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Simbología del juego de la Oca

Elvira Rey

«El juego de tablero más sencillo, difundido y popular, aparcado en el recuerdo de nuestra primera infancia no es otro que el juego ancestral, el más antiguo conocido y también el más trascendental, cúmulo de significados. Y la trascendencia de sus arcanos, relegada al inconsciente colectivo, se comprueba con el hecho de su perdurabilidad como estampa de un juego cuyas reglas, y a pesar de los avances tecnológicos, no han variado un ápice en los últimos cuatrocientos años» (María José Martínez Vázquez de Parga. El tablero de la oca. Juego, figuración, símbolo).

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Este juego como entretenimiento desde siempre ha formado parte de la vida de los niños, pero muchos entendidos han coincidido que el Juego de la Oca no es solo un juego de niños, sino lo que nos ha quedado de otro mucho más ancestral que representa la propia vida desde un punto de vista simbólico. Va más allá de un entretenimiento lúdico. Es un mapa que figura todas las experiencias que una persona tiene que vivir y superar en el camino de la evolución.

En este juego, la destreza del jugador no tiene un papel destacable, es más, es un destino superior, la mano de los dioses, o lo que solemos llamar «la buena suerte» lo que permite a las fichas avanzar o retroceder al que recorre el camino.

El origen lejano del llamado «Juego de la Oca» parece que se remonta al Período Predinástico egipcio. Se trata del Juego de Mehen o juego de la serpiente. La palabra egipcia «mehen» o «mehenyt» quiere decir «la que se enrolla», en alusión a la serpiente. La cabeza del reptil se ubica en el centro del tablero, mientras que su largo cuerpo delgado se divide en anillos que hacen las veces de casillas.

Este juego de la serpiente se simplificó más adelante dando lugar al senet, que significa pasaje o tránsito y tiene un sentido ritual relacionado con la vida eterna. En el senet el difunto tenía que jugar una partida en el momento en que emprendía el camino hacia el más allá para decidir su destino. Se piensa que podría ser una de las pruebas que tenía que superar para al alcanzar el más allá. Parece que era un juego con 30 casillas en forma de Z. La casilla 27 representaba el agua y la ficha que caía en ella «moría» y debía volver a la casilla 15 que tenía dibujada una cruz Ankh donde «renacía».

Con el paso del tiempo se sabe que reapareció en el Renacimiento. Los tableros renacentistas tienen una iconografía que los caracteriza, son mucho más esquemáticos pues solo aparecen dibujadas las casillas simbólicas y las ocas se muestran como aves heráldicas. El príncipe florentino Francisco I de Médicis regaló un tablero del Juego de la Oca al Rey de España, Felipe II. Como los Médicis mecenaron a grandes artistas durante su regencia, tenían acceso a importantes obras de arte y tesoros procedentes de las culturas clásicas, lo que puede explicar que recogieran la más cercana esencia de este juego. Una vez en Florencia el juego se expandió por toda Europa y se convirtió en pasatiempo de los nobles. Con el tiempo, se extendió al público y como todo lo que se hace popular, se adapta a las versiones más atrayentes, modas con mayor colorido y es esto lo que ha llegado hasta nosotros.

Podemos decir, que lo que hoy conocemos como el fascinante Juego de la Oca, consta de 63 casillas que conducen al jardín central. Pero antes se pueden encontrar obstáculos y premios que hacen retroceder, paralizar la marcha o avanzar.

El camino se enrosca sobre sí mismo dibujando una espiral, a veces oval o cuadrada, pero siempre avanzando hacia un centro. Es la vida misma que conspira para encontrarnos a nosotros mismos en base a los acontecimientos que pone a nuestro paso. Esta trayectoria humana está llena de obstáculos, ayudas y alegrías, donde aparecen animales, puentes, laberintos, posadas y prisiones. Unas veces la fortuna parece acompañarnos y otras nos hunde en la más oscura caverna en donde la única esperanza es que alguien venga a rescatarnos. Las casillas que constituyen las aventuras y desventuras del juego son siete: el puente, la posada, los dados, el pozo, el laberinto, la cárcel y la muerte. En la muerte convergen tanto el final como el principio y el desenlace no es sino un nuevo comienzo, a modo de reencarnación, de vuelta a empezar. No hay que olvidar que lo que se muere en el juego no es el jugador, sino su ficha.

El tablero de la oca está cargado de significados que están grabados en nuestro inconsciente colectivo, ya que no hace falta que nadie nos explique su sentido porque forma parte de nuestra sabiduría

interior o intuición. El puente que salva obstáculos, la posada donde se cae en el ocio y casi se olvida el viaje, los dados que mágicamente deciden el destino, bueno o malo; el terrible pozo o agujero oscuro del que quizá no se puede volver a salir; el laberinto que no es más que el propio juego dentro del juego; la cárcel que nos atrapa y la siniestra calavera que no significa el fin sino el principio.

Como las vidas, cada partida es diferente, pero gracias a la magia del juego pueden repetirse infinitamente siguiendo la espiral hacia el centro, después hacia el exterior para volver otra vez hacia el centro.

Pero sigamos profundizando en el simbolismo de El Juego de la Oca. Hipócrates hablaba de las edades de la vida catalogando períodos de siete años (número sagrado), distribuidos en nueve etapas, lo que nos lleva al número 63, el total de casillas de este juego. Estos nueve períodos de siete años cada uno, definidos por siete épocas: la del bebé, los primeros siete años de la vida, luego la de la niñez a la adolescencia (de los 7 a los 14 años), la de la adolescencia a la juventud (de los 14 a los 21 años), la juventud (de los 21 a los 28 años), la madurez (de los 28 a los 49 años), la edad avanzada (de los 49 a los 56), y la vejez (a partir de los 56 años). Y cada uno de estos períodos aparecen diferenciados por una casilla en la que aparece una oca.

La casilla 63, es decir, la última ocupada por la Oca, no representa el final sino la puerta de entrada al Jardín de la Oca, donde la Gran Oca aparece como guardiana de la Sabiduría. De esta forma actúa como punto de enlace a la casilla 64, que si nos atenemos a la trascendencia del juego, representa el Uno (6+4=10; 1+0=1) que simboliza el fin de un ciclo abriendo paso al siguiente.

Pero, ¿qué simboliza la Oca? La oca era un animal mitológico en muchas civilizaciones antiguas, donde les llamó la atención la forma de flecha que dibujaban las bandadas en el cielo cuando migraban. Los druidas y algunas tradiciones chamánicas consideraban a la oca como un animal sagrado que guarda relación con fuerzas o espíritus invisibles. Las tradiciones hindúes también la consideran como un animal sagrado y a Brahma se le representa cabalgando sobre una oca salvaje. La mitología grecorromana, por otro lado, les atribuye la facultad de avisar de grandes peligros, por lo que actúan como protectoras. Y en el antiguo Egipto, la oca representaba la encarnación del dios de la tierra, Geb, símbolo de la fertilidad y la vida y era a su vez, la máxima representante del mundo de las aves. Geb, asociado al mito del Huevo del Mundo y por tanto de la Creación, adoptaba la forma de oca, o tenía el signo de la oca coronando su cabeza.

Vamos a conocer qué secreto ocultan cada una de estas casillas que tienen el poder de derivar la jugada por itinerarios tan misteriosos.

Casillas de la Oca. Se encuentran normalmente situadas cada nueve casillas y cuando se cae en una de estas casillas, se avanza hasta la siguiente oca y, usualmente, se vuelve a tirar. Puede representar los momentos de la vida en los que nos sonríe la fortuna sin que hayamos hecho aparentemente nada para merecerlo. Sin olvidar que al conectar con la sabiduría damos un salto cualitativo de oca a oca.

El Puente. Cuando se cae en una de estas casillas, se avanza o retrocede hasta el otro puente. El puente simboliza la transición, el paso de un estado a otro y el concepto de «entrar en la corriente» (que es budista) nos indica cómo, llevados por el curso de la vida vamos sorteando las dificultades para llegar al destino final; concepto que puede venir referido por las personas que nos sirven de ayuda a lo largo de la misma.

La Posada. Cuando se cae en esta casilla suelen perderse dos turnos. En la posada reponemos fuerzas para seguir el camino con más energía después de concluida una etapa de nuestra vida. Pero hay que tener cuidado de no olvidase lo que nos trajo aquí, pues solo es un lugar de paso.

Los Dados. Cuando se cae en una de estas dos casillas, se suman las cifras que aparezcan y se avanza. Los dados están

asociados con la suerte y el destino que guía a quien ha iniciado el camino. En el mundo profano vienen a representar el éxito personal o profesional, pero en este sendero de evolución suponen una ayuda merecida, aunque no lo veamos así.

El Pozo. En él la ficha queda atrapada hasta que otra ficha cae en esta casilla y la rescata, mientras que la ficha rescatadora no queda apresada. Puede simbolizar la caída en lo desconocido, pero se sale gracias a la ayuda de otra persona, ya que por nosotros mismos no podemos salir. Esto nos debe conducir a pensar en la importancia de los «otros» en nuestra vida.

El Laberinto. Cuando se cae en el laberinto se está obligado a retroceder a la casilla 30 y nos indica las dificultades que encontraremos hasta llegar a nuestra meta. De la antigua Creta nos ha quedado el mito de Teseo y el Minotauro y su lucha en el laberinto. En términos generales representa los momentos en los que no actuamos quedándonos paralizados debido a la cantidad de dudas que nos agobian.

La Cárcel. Al caer en la cárcel suelen perderse tres turnos. Cuando no somos capaces de hacernos responsables de nuestros propios actos y echamos la culpa a los demás de lo que nos pasa, perdemos nuestra libertad porque caemos presos de nuestra propia ignorancia y ceguera. Representa algo que no debemos olvidar nunca: los errores se acaban pagando tarde o temprano.

La Calavera o la Muerte. Marca dos caminos distintos. Como ya hemos mencionado, uno conduce a la meta y el otro reconduce al inicio del recorrido, es decir a empezar el juego que marca un reinicio de ciclo. Como dice el Bagavad Guita: Voy a enseñarte en qué momento (…) los que tienden a la unión dejan la existencia manifestada, sea sin retorno, sea para volver a ella (…) Estas son las dos vías permanentes, una clara, la otra oscura, del mundo manifestado; a través de una no hay retorno (la que conduce al centro, a la «salvación»; a través de la otra se vuelve hacia atrás, (al mundo manifestado, al inicio de la espiral).

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