La gloria de los niños de Luis Mateo Díez

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La gloria de los niños, Luis Mateo Díez

Luis Mateo Díez Luis Mateo Díez nació en Villablino en 1942, pueblo minero de las montañas del noroeste de León situado en el centro de la comarca de Laciana. Su padre, Florentino Díez, era secretario del Ayuntamiento de ese municipio leonés y el futuro escritor nació precisamente "en la vieja casona consistorial, asentada en el corazón del valle sobre el antiguo solar donde un día se alzó la Torre que erguía el recuerdo de los concejos ancestrales". Su familia vivió en Villablino hasta que en 1954, a los 12 años, se trasladó a León donde su padre había sido nombrado secretario de la Diputación. Luis Mateo estudió el bachillerato en el colegio leonés Nuestra Señora del Buen Consejo y en 1961 ingresó a Derecho en la Universidad Complutense de Madrid; finalizó la carrera en Oviedo. Ingresó en 1969, por oposición, en el cuerpo de Técnicos de Administración General del Ayuntamiento de Madrid, convirtiéndose en jefe de su servicio de documentación jurídica. Entre 1963 y 1968, participó en la redacción de la revista poética Claraboya junto a Agustín Delgado, Antonio Llamas y Ángel Fierro.1 Por ese entonces aparecieron sus primeros poemas, que fueron reunidos en 1972 en Señales de humo. Sin embargo, su creación lírica fue efímera y dejó paso definitivamente a la ficción narrativa. Su primer libro de cuentos, Memorial de hierbas, apareció en 1973 y su primera novela, Las estaciones provinciales, casi 10 años más tarde, en 1982. A estas le han seguido muchas otras, algunas de las cuales han obtenido prestigiosos premios, como La Fuente de la Edad (1986) o La ruina del cielo (2000; ambas Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica). Algunas de sus obras han sido adaptadas al cine. Así, el cuento Los grajos del Sochantre ha sido llevado a la pantalla grande por José María Martín Sarmiento (Chema Sarmiento) en El filandón (1984), película en la que se relatan cinco historias (Díez relata la suya; y lo propio hacen Pedro Trapiello con Láncara, Antonio Pereira con Las peras de Dios, José María Merino con El desertor y Julio Llamazares con Retrato de bañista); la novela La fuente de la edad fue rodada en 1991 por Julio Sánchez Valdés para Televisión Española. Sarmiento también adaptó Los males menores en 2011 bajo el título de Viene una chica, película de la que Díez fue coguionista. Fue elegido miembro de la Real Academia Española el 22 de junio de 2000 y tomó posesión sillón "I" el 20 de mayo de 2001. Es patrono de honor de la Fundación de la Lengua Española y miembro habitual de un gran número de jurados de concursos de cuento y de novela.

Luis Mateo Díez recuerda en 'La gloria de los niños' el valor de "los poderes de la infancia" Europa Press 2007 (…)INFLUENCIAS LITERARIAS. La novela tiene "muchos débitos con los cuentos populares", esos que "siempre narran lo inolvidable". Por ello, Mateo cree que el libro "le podría contar a un niño como si fuera un cuento". Para seguir contando estas historias siempre se 1


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puede aludir a la Guerra Civil: "Es un semillero eterno de historias que sigue alimentando nuestra imaginación". Sin embargo, Mateo cree que "todavía nadie escribió la gran novela" sobre el conflicto fratricida. En 'La gloria de los niños', el escritor leonés reconoce una triple influencia literaria: "Los hermanos Grimm representan el gran patrimonio de los cuentos populares y Charles Dickens escribió aventuras humanas entrañables". El autor anónimo de 'El lazarillo de Tormes' también se deja caer, de forma que "la estructura de la novela tiene algo de picaresca", a pesar de que, en esta ocasión, el protagonista no tiene "nada de pícaro". Tal y como comenta el escritor, detrás de la escritura estaban presente el personaje de Estebanillo González 1, además del propio Lazarillo. (…)

La gloria de los niños // Luis Mateo Díez Alfaguara. Madrid, 2007 / 227 páginas,18’50 euros SANTOS SANZ VILLANUEVA | 08/11/2007 | EL CULTURAL

La narrativa de Luis Mateo Díez ha seguido un proceso de acentuado adelgazamiento de la sustancia anecdótica. Las peripecias de sus libros de hace un cuarto de siglo, tan marcadas, jugosas y divertidas (uno las añora y echa en falta que hoy las tenga abandonadas) han dado paso a una leve trama sobre la que sustenta una visión de la vida más parabólica. No es que en el presente no cuente sucesos ni disminuya su peso. Lo desmiente el esquema argumental nítido de La gloria de los niños: el padre moribundo encarga al hijo mayor, Pulgar, que localice a sus tres hermanos, en paradero desconocido después de que algunos vecinos los hayan recogido a raíz del bombardeo de su ciudad en el transcurso de una demoledora guerra Civil. Esta peripecia se desarrolla por medio de un esquema narrativo clásico, y muy de la querencia del autor, el viaje, a lo largo del cual se encadenan inventivos episodios y desfilan curiosos personajes. Es más: este hilo engarza buen número de cuentos o relatos populares; el nombre del propio protagonista insinúa su origen en la narrativa tradicional, aunque aquí funcione de otra manera que el Pulgarcito famoso; se nota la huella del Lazarillo… Pero este gustoso caudal de pequeñas aventuras está estilizado al máximo y demuestra que, sin renunciar a la seducción de las peripecias, el escritor leonés se ha convertido definitivamente en un narrador moral; en un poderoso y magistral narrador moral. Desde hace tiempo su modo literario es el de la fábula, aunque en línea muy distinta a la de Esopo, Fedro o Samaniego, porque no presenta casos ejemplares con el fin de sacar moralejas. L. M. Díez traza retratos de interiores humanos para mostrar diversos perfiles de la conciencia, el alma, o como diablos se quiera llamar al elemento no material de nuestra naturaleza. Y con frecuencia es el sentimiento (o esa vaga zona del ser que llamamos así) el objetivo de una viva reflexión a la que da forma novelesca. En esta órbita se sitúa esta admirable nueva novela suya que trata de la fuerza de la inocencia, cualidad que es impulso y no razón, vivencia original y no cálculo, y de la cual sale lo mejor del hombre, la generosidad, el valor, el amor, la fraternidad. A ello, a discernir o, si se quiere, celebrar esa fortaleza dedica la obra, pero, claro, sin falsificaciones porque en torno de tal virtud (o rasgo, o carácter, o esencia) surge hostil una realidad material y también moral terrible. A la inocencia la envuelven la guerra, la muerte, la miseria, la soledad, el exilio… Estos elementos del mal, de consistencia sólida y a la vez abstractos, constituyen la materia concreta de una realidad que desborda nuestro mundo conocido y, sin anularlo, lo convierte en algo espectral; un reino de niebla y tinieblas, oscuridad, ruina, humedad, hedor… 1 Por el nombre abreviado de Estebanillo González se conoce en realidad a una de las últimas novelas picarescas, La vida y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor, compuesta por él mismo (1646)

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Cuento de cuentos, La gloria de los niños es una novela de atmósfera. Su espacio se localiza en Celama, ese territorio propio que él ha fundado y que cita de pasada. Y la prosa parte del dominio verbal que siempre ha acreditado el autor y lo ha convertido en un estilo indespistable, mezcla de lo coloquial y lo culto; del lenguaje realista y de expresiones antinaturalistas. El mundo literario de Luis Mateo Díez, acaso el más original de nuestras letras actuales, se enriquece con esta parábola de la pureza y energía de la inocencia infantil (“el niño es más poderoso que el hombre”, porque “ni la experiencia ni la sabiduría son las armas del valor”) que es una historia de dolor, orfandad y arrojo silencioso intensa y conmovedora.

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Hemos sido impíos al liquidar nuestro viejo esplendor"

El País José Andrés Rojo Madrid 2 NOV 2007

Nueva vuelta de tuerca de Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942). Esta vez, en La gloria de los niños (Alfaguara), lo que hace es contar una historia legendaria, cargada con los ecos de la narración popular, voluntariamente rotunda en sus sentencias y llena de elementos mágicos. Hay mucho de neorrealismo italiano y de picaresca española del Siglo de Oro en esta narración en la que un niño recibe una encomienda de su padre moribundo: ha de buscar a sus hermanos para protegerlos. Estamos en la posguerra, en un territorio imaginario con reminiscencias expresionistas. La supervivencia es el único reto. Pregunta. Hay un tono muy especial en este libro. ¿Cómo lo encuentra? Respuesta. Es una fábula sobre la infancia en la que he querido establecer un espacio de reflexión integrado en la narración. Así que he conectado con la tradición de los cuentos populares donde todo lo que se cuenta es significativo. No es una escritura que se pueda esparcir, tiene que concentrarse, buscar la sabiduría de las cosas, establecer ejemplaridades. P. Todo eso exige un estilo... R. Una prosa depurada, aforística. Lo que quiero contar es el sentido de la vida. P. ¿De dónde procede ese gusto por la narración? R. Viene de lejos y siempre me ha interesado más el reto de contar que lo que puede venir después: la tergiversación, la experimentación o la manipulación de lo narrado. No me interesa lo que resulta demasiado artificioso. Me interesan autores, como Joseph Roth, cuya ambición mayor se concentra en sacar el máximo partido del relato. P. ¿No le parece demasiado arriesgado llamar Pulgar al niño que protagoniza su novela? R. Es un nombre que se impone cuando hay un niño heroico. Muchas voces resuenan a través de él. La tradición rusa, Dickens... P. ¿Dónde tiene lugar exactamente la historia? 3


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R. Es una provincia innominada, y no se especifica qué tiempo concreto es el de esa posguerra que narra el libro. He querido inventar un territorio personal, de ciudades de sombra (así las llamo). Ciudades con una fuerte atmósfera, laberínticas, llenas de elementos de misterio, como el río o la niebla, cargadas de memoria y de secretos ocultos, llenos de ruinas. P. ¿Tiene mucho que ver ese territorio suyo con Villablino, o con León? R. No. Y eso que se ha dicho mucho que un territorio como Celama [el ámbito imaginario de otras novelas de Luis Mateo Díez] tiene su correspondencia con ese ámbito geográfico. Esas ciudades de sombra tienen más bien que ver con una Europa recóndita, con las ciudades que crearon los expresionistas centroeuropeos o con las del neorrealismo italiano. P. ¿Y no pesa la propia memoria? R. Seguramente hay una huella de mi memoria personal en todo lo que hago, pero no es deliberado. He vivido en una ciudad con la aureola y la nobleza de lo antiguo, llena de ecos góticos, barrocos y renacentistas... ¿Y qué ha hecho el tiempo con todo eso? Lo ha convertido en un escenario del desperdicio. En Europa, la aureola de lo antiguo ha sobrevivido mejor. A mí me gusta mucho Budapest, por ejemplo. Pero aquí hemos sido impíos en la liquidación de nuestro viejo esplendor. P. ¿Cómo se configura su mundo literario? R. Fui un lector precoz y me gustaba mucho inventar. Al mismo tiempo, sentía un profundo descrédito por lo que vivía. Me interesó la generación del 50, narradores como Ferlosio y Fernández Santos, y poetas como Claudio Rodríguez. O Juan Eduardo Zúñiga, con su arrolladora personalidad y el imponente poder de su estilo. P. ¿Y fuera de España? R. Me gustan los neorrealistas italianos, en la literatura y el cine (De Sica, Rossellini...). La Florencia de Pratolini, el Turín de Pavese, la Roma de Moravia y la Ferrara de Bassani son el mundo. De los rusos, estoy muy cerca de Isaac Babel o de Biely. P. Hay mucho de mágico en este libro. R. He querido que tuviera un componente onírico, a la manera de los expresionistas. Crear una atmósfera que haga posible lo imposible. No es magia al estilo de los narradores suramericanos. He buscado la irrealidad que surge de lo cotidiano, cuando las cosas se rompen y surge otra cosa. P. Y luego está la infancia... R. Me gusta esa imagen de patria perdida que tenía Rilke 2. Y me interesan mucho esos dos poderosos resortes que están en la infancia, la bondad y la inocencia.

2 Rainer Maria Rilke (también Rainer Maria von Rilke) (Praga, Bohemia, en aquellos tiempos Imperio austrohúngaro, 4 de diciembre de 1875 - Val-Mont, Suiza, 29 de diciembre de 1926) es considerado uno de los poetas más importantes en alemán y de la literatura universal. Sus obras fundamentales son las Elegías de Duino y los Sonetos a Orfeo. En prosa destacan las Cartas a un joven poeta y Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. Es autor también de varias obras en francés.

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