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Cuando la música se convierte en mito

Por José Luis Gil Miró

Qué difícil es la sobreabundancia de genialidad derramada entre rincones y espacios de tiempo dictados por la historia y sus tribulaciones. Es en esos momentos únicos donde luces brillantes destacan y alzan su voz entre sombras y grises devenires, que no harán más que sumar datos y sucesos a la enciclopedia que los custodia, mientras la genialidad, le dará y nos dará un sentido más hermoso; y si cabe, más trascendente a todos. En relación a la música, hemos estado en una de esas épocas extraordinarias, rodeados de genios, verdaderos y genuinos faros de cultura e inspiración. Evángelos Odysséas Papathanassíou… Vangelis, era uno de ellos.

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Como uno de los padres de la música electrónica, supo transmutar un sonido mecánico, de mediocre expresividad y sin alma, en belleza. He hizo posible que la electricidad circulando entre sintetizadores, amplificadores o samplers, nos emocionara hasta dejar con su música una profunda impronta en nuestro ser más profundo.

Compuso temas y álbumes que ya son parte de la banda sonora de muchas generaciones. La extraordinaria vitalidad y entusiasmo de la b.s.o. para «Carros de fuego», valedora de un Óscar, le dio a conocer mundialmente, al igual que su monumental trabajo para la película de Ridley Scott, «Blade Runner», compuesta un año después. Aunque antes del salto al gran público ya había editado verdaderas joyas como «L'Apocalypse des animaux», «Heaven and Hell», «Opera sauvage» o «Ignacio», entre otras. A partir de ahí, su generosa genialidad ya no tendría límites. Nos regaló verdaderos tesoros musicales hasta las mismas puertas de la muerte con su último trabajo «Juno to Jupiter», publicado muy poco tiempo antes de que el covid-19 se lo llevara de este mundo.

«Antarctica», «Mask», «1942», «Voices», «Oceanic», «El Greco», «Alexander» o «Mythodea»…, son algunos de sus trabajos más destacados, logrando una prolífica carrera repleta de éxitos y buena música, algo que muy pocos músicos han conseguido: dosificar calidad y originalidad a lo largo de casi cuatro décadas. Sin duda una hazaña musical propia de su talento y capacidad creativa.

No pasan los años para su música. Escucharla te transporta a momentos de felicidad, de fortaleza, de buenos recuerdos que el tiempo ha bordado con hilo de seda en tu alma. Nunca te sacia, no pasa de moda, siempre te inspira, es una hermosa llave que abre un sinfín de puertas en tu mente y en tu corazón. Puedes pasar el rato con ella, puedes emocionarte, hacer deporte, inspirarte para escribir poesía. Puedes enamorarte, serenarte, meditar, reflexionar con ella. Es ese tipo de música atemporal como lo son los grandes temas de un Beethoven o un Mozart, que forman parte de ti en el momento y las circunstancias en que más los necesitas. Esa es quizás la verdadera música y el verdadero sentido que tiene la música para el ser humano, sernos útil desde un plano humano, hasta un plano espiritual; ayudarnos a desenmarañar el plumaje de nuestras alas y guiarnos con sus ritmos y sonidos para alzar el vuelo… y más allá.

Un sentido adiós al genio que tanto nos regaló y al que tanto la música debe. Una isla de serenas y hermosas aguas rodeada por la incertidumbre de un mar agitado, teñido por funestos azules grisáceos que claman más islas para contener las embravecidas corrientes de un tiempo convulso y mediocre. Más islas de aguas turquesas, aunque ninguna será jamás como Vangelis, pues fue único e irrepetible. Y quizás lo más hermoso de todo esto sea precisamente eso, la auténtica genialidad y sus infinitas formas de manifestarse pero bajo una sinergia y un sentido compartidos. Acariciar la Belleza.

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