6 minute read

NATACHA VOLIAKOVSKY Cuerpo mutante: féminas en acción

Por Camila Stehling

La acción performática como una forma posible de reflexionar sobre la mutabilidad del cuerpo y la violencia de género.

Advertisement

Pensar hoy en día en las corporalidades, nos lleva a retomar los discursos sobre género surgidos a lo largo de estos últimos años, gracias a los movimientos feministas y a la teoría queer. En principal aquellos que cuestionaron al esencialismo, combatiendo al supuesto carácter natural de los cuerpos. Así, como un frente de resistencia a los mecanismos de la normatividad, Judith Butler planteó su modelo performativo-teatral, Donna Haraway articuló su concepto sobre los tecno-cuerpos y Paul B. Preciado describió su teoría sobre lo que llamaría biodrag.

De una u otra manera, estxs teóricxs hablaron sobre los cuerpos y los géneros como una construcción socio-histórica, evidenciando cómo el sistema heterocispatriarcal los regula y clasifica. Pero sin dejar de mencionar el potencial de mutabilidad que tienen las identidades, demostrando que sí eran susceptibles al devenir.

Esta historia que atraviesa a las nuevas generaciones reacias a ser acalladas, a los cuerpos militantes y a lxs activistas, se instaló no solo en las calles que han cobrado vida en cada marcha encabezada por el 8M, Ni una menos y el Orgullo gay, sino también en otros campos y movimientos específicos que se han constituido problematizando su contexto, como sería el caso del arte. En este sentido, surge el nombre de una de las performers contemporáneas nacionales, que ha hecho alusión a estas causas. La artista en cuestión es Natacha Voliakovsky, quien hizo uso de la meta-discursividad del cuerpo en gran parte de sus performances.

Esta performer, que se expuso a operaciones quirúrgicas y entornos hostiles, al principio arremetió contra la tendencia a la naturalización de los cánones establecidos en la sociedad. Lo cual se observó en su estadía en la Residencia Antártica Sur Polar 2014, curada por Andrea Juan, en donde concurrió junto a Magdalena Petroni como la asociación de artistas Petroni-Voliakovsky. Este dúo formado en el 2013 propuso el proyecto Éter, bajo la premisa de realizar un cruce entre performance, instalación y video, que explorara la vivencia de habitar lo inhabitable, en términos de aislamiento y condiciones climáticas extremas. “Este acercamiento particular con el site-specific, me llevó a reflexionar sobre la cultura en relación a la socialización, la constitución moral y al esquema social sobre nuestra corporalidad”, manifestó Natacha.

Con el paso de los años reafirmó su interés por los cuestionamientos que giran en torno al territorio y al cuerpo, poniendo en tensión los límites de los mismos. Sin ir más lejos, en el 2018 el espacio C32 Performing Art Work Space albergó la sesión abierta del Programa Intensivo de Performance, dictado por VestAndPage, Marianna Andrigo y Aldo Aliprandi, que formó parte del Venice International Performance Art Week Workshop. En esta construcción del quattrocento, en donde abundaba el cemento como parte de su estética arquitectónica, la performer argentina presentó durante dos días consecutivos la acción Ni una menos.

Natacha, quien vestía un remerón negro que le llegaba hasta las rodillas, se acercó a una piedra triangular y la arrastró apretando sus dedos enrojecidos por el esfuerzo. A medida que sus pies descalzos se oscurecían a causa de la suciedad del piso, su rostro se transformaba. La boca y el ceño fruncido reflejaban un dolor punzan

te, pero no por la propiedad física de la performance, sino por el concepto de la misma: una reacción inmediata ante la violencia de género vivida a diario por las féminas, al igual que la urgencia de forjar una defensa contra dicha agresión. Por eso, era evidente que aquel dolor presente era parte del proceso. El cual la llevaría a experimentar emociones primarias necesarias para la supervivencia, un estado en el que se encuentra toda mujer e identidad disidente en nuestra sociedad.

Así dio lugar al miedo y a la ira, alarmando su cuerpo como si estuviera en el campo de batalla. Sin previo aviso, dejó la piedra desplazada de su lugar de origen para luego sacarse la ropa, tomar un ladrillo del piso y subirse a unos peldaños de madera incorporados en la columna de una pared. Miró a su alrededor, sosteniendo esta pieza de arcilla cocida, y dijo a lo alto: “Ni una menos, ni una menos. Se va a caer, abajo el patriarcado, se va a caer”.

Al cabo de unos minutos los gritos se agudizaron, mientras que su cuerpo transpirado se tensaba y liberaba un olor desconocido hasta ese entonces para ella. “Después de cantar, como quien encabeza las marchas y con mi cuerpo dispuesto como el de un animal, empecé a gritar todo lo que se me venía a la mente. Señalaba y miraba a lxs espectadorxs amenazándolxs con el ladrillo, generando una tensión contante”, comentó la performer.

Durante dos horas se encargó de interpelar al público. Sus palabras, junto al canto conocido en las movilizaciones feministas, retumbaron a lo largo y ancho del establecimiento. Finalmente la acción terminó cuando un grupo de mujeres artistas, participantes del programa, intervino acercándose a ella para bajarla con sutileza de aquel escalón flotante. Vale aclarar que antes de llevar a cabo la acción y encontrarse en este estado particular, Natacha realizó un trabajo de investigación. Aquí halló la explicación de los cambios que experimentaría su cuerpo durante el proceso, información que incluyó en su método de entrenamiento y utiliza hasta el día de hoy: “A través de la valoración de sus análisis clínicos, mediciones en sangre y la experiencia concreta, pudimos encontrar un correlato que explicara cómo se modificaba su organismo con los repetidos entrenamientos de intervalos de alta intensidad (HIT). En estos cambios, identificamos cómo iban aumentando los valores de testosterona y otras hormonas en sangre, que llegaban casi a los valores máximos de los parámetros establecidos para la mujer”, describió una de las fuentes médicas consultadas por la artista.

Con esta performance, como también en sus acciones más recientes, Natacha expuso cómo los cuerpos son performados por las prácticas, al igual que la propia vida. De hecho, en la actualidad trabaja con el concepto titulado Bio-hardcore, en donde combina la metadiscursividad del cuerpo, la utilización del mismo como elemento vivo, las acciones de alto impacto y los cambios físicos que experimenta a causa de su

método de entrenamiento.

De esta manera, asume su condición de producto histórico y social, pero no desde una postura pasiva, más bien todo lo contrario. Ella intenta emanciparse del sistema patriarcal que la produjo, combatiendo con su vasta corporalidad la dominación masculina y las consecuencias que ésta conlleva. Estas marcas sociales, que forman parte de la historia de las mujeres, no la convierten en una propiedad, sino que la acompañan y la construyen como un ensamblaje, una (no)naturaleza intervenida.

Foto 1, 3 y 4: “Ni una menos” Natacha Voliakovsky 2018. PH Lorenza Cini Foto 2, 5 y 6: “Petroni-Voliakovsky” Magdalena Petroni & Natacha Voliakovsky. Antartida Argentina, 2014

This article is from: