Destellos (cinematográficos) de luz

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Sábado, 07.06.14 Número CLXXIII

SOMBRA CIPRES LA

DEL

Destellos ) s o ic f á r g o t a m e in (c de luz

e español A pesar de las dificultades, el cinzos’ y mucho resiste con esporádicos ‘taquillalas salas talento que no siempre llega a [P3]

‘La herida’.

‘Hermosa juventud’.

rados’. ‘Vivir es fácil con los ojos cer

‘10.000 kilómetros’.

‘Ocho apellidos vascos’.


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DEL CIPRÉS

Javier Lostalé, poeta a la intemperie ‘Azul relente’ reúne una antología de sus libros de poemas, incluido el inédito ‘El pulso de las nubes’

AZUL RELENTE Antología poética. Javier Lostalé. Selección y prólogo de José Cereijo. Renacimiento. Sevilla, 2014. 12 euros.

CARLOS AGANZO

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scribo porque me salva, porque es lo único que me queda, porque fija un sonido, unas luces, el final de un acto de amor, el escenario de unas horas de deseo», confiesa Javier Lostalé en el pórtico de su último libro. Hay mucho amor y mucho deseo, mucho mar y muchos pájaros; hay pasión,manos y temblores; hay luz, pureza y transparencia; ausencias, huecos, espejos..., un «ciego crepitar humano» que marca la obra del poeta madrileño desde que publicó, en 1976, ‘Jimmy, Jimmy’, hasta los últimos versos vibrantes de su libro inédito ‘El pulso de las nubes’, que asoma los ojos tímidamente, pero con fuerza deslumbrante, como colofón de la antología ‘Azul relente’. Ya en el prólogo del libro José Cereijo, responsable de la selección y de la edición, advierte de que la obra de Lostalé «no es un monumento, sino una compañía». Poesía que revela «un espacio en nosotros mismos» donde una voz, «nunca oída antes, encuentra sin embargo un eco», y de esa manera «amplía nuestra conciencia, nos hace crecer». Y así es, absolutamente, tanto en los dos libros mencionados como en el resto de los que han servido para confeccionar este volumen, primorosamente editado por Renacimiento: ‘Figura en el paseo marítimo’ (1981), ‘La rosa inclinada’ (1995), ‘Hondo es el resplandor’ (1998), ‘La estación azul’ (2004) y ‘Tormenta transparente’ (2010). Junto a este valor, tan dual, de ensimismamiento compartido, el editor del volumen también nos hace ver la aparente dicotomía que existe, en el caso de Javier Lostalé,

entre el poeta profundo que saben unos pocos escogidos y el incansable activista cultural que conoce la mayoría de sus seguidores. Y en cierta manera es así. Todo el pudor, la mesura, la exquisita factura intelectual del trabajo de Lostalé como divulgador literario se vuelve desnudez y alto riesgo en su poesía. Descalzamiento del alma que despoja al poeta de todo envoltorio inútil, que lo deja al relente («En la madrugada / todos los trenes tienen los ojos azules / y la memoria de un cuerpo es azul relente», dicen los versos que dan título a la antología); que lo abandona a merced de la intemperie. Litúrgico en los inicios, pasional en los centros, y místico y sublime en sus últimas fronteras, el amor es el protagonista absoluto de la poesía de Javier Lostalé. Un amor que se configura como un destino platónico anterior a la propia existencia de los hombres («muertos yacen los amantes antes de haber nacido», dice el poeta). Un amor que es al mismo tiempo, y cada día, muerte y resurrección, renacimiento, transparencia: «Basta con que olvidemos nuestro nombre en el bautismo universal de la luz del amanecer para que, abrazados, arribemos todos a la estación azul». Un amor que se trasciende en la contemplación absoluta de la belleza desnuda. Siempre así, desde el primero hasta el último de sus libros, pero tal vez más, mucho más, en lo que ya aflora del último, como ese sobrecogedor poema, titula-

Javier Lostalé, en la presentación de su libro ‘Tormenta transparente’. :: ANTONIO QUINTERO

do ‘Desnudo’, al que pertenece este fragmento: «Tu desnudo tiene la quietud / de una rosa antes del amanecer. / Abandonado en el límite / de la esencia más pura / emite una luz / en la que entera leo mi vida / sin alterar el secreto de la tuya, / pues quien así se entrega / es sólo ascensión sin tacto, / eternidad de lengua absuelta». Vamos, con Lostalé, a los límites del amor («única luz del mundo») y del abandono como fuimos en su día con Luis Cernuda; vamos con el poeta, como también lo hicimos con Vicente Aleixandre, hasta los límites de la destrucción o el amor; pero sobre todo volvemos a ver arder en sus versos, como lo vimos en los versos de Juan de la Cruz, un alma que, tocada del amor, se sitúa en los propios límites de la condición humana. Un camino de casi cuarenta años de poesía en el que el el escritor madrileño ha crecido y se ha hecho sabio, ha adquirido ese conocimiento profundo de las cosas que solo se gana con la edad y las campañas interiores, pero sin perder, ni siquiera un ápice, del temblor inicial que le arrojó en su día a la hoguera de la escritura. «Escribo -dice al cabo Lostalé- para ser joven y alimentar una esperanza radical, para tener lo que tengo y escuchar lo que nunca me dijeron. Escribo porque nunca fue más bello el engaño».

La poesía de Lostalé, dice José Cereijo, responsable de la selección, «no es un monumento, sino una compañía» «Escribo porque me salva, porque fija un sonido, unas luces al final de un acto de amor, el escenario de unas horas de deseo»


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Fotograma de ‘Gente en Sitios’, de Juan Cavestany.

Una vaca en Sunset Boulevard ¿Otra vez la esperanza de renovación del cine español, otra vez los novísimos?

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ace unas semanas se celebró en Barcelona el Festival internacional de cinema d’autor, y en la cuidada programación destacaba el ciclo ‘Un impulso colectivo’, aclarado suficientemente en el subtítulo: ‘Cine español para los nuevos tiempos’. Del puñado de cineastas que lo integraban ninguno era conocido del gran público. Podían sonar los nombres de Isaki Lacuesta, que al fin y al cabo había ganado la Concha de Oro unos años antes. O Javier Rebollo, inolvidable con ‘El muerto y ser feliz’. El resto de los participantes quedaban cercados por el anonimato para quien no fuese un espectador actualizado en pantallas alternativas. Sin embargo el comisario

del ciclo, el crítico Carlos Losillas, confiaba totalmente en el asentamiento futuro de estos autores: «Pocas veces he visto algo así, un grupo de personas unidas por el convencimiento de que hay que fabricar imágenes del mundo y de nosotros mismos con el fin de cambiarlo y de cambiarnos». ¿Otra vez la esperanza de renovación del cine español, otra vez los novísimos? Isaki Lacuesta echaba el freno en un comentario al programa: «El nuevo cine español sería aquel que la afición y la prensa entierran y resucitan cada cinco o seis años», y ya de paso fijaba su posición, «despreocupado de ser o no ser nuevo, y del adjetivo español». Desnudado de envoltorio, queda el corazón: cine, solo cine en

JORGE PRAGA

marcha tras los espectadores. Tal vez la eclosión de este movimiento, o lo que sea, se pueda rastrear en los comienzos de la temporada: en agosto el Festival de Locarno otorgaba su Leopardo de Oro a ‘Història de la meva mort’, de Albert Serra, y distinguía también la gallega ‘Costa da Morte’, de Lois Patiño. A las pocas semanas era el Festival de San Sebastián el que empujaba con la fuerza de sus premios a ‘Caníbal’, de Manuel Martín Cuenca, y ‘La herida’, de Francisco Franco, mientras que el de Toronto lo hacía con ‘Los chicos del puerto’ de Alberto Morais, y ‘Gente en sitios’, de Juan Cavestany. También a la Seminci llegó el oleaje desde la inauguración, cubierta con éxito por Mar Coll con ‘Todos

queremos lo mejor para ella’, seguida del feliz descubrimiento de ‘Los ilusos’, de Jonás Trueba. Y para cerrar el largo camino aguardaba el mojón de Málaga, con el lanzamiento de ‘10.000 kilómetros’, de Carlos Marques-Marcet, bien acompañado por Beatriz Sanchis con ‘Todos están muertos’. Ambos debutantes en el largometraje. La salmodia de títulos y premios tiene un contrapunto triste: muy pocos de ellos han alcanzado un estreno adecuado en los cines. O, cuando lo consiguen, su presencia se liquida en una o dos semanas, como ha ocurrido recientemente con la insólita obra de Ramón Salazar ‘10.000 noches en ninguna parte’, invisible para muchos aficionados que no se han enterado de su historia onírica ni de la presencia de unos actores en estado de gracia, desde el desconocido Andrés Gertrúdix hasta la intermitente Najwa Nimri. En muchos otros casos las películas de éxito en festivales solo logran continuidad en pantallas alternativas: circuitos de pago de Internet, venta en DVD (las ‘Carminas’ de Paco León han sido pioneras en su explotación simultánea), espacios alternativos; también la esperanza de ser programadas en televisión. Jonás Trueba no perdió mucho tiempo en rascar en los circuitos convencionales. Él lleva consigo ‘Los ilusos’ donde le llamen. Carlos Marques-Marcet estaba dispuesto a un periplo parecido, del que le

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Jonás Trueba. :: EFE

La salmodia de títulos y premios tiene un contrapunto triste: muy pocos alcanzan el estreno adecuado en las salas Jonás Trueba no perdió mucho tiempo en rascar en los circuitos convencionales


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salvó el premio en Málaga, pero aun así tiene claro el sacrificio: «Viajaré con la película, la acompañaré a todas partes, si hace falta iré casa por casa. Si David Lynch se fue con una vaca a Sunset Boulevard para que la gente fuera a ver ‘Inland Empire’…». El impulso colectivo que titulaba el Festival de cinema d’autor en realidad viene granado en un abanico de aventuras personales surgidas del empeño de los directores. Agotados los cauces financieros de productoras y televisiones sin

recaudar ni un euro, los nuevos directores se ven obligados a buscarse la vida en los recursos propios y de familiares y amigos. «En vez de comprarme un piso, hice una película», confesaba el vallisoletano Arturo Dueñas tras el rodaje de ‘Aficionados’. En los últimos años la financiación a través de Internet, el micromecenazgo o crowdfunding, ha permitido la existencia de obras tan relevantes como ‘Stockholm’, de Rodrigo Sorogoyen. Así que con tantas dificultades es casi un milagro

El director de cine Jaime Rosales. :: JORDI ALEMANY

¿Hermosa Juventud? :: JORGE PRAGA

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ine de observación. La mariposa pinchada, pero aleteando. El microscopio sobre la vida, sobre las personas. Una cámara que encuadra con atención y finura, que tiembla (el temblor de la sangre, el temblor del pulso), que a veces violenta el encuadre hasta hacerlo patente, perpendicular, explícito. Cine político. Natalia y Carlos nacen a una sociedad que les niega el trabajo digno. El paro trae los salarios de 10 euros diarios, los robos en el supermercado, la extorsión, el encanallamiento. La prostitución. El trabajo que dignifica al hombre según Marx, y le aliena cuando le explota, ha dejado de existir o se ha convertido en un siniestro simulacro. Natalia, Carlos, su hija, no cuentan. Ni sus madres, ni sus hermanos, amigos. No hay futuro, ni siquiera en la emigración. Cine con celuloide. La película se rueda en 16 mm. La ampliación a la gran pantalla deja ver el grano en los interiores, bulle con naturalidad por el cuadro. Los colores no tienen saturación ni estalla el brillo. Algunas imágenes las hacen los propios actores en el rodaje con sus

‘smartphones’, con dispositivos de aficionado. El tempo se precipita por las pantallas digitales que manejan. Cine de actores. Jaime Rosales buscó un ‘casting’ de actores no profesionales. No los encontró, pero a cambio los chicos que entrevistó le regalaron sus pequeñas historias, la vida que llevaban. «Las cosas que nos contaban eran mucho más duras, extraordinarias e increíbles de las que habíamos proyectado en el guión». Ingrid García Jonsson y Carlos Rodríguez funden las experiencias en su mirada desconcertada, en su fracaso. En su ternura. Cuando Carlos le regala un método de alemán y le dice con voz impostada «Ich liebe dich», los ojos humedecidos de ella contienen todo el amor y toda la tristeza. Cine de riesgo. Qué tipo, Rosales, en qué aventuras se mete. Aquel comerciante soso que escondía un asesino en serie. La soledad que llega tras el alcance fortuito de un atentado, sobre una pantalla fragmentada. La cotidianeidad transparente y sin palabras de quien esconde la pistola para el tiro en la nuca. El dolor absoluto de la pérdida de un hijo. Y ahora esta hermosa juventud que se consume y destruye en el anonimato. Qué tipo.

que los directores vayan más allá de su opera prima. Quedan alientos como el de las dos últimas obras de Víctor Erice, surgidas al margen de la industria sin perder altura: ‘La Morte Rouge’ para una exposición de La Casa Encendida. Y la extraordinaria ‘Vidrios rotos’ que llega con la capitalidad cultural de Guimaraes. Algún director ha hablado de las dos Españas cuando desde su ribera de arte experimental miraba la orilla del cine comercial. También esta arrastraba su dosis de carencias y

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El micromecenazgo ha permitido la existencia de obras tan relevantes como ‘Stockholm’, de Rodrigo Sorogoyen

lamentos hasta que en este curso encadenó dos o tres éxitos fundamentales: la vuelta a los sesenta certeramente captada por David Trueba en ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’. Y las carcajadas sobre las tensiones autonómicas a través de los viejos chistes regionales en ‘8 apellidos vascos’, con los que Emilio MartínezLázaro y sus guionistas han roto todas las cifras de recaudación. Tal vez el encuentro entre las dos riberas no quede demasiado lejos de dos estrenos re-

cientes. Uno se debe a un experimentado productor, Lluís Miñarro, que en ‘Stella cadente’ discurre con ajustados y sombríos medios sobre el monarca Amadeo de Saboya que huyó (¿abdicó?) para dar paso a la Primera República. El otro lleva el contrariado título de ‘Hermosa Juventud’, y en él Jaime Rosales vuelve a dar la medida de su valía artística y de su adicción al riesgo. Esperemos que ellos, y otros muchos, continúen el impulso colectivo que lleva meses y años agitando el aire.


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El talento que muestran algunos jóvenes, su éxito en festivales, se pierde en el agujero negro del acomodaticio cine que llega a las salas

‘Todos están muertos’, de Beatriz Sanchis.

Fotograma de ‘Lo bueno de llorar’ de Matías Bize.

Marian Álvarez y Juan Sanz, en una escena de ‘Lo mejor de mí’, de Roser Aguilar.

Brotes verdes que no llegan a las salas

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ace ya unos años, en la Seminci de 2007, vi una película que me encantó. Podría decir que me interesó mucho, lo cual sería cierto, pero fue mucho más que eso. Me atrapó. Salí del cine con la alegría de haber descubierto un talento especial para contar historias en imágenes. Uno de esos que se dan muy de tarde en tarde. ‘Lo mejor de mí’, que así se llamaba la película en cuestión’, era el primer largometraje de su directora, Roser Aguilar, guionista también

y actriz, salida de la ESCAC (Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña) que tan buenos talentos ha aportado a nuestro cine. Los premios y candidaturas que obtuvo en diversos festivales componen una lista mucho más larga que las películas que ha dirigido después, que, si no estoy mal informada, han sido apenas un documental y dos cortometrajes. Cada vez que hablo de esa película con mis amigos, incluidos los más cinéfilos, esos que no se pierden nada de la

cartelera, ponen cara de no saber de qué les hablo. Y no es de extrañar pues ahora dudo de si llegó a alguna sala comercial o, tras su exitoso pase por festivales como el de Locarno o el de cine Latino de Sttutgart, tuvo que conformarse con algún circuito paracomercial en el mejor de los casos. Algo parecido me ocurre cuando hablo de otra película de producción española, también de la misma Seminci, (se ve que ese año la cosecha de cine en español fue de lujo) aunque esta dirigida por

ANGÉLICA TANARRO

blogs.elnortedecastilla.es/calle58/ @angelicatanarro/twitter.com

un chileno, Matías Bize, que dos años antes había ganado la Espiga de Oro del Festival con su arriesgada ‘En la cama’. No menos arriesgada era ‘Lo bueno de llorar’, una película de pocas palabras, largos silencios, casi tan largos como los paseos de la pareja protagonista (estupendos Vicenta Ndongo y Àlex Brendemühl) por una Barcelona nada turística. La pareja está en proceso de separación y esa noche, como de balance, está llena de emoción, a ratos de reproches, de cariño y de perplejidad ante

las dificultades de las relaciones. Historia contada como en sordina, sin chirridos, casi en susurros, pero absolutamente evocadora y a ratos impactante. Pero la experiencia es la misma. Cuando hablo de ella, no suele ni siquiera sonar su título. Antes y ahora sigo encontrando mucho talento en algunos directores jóvenes a los que me dispongo a seguir con pasión en cuanto que un festival (normalmente la Seminci, claro) o una bendita casualidad me los ponen a tiro. Herederos de lo mejor que hemos tenido en autores como Víctor Erice o José Luis Guerín, ambos por cierto relegados a proyectos marginales (en el mejor sentido del término) o relacionados con museos de arte contemporáneo. (Lo último de vi de Guerin fue en el Esteban Vicente). Pero el disfrute inicial que

anuncian esos brotes verdes se queda en eso, porque una vez conseguida la hazaña de terminar la película, y de estrenarla en algún festival sensible al cine de autor, su estela se pierde en el vacío, en el agujero negro de las naderías de las carteleras invadidas por lo más cutre, gritón y comercial. Si acaso, algún premio viene a redimirlas, como ocurrió con ‘Tres días en la familia’, brillante debut de otra directora precoz, Mar Coll, de la que afortunadamente hemos vuelto a saber con otra prueba de su madurez tras la cámara, en el último festival de Valladolid. Estoy de acuerdo con Fernando Trueba cuando dice (lo hizo la última vez en la tertulia que organizan conjuntamente El Norte y Seminci) que «el cine español está peor que nunca, desolado,en consonancia con el país», me indigna la política del Gobierno no solo con el cine sino con la cultura en general, apoyaría cualquier iniciativa que propiciara que el cine español como industria, pero como industria cultural, que no se olvide el adjetivo, remontara por fin. Pero también confieso que me pone un poco nerviosa cuando se confunde ese apoyo con una crítica dócil y adocenada, que alabara sin cuento cualquier producto solo por el hecho «de ser de aquí». No. Flaco favor haríamos entonces a nuestro cine por este camino que, curiosamente, reclaman incluso profesionales que dicen amar su oficio. La solución tiene que venir por otro lado. Por el origen: las enseñanzas audiovisuales en las escuelas primarias siguen siendo (y cada vez están abocadas a serlo más con estas leyes que se van alternando en el absurdo) una rareza de algún profesor loco. Este es el inicio del mal, que viene a completarse con el absoluto desprecio por la Cultura con mayúsculas (esa que necesita de tiempo, de educación, de recursos intelectuales y materiales, que no se resuelve en cifras de participación sino en verdadera gratificación espiritual) que sienten nuestra autoridades. Así las cosas, mucho me temo que habrá que seguir cazando al vuelo los destellos de luz. Porque haberlos, haylos.


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Televisión, exilio, talento silenciado... FERNANDO HERRERO

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emporada 2013-2014 a punto de finalizar con un éxito comercial increíble ( ‘Ocho apellidos vascos’) y una muy buena película sobre el presente conflictivo (‘Hermosa juventud’) ¿Qué queda después de ese azote cultural del Gobierno, de esa inquina contra un arte (e industria) que ofrece una imagen más o menos real del país? La mirada del crítico, ni mejor ni pero que la de cualquier espectador, tiene características peculiares. En primer lugar, por el gran número de filmes que ve cada año, alrededor de 300 de diversas nacionalidades y técnicas y estéticas muy diferentes. En segun-

do lugar porque la opinión queda escrita y firmada. Una responsabilidad que obliga a contemplar el fenómeno cinematográfico en toda su extensión global. No todas las películas producidas en España llegan a las salas de exhibición, incluidas algunas importantes y premiadas en festivales, por lo que la visión general queda un tanto empequeñecida. Otras las ocupan breves fechas, independientemente de su calidad, por lo que la situación es compleja. Comprende perfectamente que el problema económico es acuciante, pero el que obras de interés y riesgo desaparezcan de la circulación y sólo se vean en festivales de forma esporádica no es un síntoma positivo. Más allá de los títulos, al hacer balance, me sorprenden algunos aspectos. El primero lo constituye la influencia de la televisión en la producción fíl-

mica. Series de éxito originan films de impacto, como es el caso de ‘Ocho apellidos vascos’. Esta interrelación entre formas de expresión se extiende al teatro. Carmen Machi, actriz de la película citada, interviene ahora mismo en una visión particular de ‘Macbeth’ y se podrían citar muchos ejemplos. Los actores de las series más populares son ahora los de las películas de éxito comercial del país. Otro detalle es ese exilio voluntario y positivo, en Europa y Estados Unidos, de un buen número de artistas y técnicos que se han incorporado con éxito en algunos casos a la industria de las ‘majors’, lo que muestra su preparación, aún a costa de cierto mimetismo con la técnica y estética propias de aquellas. Por otra parte, los problemas económicos, y no sólo en España, dan lugar a dos fenómenos curiosos. De un lado la

Tom Holland y Naomi Watts, en una escena de la película ‘Lo imposible’.

Industria moribunda

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a en su momento –febrero de 2013, víspera de la ceremonia de los premios Goya– denunció el columnista la falacia que suponían las palabras del presidente de la Academia, señor González Macho, y de la consejera de Empleo, Turismo y Cultura de la Comunidad de Madrid, señora Ana Isabel Mariño, de que el año anterior había sido «el mejor año de la historia» para la industria del cine español. Pongámonos en antecedentes: el cine español había marcado el máximo hasta la fecha tanto en cuota de pantalla, con un 19,5 %, como en ingresos totales, con 119 millones. ¿Dónde estaba pues la falacia? ¿Es que el columnis-

ta se quejaba de vicio, como suelen todos? En absoluto: a las cifras aportadas por los bustos públicos de la Academia y la Consejería podían oponerse otras mucho más preocupantes, pues manifestaban una tendencia y no una coyuntura, y es que las ayudas al cine habían sufrido una reducción progresiva de 76 millones –año 2011– a 49 –año 2012– a 39,28 –para el 2013–. Aparte, resultaba obvio que «el mejor año» se había debido al hecho exclusivo, puro oasis imprevisto en mitad del desierto, del estreno de ‘Lo imposible’, que había recaudado ella solita 41 millones de los 119 totales, y del de ‘Tadeo Jones’ y ‘Tengo ganas de ti’, que otro tanto. Es decir, que

tres títulos se habían merendado en torno a tres cuartos del pastel global. Quizá de manera más gráfica, baste recordar que las otras tres candidatas al Goya a la mejor película no sumaban ni 4 millones de recaudación, frente a los 41 citados de la cinta de Juan José Bayona. Con este panorama el columnista se atrevió a concluir que lo de hablar de industria era similar a considerar un castillo de naipes una construcción sólida. La supuesta buena salud del cine español se debía únicamente al pelotazo de esteroides súbito que había supuesto ‘Lo imposible’, y que se encontraba, en realidad, en un estado moribundo. Lo más triste, con todo, era que en

proliferación de entidades productoras y colaboradoras en cada película. De otro, y esto es positivo, a la realización de filmes de pequeño formato de coste reducido (el caso de Paco León) y al tiempo de nuevas ideas para su lanzamiento, fenómeno al que hay que estar atento. En cuanto a los filmes estrenados en la ciudad (incluidos los de la Seminci) se advierte la ausencia este año de los realizadores veteranos, a excepción de Alex de la Iglesia, la ratificación de una nueva generación y también la de la siguiente de una serie de jóvenes procedentes del cortometraje y del documental. En estos momentos, aunque el número de películas que se rueda es menor que antaño todavía son excesivas teniendo en cuenta las circunstancias económicas tan desoladoras. No soy muy partidario de hacer resúmenes selectivos.

En cada una de las críticas está mi opinión, puedo equivocarme, como todos los humanos, pero la sinceridad con la que escribo, la libertad que se me concede desde un espacio determinado, abonan, creo yo, la independencia indispensable. Si tuviera que elegir en esta memoria subjetiva, a veces tan traidora, la película que me ha dejado huella más allá de su proyección, esta sería ‘Ventanas rotas’ de Víctor Erice. Epi-

La visión irreemplazable del mundo de directores como Víctor Erice o Francisco Regueiro nos hace falta

sodio de ‘Centro histórico’, la obra que celebra la capitalidad cultural de Guimaraes. Un documenta que, desde un espacio degradado, una fábrica textil abandonada, una inmensa fotografía de unos obreros comiendo, una serie de entrevistas con antiguos trabajadores y un acordeón, consigue ser, a la vez, historia y realidad presente. Las voces y los rostros de quienes hablan ante la cámara, contrastan con las inmóviles de esa fotografía en la que aparece que las figuras nos cuentan su desventura. Quizá podríamos pensar que la de hoy pude ser, en algunos casos, todavía más dura. Así el cine español, de la mano de Víctor, integra el documento en una creatividad absoluta que descubre dos mundos a la vez, en una sucesión de impactantes imágenes. Lección de un realizador veterano que nos obliga a preguntar por qué Víctor Erice, Francisco Regueiro y otros excelentes cineastas han sido casi silenciados. Su visión irreemplazable de un mundo del pasado y del presente nos hace absoluta falta.

Santiago Segura, en ‘Torrente 4’.

EDUARDO ROLDÁN

modo alguno podía la del 2012 considerarse una situación inédita. La industria cinematográfica española había venido funcionando a golpe de pelotazo desde hacía muchos años, a la espera de que un Torrente o un Amenábar salvase los muebles anuales de la estadística, esa mentira numérica. ¿Qué ocurrió al año siguiente, 2013? ¿Se mantuvo la buena salud aireada por los bustos? Por desgracia no. El 2013 arrojó las cifras más bajas en décadas, tanto en cuota de pantalla –13,9 %– como en recaudación total –71 millones–. Se había dado pues, a su pesar, la razón al columnista. El columnismo no es un ejercicio adivinatorio, y por otro lado no ha-

bía nada que adivinar: simplemente ocurrió que no hubo un pelotazo que enmascarase la situación real. En el presente 2014 la industria ha vuelto a recibir el chute de esteroides de ‘Ocho apellidos vascos’, de la que por supuesto ya se está filmando la continuación antes de que se enfríe el éxtasis, con intención de repetir la fórmula. ¿Se repetirán las palmadas en las espalda de los bustos, los falsos parabienes? En una nota de agosto de 1978 al hilo del I Congreso Democrático del Cine Español, Fernando Trueba escribía que «Ante el paro casi total de la profesión y el colapso económico e industrial en que se encuentra el cine español…» Hace tres días, el columnista le escuchó en vivo que, en su opinión, el cine español nunca había estado en peor situación. El estado moribundo no ha por tanto de sorprender a nadie.

Por parentesco o amistad el columnista conoce a varias personas que trabajan en la industria audiovisual española. No caras de portada, sino guionistas y técnicos, profesionales de lo suyo que lo único que pretenden es hacer una labor digna, sostenida, y que si algo los define es su voluntad de trabajo. De ellos es de quien se debería preocupar el gobierno, porque son ellos los que forjan industria; pero parece que compensa más o es más cómodo el poner una vela a Don Bosco o quien sea ahora el patrón del cine y rezar para que ‘Torrente 5’ llegue cuanto antes. Ni el ivazo cultural es la causa ni el día del cine la solución; se trata de un problema mucho más profundo, más de fondo, que exige no solo un cambio en las infraestructuras y esferas dirigentes sino, también, un compromiso activo por parte del espectador.


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Somos bioquímica y banderas 20 de mayo

OTRA GALAXIA ADOLFO GARCÍA ORTEGA

En 1930, Sigmund Freud pronunció un curioso discurso en la Casa de Goethe en Fráncfort. Digo curioso porque en él trató de explicar su intento de psicoanalizar al gran escritor alemán de manera retrospectiva. No me interesan excesivamente las conclusiones a las que llegó, pero sí algo que dijo acerca de la dificultad básica con que se encontró a la hora de psicoanalizar a Goethe. Creo que sirve para comprender un poco más la naturaleza de los escritores, en tanto que entraña una observación general sobre la esencia de la escritura, literaria o no, y que afecta al permanente juego entre exhibición-confesión e inhibiciónocultación. Dice esto Freud: «Esa dificultad para psicoanalizarlo se debe a que Goethe no solo era un poeta, un gran revelador de sí mismo, sino también, a pesar de la abundancia de datos autobiográficos, un cuidadoso ocultador». Ha dado en el clavo de lo que son los escritores: reveladores de sí mismos y cuidadosos ocultadores, pese a las apariencias. Sin embargo, por lo que a mí respecta, pongo el énfasis en ‘reveladores’ (más que ‘en sí mismos’) y en ‘cuidadosos’ (más que en ‘ocultadores’). Dejamos pistas por instinto, pero borramos huellas a conveniencia. Sin duda que, como dijo el gran ocultador Pessoa, somos fingidores. Por eso Freud se las vio y se las deseó para averiguar la más mínima verdad en Goethe, llegando a la certeza de que, en realidad, era complicado hallarla en los escritores.

23 de mayo De regreso de Zaragoza, leo en el tren un breve libro, pero maduro y magnífico, de Eduardo Halfon, ‘Monasterio’ (Libros del Asteroide), que habla de la identidad y de la memoria, y de que los cuerpos son álbumes de recuerdos y territorios de aventuras. La literatura del guatemalteco Halfon siempre deja el efecto de una ramificación asombrosa, porque indaga en su pasado familiar desde hace ya muchos libros, consecutivamente. En este relato biográfico, se parte de un viaje a Israel para acudir a una boda, pero en pocas páginas se recorren otros países y otras generaciones con las que el propio autor se enfrenta para saber quién es y de dónde procede. Lo admirable de Halfon es que, vistos sus libros en conjunto, está encadenando una gran novela personal, al ofrecer en todos un final abierto, como un ‘continuará’ permanente con el que crea el puzzle insólito de su familia. Por eso es uno de los mejores escritores latinoamericanos de hoy.

27 de mayo

22 de mayo

Todo lo que somos lo contamos en nuestro cuerpo o está contado por él Mi patria está en mi mente, república de un mundo mestizo por antonomasia

A Zaragoza, invitado por Manuel Vilas para hablar sobre el cuerpo y la literatura. En mi turno, empiezo diciendo que el cuerpo soy yo y no lo soy, al menos ‘únicamente’. Todo lo que somos lo contamos en nuestro cuerpo o está contado por él, a nuestro pesar incluso. El cuerpo es una definición permanente de nosotros mismos, como un espejo que no podemos eludir fácilmente sin traicionarnos. Ahí están los tatuajes, las cicatrices, las operaciones estéticas, la evolución marcada con la edad… El cuerpo es lo

ne índice, capítulos, colofón. El cuerpo ajeno tiene sílabas y es una delicia o una tortura pronunciarlas. El cuerpo ajeno sorprende o aburre, pero siempre hay que leerlo lentamente para comprenderlo. Deletrearlo. Y en ocasiones, también, el cuerpo ajeno guarda silencio; solo el tiempo permite arrancar de ese silencio el sonido del vínculo: tócame. El cuerpo siempre tiene en la piel su frontera. De todos los viajes posibles, el viaje por el cuerpo ajeno es una de las experiencias más felices. Quizá trazar el mapa del cuerpo amado sea el mejor viaje que ofrece la vida, el que, en última instancia, da sentido a todo lo que no tiene sentido.

‘Amantes’, de Fernando Botero. :: EFE que somos. Lo que tenemos. Lo que queda con el tiempo después de pasado nuestro tiempo, es decir, lo que termina cuando termina la vida. No termina el yo, termina el cuerpo. O lo que es lo mismo: termina el yo porque termina el cuerpo. Parece una simplicidad, pero creo que es simple de puro cierto. Descubrimos que somos tan solo un

órgano. Un órgano complejo, bioquímicamente hablando (no hay otra manera de hablar del cuerpo que desde la bioquímica). Somos bioquímica. Sin embargo, el cuerpo que me interesa es el cuerpo de los otros, porque lo que me atrapa de los otros son sus historias. Todos asumimos que el cuerpo es un libro de his-

torias, propias e impropias, evidentes y ocultas, confesables e inconfesables. Nos gustan los cuerpos ajenos porque nos posee la curiosidad por ellos. Cuando amamos, amamos el cuerpo del otro. Cuando odiamos, lo primero que odiamos es el cuerpo del otro. El cuerpo ajeno, además, fascina, incita al descubrimiento, se abre como un libro, tie-

Inesperadamente, me interpelan sobre la embriaguez nacionalista. Aun resistiéndome a tener que elegir una opción a favor o en contra, echo mano de mi causa abierta contra la realidad y aplico mis distorsiones de escritor enrarecido. Digo que toda bandera es un trapo, que mi patria está en mi mente, república de un mundo mestizo por antonomasia. Que veo a las ciudades no como espacios identitarios sino como a mujeres, ‘hermosas subjetivamente’, una me enamora, otras me dejan frío, pero todas me interesan. Que las palabras tienen el mismo peso que las piedras, son material de construcción. Y que quizá esas palabras-piedras se vuelven a veces armas que carga el diablo, sobre todo si es un nacionalista cerril quien las usa. Compruebo por desgracia que hay muchos así.


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MIGUEL NAVIA (Madrid 1980). El trabajo de este ilustrador se reparte entre las editoriales, el mundo de la prensa, la ilustración publicitaria y la producción de cine. Entre los autores cuya obra ha dibujado figuran Poe, Nobokov, Henry James o los hermanos Grimm.

do Chueca cha de imágenes: calles húmedas, aceras estrechas, fachadas descascarilladas, tapias conventuales e iglesias casi escondidas, paredes que exudan engrudo con mil estratos de carteles...» El mismo abigarramiento hay en las escenas de Navia. Hay que mirarlas detenidamente, porque su argumento está en los detalles, en los carteles de las tiendas, en el escaparate de la boutique erótica, en la mirada de los vecinos... Si Federico Chueca levantara la cabeza en su barrio, no le faltaría material para una zarzuela o un sainete.

CHUECA de Miguel Navia. Prólogo de Óscar Esquivias. Editorial Reino de Cordelia. 18,95 euros.


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Perdulario Ángel Fernández Benéitez. :: EL NORTE

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omo el acróbata de la elegía de Rilke, que sonríe en la caída mientras discute con la gravedad, el poeta se sabe obligado a ir menguando el peso de su discurso para dejarlo en el territorio deshuesado de la suspensión. Ese es el único sentido –tan difícil de hallar, tan doloroso de urdir– de toda antología: mostrar la distancia entre lo prescindible y lo sustantivo en lo entregado hasta ese momento. También al poeta, ese saltimbanqui errante, se le exige un salto mortal cada vez con menos asidero; por eso, una antología es un doble ejercicio de humildad y de alarde que cuestiona todas las certidumbres –también la de las palabras–, pues se va laminando una y otra vez cuanto se ha dicho hasta dejarlo así, reducido y en cueros vivos. Todavía sobraban palabras, parece decir el autor como disculpándose. Eso es: toda antología es, también, la petición de una disculpa: ‘Perdónenme; abrí la boca demasiado’. En este sentido, siempre me ha parecido que hay una vinculación natural entre las antologías y los autorretratos de los pintores, que se van pintando una y otra vez a sí mismos a través del tiempo. «De momento soy así», suponemos que desean hacer saber ante un nuevo retrato, desmentido por el de diez años después. Se contaba de Rembrandt que ante uno de sus numerosos autorretratos alguien le espetó: «Perdone, maestro, pero no se parece en nada usted». «Necio –le replicó al parecer el pintor–, es que ese soy el de dentro de veinte años». Asimismo, lejos de una colección mineral de poemas, la antología es un salto al futuro. Un salto mortal, desde luego, como en el poema de Rilke. Hace meses, en la colección de antologías propiciada por la diputación salmantina sobre autores vinculados a esa ciudad, ha aparecido ‘Perdulario’, la antología correspondiente a Ángel Fernández Be-

néitez, uno de esos poetas de tensión continua cuyo discurso, despedazado en ediciones ya inencontrables, aparece por fin aquí recompuesto en una afortunada selección suficiente a cargo del propio poeta zamorano. Lo primero es el título, hermoso y desesperado como un disparo al aire: ‘Perdulario’. Quién sabe si el concepto deba aplicarse al poeta o al propio discurso, esa propuesta exigente y destinada a la incertidumbre –a la perdición–, al igual que cualquier manifestación que pretenda remover el espíritu en esta época en que el fút-

bol y las recetas de cocina son la más sublime expresión del pensamiento. Así entiendo ese título, como una deposición confesa de armas antes siquiera de los primeros compases del combate. En el detenido estudio previo a los poemas, Máximo Hernández se fija en dos cuestiones que podrían resumir el sustrato general de esta escritura: la identidad y el desconcierto. Si el lector toma como ejes estas dos propuestas, puede perseguir a lo largo de los sucesivos libros que configuran ‘Perdulario’ toda una actitud. La de quien tiene con-

CEREZAS EN EL ESCONDITE TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

ciencia de la imposibilidad de identificar estos dos pares: designar y ser; escribir y vivir. Creo que toda la escritura poética de Fernández Benéitez merodea justamente en torno a esto: la distancia ineludible entre los nombres y las realidades («me filtro en los nombres / como humedad dañina», se lee ya en ‘La conducta inocente’). Contra aquella aspiración taumatúrgica de los poetas creacionistas, capitaneados por Huidobro («Por qué cantáis la rosa, ¡oh, poetas! / hacedla florecer en el poema»), el poeta zamorano sostiene entre los dedos esa lástima que caracteriza también al poeta: la de quien sabe que solo puede pararse en los nombres mientras allá, en el exterior, sucede todo. En un maravilloso poema titulado ‘Contemplación’, Fernández Benéitez hace de la rosa, precisamente, el símbolo de aquello que no puede alcanzarse ni siquiera nombrándolo («No voy a urdir la rosa / porque no está en mi mano construirla»). Y en otro poema de ‘El verano al acecho’ –libro inédito en el que el poeta llega, bajo las pedradas secas de esos títulos: ‘Realidad’, ‘Desafecto’, ‘Consolación’, ‘Imitación’, a una insistencia feraz y decisiva en este juego de insuficiencias que es escribir poemas–, se lee esto: «Si cuando digo cielo, / se clavara en los ojos tanta altura». Digamos a los buenos lectores de poesía que apartarse con ‘Perdulario’ del ruido del

Es su dicción exquisita y la justeza de nombres lo que sostiene esta escritura deslumbrante Autorretrato de Rembrandt, pintado en 1658. :: MICHAEL BODYCOMB

mundo es entrar de cabeza en los círculos concéntricos de un ensimismamiento que convierte en lenguaje esta pesadumbre ontológica de la que estamos hablando. El poeta quizás no lo sospecha pero es precisamente esa sostenida dicción exquisita, fiada a un ritmo imparisílabo que fluye y hace líquido lo que parecería destinado a caer a plomo, y esa justeza de nombres, que aparecen como un catálogo inequívoco de presencias llenas de certidumbre, lo que sostiene esta escritura deslumbrante, que hace creer a la vez al lector en el lenguaje y en la vida, en el hecho de decir y en el fenómeno de vivir. La cobertura del mundo natural –otra de las recurrencias de la poesía de Ángel Fernández Benéitez– empaña sin trampa la identidad de uno de los poetas más intensos que ahora mismo pueden leerse entre nosotros. Como nuestros padres clásicos –pienso en Virgilio, en sus ‘Geórgicas’–, este poeta mantiene con la tierra una interlocución donde la exacerbación o la comunión mística de los románticos exaltados están desterradas. Más bien nos invita a mirar las cosas desde el desconsuelo de no ser ellas. Ese desarraigo llega a zozobras más profundas («la discreta ficción de ser conmigo» es un verso que se repite por dos veces en poemas distintos) pero no pueden evitar que el estupor se adueñe de la lectura de esa proclamación que exige a toda costa la concurrencia del nombre y de la cosa en el estallido de la unanimidad. O como dice él mismo en estos versos: «si no sé cómo hacer / para nombrar el sol / y quedar ciego!». Libros como esta antología son, a la postre, ejercicios de redención que libran a los buenos lectores de esa inercia hacia la trivialidad –e incluyo aquí también mucha poesía rumbosa de cansina dicción– que parece presidir el rumbo de estos años. Búsquenla. No se la pierdan.


LECTURAS

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La carne de las palabras Brigitte Giraud traza un relato de contenido desgarro sobre la pérdida y la muerte en ‘Ahora’

JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN

A

hora’ (cuya edición original, titulada ‘À présent’, data de 2001), es un libro escrito desde una herida aún palpitante. Su autora acababa de perder a su pareja, con la que había convivido una veintena de años y de la que tenía un hijo de ocho, en un estúpido e inexplicable accidente de moto en la ciudad de Lyon, donde ambos residían. Brigitte Giraud, nacida en 1960 en Argelia, contaba hasta ese momento con dos novelas. Precisamente regresaba de París, donde había firmado y dedicado los ejemplares de su segundo título que Éditions Stock reservaba para críticos y prensa especializada, cuando tuvo que enfrentarse al drama. ‘Ahora’ narra los siete días que transcurren entre el accidente, el funeral y el entierro de la víctima, pasando por los trámites policiales y burocráticos que una muerte de ese cariz acostumbra a conllevar. La acompañamos a todas las inciden-

cias cotidianas que la joven viuda se ve en la tesitura de afrontar. Primer libro editado en español de Brigitte Giraud, que cuenta en su haber con ocho novelas y obtuvo en 2007 el Premio Goncourt de Relatos, nos llega en la excelente traducción de María Teresa Gallego Urrutia para Contraseña Editorial. El lector no dejará de admirar asimismo la sobria, elocuente y bellísima ilustración de cubierta que ha creado Elisa Arguilé. ‘Ahora’ es un libro sobrecogedor, perfecto, que se lee –y se relee– con el alma encogida. Carece de morbo, de sobrecarga sentimental al-

AHORA Brigitte Giraud. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia, Zaragoza, Contraseña Editorial, 2014, 91 páginas, 13 euros.

guna. No se puede decir tanto y tan concisamente sobre el drama de la pérdida de un ser querido con más efectividad, sencillez, parquedad y acierto. No sobra ni falta una coma, ni un adjetivo, ni una reflexión. Los términos son siempre los justos. El ritmo, el preciso. La hondura, rebosante de expresividad contenida. La muerte es una dislocación del tiempo. El ‘antes’ pasa a ser un ‘ahora’ inesperado, lacerante. Una fractura que ya nos acompañará siempre. El cadáver nos muestra, definitivamente, lo que significa ‘el cuerpo’, su peso y gravidez. Brigitte Giraud decide escribir sobre la pérdida que se impone rechazando lo que de artificioso puede encerrar la literatura al uso: «Que no quede bonito, que no quede vistoso, no escribir de forma aparatosa, escribir sin ambición. Que no quede literario. Nada de frases brillantes. Dar con el tono». Dejar de lado las metáforas, «las palabras universales», esas «que quieren decirlo todo y no dicen nada». La autora se refiere al texto que pretende leer durante el funeral, despidiendo al muerto, pero esa intención se aplica de manera per-

La escritora Brigitte Giraud. fecta a su libro. De ahí la repugnancia sentida ante el alambicamiento religioso de unas exequias convencionales que no acierta a rechazar. El rito oficial católico ensucia lo que de verdad el ser perdido merece, «la carne de las palabras» que en su adiós sienten, pronuncian, quienes lo apreciaron y amaron.

Pero el amor, por intenso y verdadero que parezca, no es capaz de evitar la muerte. El amor, a lo sumo, nos comunica el silencio, un silencio muy nuestro, «más intenso que cualquier palabra». El libro de Brigitte Giraud transmite también ese silencio. Un silencio que, pasados los primeros momentos con-

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ducidos por las convenciones sociales y los trámites postreros, se transformará en violencia ante el destino ineludible al que vivimos condenados, la desaparición definitiva de todos, la desaparición también inevitable de los propios cuerpos en los que hemos vivido, mediante los que nos hemos relacionado, conocido, apoyado, compartiendo tantas cosas, encuentros, desencuentros, proyectos, venturas, desgracias que siempre creíamos superables: «Esa violencia seguirá una conteniéndola, seguirá incubándola más y más tiempo, porque el día en que estalle no sabe qué nacerá de ella, no sabe qué avalancha causará […] una sabe que día llegará en que esa violencia se transforme y, a lo mejor, se convierta en una fuerza; tendrá que ocurrir así». El libro acaba como terminan siempre estos actos. Aquellos que nos acompañan se despiden. Nos dejan solos porque así ha de ser: «Todos volverán a su vida. Todos se acostarán con sus parejas. Todos seguirán adelante con lo que tenían empezado». Vivirán su ‘antes’ hasta que también en sus vidas irrumpa el ‘ahora’. Hasta que la muerte llame, certera y puntual, a sus corazones. No sé si este libro de Brigitte Giraud es una novela, un testimonio, una confesión, un diario reelaborado. Tiene algo de extenso poema en prosa. En palabras de Yves Bellec, reproducidas en la contracubierta, se trata de «un viaje asombroso por los arcanos del dolor» y de «una conmovedora meditación acerca de la vida». Y añado: una carga de fondo, escrita con auténtico magisterio, contra la banalidad que a menudo nos rodea y nos ahoga.


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LECTURAS

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Inventiva y fascinación: el poder de las palabras Irene Gracia crea un universo mitológico propio en su libro ‘El alma de las cosas’

YOLANDA IZARD

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rene Gracia es la única creadora de mitos que conozco. Su poder de seducción reside en la Maravilla, tal y como ha sido concebida a lo largo del tiempo y a lo ancho de la historia de la narrativa universal. Algunos de sus libros parecen brotar de manera natural de una fascinación por mitologías como la grecolatina que han alumbrado nuestro mundo con sus historias maravillosas, descubriéndonos el poder de la palabra y el de nuestros más oscuros deseos. Pero esta peculiar escritora sabe volar sola y crea en cada una de sus novelas un universo mitológico propio; y lo hace situando a sus personajes-mitos al mismo tiempo en escenarios históricos y en atmósferas de ensueño, que presiden argumentos simbó-

licos llenos de inventiva. En 2011, escribí en este mismo suplemento sobre su novela ‘El beso del ángel’ llamando la atención sobre su fecunda imaginación, en la que tomaban forma las pasiones de los seres alados, y, sobre todo, su firme voluntad de alejarse de los cánones narrativos y sus temas dominantes. Ahora vuelve a una escena narrativa pareja con una novela breve, ‘El alma de las cosas’, una propuesta sobre el misterio de la creación artística que tiene por tanto una lectura simbólica, como es de esperar de los mitos auténticos que trascienden una lectura de superficie. Con un elegante estilo, dotado para visionar lo invisible y expresar lo inasible, alza un mundo propio que se sitúa en ese espacio transicional que media entre la realidad y el sueño-sueño, el mismo mundo que proviene de lo que Jung en ‘Símbolos de transformación’ llamaba pensamiento fantaseador y que es precisamente el origen de

Sistemas

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igo a menudo que me resulta difícil señalar mis libros favoritos. Difícil escoger, que me sería imposible hacer una lista, ya que una lista implica, en cierta manera, colocar a uno sobre otro, y esto sería cuantificar. Y lo malo del arte es que no es una ciencia exacta, y no tiene, por tanto, parámetros. Todo depende de los apetitos, y, en este sentido, todo apetito es desordenado: Tampoco puedo medirlo según cualidades, pues los gustos atienden a cualidades muy diversas, nin-

guna de las cuales veo o siento que tenga preponderancia sobre la otra. Sin embargo hay libros a los que vuelvo más frecuentemente que a otros, lo que no significa exactamente que los prefiera a otros. Uno de estos libros frecuentados, no sé si el que más, porque no tengo la manía de contar mis relecturas, pero sí uno de los que más, es el ‘Opus Nigrum’ de Margarite Youcenar. Probablemente es mi novela favorita, esto sí puedo decirlo, de la autora, que es una autora que me gusta mucho. Cu-

La escritora Irene Gracia. :: EL NORTE toda actividad creativa no planificada, es decir, la que proviene de la intuición, de la ensoñación y del subconsciente. Esto es, me parece, lo que trata de contar Irene Gracia en esta hermosa novela: cómo las cosas pueden llegar a tener alma, habitadas por el poderoso instinto artístico del hombre. De su instinto primario, de la fuerza abismal de la intuición, de la inspiración. Así, un platero-hechicero, Platónides, «dueño y señor del Tiempo de Plata» regala joyas autómatas, que contienen la esencia de todos las artes y su poder de seducción, a seis jóvenes hermanas, no sin antes advertir «que debemos ser responsables de los objetos que poseemos, porque las cosas tienen alma y aliento».

riosamente, su obra más famosa, ‘Memorias de Adriano’, me resulta un tanto floja, quizás insulsa. Puede ser porque la novela histórica no me gusta mucho, o dejó de gustarme, más bien. Quizás porque he llegado a verla, a la novela histórica, –o al menos a sus exponentes más vulgares y abundantes, una auténtica plaga en los últimos tiempos–, como un apéndice recalcitrante del romanticismo más ñoño, reaccionario y dañino. Pero ‘Opus Nigrum’ es también, o se la puede considerar, una novela histórica. Nada tiene de ñoña, de reaccionaria, aunque, para según qué modos de pensamiento, podría resultar dañina. Acontecimientos recientes me han hecho pensar en

Al cabo, los diversos avatares que sufren desde la recepción del don de cautivar por medio de las distintas artes simbolizan el secuestro del alma que toda obra artística compleja y auténtica ejerce en los seres humanos, y cómo liberarse de ese atrapamiento supone el regreso a una reali-

EL ALMA DE LAS COSAS Irene Gracia. Editorial Siruela, 2014. 159 páginas. 15,95 euros.

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA

ella, y, aunque casi me las sé de memoria –y quizás porque sé lo bien que la memoria miente–, me siento tentado a volver a abrirla. Hay varias razones para leer ‘Opus Nigrum’. Una, y no es la menos importante, al menos para mi –quizás el principal motivo de mi atracción permanente– es la belleza de su prosa.

dad donde el espacio y el tiempo recobran su finitud. Como una definición de la fascinación estética, Irene Gracia dice a través de sus personajes: «Lo importante no es lo que ocurría en el escenario, lo importante era lo que sucedía en tu cabeza». Porque al fin de lo que esta autora habla es de lo que sucede en el hombre cuando recibe la gracia a través de una obra de arte: el despertar de los recuerdos y de los deseos que habita en el alma de las cosas. Y por ello el poder de nominar tampoco le es ajeno: sus seres, tanto animados como inanimados, lucen sus nombres como una propiedad más de su talento, engarzados a sus sonoros significantes. Completados además por las casi veinte ilustracio-

nes de la autora, que cursó en la facultad de Bellas Artes barcelonesa estudios de pintura y escultura, y que dan fe de su pasión por enfocar desde distintas parcelas artísticas ese mundo genuino de autómatas que cobran vida, de personajes atraídos por la excelencia artística, de la lucha del tiempo contra la muerte. Una pequeña gran novela, de desbordante imaginación, que al mismo tiempo sabe encauzar y contener, y que nunca olvida que los sentidos, incluido el sexto, son nuestro principal modo de aprehensión de «esa mentira que otros denominan realidad. Aunque al final solo hallemos un paraíso pequeño y plateado, o nos encontremos con el vacío, vale la pena y la alegría buscarlo».

Otra que me fascina es que la historia que se nos cuenta es la historia que no suele ser contada salvo como nota breve y curiosa, casi risible, normalmente falseada o topificada. Es la historia de los que se rebelaron y perdieron. Los que buscaron alternativas y fueron borrados, ejecutados, ridiculizados por ello. La historia de la lucha –unas veces abierta, otras solapada– y la derrota contra el estatus quo, contra el sistema, en definitiva. La historia principal es la de Zenón, médico, alquimista, dotado de una inteligencia aguda y de una mente científica, en el puro sentido de la palabra. Busca las verdades de la naturaleza, no cree, casi nunca, en lo que no

puede experimentar. Sin embargo, es cauto, conoce su mundo, y si publica algo lo hace bajo pseudónimo. Finalmente sus precauciones no habrán sido bastantes, y ante la disyuntiva de abjurar de sus ideas o morir, elige, enfrentándose a un pensamiento único, lo segundo. Un capítulo significativo, ‘Muerte en Munster’, nos cuenta como las dos fuerzas antagonistas de la época, protestantes y católicos, se unen para acabar con la amenaza anabaptista. Protestantes y católicos guerrean, en apariencia sus ideales son diferentes, pero apenas son matices nimios cuando se trata de defender la propiedad privadas y la sociedad de clases.


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Une entre sí la luz todas las cosas Eloy Sánchez Rosillo hace acopio de toda la densidad y fulgor de una lírica en plena sazón en ‘Hilo de oro’

CÉSAR AUGUSTO AYUSO

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ilo de oro mana / la fontana, / hilo de oro mana», reza una brevísima y hermosa cancioncilla de la lírica popular castellana. Tan sugestiva metáfora sirve para agrupar el sentido de la obra poética del murciano Eloy Sánchez Rosillo, que en esta amplia antología hace acopio de toda la densidad y fulgor de una lírica en plena sazón y ya insoslayable en el panorama actual español. El recorrido por los nueve libros publicados hasta la fecha permite comprobar el vuelo as-

censional de quien ya en el Adonais de 1977 se reveló con prístina voz. Desde ‘Maneras de estar solo’, su primera entrega, la intensidad de la memoria empapará su poesía, pues no en vano podría aplicársele el azoriniano aserto de «vivir es haber vivido», tal es su insistencia en la evocación del tiempo ido. Si importante es el propio recuerdo para restaurar el momento irrepetible que se recrea en numerosos poemas, no menos eficaz es, en otros, el uso del monólogo dramático (el escritor Melville, el músico César Frank, el poeta Leopardi) para reconstruir el más hondo pálpito existencial de otras vidas, o incluso el diálogo dramático (Von Kleist y su amada Henriette Vogel).

E igualmente está presente en sus primeros libros el tema del arte y esa relación ineludible del artista con la sociedad. Si el genio de Goya representa la libertad del creador y la superioridad moral en el retrato de la familia de Carlos IV, la queja por la indiferencia social aparece en las evocaciones de Melville y César Frank. Aunque motivo de distintos poemas, el misterio y el gozo de la creación lo encarnaría su amigo el pintor Gaya Nuño en el memorable ‘La espera’. Esa necesidad de envolver el presente con el pasado, con otra dicha cumplida –un amor, un libro, la música, una imagen…–, que en muchos poemas se hace limpia elegía, domeñada melancolía, va, con los años, adentrándo-

Eloy Sánchez. :: J. CARRIÓN se en el vértigo de la temporalidad, invocando el cansancio y la sombra en un libro como ‘Autorretratos’ y convirtiéndose incluso en angustia en el quinto, ‘La vida’. Ello, hasta el punto de indiferenciar la realidad, el sueño y la memoria y respirar a la vez «la luz y la ceniza». Siempre, es de admirar, sin embargo, la pericia del poeta para recrear las múltiples caras de la temporalidad en sus poemas a base de diversos desdoblamientos y superposiciones: enunciativos, actanciales, es-

paciales, temporales… Mediados los años noventa, a partir de su sexto libro, ‘La certeza’, el tono de su poesía cambia radicalmente. Aunque la celebración del instante, como versión del ‘carpe diem’, no está ausente en algunos poemas de la primera época, a partir de este libro la entonación celebrativa se hará preponderante. La luz se afirma como inextinguible y dejan de recrearse las sombras anteriores, del mismo modo que la muerte pierde su condición amenazadora. El poeta contempla y vive la vida con gratitud, consciente del misterio hermoso del mundo y de los días. Y seguro de que nada se pierde si se ha acogido y vivido con amor. La limpidez de la mirada es quien otorga su plenitud al corazón, desechando la añoranza y el lamento para verse impelido a la celebración y al canto. ‘Oír la luz’, título de un poema y un libro, es una magnífica sinestesia que potencia el sentir, el calar en el misterio de la propia existencia y cuanto la rodea. La luz, que irradia todo, llega al propio interior, y así el ser se ilumina y se funda en la aceptación gozosa de cuanto acontece. Con tal afirmación de la realidad, de las cosas, todo el presente es historia

HILO DE ORO (ANTOLOGÍA POÉTICA, 1974-2011) Eloy Sánchez Rosillo. Cátedra, 2014. XX euros.

y se hace revelación de la vida. En su poesía última, no está lejos Sánchez Rosillo, para quien el ser existe «antes del origen», de la fenomenología husserliana. Es la luz de la palabra, su fulgor indeclinable, quien realiza el descubrimiento del ser como fuente de verdad y permanencia. La porosa narratividad primera ha ido dejando paso una densidad lingüística mayor, más vibrante y esencial. Fiel a unos cuantos símbolos, en su experiencia arraigados, –el verano, la luna, el ruiseñor, la acacia…–, el poeta no hace sino ahondar cada vez más y serenarse, hasta acercar su lírica a una extrema pureza. Leer esta poesía es adentrarse en una creciente y gozosa proclamación del existir.

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

Héroes anónimos sobre fondo de vanguardias LA TORTUGA TODOVABIEN David Acera y Nanu González. Editorial Takatuka. 32 págs. 14 euros. Edad recomendada: a partir de 4 años.

Ellos vienen (o una fábula sobre el riesgo de la insolidaridad) :: SUSANA GÓMEZ Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. / Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío (…) Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada… Bien podrían ser las palabras de Martin Niemoller (que no de Brecht, aunque la red se haya empeñado más de una vez en lo contrario) el germen intertextual del nuevo título de la editorial Takatuka, alegoría en tor-

no a la insolidaridad y el individualismo de una tortuga cuyo nombre y soniquete no puede ser más esclarecedor: Todovabien. Fábula social en la que el universo animal imprime el necesario distanciamiento para la crítica y la denuncia, el álbum supone una oportuna reflexión sobre los tiempos que corren, a la vez que alerta del riesgo que ya anunciara Niemoller en una advertencia (‘Ellos vienen’) que acabó siendo verso: la siesta de la pasividad produce monstruos (léase, también,

tu indiferencia te hace cómplice), y además se corre el riesgo de ser el próximo. Y es que, mientras la tortuga se alimenta de higos chumbos y canta aquello de «Todo va bien, todo va bien, teniendo algo que comer», a la isla arribará un cargamento de cerdos piratas, voraces y más tarde arborícolas, que poco a poco irán arrasando con los vecinos y amigos de Todovabien. Protegida por su caparazón, ella continuará su rutina a tempo lento y egocéntrico, haciendo oídos sordos a las peticio-

nes de auxilio. Pero un día las cosas ya no-irán-tan-bien para nuestra tibia protagonista: será el momento (nadie lo supo mejor que aquel pastor alemán que experimentó en sus carnes su propia indiferencia y más tarde el abandono) en que ya no quedará nadie para decir nada… A caballo entre el humor ácido y la nueva fábula (como ella, el texto de David Acera eludirá el final feliz para optar por el ético), la historia viene apuntalada por las ilustraciones de Nanu González, cuyos morados, verdes, marrones y ocres envuelven el ambiente narrativo del relato: una historia bañada en claroscuros y ausente de edulcorantes, cuya apuesta solidaria (con cierta tendencia a la transgresión) ilumina el álbum.

Con un texto basado en la fórmula de reiteración de enunciados que tanto gusta a los más pequeños, este álbum con estética de cartel de vanguardia histórica rusa nos conduce, a través de una tierna y valiente galería de personajes, a un viaje a lo largo y ancho de diferentes formas de ser fuerte. El nuevo título de A buen paso, una suerte de homenaje a los héroes anónimos que somos, se entretiene en presentarnos a Estanislao Gorgoechea, Jerónimo Mirasaña, Venancia Herbidia, Pedro Pancho, Ramón Meloso, Petronia Petratova o Bertoluchi Venancio (por no hablar de la señora Braulia o tu tía Úrsula), que se dejan pinchar para donar sangre, atraviesan miles de kilómetros con sus ocho hijos en busca de un hogar mejor, defienden a Felipe Tirillas de Bruto Brutótez, evitan que se parta el manzano de la plaza e incluso son capaces, después de un largo día de trabajo, de llevar a su bebé a la cama y dar-

¿QUIÉN ES EL MÁS FUERTE DEL MUNDO? Alberto Sobrino (texto) y Julie Escoriza y Joan Casaramona (ilustración). Editorial A buen paso. 48 págs. 16 euros. Edad recomendada: a partir de 4 años.

le un fuerte beso de buenas noches. Así, y mientras la propuesta textual se interna, de la mano de un forzudo y algo despistado narrador, por la reflexión de la fortaleza de cada lector, la visual entreteje su particular trama discursiva, en imágenes de trazos rotundos, limpios y llenos de contundencia cromática. La pregunta que guía el itinerario: ‘¿Quién es el más fuerte del mundo?’


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DEL CIPRÉS

L

os refranes son sentencias o frases de origen popular en las que se expresa un pensamiento moral, un consejo o una enseñanza. Entre sus características hay que destacar que han venido repitiéndose tradicionalmente de forma invariable, que suelen ser repetidos por los hablantes cuando les parece oportuno, que tienen sentido figurado y que muchos están estructurados en verso (con rima consonante o asonante) o al menos con cierto ritmo. Esto último favorece su retención y les da estabilidad formal. ‘Refrán’ es el término general y estándar y también el más utilizado. De hecho, existe una expresión, ‘tener refranes para todo’, para referirse a quien halla salidas o pretextos para cualquier cosa. Les confieso que nunca he sabido distinguir entre refrán, sentencia, adagio, aforismo, máxima, dicho, paremia, proverbio o decir, ni tampoco entre los menos usados o anticuados fazaña, retraher, brocárdico o anejir. En los diccionarios generales no acaba de precisarse el significado de cada uno de los términos, así que en la práctica acaban usándose como equivalentes. Está bastante claro que suelen tener estructura bimembre y que en la oralidad el límite entre una parte y otra se marca con una pausa, pausa que aquí se señala con una pleca: ‘A mis amigos los escojo yo; mis familiares me llegan solos’; ‘Agua pasada no mueve molino’, ‘Más vale pájaro en mano que ciento volando’, ‘Cuando las barbas de tu vecino veas pelar pon las tuyas a remojar’; ‘Nunca te acostarás sin saber una cosa más’; ‘De tal palo, tal astilla’. En la lengua escrita era frecuente poner una coma como reflejo sistemático de la pausa en la oralidad, independientemente de la estructura sintáctica del refrán. Como resultado de esta especial manera de puntuar nos encontramos con refranes en los que una coma separa el sujeto del verbo, sobre todo en los que una ora-

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

LA PUNTUACIÓN DE LOS REFRANES

Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es

ción de relativo sin antecedente expreso funciona como sujeto: ‘Quien siembra vientos, recoge tempestades’; ‘Quien mucho abarca, poco aprieta’; ‘Quien adelante no mira, atrás se queda’; ‘Quien primero viene, primero muele’; ‘El que venga atrás, que arree’. Si nos atenemos a las normas de uso de la coma recogidas en la ‘Ortografía de la lengua española’ de la RAE (año 2010), el uso de la coma no está justificado, aunque la escritura de la coma haya sido habitual en estos refranes (así aparecen puntuados los refranes de este tipo en el ‘Diccionario panhispánico de refranes’, de D. Carbonell Basset, y en el ‘Refranero español’, de Mª Josefa Canellada y Berta Pallares). La RAE dice al respecto: «se recomienda mantener estas comas solo cuando sean justificables desde el punto de vista sintáctico y, por tanto, evitar-

las cuando impliquen una ruptura en la sintaxis, como en el caso de que la relativa desempeñe la función de sujeto: ‘Quien la hace la paga’; ‘El que a hierro mata a hierro muere’». ¿Hay alguna regla de puntuación para los refranes? Ninguna más allá de las exigidas por la estructura sintáctica del refrán: solo está justificado el uso de la coma en los casos que se derivan de las reglas de puntuación. Si, como acabamos de ver, no hay que poner coma entre sujeto y verbo, tampoco habrá que ponerla cuando se trate de un refrán. Es necesaria la presencia de la coma en refranes que comienzan por una oración temporal (‘Cuando el río suena, agua lleva’; ‘Cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre’; ‘Cuando el diablo no tiene que hacer, con el rabo espanta las moscas’), por una condicional (‘Si da el cántaro en la piedra, o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro’) o por una concesiva (‘Aunque la mona se vista de seda, mona se queda’). En refranes sin verbo del tipo ‘De tal palo, tal astilla’, ‘A mal tiempo, buena cara’, ‘A menos bulto, más claridad’, ‘Aprendiz de todo, maestro de nada’, ‘A lo hecho, pecho’, ‘A mala venta, mala cuenta’, la presencia de la coma está justificada para indicar la omisión del verbo, en este caso por estar sobreentendido. Esta estructura es especialmente frecuente en refranes referidos a meses del año y estaciones o al clima en general: ‘En abril, aguas mil’; ‘Junio brillante, año abundante’; ‘Junio y julio, hoz en puño’. A pesar de que la puntuación surgió para marcar las pausas en la lectura en voz alta, hoy está vinculada a la escritura (su función es dirigir la tarea interpretativa del lector). Por tanto, sería deseable desechar su relación con la oralidad y dejar de afirmar que la coma en un texto escrito es el reflejo de una pausa en la oralidad, carga que mucha gente arrastra desde la escuela y que le impide aprender las reglas del empleo correcto de la coma.

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Nos vemos allá arriba. Pierre Lemaitre (Salamandra)

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Gente feliz lee ... Agnes Martín-Lugand (Alfaguara)

Bajo la misma estrella. John Green (Nube de tinta)

Lorca en Galicia. César Pérez Gellida (Suma)

Las tres bodas de Manolita. A. Grandes (Tusquets)

Secreto de mi marido. Liane Morarty (Suma de Letras)

La luz de candela. Mónica Carrillo (Planeta)

La puerta de los pájaros. G. Martín Garzo (Impedimenta)

Hacia los mares de la libertad. S. Lark (Ediciones B)

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La noche soñada. Maxim Huerta (Espasa)

Consummatum est. Cesar Pérez Gellida (Suma de Letras)

El palacio azul de... Fulgencio Argüelles (Acantilado)

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Cien años de soledad. García Márquez (Random House)

Las tres bodas de Manolita. A. Grandes (Tusquets)

Maletas perdidas. Jordi Punti (Salamandra)

Gran guerra. Joe Sacco (Random House)

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La Intocable. E. Inda y E. Urreiztieta (Esfera)

Si puedes volar... B. Tierno (Temas de Hoy)

La desventura de la libertad. P. J. Ramírez (La Esfera)

Sobre la locura. Fernando Colina (Cuatro edic.)

Reinas malditas. Cristina Morató (Plaza&Janés)

Yo fui a EGB. J. Ikaz y Jorge Díaz (Plaza&Janés)

El libro de los 50 años de Forges. Forges (Espasa)

Un paso al frente. L. G. Segura (Tropo)

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Los reyes del Grial. J. M. Ortega (Reino de Cordelia)

Estoy bien. J. J. Benítez (Planeta)

Libro del Troll. El Rubius (Temas de Hoy)

Las gafas de la felicidad. R. Santandreu (Grijalbo)

Niños: intrucciones de uso. Torres-Ramos (Aguilar)

La gran desmemoria. Pilar Urbano (Planeta)

Pan casero. Iban Yarza (Anaya)

Gente Tóxica. Bernardo Stamateas (B de bolsillo)

la gran mentira... B. Dominguez (Destino)

Matadlos. Fernando Reinares (Galaxia)

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La sonrisa robada. J. Antonio Abella (Isla del Náufrago)

Kassel no invita a la lógica. Vila-Matas (Seix Barral)

En la orilla. Rafael Chirbes (Anagrama)

La mujer loca. Juan José Millás (Seix Barral)

Matar a Leonardo Da Vinci. C. Gálvez (Suma de Letras)

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El último tramo. Patrick Leigh Fermor (RBA)

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José Ortega y Gasset. Gracia (Taurus)

Las tres claves de la felicidad. Álava Reyes (La esfera)

La desventura de la libertad. P. J. Ramírez (La Esfera)

Las tres claves de la felicidad. M. Álvarez (La Esfera)

Gente, años, vida: Memorias I. Ehrenburg (Acantilado)

Biografía del silencio. Pablo D’Ors (Siruela)

Palabrología. Virgilio Ortega (Crítica)

La desventura de la libertad. P. J. Ramírez (La Esfera)

Vale la pena luchar. Marcos Ana (Espasa)

Rumbo a una vida mejor. Jorge Bucay (RBA)

Perdulario. A. F. Benéitez (Diputación de Salamanca)

Mis recetas anti cáncer. Odile Fernández (Oniro)

El libro de los 50 años de Forges. Forges (Espasa)

Gente, años, vida. Ilia Ehrenburg (Acantilado)

Filosofía para después. Virgilio Ortega (Crítica)

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¿La riqueza de unos pocos…? Bauman (Paidós)

La utilidad de lo inútil. Nuccio Ordine (Acantilado)

La gran desmemoria. Pilar Urbano (Planeta)

La I Guerra Mundial. AA. VV. (Anaya)


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Sábado 7.06.14 EL NORTE DE CASTILLA

Pieza de Daniel Spoerri expuesta en la Feria internacional de arte moderno y contemporáneo de Milán en 2011. :: AP/LUCA BRUNO

U

NA de las más sorprendentes certezas que nos ha proporcionado la ciencia del siglo XX tiene que ver con la edad del mundo y con la fluidez de su corteza terrestre que, aunque aparentemente sólida e inmutable, flota a la deriva sobre un manto líquido de magma. Somos, pues, navegantes en una tabla que zozobra irremediablemente. Nada de lo que nos acompaña podrá sobrevivir al ritmo despiadado de la renovación. Aun así, apenas nos afecta la certeza de tan magnífico naufragio porque no estaremos para verlo ni sufrirlo. Los latidos del mundo no son de nuestra incumbencia; se suceden a una escala tal que nos ignora. Para las diástoles del mundo somos tan insignificantes como las moscas que revolotean sobre los restos de un ágape. Las observamos, las espantamos y pensamos: «disfrutad mientras podáis de la quietud de la sobremesa que consideráis inacabable. Aunque no os lo parezca, en breve no quedará un solo plato con restos de comida, ni un solo cubierto con almíbar reseco por la fruta cortada, ninguna servilleta abandonada

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sobre el mantel que sirva de laberinto para el aire y cobijo para el sol...» Sin embargo, esas moscas comunes que sobrevuelan las huellas del banquete, no nos escuchan. Escudriñan y memorizan cada rincón de su realidad con la misma fruición que nosotros cartografiamos y exploramos la superficie cambiante del planeta y podría decirse que el artista suizo Daniel Spoerri ya invitó a esta reflexión en los años sesenta cuando topografió e inventarió con sumo detenimiento la disposición azarosa de diversos objetos sobre una mesa, o cuando comenzó a detener el paso del tiempo sobre los manteles recién abandonados tras el almuerzo.

Para este suizo nacido en Rumanía la comida es un acto trascendental cuya huella puede ser objeto de todo detenimiento. Primero, porque es un acto humano, necesario y social; segundo, porque es un acto especializado, cultural y litúrgico; tercero, porque es íntimo, fisiológico y degradable. ¿Acaso puede haber motivo más acertado para intentar acercarse al nuevo realismo, surgido a mediados del siglo pasado, que atrapar con sumo cuidado el instante final de los efectos producidos por la actividad humana sobre uno de sus actos cotidianos de supervivencia? Al hacerlo, Spoerri no solo consigue, en efecto, detener el tiempo de una escala en

que las moscas puedan eternizarse, sino de cualquier otra, incluso, en que el hombre mismo pueda dilatar los instantes anodinos que se pierden en nuestras rutinas, aunque contengan los cimientos mismos de la pervivencia. Si en algo se empeña siempre el arte con intensidad es, precisamente, en

Daniel Spoerri topografió e inventarió con sumo detenimiento la disposición azarosa de diversos objetos sobre una mesa

conseguir detener el tiempo, medrar la escala del hombre, convertir su existencia en presencia, su pensamiento en revelación. Nada de esto le es ajeno al espectador dedicado a la contemplación de una de las piezas de Spoerri siempre que sea capaz de acallar la batería de prejuicios que, probablemente, le aborden. Con la creación de Ediciones MAT (‘Multiplication d’art Transformable’) Spoerri introdujo el concepto de eternidad en el arte gracias a la idealización de la creación; con el ensamblaje de sus mesas consiguió que el hombre observara una realidad cotidiana y se detuviera a comprender las huellas de su propio comportamiento; con el desarrollo del comidas para espectadores invitó a experimentar con el complejo mundo de significados que esconde el ritual de la restauración: desde la cantidad a la calidad de la comida, desde la comodidad de los comensales al agravio comparativo y a la tensión social que brota de una disposición jerárquica entre iguales; detalles recónditos en una cartografía más propia de dípteros, aunque igualmente cautivos de la poquedad de sus días.


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LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 7.06.14 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

Doctor Caligari E

l gabinete del doctor Caligari’ (1920) es una de las películas más míticas y mitológicas de todos los tiempos y su influencia llega hasta nuestros días. Una curiosidad: como muchas otras obras destinadas a cobijarse en la memoria colectiva, el filme resultó tan sorprendente no solo por la pericia de cuantos trabajaron en él, también por la acción de los malentendidos y el azar. Al parecer el director, Robert Wiene, le había sugerido al decorador que quería una escenografía «al estilo Kubin», pero resulta que el decorador entendió «al estilo cubista», y fue así como surgió uno de los escenarios más originales y desconcertantes que ha podido concebir el cine. Dudo que sea la primera película expresionista, como se dice habitualmente, ya que en realidad buena parte del cine de naturaleza muda anterior a ‘El gabinete del doctor Caligari’ era parcialmente expresionista (sin olvidar que el expresionismo fue una corriente literaria antes de convertirse en un género pictórico y cinematográfico), pero sí que es con toda evidencia una película fronteriza que crea un antes y un después en la historia del cine. Nadie ignora que la película exhibe unos decorados espléndidamente cubistas, llenos de ángulos inquietantes, de negros y de blancos, de luces y sombras muy contrastadas. Puede parecer un escenario teatral, y en muchos aspectos lo es, pero, milagrosamente, también funciona a la perfección como escenario cinematográfico y le da a todo el filme un aire pictórico inaudito que arropa bien la acción. Pero el cubismo de la película no se reduce al escenario y a los atuendos de los personajes, el argumento en sí y su estructura narrativa son también enteramente cubis-

tas y la fábula se va observado desde ángulos diferentes que van creando una visión poliédrica de la historia, una visión cubista, con una especie de estrambote final, que provoca en el espectador el efecto de un túnel de espejos perdiéndose en la negrura. Voy a sobrevolar el argumento deteniéndome especialmente en su estructura cubista: dos personajes iniciales, Francis y Alan, pasean por una feria en la que se despliega el espectáculo del doctor Caligari: un feriante que dice tener en su poder a un sonámbulo, Cesare, que en estado de somnolencia comatosa puede responder a cualquier pregunta que le haga el público. Más tarde veremos que en realidad Cesare comete crímenes nocturnos guiado mentalmente por Caligari. He aquí el primer plano de la historia, pero como en un cuadro cubista, a ese plano se superpone otro, pues resulta que en realidad Francis y su novia Jane son locos que se hallan ingresados en el manicomio del doctor Caligari, al que temen y al que le atribuyen las maldades que acabamos de ver. La película podía acabar ahí, pero a los dos planos mentados se superpone todavía un plano más, con el que se inicia y se cierra la película, y donde el escenario se torna naturalista, mostrándonos un manicomio real donde reside un loco, Cesare, y donde comprobamos que toda la larga historia que acaba de deslizarse ante nuestros ojos es el delirio total de una única persona y un único loco. Dicen que este principio y este final fueron impuestos por la productora, traicionando el mensaje de los guionistas que querían convertir la película en una fábula sobre el Estado alemán que enviaba a sus hijos a matar, como el doctor Caligari hace con Cesare. Yo no lo creo. El hecho de hacer que toda la historia

:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA

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parezca el delirio de un loco no le quita vitriolo al asunto. Pienso que el delirio de un loco puede ser más significativo, más revelador de una sociedad dada, que el discurso de un cuerdo. De esa manera, bien podemos suponer que en el delirio de Cesare se concentra, se amplifica y se ilumina el delirio y la locura de toda Alemania, que no tardaría en inaugurar una nueva matanza guiada por alguien mucho más vil que el doctor Caligari y con una capacidad de abducir y matar notablemente superior. Al final, la película resultó

«Es una de las fábulas más asombrosas que se han urdido sobre la naturaleza de la locura»

bastante barroca (como en cierto modo el cubismo fue una tardía secuela del barraco), y su largo proceso de creación, lleno de malentendidos, cortes, añadidos y demás, lejos de perturbar el mensaje original, consiguió agrandarlo como agrandó los efectos alucinatorios de la película. Para mí que es una de las fábulas más asombrosas que se han urdido sobre la naturaleza de la locura y sus vínculos con las crisis sociales, por eso sigue siendo una película actual que nos habla de los miedos de ahora mismo además de recordarnos los miedos del pasado.


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