Teatro Calderón, 150 años

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Sábado, 27.09.14 Número CLXXVIII

Teatro Calderón AÑOS

150 El buque insignia de la cultura vallisoletana celebra un aniversario que invita a recordar su longeva historia y a reflexionar sobre su futuro [P2]

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La fachada del Teatro Calderón luce radiante vista desde uno de los bares de la cera de enfrente. :: G. VILLAMIL


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El escenario del Teatro Calderón y las primeras filas de butacas, vistos desde una de las estradas (pisos) de la tramoya. :: GABRIEL VILLAMIL

Escenario mayor del sueño de Valladolid

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ingimos lo que somos; seamos lo que fingimos», escribió don Pedro Calderón de la Barca. Desde que el hombre es hombre, es decir, desde que tiene la conciencia de poder representarse a sí mismo, el teatro ha reflejado fielmente lo que somos en realidad, lo que aparentamos ser delante de los demás, lo que los demás esperan que seamos delante de ellos y lo que terminamos siendo, al fin, con referencia a los otros. Nos guste o no nos guste. Así ha sido en todos los momentos de la historia, y así lo era en España, sin duda especialmente, en los últimos años del reinado de Isabel II, pasados el bienio progresista y el bienio moderado y en vísperas de la Revolución del 68: un hervidero social donde nada, ni las instituciones, ni los partidos políticos, ni las personas, parecían ser lo que eran, y en el que las artes escénicas, fun-

damentalmente la ópera y el teatro, brillaban con absoluto esplendor. Quizás como espejo cierto de todas aquellas turbulencias. En Europa, la alta burguesía había hecho de los coliseos el espacio de la exhibición social por excelencia; en Madrid, el Teatro Real se había convertido en el mentidero más bullicioso de la corte isabelina, y Valladolid no quería ser menos. En este contexto, las páginas de El Norte de Castilla, que había nacido diez años antes con el nombre de El Avisador, daban cuenta en septiembre de 1864 de la flamante inauguración del Teatro Calderón de la Barca, levantado sobre el solar de lo que fuera el antiguo palacio del Almirante de Castilla; un edificio medieval que fue propiedad del Duque de Osuna y del que hoy apenas nos quedan testimonios. La obra elegida para el estreno: ‘El alcalde de Zalamea’, pieza mayor

CARLOS AGANZO

blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

«Desde entonces hasta ahora ningún otro edificio, excepto la Catedral, ha sido testigo de la vida del ‘todo Valladolid’»

del gran teatro clásico español y maravillosa metáfora del momento en el que vivía la ciudad del Pisuerga. Jerónimo de la Gándara, el arquitecto al que se le encargó el proyecto, consiguió entregar a los vallisoletanos uno de los teatros más modernos y deslumbrantes de la época. Alumno de Antonio de Zabaleta, viajero por Alemania e Inglaterra, presumía de ser el primer arquitecto español que había registrado en directo, con sus dibujos, las piedras del Partenón ateniense, y firmaría a lo largo de su carrera otras obras tan relevantes como el Teatro Lope de Vega, de Valladolid, o el antiguo teatro de la Zarzuela, de Madrid. Al Calderón le dio un aire clasicista con toques de Renacimiento, y un cierto tono germánico que rendía homenaje a la obra del arquitecto Friedrich Schinkel. Desde el mismo día de su inauguración, se convirtió en el favorito de la

burguesía vallisoletana para su representación social. Desde entonces hasta ahora, 150 años después, el Calderón ha vivido todo tipo de acontecimientos. No sólo musicales y teatrales, con el paso de grandes nombres como los de Julián Gayarre, María Guerrero o Tomás Bretón, sino también literarios, cinematográficos o puramente sociales. La presencia de algunos mitos del cine, durante la Seminci, o el gran Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en octubre de 2001, forman parte de su leyenda más cercana, tanto como la biblioteca secreta que se descubrió, diez años antes, en el transcurso de unas obras... Desde entonces hasta ahora, con la excepción, sin duda, de la Catedral, ningún otro edificio de la ciudad ha sido testigo de la vida del ‘todo Valladolid’ como el viejo y flamante Teatro Calderón. De la vida de todos y de la vida, también, en gran manera, de cada uno de los vallisoletanos que han pasado por este teatro a lo largo de las generaciones. Pues la vida al cabo, desde su misma esencia colectiva, es puro teatro, como nos enseñaron los clásicos y como nos siguen señalando los modernos. Un frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción... un sueño extraordinario, como dejó escrito para siempre el genio.


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José María Viteri Director artístico del Teatro Calderón

«Un teatro es un ser vivo al que hay que alimentar con nuevas ideas» :: JAVIER AGUIAR

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mante de todo tipo de músicas –«hasta de Bisbal», dice– este bilbaíno de 55 años lleva cinco al frente del Calderón, cargo que comparte con la gerencia de la Fundación Municipal de Cultura, a la que llegó en 2002 tras una larga temporada en el Arriaga de Bilbao. Maniático del orden y apasionado de las artes escénicas, todavía reserva una semanita al año para dedicarle a su deporte de juventud, el esquí. –¿Qué supuso para Valladolid la inauguración del Teatro Calderón en 1864? –Su inauguración fue un gran logro de la burguesía vallisoletana que consiguió poner en pie uno de los teatros más importantes de España, tanto por sus dimensiones, con las condiciones técnicas necesarias para los grandes espectáculos, como por la proyección artística que de manera inmediata tuvo tanto a nivel local como nacional. Creo que les deberíamos rendir un público homenaje a aquellos emprendedores que nos legaron un espacio escénico que a pesar de haber cumplido 150 años sigue siendo adecuado para albergar la importante programación que tiene el Teatro Calderón. –Nace como un lugar de encuentro cultural y social de la burguesía, ¿qué queda de aquel espíritu? –Los teatros siguen siendo un lugar de encuentro, ya no para una determinada clase social, sino desde su municipalización, para toda la ciudadanía. El Calderón mantiene una serie de espacios muy apropiados para la realización de actos sociales y culturales. Nuestra intención es utilizar los espacios no específicamente escénicos para poder desarrollar nuevos proyectos culturales con un verdadero calado social. Un teatro siempre será un lugar de encuentro para compartir emociones, desarrollar el espíritu crítico y disfrutar junto a otros de lo lúdico y lo cultural. –Hágame un leve recorrido por las distintas épocas que ha atravesado. –Como edificio emblemático de la ciudad el Teatro Calde-

rón ha vivido con toda intensidad los acontecimientos históricos más importantes de un complicado siglo XX. Pero centrándonos en su vida artística podríamos destacar cuatro momentos: el teatro burgués de finales del XIX y primeros del XX con sus gustos por la lírica, el teatro y la danza; el teatro de la postguerra, cuando las programaciones se reducen a hechos puntuales en los periodos de ferias y fiestas y que se rinden al cine; un tercer momento en el que se retoma el uso para las artes escénicas gracias a las propuestas de entidades públicas y finalmente su reinauguración en 1999 con una programación estable y anual de artes escénicas que es la que sigue en nuestros días. –¿Qué acontecimientos artísticos destacaría? –Han sido muchos e importantes. Precisamente El Norte de Castilla recoge con fidelidad en su hemeroteca gran cantidad de ellos. Por el Calderón pasaron las más importantes compañías líricas y de teatro de España. Recorrer la historia del Teatro Calderón es recorrer la historia del teatro en España. La lista de actores, músicos, compositores, cantantes, bailarines es interminable. Todos los grandes nombres han estado en la cartelera del teatro municipal. El público vallisoletano siempre ha marcado el éxito futuro de los espectáculos presentados y así sigue siendo. –¿La reforma de 1999 fue la salvación del teatro? –Definitivamente sí y en dos aspectos: su arquitectura y su vida artística. Era más que urgente su remodelación y también necesaria la adecuación del escenario a las nuevas tecnologías escénicas. Con esta intervención se salvó al Teatro Calderón de una ruina inminente y, al tiempo que la sala volvía a brillar en todo su esplendor recuperando los aromas novecentistas, el foso y el escenario por fin contaban con las herramientas necesarias para poner en escena los espectáculos más complejos. –¿Desde entonces ha vivido su época más fértil? –Entiendo que sí. Desde su reinauguración se han ido desgranando 15 temporadas estables y anuales con las pro-

José María Viteri, en el patio de butacas del Calderón. :: G. VILLAMIL puestas escénicas más diversas y con una gran calidad artística, que es lo que demanda el ciudadano. El Teatro Calderón forma parte de manera importante de la industria cultural de nuestra ciudad. –¿Qué papel juega hoy el Calderón en la vida cultural de la ciudad y la región? –Sin lugar a dudas el Calderón es el escenario para artes escénicas más importante de Castilla y León y de Valladolid. Y esto es así no solo por la importante oferta que se realiza cada temporada sino también por la impronta que el Calderón tiene a la hora de colaborar con los artistas y compañías locales en el desarrollo de proyectos artísticos. No es un espacio dedicado exclusiva-

mente a la exhibición sino que día a día gana más terreno en el campo de la producción. –Entre la calidad artística y el ‘para todos los públicos’ ¿en dónde se encuentra? –La calidad artística no está para nada reñida con el ‘para todos los públicos’. Los espectáculos se conciben para ser vistos por el mayor número de público posible de otra manera sería impensable. Otra cuestión es diferenciar lo experimental o procesos de trabajo artísticos que no tengan como fin primordial su difusión a gran escala. Mi experiencia me indica que los espectáculos de mayor calidad son los que finalmente tienen más repercusión a nivel de público. Nos enfrentamos

«Nos enfrentamos a un público con una gran capacidad crítica, que sabe lo que quiere y al que no se puede engañar»

a un público con una gran capacidad crítica al que no se puede engañar y que sabe perfectamente lo que demanda. –¿Cómo está superando la crisis? ¿Ha causado muchos destrozos? –Evidentemente la menor disponibilidad económica del ciudadano ha incidido de manera clara en la venta de entradas. Los ingresos de taquilla han disminuido pero la situación se agrava sobremanera con el incremento del IVA. Por tanto hay menos dinero para producir y no se pueden afrontar grandes títulos como en épocas anteriores. Dentro de los muchos destrozos quiero remarcar uno, la imposibilidad de contratar espectáculos internacionales. –¿Hay una buena relación entre el Teatro Calderón y la sociedad vallisoletana? –Es parte importante de la imagen de la ciudad. Pero a su vez el Calderón está de alguna manera en la vida de los vallisoletanos. ¿Quíén no tiene algún recuerdo ligado a nuestro teatro? Considero que hay una relación de atención mutua entre Calderón y vecinos, el teatro está pendiente de los gustos y opiniones de ellos y los vecinos hablan de él en muchas de sus conversaciones. –¿Qué siente al estar al frente de este teatro con 150 años de historia? –Supone una gran responsabilidad y un gran honor. El teatro siempre ha sido mi pasión y esta me lleva a trabajar día a día con mayor ilusión junto a un gran equipo. Un teatro es un ser vivo al que hay que alimentar constantemente con nuevas ideas, nuevas propuestas, buscando las colaboraciones y intentando empujar en la medida de lo posible a nuestra industria teatral local. Estaré siempre agradecido a esta ciudad y a este teatro que me han permitido y me permiten desarrollar mi verdadera vocación, las artes escénicas. –¿Qué le depara el futuro al Teatro Calderón? –Por lo menos 150 años más de vida. Una vida seguro que muy distinta a la que vive en este momento pero llena de arte. En la sala principal de rojos terciopelos seguirán sonando los aplausos y en su escenario representarán los futuros grandes artistas de nuestro país.


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Érase una vez un teatro... El 29 de septiembre de 1864 arrancaba la longeva existencia del buque insignia de la cultura vallisoletana, un edificio y una institución que han compartido desde su escenario y sus butacas los buenos y los malos momentos, el drama y la miseria, la euforia y la esperanza que han vivido la ciudad y sus habitantes en el último siglo y medio

JAVIER AGUIAR

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l coliseo de la calle Angustias, que nació con el auge de la burguesía de mediados del XIX y las ansias de incorporarse a los nuevos y pletóricos tiempos que marcaban desde Madrid y Barcelona, palideció con la decadencia de los restos del imperio y sufrió el hachazo de la guerra fratricida cuando trataba de abrirse a un mundo moderno. Como todos, vivió la mediocre oscuridad de la dictadura, cuyos actos de exaltación acogió resignado, y sufrió una lenta decadencia para resurgir con fuerza y aspecto renovados justo después de una época de declive. Hoy lucha por dejar atrás la triste página de una crisis que ha dejado en el camino más cadáveres que ideas innovadoras. En aquel lejano otoño de hace 150 años poner un anuncio de ocho líneas en el Norte costaba dos reales. La primera del diario lucía un generoso faldón destinado al popular folletín y bajo su cabecera, que todavía no destacaba en las históricas letras góticas, se acumulaban las noticias y los avisos sin solución de continuidad. Una de ellas, del 30 de septiembre, sobre «la explotación de los caminos de hierro», informaba de que «se permite fumar en todos los carruajes de 3ª, así como en los de 2ª, exceptuando los coupés reservados para señoras». La siguiente, apenas separada por un sencillo elemento tipográfico rezaba: «Como teníamos anunciado anteanoche se verificó la inauguración del grandioso coliseo de Calderón de la Barca, habiéndose puesto en escena

la comedia, refundida, del inmortal autor que da nombre al teatro, titulada ‘El alcalde de Zalamea’, un bailable por todo el cuerpo coreográfico, y el proverbio ‘Huyendo del peregil’. La información de aquel viernes continuaba describiendo el ambiente del acto. «El aspecto –continuaba– que presentaba la sala del teatro, era verdaderamente fascinador; al rico adorno de todas las localidades, se unía el encanto de nuestras lindísimas paisanas que lucían elegantes y costosos trajes y caprichosos prendidos». El redactor, sin duda deslumbrado por el evento, explicaba que «a donde quiera que se dirigía la vista había algo que admirar, del edificio, o de la concurrencia, que era extraordinaria, ocupando no solo todas las localidades, sino las puertas, pasillos y cuantos sitios permitían ver algo de lo que sucedía en escena». Y no entró más en su función de crítico el voluntarioso enviado, porque no era el momento. «Las compañías de verso y baile –añadía– que actuaron en la función, dejaron unánimemente complacido al público por el acierto con que desempeñaron su cometido, no deteniéndonos por hoy a tratar del mérito de los artistas, ni de la exactitud con que se verificó la representación, por dejarlo para otro día».

«Grandiosidad» 4 de marzo de 1934. Primo de Rivera, en la fusión de Falange y las JONS. :: JOSÉ M. LOBO A.

Principios del siglo XX. La fachada del teatro y su entorno, en una postal. :: EL NORTE

29-6-1960. Uno de los cientos de actos políticos.

1946. Entrada de abono de la temporada de ópera.

Pero El Norte no podía cerrar su crónica sin destacar la magnitud del acontecimiento: «Por hoy solo nos resta decir –concluía– que el teatro de Calderón de la Barca, por la grandiosidad de su sala, por la profusión de sus riquísimos adornos, por la numerosa y escogida concurrencia que anteanoche asistió a la primera representación, y por los reputados artistas que forman sus compañías, puede competir con los primeros teatros del reino y acaso con ventaja con todos los de Madrid». En efecto, al margen de la grandilocuencia propia del periodismo de la época, la boyante burguesía vallisoletana de mediados del XIX no solo ansiaba un coliseo que compitiera con el Real o el Liceo, sino un lugar donde reunirse y centrar su vida social y también mercantil. La sociedad constituida a tal efecto tuvo que enfrentarse a no pocos problemas, desde la ardua negociación con el duque de Osuna, propietario del Palacio del Almirante –en cuyo solar se construyó el Calderón– que exigía una cantidad desorbitada (finalmente lo vendió a un tercero, Diego Morales, a quien se lo adquirió la sociedad), hasta la oposición del arzobispo de Valladolid, que consideraba escaso el espacio que separaba el Pala-

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La construcción se abordó con tal rapidez que en poco más de un año el teatro estaba listo El Norte describía la inauguración: «Al rico adorno de todas las localidades se unía el encanto de nuestras lindísimas paisanas»

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cio Arzobispal y las iglesias del Rosarillo y Las Angustias de este centro de dudosa moralidad y posible foco de desórdenes. También la campaña en contra de su construcción emprendida por José León, propietario del recién levantado teatro Lope de Vega, y que veía en el Calderón una competencia excesiva para su deficitaria empresa. En aquellos años se cerró por su estado de ruina el Corral de Comedias, ubicado en el solar en el que luego se levantaron los cines Coca, y único en esa década que ofrecía espectáculos en la ciudad. Pero la clase pudiente de Valladolid demandaba un teatro de mayor tamaño, más céntrico y con instalaciones adecuadas a sus fines sociales y también mercantiles. Así que finalmente se consiguieron todos los permisos y se encargó el proyecto al prestigioso arquitecto Jerónimo de la Gándara, que ya había realizado antes el del Teatro de la Zarzuela de Madrid y, curiosamente, el del Lope de Vega, y como director de la obra a otro técnico de prestigio y responsable de numerosos inmuebles de la ciudad, Jerónimo Ortiz de Urbina. Las obras se abordaron de manera inmediata y discurrieron con tal rapidez que en poco más de un año (desde junio de 1863 a septiembre de 1864) el teatro estaba listo para su inauguración, si bien algunas de sus dependencias se culminaron tiempo después. Solo tres semanas antes de su apertura se decidió el nombre que llevaría el coliseo, entre teatro Central, teatro del Almirante o Calderón de la Barca, optándose finalmente por este último.

Las trócolas A pesar de la enorme impresión que causó en la ciudad el edificio del Calderón y sus instalaciones, construidas en el llamado estilo italiano decimonónico y con una capacidad para 2.000 espectadores (en un principio se propuso que fuera para 3.000), en las dos décadas siguientes se llevaron a cabo sendas obras de reforma para mejorar sus equipamientos. Se

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9-4-1999. La sala del Calderón presentaba este impresionante aspecto el día de su reapertura, tras cuatro años de obras. :: H. SASTRE


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acometieron en dos fases, ambas proyectadas por el turinés Egidio Piccoli, un experto constructor de teatros instalado en España y especializado en la instalación de maquinarias que reformó muchos de los coliseos de la época, desde el Arriaga de Bilbao al Campoamor de Oviedo pasando por varios en Madrid. En la primera fase se modificó todo el sistema escénico, la tramoya y el peine, que habían quedado anticuados y provocaban serios problemas en los montajes. En la segunda se construyó el sistema de trócolas que permitía elevar el patio de butacas hasta igualar la altura del escenario y así poder usarlos como un solo y amplio espacio, fundamentalmente para bailes, un mecanismo que se instaló en los teatros más prestigiosos de la época. Entre estas y otras vicisitudes viajó el gran teatro vallisoletano hacia el final del siglo XIX, ofreciendo representaciones de zarzuelas, comedias, revistas líricas y algunas óperas y operetas, albergando también en su Círculo (ubicado en lo que hoy es el salón de los Espejos) fiestas, bailes y otros acontecimientos sociales que, a medida que avanzaban los años y aumentaba la crisis económica provocada por la pérdida de las colonias, iban languideciendo junto con la vida ociosa de la ciudad. Así entraba el Calderón en el siglo XX, cambalache, problemático y febril, que decía Gardel, entretenido con sus funciones teatrales y sus reuniones sociales, juegos florales y festivales varios sin olvidar los actos de índole política que cada vez se celebraban con más frecuencia. El 6 de mayo de 1921, con motivo de la visita que los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia hicieron a Valladolid para celebrar ‘La gran fiesta del arma de Caballería’, el Calderón se engalanó para recibir a los monarcas. «En cada arco de la galería del Círculo Mercantil –informaba El Norte– lucía

19-12-2006. Montserrat Caballé, una de las figuras más internacionales de la lírica española, durante su actuación en el Teatro Calderón. :: R. GÓMEZ

1995-1999. La sala y el escenario, durante las obras de reforma del teatro. :: EL NORTE

Abril de 1993. Una larga cola de personas rodea el soportal del Calderón para hacerse con una entrada. :: EL NORTE

una bombilla de gran energía; el balcón estaba cubierto por lujosa colgadura. En el soportal lucían innumerables lámparas eléctricas y los faroles de cada intercolumnio, y cinco arcos voltaicos colocados en el exterior». Algo menos sonada pero no menos importante fue la presencia en el coliseo vallisoletano, en abril de 1926, del poeta Federico García Lorca, quien tomó parte en las conferencias que el Ateneo organizó para cerrar el curso cultural, en las que también participaron, entre otros, Marta de Maeztu, María Teresa León o Ramón Pérez de Ayala. Lorca fue presentado por su gran amigo Jorge Guillén, «poeta y colaborador de El Norte», presumía el diario, y leyó algunos poemas inéditos sacados de un cuaderno de notas y otros del ‘Romancero gitano’ y otras obras, «con esa deliciosa mímica suya y con ese tono admirable de voz». Además dio a conocer los pormenores de aquella experiencia única de divulgación del teatro popular que fue La Barraca. Solo seis años después España se había convertido en una República y el teatro de la calle Angustias recibía en loor de multitudes al presidente del Gobierno republicano, Manuel Azaña, que pronunció un discurso desde su escenario. «No había una localidad desocupada. Las entradas al patio de butacas se hallaban invadidas por una masa humana. En diversos palcos se colocaron banderas de las asociaciones provinciales de Acción Republicana. En el escenario se colocaron centenares de sillas. El lleno era rebosante», informaba El Norte. Tras el acto, en el que sonó el Himno de Riego, «el gentío aclamó al ilustre jefe del Gobierno, que fue despedido entre incesantes y atronadores aplausos». Tan solo 16 meses después de aquel acto de exaltación progresista, el decano de la prensa nacional abría con un titular que parecía presagiar


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TESTIGOS DE LA HISTORIA

La Seminci. La Semana de Cine adorna la fachada del Calderón en 1984 y 2006. :: G. V. el triste nuevo giro que iba a dar la historia: «A la salida del mitin celebrado en el teatro Calderón se originan violentos incidentes». Se refería al acto político en el que se escenificaba la unión de la Falange Española de José Antonio Primo de Rivera y las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), de Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo, que se había producido dos semanas antes. Los tres líderes fascistas pronunciaron sus discursos desde el escenario mientras en las calles aledañas la violencia se adueñó de la muchedumbre. Desde 1936, cada año se celebró el cuatro de marzo en el teatro vallisoletano un acto de exaltación falangista en conmemoración de aquel encuentro al que, además, se le dedicó un barrio de la ciudad.

Hasta la tercera década del siglo XX el Calderón acoge una programación estable de relieve, con presencia de compañías y actores de éxito, como las de María Guerrero o Julián Gayarre. Entre los géneros había preeminencia de la zarzuela y también teatro clásico, el llamado recitativo o declamado. Tanto las comedias como los dramas eran muy seguidos y el conocido como género bufo tuvo su gran momento hasta finales del XIX. La ópera, por último, tuvo una presencia nada desdeñable, en algunas épocas de esplendor con la participación de grandes compañías internacionales, mientras que los conciertos se celebraban de forma esporádica. El cinematógrafo, que convierte en

pantalla el telón del Calderón, se instala en los años veinte y adquiere sonido una década después, para adueñarse en las siguientes de la programación de la sala. En esos años también se hizo un hueco importante la revista, un género más fácil y barato, acorde con las limitaciones que los tiempos iban imponiendo. Después de la Guerra Civil, como ocurrió con toda la sociedad española, el Movimiento y la Iglesia se hicieron con el control del Calderón, que empezó a utilizarse más para acontecimientos de índole religiosa y política. En los áridos años de la dictadura –el propio Franco participó en un acto en el teatro para inaugurar la Exposición

En El Norte. El Teatro Calderón ha protagonizado muchas portadas del decano de la prensa nacional, desde la reseña de su inauguración en 1864.

Lola Herrera Actriz

Juan Antonio Quintana Actor

«Para mí el Teatro Calderón significa los pilares de mi andadura profesional, porque me subí a su escenario a los doce años a cantar con profesionales. Fue el segundo teatro en el que actué, después del Carrión. Estoy de enhorabuena por que en mi ciudad exista este maravilloso teatro, uno de los grandes de este país y de los pocos que quedan, no solo en España, sino en toda Europa».

«El Calderón ha representado todo lo que significa el teatro con mayúsculas en la ciudad de Valladolid y esa presencia permanente en la historia de la ciudad lo ha convertido en un elemento indispensable y acogedor de puestas en escena maravillosas que abarcan todo tipo de espectáculos, como la Seminci, es la sede ideal. En el plano personal, no olvidaré el homenaje en el Calderón en el 2000».

José Luis Alonso de Santos Dramaturgo

Concha Velasco Actriz

«He pasado de ser un espectador de las butacas baratitas del gallinero del Calderón a ser embajador del teatro y representar en él una docena de veces. Gran parte del mejor teatro que ha habido en España durante este tiempo ha pasado por allí. Es un acto de resistencia que la cultura y el arte aguanten a los bancos y es un logro que el Calderón resista a los mercados».

«Mi primera memoria nítida del Calderón es la del impresionante pateo de ‘Aida’, de la Compañía Nacional de Ópera, en 1954. Yo, con 14 años, debutaba en aquel escenario como bailarina. Al Calderón le desearía larga vida y grandes contenidos. Sobre todo que se utilice. A los teatros, como a las casas, como al amor, si no se les limpia el polvo cada día, se caen».

Jesús Peña Director de Teatro Corsario

Ángel Marcos Fotógrafo

«Teatro Corsario felicita al Calderón de manera muy especial por todo lo compartido. Desde 1992, nada menos que dieciocho espectáculos en este teatro de gran valor y exquisita programación. En el balance general de luces y sombras abundan sobremanera los buenos momentos y nos congratulamos de que el Calderón haya apostado por nosotros y que su público asista fielmente a nuestra cita».

«Es uno de los edificios más mágicos que ha dado Valladolid y ha acogido a los grandes avatares de la cultura vallisoletana. Cuando se construye le da a la ciudad un punto de internacionalidad que no tenía, se dice que para competir con el Liceo de Barcelona. Ya antes de la reforma, la tramoya y la maquinaria del foso y del contrafoso eran de lo más avanzado. Ahora es mas estándar, pero sigue siendo ese teatro con sabor».

Emilio Gutiérrez Caba Actor

Javier Angulo Director de la Seminci

«Lo único que se puede decir del Teatro Calderón son cosas buenas. Es un local excelente, de los mejores de España, con una acústica y unas dotaciones maravillosas. Es uno de los grandes referentes cuando se habla de teatro modélico. Subir al escenario y contemplar la sala y el patio de butacas desde arriba es una experiencia única, emocionante y sobrecogedora».

«Se suele decir que el sitio de trabajo es una segunda casa. Para mí, el Teatro Calderón es mi palacio, donde he asistido a grandes ceremonias y a la magia del gran teatro y de la ópera. Además, personalmente puedo añadir que inaugurar un festival como la Semana Internacional de Cine de Valladolid en el Teatro Calderón es tocar la gloria».

El cinematógrafo se instaló en la sala en los años veinte para apropiarse de su programación décadas después

Nacional de la Vivienda– las comedias comparten escena con las folclóricas y con nuevos espectáculos acordes con las tendencias y las creencias del régimen, como eran los coros y danzas y los conciertos de música sacra. La relación del teatro con el cine adquiere en 1956 la categoría de unión formal al acoger la primera edición de la entonces llamada Semana Internacional de Cine Religioso, hoy Seminci. Este vínculo sirvió, con los años, para hacer pasear por la entrada y el escenario del Calderón a muchas de las estrellas del séptimo arte y recuperar con ellas un glamour que se había perdido en el camino. En correspondencia el edificio cedió en 1999 una de sus alas al festival de cine para convertirlo en su sede oficial y albergar de forma estable sus oficinas.

Teatro de referencia Vivió también una época en la que las compañías presentaban los montajes sobre sus tablas, para ponerlas a prueba ante un público con fama de entendido, antes del estreno oficial en Madrid. Años después albergó a la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. En los años sesenta, década en la que algunas temporadas se cerraban con menos de veinte representaciones, –con compañías como las de Alejandro Casona, Celia Gámez o Mariemma– el coliseo estuvo a punto de ser demolido ante el deterioro del inmueble y las dificultades económicas, pero la Caja de Ahorros Provincial salió a su encuentro para preservarlo y lo mantuvo hasta que en 1986 cerró su venta al Ayuntamiento. Casi desde ese mismo día estuvo presente la idea de una obra completa de reforma, pero el acuerdo no cuajó hasta 1995, año en el que comenzaron las ansiadas obras. Cuatro años y casi 2.500 millones de pesetas (unos 15 millones de euros) después, la Reina doña Sofía inauguraba el flamante nuevo Calderón, un teatro, como decía El Norte, preparado para afrontar el siglo XXI. Desde entonces, gestionado por la Fundación que lleva su nombre, ha vuelto a convertirse en el buque insignia de la cultura vallisoletana, sorteando los vaivenes políticos y las crisis económicas con la fortaleza que da una historia de 150 años.


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El arquitecto de moda en el Valladolid del XIX Jerónimo Ortiz de Urbina, director de las obras del Teatro Calderón, dejó una importante huella arquitectónica que comprende el Colegio de San José y el Pasaje Gutiérrez ENRIQUE BERZAL

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eje de pensar por un momento en el Teatro Calderón y recree en su memoria dos edificaciones no menos conocidas: el Pasaje Gutiérrez y el Colegio de San José; es más, haga lo mismo con el Banco de España y, si usted es un amante del patrimonio perdido, consiga una imagen del espectacular Frontón de Fiesta Alegre. Puede que se pregunte qué relación guardan en común todos estos edificios. La respuesta es fácil: tras ellos se encuentra la mano de uno de los arquitectos más relevantes del Valladolid contemporáneo, el vitoriano Jerónimo Ortiz de Urbina, el mismo que dirigió, junto a Jerónimo de la Gándara, las obras del Teatro Calderón. No le faltaba razón a Casimiro González García-Valladolid cuando en 1902 se refería a él como el «inteligente arquitecto de esta ciudad». En efecto, aunque Jerónimo Ortiz de Urbina se encontraba entonces en el último tramo de su vida, atesoraba una acreditada trayectoria y un prestigio más que relevante; en calidad profesional, desde luego, pero también en términos de influencia social y riqueza patrimonial. Riguroso y documentado testimonio de todo ello lo encontramos en la obra ‘El Valladolid de los Ortiz de Urbina. Arquitectura y Urbanismo en Valladolid (18521936)’, de Francisco Javier Domínguez Burrieza, publicada por el Ayuntamiento en 2011 y fruto de la tesis doctoral del autor. Nacido en el seno de una humilde familia vitoriana en 1824, Ortiz de Urbina consiguió el título de Arquitecto en la Escuela Especial de Madrid y en septiembre de 1852 obtuvo, por oposición, una

plaza de profesor en la Escuela de Bellas Artes de Valladolid. En la ciudad del Pisuerga contrajo matrimonio con la donostiarra Toribia Olasagasti Irigoyen, mujer de convicciones ultramontanas que reforzaría más si cabe el catolicismo integrista de don Jerónimo, lo que a la postre le procuraría importantes influencias en el terreno confesional, acrecentando su ya dilatada cartera de clientes.

El Pasaje Gutiérrez (en color) y, desde arriba, el Colegio de San José, el Frontón de Fiesta Alegre y la sucursal del Banco de España, todas ellas obras de Jerónimo Ortiz de Urbina, en la imagen de la izquierda. :: EL NORTE

Gran reputación Lo cierto es que cuando en 1863, merced a su amistad con determinados promotores del Teatro Calderón, le fue confiada la dirección de las obras del Coliseo, que habría de realizar junto a Jerónimo de la Gándara, autor del proyecto, el vitoriano ya gozaba de una considerable reputación. Y es que desde finales de la década de los 50 venía participando en proyectos como la modificación de importantes zonas del Valladolid burgués,

en concreto la calle Duque de la Victoria y su prolongación por Muro y Gamazo, al tiempo que iniciaba, por encargo del Arzobispado, una no menos fecunda labor de reparación y restauración de determinados conventos e iglesias (Descalzas Reales, San Felipe de la Penitencia, Jesús y María, Santa Brígida, Nuestra Señora de las Angustias…).

Pero lo del Calderón fue el espaldarazo definitivo, la puerta de entrada a lo más granado y pujante de la sociedad burguesa de la época. Tanto se implicó en las obras del Coliseo, que no faltaron las desavenencias con su colega De la Gándara ni el reconocimiento explícito de la sociedad constructora, que gratificó sus trabajos con la considerable cantidad de 100.000 reales. Además, durante casi 40 años figuró y actuó como ‘Arquitecto de la Casa’ y hasta le ofrecieron una butaca a perpetuidad, extremo que el arquitecto, influido por su esposa, rechazó por considerar que el teatro era cosa pecami-

nosa e inmoral, algo muy propio del pensamiento integrista del momento. Ello no le impidió, sin embargo, implicarse en las juntas directivas de las distintas sociedades presentes en el Calderón, ni mucho menos entablar fructíferas relaciones que terminarían por agrandar su cartera de clientes; en ésta figuraban importantes prohombres locales, como el alcalde y diputado Mariano Miguel de Reynoso; el presidente de la Diputación, Miguel de las Moras; José León González, Juan Francisco Mambrilla, Domingo Ramón, las familias Garrán, Semprún, Sapela y Pardo, Santiago Solalinde, etc.


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Si fruto de dicho reconocimiento profesional fue su nombramiento, entre 1870 y 1872, de arquitecto municipal interino, así como su inclusión, en 1877, junto a Pedro Martínez Sangrós, como director de las obras del edificio-sucursal del Banco de España en la ciudad, esa misma fama profesional y su buena relación con el entramado religioso de Valladolid le procuraron, al año siguiente, que la comunidad de los Agustinos-Filipinos le confiase la continuación de la obra de Ventura Rodríguez en su iglesia conventual. Esta última faceta cobraría mayor protagonismo en la que sería la primera de sus obras más representativas en la ciudad, el Colegio de San José, iniciado en 1881 y calificado por Domínguez Burrieza como principal exponente de la apertura hacia un eclecticismo de influencias medievalistas. Precisamente, la intensa relación del matrimonio con la Compañía de Jesús –está documentada, por ejemplo, la activa participación del arquitecto en la jesuítica Asociación Católica de Escuelas y Círculos Obreros de Valladolid– explica además que se le confiasen la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús y de San Ignacio de Loyola (1892-1896) y la nueva residencia jesuítica de la Calle Ruiz Hernández. De hecho, aparte de otras muchas obras de arquitectura religiosa (iglesias de la Sagrada Familia y de las Siervas de Jesús, asilo de las Hermanitas de los Pobres, etc.), en 1897 sucedió como arquitecto diocesano a Antonio Iturralde, cargo que ejerció hasta 1902. La segunda obra más representativa del vitoriano no es otra que el Pasaje Gutiérrez (1884-1886), principal icono de la industria y el comercio de la época en forma de elegante pasaje comercial, de evidentes influencias franco-belgas. Finalmente, la afición deportiva y las perspectivas de negocio que atisbó el conocido industrial Ángel Chamorro se encuentran detrás de su tercer gran proyecto, el ya desaparecido Frontón de Fiesta Alegre, en la calle Muro; inaugurado en septiembre de 1894 con un brillante partido de pelota entre las parejas Irún-Araquistain y Muchacho-Sarasua, la sencillez y rotundidad de sus líneas se combinaban, según Domínguez Burrieza, con la espectacular visión que procuraba su cubierta de hierro y cristal. Como ocurrió con otros exponentes del patrimonio arquitectónico vallisoletano, la piqueta demolió el Frontón en 1967, convertido ya en Cine Hispania, pero no así otras muchas obras –cerca de medio centenar– del afamado arquitecto del Teatro Calderón, cuya impronta en la ciudad, donde falleció el 29 de septiembre de 1909, aún es posible palpar.

De los tiempos sombríos JORGE PRAGA

T

eatro Calderón. El gesto sereno y preciso de Adam Natanek dirigiendo la Orquesta Ciudad de Valladolid. La palabra alada que Agustín García Calvo pone en su particular baraja del rey don Pedro. Más lejana, y sin embargo grabada con impresión imborrable, la voz de Fernando Fernán-Gómez en los versos de Bertolt Brecht, ¿con canciones interpretadas por Massiel? Cuando se enciende en la memoria un rincón que ha permanecido oscuro durante muchos años, la sorpresa puede ser tan grande que se tiñe de inmediato de desconfianza. El apuro de la sospecha me obliga a apartar al admirado Natanek o al añorado Agustín en pos de esos versos de Brecht lanzados en pleno franquismo por el dúo improbable de Massiel y Fernán-Gómez. Y solo lo creo y pacto para estas líneas cuando, tras empeñada búsqueda, surge de una carpeta el programa de mano: 1 de julio de 1971, dos sesiones, a las 7:45 y 11 noche. «¡Unico día!», clama la portada sobre una fotografía en blanco y negro de los dos protagonistas, las manos entrelazadas, el rostro serio y

concentrado. Qué menos ante ese título solemne: «A los hombres futuros yo, Bertolt Brecht». Ya, confiado a la memoria, veo otra vez el escenario austero del viejo teatro con su acústica de cristal. Un pianista y un par de banquetas son testigos de la entrada de Fernán-Gómez, cabello largo y pelirrojo sobre su suéter negro: «Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos». Es el primer verso de Bertolt Brecht pero nadie en el atiborrado Calderón piensa en la Alemania nazi que expulsó al escritor. Es 1971, y hay urgencia y necesidad de que alguien nos redima, aunque sea por unas horas, de las estrecheces, de la grisura, cuando no de la ignominia. Sigue la voz cortando el silencio: «¡Qué tiempos estos en que/ hablar sobre los árboles es casi un crimen/ porque supone callar sobre tantas alevosías!». La noche está encendida, comulgada, ganada con esas palabras de sonido imparable. ¿Se puede olvidar la voz de Fernando?, honda en la palabra comprometida,

¿Se puede olvidar la voz de Fernando?, honda en la palabra comprometida...

Tres momentos clave

E

l Teatro Calderón ha sido casi mi segunda casa durante mucho tiempo. He escrito sobre todos los espectáculos presentados durante 30 años, antes y después de su restauración. Grandes momentos artísticos que son la historia de la cultura de la Ciudad. Elegir algunos especiales no es fácil, pero desde la significación personal intentaré forzar la memoria. Uno muy significativo se produjo el último año de los seis que formé parte del Comité de Dirección de la Seminci. Recuperamos la sala para las proyecciones y las oficinas para la organización. El día antes de la inauguración ocupamos febrilmente los despachos. Una jornada muy dura, pero muy significativa para el futuro. La joya arquitectónica, el histórico

coliseo se incorporaba al Festival de cine, lo hacía suyo, y fue motivo de orgullo para todos los que lo hacíamos. Muchos años después la relación del local y la Seminci se ha consolidado con brillantez. Segundo momento: el cierre con ‘Seis personajes en busca de autor’ de Luigi Pirandello, en montaje de Miguel Narros. La certidumbre de que los esfuerzos de mucha gente iban a fructificar positivamente nos alegraba de esta especie de brillante réquiem por el pasado. La Caja de Ahorros Provincial había sido decisiva para conservar el local y transformarlo en receptáculo de las artes escénicas. Ya habían pasado por él grandes espectáculos pero la necesaria restauración se retrasaba. Por fin se anunció y Narros aprovechó la coyuntura para de-

FERNANDO HERRERO

Narros aprovechó la coyuntura para dedicar su estupendo montaje a esos dos momentos, el pasado y el futuro

chispeante en la onomatopeya, irónica cuando recuerda al General que «el hombre tiene un defecto/ puede pensar». Y de repente el pianista abandona su papel marginal

y lanza una melodía. Está entrando Massiel, traje negro y melena negra, y pone en su boca la ciudad de Mahagonny de la partitura de Kurt Weill. Hace tres años que la cantante ganó el festival de Eurovisión tras ocupar el sitio de Joan Manuel Serrat, vetado por pretender cantar la canción en catalán, y ese triunfo voceado por el Régimen está a punto de enturbiar la noche. Allá por Paraíso alguien ha llevado una flauta con la que toca el estribillo de ‘La, la, la’ en cuanto Massiel abre la boca. Risas, zozobra, y por fin la sed de espectáculo seca esa isla de rencor y deja al piano y a la voz desnudos frente a su arte. Fernando se alterna con Massiel, recitan, cantan, cimbrean el cuerpo, los aplausos ensordecen el final de cada poema, y acaba Fernando Fernán-Gómez mirando a lo lejos, prometiendo el futuro, «cuando lleguen los tiempos/ en que el hombre sea amigo del hombre». Tardaron unos años en llegar esos tiempos, pero esa noche del Calderón quedó custodiada entre sus muros para honra del arte y de los artistas que persiguen estas líneas.

dicar su estupendo montaje a esos dos momentos. El pasado que se cerraba con la obra de Pirandello, tan ligada a la memoria personal y colectiva y el futuro que llegaría después. Tercer momento lógico, la inauguración con Nacho Duato y la Compañía Nacional de Danza el 9 de abril de l999 con ‘Multiplicidad. Formas de silencio y vacío’ con música de Juan Sebastián Bach. Lleno, expectación, éxito. Un magnífico trabajo, estreno absoluto secreto, pues el compromiso oficial era para la presentación en Alemania. El Norte hizo un magnifico seguimiento y la crítica escrita por la noche en el periódico salió publicada el día siguiente. La clandestinidad se rompió afortunadamente. Este estreno mundial, todo un éxito, de una de las mejores coreografías de Duato, ballet abstracto desde la música bachiana marcó una línea. Después, una vida llena, 15 años de Seminci, representaciones operísticas, de

danza, obras dramáticas, conciertos. Sede de las Muestra Internacional de Teatro con espectáculos excepcionales. En la hemeroteca del periódico se encuentra la historia de este local emblemático que es también presente y futuro. Uno de los hitos de la ciudad que se expande asimismo fuera de ella. Una referencia absoluta motivo de satisfacción y orgullo. Gentes de todos los países han pisado el escenario, nos han dado su creatividad que, aun desde lo efímero del arte escénico, está fijada en la memoria colectiva. Ahora, en el 150 Aniversario que se celebra es necesario pensar en el futuro, un futuro difícil, como lo es el desarrollo de la cultura. Creo que la programación seguirá un rumbo positivo, aún con los recortes y la inevitable subida de los precios. Con todo, fórmulas nuevas e imaginarias para atraer a otro público deben ponerse en marcha, desde el trabajo de políticos y profesionales de todos los ámbitos de la cultura.


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DEL CIPRÉS

Teatro Calderón AÑOS

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De espaldas al público Un recorrido rápido por las entrañas de un teatro y su vida interior al margen del oropel de la platea y los aplausos de los espectadores :: J. AGUIAR

U

n teatro es un escenario y un patio de butacas. Al menos eso es lo que ven, y pueden llegar a pensar, quienes le dan vida pagando su entrada para emocionarse con una representación. Los espectadores, ese grupo innominado por el que vibran gestores, programadores y artistas, se hunden en sus butacas y esperan a que la luz decaiga para sumirse en el misterio de la comunicación, en la magia del teatro, ajenos a todo lo que hay a su alrededor, a todo lo que hace posible que el encantamiento se produzca. El Teatro Calderón sobrevivió a una historia centenaria llena de avatares y perdió una parte de su alma cuando fue restaurado a finales de los noventa. Soltó lastre para afrontar con garantías su futuro, para convertirse en una sala del nuevo siglo que pudiera acoger con éxito los nuevos retos que plantean las modernas artes escénicas, pero al tiempo perdió algunas de sus señas de identidad. Aunque la reforma del edificio dejó una sala muy parecida a la original, apenas respetó algún elemento más del inmueble proyectado por Jerónimo de la Gándara en 1863. Hoy, un recorrido en busca de los recuerdos de aquella joya arquitectónica no lleva más

allá de algunos cimientos, unas pocas vigas bajo el patio de butacas que soportan gran parte del peso de la estructura de la sala y el muro que cierra el escenario, que da a la calle San Juan de Dios frente al Palacio Arzobispal, por cuya puerta las compañías cargan y descargan sus escenografías. De aquellas famosas trócolas que permitían elevar el suelo del patio hasta igualarlo con el escenario, de la preciosa bi-

blioteca, de las poleas, las sogas y la maquinaria que formaban la tramoya, con la que hacían posibles los distintos decorados, ya no queda nada. Todo en nombre de los nuevos tiempos. Todo por la necesidad de adaptarse a las últimas técnicas, aunque en el aire flote un cierto aroma a nostalgia, un leve sentimiento de pérdida. La sala, sin embargo, mantiene toda la esencia de la ce-

El palco cerrado. El palco 22 bajo pertenece a la familia Pitarch, heredera de los propietarios del palacio del Almirante. Solo ellos pueden utilizarlo. :: GABRIEL VILLAMIL

La función es el estreno

L

lego al soportal del Teatro Calderón, justo a la hora de abrir puertas, soy de los primeros, aún no hay acumulación de gente en la puerta, llevo la entrada en la mano y se la doy al portero, subo las escaleras y avanzo por el pasillo de la segunda planta con la entrada, la enseño al acomodador, la mira con recelo, se da la vuelta, avanzamos por el pasillo y abre la puerta de un palco, se hace a un lado y espera algo, le doy las gracias. En el palco hay tres sillas bajas y dos altas, dudo y escojo una alta, así domino mejor la sala. Veo como entra el públi-

remonia teatral, del poso dejado por las miles de funciones representadas sobre las tablas. Desde los íntimos espacios de los proscenios, adornados con las figuras de las musas y hoy solo utilizados para ubicar los monitores de seguimiento de los cantantes líricos, hasta los palcos, incluido el número 22, de la familia Pitarch, herederos de los antiguos propietarios, que nadie usa. También el anfiteatro, la

co, se observan unos a otros, El público se acomoda por si mismo o es acompañado por los acomodadores. Sus cabezas giran tratando de encontrar una mirada o una cara conocida, cuando la encuentran, saludan con una ligera inclinación y una sonrisa o se escurren un poco en la butaca al reconocer a quien no quieren saludar.Alguien habla en voz alta sobre el último espectáculo que ha visto en el extranjero. Por el patio de butacas avanza un grupo de amigas de cierta edad, asistentes a todos los estrenos, se acomodan solas. En el palco entran dos parejas de novios, ellos se en-

ERNESTO CALVO

cuentran un poco fuera de lugar, hubieran preferido otra diversión pero... les han regalado las entradas. Ellos ven en otro palco a un amigo con un desconocido. Se saludan y comentan, unos y otros, en voz baja. No escucho lo que dicen. Con discreción acarician las manos de sus novias, se sienten más seguros. Ellos ignoran que antes de la restauración delTeatro en

los palcos había una maravillosa cortina, que ocultaba la puerta, y que era muy efectiva para diversos usos. El murmullo en la sala se ha intensificado, los acomodadores a pesar de su profesionalidad se sienten un poco agobiados, continuamente piden por favor que se levanten unos para que pasen otros. La jefa de sala soluciona problemas. Ya están casi todos en su sitio. La luz ha comenzado a descender, se oye una voz grabada con las prohibiciones oportunas. El público está en hileras, colocado en un determinado orden, las Señoras se arrellanan en su butaca saboreando con antelación lo que van a ver. Un Sr. ya ha visto el espectáculo, a pesar de ser este un estreno y lo recomienda. El patio de butacas y el resto del teatro co-

galería y el paraíso, donde en su día se sentaban los aficionados menos pudientes en bancos de madera corridos. Hoy solo se conservan, arrumbadas en un rincón del contrafoso, tres butacas originales. También, aunque el público rara vez pueda disfrutarlo, el telón de boca que recuerda con una escena de ‘El alcalde de Zalamea’ la función que inauguró el teatro el 28 de septiembre de 1864. A cambio, el coliseo de Angustias, como muchas veces le llamaba El Norte hace siglo y medio, ha ganado en eficacia. En la tramoya, las cuerdas se han cambiado por tiras de acero y el peine se ha elevado hasta los 27 metros de altura, desde el contrafoso, el equivalente a un edificio de nueve plantas. Desde allí se pueden subir y bajar, ahora mediante motores, las varas que sostienen todos los elementos del escenario, desde la bambalina, las patas o la concha acústica, que dirige el sonido hacia la platea, hasta la pantalla en la que se proyectan las películas de la Seminci. También en las alturas, con un moderno y original artesonado en madera, se encuentra el espléndido salón de Telones, así llamado por ser en su día el taller de pintura y arreglo de los decorados colgantes, que ocupa toda la superficie del escenario y el patio de butacas.

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mienzan a ser un todo. Respiran con el mismo ritmo, exceptuando algún espectador que siempre carraspea. Dos de las amigas de cierta edad vienen del baño, llegan, lo dicen y se sientan. El resto las mira de reojo. Ya están todos en silencio, se levanta el telón, en la sala el público hace mutis. Ya ha muerto esa verdad consciente y sobreactuada del público, que tanto me gusta. En el escenario comienza el espectáculo. En la oscuridad me levanto y con sumo cuidado (ya no existe la cortina en los palcos del Teatro Calderón), abro la puerta silenciosamente y accedo al pasillo, bajo las escaleras y salgo a la calle satisfecho de haber visto La Entrada del Público. Otro día volveré, la función de hoy es estreno.


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La restauración de 1995 se llevó por delante la mayoría de los rincones y elementos originales de un edificio que, con una cáscara centenaria, vive acorde al siglo XXI La sala de Telones es un amplio espacio diáfano y luminoso donde se pintaban y arreglaban las telas

Espejo de estrellas. Un busto de Calderón de la Barca preside el camerino principal, el más próximo al escenario. :: G. VILLAMIL

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El manantial del Esgueva. Junto a esta arqueta en el sótano del teatro dos bombas achican permanentemente el agua que el viejo cauce no deja de verter. :: G. V.

Hoy las instalaciones son ante todo prácticas y carecen del encanto de las antiguas. Los camerinos, por ejemplo, asemejan anodinos vestuarios y solo se identifican por las características filas de bombillas que rodean los espejos. Para que los espectadores se sientan cómodos y seguros hacen falta muchos elementos. El Calderón cuenta con un sistema de climatización formado por dos grandes grupos de frío y uno de calor, situados en la azotea, donde también se ubican las cuatro calderas. El sistema, llamado de plénum, pone el aire del espacio situado bajo la platea a la temperatura deseada y luego lo distribuye por unos pequeños respiraderos practicados en el sue-

lo de la sala. La corriente eléctrica llega al edificio en alta tensión, que un centro de transformación, con dos grandes transformadores, reduce a la tensión necesaria. Junto a él, en la que podría llamarse sala de máquinas del teatro, un grupo electrógeno espera paciente y aseado su turno, que le llegaría en caso de que la corriente se cayera, aunque solo para garantizar el funcionamiento de la iluminación y los ascensores durante el tiempo preciso para desalojar el inmueble. Enfrente, un grupo de presión contra incendios, junto a un aljibe que le da servicio, abastece las mangueras y demás dispositivos de seguridad. El agua está muy presente en los sótanos del Teatro Cal-

derón ya que el inmueble se construyó prácticamente sobre el cauce del antiguo Esgueva y un caudal casi continuo inundaría su planta baja si no fuera porque dos bombas de achique están permanentemente en funcionamiento. Otras dos, bajo los soportales de la fachada principal evitan que se anegue la sala Delibes, conocida en consecuencia como El submarino. Quizá el elemento que mejor represente la diferencia entre el viejo Calderón y el actual sea la plataforma elevadora que hace subir y bajar el tramo de platea usado como foso para las orquestas: Una enorme tijera hidráulica, en vez de las antiguas trócolas de madera realizadas por un carpintero llamado Federico Delibes.

Plataforma de la orquesta. Esta enorme tijera hidráulica sirve para elevar y descender el primer tramo del patio de butacas, donde se coloca la orquesta. :: G. V.


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Reyes, reinas y gatos

OTRA GALAXIA sona, en cada rito hay grandes dosis de insignificancia que pide de nosotros un reconocimiento para revelarse en todo su esplendor y hacerse visible. Porque la insignificancia, pese a ser tan, tan evidente, goza del don de la invisibilidad.

ADOLFO GARCÍA ORTEGA

14 de septiembre 8 de septiembre España parpadea y, por arte de magia, hay un rey nuevo. Rey nuevo salido de unos principios viejos y, como a más de medio país, me da un ataque de indignación: no nos han preguntado si queremos un rey o no queremos un rey, más bien se han burlado de nosotros, el pueblo soberano. De la derecha nunca espero nada bueno, y menos que me sorprenda con audacias memorables, pero en este asunto los socialistas han demostrado seguir a la altura de la enorme mediocridad que les caracteriza desde hace quince años. Inevitablemente, pasada la discreta coronación, me viene a la cabeza una famosa –y poco usada– frase del filósofo Kant: «Ten el valor de pensar por ti mismo». Así que me he puesto a ello, consciente de que el hecho de pensar por uno mismo no suele gustarle al poder, que rehúye la heterodoxia. Me arriesgaré. Proclamo, por tanto, que, en materia de reyes, soy napoleónico. Descaradamente. Vaya por delante que va con mi carácter. Concibo un tipo de Estado como los EE UU, que es de un republicanismo casi napoleónico. ¡Qué lejos estamos de eso! Y soy napoleónico por provocar debate, es decir, pensamiento, al contrario del colombiano Álvaro Mutis, que era absolutista, partidario de Felipe II, solo por fastidiar. En cuanto a las reinas, en ambos reinados –el pasado juancarlista y el actual felipista–, tienen las dos, Sofía y

Letizia, su espacio propio: ambas suponen una incógnita con mucha sombra de intriga. Ya se sabe que en España, salvo las Isabeles, la primera y la segunda, que iban de cara y alternaban franqueza con perturbaciones obsesivas, las reinas han sido más interesantes que los reyes, precisamente por ese rasgo sombrío, secundario y misterioso de su proceder, casi político. A la larga, sin embargo, decepcionan, porque rascas en ellas y no hay nada debajo, a lo sumo un envaramiento estirado, un mar de tópicos y una escalofriante certeza de que la maternidad es su valor primordial. Aunque a estas alturas da igual lo que cada uno piense al respecto: el rey ya es rey, de golpe, de la noche a la mañana y precipitadamente. ¿Cuánto durará?

12 de septiembre En ‘La fiesta de la insignificancia’, la última novela de Milan Kundera, leo lo siguiente: «La insignificancia es la esencia de la existencia. Nos rodea por todas partes, y siempre. Está presente incluso allí donde nadie la quiere ver: en los horrores, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias. Eso exige a menudo valor para reconocerla en condiciones tan dramáticas y para llamarla por su nombre. Pero no se trata tan solo de reconocerla, hay que amarla, aprender a amarla». Comparto esta idea de Kundera, un

escritor insólito y provocador, que también piensa por sí mismo: adoro la insignificancia en su doble acepción, la de las cosas que carecen de importancia y la de las que carecen de significado. Seres, objetos, gestos, palabras, vidas… Sea grande o minúsculo, lo insignificante es inocente, es bello, y está por todas partes, reclamando una atención. En cada cosa, en cada per-

Creo que la característica del siglo XXI, hasta la fecha, es que se ha deshecho de la Historia, acelerando la distancia con ella y dejándola atrás, como esos ciclistas que demarran en un puerto y dejan clavados a sus rivales. Nuestro presente parece no tener pasado. Se diría que todo está empezando a existir desde cero. Nuestro siglo solo cree en su presente y en su inmediatez; cualquier tiempo anterior es como un sueño lejano. Se ha desgajado del devenir de los siglos pasados como esas naves que se desprenden de su nave nodriza y vagan por el espacio con una prepotente autonomía juvenil. Y como todo joven, nuestro siglo ni siquiera es capaz de concebir un futuro, tan ajeno a él como su pasado. Quizá, en realidad, no sea esta más que la ca-

racterística de un típico periodo de entreguerras. Un excelente artículo de Joschka Fisher, ‘El agobio de Occidente’, publicado hace pocos días, rezumaba esta idea: vamos hacia un gigantesco conflicto. Porque este tiempo no recuerda que hubo otros tiempos con gigantescos conflictos también.

15 de septiembre

En España las reinas han sido más interesantes que los reyes, pero a la larga decepcionan ‘Lo que aprendemos de los gatos’, de Díaz-Mas, reducirá los prejuicios contra los felinos

Paloma Díaz-Mas ha escrito un libro maravilloso: ‘Lo que aprendemos de los gatos’ (Anagrama). Sin duda, interesará a quienes convivimos con gatos y los amamos. Pero también a quienes tienen prejuicios sobre ellos, porque se los reducirá (salvo que sean alérgicos). Pocos libros de adultos se han escrito en los que el protagonista absoluto sea el gato. Solo, quizá, el de los poemas que le dedicó T. S. Eliot en su ‘Old Possum’s Book of Practical Cats’. Por otra parte, Díaz-Mas es una escritora extraordinaria, leerla siempre es un placer. Con una naturalidad asombrosa, nos introduce en el mundo de los gatos a partir de dos momentos que conocemos bien quienes hemos vivido y vivimos con estos sutiles animales: la muerte de un gato después de muchos años a nuestro lado y la llegada de dos gatos nuevos a nuestras vidas. Nunca he leído nada más hermoso sobre la naturaleza del gato, que es la de su independencia absoluta y su permisividad hacia nosotros, sus falsos amos, ya que, de haber algún dueño en esta relación, sin duda es él, el gato, quien tiene a bien compartir su vida con nosotros, sus iguales.

La corona real, propiedad ahora del reciente Rey de España, Felipe VI. :: JUAN MEDINA


LECTURAS

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Palabras como sangre Amos Oz y su hija reflexionan sobre la identidad judía en un ensayo

EDUARDO ROLDÁN

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or lo vasto, profundo y resonante de la materia resulta muy difícil imaginar un título más atractivo que ‘Los judíos y las palabras’, escrito al alimón por Amos Oz y Fania Oz-Salzberger, hija del primero e historiadora, y editado por Siruela «con el apoyo» de la Embajada de Israel en España. Lástima que la resolución no colme las expectativas iniciales. Articulado en torno a una tesis muy lúcida, el ensayo se ve sin embargo empañado por la manera en que aquella se expone. En esencia, lo que vienen a defender los autores es que, partiendo de la base de que existe una identidad judía, un algo definitorio/distintivo, esa identidad se encuentra no en el océano de la genética ni en el huerto de la religión sino en el bosque de las letras. «La nuestra no es una línea de sangre, es una línea de texto», afirman al comienzo del libro. Por supuesto, esa línea de texto se ha nutrido y se nutre de religión –para empezar, porque en gran medida la tradición verbal judía, aun la laica, se basa en la Biblia, la Torá

El escritor y periodista israelí Amos Oz. :: ATTILA KISBENEDEK-AFP y otros textos de sustrato religioso–, pero lo particular no es el contenido –otros muchos pueblos cuentan con textos sagrados– sino la manera en que el contenido es tratado: como punto de partida y no como fin. La cultura judía ha invitado siempre a la discusión de los textos sagrados, a su manejo y su volteo. La sacralidad de los textos no supone una prohibición de acercamiento ni exige un acatamiento sin crítica, sino que es garantía de

que podrán soportar casi cualquier crítica que les caiga, de que están abiertos a casi cualquier interpretación. El uso los hace más fuertes, y quienes los usan se hacen más fuertes también. En las escuelas se impele a los alumnos a discrepar con el rabino, y los rabinos pueden incluso cuestionar a Dios y –más importante– vencerlo en la esgrima dialéctica. (No por nada casi indefectiblemente los abogados en las películas americanas son de

Comprendiendo lo incomprensible

Q

uizás no sea para tanto. Quizás no debería molestarme. Mejor seguir con lo mío, leer lo que creo que merece la pena y dejar a los demás que lean lo que les apetezca, sin más. No dejar que un anuncio me irrite. Sin embargo, no puedo evitar irritarme. Lo intento, pueden estar seguros, pero, como Valmont, no puedo evitarlo. No es que aprecie los juicios a priori, los considero peligrosos, tienden a cegarnos, a paralizarnos. Aun así, como todos, en ocasiones, no puedo librarme de

hacerlos. Quizás, concedámonos el lujo de dudar –porque dudar siempre es necesario , saludable–, la novela nueva del superventas Coelho sea una buena novela, puede que hasta una gran novela. Nada en la trayectoria de este gurú de medio pelo lo indica, pero aun así, dudemos, supongamos. Quizás debería leerla, si quiero hablar de ella, pero hay demasiado que leer, y lo cierto es que no voy a hablar de ella. Hablo del anuncio. Supongamos, digo, que la novela sea buena, que merezca la atención y la lectu-

origen judío. Un cliché puede resultar aburrido pero no tiene por qué ser necesariamente falso, al contrario). Esta fe en la palabra no hubiera podido arraigar y expandirse en la manera en que lo ha hecho si desde los comienzos hubiera estado su uso restringido a las clases con medios económicos para dedicarse al estudio. Las palabras abolen las barreras sociales, y ante ellas, del mismo modo que el folio en blanco iguala a todos los es-

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA

ra atenta. Seguro que, por ser su autor quien es, la tiene garantizada por parte de sus miríadas de seguidores. Y eso es lo que no entiendo, o entiendo demasiado bien. Igual que entiendo el hecho de que mucha gente escuche, lea, las palabras de Coelho como si fueran una verdad incontestable, una fuente de alivio, de salvación. Entiendo esas razones, pero no las comparto. No son, en cualquier caso, las razones por las que las que yo abro un libro. Pero ahí están ellos, con sus razones, dispuestos a desembolsar sus dineros en

cada nueva obra de Coelho. Nada que objetar, son miles, y si quieren dejarse timar, es asunto suyo, no mío. Mejor para el gurú. Mejor para su editor. Pero, insisto, son miles. No, son millones. Millones de ventas garantizadas. Entonces, ¿por qué el anuncio de televisión? ¿Por qué ese derroche que habrá costado lo mismo que varias nóminas –nóminas, con toda seguridad, sustancialmente reducidas por el signo de los

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critores, sea cual sea el reconocimiento que hayan conseguido, todos los hombres tienen las mismas dudas, los mismos caminos se les abren. El otro factor que ayuda a arraigar la palabra en el judío es la continuidad que se da entre escuela y familia: no existe escisión entre una y otra, sino una suerte de circuito donde la corriente no deja de fluir, y así en los niños va calando poco a poco y sin que se den cuenta el peso que las palabras tienen y, con él, desarrollen su independencia, un pensamiento propio que no se limite a asumir lo que les es masticado. Así, la sola Santísima Trinidad que reconoce la comunidad judía es Recordar, Aprender y Debatir. La tesis resulta original y, más importante, invita a la discusión. El problema radica en la tendencia de los autores a explicar en lugar de solo exponer. «Con esto queremos decir que…», «No pretendemos que con esta afirmación alguien piense…», «En otras palabras…» son fórmulas que se repiten a lo largo del texto, minorándolo. Un texto no ha de explicarse, porque el texto se explica a sí mismo: es una realidad que no necesita de andamiajes extras; en lugar de apuntalar la idea, el andamiaje la deslava. Los autores deberían haber tomado ejemplo de esos rabinos que dan vueltas y vueltas al sentido de una frase y dejado un margen para que el lector pusiera algo de su parte. Un segundo problema es la excesiva enumeración para sostener un punto de vista, práctica que lo único que logra es volver el texto cansino –no es un libro largo pero en ciertos pasajes se siente largo–. Por último, hubiera

sido también de agradecer la omisión de la irritante coletilla, omnipresente, de referirse a sí mismos, cuando es uno de ellos el que hace una observación, como «el novelista de entre nosotros» o «la historiadora de entre nosotros». Lo mejor del libro se deja para el final: un Epílogo que cuenta con un delicioso estudio del humor judío, tan autocrítico y sin embargo tan revitalizante –toda crítica y cuestionamiento han de comenzar por uno mismo–, así como con la transcripción de una conferencia que diera Amos Oz en 1982 que es de un equilibrio y una honestidad inauditos entre los intelectuales de hoy, y cuyo colofón –«Es judío todo ser humano lo bastante loco como para llamarse judío»– resulta tal vez la afirmación más controvertida de todo el texto en una primera impresión, mas difícilmente rebatible cuando uno cae en la obviedad de que ha sido escrita después de Auschwitz. ‘Los judíos y las palabras’ es un libro con notable interés que, sin embargo, deja un regusto amargo: la sensación de que, a poco que se hubieran cortado unos cuantos flecos accesorios, uno se habría encontrado con una obra maestra.

tiempos – de los empleados de la casa? Sería comprensible promocionar a un autor poco conocido por el que la editorial haya apostado. A alguien nuevo, que tenga, o no, algo nuevo que decir. Sin embargo, se gasta el dinero en vender un libro que ya está vendido. Y esto no es excepción. Pero en el mundo editorial en español no todo está perdido. Quiero felicitar a una editorial bastante joven. Se llama Páprika y es argentina. Y quiero felicitarles por publicar de nuevo en español ‘El curso del corazón’, de M. John Harrison. Me alegra ver recuperada para el lector en nuestro idioma, la que quizás sea –a mi entender– una de las más importantes novelas de finales de siglo pasado, ya sea dentro del gé-

nero fantástico o fuera de él. Les felicito por tener el valor de reivindicar una novela, que siendo en sí misma amena, está al mismo tiempo poderosamente bien escrita y huye de las facilidades al uso, tan frecuentes en un panorama editorial cada vez más desolador. Una de las muchas cosas que hubo que lamentar de la adquisición de Minotauro por parte de Planeta, fue la desaparición de esta novela y de algunas más de las librerías. Debo confesar que, en cierta manera, soy un forofo de la novela. Es una a las que vuelvo cada cierto tiempo, y una de las tres que me hicieron perder la pereza que me entra cuando me propongo leer en inglés (las otras dos no tuve más remedio, no estaban traducidas).

LOS JUDÍOS Y LAS PALABRAS Amos Oz, Fania Oz-Salzberger. Editorial: Siruela. Páginas: 220. Precio: 19,95 euros.


14 LA SOMBRA

Sábado 27.09.14 EL NORTE DE CASTILLA

DEL CIPRÉS

L

a semana pasada dediqué esta sección a los préstamos semánticos más o menos encubiertos, que surgen cuando a un vocablo o expresión que ya existe en la lengua se le da un significado que no posee originalmente y que tiene ese vocablo en otra lengua. Decía que muchos préstamos de este tipo están muy asentados en español y ejemplificaba con las palabras ‘ratón’, ‘halcón’, ‘cadena’, ‘abierto’, ‘romance’ y ‘álbum’. Dado que este tipo de préstamo no lleva aparejada la incorporación de una nueva palabra en la lengua, en general suele ser bien recibidos en la lengua receptora. Pero, claro, muchos préstamos de este tipo tienen que ver con errores de traducción y se los considera auténticos barbarismos, es decir, calcos viciosos de construcciones o significados no naturalizados en el idioma, que habría que evitar. Sin ánimo de polemizar ni de parecer purista, sí creo que ha de extremarse la atención al adaptar determinados vocablos procedentes de otras lenguas que, con mucha frecuencia, se traducen indebidamente por términos españoles de factura similar. Ejemplificaré con los adjetivos <agresivo>, <casual> y <severo> y con el verbo <testar>. El Diccionario académico define ‘agresivo’ como: a) ‘que tiende a la violencia’; b) ‘propenso a faltar al respeto, a ofender o a provocar a los demás’; c) ‘que implica provocación o ataque’. Como muchos de ustedes saben, actualmente se usa el adjetivo <agresivo> con un sentido que no se ajusta a ninguna de las tres acepciones anteriores. Cuando una empresa busca ejecutivos agresivos demanda personas que en el trabajo estén dotadas de iniciativa, dinamismo y empuje para emprender una tarea o enfrentarse a una dificultad, acepción segunda del término inglés ‘aggresive’. Por tanto, el uso de <agresivo> con ese significado es un préstamo semántico del inglés, ya que es una acepción no recogida en la

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

EJEMPLOS DE PRÉSTAMOS ENCUBIERTOS

Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es

última edición del Diccionario académico. Algo parecido ocurre con el adjetivo <casual>, que en los diccionarios se define como algo fortuito o que sucede por casualidad. Como calco del inglés ‘casual clothes’, empezó a utilizarse para referirse a la ropa informal (por oposición a la ropa de vestir) y a la ropa deportiva, pero hoy se utiliza indistintamente con los significados de ‘informal’, ‘esporádico’ e incluso ‘ocasional’. Lo he visto aplicado a los sustantivos hotel, restaurante, reunión, encuentro, entrevista y relación. El diccionario académico define el adjetivo <severo> como: a) riguroso, áspero, duro en el trato o castigo; b) exacto y rígido en la observancia de una ley, precepto o regla; c) dicho de una estación del año: Que tiene temperaturas

extremas. Como pueden apreciar, con las dos primeras acepciones se aplica solamente a personas y con la última solamente a estaciones del año. En inglés, ‘severe’ puede aplicarse tanto a personas como a cosas con el sentido de ‘fuerte, duro, intenso, agudo, pronunciado, grave o serio’. Consecuencias de una traducción inapropiada son ejemplos como ‘severas medidas de seguridad’ (en vez de fuertes medidas de seguridad), ‘un severo dolor de cuello’ (en vez de un fuerte dolor de cuello), ‘un dolor severo’ (en vez de un dolor agudo, o severo, según el caso), ‘un problema severo’ (en vez de un problema serio). En el caso de <testar>, la última edición del Diccionario académico recoge la acepción que hoy nos ocupa: ‘someter algo a un control o prueba’. Con este sentido es un calco del inglés ‘to test’, sentido idéntico al que tienen en español los verbos ‘examinar’, ‘controlar’, ‘analizar’, ‘probar’ o ‘comprobar’. Por tanto, sería preferible decir que un oftalmólogo (o un oculista, como ustedes prefieran) nos revisa o examina la vista (y no que nos la testa), que en un cosmético no se han utilizado animales en las pruebas de laboratorio (y no que el cosmético no ha sido testado con animales), que han sido necesarias pruebas adicionales para comprobar una hipótesis (y no para testar una hipótesis) o que ahora se analiza el agua en busca de fosfatos (y no que ahora se testa el agua). Estas son solo unas muestras de préstamos basados en una mala traducción. Describo, muestro el hecho, no lo critico, pero no puedo resistirme a transcribir lo que decía Lázaro Carreter, en su conocida obra ‘El dardo en la palabra’, a propósito de las palabras que entran clandestinamente en la lengua: «Hoy, hablantes cuidadosos plantan cara a muchos extranjerismos por el hecho de mostrarse a faz descubierta y, en general, oponen menor resistencia a otros que entran de matute, revestidos de cáscara –solo de cáscara– española».

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Adulterio. Paulo Coelho (Planeta)

El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)

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Bajo la misma estrella. John Green (Nube de tinta)

Galveston. Nick Pizzolatto (Salamandra)

La mujer del diplomático. San Sebastián (Plaza&Janés)

Si decido quedarme. Gayle Forman (Salamandra)

La pirámide inmortal. Sierra (Planeta)

Dies irae. C. Pérez Gellida (Suma)

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Los crímenes del monograma. Sophie Hannah (Espasa)

No culpes al carma. Laura Norton (Espasa)

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Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

El balcón en invierno. Luis Landero (Tusquets)

Cincuenta sombras de Grey. E. L. James (Debolsillo)

A la sombra del árbol violeta. S. Delijani (Salamandra)

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Nunca ayudes a una extraña. Guelbenzu (Destino)

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Las gafas de la felicidad. Rafael Santandreu (Grijalbo)

Open. Memorias. Andre Agassi (Duomo)

Las gafas de la felicidad. Rafael Santandreu (Grijalbo)

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Gente tóxica. B. Stamateas (B de bolsillo)

De animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)

El libro Troll. Rubius (Temas de hoy)

Los Reyes del Grial. M. Torres (Reino de Cordelia)

El Arte de no amargarse... R. Santandreu (Oniro)

Las gafas de la felicidad. R. Santandreu (Grijalbo)

Herr Pep. Martí Perarnau (Corner)

Los 88 peldaños del éxito. A. Pérez (Alienta)

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El cerebro del niño. D. J. Siegel; T. Payne (Alba)

La enzima prodigiosa 2. P. J. Ramírez (Aguilar)

El cielo es real. Todd Burpo (Planeta)

Reinas malditas. Cristina Morato (Plaza&Janés)

Mis recetas anticáncer. O. Fernández (Urano)

Ansiedad. Scott Stossel (Espasa)

La sociedad de coste marginal cero. Rifkin (Paidós)

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La fiesta de la insignificancia. M. Kundera (Tusquets)

La fiesta de la insignificancia. M. Kundera (Tusquets)

Pacto de lealtad. Gonzalo Giner (Planeta)

Adulterio. Paulo Coelho (Planeta)

El viento en las hojas. J. A. González Sainz (Anagrama)

El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)

Adulterio. Paulo Coelho (Planeta)

Leal. Verónica Roth (Molino)

Lo que aprendemos... Díaz; Mas (Anagrama)

Galveston. Nick Pizzolatto (Salamandra)

Muchachas. Pancol (La Esfera)

Pacto de lealtad. Gonzalo Giner (Planeta)

Nos vemos allá arriba. P. Lemaitre (Salamandra)

Adulterio. Paulo Coelho (Planeta)

Nos vemos allá arriba. Pierre Lemaitre (Salamandra)

Bajo la misma estrella. John Green (Nube de tinta)

Un millón de gotas. Del Árbol (Destino)

La pirámide inmortal. Sierra (Planeta)

La pirámide inmortal. Sierra (Planeta)

La pirámide inmortal. J. Sierra (Planeta)

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Conversación con Pablo Iglesias. Rivero (Turpial)

La montaña palentina... Díez; González (El senderista)

Un paso al frente. Segura (Tropo)

El Arte de no amargarse... R. Santandreu (Oniro)

Economía española... Maluquer (P&P)

La enzima prodigiosa 2. P. J. Ramírez (Aguilar)

Palabralogía. Ortega (Crítica)

Isabel la católica... Tarticio de Azcona (La Esfera)

Sobre el nacionalismo español. Taibo (Catarata)

Las gafas de la felicidad. R. Santandreu (Grijalbo)

España y Cataluña. Kiron (La Esfera)

Open. Memorias. Andre Agassi (Duomo)

La Tercera República.Garzón (Península)

Alimentando tus demonios. Allione (La liebre de marzo)

Podemos. Destruyendo a Pablo... Múller (Deusto)

La España de los RR. CC. Ladero Quesada (Alianza)

¿Riqueza de unos pocos... Bauman (Paidós)

Conversación con Pablo Iglesias. J. Rivero (Turpial)

La vida es suero. García (Enfermera Saturada)

España y Cataluña. Henry Kamen (La Esfera)


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Sábado 27.09.14 EL NORTE DE CASTILLA

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on la invención del término ‘folklore’ a mediados del siglo XIX, no sólo aparece un vocablo nuevo para designar la sabiduría popular sino que se abre un nuevo mundo de apariencia exótica y antigua dentro del mundo propio, de la propia civilización. La fingida extrañeza ante las costumbres y comportamientos rurales (considerados antiguos o poco evolucionados y relacionados casi siempre con un pasado de pobreza del que nadie querría acordarse) está magistralmente plasmada en el cuento popular del muchacho que regresa a su pueblo natal después de haber hecho el servicio militar (a veces la única salida que esperaba a los mozos aldeanos) y afecta encontrar todo cambiado e ignorar los nombres de las cosas que antaño tuvo como más comunes. Cuando pisa sin querer un rastrillo y el mango le golpea en las narices, recuerda todo de repente y grita: ¡Coño con el rastro! Y es que ese ‘rastro’, o sea lo que representan los saberes heredados por tradición, constituye siempre un compromiso que nos obliga a reflexionar porque nos ataña y nos recuerda permanentemente de dónde procedemos. Muchos de los conocimientos recibidos de la tradición tienen una gran antigüedad y, por lo mismo, se han ido puliendo, perfeccionando en su forma y contenido al pasar el tiempo. Otros son más modernos pero poseen al menos un estilo y unas características comunes que los definen como propios de un lugar y de unas gentes. Parte de esa sabiduría pertenece al acervo común de la humanidad. Otra parte ha nacido al abrigo de lo local, pero en ambos casos todos esos hechos han llegado a nuestra generación gracias a una evolución que los ha colocado con aparente exactitud en el momento presente. Al inventor de la palabra ‘folklore’, el anticuario y editor inglés William Thoms, le preocupaba que en su época no se hubiese inventado todavía un término preciso con el que designar los restos de aquel pasado que, pese a la antigüedad mayor o menor de

su origen, seguía teniendo actualidad por constituir la parte más genuina y representativa del individuo: su verdad y su mentira. Es bien conocida la historia del neologismo, que obedeció a una necesidad casi obsesiva de usar correctamente el lenguaje para llegar a comprender a quien lo usa: Thoms escribió en la revista ‘Athenaeum’ una serie de columnas bajo el seudónimo de Ambrose Merton, dedicando su atención en la primera de ellas –aparecida en 1846– tanto a las expresiones populares como al fervor que venían despertado los relatos y novelas antiguas en el editor Charles Wentworth, propietario de la publicación: «Sus páginas me han proporcionado tantas evidencias del interés que usted tiene hacia lo que en Inglaterra llamamos antigüedades populares o Literatura Popular (aunque se podría decir que es más mentalidad que literatura, y podría denominarse mejor con el compuesto sajón folk-lore: the lore of the people), que guardo la esperanza de reclutar su ayuda para recoger las pocas espigas que quedan esparcidas sobre el campo en que nuestros predecesores consiguieron buena cosecha. Todos cuantos han hecho de los usos, costumbres, prácticas, supersticiones, coplas y proverbios antiguos el objeto de sus estudios, tienen que llegar a dos conclusiones: la primera cuánto de lo curioso o interesante de esta materia se ha perdido por completo; la segunda es que mucho de ello puede rescatarse aún, si se le dedica una atención oportuna. Lo que Hone trató de hacer en su ‘Every-Day Book’, el periódico ‘Athenaeum’ puede llevarlo a cabo diez veces más efectivamente, reuniendo el inmenso número de hechos pequeños, referentes al tema que he mencionado, que están diseminados en la memoria de millones de lectores, y conservándolos en sus páginas hasta que aparezca otro Jacobo Grimm que preste a la mitología de las Islas Británicas los

buenos servicios que este profundo filólogo y estudioso de la antigüedad ha llevado a cabo para la mitología de Alemania. El presente siglo no ha producido quizás un libro más notable, aunque algo imperfecto como su propio autor confiesa, que la segunda edición de la ‘Deutsche Mithologie’; pero ¿qué es esta última? Un conjunto de hechos pequeños, muchos de los cuales, cuando se los considera separadamente –aunque insignificantes con respecto al sistema en que el pensamiento del autor los ha conectado–, adquieren un valor que quien los registró por primera vez jamás soñó poder atribuirles. Todas estas informaciones no han de ser útiles exclusivamente al anticuario inglés. La relación entre el folklore de Inglaterra (no olvide que yo recla-

Fabuloso invento

Retrato de William Thoms. mo haber introducido el término folk-lore, como Disraeli ha creado el de Father-Land para la literatura de su país) y el de Alemania es tan íntima, que dichas informaciones servirán probablemente para enriquecer futuras ediciones de la Mithologie de Grimm». Las alusiones a Jacobo Grimm, no eran ni gratuitas ni extemporáneas ya que el famoso mitólogo alemán, fundador de la gramática histórica y famoso recopilador de cuentos, había querido ser incluso más preciso en el uso del lenguaje al atribuir al significado de cada término un sentido que se enriquecía con el contexto: «La lingüística que cultivo y de la que parto no ha podido nunca llenarme plenamente –escribió Grimm–, y por eso me he sentido más satisfecho siempre que he podido llegar de las palabras a las cosas». La frase, utilizada luego por el filólogo Hugo Schuchardt para combatir a los neogramáticos alemanes que pretendían basar la vida entera en unas inmutables leyes fonéticas, sirvió de base para crear el método denominado «Sachen und Wörter», en el que, siguiendo la opinión del sabio alemán, «cada palabra tenía su propio ambiente». Aquel empeño se convirtió en

LA PARTITURA JOAQUÍN DÍAZ

«Al inventor de la palabra ‘folklore’ le preocupaba que no hubiera un término preciso para nombrar los restos del pasado»

ley, creó seguidores y bien pronto la dialectología y la etnografía tuvieron defensores comunes que, a pesar de las diferencias de matiz, lucharon por dar conjuntamente una explicación del mundo y de su evolución. Michel Foucault, hacia 1966, vino a aportar una nueva perspectiva a la cuestión tras confesar que en su texto titulado ‘Las palabras y las cosas’ había tenido mucho que ver una obra de Jorge Luis Borges en la que el escritor argentino creaba una tipología de animales siguiendo a una enciclopedia china –Borges hablaba de animales pertenecientes al emperador, embalsamados, amaestrados, lechones, sirenas, animales fabulosos, perros sueltos, etc.–, cuya lógica parecía estar fuera de nuestro universo cultural. Y sin embargo esa lógica existía y existirá siempre. Todo depende de la mirada y de la búsqueda de puntos comunes entre el lenguaje y el espacio. Foucault experimenta en el primer capítulo de su obra con el cuadro de Velázquez que representa a las Meninas y reconoce que, aunque las personas que aparecen en el cuadro tienen nombre propio, su espacio no es realmente el que estamos contemplando sino el formado por las sucesiones de la sintaxis, que crean un árbol con innumerables ramificaciones. Resulta curioso que la pretensión de Thoms de crear términos exactos que se ajustaran a la semántica, le jugara tan mala pasada y la palabra ‘folklore’ terminara convirtiéndose en un concepto equívoco al que se le atribuyen tantos significados. Tal vez Thoms era consciente de que eso iba a pasar y eligió como lema de la publicación ‘Notes and Queries’ –de la que fue editor durante muchos años– una frase del capitán Cuttle, personaje de una obra de Dickens (‘Dombey e hijo’) que, medio en serio medio en broma, venía a cuestionar la vida y su pretendida exactitud con un fino humor. La frase era: «Cuando lo encuentres, anótalo». Es decir, o anotas lo que escuchas, aunque sea falso, o no anotes nada. «–Wally, muchacho –repuso el capitán–, en los proverbios de Salomón podrás leer el versículo siguiente: «ojalá no carezcamos de un amigo en la necesidad, ni de una botella que ofrecerle». Cuando lo hayas encontrado, anótalo». El versículo, por supuesto, era un invento tan intencionado, tan fabuloso y legendario, como la palabra ‘folklore’, pero a Thoms le permitió entrar en la historia.


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LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 27.09.14 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

La flor que abre las piedras Homenaje a Octavio Paz 1. Somos huérfanos de los dioses y sin esa conciencia de exilio no puede existir esperanza de redención (Friedrich Höldelin). La poesía surge de esa conciencia y alienta esa esperanza. Habla de un reino interior, escondido, al que sólo en circunstancias especiales puede accederse. El reino de «las ínsulas extrañas», de las que habló san Juan. Sus frutos son las palabras. La poesía no es memoria del pasado, sino memoria del presente: un puente entre el lenguaje y el mundo. Tiene que ver con las moradas de los místicos o con aquellos castillos encantados a los que llegaban los caballeros. 2. El poema no es poesía, es un ‘conductor’. Sus palabras tienen el poder de abrir caminos, tender puentes, unir lo que está separado. William Carlos Williams, el gran poeta norteamericano, escribió sobre una flor con un poder así: «Por la metáfora reconciliar /gente y piedras. / Componer. (No ideas: / cosas.) ¡Inventa! / Saxífraga es mi flor y abre / rocas» (traducción de Octavio Paz). Esa flor saxífraga es la palabra poética. La palabra de las canciones, las leyendas y las fábulas. La poesía, parafraseando a Thomas Mann, es el vestido de fiesta del misterio.

cosas y sus nombres es doblemente insoportable: o el sentido se evapora o las cosas se desvanecen. Un mundo de puros significados es tan inhospitalario como un mundo de cosas sin sentido, sin nombres. El lenguaje vuelve habitable el mundo. 6. El sexo es la raíz, el erotismo es el tallo y el amor es la flor. ¿Y los frutos? Los frutos del amor son intangibles y ese es su verdadero misterio. La poesía habla de esos frutos intangibles. Nos dice que el cuerpo del hombre está lleno de palabras, y que nuestra misión al vivir es aprender a pronunciarlas. Que el mundo sólo ha podido ser creado para transformarse en un hermoso libro (Mallarmé). 6. Los japoneses toman piedras de la naturaleza y las transforman en obras de arte. Escoger una piedra, equivale a darle un nombre, hacerla girar en el universo de los signos. Aristóteles decía que el arte imitaba a la naturaleza, la gran creadora. La elección del artista japonés es un acto de reconocimiento con el que afirma su identidad con la naturaleza. El poeta quiere lo mismo, hacer entrar el mundo en la esfera de los significados.

3. No debemos renunciar a la soledad, sino hacer de ella nuestra fuerza. Sentirse solos posee un doble significado: por una parte consiste en tener conciencia de sí; por otra, en un deseo de salir de sí. La soledad es, en un primer movimiento, ruptura con un mundo; más tarde, voluntad por crear uno nuevo. De aquí su carácter revolucionario.

7. La misión de la poesía no es seducir o engatusar, como hace el lenguaje publicitario, sino la crítica. Es una crítica del mundo pero también del lenguaje. El centro de la poesía es siempre el hombre y la memoria de sus acciones. El mundo es un bosque de signos que debemos aprender a descifrar. Descifrar lo indescifrable, tal es la tarea del poeta.

4. La poesía vuelve habitable el mundo, es la búsqueda de un aquí y un ahora. Se confunde con el amor, que nos revela nuestra filiación con todas las criaturas del mundo, con los otros seres humanos pero también con los animales y los árboles, los ríos y las fuentes, las montañas y las fuerzas de la naturaleza. La poesía se rebela contra la escisión entre las palabras y las cosas, entre lo que acertamos a expresar y nuestros verdaderos padecimientos. La ausencia de relación entre las

8. De las tres palabras cardinales de la democracia moderna, libertad, igualdad y fraternidad, la más importante es fraternidad. La libertad sin igualdad genera injusticia, la igualdad sin la libertad tiranía. La fraternidad armoniza las otras dos y nos ayuda a corregir sus excesos. Su otro nombre es solidaridad: la alianza con los otros seres humanos. Esa alianza debe ser una apuesta de nuestra imaginación, que nos enseña a reconocer las diferencias y a descubrir las semejanzas.

:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL

DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO

9. La idea como apertura. Aquello no ligado a lo conocido, sino al desconcierto, a la búsqueda de un espacio donde la promesa de otra cosa pudiera escucharse y cumplirse. Ese espacio que inesperadamente se abre en la ciega entraña, dando lugar al pensamiento, es el corazón. Octavio Paz habría escrito ‘La casa de la presencia’, pues en el corazón es donde se consuman las bodas entre la materia y la idea. 10. En la boca viven las palabras y en el mundo las cosas. Equipararlas es afirmar la relación que existe entre el mundo y el lenguaje. En me-

dio hay una puerta: la imaginación. Abrir esa puerta es hacer que palabras y cosas, experiencia y lenguaje vuelvan a coincidir. Es decir, que la puerta al abrirse transforme la casa en una prolongación del mundo y que haga del mundo nuestra casa. 11. Gracias a la imaginación logramos abrirnos a esa vida que nuestros sentidos no siempre alcanzan a definir ni nuestra razón a comprender. La imaginación une realidades que están separadas: el mundo de los animales y los seres humanos, el de los adultos y los niños, el de los hombres y las mujeres, el de

los vivos y los muertos. La poesía es la otra voz. Nos devuelve la capacidad sentir, hace que nuestro corazón se llene de preguntas, es la voz del atrevimiento y del cuidado. 12. ¿Dónde está la realidad? Un árbol, una casa, un puente existen porque nosotros los nombramos. Y al nombrarlos hacemos vivir en nuestro pensamiento la imagen inventada que tenemos de ellos. Mas si no lo nombramos el mundo no existe. 13. Octavio Paz en una entrevista: «La poesía nos recuerda lo que somos».


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