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Ocho versos para adiestrar la mente. Dalai Lama

Verso 1 . Pensando en que todos los seres sintientes Son aún más valiosos que la joya que colma los deseos, Con el fin de alcanzar el supremo propósito, Pueda yo siempre considerarles preciosos.

Verso 2. Dondequiera que vaya, con quien quiera que esté, Pueda yo sentirme inferior a los demás y, Desde lo más hondo de mi corazón, Considerarles a todos sumamente preciosos.

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Verso 3. Que sea yo capaz de examinar mi mente en todas las acciones, Y en el momento en que aparezca un estado negativo, Ya que nos pone en peligro a mí mismo y a los demás, Pueda yo hacerle frente y apartarlo.

Verso 4. Cuando vea a seres de disposición negativa O a los que están oprimidos por la negatividad o el dolor, Pueda yo considerarlos tan preciosos como un tesoro hallado, Pues son difíciles de encontrar

Verso 5. Cuando otros, impulsados por los celos, Me injurian y tratan de otros modos injustos, Pueda yo aceptar la derrota sobre mí, Y ofrecer la victoria a los demás.

Verso 6. Cuando una persona a quien he ayudado, O en quien he depositado todas mis esperanzas Me daña muy injustamente, Pueda yo verla como a un amigo sagrado.

Verso 7. En resumen, que pueda yo ofrecer, directa e indirectamente, Toda alegría y beneficio a todos los seres, mis madres, Y que sea capaz de Tomar secretamente sobre mí todo su dolor y sufrimiento

Verso 8. Que no se vean mancillados por los conceptos De los ocho intereses mundanos Y, conscientes de que todas las cosas son ilusorias, Que puedan ellos, sin aferramiento, verse libres de las ataduras.

A día de hoy, somos muchas las personas conscientes del poder de la mente humana y cada vez son más los estudios neurocientíficos que avalan esta afirmación. No es un descubrimiento nuevo. Los sabios y filósofos del mundo entero se preocuparon por su estudio y comprensión ya que sabían que con disciplina, trabajo y mucha constancia, el ser humano puede disponer de una herramienta que nos puede dar las mayores satisfacciones en la vida, o por el contrario, ser fuente y «destructora de lo real». Para ello, hace falta conocerla y adiestrarla, ya que es imprescindible aprender a dirigirla. Una mente educada y cultivada es una de las mejores inversiones a la que podemos dedicar nuestra vida.

Y precisamente sobre ese punto trata el libro del que vamos a reflexionar juntos, titulado Los ocho versos para adiestrar la mente, escrito por su santidad, el Dalai Lama, un hombre excepcional para nuestro tiempo, que está colaborando incansablemente para dar un salto cuántico en la evolución como humanidad, creando espacios de encuentro entre ciencia y mística, mente y corazón, haciendo aportaciones de incalculable valor como los comentarios realizados a estos ocho versos, escritos por un maestro del budismo tibetano de la escuela Kadampa hace más de novecientos años. Reflexionar sobre este libro tal vez nos pueda ser de gran ayuda en estos momentos de crisis vital que vivimos como humanidad, ya que está pensado para ayudarnos a transformar nuestra disposición mental ante cualquier situación difícil de la vida, librándonos de todo el sufrimiento que las circunstancias adversas nos provocan. ¿Cómo se hace eso que desde siempre nos ha resultado tan difícil? ¿Es posible? Al principio, el Dalai Lama nos recuerda que los seres humanos tenemos una misma naturaleza a nivel mental y emocional, un potencial inagotable dentro nuestro para ser felices y hacer el bien; pero a su vez, podemos ser también perjudiciales para nosotros y para los demás. La clave está en hacer prevalecer nuestra parte luminosa y tratar de reducir los otros efectos negativos y dañinos que podemos causar y causarnos. Recalca que todas las actitudes positivas que podemos adoptar o cultivar, nos traen siempre fortaleza interior. Con fortaleza interior tenemos menos miedo y más confianza, y así resulta más fácil extender nuestro afecto hacia los demás sin barrera alguna, religiosa, cultural y de ningún otro tipo. De ahí que es muy importante reconocer en nosotros ese potencial, tanto para lo bueno como para lo malo; observarlo, analizarlo y ver qué efectos produce tanto uno como otro. Esto es lo que él llama fomentar el valor humano. Y lo que se propone es promover la comprensión del valor humano más profundo: la compasión, sentimiento clave en todo ser feliz y pleno pues «permite extraer toda la fortaleza interior para superar el sufrimiento propio y ayudar

a sostener el ajeno»; por tanto, un sentimiento afectuoso y comprensivo. Y ¿de qué depende ser feliz o no serlo? Precisamente en cultivar esa actitud compasiva. Y aquí es donde nos revela el gran secreto, la clave maestra que encierra este libro: la mente humana es en realidad, la verdadera causante de todos los estados, es la creadora de toda nuestra realidad. Por tanto, no se trata de lo que nos pasa, sino de cómo percibimos e interpretamos eso que estamos viviendo.

Si bien todos tenemos experiencias dolorosas que nos hacen sufrir y no se pueden evitar porque forman parte de la vida, hay otras a las que sí podemos cambiar la polaridad, ya que como explica el Dalai Lama, «existir como seres ignorantes y por tanto, propensos a las emociones, los pensamientos y a las semillas que sembramos con nuestras acciones, es la gran fuente de dolor e insatisfacción». Por consiguiente, «Todo sufrimiento está enraizado o tiene su causa en un estado de la mente» Una mente indisciplinada, traerá siempre una experiencia de sufrimiento. Por eso, estos versos están dirigidos al aprendizaje de adiestrar la mente. El fin del sufrimiento solo puede estar asociado al Ser, a una consciencia despierta. Ahí es donde está la clave para alcanzar el estado más elevado de felicidad, la libertad total del sufrimiento y del engaño. Una de esas frases magistrales que recojo del libro dice «La diferencia entre samsara (sufrimiento) y nirvana (plenitud) es un estado mental» donde nos sugiere que solo podremos vivir un estado de felicidad plena, cuando lleguemos a comprendernos en toda nuestra verdadera naturaleza interna. Todos los factores y engaños que oscurecen nuestra mente son estados mentales, y todo lo que está en nosotros iluminado, elevado, sublimado, fruto del esfuerzo de nuestra práctica, es también un estado mental. Por lo tanto, el sentido de la práctica y del adiestramiento es hacer que los pensamientos y emociones válidos o positivos sean cultivados y los negativos o no válidos sean minimizados. En el verso primero nos anima a cultivar el amor hacia todos los seres, desarrollando una actitud que permita considerar a los demás como si de joyas preciosas se tratara. En el momento en que pensamos en los demás, sintiendo afecto por ellos, la mente se expande. Cuando vas más allá de los propios problemas y cuidas de los demás, adquieres fortaleza, confianza en ti mismo, valentía y una mayor sensación de serenidad.

Pero es fundamental primero aprender a amarse y quererse a uno mismo. Si no tenemos esa capacidad, simplemente no hay bases sobre las que construir un sincero afecto por los demás. Y la facultad de amarse o ser amable con uno mismo, ha de basarse en un hecho fundamental de la existencia humana: nuestra tendencia natural a desear felicidad y a evitar el sufrimiento a los demás y a uno mismo.

Nuestra propia amabilidad es fuente de alegría y felicidad; en cambio, una actitud egocéntrica que busca el propio bienestar a expensas de otros, nos causa sufrimiento. En el verso segundo nos dice que ese reconocimiento hacia los demás y el afecto que sintamos por ellos, no pueden surgir de un pensamiento de superioridad hacia ellos. Ese amor afectuoso debe estar basado en el respeto y reconocimiento de su propia grandeza intrínseca, donde no cabe ningún tipo de prejuicio o discriminación hacia nadie. En el verso tercero nos invita a combatir o trabajar con los engaños, emociones y pensamientos aflictivos; esas pesadas cargas que llevamos a cuestas y hacen que en nuestra vida, en vez de brillar un sol radiante, sea lúgubre y gris.

El verdadero enemigo se encuentra dentro nuestro. Por eso es necesario cultivar la atención desde el principio para

detectarlo y darnos cuenta de lo peligroso que es. Si, por estar desatentos, dejamos que las emociones y los pensamientos negativos surjan sin ponerles freno, estamos dándoles rienda suelta y ellos se harán dueños de nuestras decisiones y estados afectivos. Pero si tomamos conciencia de su carácter nocivo, seremos capaces de aplastar esos pensamientos emocionales negativos tan pronto como aparezcan y aplicar su antídoto para contrarrestarlo. Por ejemplo, si surge la arrogancia o el orgullo, uno debe pensar en las propias deficiencias para hacer brotar la humildad, así de simple es el antídoto. Fácil de decir, pero difícil de vivir ¿verdad?. En el verso cuarto nos recuerda que en el día a día, nos encontramos con personas enajenadas o en un estado negativo. Nosotros podemos caer en la tentación de reaccionar de igual manera también, rechazándolos, discriminándolos o desear que no existieran. Así somos de duros con los demás y a veces con nosotros mismos. Y aquí es donde entra en juego el valor del adiestramiento. En cierto sentido, esas personas o actitudes consideradas desagradables, ponen a prueba la habilidad que uno tiene para mantener su adiestramiento básico. Por eso merecen especial atención. La clave aquí es la aceptación. Debemos cultivar la mente para que sea capaz de sentir empatía hacia todos los seres y relacionarse con ellos del modo más correcto, aunque no nos gusten. En el quinto verso leemos que ante una injusticia, algo que nos hirió o injurió, lo primero que nos sale de dentro es el justiciero. Ante esto se puede actuar de manera diferente rompiendo con lo habitual que es derrotar a ese pensamiento que juzga y condena, aceptándolo y ofreciendo esa victoria interior a los demás. Normalmente, en una situación donde encontramos justificación, nosotros mismos nos damos razones para enfadarnos, para insultar o sentir ira; pero no nos recomienda reaccionar así, puesto que el mayor perjudicado siempre seremos nosotros. En el verso sexto nos hace reflexionar sobre que, cuando ayudamos a alguien, solemos tender a esperar algo a cambio, un buen trato o reconocimiento por nuestro esfuerzo. Pero, si en lugar de responder positivamente a esa bondad natural y compensarnos por ello, nos hacen daño, sentiremos indignación, como normalmente le ocurriría a cualquiera. Ese

sentimiento de dolor y desilusión es tan fuerte que consideramos perfectamente justificado reaccionar con enfado. Nos recomienda utilizar esta experiencia para adiestrarnos, como si fuera una lección o enseñanza. Podemos mirar a esa persona como un maestro sagrado que viene a ponernos a prueba y viene a enseñarnos paciencia. Así, en vez de llevarnos la experiencia negativa, al disgusto, se convierte en fuente de sabiduría. En el verso séptimo reconoce en todo ser humano, como algo innato, esa capacidad de aliviar el dolor y el sufrimiento del mundo, ofreciendo de manera consciente a los demás sus cualidades positivas sin ser indiferente al sufrimiento ajeno. Finalmente, en el verso octavo, debemos asegurarnos de que este adiestramiento mental que nos proponemos realizar, no esté contaminado por los ocho intereses mundanos, ya que, aparte de traernos sufrimiento, ese entrenamiento se vería invalidado.

Los ocho intereses mundanos están divididos en cuatro pares de apego y de aversión o rechazo. 1. El apego a las posesiones materiales y la aversión a no recibirlas o verse separado de ellas. 2. El apego al reconocimiento, la aprobación y la fama y la aversión o rechazo a la censura o la desaprobación. 3. El apego a una buena reputación y la aversión o rechazo a una mala imagen. 4. El apego a los placeres de los cinco

sentidos y la aversión o rechazo a experiencias desagradables. Nos da un ejemplo claro del significado de esta liberación de los ocho intereses mundanos y dice que si en algún momento en donde él está impartiendo enseñanza se le cruza por la mente «¿Lo estaré haciendo bien?» «¿Les gustará a los demás?» «¿Me elogiarán por ello?»; ahí es donde su adiestramiento estaría contaminado. Por tanto, hay que estar atentos para que nada enturbie la práctica. Las formas más eficientes de cultivar el valor de la compasión y adiestrar la mente son: • La meditación. Ya que permite observar los pensamientos y emociones como si fueras tu propio observador, darte cuenta de tus propios procesos internos y lo que generan en ti, extendiéndolo a los demás. • El estudio y comprensión de la sabiduría. Sumergirse en el conocimiento, madurar las ideas, leer el libro, investigar hasta que la comprensión se vaya haciendo cada vez más clara y diáfana. • La reflexión profunda de estas enseñanzas y de las verdades que encierran. Como resumen final del libro podemos quedarnos con ciertas ideas inspiradoras: - La mente humana crea todos los estados, tanto de felicidad como de sufrimiento. -Si no observas y te das cuenta de tus propios procesos mentales, te puedes volver preso de tus propias creaciones y emociones. -La vida pone las circunstancias, eres tú quien pone la interpretación. -La mente está para ser una herramienta útil para nosotros, adiestrarla depende únicamente de uno mismo. De lo que se trata, adiestrando la mente, es de tener posesión de nosotros mismos y aprovechar las cualidades de ella y el valor de la compasión para «hacer el bien, sin mirar a quién».

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