Quemar las naves

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Alejandro Cuevas, quemar las naves 2018-2019

ALEJANDRO CUEVAS Alejandro Cuevas es el pseudónimo literario de Alberto Escudero (Valladolid, 1973). Ganó el premio Ojo Crítico de Radio Nacional de España con su novela La vida no es un auto sacramental, que ya había recibido una mención especial en el Premio Nadal. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Valladolid, donde además realizó dos másteres: de Historia y Estética de la Cinematografía y de Economía de la Cultura y Gestión Cultural. Premio "Letras Jóvenes" de relato en cuatro ocasiones (1992, 1994, 1995 y 1999). Es autor de Comida para perros, La vida no es un auto sacramental (Premio Ojo Crítico de Narrativa de RNE y mención especial del jurado en el Premio Nadal 1999) y La peste bucólica (2003). Premio Rejadora de novela breve por Quemar las naves. Entre 1997 y 1999 ejerció la crítica literaria en el suplemento de libros de El Norte de Castilla. Columnista de la edición regional del diario El Mundo. En el 2010, participó en la FIL (Feria Internacional del Libro de Guadalajara), junto a otros escritores de Castilla y León (región invitada de la FIL). El crítico Santos Sanz Villanueva emparentó la obra literaria de Alejandro Cuevas con la novela posmoderna y la de crítica social. De su estilo, destacó su capacidad para la sátira y habilidad verbal. Fuente: Wikipedia y esacademic

Quemar las naves Alejandro Cuevas Multiversa. Valladolid, 2005. 120 págs, 12 euros SANTOS SANZ VILLANUEVA | 24/03/2005 Hace poco Alejandro Cuevas publicó una novela entre postmoderna 1 y de crítica social tan divertida y satírica como sugiere su paradójico título, La peste bucólica. Idénticos presupuestos inspiran ahora otra novela, ésta corta, en la que destila una destructiva visión del mundo actual. 1 El posmodernismo surge en el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial (después de 1945). Las características, pues, de la Novela posmoderna son: 

Se pasa del narrador omnisciente del Realismo a puntos de vista limitados, incoherentes y "misteriosos".

Personajes privados de profundidad psicológica.

Relación inexistente entre narración y tiempo, con lo cual la narrativa estaría fragmentada, con constantes saltos en el tiempo e incluso repeticiones del mismo hecho varias veces.

La Novela posmoderna, de esta manera, aparece como una manera de relatar eliminando al narrador omnisciente, como una manera de mezclar perspectivas, y como una forma de incorporar lo poético como otra función dentro del propio texto. Esto es lo que podríamos denominar como metaficción, textos sobre textos, declaraciones acerca de las reglas de escritura literaria, intertextualidad. 1


Alejandro Cuevas, quemar las naves 2018-2019

Cuenta aquí el joven Cuevas una historia también divertida, una feliz invención basada en los locos desvelos de Eurimedonte, un cuarentón inútil y en paro que, mientras su mujer, Parténope, trabaja, cuida del hijo, Metíoco, y prepara insufribles comistrajos familiares. Poco más hace: aguanta las visitas de un insoportable triunfador, Trofonio (marido de Terpsícore, hermana de su mujer); acude a una tertulia con sus amigos Plístenes y Leucipo en un café atendido por el diligente camarero Ganímedes, y se aplica día tras día con afán a la escritura de un soneto que crece verso a verso y se le ha atrancado en el primer terceto. Cabría suponer que esa anécdota sumegida en semejantes resonancias helénicas remite en exclusiva a un relato de crudo culturalismo. La literatura ocupa, en efecto, un buen espacio. Se hace un retrato caricatural del poeta bohemio y exasperado, de esos que “componen odas al abismo” y aman la palabra por encima de todas las cosas, incluso desde un punto de vista arquitectónico. Así, el protagonista imagina colonias de chalés dispuestos como letras y el propio libro homenajea ese orden del mundo ideal al encabezar los capítulos con los signos del abecedario. También hay observaciones estéticas: por ejemplo, la contradicción de que se tenga por una buena novela aquella que ofrezca la verosimilitud, causalidad, lirismo, coherencia y justicia poética que nunca se encuentran en la vida. Estos y otros pormenores del mundillo literario valen como maliciosa estampa del sinsentido de la escritura en estos hoscos días nuestros, pero son mucho más que endogámica fijación. Forman un todo con un mundo insensible, egoísta y materialista; un mundo abocado, según presagia el poeta, al inquietante porvenir que anuncian los supermercados, donde vivirán los descendientes de la especie cuyos antepasados vivieron en los árboles y donde se podrá en su día pasar la vida entera: nacer, crear, enamorarse y aprender idiomas. Esta es la visión de la realidad de la novela, repartida entre el punto de vista del narrador omnisciente según el cual la vida se hace con retales y el de ese ser disparatado, tierno, patético, que se resigna a la condición de inadaptado y a asumir que tanto sus endecasílabos como su vida son “los estertores de un perdedor”. Y como Eurimedonte está además inspirado por la lucidez del fracaso, sus opiniones tienen un alcance nihilista que el autor diluye en el excipiente de una comedia satírica. Por su planteamiento y por sus objetivos, incluso por algunas situaciones anecdóticas, Quemar las naves viene a coincidir con la mirada volteriana de la televisiva familia Simpson. Alejandro Cuevas posee las peculiares dotes verbales e imaginativas adecuadas para un empeño de esta clase, las pone en juego en un texto de apariencia poco pretenciosa y logra si no una gran novela, sí una estupenda farsa quevedesca que merece la pena leerse.

EL GÉNERO Y EL NARRADOR. LA ESTRUCTURA DE QUEMAR LAS NAVES Quemar las naves es una novela estructurada de manera muy ingeniosa. Su constitución está indisolublemente relacionada tanto con la concepción del mundo que surge de la novela como con la construcción del protagonista. La obra se compone de siete capítulos que, en vez de un título convencional, llevan el nombre de un día de la semana y el número del día: lunes 29, martes 30, miércoles 31, jueves 1, viernes 2, sábado 3 y domingo 4. Estos siete capítulos (y el número de ellos no es fortuito), consecutivamente, se dividen en subpartes marcadas con las siguientes letras del alfabeto. Siete días que forman una unidad: una semana y veintiocho letras de alfabeto que abarcan el espacio desde la “a” hasta la “z” indican la intención de crear el mundo en su totalidad, de evocar un minicosmos (“mini”, ya que se trata del mundo de una familia ejemplar) analizado a fondo y lleno de observaciones universalizantes (que evoca la asociación con “alfa y omega” respecto del estatus omnisciente del narrador). El carácter chusco de Quemar las naves se esconde en los detalles. Uno de ellos es la construcción del fin de la obra: 2


Alejandro Cuevas, quemar las naves 2018-2019

Parténope y Metíoco le están esperando en el salón; plano general de ella, que tiene brazos cruzados (para no seguir mordiéndose las uñas), y de su hijo, que está sentado en el sofá con cara de circunstancias. Travelling de seguimiento de Eurimedonte, que no se ha quitado ni el sombrero ni el abrigo y se encamina hacia su habitación en busca de dinero para pagar al taxista y recuperar su carnet de identidad. Su mujer, cuya voz suena más vigorosa que nunca, reclama su atención. - Eurimedonte — le dice. - Qué. - Siéntate — le invita señalándole el sofá —. Tenemos que hablar. Cinco segundos de silencio absoluto. Lento fundido en negro. Títulos de crédito Lo que llama la atención aquí es que la obra incluye las expresiones que son típicas de un guión y no de la obra novelesca. El modo de terminar la acción con la imagen que gradualmente desaparece disolviéndose en negro sin una palabra parece más bien un final de una película de los hermanos Coen o de Lars von Trier que de una creación puramente verbal. El minicosmos expuesto en la novela se presenta desde el punto de vista de un narrador omnisciente, sobre todo de la tercera persona. No obstante, el autor consigue escaparse de la trampa de la unilateralidad simplificadora a través de la introducción de las focalizaciones variadas. los personajes pueden pasarse el papel del focalizador de uno al otro o al narrador externo omnisciente, no metido directamente en el mundo representado. Esa entremezcladura de los focalizadores se convierte en uno de los trucos más notables en la estructura de la narración en Quemar las naves. La perspectiva que domina en el texto es la del personaje principal: Eurimedonte, por lo cual Quemar las naves resulta un tipo de registro ordenado cronológicamente de las actividades y de los pensamientos de este personaje. Podríamos percibir Quemar las naves como un diario de un artista del principio del siglo XXI. Puesto que el papel de focalizador pasa de un personaje a otro o a narrador omnisciente y dado que se muestra los pensamientos íntimos de varios personajes de los cuales Eurimedonte no puede ser consciente ni, por consecuencia, ser capaz de relatarlos, el libro parece ser más bien un tipo de crónica o, justamente, una novela corta estructurada como una crónica de la vida de un artista. En Quemar las naves hay dos epígrafes: uno de Voltaire y otro de Cervantes. Ambos juegan con la ambivalencia del significado de las palabras como “pobre” y “rico”, ya que en cuanto a los artistas (y, de hecho, de todos los hombres que no se dejan engañar por placeres volátiles del consumismo), la riqueza no consta únicamente de los bienes materiales ni contables, sino también abarca lo intangible, lo ideal, lo posible de conseguir, de entender y de interiorizar únicamente a través de aguzamiento del ingenio y de los sentidos. Las referencias a dos grandes genios de cultura europea como Cervantes y Voltaire indican de algún modo el marco interpretativo de la novela de Cuevas: la ponen en el contexto de la universalidad, de la actualidad eterna y de “novelas ejemplares”, o sea, de novelas parabólicas que se sitúan en el contexto de la narrativa contemporánea siendo reescritas y posmodernas, asumiendo la falta de candor tanto por parte del autor como de lector. (Katarzyna Zofia Gutkowska "Quemar las naves" : juegos novelescos de Alejandro Cuevas)

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