Textos rusia

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El origen del mal León Tolstoi En medio de un bosque vivía un ermitaño, sin temer a las fieras que allí moraban. Es más, por concesión divina o por tratarlas continuamente, el santo varón entendía el lenguaje de las fieras y hasta podía conversar con ellas. En una ocasión en que el ermitaño descansaba debajo de un árbol, se cobijaron allí, para pasar la noche, un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente. A falta de otra cosa para hacer y con el fin de pasar el rato, empezaron a discutir sobre el origen del mal. -El mal procede del hambre -declaró el cuervo, que fue el primero en abordar el tema-. Cuando uno come hasta hartarse, se posa en una rama, grazna todo lo que le viene en gana y las cosas se le antojan de color de rosa. Pero, amigos, si durante días no se prueba bocado, cambia la situación y ya no parece tan divertida ni tan hermosa la naturaleza. ¡Qué desasosiego! ¡Qué intranquilidad siente uno! Es imposible tener un momento de descanso. Y si vislumbro un buen pedazo de carne, me abalanzo sobre él, ciegamente. Ni palos ni piedras, ni lobos enfurecidos serían capaces de hacerme soltar la presa. ¡Cuántos perecemos como víctimas del hambre! No cabe duda de que el hambre es el origen del mal. El palomo se creyó obligado a intervenir, apenas el cuervo hubo cerrado el pico. -Opino que el mal no proviene del hambre, sino del amor. Si viviéramos solos, sin hembras, sobrellevaríamos las penas. Más ¡ay!, vivimos en pareja y amamos tanto a nuestra compañera que no hallamos un minuto de sosiego, siempre pensando en ella "¿Habrá comido?", nos preguntamos. "¿Tendrá bastante abrigo?" Y cuando se aleja un poco de nuestro lado, nos sentimos como perdidos y nos tortura la idea de que un gavilán la haya despedazado o de que el hombre la haya hecho prisionera. Empezamos a buscarla por doquier, con loco afán; y, a veces, corremos hacia la muerte, pereciendo entre las garras de las aves de rapiña o en las mallas de una red. Y si la compañera desaparece, uno no come ni bebe; no hace más que buscarla y llorar. ¡Cuántos mueren así entre nosotros! Ya ven que todo el mal proviene del amor, y no del hambre. -No; el mal no viene ni del hambre ni del amor -arguyó la serpiente-. El mal viene de la ira. Si viviésemos tranquilos, si no buscásemos pendencia, entonces todo iría bien. Pero, cuando algo se arregla de modo distinto a como quisiéramos, nos arrebatamos y todo nos ofusca. Sólo pensamos en una cosa: descargar nuestra ira en el primero que encontramos. Entonces, como locos, lanzamos silbidos y nos retorcemos, tratando de morder a alguien. En tales momentos, no se tiene piedad de nadie; mordería uno a su propio padre o a su propia madre; podríamos comernos a nosotros mismos; y el furor acaba por perdernos. Sin duda alguna, todo el mal viene de la ira. El ciervo no fue de este parecer. -No; no es de la ira ni del amor ni del hambre de donde procede el mal, sino del miedo. Si fuera posible no sentir miedo, todo marcharía bien. Nuestras patas son ligeras para la carrera y nuestro cuerpo vigoroso. Podemos defendernos de un animal pequeño, con nuestros cuernos, y la huida nos preserva de los grandes. Pero es imposible no sentir miedo. Apenas cruje una rama en el bosque o se mueve una hoja, temblamos de terror. El corazón palpita, como si fuera a salirse del pecho, y echamos a correr. Otras veces, una liebre que pasa, un pájaro que agita las alas o una ramita que cae, nos hace creer que nos persigue una fiera; y salimos disparados, tal vez hacia el lugar del peligro. A veces, para esquivar a un perro, vamos a dar con el cazador; otras, enloquecidos de pánico, corremos sin rumbo y caemos por un precipicio, donde nos espera la muerte. Dormimos preparados para echar a correr; siempre estamos alerta, siempre llenos de terror. No hay modo de disfrutar de un poco de tranquilidad. De ahí deduzco que el origen del mal está en el miedo. Finalmente intervino el ermitaño y dijo lo siguiente: -No es el hambre, el amor, la ira ni el miedo, la fuente de nuestros males, sino nuestra propia naturaleza. Ella es la que engendra el hambre, el amor, la ira y el miedo


¿QUÉ SIGNIFICA PARA TI MI NOMBRE? Por ALEXANDR PUSHKIN ¿Qué significa para ti mi nombre? Morirá como muere el triste ruido de ola que rompe en la lejana orilla, cual son nocturno en el bosque tupido. Como único recuerdo, en un papel dejó su muerto rastro, semejante a un epitafio en raros caracteres en una lengua que no entiende nadie. ¿Qué fue de él? Olvidado está hace tiempo entre emociones agitadas, nuevas, porque no dejará a tu alma mi nombre memoria alguna que sea pura o tierna. Pero en las horas tristes, en silencio, pronuncia con angustia el nombre mío: Di: ¿hay en el mundo quien de mí se acuerde? ¿hay corazón en el que yo esté vivo?


DOCTOR ZHIVAGO Borís Pasternak

EL TEMA DE LARA https://www.youtube.com/watch?v=4Yd2PzoF1y8 ejercicio: IMAGINA UN ESCENARIO


Ya Vagué por las Calles Bulliciosas Por Alexander Pushkin Ya vague por las calles bulliciosas, ya penetre en el templo populoso, ya me rodeen alocados jóvenes, en mis ensueños sigo estando absorto. Me digo: pasarán raudos los años y por muchos que aquí nos encontremos, todos iremos a la eterna fosa y para alguno ya llegó su tiempo. Cuando contemplo el roble solitario, este patriarca de los bosques -piensosobrevivió al cruel siglo de mis padres y sobrevivirá a este siglo nuestro. Cuando acaricio a una tierna criatura pienso que es hora ya de despedirme: te cedo el puesto, florecer te toca, y para mí ya es hora de pudrirme. Cada día que pasa, cada hora, me he acostumbrado a ejercitar la mente, e intento adivinar cuál de entre ellos será el aniversario de mi muerte. Y ¿dónde me enviará la muerte el Hado? ¿En la guerra, en el mar, como viajero? ¿O si acaso será el valle vecino el que reciba mis helados restos? Y aunque para mi cuerpo inanimado dónde se descomponga igual le sea, yo, más cercano a mi solar querido, de ser posible, reposar quisiera. Y que a la entrada misma de mi tumba una juvenil vida jugar pueda, y que Naturaleza indiferente con su eterna hermosura resplandezca.


Soy un hombre libre Doctor Zhivago (escena) por BorĂ­s Pasternak https://www.youtube.com/watch?v=IWnDkEeUrZo


EL FIN DEL MUNDO: SUEÑO Por Iván S. Turguénev Sueño que estoy en Rusia, en un rincón perdido, en una humilde casa campesina. La estancia es amplia, de baja techumbre y paredes encaladas, con tres ventanas y sin mueble alguno. Ante la casa se abre un páramo estéril, que se desliza gradualmente hasta perderse en la lejanía. Un cielo gris uniforme lo envuelve como un manto. No estoy solo: somos en la habitación unas diez personas, gentes sencillas, de aspecto humilde. Todos van y vienen por la habitación en total mutismo, sigilosamente. Parecen evitarse los unos a los otros y, sin embargo, no cesan de cruzarse inquietantes miradas. Nadie sabe qué esta haciendo en esa casa, ni quiénes son los demás. Los rostros reflejan ansiedad y congoja... Uno tras otro, todos se van acercando a las ventanas y observan atentos, como si esperasen algo desde fuera. Luego, vuelven a deambular de un lado para otro. Entre nosotros hay un niño. Menudo e inquieto, de vez en cuando gime con su vocecilla monótona y envolvente: «Papaíto, ¡tengo miedo!» El corazón se me sube a la garganta al oír esa voz y yo también empiezo a sentir miedo, pero...¿de qué? Ni yo mismo lo sé. Sólo presiento que se avecina una gran calamidad, un desastre. El niño sigue gimoteando de vez en cuando. ¡Ay, quién pudiera escapar! ¡Qué agobio, qué angustia, qué pesadumbre!.. Pero es imposible salir. El cielo parece una mortaja. Y no hay viento... ¿es que se ha muerto el aire? De pronto el niño corre hacia la ventana y grita con voz lastimosa: - ¡Mirad, mirad! ¡Se ha hundido la tierra! - ¿Cómo que se ha hundido? En efecto, la casa, que antes daba al páramo, ahora ha quedado encaramada en lo alto de un terrible cima. El firmamento se ha desplomado, se ha hundido, y ante a la casa se ha abierto un abismo negro, de violenta verticalidad. Todos nos agolpamos junto a las ventanas... El horror nos hiela el corazón. - Ahí viene... ¡ahí está! -murmura mi vecino. Allá en el horizonte algo empieza a moverse, se bambolean unos pequeños y redondeados montículos. «¡Es el mar! -pensamos todos en el mismo instante. -Nos va a tragar... Pero, ¿cómo puede crecer de este modo, hacia arriba? ¿Alcanzará esta cima?» El mar crece y se agiganta... Ya no son unos pequeños montículos que se mecen en la lejanía, sino una única ola, maciza y monstruosa, que abarca toda la cúpula celeste. ¡Ya viene, vuela hacia nosotros! Se nos echa encima con su gélido aliento, con su negrura abismal. Todo alrededor se estremece y allá, en esa vertiginosa mole, todo cruje y retumba, como un espeluznante bramido de mil fauces de hierro... ¡Cómo brama, cómo ruge! La propia tierra aúlla de espanto... ¡Es su fin! ¡El fin de todo! El niño gime por última vez... Yo intento asirme a mis compañeros, pero ya estamos todos aplastados, sepultados, anegados, arrasados por aquella ola rugiente, glacial, negra como la tinta. Y se hace la oscuridad... ¡las eternas tinieblas! Con la respiración entrecortada, me despierto.

Marzo de 1878.


Anna Karenina Por Le贸nTolstoi https://www.youtube.com/watch?v=htC_sX9wD-Q


El Pez de Oro Cuentos populares rusos por Aleksandr Nikolaevich Afanasev En una isla muy lejana, llamada isla Buián, había una cabaña pequeña y vieja que servía de albergue a un anciano y su mujer. Vivían en la mayor pobreza; todos sus bienes se reducían a la cabaña y a un a red que el mismo marido había hecho, y con la que todos los días iba a pescar, como único medio de procurarse el sustento de ambos. Un día echó su red en el mar, empezó a tirar de ella y le pareció que pesaba extraordinariamente. Esperando una buena pesca se puso muy contento; pero cuando logró recoger la red vio que estaba va cía; tan sólo a fuerza de registrar bien encontró un pequeño pez. Al tratar de cogerlo quedó asombrado al ver que era un pez de oro; su asombro creció de punto al oír que el Pez, con voz humana, le suplicaba: –No me cojas, abuelito; déjame nadar libremente en el mar y te podré ser útil dándote todo lo que pidas. El anciano meditó un rato y le contestó: –No necesito nada de ti; vive en paz en el mar. ¡Anda! Y al decir esto echó el pez de oro al agua. Al volver a la cabaña, su mujer, que era muy ambiciosa y soberbia, le preguntó: –¿Qué tal ha sido la pesca? –Mala, mujer –contestó, quitándole importancia a lo ocurrido–; sólo pude coger un pez de oro, tan pequeño que, al oír sus súplicas para que lo soltase, me dio lástima y lo dejé en libertad a cambio de la promesa de que me daría lo que le pidiese. –¡Oh viejo tonto! Has tenido entro tus manos una gran fortuna y no supiste conservarla. Y se enfadó la mujer de tal modo que durante todo el día estuvo riñendo a su marido, no dejándole en paz ni un solo instante. –Si al menos, ya que no pescaste nada, le hubieses pedido un poco de pan, tendrías algo que comer; pero ¿qué comerás ahora si no hay en casa ni una migaja? Al fin el marido, no pudiendo soportar más a su mujer, fue en busca del pez de oro; se acercó a la orilla del mar y exclamó: –¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí! El Pez se arrimó a la orilla y le dijo: –¿Qué quieres, buen viejo? –Se ha enfadado conmigo mi mujer por haberte soltado y me ha mandado que te pida pan. –Bien; vete a casa, que el pan no os faltará. El anciano volvió a casa y preguntó a su mujer: –¿Cómo van las cosas, mujer? ¿Tenemos bastante pan? –Pan hay de sobra, porque está el cajón lleno –dijo la mujer–; pero lo que nos hace falta es una artesa nueva, porque se ha hendido la madera de la que tenemos y no podemos lavar la ropa; ve y dile al pez de oro que… El viejo se dirigió a la playa otra vez y llamó: –¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí! El Pez se arrimó a la orilla y le dijo: –¿Qué necesitas, buen viejo? –Mi mujer me mandó pedirte una artesa nueva. –Bien; tendrás también una artesa nueva. De vuelta a su casa, cuando apenas había pisado el umbral, su mujer le salió al paso gritándole imperiosamente: –Vete en seguida a pedirle al pez de oro que nos regale una cabaña nueva; en la nuestra ya no se puede vivir, porque apenas se tiene de pie. Se fue el marido a la orilla del mar y gritó: –¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí! El Pez nadó hacia la orilla poniéndose con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia el anciano, y le preguntó: –¿Qué necesitas ahora, viejo? –Constrúyenos una nueva cabaña; mi mujer no me deja vivir en paz, riñéndome continuamente y diciéndome que no quiere vivir más en la vieja, porque amenaza hundirse de un día a otro. –No te entristezcas. Vuelve a tu casa y reza, que todo estará hecho. Volvió el anciano a casa y vio con asombro que en el lugar de la cabaña vieja había otra nueva hecha de roble y con adornos de talla. Corrió a su encuentro su mujer no bien lo hubo visto, y riñéndolo e injuriándolo, más enfadada que nunca, le gritó: –¡Qué viejo más estúpido eres! No sabes aprovecharte de la suerte. Has conseguido tener una cabaña nueva y creerás que has hecho algo importante. ¡Imbécil! Ve otra vez al mar y dile al pez de oro que no quiero ser por


más tiempo una campesina; quiero ser mujer de gobernador para que me obedezca la gente y me salude con reverencia. Se dirigió de nuevo el anciano a la orilla del mar y llamó en alta voz: –¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí! Se arrimó el Pez a la orilla como otras veces y dijo: –¿Qué quieres, buen viejo? Éste le contestó: –No me deja en paz mi mujer; por fuerza se ha vuelto completamente loca; dice que no quiere ser más una campesina; que quiere ser una mujer de gobernador. –Bien; no te apures; vete a casa y reza a Dios, que yo lo arreglaré todo. Volvió a casa el anciano; pero al llegar vio que en el sitio de la cabaña se elevaba una magnífica casa de piedra con tres pisos; corría apresurada la servidumbre por el patio; en la cocina, los cocineros preparaban la comida, mientras que su mujer hallábase sentada en un rico sillón vestida con un precioso traje de brocado y dando órdenes a toda la servidumbre. –¡Hola, mujer! ¿Estás ya contenta? –Le dijo el marido. –¿Cómo has osado llamarme tu mujer a mí, que soy la mujer de un gobernador? –Y dirigiéndose a sus servidores les ordenó–: Coged a ese miserable campesino que pretende ser mi marido y llevadlo a la cuadra para que lo azoten bien. En seguida acudió la servidumbre, cogieron por el cuello al pobre viejo y lo arrastraron a la cuadra, donde los mozos lo azotaron y apalearon de tal modo que con gran dificultad pudo luego ponerse en pie. Después de esto, la cruel mujer le nombró barrendero de la casa y le dieron una escoba para que barriese el patio, con el encargo de que estuviese siempre limpio. Para el pobre anciano empezó una existencia llena de amarguras y humillaciones; tenía que comer en la cocina y todo el día estaba ocupado barriendo el patio, porque apenas cometía la menor falta lo castigaban, apaleándolo en la cuadra. –¡Qué mala mujer! –Pensaba el desgraciado–. He conseguido para ella todo lo que ha deseado y me trata del modo más cruel, llegando hasta a negar que yo sea su marido. Sin embargo, no duró mucho tiempo aquello, porque al fin se aburrió la vieja de su papel de mujer de gobernador. Llamó al anciano y le ordenó: –Ve, viejo tonto, y dile al pez de oro que no quiero ser más mujer de gobernador; que quiero ser zarina. Se fue el anciano a la orilla del mar y exclamó: –¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí! El Pez de oro se arrimó a la orilla y dijo: –¿Qué quieres, buen viejo? –¡Ay, pobre de mí! Mi mujer se ha vuelto aún más loca que antes; ya no quiere ser mujer de gobernador; quiere ser zarina. –No te apures. Vuelve tranquilamente a casa y reza a Dios. Todo estará hecho. Volvió el anciano a casa, pero en el sitio de ésta vio elevarse un magnífico palacio cubierto con un tejado de oro; los centinelas hacían la guardia en la puerta con el arma al brazo; detrás del palacio se extendía un hermosísimo jardín, y delante había una explanada en la que estaba formado un gran ejército. La mujer, engalanada como correspondía a su rango de zarina, salió al balcón seguida de gran número de generales y nobles y empezó a pasar revista a sus tropas. Los tambores redoblaron, las músicas tocaron el himno real y los soldados lanzaron hurras ensordecedores. A pesar de toda esta magnificencia, después de poco tiempo se aburrió la mujer de ser zarina y mandó que buscasen al anciano y lo trajesen a su presencia. Al oír esta orden, todos los que la rodeaban se pusieron en movimiento; los generales y los nobles corrían apresurados de un lado a otro diciendo: ‘¿Qué viejo será ése?’ Al fin, con gran dificultad, lo encontraron en un corral y lo llevaron a presencia de la zarina, que le gritó: –¡Ve, viejo tonto; ve en seguida a la orilla del mar y dile al pez de oro que no quiero ser más una zarina; quiero ser la diosa de los mares, para que todos los mares y todos los peces me obedezcan! El buen viejo quiso negarse, pero su mujer lo amenazó con cortarle la cabeza si se atrevía a desobedecerla. Con el corazón oprimido se dirigió el anciano a la orilla del mar, y una vez allí, exclamó: –¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí! Pero no apareció el pez de oro; el anciano lo llamó por segunda vez, pero tampoco vino. Lo llamó por tercera vez, y de repente se alborotó el mar, se levantaron grandes olas y el color azul del agua se obscureció hasta volverse negro. Entonces el Pez de oro se arrimó a la orilla y dijo: –¿Qué más quieres, buen viejo? El pobre anciano le contestó: –No sé qué hacer con mi mujer; está furiosa conmigo y me ha amenazado con cortarme


la cabeza si no vengo a decirte que ya no le basta con ser una zarina; que quiere ser diosa do los mares, para mandar en todos los mares y gobernar a todos los peces. Esta vez el pez no respondió nada al anciano; se volvió y desapareció en las profundidades del mar. El desgraciado viejo se volvió a casa y quedó lleno de asombro. El magnífico palacio había desaparecido y en su lugar se hallaba otra vez la primitiva cabaña vieja y pequeña, en la cual estaba sentada su mujer, vestida con unas ropas pobres y remendadas. Tuvieron que volver a su vida de antes, dedicándose otra vez el viejo a la pesca, y aunque todos los días echaba su red al mar, nunca volvió a tener la suerte de pescar al maravilloso pez de oro.


LOLITA Por Nabokov Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita. ¿Tuvo Lolita una precursora? Por cierto que la tuvo. En verdad, Lolita no pudo existir para mí si un verano no hubiese amado a otra... «En un principado junto al mar.» ¿Cuándo? Tantos años antes de que naciera Lolita como tenía yo ese verano. Siempre puede uno contar con un asesino para una prosa fantástica. Señoras y señores del jurado, la prueba número uno es lo que envidiaron los serafines de Poe, los errados, simples serafines de nobles alas. Mirad esta maraña de espinas

Serafines: Poe no sitúa a Dios como espectador directo de esta representación, sino a una serie de ángeles que se debaten entre la piedad y una morbosa curiosidad. Ya al final del poema, se nos anuncia la solemne entrada de una forma reptante, demasiado horrible como para describirla. Es entonces cuando los serafines, con la angustia propia de los ángeles soñados por Poe, observan como los mimos caen uno a uno bajo la lujuriosa voracidad del Gusano.


Anna Karenina Por Le贸n tolstoi https://www.youtube.com/watch?v=Nfom1V9QmUc


EL DEDO: LA NOVIA CADÁVER "La novia cadáver" está basada en un cuento procedente de antiguas leyendas ruso-judías. Como todas estas historias de leyendas populares, el relato se pasó oralmente de generación en generación sin saberse muy bien quien fue su auténtico creador. No obstante, se dice que el cuento de donde parte, "El dedo", fue invención del rabino del siglo XVI Isaac Luria.

Había una vez un joven que vivía en un pequeño pueblo de Rusia. Él y un amigo se disponían a hacer un viaje de dos días de camino hacia el lugar donde vivía su prometida, con quien iba a casarse. La primera noche, los dos amigos decidieron acampar a la orilla de un río. El joven que iba a casarse vislumbró en el suelo algo parecido a un extraño palo con el aspecto del hueso de un dedo. Él y su amigo empezaron a bromear sobre el hueso que asomaba del suelo. El joven novio tomó del bolsillo su dorado anillo de bodas y se lo puso al extraño palo. Entonces empezó la danza ritual de bodas: dio tres vueltas alrededor del palo con la alianza, cantó la canción judía de bodas y recitó completo el sacramento matrimonial mientras bailaba. Los dos amigos estuvieron riendo todo el rato. La risa y el jolgorio desaparecieron de pronto. La tierra tembló y se estremeció bajo sus pies. En el lugar donde estaba el palo se había abierto una gran brecha y un desaliñado cadáver, un muerto viviente salió de debajo la tierra. Había sido una novia, pero ahora no era más que unos cuantos huesos unidos por jirones de piel. La novia muerta todavía llevaba su blanco vestido de seda, pero todo desgarrado y harapiento. Gusanos y telarañas colgaban de lo que una vez habían sido el canesú de perlas y el andrajoso velo. Los dos jóvenes quedaron horrorizados. Ella empezó a hablar... - Has bailado la danza de bodas y pronunciado los votos del matrimonio. Me has puesto un anillo en el dedo. Ahora somos marido y mujer y reclamo mis derechos como tu prometida. Temblando de miedo por las palabras de la novia muerta, los dos jóvenes huyeron hacia el pueblo donde esperaba la joven novia que se iba a casar. Fueron directos a visitar al rabino. - Rabino, - preguntó sin aliento el joven – tengo una pregunta muy importante que hacerle. Si por alguna razón uno anda por el bosque y se encuentra un palo que parece el hueso de un dedo sobresaliendo del suelo y sucede que pone un anillo de bodas en el dedo y hace la danza de bodas y pronuncia los votos del matrimonio, se ha producido en verdad un matrimonio? Confundido, el rabino preguntó: - Sabes de alguien a quien le haya ocurrido eso? - Oh, no, no! Claro que no! Es una pregunta hipotética. Mesándose ampliamente la barba, el rabino contestó: - Déjame pensarlo. En ese momento, una gran ráfaga de viento abrió la puerta y a través de ella entró la novia muerta. - Aquí y ahora afirmo que este hombre es mi esposo, él ha puesto una alianza en mi dedo y ha pronunciado los solemnes votos de matrimonio. – dijo mientras su huesudo dedo sonaba como bolsa de canicas al tocar a su pretendido novio. - Esto es un problema muy serio. He de consultarlo con los demás rabinos. – dijo el rabino.


Los rabinos de los pueblos vecinos se reunieron presto y se unieron en congreso mientras los dos jóvenes esperaban su decisión con gran ansiedad. La novia muerta esperaba en el pórtico dando golpes con su pie y diciendo: - Quiero celebrar cuanto antes la noche de bodas con mi esposo. Estas palabras erizaron todos y cada uno de los vellos del joven. Mientras los rabinos estaban en reunión, la auténtica novia llegó y quiso saber de qué iba todo el asunto. Cuando su prometido le contó lo que había ocurrido, ella estalló en sollozos. - ¡Mi vida está arruinada! ¡Mis esperanzas y mis sueños despedazados!¡Ya no me casaré nunca! ¡Ya nunca tendré una familia! En ese momento llegaron los rabinos y esto es lo que preguntaron: - ¿En verdad pusiste un anillo en el dedo del cadáver de la mujer muerta? ¿En verdad danzaste a su alrededor tres veces y pronunciaste los sagrados votos del matrimonio en su totalidad? Los dos jóvenes, encogidos en una esquina, asintieron con su cabeza. Con grave gesto los rabinos volvieron a encerrarse para proseguir con su reunión. La joven novia derramó amargas lágrimas, mientras la novia muerta se relamía ante la perspectiva de la largamente esperada noche de bodas. Poco después, los rabinos salieron solemnemente y, tomando sus asientos, anunciaron: - Como pusiste el anillo en el dedo de la novia muerta y danzaste a su alrededor tres veces recitando los votos del matrimonio, nuestra determinación es que estos hechos constituyen un matrimonio con todas las de la ley. En cualquier caso, también hemos decidido que ningún muerto tiene poder de reclamación sobre los vivos. Sollozos y murmuros se oyeron desde todos los rincones. La joven novia se encontraba especialmente aliviada. En cambio, la novia muerta clamaba: - ¡He perdido la oportunidad de mi vida! ¡Ya nunca cumpliré mis sueños! ¡Ya todo está perdido! – y se derrumbó en el suelo. La escena era conmovedora; un montón de huesos entre los restos de un vestido de novia, tirados, sin vida. La joven novia se sintió invadida por una oleada de compasión por la novia muerta y se agachó para recoger el montón de huesos, colocando con extremo cuidado los jirones de fina seda y sosteniéndolo todo con fuerza, cantó medio murmurando, como si meciera a un bebé: - No te aflijas. Yo viviré tus sueños, yo viviré tus esperanzas y tendré niños por ti. Tendré suficientes niños para las dos y podrás descansar en paz sabiendo que nuestros hijos, y nuestros nietos y biznietos estarán bien cuidados y nunca nos olvidarán. Tiernamente cerró los ojos de la novia muerta. Tiernamente la sostuvo en sus brazos y con cuidado y a paso lento bajó hasta el río con su frágil carga. A la orilla del río cavó una tumba y allí la dejó con sus huesudos brazos cruzados sobre su caja torácica, juntando una mano sobre la otra, todavía con el anillo puesto en el huesudo dedo, y envolviéndola con el vestido de novia. - Aquí descanses en paz. – Susurró – Viviré tus sueños, no te aflijas, y nunca te olvidaremos. La novia muerta se veía feliz y en paz en su nueva sepultura, porque de algún modo sabía que a través de la joven novia sus deseos se verían cumplidos. La joven novia la fue cubriendo con tierra, lentamente cubrió el cadáver y el vestido en la tumba hasta que quedó completamente enterrada. Finalmente colocó por encima algunas flores silvestres


y puso todo de piedras a su alrededor. La joven novia volvió con su prometido y se casaron en una solemne ceremonia. Vivieron juntos muchos y muy felices años. Y la historia de la novia muerta les fue contada a todos sus hijos, nietos y biznietos, y de este modo nunca la olvidaron, del mismo modo que nunca olvidaron la sabiduría y la compasión que de ella habían aprendido. NOTAS: En el siglo XIX el antisemitismo se extendía por toda Europa Oriental, incluida Rusia. Ocurría de vez en cuando que las bandas de antisemitas abordaban los grupos de judíos que se dirigían a una boda. Por ser la novia la que tenía que traer al mundo las nuevas generaciones, la sacaban del carruaje y la mataban, enterrándola todavía vestida con su traje de novia. Estos hechos reales dieron origen a algunas leyendas, entre ellas la de la novia muerta.


EL PERRO Por Iván S. Turguénev

Solos, mi perro y yo, en esa habitación... Fuera ruge feroz una terrible tormenta. Mi perro reposa frente a mí, mirándome fijamente a los ojos. Yo también le miro a los ojos. Parece, como si quisiera decirme algo. No habla, no tiene el don de la palabra, es incapaz de comprenderse a sí mismo, pero yo sí le comprendo. Comprendo que, en este instante, en él y en mí anida un mismo sentimiento, que no hay diferencia alguna entre ambos. Somos idénticos, y en el interior de cada uno de nosotros arde y se consume la misma trémula llama de la vida. Hasta que un día se nos eche encima la muerte, agitando sus frías e inmensas alas... Será el fin. ¿Quién entonces podrá determinar cuál de las dos llamas fue la que ardió en cada uno de nosotros? No, no son un hombre y un animal cruzándose una mirada... Son dos pares de ojos idénticos, fijos los unos en los otros. Y cada par de ojos, el del hombre y el del animal, es el reflejo de una vida que se aferra, temerosa, a la otra.

Febrero de 1878


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