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Entrevista Laura Etcheverry

una ESCRITORA en singular

La escritura es una habilidad universal desarrollada por casi todas las personas. Pero aquellas que eligen escribir como profesión y expresión de sentires toman la dirección de un propósito diferente. Alguna construyen mundos paralelos, otras reviven cuentos épicos. Pero ciertos escritores se permiten expresar sus sentimientos, hacer de ellos la materia prima de sus obras para dejar huellas en la memoria de los lectores durante muchas vidas.

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Laura Etcheverry tiene ADN de escritora. Por sus venas fluyen con naturalidad palabras sensibles que bordean las vivencias personales para verterlas hechas poemarios de bellos paisajes y en burbujas de inocencias que rompen en cuentos infantiles.

—¿Qué escritores te inspiran?

—Me inspiran los escritores que toquen la emoción, que se muevan desde y hacia ella, canalizándola hasta el lector. La poesía, la novela con prosa poética. «El amor en los tiempos del cólera». No me gusta la novela policial, la novela negra, ni el terror. Tampoco me atrapa—salvo algunas excepciones— la ciencia ficción. Pero básicamente, me gusta lo que tiene que ver con una poética trabajada en el texto.

También me inspiran libros de grandes escritores que cuentan cómo recorren sus propios procesos de escritura. Marcelo Di Marco, Liliana Heker, Ray Bradbury, Abelardo Castillo... pero no quiero abrumar con nombres. Me gusta «identificarme» con ellos y darme cuenta de que atravesamos los mismos problemas.

—¿Los escritores que admiras son los mismos que te producen placer al leerlos?

—Normalmente son cosas que van de la mano. Evidentemente la admiración se da porque se produce en mí un placer estético o emocional. Y viceversa: si encuentro ese placer, la consecuencia más directa es la admiración. Pero a veces pasa que me duele dejar inconclusa la lectura de un libro. Hay un tiempo físico para leer y no se puede con todo. Entonces, si un libro no me maravilla y los tiempos apremian, lo dejo sin terminar, pero con culpa. No lo devuelvo al estante de mi biblioteca como si no pasara nada. Pero elijo elegir, porque leer también te inspira para el propio trabajo creativo después, aunque eso actúe de manera inconsciente. Lo que te aburre no produce ese efecto.

—Entonces hay libros que quedan sin leer en tu biblioteca.

—Sí. Aquellos que no terminé para una ocasión determinada, porque me lo requerían en un curso, en un taller, o por recomendaciones, a veces me quedan suspendidos ante la agenda de lecturas urgentes o prioritarias, por llamarlas de algún modo. Soy consumidora compulsiva en las librerías. Y ahora con el tema de la pandemia, las redes nos acercaron todo a nuestra casa. Es muy difícil resistirse a eso. Pero alguna vez escuché decir que los libros no leídos que nos rodean, tienen también una misión, una razón de estar allí.

—¿Qué rol juegan las emociones y sentimientos en el proceso creativo de tu escritura?

—Un rol determinante. Si no hay un sentimiento o una emoción, o algo que me sacuda y me mueva internamente, que tenga que ver con motivaciones muy mías, personales, es muy raro que escriba algo. Muy raro.

—¿Qué porcentaje de pasión y cuánto de trabajo artesanal considerás que hay en tus escritos?

—Tienen casi el mismo peso. La primera surge sola, y es la más difícil de controlar (y a su vez, la indispensable). La segunda tiene más que ver con la disciplina, con la búsqueda de un estilo propio, de un tono, de una voz. Entre ambas cuestiones se va consolidando con el tiempo lo que llaman «estilo».

—¿Esos porcentajes fueron cambiando con el paso del tiempo?

—Sí, totalmente. Al principio uno escribe por pura pasión. A medida que crece (en edad, en lecturas, en experiencias de vida, en estudio sostenido), aquello cambia. Sigo yendo por el lado de los sentimientos, pero trabajo más el lenguaje. Aparece aquello de «menos es más» (como dice Marcelo Di Marco, «la santa tijera»). Se va «limpiando» el texto, para que no sea grandilocuente y que no se lo induzca al lector a sentir exactamente lo que uno está sintiendo, sino que lo reciba y explore por sí mismo.

Primero hay que escribir y generar la masa crítica sin apedrearse uno mismo. Después se corrige. De lo contrario, la mirada de juez conspira contra la creatividad y libertad que deben primar en primera instancia.

—Y a eso se llega no conformándose y desafiando la intuición.

—No hay que conformarse nunca. Con nada. Hay que leer a los buenos y los consejos de los buenos. Estaba leyendo recién a Betina González, en «La obligación de ser genial», que dicho sea de paso, lo tengo totalmente subrayado, porque no tiene desperdicio. Rayo mis libros de todas las maneras, con lápiz. Sin esas huellas, no pasaron por mí.

—¿Cómo surgen tus proyectos de escritura?

—Lleguen a cumplirse o no, vienen de muy adentro…

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo… porque algo que viví fue sublime, o porque algo necesita ser sanado, homenajeado, revivido, soñado, proyectado, eternizado, lo que sea, pero que tenga que ver conmigo y mi historia. No importa el desgaste emocional que conlleve: escribir es una tarea que implica desgaste, por el simple hecho de hacer justicia a las emociones vividas y revividas.

Seguramente esto no sea así para todo el que escribe, pero en mi caso, no funciono si no tengo una motivación personal, que aunque la mayoría de las veces es positiva, no quiere decir que tenga que ser feliz. Dudo muchísimo de que un escritor pueda despojarse totalmente de sí mismo al transformarse en narrador. Marcelo Di Marco dice que en lugar de pagarle a un psicólogo, él escribe para matar sus demonios. Yo no puedo ser sanguinaria en ese sentido, o adentrarme en el género del terror, yo soy poética. Pero se trata de lo mismo.

—¿Cuál es el género que más disfrutas escribir y por qué?

—Cada género tiene sus pros y sus contras con el disfrute. La poesía es más breve que una novela, y si una mañana no estás inspirada podés garabatear tres versos en un archivo y dejarlo ahí, para retomarlo cuando quieras. La poesía tiene eso (en mi caso), de arrojarte versos en tu cabeza como relámpagos, como flashes, que si no los anotás en el momento, se vuelan, se apagan. Pero una poesía se puede abandonar y retomar más tarde, quizás sea el género que más anotaciones sueltas permite y acepta. La poesía es paciente. Eso y la liberación propia del yo lírico, de esa hondura tan honda, es lo que la hace menos agobiante y más disfrutable que otros géneros, al menos para mí.

Y con un cuento infantil me sucede algo muy parecido, porque en esos casos tengo bien clara la idea de antemano, visualizo el inicio, cómo lo voy a secuenciar y cómo se deslizará hacia el final. El cuento infantil debe ser el formato que menos dudas me produce, menos vacilaciones.

—En el que gastás menos borradores…—Exactamente.

—¿Por qué en ciertas ocasiones escribir agobia?

—Porque el resultado final nunca es proporcional al tiempo y trabajo invertidos. O quizás sí lo sea, a veces, e incluso los supere, pero ese resultado final es ajeno a uno. Ya no le pertenece. Hay una especie de extrañamiento ante la obra terminada, siempre. En cambio, el tiempo y el trabajo son propiedad exclusiva del autor. El autor sabe de sus dudas, de su mirada censora, de la soledad de sus experimentos, de la desazón, de la satisfacción, del entusiasmo, de la frustración… Pero lo importante de la escritura es disfrutar el proceso, ese proceso que constituye nuestra vida cotidiana, al fin y al cabo.

—¿Cuándo se llega a semejante conclusión?

—Con los años… y con los daños, como dice la psicología. Pero sobre todo, lo aprendí cuando me formé a partir de mi propia búsqueda, después del Profesorado en Letras, del estudio académico, cuando salí de la educación formal, y entré a familiarizarme con la escritura en sí. Aparecieron talleres de primerísima calidad y mucha, infinita bibliografía al respecto.

—Compartirte en talleres es una manera de dejar de estar solo…

— Eso es… Entras en una especie de camaradería con los que comparten sus escritos y encontrás compañeros de ruta que transitaron la misma senda que vos, y que encima te van abriendo camino, apartando la maleza. Si bien el que escribe siempre está solo, para mí significó dejar de sentirme náufraga.

—¿Qué otras cosas fundamentales aprendiste en esa etapa?

—Vuelvo a citar a Di Marco: «con el talento no alcanza». Esa es la gran enseñanza. Ese talento («un poco de talento, un algo, casi nada», como decía Alberto Cortez) no alcanza. Hay que estudiar, trabajar, leer. La inspiración y los buenos resultados te van a encontrar trabajando. Las ideas que se van a multiplicar también.

—Es un mito entonces lo de la inspiración «que dicta» o la labor silenciosa de las musas…

—Es un mito a medias. La inspiración y las musas existen y tienen que ver con el dictado repentino de una idea en crudo, digamos. Como si te regalaran la punta de una madeja. O una frase suelta que es un germinador en potencia. Un título. Tienen que ver con lo que hablábamos al principio, del motor de la emoción y del propósito de cada obra. Y es cierto que hay un proceso silencioso, llamativo, casi inexplicable te diría, que hace que a veces no estés escribiendo y las ideas fluyan igual, se te resuelva de repente el párrafo de una novela o el cierre de un poema en cualquier momento del día. Pero creo que eso sucede, justamente, por lo que se ha trabajado antes, por lo compenetrada que una está con lo que escribe.

—Quizás esos hallazgos imprevisibles tengan que ver con que se está en sintonía con el disfrute…

—Totalmente. Está la idea, la emoción, pero

también la certeza de haber encontrado el tono correcto y el género adecuado. Es como un río que te llevaba no sabías a dónde, tenías una vaga noción… hasta que el recorrido empieza a definirse sobre la marcha. Incluso hasta llegar a «conjurar la muerte», como dice Marina De Marco en un poema que me dedicó, que termina diciendo eso, que mis poemas saben «conjurar la muerte». Bueno, de alguna manera se busca eso, siempre se busca la trascendencia de algún modo. Y que los lectores lo sientan así es genial.

— ¿De qué manera se visibiliza esa sensación de disfrute en publicaciones que todavía transitan el proceso creativo?

—El disfrute viene por el propósito que se visualiza en ese texto a medio hacer. Y también, muchas veces, por el aliento de los que saben, sobre todo en esa etapa de construcción, de lecturas fragmentadas, incompletas. Eso sucede en los talleres, por ejemplo. Y no significa en absoluto perder la capacidad de decisión sobre lo que se está creando, al contrario… Es la oportunidad inmensa de interactuar con tus lectores durante el proceso.

—¿Te imaginas algún día escribiendo cuentos o historias que no tengan nada que ver con tu experiencia personal y tus emociones?

— Quizás sí… cuando me haya desprendido de todo lo que quiero contar («contar» en cualquier género) de mí y de los míos, relacionado con mi vida, mi infancia, mis recuerdos, lo que tengo en el primer plano de mi corazón. Pero entiendo que se puede trabajar la literatura desde otro lugar. No sé si mi manera de escribir hoy va a ser la que tenga siempre, o si mis temas de hoy me van a perseguir siempre, proponiéndome otros formatos. Pero sí me queda claro que es la gran cuestión que hoy me motoriza, la protagonista de mi presente.

—¿Guardas tus borradores, tus distintas versiones?

—No los guardo especial o sistemáticamente, pero si me los encuentro de repente, me da muchísima pena tirarlos…

—Queda mucho de ti ahí…

—Muchísimo. Es que cuando un texto se termina dices: ¿cómo hice esto? Nadie tiene idea de que eso comenzó sin saber siquiera cómo, que hay pilas de intentos y versiones y que incluso la versión final nunca satisface del todo. Nadie tiene idea del tiempo de concepción de cada cosa. Pero eso en algún lado uno lo tenía, hasta que encontró una forma de plasmarse. Y se disfrutan en retrospectiva los cambios, las tachaduras, los agregados. Incluso se disfruta hasta lo más doloroso que se pueda contar, porque el propósito de la belleza y la funcionalidad permite alejarse del dolor puntual. Si no, el escritor viviría ahogado en un mar de lágrimas. Lo estético tiene que estar por encima de lo emocional, aunque lo otro sea su sustento y su raíz. Eso es lo maravilloso.

—Esa sensación de disfrute lograda por la conjunción de la teoría y el acompañamiento de los grandes en la construcción de una novela, ¿se aplica también a la poesía?

—Seguramente sí, pero en mi caso sucede en menor grado. Quizás porque el género lírico es mi género de procedencia, por decirlo de algún modo, y al que menos le temo. Trabajo la poesía sin prisas, la dejo que sume versos y tengo fe en ellos, en que me irán mostrando el camino. Igualmente hay libros que te abren la cabeza para toda la vida. «Hacer el verso», de Marcelo Di Marco, es fundamental, y de eso no se regresa. Como dice Silvia Itkin, tenemos un enorme caudal de recursos para hacer y disfrutar la escritura. Todo está a nuestra disposición. Y también dice otra gran verdad: aunque no haya ni un solo lector que espere lo que escribimos, una vez que una idea se metió en nuestra cabeza ya no podemos sacarla de ahí.

—¿Es más sencillo cuando un escritor trabaja a demanda?

—Para mí, lo sería, aunque tendría que ser una demanda «negociada». Si alguien me dijera que en un año tiene que salir una novela, que después tendré dos meses para hacer una trilogía de cuentos infantiles, luego un mes para terminar un poemario… si la certeza de la publicación estuviera siempre ahí, aparecerían seguramente otros tipos de ansiedades, pero también el entusiasmo en todo su esplendor. Y desaparecía el peor fantasma: el de no ser publicado. Es mentira que el escritor no quiere ser publicado.

Yo no quiero ese destino tormentoso, casi romántico te diría, de escribir sin pretensiones de publicar. En absoluto. Sólo soy una persona normal que escribe, y lo quiero disfrutar viendo mis borradores transformándose en libros. Por eso el hecho de que me estuvieran esperando en forma sistemática para publicar —aunque sé que hay puertas abiertas para el futuro— cambiaría muchísimo mi ánimo al escribir. Y como somos hijos del rigor también, me ayudaría a organizarme y evitar las dispersiones.

—En cuánto a tu narrativa de ficción, ¿tienes en cuenta algún esquema de organización del texto que estructure la obra o simplemente escribís párrafos con secuencias narrativas que luego organizás para conseguir tu propósito?

—En un cuento infantil sigo un esquema de organización. Es más fácil después provocar la magia, trabajar lo poético, ordenar, desordenar. En la novela (la primera que estoy escribiendo, dedicada a mi padre), si bien tengo una especie de «atlas» de lo que quiero contar, por la complejidad y la extensión a veces no se lo puede sostener, o sobre la marcha no se lo quiere sostener. Vas sumando recuerdos o detalles con posibilidades textuales a medida que escribís, y hoy les doy la razón a los que me decían que nunca se sabe en qué va a derivar un proyecto de este tenor. Puede resultar algo totalmente distinto a lo imaginado, aunque la emoción sea siempre la misma, la estética y la personal.

—¿Se puede sostener la emoción en una obra extensa y con tantas derivaciones?

—No sólo se la puede sostener, sino que va en aumento, a la par de las páginas y las derivaciones, que no son más que distintos recorridos hacia un solo propósito excluyente: el que te movilizó a escribir.

—¿Cómo seleccionas los temas sobre los que decides escribir? ¿Hay relación entre los temas y los géneros que eligís para crear sobre ellos?

—Los temas me eligen a mí. Esa es la verdad. Y en cuanto a la segunda pregunta, sí, hay relación. Antes quizás no era tan consciente de eso, durante el Profesorado en Letras o la carrera de Periodismo. Después, en la práctica, uno se vuelve autodidacta y buscador de expertos. Y aunque siempre se sigue siendo un aprendiz, ahora sí, automáticamente junto a una idea me surge el género. A veces un mismo tema, un mismo personaje, puede motivar un poema y a la par un cuento infantil, y algo te dice que eso jamás será un cuento para adultos, por ejemplo. Y ya veré qué temas irán a los cuentos para adultos, o a los ensayos literarios, o a otras novelas. Pero sí, hay una relación directa y misteriosa te diría, que es casi inconsciente, entre lo que querés escribir y el género. El género viene en el mismo paquete que la idea y su propósito.

—¿Y toda idea que surge llega a buen puerto?

—¡Qué más quisiera yo! Mis ideas siempre superarán en cantidad a los textos que efectivamente las plasmen. Eso tiene que ver, lamentablemente o no, con la finitud de nuestra existencia y la imposibilidad de hacer todo, como también de leerlo todo. Es el mismo dilema. Siempre hay cosas que quedan, y quizás por algo quedan. Hay ideas que se van apagando, o mutan, pero a lo que más vivo permanece es a lo que hay que prestarle atención. A mí me sobran ideas, me abruman. Liliana Heker dice que eso es lo mejor que puede pasarnos, el bendito «caos» que evita el pánico a la hoja en blanco. Se debe sentir ese pánico cuando no hay ideas. Pero a veces hay una ebullición en tu cabeza casi insalubre… Como en todo, siempre hay un costo a pagar. Nada es gratis.

—¿Aplicás alguna técnica para incluir recursos literarios en tus creaciones?

—No. Los recursos literarios surgen de la mano de la motivación y la creatividad. Son espontáneos, porque la emoción crea un puente que la traslada a imágenes sensoriales, o a la comparación de elementos, o a lo que sea. De la misma manera que surgen en el habla cotidiana, llena de recursos de todo tipo aunque no nos demos cuenta.

—Si bien hace mucho tiempo que escribís, tu primera obra publicada es la biografía del cantautor argentino Alberto Cortez. ¿Qué diferencias existen entre una ficción y una biografía en lo que respecta a tu estilo personal de escritura?

—No sé si hubo muchas diferencias de estilo, porque esa biografía siempre la pensé como una biografía novelada, al estilo del «nuevo periodismo», que fue lo que tanto gustó. En lo que respecta a lo estrictamente periodístico, como el manejo de los testimonios y su inserción en la trama, o el trabajo de la edición de entrevistas y ese tipo de cuestiones que en la ficción pura no se dan, le debo todo a un profesor gigantesco, clave, Martín Malharro, ya fallecido. Eso es lo que tiene de bueno el Periodismo sumado a una carrera en Letras, que trae otra cosa, otro filo, tamiza, afina.

—¿Y cómo hiciste en ese caso para separar la emoción del rigor periodístico?

—Es que nunca separé la emoción. Pude poner un rigor científico a la investigación porque así lo requería el proyecto, que excedía mi relación de amistad con su protagonista, amistad que también había surgido de la mano de la literatura. Eso lo tenía muy claro, porque se trataba de una responsabilidad enorme, como también tenía clarísimo que podía con ella, porque si no, no la hubiese llevado adelante. La objetividad periodística atraviesa esa obra, donde hablan terceros, donde habla Alberto mismo, y convive con la intención de un libro homenaje, con momentos muy bellos en ese rastreo vital tan rico.

Alberto es herencia, un legado de mis padres, la banda sonora de mi vida, como les pasa a muchos Cortezianos de mi generación. No habrá otro sueño que pueda equiparar con ése en mi vida, y mucho menos superarlo, sobre todo porque lo pude compartir paso a paso con los seres que yo amaba, con mis padres, mis amigos… Fue perfecto. No fue sólo mi sueño cumplido, fue ver el sueño cumplido de mis mayores.

El personaje es el que permanecerá en el tiempo y por eso permanecerá el libro. Lástima que está agotado, estoy intentando que se reedite y el mercado editorial es muy complejo. Tengo esa deuda con los Cortezianos que no alcanzaron a tenerlo, una deuda enorme, y no dormiré tranquila hasta que esté disponible otra vez.

—¿Cómo prefieres que se te presente: como «escritora especialista en biografías» o como una «biógrafa que escribe otros géneros»?

—Lo de biógrafa quedó ahí, al menos de momento. Tuvo ese fin determinado: plasmar la vida de la persona a la que más admiré musicalmente en mi vida, desde que era una niña. Pero no me considero una biógrafa crónica, pese a la buena acogida de la crítica y de los lectores. Estuve a punto de hacer la de Estela Raval, porque ella me lo había pedido. Estaba todo listo para

comenzar, pero su salud empeoró y ya no pudo ser. Me ofrecieron hacer la biografía de Rafael Correa, en ese momento con todo a mi favor, y no quise. Trato de mantenerme alejada de la política porque no es lo mío. No reniego de mi título de biógrafa. Incluso he recibido otras propuestas de gente no tan conocida, que no es popular, pero que quiere dejar ese legado a su familia, a sus amigos, que está en condiciones de costearse esa publicación, con la cantidad de ejemplares que deseé —muchos o pocos— y necesita confiar en alguien que le ponga letra a su paso por el mundo. Ésa es una labor que deja muchas satisfacciones, es como cumplir una gran misión, escribir una novela guionada por la realidad. Es un desafío increíble ése, al que siempre estoy abierta. Y más ahora, que la pandemia profundizó la posibilidad maravillosa de trabajar a distancia, gracias a la tecnología.

Y en cuanto a lo de «escritora»… me hace acordar a Jeremías Gamboa, el autor peruano que escribió la novela «Contarlo todo». Al protagonista lo consideraban un gran escritor y él no había podido escribir nada en realidad. Tengo guardado un cuento, «Agua marina», desde hace décadas. Nunca lo doy por terminado, y sin embargo es mi esencia más plena, un canto a mí misma. Quizás ahora sí sea el momento de acabarlo, pero no había producido mucho hasta hace unos cinco años, a excepción de la biografía de Alberto, que data del 2008. Había algo en mí que tenía que terminar de explotar, tenían que pasarme más cosas. A los treinta no hubiese escrito lo que escribo ahora, despuntando la década de mis cincuenta. Ahora quiero y puedo hacerlo, pero no por una cuestión de tiempo: existencialmente puedo. Una vez leí, no me acuerdo quién lo dijo, que para escribir tiene que haberse muerto al menos una persona fundamental en tu vida, entre otras cosas. Y creo que pasa por ahí también. Cuando la escritura se vuelve una necesidad imperiosa, porque algo en tu vida ya cambió para siempre y te das cuenta de que ésa es la herramienta para creer, crear, trascender, y hacer que los demás trasciendan, que algo de los míos, de los que yo amo o amé, trascienda. La escritura logra que todo siga existiendo, que todo siga estando, incluso después de mí.

Quizás alguna vez me haga completamente cargo del título de «escritora». Pero hoy no sé cómo me definiría. Antes te podía decir que era una poetisa, ahora ya me fui de ahí, no del todo, pero me expandí... Soy alguien que tiene una pasión, una dosis de uno de los talentos que Dios repartió, y me atrevo a experimentar con eso. Creo que con la palabra se puede crear algo bello, que puede ser feliz o triste, pero siempre embelleciendo esa tristeza, vistiéndola de fiesta, como una vez me dijo Antonio Tarragó Ros refiriéndose a las canciones de Alberto. Y eso es casi redentor. No querés salir de ahí.

—Tu estilo es muy personal y lo identifico por la huella que deja cada metáfora y metonimia con las que coloreás tus creaciones, se trate de cuentos, poemas o biografías: ¿Sos consciente del efecto que eso provoca en los que te leen? ¿Te han llegado comentarios sobre este tema?

—Sí, me han llegado y me llegan, ya sea a raíz de la biografía de Alberto o de otros textos. O me llegan cuando sorpresivamente alguien le pone música a mis versos. En el caso del libro editado (ahí tenés la importancia de la publicación), se ocuparon de decírmelo, de buscarme o escribirme. Un día me llegó desde Japón una reseña increíble sobre la biografía. El artículo se llamaba «Un libro, un maestro». Nunca lo voy a olvidar. Lo tengo enmarcado. Además salieron notas de prensa en muchos países, y eso alimentó mi confianza. Me acuerdo del diario ABC de España: «un diez para la estatura literaria de la obra». Las críticas fueron todas positivas y eso me dio mucha seguridad. Aunque sabía que iba a salir airosa, nunca pensé que generara lo que generó, y hasta dónde iba a llegar eso.

—Sin dudas eres una artista y me encantaría que algún día homenajees con tu estilo tan particular alguna historia personal que guardan mis emociones más preciadas.

—¿Por qué no?

Con este estilo tan particular, signado por la emoción y el valor personal, la escritora Laura Etcheverry verá muy pronto sus obras en los anaqueles de todas las librerías reales y virtuales.

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