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Leonardo Padura, el hombre que amaba a los perros

Leonardo de la Caridad Padura Fuentes. Narrador, ensayista y periodista de reconocida trayectoria en esas manifestaciones. Se encuentra entre los autores cubanos de mayor trascendencia dentro del movimiento literario y editorial de su país y otras latitudes. Posee gran prestigio internacional y su obra ha sido traducida a varios idiomas.

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Nacido en el barrio de Mantilla, hizo sus estudios preuniversitarios en el de La Víbora, de donde es su esposa Lucía; naturalmente, estas zonas de La Habana, muy ligadas espiritualmente a Padura, se verán reflejadas más tarde en sus novelas. Padura estudió Literatura Latinoamericana la Universidad de la Habana y comenzó su carrera como periodista en 1980 en la revista literaria El Caimán Barbudo; también escribía para el periódico Juventud Rebelde. Más tarde se dio a conocer como ensayista y escritor de guiones audiovisuales y novelista.

Su primera novela —Fiebre de caballos—, básicamente una historia de amor, la escribió entre 1983 y 1984. Pasó los 6 años siguientes escribiendo largos reportajes sobre hechos culturales e históricos, que, como él mismo relata, le permitían tratar esos temas literariamente. 2 En aquel tiempo empezó a escribir su primera novela con el detective Mario Conde y, mientras lo hacía, se dio cuenta "que esos años que había trabajado como periodista, habían sido fundamentales" en su "desarrollo como escritor". "Primero, porque me habían dado una experiencia y una vivencia que no tenía, y segundo, porque estilísticamente yo había cambiado absolutamente con respecto a mi primera novela", explica Padura en una entrevista a Havana-Cultura. 3 Las policiacas de Padura tienen también elementos de crítica a la sociedad cubana. Al respecto, el escritor ha dicho: "Aprendí de Hammett, Chandler, Vázquez Montalbán y Sciascia que es posible una novela policial que tenga una relación real con el ambiente del país, que denuncie o toque realidades concretas y no sólo imaginarias". 4 Su personaje Conde —desordenado, frecuentemente borracho, descontento y desencantado, "que arrastra una melancolía", según el mismo Padura— es un policía que hubiera querido ser escritor y que siente solidaridad por los escritores, locos y borrachos. Las novelas con este teniente han tenido gran éxito internacional, han sido traducidas a varios idiomas y han obtenido prestigiosos premios. Conde, señala el escritor en la citada entrevista, refleja las "vicisitudes materiales y espirituales" que ha tenido que vivir su generación. "No es que sea mi alter ego, pero sí ha sido la manera que yo he tenido de interpretar y reflejar la realidad cubana", confiesa. Conde, en realidad, "no podía ni quería ser policía" 4 y en Paisaje de otoño (1998) deja la institución —como el mismo Padura dejó tres años antes su puesto de jefe de redacción de la Gaceta de Cuba, la revista de la Unión de Escritores, para consagrarse a la escritura— 5 y cuando reaparece en Adiós Hemingway (2001) está ya dedicado a la compraventa de libros viejos. Tiene también novelas en las que no figura Conde, como El hombre que amaba a los perros (2009), donde las críticas a la sociedad cubana alcanza sus cotas más altas. Padura ha escrito también guiones cinematográficos, tanto para documentales como para películas de argumento. Vive en el barrio de Mantilla, el mismo en el que nació. Al preguntarle por qué no puede dejar La Habana, el ambiente de su historia, ha dicho: “Soy una persona conversadora. La Habana es un lugar donde se puede siempre tener una conversación con un extranjero en una parada de guaguas”. Fuente: Wikipedia

Leonardo Padura: “Este premio es un triunfo de la literatura cubana” Mauricio Vicent 10 JUN 2015 -

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Leonardo Padura, el hombre que amaba a los perros

Suele bromear Leonardo Padura con que es un escritor muy trabajador pero de imaginación corta. Lo único que hace, asegura, es observar la realidad cubana, mirar lo que pasa en sus calles y le sucede a sus gentes y luego ponerlo todo en hojas de papel que más tarde suelen convertirse en novelas. No es mala definición para bucear en la obra de este novelista habanero nacido en 1955 y creador de la famosa saga policiaca de Mario Conde, un descreído y alcoholizado comisario revolucionario cubano con el que Padura ha diseccionado la Cuba más negra y menos oficial –también la oficial– durante los últimos 25 años. Padura es hoy el novelista más importante e reconocido de su generación, y por ello obtuvo el miércoles el Premio Princesa de Asturias de las Letras, un honor que más que un éxito personal él considera “un triunfo para la literatura cubana”. “Soy un escritor cubano, pertenezco a una generación que ha vivido y sufrido muchas cosas, buenas y malas, y siento un gran sentido de pertenencia hacia mi ambiente y mi gente en Cuba, así que este premio lo considero un reconocimiento a todo ello”, dijo desde La Habana al conocer la noticia. Es la primera vez que un escritor cubano gana este premio, por lo que para él tiene un valor muy especial. “El único antecedente es Javier Sotomayor, plusmarquista mundial de salto de altura, que en 1993 obtuvo el Príncipe de Asturias del Deporte. Por eso hoy me siento como si hubiera saltado 2,45”. “En un momento como este, ante un premio como este, Mario Conde diría: ‘Vamos a gozarla, mi hermano, porque hemos sufrido bastante y nos lo merecemos”, dice un Padura radiante al otro lado del teléfono, tras asegurar que si tuviera “el hígado de Mario Conde” ya hubiera caído “la primera botella de ron” (eran las 7 de la madrugada en la Habana). Padura es heredero de una larga tradición literaria y ha recogido el testigo de grandes de la literatura cubana como Guillermo Cabrera Infante y Alejo Carpentier, al que considera el maestro de la novela histórica, de cuya metodología es deudor. Infante y Carpentier ganaron el Cervantes, pero la historia de esta edición del premio Princesa de Asturias tiene que ver con Mario Conde —”el bueno”, dice, para diferenciarlo del banquero—. Todo comenzó hace dos décadas, cuando una mañana sin previo aviso recibió la llamada de la entonces editora de Tusquets, Beatriz de Moura, para proponerle publicar su novela ‘Máscaras’, una de las novelas policiacas de la saga, en la que por primera vez se abordó de forma descarnada el mundo marginal y marginado de los homosexuales en la Cuba revolucionaria. Tras aquella llamada (1996) todo cambió en la vida de Padura, literariamente hablando. De Moura publicó con gran éxito la cuatrilogía Las Cuatro estaciones (Paisaje de Otoño, Pasado Perfecto, Vientos de Cuaresma y Máscaras), con Mario Conde de protagonista en todas ellas, que convirtió al novelista del barrio de Mantilla en el cronista social de Cuba por excelencia y en un escritor de referencia. “Yo crecí como escritor en Tusquets, por eso en gran medida este premio también es de la editorial”, asegura Padura. Tras la publicación de Las Cuatro estaciones llegaron más novelas de Mario Conde, pero también otros libros soberbios, como ‘La Novela de mi vida’ (uno de los mejores, según buena parte de la crítica), ‘El hombre que amaba a los perros’, en la que sus críticas al estalinismo tienen como telón de fondo el asesinato de León Trotsky por el anarquista español Ramón Mercade, o ‘Herejes’. Conde nunca desapareció, iba y venía a su albur, pero desde el inicio tanto en Cuba como en el resto del mundo sus lectores entendieron que los crímenes para Padura eran lo de menos. “A mí con un muerto me bastaba para toda la novela, con eso tenía para contar la historia que me interesaba”. A través de las vidas de Conde y de sus castigados amigos, uno de ellos un paralítico veterano de la guerra de Angola, y siguiendo el hilván de unos asesinatos que eran únicamente pretextos para hablar de la realidad más descarnada y habitualmente ausente de los medios oficiales, los cubanos se enteraron de las miserias del mundo habanero de las drogas, de la prostitución masculina y femenina que se ejercía en algunas esquinas de la ciudad, de los intríngulis de los juegos de naipes o del tráfico de obras de arte o de la doble vida que disfrutaban algunos dirigentes comunistas. Y sí, la sociedad cubana fue cambiando a lo largo de los años y Mario Conde lo hizo con ella. Ya en La Neblina del ayer (premio Hammett 2006) el Conde había abandonado la policía y se buscaba la vida vendiendo y comprando libros viejos en moneda dura. 2


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El anuncio del premio le llegó cuando se rueda en La Habana una serie de televisión y una película (producidas por Tornasol) basada en Las Cuatro estaciones. “Es una coincidencia alegre, como también lo es este momento tan especial de Cuba, cuando el diferendo con EE UU parece llegar a su fin”. El éxito de un escritor cubano en su país se mide por el precio alcanzado por sus obras en el mercado negro. Padura está satisfecho. Los libros de Conde llegaron a canjearse por dos latas de leche condensada en los momentos más duros delPeriodo Especial. “Imaginará que despues de eso no hay nada”. Bibliografía imprescindible

Novela negra. Tetralogía Las cuatro estaciones (Paisaje de otoño, Pasado perfecto, Vientos de Cuaresma y Máscaras), La neblina del ayer, Adiós, Hemingway, La cola de la serpiente y Herejes Otras ficciones. La novela de mi vida y El hombre que amaba a los perros.

Cuentos. Según pasan los años, La puerta de Alcalá y otras cacerías y Nueve noches con Amada Luna.

Premios. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en Cuba en 2012. Ganador de los premios Hammett y Raymond Chandler en varias ocasiones.

Los límites de la búsqueda de la verdad El jurado del premio, anunciado ayer, considera que la obra de Leonardo Padura constituye "una soberbia aventura del diálogo y la libertad". El acta, que leyó el presidente del jurado, el director de la Real Academia Española, Darío Villanueva, señala que el novelista es un autor "arraigado en su tradición y decididamente contemporáneo; un indagador de lo culto y lo popular; un intelectual independiente, de firme temperamento ético". Para el tribunal, su obra recorre todos los géneros de la prosa y destaca un recurso que caracteriza su voluntad literaria, como el interés por escuchar las voces populares y las historias perdidas de los otros. "Desde la ficción, muestra los desafíos y los límites en la búsqueda de la verdad". Fuente: el País

Leonardo Padura: "No se puede jugar a hacer política desde el arte" Con El hombre que amaba a los perros (Tusquets, 2009), el cubano Leonardo Padura consiguió demostrar que, además de ser un notable autor del género policial negro (sus novelas protagonizadas por el detective Mario Conde son de las más celebradas en lengua castellana), es un escritor capaz de trabajar otras líneas literarias y de introducirse en la historia del siglo XX con gran destreza narrativa y enorme sensibilidad. Sábado 14 de julio de 2012 Hinde Pomeraniec

Los últimos años de vida de Trotsky, su asesinato y la historia de su asesino, el comunista catalán Ramón Mercader, son los ejes de una historia enmarcada en otro relato, el de Iván, un cubano sombrío, que pudo haber sido un gran escritor pero a quien el sistema hizo a un lado por haberse resistido a la obediencia irrestricta. Además de un gran escritor, Padura es una persona muy gentil y profundamente generosa. Lo demuestra el hecho de haber accedido a responder este cuestionario enviado por correo electrónico. -Una posible lectura de su novela, sobre todo haciendo eje en la figura trágica de Ramón Mercader, tiene que ver con una pregunta, creo, y es ¿hasta dónde es un sujeto capaz de llegar por una idea? ¿Le parece que existe todavía en el mundo el modelo de ciudadanos o colectivos militantes por una idea?

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-Los compromisos de las militancias, ya sean políticas, religiosas, hasta deportivas, que impliquen una aceptación acrítica y muchas veces fanática de una idea, la realización de un acto o la entrega de la voluntad individual, son siempre asuntos muy complejos que deben verse cada uno en su contexto y condición. Por principio creo que el ser humano no tiene por qué responder afirmativa y fanáticamente a una política determinada solo por fidelidad a una pertenencia o militancia. Siempre pienso que el hombre tiene el deber de pensar y luego la responsabilidad de aceptar. Quizás yo no sea un buen juez de estas disquisiciones, pues siempre me he negado a las militancias férreas partidistas, religiosas, sociales o fraternales, como la masonería, a cuya sombra me eduqué, pues mi padre es masón desde antes de que yo naciera y siempre soñó con que al llegar a la adultez yo también lo fuese. pero lo decepcioné. He debido luchar mucho, por la época y el lugar al que pertenezco, para mantener la mayor independencia de pensamiento, vida y decisión de que he podido gozar, y por eso rechazo las obediencias ciegas a las que obligan los compromisos militantes con grupos de diferente carácter. Creo que Ramón Mercader fue un hombre que entregó su vida a una idea y, lo peor, es que lo hizo de la manera más lamentable. Se convirtió incluso en un asesino de un hombre indefenso, lo mató con toda la premeditación y alevosía posibles porque obedeció la orden de alguien que le dijo que debía hacerlo, nada más y nada menos que por el bien de la humanidad y el futuro de la sociedad más justa, igualitaria y humana que había existido. Ese alguien, por cierto, era Stalin, responsable directo o indirecto de la muerte de unos 20 millones de personas, entre ellas León Trotsky. -En su novela las mujeres más fuertes de la trama dan vida y llevan a la muerte, enamoran y matan de amor, pero también mueren y con su muerte conducen a la escritura: ¿hay algo de esto? -Esta es una novela en la que hay varias mujeres con unos caracteres muy, pero muy fuertes. Caridad Mercader, África de las Heras, Natalia Sedova, y Ana, la mujer de Iván. Otras, como Sylvia Agellof (la "novia" de Mercader, una trotskista que es enamorada por el asesino con el fin de que lo acerque a Trotsky) se dejan manipular por el amor y, con ello, pierden hasta su propia voluntad y sentido de la vida. Caridad y Áfica son las representaciones del fanatismo llevadas hasta las últimas consecuencias. Son dos mujeres que en sus vidas reales se dedicaron a utilizar a maridos, amantes, hijos y amigos para hacer su labor, que era la que le ordenaba el Partido y los directivos de los órganos secretos. Ambas, hasta el instante de sus muertes, fueron consideradas y pagadas como agentes de la KGB. Fueron personas que vivieron para la más férrea obediencia, aun cuando supieran que cometían actos viles o desleales. (África se casó con Felisberto Hernández solo para obtener la residencia uruguaya y poder montar en Montevideo la oficina regional de la KGB. Allí se dedicó a utilizar a un grupo de jóvenes bien intencionados de la clase media para obtener información). Natalia, por su parte, es la fuerza y la fidelidad. Lo soportó todo junto a Trostky, incluso le perdonó su desliz con otra mujer que se las trae, Frida Kahlo (uno de los personajes más retorcidos que se puedan imaginar, a pesar de su talento). Natalia se mantuvo fiel a su amor y a su filosofía y creo que, de no haber sido por ella, Trotsky se hubiera derrumbado mucho antes de que le llegara el final. Su fuerza la permitió resistir el asesinato de sus dos hijos y luego no aceptar ninguna disculpa soviética. Respecto a Ana, que es un personaje de ficción, aparentemente más dulce, noble, desprotegida: ella es la lucidez. Si le permitió a Iván, cuando ya Iván no creía en nada, creer en el amor, también es la que lo empuja a creer en la responsabilidad y lo lleva a escribir. Su fuerza está representada en la descripción de su muerte y su importancia para Iván con el final de éste, que ya resulta indetenible luego de la muerte de Ana. -Me gustaría conocer cuáles fueron las fuentes de su investigación y, puntualmente, de dónde sacó la información acerca el pasado abyecto de Caridad y su marido perverso y por qué decidió unir en un romance y hasta en la paternidad de una hija a Mercader y a África, cuando no hay bibliografía -al menos no la encontrésobre este vínculo amoroso. - Utilicé sobre todo, para Mercader y Caridad, el libro de Luis Mercader (hermano de Ramón), que no es demasiado confiable, pero dice algunas verdades; el documental "Asaltar los cielos", de Rioyo y López Linares; las entrevistas personales que pude hacer, no tantas como hubiera deseado, pues algunas personas relacionadas con Ramón no quisieron atenderme; y, sobre todo, recogí lo que aparecía en las bandas de otros muchos libros, como el de Pavel 4


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Sudoplatov. Pero siempre partiendo de un principio mental: la sospecha. Esta es una historia en la que, por muchas razones, todos mienten. Respecto a África, encontré un excelente reportaje publicado en Uruguay, creo que en "Marcha". Y, por supuesto, la relación entre Ramón y África es ficción, pero pudo haber ocurrido perfectamente, pues coincidieron en Barcelona antes y durante la guerra, y se movieron en los mismos círculos sociales y políticos. Y respecto a Caridad y su abyección, la mejor prueba que tengo de que el personaje fue realmente así, se la debo a uno de sus nietos (hijo de Montse Mercader) que me ratificó que su abuela era exactamente como yo la describía. -Con su experiencia de vida del estalinismo y también con su experiencia literaria sobre el tema, ¿imagina que puede haber alguna clase de totalitarismo en democracia? ¿O es un oxímoron pensar así? -Es un oxímoron total. Es una pena que el principio de crear una sociedad de iguales, en la que los hombres gozaran de la máxima libertad en un estado de máxima democracia haya derivado en un sistema en el que solo una voz se escucha y una figura se eterniza en el poder y toma todas las decisiones, como si fuese un ser providencial. Cuando algo así ocurre, en cualquier sociedad, lo que impera es el miedo y el miedo es el cáncer de la sociedad. -El papel de varios artistas mexicanos en su novela (y en la historia, excepto porque una gran mayoría pretende olvidarlo) es entre polémico y patético. Durante mucho tiempo la izquierda resaltó el valor del compromiso político de intelectuales y artistas. ¿Qué piensas hoy de eso? ¿Es más valiosa la obra de un artista si hay "compromiso" político o la explícita adhesión a una idea? -Los artistas comprometidos de manera militante con un partido, filosofía, Estado o poder terminan siendo siempre -o casi- marionetas de ese poder. No se puede jugar a hacer política desde el arte porque al final los políticos son los que utilizan a los artistas para sus fines políticos. Creo que el compromiso del artista debe ser con la ética ciudadana, con su sentido de la verdad y de la justicia, o cuando menos, con su arte, con la mayor distancia posible de los círculos de decisión política y con la intención de hacer política desde el arte. En el caso de (Diego) Rivera y (David) Siqueiros, su posible grandeza artística quedó manchada con su mezquindad humana motivada por sus militancias políticas. Las ínfulas de poder de Rivera y las payasadas militares de Siqueiros no pueden tener el perdón de que crearon arte para las masas, o que defendieron las causas de los humildes. Hay muchas maneras de hacer ese arte y defender esas causas sin convertirse en marionetas del poder. En su descargo debemos tener en cuenta que en esa terrible década de los años 1930, entre el comunismo y el fascismo, las opciones se redujeron y que las filosofías totalitarias consiguieron ejercer presiones totalitarias sobre toda la sociedad y no solo sobre los artistas. Fuente: La Nación

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