Sábado, 28.06.14 Número CLXXVI
SOMBRA CIPRES LA
DEL
La Sombra del Ciprés se despide de sus lectores. Como es habitual, se toma un respiro veraniego para volver el 20 de septiembre.
Machado en Rocafort La localidad valenciana en la que vivió antes de salir de España se incorpora a las ciudades machadianas [P2]
2 LA SOMBRA
DEL CIPRÉS
ESPACIOS MACHADIANOS
La incorporación de Rocafort, la localidad valenciana que acogió a Machado en la primera parte de su camino al exilio,
al circuito de ciudades machadianas cierra el círculo de una geografía al tiempo mítica y sentimental. De Soria a Collioure,
Un rincón de sombra y frío en Segovia CARLOS AGANZO
blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/
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ocos rincones como éste existen en España donde se sienta con tanta intensidad el espíritu machadiano. La habitación de don Antonio en la pensión segoviana de la calle de los Desamparados, tan fría, tan modesta, tan escueta, tan detenida en el tiempo, es un emblema preciso de aquellos años de agitación social e intelectual, previos a la proclamación de la República, en los que el poeta vivió una etapa de relativa felicidad. A Segovia llegó Machado, procedente de Baeza, el 26 de noviembre de 1919, buscando la cercanía de Madrid. Y aquí
pasaría nada menos que 13 años. Años de una gran exaltación amorosa al lado de Pilar Valderrama, su escondida Guiomar, y años también de una relevante producción poética, con la escritura de ‘Nuevas canciones’ (1924) y la revisión de la primera edición de sus ‘Poesías completas’ (1928). Muy cerca de la calle del Vallejo, donde hoy se levanta la escultura de San Juan de la Cruz, con quien coincidía en su predilección por los paseos junto al Eresma, todavía se conserva, milagrosamente intacta, la pensión de doña Luisa Torrego, rescatada del olvido por la Academia de San Quirce, heredera de aquella Universidad Popular segoviana en cuya fundación participó muy activamente el poeta. Frente al ambiente castizo del comedor, ilustración perfecta de la vida de pensión que llevó don Antonio; frente a la im-
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pronta del jardincillo de entrada, o al sabor del patio de luces de la casa, sobrecogen las dimensiones y la austeridad del hogar del poeta en este tiempo. Una cama de hierro, una mesa camilla, una estufa de petróleo, un espejo y una papelera, abierta al abandono de los versos desechados, son todo el mobiliario de este «rincón de sombra y frío», al que se llegaba atravesando la cámara de otro huésped, y en el que el mismo Machado cuenta que, en los días más crudos del invierno castellano, tenía que abrir la ventana para contrarrestar, siquiera ficticiamente, la heladura de la habitación… Su trabajo como catedrático de Francés en el Instituto General Técnico (el que hoy lleva el nombre de Mariano Quintanilla, uno de los amigos de la tertulia del poeta), de cuya plaza tomó posesión «quieta y pacíficamente», como reza el acta, le permitió establecer en Segovia un cuartel general desde el que escaparse, cada fin de semana, a la capital de España. Unas veces para estar con la familia, otras para participar en actos culturales, y siempre para encontrarse secretamente con Guiomar en el merendero del barrio de los Cuatro Caminos. El lugar secreto de sus encuentros, donde la bella seductora siempre prometía y nunca terminaba de conceder otro amor
que no fuera el de un beso clandestino, lo que llevó al poeta a padecer obsesión enfermiza por la dama, moviéndole incluso a espiarla, a través de una ventana, en una fiesta que ofrecieron Pilar y su marido y a la que el poeta no fue invitado... Cuando Machado se instala en Segovia, ya es un autor muy conocido en toda España. Hasta aquí vienen a rendirle culto y a merendar con él, acaudillados por Mauricio Bacarisse, un grupo de jóvenes poetas madrileños. Y en el mismo teatro Juan Bravo Antonio y su hermano Manuel reciben un caluroso homenaje tras el exitoso estreno de la obra ‘Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel’. De todo ello son testigos sus amigos de la tertulia segoviana: el mencionado Quintanilla, al lado de otros nombres como los de Tudela, Julián María Otero, los hermanos Barral, Ignacio Carral, Mariano Grau o Blas Zambrano. Días de gloria que culminan con la creación de la Universidad Popular, donde intelectuales, artistas y profesores invirtieron su tiempo en formar a las clases más populares, y con la colocación de la bandera republicana en el balcón del Ayuntamiento de Segovia, acto en el que Machado participó activamente. Segovia fue, pues, el preludio del traslado a su ansiado Madrid, después de una larga espera. Pero también la víspera de un tiempo de turbulencias que desembocaría, poco más tarde, en el dolor de la guerra. Algo que ya está presente en el alma de don Antonio, con intuición inequívoca, en sus días de estancia en la ciudad del Acueducto. Una mirada preocupada, herida, que expresa mejor que nada el busto del poeta, esculpido por Emiliano Barral, que recibe en la entrada de la pensión de la calle de los Desamparados. Un busto al que el autor de ‘Campos de Castilla’ le puso letra cuando dijo, describiendo su propio rostro: «...Y so el arco de mi cejo / dos ojos de un ver lejano, / que yo quisiera tener / como están en tu escultura / cavados en piedra dura, / en piedra, para no ver».
Machado vivió en Segovia años de exaltación amorosa, al lado de Guiomar, y también de notable producción literaria Habitación de Machado en la pensión de Desamparados. Arriba, busto de Emiliano Barral, en la entrada. :: ANTONIO DE TORRE
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la última etapa de su andadura en la tierra, residía su familia, recorremos pasando por Segovia, ciudad en la que los espacios donde el poeta vivió, recaló para acercarse a Madrid donde amó y escribió.
Machado en Villa Amparo ANTONIO M. HERRERA
Escritor y profesor
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s de sobra conocido el accidentado viaje que organiza el V Regimiento para los intelectuales y artistas del Madrid asediado hacia Valencia, capital de la República en ese momento. Una vez en la ciudad, sabemos por su hermano José que el estado de salud, física y psicológica, de Machado aconsejó buscarle un refugio más plácido para que pudiera dedicarse a su tarea creadora. La decisión fue acertada: su retiro en Rocafort, en el chalet conocido como Villa Amparo, supuso para él, dadas las circunstancias, si no la paz, el ambiente idóneo para entregarse a una producción literaria verdaderamente febril. Algunos exégetas de su obra han visto esta época de Rocafort, desde primeros de diciembre de 1936 hasta mediados de abril de 1938, como la culminación de la tercera etapa de su producción literaria, la etapa del compromiso militante, que inicia en Segovia. En ella intensifica su pensamiento anterior en una refundición más concreta y combativa. Actitud que podríamos definir como socialismo humanista y que sintetiza el aforismo formulado a los periodistas de Fragua Social: «Por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre». Ese compromiso hace que sus colaboraciones, tanto en revistas como en periódicos, para la prensa de retaguardia y del frente, sean agotadoras: Mi hermano nunca había escrito tanto, ratifica José. Esta plácida y, a la vez, turbulenta época se ve alterada, en ocasiones, por numerosas entrevistas a periodistas y escritores y por esporádicas apariciones públicas, a las que siempre fue remiso, con oca-
Vista de Villa Amparo, donde residió Machado a su llegada a Valencia. :: EL NORTE sión de eventos en que se solicitaba su presencia y su prestigio, como, nada más llegar a Villa Amparo, su participación en la Tribuna de Agitación y Propaganda del Ministerio de Instrucción Pública (11-12-36), en la que recitó ‘El crimen fue en Granada’, o en el II Congreso Internacional de Escritores contra el fascismo (4-737). Como estos artículos y entrevistas darían para un estudio particular muy extenso, nos centraremos en su producción lírica. Son unos pocos poemas que Aurora de Albornoz tituló poesías de guerra, aludiendo a su libro ‘La Guerra (15 poemas’, aproximadamente, unos explícitamente datados y otros no), sonetos sobre todo y algunas canciones. Es una poética urgente. En ella, se percibe una cierta pre-
cipitación sintáctica, debida, sin duda, a su estado anímico de irritación y de profunda amargura. Él mismo reconoce a unos periodistas que le preguntan si está escribiendo algo épico sobre la guerra: Por ahora, no… Estamos demasiado cerca de ella… Lo grandioso necesita de la pátina del tiempo para poder juzgarlo en todo su valor… Algún soneto de circunstancias, alguna impresión… En estos momentos de angustia en que la verdad se come al arte, no es fácil hacer otra cosa… Las composiciones líricas escritas en Villa Amparo tienen dos ejes temáticos muy definidos: la guerra como destrucción irracional y el paisaje. Vertebrándolo todo, la guerra, como es lógico (espanto y grima, la define en un inciso entre guioncillos). Le obsesio-
na hasta tal punto («La guerra/viene como un huracán/por los páramos del alto Duero…») que, en dos poemillas, la ve como un escenario digno de Shakespeare («Sobre la maleza,/las brujas de Macbeth… ¿Quién ve la corona/de Macbeth sangriento?»). Incardinados en ella, aparecen los motivos secundarios: la exaltación heroica de los que defienden la República desde el frente: ‘Himno para las juventudes deportivas y militares’ («Día es de alerta…»); a un general: A Líster, jefe en los ejércitos del Ebro (no escrito en Rocafort sino probablemente en el éxodo hacia Barcelona, dado que la batalla del Ebro se da en el verano-otoño del 38); al capitán Miaja, a países como Méjico («Varón de nuestra raza…»), a los intelectuales de la Rusia
soviética. El impresionante soneto de ‘La muerte del niño herido’ es la expresión más trágica y reveladora de su desesperación íntima. A veces, expresa una rabia que no puede contener, rasgo nada habitual ni en su carácter ni en su idiosincrasia: «Cuando truena el cielo/(¡qué bonito está/para la blasfemia!)». Percibe la guerra simple y llanamente como una traición: «Pienso en España vendida toda,/de río a río, de monte a monte,/de mar a
mar». (Valencia, febrero de 1937). Quizás la condena más terrible sea el anatema o execración a Franco, visto como el último rey godo, ‘A otro conde Don Julián’. Soneto sorprendente cuyo segundo terceto es absolutamente anticristiano: «Haz que su infamia su castigo sea./Que trepe a un alto pino en la alta cima/ y, en él ahorcado, que su crimen vea» (Rocafort, marzo de 1938). A ello se añaden dos circunstancias personales: la distancia de su hermano Manuel («Avisa tu recuerdo, hermano./No sabemos de quién va a ser mañana») y la separación abrupta de Guiomar, la soñada miel de amor tardío…, como dice en el final del soneto LXXVII y que evoca en diversas ocasiones: «De mar a mar entre los dos la
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guerra,/más honda que la mar./¡Cuán agudo se filtra hasta mi oído…» Y la muerte de Lorca, los rumores sobre deserciones, la aparente huida de J.R. J. que él, con toda razón, niega…Como el espacio de un artículo no permite la amplitud que el tema se merece, nos fijaremos en el otro foco temático, el paisaje. El impacto que le causa la huerta valenciana es inicialmente de sorpresa, de un entusiasmo que se irá ensombreciendo paulatinamente. Lo describe, bien a trazos impresionistas o con suma delectación: «Esto es hermoso, muy hermoso. Es como un paraíso…¡Hervor de leche y plata, añil y espuma,/ y velas blancas en la mar latina! Estas rachas de marzo, en los desvanes/ –hacia la mar– del tiempo…» O todo el poema ‘Amanecer en Valencia’ (Desde una torre). En Villa Amparo, vuelve la vivencia del jardín, del parque, pero no con la melancolía simbolista de la primera poesía, sino como expresión de la placidez, de la luz, de cierto sensualismo de goce mitad latino, mitad árabe. Como en ‘Meditación del día’: En la tarde silenciosa/ y en este jardín de paz… Azotan el limonar/ las ráfagas de febrero –¡El agua en sus atanores!– Quizás por contraste, este nuevo paisaje acentúa la nostalgia del paisaje castellano que añora en varias ocasiones. Se refleja en ‘El poeta recuerda las tierras de Soria’: «Ya su perfil zancudo en el regato… En la memoria mía,/ tu recuerdo a traición ha florecido. En los yermos altos,/veo unos chopos de frío/y un camino blanco». Y junto a esta recreación, tan sintética y sugestiva, aflora, en la placidez actual, la membranza de su infancia sevillana: Otra vez, el ayer. «Tras la persiana, música y sol;/en el jardín cercano,/ la fruta de oro, al levantar la mano… Mi Sevilla infantil, tan sevillana…» En este entorno de añoranza y melancolía, aparece una brevísima copla que tiene una resonancia de vaticinio lúgubre: «Papagayo verde,/lorito real,/di tú lo que sabes/al sol que se va». ¿Es el sol que se pone o es el momento histórico y personal que está viviendo? De este paraíso, que sabe fugaz, se despide con un desgarrado convencimiento (’De esta que pesa en mí carne de muerte’), sabiendo estoicamente que apenas se recordará su paso de destierro: «En esta piedra (alusión al topónimo de Rocafort),/ –¡tierra de la luna!–/ ¿nadie lo recuerda?» Y afronta el futuro con una melancólica añoranza como consuelo. Será, en los escasos meses que le quedan de vida, una obsesión recurrente que enlazará con el verso último de Collioure, convertido ya en icono literario: «Estos días azules…»
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Antonio Machado y Collioure
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n la tarde lluviosa del 28 de enero de 1939 arribó don Antonio a Collioure. Había pasado la noche anterior en un tren parado en vía muerta en la estación de Cerbère y desde el día 22 de enero en que salió de Torre Castañer (Barcelona), había ido dando tumbos a diestra y siniestra sin saber muy bien dónde iba ni cómo, dejándose llevar por la marea de su pueblo que también seguía el mismo camino que él, dirigiéndose todos hacia el país de la Liberté, Égalité, Fraternité pero yendo hacia él a la deriva. Aquel sábado por la tarde llegó pues don Antonio a ese pueblecito de pescadores de la costa mediterránea francesa a pocos kilómetros de la frontera española. Iba acompañado por su anciana madre, por su hermano José y por su cuñada Matea así como por Corpus Barga que le recomendó apearse en este pueblo. Muchas veces nos hemos preguntado ¿por qué Collioure? La respuesta parece sencilla. La mayoría de la gente y, en particular el grupo de intelectuales al que pertenecía don Antonio, se dirigía un poco más allá, a Perpignan. Pero Corpus
Barga conocía bien a su buen amigo don Antonio, y sabía que éste necesitaba tranquilidad, estar a solas consigo mismo y quizá en este momento más que nunca. Bien sabía Corpus Barga que en Valencia don Antonio no soportó el ambiente ajetreado de la Casa de la Cultura y hubo que mudarlo al pueblecito de Rocafort. Bien sabía también Corpus Barga que pasó lo mismo en Barcelona en el Hotel Majestic y que hubo que trasladar al Poeta a Torre Castañer. Por ello Collioure parecía más idóneo para que el Poeta descansara esperando ver hacia donde proseguiría su destino. Pero desgraciadamente don Antonio no prosiguió ese camino, este camino que se hace al andar se detuvo definitivamente en Collioure. El Poeta llegó allí exhausto física y moralmente. No cabía duda alguna: todo se había perdido, aunque no lo quiso confesar nunca, él ya lo sabía desde hacía tiempo. Se sumió pues don Antonio aun más en sus pensamientos. Le preocupaba su porvenir pero le preocupaba todavía más el porvenir de su familia. Sin noticias de Manuel que se había quedado en España con todo el peligro que ello
Casa de Collioure donde Antonio Machado pasó sus últimos días. :: ÍÑIGO DOMÍNGUEZ
MONIQUE ALONSO
Creadora de la Fundación Antonio Machado en Collioure y profesora de la Universidad de Barcelona
suponía puesto que ya lo habían encarcelado en una ocasión al poco tiempo de estallar la contienda. Se había separado en Barcelona y no tenía más noticias de Francisco ni de Joaquín ni de sus sobrinas que, se suponía, estaban a salvo en Rusia. Viajaba con su madre a punto de cumplir los 85 años (los cumpliría el día en que falleció), cuyo agotamiento le hacía delirar por momentos. José y Matea que no les habían abandonado nunca en este largo exilio, seguían con ellos pero ¿cómo sobrevivir ahora en Francia? Estaban sin nada, y decir «nada», no era exagerar. Solo tenían algo de dinero de la República que ni tan siquiera podían cambiar porque nadie lo aceptaba, estaban sin ropa ya que llegaron solo con lo puesto. Don Antonio no tenía sus libros, no tenía sus úl-
timos escritos, no tenía las cuartillas con lo que había empezado a escribir en Barcelona... La gente de Collioure se esforzó para que la estancia allí fuera lo más llevadera posible: Madame Quintana que los acogió en su hotel sin preocuparse de saber si iban a poder pagar o no la pensión; Madame Figueres que les proporcionó mudas para que los dos hermanos pudieran bajar juntos a comer y no por turnos; el señor Figueres que le proporcionó el tabaco imprescindible para don Antonio; Jacques Baills que le prestó los últimos libros leídos o por lo menos mirados por el Poeta. Pero todos estos esfuerzos fueron vanos. Don Antonio salía poco de su habitación. Prácticamente solo bajaba – y no todos los días– a comer. Con el permiso de Pauline Quintana, iba a la cocina del Hotel a escuchar la radio a la hora en que daban las noticias ya que le preocupaba mucho la situación de España. Ya no tenía siquiera ganas de escribir ni tenía papel donde hacerlo. Lo único que se encontró José fue un papelito arrugado en el bolsillo de su gabán con tres anotaciones: «Estos días azules y este sol de
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la infancia» era la primera; la segunda «Ser o no ser» ; y la tercera, un recuerdo evidente para Guiomar ya que son unos versos que le había dedicado con anterioridad y en que solo hizo un pequeño cambio en el primer verso «Y te daré mi canción/‘se canta lo que se pierde’/con un papagayo verde/que la diga en tu balcón». Bajó alguna que otra vez a la tienda de Madame Figueres y dos veces llegó, en compañía de su hermano José, hasta el mar. La última fue el 17 de febrero. A partir de ahí el Poeta ya tuvo que guardar cama con una neumonía que no tuvo solución. Expiró el día 22 de febrero a las tres y media de la tarde con gran entereza. El pueblo se volcó para homenajearle. Una amiga de Madame Quintana ofreció el nicho de su familia para recibir los restos del Poeta. Y aunque José denegara los honores que se le ofrecían desde París, por considerarlos inadecuados a la sencillez del Poeta, acudió mucha gente a despedirse del Poeta del pueblo. Lo más emocionante fue que el cuerpo sin vida de don Antonio fue llevado a hombros por las calles del pueblo por militares de la República española que habían luchado por los mismos ideales que él. Se encontraban encerrados en el castillo de Collioure, convertido en campo de concentración, pero obtuvieron permiso para rendirle este último homenaje. Desde entonces don Antonio reposa, junto con su madre, en sepultura propia desde 1958, junto al mar, a la mar a la que van a dar todos los ríos de la vida. Su tumba se ha convertido en un lugar en que se homenajea su figura, pero también donde se homenajea a toda esta gente que como él, luchó y murió por la libertad de su patria y cuyo paradero se desconoce.
Corpus Barga decidió que Collioure sería más tranquilo y beneficioso para Machado
Calle dedicada al poeta. :: I. D.
Lugares machadianos. El Paseo del Mirón, donde llevaba a pasear a Leonor ya enferma. :: HENAR SASTRE
En la tierra sagrada
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e pregunto qué pensaría Antonio Machado si un día de estos descendiera en la estación del Cañuelo del regional procedente de Madrid, el único servicio que llega a la ciudad, tal y como hiciera a principios de mayo de 1907, cuando había más líneas en funcionamiento. Apenas cambio alguno notaría al pisar el andén, muy parecido al de la antigua estación de San Francisco donde dos años más tarde, a finales de julio como ahora, unos jovenzuelos desvergonzados, según dicen, se mofasen de él y de su reciente esposa cuando se disponían a emprender su luna de miel, a causa de la Semana Trágica de Barcelona, camino de Fuenterrabía. Tampoco en el trayecto; pese al siglo transcurrido, el de los frenéticos avances en tecnología, no habría notado nada: los dos últimos amigos que me han visitado, aquejados de un romanticismo ferroviario irredento, inmune a mis avisos y cautelas, han tardado aproximadamente seis horas desde la capital. Bien es cierto que es algo menos del doble de lo normal, porque en ambos casos ha mediado avería seguida de transbordos odiseicos, aunque a tenor de los titulares habituales de la prensa local y de muchos casos oídos y comentados, o conocidos como estos, son avatares tan frecuentes como increíbles. Poco le importaría la lentitud del viaje, desde luego, a D. Antonio, a quien siempre me he imaginado persona parsimoniosa, a fuer de concienzuda –«misterioso y silencioso/
iba una y otra vez…», en virtud de la oración que le dedicara su compañero de oficio lírico y sin embargo amigo Rubén Darío, con cuya compañera Francisca Sánchez tantas horas paseara Leonor por los puentes del Sena mientras él pergeñaba el romance de Alvargonzález. Ahora bien, lo que presumo que lo dejaría seguramente perplejo, estupefacto, si no algo trastornado, sería comprobar que se ha convertido en el mayor ‘activo turístico’ de Soria. Es más, incluso sin darse cuenta, dada su proverbial tendencia al despiste, pareja a su natural querencia por el desaliño indumentario, tal vez se hubiera montado en el tren denominado ‘Campos de Castilla’, que incluye un paquete de entretenimiento con animación teatralizada en el propio vagón, visita guiada por los lugares emblemáticos de su estancia soriana y de su poesía, así como de lo que queda del centro histórico, amén de otras actividades recreativas y gastronómicas, degustación de productos típicos mediante, en la que no faltará, supongo, el crujiente torrezno que acaba de obtener su merecida denominación de origen. Quién se lo iba a decir a aquel novato catedrático de francés, de porte un tanto señorial, como un lord venido a menos, y muy introvertido, «silencioso, meditabundo, lleno de honda y suave melancolía», de nuevo en palabras del autor de ‘Azul’. Algunas alumnas suyas, con las que tuve hace años la suerte de departir de la mano de la incombustible, portentosa, impar
Inés Tudela, lo recordaban en extremo serio y reservado, proclive a ensimismarse, taciturno incluso, cumplidor pero un tanto ajeno a las gaitas pedagógicas; justo lo contrario, no se cansaban de repetir, del entusiasta, cercano, dicharachero y entregado a las calendas juveniles Gerardo Diego. No en vano, dicen que su madre, cuando malamente, con harto sudor, sacaba adelante a sus dos vástagos viciados a la escritura en la casa madrileña de la calle Fuencarral, comentaba que su Antonio no había tenido nunca esa alegría propia de la juventud. Así que, aunque, volviendo a Rubén, cuando cogía confianza «se tornaba conversador, y conversador gentil y chispeante», no es de extrañar que no despertara muchas simpatías ni hiciese sociedad en aquella Soria pura de entonces, de unas 7.000 almas, una quinta parte o así de sus actuales ciudadanos. Máxime cuando empezó a publicar en la prensa local versos como «atónitos palurdos sin danzas o canciones» o «abunda el hombre malo del campo y de la aldea», que le granjearon animadversión y suscitaron cierta polé-
«¿Cómo una persona tan humilde iba a sospechar que un puñado de poemas a las orillas del Duero iban a levantar un imaginario sentimental?»
FERMÍN HERRERO
mica, que se zanjó gracias a la defensa numantina del escribiente de la Sección de Montes, con quien emparentó al casarse con Leonor Izquierdo, José María Palacio, su mejor amigo durante el periplo soriano, acaso, si bien de este extremo no estoy seguro, el único. Claro que persona tan humilde y bondadosa, cómo iba a sospechar siquiera que un puñado de poemas, en torno a una veintena, situados a las orillas del Duero que mediante la curva de ballesta abraza a la ciudad, «con su plena luna amoratada sobre la plomiza sierra de Santana», iban a levantar el imaginario sentimental, y aun ético, que ha llevado y lleva hasta Soria a miles de amantes de la poesía y de la sensibilidad en general. Justo en los parajes donde se le rindió un homenaje ya en otoño del 32, que, a pesar de los pesares, Machado tanto agradeció –en carta a los concejales promotores de su nombramiento como hijo adoptivo de la ciudad señala que «nada me debe Soria, creo yo, y si algo debiera, sería muy poco en proporción a lo que yo le debo: el haber aprendido en ella a sentir a Castilla; que es la manera más directa y mejor de sentir a España»– porque era ya una tierra sagrada para él, como había constatado en el prólogo de ‘Campos de Castilla’. De tal manera que bien está que los sorianos le sigan rindiendo memoria y afecto con renovadas iniciativas como ‘La casa de los poetas’ o la reciente ‘Cátedra Juan de Mairena’ bajo el patrocinio de la Red de Ciudades Machadianas.
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BRUJAS DE PELÍCULA
LUIS MARIGÓMEZ
Mal del cielo Melanie (Tippi Hedren) en ‘Los pájaros’, de Alfred Hitchcock
Tippi Hedren en una escena de ‘Los pájaros’. :: EL NORTE
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o solo la claridad viene del cielo, también los nubarrones, las tormentas, los rayos, los truenos… y los pájaros, esos seres capaces de escapar a la condición que ata al resto de los seres vivos a la tierra. Son, sin duda, animales fascinantes, herederos directos de los dinosaurios y completamente habituales, siempre presumiendo de su gracia delante de todo el mundo. Melanie (Tippi Hedren), en ‘Los pájaros’ (1963), es una jovencita rica y malcriada a quien le gusta gastar bromas, inconsciente de las turbulencias que
pueden desatar sus travesuras en las vidas de los otros. Mitch (Rod Taylor), a pesar de ser abogado, tiene pinta de leñador. Como buen puritano, sabe lo que tienen que hacer y no hacer los demás, en particular, Melanie, hacia la que siente, tras un encuentro casual, el desprecio, mezclado quizá con envidia, del pobre por el rico calavera. Unos periquitos (pájaros del amor en su denominación en inglés) desencadenan el desastre. Un capricho lleva a la bruja al pueblo del galán, a su familia, para, en apariencia, hacerle un regalo a su hermanita, a la que ni siquiera conoce, la pareja de pá-
jaros que él no pudo encontrar a tiempo; su propósito es, naturalmente, muy distinto: la seducción del leñador. Aparece allí con su descaro habitual, con los animalitos en una jaula, con su descapotable, con su abrigo de visón. En cuanto llega, empiezan a suceder cosas raras. Para hacerse notar, consigue que una gaviota la ataque y le haga una herida en la cara, nada de importancia, pero lo suficiente para que Mitch se apiade de ella, la lleve a casa y la invite al cumpleaños de su hermana preadolescente. Hacerse la víctima siempre ha sido una buena estratagema.
«La vida de las brujas no es fácil, no hay más que ver cómo las representan en los cuentos infantiles» «Los periquitos, pájaros del amor, siguen en su jaula, mientras la familia abandona el lugar»
Una vez admitida en el lugar, tiene que lidiar con tres mujeres que, de distinta manera, quieren al leñador para ellas, él ya está en sus vidas y no se lo van a dejar quitar con facilidad. Primero está su madre, Lydia (Jessica Tandy) la típica madre posesiva de Hitchcock, una viuda todavía atractiva que la mira con desconfianza. Otra bruja, con un aspecto muy parecido al de Melanie, con quien tendrá que medir sus poderes ¿conseguirá esa pelandusca robarle a su hijo? La rival directa es Annie (Suzanne Pleshette), una maestra morena, todo dulzura y bondad, que suspira por
Mitch. La hermana, Cathy, (Veronica Cartwright) está conquistada desde el principio con el regalo de los periquitos. La primera competidora que cae es la maestra. Ella aloja a la rubia casquivana la noche del sábado. Enseguida enseña sus cartas y eso la pierde. Es guapa y simpática, del mismo estrato social del galán, un peligro del que hay que librarse cuanto antes. Ella es quien le avisa a la forastera de la especial relación materno filial. Muere cumpliendo con su deber, mientras intenta proteger a los niños de su escuela, en el ataque más fuerte hasta el momento de las bestias aladas. Una vez desaparecida la morenita, la estrategia es ayudar en lo posible a manejar la catástrofe que trae consigo. Quizá de esa manera sea capaz de que su futura suegra la acepte. Los bichos se ponen cada vez más intratables, e imprevisibles. ¿Por qué habrían de ser solo otra víctima más de la actividad humana en el planeta? Son mirados, cazados, comidos, sin la menor piedad. ¿Por qué no van a defenderse nunca de sus agresores? ¿Por qué no atacarlos? La bruja los dirige en esta batalla, parece que sin saberlo, en esta pesadilla. Pero la vida de las brujas no es fácil, no hay más que ver cómo las representan en los cuentos infantiles, con nariz ganchuda, voz de cazalla y llenas de verrugas, siempre enfadadas. Melanie es mucho más guapa, está en su mejor momento, antes de que la rabia se apodere de su mente, como les ocurre a las otras. Las fieras voladoras pueden con todo. La familia y la intrusa se refugian en la casa, pero ellas entran por la chimenea, picotean y destrozan puertas y ventanas. ¿Qué hace el leñador en la desgracia? Trata de apagar las llamas que aparecen en el incendio, pero no ve su origen, ni entiende nada, es incapaz de elaborar una estrategia. Como héroe, resulta bastante mediocre. ¿Por qué se habrá encaprichado Melanie de él? La bruja madre desconfía de ella, sabe que la catástrofe viene con la intrusa, y puede que proceda de su influjo. Nada parece poder parar la desgracia. Melanie recibe también la furia de las aves y pierde su altivez, su seguridad, su desparpajo. Las dos salen maltrechas del ataque celeste, que solo acaba cuando firman la paz entre brujas con la mirada y aceptan vivir juntas, con el leñador y su hermana, origen involuntario con su cumpleaños, de todo lo ocurrido el fin de semana. Los periquitos (pájaros del amor) siguen en su jaula, como si no hubiera ocurrido nada, mientras la familia abandona el lugar, cubierto de bichos alados quietos sobre la tierra, a la espera de otra oportunidad.
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Vísceras familiares 18 de junio He empezado a hablar con mi hígado. Más bien fue un monólogo, porque mi hígado, en la pantalla de la ecografía, tan solo me devolvía una sonrisa irónica en la que leí un «Te esperaba» que podía interpretarse como un «Te atrapé». Le pedí disculpas por tantos años de maltrato, del que no era consciente –fueron los malditos análisis de sangre los que lo desvelaron todo–, luego le pedí tiempo, reconocí su esfuerzo en esos mismos años a mi lado, le arranqué una promesa y traté de enamorarlo, aunque fue absurdo porque todo el mundo sabe que un hígado no tiene corazón (como bien comprobó Dylan Thomas, que murió de las dos cosas). Un hígado es un notario severo, un juez implacable, un asesino a sueldo, un verdugo, alguien que irrumpe en tu camino para acabar contigo. «No hago amigos», me dijo. En el hospital, empecé a hablar de todo esto con mi hígado. No estuvo mal, para ser la primera vez. Ambos sabíamos que habrá más sesiones para la plática, en esa misma sala, quizá en presencia del mismo médico. La conversación no fue improvisada, claro. Hacía ya un tiempo que me avisaron de que debía prepararme para este encuentro. Al llegar al hospital, en la sala de ecografías, me esperaba el doctor Varela. Es curiosa la relación que los pacientes de la Seguridad Social establecemos con los médicos. Del doctor Varela, con quien he venido a dar de manera fortuita, no sé
absolutamente nada. Puede que el doctor Varela sea algo mayor que yo, o algo más joven; su pelo es canoso, en todo caso. Es tímido, habla muy poco, lo justo, y apenas mira a los ojos cuando estamos frente a frente. Me llama de usted como el primer día, y sin embargo es la quinta vez que nos vemos. De este hombre que ya es alguien fundamental en mi vida solo conozco su rostro y su apellido. No sé nada más de su historia, ni de su familia, ni de su sexo, ni de sus gustos o tendencias. No es un amigo, es solo el especialista que, cada seis meses, dictamina o pontifica sobre la dependencia mutua que mantenemos mi hígado y yo. Echado sobre la camilla, con los brazos apoyados detrás de la cabeza, la única alteración sensorial que sentí fue el frío del gel conductor mientras el transductor, guiado por la mano de Varela, iba recorriendo toda la superficie de mi abdomen, deteniéndose con insistencia en la zona hepática. La ondas sonoras de la ecografía generaban una «falsa imagen falsa». Eso dijo Varela: «No es el hígado real, pero es ‘su’ hígado verdadero». Como en el mito de la caverna de Platón, las ondas sonoras de alta frecuencia reproducían una equivalencia de mi hígado, pero solo en imagen, en idea. Allí, de pronto, sobre la pantalla en blanco y negro, surgió la copia de la imagen de mi propio hígado, tal cual es y tal cual está. No era mi hígado, y sin em-
¿?
bargo imitaba su circunstancia con exactitud. Sin embargo, nos miramos a sabiendas, mi hígado y yo. Y me pregunté si mi hígado también se estaría haciendo una imagen falsa de mí, su portador, su amo, su carcasa. ¿Éramos los dos, hígado y yo, conscientes de que somos uno, unidos en un solo e interdependiente
destino? «Compartimos una misma biografía, pero quién sabe si acabaremos juntos», me respondió mi hígado. Me reservé para otra ocasión tener que suplicarle; consideré que aún no había llegado el momento de rogarle algún tipo de piedad. Aunque me temo que cuando él quiera ser piadoso conmigo ya será
demasiado tarde. Un hígado solo tiene piedad cuando ya es inservible. Pensé en ese instante en algunas personas con quienes su hígado no había tenido piedad. Pensé en Roberto Bolaño, el gran escritor chileno, quien a los cincuenta años no llegó a tiempo a la cita con un trasplante y entró de lleno en la gloria literaria. Pensé en Lou Reed, que sí llego a la cita, pero al final su trasplante no le funcionó. Pensé en Gabriel García Márquez, en Truman Capote, en Jorge Luis Borges, en John Coltrane, en Alec Guinness, todos ellos sentenciados inapelablemente por sus hígados. Me habría gustado saber qué clase de conversación tuvieron con ellos, si es que llegaron a verse las caras. ¿Qué se le dice a un hígado? No sé. Quizá unas palabras privadas como las que le dirigió en público Pablo Neruda, en su ‘Oda al hígado’. Lo llamó de muchas maneras: ‘invisible máquina’, ‘víscera submarina’, ‘escondida cámara de alquimista’, ‘bodega de los cambios sutiles’. Aunque mi preferida es la de ‘buzo de la más peligrosa profundidad del hombre’. Es cierto: siempre he supuesto que, al final, el hígado husmea por lo más hondo de nuestras vidas para advertirnos de que el límite está ampliamente sobrepasado. En la sala de ecografías, cuando observaba las sombras blanquinegras de esa mancha movediza que el tímido Varela definió como ‘un espectro’ de mi propio hígado, recordé a Prometeo, el titán que
OTRA GALAXIA ADOLFO GARCÍA ORTEGA
«Pensé en Roberto Bolaño, quien a los cincuenta no llegó a tiempo a la cita de un trasplante y entró en la gloria literaria»
engañó a Zeus para beneficio de los hombres, y me figuré que el transductor que emitía ultrasonidos, y cuyo manejo llevaba Varela presionando en mi costado, era el águila al que Zeus ordenó que picase cada día en el hígado de Prometeo para castigarlo. Entonces alcé la cabeza, miré a mi hígado en la pantalla y le dije: ‘Buzo’. Mi hígado asintió. No sé cómo lo hizo, pero asintió. Mi hígado había buceado en mi vida, había sacado del fondo de mi cuerpo mi historia, y ahora nos la mostraba a Varela y a mí. Era un detective privado convertido en un detective salvaje, como diría Bolaño.
8 LA SOMBRA
DEL CIPRÉS
LECTURAS
Sábado 28.06.14 EL NORTE DE CASTILLA
Una ventana a la vida de 1800 Cuatro Ediciones traduce ‘Todo ha cambiado’, de Paul-Louis Coruier, el militar de vocación humanística
JORGE PRAGA
P
ara un lector que no ejerza en la lengua francesa Paul-Louis Courier es un perfecto desconocido; pues el volumen que de él se tradujo al castellano en el siglo XIX, o alguno de los panfletos políticos que llegaron a la ‘Revista de Occidente’ en 1936, son inencontrables desde hace bastantes décadas. Sin embargo en el país vecino Courier es un escritor admirado y difundido, al menos desde que su contemporáneo Stendhal le considerara el hombre más inteligente de su tiempo. Fuera del ámbito galo es manifiesta la devoción de Leonardo Sciascia. Y seguramente tras esta selección de cartas que integran ‘Todo ha cambiado’, su presencia en el ámbito español crecerá. Paul-Louis Courier (17721825) fue un hombre de su tiempo, un tiempo ciertamente vertiginoso, bien aludido en el título. Los años posteriores a la Revolución y al Terror, los de su infancia y adolescencia, se abrieron a la ex-
pansión napoleónica que puso patas arriba el mapa político e ideológico de la vieja Europa. Al escritor le tocó vivir en medio del torbellino, pues desde su juventud y hasta los 37 años fue un militar de carrera de un ejército embarcado permanentemente en guerras e invasiones. Sin embargo la vocación profunda de Courier era el estudio de las lenguas y la cultura grecolatina, pero la presión de su padre por llevarle hacia la ingeniería hizo que siguiera a un profesor suyo al que habían admitido en la Escuela de Artillería de Châlons, y acabase por enrolarse como aspirante. Una vez que se hubo graduado comenzó una sucesión de destinos que le permitieron conocer y amar a Italia hasta considerarla su patria («La patria está allí donde uno se encuentre bien, y si mi felicidad se halla en Roma, está claro que soy romano»). Allí desplegó su gusto por el mundo clásico, lamentando la rapiña y destrucción que llegaba con la invasión francesa («Dígales a los que quieran ver Roma que se den prisa; pues día a día el hierro del soldado y la garra del agente francés marchitan sus bellezas naturales; y la despojan de sus galas»), y trató de franquear cuantas bibliotecas
Vicios
se encontraba. Tan pronto le hallamos en amistad con el abate Marini, experto vaticano en inscripciones funerarias, como encerrándose en la surtida biblioteca del marqués de Tacconi, un noble napolitano que gastaba mucho de su fortuna fraudulenta –fue condenado a galeras por fabricar billetes falsos– en la adquisición de volúmenes que decoraban sus paredes sin que jamás abriera ninguno. ‘Todo ha cambiado’, que lleva el sugerente subtítulo de ‘Recuerdos italianos hacia 1800’, se nutre de cartas que Courier envió a familiares y amigos entre 1787 y 1814. El lastre que podía acumular un ensarte epistolar –reiteraciones, asuntos privados, retóricas varias–, queda totalmente disuelto en la apasionantes
TODO HA CAMBIADO Paul-Louis Courier. Cuatro ediciones, Valladolid 2014. 14 euros
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
S
i leer puede ser considerado un vicio –ya sea por personas particularmente cortas de miras, ya sea porque, como el del que les habla, el caso es verdaderamente desesperado–, releer quizás ya sea el colmo de la depravación. Y debo confesar que, cada vez más a menudo, y a pesar de lo tanto que me queda por leer, dedico más tiempo a la relectura que a la primera lectura. No es que piense que vale más lo malo conocido. No releo lo que me pareció malo. Bueno, a veces
si, por si acaso me equivocaba, pero no suelo. Sin embargo hay textos a los que me gusta volver, y como hay temporadas, como la presente, en las que las novedades expuestas en los escaparates de las librerías me resultan poco apetecibles– con dos o tres salvedades–, vuelvo mis ojos a los estantes de mi biblioteca. Y decido que este verano daré un repaso a las novelas de Keith Roberts, el más inglés de los escritores ingleses de ciencia ficción, y uno de los más inquietantes y deli-
ciosos. Volveré a ‘Pavana’, a esa Inglaterra ucrónica, donde la armada invencible triunfó. Y a mi favorita, ‘Tierra de cometas’, un mundo después del desastre sostenido por una red de falsas creencias. O la también apocalíptica y mitológica ‘Los gigantes de Caliza’. Sopeso retornar a Dune, pero eso será otro verano. Los cuentos de Ángela Carter, sí, desde luego. Y Borges, otro depravado relector a quien
Paul-Louis Courier. inmediatez de las situaciones en que se ve envuelto Courier, y de las que da cuenta sin remilgos ni filtros. La guerra va mostrando poco a poco su horrenda faz («Debemos de haber matado a unos doce o quince mil napolitanos, los demás corren…»), junto con el saqueo implacable de personas y propiedades («¿Y aún me pregunta a qué se dedica un comandante en plaza? Si es joven, busca mujeres; si es viejo, amasa dinero. Lo normal es hacer ambas cosas: la guerra no se hace por ninguna otra razón»). Un mundo masculino, feroz y mortal, del que Courier sale indemne de milagro, campaña tras campaña, mientras cada noche intenta avanzar en su traducción de Jenofonte y en sus lecturas de clásicos que la guerra
finalmente se lleva: «He perdido ocho caballos, mis trajes, mi ropa blanca, mi gabán, mis armas y mi dinero. Y solo lamento la pérdida de mi Homero; por recuperarlo renunciaría a la única camisa que aún me queda». Cuesta imaginar desde nuestra cotidianeidad tan resguardada a un militar desencantado y hambriento volcado en una escritura elaborada sobre un tapiz de antigüedad que aflora en el perfume de los párrafos y en una torrentera de citas perfectamente localizadas en las notas. Y con la carrera de las armas abandonada se descuelga el misántropo que da vueltas a la cita de Diógenes Laercio, «Amigos míos, ya no hay amigos». Un libro de esta amena in-
tensidad solo es posible si cuenta además con atención fervorosa en traducción y edición. Paula Olmos no deja ningún cabo suelto en las cartas que selecciona y vierte al castellano, a las que añade contextos explicativos y notas finales. Y en la edición, con el cuidado habitual que Mauricio Jalón despliega en Cuatro ediciones, brilla la reproducción del manuscrito que Courier emborronó accidentalmente cuando cotejaba traducciones de ‘Dafnis y Cloe’ del sofista Longo en una biblioteca de Florencia, borrón que estuvo a punto de provocar un serio incidente diplomático. Enhorabuena a todos, con alcance a los lectores que quieran pisar con sus ojos la Italia ensangrentada y hermosa de 1800.
hace tiempo que no visito. Y ya que estoy con Borges, no estará de más echarle un nuevo vistazo a aquella antología del relato fantástico que editó junto a Bioy Casares y Silvina Ocampo, una de las mejores y más completas que se han recopilado en nuestra lengua. Un poco de ensayo también. Ciencia: el encantador ‘Cómo le salieron las manchas al universo’, de Janna Levin, una física tan bien dotada para la literatura que en ocasiones parece que sus explicaciones y tesis son la trama de una narración. Hay algo extremadamente lírico y potente en la prosa de Levin. Tanto es así que aguardo con impaciencia – y quizás en vano– que traduzcan y publiquen su novela ‘El loco que
soñaba con maquinas de Turing’. Algo de antropología, tal vez. Culianu con su ‘Magia y eros en el Renacimiento’. Y un poco de filosofía marginal y perfectamente lúcida: ‘La abolición del trabajo’, de Black. Y como se lee en un suspiro añadiremos también ‘La construcción de uno mismo’, de Onfray. Volveré también a Rimbaud, toda su obra, y es hora de recordar Cavafis, y puede, pero sólo puede, que a Pessoa. Espero, asímismo, encontrar un espacio para el ‘Petersburgo’, de Andrey Beily, que no es para paladares débiles. Siguiendo en Rusia, hace un par de años que ‘Ada o el ardor’, de Nabokov, reclama mi atención, y quizás vaya siendo hora de hacerle caso. Algo
de cómic, también. Pienso que es buen momento para releer ‘The authority’, ese grupo de superhéroes decididos a acabar no sólo con terribles amenazas extraterrestres sino también con los apaños y corruptelas que hacen que la gran mayoría de la humanidad malviva desesperada. Y también, alguno de los disparates perfectamente dibujados de Moebius, el ‘Mayor Fatal’, seguro, y también el tronchante ‘El lúbrico crónico’. Y con esto, y algunas cosillas que me dejo en el tintero, y algunas otras que quizás aparezcan repentinamente para hacerme cambiar mis planes, espero pasar el verano. Quizás la lista es demasiado larga, o el verano demasiado corto.
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Conflictos de matrimonio ‘Vestidos de noche’ pertenece a la literatura romántica y de consumo del venerado Mishima LUIS ANTONIO DE VILLENA
P
ese a la enemistad que le profesa Haruki Murakami (ese japonés que sueña ser un intelectual occidental) Yukio Mishima (1925-1970) sigue siendo el autor japonés más estimado. Un autor que supo muy bien –no exento de contradicciones– vivir la enorme tradición de su país con la inevitable influencia occidental. Todo el mundo lector conoce alguna de las grandes y bellas novelas de Mishima, desde ‘Confesiones de una máscara’ (1949) hasta ‘El pabellón de oro’ , concluyendo en ‘La corrupción de un ángel’, la novela que entregó al editor poco antes de hacerse el tradicional ‘seppuku’, como escogida forma de muerte. Muchos no saben, sin embargo, que Mishima fue un autor muy fecundo y que vivió muy bien de su literatura, pero no sólo por esas novelas prestigiosas, sino porque Mishima escribió, digámoslo así, mucha literatura de consumo ( o sea, en general, más sencilla, más fácil) que podía ir desde novelas de corte ‘serie negra’ a otras de tono más sentimental o mundano, como esta que acaba de salir, ‘Vestidos de noche’, publicada en Japón en 1967 y que antes se había publicado, por capítulos, en una famosa revista femenina, lo que explica el que los capítulos no sean nunca en exceso largos… Dentro de esa mayor sencillez que he apuntado, se puede decir sin dudas que ‘Vestidos de noche’ es una buena novela de amena lectura. Dos jóvenes (él sobre todo de clase alta) se casan en lo que parece una boda perfecta. El guapo y distinguido Toshio y la encantadora y sensible Ayako. El padre de ella –el señor Inagaki– está encantado con la boda por lo que supondrá para su familia de ascenso social. La madre de él, la muy peculiar y mundana señora Takigawa (viu-
Yukio Mishima. :: EL NORTE da de un embajador en Londres) está feliz también porque busca en su nuera una cómplice con respecto a ese hijo independiente, algo mal criado y bien parecido, cuya belleza le es grato a Mishima resaltar. Pero todo se irá complicando (y es el meollo de la novela) cuando vamos viendo el papel doble de esta señora Takigawa, experta amazona y muy aficionada a los saraos mundanos. Aparentando ser amiga de Ayako intenta volverla contra su marido y dominarlos. Es el complejo carácter de esta dama y de su irrupción en la vida matrimonial lo más logrado de la novela y lo más feliz en el análisis psicológico que realiza Mishima. El título ‘Vestidos de noche’ actúa como una gran metáfora social de un mundo occidentalizado y
VESTIDOS DE NOCHE Yukio Mishima. Trad. Carlos Rubio. Alianza Editorial, Madrid, 2014. 318 págs.
vano –el de la alta sociedad de la época– que el joven Toshio desdeña y quiere abandonar, en tanto que su férrea madre, la señora Takigawa adora y cultiva… En el entramado de la novela queda muy bien reflejado el atractivo y el rechazo que el propio Mishima sentía por la excesiva occidentalización del Japón de su época. Vemos también –eran los años de la guerra de Vietnam– la escasa simpatía de Mishima por los norteamericanos (todavía tenían bases en Japón) cuando, durante la luna de miel de los protagonistas en Hawaii, ridiculiza a una absurda pareja yanqui, un coronel y su esposa, infantiloides y vacuos. Queda claro que a Mishima le atrae el gran mundo, pero es muy consciente de sus defectos de banalidad. Sin embargo si Toshio puede quedar como uno de sus atractivos jóvenes, la enjundia de la novela (y la calidad analítica de Mishima) se patentizan en las dobleces y crueldades del carácter de la señora Takigawa que, al parecer, quiere cuidar o mimar y destruir a su hijo casi con el mismo gesto. La más trivial moraleja de que la irrupción de la suegra en las intimidades de un matrimonio nunca suele ser buena, es aquí secundaria, al no imponerse lo fácil, sino el vericueto de un carácter para nada común. Esa señora Takigawa que se acerca sutil a la modosa Ayako pero que no duda luego en querer destruirla al suponer que le gana en influencia sobre Toshio, el hijo –inicialmente medroso– pero que está deseando dejar de lado la pesante influencia materna con sus incesantes ‘Vestidos de noche’, para seguir su propio camino con la esposa que quiere. Obviamente no estamos ni podríamos estar ante la mejor novela de Mishima, pero sí ante un texto cuidado y seductor que demuestra que –si quiere– un autor notable también puede ocasionalmente descender a la novela más comercial (más fácil) manteniendo categoría y mundo. No en todas sus ‘novelas populares’ lo logró Mishima pero sí, y bien, en esta. Recomendada.
Sobre el amor filial :: V. M. NIÑO Dos hijos repudiados por su madrastra, un padre sometido a su pareja que acepta abandonarlos y una malvada bruja que intenta sacar provecho de los niños. Con estos protagonistas los Grimm escribieron ‘Hänsel y Gretel’, un clásico que no por conocido deja de sorprender su crueldad. En esta nueva edición la ilustradora es Beatriz Martín Vidal, cuyos dibujos acompañan los artículos de Martín Garzo en este suplemento (última página de hoy). Beatriz es una especialista en el dibujo de niños y ellos, los dos hermanos, dominan su narración gráfica. El negro es el color fundamental en una historia cruel que tiene su punto de fuga en el verde. Cuando en el bosque lapidario donde se pierden se abre un rayo de luz aparecen detalles en color esperanza. La ilustradora retrata la infancia como un tiempo de misterio, de descubrimiento, de seriedad, no necesariamente de alegría. Los Grimm escribieron un cuento sobre la supervivencia, el hambre devuelve al hombre a su animalidad. La madre sobrevenida no ha establecido ningún lazo con los niños y obliga al padre a elegir: no pueden comer los cuatro, hay que desprenderse de los más vulnerables, acabar con dos para salvar a otros dos. Y el padre se deja llevar, aunque tarde poco en reconocer: «los pobres niños me siguen doliendo».
HÄNSEL Y GRETEL Texto de los Hermanos Grimm. Ilustraciones de Beatriz Martín Vidal. 48 páginas. 13 euros. A partir de 8 años.
Por su parte Hänsel y Gretel demuestran que la adversidad agudiza los sentidos y sobre eso cimentan su salvación. Desde el inicio del plan de la madrastra, ellos conocen sus intenciones e intentan adelantarse a ellas. Beatriz dibuja a unos niños en permanente alerta, solo hay una ilustración al final donde se sugiere una sonrisa. Son dos hermanos solos, se tienen al uno al otro en un entorno amenazante. Desenlace feliz aceptando que solo la muerte de la esposa libera al hombre de su cobardía.
La primera entrega incondicional :: V. M. N. Adriana y Manu, son los protagonistas de la novela ganadora del último Ala Delta. Amigos de clase, también comparten aventuras fuera: en el ático de la casa de la niña y en la calle, tras el abuelo, Papi Ángel. La familia de Adriana procede de Ecuador. Ellos le enseñarán a Manuel palabras en quechua, su comida, sus costumbres, sus animales, la línea equinocial. En medio de los dos mundos, vagando despistado, está Papi Ángel, que vino a España tras quedarse viudo y padece melancolía, no encuentra su sitio. Adriana y Manuel intentarán sacar de su ensimismamiento al hombre que siempre responde: «Aquí, vivien-
do por no ser soberbio». Los niños no conocen la resignación, sobre todo cuando Manuel ve a su amiga sufrir por su abuelo. A partir de ahí dos
UN CÓNDOR EN MADRID Texto de Paloma Muiña. Ilustración de Mercè López. XXV Premio Ala Delta. Edelvives. 136 páginas, 8,50 euros. De 9 a 12 años.
retos les ocupan: uno sentimental, rescatar a Papi Ángel, otro peliculero, averiguar qué fantasma produce los ruidos del ático. La gran virtud de ‘Un cóndor en Madrid’ es abrir la ventana a los corazones de los protagonistas, a su evolución, a su primera entrega total, a los celos del cauto Manuel. La ilusión prende cuando la madre del niño les ayuda y, finalmente, el abuelo logra sentirse como encasa. El nuevo Premio Ala Delta comparte con el anterior –‘El hombre que abrazaba los árboles’, de Ignacio Sanz, miembro del jurado de 2014– la admiración por los mayores, la indagación en sus secretos y la hondura de las emociones de los pequeños.
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DEL CIPRÉS
E
n esta sección ya he aludido varias veces a la frecuencia con la que los hablantes utilizan algunas palabras o expresiones con significados o matices significativos que no les corresponden o no les son propios. A este tipo de desviaciones se las conoce como imprecisiones o impropiedades léxicas. ¿Por qué son tan frecuentes estas imprecisiones? No lo sé con exactitud, pero sospecho que tienen bastante que ver con el desconocimiento del significado exacto de la palabra (algo que muy fácilmente podría ser subsanado con la consulta del diccionario), con la semejanza formal, fónica o etimológica entre palabras, o también con una tendencia pretendidamente cultista a estirar las palabras, a inflar innecesariamente el discurso con términos más rimbombantes, ostentosos, grandilocuentes o llamativos. Ejemplificaré con ‘contagioso’ e ‘infeccioso’ y con ‘cumplimentar’ y ‘complementar’. Algo contagioso es algo susceptible de ser transmitido por contagio. Se aplica a la enfermedad o virus que puede ser objeto de transmisión a otras personas o animales (‘Los virus de la influenza causan enfermedades respiratorias altamente contagiosas conocidas como gripe’; ‘Las enfermedades contagiosas son producidas por la acción de gérmenes vivos’) y también a la persona que padece una enfermedad y puede transmitirla a otras personas (‘El enfermo contagioso ha de recibir los mismos cuidados que otro tipo de enfermos’). Las enfermedades contagiosas se propagan por el contacto directo con una persona o un animal infectado. En sentido figurado, el adjetivo ‘contagioso’ se aplica a lo que se pega o se propaga fácilmente, es decir, a costumbres, vicios, etcétera que se transmiten o se adquieren fácilmente por imitación o influencia de otras personas o situaciones. Así,
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
PALABRAS PROBLEMÁTICAS
Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es
se dice de alguien que tiene una risa muy contagiosa o una sonrisa contagiosa, se habla de la contagiosa alegría del Rocío, de que la felicidad es contagiosa, de que el éxito es contagioso, de que el pesimismo y el optimismo son contagiosos, de que tener hijos es contagioso, de la contagiosa moda de los zumos milagrosos y de que leer es contagioso. ‘Infeccioso’ se aplica a algo que causa infección o a algo causado por infección. Una enfermedad infecciosa es propagada por los gérmenes contenidos en un objeto o un elemento contaminado, tales como la tierra o el agua. El cólera está tipificado como una enfermedad infecciosa porque se transmite a través de las aguas contaminadas por
deposiciones. El tétanos es infeccioso, pero no contagioso. Obviamente, aquí me interesa la oposición entre estos dos adjetivos cuando se aplican a enfermedades. En la práctica profesional médica esta diferencia entre ‘contagioso’ e ‘infeccioso’ está muy clara, pero no lo está tanto entre los hispanohablantes no especialistas en las ciencias de la salud, que con bastante frecuencia tienden a confundir los usos de estos adjetivos. No se dan casos de confusión entre estos dos adjetivos cuando ‘contagioso’ se refiere a algo que se pega o se comunica con el trato, que funciona como equivalente de ‘pegadizo’. ‘Cumplimentar’ es hacer una visita de cortesía (de cumplimiento) a alguien con motivo de algún acontecimiento próspero o adverso y también saludar en una visita formal o de cortesía a un superior, a una autoridad o a una persona a la que se tiene consideración. En una visita oficial, la autoridad correspondiente es cumplimentada por las autoridades locales. Fuera del ámbito de lo cortés y de lo socialmente correcto, ‘cumplimentar’ es cumplir las órdenes que se reciben de un superior. Con este significado funciona como sinónimo de ‘cumplir’ (‘Emitía órdenes que el personal cumplimentaba ipso facto’; ‘Una vez cumplimentados los trámites, el banco sacará a bolsa el veinticinco por ciento de sus acciones’). Y, por último, ‘cumplimentar’ significa rellenar con los datos necesarios o requeridos (se cumplimenta un impreso o un formulario). Es en esta última acepción donde suele confundirse con ‘complementar’, que significa añadir a algo (una persona complementa sus estudios con un trabajo a tiempo parcial). Los impresos y formularios se cubren con los datos necesarios, es decir, se cumplimentan o se rellenan, pero no se complementan.
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID
OLETVM VALLADOLID
CERVANTES SALAMANCA
MARGEN VALLADOLID
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
La mirada de los ángeles. Camila Läckberg (Maeva)
Consummatum est. C. Pérez Gellida (Suma de letras)
Pacto de lealtad. Gonzalo Giner (Planeta)
Nikolai de Argos. Javier Arribas (Reus)
Bajo la misma estrella. John Green (Nube de tinta)
La reina descalza. I. Falcones (Debolsillo)
Luz de candela. Mónica Carrillo (Planeta)
Memento mori. C. Pérez Gellida (Suma de letras)
Luz de candela. Mónica Carrillo (Planeta)
La vida cuando era nuestra. M. Izaguirre (Debolsillo)
La analfabeta que era... Jonas Jonasson (Salamandra)
La última noche en... M. Santiago (Ediciones B)
La noche soñada. Maxim Huerta (Espasa)
Los cuerpos extraños. L. Silva (Destino)
Las tres bodas de Manolita. A. Grandes (Tusquets)
Historias y desventuras... H. H. Grim (Impedimente)
Cien años de soledad. García Márquez (Random House)
La isla Fénix (Secret Academy). I. Palmiola (Montena)
La buena reputación. I. Martínez de Pisón (Seix Barral)
Transatlántico. Colum Mccann (Seix Barral)
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
La Intocable. E. Inda y E. Urreiztieta (Esfera)
Yo fui a EGB. J. Ikaz y Jorge Díaz (Plaza&Janés)
El libro Troll. Rubius (Temas de hoy)
Soba na soba... Bustamante (Fuente de la fama)
Reinas malditas. Cristina Morató (Plaza&Janés)
Los 7 hábitos de las familias... S. R. Covey (Palabra)
La desventura de la libertad. P. J. Ramírez (La Esfera)
Cioran. Alberto Domínguez (Al revés)
Yo fui a EGB. J. Ikaz y Jorge Díaz (Plaza&Janés)
Cuaderno Blackie... L. Valle y Fortúnez (Blackie Books)
Estoy bien. J. J. Benítez (Planeta)
Libro del Troll. El Rubius (Temas de Hoy)
Las gafas de la felicidad. R. Santandreu (Grijalbo)
Nobles y rebeldes. J. Mitford (Libros del Asteroide)
Las gafas de la felicidad. Rafael Santandreu (Grijalbo)
El cerebro del niño. Daniel Siegel (Alba)
Gente Tóxica. Bernardo Stamateas (B de bolsillo)
Valladolid. Paseo... Varios autores (Ayto. Valladolid)
El libro de los 50 años de Forges. Forges (Espasa)
Sentido de viaje. Patricia Almarcegui (Junta CyL)
SANDOVAL VALLADOLID
LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA
SEMURET ZAMORA
PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
Las tres bodas de Manolita. A. Grandes (Tusquets)
Los cuerpos extraños. L. Silva (Destino)
Pacto de lealtad. Gonzalo Giner (Planeta)
Un paso al frente. Luis. G. Segura (Tropo editores)
Nos vemos allá arriba. Pierre Lemaitre (Salamandra)
En mitad de ninguna parte. J. Llamazares (Alfaguara)
Las tres bodas de Manolita. A. Grandes (Tusquets)
Nos vemos allá arriba. P. Lamitre ( Salamandra)
El silencio de la piedra. Eduardo Roldán (Azul)
El jilguero. Donna Tartt (Lumen)
La mujer loca. Juan José Millás (Seix Barral)
Pacto de lealtad. Gonzalo Giner (Planeta)
La hermosura. Carlos Aganzo (Libros del Aire)
Diario de Greg: un pringao total. Jeff Kinney (RBA)
Regreso a tu piel. Luz Gabás (Planeta)
La mirada de los Ángeles. Camila Lackberg (Maeva)
El viento en las hojas. González Sainz (Anagrama)
La vida está en otra parte. Milan Kundera (Tusquets)
La analfabeta que era... Jonas Jonasson (Salamandra)
Relatos del mar. Varios autores (Alba ediciones)
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
José Ortega y Gasset. Jordi Gracia (Taurus)
La Tercera República. A. Garzón (Península)
Palabrología. Virgilio Ortega (Crítica)
La Desventura de la libertad. P. J. Ramírez (La Esfera)
La Tercera República. Alberto Garzón (Península)
Yo fui a EGB. J. Ikaz y Jorge Díaz (Plaza&Janés)
La vida es suero. P. García y Enfermera saturada (Amarie)
Refranes del tiempo. Equipo TVE (Espasa)
Repensar la anarquía. Carlos Taibo (Catarata)
Rumbo a una vida mejor. Jorge Bucay (RBA)
La desventura de la libertad. P. J. Ramírez (La Esfera)
La Tercera República. Garzón (Península)
Gente, años, vida...I. Ehrenburg (Acantilado)
Gente tóxica. Bernardo Stamateas (B de bolsillo)
Perdulario. A. F. Benéitez (Diputación de Salamanca)
Abajo el régimen Conversación ... (Icaria)
Por qué las cosas... Manuela Carmena (Clave Intelectual)
Las tres claves de la felicidad. M. J. Álava Reyes (Esfera)
Reinas malditas. Cristina Morató (Plaza&Janés)
Yo fui a EGB. Javier Ikaz (Plaza y Janés)
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DONDE FALTAN PALABRAS
A
CASO no haya una sola palabra en el mundo que no contenga en su interior el sonido primigenio del lenguaje. Acaso no sea, cada una de ellas, el resultado de un esforzado empeño por extraer de la realidad su esencia intangible, esa que se propaga con la música de la voz o con los signos garabateados en una superficie; capaz de multiplicarse sin perder un ápice de su fuerza; capaz de mutar en ideas y expresiones diferentes hasta colonizar otras culturas y sobrevivir a todas las edades. Pruebas de su fascinante capacidad de adaptación, de su enérgica voluntad para transmitir lo incomprensible, quizás haya en todos los idiomas. Pero baste recordar la brindada por aquel valiente embajador castellano que hubo de viajar a Samarcanda. En su misión invirtió tres aventurados años de kilómetros, encuentros y maravillas para conocer al caudillo Tamorlán por encomienda del rey Enrique III. Gracias a su periplo compuso finalmente Ruy González de Clavijo un relato detallado y elocuente titulado ‘Embajada a Tamorlán’ en el que jamás escatimó esfuerzos para transmitir en castellano las indescriptibles bestias, parajes y costumbres que halló a su paso. Y para compartir con cualquier mortal que tuviera a bien leer su hazaña todos y cada uno de aquellos detalles se vio en la necesidad de utilizar el símil a fin de apoyar cada imagen en alguna común; encontrar en el lector conceptos suficientes con los que apuntalar lo desconocido hasta empeñar, como le ocurrió en el esforzado párrafo dedicado a la descripción de una jirafa, los aspectos parciales de la anatomía de caballos, bueyes, ciervos y gacelas en la tarea de trasladar a la imaginación de los lectores toledanos de 1406 la incomprensible semblanza de una criatura tan exótica. No podemos saber si el empeño de Díaz de Clavijo fue eficaz. Lo que sí sabemos, con palmaria certeza además, es que su relato aprueba en la mente de quien ya conoce con detalle
De Molfetta reparte figuras tan cutres y deliciosas como los millones de objetos que enjaezan nuestra sociedad de consumo Virgen vestida con una de las características telas de Louis Vuitton. :: AFP/HO
OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA
el aspecto que tiene una jirafa y repasa mentalmente cada una de sus comparaciones: el pie «como de buey», el rostro «como de ciervo», el cuerpo «tan grande como un caballo», etcétera. Desconocemos, en cualquier caso, cómo era la criatura que se formaba en la mente de los lectores castellanos del siglo XV. Quizás sus mentes engendraban figuras tan grotescas como las que brotan de la creatividad firmada por el joven Francesco de Molfetta, el artista italiano consagrado a la composición de imágenes imposibles con las que se empeña en definir con asombrosa precisión la estrafalaria realidad que nos rodea. Este escultor y pintor milanés reparte por el mundo figuras de plástico policromadas tan cutres y deliciosas como los millones de objetos que enjaezan nuestra sociedad de consumo. Su elaboración responde al mismo despiadado proceso de fabricación que dan vida a nuestros símbolos, aunque Francesco de Molfetta añade a ese universo conocido por todos nosotros la gramática desagradable que nos negamos a ver. Esa materia oscura, inconcebible, se torna evidente gracias a la irreverencia y al humor de sus obras. Así se nos muestra una ‘Lourdes Vuitton’ con crucifijo cosido en piel como complemento, o ‘Michelangelo’, un Miguel Ángel con el cuerpo del Videndum; o la obesidad mórbida que ataca los cuerpos de Batman o de Barbie en sendas figuras tituladas ‘Snack Bar-Bie’ y ‘Fat Man’. La ‘Pop Fiction’ de Francesco de Molfetta no es sino el empeño de transmitir una realidad que somos incapaces de ver por nosotros mismos. Con todo lo tangible y cotidiano nos compone una evidencia que seguirá pareciéndonos grotesca hasta que, por fin, se nos revele.
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
La estufa encantada U
n hombre tiene un sueño. Está en un barco y viaja sin saber adónde. Se ve realizando esa travesía interminable, mientras los días y las noches se suceden sin fin. A veces el mar está en calma y otras se agita con furia. Ve islas, noches estrelladas, playas llenas de espuma y acantilados rojos. Ve cormoranes, orcas, peces voladores y barcas de pescadores flotando en el agua como pequeños cestos de frutas. Ve bancos de peces, icebergs navegando a la deriva, prados flotantes de algas cuyas flores vivas son las cabezas de las focas. Por fin llega a un remoto país. La gente es amable y le recibe con alegría, pero no conoce su idioma. Le llevan a una casa, hacen sonar para él extraños instrumentos hechos
Sábado 28.06.14 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
con conchas y cuernos de animales. Hay mujeres hermosas y niños leves como cometas. Está muy cansado y pide permiso para acostarse. Por la mañana, cuando se despierta, no hay nadie en la casa. Pero algo en ella le resulta familiar, como si le recordara un lugar que ha visitado en otro tiempo. En uno de los cuartos descubre una vieja estufa. El sol entra por la ventana y algo brilla en su interior. Se acerca y está llena de monedas de oro. Es un tesoro que pondrá fin a todos sus problemas, pero en ese momento se despierta. Está en su cuarto y comprende que se ha tratado de un sueño. Pero es un hombre religioso y sabe que los sueños guardan mensajes que hay que saber descifrar, y piensa que ese tesoro es real y que le aguar-
da en algún lugar del mundo. Su vida se transforma desde entonces en un peregrinar sin fin. Recorre países remotos, aprende lenguas, conoce costumbres, visita templos extraños en que los hombres hablan con dioses desconocidos. Ve hombres que se alimentan de hormigas y gusanos, que comen serpientes, perros, ratas y medusas, que consideran un manjar los nidos de las golondrinas y el agua en que se hierven las culebras. Visita pueblos que creen en la resurrección de los muertos y en la trasmigración de las almas. Llega a países delicados donde los animales son sagrados y se piensa que las cometas escriben en el aire nuestro destino. Conoce a buscadores de perlas y pescadores de esponjas, a los crueles cazadores de focas y a los ven-
DÍAS FELICES dedores de marfil. Pero en ninguno de esos lugares halla rastro de su tesoro y un día, ya mayor y enfermo, decide regresar a su pueblo natal. Pero este se ha transformado en un lugar extraño donde apenas conoce a nadie. Allí está la casa de sus padres y se dispone a pasar en ella sus últimos días. Se pregunta por el sentido de su vida, por el sentido del sueño que tuvo una vez, y de los viajes que le llevaron por los rincones más remotos del mundo, se pregunta por el esfuerzo constante de los hombres no sólo por sobrevivir, sino por la búsqueda de algo que dé sentido a sus vidas. Y una tarde, aburrido, sube al desván de su casa. Está atardeciendo y el sol entra por una de sus ventanas. A su luz, ve una estufa. Es la estufa de su sueño y, al acercarse, ve que está llena de monedas de oro. Y comprende que aquel tesoro que había estado buscando por todos los rincones del mundo estaba en su propia casa. Los judíos llaman aggadah a estos cuentos que contienen una enseñanza para quienes los escuchan. Parábolas que nos enseñan a comprender el sentido de nuestro paso por el mundo, si es que acaso
GUSTAVO MARTÍN GARZO
«Los judíos llaman aggadah a las parábolas que nos enseñan a comprender nuestro paso por el mundo» «Cuando viajamos no hacemos sino descubrir en el mundo el reflejo de lo que somos»
:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL
tiene alguno. Y el significado de nuestro cuento sólo puede ser que el verdadero viaje es el que realizamos en nuestro propio interior. Visitamos lugares, nos abrimos a otros mundos y a otras formas de vida, pero ese viaje, si de verdad merece la pena, debe ser un viaje por nuestro propio corazón. Todo estaba en ese corazón, nos dice el cuento del tesoro. Cuando viajamos no hacemos sino descubrir en el mundo el reflejo de lo que somos. Hay dos tipos de viajes. Los que realizamos por el exterior, en busca de otros mundos y otras gentes, y los que realizamos por nosotros mismos. El viaje objetivo y real, y el de nuestros pensamientos y nuestra memoria, pues también la memoria es un viaje y cuando recordamos no hacemos sino visitar los lugares que guardan las huellas de nuestra vida tratando de recuperar lo vivido, y de hacer nuestro lo que no llegamos a vivir. Los libros hablan de viajes así. En un hermoso romance, un prisionero recibe cada día la visita de un pájaro. Ese pájaro le pone en contacto con el mundo exterior, le permite viajar con él y ver los ríos y prados desde sus ojos. Se posa con él en las ramas y baja a la orilla del río cuando tienen sed. Hasta que un arquero lo mata. Ese pájaro es el símbolo de la imaginación, que nos permite comunicarnos con los otros seres del mundo. Los seres de nuestra especie, pero también con los conejos, los galgos y las abubillas. Hablar con una hoja, una piedra, una gota de agua. Eso es viajar, aprender a hablar con las cosas, ver donde antes no alcanzábamos a ver. Situarse ante el mundo como ante un libro que tenemos que aprender a leer. Recuerdo haber visto de niño una película titulada ‘La increíble historia del hombre menguante’. En ella un pobre hombre, que se ha visto expuesto a una nube radiactiva, empieza a disminuir de tamaño, y va viendo cómo, cada día que pasa, cuellos y mangas le vienen más grandes, hasta que llega a tener el tamaño de un niño. Nada puede detener ese proceso y su mujer se ve forzada a habilitar para él una casa de muñecas, con muebles adaptados a su escala. Pero allí le ataca un gato, y el hombre termina en el sótano. Y entonces todo se transforma ante sus ojos. Una simple aguja es una lanza; un hilo, una liana; una caja de cerillas, una casa donde guarecerse; una araña, el más temible de los monstruos. Y descubre que lo pequeño guardaba lo infinito.