Sábado, 04.10.14 Número CLXXIX
SOMBRA CIPRES LA
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Con Marguerite Duras en ‘El parque’ Menoscuarto publica, en el año de su centenario, una de las novelas cortas de la autora de ‘El amante’ [P2]
:: PEDRO RESINA
2 LA SOMBRA
DEL CIPRÉS
RECUPERAR A DURAS
Sábado 4.10.14 EL NORTE DE CASTILLA
La memoria del deseo Su infancia y su adolescencia en Indochina marcaron poderosamente la literatura de Marguerite Duras, que alcanzó con ‘El amante’ su mayor éxito mundial
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asi siempre, en la infancia, la madre representa la locura. Nuestras madres siempre permanecen como las personas más locas y extrañas que jamás hemos conocido», dejó escrito Marguerite Duras. No es de extrañar que hablara así. Su infancia y adolescencia en Indochina, marcadas por la ausencia del padre –abandonó a la familia en la colonia para regresar a Francia con los hijos de un matrimonio anterior– y por el desapego de la madre –acosada por los problemas económicos– determinaron poderosamente su psicología e influyeron de manera decisiva en su carrera. Tan pronto dulce como violenta, romántica como iracunda, la novelista, guionista y directora de cine nunca se terminó de desprender del todo de las vivencias que marcaron los primeros años de su vida. A los 70 años, Margueritte Donnadieu, que había cambiado su apellido por el de Duras, en homenaje al pueblo del que procedía su padre, regresó a los recuerdos de su despertar a las pasiones y escribió ‘El amante’, tal vez no la mejor, pero sí la novela que supondría su mayor éxito mundial. El Premio Goncourt, los tres millones de ejemplares vendidos y la traducción a cuarenta idiomas de la obra dan cuenta de la extraordinaria fuerza narrativa de una historia arrancada de las mismas raíces de la memoria. Una historia teñida de autobiografía en la que recordaba su propia aventura, con 15 años, al lado de su amante chino –Lee en la realidad–, con el que mantuvo una tórrida historia de amor durante año y medio. Es cierto que desde que regresó de Indochina, en 1932, con 18 años, la vida de Marguerite estuvo llena de peripecias, desde su pertenencia a la Resistencia francesa, donde cayó en una emboscada de los nazis y consiguió escapar con el concurso nada menos que de François Mitterrand, hasta su turbulenta militancia en el Partido Comunista francés, del que fue expulsada en 1955. Pero ninguna de estas experiencias le termina-
CARLOS AGANZO
blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/
«Amorysoledad, silencioydeseo, definenlomásvibrante delaliteraturade MargueriteDuras»
«Escribir–dijoencierta ocasiónlanovelista–es intentaradivinar loqueunoescribiría siescribiese»
ron marcando tanto como aquellos años de vida en Oriente. De hecho, su primer hito editorial, después de sus dos primeras novelas, tuvo lugar en 1950 con ‘Un dique contra el Pacífico’, escrita igualmente sobre evocaciones de la niñez. Las memorias de Asia de Marguerite Duras le darían también para escribir, dieciséis años más tarde, otro de sus títulos emblemáticos, ‘El vicecónsul’, ambientado esta vez entre la India e Indochina, y que con el tiempo se transformaría en obra de teatro y en filme, con el título de ‘India Song’ (1973). Mucho más célebre fue su guión para la película de Alain Resnais ‘Hiroshima, mon amour’ (1958), una de las piezas claves de la ‘nouvelle vague’ francesa: el fascinante diálogo de una pareja franco japonesa en el que la escritora hizo exhibición de toda su capacidad para seducir a través de la palabra, del silencio, del gesto y de la memoria; siempre en ese hilo indeleble que mantuvo con los días de su niñez y su primera juventud. Un asunto, el de la pasión amorosa en los límites de la sociedad, sobre el que aún volvería más adelante en ‘El amante de la China del Norte’, en 1991. Amor y soledad, silencio y deseo, plenitud y alienación, en una mezcla muy personal que define lo más propio, lo más turbador, lo más vibrante de la literatura de Marguerite Duras. Memoria del deseo reelaborada, transformada, sublimada en el extraordinario oficio de la escritura. Crónica de la soledad compartida, al mejor estilo de Rainer Maria Rilke, desde los recuerdos de la adolescencia hasta las sensaciones más íntimas del presente: «La soledad –escribió Marguerite Duras– no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir libros». Escribir libros: ese trabajo al que la autora de ‘El amante’ dedicó su vida entera, y sobre el que nunca fue capaz muy bien de explicar en qué consistía: «Escribir –dijo en cierta ocasión– es intentar adivinar lo que uno escribiría si escribiese».
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Breve tratado sobre la esperanza
‘El parque’, en la traducción de Carlos Barral, llega de nuevo a las librerías de la mano de Menoscuarto
ANGÉLICA TANARRO
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na joven que trabaja como criada y un vendedor ambulante, el típico ‘viajante’, se encuentran casualmente en un banco de un parque, una de esa plazas ajardinadas que pueden encontrarse en cualquier zona de París, y entablan una conversación aparentemente insustancial. Ella ‘no vive’, solo espera el momento en que saldrá de esa situación que, de alguna manera, le parece ‘irreal’, espera el momento en que su vida cambie radicalmente. Será –ella está segura– el día en que se casará y formará una familia como el resto de las mujeres. Él, sin embargo, parece estar contento con su situación. Tiene un trabajo que apenas le da para subsistir modestamente y para ello tiene que viajar sin descanso. Apenas tiene nada aparte de sí mismo y de su maleta pero no ansía, o al menos él lo cree, nada más. Se conforma –casi sin ser consciente de esa conformidad– con su más que modesta forma de vida. La charla, aparentemente banal, se va convirtiendo a medida que avanza en un pequeño tratado sobre la existencia. Y van apareciendo, apenas asomando, como quien no quiere la cosa, como quien habla del tiempo para llenar el vacío de un silencio incómodo, temas fundamentales en toda existencia humana. Se trata de ‘El parque’ una novela corta (algo más de cien páginas) completamente dialogada y sin duda la más teatral de las que escribió Marguerite Duras. De hecho también se convirtió en texto para la escena y este mismo año, al tiempo que La Pléiade reeditaba todos sus libros, con motivo de su centenario, se representaba de nuevo en el parisino L’Atelier de la mano los actores Clothilde Mollet y Didier Bezace. La editorial Menoscuarto ha
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RECUPERAR A DURAS
querido sumarse a la celebración recuperando este texto, lúcido, desnudo y lleno al mismo tiempo de todas las cualidades que adornaron la literatura de una de las escritoras más celebres que dio el siglo XX en la vecina Francia. Mujer libre, rompedora, independiente y cosmopolita, dotada, según quienes la conocieron de una energía contagiosa, que amaba el cine y el teatro tanto como la literatura, que en todos esos campos se movió con soltura, que militó en el Partido Comunista del que posteriormente fue expulsada –algo así como un signo generacional– que se crió en la vieja Indochina y ese cruce de culturas marcó para siempre su vida y su obra. ‘El parque’ es, como ya se ha dicho, un largo diálogo lo que, desde el punto de vista técnico es una de las dificultades de la novela, dividida en tres capítulos, cada uno de los cuales comienza con la misma frase: «El niño vino tranquilamente desde el fondo del parque y se plantó delante de la muchacha». De la muchacha apenas sabremos su edad, veinte años, y que a juicio de su interlocutor tiene unos bellos ojos. Del aspecto físico del protagonista menos aún. No hay nombres, no hay datos, el cielo está a ratos nublados, a ratos más luminoso, está a punto de llegar el verano. Solo son dos seres solitarios (solos como la mayoría de los personajes de Duras, aunque aquí la soledad parezca menos terrible) que hablan sin parar, pero que también podrían no hacerlo. Hablan porque sí, para distraerse, les resulta agradable,
EL PARQUE Marguerite Duras. Editorial Menoscuarto. Traductor, Carlos Barral. 128 páginas. 13,50 euros.
«En la novela, no hay datos ni descripciones, tan solo la charla de dos solitarios»
pero en su charla se deslizan las espinas en las que se engancha toda vida humana. Aparece, sin ir más lejos, esa especie de obstinación que padecen algunas personas empeñadas en postergar su ‘comienzo’ de vida: «–Sí, seguro que sí. Uno piensa que no pasa nada y, en cambio, ve usted, yo creo que lo más importante que le habrá ocurrido en su vida es precisamente esa obstinación que pone ahora en no vivir aún», le dice en un momento dado el hombre a la mujer. La vida misma, su ‘inutilidad’ o su ‘trascendencia’, centrada en el hecho mismo de la existencia incontrolable. El éxito y el fracaso, dos términos tan aparentemente claros como resbaladizos: «–La verdad es que triunfar nunca me ha preocupado demasiado, nunca he visto muy claro lo que esa palabra podría significar aplicada a mí; a lo mejor esa es la causa de todo. Por otra parte, ve usted, a mí no me parece que mi oficio sea insignificante», insiste el viajante.
Evolución Marguerite Duras (Gia Dihn, Vietnam, 1914-París), escribió esta novela en 1955, el mismo año en que fue expulsada del Partido Comunista. Para entonces ya había escrito ‘Les impudents’ y ‘La vie tranquille’, dos texto alejados del que posteriormente sería su estilo, y había vivido la desazón de la desaparición de su marido tras la Guerra Mundial y la experiencia de su regreso que después relató en ‘El dolor’ . Quedaba lejos aún ‘El amante’ novela que publicó en 1984, por la que recibió el premio Goncourt y la que le puso en la nómina de las celebridades literarias. ‘El parque’ muestra su evolución hacia el ‘nouveau roman’. El aroma de ese movimiento está ya en su peripecia dialogada, como está, en su tensión contenida, el tinte existencialista que alcanzó a todos los campos de la creación después de la guerra. ¿Es mejor tener un plan en la vida, no mirar alrededor, sacrificar cada momento presente para no distraer la espera de lo que habrá de venir, de lo que se desea? ¿Es preferible, por el contrario, aceptar las cosas como vienen, no preocuparse por el mañana, no tener ni siquiera en cuenta la posibilidad de un cambio? ¿Cuál de las dos posturas antagónicas que representan los dos personajes de la novela es mejor antídoto contra el dolor o el vértigo de toda existencia? A veces no tener esperanza es la mejor manera de gestionar la esperanza, parece decirnos la escritora. Y la esperanza, como la soledad, es el tema central de esta obra felizmente recuperada.
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Dos momentos en la vida de Marguerite Duras. A la izquierda, su imagen más conocida. A la derecha, de joven con su gato. :: DABAGHIAN JACK / REUTERS
«Tú no has visto nada en Hiroshima, nada» ÁLVARO DEL AMO
Director de cine y de teatro y escritor
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e dice el amante japonés a la actriz francesa, con quien pasa la noche. Yo he visto todo en Hiroshima, responde ella, he visto el hospital, los reportajes, he visitado el museo, conozco el número de muertos y heridos… «Nada, no has visto nada», insiste su amante. ‘Hiroshima, mon amour’ (1959), la película de Alain Resnais con guión de Marguerite Duras, (la escritora de 45 años que había publicado ya siete novelas, la última ‘Le Square’ en 1955), señala un lugar de encuentro. Texto literario y relato cinematográfico se funden para dar cuenta de la literatura y el cine que cabe permitirse después de la devastación de la II Guerra Mundial, un cataclismo con categoría de apocalipsis. Era preciso volver a contemplar la vida con otros ojos. La vida, o lo que de ella quedó después de la catástrofe; el
tamaño de la destrucción y las cifras millonarias de la matanza alcanzan el macabro prestigio del horror absoluto por la pareja de novedades con las que el conflicto bélico garantizó su macabra originalidad: los campos de concentración y la bomba atómica. Se había producido un vacío y el arte debía reaccionar ante lo que podía llamarse ‘el campo semántico de la nada’, una tierra de nadie que recibió distintas respuestas. Si el neorrealismo italiano se preocupó de sacar la cámara a la calle para retratar la modesta existencia de sus gentes y los paisajes en ruinas, los novelistas muy distintos agrupados bajo la etiqueta del Nouveau Roman, se enfrentaron al vacío con el afán de objetividad propio del entomólogo; también se reivindicaba la memoria como arma contra un olvido que, de producirse, sumiría a la humanidad en la indefensión y abriría la puerta al regreso de los dos ‘inventos’ fatídicos. Alain Robbe-Grillet escribió sus novelas imponiéndose el rigor de un catálogo objetal; el narrador renuncia a su omnisciencia para convertirse en un ojo tan impersonal y ‘objetivo’, nunca mejor dicho, como una cámara cinematográfica. Nathalie Sarraute hizo lo propio en el bu-
ceo íntimo, como si la misma cámara cinematográfica fuera capaz de zambullirse en el interior y allí captar sensaciones, pensamientos y deseos. Michel Butor tituló una de sus novelas ‘El empleo del tiempo’, cuya fluencia apresó también en el desarrollo de un viaje, aparte del intento de unir el reloj y el calendario en la crónica de los miles de litros de agua que se precipitan cada segundo en las cataratas del Niágara. Y Claude Simon recuperó las guerras helénicas como metáfora del espanto bíblico recién vivido. Un autor menos conocido, Jean Cayrol, dio forma teórica al estupor de la posguerra. Había colaborado con Alain Resnais en el mediometraje ‘Nuit et brouillard’, sobre los campos de concentración, y fue en el largometraje ‘Muriel, le temps d´un retour’ cuando puso nombre al arte del momento. Habló primero D´un romanesque concentrationnaire’, formulación que se concretaría después en Pour un ‘romanesque lazaréen’. La novelística ‘concentracionaria’, entendiendo por tal una narrativa que no pierde de vista la experiencia de los campos de exterminio, se precisa en la novelística ‘lazaréen’, un neo-
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Tiempo de guerra: la escritura de la espera
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Algo de ‘lázaros’ masculinos y femeninos tienen las criaturas de Marguerite Duras
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logismo que podría traducirse por ‘lazariana’ o ‘lazaresca’, en cuanto referida a Lázaro, el prototipo del resucitado, a quien Jesús devolvió a la vida según se relata en el evangelio de San Juan. Algo, o mucho, de ‘resucitados’ tienen los supervivientes de la guerra terrible, una destrucción que podía haber acabado con el planeta. Y en este sentido, algo, o mucho, de ‘lázaros’, masculinos y femeninos, tienen las criaturas de Marguerite Duras. Se aferran a la existencia con una pasión enconada e insistente, una furia tenaz donde no cabe el convencionalismo, tampoco la moral. Cuando se impone la fidelidad, no viene regulada por una norma; actúa como una fuerza eficaz para combatir la ausencia, secuela secreta e insidiosa de la realidad de posguerra. La ausencia como constatación del vacío, el hueco de una pérdida, el estupor de la desaparición del ser amado a la que sólo cabe oponer una esperanza, la que se nutre de la violencia de la desesperación. Los hombres y mujeres de Marguerite Duras necesitan hablar. Sus conversaciones no tienen la inmediatez de lo coloquial, ni se interesan por comparecer como la expresión de un carácter. Unos personajes
peculiares, de trato inconfundible y adictivo, que aparecen ante nosotros como seres próximos y reconocibles, aunque no respondan a la exigencia de la tipicidad; la criada y el vendedor ambulante se aceptan como tales figuras, que nos conmoverán por su lucidez, por su indefensión, por su desprecio de la felicidad, por su impudor a la hora de entregarse a un emoción súbita. «¡Qué bueno es estar con alguien alguna vez!», le dirá la actriz francesa a su amante japonés. Diálogos sintéticos, frases cortas, directas, que reciben con igual facilidad el enunciado de un pensamiento y una efusión sentimental. Preferencia por la intemperie y sus variantes. El ‘square’, como se llama en París a un enclave urbano entre la plazoleta y el jardincillo, garantiza una intimidad que otras veces se procura en paisajes abiertos, un acantilado o una playa. Si el relato literario concentra la acción, el cinematográfico puede explayarse en una voz ‘en off ’, especie de monólogo interior, utilizado en dos películas distintas, ‘India Song’ y ‘Son nom de Venise dans Calcutta Desert’. Siempre con la pregunta de la francesa en Hiroshima: «¿Por qué negar la evidente necesidad de la memoria?»
l 1 de junio de 1944 Robert Antelme, su hermana Marie Louise y otros miembros de la Resistencia del grupo de la rue Dupin son detenidos por la Gestapo en París. Escapan a la redada otros como François Morland (Mitterrand), Dionys Mascolo y Marguerite Duras, que no iba a asistir a aquella reunión. Su cuñada Marie Louise será deportada a Ravensbrück y nunca regresará; su marido, Robert, es enviado en uno de los últimos trenes después del Desembarco de las fuerzas aliadas al campo de Buchenwald. Él sí sobrevivirá a la deportación. Comienza así en la vida de la escritora un tiempo inédito, visceral, el tiempo de la guerra, tan fundamental en su obra como el tiempo de la infancia o del deseo. En su libro ‘El dolor’, publicado en 1985, Duras recoge el diario de los meses de la Liberación, cuando el regreso de los deportados supervivientes se dilata en un goteo interminable de listas de nombres en las que, día tras día, los que esperan abren o cierran definitivamente la puerta del regreso. El libro recupera para la literatura un cuaderno olvidado en su casa de Neauphle-leChâteau, que junto a otros tres cuadernos, la autora había guardado en un sobre con el título ‘Cuadernos de la guerra’, textos que reviven una época crucial en la vida de Duras entre 1943 y 1949. Así lo reconoce en el prefacio del libro cuando declara el espanto que le produjo encontrar y leer ese cuaderno, testimonio de lo que nunca supo nombrar y que marcó definitivamente su vida. No recuerda cuándo escribió ese diario pero no cree haberlo escrito como tal, es decir, en el día a día de la espera de las noticias que confirmarían si su marido había resisti-
BELÉN ARTUÑEDO
Poeta y profesora de Filología Francesa de la Uva
do o sucumbido en el campo de concentración. Más tarde dirá haber escrito ese «desorden fenomenal del pensamiento y de los sentimientos» en las clínicas de reposo para deportados en las que Antelme volvió poco a poco a la vida. No pudo ser un diario porque el tiempo de la espera suspende la escritura, impide el pensamiento que se verá usurpado por la convulsión y el desgarro: «Esto ya ni siquiera es pensar, todo está suspendido», escribe Duras, «Ya no existo al lado de esta espera». No puede escribir porque no hay relato ni verdad, solo se siente existir en la punta del tiempo en la que se encuentra, en el dolor físico y moral que transforma el cuerpo: la espera tiene boca, pulso, sienes, vómitos, frío; se desliza en el reloj de arena cayendo en la angustia de esa fosa en el que el sueño arroja a la autora sobre el cadáver de su marido tantas noches. En el relato de la búsqueda de información sobre el paradero de los deportados, la percepción del tiempo es lenta y opresiva; la sensación de no saber dónde ir para poder soportarse a sí misma se traduce en frases pausadas, en una observación casi aséptica de la lentitud con la que llegan a Orsay los supervivientes; las palabras nombran los sentimientos sin atropellarse y traducen el instante suspendido del saber. Ese instante se precipitará el 24 de abril de 1945 a las 5 de la mañana: dos prisioneros que
han regresado afirman que Robert está vivo. Comienza entonces la espera del regreso, cuando otros esperan la paz: «Los que esperan la paz, no esperan», escribe la autora. Ha comenzado el relato pero continúa el abismo del fragmento incompleto. Casi un mes después Antelme regresará de Dachau: «Mi identidad se ha desplazado» constata Duras, entregada a una espera no tan diferente en la percepción del tiempo suspendido, sumida ahora en el dolor de la esperanza, en la pasión de devolverle a la vida. La crónica de este tiempo de guerra termina con la recuperación de Antelme y la mirada de mutuo entendimiento que vertebrará, como tantas otras cosas vividas juntos, el amor y la lealtad profunda que ambos se profesaron siempre, desde el encuentro del amor-deseo, los años de convivencia en la casa de la rue Benoît junto a Dionys, hasta la separación. Otros instantes que marcaron su vida, como la muerte de su hermano pequeño y la de su primer hijo nada más nacer, consignaban el dolor en el pasado, un dolor vivido como un lugar al que regresar; sin embargo, el dolor del tiempo de la guerra, lleva a la soledad sin escritura, a un tiempo suspendido sobre el abismo de la locura. Cuando le preguntaban por qué escribir, Duras nombraba su soledad: la escritura es la duda habitada por la soledad que no se abisma en la locura. Y esta duda obliga a la desnudez moral. En la coincidencia del centenario del nacimiento de Marguerite Duras y del 70 aniversario del principio del final de la II Guerra Mundial, la lectura de ‘El dolor’ enraíza el pasado en el presente más actual, nos habla del tiempo inagotable de nuestra espera y de nuestras dudas.
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PingYao, la ciudad amurallada más preservada de China. A la derecha, anillo de autopistas en el centro de Beijing. :: ADRIAN BRADSHOW Y JASON LEE
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na ventisca glacial se abalanza sobre la ciudad al comienzo de ‘Familia’ (Libros del Asteroide), novela por entregas, con un punto folletinesco, de raíz autobiográfica tal y como se deduce de dos prefacios a sendas ediciones que cierran el libro, primera parte de la trilogía de Ba Jin ‘Corrientes turbulentas’. Mediante un realismo minucioso, como galdosiano, ya que, además, los personajes basculan entre lo íntimo y lo público, que van de suyo entrelazados, este escritor de referencia, cuya longeva vida recorrió todo el s.XX, por lo que tuvo desde una infancia burguesa y una juventud cosmopolita, con estancia parisina incluida, hasta la experiencia del ostracismo y los trabajos forzados durante la siniestra Revolución Cultu-
UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO
ral, enfrenta, dentro de una saga familiar, a la China conservadora y respetable, pero también intransigente y represora, aferrada a sus ritos y tradiciones –a quienes reniegan de ir en palanquín, por caso, se les tilda de ‘humanistas’– y a la juventud rebelde, harta de “los estragos del feudalismo” imperante durante siglos: matrimonios concertados, clanes patriarcales…, que en plena efervescencia cultural se abre paso, contra viento y marea, con ganas de salir de la jaula doméstica, transformar las ideas anticuadas y eliminar cuanto consideran antiguallas. La novela, que cuando se eleva sobre el tono inicial de comedia costumbrista, ahondando en las entrañas de los personajes, aun con el riesgo de forzar la carga romántica hacia la que deriva la desgra-
ciada historia, consigue sus mejores logros y tal vez por eso sea tenida como clásica, constituye, pues, el retrato de una nueva generación, de su empuje, de su desasosiego ante el incierto futuro y ante la desorientación que provoca el dolor, y a la vez de una sensibilidad que, junto al legado moral de los padres, desapareció. Un mundo antiguo está a punto de derrumbarse, pero nadie imaginaba el horror que iba a adueñarse de sus ruinas ni adónde irían a parar las ideas avanzadas, a veces tan intrascendentes como el corte de pelo de las muchachas, las revueltas estudiantiles de mentirijillas o los levantamientos militares que ya traían pánico y muerte. Nada comparado con el espanto que atraviesa ‘Crónica de un vendedor de sangre’
(Seix Barral) de su compatriota Yu Hua, novelista nato, de quien comentamos en estas páginas su exitosa ‘¡Vivir!’, como ésta, narración de una oralidad repetitiva muy ajustada. Excepto por la misma fe encarnizada en la vida –que en ‘Familia’ en ocasiones muta en tendencia a la depresión o el suicidio– por encima de amores, odios, alegrías y penas, por encima de todo, de la tozudez y el tesón, en suma, tan chinos, y de la certeza de que como recuerda, a partir de un dicho tradicional, Ba Jin, «más fácil es desviar el curso de un río o mover una montaña que cambiar el carácter de una persona», no hay más parangón entre ambas novelas. En la de Yu Hua, que admira mucho a Ba Jin, de quien dice que es el narrador que más le ha influido, no hay en absoluto es-
peranza en la juventud rompedora y entusiasta, en una China moderna. No hay de hecho ningún resquicio de esperanza desde la primera a la última página, ancladas en la China profunda, sacudida por todos los desastres del siglo anterior. La historia gira en torno a un inocente con «buen corazón», repartidor de capullos de gusano de seda empleado en una fábrica textil, luego fundidor en uno de los delirantes planes industriales maoístas. Una especie de pícaro que, como en la novelística hispánica del XVI y del XVII acude a increíbles tretas para distraer al hambre y cree de manera ingenua haber alcanzado su buena fortuna al final del texto. Pero su vida miserable transcurre, sin luz alguna de redención, entre penalidades varias, fatigas,
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La cortina de hierro Las dos Alemanias, las dos Chinas
CONFLUENCIAS
FAMILIA
VVAA. Edición de Cecilia Dreymüller. Alpha Decay. 356 páginas. 21,90 euros.
Ba Jin. Libros del Asteroide. 376 páginas. 19,95 euros.
CRÓNICA DE UN VENDEDOR DE SANGRE Yu Hua. Seix Barral. 302 páginas. 19 euros.
AL OTRO LADO DEL MURO (La RDA en sus escritores) VVAA. Errata Naturae. 264 páginas. 19,50 euros.
riadas y hambrunas, sobre todo hambrunas. Un mundo oscuro donde no existe el olvido y las venganzas se rumian sin descanso, de una pobreza ancestral que no hace sino incrementarse con las Comunas Populares, el Gran Salto Adelante, la gran Producción de Acero o la Gran Revolución Cultural de los terroríficos dazibaos, programas eufemísticos del maoísmo, cada vez más sanguinarios, para mantener y aumentar la carestía de los de siempre: «El Estado viene a ser como los terratenientes de antes», sentencia el protagonista, obsesionado con que el cuerpo es la única fuente de rendimiento y subsistencia y, por tanto, con desprenderse de su sangre como manera de entregar su fuerza y su vida en cada extracción para salvar a los suyos.
«No se sabe muy bien qué ha pasado, qué está pasando en China, si la cortina de hierro ha caído o simplemente se ha alzado...»
No se sabe bien qué ha pasado, qué está pasando en China, si la cortina de hierro ha caído o simplemente se ha alzado y depende dónde y cómo; en cambio, en Alemania el telón de acero cayó, con mucho estrépito en 1989. Antes, en la RDA, debido al férreo control estatal en todos
los órdenes, los libros eran el único espacio público donde en contadas ocasiones podían dirimirse diferencias de opinión. De ahí la inusitada importancia que suscitaron los textos literarios, de un modo difícilmente imaginable en el Oeste. De este valor da buena cuenta ‘Al otro lado del muro’ (Errata Naturae), una selección de textos, sobre todo autobiográficos y ensayísticos, por su imbricación con la realidad sociopolítica, de lo más granado de la escritura en la Alemania Oriental. En esos años plomizos la única rendija por la que podía colarse alguna claridad era la literatura. Es más, el antólogo plantea, en relación con el franquismo o la Cuba actual –no sé si valdría para la China maoísta–, la paradoja de que quizá la censura, en cierto modo, sea un acicate para
la creatividad. Desde luego, los escritos que aparecen aquí son, además de heterogéneos, de una altísima calidad. No sabría bien con qué quedarme: si con el ingenio desolado, irónico y escéptico, de Günter Kunert, la mordacidad de su amigo Erich Loest, represaliado y encarcelado, o el realismo comprometido del disidente oficial Stefan Heym, que nos acerca a los terribles ingenieros del alma, con aparición final de Brecht. Si con el clasicismo del antifascista Stephan Hermlin, partidario desde el principio y hasta su muerte de lo que consideraba «la Alemania mejor» o el humor crítico de Jurek Becker, también judío, nacido en el gueto de Lódz. Si el arrebatado desencanto de la indomable Brigitte Reimann en sus enardecidos diarios o la brillante parodia de tintes pica-
«En los años plomizos de la RDA la única rendija por la que podía colarse alguna claridad era la literatura»
rescos del artero colaboracionista Hermann Kant. Si la brava defensa, apoyándose en Anne Seghers, de la utilidad y el disfrute de la literatura del escribiente funcionario Hedmut Sadowski o su contrapartida: la denuncia, de gran coraje ético y autocrítico, de Franz Fühmann.
No hay ni uno solo de entre la quincena de escritores de esta peculiar historia de la literatura alemana en prosa bajo el régimen comunista que ha seleccionado Ibon Zubiaur, autor además de un prólogo ajustado y harto esclarecedor –y no conocía a ninguno, pues el prologuista ha descartado adrede a Christa Wolf– que desentone. Una muestra del Estado de los obreros y campesinos, en suma, estupenda, que me ha devuelto al clima de la inolvidable ‘Los otros’, que hace poco han repuesto en la tele, a tal punto que he pensado que tal vez el antagonista salvado por el oscuro agente de la Stasi sea trasunto real de uno de estos magníficos prosistas, fervorosos de su idioma, tal vez la verdadera patria. O no, como sostiene la polémica Herta Müller, merecidísima Nobel, en el libro que abordamos a continuación. El último texto del libro se titula ‘La reunificación de la literatura alemana’. En él se ven venir los desastres de la ley de la oferta y la demanda y de la superficialidad imperante. Como una especie de respuesta a esta conferencia, en ‘Confluencias’ (Alpha Decay) se reúnen, por orden cronológico, una veintena de escritores del s. XXI, justamente lo más significativo de la narrativa en alemán, multiculturalista, tras la caída del Muro, con textos no traducidos hasta ahora al español. En este caso la recopiladora, que subraya en el prefacio aspectos parecidos a los que denuncia la conferencia, no puede ser más indicada, Cecilia Dreymüller, baste citar su previo ‘Incisiones. Panorama crítico de la narrativa en lengua alemana desde 1945’ (Galaxia Gutenberg). El muestrario se abre con tres relatos breves de ‘Una vez más por Tucídides’, libro de Peter Handke –aún tengo el sabor maravilloso de sus anotaciones ‘Ayer, de camino’– que por sí mismos salvarían cualquier libro. Luego viene un capítulo de ‘Si fuéramos animales’, ejemplo de la poética de lo insignificante de Wilhelm Genazino; el cuento ‘Habitar’ del sutil y exquisito Botho Strauss…hasta el realismo sucio, directo al hígado, de Clemens Meyer, genuino alemán del Este, de quien ya comentamos ‘La noche, las luces’ (Menoscuarto), o la caída en el absurdo del más joven de los antologados: el vienés Xaver Bayer. C.Dreymüller lo resume a la perfección: «amplitud de miras, pluralidad de acentos, profundidad de análisis y reflexiones […] crisol de temas, estilos y sensibilidad», todo ello inusual en nuestros días. Una gozada en todos los órdenes. Pasen y vean. O espiguen. Cualquiera de las prosas elegidas es de mucho, muchísimo provecho.
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DEL CIPRÉS
David Trueba
EL ESCRITOR EN SU BIBLIOTECA
JESÚS MARCHAMALO
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rrastra el viejo trauma David Trueba (Madrid, 1969) de una casa tomada por los libros. Las bibliotecas, cuenta, son siempre un accidente y con frecuencia el resultado de una obsesión. Y la suya, insuperable, persistente en el tiempo, es la de aquella casa. Fue allí a vivir de joven y se encontró con un viejo poeta prisionero de sus libros. Cientos, miles de ellos, que habían conquistado como un ejército invasor cada rincón y que, victoriosos, ocupaban las mesas y las sillas, y se extendían como una rara epidemia, incurable, por los sofás y las superficies de los muebles. Así que decidió que a él no le pasaría. Y en esta biblioteca impera la voluntad expresa de resistir el acoso de los libros, como Ulises el canto tentador de las sirenas. Cada uno que entra –como en aquellas fronteras impenetrables de la Guerra Fría– obliga a otro a salir. «Libros –comenta expeditivoque no voy a volver a leer, que a mis hijos no van a interesarles y que, en todo caso, puedo volver a comprar». Pero es esta una ley que se aplica con laxitud, con infinita, demorada pereza, dejación, negligencia. Así que hay libros aquí por todas partes, en montones, y ocupando la mesa de la cocina, cruzados en los estantes, en cajas… Es el virus, aquél del viejo poeta, que se extiende a sus anchas: los libros en el suelo, sobre las mesas, todas, y en el mueble de la entrada, junto a fotos familiares y agendas – Paul Valéry, Colm Tóibín, Julio Camba– , en el que los recién llegados protagonizan ese rito minucioso, casi ritual, de esperar su turno de lectura. Por lo demás, impera en los estantes un decidido orden alfabético en el que prevalecen nombres como Irving y VilaMatas; Cheever y Vargas Llosa; Nogales y McEwan… Un mural colorista de lomos alineados, casi un escaparate, que tropiezan entre ellos, se acodan y entrecruzan, y que ocultan una segunda fila ordenada, detrás, también por la inicial del apellido: A y B en la primera balda; C, D y E en la siguiente, aclara, allí al lado de
David Trueba en su biblioteca; las estanterías llenan todos los rincones de la casa. :: FOTOS DE J. MARCHAMALO
uno de esos sueños de juventud: un Scalextric montado y funcionando con puentes y chicanes y contador de vueltas. Y ahí, en la hache, Hrabal (se pronuncia, como el actor, Rabal), todos sus libros. Un escritor imprescindible –‘Bodas en casa’, ‘Una soledad demasiado ruidosa’, ‘Trenes rigurosamente vigilados’–, que murió en Praga en febrero de 1997, el día, también es casualidad, en que nació su hija Vio-
leta. «A veces se lo digo: naciste el mismo día en que se suicidó mi escritor favorito».
Un nombre de imprentilla Pequeño de ocho hermanos, recuerda aquella casa de infancia, en la que sus padres nunca escatimaban en libros, y sus primeras lecturas en la colección Historia Selección de Bruguera, aquellos libros –Stevenson y Verne, Conan Doyle y Salgari– mitad texto y mitad historieta, que iban pasando de hermano a hermano con la naturalidad de una herencia legítima. Un trajín
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La foto de Ava Gardner ‘A este lado del paraíso’ Francis ScottFitzgerald Alianza editorial
«Lo leí en la universidad y con un sentimiento de identificación total con lo que se cuenta, la historia de un joven estudiante en Princeton, y con el momento y el autor que lo ha escrito».
‘Abierto toda la noche’ David Trueba Anagrama
«Un libro que escribí cuando pensaba que ser novelista era algo inalcanzable para mí, y en el que el humor era una manera de refugiarse. Es mi primer libro y la sensación de verlo editado es algo de lo que no te separas nunca».
‘Los santos inocentes’
Algunos de los premios Goya obtenidos durante su carrera, y libros imprescindibles como los de Hrabal.
Miguel Delibes Destino
«Fui a ver el estreno de la película, con quince años, al cine Coliseum, y viví esa sensación rara de que el cine español también puede ser una obra maestra. Luego leí el libro casi por pundonor, y a partir de ahí he leído muchos otros libros de Delibes. Pero ése fue el primero».
que acababa borrando, diluyendo, las huellas de propiedad y que provocaba a veces rivalidades –cuáles y de quién eran en realidad los libros– que le llevaron a hacerse un sello con su nombre, con una imprentilla de juguete, David Rodríguez Trueba, con el que durante tiempo estampilló todas sus lecturas. «Mis hermanos me regalaban muchos, sí, y siempre fui muy precoz en las lecturas. Recuerdo haber leído, por ejemplo, con dieciséis años, el ‘Ulises’ de Joyce sin entender nada y fascinado. Luego lo he leído un par de veces más». De aquella épo-
ca, también, recuerda la primera lectura de ‘Lolita’, de Nabokov, y de Saul Bellow, en aquellas ediciones de RBA llenas de dorados y gofrados de polipiel, como viejos aparadores, y el encontronazo con Stendhal, ‘Rojo y negro’, que no le gustó nada hasta que ocho años más tarde volvió a intentarlo y se convirtió en el libro de su vida. Eso y la novela negra que ha ido con el tiempo abandonado: Chandler, Hammett, William Irish… La poesía, arriba en el dor-
La foto de una jovencísima Ava Gardner, pendiente de enmarcar.
mitorio, cuenta. Libros que se van agolpando en la mesilla y que lee siempre antes de dormir, eligiendo uno u otro –románticos ingleses, Juan Ramón o Neruda, Dickinson o Allen Ginsberg, aquel viejo santón irreverente–, dependiendo del día. También libros en la cocina. No sólo de cocina –‘Saber comer’, ‘Cómo mojar una galleta’, ‘El libro de la cocina italiana’– sino aquellos que se leen o se han leído allí: ‘Mafalda inédita’, ‘Secretos de los hombres primitivos’, ‘Para viajar con niños por España’ y media docena larga de tebeos de Tintin. Y en el cuarto de baño, al lado justo del cesto de la ropa, una pequeña selección de lecturas de cortesía, breves y necesariamente fragmentarias, para las visitas: ‘Bar Sport’, de Stefano Benni; ‘This is water’, de David Foster Wallace, o ‘Relaciones y soledades’, de Arthur Schnitzler, a elegir. Las bibliotecas, todas, están llenas de recodos y remansos, trampantojos y enredos y cuesta saber, a veces, por dónde continúan. Aquí, en el piso de abajo, en el estudio, libros de cine, muchos, Philip Roth y Capote, ocultos por fotos de escritores y músicos –Baudelaire, Neil Young, el propio Roth– que recorta de periódicos y suplementos culturales y cuelga como banderas allí delante de
Me habla de los papeles que guarda en los libros; entrevistas y críticas que deja entre las páginas
las baldas, lacias y desventadas, sujetas con algún libro.
Librerías pequeñas Aquí, también, Historia y un puñado de libros de Austral, con sus lomos de color apagado, como si los hubiera lavado una y otra vez, gris, verde o amarillo: Ortega, Marañón, Azorín… Y Pla. Mucho Pla al lado de RafaelAzcona, de quien fue amigo fraternal, y que siempre le recomendaba, insistente, que leyera al catalán de la boina y el cigarro colgando de los labios. En las paredes, ese mundo de exvotos que domina una foto de Hrabal, otra de Azcona, y otra que le regaló Luis Cuenca, el actor, dedicada, en la que posa junto a Dalí. Y señala ese lugar donde estaba la conocida foto de Nabokov –las gafas en la punta de la nariz, escribiendo en un coche–, que un día se cayó por detrás de los estantes y que no ha podido recuperar.
Me habla de los papeles que guarda en los libros; entrevistas, y críticas que deja entre las páginas; de las notas sutiles, casi invisibles –un punto, una discreta cruz apenas insinuada con lápiz– que escribe, con infinito cuidado, sólo de vez en cuando en una página, y de cómo los libros guardan el recuerdo de dónde los compramos o leímos, o de quien nos los regaló. «Me gusta mucho comprar en librerías pequeñas, creo que hay que seleccionar con cuidado dónde haces el gasto, y ser consciente del paisaje que construyes con tus compras. Últimamente mi radio de librerías se ha ido limitando porque mi hermano Jesús abrió una, bien surtida y bonita, y en la que además hace descuento a los hermanos». Y me enseña, sobre su mesa de trabajo, allí entre libros, discos, postales y botes de bolígrafos, un recorte con la foto de una jovencísima, bellísima, Ava Gardner. Me cuenta que tenía 18 años y que fue a visitar a su hermana, en Nueva York. Su cuñado, fotógrafo profesional, la retrató y puso su foto en el escaparate. Allí, la vio días más tarde un productor de la Metro, que se quedó deslumbrado. Y ése fue el principio de su carrera imparable al estrellato. Me dice que va a enmarcarla. No me extraña.
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La ciudad, sí, pone a nuestra disposición espacios para la lectura. :: J. RODRÍGUEZ-VELASCO
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ISLA FLUVIAL JESÚS RODRÍGUEZVELASCO
«...Hay montones de personas tranquilamente concentradas en sus libros y sin conexión a Internet».
as paredes del Hungarian Pastry Shop están ilustradas con cubiertas de libros escritos sobre sus mesas. Hay portadas de otros libros a quienes les habría gustado gestarse allí. Es posible que haya decenas de artículos dedicados a esta cafetería, siendo, como es, uno de los lugares más propicios a la lectura y a la escritura. Eso a pesar de estar en un tramo ruidoso de Amsterdam avenue, justo enfrente de Saint John the Divine, adonde se acercan decenas de autobuses de turistas a toda hora del día. En el salón algo viejo, no demasiado limpio y con muebles desvencijados, hay montones de personas tranquilamente concentradas en sus libros y sin conexión a Internet. De entre todos los lugares propicios a la lectura destaca Bryant Park. Su sala de lectura al aire libre está al oeste de los leones que guardan la Biblioteca Pública de Nueva York. Se abrió en 1935, tras la recesión de 1929. La ciudad era un vagar de almas semivivas de personas con educación impecable, pero desempleados. La ciudad de Nueva York, entonces regida por Fiorello H. La Guardia organizó un espacio con bancos y estanterías rodantes llenas de libros procedentes de la bi-
Libros blioteca, así como publicaciones periódicas fruto de donaciones. Esta biblioteca sin paredes les servía para reunirse, leer, discutir. También podían usarla como dirección postal válida en la que recibir correo por lo general relativo a su búsqueda de trabajo. Nueve años después, en las paradójicas circunstancias de una economía de guerra, la sala de lectura cerraba sus inexistentes puertas. El lugar se volvió a abrir al público en 2003, y así permanece todavía. Los primitivos bancos han sido sustituidos por veladores de metal y sillas incómodas, mientras las estanterías portátiles originales han sido reproducidas e ilustradas con los logotipos de sus patrocinadores –bancos, editoriales, y otras corporaciones–. Incluso en días lluviosos, uno puede sentarse bajo las amplias sombrillas y leer, por ejemplo, una edición de Hamlet, o la traducción del
Quijote de Edith Grossman. En términos generales, y a excepción de los periódicos y revistas de actualidad, la sala de lectura del parque tiene cierta vocación clásica. Ourit Ben-Haim hace fotografías de personas que leen en el metro. Nunca la he visto, pero se desplaza con una cámara bastante grande y un objetivo que no pasa desapercibido. Sin embargo, en sus fotografías reina siempre un silencio imposible en los túneles del MTA, el sistema de metro de Nueva York. En esas fotografías se respira una infinita concentración por parte de los lectores, una profunda ausencia del tren en el interior del tren. Las fotografías no dan a conocer lo que pasa alrededor de los lectores, sino lo que sucede en su interior. Casi se masca el modo en que, embebidos en sus libros, rumian las palabras entre los pliegues del cerebro. Algunos conversan en silencio con las
historias que leen, y chistan, mueven los labios, restallan la lengua, tuercen el gesto o fruncen el ceño; a veces ríen a carcajadas, y en raras ocasiones se hacen gestos con otra persona cercana a ellos, pensando que también estos han leído lo que ponía en aquella página. El metro es mucho más que una biblioteca o mucho más que una sala de lectura rodante. Es más propiamente un libro. No existe solamente el metro de las frentes concentradas en páginas de papel o electrónicas. Está también el metro de las miradas perdidas, de los equilibrios improbables, de las cercanías excesivas en las muchas horas punta de un tren que rueda las veinticuatro del día. En el metro de la disimulación y de las búsquedas extrañas, lo que conviene es un libro de poesía, al que la propia ciudad –es decir, los poderes civiles– llama ‘Poesía en Movimiento’. El programa de llevar poesía a los trenes no es exclusivo de Nueva York. Aquí nació en 1992, y el primer poema que se hizo inscribir en los paneles que flanquean las puertas del vagón, fue uno de Walt Whitman sobre el ferry de Brooklyn. ‘En el tren’, el largo poema filosófico de Whitman queda re-
ducido a la sola imagen de la multitud uniformada cruzando en el ferry bajo la mirada de un poeta sobre quien no pesan ni el tiempo ni la distancia. Luego vinieron poemas de Emily Dickinson, de Yeats, o de Lucille Clifton: un cancionero en el que los poemas están llenos de esperanza, de la belleza de la memoria, de triunfo. Todos esos versos recorrieron los túneles hasta 2008, año en que descarrilaron. En 2012, volvió a comenzar el programa. Cuatro poemas nuevos cada año rodando rítmicamente de vagón en vagón por la ciudad: Jeffrey Yang, Billy Collins, Tracy Smith, o Jim Moore, son algunos de los poetas. Los poemas, un mantel que, al extenderse sobre la mesa familiar, parece una bandera; la sorpresa ante quienes hablan de dinero como si fuera un amante que se fue para no volver; la culminación de la educación en la ceremonia de graduación; la posibilidad de encontrarse uno a sí mismo gracias a la bóveda de la estación central; la paz... La ciudad, sí, pone a nuestra disposición libros o espacios para la lectura, citas escritas en las paredes, e incluso libros o cancioneros sobre raíles. Son sólo textos para una política de la lectura.
LECTURAS
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Pensar con todos Los sensatos y cultos artículos de Fernando Savater van hoy destinados al ilustrado público burgués
LUIS ANTONIO DE VILLENA
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lgunos seguramente echan de menos al Savater rebelde y ácrata, joven aún en la vorágine de la Transición, con libros como ‘Panfleto contra el Todo’ (1978). Entonces sus lectores –muchos– eran sobre todo jóvenes contestatarios. Había también otro Savater de más altura, el filósofo creador en el ejercicio de su especialidad (catedrático de Ética) con libros más profundos como ‘Ética como amor propio’. Un Savater de más peso. Él nunca fue un filósofo que esperara construir un sistema –como acaso lo fuera Trías– sino que por talante, buen vividor y optimista pese a los pesares, Savater veía a la filosofía en la calle y no en las academias, buscaba a un ciudadano de pie, ilustrado probablemente (ahí no hemos llegado) pero ciudadano. Cuando escribió, hace más de veinte años, uno de sus libros más divulgados y traducidos, ‘Ética para Amador’, que era su hijo, adolescente por entonces, la divulgación entró plenamente en la obra savateriana. La buena divulgación de un razonado artículo de periódico que des-
pués pasa al libro. En tal línea están claramente los dos últimos, ‘Figuraciones mías’ y el recién aparecido ‘No te prives. Defensa de la ciudadanía.’ Curiosamente a los lectores hoy más rebeldes y jóvenes, Savater les parece un tanto ‘carca’. Si son listos, tienen que reconocer que están ante un hombre ilustrado y de enorme cultura, sobre todo filosófica, pero que ha asumido el papel de un buen burgués liberal y tolerante (incluso nítidamente anticlerical) pero que se aparta de los idealismos excesivos o de los misticismos patrioteros de los nacionalismos vasco y catalán, y busca que el ciudadano participe en la vida pública, sea crítico y activo, pero desde una suerte de razonado sentido común. Desde esa perspectiva critica (sin acritud) el idealis-
NO TE PRIVES. DEFENSA DE LA CIUDADANÍA Fernando Savater. Ariel, Barcelona, 2014. 220 págs. 14,95 euros.
mo de los ‘indignados’ porque asegura que la ‘democracia real’ que ellos piden (es uno de los artículos) es precisamente la que tenemos, mejorable y perfectible, pero esta, no la ‘ideal’ que seguramente no existe. Pero claro los ‘indignados’ contestan –lo he oído– que democracia real no se opone a ideal, sino que su ‘democracia real’ es una democracia limpia y viva, sin políticos que saquen tajada, por ejemplo. Es ahí donde uno se da cuenta que estos sensatos, jugosos y cultos artículos de Fernando Savater van hoy destinados al ilustrado público burgués (que no sé cómo anda de nutrido en esta España de pobrezas intelectuales) pero que, desde luego, no va a conectar con los jóvenes rebeldes de quienes –paradojas de la existencia– fue líder máximo en los setenta. Yo que soy amigo suyo y que lo leo comprendiéndolo, no dejo con todo y su ‘buen juicio’, de echar algo de menos a un Savater o más rebelde o más intelectual, verbigracia el que dio a conocer en España a Cioran y el que incluso nos lo presentó a algunos amigos, pues Cioran (amigo de España) sólo vino como viajero incógnito y detestaba ser conocido. No tenía televisión, evidentemente. Ese Savater es mi favorito. Aunque sé que su actual labor divulgadora está llena de méritos.
El filósofo y divulgador Fernando Savater. :: KIKO HUESCA
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LECTURAS
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nados a auspiciar una aberrante apertura diplomática del régimen de Kim Jong-un nos sirven para asegurarnos de lo contrario. Adam Johnson no distorsiona la naturaleza de aquel Poder. Algún crítico ha definido su novela como distópica, en la línea de ‘1984’ o ‘Un mundo feliz’. El juicio no me parece infundado. Es más, creo que en ningún lugar del mundo estamos hoy a salvo de formas de control de nuestra vida personal, algunas de las cuales se reflejan, llevadas al límite, en esta novela. El control del Estado sobre el individuo se extiende cada vez más como una marea sucia, un chapapote que alcanza hasta los más diminutos resquicios de nuestra libertad. El régimen coreano que
aquí se describe es probablemente el vértice extremo de esa realidad que se extiende por el resto del mundo gracias a las nuevas tecnologías puestas siempre al servicio de quienes controlan cualquier Poder. No es ‘El huérfano’ una novela fácil de leer. Por un lado, las historias que se nos cuentan, los ambientes que describe, hielan la sangre del lector y lo dejan atónito. Por otra parte, hay una intriga de corte clásico, bañada de suspense, que arrastra hasta la última página, pues el desenlace está lleno de sorpresas. Adam Johnson no hace concesiones: maneja bien los tiempos narrativos y traza diálogos que sugieren sin explicitar del todo. En la segunda parte, que es la más larga, diversas voces se alternan bien sea para dar continuidad a la historia central, o bien para añadir matices secundarios, muy importantes a la hora de obtener una idea completa de lo que se nos quiere narrar, sin excluir que, en algún momento, los sumen desde otro punto de vista sobre secuencias que ya conocemos. De entre estas voces, destaca –a la hora de acentuar el horror– la emitida por los altavoces que, de continuo, adiestran a la ciudadanía, expectante a la fuerza, sobre las maravillas del Sistema y la genialidad que emana del Querido Líder. Creo que el uso de esta voz es uno de los mejores hallazgos narrativos que ofrece ‘El huérfano’. Frente a ella, sólo nos cabe unirnos al personaje central, ciudadano del país que se dice el más democrático del mundo, y tratar, como él, de comprender la libertad, aunque resulte difícil. Sin renunciar, también como él, al abordaje del «nuevo día» que a cada cual pertenece.
universo, a menos que pensamiento e imaginación puedan ser considerados sitios. Tampoco pisaron nunca la tierra el tal Abdul Alharez, ni el tal Wormius, y los horribles padecimientos y muertes espantosas que se dice que sufrieron ocurren sólo en las páginas de Lovecraft y de sus numerosos discípulos –y todo autor de horror desde la segunda mitad del siglo XX es, en alguna medida, grande o ínfima, discípulo de Lovecraft–. En realidad todos los hechos referidos anteriormente corresponden al resumen que escribió Lovecraft para dar cierta verosimilitud al libro. El único elemento real es el buen doctor Dee, que, mago o no mago, fue un hombre temeroso de Dios, al que jamás se le habría ocurrido trastear con un material tan impío. Lo-
vecraft declaró que el ‘Necronomicón’ era obra de su imaginación, inspirada por las tablas Aklo que menciona un personaje de Machen, y ‘El rey amarillo’, la obra teatral, ficticia también, que acosa a los personajes de Chambers. Bueno, pues el ‘Necronomicón’ ‘vuelve’ a las librerías. En su versión Asiria, la de un tal Simón a secas, de menos de cien páginas, que vio por primera vez la luz durante el estallido New age de los setenta, en América, y que ya contaba con dos ediciones en español. Esta vez viene de de la mano de La factoría de Ideas. Un texto que demuestra que la inexistencia de un libro sólo es un problema hasta que alguien se decide a escribirlo. Espero el día en que alguien haga lo mismo con Los siete minutos.
Sueño o pesadilla Adam Johnson firma un descenso a las cloacas del horror con su novela ‘El huérfano’
JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN
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En nuestro país, las historias son objetivas –afirma un personaje de esta novela de Adam Johnson, que obtuvo el Premio Pulitzer en 2013–. Si el Estado declara que un granjero es un virtuoso de la música, más les vale a sus vecinos empezar a llamarle maestro. Él, por su parte, hará bien en ponerse a ensayar en secreto». Ese país donde la historia es más importante que la persona, donde si ambas entran en contradicción será la segunda la que haya de luchar consigo misma para cambiar, es Corea del Norte, en el que impera un régimen político que resulta «la perversión definitiva del sueño comunista». Es el Estado quien confecciona y establece la biografía de sus súbditos. En esa armonía fruto de la imposición más férrea radica la idea que fundamenta la nación. En el caso de que el Estado se desmorone, «vendrá la confu-
sión, el caos y finalmente el vacío». Sólo aquellos que tengan un plan trazado, que hayan adquirido conciencia de su sometimiento –muy pocos, pues la realidad se impone con toda la crudeza de que es capaz– podrán actuar antes de que su nada tome cuerpo. El sufrimiento no es más que un modo de hacer iguales a todos, pues a todos alcanza por igual. Se sufre en soledad, aunque lo compartan todos los ciudadanos en sus múltiples formas. Corea del Norte no es un país donde se nace, sino donde cada cual se hace siguiendo directrices impuestas, destinos prefijados, voluntades que emanan del poder inamovible. Vivir no es otra cosa que sobrevivir y resistir. También se impone aprender a soportar el dolor. Nadie sabe lo que es la libertad, pues nunca han oído hablar de ella. Jun Do, el personaje central de ‘El huérfano’, busca, hacia el final de la novela, una película que refleje su situación, la misma que la de la mayoría de sus conciudadanos, empresa que le resulta imposible pues «¿dónde iba a encontrar una película que no tu-
Soldados norcoreanos saludan a su líder. :: KCNA/REUTERS viera principio, con una parte central despiadada y un desenlace que se repitiera una y otra vez?» Porque tal es su destino: joven huérfano, que no recuerda ni conoce nada de sus orígenes, destinado a realizar trabajos de extrema cruel-
‘EL HUÉRFANO’ Adam Johnson (Autor), Carles Andreu (Traductor). Precio :20 euros.
dad en aras de un supuesto bien nacional; a sufrir, a su vez, numerosos castigos que le han enseñado a soportar; conducido a un final que es el de tantos otros, y que supone la pérdida incluso del espejismo de la verdad absoluta, la entrega última de la vida, cuando ya no sirve ni conviene a la voluntad suprema del Querido Líder y de su banda siempre inestable. ‘El huérfano’ va más allá de la mera descripción de un régimen político y social absurdo, ridículo y despiadado; dibuja una caricatura del poder absoluto que horroriza hasta tal punto que podría hacernos dudar de la veracidad de lo narrado. Pero ciertas informaciones recientes sobre actos propagandísticos desti-
Desde Arkham con horror
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eguro que alguna vez en la vida han oído hablar del ‘Necronomicón’. Es posible que sólo les suene el nombre y no tengan muy claro de que se trata. Aunque si son lectores habituales de esta sección, algo más, bastante más, sabrán. Sabrán, por ejemplo, que seguramente es el libro más citado en literatura de horror, cine de horror, videojuegos de horror. Sabrá también que, al menos originalmente, es un pesado volumen, con al menos mil páginas, si no más. Que fue escrito por el árabe loco abdul Al-
harez, en Damasco, no recuerdo ahora en qué fecha, en una temprana edad media. En aquel primer momento, el título era Al Azif, que, más o menos, podría traducirse como El susurro – un susurro, eso sí, tenebroso, que habla de los horrores del vacío, con voz de insecto o alimaña nocturna-. Más tarde fue vertido al griego, idioma del adquirió el nombre por el que tiene fama. Su traducción al román paladino, según algunos, sería el libro, o la crónica, de las leyes de los muertos. Otros quieren llamarlo el libro de los nombre muertos. Del griego se ver-
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
tió al latín, por Olaus Wormius, no el médico Danés del renacimiento, si no uno anterior, que vivió en el siglo trece. No está muy claro si la traducción se hizo en Toledo, o sí allí solo se copió. En cualquier caso, se sabe que hubo una edición toledana del te-
rrible mamotreto. John Dee, el médico y astrólogo de Isabel I de Inglaterra, mago, o filósofo natural, se habría encargado de la versión inglesa. Sabrán, también, que el ejemplar más completo, en latín, se conserva en la biblioteca de la universidad de Arkham, bajo siete cerrojos y que es más difícil de consultar que los archivos más secretos de la más secreta agencia de inteligencia. Esto podría deberse a que ni la ciudad Arkham, ni, por consiguiente, su universidad, se encuentran en ningún punto del globo terráqueo. Si me apuran, en ningún sitio del
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Reflexión sobre Cisneros El profesor Joseph Pérez indaga sobre las múltiples facetas del histórico estadista y religioso
Mª ÁNGELES SOBALER SECO
Profesora de la UVA
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a historiografía modernista española se ha enriquecido este año con la obra ‘Cisneros, el Cardenal de España’, del reconocido hispanista francés Joseph Pérez. El autor, continuador de la Escuela de Anales y discípulo directo de Marcel Bataillon y Pierre Vilar, que cuenta entre sus galardones con el título de Doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid (2005), recibía este mismo año el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. En palabras del jurado, su copiosa producción historiográfica ha supuesto «una
Joseph Pérez. :: HENAR SASTRE revolución en la forma de interpretar episodios decisivos para la comprensión de la historia», y ha contribuido «a deshacer muchos prejuicios sobre instituciones y conflictos de la época, enriqueciendo el análisis de la historia europea». Es precisamente su larga experiencia investigadora y el profundo conocimiento de la época, los per-
sonajes y las circunstancias que presidieron el tránsito del siglo XV al XVI lo que le ha permitido abordar magistralmente la figura del Cardenal Cisneros. No se trata de una biografía convencional. No nos encontramos con un relato cronológico de acontecimientos vitales, y la ‘semblanza’ del protagonista ocupa unas
cuantas páginas iniciales cuyos contenidos son deudores de otras biografías previas, como la más exhaustiva de García Oro. El mismo autor indica que «más que la vida de Cisneros… interesa su obra y el papel que desempeñó en la historia de Castilla». Lo que el profesor Joseph Pérez nos ofrece es una reflexión histórica sobre el personaje en sus múltiples facetas: el estadista y el religioso; el inquisidor y el reformador; el escolástico y el protector del Humanismo. Nos revela al personaje a la luz de su tiempo, trabado en las circunstancias sociales, económicas y mentales del momento histórico, pero capaz de encarnar un proyecto político de futuro que en ese momento se corresponde con la afirmación del estado moderno. La ‘hora de Cisneros’ se sitúa en la encrucijada decisiva, entre 1495 y 1517, que exige la inhibición de las fuerzas disgregadoras, de aristocracias civiles y religiosas, y establecer las garantías de la sucesión tranquila amenazada por las muertes dinásticas, incapacidades más o menos interesadas, e instigaciones de la nueva dinastía. Tiempo también de encrucijada espiritual para la cristiandad, de cambio e incertidumbre que preludia la Reforma. Ahí aparece la figura de Cisneros, convertido en hombre fuerte de la monarquía –desde el confesonario la reina y
‘ CISNEROS...’ Autor: Joseph Pérez. Taurus. Colección: Españoles Eminentes. Páginas: 384. Precio: 20 euros.
la mitra de Toledo, hasta la cumbre de la regencia del reino–, que asume el proyecto real, lo apoya en sus años de colaboración con los soberanos, lo conserva en la regencia y trata de trasmitirlo al heredero. En el estadista, Joseph Pérez destaca el ideario político, su concepción del estado al servicio del bien común (res publica), por encima de facciones y partidos, que exige el desarrollo de un poder autoritario y una política económica intervencionista, premercantilista, para apoyar la construcción del estado moderno. Del hombre de religión, defiende el autor un Cisneros conciliador, no fanático, que actúa con energía en la defensa de la fe, en su proyección a las incipientes Indias, y en la cruzada en el Mediterráneo; pero que promueve la reforma en la orden franciscana y en su diócesis de Toledo; que inspirado por Raimundo Llull y Savonaro-
la, reconoce las nuevas corrientes de la espiritualidad –tan violentamente perseguidas años después–, y busca la colaboración de los conversos hebraístas para su proyecto de la Biblia Políglota; que se resiste al Humanismo pero muestra su admiración por Erasmo a quien llama para enseñar en su universidad de Alcalá, donde además conviven las diversas corrientes teológicas (tomismo, nominalismo, escotismo.) Jospeh Pérez se mantiene fiel a la tradición historiográfica francesa de admiración al personaje, a su obra y a su pensamiento, y nos presenta a Cisneros como «un estadista de la modernidad, quizás el más perspicaz que tuvo Europa en aquel tiempo». Su ideario, continuador y renovador del de los Reyes Católicos, se verá frustrado con el relevo dinástico, al imponerse la concepción austracista del estado patrimonial. En definitiva, un trabajo magistral en la forma y en el fondo, sólo abordable desde la larga experiencia y el profundo conocimiento del historiador lúcido y entusiasta. Y magistral también en su discurso, en la riqueza formal y verbal de la exposición. Un libro, en fin, que cumple con el doble objetivo editorial de interesar al lector erudito y académico tanto como al iniciado. Un obra divulgativa sin ceder en rigor histórico.
LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
:: SUSANA GÓMEZ
Érase otra vez… un animal pequeño, peludo y suave
Ternura y humor a manos llenas se alían en esta historia al revés (es que empieza por el final, esto es, por el beso) que invita a una deliciosa mirada por los primeros amores, sus contagios y la fuerza expansiva de las sensaciones vividas con intensidad. Es así, con esa combinación tan de agradecer que va del lirismo a la sonrisa y del divertimento a la levedad poética, como el texto de Pablo Albo va in crescendo en un caos de hipérboles y emociones, en el que el primer roce de labios de María y Juan en una despensa desencadena: primero «un temblor, un escalofrío, una extraña sensación de desmadejamiento», y luego un estallido de luz y color, fuegos artificiales, música, bailes, una epidemia de declaraciones, una lluvia de palomitas, un incendio, un río de mantequilla, olor a
Basado en la obra de Juan Ramón Jiménez, este álbum de gran formato y reminiscencias poéticas recrea la figura de este animal «pequeño, peludo y suave. Tan blando que parece que no tiene huesos», en un relato repleto de intertextualidad y guiños metafictivos por cuyas páginas se pasea el poeta, los niños y niñas de Moguer, el ladrido solitario de los perros en otoño, el viejo canario verde… y una larga lista de imágenes alusivas que hacen un recorrido por los pasajes más significativos de la célebre narración lírica. El lago del pozo, el eclipse y las estrellas, la golondrina y las mariposas blancas, la niña tísica y el delicado andar de Platero al llevarla, la mujer del tren, las siestas bajo la higuera… se suceden entre las líneas y estaciones de un álbum y un pueblo con torre, pájaros y poeta, y en el que una mirada
Historia de un beso
pan tostado (que, ·como todo el mundo sabe, es el olor del amor»), una calle llena de personas besa que te besa, y bomberos regando a diestro y siniestro un pueblo que, ya, nunca volverá a ser el mismo. Repleto de imágenes cuya potencia despierta la sonrisa de lectores de todas la edades, el autor de ‘Diógenes’, ‘Redondo’ o ‘La luna ladrona’ vuelve a hilvanar una historia sencilla y hermosa; un relato de afectos y blandos desenfrenos delicadamente editado por
TODO PATAS ARRIBA Autores: Pablo Albo y Viviana Bilotti Editorial La guarida Páginas: 48 páginas. Precio13,90.
La guarida, que reivindica el poder del amor y su fuerza contaminante (o vírica). El texto se ve reforzado por ilustraciones de gran cromatismo, en una propuesta elaborada por Viviana Bilotti que no sólo acompaña, sino que además suma matices nuevos a la historia principal: un mundo de detalles que tejen relatos secundarios, y que vienen a enriquecer esta apuesta por los besos, los cuentos al revés y los álbumes ‘patas arriba’.
infantil cuenta historias sobre la vida y muerte de este burro de acero y plata que sabe hablar sin palabras. Con el tono poético que hace honor al original, el álbum es una invitación a la lectura de esta obra para adultos, cuyo estilo sencillo y límpido la ha colocado no obstante, desde que viera la luz en 1917, entre los clásicos para niños. Todo ello arropado por ilustraciones a lápiz que acompañan la blanda languidez del texto, y que ven interrumpido el monocromatismo dominante por puntuales pinceladas de color.
‘MI AMIGO PLATERO’ Autores: Mercedes Figuerola y Juan Ramón Alonso. Editorial Bruño. 32 páginass. 12 euros.
14 LA SOMBRA
Sábado 4.10.14 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
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sta semana nos ocuparemos de un par de errores bastante frecuentes en los que intervienen los verbos ‘haber’ y ‘hacer’ en construcciones impersonales. El verbo ‘haber’ se usa como impersonal tanto si se refiere a la presencia de fenómenos atmosféricos (‘hay truenos’; ‘hay relámpagos’; ‘hay viento’; ‘hay rocío’, etcétera) como de cualquier otra realidad (‘Hay pocos estudiantes en la biblioteca’; ‘Hay fiestas en este pueblo’; ‘Sigue habiendo posibilidades de alojarse en este hotel’; ‘Hay muchas maneras de hacer sopas de ajo’, etcétera). Las dos claves que permiten identificar una construcción sintáctica como impersonal son la imposibilidad de que se construya con sujeto y que el verbo aparezca en tercera persona de singular. Dado que ‘haber’ es un verbo impersonal que necesita complemento directo, lo esperable es que no concuerde con él. No obstante se observan muchos casos de esta concordancia, tanto en el español europeo como en el español de América. En España concretamente se produce en el este y en el sureste (Cataluña, Comunidad Valenciana y Región de Murcia) en todo tipo de contextos, incluso en los medios de comunicación orales y escritos. Este uso concordado nunca se produce cuando el verbo está en presente (‘Han pocos estudiantes en la biblioteca’), es poco frecuente cuando está en pretérito perfecto simple (‘Hubieron truenos’; ‘Durante las fiestas hubieron apagones’; ‘Hubieron incendios todo el verano’) y resulta mayoritaria en pretérito imperfecto (‘Habían relojes por todas partes’; ‘Habían errores básicos en la manera de proceder del gerente’). Este dato parece que influye en la actitud de los hablantes ante este tipo de concordancia. Según la RAE en la ‘Nueva gramática de la lengua española’ (2009: 41.6d), «incluso en las
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
IMPERSONALES CON ‘HABER’ Y ‘HACER’ áreas lingüísticas en las que la concordancia está más generalizada se acepta con mayor naturalidad ‘Habían dificultades’ que ‘Hubieron dificultades’».
Contrucciones incorrectas
Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es
Estas construcciones en las que el verbo ‘haber’ aparece concordando con el complemento directo son incorrectas (‘Hubieron cientos de espectadores’; ‘Habían muchos jóvenes en la manifestación’; ‘No hubieron respuesta’; ‘Ojalá hubieran más manifestaciones de apoyo’; ‘Habrán lluvias y chubascos en la zona del Cantábrico’; etc.). Se recomienda en todos los casos el uso no concordado. Lo correcto sería entonces ‘Hubo cientos de espectadores’; ‘Había muchos jóve-
nes en la manifestación’; ‘No hubo respuestas’; ‘Ojalá hubiera más manifestaciones de apoyo’ y ‘Habrá lluvias y chubascos en la zona del Cantábrico’. También son incorrectas las construcciones en las que el verbo ‘haber’, en infinitivo o gerundio, constituye el núcleo léxico de una perífrasis y el verbo que funciona como auxiliar concuerda con el complemento directo: ‘Siguen habiendo alumnos que suspenden mucho’; ‘En este pueblo continúan habiendo peleas de gallos’, ‘En todas las clases suelen haber alumnos aplicados’; ‘En primavera empiezan a haber tormentas’ o ‘Les comunico que pueden haber dificultades para cruzar el puerto’. El verbo ‘hacer’ aparece también en construcciones impersonales asociadas con el tiempo atmosférico (‘Hace bueno’; ‘Hace sol’; ‘Hace un calor de mil demonios’; ‘Mañana hará un sol espléndido’) o con el cronológico, para indicar que ha transcurrido el plazo de tiempo que se indica (‘Hace días que no me llama’; ‘Hace dos días que no te veo’; ‘No lo veo desde hace una semana’; ‘Hace apenas un mes que ha empezado el curso’). En relación con el tiempo atmosférico el verbo ‘hacer’ puede combinarse con los sustantivos ‘día’, ‘noche’, ‘tarde’, ‘mañana’, etcétera: ‘Nos hizo un buen día’; ‘Les está haciendo una tarde de perros’). También se usa como impersonal para indicar la temperatura precisa (‘Esta noche ha hecho dos grados bajo cero’). Igual que ocurre con el verbo ‘haber’, son incorrectas las construcciones en las que el verbo ‘hacer’ aparece en plural: ‘Hacen dos días que no te veo’; ‘Están haciendo unos días muy buenos’; ‘Hacen dos grados bajo cero’. En estos ejemplos es impropio hacer concordar el verbo en plural cuando es plural el complemento.
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De animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)
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Un paso al frente. Luis Gonzalo Segura (Tropo)
La enzima prodigiosa. H. Shinya (Aguilar)
La sociedad de coste... R. Jeremy (Paidos)
El libro Troll. Rubius (Temas de hoy)
La edad de oro del boxeo . AAVV (Libros del K.O.)
De animales a dioses. Y. Harari (Debate)
Atrapados. C. Nicholas (Taurus)
Herr Pep. Martí Perarnau (Corner)
De animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)
Gente tóxica. B. Stamateas (B de bolsillo)
¿Por qué manda...? I. Morris (Ático)
La enzima prodigiosa 2. P. J. Ramírez (Aguilar)
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Los 88 peldaños del éxito. A. Pérez (Alienta)
Manual de filosofía... A. Juan (Atalanta)
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Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
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Pacto de lealtad. Gonzalo Giner (Planeta)
El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)
La fiesta de la insignificancia. M. Kundera (Tusquets)
La fiesta de la insignificancia. M. Kundera (Tusquets)
Adulterio. Paulo Coelho (Planeta)
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El balcón en invierno. L. Landero (Tusquets)
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Muchachas. Pancol (La Esfera)
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Lo que aprendemos de los gatos. G. Sainz (Anagrama)
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Nos vemos allá arriba. Pierre Lemaitre (Salamandra)
Pacto de lealtad. Gonzalo Giner (Planeta)
El viento en las hojas. J. A. González Sainz (Anagrama)
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La pirámide inmortal. Javier Sierra (Planeta)
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La enzima prodigiosa 2. P. J. Ramírez (Aguilar)
Un paso al frente. Segura (Tropo)
El Arte de no amargarse... R. Santandreu (Oniro)
Conversación con Pablo Iglesias. Rivero (Turpial)
1080 recetas de cocina. Simone Ortega (Alianza)
Palabralogía. Ortega (Crítica)
Isabel la católica... Tarticio de Azcona (La Esfera)
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Yo fui a EGB. Ikaz-Díaz (Plaza y Janés)
España y Cataluña. Kiron (La Esfera)
Open. Memorias. Andre Agassi (Duomo)
Acontecimiento. Zizek (Sexto Piso)
Las gafas de la felicidad. Santandreu (Grijalbo)
Podemos. Destruyendo a Pablo... Múller (Deusto)
España y Cataluña. Henry Kamen (La Esfera)
Sobre el nacionalismo español. Taibo (Catarata)
Madrid canalla. Javier Villán (Almuzara)
La vida es suero. García (Enfermera Saturada)
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Sábado 4.10.14 EL NORTE DE CASTILLA
Obra de Gino de Dominicis titulada ‘Il tempo, lo sbaglio, lo spazio’ (’el tiempo, el error, el espacio’). :: REUTERS/STEFANO RELLANDINI
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abe preguntarse cómo habría reaccionado Gino de Dominicis si alguien le hubiese predicho a finales del siglo pasado que pocos años después de su muerte se haría pública la triste realidad de Gilgamesh, su paradigma y símbolo de la epopeya humana, de la iluminación artística del hombre y de la busca inconformista de la inmortalidad, pues, lejos de hallarla, y tras perder la flor que habría de otorgarle el consuelo de una segunda juventud, acabó suicidándose en un ritual junto con ochenta de sus cortesanos, tal y como ha sostenido el experto lingüista Giovanni Pettinato tras descifrar las últimas tablillas encontradas del poema padre de todos los relatos, madre de todas las historias. Acaso la decepción fuera mayúscula para el artista italiano que anduvo toda su existencia, como hiciera el quinto rey de Uruk, persiguiendo la inmortalidad entre los más recónditos pliegues de la vida. Y no sería descabellado colegir que entre ambos héroes inmortales quizás la andanza de Gino de Dominicis merezca, cuando menos, tanta admiración y atenciones como la desper-
INVISIBLES E INMORTALES
OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA
tada por el protagonista del grandioso canto sumerio. La leyenda de Gino de Dominicis ha sido capaz de alimentarse gracias a su soberbia excentricidad y a una arrogancia coherente con sus postulados que, sin embargo, apenas fue capaz de hacerse entender entre sus contemporáneos. De Dominicis era inclasificable en la vida y en la obra. Su factura plástica fue capaz de pasearse desde la pobreza más absoluta hasta la delicadeza más sublime. Todo era posible en la paleta de este artista italiano excepcional, nacido en 1947, que irrumpió a finales de los sesenta en la galería romana L’Attico y que pronto aportaría su particular controver-
sia en la Bienal de Venecia después de incluir a una persona con síndrome de Down como un elemento de su instalación. Sin embargo, extravagancias aparte, el discurso de De Dominicis goza de una solvencia exquisita, precisamente, porque parte de una obsesión existencial que le lleva a buscar, a través de una verticalidad icónica constante en su obra, el contacto entre el héroe y el mito, la esencia misma de la perfección del Cosmos. Aun así, y a pesar de encontrar en el desarrollo conceptual de sus instalaciones una parte fundamental de su poética, no solo renegaba con fruición de tal clasificación sino que sostenía una difícil relación con
el arte surgido desde Duchamp, convencido de que los espacios dedicados al arte adquirieron, gracias a él y a su célebre urinario, «el extraño poder de convertir en obra de arte cualquier cosa que contengan». Llevar al extremo racional ésta y otras reflexiones, como la idea de que es ciertamente el públi-
El esqueleto con patines, lejos de ser una broma, habita en todas las huellas patéticas que el hombre ha dejado sobre la tierra
co el que «está expuesto al arte, y no al revés», sin duda lo arrumbaron hacia decisiones aparentemente inexplicables en un artista, como la de prohibir la entrada de animales racionales a una de sus exposiciones, o la de disponer la elaboración de un catálogo con sus obras sin una sola imagen fotográfica; comportamientos centrados, sin embargo, en un discurso explicativo de la existencia, como sus esqueletos tocados por la imposible verticalidad de una barra de bronce, como su conocida obra ‘El tiempo, el error, el espacio’, un resumen sobrecogedor de la historia de la Humanidad y de su contumaz obsesión por oponerse a la marcha inexorable del tiempo sobre la imperfección de los cuerpos gracias al movimiento. El esqueleto con patines, lejos de ser una broma, habita en todas las huellas patéticas que el hombre ha dejado sobre la tierra: desde las burbujas antropomorfas de Pompeya hasta las tablillas sumerias que dieron origen a nuestro diálogo inacabado con los dioses. No es de extrañar que tras su muerte, muchos creyeran que la desaparición de Gino de Dominicis era parte de su obra y que aún vive, sereno e invisible al fin.
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 4.10.14 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA
El guerrillero D
entro de la cultura popular del siglo XX el guerrillero, representado por algunas figuras vinculadas a revoluciones como la china o la cubana, se convirtió en una figura mitológica tan insistente y frecuente como la de Marilyn Monroe. Lo supo ver acertadamente Andy Warhol en un retrato en el que mezcló la cara de Mao con la de Marilyn. ¿Y por qué no?, al fin y al cabo los dos formaban parte de la cultura pop, al menos de la cultura pop de los años sesenta. La mitología del guerrillero ha estado a menudo emparentada, a veces equivocadamente, con la del liberador, y frecuentemente se le considera un contrapoder. En el marco de nuestra historia, las primeras noticias que tenemos de la guerra de guerrillas, y por lo tanto del guerrillero, están vinculadas a Viriato y a
MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO
su modo de oponerse a los romanos, pero es sabido que se acuñó como concepto en la guerra de la Independencia. Como estrategia bélica la guerrilla se fundamenta en la conciencia de la inferioridad, que impide llevar a cabo la guerra convencional. El guerrillero puede ser como el soldado un guerrero, pero se opone al soldado en su forma de beligerar y en rechazar el teatro de la guerra. El guerrillero cae por sorpresa, como el halcón sobre su víctima. Es un depredador más que un batallador, y su guerra es en cierto modo una antiguerra. Juraría que el guerrillero es el peor enemigo que puede tener un militar. Buena parte de la mitología de la izquierda del siglo XX halló su mejor baza en el concepto de guerrilla y en la exaltación del guerrillero. Toda la Larga Marcha de Mao era vista como una grandio-
sa guerra de guerrillas que desde las montañas fue acercándose a Pekín, hasta tomarla sin disparar un solo tiro. El Mao guerrillero se convirtió en el modelo a seguir por no pocas organizaciones de extrema izquierda. Se le tomaba muy en serio, si bien la cultura pop de los años sesenta empezó a ironizar con su figura, convirtiendo a Mao en algo parecido a una estrella pop y a su ‘Libro rojo’ en un superventas. Los cantantes lo citaban y era habitual que su nombre se deslizase en algunas canciones pop, como una que compuso un cantante italiano más bien pijo (Nino Ferrer) en la que se declaraba amigo de Mao que es «el que corta el bacalao» (sic). También John Lennon debió de proclamar más de una vez cierta relación sentimental con Mao, al igual que su esposa Yoko. La guerra del Vietnam, que
marcó la década con sus pestilentes humaredas, era vista como una guerra de guerrillas desde el ángulo comunista, y como la única forma de oponerse al más convencional y brutal de los ejércitos. El fantasma de la guerrilla recorre toda la década prodigiosa como una referencia mayor, totalmente mistificada y mitificada, y se empieza a hablar por primera vez de guerrilla urbana. Mayo del 68 fue visto como una guerrilla urbana de nuevo cuño, lo que convertía a los señoritos de la Sorbona en guerrilleros. Resulta asombroso ver algunas filmaciones del Mayo del 68 en las que estudiantes de aspecto totalmente relamido y pijo hablan de la revolución armada como de la gran evidencia que no necesita ser demostrada. El mismo Jean-Paul Sartre se subió a un bidón y proclamó ante los estudiantes que al fin la casta estudiantil se unía a la clase obrera para avanzar jun-
«El guerrillero cae por sorpresa, como el halcón sobre su víctima»
tos en pos de una nueva sociabilidad. Como es sabido, el ejemplo francés tuvo un gran efecto de repetición y llegó hasta México, donde los paramilitares y el ejército organizaron una gran masacre en la Plaza de las Tres Culturas, al disparar a quemarropa contra los manifestantes, muchos de ellos estudiantes de buena familia. Fue como regresar a los sacrificios de los aztecas, vino a decir el nobel Octavio Paz, que alarmado ante tanta sangre renunció representar a su país como embajador en la India. En México asesinaban a doscientos estudiantes y en Latinoamérica se propagaban las guerrillas en la selva y en las ciudades, animadas por la figura del guerrillero más emblemático de la época, y al que dedicaremos el próximo artículo: Ernesto ‘Che’ Guevara. En lo referente a España, no hay que olvidar que las organizaciones terroristas se presentaban como ejércitos de liberación siguiendo el modelo de la guerrilla, y que el asunto de los maquis duró en realidad hasta los años sesenta, de modo que fue como empalmar unas guerrillas con otras y continuar la Guerra Civil, que nunca concluyó de verdad en este país de Caín.