Mia couto, Tierra sonámbula

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MIA COUTO. BIOGRAFÍA

Mia Couto. Tierra sonámbula 2017-2018

António Emílio Leite Couto, conocido como Mia Couto, (Beira, Mozambique, 5 de julio de 1955) es uno de los más conocidos escritores mozambiqueños actuales. Hijo de emigrantes portugueses que se mudaron a la una colonia portuguesa en los 50. A la edad de Doce años algunas de sus poesías fueron publicadas en un periódico local, Notícias de Beira En 1972 se instaló en Maputo y empezó a estudiar Medicina al tiempo que se iniciaba en el periodismo. Abandonó los estudios para dedicarse plenamente a la escritura. Más adelante estudió Biología, profesión que ejerce en la actualidad. Ha sido director de la Agencia de Información de Mozambique, de la revista Tempo y del diario Notícias de Maputo. Su carrera literaria se inicia en 1983, con el libro de poemas Raiz de Orvalho, al que siguió, en 1986, su primer libro de cuentos, Vozes Anoitecidas Ha publicado crónicas, relatos breves y varias novelas. Su producción literaria, ya muy extensa, goza de enorme prestigio en los países de lengua portuguesa, y está traducida a varios idiomas, entre ellos el español, catalán, sueco, francés, alemán e italiano. En 1999 Mia Couto recibió el Premio Virgílio Ferreira, por el conjunto de su obra. En 2013 gana el Premio Camões, el equivalente al Premio Cervantes en lengua portuguesa, por su "vasta obra de ficción caracterizada por la innovación estilística y la profunda humanidad".

PRÓTESIS PARA LAS LENGUAS INCOMPLETAS por José Antonio López Hidalgo Hace algún tiempo, la editorial Txalaparta traducía y publicaba un libro de relatos de Mia Couto: Cronicando. Ya entonces se indicaban las semejanzas no casuales que unían a este autor mozambiqueño con el uruguayo Eduardo Galeano. Esa intención gemela no se reducía al tratamiento innovador del lenguaje, sino que se contagiaba al estilo saltimbanqui, y a veces afectuosamente agresivo, con el que descomponían la realidad penosa de sus países y de sus compatriotas. Ambos han mestizado –porque las condiciones de vida se lo «permixigen»– el modo de entender la fractura que iba produciéndose a su alrededor. En la desgracia, ninguno de los dos quiso renunciar a la risa. Así combaten su propio dolor y alivian el de los otros. En la introducción a Tierra sonámbula, su traductor, Eduardo Naval, insiste en las dificultades de su trabajo, prácticamente un proceso de sedimentación lingüística a partir de los espasmos experimentales con que Mia Couto retuerce su portugués mezcla de partitura oficial y afluentes «amozambicados». Desde esa perspectiva, la traslación problemática de un idioma a otro muestra que todavía existen diferencias al interpretar el mundo. Tal vez sea éste el germen de la diversidad cultural, y de las buenas maneras de enfrentarse a un solo sistema dominante, así como lo ha pregonado la escritora afroamericana Toni Morrison, avanzando mucho más allá de los mohínes superficiales que exhiben los movimientos políticamente correctos. Miguel Torga dijo que las colonias africanas no habían podido incluirse en una «forma heterónima 1 de ser portugués». Pero, como el resto de los países del continente, necesitan una lengua europea para acceder a la exclusiva aldea global. Los esfuerzos por expresarse en las hablas nativas (recordemos el caso del keniano Ngugi Wa Thjiong'o) no han tenido éxito. Sin embargo, el verbo ha de adaptarse según las circunstancias porque en África no cuaja el orden a imagen y semejanza de las estructuras occidentales. Cito de nuevo a Torga, quien, al visitar Mozambique, escribe en su diario «la tierra me huye debajo de los pies». 1 heterónimo, heterónima :adjetivo/nombre masculino 1. 2.

Lingüística [palabra] Que tiene una gran proximidad semántica con otra pero una forma y un origen etimológico distintos: ‘. "toro’ y ‘vaca’ son heterónimos" nombre masculino literatura. Nombre diferente al suyo con el que un autor firma su obra cuando adopta una personalidad fingida. "Juan de Mairena y Abel Martín son heterónimos que adopta Antonio Machado en su madurez"

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También la huida es el recurso de esta Tierra sonámbula que se retira más allá de los hombres y sus violencias; allí, a lo que existe le pesa su propia subsistencia entre tanto sufrimiento y quienes habitan la geografía en fuga cuentan –«bioidiomáticos2»– sus historias para aliviarse de las tremendas angustias en que se les ha encarnado la humanidad. Desahogarse para recuperar la tierra. Y se relata cada personaje, porque «los hombres son como las casas; hay que verlas por dentro». Mia Couto utiliza la estrategia del manuscrito encontrado y crea dos historias paralelas que acabarán fundiéndose hasta el punto en que las mismas palabras se transformen en un terrón que se deshace entre los dedos del narrador y de los lectores. Un libro de arena a la medida nómada de las personas cuando se descarnan. El autor escoge de la herencia africana las fórmulas del tiempo mágico, la vida en otra dimensión, que el occidente (el muerto que mata lo que comunica) reduce a realismo fantástico, artificio, poco más. Tierra sonámbula retrata (con la inmediatez del tatuaje, no de la fotografía) lo que ya todos hemos asumido de las tragedias en África: cadáveres abundantes, miseria extrema, crímenes fáciles y, en apariencia, sin sentido, campos de refugiados, insensibilidad tan desmesurada que es causa de ficción en la distancia. Por eso, las paradojas sólo son tales si se observan desde este lado del fatalismo. «–¿Está con buena salud, no es así, padre? –Sí. Me hizo bien morir.»

ENTREVISTA. Extracto de ELPAÍS SEMANAL 30 sept. 2013 “Soy Mia Couto, escritor mozambicano”, asegura él al presentarse, con la misma convicción con que luego dirá “soy ecologista”. Pero no lo es con connotaciones de movimiento verde o militante, no, sino en el sentido de biólogo con especialidad: “Mi área es la relación entre fauna y flora, esa frontera de convivencia y dependencia mutua”. Por eso, quizá, en sus libros hay mucho animal: leones que devoran, monos que narran, flamencos que vuelan… Cadenas alimenticias. Pero Couto también estudió medicina, fue 12 años, hasta 1985, periodista de altura (dirigió Notícias de Maputo y la Agencia de Información)… ¿He ahí la multiplicidad, médico, biólogo…? Médico, sí, pero no lo acabé; soy biólogo, fui periodista, trabajo en teatro, tengo aún colaboración con diarios y revistas… Estoy en contra de hacer una cosa sola. De ser solo escritor, por ejemplo, y hablar de tu obra. No. Yo quiero tener una relación con la vida que pase por varias puertas, hacer muchas cosas, desarrollarme disperso por el mundo… Un truco para ser feliz es ese, desdoblarse en muchas vidas y personajes, transformarse uno en su propia narrativa. A los 14 años publicó ya poesía, ¿cómo empezó a escribir? Primero porque yo soy hijo de un poeta, uno que no lo era solo porque escribía, sino porque lo era en su alma… Él me enseñó esa sensibilidad, esa manera de ver el mundo. Y porque en cierto momento yo pensaba que ser adulto era eso, pues automáticamente lo relacionaba con esa gente que venía a casa, escritores y periodistas. Mi padre lo fue también, y muy conocido. Ser hijo de poeta era una especie de condenación en nuestra casa… Mi madre miraba a sus hijos con preocupación (“¿será que viene otro?”), pues pensaba que estos eran cuasi improductivos e inútiles. Así que sin pensar fui siendo escritor… Y segundo, porque soy parte de una sociedad con voces diferentes, soy hijo de esas voces: algunas proceden de África; otras, de Europa, y eso me encantó… Así que fue una dolencia congénita, una fatalidad. La poesía estaba allí, yo no lo decidí, ella tomó posesión de mí. ¿Y la prosa llegó después? Ahí sí que hubo un clic que me hizo despertar. Fue cuando trabajaba de periodista, cuando comencé a apreciar la fuerza de la oralidad del país, la manera en que se transmite el pensamiento… Y eso era para mí sorprendente. Yo no estaba preparado, escribía noticias de modo más funcional y comunicativo… fue el hecho de empezar a contar lo que veía, o más bien esa lógica entre la realidad y la ficción que estaba detrás, lo que me hizo escritor. 2 Idiomático: propio y peculiar de una lengua

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Hay baile bien agarrado, además, entre la voz y la escritura de Mia Couto (rica, refinada, densa, irónica… así la han definido), un abrazo de lo europeo y lo mozambiqueño, las expresiones en portugués con las distintas lenguas bantús (tres decenas en el país…), a lo largo y ancho de sus 25 libros, una obra plena de naturaleza y mitos, de lo humano y lo sobrenatural, lo ancestral y la guerra, la política de hoy y la memoria histórica. La cultura autóctona brotando en cada esquina. Diferencias y coincidencias. Choques. Hasta en el modo de pensar. Vean: “¿Conoce la diferencia entre un sabio blanco y uno negro? La sabiduría del blanco se mide por la prisa con que responde. Entre nosotros es más sabio quien más se demora. Algunos son tan sabios que no responden nunca” (en El último vuelo del flamenco). Ahora en Mozambique hay autores como usted, Paulina Chiziane, Lília Momplé… Antaño en África no había apenas producción escrita, sino oral, ¿hay ‘boom’ de las letras africanas? No, aquí no, o no con el mismo ritmo que en otras partes de África, porque hemos tenido dificultades especiales: la lucha por la independencia y una guerra civil entre 1977 y 1992 que mató al libro. También porque la cultura impresa, escrita, es un fenómeno urbano. Los pueblos la tienen oral y este país es en su mayoría rural (90%). El porcentaje de gente que ves aquí en Maputo, por ejemplo, el 80% ha venido del pueblo. Aquí, a la ciudad se le llama Xilunguini, el lugar donde viven los blancos. Y este dato indica que las ciudades no son espacio reconocido como propio… Igual que sucede entre el espacio público y el privado. Y esto influye también en la literatura y en el modo de ser ciudadano… ¿Considera que la literatura es una creación urbana…? Sí, claramente, en todas partes. Y aquí además vivimos muchos tiempos en el mismo; varios siglos a la vez: hay cosas dentro del XXI y otras de atrás. Y en muchos planos: los europeos, los expatriados, la clase alta, la política, el pueblo… Y esto hablando solo desde lo que es claramente visible, porque luego está lo no visible de la cultura, la religión… Porque aquello que no ves es más importante que lo que ves. ¿Por ejemplo? Por ejemplo, la manera como se organiza la religiosidad. Aquí la mayoría de la gente tiene dos religiones. Y no hay conflicto con eso. Eso significa que no son completamente una cosa u otra, musulmanes o animistas. Se reza a los dioses funcionales. Y es importante conocer esto… Porque si yo no entendiera, por ejemplo, el catolicismo, tendría dificultades para entender España; los valores, la ética, el comportamiento, la relación con el cuerpo, la propia conciencia, el sentimiento de culpa… todo eso tiene que ver con la religión. Y sin eso no vas a entender África, desde luego. Aquí no se entiende la lógica de las cosas sin el animismo. Los especialistas de política, de economía, no comprenden que hay otra lógica, más profunda, menos visible, difícil de explicar. ¿Lo consigue usted aclarar con sus libros? Es que no lo intento [se ríe]. Lo que yo quería era llamar la atención en que lo que se ve no es todo. Porque más grave que no comprender es creer que ya has comprendido. Es un esfuerzo incluso para los mozambiqueños la comprensión de esa complejidad. Su obra es muy celebrada en Portugal y más allá, le han concedido el Camões este año, el más importante en lengua portuguesa… ¿Tiene dentro de su país el mismo reconocimiento? Por un lado, desde el punto de vista oficial, no tiene importancia aquí ser escritor, lo cual es una suerte [se ríe]. La percepción por parte del poder es que sería un error dar importancia a una cosa que se mueve en un círculo literario tan pequeño, aún en construcción. Ser periodista es otra cosa, tiene otro carisma. Pero desde el punto de vista del prestigio social, lo tiene, y mucho, el escritor. Mucho peso. Hay una especie de idolatría por lo escrito, se supone una suerte de relación con lo divino. En la calle me paran todo el tiempo, como si fuera el futbolista Mia Couto [se ríe]. Pasa con todos, no es algo particular conmigo. Para un país que lee tan poco y con tan alta tasa de analfabetismo, es increíble. Me sorprende todos los días. Es… como si las personas proyectasen en mí una voz que les tiene ofuscados. Basta darse una vuelta por el barrio para verlo… Trata, además, un tema importante, la guerra vivida hasta hace 20 años, en Tierra sonámbula, por ejemplo… Pero también hay historias de marineros encerrados que viven del recuerdo del mar… ¿De dónde saca las ideas? 3


Mia Couto. Tierra sonámbula 2017-2018

Raramente lo que escribo es verdadero. Son temas que se van mezclando y yo tengo con la realidad una cierta distancia. Este es un país que crea y cuenta constantemente… No existe una cosa sin tal en Mozambique, todas tienen un aura de, digamos, construcción. Por ejemplo, siempre repito esa anécdota que ya conoceréis. Era 1994, yo estaba en el campo como biólogo y era la primera vez que se votaba en el país, no existía eso antes, los jefes eran dinásticos… Hasta allí llegó un político de un partido nuevo que venía a hacer propaganda electoral, “mi partido hará esto y esto…”; en fin, el discurso de siempre… Venía a salvarlos. Y alguien se levantó y contó la anécdota del pez y el mono. Un mono que se asoma a un río y ve un pez moviéndose y se dice: “ay, este animal se ahoga”, lo coge, lo saca y el pez se agita. “Está contento”, se dice el macaco. Pero, claro, el pez se muere y él concluye: “Lástima, si hubiera llegado antes…”. Las personas piensan y argumentan usando historias. Usted tiene una también política, fue miembro del Frelimo (el marxista-leninista Frente de Liberación de Mozambique, que peleó por la independencia, la ganó y está en el poder). Sí, abracé la causa de la independencia cuando tenía 17 años, fui del Frelimo. En esa época, la colonización estaba presente, era el año 1975. El Frelimo aceptaba a blancos, mestizos, indianos, pero no podíamos usar armas. Ahí había una frontera de confianza. Nunca fui guerrillero, nunca en la vida. Cuando entré en el movimiento, trabajé en la clandestinidad siempre en la ciudad, yo era universitario. Y aquí hay otra historia, sí: cuando me ofrecí para ser miembro, recuerdo que me llevaron a una casa y ahí sí era el único blanco, y todos los demás eran hombres negros de vivencias… y para ser miembro había que tener ciertas dosis de sufrimiento vivido, hacer declaración de tal, esto te daba identidad, “yo estoy legitimado porque he sufrido”, esa cosa cristiana. Y mi vida había sido una vida buena, así que en mi cabeza me decía: “Tengo que inventarme algo…”. Pero no fue necesario, llegó mi turno, escribía poemas, publicaba en un diario y… puede entrar… Esa debió de ser una época interesante desde el punto de vista de la esperanza por cambiar las cosas, por construir el país… Y ahora se ha hecho mucho, queda mucho por hacer… Era mucho y era una ingenuidad, era errado, no supimos leer el mundo, ver su complejidad. Pensábamos que era fácil inventar un mundo nuevo, un hombre nuevo con la cabeza más humana, más abierta. Pero el pasado tiene un peso enorme y además no somos todos iguales… No pertenezco al partido desde finales de los ochenta, yo me salí y él se salió de mí, fue una separación recíproca. En sus libros usa muchas palabras en estas otras lenguas, en changana, por ejemplo, las mezcla. Sí, es mi modo de escritura, pero también un reflejo. Aquí todo es mixtura, no hay una lengua pura. ¿Es usted lector habitual de literatura? Sí, de poesía, de autores brasileños especialmente, pero también de literatura portuguesa y española. García Lorca o Miguel Hernández son referentes… Este tenía que ver con las convicciones de mi padre, era comunista, escribía poesía de combate. Recuerdo que mi padre declamaba sus poemas y me contaba su historia, de cómo murió en prisión de tifus, de cuando le visita su mujer y le dice que la hija, a la que no conoce, llora, pues le han nacido los primeros dientes y él los denomina “cinco diminutas ferocidades”. Nanas de la cebolla se titula. Eso para mí era una cosa trascendente. ¿La literatura le ha hecho otra persona? Sí, desde el principio, desde el momento en que creé un nombre distinto –el real es António Emílio Leite Couto–, hubo un juego, el placer de crear nuevos personajes dentro de mí. Y definitivamente, ¿la guerra está pasada? R. No sé. Creo que sí, pero esto no se puede preguntar a alguien que la ha vivido… Intento convencerme a mí mismo de que nunca más. El mayor reto ahora es conservar aquello que se consiguió hasta ahora, cierta estabilidad política. ¿Encierra estos demonios en las novelas? Sí, y por esa posibilidad de convocar los fantasmas es por lo que la literatura es terapéutica, psiquiátrica, armoniza a los mozambiqueños consigo mismo. Ahora algo más, pero durante veinte años no se habló de la guerra; como si nunca hubiera existido… Amnesia colectiva, mejor cerrar la caja de demonios, inventar un pasado sin experiencia 4


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traumática… Obviamente, es una falsa solución, aunque válida para cierto momento. La literatura tiene una función, sí, revisitarlo sin buscar culpas, sin construir discursos que una vez más inflamen tensiones.

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