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El lenguaje racional y la poesía

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Editorial

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No cabe duda que nuestra cultura actual otorga al lenguaje racional un papel fundamental y omnipresente. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos estamos expuestos a mensajes publicitarios con letras enormes, recibimos decenas de mails y whatsapp, leemos las noticias… y al final del día para relajarnos, miramos facebook, twittero instagram. La sociedad de consumo se ha transformado en una sociedad de la comunicación, donde el sonido más temible es tal vez el del silencio, la situación más peligrosa, la de ser ignorado por los demás y nuestro supremo poder el de hablar libremente. Se han vuelto tan importante las palabras que sentimos que no podemos dejar de usarlas para entender el mundo que nos rodea o para comunicarnos. Sin embargo, existen muchas otras vías, incluso dentro del mismo lenguaje para poder expresarnos, y estas alternativas pueden incluso permitirnos relacionarnos de una forma aun más real y consciente con nosotros y con el mundo que nos rodea. Es lo que muchas culturas de la antigüedad hacían cuando en vez de un lenguaje lógico preferían usar el lenguaje mitico-poetico. Para la sabiduría atemporal, el lenguaje racional es como un mapa o un dibujo que permite entender más o menos a qué se refiere la persona que lo usa, pero no permite reflejar del todo el objeto de su discurso. Es arbitrario, pues los signos del alfabeto que usamos para hablar y escribir no son más que… «dibujitos inventados por el hombre», figuras, palitos, círculos. Piensa en la palabra «Amor». Simplemente son diez líneas juntas con formas distintas para referirse a algo millones de veces más complejo que un simple dibujo y una serie de sonidos que salen por tu boca cuando lo pronuncias. Por otro lado, es por esencia una contradicción: las palabras quieren separar las cosas unas de otras. Por ejemplo, la palabra «mesa» se refiere a otra cosa que la palabra «lámpara», pero no siempre la realidad funciona así. ¿Acaso no estamos todos conectados entre nosotros? ¿Acaso lo que afecta a una parte no afecta al todo? La gran ilusión que crea el lenguaje racional es que los seres que pueblan el universo están aislados, que no tienen la misma esencia, que son todos diferentes y separados. El lenguaje racional es muy frio. La frase «una hoja cae al suelo un día que hace calor» nos da una información pero no nos permite saber qué se siente cuando uno contempla una hoja caer lentamente un día cálido de primavera. No permite sentir y reflejar la sensación inefable que brota como un loto en el corazón del alma enamorada de la belleza de la naturaleza que contempla el misterio del paso del tiempo y de los infinitos juegos de luces y sombras. Y por último, poner etiquetas sobre las cosas nos hace olvidar la naturaleza dinámica del mundo: todo está en constante cambio, todo se mueve, todo se transforma

y evoluciona. Piensa en la palabra «andar». Usamos la misma palabra para una actividad que nunca es la misma. No hay en este mundo ningún instante o acción que se repita: todo surge como por primera vez. En nuestra mente el lenguaje nos hace creer que las cosas son las mismas. Pero cada paso que andamos es único y irrepetible; cada día que vivimos también lo es; cada vez que respiramos es un instante que nace y desaparece. Como decía el sabio Heraclíteo, filósofo griego del siglo VI a. de C. «Uno no se puede bañar dos veces en el mismo rio.» Por eso el lenguaje poético y simbólico siempre llegará más cerca del corazón de las cosas: nos acercará a su esencia porque permite sugerir mas que demostrar, intuir más que clasificar, dejar expresarse las cosas tal como son en vez de imponerle una etiqueta fría y racional. El lenguaje racional nos hace identificarnos con nuestra mente dual, pero el lenguaje poético nos libera de ella. El lenguaje racional habla de un mundo material y estático, el lenguaje poético nos permite respirar el perfume de la vida, de la magia, de ese mundo esencial que es invisible a los ojos y de los infinitos matices de colores de esa obra perfecta que es el cosmos. La razón entiende… el corazón sabe. La mente clasifica… la intuición libera… Por eso los maestros Zen enseñaban a desconfiar del lenguaje y buscaban en los cuentos, las parábolas o

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los poemas (haikus) una forma de sublimar nuestro lenguaje para rozar con los dedos de la intuición el cielo de los arquetipos, de ese mundo espiritual del cual venimos y hacia el cual nos encaminamos. En occidente, el ilustre maestro griego Platón, padre de la filosofía y príncipe de los filósofos, enseñaba sus más profundas enseñanzas a través de diferentes mitos, cuyo lenguaje es el de la metáfora. Y por la misma razón los egipcios usaban símbolos para escribir (Jeroglíficos) en vez de palabras estáticas como las nuestras. Y es que la poesía y el símbolo no son herramientas literarias, son el lenguaje mismo del alma humana, y también del mismo universo. Despertar a esa dimensión de la comunicación nos permite desvelar misterios sobre el universo y sobre nosotros mismos…, y esto, según nos enseñaron los sabios de ayer y de hoy, es la gran misión de todo ser humano. Hay un famoso cuento Zen que resume muy bien esta idea del peligro que puede representar el lenguaje racional a la hora de buscar la verdad. Es el cuento del dedo que señala la luna: Al perro de un Maestro Zen le encantaba salir a jugar en las tardes con su amo. El perro corría para regresar la rama, que el maestro volvía a arrojar. Con felicidad, el perro esperaba el siguiente turno. Una noche el Maestro invitó a uno de sus más brillantes estudiantes a caminar con ellos. El chico era muy

inteligente y disfrutaba de clasificar y razonar sobre todo cuanto escuchaba o veía. —Debes entender— dijo el Maestro—, que las palabras son solo marcas en el camino. Nunca dejes que las palabras oscurezcan la verdad. Te lo mostraré. El Maestro llamó a su feliz perro. —Tráeme la luna— ordenó al animal y apuntó con su dedo a la luna llena. —¿Hacia dónde está mirando mi perro?— preguntó el Maestro a su alumno. —Está mirando a su dedo, Maestro. —Exacto. No seas como mi perro. No confundas el dedo que señala con lo que está señalando. Todas las palabras son solo marcas en el camino. Todos los humanos deben ver a través de las palabras para encontrar la verdad. Y para ir cerrando esta breve reflexión, qué mejor manera que leyendo algunos haikus, una forma de poesía japonesa que invita a captar y sentir la vivencia mágica de un momento determinado, sin forzar ni etiquetarlo con palabras racionales…, dejando este instante único expresarse tal como es… y perfumar nuestro jardín interior gracias al uso de la intuición y del lenguaje poético.

Un leve instante se retrasa sobre las flores el claro de luna. Por todas partes se precipitan las flores sobre el agua del lago. Brisa ligera apenas tiembla la sombra de la glicina. El crisantemo blanco el ojo no encuentra la menor impureza. Al olor del ciruelo surge el sol sobre el sendero de montaña.

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