman no menos perdurables plumas”, pero sin embargo y sin quererlo, como el personaje de Molière que hacía prosa sin saberlo, Ostuni logra en menos de veinte páginas de recorrido histórico, un valiosísimo ensayo que, de manera fundada y original, revive la gestación y nacimiento del tango desde las calles coloniales de nuestra ciudad hasta las callecitas de hoy de Horacio Ferrer, ¿viste? En el segundo capítulo, rescata con toda justicia al poeta e infatigable viajero que fue Héctor Pedro Blomberg que, como Manzi, afirma Ostuni, sacrificó su destino literario 166


en aras de la canción popular. Así repasa, con antológicas citas y reflexiones, su vida y obra, con la presencia del tango en poemas que luego inspiraron letras de tangos como “Tiempos Viejos” de Manuel Romero, “Nada” de Horacio Sanguinetti o “La Cantina” de Cátulo Castillo. También le dedica buena parte a la inolvidable “Pulpera de Santa Lucía”, recordando toda la co-producción de Blomberg con el pianista, guitarrista y compositor Enrique Maciel, el Negro Maciel. Cuando Ostuni se refiere al aporte de Blomberg a la llamada “Canción Federal”, que lo transforma en un verdadero cronista de historias de barrios del tiempo viejo, como San Telmo y Monserrat, aprovecha el caso para recordarnos que la ficción verosímil proclamada por Benito Pérez Galdós postulaba que en ciertos casos suele ser más histórica y más patriótica que la historia misma. Ya al promediar la obra, en su capítulo tercero, Ostuni nos deslumbra con un perfil de doña Eloísa D’Herbil de Silva, desconocida autora de tangos fundacionales, nacida en España o en Cuba, discípula de Franz Liszt, que llega a Buenos Aires –donde vivió setenta y cinco años– hacia 1868. Hija de un conde y de una duquesa, escribía para piano, canto y recitado. Con una casa que era visitada por personalidades de su tiempo, como Mitre, Alberdi, Guido Spano y Estrada. Mujer cultísima que hablaba varios idiomas, pianista excepcional que es presentada por Domingo F. Sarmiento cuando da un concierto en el Teatro Colón el 7 de febrero de 1887, a beneficio de las víctimas del cólera. Y nuestro autor –siempre atento al contexto histórico-social– aprovecha esta semblanza para coincidir con José Sebastián Tallón en aquello de que el tango jamás fue rechazado en sí mismo, sino que se trató de una entendible repulsa hacia el ambiente marginal donde se gestara. Por fin, entre los tangos de doña Eloísa, Ostuni destaca un título muy actual: “Ché, no calotiés”. Y seguimos nuestro viaje al compás del tango para entrar en el capítulo que nuestro autor le dedica nada menos que a Gardel, y que titula “del nativismo al tango”, que es la trayectoria que le marca al ícono de nuestro canto nacional, ya que si bien reconoce que Gardel es el tango mismo, paradójicamente, afirma con razón que ni Gardel nació al arte con el tango, ni el tango nació con Gardel. Y así recuerda que en 1912, nuestro cantor firmaba un contrato con Columbia para grabar sus primeras canciones criollas, no acercándose a la lírica urbana sino hasta 1917. No obstante ello, hasta 1923 el tango no tendrá la primacía en su repertorio, porque 167


ante todo, Gardel era un cantor nacional o criollo con vocación por los cosas pampeanas. Pero claro está, en algún instante secreto de su vida –dice Ostuni– Gardel intuyó la presencia de una concepción inédita de la lírica urbana, que contraponía, a la pureza silvestre de las canciones camperas, los aguafuertes de la vida misma. Vale decir, que sintió la presencia del tango como un nuevo modo de expresión humana y a ella le consagró su voz, su espíritu y su arte. Y no quiero extenderme más acerca de este capítulo porque aquí, al analizar nuestro autor el factor de la inmigración europea y su necesidad de identificación, primero con lo nativo y luego con lo urbano, hace verdadera antropología cultural, y sería presuntuoso tratar de sintetizarlo o glosarlo. Así las cosas, prefiero entrar al capítulo quinto del libro que trata –como señala José Gobello– de un hito que separa las dos grandes etapas en la evolución de la expresión danzante, canora y musical de nuestra ciudad. Porque dicho capítulo se refiere a una conjetura sobre la fecha del estreno del primer tango-canción: “Mi noche triste”, de Pascual Contursi. Que, según nuestro autor, inaugura el tema del amor despechado, expresando los mismos sentimientos cantados por Dante, por Petrarca, por los pastores de Garcilaso y por el pobre Lope de Vega cuando se le piantó María de Nevares, y precisamente por ello, enfatiza Ostuni, su hallazgo es genial, ya que consigue expresar un tema tan antiguo como el hombre mismo, del modo que lo sentía el habitante del suburbio de una remota ciudad austral. Las conjeturas son lungas como la procesión, y nuestro autor apela al autorizado testimonio de Horacio Ferrer y Luis A. Sierra, que de paso dicen que al poner Contursi letra al tango “Lita” de Samuel Castriota, captó con admirable penetración las vibraciones profundamente humanas del suburbio, para entregarlas con su melancolía, con sus nostalgias, con sus alegrías, a plañir decepciones y amarguras. O a cantar esperanzas en esa música que la ciudad baila, pero que aun no entona. Por eso, sostiene Ostuni, que así como Carriego descubrió el barrio para la poesía, Contursi descubrió el suburbio para el tango. Claro está, como correspondía a un excelente libro sobre el tango, Ostuni, como autor y arreglador, lo cierra con un final a toda orquesta. Porque el último capítulo, el sexto, que trata sobre la presencia de la poesía culta en las letras de tango, es realmente antológico, y la estupenda investigación realizada por nuestro autor da tantos y felices ejem168


plos, que se me hace difícil la elección de algunos, ya que todos, sin excepción, entremezclan las mejores de las dos formas de expresión poética. De modo tal que, de los grandes hallazgos poéticos del tango que pueden rastrearse en la obra de los autores franceses, tomaré solamente los vinculados a Paul Geraldy, el recordado autor de “Tú y yo”, que tanto usamos los de mi generación, cuando éramos jóvenes, para ablandar a las muchachas que queríamos conquistar. En este caso, nuestro autor lo cita como fuente de varias letras de Enrique Cadícamo: “Los mareados”, “Rubí”, y “Por la vuelta”. Veamos entonces, lo que escribió Paul Geraldy en su poema “Adiós” (o “Final” en algunas traducciones): Vas a entrar desde ahora por siempre en mi pasado Y hoy de nuevo su vida cada cual ha tomado Y qué grandes creímos nuestros dos corazones Y mirá en lo que ahora nuestra pasión quedó. Como ustedes recordarán, en “Los Mareados” –sobre música de Juan Carlos Cobián–, Cadícamo escribió con singular belleza y concisión: Hoy vas a entrar en mi pasado Hoy nuevas sendas tomaremos Qué grande ha sido nuestro amor Y sin embargo, ¡ay!, mirá lo que quedó. La verdad es que, al menos hoy, me gusta más este Cadícamo que aquel Paul Geraldy. En otras líneas del mismo poema nos encontramos con “Rubí” y “Por la vuelta”, pero esta lectura la dejo para que ustedes mismos la hagan –después de comprarlo– en su propio ejemplar, y allí se encontrarán con Borges, con Darío, con César Vallejo, con Jorge Manrique, con Homero Manzi, con Lorca, con Ramón Gómez de la Serna, con Celedonio Flores, con Discépolo, etc. etc. Sin embargo, de todo esto no hay que concluir en absoluto –dice nuestro autor– que su descubrimiento de genealogías temáticas, implique inferir que las letras del tango son una cadena de innumerables copias o repeticiones, y menos de expoliaciones, agregaría yo. Nada más incierto que ello. Lo cierto es que el tango, con su enorme capacidad de contener y difundir el drama de la existencia humana, tien169


de a expresar una actitud universal del hombre, verificable en la literatura de todas las épocas. Porque el tango, como dice Horacio Ferrer, es una gesta del alma. Y nacido del primer dolor del alma, según Ricardo Ostuni, es tan antiguo como el hombre. Seguramente, me permito agregar, es también una dimensión estética, ontológica y metafísica del hombre, haciendo esquina con su vida. Buenos Aires, 4 de octubre del año 2000

MI PRÓLOGO AL LIBRO MICHELLE BACHELET, DE JULIA CONSTENLA (Ediciones Lumiere, septiembre de 2006) Tuve en mi vida la oportunidad de ver de cerca muchas transmisiones de mando, en nuestro país y en el extranjero. Generalmente, los mandatarios entrantes eran recibidos con gran alborozo por sus partidarios, y los salientes, tratados con indiferencia, cuando no con manifestaciones de repudio. Sin embargo, el 11 de marzo de 2006, habiendo tenido el honor de ser invitado a la transmisión del mando presidencial en Chile, pude ser testigo –por primera vez en mi vida– y de manera muy cercana, de un hecho totalmente inédito: ver cómo el ex presidente Ricardo Lagos, al dejar el cargo despidiéndose desde La Moneda, no sólo era ovacionado por sus ministros y funcionarios, sino también por miles de personas de distintas edades y clases sociales que, desde las siete de la mañana, lo esperaban para aplaudirlo y agradecerle –con lágrimas en los ojos, en alta voz y a través de pequeños carteles de confección casera– todo lo que había hecho por el país en esos seis años de gobierno. Téngase en cuenta, además, que esas personas llegaron hasta el frente de La Moneda por sus propios medios, no llevados por ómnibus o transportes alquilados con ese fin, y que ya nada podían pedirle al presidente saliente. Las ovaciones y muestras emocionadas de afecto y reconocimiento se sucedieron luego en el Congreso –Valparaíso–. Amigos, partidarios y opositores lo vivaron largamente y de pie tanto allí como en el recinto del antiguo Congreso en Santiago, donde ochocientos invitados seguían la ceremonia a través de pantallas gigantes con la misma emoción y el mismo fervor. También debo señalar que igual ovación recibía la presidenta Michelle Bachelet en su ingreso 170


al Congreso y al asumir el cargo. Realmente, una verdadera fiesta de la democracia: civilizada, ejemplar e inolvidable. Testigo emocionado de todo ello, volvió a mi memoria ese histórico Chile que había recibido sin prejuicios a San Martín como Libertador; que había acogido como exiliados a Sarmiento y a Alberdi, permitiéndoles desarrollar sus labores periodísticas e intelectuales en favor de la libertad. El Chile de su siempre “loca geografía”, entre la inmensidad oceánica del Pacífico y la enorme muralla de la Cordillera de los Andes. El Chile poético de Gabriela Mistral y de Pablo Neruda. Ese Chile que tuve que dejar con profunda tristeza, siendo diplomático, un mes después del golpe contra Allende en 1973, y que también tuvieron que abandonar, seguramente con mucha mayor tristeza y dolor, el entonces profesor universitario Ricardo Lagos y la entonces estudiante de medicina Michelle Bachelet. Cómo no recordar durante esa semana que pasé en Santiago, previa a la ceremonia de la transmisión del mando, todo lo vivido 33 años atrás. Cómo no recorrer los mismos lugares donde se desarrollaron los trágicos hechos del 11 de septiembre. Cómo no recordar también mi enorme preocupación cuando, recién trasladado por la Cancillería a Santiago para hacerme cargo de la Consejería Cultural, más de un año y medio antes de esos hechos, en las primeras conversaciones que tuve con personas muy cercanas y leales al presidente Allende, supe que éste –en la intimidad– ya era consciente de que la economía marchaba hacia el colapso; que la lealtad de sus propios partidarios estaba puesta a prueba por la escasez de alimentos y el aumento de precios; que importantes sectores de la clase media comenzaban a aliarse con la derecha; y que era prácticamente imposible alcanzar acuerdos con la Democracia Cristiana y controlar los desajustes económicos, todo lo cual, lamentablemente, se iba confirmando día a día, sin piedad. También volvió a mi memoria un hecho que para mí marcó el preanuncio del final, algo así como el punto de no retorno, cuando el día 21 de agosto de 1973, a las cinco de la tarde, unas 300 mujeres realizaron una manifestación frente a la casa del general Carlos González Prats, comandante en Jefe del Ejército, con la peculiaridad de la presencia entre ellas de esposas de militares en actividad, incluidos generales. Porque dichas señoras le entregaron al portero del edificio una carta para la esposa del general Prats, pidiéndole que intercediera ante su marido para que tomara en cuenta la desesperación de los soldados al ver que el gobierno los utilizaba (¿?). Realmente 171


un pedido arbitrario, insólito, increíble, casi surrealista. Pero muy oportunista, porque pocos días después, desgastado y ya sin autoridad, el general Prats, columna de la legalidad, tuvo que renunciar. Por supuesto, recibió de inmediato importantes muestras de solidaridad que, obviamente, no incluyeron la de los golpistas. Pero también recibió amenazas y no parecía que su seguridad ni la de su familia estuviesen garantizadas, algo que el tiempo, lamentablemente, se encargó de demostrar de la peor manera y en nuestro propio país, cuando fue asesinado con su esposa por el brazo largo de Pinochet. A mí me resultó de especial interés político en aquel momento otra carta, la que le hiciera llegar el ex senador y ex candidato presidencial democristiano, Radomiro Tomic, que decía: “Sería injusto negar que la responsabilidad de algunos es mayor que la de otros, pero, unos más y otros menos, entre todos estamos empujando a la democracia chilena al matadero. Como en las tragedias del teatro griego clásico, todos saben lo que va a ocurrir, todos dicen no querer que ocurra, pero cada cual hace precisamente lo necesario para que suceda la desgracia que pretende evitar.” Al renunciar el general Prats, depositó toda su confianza en su subrogante, el general Augusto Pinochet, a quien creía legalista como él, aunque fue precisamente quien terminó encabezando el golpe que habría sido imposible sin su anuencia. Pero vayamos al día golpe. Yo tenía mi oficina en el edificio de Huérfanos y Miraflores, que estaba en reparaciones y sólo albergaba al Departamento Cultural de la Embajada. Esa mañana se había hecho pública la proclama golpista. Mi intención no era quedarme allí, sino ir hasta donde estaba el resto de las oficinas de la Embajada, en Huérfanos y Ahumada, a muy pocas cuadras de distancia, ya que de otro modo habría quedado aislado de mis colegas y seguramente incomunicado. Apenas salí de la oficina, advertí desde la esquina de Miraflores y Huérfanos, que algunos disparos de fusil o pistola –seguramente de francotiradores– hacían peligroso seguir avanzando. El riesgo mayor estaba en el cruce de cada esquina, que podía transformarse en una suerte de ruleta rusa. La gente corría sin ton ni son, tratando de alejarse pero sin saber hacia dónde. Cuando después de transitar azarosamente esas cuatro cuadras que me separaban del edificio de Ahumada, ingresé al quinto piso, ya estaba allí el plantel completo de los funcionarios pertenecientes a nuestra Embajada más los tres agregados militares. 172


Un potente equipo de radioaficionado del agregado aeronáutico nos permitió seguir minuto a minuto todas las alternativas del ataque aéreo a La Moneda, sede del gobierno, a través de las órdenes dadas desde la torre de control a cada piloto para que los Hawker Hunters la sobrevolaran en un vuelo “seco”, es decir sin disparar sus rockets, seguido de otro inmediato con orden de hacerlo. Así oíamos pasar en vuelo rasante y ensordecedor a cada uno de los aviones de combate y luego, cuando disparaban, un estruendo tal que parecía que el impacto lo había recibido no el palacio presidencial sino el propio edificio de nuestras oficinas. Era realmente estremecedor y acongojante saber que eso implicaba el incendio y la destrucción de La Moneda, y lo que era peor, la segura muerte de la gente que estuviera dentro de ella, incluidas las autoridades que no se habían retirado para mantener su lealtad al Presidente. Dada la presencia de francotiradores en los techos de edificios vecinos, a la altura del quinto piso de nuestras oficinas, los ventanales hacían vulnerables todos los despachos, que quedaban expuestos a cualquier eventual ataque. La situación se agravó cuando dos helicópteros comenzaron a barrer techos y terrazas con disparos para eliminar a los francotiradores. Eso determinó que nos ubicáramos preferentemente en el largo corredor al que se asomaban casi todas las oficinas y que finalmente terminó siendo el lugar de mayor concentración durante toda esa jornada de acciones bélicas que se prolongaron hasta casi las cinco de la tarde, hora en que fuerzas de carabineros nos pidieron que abandonáramos el edificio, ofreciéndonos custodia hasta nuestros autos. Las acciones principales dirigidas contra el palacio gubernamental, incendiado y destruido, habían terminado y además, se había decretado el estado de sitio, la ley Marcial y el toque de queda a partir de las seis hasta el día siguiente a las seis de la mañana, y ya no se podría circular hasta el nuevo día. Ya dije en otras oportunidades y en diversas notas periodísticas, lo difícil que era describir lo que fue ocurriendo en nuestra Embajada (Residencia), ubicada en la avenida Vicuña Mackena, a partir del día posterior al golpe militar que provocó la caída y muerte del presidente Salvador Allende. El hecho es que antes de terminar ese mes de septiembre ya habíamos otorgado refugio en ella a más de cuatrocientas personas, ocupándonos por supuesto también de todos los problemas personales y oficiales que se derivaban de esa presencia masiva y creciente de refugiados. 173


Su carácter de asilados recién podría ser adquirido a partir de que nuestros informes sobre cada uno de ellos revelaran a nuestra Cancillería que sus vidas o sus libertades corrían serio peligro de ser vulneradas. La represión era muy dura y todos los días se producían violentos allanamientos que terminaban con el desalojo de familias enteras y la prisión para muchos de sus miembros, generalmente conducidos al Estadio Nacional, donde también tuvimos que hacer innumerables gestiones para interceder por argentinos llevados allí. En un determinado momento, nuestros agregados militares comenzaron a decir que habíamos transformado la embajada en una sucursal del Kremlin, lo cual, además de constituir un grosero error conceptual, no podía tener otro origen que la total ignorancia de lo que ocurría o una gran torpeza. Si bien se asilaba gente que en su mayoría podía considerarse de izquierda, se trataba de una izquierda tan variopinta, que hasta incluía a militantes antisoviéticos. Por otra parte, no era necesario tener ideología o militancia de izquierda, porque ser latinoamericano residente en el Chile de Allende era suficiente como para resultar sospechoso. A las mujeres embarazadas y a los niños les dimos un espacio reservado y aislado en el anexo del primer piso de la Embajada (Residencia), donde había habitaciones para huéspedes, lo cual les daba más tranquilidad y mejores facilidades sanitarias. De todos modos era desgarrador ver a esas mujeres que parirían sus hijos vaya a saberse en qué circunstancias y en qué lugar. Desde luego existían pleitos y peleas entre los integrantes de ese conglomerado humano que íbamos albergando, pero más allá de muchas diferencias políticas e ideológicas entre ellos, los problemas estaban fundamentalmente determinados por la enorme tensión que padecía toda esa gente que sobre su futuro nada sabía y sobre sus bienes ignoraba si alguna vez podría recuperarlos. Todos los días teníamos que atender situaciones humanas muy tristes, cuando no desesperantes o dramáticas. Y nos resultaba difícil cumplir roles para los que no estábamos preparados, como el de paramédicos o psicólogos, o el de consejeros familiares y de vida. También era muy difícil acostumbrarse a la atmósfera creada por la presencia continua de esos centenares de personas que no podían higienizarse debidamente, con ropas que no habían podido nunca más cambiarse. Todo eso durante muchos días, las veinticuatro horas de cada día, en un lugar cerrado, apto para contener más de cua174


trocientas personas durante una recepción diplomática clásica de un par de horas, pero no por días y semanas enteras, con la única posibilidad de salir algunas veces al jardín. Vale decir que sentíamos una gran impotencia frente a los problemas que se les habían creado a esos refugiados, más allá de haber podido preservar por el momento sus vidas. Pero no quería quedarme esa semana de Santiago en los meros recuerdos, sobre todo en esos tan tristes recuerdos, y menos todavía frente a este Chile del presente, política y económicamente tan pujante, esperanzado y seguro de estar transitando por el camino de tiempos todavía mejores. Por eso no me privé de caminar y recorrer toda Santiago a la que, como en cada viaje, seguí encontrando más ordenada y moderna, ni me privé de volver a visitar su estupendo Museo de Bellas Artes, que en los viejos tiempos presidía Nemesio Antúnez. Tampoco dejé de volver a visitar la famosa “Chascona” de Pablo Neruda, ni de tener un grato encuentro con el embajador Rolando Stein Brygin, director de la Academia Diplomática Andrés Bello, ubicada en una estupenda casona frente al edificio del antiguo Congreso, semillero de futuros servidores de la política exterior de su país, garantizada por la divisa Pro Chile Loqvor (“Por Chile hablo”). Y lo último –pero no lo menos sino tal vez lo más importante– fue obtener una entrevista con el notable sabio y biólogo Humberto Maturana. Su texto, bastante reducido por razones de espacio, fue publicado en La Nación del miércoles 10 de mayo de este año. Cuando le hice mi última pregunta sobre los motivos que lo habían llevado, en noviembre de 1987, a redactar un documento muy importante que firmaron varios premios nacionales de Ciencias, donde se hacía un llamado a todos los chilenos para incorporar la sensatez a la vida nacional y recuperar la dignidad, me contestó que lo había hecho por su permanente creencia en que las acciones que constituyen una sociedad democrática no son la lucha por el poder ni la búsqueda de una hegemonía ideológica, sino la cooperación que crea una comunidad donde los gobernantes acepten ser criticados y cambiados cuando sus conductas se alejan del proyecto democrático por el que fueron elegidos. Y porque siempre creyó también que había que hacer de la democracia un espacio político para la cooperación en la creación de un mundo de convivencia, un espacio en el que ni pobreza ni abuso ni tiranía surgieran como modos legítimos de actuar; donde se supiera que no se es dueño de la verdad y que el 175


otro es tan legítimo como uno. Señaló, además, que tal obra exigía la reflexión, la aceptación del otro y la audacia de aceptar que las distintas ideologías políticas deben operar como distintos modos de mirar los espacios de convivencia. Lo importante de la larga charla que tuve con Humberto Maturana fue también el hecho de tomar conciencia de que estos principios políticos –además de su lúcida filosofía humanística– ya habían comenzado a tener vigencia plena durante la presidencia de Ricardo Lagos y que continuarían acentuándose y desarrollándose con la presidente Michelle Bachelet. Todo esto es lo que fui viviendo y reviviendo durante la semana previa a la asunción a la presidencia de Michelle Bachelet, y lo he contado aquí por expreso pedido de mi querida amiga Julia Constenla, autora de esta excelente biografía a través de la cual, con su enorme capacidad profesional de experimentada periodista y ensayista, ha logrado brindarnos una rigurosa descripción de la extraordinaria trayectoria personal, profesional y política de Michelle Bachelet, y de sus circunstancias históricas, con un ritmo narrativo que le envidiaría cualquier novelista. Además, ha logrado un tono tan vital y vivencial que nos da la sensación de haber leído un verdadero testimonio.

MI PRÓLOGO AL LIBRO PODER POLÍTICO Y LIBERTAD DE EXPRESIÓN (recopilación de artículos de varios constitucionalistas publicado por la Sociedad Científica Argentina y el Instituto de Ciencia Política y Constitucional, editado por Abeledo-Perrot) Como periodista sufrí en el ejercicio de mi profesión alguna de las comunes restricciones que los gobiernos de facto de nuestro país aplicaron a la prensa gráfica, radial y televisiva. El menos gravoso, pero tal vez el más ridículo, tuvo lugar al día siguiente de producido el golpe de Estado contra el gobierno de Isabel Perón. El golpe, como recordarán los lectores, tuvo lugar el miércoles 24 de marzo de 1976, y el suplemento “Cultura y Nación” del diario Clarín, que yo dirigía, debía publicarse el jueves. La nota principal estaba dedicada al escritor argentino Scalabrini Ortiz, cuyo nombre en destacado cuerpo de letra titulaba la tapa del suplemento. Claro está, dispuesta la censura previa 176


para la prensa el mismo día del golpe, el suplemento fue enviado a las oficinas de la Secretaría de Prensa de la Casa de Gobierno. También ese primer día, y con asombrosa celeridad digna de mejor causa, las autoridades de facto habían restituido el nombre de la calle Canning, que había sido cambiado tiempo atrás por el de Scalabrini Ortiz. Incuestionablemente, el título del suplemento venía, como diría un astrólogo, mal aspectado. Cuando volvió a mi mesa de trabajo el original censurado, llamé por teléfono al capitán (de la Marina) que estaba a cargo de dicha censura, para preguntarle si lo que se censuraba era sólo el título o la nota entera, porque si se trataba nada más que de lo primero, podía eventualmente cambiar el título de “Scalabrini Ortiz” por el de “ex Canning”, pero no entendió el resto de buen humor que todavía me quedaba después de la censura, y me dijo que debía levantar la nota entera. Como puede apreciarse, este episodio –en sí mismo lamentable– no fue finalmente tan grave como suelen ser las restricciones, las persecuciones y los ataques a la libertad de prensa en nuestro país y en nuestro continente que, en la última década, produjeron –en su expresión más dramática– la muerte de doscientos periodistas. Porque esta forma de “censura”, la más arcaica y brutal de conculcar la libertad de prensa y la libertad de expresión, no sólo constituye la desaparición física del mensajero, sino además, la del mensaje, la de la información, o sea la eliminación total del objetivo esencial del periodismo. Así las cosas, la publicación de un libro de la excelencia académica de Poder político y libertad de expresión, constituye un hecho muy auspicioso y un valiosísimo aporte a la bibliografía científica argentina, no sólo por la variedad de escorzos jurídicos –doctrinales y jurisprudenciales– que sus autores nos brindan en defensa de la libertad de expresión, sino también por la riqueza de los análisis que, más allá del campo estrictamente jurídico, incursionan con igual lucidez en la sociología, la filosofía política y la filosofía del derecho. La sola lectura del índice de esta obra, resultará más estimulante para abordarla que la de cualquier prólogo, y en todo caso no sería yo quien pudiera sustituirla con buen éxito. Por otra parte, si el entusiasmo por los diversos textos leídos me indujera a tratar de escoger citas para ilustrar 177


antológicamente al eventual lector, debería llenar páginas enteras con ellas, por la cabal conceptualización temática que sus autores han prodigado en el desarrollo de sus respectivos trabajos. Y por fin, a través de una lectura total, lo que nos queda claro –al menos a los periodistas– es que si bien dentro de un orden constitucional ninguna libertad es total y ningún derecho es absoluto –toda vez que la idea de un derecho ilimitado pertenece a una concepción antisocial– también es cierto que la libertad de expresión es el menos relativo de los derechos, y en definitiva, un derecho no delegado por el pueblo, sino retenido para ejercerlo por sí mismo. Por ello no hay mejor ley de prensa que la que no se promulga, o sea la que no existe. No quiero cerrar este intento de prólogo sin antes mencionar que entre enero y septiembre de 1999 produje para la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), con sede en Miami, un libro titulado Reportajes a la Historia de la Sociedad Interamericana de Prensa, que se presentó en Houston en octubre de dicho año en tres ediciones (española, inglesa, y portuguesa). Como es sabido, la SIP es una organización sin fines de lucro dedicada a defender la libertad de expresión y de prensa en todas las Américas, que comenzó a desarrollarse en 1926 y que hoy cuenta con más de 1300 órganos de prensa asociados. La obra de marras consistió en 50 reportajes que efectuara a propietarios y directores de diarios desde Toronto (Canadá) a Río Negro (Argentina), y a través de ellos se logró una verdadera y vívida historia de la lucha por la libertad de prensa librada por la SIP en las Américas. Pero fue también gracias a dicho trabajo que tuve oportunidad de conocer la llamada Declaración de Chapultepec, promulgada el 11 de marzo de 1994, en virtud de otra iniciativa de la SIP que invitó a reunirse en el histórico castillo de Chapultepec en México –con motivo de la Conferencia Hemisférica sobre la libertad de expresión– a 135 ciudadanos prominentes, directores de periódicos, al Premio Nobel Octavio Paz, al ex Secretario General de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuellar, a decanos de facultades de derecho, abogados constitucionalistas, escritores, ex jueces y a otros ciudadanos con destacados historiales de servicio público, provenientes todos de distintos países del Hemisferio Occidental. 178


En dos días de deliberaciones, este grupo forjó una declaración que contiene los diez elementos fundamentales de la libertad de expresión, y pasados ya más de cinco años desde su redacción y aprobación, ha sido firmada por los jefes de Estado y de gobierno de los principales países de nuestro Hemisferio, pero su difusión debería multiplicarse por todo el Continente a través de los foros nacionales, en una tarea que no sólo constituye un deber de los hombres de prensa, sino también de los líderes de todos los estamentos de la sociedad, de manera que los pueblos de América tomen cada vez mayor conciencia de los derechos y responsabilidades que implica vivir en democracia.

NOTA OFICIAL A LA CANCILLERÍA SUECA, QUE PROVOCÓ INTERESANTES CONSECUENCIAS “El Embajador de la República Argentina” Estocolmo, 1º de octubre de 1987 AL SEÑOR JEFE DE PROTOCOLO: Tengo el agrado de dirigirme a Usted con motivo de la comunicación del pasado 25 de septiembre, dirigida a los jefes de misiones diplomáticas en Estocolmo, referida a la supuesta “delusión” de gran número de agentes diplomáticos acerca de su derecho a conducir en el carril del transporte público. Al respecto me permito respetuosamente formular las siguientes consideraciones: 1) Ni el suscripto ni los agentes que integran la Representación de su país padecen de esa “delusión”, ni de ninguna otra, pero debo reconocer que alguna vez, en razón de una circunstancial emergencia vinculada a razones oficiales o familiares (criaturas menores de edad), y viviendo en Djursholm, me he visto lamentablemente obligado a utilizar en algún tramo y por cierto de manera muy breve, el carril para el transporte público, cosa que he hecho sin padecer por ello de “delusión” alguna. Por el contrario, con clara conciencia de estar cometiendo eventualmente una infracción de tránsito, pero sabiendo al mismo tiempo de su levedad, toda vez que de ello no se derivaba perjuicio para nadie. 179


2) Ya que la comunicación del señor Jefe de Protocolo incursiona en el delicado tema de los derechos que un diplomático tiene o no tiene en el país donde desarrolla sus funciones, generalmente presidido por esa regla de oro de la diplomacia que es la reciprocidad, debo recordarle que en mi país todos los agentes diplomáticos suecos tienen derecho al uso en sus vehículos, de la chapa diplomática que mi propio gobierno les otorga; que pueden estacionar, cuando la necesidad los obliga, en lugares no especialmente autorizados para ello, sin sufrir multas por dichas eventuales infracciones; y que tienen también derecho a conducir por los mismos carriles que utiliza el transporte público, e incluso, el derecho a ingresar a la zona bancaria llamada microcentro, a la cual no tienen acceso los conductores de vehículos privados, aunque sean ciudadanos argentinos. 3) El suscripto, en cambio, no sólo no goza aquí de tal reciprocidad, sino que además ha sido multado varias veces por estacionar fuera del lugar que oficialmente tiene reservado en los aledaños de su oficina, aunque ello se haya debido al caso de fuerza mayor que implica el haber estado dicho lugar ocupado por un vehículo obviamente no autorizado para hacerlo, y esto ocurre casi todos los días. Más aún, el suscrito ha sido multado –ignorando la razón de ello– estando su vehículo estacionado en su propio y autorizado lugar. 4) Por último, pero no por ello menos importante, quiero señalar que la palabra “delusión” tiene una fuerte connotación patológica, ya que generalmente implica una cierta forma de conducta psicótica, por lo cual es conveniente utilizarla de manera cuidadosa y restringida, salvo que se pretenda hacer un diagnóstico médico o producir ofensa, lo que no constituye de ningún modo –me imagino– el objetivo de la comunicación del señor Jefe de Protocolo. En tal sentido quiero agregar, a modo de ejemplo, que cuando recibí una comunicación del Departamento de Protocolo, el día 22 de octubre de 1986 –cuya copia me permito acompañar– donde se decía al final: “The Ministry for Foreing Affaires avails itself of this opportunity to renew to the Embassy of the United Republic of Tanzania the assurances of its highest consideration” aunque pensé que el Departamento de Protocolo no tenía derecho a conferirme el honor de extender mi representatividad hasta Tanzania, jamás se me ocurrió pensar que estaba 180


frente a una “delusión” de dicho Departamento, aunque tal aseveración podía constituir al menos una falsa creencia. Más bien, quise suponer que se trataba de un inocente error material. Por ello, y así también, considero que si algún agente diplomático utiliza eventualmente el carril del transporte público, sería mucho más justo y cortés atribuíselo a un disculpable error o emergencia, que a una “delusión”. Saludo al señor Jefe de Protocolo con mi más alta y distinguida consideración. ALBINO GÓMEZ Señor Embajador D. Göran Hasselmark Jefe de Protocolo del Ministerio de Asuntos Exteriores ESTOCOLMO c.c. a todas las Representaciones Diplomáticas acreditadas en Estocolmo Por supuesto, esta nota-circular provocó una reunión general de los embajadores acreditados en Estocolmo, y una fuerte protesta a la Cancillería Sueca, lo cual determinó la separación del cargo del funcionario responsable de la nota, y la entrega a todos nuestros vehículos de las chapas diplomáticas correspondientes, con la habilitación para usar los carriles del transporte público sin que ellos consituyese infracción alguna.

ONTOLOGÍA DEL LENGUAJE A partir de la segunda mitad de este siglo, se inició una revolución teórica de gran envergadura en nuestra comprensión del lenguaje. Este hecho, que ha sido llamado “el giro lingüístico”, influyó en todas las ramas de la filosofía, ubicando al lenguaje en el centro de sus preocupaciones. La psicología, la sociología, la antropología, las ciencias políticas y la economía, entre otras disciplinas, están reconociendo progresivamente la importancia del lenguaje en sus 181


respectivos campos. Y los estudios sobre las bases biológicas del lenguaje también han hecho un concordante aporte en este mismo sentido. Como disciplina, la Ontología del Lenguaje articula contribuciones tan diversas como la teoría del dasein de Martín Heidegger y las observaciones de Federico Nietzsche sobre la necesidad humana de regenerar constantemente un sentido para nuestras vidas, con el reconocimiento de ambos de que el lenguaje es el espacio del cual el ser humano no puede escapar y, a la vez, la morada donde se reconoce como tal. También recibe la Ontología del Lenguaje, los aportes de los filósofos del lenguaje contemporáneos como el británico John Austin, el norteamericano John Searle y del austríaco Ludwig Wittgenstein. Desde el campo de la biología, las contribuciones del biólogo chileno Humberto Maturana, con sus trabajos sobre biología de la cognición y el cambio epistemológico que estos proponen. La Ontología del Lenguaje hace referencia a una comprensión genérica, a una interpretación de lo que significa ser humano. Y forma parte de un movimiento mucho más amplio que da cuenta de los cambios que, desde comienzos del siglo XX, estuvieron ocurriendo de manera vertiginosa en casi todos los campos de la vida humana. La preocupación de esta disciplina no es el estudio del lenguaje al estilo de la lingüística o de la filosofía del lenguaje. La Ontología del Lenguaje, al reconocer el papel central que le cabe al lenguaje en la formación de nuestras vidas, de nuestras identidades y de los mundos en los que nos desenvolvemos, nos permite incorporar una nueva y poderosa interpretación del ser humano individual y de los fenómenos relacionados con la convivencia social. En este sentido, analiza cómo nuestras conversaciones, públicas o privadas, así como los juicios que hacemos sobre nosotros mismos, sobre los demás y el mundo, generan y condicionan futuros diferentes, es decir, básicamente, cómo el lenguaje nos permite otorgarle dirección y sentido a la vida. Pero además, la Ontología del Lenguaje nos lleva más allá de los fenómenos meramente individuales, permitiéndonos, desde una perspectiva privilegiada, reconocer a las organizaciones como sistemas lingüísticos, asentados a través de las prácticas empresariales en redes estables de conversaciones. Y también las prácticas del management y del liderazgo empresarial, como conjuntos distintos de competencias lingüísticas que pueden ser especificadas y apren182


didas. Pero el resultado más sorprendente de todo esto es, finalmente, descubrir cómo hasta la productividad de una empresa –la capacidad de acción efectiva de la organización y de los individuos que la conforman– se puede definir en sus prácticas lingüísticas. Vale decir que, a través de su cuerpo de conocimientos, la Ontología del Lenguaje, nos permite observar en primer lugar, al ser humano como un individuo inserto en un medio social, constituyéndose como tal en su interacción con otras personas a través del lenguaje. También nos permite observar la trama en la cual un individuo coordina acciones con otros, más sus actos lingüísticos y las narrativas personales y sociales que constituyen su identidad como persona. Así las cosas, nos permite además intervenir en esas narrativas, modificándolas, y como consecuencia de ello modificando eventualmente, incluso su conducta. Por último, nos permite potenciar al máximo la capacidad de diseñar nuestra propia identidad por la determinación autónoma de nuestras acciones, y modificar el medio social a través de la invención de nuevos paradigmas de pensamientos.

OPINIONES SOBRE ALBINÍSIMAS Y OTROS LIBROS MISCELÁNEOS (obviamente las elegí porque están a favor) Sobre …Me quitaron la pelota (Corregidor, 263 páginas): “Gracia e ironía” La Nación (27-11-88) “Diplomático de larga trayectoria y periodista enrolado en los temas más candentes de la actualidad nacional e internacional, Albino Gómez se acercó también a la literatura a través de la novela y de la poesía, géneros en los que demostró su fina sensibilidad y su certera visión de la realidad que lo circunda. Entre sus libros más originales –originalidad que parte de su indudable afán por indagar la Realidad, expresar en breves pensamientos el micromundo propio y el de sus semejantes– figuran Albinísimas y Vení, jugá conmigo, al que ahora se le suma, y como una inagotable continuidad de humor y de reflexión, …Me quitaron la pelota. 183


Sin pecar de pretencioso ni retórico, Albino Gómez transita estas páginas, como ya lo había hecho en sus volúmenes anteriores, con indudable gracia y fina ironía que parten de inteligentes pensamientos, de incisivas entrevistas, de nostálgicos recuerdos y de perdurables frases elaboradas por escritores y políticos. El volumen adquiere así un colorido tono de ‘collage’ que desgrana, con pasión de porteño y sonrisa entre melancólica y burlona, ese universo que se detiene con igual trascendencia entre una niñez perdida en las brumas del tiempo y la más complicada problemática de un país convulsionado por acuciantes problemas. El autor elaboró un entretenidísimo juego que propone al lector mirar detenidamente su entorno y permitirle una sutil indagación de su propia personalidad y de ese mundo que lo circunda tan pleno de agobios como de felicidad. Seguir de la mano de Albino Gómez este camino es, pues, una gratificante experiencia que mezcla el humor con la solidaridad y los recuerdos más entrañables con las vicisitudes diarias transformadas aquí en sabias y certeras palabras de comunicación.” Adolfo C. Martínez (publicado en El Cronista Comercial el 4 de marzo de 1988) Sobre Vení, jugá conmigo (Corregidor, 250 páginas) “Agudo, irónico, ocurrente, sagaz, con fino y muy penetrante sentido de humor, buen observador de la cada vez menos cognoscible realidad nuestra y cotidiana, amplio en su comprensión, zumbón y bien intencionado, es además Albino Gómez esencialmente generoso, pues mediante lectura y juego compartido sólo se obtienen recompensas, de las más lindas y de las más anchas. Libro-pasatiempo, en el mejor sentido del término. Apto (y en el fondo, serio) para despejar convenientemente pasajeros nubarrones, y para pensar con equilibrio con respecto a los más perdurables. Batiburrillo o popurrí ameno sin el menor respiro, pero nunca epidérmico sino profundo, y disimulando esa hondura con la sonrisa bien intencionada, la tomada de pelo más oportuna o el sesgo satírico que, como la caridad, bien entendida empieza por casa. Leí estas páginas de un tirón y de un sacudón a la vez. Casi constantemente integradas 184


por textos muy breves, epigramáticos, sueltos, agudos, y de vez en cuando la bienvenida nota periodística, que a años de distancia no ha perdido actualidad sino que, consecuencia de haber sido escrita con inteligencia, le ha ganado anticipándose así al muchas veces traidor fluir del tiempo. Alguna circunstancia –a la que me atrevería a llamar histórica– compartida al bies con el autor, alguno de los personajes que forman su colorida galería, me han hecho disfrutar todavía más de la sabrosa y salpimentada prosa de esta proposición desenfadada, chispeante, alegre, llena y desbordando de contagiosas burbujas, que no se deshacen porque no son efímeras, sino fruto del más acendrado ingenio. Antidepresivo eficaz. E inmejorable compañía de un atardecer, esa especie de congoja porteña, como aproximadamente la define –sin definirla– el autor, y para, simultánea y eficazmente, entrar a olvidarla. Cito, para concluir, y como valioso par de muestras, dos de sus más que brillantes apostillas. Una: “Epitafio: Aquí yacen los argentinos, muertos pero divididos”. Y final (qué lástima): “Rock: Música con ritmo de lavarropas y con un resultado menos higiénico”. César Magrini Sobre Albinísimas “(…) Miscelánea, collage, silva de varia lección, son denominaciones, encuadramientos, etiquetas, para un libro donde cabe todo, sin pido y sin casa, como decían antes los chicos, cuando se corrían en la plaza, el patio o la vereda y ni se soñaba con pantallas celestes y electrónicas. Este libro es también un juego, o una invitación al juego. Se puede empezar por cualquier parte y terminarlo en el primer capítulo. Aquí hay de todo: desde greguerías y recuerdos hasta frases alguna vez subrayadas en libros ajenos, del humor al horror, de la reflexión a la burla (…)” Horacio Salas

185


PARLAMENTARISMO O PRESIDENCIALISMO Es verdad que el sistema presidencialista de gobierno es parte sustancial de nuestra histórica tradición constitucional, pero también es cierto que por excesos o debilidades en su ejercicio por parte de algunos de sus titulares, hemos tenido graves problemas institucionales cuando no pudieron completar el término de sus respectivos mandatos, ya fuese por golpes de Estado producidos por las Fuerzas Armadas o bien, últimamente, por fuertes presiones de carácter civil fundadas en situaciones de caos político-económico-social. Entonces, el trauma institucional que dichas situaciones produjeron se debió a que nuestros presidentes son elegidos por un determinado número de años previamente fijados por la Constitución, y que el grado de consenso que pudieran haber revelado las encuestas de opinión durante esos períodos, aunque cayera a extremos no deseables para el mantenimiento de la gobernabilidad, si bien pudo poner en tela de juicio la legitimidad de sus mandatos, no enervó en cambio la legalidad que los llevó al Poder. Así las cosas, la interrupción de sus respectivos mandatos antes de cumplirse su término, creó, como ya apuntamos, graves traumas institucionales. Sin embargo, si en lugar del tradicional sistema presidencialista que elegimos, nuestros constituyentes hubiesen adoptado el sistema parlamentario, una eventual y extrema falta de consenso de los jefes de gobierno se habría expresado a través de la pérdida del voto de confianza dentro de Parlamento mismo, decidido por la voluntad legal y legítima de una mayoría de los representantes del pueblo, sin dar lugar a ningún quiebre de la institucionalidad, permitiendo de ese modo una salida y cambio de los jefes de gobierno afectados no traumática, sin daño alguno para el sistema democrático y republicano, por estar dicha circunstancia política constitucionalmente prevista y reglada. PERÓN Y FRONDIZI FRENTE A LAS RELACIONES CON BRASIL Aún con diferencias, ambos presidentes consideraron insoslayable la prioridad de dichas relaciones bilaterales. Durante los dos primeros años del gobierno del presidente Arturo Frondizi, tan jaqueado por la oposición política 186


y por las Fuerzas Armadas, había podido actuar con relativa independencia en materia de política exterior. Pero entonces también comenzó a verse afectada dicha relativa independencia que en ese importante plano había podido mantener hasta entonces el presidente Frondizi, la cual empezó a desdibujarse por las presiones que se generaron principalmente por la posición del gobierno en el orden interamericano con respecto a Cuba, al rechazar la exclusión de ese país de dicho sistema, que propiciaba Estados Unidos. Pero la política exterior, para un presidente que, como Frondizi, tenía una visión completa del mundo, era fundamental para el gobierno del país. Se trataba de tener una política exterior independiente que privilegiara en primer lugar las relaciones con los demás países de Latinoamérica, porque hasta entonces, nuestro país siempre le había dado la espalda al Continente. Luego estaba la relación con los Estados Unidos y con Europa, pero también se pensaba en Asia, al menos con Japón, aunque Frondizi sentía una especial admiración por la India. Relaciones con Brasil En esa política, Brasil era sumamente importante. Ya se había establecido una relación especial con el presidente Juscelino Kubitschek, que prosiguió muy intensamente con Janio Quadros. De tal modo, en abril, entre el 20 y 22 de 1961 tuvo lugar una conferencia entre Frondizi y Quadros, que fue preparada muy cuidadosamente desde la Cancillería en Buenos Aires y la Embajada Argentina en Río, a cargo del embajador Carlos Manuel Muñiz, que luego fuera Canciller y creador del Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Hacia principios de 1961, la situación era inversa a la que habían vivido Kubitschek y el presidente argentino, porque entonces era este último quien experimentaba serias dificultades internas, mientras Quadros iniciaba su presidencia bajo el símbolo del idealismo y de representar para muchos la mejor cara de Brasil. Tanto Quadros como Frondizi aparecían en América Latina como una alternativa a las amenazas lanzadas desde Cuba sobre un Continente aquejado por problemas políticos, económicos y sociales. Si bien Frondizi y Quadros estaban unidos por afinidades intelectuales, el primero no compartía las inclinaciones “tercermundistas” o “terceristas” líricas del brasileño. 187


La visión de Frondizi era más pragmática y sin duda menos impregnada de principios ideológicos. Pero ambos coincidían en la necesidad de alejar la “guerra fría” del Continente americano, buscando la conciliación a fin de evitar el enfrentamiento armado, y tratando de mantener a toda costa el pluralismo político en América Latina, como única forma de preservar la soberanía e independencia de los países de la región. Quadros profesaba realmente una muy auténtica admiración por Arturo Frondizi, lo cual facilitó e incrementó la gran influencia argentina –única en la historia argentinobrasileña– sobre aquél. Y me voy a extender acerca de esto porque es fundamental conocerlo bien para entender en qué radican los problemas del MERCOSUR y en las actuales relaciones con ese enorme país vecino. Debo señalar que lamentablemente nuestras Fuerzas Armadas no entendieron esa parte ni el resto de la política exterior de Frondizi. En realidad tampoco entendieron su política económica ni la social. Lamentablemente fue así porque de haberlo entendido a Frondizi, nuestro país hubiera despegado del subdesarrollo hace casi cincuenta años. Uruguayana Esa reunión tuvo lugar en momentos en que muchos sectores de opinión de la Argentina consideraban a Quadros un hombre “izquierdizante”. Y este hecho, unido a las dificultades que enfrentaba la conducción política del propio presidente de la Nación, creó una atmósfera inhibitoria muy especial en torno a la reunión. Porque se temía que el presidente Quadros adoptase posiciones extremas de política internacional que complicaran aún más las difíciles relaciones entre Frondizi y su creciente oposición interna. Las actitudes proclives a un neutralismo “afroasiático” que se asignaban a Quadros provocaban la sospecha y repulsa de algunos sectores argentinos, sobre todo de las Fuerzas Armadas. Así las cosas, el secretario de Marina había elevado el 13 de abril un memorándum al presidente de la Nación, manifestando que era conveniente postergar la entrevista “hasta que no aclare la situación, ya que de lo contrario podrían ocurrir nuevas y serias conmociones internas en el país”. Fundaba su opinión contraria a la realización de la entrevista en la Cumbre en que Janio Quadros adoptara una política que 188


implicaba un “franco viraje a la izquierda, comunista o procomunista”. Mientras tanto, el 18 de abril, desde Río de Janeiro, el embajador argentino Carlos Manuel Muñiz telegrafiaba a la Cancillería el borrador del “Acuerdo de Amistad y Consulta” que había preparado Itamaraty. Por su parte, el lúcido Canciller argentino Diógenes Taboada, sucesor de Carlos Alberto Florit, era partidario de realizar el encuentro en Uruguayana, y en un extenso memorándum dirigido al presidente, desvirtuaba la idea del carácter “comunista o procomunista” de la política de Quadros. La entrevista de Frondizi con Quadros constituía la culminación del entendimiento argentino-brasileño que se venía operando desde la instalación misma del gobierno de Frondizi. El propósito de ambos presidentes era no sólo consolidar o desarrollar los vínculos bilaterales entre ambos países sino, sobre todo, coordinar una acción internacional común, tanto frente a los grandes centros de poder mundial como en los organismos internacionales e instituciones multilaterales de financiamiento. El temario de la Reunión de Uruguayana incluyó el tratamiento de un “Acuerdo de Amistad y Consulta”, la colaboración de ambos países en las Naciones Unidas, la situación de Cuba, el conflicto entre Perú y Ecuador, el intercambio comercial entre ambos países, cuestiones culturales y temas relativos al intercambio científico. Cuando Frondizi y Quadros se reunieron en la ciudad fronteriza de Uruguayana, ambos tenían conciencia de que estaban protagonizando un episodio excepcional en la historia de las relaciones bilaterales entre ambos Estados. La gran esperanza del encuentro parecía culminar, dejando atrás tantos años de competencia y rivalidad. En los diálogos de esta reunión, que duró varias horas, fue Frondizi quien llevó –puede decirse– la voz cantante, y quien habló durante más tiempo, gracias a la gran admiración que Quadros le profesaba. Inicialmente, Frondizi le aclaró a Quadros que se proponía plantear sus puntos de vista y abordar los problemas con absoluta franqueza, lo cual era habitual en nuestro presidente frente a interlocutores nacionales o internacionales. Asimismo manifestó su esperanza de que surgiera de esa reunión una etapa definitiva en la vida nacional e internacional de Brasil y Argentina. Sostenía que de lo contrario, podrían ahondarse diferencias entre ambos países también de manera definitiva. 189


Quadros preguntó qué era lo que preocupaba a la Argentina sobre su política internacional, y para poner en claro las cosas Frondizi lo interrogó sobre el sentido de sus declaraciones y algunas actitudes de su gobierno. El mandatario brasileño hizo entonces un planteo doctrinario, señalando los errores de conducción de las potencias occidentales y en especial los de Estados Unidos. Destacó la importancia del proceso afro-asiático y calificó de grave error la actitud norteamericana en Cuba, comparándola con la de Francia e Inglaterra en la cuestión de Suez. Puso de relieve, también, la importancia en el frente interno de la actitud internacional de Brasil y la sensibilidad de la opinión pública de su país para estos problemas. En líneas generales, nuestro presidente aceptó que la apreciación de Quadros era correcta pero meramente teórica. El examen de la realidad mundial era exacto, las potencias occidentales y Estados Unidos habían cometido errores, pero la obligación fundamental de los presidentes sudamericanos no era preservar la corrección de líneas teóricas, sino servir a los intereses nacionales de sus países, lo que se concretaba de manera estricta en la defensa del acervo espiritual de estas naciones. Entonces, en una larga exposición, Frondizi delineó una serie de puntos muy importantes: • Brasil y Argentina formaban parte de Occidente y América, lo que implicaba, como consecuencia, determinadas obligaciones y responsabilidades. • La posición occidental, americana y cristiana coincidía con los intereses nacionales de nuestras respectivas naciones. • En cambio, la posición de tipo neutralista podía dar satisfacciones a la opinión pública durante un tiempo, pero si no se aseguraba el desarrollo de los países, los presidentes que la adoptasen quedarían como meros teóricos que no habían sabido interpretar las necesidades de sus pueblos. • No se trataba de mantener el prestigio de los presidentes sobre la base de declaraciones de tipo general, sino de dar soluciones a los problemas concretos que planteaban las exigencias del desarrollo nacional. • Ese desarrollo se fundaba en el esfuerzo nacional, pero también dependía de la ayuda extranjera. • La ayuda extranjera tenía que provenir de Occidente, y dentro de éste, el centro financiero fundamental era Estados Unidos. • No se podía pretender negociar desde una posición 190


política de supuesta fuerza, como la adoptada con actitudes de tipo neutralista. • La Argentina había negociado fijando previamente su posición occidental y americana. • La fuerza del planteo argentino, que deseaba coordinar con Brasil, debía resultar de la razón que asistía a ambos países para demostrar a Estados Unidos y Europa la urgente necesidad del desarrollo y de ayudas concretas que lo posibilitaran. • La razón era que si no se nos aseguraba el desarrollo, ni la fuerza de las armas ni posiciones teóricamente correctas podrían contener el reclamo de los pueblos de América y en consecuencia, la democracia correría serio peligro. La simple lectura de esta minuta de Frondizi, muestra lo grotesco e irracional de la acusación de comunista o marxista que las Fuerzas Armadas le endilgaban a nuestro presidente. Tras esto, Frondizi solicitó a Quadros una definición, para saber si ambos países podrían entenderse, agregando que si Brasil aceptaba el planteo argentino, se tendría una fuerza moral incontrastable, y que en esas condiciones estaba dispuesto a conversar con el presidente John Kennedy. Quadros escuchó esta exposición sin oponer argumentación alguna, expresando que aceptaba en un todo el planteo del presidente argentino, actitud que definió como “compromiso que adquiero”. Pero también aclaró que eventuales dificultades con la opinión pública brasileña podrían obligarlo a hacer alguna declaración o gesto no coincidente con el compromiso que asumía, lo que no debía interpretarse como un quebrantamiento del mismo. Lo que no expresó –y es de suponer que no podía ignorarlo– era el malestar que en Itamaraty generaría tal total acuerdo, que de algún modo daba toda la iniciativa a la Argentina. En un principio, el anteproyecto argentino de Declaración Conjunta fue aceptado íntegramente por Brasil. El canciller Diógenes Taboada propuso que la Declaración contuviese una referencia expresa a la Declaración de Santiago de Chile y a la de San José de Costa Rica, relativas a los principios de no injerencia extracontinental y de no intervención, que habían sido aprobados con la firma de los cancilleres americanos y contaban con el apoyo unánime de todos los países. Janio Quadros respondió que esos principios tenían su más decidido apoyo, agregando que estaba de acuerdo 191


en repeler la interferencia directa o indirecta en la autodeterminación de los pueblos, pero que de la misma forma y con la misma claridad deseaba eliminar la hipótesis de la intervención de un Estado americano en otro. Y agregó que consideraba tal intervención tan peligrosa para la soberanía de los Estados Americanos como la interferencia directa o indirecta de factores extracontinentales. En síntesis, la Argentina logró su propósito fundamental, que era evitar que Brasil acentuara una política neutralista, lo que hubiese agravado la perturbada situación continental, a la vez que obligando a la Argentina a entrar en una acelerada política militar con vistas a la seguridad interna y externa. También se impuso el criterio argentino de que no era posible forzar a Estados Unidos a negociar buscando puntos de apoyo extracontinentales. La iniciativa correspondió en todos los casos al presidente argentino. En la reunión quedaron ratificados los siguientes puntos: • La amistad argentino-brasileña, con la introducción de una novedad en la política americana: el Acuerdo de Intercambio de Información y Consulta. • La responsabilidad continental asumida por ambos países. • El principio de que los problemas políticos y sociales planteados en el continente deben resolverse con la participación de los países americanos. • Repudio a la ingerencia directa o indirecta de factores extracontinentales y reafirmación de la autodeterminación. • Amplio respaldo a la Alianza para el Progreso. • Replanteo del intercambio argentino-brasileño, incorporando el proyecto de la industrialización. • Política común respecto de Paraguay y Bolivia en previsión de acciones subversivas, tensiones sociales y peligro comunista en la región. • Ampliación de la capacidad de negociación en el plano internacional, coordinando la acción en cuestiones de común interés y operando mancomunadamente en los centros mundiales, principalmente en los organismos económicos y financieros. • Replanteo de las relaciones militares, de acuerdo con la utilización de las respectivas estrategias nacionales. El 22 de abril de 1961, los dos presidentes suscribieron, finalmente, lo que se conoce como Declaración de Uruguayana. 192


Debemos recordar que antes de Frondizi, fue Perón quien tuvo una política especial hacia Brasil, pero él buscaba la formación de una unión aduanera entre los dos países, que incluyera a otros Estados del Cono Sur. Tal vez un interesante precedente del MERCOSUR. Pero Frondizi, aunque no rechazaba la idea, adhirió a una concepción que consideraba prioritarios los desarrollos nacionales frente a todo intento de integración o formación de uniones aduaneras entre países vecinos. Mientras Perón propugnaba la formación de un pacto subregional de unidad de carácter político, el presidente Frondizi proyectó –como paso previo– una concertación de políticas comunes en la región y fuera de ella, mediante un sistema de consultas y coordinación entre ambos países. Método éste que empezó a practicarse desde el comienzo de la instalación de Frondizi en todas las cuestiones importantes, tanto referidas al ámbito regional como al internacional, y así se cumplió hasta el final del gobierno de Juscelino Kubitschek. Por ello, el acuerdo posterior que en abril de 1961 se concertó entre los presidentes Janio Quadros y Frondizi no fue sino un colofón de la política que ambos países habían puesto en práctica mucho antes. Sin embargo, fue recién con la instalación de Quadros como Jefe de Estado brasileño, cuando se logró establecer entre ambos países un tipo de diálogo excepcional para la historia de las relaciones bilaterales. A partir de ese momento, la Cancillería argentina vislumbró la posibilidad de llevar a cabo un proyecto que se había formulado desde que el doctor Florit ejerciera las funciones de Canciller del gobierno de Frondizi. El entendimiento con Brasil debía ser amplio y de conformidad a un memorándum donde se esbozaban las ventajas de un acuerdo, que significaría para ambos países lo siguiente: a) Una liberación efectiva de sus antiguas dependencias internacionales (EE.UU y Gran Bretaña) aumentaría la capacidad de negociación y favorecería una política internacional común a nivel mundial. b) Permitiría suprimir las viejas rivalidades ya sin sentido. c) Daría fin concreto y exitoso a la política interamericana que patrocinaran los presidentes Kubitschek y Frondizi, a través de la Operación Panamericana y la firma del Tratado de Montevideo. d) Facilitaría un punto de partida sólido a una nueva política exterior sudamericana que favoreciera el destino nacional de ambos países. 193


Epílogo Lamentablemente, la renuncia de Janio Quadros primero y el derrocamiento de Arturo Frondizi tiempo después, impidieron la continuidad de este Acuerdo que llegó a tal punto que las misiones diplomáticas de ambos países ante las Naciones Unidas en Nueva York recibieron durante el tiempo de su vigencia las mismas instrucciones para actuar en consecuencia ante el organismo internacional.

POSTLIBERALISMO Dice el historiador Javier Tusell, a quien seguiremos en esta nota, que un amigo suyo parece haber encontrado la piedra filosofal para solucionar todos los problemas del presente y del futuro en la culpabilización, de entrada, al gobierno en abstracto, sea quien sea quien –y cómo– lo desempeñe, de todos los males inimaginables. Agrega que siempre ha pensado que su irrefrenable propensión recuerda a dos políticos españoles muy distintos por el tiempo en que les tocó ejercer su papel y muy distantes en su ideología. Uno se llamaba Joaquín Garrigues, un liberal que ironizó en un artículo famoso (“¡Piove. Porco governo!”) no sólo sobre quienes esperaban demasiado del Estado sino a los que estaban encantados en encontrar en él una diana para todos sus odios. El otro se llamaba Indalecio Prieto, era diputado del PSOE y en 1933, debatiendo con las juventudes de su propio partido, les reprochó la tendencia a sujetar al estrecho molde de sus concepciones ideológicas extremistas la realidad política cotidiana. Por eso concluía que elegir al Gobierno como la diana de todos los males podría ser tan sólo una anécdota si la opción no ocultara tras de sí un pensamiento. Y en efecto tiene razón y éste es el caso. Para algunos que se autodesignan como liberales es siempre el mínimo de intervención estatal o gubernamental el alcaloide medicinal para todas las enfermedades y esta actitud no se debe a ligereza o a deseo de simplificación sino a una posición de fondo. Como siempre, lo peligroso no es la manifestación de dicha posición con frases más o menos felices, sino que los mismos conceptos fundamentales alimentados en la reflexión abstracta más aparentemente alejada de cualquier circunstancia política concreta pueden tener unas consecuencias graves. En suma, 194


se trata de una cuestión de principios de filosofía política; por eso merece la pena debatir a fondo esos presupuestos. En primer lugar, desde el propio pensamiento liberal la idea de que es posible llegar a la piedra filosofal, es decir a esta solución omnicomprensiva es una peligrosa ilusión. Isaiah Berlin, una de las cumbres del pensamiento liberal de nuestro siglo, decía que esa utopía no sólo era inalcanzable sino incluso ininteligible. Siempre, sin embargo, existirá como tentación porque hay en el ser humano la pretensión de descubrir de forma completa y total la naturaleza fija e inalterable del Hombre y, una vez captada, proporcionarle soluciones que la dejen satisfecha por completo. Quien basa, de entrada, cualquier respuesta a un problema concreto en un genérico repudio del intervencionismo gubernamental o estatal está demostrando en la práctica partir de una solución de fondo que se basa en que todo problema sólo puede tener una correcta solución en todo tiempo y lugar y que las demás, por definición, no lo son de ninguna manera. Eso nos remite a una actitud demasiado abstracta que, por eso mismo, puede resultar muy peligrosa. A Berlin le gustaba citar una frase de Constant que ha sido de aplicación habitual en contra de los totalitarismos. A menudo decía el escritor francés, recordando los tiempos revolucionarios, que en ellos se había inmolado al Ser abstracto los seres reales y se había ofrecido al Pueblo en masa el sacrificio del pueblo en detalle. Calificar a los ultraliberales de totalitarios carece de toda seriedad pero no deja de ser significativo lo mucho que abundan entre los que se exhiben hoy como liberales, castristas arrepentidos o maoístas conversos.Lo que importa es que en todo aquel que cree haber encontrado la piedra filosofal, la pócima o el ungüento mágico ronda la amenaza señalada hace tanto tiempo por Constant. Al menos de esta forma de pensar puede derivarse la aparición de una manifiesta irresponsabilidad a la hora de aplicar aquello que se ha defendido en términos teóricos. Frente a la idea autodestructiva de que se puede alcanzar la perfección mediante la aplicación de una fórmula, Berlin sugirió otra visión del liberalismo que bien podría denominarse ‘agonística’. Este calificativo querría decir que hay respuestas plurales e históricas a los interrogantes que crean los grandes problemas morales o políticos. Lo conveniente sería, por tanto, practicar la tolerancia entre ellas y dejarlas que choquen entre sí dando, luego, a los problemas concretos las soluciones pragmáticas que correspondan. 195


Estas soluciones podrán ser cambiantes según las circunstancias de tiempo y lugar pero también de grado. Así, los principios de libertad y de igualdad, ambos positivos, podrán ser compatibles. Sabemos, en cambio, que quienes han pretendido la igualdad absoluta han suprimido la libertad y ni siquiera han conquistado nada parecido a la primera. Hoy en día sólo los más atrevidos de los autodefinidos como liberales se siguen encabritando en contra del principio de igualdad. Tratar de hacerlos compatibles es posible y deseable, por más que ellos lo nieguen. Se equivocan de nuevo porque no ven la cuestión en los términos históricos que corresponde. Hubo, en efecto, una derecha liberal que en un determinado momento consiguió una cierta hegemonía, nunca total ni universal, en la política democrática, principalmente en la anglosajona pero esos tiempos ya han pasado. Aquellos en los que vivimos han sido definidos como postliberales. Es un buen calificativo, conscientemente dialéctico y más o menos explícitamente irónico. Pero también tiene un valor puramente descriptivo. Los valores verdaderamente trascendentales del liberalismo han triunfado hasta tal punto que ni siquiera se discuten. Me refiero a los derechos de la persona, la propiedad privada o la economía de mercado, la igualdad ante la ley... Pero, aun vencedor, el liberalismo ha acabado por morir por más que lo pretendan resucitar quienes más que renovarlo lo limitan a una especie de libro rojo de Mao, pero escrito por Adam Smith. La actitud postliberal supone creer en la sabiduría de la Historia y en el sofisticamiento, no en piedras filosofales o pócimas milagrosas. En un determinado momento del pasado pudo, sin duda, ser obligada una rectificación de un rumbo equivocado. Piedras filosofales no las tienen los políticos nunca y los filósofos de la política sólo en muy pocas ocasiones. En este último caso conviene elegir, de entre la propia opción, los más cercanos en el tiempo: Aron, Berlin o Dahrendorff en vez de Adam Smith. El postliberalismo consiste también en reconocer los caminos complicados por los que transita la naturaleza humana en materias como la política. Berlin gustaba de citar una frase de Kant que le sirvió para titular uno de sus libros: “Con un leño tan torcido como aquel del que ha sido hecho el ser humano nada puede forjarse que sea totalmente recto”. Frase mortal para los amantes de simplificaciones. Una derivación de los tiempos postliberales en los que vivimos es darse cuenta de que, si no existen pociones mági196


cas, hay al menos senderos confortables que son el producto de la experiencia largamente acumulada. Lo que llamamos “sociedad civil” es una creación cultural nacida de doloroso parto tras muchos siglos; vale mucho más que los principios filosóficos de cualquier pensador liberal más o menos remoto. Los cambios beneficiosos que la Humanidad engendrará en el futuro de su convivencia política partirán, sin duda, de ella. Pero la “sociedad civil” tiene también sus peligros: pueden nacer de un exceso de intervencionismo que coarte su espontaneidad y su capacidad creadora. Pero también es posible que surjan de la aplicación de una fórmula mágica que, supuestamente identificada con la esencia de la naturaleza humana, ponga en peligro su estabilidad y su capacidad para el progreso económico, cuestione, por los efectos de una política errada, la solidaridad en que se cimenta, la deslegitime o la fragmente y tenga como resultado una concentración de poder que esté en la antítesis de lo que ella representa.

PRESENTACIÓN DE LA NOVELA CARTAS DE AMOR Y DESAMOR EN LOS AÑOS DE SALVADOR ALLENDE EN LA FUNDACIÓN WILLIAMS, AUSPICIADA Y EDITADA POR LUMIERE EN ABRIL DE 2008 En primer lugar, mi agradecimiento a la Fundación Williams que decidió correr el riesgo de hacer posible la publicación de este libro mío, creo que el número 21 o 22, y que es mi quinta novela. Riesgo compartido una vez más por mi editor y querido amigo Daniel de Anchorena. También mi especial agradecimiento a Víctor Hugo Morales que, con su proverbial generosidad para conmigo, de la que vengo siendo un permanente beneficiario en la TV, en la Radio y en la vida, aceptó por su lado el riesgo de hablar bien de esta novela. Es que Víctor Hugo, con su enorme generosidad, es capaz de levantarle la estima al más caído y deprimido de los mortales. Y si uno es su amigo, les aseguro que nunca va a necesitar psicoanálisis ni Prozac. Y por último, pero no por ello menos importante, mi agradecimiento a todos ustedes –sin ustedes no habría presentación ni lectores– que decidieron también acompañarme hoy a pesar de que no está bien visto en algunos ámbitos ser blanco y vivir en ciertos barrios, con el agra197


vante en mi caso de llamarme Albino, lo que podría ser tomado por algún dirigente sindical como una provocación. Pero para tranquilidad de la Fundación y de todos ustesdes, quiero decirles que tengo una larga historia de rechazo a todo tipo de discriminación, sea racial, política, sexual, social o de color. Tanto es así, que desde muy chico expresé ese modo de pensar, y es por ello que abandoné el solfeo, cuando me enteré de que una nota blanca valía dos negras. No lo acepté. Dichas estas palabras iniciales vamos a empezar con mi breve charla que será realmente breve porque nos espera el buen vino. La Fundación Williams decidió reiniciar sus importantes actividades culturales dándole un espacio a la escritura, nada menos que a la palabra, al lenguaje, tan devaluado en nuestro tiempo, día a día más y más, en los medios, sobre todo en la TV. Pero, a la vez, hay muy poca conciencia de semejante desastre, que no es sólo educativo y cultural, sino social y llegará pronto, si no lo revertimos, a ser antropológico y quizá hasta genético. Evidentemente parece ignorarse en nuestra Argentina que, como decía Fernando Pessoa, la suerte de un pueblo depende del estado de su gramática. Y que no hay Nación sin propiedad de lenguaje. Porque muchísima gente cree que da lo mismo hablar con propiedad o sin ella. Que el lenguaje no importa, pero ocurre que sin lenguaje no hay pensamiento. Por otra parte, un lenguaje pobre o inadecuado, lo que produce es pura confusión. Y siempre la confusión de las personas, como decia Goethe, fue el mal de las ciudades. Pero dejemos esto hoy porque somos muchos los que nos preocupamos y seguimos trabajando sobre la palabra y el lenguaje en los medios, y estoy seguro de que la Fundación Williams puede llegar a acompañarnos en esta tarea de restablecer el vital y rico idioma castellano de los argentinos. Ya Víctor Hugo se explayó sobre mi novela en sí, pero veamos entonces ahora qué es la creación literaria y qué es una novela cómo género literario. Según Anderson Imbert, la creación literaria consiste en autocontemplarse, descubrir en la mente el sentido de una experiencia real, desrealizar esa experiencia imaginándola como ficción, y por último, configurar la ficción en palabras. Ahora bien, escribir una novela, les cuento, moviliza durante las 24 horas del día una energía tan total que se crea un estado de indisponibilidad para todo lo que le es ajeno, 198


prácticamente para todo lo demás. Y tal tarea impone una mirada interior que puede concentrarse, ya sea en el universo mental del espacio y tiempos recordados o imaginados. O en el de los personajes que los habitan. Y en ambos casos ello implica un desdoblamiento que levanta, entre el escritor y el mundo exterior, un muro que lo separa de la vida, o al menos de las resonancias que ella tiene para los otros. Y esto suelen padecerlo los próximos al escritor, sobre todo, por ejemplo, su mujer y sus hijas o hijos, por sus muchas horas de encierro y de silencio. Por lo cual les aviso que no es aconsejable casarse con escritores o escritoras, o periodistas. Pero vamos a hablar un poco a favor de la novela, porque tengan en cuenta que hoy, la novela, es un mejor método que la sociología para aprehender la realidad, y esa es la percepción y la decepción de los más lúcidos investigadores sociales ante la insuficiencia de sus herramientas teóricoconceptuales. Y ahora veamos también una muy especial particularidad de la novela como género, porque como decía el gran Uslar Pietri, que hoy no podría vivir en su querida Venezuela, la novela es posiblemente el más nuevo de los grandes géneros literarios. Prácticamente la Antigüedad no la conoció, y la Edad Media tuvo apenas unos atisbos de ella. Porque la novela arranca con lo que llaman los tiempos modernos. Empieza en el siglo XVI, se afirma en el siglo XVII, y toma toda su fuerza en el siglo XIX. Es el gran género literario moderno. Pero un género impuro, un género sin preceptivas, un género cambiante, y muy rico, tan rico y tan cambiante que algún crítico pudo decir una vez que cada gran novela es como la creación de un género literario. Y es verdad, porque cada novelista, cada escritor que se enfrenta a esa tremenda empresa de interpretar y expresar al hombre, sabe que no hay receta valedera, y si no es un imitador, y si no es un farsante, y si es un escritor que se encarga con seriedad vital, porque es vital el empeño a la obra que va a realizar, siente que lo que está haciendo no tiene patrón válido, no tiene guía, no tiene modelo; que sobre la marcha, el tema y los personajes le están exigiendo e imponiendo las cosas que hay que decir, y que dice finalmente. Entonces, lo que sale, es el producto de todo ese proceso largo y confuso de gestación, de maduración, de reflexión, de lucha, de aceptación y de rechazo. Piensen ustedes nomás en las enormes diferencias que existen, sobre todo entre las grandes novelas de autores como Cervantes, Tolstoi, Dostoiesvky, Flaubert, Proust, Joy199


ce, Kafka, Faulkner, los “objetivistas” franceses; García Márquez, o ¡Beckett!, que quería que leer una novela suya fuera una suerte de delirio no artístico, como escuchar en la radio una divagación muy aburrida, como agilizar un trámite en un ministerio, como leer un diario político.... Establezcan ustedes comparaciones y diferencias. Y si vamos a los nuestros, desde el Facundo de Sarmiento, pasando por Don Segundo Sombra, Los siete locos, Rayuela, Sobre héroes y tumbas, La invención de Morel o el Sueño de los héroes, las novelas de Jorge Asís, Daimón de Abel Posse, El obscuro de Daniel Moyano, Sota de bastos, caballo de espadas de Héctor Tizón, hasta Respiración Artificial de Ricardo Piglia, y me detengo allí sin llegar a Juan José Saer o a los muy queridos y casi injustamente olvidados Marco Denevi o Eduardo Mallea, para no mencionar a los muy recientes que ya veremos hasta dónde llegan. Sin embargo, simplemente con los títulos y autores mencionados, ustedes podrían establecer las comparaciones y diferencias que se les ocurran, pero todas esas obras son novelas, más allá de preferencias, gustos y disgustos. Porque ya saben ustedes que en estas cosas de las artes hay gustos para todo, se trate de la música, de la escultura, de la pintura o de la escritura. Pero en esta última materia, yo coincido plenamente con Remy de Gourmont que dice que “No hay otros textos que convoquen mi interés activo o pasivo, que aquellos en los cuales el escritor se narra a sí mismo, al decir de las costumbres de sus contemporáneos, de sus sueños, sus vanidades, sus amores y sus locuras”. Porque, para mí, en los relatos y especialmente en las novelas, no debe salvarse ni Dios. Y por supuesto no deben salvarse los escribanos, los médicos, los abogados, los arquitectos, los ingenieros, los militares, los comerciantes, los curas, los parientes, los enamorados, los financistas, el servicio doméstico, los nacionales, los extranjeros, los diplomáticos, los periodistas, los vivos y los muertos. Pero tampoco se trata de condenar a todos ni a nadie, como lo haría un fundamentalista, porque el escritor, a cierta altura de la vida le ha visto todas las caras posibles y ha conocido suficientemente bien la condición humana, como para aceptarla con una inevitable dosis de escepticismo y de ironía, pero tratando de inscribirlas dentro de la bonhomía y la ternura. Y también del humor, que es una dimensión estética del desencanto. Así las cosas, queridos amigos y amigas: Los escritores, en general, lo sepamos o no, aun contando la vida de otros, incluso haciendo ciencia ficción como 200


decía Borges, lo que hacemos veladamente es contar la historia de nuestras propias vidas, con la ilusión de seguir siendo nosotros mismos: porque vivimos con la idea de que si no podemos conocernos, al menos, sí podemos narrarnos, para que otros nos lean y tal vez nos descubran, y tal vez también, nos lleguen a querer. Muchas gracias.

PRESENTACIÓN DEL LIBRO ARTURO FRONDIZI, EL ÚLTIMO ESTADISTA EN EL CLUB DEL PROGRESO Como siempre, aunque ya me hayan escuchado decir esto en muchas de mis charlas, como se trata de una cábala, lamento tener que repetirla: ANTES DE HABLAR VOY A DECIR UNAS PALABRAS. Muchas gracias a todos ustedes por acompañarme hoy, y a Guillermo Ariza, a Orlando Barone y a Horacio Salas, por su enorme generosidad. Veo muchas caras amigas hoy en este patio del Club del Progreso, que tiene ese encanto de los viejos patios porteños y provincianos. Esos patios de los juegos de los niños y de los encuentros morosos de las familias y de los amigos. Y yo tuve un primer patio al cual quise tanto que lo hice título y tapa de uno de mis libros misceláneos. Porque fue el patio de mis primeros juegos y de mis primeros amigos, el primer patio de cuatro, de una vieja casa en el barrio de Flores, llamada la Mansión de Flores, obra de un arquitecto fabiano y de un obispo democrático que, por eso mismo, no pudo ser Arzobispo de Buenos Aires. Bueno, el caso es que hace dos años por lo menos que no presento un libro mío, pero en cambio, cada semana de ese lapso presenté un libro o dos libros ajenos, en televisión, en radio, o en vivo y en directo. O sea que en el tiempo transcurrido hablé de más de ciento cincuenta libros, y de otros tantos ni siquiera pude hablar pero también disfruté. Ahora, que por fin volvía a tocarle el turno a uno mío, y a pesar de ser yo el hombre que tengo más a mano, decidí astutamente para presentarlo, elegir a tres talentosos y generosos amigos, para que todo saliera bien, no sólo para bien de ustedes sino muy especialmente para mi propio bien. 201


La verdad es que a pesar de los cuarenta años transcurridos desde la caída del presidente Arturo Frondizi, no pensé nunca antes en dedicarle a su presidencia un libro. Pero ocurrió hace casi un par de años, que revisando viejas carpetas de notas periodísticas, encontré dos reportajes que realizara en 1982: uno a Frondizi y otro a Frigerio, para una revista semanal ya desaparecida. Es decir que se trataba de reportajes hechos veinte años después de la caída de Frondizi, pero además, leídos veinte años después de publicados. Si veinte años no es nada como dice el tango… Cómo será la nada de cuarenta. ¿El doble de nada? Un enigma matemático. Pero sigamos. Todos sabemos lo viejo que resulta el diario de ayer, por lo menos en el resto del mundo, salvo en algunos países africanos, y de vez en cuando en nuestro país. Porque lo que ocurrió tiene bastante relación con esto último, ya que la lectura de esos dos reportajes no mostraban los veinte años transcurridos, sino que parecía que hubiesen sido hechos el día anterior. Y semejante anomalía, lo menos que indicaba era una dramática parálisis nacional. Y como estas cosas es mejor tomarlas con cierta dosis de humor para no desesperar, mis mecanismos de defensa trajeron automáticamente a mi memoria un discurso de aquel famoso general Edelmiro J. Farrell, que siendo presidente de la Nación pronunciara el Día de las Américas de 1944, cuando dijo textualmente, y cito de memoria: “Las naciones, al diapasón sagrado de sus más grandes holocaustos, han podido comprobar que cuando un pueblo no camina, es porque está parado, señores”. Ya cuando lo escuché por primera vez siendo menos que un adolescente, me dio un ataque de risa. Entonces, dicho recuerdo me serenó, pero me di cuenta de que hoy, estar parado era mucho más que eso, porque en el mundo de hoy, detenerse es retroceder, que es lo que le ha venido ocurriendo a nuestro querido país. De otro modo ¿cómo era posible que esos dos reportajes tuviesen vigencia después de veinte años? A partir de allí nació en mí la idea de este libro, para lo cual volví a una vieja carpeta donde se amarillaban las páginas del diario que fui llevando en las trasnoches de aquellos días del gobierno de Frondizi, en mi modestísima Lettera 22. Y así comenzó este libro. Memoria de esos años. De esas mañanas en que llegaba a Olivos hacia las ocho u ocho y me202


dia, con pocas horas de sueño, con sólo un diario leído, más las noticias que había escuchado en la radio del auto, y me encontraba con el Presidente que ya había hecho su frugal desayuno, y había leído cuatro diarios, informes, libros… Y yo me sentaba frente a él, con un par de colaboradores, para comenzar la tarea diaria: despachar las notas recibidas en la tarde anterior para distribuirlas a las distintas áreas del gobierno, recibir sus instrucciones para guiones de discursos, memos, cartas o artículos periodísticos para el diario Democracia o para Clarín. Instrucciones para la Cancillería o para los integrantes de la Usina, o sea para el equipo de Frigerio. A mediodía partía el Presidente para la Casa de Gobierno, yo iba a la Cancillería y luego también a la Rosada hasta el mediodía o incluso me quedaba para almorzar allí. A partir de las cuatro de la tarde, después de la inevitable siesta que el Presidente no dejaba de hacer aún en medio de las crisis, por graves que fuesen, volvía a tomar contacto con él para darle cuenta de mis gestiones y entregarle todo lo que fuese material escrito. Y así hasta las ocho de la noche si es que no se producía alguna de las tantas crisis que provocaban las huelgas y sobre todo las amenazas de golpes de estado –38– a cargo de las FF.AA. En esos casos, la noche continuaba en Olivos. Pero cada día de trabajo con el Presidente Arturo Frondizi, era sentir que ese hombre austero, lúcido, gandhiano, sereno siempre, aún en las peores situaciones, con una clara idea de la situación mundial y de los intereses nacionales, estaba entregándole todo al país, y que poder participar de una manera tan cercana de su gestión constituía un privilegio histórico y ciudadano para el joven que yo era entonces. Porque trabajar a su lado era recibir día a día una clase de historia, de realismo político, y del ejercicio de una infinita paciencia para con sus enemigos y hasta para con nosotros sus colaboradores, cuando no estábamos seguramente a la altura de sus necesidades. Pero incluso, a dicha paciencia no le faltaban rasgos de humor. Porque Frondizi tenía un gran sentido del humor. Así fue como un día, durante un almuerzo en la casa de un secretario de Estado, la charla recayó en el problema que se había producido por la necesidad de nombrar un nuevo Canciller ante la inevitable salida del Dr. Mujica. El tema se centró en el perfil que se requería para el nuevo Canciller. Al terminar el almuerzo yo debía volver a la Casa de Gobierno, 203


y entonces, uno de los comensales, miembro de jerarquía de nuestro Servicio Exterior, se me acercó para preguntarme si podía transmitirle un mensaje el Presidente. Porque después de lo conversado, él tenía la seguridad de que su padre, un viejo político ya retirado, daba exactamente el perfil buscado, y que no obstante estar completamente retirado y desinteresado en la función pública, si le tocaban el Himno, aceptaría ser Canciller. Por supuesto le transmití literalmente ese mensaje al Presidente. Me escuchó con atención y me dijo como reflexionando en voz alta: –Así que si le tocan el Himno acepta ser Canciller. Mire, Albino, tenga la seguridad de que si le tocan una ranchera o un vals, también acepta. Finalmente la designación recayó sobre Miguel Angel Cárcano, que respondía perfectamente al perfil buscado, y no en el padre del colega diplomático. Pero más allá de su buen humor, siempre se quejaba de algunos de nosotros, los más jóvenes, por nuestras trasnochadas. Porque no dormíamos lo sufiente. Pero hay que tener en cuenta lo que era Buenos Aires en ese comienzo de la década del 60, con una oferta cultural maravillosa y nuestra entonces enorme energía. Además, durante todas las noches, por otra parte absolutamente seguras, teníamos la mejor música posible con la presencia del quinteto de Astor Piazzolla, de Sergio Mihanovich, el gato Barbieri, López Furst, los hermanos López Ruiz, en 676, Jamaica, Maison Dorée, Black and Black, y tantas Peñas inundadas del mejor folklore. Estaba el cine Lorraine… el Nuevo Teatro, y no sigamos para evitar caer en la nostalgia. Leíamos a Sábato, a Borges, a Mallea, a Martínez Estrada, a Murena. Disputábamos con otros jóvenes por la revista Sur. Entonces, el presidente decía que a pesar de nuestras responsabilidades como funcionarios, ejercíamos una bohemia típica de los poetas y de los periodistas. Y ahí nos caía una cita de Jacinto Benavente (cito de memoria): “Con vosotros los poetas no puede contarse para nada, que es vuestro espíritu como el ópalo, que a cada luz hace diversos visos. Hoy os apasionáis por lo que nace, mañana por lo que muere, y como por lo general sois gente poco madrugadora, más veces visteis morir el sol que amanecer el día y más sabéis de sus ocasos que de sus auroras”. Pero no era así, porque nuestro espíritu no era como el ópalo, y además podíamos trasnochar pero siempre madrugábamos. Tanto a veces, que nos levantábamos antes de acostarnos. Pero en fin, más allá de estas pequeñas historias juveniles, el hecho cierto fue que la total 204


falta de comprensión de lo que significaba el extraordinario proyecto nacional de desarrollo del Presidente Frondizi y la total irracionalidad que presidió la conducta de los partidos opositores, de la dirigencia sindical, de parte de la Iglesia, de importantes grupos del poder económico, y fundamentalmente de las Fuerzas Armadas, frustraron una de las mayores oportunidades históricas que tuvo la Argentina para despegar definitivamente en el siglo XX, y por ende, mantenerse a la par del desarrollo económico y político de países como Canadá o Australia, para dar dos meros ejemplos reales. No es difícil imaginar la pesadumbre y la sensación de enorme injusticia que me causó a mis treinta años el derrocamiento del presidente Frondizi, y el pesimismo que primó en mis análisis de lo que podía esperar de nuestra clase dirigente el tiempo por venir, y por ende el propio futuro político de nuestro país. De todo esto doy cuenta en este libro, que no tiene otra pretensión que la de dar el testimonio honesto de una vivencia política personal, que a pesar de las décadas transcurridas, lamentablemente tiene una actualidad que vuelve a justificar aquel dicho de Bolívar destinado a nuestro continente: “Hemos arado en el mar”. Nuevamente, muchas gracias a todos por estar aquí.

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE HECHOS Y VIVENCIAS EL MIÉRCOLES 26 DE NOVIEMBRE DE 2008 EN EL CARI En primer lugar, deseo agradecer al CARI en la persona de su presidente, el doctor Adalberto Rodriguez Giavarini por haberme cedido generosamente este prestigioso ámbito para presentar mi nuevo libro. En segundo lugar, agradecerle a Raúl Ordenavía, responsable de la Editorial platense que ha corrido la aventura de editarme, y por primera vez, por fin, en La Plata y no en Buenos Aires o en Rosario, ya que pocos saben que fue en La Plata donde se editó por primera vez en la Argentina en 1904, el Quijote de la Mancha, reconocimiento que nunca se le ha hecho. Además había un pleito en mi familia entre parientes platenses y parientes porteños, tíos y tías. Los porteños decían que La Plata era una ciudad de amigos gravosos y de enemigos gratuitos y los platenses decían que Buenos Aires era una ciudad de nulidades engreídas y reputaciones consagradas. Como eran parientes por el 205


lado de mi madre, mi padre decía que estaban todos equivocados. Y me hablaba con admiración de la Universidad de la Plata de los años treinta y de sus extraordinarios profesores. Y él me llevaba a mí algunos sábados en tren, siendo chico, pero no a la Universidad sino al Hipódromo. Quien también viajaba a La Plata muchos sábados, en aquellos años, era Jorge Luis Borges para visitar a Pedro Enriquez Hureña, y además, se enamoró allí de una jovencita, que casi cuatro décadas más tarde fue su primera esposa. Y vaya mi muy especial agradecimiento a mis amigos Daniel Larriqueta y José Ignacio López, por sus comentarios sobre el libro y sobre mi persona, tan generosos que en un momento dado no sabía yo de qué libro hablaban y a qué autor se estaban refiriendo. Además, a Daniel le impuse una doble carga, ya que también le debo su inteligente prólogo. Y por supuesto, a todos ustedes les agradezco que me estén acompañando, incluso muchos por segunda vez en este año, ya que lo habían hecho en abril en la Fundación Williams, cuando presenté mi novela Cartas de amor y desamor en los años de Salvador Allende. Ahora bien, estando aquí, en el CARI, no puedo dejar de evocar a su fundador, al embajador Carlos Manuel Muñiz, con quien mantuve una amistad de cincuenta años, a partir de la revista Ciudad y de su primer libro de poemas, cuando todavía discutíamos nuestros sueños y proyectos culturales en los cafés cercanos a la vieja Facultad de Filosofia y Letras. Amistad que se prolongó en muchas otras ciudades recorriendo talleres de pintores y librerías, fuera de los encuentros que nos imponía la labor diplomática. Durante su tiempo de Canciller, yo integraba, en el ámbito de su gabinete y secretaría privada, un pequeñísimo grupo joven todavía, cuyo humor un tanto transgresor le creaba algunas preocupaciones, disimulado por su enorme afecto, que lo obligaba –según decía él– a cuidarnos como a “chicos”. Hoy entonces, me lo imagino aquí, acompañándonos una vez más, y teniendo yo ahora mucha más vida por detrás que por delante, voy a tratar de comportarme razonablemente bien. Y esto de tener mucha más vida por detrás que por delante, es lo que justifica que uno trate de producir con más frecuencia que en años anteriores, ya se trate de libros, artículos, cartas de lectores, prólogos, charlas. Porque además, la vida y el mundo se han puesto tan pero tan inciertos –de lo que no se ha salvado, claro está, nuestro querido país– que ya no sabemos cuánto tiempo tendremos para esto o para aquello o para lo que sea. Además, hay otra circuns206


tancia que me obliga a producir con celeridad. Cuando era joven, no sólo recordaba lo que había hecho u ocurrido, sino que también recordaba hasta lo que no había ocurrido o no había hecho. Ahora ya no es tan así, de modo tal que no me conviene distraerme mucho. En este sentido quiero contarles algo: hace poco, almorzaba con un querido amigo, que está en plena actividad profesional, y recién anda por los sesenta años, es decir es casi un adolescente. Y de pronto me mira reflexivamente y me dice: “me hacés acordar a Albino Gómez”. Yo lo viví cómo una catástrofe cósmica. Alguno de los dos había perdido la razón. Les aseguro que hasta pensé en consultar a alguno de mis amigos lacanianos. Entonces, como dicen hoy los jóvenes con ese lenguaje abreviado que tienen, de mensajes de texto, de teléfonos móviles: “porsiaca” lo cual significa “por si acaso”, hay que seguir escribiendo día a día… nulla díe sine linea: por si acaso. Por si a uno se le acaba, digamos metafóricamente, la tinta. Y eso es así aunque los amigos responsables de La Nación me digan que no puedo publicar más de cuatro cartas de lector por año, cuando aquí hay tema de sobra todos los días, para más de una carta por día. Ahora hay una nueva frase a incorporarse a lo que se ha dado en llamar “el habla de los argentinos”, habla nuestra que ya ha merecido un enorme diccionario dirigido por el inefable Pedro Luis Barcia. Frase que seguramente, si persiste, ingresará a ese interesante y nuevo diccionario, y seguramente más tarde, también al de la Real Academia Española, que se ha puesto muy generosa, amplia y flexible. La frase que está reemplazando a “por si acaso” es “no vaya a ser cualquier cosa”, que como es muy larga para los mensajes de texto juveniles se la ha contraído oralmente a “no vaya a ser…”. Gran expresión del estado de incertidumbre en que vivimos. Yo hago esto o aquello, porque “no vaya a ser cualquier cosa”. Perdonen que hable de este tema, que es el lenguaje, porque es parte del libro que presentamos hoy. Otra frase que por ahora es patrimonio exclusivo de las maravillosas y queridas mujeres argentinas, que yo creo que tiene que ver con esa gracia que les permite cultivar siempre cierta elegante ambigüedad, y que las escuchamos con mucha frecuencia frente a ciertas situaciones de carácter emocional, o de tener que decidir algo, y la frase es “no puedo, porque me da cosa”. No es el “preferiría no hacerlo” del famoso personaje de Melville, sino que no pueden porque les da cosa. Y 207


lo dicen y se quedan los más tranquilas, totalmente expresadas. Y uno, en ayunas preguntándose “¿qué le habrá dado?”. Aproximándonos ahora al libro que, como ustedes ya saben, es una recopilación de notas, muchas publicadas en La Nación, en Clarín, en Perfil, en Noticias, en Ámbito Financiero, en Todo es Historia, en Archivos del Presente, o en otros medios. Aunque también hay algunas que no llegaron a los medios. De unas cincuenta que le envié a Raúl Ordenavía, él escogió poco más de treinta, porque cuanto más páginas tenga el libro más cuesta su producción y luego le cuesta más al eventual lector. Pero lo que me decidió a incluir estas notas como material de un libro fue tratar de que su característica de permanencia en mi tiempo de interés y de mi memoria permaneciera más allá de las páginas de los medios que generosamente las albergaron, para hacerlas llegar a nuevos y distintos lectores, sobre todo para aquellos que siguen considerando el libro como el medio cultural más compañero, íntimo y preciado. Por otra parte, la ventaja de poder presentar y poner a circular un libro de este carácter y no una novela, como me ocurrió en el mes de abril, es que uno se libra de la obsesiva y curiosa indagación actual de los críticos y de muchos lectores frente a dicho género, por saber cuánto tiene el texto de ficción y cuánto de autobiográfico, y sobre quién es fulano y quién mengana. Y yo creo que de una buena vez por todas, hay que aceptar que todo lo que uno hace es autobiográfico, aún internado en el Borda, y que lo que se escribe, si bien de otra manera, también lo es, aunque no del mismo modo que una crónica detallista de la cotidiana realidad. Porque los sueños, los delirios, las fantasías, los silencios, las ilusiones, pueden llegar a ser parte del material literario, pero provienen de vivencias que no son otra cosa que biográficas o autobiográficas. Aún la ciencia ficción, decía Borges, es autobiográfica. Lo que ocurre es que si uno publicara una autobiografía o un libro de memorias, en general dirían que uno está mintiendo o bien ocultando la verdad. Y se armaría un gran escándalo. Por eso prácticamente no se producen Memorias en nuestro país. Ya ven lo que pasó con la enorme Memoria publicada por Bioy Casares de sus encuentros diarios con Borges. Como ya no están entre nosotros, la tormenta no pasó a mayores y no parece que alguien haya recurrido a la Justicia. Yo por suerte, al no ser importante, no resulté damnificado, ya que Bioy sólo me atribuyó haber abandonado el Seminario por una bella mujer. Y la 208


verdad es que yo nunca estuve en el Seminario, apenas fui de chico un modesto monaguillo en dos iglesias muy céntricas. Claro está que por mi gran sensibilidad y vulnerabilidad frente a la belleza femenina, podría haber dejado el Seminario, una Parroquia y hasta un Obispado. Aunque no creo que un Cardenalato. Y no hablo de un papado para no ser impío. Pero esas historias y discusiones sobre la veracidad se dan en las Memorias. En cambio, cuando uno publica una novela, la norma de críticos y lectores es negar en general que lo que se esté narrando sea ficción. En la novela se les ocurre a los lectores que allí uno no miente. Cuando lo que tiene de bueno el cuento y la novela es que uno puede mentir con el mayor gusto, con toda fruición y sin dañar a nadie. Es tan lindo mentir sin causar daño…Como si uno fuese Flaubert diciendo “yo soy madame Bovary”. Pero la verdad es que yo creo que Flaubert era madame Bovary. Ahora, por ejemplo, con motivo de la publicación del libro de Gianni Vattimo, No ser Dios, dice de él la lúcida Silvia Hopenhayn: “Este libro es una suerte de ficción de Vattimo; no una novela, más bien una ficción de su vida. A tono con aquellos escritores que consideran al Yo como la mayor mejor de las ficciones”. Y lo que en realidad ocurre es que la creación literaria consiste en autocontemplarse, descubrir en la mente el sentido de una experiencia real, desrealizar esa experiencia imaginándola como ficción, y por último, configurar esa ficción en palabras. En cambio, en el ensayo, en las notas ensayísticas, como las de este libro, se unen acontecimientos y sentido, espacio privado y espacio público, singularidad y universalidad, razonamiento y emoción, expresividad y conocimiento, desde un yo siempre puesto en juego que interpela constantemente al “nosotros”. Que es la cita de Liliana Weinberg que yo utilizo al iniciar el libro. Pero finalmente, todo esto implica una discusión teórica totalmente inútil, porque ya sabemos que cuando el hombre se confiesa, fabula, y cuando fabula, se confiesa. Y ahora, muy brevemente quisiera mencionarles algunos de los temas que integran este libro, cuyo único valor tal vez sea el que me resultara imposible soslayarlos, es decir que, por muchas razones conocidas y también desconocidas, tuve la necesidad de dedicarles tiempo y espacio. Y ampliar ahora su espacio y vigencia a través del libro. Con la especial mención de que como hechos y vivencias, se los debo al ejercicio paralelo o conjunto a veces, y otras alternado, del periodismo y de la diplomacia, que me permitieron ser par209


tícipe o testigo de ciertas situaciones históricas o conocer y hasta tratar muy cercanamente a personas sumamente valiosas, que enriquecieron mi experiencia personal, política e intelectual, con el ejemplo de sus propias vidas, siempre preñadas de valores estéticos y éticos, y muchas veces marcadas profundamente por una auténtica pasión argentina, por una auténtica pasión nacional.

PRESENTACIÓN DE MI LIBRO PRIMER PATIO POR BERNARDO EZEQUIEL KOREMBLIT (7 de mayo de 1990) Mis amigos y los amigos de Bernardo Ezequiel Koremblit saben, tratándose de su humor y de mi humor, que esta presentación fue una genial comedia llevada a los más divertidos extremos de la caricatura cuando se trata de endiosar a un autor. Pero todo ello valió además la pena para que el genial Koremblit pudiara mostrar el enorme lujo de su enciclopedismo literario, de su manejo creativo de nuestra lengua y de todo su resonante humor. Aunque claro está, al tomar a Primer patio como disparador de tamaños fuegos artificiales, desde el interés del editor y hasta del autor, justificó su delirante presentación porque logró crear en inocentes e incluso en advertidos, una enorme curiosidad por conocer el libro y saber qué había detrás de tantas increíbles alabanzas. Sólo después de esa presentación supe que además de admirar a B.E.K., podía también ser su amigo literario y su hermano en el humor. ALBINO GÓMEZ Nada en la vida es irreparable, nada, nada es irreparable, excepto la publicación de un libro. Pero en este turno que nos tiene reunidos con felicidad y justicia literaria, la irreparabilidad habría sido la no aparición de este libro sucesivamente intenso, refinado, profundo, atrapador, magnífico de sutileza e ironía, todo sin cambiar de andén, el andén de donde se parte hacia la región bienaventurada de la nobilísima literatura, rica de todo lo que es substancia: quiero decir inteligencia, sensibilidad, estética, ideas, humor, y por sobre todo devoción hacia Nuestra Señora de la Originalidad, respecto a la cual bien se ve que el creador de 210


este libro único en su género y especie tiene muchos motivos para echarse a sus pies. La irreparabilidad habría consistido en la omisión de este libro, pues del mismo modo que si Shakespeare o Quevedo o Proust no hubiesen nacido todos nos preguntaríamos por qué, así la serpiente del signo interrogante nos haría la misma pregunta si no hubiese aparecido Primer patio, el libro que el fáustico y fruitivo pero a un tiempo reflexivo Albino Gómez escribió como el intelectual y el artista que es, y que en él están entrelazados como en un monograma. También lo ha escrito, según se advierte por todo lo que ha visto y oído como ojos y oídos del mundo del famoso Movietone, como el diplomático que también es, pero este aspecto, este título, este cargo no empaña la gloria de Albino Gómez. Más aún: él tiene ese refinamiento que lleva a la distinguida discreción (propia del dandy baudeleriano que en esencia y existencia es), según se ve por esas contundentes y quirúrgicas aseveraciones que ha escrito en Primer patio, y en este sentido no veo a Albino Gómez levantando la voz ante lo que no le parezca bien y quiera expresar su disentimiento: en todo caso alzará una ceja, como habrían hecho sus antecesores en la inteligencia y el humor, el padre Brown, quiero decir el inefable Chesterton y el omniscio Jules Renard, a quienes el Señor tiene ahora en el empíreo reservado a los que lo han expresado todo con las peores maneras que permite la buena educación. En páginas y páginas antológicas de Primer patio, y en las de Vení, jugá conmigo y en las del imborrable Albinísimas, se ve que el muy pormenizador Albino rechaza muchos razonamientos, pero emplea razonamientos para rechazarlos. Yo creo –y así me parece– que en los textos de cuanto él escribe se ve el espectro con los brazos extendidos que abarca la omniscia visión de los hondos conceptos, lo jocundo y conmovedor, la gravedad y el satírico alfilerazo, lo periodístico y lo Z (pero con sentido) y la farsa, la línea epidérmica de la circunferencia y la superficie nutritiva del círculo, la muy fina esencia del amor y la exquisita esencialidad del amante, el lirismo, lo humorístico, la política, y así en adelante y adelante et ainsi de suite con este humanista (que por aquí debí empezar a definir a Albino Gómez) a quien le interesa una sola cosa: todo. Esto es lo que se advierte en todo cuanto él escribe, y a mí me parece que eso también se ve en su rostro. No le he hecho preguntas a Albino porque nos hemos maltratado poco (el consciente me traicionó: quiero decir que nos hemos tratado poco, y el poco trato entre dos almas celestiales 211


excepcionales, como somos él y yo, equivale a un maltrato), y no sé entonces a qué partido ni a qué grey pertenece, pero tengo la certidumbre que su partido (pero bien entero) es el congénito sentido de la inteligencia y que la literatura es su iglesia. La literatura propiamente dicha, no la adventicia, como se dice en botánica de esas raíces que se desarrollan ocasionalmente y cuya existencia no es constante y vale muy poco. Bien se sabe, y con dolor se sabe, que los escritores, no los escritores a los que se denomina así por una de esas deficiencias del idioma, los escritores cosidos a la literatura con costuras indelebles, no con hilvanes provisorios, son muy pocos, y tan pocos son que pueden ser contados con los dedos de la mano de un manco, y que además sea mocho, tan pocos son. En mi modesta y humilde pero autorizada opinión, Albino Gómez es una suerte de liana intelectual que oscila entre el Árbol de la estética, la poesía, la novela, el cuento, el periodismo, la maravillosa miscelánea, en fin, y la rama del acendrado sentido que el humanista, con su saber y su entender, con su quehacer y quepensar, tiene respecto de la literatura y de la existencia literaria. La existencia, pues, al escritor como el que estoy definiendo, ético y estético, y como lo es nuestro bienquerido y bien leído Albino, el sentido de la vida literaria ha invadido su existencia como el agua cuando invade progresivamente el terrón de azúcar. Así ha sido siempre y así es desde toda la eternidad. Es posible y probable (no son sinónimos, pero ahora pueden serlo) que Albino Gómez comparta mi opinión de que la Tierra quizás sea el infierno de otro planeta, pero entretanto la poesía, el cuento, la novela, la literatura toda, un libro como Primer patio, un poema como “Correspondances” de Nuestro Señor Baudelaire, una tetralogía novelística como el Cuarteto de Alejandría, un creador como Albino Gómez cuyo talento en ascuas y sensibilidad en flor han sido encendidos en el pábilo donde arden las ideas, el amor, la mujer, la sensibilidad y las trascendencias, lo apolíneo y lo dionisíaco, la declaración de la página 30 de este libro excepcional que Albino ha escrito con amor y pedagogía, trece sabias palabras que caen como espesas gotas de lacre sellando y resellando una verdad incontestable: que aquello de que “todas las opiniones merecen respeto es una idea sumamente dañina y falsamente democrática”; el poema de Albino Gómez donde se lee: Ella me deja un pañuelo/ con la fragancia rosa de su sexo/ y su pollera tableada/ las medias ¾ blancas/ una blusa sin senos/ y su blazer con escudo de colegio inglés; una carta del filadélfico César Tiempo, La Pasión 212


según San Mateo, el tango Felicia o Copacabana o El Once o cualquier otro, especialmente si son ejecutados por De Caro o Fresedo, el discurso a la humanidad de Chaplin en la escena final de El gran dictador, y una reunión literaria como ésta que Corregidor ha organizado con fanático ideal y fe en la literatura y en el escritor, no son –no es necesario ser vidente para advertir cuán evidente lo es– el infierno de otro planeta sino el paraíso en este mundo y en este Buenos Aires fundado por Mendoza, refundado por Garay y refundido por quien ahora no quiero decir. Creo que debo decir algo sobre Primer patio y sobre Albino Gómez, el poeta, el escritor, el humanista, el periodista, el universal y el porteño Albino, en suma sobre todos los que él es, y creo que podría sintetizarlo (es una profanación hacerlo pero estoy impaciente por escuchar a Cipe Lincovsky y a Horacio Ferrer) diciendo que el tema fáustico del hombre apasionadamente entregado al ejercicio de lo superior y lo auténtico y lo original aparecen en el autor de Primer patio. El verdadero humanista, como lo es él, siempre está en buenos términos con su destino, como lo está Albino Gómez con el suyo de poeta, escritor, esteta y… todo lo que él es. Y el poderío del hombre no es al fin sino la fidelidad a su destino. Mientras la tierra gire siempre será así, y aunque se detenga así será también. En el desierto nadie puede esconderse: los hallazgos de Primer patio, como los de los otros libros de este escritor, de este poeta, están a a vista, y todas sus cualidades lo ponen a la luz de la crítica y de la ansiedad del lector: el tema y los temas que lo ocupan, el estilo, la originalidad, el lenguaje, la crítica, la tragedia del humor y el humor trágico como en el contenido en estas palabras que caen como cae la impecable e implacable verticalidad de la plomada: En nuestro país, la gente que no está confusa lo debe a su total falta de información, y no transcribo otros conceptos porque el tictaqueo de los minutos me avisan que debo concluir esta agresión a la paciente e indulgente audiencia. Aunque… dado que oscarwildeanamente yo puedo resistir todo menos las tentaciones, ¿cómo no citar este juicio del tan lúcido Albino, titulado “Llave de la felicidad”: “Todo lo afectivo se soluciona cuando el hombre llega a distinguir el deseo de la necesidad”. Cuando me permití, entre el balbuceo y la timidez, decirle a Albino Gómez que a veces la llave de la felicidad no es una llave sino una ganzúa, él me pidió que no obstruyese ni interfiriera en sus eufemismos y me concretase a considerar y hacerme cargo de Primer patio. Siendo así, nada digo entonces de sus 213


sabios juicios sobre política, de sus encantadoras opiniones sobre la mujer (¡y qué indulgente es con ellas entre ternura y sensualidad y cómo se relame en sus ponderaciones y objeciones!), y la genial (éste es el adjetivo) y dolorosa anotación de la página 106 titulada de “La vida y los hombres”, que casi lo hace llorar y me hace llorar a mí también y que no transcribo para que la sensible oyente y el sentimental escucha lo lean con sus propios ojos, que se les humedecerán. Por todo esto, ha llegado el momento en que pueda decir lo que es pertinentísimo decir sobre Primer patio y sobre la inteligencia restallante que lo ha creado, este Albino Gómez ético y estético en permanente combustión: que es muy difícil (casi imposible, aunque lo hayan logrado Dante, Flaubert, Borges, Montherlant), muy difícil es escribir un gran libro cuando el que ha de escribirlo se somete al ideal, a la quimera de la gran literatura. Es lo cierto, es muy difícil, pero ¿cómo escribir un gran libro sin someterse a esa quimera, a ese ideal? El victorioso Albino Gómez lo ha conseguido, y sé por qué, como sé por qué han alcanzado ese propósito los Montherlant, los Borges, los Flaubert, los Dante: pues porque así como el político, para convertirse en amo se finge servidor, así el escritor, a igual que en el amor cortés de los trovadores, es primero servidor de Notre Dame la Literatture para ser después el dueño de su corazón y pedir su mano y el resto también. Muchos fueron los milagros realizados hacia el 520 de nuestra Era (como si dijéramos ayer) por San Albino, abad de Tintillant y obispo de Angers, y muchos son también los de nuestro Albino, entre ellos el de agavillar en el haz de un libro la sabiduría, el estilo, la gracia, el hondísimo concepto, la belleza, el humor, los juegos de la inteligencia, las grandezas de la originalidad. Quiero repetir las palabras del abismal Dosto (así llamamos sus íntimos a Dostoievsky): vale el escritor para quien sólo cuentan los dictados de la trascendencia, las órdenes del supremo espíritu y las reglas de oro de la belleza. Yo no aspiro a enancarme en la inmortalidad del inmenso e indimenso Dostoivsky ni pretendo disentir con él, pero me permito decir que el oficio de escritor se vuelve desagradable cuando aparecen los buenos libros de los demás. Pero hay excepciones: Primer patio y quien habla. Siento inexpresable fruición y me lleva a profunda reflexión el libro de Albino Gómez: esto es lo que siento con su lectura y sé que ustedes me acompañan en el sentimiento. Además, a mí y a él todo nos une y ni siquiera el humor nos separa, y menos el doloroso. ¡Cómo no he de identificarme 214


con mi admirado Albino Gómez! Cuando leo de este Primer patio en la página no precisamente 69 sino en la 101: “Cuando un hombre muere durante el acto sexual –que no es mala forma de morir, salvo la interrupción del acto y de la vida– se supone que ello se debe al intento, consciente o no, de practicar la posición secreta del Kama Sutra: un pie en la fosa”, declaración que por su irresistible humor prodigioso hallazgo envidiarían Aristófanes, Swift, Bierce, Bernard Shaw, Scholem Aleijem, Nalé Roxlo, Catalina de Rusia y yo, por descontado. También esto me une al sabio, jocundo y fecundo Albino, pues, como dejó dicho la panhumana Concepción Arenal, dos personas que derraman lágrimas sobre una misma desventura ya no son extrañas. Señoras, señores, y personas que no son señores y señoras: un avaro es capaz de no reparar en gastos con tal de ahorrar un peso. Así, yo he procurado presentar, por agencia de esta pobre, insuficiente y mezquina disertación, el excepcional libro del excepcional Albino Gómez. Pero sé que no lo he conseguido en toda su plenitud: ya que se sabe que del dicho al hecho hay un gran abismo. La última palabra siempre la tiene el eco. Pero yo diré las mías (las últimas palabras de hoy, las últimas palabras que digo, no las últimas que diga…) a propósito de Primer patio: la literatura, como la vida y como el amor, y como el propósito y el empeño porque no haya de una parte privilegiados y de otra desheredados, es bella, y cuando a la literatura se la mira por todos sus aspectos y se la ve y se la descubre y se la siente a fondo, se advierte que hay muchas razones para adorarla. Quien ha escrito Primer patio ratifica el antiguo y protoantiguo concepto según el cual los acontecimientos de nuestra vida, desprovistos del sentimiento y del pensamiento que los convierte en literatura (y también en arte y en amor) no tienen ningún interés. El ardiente y ardido Longfellow lo dijo en el filosófico pero conmovedor “Salmo de la vida”: “Art is long and time is fleeting” (“el arte es largo y el tiempo vuela”). Una de las injusticias de la vida literaria es la de no poder referirme con detenimiento a un libro singular, infrecuente como es el de Abino Gómez, de cual nada he dicho considerando lo que debiera decir. Pero, como me lo enseñó D’Artagnan, cuando la espada es corta hay que dar un paso adelante: digo entonces que la hechicería y los encantamientos y la hondura de ese escritor que lleva con indudable autoridad el cetro de Jules Renard y el del gran Ramón y el de César Tiempo y el de Macedonio y el de Payró y el de 215


Cancela, quiero decir el cetro de los que fueron pensadores e indagadores e introdujeron una sonda omnividente en los asuntos del mundo y del hombre y de las ideas extrayendo a la superficie notables conclusiones, y ejercieron esas facultades siendo encantadores, atrapadores y seductores como palomos ladrones que roban la voluntad del lector, el cetro que ahora lleva Albino Gómez revela que la última página de Primer patio no es el fin del libro como quizá crean su editor San Manuel Pampin y las Artes Gráficas del Sur donde lo compusieron e imprimieron sino el comienzo de un hito en nuestras letras de este género que su brillante cultivador denomina misceláneo. Nadie comparte con él la jerarquía del ejercicio de ese género, que supera y trasciende la miscelánea. Pues Primer patio tiene pasajes dramáticos, pero Albino Gómez, que pertenece a la prole de los humoristas e ironistas para quienes el humor y la ironía son una estética del desencanto, trata del modo como puede únicamente tratarlos un poeta: convirtiendo el gemido en canto. Y bien, dos palabras más, o tres, porque, como dice el dulce Virgilio, a Dios le place el número impar. Y al vaudeville francés también, con el honorable surmenage à trois: os puedo informar que el gran poeta Eliot, el prodigioso Gershwin, el fabulista Trilusa, el poeta y el filósofo del Corán Mahoma y el papa Paulo VI nacieron en otros tantos 26 de septiembre, y si esta fecha la comparte con estas respetables cuan venerables personalidades nuestro Albino Gómez, se “desmuestra” así que la Providencia no hace su reparto a ciegas. No digo más porque muchas cosas empeoran con el azúcar. Ya he dicho que apenas si he hablado de manera tangencial de este Primer patio al que se le deben todas las reverencias, pero cuando se habla es preferible, como se dice en geometría, ser tangente que secante. Quienes no tengan el libro de Albino Gómez o no lo encuentren o no les sea dado adquirirlo, pueden pedírmelo en préstamo. Es lo cierto que tendrán que devolvérmelo, pero podrán quedarse con el contenido. Albino Gómez: desde los tiempos de Juan, Marcos, Lucas y Mateo, –los únicos cuatro escritores a los que nada puede objetárseles, felices ellos– todo escritor va como un monje itinerante en pos de la promesa del Señor al pueblo elegido. Usted, que ha alcanzado la Tierra Prometida de la literatura, instálese en ella con todos los títulos del escritor laureado por las cuatro diosas de los ojos brillantes; la profundidad, la inteligencia, la estética, la originalidad. Si algún crítico acridido, con el pensamiento a dieta, intenta 216


objetar algo a Primer patio, usted puede contestar: señor crítico acridido: en mi libro, si usted lo quiere así, puede faltar todo menos lo esencial. Señoras y señores y amigos: sé que mi exposición no ha sido buena, que mi trabajo no fue como debió ser. La culpa es mía y de ustedes. Mía, porque lo hice mal y de ustedes porque esperaban que lo hiciera bien. BERNARDO EZEQUIEL KOREMBLIT

PRÓLOGO DE DANIEL LARRIQUETA AL LIBRO DE HECHOS Y VIVENCIAS (Ediciones Al Margen, noviembre de 2008) Hablando de su amistad con Piazzolla, Albino Gómez rescata el “animus jocandi”.Y aunque no anduve nunca en esa banda, el vínculo que tengo ahora con Albino me trae siempre la constancia de ese estilo de vida, de sentimientos y de acciones. Y es así: la vida vivida en serio, con los ojos muy abiertos sobre el mundo y una risa siempre disponible para aventar el aburrimiento, la abulia y el abuso, todo abuso. De verdad, así lo conozco a Albino Gómez, así hemos trabajado y celebrado y así lo reencuentro, todo enhiesto, en la hermosa colección de haceres y sucederes de este libro. Los tres perfiles del hombre se entrelazan, el lúdico, el épico y el reflexivo. Y brotan en los distintos temas y artículos de esta cosecha como plantas diversas en un jardín variadísimo. Pero el jardinero es él, con una prosa líquida y fluyente que siempre sorprende por su aparente espontaneidad. Cuando el lector llega al final del tomo, sabe que ha sido guiado en una mirada de nuestra época por un protagonista, que no ha sacado el cuerpo a las situaciones difíciles o ingratas, pero que las ha traspuesto con la fuerza de un optimista. Hay enojo, desilusión y rabia en algunos comentarios, pero nunca desaliento. Y la mejor síntesis de lo dicho está, sin duda, en el estimulante ensayo “La Era del Desencanto”, que campea por las páginas centrales y es una sólida declaración de compromiso vital con la democracia, de goce de las diferencias de la vida y de los hombres, argamasa de la cultura moderna. Pero no nos adelantemos. Le recomiendo al lector que aproveche la nueva e inédita visita a las relaciones entre Braden y Perón y que se informe con los numerosos e íntimos detalles del gobierno de Frondizi, del que Albino fue testigo 217


y actor, incluyendo un meditado estudio sobre la política exterior de aquel presidente, con episodios tan sonoros como su trato con el brasileño Quadros y su ya muy comentada entrevista con el Che Guevara. Albino Gómez, periodista y diplomático, nos ofrece un ángulo diferente para entender la política de Washington con una espléndida semblanza de Henry Kissinger y el retorno de la advertencia terrible del presidente Eisenhower sobre el poder del complejo militar-industrial de los Estados Unidos; el autor sabe que nos está hablando del presente, pero tiene la picardía de no subrayarlo. El diplomático es también un activista de los derechos humanos y con ese bonete cumple una tarea inolvidable en la embajada argentina en Chile en los días tormentosos del golpe pinochetista contra el gobierno de Salvador Allende: y nos cuenta los episodios y sus entresijos, actor y testigo aquí también. Al dar vuelta cada página puede aparecer el cronista con “animus jocandi” o el protagonista de episodios formadores del presente. Pero en algunos casos, emerge el memorialista que rinde homenaje conmovedor a puntos altos de la épica. Amigo lector, no se pierda la evocación hermosa de Don Miguel de Unamuno y el doloroso sentimiento con que Albino narra el final de la inolvidable República Española y su doloroso acaecer; más aún, su permanencia… Tangos y más tangos, la evanescente Isabel Perón, el Irán de Rafsanjani, el bizarro conservadurismo de Reagan, están todos de visita en estas páginas y el autor nos los ofrece para mejor entender nuestro tiempo, para no olvidar lo necesario, para no perder el ánimo. Por eso se parapeta detrás de las tragedias de esta época con esa, su sonrisa burlona, que le hace recordar aquella desmesura periodística: “Trascendió que finalizó el carnaval”. A medida que avanzaba en la lectura de los temas de este libro tuve la sensación de estar invitado a una fiesta, una fiesta de adultos, con responsabilidades, dolores y quehaceres, pero que tiene también el momento celebratorio, cuando se rompe la piñata. Y entonces caen sobre todos los invitados papel picado, confites y cintas de colores, los adornos festivos de la vida, que Albino Gómez espolvorea para contagiarnos. Se trata de vivir mucho y alegrarse de vivir mucho.

218


PRÓLOGO DE EXILIOS (POR QUÉ VOLVIERON) (Homo Sapiens-TEA, marzo de 1999) Después de terminar Por qué se fueron con mis colegas Ana Barón y Mario del Carril, sentí que de alguna manera, tal vez muy modesta, habíamos cumplido con todos aquellos argentinos radicados en el exterior de cuyas vidas supimos durante nuestras prolongadas estadías en diversos países del mundo. Por supuesto, el espacio necesariamente limitado de un libro sólo nos había permitido entrevistar e incluir un número lamentablemente muy reducido de ellos; sin embargo, tal limitación no impidió que el resultado final fuera altamente representativo de la problemática planteada. Esta idea de escribir sobre los exilios o experiencias similares nació desde mis primeros encuentros con argentinos residentes en Nueva York, hace ya más de treinta años, y siguió luego desarrollándose en tantos otros lugares y tiempos, porque siempre traté de compartir con ellos sus mufas, broncas, tristezas, esperanzas, alegrías, nostalgias, y sus fantasías o sus planes para volver, tantas veces cumplidos o frustrados. Y hasta algunas veces cumplidos y frustrados a la vez, por la toma de conciencia, cuando regresaban a la Argentina, de que ya las cosas no eran como las habían dejado, o que ellos mismos también habían cambiado. Que la “postal” del recuerdo no se compadecía con la nueva realidad. Así las cosas, en el exterior habían echado de menos a sus ciudades de origen, y al volver, comenzaban al tiempo a extrañar a sus ciudades de adopción. Vale decir que no podían desprenderse de la Argentina, pero también se les hacía difícil regresar. Sin embargo, el sueño era siempre el mismo: “volver”. Así recuerdo los primeros Centros Argentinos de Nueva York, en Brooklyn, que ofrecían todos los viernes, sábados y domingos partidos de los torneos internos de truco, dominó y ping pong. Todos los jueves clases de inglés para adultos. Y todos los sábados cursos de castellano para jóvenes de edad escolar. Más diarios argentinos, revistas, yerba mate, dulce de leche, de batata y membrillo. Empanadas, facturas y bailes... Era el Nueva York de 1958, que albergaba al escritor Omar del Carlo, a Horacio Estol (brillante corresponsal de Clarín y “cónsul honorario” de cuanto argentino recalaba en la “Big apple” por primera vez), al pintor Marcelo Bonevardi, a Astor Piazzolla que vivía en la 92 y Broadway y tocaba en el Chateau Madrid... 219


También recuerdo una panadería, una carnicería y una pizzería en Queens, que en nada se diferenciaban de sus homólogas de Buenos Aires. Y hasta una peluquería en el mismo lugar, que lo hacía sentir a uno en Caballito, Flores o Almagro, con fotos del zurdo Lausse, de César Brion, del cantor Horacio Deval, del infaltable Gardel y de varios jugadores de Boca glorificando las paredes. El Gráfico y Clarín en manos de los clientes que esperaban turno, una versión de Julio Sosa yendo y viniendo sin parar, más el mate haciendo su ronda verde con factura “argentina”, mientras un “cofla” pasaba juego por teléfono para salir de pobre como cuando estaba en Congreso o Villa Crespo. No puedo olvidar a ese muy querido escritor Daniel Moyano, que me decía una tarde de julio de 1981 en Madrid: “uno se siente como una planta que la han arrancado y tiene que echar raíces en otro lado. En España no es fácil echar raíces, por razones materiales. Hay mucha desocupación y para los latinoamericanos se hace muy complicado insertarse en la propia profesión... He empezado a ver a Madrid como ciudad real desde hace un año. Durante los primeros cuatro años me pareció una gigantesca ciudad de utilería para el montaje de una obra. Y durante esos primeros cuatro años no pude escribir nada nuevo porque no sabía en qué idioma hacerlo, ya que cuando se está lejos del lugar de la lengua natal falta el contacto viviente con ella y no ganás nada leyéndola. Hay que oírla todos los días y yo, por razones de trabajo, me veo muy poco con los argentinos. Pero, poco a poco, empecé a trabajar –durante los fines de semana–, a escribir cuentos, a recuperar un poco mi capacidad de expresión y a escribir, en argentino por cierto. Hace unos ocho meses comencé una novela y esto ya me ha puesto sobre el tema del exilio. Un exilio más bien interno, pero basado en nuestra experiencia colectiva... Ahora podría decir, a cinco años de distancia, que estoy de nuevo como cuando salí de Buenos Aires. Me puedo expresar, pero de todos modos me he endurecido, al menos en la percepción de las cosas... En lo que hace a la nostalgia, siempre se tiene nostalgia... Ahora, La Rioja se me está convirtiendo en recuerdo. A mí me gustaría volver, pero a mi familia ya no le interesa porque está muy bien insertada, laboral y humanamente. En realidad estamos reconstruyendo una vida. Para los jóvenes, para los niños o los adolescentes es fácil, pero cuando se han pasado los cuarenta años, se hace difícil esa reconstrucción fuera del 220


país. La nostalgia viene por muchos caminos...”. Pero Daniel Moyano no pudo volver porque murió en Madrid. Tampoco pudo volver el arquitecto Tito Peralta a quien conocí en Estocolmo, con su duda lacerante –ya terminado su exilio de diez años– de volver o no volver. Hablándome con fuerza, con nostalgia y con cariño de nuestra tierra argentina, pero con una dolorosa duda acerca del futuro o de su espacio en ella, tan inciertos después de tanto tiempo, como para todos aquellos que se habían ido y después no podían o no se animaban a volver. Porque una cosa era el fin del exilio y otra poder volver. Y Tito Peralta no pudo seguir dudando ni siquiera un mes más, porque de golpe se le fue la vida. Claro está que podría llenar páginas con evocaciones de mis charlas con compatriotas en el exterior, pero ahora no se trata de eso, sino de contarles que ya pasado un tiempo desde la publicación de Por qué se fueron, comencé a pensar en muchos amigos y conocidos que también habían tenido que irse al exterior, por las mismas y diversas razones, desde políticas hasta económicas y profesionales, pero que finalmente habían vuelto, y no necesariamente porque les hubiera ido mal en el exterior, sino porque a pesar de todas las eventuales dificultades, no podían aceptar otro lugar que no fuera la Argentina para seguir viviendo, no entre paréntisis, sino con goce o con dolor, pero digamos, de verdad. Entonces decidí iniciar este libro para incluirlos, y si bien nuevamente en un inevitable reducido número, otra vez con un resultado representativo de las vivencias comunes que este tipo de experiencias produce en nuestros compatriotas. Tampoco en este libro –como en el anterior– he intentado siquiera hacer una investigación sociológica sobre las migraciones argentinas, sino tan sólo producir un libro testimonial, un texto vivencial acerca de los sentimientos –en general ambivalentes– que la situación de tener que vivir fuera del país conlleva. Y de algún modo también, volver a poner al descubierto una dimensión de la vida argentina que generalmente se ha pasado por alto, sin siquiera una mera indagación, a pesar de haber constituido ella –desde Moreno, Echeverría, Rivadavia, Sarmiento, Alberdi y San Martín– una compleja y dolorosa realidad que merecería al menos una reflexión sistemática. Ojalá el esfuerzo de todos los que contribuyeron a hacer posible este libro, como el anterior, sirva de estímulo a estudiosos de las cuestiones 221


sociales, culturales y políticas, para cumplir con dicha indagación o reflexión sistemática. Finalmente, quiero expresar mi agradecimiento a los entrevistados por su compromiso con la realidad y por haberme dado, con su confianza, la oportunidad de realizar este libro. ALBINO GÓMEZ

PRÓLOGO DE RAYUELA DIPLOMÁTICA (Ediciones Lumiere, abril de 1999) He vuelto al libro misceláneo. Generalmente trato en ellos sobre la vida, el amor, la política, los valores, la ficción, la poesía, la religión, la ciencia, la técnica… De todo como en botica. Con la ventaja para los lectores, cuyo tiempo de lectura se ve hoy tan acotado, de que son libros cuyos diversos temas se tratan en dosis cuasi homeopáticas o muy brevemente, evitándose así las consabidas interrupciones que demandan las lecturas más largas. Sin embargo digo todo lo que quiero decir, sin privarme de nada. Es que la realidad nos indica que cada vez es menos la gente que puede darse ese enorme gustazo de leer por lo menos de dos a cuatro o cinco horas seguidas por día, fuera de aquellas lecturas vinculadas a lo profesional dentro de las horas de trabajo. Por lo menos esto es lo que está ocurriendo en grandes urbes tan exigentes como Buenos Aires, donde es más fácil la alteración que el ensimismamiento, y el agotamiento al fin del día lleva también más a encender el televisor que a abrir un libro. Además, el libro misceláneo es un buen compañero de viaje o de mesa de luz, no requiere continuidad, admite interrupciones, se abre y se cierra en cualquier página sin perderse por ello ninguna hilación. Por último, no requiere control remoto y tiene el “zapping” incorporado. En esta oportunidad me he autolimitado en mi diversidad temática, porque este libro lo he dedicado casi exclusivamente a la diplomacia, y a todo lo que gira alrededor de dicha antigua actividad, sobre la cual hay mucho mito y fantasía, en definitiva mucho error acerca de su realidad y acerca de lo que significa su ejercicio. Porque sólo se ven sus 222


apariencias, lo externo, lo formal. Las puras vidrieras. Piénsese tan solo que es una profesión que empieza por obligar a quien la ejerce a vivir más de la mitad de sus años profesionales fuera de sus raíces, con lo que afecta enormemente toda su vida familiar, social y cultural. Pero en este libro, debido a su carácter, sólo me he propuesto compartir con los lectores algunas experiencias personales vividas en mi largo ejercicio de la diplomacia y el periodismo: pequeñas historias, algunos fuertes testimonios políticos, reflexiones, y hasta papelones, muchos de ellos no exentos de humor. El orden alfabético impuesto en el índice, claro está, puede eludirse, pero es útil como ayuda mnemotécnica para cualquier relectura. En cuanto al nombre Rayuela diplomática, tiene que ver con varias cosas. Una de ellas es que en la vida diplomática es muy común, como en el juego, andar “a los saltos” y muchas veces sobre un solo pie. También porque siempre se está entre el Cielo y la Tierra, dicho esto en más de un sentido. Además, la rayuela fue originalmente un mandala; al desacralizarse mantuvo su necesaria simetría pero perdió su circularidad, característica insoslayable de un mandala. Porque, como se sabe, en sánscrito “mandala” significa El Círculo: representación sacra del Universo y también el mapa para el camino del ser. Hace tres mil años, para los monjes de un monasterio en el norte de la India, el mandala era como un juego creativo. Lo de juego no le quitaba su condición sacra, porque todo era allí religamiento con el Ser Supremo y con el Universo. Así las cosas, al transformarse la rayuela en un juego infantil, de algún modo recuperó su antigua raíz, aunque tampoco el común de las gentes lo vea así, porque sólo ve las apariencias, lo externo, lo formal. Como los libros misceláneos tienen más que ver con el “homo ludens” que con el “homo faber”, he creído conveniente amalgamarrlo todo: el juego, la rayuela y la diplomacia en un libro de ese carácter, toda vez que también la antigua diplomacia –como la rayuela– resultó desacralizada cada vez que fue tomada como botín de guerra interna, y sigue siéndolo cuando se intenta invadirla fuera de la ley o modificar la ley para lograr el mismo objetivo. ALBINO GÓMEZ

223


Y ya que aquí se cierra el prólogo, vayamos a la CONTRATAPA del libro, ocupada por la opinión de mi querido amigo el doctor Hipólito J. Paz, el Tuco Paz, canciller a los 29 años del primer gobierno del general Juan D. Perón, y años más tarde su embajador en los Estados Unidos de América. Luego también, embajador en Grecia y en Portugal, durante los gobiernos del doctor Raúl Alfonsín y del doctor Carlos Menem. Pero además cuentista, dueño de una prosa envidiable. Dueño del tango y de las mejores noches de Buenos Aires. “Treinta años –treinta segundos, para mí– se han esfumado desde que Albino Gómez publicó La Mufa. Dije entonces que en un medio social donde sonreírse significaba perder status intelectual y reírse una blasfemia, Abino tenía el coraje de sus verdades y de su buen humor. Y no los ha perdido. Rayuela diplomática –un libro misceláneo– lo confirma. Se entreveran en él desde una antología de anécdotas florecidas entre las luces y las sombras del críptico mundo diplomático –humorísticas éstas; patéticas aquellas; con un regusto dramático las de más allá–, se entreveran, decía, con crónicas de las que fue actor, como por ejemplo la odisea de los rehenes norteamericanos cautivos en Teherán; o de las que vivió como testigo cuando la presidencia del doctor Arturo Frondizi, de la que registra jugosos episodios. En otros capítulos invita a la reflexión: ‘Kissinger, el espíritu conservador frente al espíritu revolucionario’ lo prueba. Su experiencia como embajador en Suecia –matizada con pintorescas anécdotas– y sus juveniles aventuras diplomáticas en Grecia en la década del sesenta confirman su condición miscelánea, quiero decir amena y sorpresiva de este último libro –hasta ahora– de Albino Gómez. No debo cerrar este comentario sin referirme al conceptuoso epílogo, fruto de la experiencia del autor: ‘Carta a un joven que me consulta sobre su eventual ingreso a la carrera diplomática’. Porque su lectura, la juzgo ineludible para el joven que aspire a seguir ese sacrificado camino y muy útil para quienes están vinculados a tan operoso quehacer” DR. HIPÓLITO J. PAZ

224


PRÓLOGO DE ROSENDO FRAGA A MI LIBRO ARTURO FRONDIZI, EL ÚLTIMO ESTADISTA Los diarios personales han sido una fuente invalorable para el conocimiento de la historia. Nos permiten entender cómo los acontecimientos fueron percibidos en el mismo momento en que tuvieron lugar, sin las distorsiones que la distancia genera. Es cierto que muchos hechos o procesos necesitan del tiempo para ser debidamente evaluados en su dimensión histórica, pero también lo es que comprender cómo ellos fueron vividos y percibidos resulta fundamental para evitar los juicios a-históricos, por los cuales se juzga el pasado en función de los valores y las percepciones del presente, que al ser a veces muy distintos, distorsionan la comprensión. Este es el primer valor que tiene este libro de Albino Gómez sobre la gestión presidencial de Arturo Frondizi: nos brinda a través de su diario personal un elemento fundamental para entender, pasadas cuatro décadas, el complejo proceso que se vivió en esos años. He estudiado el período en detalle al escribir mi libro El ejército y Frondizi: [1958-1962] y puedo afirmar que este diario, con el registro de las impresiones de un testigo directo de los acontecimientos por su proximidad con el entonces Presidente, aporta diálogos y opiniones que hasta el presente no eran conocidos y desde esta perspectiva –que podemos llamar de “historia pura”– constituye una obra muy valiosa. Pero la intención del autor es claramente rescatar un período de nuestra historia en el cual la incomprensión de los contemporáneos, más los errores de algunos protagonistas, llevó a la frustración una oportunidad excepcional, como fue el proyecto “desarrollista” encarnado por Frondizi y Frigerio a fines de los años cincuenta. Para los lectores jóvenes de este libro, la interacción entre lo político y lo militar que muy bien se refleja en el diario de Albino Gómez les parecerá hoy algo incomprensible, cuando la Argentina ha acanzado la plena subordinación militar al poder civil. Mucho se ha enjuiciado la “debilidad” política que mostró Frondizi frente a los planteos militares y se lo ha criticado por ello a partir de un juicio a-histórico, que no comprende la complejidad que tenía en ese momento el rol de los militares, quienes eran aceptados por la clase política 225


como un “actor político legitimado”, como dice en su libro sobre la Presidencia de Frondizi Catalina Smulovitz. La lectura de este diario me ha llevado a una reflexión que más de una vez he realizado al analizar esta cuestión, y es que un cuarto de siglo más tarde, en un mundo que ya no aceptaba los gobiernos militares como un dato de la realidad, como sucedía en el período de Frondizi –con una sociedad que consideraba el rol politico de militares como un hecho negativo del pasado– un presidente como Alfonsín, que a diferencia de Frondizi contaba con el respaldo franco de las fuerzas políticas, cedía ante presiones militares no ya de los mandos, sino de jefes y oficiales subalternos, porque las condiciones se lo exigían. Gómez destaca más de una vez la aversión que Frondizi tenía hacia el derramamiento de sangre, que es imprescindible para comprender porqué en varias oportuniddes prefirió ceder en aras de lo que él consideraba que era el bien común. Este libro permite a la distancia revalorizar positivamente la gestión de Arturo Frondizi como estadista. El campo de la política exterior –el autor cumplía funciones en el Ministerio de Relaciones Exteriores en la primera parte de la presidencia de Frondizi– nos permite ver a un estadista excepcional que se adeantó a su época. Pero también este diario nos aporta datos concretos poco conocidos, como la cotidiana interacción que se registró en estos años entre los Ministerios de Relaciones Exteriores de Argentina y Brasil o los detalles de la visita que realizó Fidel Castro a la Argentina a poco de asumir el poder, visita que el autor vivió como testigo privilegiado. También señala en uno de los pasajes la explicación que daba Frondizi sobre el sentido espiritual que tenía el desarrollismo, al responder a las criticas de “materialismo” que se hacían a su doctrina, destacando su visión humanista de la política, lo que es muy importante para entender el alcance integral de su doctrina, generalmente entendida sólo como una estrategia económica para el crecimiento de la Argentina. El libro de Albino Gómez es un testimonio histórico importante para entender un momento muy complejo de la vida argentina. También es un homenaje al último estadista que tuvo nuestro país. Pero es, ante todo, la expresión de un hombre comprometido y preocupado por el país, que con esta evocación histórica no deja de llamarnos la atención sobre la Argentina del presente a la cual ha dedicado todos sus esfuerzos. 226


RECONOCIMIENTO INESPERADO Y GRATUITO DE ALGUIEN QUE NO CONOZCO El señor Juan Carlos Mantero, a quien no conozco, envía una carta de lector que se publica en la sección correspondiente, en la cual dice bajo el adjudicado título de “Más y mejores perlas cultivadas”, lo siguiente: “Apreciados editores de la revista de cultura Ñ: Me sorprende que en la sección de la revista ‘Perlas cultivadas’ no se incluyan las mejores greguerías de Ramón Gómez de la Serna, los mejores ambages de César Fernández Moreno, las mejores albinísimas de Albino Gómez, cuya inclusión introduciría perlas originales de singular valía. Leer la revista Ñ es gratificante, incluir perlas producidas en el país de los argentinos puede ser una contribución al humor necesario para gozar de las palabras. Los saluda atentamente Juan Carlos Mantero Ciudad Autónoma de Buenos Aires (publicado en la revista Ñ el sábado 10 de enero de 2009)

RECORDANDO A FIDEL CASTRO El lº de mayo de 1959 Fidel Castro estaba por primera vez en Buenos Aires por haber participado en una reunión del llamado Comité de los 21. Su visita no era entonces oficial ni de Estado, porque no respondía a una invitación de carácter bilateral por parte de nuestro gobierno. Sin embargo, fue recibido por el presidente Arturo Frondizi, y se le designaron, por razones formales y de cortesía diplomática, tres jóvenes oficiales militares como edecanes. Durante las 36 horas de su permanencia en nuestra ciudad fue atendido la mayor parte del tiempo por el entonces canciller, Carlos Alberto Florit, y cuando él no pudo acompañarlo, esa tarea me tocó a mí como integrante del gabinete del canciller. Fue así como lo llevé a cenar ese día 227


1º de mayo, con sus ocho o nueve jóvenes acompañantes, todos en ropa de fajina como el propio Fidel, al entonces famoso restaurante La Cabaña en la avenida Entre Ríos. Durante todo el tiempo de la cena, Fidel Castro, además de disfrutar con entusiasmo de nuestra buena carne y ensaladas, mientras leía los titulares del diario La Razón, me hacía preguntas de todo tipo vinculadas a nuestro país. Fuera de sus elogios por la comida, lo que más le llamó la atención, tanto a él como a sus acompañantes, fueron las uvas, que luego compraron por kilos y siguieron disfrutando en el Alvear Palace, donde se alojaban. Esa noche había función de gala en el Teatro Colón, y ni bien terminada, como era habitual, muchos de los concurrentes llegaron a La Cabaña para cenar, los hombres de black tie y las señoras de largo, y todos, casi sin excepción, se acercaron a la mesa para saludar a Fidel, quien todavía no se había proclamado “marxista-leninista” y por ende, gozaba de ese gran apoyo que la Revolución había concitado en todos los sectores democráticos del Continente, incluso y muy principalmente en los Estados Unidos, por el derrocamiento del dictador Batista, olvidando tal vez cuánto lo habían apoyado por años. Así también se daban manifestaciones de apoyo en las puertas del tradicional hotel por vecinos del barrio que, poco tiempo después, se transformarían en fervientes antifidelistas. Terminada la cena acompañé al grupo al hotel donde Fidel siguió recibiendo visitantes hasta las cinco de la mañana, cuando el último de ellos, que fue el actor Arturo García Bhur, permitió que yo me retirara porque debía volver a las nueve de la mañana con el canciller Florit, que lo acompañaría el resto del día para recorrer la ciudad y almorzar con él en los carritos de la Costanera. Años más tarde, acompañé como periodista – estaba entonces fuera del Servicio Exterior desde 1974– al canciller Nicanor Costa Méndez en su visita a La Habana durante la guerra de Malvinas, y tuve oportunidad de saludar nuevamente al Comandante Fidel Castro, quien no obstante haber transcurrido 23 años desde aquella presencia suya en nuestro país, recordaba muy bien la cena en La Cabaña, la carne y las uvas. Por supuesto, me preguntó con interés y afecto por el doctor Carlos Alberto Florit, en presencia de Costa Méndez y del señor Malmierca, canciller de Cuba. Su charla, sus preguntas y su enorme vitalidad no mostraban ninguna diferencia entre el joven hombre de 32 años que tenía cuando lo vi y escuché por 228


primera vez y ésta, del hombre maduro que ya andaba por los 55. Hoy, transcurridos 27 años más, creí que valía la pena recordarlo. (publicado en Perfil el sábado 10 de enero de 2009)

RESEÑA SOBRE MI LIBRO LA MUFA Por Vicente Trípoli Es como la voz de alerta del soldado en su última trinchera. Una canción nostálgica por lo irredimible, una diatriba, una crítica al mundo y un sentimiento profundamente humano, un salmo actual, un gran apóstrofe, un desgarrante “curiculum” de nuestra vida-muerte. Estar vivo y advertir que nos vamos quedando a la vera del camino y no podemos volver a él para reiniciar la gran marcha de la justicia que nos habíamos propuesto soñadoramente. Muertes no de individuos, de seres físicos (carne y hueso) sino de los más caros sentimientos de la vida. En cambio nos han dejado ordenanzas millonarias, que nos “ordenan” la vida desde el nacer hasta el perecer en tal lugar del mundo, mientras en otras partes se muere sin ton ni son, se mata a diestra y siniestra. ¿Puede ser poético un libro con semejantes alusiones y citas? ¿Este inventario de noticias sin retorno puede llegar a ser estética y arte? El lector de La Mufa, poemario de Albino Gómez, se hallará con una sorpresa después de la lectura. Si se preguntaba antes y no tenía respuesta, ahora podrá contestar afimativamente. Esta enumeración del cansancio del hombre frente a las frustraciones conscientes, esta “mufa”, que nos hacina y cubre, puede dar lugar a un lirismo denunciante y libre de ataduras; nos asegura que por la denuncia también se puede reconquistar el sentido poético de la vida, ya perdido entre el fragor de las máquinas y las políticas masivas indiscriminadas. La rebelión del arte, su índice creador, es el que nos dejará testimonios como el de Albino Gómez, con mezcla de audacia, ingenuidad y fe en la supervivencia humana. Y en el trasfondo de todo este casi grito, el amor latente, el amor que salva y le hace repetir al autor muchas veces: “Si yo pudiera...”, “Si yo pudiera todo esto que te digo seguro llegaría con vos hasta el final, el final verdadero, grande, irremediable y no a este 229


adiós prematuro que nos damos con reproche, tristemente, desolados, hoy”. (publicado en la revista Histonium, en enero de 1970)

RESEÑA SOBRE LOS GRANDES Y ALBINÍSIMAS POR LUIS RICARDO FURLÁN, PARA LA REVISTA HISTONIUM Albino Gómez es un escritor argentino, personalísimo y en algunos momentos hasta original. Periodista, diplomático, poeta (a no olvidar su libro La Mufa, uno de los mejores de nuestra poesía cotidiana), ensayista, funcionario asesor de la televisión argentina para la que siempre deseamos un destino mejor del que hasta ahora se le ha dado, este generacionista de cincuenta (admítanme que acarree un poco de agua para mi molino) nos presenta dos libros diametralmente opuestos, no por su calidad intrínseca, que la tienen, sino por su temática y sus propósitos. Me atrevería a afirmar, antes de seguir adelante con esta crítica, que un hombre lo es cuando busca, escarba, destroza su interioridad y su circunstancia (cierta variante orteguiana) y, luego, trata de armarse otra vez como un rompecabezas infantil o como uno de esos mecanos que alegraron nuestra infancia, la infancia de los que pudieron tener un mecano, y poniendo un tornillo en este agujero y otro allá tanto lográbamos una carretilla (sin su vasco característico, por supuesto) o una pasable imitación de la torre Eiffel (honor, general De Gaulle). No me propongo una crítica disparatada sino un comentario orgánico, hasta donde el lector puede tener un organismo para la lectura y sus distintas fases de deglutación, asimilación y evasión. Vayamos a Los grandes. Esta novela es un auténtico diario vital, una sobrecarga de efectos sin afectos y de misteriosas preguntas a las que Gómez intenta dar respuestas. La novela se ubica, si no me equivoco, entre el 30 y el 40, un período muy difícil para nuestra historia socieconómica que los políticos no pudieron entender ni quisieron aprenderla, porque esa lección nos duele todavía (¿y hasta cuándo?). Los personajes son típicos de nuestro medio ciudadano, más propiamente de las familias que enraizadas en una genealogía inmigratoria fueron dando sus ramas como las de un árbol fortachón erguido (tampoco esta es una imagen muy 230


mía, pero sigue siendo válida). Aquí se ven, indudablemente, dos aspectos de la cuestión: por un lado, la entrada de una clase social que se desespera –ésa es la palabra– por ubicarse dentro de ciertos límites convencionales y de presión. Por el otro, la milagrería de un niño y de otros niños (y niñas, que lo del sexo poco hace a la cuestión) donde el asombro sigue las instancias de la pubertad y de la adolescencia donde los pibes (la acepción es muy porteña y argentina, y la Real Academia nos la ha aceptado) sienten ese peso de los mayores, la problemática que no comparten pero tratan de entender y, sobre todo, el natural, espontáneo y biológico ascenso de la entidad humana a su estructura fundamental y definitiva. Gómez, con acierto y buena pluma (verismo, dinámica, estilo sobre todo –diría, estilo albinísimo, pero estilo al fin–) nos pinta ese mundo al que yo, personalmente, he conocido y me consta su autenticidad más allá de las anécdotas que son propiedad del autor. Claro que, por otra parte, cabría decir que el planteo de Gómez en Los grandes queda desvirtuado por nuestros días, donde los hijos, los chicos, los adolescentes, ya no miran a sus mayores con prejuicios ni tratan de imitarlos. Más bien, y lo digo yo en alguno de los poemas que duermen en mis gavetas, contemplan los retratos de sus próceres (abuelos, tíos, etc.), se mofan y conversan del unisexo. Pero esta novela está allí, golpeando, señalando, y quien no quiera ver que no vea, pero existe. El mundo de una década (¿infame?) al que accedimos sin otros elementos que nuestra inocencia desbaratada por la severidad de los grandes (que no les reprochamos) y su incapacidad para darnos un mundo cambiante, evolutivo (esto sí es reproche), sin otras armas que nuestras propias búsquedas y yerros. Y si sobre los errores pueden levantarse aún grandes cosas, mucho mejor es hacerlo sobre los aciertos (cuesta menos; duele menos: nos desgastamos menos). Desde ya le pronostico a Albino Gómez poco éxito comercial con su novela. Los “grandes” (no los de su novela, sino los de nuestras trenzas) están en otra cosa. Esa otra cosa que nos lleva a ser lo que somos: anónimos, abúlicos, casi desconocidos. No importa Albino: usted siga. Nosotros también seguimos. Ellos también siguen: esto no es una rotonda y en alguna esquina, con ochava o no, nos trenzaremos. Y que gane el “más mejor”. ¿Qué puedo decir de Albinísimas? Es un diario de anotaciones, de ideas propias, de textos que él hubiera deseado que les sean propios (respetuosamente, “los encomilla” y pone al pie de ellos el nombre de sus autores), pensamien231


tos, tangos, anécdotas, broncas, la realidad de un mundo contemporáneo (el medieval, el moderno, el qué sé yo cuánto, ¿habrán sido iguales?), donde todos los valores se subvierten, los sanos pasan por locos y a los locos se les celebra igual que en justas florales con mantenedor y todo, mientras se asesinan presidentes o ídolos de la paz o a hombres que, equivocados o no, tienen la valentía de ser sinceros, esas virtud que pocos nos animamos a practicar y que sería un ejercicio más humano y trascendente que la clase semanal de yoga con que algunos ejecutivos quieren comprar una butaca en el cielo o simplemente un catre para descansar de tanto ajetreo entre la banca y la bolsa. Lástima cierta (y esto Albino Gómez lo sabe antes que yo) que el ángel custodio del Paraíso –pocos se enteraron aún– ha suprimido las alcancías. Dos libros de Albino Gómez, en suma, distintos y, a la vez, iguales. En uno, la acidez contra los grandes; en el otro, la amargura por las cosas de las cuales uno debe participar, aunque no lo quiera, cuando lo es, en uno y otro caso, un escritor, como lo señalan, con mayor autoridad que el que suscribe, Hipólito J. Paz y Rafael Squirru en sendas contratapas que ayudan a comprender muchas páginas insólitas y desesperadas.

SOBRE EL ENVÍO DE CABLES INFRUCTUOSOS Como se recordará, oportunamente, la fiscalía especial que investigó el atentado contra la AMIA acusó al gobierno de Irán de haber planeado el ataque y señaló al grupo terrorista Hezbollaah como la organización encargada de ejecutarlo. El dictamen final del fiscal federal Alberto Nisman incluyó el pedido de captura de ocho ex funcionarios iraníes, entre ellos el ex presidente Alí Akbar Hashemi Rafsanjani, como responsables por la voladura de la sede judía, que causó 85 muertes el 18 de julio de 1994. Según declaró el fiscal Nisman en una conferencia de prensa, se habría acreditado que la decisión de atacar la AMIA fue tomada en agosto de 1993 por las más altas autoridades del entonces gobierno de Irán, encomendándose a Hezbollah la organización y ejecución del atentado. Sin entrar a considerar específicamente la decisión de la fiscalía, creo de interés señalar que mientras me desempeñaba como embajador en El Cairo abordé este tema a partir 232


del 20 de enero de 1994, es decir, siete meses antes del ataque a la AMIA, y lo hice a través de un primer cable donde expresaba mi total coincidencia con la preocupación manifestada por el embajador de Egipto en nuestro país, quien consideraba –en una opinión que creo era compartida por la SIDE– que Irán era el más importante proveedor de ayuda financiera a los sectores terroristas fundamentalistas y que también la proporcionaba, a modo de etapa previa de ideologización, a través del desarrollo de actividades culturales y educativas. Y que, en definitiva, se trataba de un plan sin fronteras iniciado apenas instalada en el poder la revolución que derrocara al Sha, con total vigencia entonces, y en pleno desarrollo, que afectaría directamente a nuestro país por haberse involucrado en la Guerra de Golfo y en el proceso de paz de Medio Oriente. Mi coincidencia estaba fundada no sólo por información recibida a través de un sector de la Inteligencia egipcia, sino también por el seguimiento que hiciera durante casi un año de todo el proceso de dicha revolución, como corresponsal en los Estados Unidos de Clarín, lo que me llevó incluso a viajar a Teherán en agosto de 1980 para efectuar una serie de reportajes a altos jerarcas de la Revolución Iraní. El cable aludido y otro posterior nunca merecieron un comentario de nuestra Cancillería. A veces, a los embajadores, cuando informamos desde el exterior, nos ocurre eso.

TEXTO DE ERNESTO PALACIO Más allá del obvio rechazo de Ernesto Palacio a reverenciar la democracia como forma de gobierno perfecta, su crítica al predominio de la economía sobre la política, que él vincula en ese momento a la “revolución socialista”, podría trasladarse –mutatis mutandis– al actual y mismo lugar de privilegio que el neoliberalismo le otorga a la economía, poniéndola por encima de la política que queda subordinada a ella, con la desventaja respecto de la anterior, de no buscar una distribución más equitativa de la renta en el orden interno de los países. Pasemos al texto de Ernesto Palacio, escrito en la década del 40: “La complicación cada vez mayor de la vida económica contemporánea, sobre todo en lo que atañe al comercio 233


internacional y a la preocupación universal por obtener una distribución más equitativa de la renta en el orden interno de los países, ha hecho decir a muchos tratadistas que la política se orienta hacia la ciencia de la riqueza como hacia su centro natural, que se hará día a día más económica. Así se pretende que el problema capital del gobierno consiste en resolver el reparto equitativo de los bienes comunes a fin de llegar a un orden ideal cuya posibilidad se descuenta, y que ello debe ser tarea de economistas, no de políticos. Porque el mundo necesita –se afirma– soluciones económicas. La adopción de tales soluciones serviría de panacea para todos los demás problemas colectivos. Correlativamente con esta concepción, se advierte la intromisión cada vez mayor de los técnicos en materia económica en el manejo de los Estados y la predilección de los estadistas por las disciplinas de ese orden, con olvido de las ciencias de la historia y la política, que tradicionalmente proporcionaron las normas y los preceptos para la conducción de los pueblos. Con la ‘primacía de lo económico’ ha ocurrido exactamente como con su antecesora, la del ‘progreso indefinido’ hacia una humanidad cada vez más perfecta, cuyos últimos fieles no han desaparecido aun del todo de la vida pública, si bien carecen ahora de la vieja peligrosidad. Todavía se escucha, de vez en cuanto, en los parlamentos, a algún ejemplar arqueológico de esa especie casi extinguida afirmando su fe en ‘la realización definitiva de la democracia’ para una fecha próxima, como si esa forma de gobierno, siempre imperfecta porque humana, no se realizara y se desrealizara cíclicamente en el curso de los tiempos, con una persistencia capaz de desilusionar a cualquier ‘político idealista’ que supiese historia. Pero es evidente que tales errores epidémicos requieren, para su difusión, la existencia de un campo favorable. Así como la ilusión del progreso indefinido se impuso como consecuencia del optimismo democrático del siglo pasado, la de la ‘primacía de lo económico’ responde a la realidad de la revolución socialista que vive el mundo actual. Pero explicar la génesis de un error no es justificarlo. Y el de marras ha adquirido los caracteres de una verdadera superstición, a la cual, como es corriente, se aferran más quienes más ignoran. Como todo error, la fórmula de ‘primacía de lo económico’ ocasiona una desviación en el enfoque justo de los problemas, sacrifica a meras apariencias realidades profundas e inspira soluciones más ilusorias que reales, y acaso a su influjo deletéreo se deba en parte el malestar po234


lítico actual. Porque la verdad es que no existen soluciones económicas. Por lo cual una política gubernamental que oriente su acción, exclusivamente o con una preferencia absorbente, a resolver los problemas de la producción y el consumo, de los precios y de los salarios, descuidando lo fundamental de la conducción, será una política ruinosa, una política de crisis, es decir, aunque parezca paradojal, una política antieconómica, como lo demuestra la experiencia universal más reciente.”

TIEMPOS MODERNOS El vacío dejado por el viejo paradigma ideológico hundido junto con el comunismo real todavía no halló un sustituto. Las ilusiones y las dudas en la encrucijada acerca del cuerpo de ideas que dominará, de ahora en más, la acción pública. Sin duda no hemos conocido un vacío ideológico como el actual desde hace muchos siglos, quizá la Edad Media, dice Alain Minc, a quien seguiremos en esta clase resumiendo también innumerables lecturas sobre el tema. Desde aquellos tiempos, cuando una visión del mundo se hundía, la reemplazaba otra y, a menudo, la moribunda asistía al nacimiento de la nueva. Con el hundimiento del comunismo nos acercamos, en cambio, a la zona del cero ideológico. Nunca los intelectuales fueron tan numerosos, los sociólogos tan influyentes, ni los científicos estuvieron tan decididos a zafarse de los collares de sus disciplinas, ni los historiadores tan ostensiblemente transformados en gurúes del futuro. Y sin embargo, ni todos juntos son capaces de ofrecernos una nueva Weltanschauung. Se mueren todas nuestras ideologías tradicionales que postulaban el progreso, el óptimo colectivo y, por lo tanto, el reino del orden. Al mismo tiempo, descubrimos que el mundo físico, la biología, el cosmos y la persona evolucionan según dialécticas de orden y de desorden, incertidumbres e indeterminaciones. Las ciencias físicas y biológicas se han desembarazado de las clásicas visiones lineales y unívocas; las ciencias humanísticas intentan explicar el caos y la incertidumbre con teorías todavía balbucientes; las ideologías no aparecen por ninguna parte. Por su parte, la muerte del socialismo encarna el final de las filosofías del orden. Se puede decir la muerte del 235


socialismo y no sólo la del comunismo, porque no es solamente un sistema fosilizado el que se hunde, sino también el del marxismo más arcaico, es decir de una concepción frustrada y exclusivamente materialista, que no se produce sin daños colaterales. Con el viejo esquema –la economía era la única infraestructura y todo lo demás (ideas, naciones, culturas y relaciones de fuerza) simples superestructuras– muere también la economía política de Marx (a pesar de ser uno de los mejores teóricos de la economía de mercado) y todas las ideologías socialistas, es decir todas aquellas ideologías que postulaban que la sociedad tenía capacidad para organizarse por sí misma. El desastre alcanza incluso al mito mismo de la esperanza colectiva. Incluso las socialdemocracias más fuertes se ven privadas de todo substrato teórico, porque su última visión, pasada por el tamiz de la democracia y de las libertades, se refería a una utopía. Ni esperanza, ni utopía, ni progreso: la mesa está definitivamente vacía. La democracia cristiana no es una filosofía, y una dosificación sutil de altruismo religioso, de generosidad laica y de vago culto a los derechos humanos no será capaz de sustituir al ideario socialista. La izquierda no será capaz de llevar adelante una revolución ideológica en ninguna parte. Entonces los analistas se preguntan: ¿qué ideología puede dominar de ahora en adelante la acción pública? Tampoco el liberalismo salió más fortalecido que el socialismo por la desaparición del comunismo. Éste le servía de chivo expiatorio y le permitía construirse por reacción y tentado de llevar a su modelo hasta las últimas consecuencias. De ahí el culto a un mercado puro y perfecto que logra su optimización, siempre que domina un país. El fantasma de un orden superior y de una racionalidad última venía exigido por contraposición a la utopía socialista y constituía su anverso absoluto. Paradójicamente, este liberalismo nunca pesó tanto en las decisiones de algunos gobiernos como en la época en que el marxismo dogmático comenzaba a vacilar. La lógica de los contrarios hizo que las políticas de Reagan y Thatcher sirviesen de antídoto frente al sovietismo, pero sólo se impusieron en un momento en que el socialismo estaba ya herido de muerte. ¿Cuántas cosas no hemos leído, a este respecto, desde 1989? El fin de la historia, la victoria absoluta del liberalismo, el mercado como el fin último de las sociedades, la desaparición de toda la referencia ideológica concurrente... 236


Sin embargo, el liberalismo, al perder a su enemigo tradicional, perdió a su mejor apoyo. Es evidente que la economía de mercado, como todo el mundo sabe, representa la realidad absoluta de las sociedades: el mercado no es un estado de la cultura –producto de una opción– sino un estado de la naturaleza. Pero hicieron falta décadas, matanzas y todo tipo de dramas para descubrir esta evidencia; sin embargo, una vez dicho esto, también hay que reconocer que el liberalismo fue herido en el ala, porque, desde el momento en que detentó cierta forma de monopolio ideológico, todas las derivadas en relación con lo óptimo le fueron imputadas. La aparición de bolsas de pobreza de una amplitud tal que amenazan el orden social. La incapacidad para tratar espontáneamente ciertas cuestiones indisolubles, como el empleo. Su ineptitud para hacerse cargo de las necesidades colectivas y la crisis de una economía mundial que festejó la victoria absoluta del mercado, dueño también absoluto del noventa por ciento del globo, con la peor recesión que se haya visto desde la guerra. Y lo que es más grave todavía, el arrogante triunfo de los mercados financieros. Un mercado casi infinito, del que no se escapa prácticamente ningún país del mundo. A cada instante, los precios reflejan el equilibrio sin cesar modificado de la oferta y la demanda. Un mercado puro: ningún otro actor ejerce un dominio tan profundo. Un mercado perfecto, porque está abierto a todos los que quieren entrar en él. Pero los resultados no se adecuan a los principios de los teóricos y lo que prevalece no es el orden, sino el desorden. En vez de construir un óptimo, como preconiza la doctrina, los “mercados” producen a veces la dinámica contraria. Desconectados los actores económicos de la realidad –porque menos del cinco por ciento de los intercambios monetarios corresponden a la cobertura de movimientos de mercancías o de servicios, orientados hacia su propio juego– los mercados financieros sólo se mueven por el cebo de las ganancias, lo que sería normal en una economía de mercado si no se tratase de unas ganancias especiales: unas ganancias sin contrapartida económica alguna y que nacen de la simple conjunción, positiva o negativa, entre la opinión de cada operador económico y la opinión, esta sí irresistible, que fabrican todos ellos juntos. De ahí el mito de la especulación. ¡Los especuladores juegan sobre la anticipación que los gobiernos tendrán 237


sobre sus propias anticipaciones y hacen fortuna con eso! Con el consiguiente riesgo, provocado por este mercado, que es el más puro y perfecto de todos, de desestabilización para las economías que no aguantan este ritmo. Paradójicamente, los anglosajones no quieren admitir en los mercados financieros lo que constituye habitualmente para ellos las señas de identidad del liberalismo: que el mercado y las reglas del Derecho son indisociables, porque el primero sólo funciona eficazmente bajo el control de las segundas. En cambio, cuando se trata de dinero, se niegan a pensar en la más mínima reglamentación a nivel mundial. Los resultados pueden ser devastadores para el liberalismo. ¿Representarán los mercados financieros para el liberalismo lo que el estalinismo encarnó para la ideología socialista? Esta lógica llevada hasta el extremo ejemplifica, con absoluta perversión, la caricatura redistributiva que algún día pagará cara el liberalismo. Todo el mundo sabe que estamos a merced de un accidente financiero mucho más grave que los que hemos conocido hasta ahora. Si llegara a producirse, con su cortejo de recesiones en cada país y sus innumerables quiebras, que implicarían la pérdida de confianza de los ahorradores y el paro, los principios liberales serán su primera víctima y no sobrevivirán a los excesos del mercado más emblemático. Pero aún sin llegar a esto, el liberalismo está amenazado por el desencanto. Cada día sus límites aparecen más visibles. Por haberse equivocado y haber pretendido, por mimetismo, ser como el comunismo, un sistema global, se le responsabiliza de todo lo que pasa. ¿La entropía del continente europeo? Es su culpa. ¿Los fenómenos de marginalidad? Su culpa. ¿El desorden internacional? Su incuria. ¿La recesión? Su incapacidad. Si, conforme a sus principios originales, el liberalismo se hubiera seguido declarando como el peor sistema explicativo del mundo, habría permanecido al abrigo de estas acusaciones. Es su ambición la que lo pierde: a fuerza de querer servir de salida al comunismo se ha colocado en una situación de debilidad. La caja de herramientas de Adam Smith o de David Ricardo no está hecha para explicar el mundo con sus relaciones de fuerza, sus sacudidas históricas y sus conflictos. De esta imprudencia desmesurada nace hoy la decepción. ¡No en vano muchos piensan y dicen que tanto el comunismo como el liberalismo están muertos! A menudo, estos enterradores son los mismos que proclamaban, en 1990, con la misma certeza, 238


el triunfo definitivo del capitalismo y del mercado. En realidad, el liberalismo no sirve como sistema global de análisis y, como tal, nunca formará parte del espesor de la historia. Como filosofía del funcionamiento de las sociedades, tiene futuro. Como ideología del mercado se encontrará con realidades que se le resisten. Si el mercado está en el fondo de la naturaleza de la sociedad, puede funcionar de diversas maneras, desde la más conveniente, bajo el imperio de los principios liberales, hasta la más salvaje, en este caso el modelo ruso de hoy, sin contar con sus variantes estatalistas y autoritarias. La tecnocracia Otra ideología de orden que está en sus horas bajas es la racionalidad de la tecnocracia. La verdad es que jamás pretendió oficialmente un estatus ideológico, pero detrás de esta modestia aparente ha impregnado las sociedades occidentales, al menos tanto como el liberalismo. El mundo es racional. Todos los problemas tienen solución. Los expertos bien preparados siempre pueden encontrarla. Dotados de un saber así, es lógico que sientan la vocación de dirigir la sociedad. Este es el sofisma que, desde hace décadas, gobierna Occidente. Frente a cuestiones del tipo de las del Oriente Medio, la racionalidad tecnocrática había claudicado desde hacía mucho tiempo. Pues bien, ahora está aprendiendo a capitular en otros terrenos, como ante los cambios inesperados de la opinión pública, ante las reacciones de violencia, ante la resurrección de los fantasmas étnicos y ante otras muchas realidades que le son insoportables. Y de paso ha perdido credibilidad. ¿Quién se atrevería todavía a lanzar profecías sobre el advenimiento de una sociedad técnica y racional, que se regularía simplemente con la inteligencia? Como una ideología binaria que es, se ve condenada por esta razón: porque los nuevos tiempos exigen una ideología de varias dimensiones, con profundidad histórica y que sea capaz de interpretar la complejidad. Privados de nuestras ideologías tradicionales nos arriesgamos a creernos condenados a una nueva barbarie, que nos aparece como el corolario natural del desorden. Ésa es la amenaza. Y no sólo vuelven a la superficie las barbaries más clásicas, sino que se añaden otras nuevas: los fallos de la biología, las víctimas de la ciencia, las heridas del medio ambiente, la insoportable forma de vida urbana 239


llevada hasta su paroxismo en muchas ciudades, las nuevas pobrezas... Para los espíritus negativos, el terreno está abonado para un pesimismo sin límites. Y eso no sería grave ni sorprendente si dispusiésemos de una verdadera armadura intelectual e ideológica. Las creencias en el progreso, la convicción de que existe un óptimo, la certeza de avanzar hacia una sociedad mejor regulada son otros tantos antídotos –que hoy no tenemos– contra el desorden. Nuestro tiempo, abandonado a sí mismo, se arriesga a vagar de las decepciones ideológicas a las nuevas barbaries y de las nuevas barbaries a las doctrinas dañinas. Además, para llenar este vacío no basta con la resurrección del nacionalismo, aún bajo su apariencia más respetable. Incluso cuando no es la expresión de una razón instintiva, el nacionalismo no es capaz de dar respuestas y deja multitud de cuestiones sin solucionar. Pasar del internacionalismo optimista al sueño de la nación protectora es una cómoda huída hacia adelante. Dado que las naciones han sabido resistir al comunismo, ¿no será que son portadoras de la mayoría de las virtudes? ¿Por qué, entonces, no ver en ellas la comunidad de base, la referencia última, la respuesta natural? Aún a costa de no saber explicar muy bien la relación entre las patrias familiares, regionales, nacionales y europeas, no conviene buscar soluciones en los reflejos del pasado. Antaño, con su comunidad de base y Dios, el individuo estaba armado para afrontar un mundo sin perspectivas de progreso. Desaparecidas estas referencias, el mito del progreso las reemplazó. Condenado a su vez –lo que hace que suene la campana mortuoria de los Tiempos Modernos, con los que se identificaba– es imposible recorrer el camino a la inversa. Dios vuelve en forma de fanatismo y de irracionalidad. Por otra parte, la comunidad de base se pretende el único anclaje posible para el individuo, cuando es incapaz de aprehenderle en toda su diversidad. Inútil buscar, pues, en esta dirección nuevos mitos fundadores, salvo el de llevar la idea de nación hasta sus últimas consecuencias y pasar de un nacionalismo de la razón a un nacionalismo belicoso, añadiendo, de esta forma, nuevos fermentos de desorden al que ya nos amenaza. Y tampoco sirve de nada refugiarse detrás de las “leyes” de la historia. Aunque se trate también de una tentación tan natural como la otra. Si el mundo no está dominado por la idea de progreso y, dado que no puede ser indescifrable 240


–postulado de partida– tienen que existir leyes más o menos ocultas de la historia. Con algunas variantes. La primera, la variante determinista, supone que la historia avanza de una forma más bien positiva y, si al progreso se le echa de casa por la puerta, intentará entrar por la ventana. La segunda variante, marcada por el escepticismo, postula el principio de la repetición: la naturaleza humana es intangible y, por lo tanto, las situaciones no cesan de reproducirse y la historia se contenta con registrar esta permanencia, a costa incluso de camuflarla, mintiendo sobre las circunstancias y las personas. La tercera variante, que pretende ser la heredera del indeterminismo triunfante en las ciencias físicas, admite que la historia es, esencialmente aleatoria, que las constantes son menos numerosas que las bifurcaciones, que la incertidumbre domina, y que los hombres no tienen poder sobre ella. Se trata de la resurrección de un mundo intelectual dominado por el lenguaje de las ciencias humanísticas y por el bueno y viejo fatalismo. Por otra parte, las sociedades contemporáneas no facilitan mucho la tarea de los que buscan una nueva ideología. Y es que no pueden escapar al misterio de que las sociedades están hechas para sí mismas, de que son su propia finalidad. Es revelador, en este sentido, el auge de la opinión pública, pero si los sondeos de opinión desaparecieran repentinamente de la escena, ¿qué quedaría de ella? Porque son ellos los que postulan su existencia y una vez planteado este presupuesto, la miden y la valoran. Sin los sondeos, la opinión pública sería inaprensible. Es cierto que, fieles a una maniobra que les ha salido bien desde hace décadas, los medios de comunicación tienden a encarnar a la opinión pública, lo que sin duda es más confortable que confesar abiertamente su deseo de influir sobre ella. Pero no podrían librarse tan fácilmente a ese juego si esas inmensas baterías de cifras no viniesen regularmente a proporcionar la tensión, el pulso y los otros mil parámetros explicativos de la salud del enfermo. La opinión ha segregado, evidentemente, sus gurúes, sus oráculos y sus sacerdotes, encargados de afirmar su existencia con tanta mayor seriedad cuanto que de ella depende su sustento. Una vez establecido el mito, las elites no tienen más que capitular: deben ejecutar lo que la opinión desea. Formar un todo con ella, ésa es la máxima fundamental. Llevada hasta el extremo, esta aproximación desemboca en el discurso que afirma que las únicas refor241


mas al alcance del hombre público son las que la opinión pública haya ya aceptado. Esta es otra forma de alcanzar el grado cero de la política. Siguiendo esta filosofía, no queda sitio ni para los pedagogos, ni para los hombres de Estado ni para los hombres de influencia. La opinión pública ¿Cuánto hace que no vemos establecerse un postulado con tanta certeza? La economía ya no se permite tales arrogancias, ni la reflexión filosófica, ni siquiera las teologías más modernas. Si la opinión es, no queda otra alternativa que someterse a ella. Convertida en un animal social, la opinión pública no predispone a una renovación ideológica. Y, además, habría que saber de dónde viene, adónde va, con qué sueña y qué tolera. Medir sus vibraciones no indica ni sus aspiraciones ni sus conflictos internos ni, a pesar de las apariencias, su dinámica. A través de ella, es la misma sociedad la que se convierte en inaprehensible. ¿Cuáles son, en efecto, sus resortes, sus pulsiones y sus tensiones? Las encuestas y las estadísticas no nos dicen apenas nada de todo esto. Una sociedad así no facilita el aggiornamento ideológico, porque a fuerza de identificarse con esta pseudoopinión se convierte en un no ser. No será, pues, ella la que, voluntariamente, dé a luz una nueva visión del mundo. Con su tendencia a reducirlo todo al mínimo común denominador, nuestra sociedad empuja hacia los pensamientos débiles, las ideas tranquilizadoras y las filosofías del status quo. A fuerza de practicar esta extraña forma de narcisismo colectivo con el que se identifica el culto a la opinión pública, las sociedades contemporáneas prohíben la desviación, la originalidad y la creatividad. Y ya no tienen ni dioses ni mitos ni símbolos, sólo tienen, en el mejor de los casos, deseos en forma de cifras. Y esto evidentemente no fabrica el más dinámico de los seres sociales. Tales sociedades presentan también una formidable capacidad de absorción. Tragan los traumatismos, los cambios y las tensiones de todo tipo con una increíble naturalidad. Han desaparecido de ellas los fenómenos de rechazo. En el fondo, no existe ni siquiera una verdadera oposición política. Y es que al final todo se recupera, se recicla, se reutiliza y se regenera. Si los intelectuales han desaparecido del debate público, no es únicamente por su deseo de expiar sus errores pasados ni por un desinterés repentino sobre la cosa política, sino tal vez por242


que la sociedad ya no es “pensable”, lo que los priva de sus fondos de comercio tradicionales. Hoy, la representación se termina y cae el telón. Una evolución En fin, pareciera ser que el fin de los Tiempos Modernos no dará lugar al nacimiento de una filiación intelectual, como en la época de las Luces. Los síntomas de una evolución ideológica no aparecen por ninguna parte. No se nota la floración de ideas nuevas que nacen simultáneamente en varios lugares, ni agitación cultural, ni debates contradictorios. No se vislumbra por ningún sitio la cristalización de una nueva cosmovisión, de ningún sistema global coherente. Tenemos, pues, que construirnos una caja de herramientas conceptuales, hecha de material de desecho, que nos permita atravesar los períodos de fuerte turbulencia. Veamos cuáles podrían ser: El mercado que es un estado inherente a la naturaleza de la sociedad, pero el deber de las elites consiste en convertirlo en un estado inherente a la cultura de la sociedad. Sin normas jurídicas que lo controlen, tanto en las sociedades desarrolladas como en las demás, termina por caer en la ley de la selva, en brazos del más fuerte, al tiempo que fabrica segregación y violencia. Negarlo es una idea contra natura, dado que hace cuerpo con el funcionamiento más primario de las sociedades, tal como lo ha probado el comunismo hasta la saciedad. Pero, al contrario, hay que tener siempre presente que, librado a sí mismo, termina llevando sus propios excesos hasta sus últimas consecuencias. La historia que no se repite mecánicamente, pero, como dicen los físicos, fabrica constantes. Constantes en el comportamiento, constantes en los riesgos y constantes en las actitudes. Conocerlas es uno de los escasos medios que tenemos, no para conjurar las incertidumbres, sino para prepararnos para su llegada. Las crisis no se prevén, pero la comprensión de las que ya se han producido constituye el mejor entrenamiento posible para hacer frente a las nuevas, lo que obliga a las elites responsables a tener muy presentes los límites de su acción. Y es que tienen que ser plenamente conscientes de que se les escapa un campo cada vez mayor, tanto en el interior de sus fronteras nacionales como en el exterior. Las situaciones inestables, que tienden a degenerar por naturaleza. La entropía no siempre fue una fatalidad. Cuan243


do existían sistemas de poder sólidos e ideologías conquistadoras, incluso podía desaparecer. En cambio, una vez caídas sus vallas protectoras, se convierte en una ley natural. Además, la inestabilidad se agrava sobre todo en la escena internacional. De ahí la imposibilidad de que los responsables lúcidos apuesten por el status quo o por la inactividad. Al contrario, hay que dar pruebas de una energía y de una imaginación desmesuradas para evitar que se desencadene un engranaje fatal. El mundo, que ya no nos va a regalar principios sólidos de cohesión. Ni principios religiosos. Ni principios imperiales, ya que no existe una potencia susceptible de marcar, ella sola, el ritmo al resto del planeta y de hacer plegarse a los demás a su propio modelo. Ni principios ideológicos: la idea de progreso como última ratio no tendrá herederos. Es evidente que el progreso no ha desaparecido, y menos la creencia en él, pero ésa es ya una convicción más entre otras muchas que se ofrecen en el mercado de las ideologías. Ni principios culturales, ya que el modelo americano manipula los símbolos, como si fuese un modelo dominante, pero zonas enteras del mundo, como Asia, todavía se le resisten. Ni principios económicos: las realidades industriales y financieras tienen que cohabitar de nuevo con hechos históricos y dinámicas estratégicas que les impiden determinar, por sí solas, el funcionamiento de nuestras sociedades. ¿Cómo actuar teniendo en cuenta la caja de herramientas con la cual contamos? ¿Qué hacer? Transformémolas en principios que reunidos nos permitan fundamentar una acción en nombre de todos los resortes posibles del alma. Se trataría, en efecto, de principios que no son extraños ni para los que se reclaman partidarios de una esperanza o de una convicción profunda en el progreso de la sociedad ni para los que sólo se mueven por el egoísmo, ni para los que se movilizan únicamente en nombre del pesimismo activo. Tal vez pudiéramos identificarlos con la propuesta de Albert Camus cuando reclamaba “un pensamiento político modesto liberado de todo mesianismo y desembarazado de la nostalgia del paraíso terrestre”, en el nombre de un “optimismo relativo” que se parece, a su manera, a nuestro pesimismo activo. En lo que concierne a la misma acción, tendrá que irse modificando al filo del tiempo igual que nuestra visión del mundo, teniendo en cuenta que los principios fundadores se han volatilizado. Así las cosas, gobernar consistirá, ante 244


todo, en practicar el arte del timonel, es decir dirigir menos a los demás y dirigirse más a uno mismo en medio de una serie de obligaciones y de efectos indirectos. Y es que, como es bien sabido, todo acto termina por escabullirse de las manos de su autor, provocando reacciones imprevisibles, lo que hace imposible que nos sigamos fiando de los viejos métodos de objetivo, proceso y medios. Los efectos perversos dominan cada vez más a los efectos directos, las reacciones sobre las acciones iniciales y los accidentes inesperados sobre los conflictos esperados. Las brújulas han cambiado de dirección, con lo imprevisto en vez del progreso como telón de fondo. Tener autoridad supone tener en cuenta los efectos múltiples, ser capaz de reaccionar a la más mínima señal de alerta y de modificar la trayectoria a las primeras perturbaciones. Y esto no tiene nada que ver con la vieja búsqueda de consenso de antaño. Este, en efecto, postulaba, en cada etapa, un compromiso entre dos fuerzas antagonistas, que, una vez obtenido, era suficiente para mantener la iniciativa. Hoy, las fuerzas antagónicas apenas son discernibles. Un acuerdo entre ellas sería siempre aleatorio y frágil, al tiempo que resultaría inconcebible la inmovilidad que termina siendo siempre el fruto del consenso. Una autoridad demasiado tradicional traería consigo efectos secundarios que serían dramáticamente contrarios a la maniobra. Una tendencia demasiado acentuada en aceptar los feed-back conduciría rápidamente a la impotencia. Lo que resulta es, pues, un arte extraño hecho de firmeza y de flexibilidad, de rigidez y movilidad, en perpetuo movimiento y, al mismo tiempo, inflexible sobre algunos puntos fundamentales. Tiene que hacer suyo un doble imperativo que en los tiempos de las ideologías del orden no era tan necesario: imaginación y gusto por el riesgo. Si bien la acción política clásica está infravalorada, al igual que las filosofías basadas en el progreso, al mismo tiempo, la ambición política parece todavía más indispensable para poder luchar contra los riesgos de la entropía, pero no encuentra base alguna teórica o ideológica, si exceptuamos algunos reflejos de sentido común. Desde este punto de vista, el final de los Tiempos Modernos es una curva difícil de tomar. Multiplica las ilusiones y las huidas hacia adelante mientras exige a los responsables una ascesis permanente. Ascesis relacionada con la imposibilidad de apoyarse sobre una Weltanschauung optimista. Ascesis 245


nacida de la obligación de actuar en nombre de una visión poco motivadora: el pesimismo activo. Ascesis indisociable de un deber moral de las elites que no encuentra su fundamento en ninguna religión revelada. Ascesis acentuada por la conciencia de que un mundo complejo e ingobernable exige no cruzarse de brazos sino intervenir más. (publicado en “Clases Magistrales” de la revista Noticias el 13 de diciembre de 2008, aunque había sido enviada al medio tres meses antes del estallido de la gran crisis financiera mundial)

TODOS SOMOS TRUMAN BURBANK El film “The Truman show” constituyó para nosotros la brillante realización de un fenómeno mediático que hemos visto desarrollarse durante los últimos cinco años en los canales locales de la televisión abierta, a través de ciertos programas que abusaron de esta forma de manipulación de vidas reales sometidas a las necesidades brutales del rating. Y en tales casos, que no es necesario mencionar porque todos los conocemos ad nauseam, pudimos percibir cómo esas vidas que cobraban una nueva dimensión –aparentemente más amplia y rica– al sacarlas de su anterior anonimato, en realidad, quedaban reducidas en el plano de su estricto y potencial valor humano, para ser exhibidas y vulgarizadas en las peores expresiones de sus carencias, conflictos, deseos. Pocas veces hemos visto tanta humillación disfrazada de información y compasión. Pero aquí no se trató de que la naturaleza imitara al arte, sino de lo contrario, porque en estos casos, la televisión (¿arte?) no hizo otra cosa que hipertrofiar ciertas situaciones reales (naturaleza) para acomodarlas al breve espacio que otorga una programación. Sin embargo, no es la televisión la inventora de este tipo de manipulaciones, porque cada vida, la más anónima y modesta, está sometida desde su nacimiento, o más bien desde su concepción, a todo tipo de condicionamientos y manipulaciones, muchos de los cuales se autoincorporan luego de tal manera que terminan jugando el papel de reacciones supuestamente autónomas, cuando no son otra cosa que la distorsión de una conciencia propia, cubierta a me246


dida que pasan los años, por distintas capas de influencias externas que finalmente la reducen a cero. Así las cosas, si bien no nos están enfocando –como a Truman– cinco mil cámaras de televisión, desde nuestro nacimiento comienzan a mirarnos decenas de ojos que se van transformando en miles, y que no sólo nos miran o enfocan como podría hacerlo una cámara, sino que además, nos juzgan, y mediante su juicio nos califican o descalifican, logrando mediante ello –la más de las veces– producir reacciones automáticas o respuestas que no responden a nuestros más profundos y verdaderos intereses o deseos, porque todos ellos han ido quedando aplastados o deformados a través de manipulaciones no necesariamente fundadas en mala fe alguna, pero sí –por lo menos– en necesidades ajenas a nuestro propio sentir o interés. Como sabemos, todo este ejercicio comienza en el propio seno familiar. Luego prosigue en los demás ámbitos: escolares, profesionales, y en las relaciones de la amistad y del amor. Ya hemos señalado en alguna otra oportunidad que cada persona o institución que tratemos en una relación que presuponga algún interés, ya sea amistoso, comercial o amoroso, necesariamente tiene un libreto o produce un libreto que nos incluye, así como nosotros tenemos, simétrica o correlativamente, un libreto –¿tal vez propio?– dedicado a cada una de esas personas o instituciones. Vale decir que toda nuestra vida constituye una red de conductas y conversaciones en interferencia intersubjetiva, en la cual será muy difícil que no exista –consciente o inconscientemente– alguna suerte de manipulación. Solamente entre personas muy armónicas desde el punto de vista intelectual y emocional, unidas por un profundo cariño mutuo y un sentido de respeto irrestricto por la libertad del otro, podría evitarse la manipulación más arriba mencionada. Si bien “The Truman show”, como todo film dedicado a la descripción de una biografía, requiere acentuar sus problemas para presentarla tan comprimida como lo exige un espacio de tiempo de cien minutos, en este caso particular, la intención alegórica ha determinado marcar las situaciones y los caracteres de tal manera que inevitablemente los lleva muchas veces hasta la caricatura, cuando no al ridículo. Pero aún así, más allá de los hechos alógicos o poco verosímiles que presenciamos, todo es final y esencialmente real. Porque cualquier cuento o historia que conmueve el corazón de los hombres es más real que un acta de cuya 247


veracidad da fe el notario, pero que se amarilla sin ver la luz en los archivos de una escribanía. Toda persona que sea capaz de una introspección profunda, o que al menos pueda analizar la vida de los otros, verá cómo se multiplican las situaciones donde las decisiones más importantes se toman con una peligrosa dosis de condicionamientos que determinan una forma de reacción carente de toda la racionalidad y objetividad necesarias que debían acompañarlas. Todo ello, tal vez, pensando muchas veces en algo equivalente al rating televisivo que, en estos casos, se presenta como la medida del grado de conformidad y de consenso que nuestras conductas requieren para sentirnos seguros y estimados por los otros. Porque las presiones de los pares de ojos que comenzaron a mirarnos en la cuna con severidad o amor cuando llorábamos o sonreíamos, se fueron multiplicando en la vida para seguir juzgándonos por eventuales transgresiones a la conducta que se esperaba de nosotros, o para bendecirnos por haber cumplido –como “bien pensantes”– con todas las expectativas que nos circundaban. Claro está que la televisión es un medio que puede facilitar alguna forma de desaparición de los límites entre la realidad y la ficción, pero también dichos límites suelen confundirse en la vida común al margen de todo fenómeno televisivo, porque en general, el hombre no se conoce a si mismo, desconoce sus propias limitaciones, sus propias posibilidades y hasta tiene falsas ideas sobre sí mismo. A veces, ni siquiera tiene consciencia de lo mucho que no se conoce. Lo cual no le permite realizar movimientos verdaderamente independientes dentro o fuera de él, quedando fácilmente sometido a toda influencia externa, e incluso interna, pero no propia sino inducida, es decir internalizada. En tales circunstancias los hombres no construyen sus vidas sino que éstas les suceden. Y se transforman en marionetas tiradas por hilos invisibles, donde sus múltiples “yoes” no logran unirse o integrarse a un “yo” único, integral y armónico. Ése es finalmente el padecimiento de Truman Burbank. Y es eso precisamente lo que nos hace sentir cerca de él y comprenderlo. Porque tal vez, todos somos un poco Truman Burbank.

248


TUNUNA MERCADO PRESENTA MI NOVELA LEJANO BUENOS AIRES (Editorial Belgrano, octubre de 1996) Texto editado por El Arca Digital, dirigido por Norberto Vilar. Los exilios, Tununa Mercado y Albino Gómez. ¿Se puede llegar alguna vez a Buenos Aires? Revisando archivos hallamos este texto de Tununa Mercado que tiene por escenario la antigua redacción de La Opinión, en 1973, el derrocamiento de Salvador Allende en Chile y la solidaria actividad del diplomático argentino Albino Gómez. Y, luego, el comentario de esa escritora sobre el libro Lejano Buenos Aires, cuyo autor es Albino Gómez. Una reflexiva obra donde obligadamente se tiene que “anclar en la metafísica del no lugar para que el exilio cobre forma, tenga centro desde donde reconstruir y comunicarse”, según Mercado y que “podría haber sido París, pero es Estocolmo, tan lejos de Gardel como el más remoto planeta”. “La escena es en el viejo diario La Opinión, el de la calle Reconquista, el 11 de septiembre de 1973, cuando el asalto a La Moneda en Chile. Desde la habitación en la que estaba el télex alguien anunció la muerte de Salvador Allende. Por un reflejo de pura condición humana, que por entonces no podía escindirse de una conciencia política, todo el mundo se puso de pie, en silencio, sobrecogidos, frente a las máquinas de escribir y las mesas de trabajo. Sólo un jefe de redacción siguió moviendo sus papeles acaso para significar que su sagrado oficio no debía mezclarse con la política, o para dejar bien en claro que no estaba dispuesto a perder autoridad, o acaso simplemente estuviera dejando que se manifestara, espontánea, su estupidez. En ese diario, en otro box o cubículo, se había puesto de pie un grupo de bolivianos escorados desde el 71 por su propio golpe, y digo literalmente escorados porque Teddy Córdoba Claure había llegado con la caída del General Torres y la rigidez con que se desplazaba, como hombre araña, era la señal del descalabro físico que le habían dejado las balaceras. El golpe de Chile fue el comienzo de un terror que poco a poco fue ganando su sitio en esa redacción pero fue sobre todo el comienzo de un tiempo que en su calificación más leve podría llamarse ‘de aprendizaje’ de una instancia que emergía insinuándose como categoría en la década apenas 249


iniciada: el exilio político latinoamericano, como manifestación y consecuencia del avance de dictaduras militares. ¿Qué era aprender el exilio en ese espacio limitado de una redacción? La cabeza de Buenos Aires era tan gigantesca, tan bien plantada en su pedestal histórico y geográfico, que allí, en pocos metros cuadrados de superficie, se podía sentir el imposible federalismo y su correlato, el imposible latinoamericanismo. La Opinión era Buenos Aires, los porteños, los cuadros superiores del puerto, y un substrato de provincianos, que sin rubor, por pertenecer a él, yo sentía como los diferentes, no necesariamente marginados, pero si objeto de imitación y burla cuando el acento delataba su condición cordobesa o tucumana. Días y semanas después del inicio de la tragedia chilena y cuando ya se trazaba la propia tragedia argentina, empezaron a llegar los chilenos a Buenos Aires. Casi instantáneamente habría de saberse que este destino, el cercano Buenos Aires, había sido una pésima elección. Nada de gobierno popular, Cámpora eclipsado, Perón al poder, Isabel en la comparsa del Brujo, gestación de la triple A, la Argentina era como un campo minado. Recuerdo haber visitado con una de las comisiones de solidaridad con Chile un convento evangelista en la calle Camacuá y que albergó por piedad a decenas de chilenos que llegaban con lo puesto y dormían donde podían. Familias, hijos, gente solitaria, perturbada, emocionalmente en el borde, con ese desconcierto que no necesariamente quienes aparecían como anfitriones podían estar en condiciones de percibir. Años después, en el exilio yo misma en México, me reencontré con Andrés Solís Rada, boliviano, a quien el diario también había dado trabajo, y él decía haberme contado su drama familiar: los hijos y la mujer en La Paz, él desterrado, la incertidumbre acerca de futuro del día siguiente, y yo tratando de aislar ese momento como algo único, la captación de un fenómeno que después se haría cotidiano. En efecto, muy poco tiempo después llegó Carlos Ossa, chileno y poeta, que en medio había de haber deseado Buenos Aires, como quien desea entrar en un tango; y habrían de llegar más tarde los uruguayos Gutenberg Charquero y Zelmar Micchelini. Pero fue la llegada de Albino Gómez lo que quiero evocar hoy. Durante los días posteriores al golpe había surgido su nombre en boca de refugiados de varias nacionalidades que decían que él les había abierto las puertas de la Embajada Argentina en Chile, que los había salvado, que había 250


sido providencial que él estuviera para recibirlos, organizarlos y darles techo y pan, que es como suelen describirse a escala humana las acciones de refugio diplomático. Albino Gómez venía de traje y corbata, elegantísimo, nada en él permitía imaginar que había protagonizado hechos de salvataje y protección de perseguidos políticos en Chile, ni que esas situaciones de responsabilidad y de riesgo lo habían convertido en un desempleado y habrían de llevarlo finalmente al exilio. Como los embajadores mexicanos en Santiago o en Montevideo, como posteriormente el embajador mexicano en Buenos Aires que albergó a Cámpora y a otros refugiados durante cinco años, Albino Gómez, como diplomático de su país en Chile, había cumplido con el más alto compromiso acordado por los gobiernos del mundo, el derecho del asilo. Recupero una impresión que entonces tuve: un ex diplomático en una sala de redacción –como otras que años atrás transitara como periodista– pero esta vez regresado a su tierra después de haber perdido territorio nacional, el de esa embajada constituida en refugio; un argentino desplazado por haber dado albergue a compatriotas y latinoamericanos en la sede de su propio país; un defenestrado de su condición que se refugia él mismo, paradójicamente, en territorio de asilo, que no otra cosa era La Opinión en aquellos años; un exiliado ya entonces que, puedo conjeturar, empezaba a escribir las primeras líneas de Lejano Buenos Aires, el largo relato de extranjería que sólo podía haberse concebido en ese ida y vuelta, en esa circularidad que dibuja el propio ciclo de la vida y que por varias operaciones dramáticas de extrañamiento, implantación, desarraigo, fuga, migración, regreso, reencuentro y casi imposible reinserción configura un ser nuevo, una persona de nueva especie. El relato tiene entonces su origen, la novela empieza a escribirse entonces, y ni el más perfecto subterfugio de la ficción podría disipar la marca autobiográfica. Pero eso interesa menos que la voluntad de concentración demostrada en la forma epistolar. Elegir las cartas como sostén de la narración es ir de adentro hacia fuera, en un movimiento radial, que dispara desde la subjetividad para comprometer a un interlocutor ausente, a un destinatario que se quiere lejano pero al mismo tiempo con la cercanía de quien corresponde, espera carta, está allí situado en algún punto como referente de la dispersión del desterrado. La carta permite situar un transcurso y un trayecto paradójicamente fuera del espacio 251


y del tiempo, en una dimensión que sólo se conoce con el exilio, al costado del cronos, por debajo o por encima de las horas o a contrasentido de las agujas normales del reloj; la carta es siempre tardía, cuando llega, su huella se ha borrado como la estela de los barcos; la carta es un juego ilusorio y transgresor del presente, una apuesta a la posteridad. Lejano Buenos Aires tiene que anclar para que esa metafísica del no lugar que es el exilio cobre forma, tenga centro desde donde reconstruir y comunicarse. Podría haber sido París, pero es Estocolmo, tan lejos de Gardel como el más remoto planeta. Los amarres que atan al barco, sus puntuaciones, lo que podría llamarse la pequeña frase proustiana de Albino, son las líneas de tango que vibran como letra y suenan como música, y el fondo para decir la melancolía, decirla discretamente, por cierto, es la gran ola Piazzolla, la piazzolla, que va y viene, como el náufrago exiliado. Pero hay otras muchas mitologías en el texto: la novia reclamante, la ética del caballero, la mesa de los amigos en el bar, el sentido del humor como una cuestión de hombres cómplices, la confidencia, el filosofar como una manera de entender el mundo, el juicio político vertido como opinión entre pares, sin retórica, pero con la vocación de dejar asentado un pensamiento; la decisión de disponer un orden, como si se llegara a una frontera y se decidiera empezar todo de nuevo, antes y después; la vida entendida como sucesivos cierres y recomienzos. Y, sobre todo, una voluntad que logra plenamente su objetivo: la de escribir sin vociferación, seriamente, con la serenidad de una prosa límpida, por encima de las modas y respondiendo sólo al encadenamiento que suscitan los recuerdos y las ideas. Albino ha desmenuzado una experiencia para compendiarla, y en ese paso, la historia del sujeto epistolar y anclado, del hombre desposeído que protege a la mujer aun más desposeída, se carga de otras significaciones: Lejano Buenos Aires reemplaza lo perdido, se hace del mundo, es decir es internacionalista y se convierte, por añadidura, en un tratado de política, local y universal, en una suma y guía del pensamiento contemporáneo. Buenos Aires se alejó y ahora se acerca, pero ¿se llega alguna vez a Buenos Aires?”.

252


UN ASESINATO QUE CAMBIÓ LA HISTORIA Tres disparos atribuidos a Lee Harvey Oswald terminaron hace 45 años con la vida de John Fitzgerald Kennedy, el presidente estadounidense que había despertado grandes sueños de progreso en su país y en la región. Según el autor, su muerte frustró la posibilidad de un entendimiento fructífero entre la Argentina y EE.UU., al que se habían comprometido tanto Arturo Frondizi como el mandatario asesinado en Dallas. El 22 de noviembre de 1963 me enteré pasado el mediodía de que acababa de morir el Presidente Kennedy. Estaba en funciones en nuestra Cancillería, donde la noticia provocó una gran conmoción, como prácticamente en todo el mundo. Muchos recordábamos todavía los dos encuentros que habían mantenido con el Presidente Arturo Frondizi apenas dos años atrás, y la excelente relación establecida entre algunos miembros de los respectivos equipos de asesores. No en vano había declarado el presidente norteamericano el 24 de septiembre de 1961: “Si los años sesenta deben convertirse en la década del progreso para las Américas, si debemos aportar un progreso económico y una mayor justicia social a nuestro hemisferio bajo la égida de la libertad, debemos contar para ello con los esfuerzos cooperativos de los gobiernos de la Argentina y de los Estados Unidos. Nosotros, los Estados Unidos, esperamos colaborar con el gobierno argentino en sus esfuerzos heroicos para mejorar el bienestar de su pueblo, pues nos hemos comprometido a participar en el desarrollo económico de la Argentina. Más importante aún es que nos hemos comprometido a continuar nuestras relaciones de amistad, asociación y respeto mutuo… En conjunto, la Argentina y los Estados Unidos, pueden trabajar, no solamente con vistas a la solución de sus propios problemas, sino igualmente para mejorar la vida de los hombres libres de este hemisferio y del mundo entero, pues los Estados Unidos y la causa de la libertad no tiene amigo más sólido y respetado que el pueblo argentino”. Claro está que el derrocamiento del Presidente Frondizi frustró tempranamente ese magnífico plan, que también se hubiese malogrado más tarde por el asesinato del Presidente Kennedy. Es que mutatis mutandis ambos presidentes recibían cuestionamientos ideológicos similares. 253


Antecedentes del viaje a Texas ¿Por qué viajó Kennedy a Texas? Ocurría que las próximas elecciones presidenciales serían en 1964, por lo cual, su gabinete comenzó a planificar la campaña en el verano de 1963. En las elecciones anteriores el candidato Kennedy había ganado por muy escaso margen en los estados del Sur, y los sondeos de ese momento no le eran muy favorables. Así las cosas, se decidió el viaje a Texas para el otoño de 1963, con el objetivo de recaudar votos y aumentar su popularidad. Dado que el vicepresidente Lyndon B. Johnson era tejano, se pensó que sería una buena estrategia que viajaran juntos al estado de Texas. Kennedy, por su parte, le pidió a su esposa Jacqueline que lo acompañara. El viaje, planificado para el otoño, comenzaría el 21 de noviembre en las ciudades de Houston y San Antonio. El día 22 visitarían Fort Worth y a las 13.00 almorzarían en Dallas. Había cierta preocupación sobre la seguridad porque el embajador ante la ONU, Adlai Stevenson, había sido increpado y empujado, en señal de protesta, en una visita a Dallas el 24 de octubre pasado. Para prevenir nuevas manifestaciones de protesta la policía de Dallas había preparado el mayor despliegue policial en la historia de la ciudad. Se había planeado que Kennedy viajara desde el aeropuerto de Dallas (Lovefield) en una limusina descapotada, una Lincoln Continental de 1961. Estaban en el auto con él, su esposa, el gobernador de Texas, John B. Connally (años después sería secretario del Tesoro durante la presidencia de Nixon) y su esposa. Además, el agente del servicio secreto Roy Kellerman y el conductor del vehículo, William Greer. A las 11.40 el Air Force One aterrizó en el aeropuerto de Dallas proveniente de Fort Worth. La comitiva presidencial se puso en marcha hacia el centro de la ciudad de Dallas. Durante el trayecto hicieron varias paradas para permitir que el presidente saludara a la gente. A las 12.30 ingresó en la Plaza Dealey y avanzó por la calle Houston, con seis minutos de retraso. En la esquina de Houston con la calle Elm debía realizarse un giro de 120 grados a la izquierda, lo cual obligaba a una reducción de velocidad por parte de la limusina. Tras pasar Elm el auto quedó frente al edificio del Almacén de Libros Escolares de Texas, a una distancia de veinte metros. Ni bien llegó la comitiva a ese punto se produjo el primer disparo de tres, atribuidos a Lee Harvey Oswald. Se calculó que en ese momento la velocidad del auto era de 15 km por hora. El primer disparo fue desviado por un árbol 254


y rebotó en el cemento hiriendo al testigo James Tague. A los tres segundos y medio se produce el segundo disparo que hiere a Kennedy por detrás y sale por su garganta, hiriendo también al gobernador de Texas. El presidente deja de saludar al público y su esposa trata de recostarlo sobre el asiento. El tercer disparo ocurre ocho segundos y medio después del primer disparo, cuando el auto pasaba al frente de la pérgola de concreto John Nely Bryan. Este último disparo hace impacto en la cabeza de Kennedy y su esposa reacciona con pánico saltando hacia la parte trasera del auto. Un ciudadano de nombre Abraham Zapruder, que filmaba el desplazamiento de la comitiva presidencial, logró captar en su película el momento en que Kennedy es alcanzado por los disparos, y dicha filmación constituyó parte del material que se utilizó en la investigación del asesinato. Lee Harvey Oswald, que según dicha investigación usó un rifle Mannlicher de fabricación italiana, con mira telescópica, de mecanismo manual, fue arrestado en un teatro, aproximadamente ochenta minutos después del asesinato, pero acusado inicialmente por el homicidio de un oficial de policía de Dallas, J.D. Tippit, antes de serlo por el homicidio de Kennedy. Oswald alegó no haber matado a nadie, y ser sólo un señuelo. El 29 de noviembre el sucesor constitucional de John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson, creó la Comisión Warren, presidida por el presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidas, el juez Earl Warren, para investigar el asesinato. Como recordarán nuestros lectores, Lee Harvey Oswald, si bien detenido, no pudo llegar a ser juzgado por haber sido a su vez asesinado de inmediato por un tenebroso personaje local, Jack Ruby, que explicó su crimen mediante razones poco creíbles. En cuanto a la Comisión Warren, no obstante concluir que Oswald había actuado solo en el asesinato, no pudo convencer a todo el mundo, y fue por ello que otras investigaciones judiciales y decenas de investigaciones privadas y hasta numerosos libros, estimaron a través de múltiples teorías que hubo diversas conspiraciones en torno a su asesinato. Vale decir que las conclusiones de la Comisión Warren siguen siendo hoy objeto de debate, tanto académico como popular. El embajador estadounidense ante la ONU, Adlai Stevenson, que citamos más arriba, dijo sobre el asesinato: “todos nosotros cargaremos con la pena de su muerte hasta el fin de nuestros días”. Últimamente, el asesinato del Presidente Kennedy y sus misterios nunca aclarados, 255


mantienen su vigencia histórica y política, y afectaron la confianza del pueblo estadounidense en la política. Además, tal tragedia, junto con los posteriores asesinatos de su hermano, el senador Robert F. Kennedy y el del reverendo Dr. Martin Luther King, configuraron una tríada de desilusión para la población en cuanto a la probabilidad de los cambios políticos y sociales esperados. Y así lo remarcaron escritores y periodistas de alto nivel como Gore Vidal y Arthur M. Schlesinger Jr. Sus padres y sus años juveniles Los padres de Kennedy fueron Joseph P. Kennedy y Rose Fitzgerald. Su padre era un empresario de éxito, líder de la comunidad irlandesa estadounidense, y fue además embajador del presidente Franklin D. Roosevelt ante el Reino Unido. Ella era la hija menor de John Fitzgerald, una prominente figura política de Boston, que fue congresista y alcalde de su ciudad. El matrimonio Kennedy-Fitzgerald tuvo nueve hijos, John, nacido en Massachussets el 29 de mayo de 1917, fue el segundo de ellos. Su vida escolar fue bastante diversa por cambios y mudanzas de la familia dentro de los Estados Unidos e interrumpida por la fragilidad de su salud, agravada más tarde por los problemas de su columna vertebral que lo aquejaron siempre. Pero ello no le impidió viajar largamente por Europa y pasar por la London School of Economics, el Stanford Graduete School of Business, y por la Universidad de Harvard donde se graduó cum laude en relaciones internacionales en junio de 1940, con una tesis Appeasement in Munich (Apaciguamiento en Munich), que se publicó como libro, a pedido de su padre, con el título Why England Slept (¿Por qué Inglaterra se durmió?). A comienzos de 1941, también ayudó a su padre a completar la redacción de sus memorias de tres años como embajador. Iniciación de Kennedy en la política Terminada la Segunda Guerra Mundial, Kennedy consideró la idea de hacerse periodista, ya que su familia había depositado sus esperanzas políticas en su hermano mayor, Joseph P. Kennedy (h). Sin embargo, su muerte durante la Segunda Guerra Mundial trasladó aquella determinación familiar a John, que la cumplió con la dedicación y pasión que sus padres esperaban de él. Para ello, el reconocimiento que recibiera por su ac256


tuación heroica en un grave episodio de la Segunda Guerra Mundial, le dio una gran popularidad que le permitió comenzar su carrera como representante del estado de Massachussets en el Congreso desde 1947 hasta 1953. Mientras era representante en el Congreso, el 12 de septiembre de 1953, contrajo matrimonio con Jacqueline Lee Bouvier y durante los dos años siguientes, ya en el Senado, se sometió a varias operaciones por sus problemas en la columna vertebral, pero aprovechó tan larga convalecencia para escribir un estupendo libro, Profiles in Courage (Perfiles de Coraje) en el cual describe ocho situaciones en las que distintos senadores estadounidenses arriesgaron sus carreras políticas por mantenerse firmes en sus convicciones y creencias personales, teniendo en cuenta mucho más los intereses generales del país que el de los Estados a los cuales representaban o el de sus votantes. El libro fue premiado en 1957 con el Premio Pulitzer, y su lectura es realmente insoslayable por quien se interese en la política, no sólo en la de los Estados Unidos. John Kennedy siguió en el Senado hasta que asumió la presidencia en 1961, a los 43 años de edad, como candidato del Partido Demócrata en las elecciones de 1960, en las que derrotó a Richard Nixon, vicepresidente entonces, en una de las votaciones más ajustadas de la historia presidencial de su país. El martes 8 de noviembre Kennedy lo vencía por el 49,7% contra el 49,5% del voto popular. Mientras que en el Colegio Electoral le ganaba con 303 votos contra los 219 obtenidos por su contrincante, cuando se necesitaban sólo 269 para ganar. Así las cosas, John F. Kennedy, se constituía como el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, como su primer presidente nacido en el siglo XX, y su primer presidente católico. El compromiso con sus valores He querido referirme fragmentariamente a estos episodios de la vida de John Kennedy porque considero que son los menos difundidos o conocidos. Los lectores más informados seguramente recordarán su brillante campaña electoral presidencial, que alcanzó en nuestro país una gran difusión mediática, y en la cual, por primera vez, la televisión cumplió un rol determinante. O su esperanzador discurso inaugural con una de sus frases más famosas: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”. Otros hechos de gran resonancia interna257


cional de su presidencia que resulta inevitable recordar fueron: el temprano fiasco que sufríó con la grotesca invasión de Bahía de Cochinos; pero también su forma de recobrarse al poco tiempo con el coraje y la decisión que demostrara frente a la famosa crisis de los misiles con la Unión Soviética, que puso al mundo al borde de una guerra nuclear. Ocurre que es enorme la cantidad de importantes hechos y acciones de política interna e internacional producidos durante su presidencia, pero su mera enumeración, ni siquiera su análisis, excedería en mucho el espacio para esta nota. Por ello creo que en esta oportunidad lo más importante es señalar los principios que él mismo destacara en su libro Perfiles de Coraje, entre los cuales el valor de la virtud era el que admiraba más. El presidente Kennedy sólo estuvo mil días en la Casa Blanca en lugar de los cerca de tres mil que se esperaba pudiera cumplir, sin embargo mucho fue lo que realizó. Así queremos recordarlo hoy, al cumplirse 45 años de su brutal asesinato, que paradójicamente coincide con el histórico y esperanzador fenómeno político que ha sido el triunfo del primer candidato de color a la Presidencia de los Estados Unidos, que no puede dejar de asociarse con la lucha que también desplegara John Kennedy por la vigencia de los derechos civiles en su país. Por ello no es extraño ni causa sorpresa que su hija Caroline y su hermano Ted hayan sostenido y acompañado fervorosamente a Barack Obama en su campaña presidencial. (publicado en Perfil el 23 de noviembre de 2008) UNA VISIÓN DEL MUNDO ACTUAL (ACCIONES E IDEOLOGÍAS) El derrumbe de las creencias al que hemos asistido a lo largo del siglo XX sobreviene con el globalismo. La condición postmoderna no es un movimiento artístico o cultural ni una teoría intelectual, aunque estos se desprenden de ella y de alguna manera la definan. Es lo que inevitablemente ocurre a medida que millones de personas alrededor del mundo comienzan a darse cuenta de que existen muchas creencias, muchos tipos de creencia, muchas formas de creer en algo. La postmodernidad es de alguna manera 258


el globalismo; es la forma aún no del todo descubierta de la única unidad que trasciende todas nuestras diferencias. En la era de la globalización, todas las viejas estructuras de realidad política, las antiguas maneras de autodefinirnos, de decir que estamos a favor o en contra de algo comenzaron a evaporarse. ¿Cómo arreglárselas para lograr una identidad en semejante mundo? El nacionalismo se vuelve casi obsoleto antes de lograr sus objetivos; los gobiernos nacionales se ven amenazados por delante y por detrás, desde el pasado y el futuro. Se ven forzados a combatir las identidades étnicas y tribales premodernas al tiempo que deben protegerse de las amenazas a su frágil poder soberano, todo proveniente de intereses económicos y organismos y movimientos internacionales. Cuanto más se aleja la soberanía nacional de ser un principio absoluto, menos seguros nos sentimos de definirnos como ciudadanos de una nación. ¿Qué ocurre con la ideología? Durante la era de la Guerra Fría, las ideologías globales parecieron reemplazar las lealtades nacionales como base de la realidad política. Durante un tiempo, el mundo estuvo dividido en dos sistemas de creencias opuestos y no en diversas naciones. Pero, en realidad, las ideologías nacionales nunca lograron separarse del nacionalismo (el marxismo tuvo problemas en este aspecto, ya que se lo llegó a considerar una simple herramienta de las ambiciones soviéticas), y hoy en día casi nadie, excepto unos pocos comunistas intransigentes y algunos acérrimos anticomunistas, cree que el mundo es bipolar en el aspecto político. La religión aún conserva su poder, que de hecho es enorme, para definir la realidad política, hasta llegar en algunos casos a la guerra santa, pero también es la más vulnerable a ser denunciada como creación de la mente humana. Cada uno de estos conjuntos de categorías, cada una de estas formas en las que las personas construyen su identidad y sus creencias, se torna cada vez más quimérica, capaz de evaporarse en el mismo instante en que el individuo altera su manera de ver el mundo. Se pueden obtener definiciones de la realidad más duraderas basadas en la clase social o la raza, ya que establecen con mayor claridad quiénes somos “nosotros” y quiénes son “ellos”. Pero en el mundo postmoderno, éstas también se vuelven impredecibles. Los desilusionados del mundo pueden convertirse en una fuente de cambio, ya sea porque creen en algún tipo de doctrina marxista sobre el conflicto 259


de clases o sólo porque dejan de creer en las distintas construcciones sociales de la realidad que asignaban a su condición un lugar en el esquema divino. Crece el escepticismo entre las razas oprimidas –a medida que se vuelven más evidentes para el mundo las estrategias de los opresores– sobre las construcciones sociales de la realidad que definen su lugar y tienden a mantenerlas en él. No sólo vemos por todas partes conflictos políticos unidimensionales del tipo que solíamos comprender o creíamos comprender (nación contra nación, clase contra clase, etc., en el marco de reglas claramente definidas), sino también luchas multidimensionales en constante cambio que muchas veces intentan cambiar las reglas de juego, agregando ahora el terrorismo como fenómeno insoslayable. Y, en medio de estas luchas, muchos individuos logran cambiar sus propias reglas cambiando su identidad política. Aún subsisten las viejas polarizaciones, pero si miramos con mayor detenimiento observaremos nuevas: fundamentalismo contra tendencias relativistas o liberalistas en el seno de religiones, culturas e ideologías; localismos contra globalismo; nostalgia del pasado contra expectativas de progreso. Es la formación de un mundo (una civilización global que nace ante nuestros ojos, la primera que haya existido jamás) que al mismo tiempo parece ser víctima de un proceso de entropía o destrucción. A la vez es, y no es víctima de estos procesos; se está convirtiendo en un sistema cuya organización no responde al concepto de creencia tal como lo conocimos. Quizás no tengamos aún una civilización global que podamos reconocer como tal, pero sí contamos con un “teatro global”: por primera vez, todas las personas tienen, en mayor o menor medida, la posibilidad de saber que habitan un mismo mundo y de estar –más o menos– al tanto de lo que está ocurriendo en él. No todos los seres humanos miran el mismo programa de televisión a la vez –Deo gratias– y es de esperar que ello no ocurra nunca. Pero, de todos modos, la cantidad de gente que puede enterarse de un mismo hecho ha crecido enormemente. Según quienes se encargan de registrar este tipo de frivolidades, por ejemplo, la boda del príncipe de Gales con la princesa Diana obtuvo el récord histórico de audiencia para esta clase de eventos. En junio de 1989, cuando se produjeron los sangrientos hechos que siguieron a la demostración a favor de la democracia protagonizada por los estudiantes chinos, la plaza de 260


Tiananmen se había convertido en ese momento en el centro del mundo. Algunos organizaban marchas. La mayoría observaba, leía libros, las noticias que comentaban mientras sentía esa profunda pena que producía ver lo peor de la condición humana. Los líderes políticos lanzaban gritos impotentes acerca de sanciones. La Segunda Guerra Mundial fue diferente a todas las guerras que la precedieron: un conflicto global en el cual la propaganda desempeñó un papel sin precedentes en apoyo del uso de la fuerza. A su fin, nos introdujimos casi de inmediato en otro conflicto global muy distinto de la Segunda Guerra Mundial, a tal punto que hubo que inventar un nombre para esta nueva situación: La Guerra Fría. Las armas pasaron a desempeñar un papel sin precedentes en apoyo de la propaganda. La Segunda Guerra Mundial dio a luz una nueva arma, la bomba atómica, la cual hizo tomar conciencia a las grandes potencias de que había mucho que perder y muy poco que ganar si se declaraba una nueva guerra mundial. En busca de una solución descubrieron el teatro de operaciones global, y crearon nuevas armas como el lavado de cerebro y la desinformación, armas cuyo objetivo eran las contrucciones sociales de la realidad. Si dirigimos nuestra mirada hacia las primeras décadas del siglo veinte, podremos ver que este nuevo juego ya se practicaba mucho antes de la Segunda Guerra Mundial. En 1921, año en que los artistas europeos experimentaban con las viejas ideas acerca de la realidad de maneras diversas, un funcionario del gobierno soviético llamado Aleksander Yakushev se puso en contacto con un exiliado anticomunista durante un viaje fuera de la USSR y delató una conspiración de grandes proporciones a la que él pertenecía. Estaba compuesta por una red de funcionarios de alto rango en varios sectores del gobierno y las fuerzas armadas y estaban listos para asumir el control de la república tan pronto como el Régimen Comunista se derrumbara, lo que, según Yakushev, estaba a punto de ocurrir. El exiliado se puso en contacto a su vez con agentes de inteligencia franceses e ingleses para informarles que la economía y el sistema político soviéticos estaban a punto de zozobrar y que Yasuhev deseaba colaborar. Al mismo tiempo, otros funcionarios soviéticos contactaron otros anticomunistas en Europa, confirmaron la historia de Yakushev de que el régimen estaba al borde del desastre y de que una organización secreta conocida oficial261


mente como la Unión Monárquica de Rusia Central y apodada “el Trust”, estaba tratando de acelerar el proceso. Algunos de los exiliados y agentes de inteligencia tuvieron sus sospechas en un principio, pero estas se disiparon cuando “el Trust” comenzó a actuar: logró sacar familias de disidentes fuera de Rusia, compró armas y provisiones para los grupos contrarrevolucionarios soviéticos, consiguió visas y pasaportes falsos para que los exiliados pudiesen entrar subrepticiamente a Rusia, destruyó estaciones de policía, coordinó fugas de prisiones y obtuvo documentos económicos y militares secretos para los servicios de inteligencia. En pocos años, de acuerdo con Edward Jay Epstein en su fascinante relato de la guerra invisible, once de las principales potencias occidentales “dependían casi por completo del ‘Trust’ para obtener información acerca de Rusia”. El “Trust” había logrado crear la realidad oficial para Occidente, la imagen de una Unión Soviética desfalleciente e internamente dividida. Hacia el final de la década surgieron problemas. Algunos de los líderes exiliados desaparecieron durante sus misiones secretas en Rusia; algunos documentos demostraron ser falsos; y, lo más serio de todo, la Unión Soviética no se desmoronó en el momento previsto. En 1929, un funcionario del “Trust” desertó y reveló que toda la operación había sido manejada por la Central de Inteligencia Soviética. Las centrales de inteligencia occidentales y los exiliados rusos terminaron muy decepcionados. El episodio sembró confusión y desconfianza, en especial cuando se supo que el funcionario que había revelado la operación del “Trust” había vuelto a Moscú a trabajar para la inteligencia soviética. Según Epstein, “ya que el engaño resultaba difícil de sostener para 1929, y para 1989 ya no tenía un fin estratégico, los soviéticos decidieron ponerle fin de la manera más provechosa para ellos”, dejando a los anticomunistas más confundidos de lo que lo habían estado hasta el momento. Así comenzó el gran show del siglo XX. Occidente aceptó el desafío y las operaciones de inteligencia sobrepasaron los límites del simple juego de espionaje y hasta los métodos más sofisticados como el contraespionaje, los dobles agentes y el suministro de documentación falsa. La inteligencia se transformó en la intrincada tarea de crear complejas realidades de grandes proporciones. Para denominar a este tipo de operaciones se utilizó la palabra desinformación. Dijo al respecto un ex agente de la CIA: “Cuando la desinformación se con262


vierte en el arte por excelencia del Estado, como en el caso del ‘Trust’, las naciones utilizan los servicios de inteligencia para pintar, pincelada tras pincelada, realidades que llevarán a sus adversarios a extraer las conclusiones equivocadas”. El arte del Estado: una frase para analizar en profundidad. El hecho de que la creación de realidades para los adversarios se considere una función primordial del Estado constituye un importante avance. Quizás la desinformación sea una consecuencia natural de la evolución de la inteligencia militar. Si se cuenta con sistemas de recolección de información, no resulta extraño que se desarrollen sistemas de suministro de inteligencia y funcionarios que necesiten historias, ¿por qué no habría de existir alguien que se ocupe de proveer las historias que se quieren hacer creer? A medida que la Guerra Fría se expandía hasta convertirse en un conflicto internacional importante y una fuente de preocupación para las grandes potencias, la desinformación se fusionó con la propaganda y surgieron nuevas obras de arte. Los estadounidenses perfeccionaron su habilidad para el juego; infiltraron dobles agentes y montaron sus propias operaciones dentro y fuera del país. Se dice que el entonces jefe del FBI, J. Edgar Hoover, se opuso a la proscripción del Partido Comunista Estadounidense en el momento culminante de la Guerra Fría porque la mayoría de los puestos clave del partido estaban cubiertos por dobles agentes suyos y prefería mantener intacta su estructura para poder identificar a sus miembros y controlar sus actos; no era otra cosa que el “Trust” estadounidense. Los militares, una vez que comprendieron la mecánica del juego, idearon propuestas imaginativas para mejores y más ambiciosos proyectos: al general Edward Landsdale, oficial del planeamiento de la CIA, se le ocurrió, después de la asunción al poder de Fidel Castro en Cuba, tratar de convencer a los ingenuos cubanos católicos de que el Segundo Advenimiento de Cristo se aproximaba pero que pasaría de largo por su isla mientras el gobierno estuviese en manos de un ateo comunista; el general Landsdale agregó que sería buena idea hacer que un submarino disparara bengalas en medio de la noche para hacerles creer que Cristo estaba en camino. Algunos de sus colegas opinaron que el plan iba demasiado lejos y nunca se lo puso en práctica. La inteligencia norteamericana también desarrolló métodos sofisticados para tratar con disidentes exiliados o informantes sobre quienes caía la sospecha de ser doble agen263


tes y con la información que estos proporcionaban. Durante la década del 50, la CIA consideró seriamente la posibilidad de mantener dependencias paralelas con “hipótesis de trabajo” diferentes: una operaría según la realidad de que se trataba de un espía auténtico, la otra lo haría de acuerdo con la realidad de que se trataba de un “desinformador”. Las estrategias de desinformación y propaganda también se fusionaron con las políticas gubernamentales de suministro de información verdadera o falsa a los ciudadanos, quienes, a su vez, comenzaron a analizar la información y dejaron de aceptar las historias transmitidas por sus líderes con la misma ingenuidad patriótica con la que lo habían hecho durante la Segunda Guerra Mundial. Gran parte del trauma nacional de la época de la guerra de Vietnam fue la creciente “brecha de credibilidad” entre el gobierno y el pueblo, mientras la versión oficial aducía que todo iba de maravillas, se escuchaban noticias que afirmaban lo contrario (tales como las denuncias de la matanza de civiles en My Lai a manos de los norteamericanos y la divulgación no autorizada de documentación del Pentágono sobre la mínima cantidad de información veraz que el gobierno había incluido en sus anuncios oficiales). Los gobiernos siempre prefieren la versión de que todo está bien. Uno de los ejemplos más extraños del intento de mantener a flote a cualquier costa esta construcción de la realidad es el que relata David Wise en su libro La política de la mentira (The Politics of Lying). En 1971, un empleado del “Centro de alarma de emergencia nacional” (National Emergency Warning Center) envió por error una señal que de inmediato fue enviada a las estaciones de radio y televisión de todo el país. El mensaje decía que el presidente había declarado el estado de notificación de acción de emergencia y que toda emisión debía ser interrumpida. Se trataba de la notificación correspondiente a un ataque nuclear y se la emitió con el código que indicaba que era una situación real y no un simulacro. Se descubrió el error y se canceló el mensaje, pero la investigación del hecho reveló que una de las cintas que los funcionarios de defensa civil habían preparado para emitir en caso de ataque nuclear decía que el enemigo “había asestado el primer golpe” y agregaba el siguiente mensaje como intento de tranquilizar a la población: “Nuestro Comando aéreo estratégico y nuestras unidades navales han devastado muchas de sus principales ciudades y centros industriales. Nuestras fuerzas de defensa 264


han respondido con gran efectividad y las probabilidades de victoria son muy alentadoras”. Es interesante imaginarse al país devastado, las grandes ciudades en ruinas, destrucción y muerte por doquier y una pequeña estación de radio que aún emite el mensaje de que todo está bien. El conflicto nuclear en sí mismo, ese asombroso acopio de armas y la forma en que se las utilizó, fue la característica más impresionante de la Guerra Fría. Las armas poseen tal poder de destrucción que nadie en su sano juicio las utilizaría, y sin embargo las estrategias de defensa de las grandes potencias se basaron en pretender que los gobiernos estaban dispuestos a utilizarlas, éste era el nudo central de la Guerra Fría. El psicólogo clínico Steven Skull entrevistó a varios funcionarios encargados de la política de defensa y descubrió que, en algún momento del extenso interrogatorio, dejaban de lado el aspecto “armado” del planeamiento militar, la necesidad de las armas para vencer en la guerra, y se centraban en la necesidad de manipular en tiempos de paz las percepciones de posibles adversarios. La “teoría de la percepción” sostenía básicamente que lo más importante no era lo que un arma podía hacer ni lo que intentábamos hacer con ella, sino lo que podíamos hacer creer a los demás que intentábamos hacer con ella. Dicha teoría influencia más que ninguna otra a quienes ocupaban puestos clave. Un prominente analista estratégico explicó: Las armas estratégicas son en primera instancia artefactos políticos. Y cuando dejan de ser artefactos políticos, pierden toda relevancia, toda razón de existir... El significado de su existencia se mide en términos políticos. La única categoría relevante es la percepción. La cuestión es determinar cómo la gente las define, cómo las percibe. La carrera armamentista, el proyecto de construcción militar más grande en la historia de la humanidad, la amenaza que se cierne sobre las economías de los países más poderosos del mundo, que ha sumido al mundo en desechos durante décadas, es un hecho ficticio. Y lo que nos dice, al igual que muchos otros hechos de esta índole, es que hemos perdido el control sobre los mecanismos de creación de la realidad. De hecho, está aún más fuera de control que el aparato de producción de bombas. Incluso después de décadas de intrigas y novelas de intrigas, de espías y contraespías y dobles agentes, tendemos a ser víctimas de nuestras propias fantasías. En relación con lo que él denomina la te265


sis del “más tonto”, que sostiene que la nación que logrará la hegemonía en un período de disuasión nuclear es la que posee mayor capacidad para convencer al mundo de que está lista para destruirlo todo, Kull afirma: “El rasgo clave de la tesis del “más tonto” para mantener el equilibrio no es la idea de que existe una ilusión generalizada acerca de la importancia militar de ese equilibrio. El rasgo clave es la orden de seguir adelante como si la ilusión fuese un hecho real. Por lógica, esto no es necesariamente así. Los encargados de las políticas pueden esforzarse para neutralizar la ilusión. Además, el hecho de seguir adelante con la ilusión no es una respuesta pasiva. Ser consecuente con la ilusión la confirma implícitamente y por consiguiente la fomenta.” La moraleja es que hay que ser cuidadoso con la obra que se escoge para el teatro global (o para el local) pues se puede terminar por creer en ella, y hasta morir por ella en el último acto. En plena decadencia de la Guerra Fría, Irán, una nación desesperada por permanecer fuera de la civilización global, comenzó a atraer insistentemente la atención en el escenario del teatro global. A principios de la década del 80, la opinión pública norteamericana debió atravesar por algo que no fue del todo un cambio de paradigma, pero que resultó ser un cambio sustancial de la realidad social; fue más bien un cambio de villano. Hasta entonces los norteamericanos sabían que su enemigo natural era la Unión Soviética, lo que le confería al líder soviético el estatus de villano. Después de la revolución iraní, el papel del “hombre que amamos odiar” pasó a manos del Ayatollah Khomeini. Y, hasta su muerte, Khomeini retuvo el título de enemigo publico número uno. De acuerdo con los patrones de la política realista de la era moderna, no existía motivo alguno por el cual los EE.UU. e Irán se convirtieran en enemigos acérrimos en el marco de una nueva polarización que por momentos pareció suplantar a la vieja Guerra Fría, o por el cual se convirtiera en una obsesión para los estadounidenses la imagen del Ayatollah. Después de todo, la diferencia de tamaño entre ambas naciones era inmensa e Irán no representaba una amenaza para los intereses de los EE.UU. Y el Ayatollah no era más que un viejo y gruñón fundamentalista religioso. Tampoco se justificó la obsesión del reciente Bush con Irak y Hussein, precedida por un amago de su padre, y otras obsesiones menores como las de Reagan con Kadafi y con Noriega. 266


Pero volvamos al conflicto entre los EE.UU. e Irán que no sólo se desarrolló en el ámbito de la realpolitik, sino en el escenario del teatro global. En 1980, la diminuta Irán le hizo frente al gran país del Norte, violó groseramente las normas diplomáticas al tomar la embajada estadounidense en Teherán, retener como rehenes a sus ocupantes y desafiarlo a hacer algo al respecto. Para mal del presidente Carter, EE.UU. se vio provocado ante los ojos del mundo, y envuelto en una penosa e inviable negociación, ya que hasta un intento de comando militar fracasó ridículamente en el desierto. Así las cosas, EE.UU. e Irán terminaron como enemigos, situación que aludía a una polarización y una lógica postmodernas: EE.UU., la nación más imbuida en una realidad constructivista, con su increíble maraña de creencias y creencias acerca de las creencias, e Irán, el máximo exponente de régimen absolutista totalitario cuyos líderes imponían e imponen todavía a sus súbditos una única construcción social de la realidad. EE.UU. se convirtió a la vez en el “gran Satán” para Irán y, también a su vez, el Ayatollah adquirió una imagen demoníaca en los medios norteamericanos. Durante la década del 80, Irán continuó causándole problemas a los EE.UU. y, en relación a su tamaño, atrajo demasiada atención en el teatro global. Al final de la década Irán volvió a demostrar su capacidad para ocupar las primeras planas de todo el mundo a través del escándalo producido por la publicación de la novela Los versos satánicos (The Satanic Verses) de Salman Rushdie. Comparado con otras obras relacionadas con la religión, Los Versos Satánicos no es lo más blasfemo que se haya escrito jamás. Antes que anti-islámico, el libro es postmoderno: juega con la verdad islámica y con la realidad en general. La parte del libro que suscitó la ira de los islámicos, un pasaje que abarca sólo setenta de las más de quinientas páginas que componen el libro, era una representación de la vida del Profeta Mahoma. La publicidad del asunto comenzó cuando los musulmanes de la ciudad de Bradford, en el norte de Inglaterra (donde una de cada siete personas es descendiente de hindúes o pakistaníes), organizaron una quema pública de ejemplares del libro. Pero la controversia mundial alrededor del libro estalló cuando el Ayatollah Khomeini se enteró del hecho y ofreció una recompensa de un millón de dólares a cualquiera que reivindicara la memoria del Profeta, asesinando a Rushdie. 267


Esto sólo podía ocurrir en el teatro global. Dentro de una civilización con sus normas y leyes, tales expresiones se resolverían de acuerdo con procedimientos formales determinados: el autor sería amparado por el derecho de libre expresión, o se lo castigaría de acuerdo con las leyes que ponen límites a ese derecho. Y en una etapa anterior del desarrollo global (cuando no había contacto entre el país donde se publicó el libro y los países donde habitaban aquellos insultados por la obra), un libro de esta índole no se hubiese transformado en una cuestión internacional. Pero el mundo postmoderno presenta migración y desarraigo (una enorme cantidad de musulmanes en Inglaterra), comunicaciones instantáneas, y medios de comunicación globales que consideraron la cuestión importante. El caso Rushdie demostró lo peligroso que es el estado actual del desarrollo global, un estado de comunicación sin comunidad. También descubrió un nuevo problema para los gobiernos nacionales, como el de Gran Bretaña, a medida que se introducen en el universo incierto de la postmodernidad. Los movimientos masivos de población están transformando a ciertos países. Algunas de las naciones, en especial los EE.UU., conservan la tradición de adoptar y asimilar gente de distinto origen racial, cultural y religioso. Por el contrario, otras naciones, como las europeas, están menos acostumbradas a esa función, no cuentan con una actitud reverencial hacia la integración y poseen diferentes formas de tratar a las nuevas poblaciones. Por ejemplo, en Francia, la nación europea con mayor cantidad de inmigrantes, el sistema de educación estatal enseña los valores y creencias de la civilización francesa, y no se preocupa por conservar el idioma o el legado cultural de las poblaciones inmigrantes. Inglaterra, como muchos otros países, ha tratado de volverse “multicultural”. Este tipo de integración cultural es posible si todas las partes adoptan un marco de referencia postmoderno común para sus tradiciones, y en especial para sus creencias religiosas. Esto implica que ningún grupo específico, ninguna minoría, presenta una tendencia a imponer fidelidad a su legado cultural. A propósito del caso Rushdie, el columnista William Pfaff expresó: “Sin una comunión de valores y patrones culturales, no puede haber comunidad. ¿Usted cree que Salman Rushdie, o cualquier otra persona, tiene el derecho de decir o publicar lo que le venga en ganas? ¿Piensa usted que la libertad en 268


este aspecto es esencial para la comunidad política en la que desea vivir? ¿O cree usted que lo que entiende por verdad divina debería imponerse a las ideas erróneas, o que quienes la ofenden deben morir?” Se puede creer en una o en la otra, pero no en ambas. Una comunidad política coherente no puede existir sin un consenso acerca de una de ellas. Ese es el problema que Rushdie y su libro fuerzan al lector a plantearse. En realidad existen varios problemas. El problema de los fundamentalistas musulmanes en Inglaterra es cómo imponer la aceptación de un sistema de creencias cuando se vive en una nación postmoderna pluralista. El problema de Salman Rushdie y otros escritores (en especial los artistas de origen extranjero, que extraen su material de una cultura y producen para otra) es cómo sentirse verdaderamente libres para expresar y publicar lo que les venga en ganas y cómo hacer respetar los “derechos” legales para protegerse de la venganza de aquellos que creen que han violado una ley sagrada. Y el problema de aquellos que anhelan una verdadera civilización global es imaginar cómo pueden llegar a coexistir en ella las concepciones postmoderna y fundamentalista. Fundamentalismo y postodernismo constituyen una nueva polarización, pero no (al menos todavía) del tipo arrasador como la polarización capitalismo/comunismo durante la Guerra Fría. Representan un nuevo tipo de fragmentación, una nueva fuente de conflicto. Contamos con muchas de estas fuentes: desde lealtades locales hasta compromisos a escala mundial. Aunque resulte imposible describir el mundo postmoderno a través de una sola historia, eso no impide que alguien lo intente. La mente humana es una admirable productora y consumidora de historias; con sólo la imagen de un mundo y una especie de proceso de evolución pronto producirá relatos de lo que está ocurriendo y de lo que va a ocurrir. Las historias globales son al mismo tiempo intentos de explicar el mundo (para crear una nueva realidad global) e intentos de impulsar las aspiraciones, los deseos, los compromisos políticos y las necesidades del yo de diferentes grupos. Hay varias historias que luchan por obtener atención y credibilidad en el mundo postmoderno: 1) El mito occidental del progreso, con su entusiasmo por el avance tecnológico y el desarrollo económico y la avasallante imagen de un mundo en el que las condiciones de 269


vida mejoran día a día para todos; 2) la historia marxista de la revolución y el socialismo internacional; 3) la historia fundamentalista cristiana, que propugna la vuelta a una sociedad regida por los valores cristianos y la Biblia; 4) la historia fundamentalista islámica, que propone la vuelta a una sociedad regida por los valores islámicos y el Corán; 5) la historia ecologista, que predica el rechazo al mito del progreso y el ejercicio del gobierno según los principios ecologistas; 6) y el “nuevo paradigma”, que señala una repentina evolución hacia una nueva forma de ser y comprender el mundo. Es obvio que no constituyen categorías bien delimitadas, ya que la naturaleza de la mente humana favorece un enorme espectro de variaciones y superposiciones, como por ejemplo fundamentalistas cristianos que promueven el progreso económico o marxistas islámicos fundamentalistas. Pero existen diferencias genuinas, y en algunos casos muy profundas, entre estas historias; diferencias conflictivas, pues cada una de ellas cuenta con sus propios fieles, muchos de los cuales sostienen que su fe debe prevalecer sobre las demás y convertirse en “el sistema de creencias de la sociedad global”. Aunque ninguna de las dos últimas (las más modernas) cuenta con tantos fieles como las otras cuatro, merecen ser tenidas en cuenta. En algunos países, los ecologistas constituyen movimientos políticos serios, y, en aquellos países en los que presentan escasa organización política, su historia adquiere el estatus de ideología en desarrollo. El punto de vista del “nuevo paradigma” resulta muy seductor para muchas personas, y suele surgir dondequiera que la gente se reúne para hablar del globalismo y la paz. También está comenzando a adquirir el estatus de ideología. Ambas se superponen en varios puntos y en la mente de muchas personas, existen entre ellas diferencias significativas: si se aplica la idea del “nuevo paradigma” al ámbito de los asuntos humanos, predice un repentino e importante paso hacia adelante en la evolución, mientras que la ideología ecologista es en extremo reaccionaria, y comparte con el fundamentalismo religioso el entusiasmo por encontrar una forma de revertir la historia. El “nuevo paradigma” se nutre en gran medida de la ciencia del siglo XX, al igual que el capitalismo y el marxismo lo hicieron con respecto de la ciencia del siglo XIX (utilizando la misma lógica cuestionable). Cualquier libro de la Nueva Era que se refiera al tema de la política global incluye 270


predicciones de una inminente época de Oro combinadas con citas de Thomas Kuhn e Ilya Prigogine. El mensaje es la profecía milenaria, anterior a la historia pero expresada de tal forma que establece la llegada de un período de felicidad y prosperidad como si fuese un hecho científico. Fritjof Capra, promotor del “nuevo paradigma”, sostiene que “aunque la dinámica del cambio sea diferente para la ciencia y para la sociedad... un cambio de paradigmas se está produciendo en ambas áreas”. El postulado esencial del “nuevo paradigma” reemplazará a la vieja cultura occidental: el feminismo desplazará al patriarcado, la protección de la naturaleza sustituirá el abuso del que es objeto, etc. Es importante recordar que no es simplemente una postura en favor de estos valores; sólo predice, con tanta convicción como el marxismo predijo la revolución mundial, que estos prevalecerán en muy poco tiempo. La aseveración de que “los cambios de paradigmas se producen a través de cambios abruptos y revolucionarios esporádicos” forma parte de esta ideología (y constituye parte de su atractivo). Esto significa que aquellos que predicen el surgimiento del nuevo paradigma interpretan toda tendencia hacia el mismo como evidencia de que tienen razón (se puede ver cómo se acerca) pero también toman como evidencia a su favor todo aquello que los contradice (no se puede comprobar hasta que se haya producido). Los experimentos de Prigogine representan otra metáfora de este tipo de cambio repentino (lamentablemente quienes la utilizan olvidan que se trata de una metáfora y no de una ley de historia). Prigogine investigó las reacciones químicas en las que se producía una reorganización abrupta y espontánea. Al calentar ciertos aceites, por ejemplo, comenzaban a formarse en su superficie complejos patrones hexagonales (el sistema se reorganizaba para formar un nuevo todo). Muchos autores de la Nueva Era han cedido ante la tentación de aplicar el modelo de la transformación espontánea del sistema al ámbito humano. Marilyn Ferguson señala en “La conspiración de Acuario” (The Aquarian Conspiracy) que “esta teoría tiene aplicación inmediata a la vida cotidiana, a la gente. Ofrece un modelo científico de transformación en todos los niveles: molecular, biológico, personal, cultural”. Existe una brecha muy grande entre la descripción de una reacción química y la predicción de un cambio cultural global, al igual que entre la descripción de la forma en 271


que se produce un cambio de paradigma en una comunidad científica (si en verdad ocurre de esa forma) y la aplicación de un modelo de cambio a una civilización no del todo constituida y formada por muchas comunidades, muchas realidades y muchos individuos con complejas “sociedades mentales” propias. En cada caso, el concepto es un punto intermedio entre una teoría científica y una metáora, una nueva mentira. La historia global ecologista es más difícil de resumir debido a que existen numerosos movimientos ecologistas muy diferentes entre sí y, por ende, muchos conflictos ideológicos (marxistas y anarquistas versus espiritualistas de la Nueva Era, machistas versus feministas, etc.). Los diversos grupos están en desacuerdo acerca del rumbo que deben tomar y de cómo llegar a destino. Pero sí se puede describir esta historia a grandes rasgos. Básicamente es la antítesis de la historia del “progreso”, un intento de revertir los efectos de la Revolución Industrial. Para los ecologistas, la Revolución Industrial no representa una fuente de libertad y bienes, sino de polución y explotación, y propugnan el repudio a la idea moderna del progreso y la vuelta a una vida basada en una tecnología menos sofisticada y una estructura social más simple. Los ecologistas afirman que no son ni de derecha ni de izquierda, sino que son un movimiento de avanzada, pero en más de un sentido están atrasados, pues representan el modelo de un movimiento político obsoleto de la era moderna cargado de ideología, doctrinas simplistas, e ideas cuasi totalitarias sobre la forma en que los demás deben actuar y pensar. El modelo del “nuevo paradigma” es un intento de explicar ciertos hechos históricos. Como ideología política, citado con tanta fidelidad como la Biblia, se transforma en una rígida predicción de la inevitabilidad histórica (tan rígida como el marxismo, y mucho menos desarrollado en el aspecto intelectual). Y aunque el modelo del paradigma es básicamente constructivista según la descripción de Kuhn, también es lineal: sostiene que existe un paradigma determinado que, después de un proceso revolucionario, es reemplazado por otro paradigma. El paradigma ha muerto. ¡Larga vida al paradigma! Esta forma de ver las cosas no nos dice qué hacer en un mundo con muchos paradigmas y muchos paradigmas acerca de paradigmas y un sinnúmero de historias que aducen poseer la llave hacia el futuro. La bibliografía de la Nueva Era cita sin cesar a Kuhn, pero casi 272


nunca cita a Feyerabend. En muchos sentidos, las dos historias surgidas en los comienzos de la era postmoderna, la ecologista y el “nuevo paradigma”, resultan ser más rígidamente “modernas” que las historias capitalistas y comunistas. Estas últimas, a pesar de estar más relacionadas con el gobierno, son más flexibles y versátiles, con mayor capacidad de adaptación a los cambios y a la nueva información. La información le complica la vida a cualquier persona que quiera mantenerse aferrada a una historia en estado de pureza. La información actúa sobre las historias como la lluvia sobre los castillos de arena. Les resta credibilidad, las deconstruye, refuta sus profecías y hace más ardua su existencia. El mito occidental del progreso debió soportar los embates de las noticias acerca de los efectos sociales y psicológicos perjudiciales de la industrialización, el deterioro del medio ambiente producido por la explotación de recursos, las impresionantes deudas de los países “en desarrollo”. También el modelo comunista debió enfrentar las críticas: la historia del siglo XX no se ajustó a ninguno de sus libretos (las bolas de cristal de Marx, Engels, Trotsky y Lenin aparecen cubiertas de nubes). Los marxistas están cansados de escuchar hablar de las matanzas de Stalin o de cómo funcionan las economías marxistas. Los fundamentalistas religiosos están hartos de los científicos e investigadores que siempre intentan comparar las Sagradas Escrituras con cuentos de hadas. Los ecologistas se muestran hostiles hacia todo indicio de progreso científico que pueda poner en peligro su convicción de que la ciencia y la tecnología sólo sirven para causar problemas. Los partidarios del “nuevo paradigma” dejan de lado la afirmación de Thomas Kuhn de que su teoría no se puede aplicar al cambio social y también las opiniones de los estudiosos que sostienen que esta teoría ni siquiera puede dar cuenta de los cambios que se producen en la ciencia. Al enfrentarse con la información, el creyente escoge el constructivismo o el fundamentalismo: el primero no toma las historias en serio, las altera o las deja de lado por completo cuando le resulta conveniente; el último enfrenta la información desestabilizadora a través de la negación psicológica y/o la represión política. Pareciera, pues, imposible que cualquiera de los principales partidos políticos o sistemas de creencias religiosas del mundo contemporáneo o cualquier otro candidato a ese puesto, salga ileso de este siglo y se convierta en “la historia global, la estructura de la realidad que logrará la unión de las 273


diversas culturas, sociedades, movimientos y concepciones del mundo para formar una única cultura global. Pareciera imposible que una de las seis historias descriptas, o cualquiera de las historias emparentadas con ellas, logre imponerse con o sin información de por medio. Cada una de estas historias tiene algo que ofrecer, pero la situación actual no se puede describir como un diálogo global. A pesar de las superposiciones y los ocasionales puntos en común, no convergen hacia una única historia. Las doctrinas que cada una de ellas sustenta son incompatibles entre sí. Por ejemplo, los elementos feministas presentes en el “nuevo paradigma” y en la historia ecologista chocan con el lugar asignado a la mujer por los fundamentalistas religiosos. Y ninguno de estos sistemas de creencias organizados contempla en su dogma una doctrina de reconciliación: la retórica cristiana fundamentalista contemporánea casi no hace referencia a una convivencia pacífica con los marxistas, ni los ecologistas mencionan la posibilidad de mezclar sus temarios con los de las empresas multinacionales. Muchas de las historias que predominan en la actualidad representan básicamente un conflicto entre el bien y el mal. Un cristiano fundamentalista que espera el juicio final no demuestra interés por el “nuevo paradigma”. Un marxista doctrinario que espera la revolución mundial anticipada por Marx y Engels no desea sentarse a trabajar con un grupo de resolución de conflictos. El diálogo que no contemple la victoria de una de estas estructuras de la realidad sobre las demás es incompatible con ellas. Las ideologías que compiten por la supremacía formarán parte de la civilización global, pero, al menos en sus aspectos fundamentales, fomentarán la desunión antes que la unión. Tenemos que tratar de ver más allá de ellas para encontrar indicios de lo que puede llegar a unir a una civilización postmoderna en pleno proceso de maduración.

“VIGNES DE IRA” Juan Alberto Vignes fue canciller a los 71 años a la caída de Héctor Cámpora. Reemplazó a Juan Carlos Puig. Estuvo al frente del Palacio San Martín hasta el 11 de agosto de 1975, es decir 669 días. En el momento de asumir, estaba al frente de la asociación de diplomáticos jubilados; por tal razón, conocía 274


bien el servicio exterior. Cuando entró en el Palacio de los Anchorena, produjo una importante limpieza de funcionarios, de distinta índole. Entre otros, quedaron afuera José María Alvarez de Toledo, Ernesto Garzón Valdés, Vicente Berazategui, Albino Gómez, Federico Erhart del Campo, Juan Archibaldo Lanús, Guillermo McGough, Héctor Flores y muchos más. Detallista puntillos al extremo era Vignes. Como mucho antes lo había sido uno de sus jefes, Jerónimo Remorino. De él también heredó la intolerancia. Durante su gestión mantuvo una tradición: funcionario al que no saludaba era porque estaba a punto de ser echado. En uno de sus primeros viajes a Estados Unidos, primero se dirige a Washington y a la vuelta pasa por Nueva York para visitar las Naciones Unidas y embarcar a Buenos Aires. El trayecto entre la capital norteamericana y la Gran Manzana lo hace en tren. Antes da la orden de que lo esperen todos los funcionarios en la Central Station. En el andén, encabezados por Carlos Ortiz de Rozas, se alinean todos los funcionarios. El canciller va saludando de uno en uno, pero a algunos los saltea. Ellos fueron Miguel Ocampo, Carlos Castilla y Olivieri López. Al final tuvo una ingrata sorpresa: se había puesto en la fila un borracho que no fue saludado. A Albino Gómez, como a otros, no se atrevió a liquidarlo de “frentón” (término que utilizaba a menudo un ingenioso habitante del Palacio San Martín). Lo culpaba de haber favorecido a chilenos que buscaban refugio en la embajada tras el golpe “pinochetista” de 1973. A fines de octubre de ese año, en 24 horas, lo trasladó de Chile a Managua, Nicaragua, con toda la familia, antes de la Navidad, aunque Vignes sabía que el 1 de enero de 1974 lo decapitaba, como lo hizo. Managua era una ciudad inexistente, porque había sido devastada por el terremoto de 1972. En País-País, de Bernardo Neustadt, Albino declaró que “no era una ciudad borgeana, de ruinas futuras sino presentes”. Gómez le rompió en la cara al director de Personal, Víctor Bianculi, el billete de PanAm para ir a Managua en el plazo de cinco días. Y también convirtió en retazos la resolución de traslado que el diplomático debía firmar, en el que se decía: “Visto el arrepentimiento formulado por el funcionario... deberá viajar en el plazo de cinco días...”. Gómez sólo atinó a preguntar: “¿De qué arrepentimiento me hablás, estás loco?”. El funcionario miró espantado, porque tenía que informar a Vignes. El gesto enardeció al canciller, y Bianculli y el “mediador”, embajador Guiller275


mo De la Plaza, fueron severamente retados. El ministro José Ber Gelbard lo nombró asesor. También le dio una mano a Tettamanti, designándolo secretario de Comercio, con la indignación total de Vignes. A casi todos los que perjudicó los envió a destinos de regular a malos; luego los liquidó igual no teniendo en cuenta los gastos en que se incurría (traslados, pago de pasajes para las familias, y todo lo que incluye, por ejemplo, un sobresueldo). La gente aceptaba pensando que eso los podía alejar de la guillotina, pero nadie se salvó. Dos ejemplos: Alfredo Alcón Palús fue a Haití, y a Félix Córdova Moyano lo mandó al infierno (lo salvó de ser prescindible un amigo de Balbín, pero lo echaron en marzo de 1976 por el consejo de Juan Carlos Arlía, de quien había sido compañero en Ginebra). A Eduardo Airaldi le buscó un destino que lo molestara. Alguien le sugirió Bolivia. Vignes observó: “Sí, pero al consulado, en la embajada con el tiempo va a levantar la cabeza”. Airaldi siempre recordó que fue un gran momento de su carrera (luego pasó a la embajada y retornó a Buenos Aires cuando asumió Raúl Quijano). Otros fueron echados, pero no por razones políticas. Dos por un escándalo de “menaje a tríos” en Londres. Otros por participar en una megabacanal en París (a la que asistieron funcionarios de varios destinos, incluido Medio Oriente). La expulsión de Gómez fue la perdición para Vignes: después de un tiempo en La Opinión, pasó a Clarín, donde también estaba Erhart y desde allí, con las caricaturas de Hermenegildo Sábat, lo volvían loco, con toda clase de denuncias que motorizaba el diputado Jesús Porto: contrabando de alfombras, marfiles y venta de pasaportes argentinos a judíos en la Europa nazi. Todo probado en viejos sumarios que no impidieron su designación en la Cancillería, porque fueron prolijamente robados. En medio de todo eso, Vignes lo llamó a Héctor Magneto para pedir que los echaran a Gómez y a Erhart. Albino Gómez, un ciudadano de Buenos Aires y amante del cine, le dedicó una “albinísima”: recordando a John Ford, lo hacía llamar “Vignes de ira”. JUAN B. “TATA” YOFRE (publicado en Ámbito Financiero en la página 16 el martes 21 de marzo de 2006, dentro del suplemento sobre los treinta años del golpe militar. Luego, este texto integró un capítulo del libro del mismo autor, Nadie fue, editado por Sudamericana) 276


VIVIERON Ésta es una lista incompleta, hecha con tristeza al revisar muy ligeramente una última agenda telefónica, que me permitió nuevamente tomar conciencia de los muchos teléfonos que han quedado mudos, o al menos para las voces de amigos queridos que ya no volveré a escuchar. Pero no quiero decir de ellos que murieron sino que vivieron, y durante esas vidas me acompañaron y compartieron muchos hechos y vivencias de la mía, y por supuesto también alegrías, tristezas, esperanzas, incertidumbres, pesares, dolores, pero todo con un enorme afecto y solidaridad, en ese camino de doble vía que es la amistad, sentimiento tanto o más noble y virtuoso que el amor. Ni siquiera están todos en esta lista porque perdí entre tantos viajes y mudanzas viejas agendas. Pero todos, aún los que no aparezcan en esta lista, están en mi recuerdo y me duele intentar hacer más memoria para saber que son todavía más los que partieron. Si incluyo esta lista aquí, es porque este libro como todos mis anteriores, fue escrito en primer lugar para mis amigos, y sigue siendo así, estén aquí para leerlo o ya no lo puedan hacer: Miguel Angel Almada, Mario Amadeo, Horacio Amallo, Ramón Andrés, Juan Carlos E. Baibiene, Ramón A. Bogado, Nene Bonardo, Cacho Brugo, Carlos Colautti, Ernesto De la Guardia, Miguel Ángel Del Giudice, Carlos Fernández (de la Mansión de Flores), Teresa Flouret, Rogelio Frigerio, Arturo Frondizi, Martha Gaffuri, Ángel Genta, Guillermo González Arcila, José Luis de Imaz, Jorge Koremblit, Martha Leyrós, Eduardo Mallea, Jorge Mauhourat, Héctor Méndez Puig, Emilio Fermín Mignone, Hugo Moser, Carlos Manuel Muñiz, Victoria Ocampo, Astor Piazolla, Horacio Pietranera, Ismael Bruno Quijano, Humberto Podetti, Raúl Quijano, Carlos Racana, Rodolfo Recondo, Horacio Rodríguez Larreta, Carlos Rotger, Jorge Sábato (Jorjón), Ramón Alberto Salem, Antonio Santamarina y Lucy, Mingo Spada, Marcial Tamayo, Ramiro Tamayo, Pique Tedín Uriburu e Isabel, César Tiempo, Cheto Vera Villalobos, Fifi Walger.

277



CALIGRAMA

Ret贸ricas irreverentes, artefactos para desarmar, arquitecturas po茅ticas resistentes al desgaste. Desear lo nuevo. 驴C贸mo nombrar lo ya dicho?

279



El fin de la noche, constelación de narrativa y poesía hispanoamericana. Con publicaciones de cuidado artesanal y soporte imperecedero, el sello integra la tecnología de edición más avanzada –impresión bajo demanda, libre acceso de lectura online y distribución digital internacional que permite que los libros estén siempre disponibles– a la delicada paciencia para el armado de cada título. Que los libros luminosos jamás se agoten.

Puede conseguir nuestros títulos desde cualquier ciudad del país y del mundo. En nuestra página www.elfindelanoche.com.ar encontrará la red de librerías virtuales nacionales e internacionales asociadas. Por cualquier consulta, por favor contáctese a info@elfindelanoche.com.ar

281





Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.