Sábado, 08.11.14 Número CLXXXII
SOMBRA CIPRES LA
DEL
Libros objeto, lecturas ilustradas
Muchos editores lo tienen claro. La ilustración ha llegado al rescate de los libros en papel. Ponemos ejemplos [P2] Ilustración (fragmento) del libro ‘El río’, de Alessandro Sanna. Editorial Libros del Zorro Rojo.
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EL MUNDO DIBUJADO
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Libros ilustrados pasión de editor Una nueva vida para textos memorables, un plus que los convierten en ‘otra’ obra, la ilustración ha llegado al rescate del libro como objeto y lo hace con fuerza ANGÉLICA TANARRO
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i el catálogo de cualquier editorial (quizá cualquiera no, sino el de aquellas llamadas independientes) muestra el ADN del editor, en el caso de los libros ilustrados, además del componente genético muestra el componente sentimental. Detrás de un libro ilustrado suele haber un editor apasionado. Salta a la vista casi siempre y una de las últimas veces ha saltado al abrir el ‘Drácula’ recién horneado por Reino de Cordelia, una brillante edición. Su responsable, Jesús Egido, cuenta que lo tuvo claro desde el principio, que sabía desde el minuto uno de su aventura editorial que los libros ilustrados ocuparían un lugar en su mundo. De esa forma el ‘Transcantábrico’ de Juan Pe-
dro Aparicio, que llevó a bordo a una quincena de ilustradores y que en 2009 obtuvo el segundo premio al Libro Mejor Editado, fue toda una declaración de principios. Convencido de que en esta apartado «el tamaño sí importa» dejó aquellas ‘chocolatinas’, como él llamaba a algunos preciosos libros diminutos que en Navidades nos invitaban a recuperar textos importantes bellamente editados, decidió que estas pequeñas joyas no podían pasar inadvertidas. Y puestos a recuperar ‘clásicos’, una tendencia habitual en esta actividad editora, su ‘Drácula’ no pasa inadvertido. No. Porque es un libro en el que no solo destacan las potentes ilustraciones de Fernando Vicente, sino que está lleno de detalles de buen gusto, aunque Egido, según su forma de ser, le quita importancia. «No tenía sentido volver a editar la novela de Bram Stoker sin más porque hay muy buenas ediciones del texto, la de Cátedra sin ir más lejos. Pero me apetecía hacerlo
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mando igualdad en una relación que, hasta la fecha, había estado marcada por la preminencia verbal. Y colocaron en sus obras los letreros de ‘Sin título’, para abundar en la necesidad de despojar a la obra visual de todo contenido lingüístico, dejándola en su pura expresión plástica.
beth’ o en ‘La isla del tesoro’ en la que trabaja Pepe Gallego, incluso en las ‘Rimas’ de Gustavo Adolfo Bécquer que ilustrará Mónica Gutiérrez Serna, todos ellos ya en 2015.
nicar todo lo que tengo que decir visualmente». Sensu contrario, en la actualidad son millones de voces las que claman por los excesos de una civilización marcada por la dictadura de la imagen, por el abuso de lo visual frente al deterioro creciente del valor de la palabra. De todo hay. En el mundo del libro, sin embargo, la asociación de la imagen y de la palabra ha vivido momentos de verdadera inspiración. En la Edad Media, por ejemplo, los libros «iluminados» daban ya luz, en el sentido etimológico del término, al verdadero sentido de la ilustración como «adorno» o «documentación» de un texto. Desde la aparición de la imprenta, los volúmenes ilustrados mostraron,
desde el primer momento, su inmensa capacidad para atraer a las personas, desde niños, al mundo de la lectura. En nuestro tiempo, hay millones de personas que se han convertido en lectores empedernidos gracias a esta iluminación, llámense libros ilustrados o llámense también tebeos o cómics. «Tengo muy clara cuál es mi mayor bondad -ha dicho Quino-: cada día, muchos padres me agradecen que, gracias a Mafalda, sus hijos empezaron a leer». No es exagerado decir que la palabra, en este caso supeditada necesariamente a las exigencias de la imagen, adquirió en el siglo XX una nueva significación, absolutamente cautivadora, gracias al mundo del cómic.
En Cálamo La sensibilidad de Manuel Alcorlo es otro punto en común entre el responsable de Reino de Cordelia y otro editor apasionado y amigo, José Ángel Zapatero, director de Menoscuarto y Cálamo. Zapatero le propuso al pintor madrileño un ‘Gitanjali’ en el centenario de la concesión del Nobel a su autor, Tagore, porque pensaba que era un texto muy apropiado para su forma de ilustrar. El resultado fue una delicada edición de esa ‘Ofrenda lírica’, en la traducción que Zenobia Camprubí hizo del inglés y con el prólogo original de W. B. Yeats. Se recuperaba un texto algo olvidado y en un formato que está llamado a ser un libro de fondo editorial. Para Zapatero, como para el resto de los editores consultados, la colección de libros ilustrados ocupa un lugar importante en sus planes. «Nos proponemos recuperar textos clásicos ofreciendo la doble lectura del texto y las imágenes. Un ejemplo es el ‘Campos de Castilla’ de Ma-
Dibujo de la poeta Sylvia Plath para ‘El libro de las camas’, de Libros del Zorro Rojo. A la derecha, Ilustración de Esther Saura para ‘Karma’ de Tolstoi en Gadir.
Una palabra, un millón de imágenes a palabra y la imagen han vivido un idilio largo y fructífero a través de los siglos. Aunque también han tenido sus diferencias. Hubo un tiempo, que se prolonga hasta la actualidad, en el que miles de artistas plásticos de todo el mundo se plantaron, recla-
ilustrado porque me llamaba la atención el que no hubiera ninguno, ‘pinochos’ ilustrados hay muchos, pero ‘dráculas’ no, quizá porque desde muy pronto, desde comienzo de los años 20, el cine ha impuesto su propia imagen del mito». Rojo y negro, con todos los matices del gris, así vio Vicente el color del vampiro y con eso jugó el editor durante todo un verano. La alusión a Pinocho no es casual. Porque, junto al famoso monstruo, el muñeco de madera ha coincidido en el tiempo en su catálogo. Reino de Cordelia acaba de enviar a las librerías el inmortal texto de Collodi con ilustraciones de Manuel Alcorlo, un artista (pintor, dibujante, creador exquisito) que es una debilidad del editor. «Visitaba su estudio y veía que Pinocho era un tema recurrente para él, así que un día le invité a que lo dibujara para mí. Buscamos la mejor traducción, la de antonio Colinas, y ahí está el resultado». El resultado es otra pequeña obra de arte. Cree Egido que esta es la vía para contrarrestar al ebook que no distingue un buen papel. «Hacer un libro bonito, un libro objeto ese es el plus», afirma mientras piensa en su próximo ‘Mac-
CARLOS AGANZO
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«Prefiero dibujar a hablar -dijo Le Corbusier-. Dibujar es más rápido, y deja menos espacio para la mentira». Y ya el propio Goethe, desde el gremio de los artistas de la palabra, había dejado escrito: «Me gustaría renunciar por completo del habla y, al igual que la naturaleza orgánica, comu-
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chado para cuya edición también aprovechamos un aniversario. Siempre pensé que la obra de Juan Manuel Caneja estaba perfectamente sincronizada con este libro. Siempre soñé unirlos en mi colección. No se trata por tanto de ilustraciones hechas ex profeso sino de la confluencia de dos sensibilidades». Caneja era palentino, como el editor de Menoscuarto, al que se le ve también su querencia ‘local’ en el último libro ilustrado que ha puesto en circulación, las ‘Coplas a la muerte de su padre’ de Jorge Manrique, ilustradas por Jesús Herrero Marcos, «un gran conocedor de la iconografía de la época», y con prólogo de Amalia Iglesias.
Gadir para todos «Son libros para todas las edades», esta es la muletilla, el ‘leit motiv’, el estribillo con el que otro apasionado de la ilustración define su colección de libros ‘dibujados’. Hablamos ahora con Javier Santillán de la editorial Gadir que atesora un catálogo para adultos excepcional, en el que conviven en perfecta armonía Buzzati y Antonio Ferres, Kenneth Rexroth y Flaubert, y que se propuso iniciar una colección que fuera la puerta de entrada de los jóvenes lectores a los grandes autores de todos los tiempos. «Quería que los niños comenzaran pronto a leer a Goethe, a Zola o a Dostoievski», pero la empresa supero sus expectativas. «Son pequeñas joyas que no pueden quedar etiquetados como libros para niños porque no tienen edad». En esta colección hay ejemplos notables como el ‘Orlando enamorado, Orlando furioso’, ilustrado por Eugenia Ábalos que es además una excepción pues se trata de una adaptación del original de
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Ilustración de Fernando Vicente para ‘Drácula’, de Bram Stoker, editado por Reino de Cordelia. Tan cierto puede ser afirmar que una imagen vale más que mil palabra como decir que una palabra, una sola, contiene en su interior millones de imágenes que se iluminan automáticamente en la mente del que la lee o la escucha. El libro ilustrado es, en la actualidad, la suma de
estas dos verdades. Las palabras hablan por sí mismas, deben hacerlo con independencia de las imágenes, y a las imágenes les ocurre igual: están concebidas para no necesitar de las palabras para contar su propia historia. Pero juntas, palabras e imágenes, cobran sin duda una nueva
dimensión: se transforman, se traspasan, se enriquecen, se trascienden... Del mismo modo que los artistas que ilustran libros han encontrado un lenguaje plástico propio, un lenguaje vibrante y extraordinario que exige su propio capítulo en la historia del arte contemporáneo, los es-
critores de libros ilustrados han aprendido a buscar una palabra que sugiera, que necesite, que exija una ilustración a su lado para complementarse. Una simbiosis extraordinaria. ¿Aprendió el hombre a dibujar antes que a hablar? No lo sabemos. Pero sin duda
aprendió antes a dibujar que a escribir. De hecho la escritura no es más que una estilización en el empeño de trasladar la palabra a un soporte para perpetuarla en el tiempo. Signos que se dibujan para representar palabras. Después de inventar los libros ilustrados, de inventar
el cómic o de inventar el cine (donde además era posible encontrar a imagen y palabra unidos, fundidos con la música), el hombre del siglo XXI vive una auténtica revolución cultural donde, al lado de las nuevas tecnologías virtuales, las ‘viejas’ expresiones artísticas (la poesía, el teatro, la novela, las artes plásticas, la danza, el cine...) alcanzan cotas extraordinarias de expresión. El mundo de la ilustración es, sin duda, un ejemplo magnífico de ello. No hay un precedente igual en la cantidad, en la calidad y en la originalidad de la propuesta de tantos y tan maravillosos artistas del arte de la iluminación.Para todas las edades. Y en todas las dimensiones imaginables.
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Boiardo y Ariosto. «Pero el grueso de la colección está formado por textos originales que quedan ahí y que no se leen igual a los 12 que a los 25 años. Por eso estos libros, en ocasiones, los compran mucho más los adultos». Su próxima apuesta, de cara a la Navidad, es un libro de relatos que unirá a Defoe y a Stevenson, a Wilde y a Poe, a O’Henry y a Dickens «y por primera vez publicamos un cuento que hasta ahora se había atribuido a este último, pero con el nombre de su autor verdadero».
La apuesta de Nórdica La ilustración es marca de la casa en Nórdica, la editorial que dirige Diego Moreno y en cuya colección de ilustrados caben todos los géneros. «Precisamente algunos de nuestros aciertos están relacionados con ese carácter amplio. Desde el principio apostamos por la poesía en edición ilustrada y ha tenido muy buena acogida: Emily Dickinson, Sylvia Plath, Walt Whitman o Alfonsina Storni son algunos de los libros que mejor nos han funcionado. Y también el ensayo ilustrado, como por ejemplo ‘El manifiesto comunista’, del que va a salir la cuarta edición. Creo que lo importante es que el ilustrador haga una buena lectura del libro y
no pretenda contar lo mismo que dice el autor del texto, sino que cree un discurso propio. Para esto hace falta tiempo y dejar libertad absoluta al creador». En este sentido, uno de sus últimos libros ‘descubre’ para los no avisados la faceta humorística de la extraordinaria narradora Flannery O’Connor, plasmada en sus viñetas cómicas. Y casi coincidente en el tiempo los ‘Dibujos’ de otra grande: Sylvia Plath, con introducción de su hija Frieda Hughes.
El Zorro Rojo Sylvia Plath y su ‘Libro de las camas’ estará también en el catálogo de un sello que es referencia en este ámbito: Libros del Zorro Rojo. Y lo es probablemente por tener muy clara su filosofía: «No se trataba de aprovechar una moda o de dar una oportunidad a la ilustración sino de construir un tipo de lector. Desde una concepción diferente conseguir que un tipo de libro construyera su propio público», afirma su director, Fernando Diego. Hacer libros únicos, independientemente de si se trataban o no de clásicos: ese era y es el objetivo de una editorial que surgió hace diez años y que tiene dos vertientes: la destinada a un público infantil y la de adultos. En cada editor está la biografía
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Levantar la condena a los clásicos
de sus lecturas y en este sello conviven clásicos de la literatura europea y americana con autores argentinos y latinoamericanos: «se fueron encadenando los que nos parecían significativos, desde ‘El perseguidor’ de Cortázar a Edgard Alan Poe». Y desde el año pasado autores tan significativos como Murakami ( ‘La biblioteca secreta’) «pero buscando cosas que no están en la línea de los sellos que los publican habitualmente». En un futuro próximo la editorial sacará ‘Balada del consentimiento a este mundo’, un texto que Bertolt Brecht escribió dos años antes de que los nazis llegaran al poder en Alemania «pero que tiene tremenda actualidad». Compartirá espacio con el ‘Libro de las camas’ de Plath, un poema ilustrado por ella que nunca llegó a ver publicado y que este sello ofrece con una nueva traducción.
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Arriba,dibujo de Henning Wagenbrecht para ‘Balada del consentimiento a este mundo’, de Libros del Zorro Rojo. A la izquierda, dibujo de Alcorlo para el ‘Gitanjali’, editado por Cálamo .
uién son los mayores?», se pregunta Noemí Villamuza. La ilustradora palentina lleva casi dos décadas dibujando y no distingue de públicos. Tampoco Antonio Santos, «siempre fui muy infantiloide», ni Gabriel Pacheco, «no sé de adultos y chicos». Las librerías colocan sus producciones en la zona infantil, porque tienen dibujos. Pero ni Cervantes, ni Kafka, ni Max Aub son demandados como álbumes para niños por muy ilustrados que estén. Las trayectorias de los tres artistas citados reflejan el primer ‘boom’ de la ilustración española, cuya salida comercial estaba dirigida a pequeños lectores, y la más reciente apuesta por ‘iluminar’ algunos títulos, clásicos o de nueva creación, para un público más talludito que quiere un libro especial. «Creo que el libro ilustrado para ‘mayores’ existió siempre, o por lo menos hasta los años sesenta. Luego desapareció y ahora vuelve. Creo que la ilustración enriquece el texto», explica Antonio Santos (Huesca, 1955), que procede del mundo plástico, «cuando en la facultad no existía siquiera la asignatura de ilustración». Un libro suyo ‘Arqueología’ (‘El jinete azul’), un aparente álbum infantil, «es utilizado en el primer curso de Arqueología en la facultad de Valencia y es también lectura obligada en la cátedra de cultura mesopotámica de Barcelona». Si en ‘Arqueología’ estaba influido por «los collages de Matisse», ahora trabaja imbuido del expresionismo alemán, con grabados. «Es lo que me sugiere el texto. Ilustré ‘El coloquio de los perros’, de Cervantes, y me llevó a ese lenguaje». Y en esa estética sigue su aportación a ‘La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco’, el texto satírico de Max Aub que edita Cuadernos del Vigía. En próximas fechas verá la luz en Alfaguara una nueva versión de ‘El entierro de Genarín’, donde el aragonés ilumina las palabras del leonés Julio Llamazares. Títulos clásicos presentados de otra manera. «Es una putada que te conviertan en clásico de obligada lectura en el bachillerato, es lo peor que
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le puede pasar a un buen libro. En España nadie ha leído a Cervantes por eso». Pintor, escultor, grabador, escritor, Santos está acostumbrado a trabajar solo, por eso le emociona especialmente cada libro. «Me encanta poder hablar con alguien de lo que estamos haciendo. Por eso también doy mis textos para que otros los ‘siembren’». La editorial Nórdica editó el año pasado un texto de Jesús Marchamalo sobre Baroja ilus-
VICTORIA M. NIÑO
trado por Antonio Santos. «Funcionó bien y estas navidades colaboramos ambos en uno Kafka». Noemí Villamuza (Palencia, 1971) es una autora conocida en el mundo de la literatura infantil aunque cada vez
dibuja más para ese otro público que no distingue. «¿Mayores de cuántos años?», ríe. «Etiquetados como tales he hecho ‘El festín de Babette’, ‘El capote’, ‘Hermanito y hermanita’, de los Grimm, y después están los álbumes, tan consumidos por alumnos que gustan de la ilustración tanto o más que los propios niños. El título con el que tengo más fans es el ‘Libro de Nanas’». La ilustradora del lápiz y los colores discretos conci-
be estas otras ilustraciones como un plus de belleza, «de poética visual, hace al libro más atractivo. Entrar en un libro acompasando la lectura del texto con la de imágenes es ¡un paseo en góndola!». Pero ¿cómo afrontar una historia que todos conocen con unos ojos nuevos? «Los textos clásicos tienen algo misterioso e inspirador en su fondo y su forma que me resulta muy rico para ilustrar, igual son las atmósferas o el transportarse a épocas pasadas. La desventaja es el reto: sus personajes tienen un fuerte referente, a veces son iconos históricos del cine o la literatura así que intentar desmarcarse es estimulante». Muy parecida es la reflexión de Gabriel Pacheco, un mexicano que trabaja mucho para el mercado español desde Buenos Aires. «Ilustrar un clásico es un doble trabajo, de por sí, ilustrar es todo un proyecto, pero si es un texto conocido hay que sacarse de la memoria visual la carga del libro. Es una forma de empujarte directamente al texto, a las palabras. Esa es una circunstancia presente siempre cuando ilustras un clásico, aunque en realidad debe trabajarse siempre así, para desnudar el texto y escuchar la profundidad de las palabras». Entre sus últimos clásicos iluminados con su envolvente dibujo están ‘El libro de la selva’, ‘Moby Dick’, y ‘Los Miserables’. Pacheco imagina al lector de hoy en «estado permanente de simultaneidad», al que le lleva la multiplicidad de soportes digitales que reclaman su atención. «Otra cosa es si estamos capacitados para ralentizar la información y reflexionar. Es un tema muy candente la celeridad y la simultaneidad. Hay información para morir, pero la cuestión es si la procesamos. De ahí la importancia de profundizar y elaborar una estructura a través de la ilustración que espacie el texto». Entre la evocación y la narración, elige, también Villamuza, la primera. «La evocación es otra forma de narrativa que solo pertenece al lector, confirmando que la lectura es un acto creativo». Pacheco, creador de atmósferas sin par, no atiende a la edad de su público, sino a su calidad. «Trabajo siempre para
A la izquierda, Baroja según Antonio Santos en el libro ‘retrato de Baroja con abrigo’, de Jesús Machamalo (Nórdica). A la derecha el ‘Bartleby, el escribiente’, de Herman Melville, según Javier Zabala, también para la editorial Nórdica.
Antonio Santos
«Lo peor que le puede pasar a un libro es que lo conviertan en lectura obligada durante el bachillerato. Así se garantiza que nadie lo leerá» Noemí Villamuza
«Entrar en un libro acompasando la lectura del texto con la de las imágenes es como ¡un paseo en góndola!» Gabriel Pacheco
«La evocación es otra forma narrativa, que solo pertenece al lector, confirmando que la lectura es un acto creativo»
un buen lector, el editor y la editorial se encargarán de acomodarlo en algún lugar. Pero mi idea siempre es estructurar la ilustración para tener accesibilidad, tanto a primeros lectores como a lectores avanzados. Mi mayor preocupación en cualquier trabajo es la profundidad». Al otro lado del Atlántico también vive una creciente oferta de estos libros. «Es un buen síntoma, abre espacios, nuevas ideas editoriales y nuevas posibilidades de crear». En este sentido también se expresa Antonio Santos. «Si algo barrerá el libro electrónico será la edición de bolsillo, el libro cutre. Pero el cuidado, el que tiene una buena factura y unas ilustraciones será lo que la gente quiera tener. Al menos lo de mi generación, los jóvenes me resultan marcianos». Gabriel Pacheco está terminando un libro de cuentos de Octavio Paz, «son cuentos increíblemente profundos, maravillosos. ‘Arenas movedizas’, se llama, solo el título es ya terriblemente provocador. Lo edita Fondo de Cultura Económica y llegará en unos días a las librerías». Está metido también en un cuento de Julio Cortázar, «pequeño pero formidable», y en un proyecto sobre imágenes fotográficas de la guerra con Mónica Monachesi. Javier Zabala (León, 1962) lamentaba hace tiempo que la ilustración estuviera a veces muy por encima del texto de reciente creación a iluminar. Quizá por ello alterna el álbum infantil con los clásicos para los que está sido también muy solicitado. ‘Bartleby, el escribiente’, ‘Hamlet’ o los ‘Árboles’, de Mario Benedetti, son algunos de sus títulos. Este último remite a la poesía, uno de los géneros en los que son nuevamente demandados los ilustradores.
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Periferia verbal Humor se escribe de muchas formas
POSTURAS DIFÍCILES
HORLA CITY Y OTROS
LAS VIUDAS TENACES
Luis Carlos López, Renacimiento, 248 páginas, 10 euros
Fabián Casas, Seix Barral, 208 páginas, 17,50 euros.
Ignacio Sanz, Rilke Ediciones, 220 páginas, 15 euros.
LA HABITACIÓN DE SAMUEL TITMARSH Y EL GRAN DIAMANTE HOGGARTY William M. Thackeray, Periférica, 256 páginas, 17,90 euros.
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yer, una de las alumnas más espabiladas de la ESO, aunque bastante tarambana y algo trasto (léase en la vacía jerga psico-pedagógica hiperactiva) afirmó con mucha convicción y cuajo que dos verbos juntos forman una periferia, en vez de perífrasis, verbal. Sentí añoranza de aquellos libros publicados por profesores puntillosos que recogían analectas de disparates de sus discípulos, es un decir. Sospecho que ya no se publican porque ahora todo es un disparatar sin tasa, en cada tanda de corrección de exámenes podían despiojarse topinadas suficientes para infectar por completo una antología, en cada grupo hay perlas a tutiplén, a cual más desopilante. Semejante hallazgo, tamaña muestra de humor a que-
marropa, en la periferia verbal, me ha salvado la mañana. Y, por la tarde, he recordado, máxime con la mala prensa que tiene lo descacharrante, sobre todo en la lírica, cómo me lo pasé cuando descubrí al Tuerto López que, en realidad, para colmo, era bizco, poeta desconocido, localísimo y finisecular de Cartagena de Indias, cínico y prosaico, capaz de rimas tan inverosímiles como, elijo al azar, en ‘Otra emoción’: «Y la cocina,/que no huele a rosas,/se encuentra junto a la letrina.//Cosas/de la raza latina». O col con sol, o en ‘Postura difícil’ pus con Teresa de Jesús. No hay cruce de terminaciones, por grosero que sea, que se le ponga por delante a este posmodernista corrosivo. Y qué decir del humorismo involuntario –calificativo que congrega lo máximo en el
UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO
ejercicio de la carcajada- del mejicano Margarito Ledesma, un cómico de primera. Por no extenderme, les recomiendo la web ‘Poemas del alma’ donde están expuestas algunas de sus joyas: ‘¿Por qué te tapas?’ o ‘Himno local’. Pero si los poemas son hilarantes, las notas explicativas que los acompañan son de órdago a la grande, así comienza la de ‘Los limpiones’: «Acontece muy seguido que gentes poco cuidadosas y de poca reflexión se suenan las narices y, sin más ni más, sin tomar ninguna precaución, se guardan el paño en la bolsa y no vuelven a acordarse del negocio…». Difícilmente superable. Justamente por lo insólito del humor entre la grey poética, he acudido al esquinado, fruto del escarmiento intelectual, de Fabián Casas, un humor, más que sutil como
propio de un lirismo seco e intenso, en palabras de Ignacio Echevarría, de naturaleza iconoclasta, a mi juicio, tendente a negro: «Las parejas y las revistas literarias/duran casi siempre dos números», «entró al templo con el látigo/y expulsó a los recitadores de poesía», «hay toque de queda pero no queda nada». Y es que «la vida, a veces, tiene un humor de mierda». Son versos espigados de ‘Horla City y otros’ (Seix Barral), la poesía entera, veinte años, de este bonaerense, seguidor de raros como Girri y Wilcock, de quien hablamos hace tiempo a raíz de ‘Ocio’ (Alpha Decay). Ya en el primer poema de su libro inicial, ‘Tuca’, alude, a cuenta del stalker de su Boedo, a la cabeza vendada de Apollinaire, uno de los iconos de la vanguardia, con afán desmitifi-
cador, un tanto gamberro, de la misma manera que degrada a moscardón al albatros de Baudelaire, aun siendo partidario de su spleen, rebaja a Ernesto Sábato a Ernesto Sótano, somete a un remix a Li Po o a Conrad, o desecha la enésima sublimación del mar: «Ya se han dicho muchas cosas/ sobre ese montón de agua». Igualmente, desvaloriza la poesía elegíaca, la social, la metafísica, la inspirada…, declara que escribe sólo para lectores que no perpetren a su vez versos. Son poemas elusivos o meramente descriptivos, pero con una resonancia entre nostálgica y melancólica, aunque a veces persiste una frialdad de nevera indiferente, abierta en la madrugada, como en algunos poemas sobre sus padres, e incluso una desesperación sin paliativos, hasta llega a juzgar
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el amor como una farsa entre mamíferos huraños. Amantes de la poesía sentimental o arraigada, abstenerse. Entre la risa y la media sonrisa he leído también ‘Las viudas tenaces’ (Rilke), relatos del segoviano Ignacio Sanz, un maestro del humor fino y de la retranca. He refrendado en este libro que domina todas las suertes humorísticas: la ironía, a menudo piadosa; la chanza de índole hasta cervantino-quijotesca sobre quienes se quieren arrimar y apropiar de su figura o su obra, como muestra del esperpento nacional y de los desafueros turísticos; o la chanza ligera de los poetas palabreros y sus metáforas herméticas o de las tertulias artísticas, como la llamada, con sorna, del Mandinga, «una república extravagante». No es ajena a esta maestría su ascendencia de
narrador oral, ni su capacidad, tan olvidada por nuestra narrativa reciente, para recrear diálogos verosímiles, de un español purísimo, lo que demuestra un oído y una atención poco comunes, basta a este respecto su composición del ganadero tratante apodado ‘Quécojones’, protagonista de un viaje iniciático al norte, hacia el Mondoñedo del fabuloso Cunqueiro; o la del meador tinerfeño de lentejas doradas de malvasía. Con cuatro trazos, erige personajes inolvidables como éstos, o, con humor más bien oscuro, el de una de las viudas del título, Leocadia la dominantota, de «corpulencia avasalladora», resuelta a intimidar a su esposo novelista y hacer que se diera al morapio con resultado de cirrosis terminal. No sé, por cierto, si el autor conoce, por contraste, un con-
Entre la risa y la media sonrisa he leído ‘Las viudas tenaces’ (Rilke), relatos del segoviano Ignacio Sanz, un maestro del humor fino y de la retranca Por lo insólito del humor entre la grey poética, he acudido al esquinado fruto del escarmiento intelectual de Fabián Casas
greso, si no recuerdo mal auspiciado por Pilar Gómez Bedate, la mujer de Ángel Crespo, en el que las ponentes eran todas prójimas de escritores fallecidos y supongo que estarán al frente de sus fundaciones. Leí hace mucho, con estupor, por encima, las actas, donde los despellejaban sin ningún pudor, con un ansia de venganza casi uterina. Con esta temática, abundan, como es natural, los guiños literarios: al aguerrido Bolaños, al maestro Pereira, al título de un libro de Aramburu, o a los pobres cronistas locales, con un remedo de los milagros de Berceo. En el cuento medular, y el más extenso, el poeta jilguero Mestre, al que siempre me imagino en una ambulancia, entre campos de girasoles, clamando sobre la conciencia de las restituciones y la desnudez de la belle-
za, le ofrece en bandeja dos anécdotas del genial y desconcertante, crucial para nuestra poesía contemporánea, Vicente Huidobro, que luego se convertirían en el libro infantil ‘Una vaca, dos niños, trescientos ruiseñores’ con el que I.Sanz obtuvo el prestigioso premio Ala Delta. Y es que nos encontramos ante un narrador nato, todo lo fagocita, «porque la vida proporciona sin cesar nuevos argumentos». En este volumen es la vida literaria misma, trasmutada, la que se utiliza como motivo principal o como espoleta; la escritura, sus aledaños y vicisitudes, el mundillo de la vanidad agraviada, tan avinagrado, tan desolador, siempre entre bromas y veras: «después de una buena cena, los poetas, acostumbrados a convivir con el silencio, tendemos a la nostalgia».
Como sucede con I.Sanz, William M.Thackeray es dueño de una desenvoltura a la hora de narrar que parece sencilla pero no lo es, porque lograr la naturalidad al contar una historia no está al alcance de muchos. Este escritor inglés, de quien Periférica nos presenta ‘La habitación de Samuel Titmarsh y el gran diamante Hoggarty’, fue coetáneo de Dickens, cuyo Pickwick se cita de refilón hacia el final, y es un clásico de la narrativa británica, sobre todo por sus dos obras de referencia: ‘Barry Lyndon’ y ‘La feria de las vanidades’. En la novela, con moraleja, que comentamos, el humor está curiosamente al servicio de lo didáctico y tiene un punto cáustico a la par que cervantino por cierta ascendencia melancólica y agudeza de ingenio, además de por recurrir a lo paródico. Incluso los títulos de los capítulos tienen un aire quijotesco y, de hecho, se alude a la inmortal novela. El protagonista recurre en ocasiones al sarcasmo como mecanismo de defensa. Seguimos sus andanzas por la City, los mentideros y salones de alta sociedad londinenses, donde aprende –enseñanza universal, sin duda– que «si uno mismo no se da a valer un poco, tengan ustedes por seguro que ninguno de nuestros conocidos le hablará al mundo de nuestros méritos por ahorrarnos a nosotros la molestia». Es el valerse por sí mismo de donde arranca el ‘Lazarillo’, es decir, la novela picaresca y, por extensión, la realista. Aquí, el personaje principal, como el de Tormes, narra en primera persona, a modo de memorias, su autobiografía ficticia, alcanza su «buena fortuna» codeándose durante un breve tiempo con potentados, en ambientes finos, pero, al cabo, termina también asentado laboralmente gracias a su mujer. En la narración predomina cierto costumbrismo muy bien tamizado, de un desenfado y ligereza equívocos, pues satiriza sutilmente la sociedad de su época, dominada por la hipocresía, el desprecio y la arrogancia con los inferiores; y precave contra la ingeniería financiera, antiguamente llamada tocomocho, y que, como ahora, puede terminar con el protagonista nadando en la abundancia de la jet-set o en la trena. Se ve que la especulación y la estafa como prácticas económicas vienen de lejos, son de rancio abolengo, estaban ahí como el dinosaurio de Monterroso, mucho antes de los telediarios. Este es el artículo de Fermín Herrero que debería haberse publicado en el último número, en el que se repitió por error un texto anterior.
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La reina del baile 200 años después del nacimiento de Adolphe Sax, el instrumento que lleva su nombre ha sido pieza esencial en el desarrollo del jazz
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os grandes inventos exceden a sus inventores. No son solo la consecuencia esforzada de un proceso investigador sino que hay en ellos un corazón imprevisto, un fondo de sorpresa similar al que se produce con los descubrimientos, siempre más fortuitos. Cuando Antoine-Joseph [Adolphe] Sax patentó el instrumento que llevaría su nombre, y aun en el momento de su muerte, casi cincuenta años más tarde, no pudo imaginar ni por un momento que esa combinación de cuerpo y tendones de metal, articulaciones de corcho y lengua de madera no solo iba a alcanzar una popularidad similar a la de otros instrumentos con mucha mayor tradición musical, sino que ayudaría a la forja y expansión de un nuevo estilo por entonces inédito. Porque si hay un estilo donde el saxofón ha podido desarrollar todo el amplísimo abanico emocional y expresivo de que es capaz, ese es sin duda el jazz (Adolphe Sax muere a finales del XIX y
ENFASEREM EDUARDO ROLDÁN
el jazz es puro siglo XX). En la música clásica, el invento recibió la sanción artística oportuna, y con el paso del tiempo su uso ha ido incrementándose lenta, sostenidamente, hasta alcanzar una presencia modesta pero firme; en el amplio espectro de la música popular, desde el rocanrol al reggae, fuera de ocasionales brotes —un solo de David Bowie allí, otro de Van Morrison allá, el final de ‘Walk on the wild side’— no ha terminado de florecer. Al comienzo en jazz, en los húmedos y fragantes burdeles de Storyville donde los combos de dixieland se batían los vientos a cambio de un plato caliente y un whisky de bañera, era el metal brillante de la trompeta y los rizos amaderados del clarinete quienes se disputaban los laureles del solista y la atención principal del respetable (paradójicamente, la idea motora de Adolphe Sax fue el combinar las virtudes de trompeta y clarinete en un único instrumento). Solo Sidney Bechet asumió el saxofón como vehículo solista de pleno derecho, pero con un tipo, el soprano, que en esencia no era sino un clarinete bañado en oro; aparte de un sonido algo más aterciopelado, híbrido, el soprano de Bechet no aportaba nada que no se pudiera escuchar con su primo de madera. Hubo que esperar hasta la eclosión de las orquestas de swing de los años 20 y 30 para que los saxos alto y tenor se fueran afianzando como voces autónomas, idiosincrásicas. En el alto Johnny Hodges y Benny Carter fueron responsables primeros de esta autonomía, pero hubo que es-
perar hasta que Fletcher Henderson le diera una silla a Coleman Hawkins para que el saxofón —tenor— no solo se emancipase del resto de vientos sino que se convirtiese en el viento que iba a fijar la estela que los otros tendrían que seguir. El Halcón fue para el saxofón lo que Louis Armstrong había sido para la trompeta. Su rotundo y desabrido sonido, no obstante conmovedor en las baladas, el enfo-
que angular de la improvisación, el uso de extensiones armónicas hasta entonces inéditas… Hawkins fijaría, con esa tierna sequedad que tenía su manera de tocar, los puntos de referencia de lo que aún hoy constituye el saxofón en jazz, y que sintéticamente quedarían recogidos para la historia en los menos de tres minutos de la grabación que el 11 de octubre de 1939 haría de ‘Body and soul’. El único
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Sábado 8.11.14 EL NORTE DE CASTILLA
Si hay un estilo donde el saxofón ha podido desarrollarsu abanico emocional y expresivo, es el jazz
De izquierda a derecha, Lester Young, Charlie Parker, John Coltrane y Ornette Coleman.
Con Charlie Parker nace el jazz moderno y el idioma nunca volvería a ser el mismo
tenor que logró ponerse a la altura del padre Hawkins fue el que menos trató de imitarlo. Con un fraseo sinuoso y relajado que disolvía los teóricos tiempos fuertes y débiles del compás gracias a un uso de los acordes de paso tan imaginativo como eficaz, un sonido limpio y claro, de vibrato casi inexistente, Lester Young abrió la otra vía expresiva fundamental del instrumento, y desde entonces, se
enmarque en la corriente que se enmarque —cool, be bop, hard bop, free jazz, jazz modal… Por otro lado etiquetas siempre reductivas y discutibles—, el saxofonista se ha basado en los ingredientes de estos dos gigantes fundadores para destilar su cóctel particular. El cóctel más sabroso sería el combinado por Charlie Parker. Parker, devoto confeso de Young, no dejó sin embar-
go de incorporar a su discurso, estirándolas y retorciéndolas hasta el límite, las innovaciones armónicas y rítmicas que había establecido Hawkins, si bien el conocimiento armónico de Parker era mucho más visceral, anárquico e intuitivo —pero no menos profundo—. Con Charlie Parker nace el jazz moderno, y el idioma nunca volvería a ser el mismo. El virtuosismo imposible de Parker obligó al resto de instrumentistas —no solo saxofonistas— a exprimirse como no lo habían hecho nunca, a cambiar incluso su manera de tocar. Claro que el virtuosismo ha de ir acompañado de una inventiva a la altura, y así muchos se quedaron únicamente en los clichés del pájaro y no en la altura del vuelo. El genio es capaz de arrasar a su generación, y Parker arrasó a la mayoría de sus pares (y se arrasó a sí mismo). Tuvo que ser otro genio el que cuestionara el enfoque parkeriano de la improvisación y diera el último, definitivo paso en el desarrollo del lenguaje jazzístico, por la fulminante vía de arrumbar el soporte armónico como base de aquella. Ornette Coleman era capaz de tocar nota por nota como Bird, pero para eso era mejor no tocar. Al arrumbar la sucesión de acordes lo que hace Coleman es posicionarse ante un territorio tan vasto y desnudo como intimidante y atractivo: el de la improvisación pura, el de la pura melodía: el músico solo con sus ideas y su inventiva, sin asideros. La llegada de Coleman y el free jazz —expresión desafortunada, por pleonástica: el jazz es libre por de-
finición— produjo un seísmo aun mayor que el del bop, y en realidad nadie, medio siglo después, se ha internado todavía tanto por ese territorio como el propio Ornette. Ni siquiera el músico —con permiso de Miles Davis— cuya trascendencia más se deja sentir hoy: John Coltrane. La discografía de Coltrane es el mejor resumen de la historia del saxofón en jazz —con la incorporación del saxo soprano como instrumento autónomo, completo, y no un mero pariente del clarinete a la manera de Bechet—, pero aun en sus últimas, más vanguardistas grabaciones mantenía las referencias armónicas, siquiera ocasionales. Hoy no cabe duda de que los tenores son las reinas del baile. El no aficionado ha llegado a identificar incluso el jazz con el saxofón. ¿Por qué? Como instrumento reúne todo aquello que define al jazz. El jazz es ante todo improvisación, y el saxofón, por los requisitos físicos que exige para tocarlo —digitación, embocadura, portabilidad—, por la ductilidad irrompible de su fraseo, es el instrumento que más invita al abandono, que más fomenta la unión directa entre el inconsciente del músico y la realización sonora. Añádase su cualidad vocal, cercana a la voz humana, con todo el abanico de matices que esta posee, del susurro al grito, y que lo hace el más distintivo de todos los instrumentos, aquel que con mayor disposición permite alcanzar ese sonido propio que es el objetivo final de todo solista. ¿Qué añadir? Adolphe Sax merece un monumento.
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DEL CIPRÉS
Uno existe para los demás, pero se desconoce a sí mismo. Por ello insiste Unamuno en las imágenes volátiles
Miguel de Unamuno, posando para el pintor de Granada José María López Mezquita, en Hendaya a finales de 1925, en fotografía de Venancio Gombau.
CÉSAR AUGUSTO AYUSO
E
l desafío novelesco de Unamuno al lector va más allá de los meros juegos narrativos o formales y se dirige expresamente al contenido, a las ideas, a las más altas y profundas verdades con las que un hombre debe encararse: la propia vida, el propio ser. Por eso, prescinde de las peripecias novelescas habituales, esas que al lector convencional le sorben el seso y le enajenan de su propio acontecer existencial mientras le conducen a un desenlace evasivo, artificioso. El inicio de la novela es ya una llamada de atención de que la vida –la real, no la novelesca– no es algo previsible o gobernable, sino que es puro azar, y que, lejos de acontecimientos sublimes, se teje con «mil pequeñeces de lo cotidiano». La vida es una nebulosa, y en ella se avanza palpando, a tropezones. Augusto sale de casa, observa la lluvia y siente cierto disgusto por tener que desplegar el paraguas. La vida humana no participa de la belleza ideal, el uso al que está obligado de las cosas le recuerda que su paso por ella no le permite la contempla-
Cien años de ‘Niebla’, de Unamuno (y 2) La única evidencia ción, sino que le impele a transitarla con sentido práctico. El azar de la lluvia le lleva al amor. Y todo lo que venga después no será sino un debate sobre qué sea ese sentimiento que le embarga, si es realmente una realidad metafísica o una mera convención social con la que el hombre da respuesta a ciertas necesidades o carencias vitales. Utiliza Unamuno, sabiamente, para prender en el lector la duda e inmiscuirle en el
debate, el perspectivismo, poniendo en boca de distintos personajes otras tantas visiones u opiniones sobre el concepto y la realidad del amor. Lo que en el protagonista puede parecer platónico e intuitivo, en otros personajes adquiere evidencias mostrencas, hasta vaciarlo de todo sentido ideal, metafísico, y reducirlo a la pura convención social, pragmática, del matrimonio. La necesidad de enamorarse surge en Augusto solo una vez
muerta la madre, y con cierta confusión, porque le hace vacilar al hilo de las circunstancias entre Eugenia y Rosario, y no le permite olvidar su consejo: «Busca una mujer de gobierno, que sepa querer… y gobernarte». Lo que dicen sus personajes, lo dice el mismo Unamuno, que gusta de la paradoja como acicate intelectual y vital. En boca del don Avito de ‘Amor y pedagogía’, al que por un momento le hace asomar en la novela, le acon-
seja a Augusto algo muy parecido –algo que el propio escritor vasco tenía bien asumido en su vida–; le aconseja que se case no con la mujer que quiera, sino con la que le quiera, como único remedio para recobrar la indispensable protección de la madre perdida. Tanto contra entelequias como contra cientifismos, por boca del citado don Avito defiende Unamuno la verdad suprema que al hombre le interesa conocer: «La vida es la única maestra de la vida». El amor novelesco, el del súbito flechazo y desmedidas pasiones y avatares turbulentos que inunda la literatura, lo califica por boca de uno de sus personajes «tontería de poetas». Por eso sus novelas no tienen el final feliz, consolador, de la literatura fácil. Sus protagonistas –Apolodoro en ‘Amor y pedagogía’, Augusto en esta– fracasan en su intento de medrar en ese amor ideal al que quieren subordinar la realidad. No son correspondidos y, al negarse a aceptar que no es el amor con mayúsculas lo que deben buscar, sino algo más doméstico y accesible como el cariño, acaban malogrando trágicamente sus vidas. Y para demostrar que el amor no es pasión, sino proyecto de vida, y que puede ejercerse al margen del matrimonio, también con un sentido espiritual, escribiría posteriormente ‘La tía
Tula’ y ‘San Manuel Bueno, mártir’. El hombre está atrapado en las convenciones de la vida social y desconoce lo único que, en verdad, le atañe: su propia realidad como ser, el misterio de su propia existencia. Uno existe para los demás, pero se desconoce a sí mismo, no encuentra el camino para llegar hasta su certera identidad. Por eso insiste Unamuno en las imágenes volátiles, inconsistentes del espejo, del sueño, de la ficción, de la niebla. El hombre vive ofuscado en los engaños que él mismo se crea, siempre a través de la veleidad de la palabra, y se convierte en un producto social que vive a espaldas de sí mismo. Esa es la gran antinomia a la que todo ser humano se enfrenta: por una parte, su dependencia y necesidad de los otros (y aquí bascula el concepto del amor); por otra, la exigencia de conocerse a sí mismo, de abstraer en su existencia su individualidad, la esencia propia del yo. La introspección como lucha despiadada, como agonía. Ello sucede en la revelación dolorosa –como un segundo nacimiento, el verdadero– «de la conciencia de la muerte incesante». Solo cuando el protagonista cae en la cuenta del profundo significado del existir, del propio ser (y ello sucederá en el memorable capítulo XXXI en que tiene lugar la terrible lucha dialéctica entre él y el autor de su nivolesca vida, Unamuno), se rebelará contra su muerte aleatoria, contra la arbitrariedad de no disponer de sí mismo y ser siempre, de perdurar. Para el hombre no hay otra soberanía que la vida, aunque ella le envuelva en el enigma y le devore. Ante el gran abismo de la muerte, la única evidencia, comprender su sentido o su absurdo es toda su misión, si quiere vivirla heroicamente. Como dejó escrito en ‘Vida de don Quijote y Sancho’ –y a Antonio Machado le pareció una sentencia portentosa–: «La verdad no es lo que nos hace pensar, sino lo que nos hace vivir». Esta novela, ‘Niebla’, digna siempre de relectura, no cesará nunca de ser banco de sorpresas y surtidor propicio de sentidos. Como fruto sazonado de su autor, que en ella puso lo mejor de sí mismo, de su alto pensamiento y su desasosegado apasionamiento intelectual y vital.
LECTURAS
Sábado 8.11.14 EL NORTE DE CASTILLA
Amarrarse al caos
LA GRAN CAÍDA Peter Handke. Traducción del alemán de Carmen Gauger, Madrid, Alianza Editorial, 2014, 180 págs.
Un actor frente al teatro del mundo JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN
U
n hombre –nunca sabremos cómo se llama, aunque una persona con la que se encuentre le atribuya un nombre– se despierta por la mañana en el lecho de una mujer, en una casa que le resulta extraña. Está solo. Emprende un deambular a ratos parsimonioso, a ratos frenético, rumbo a la ciudad en la que, al atardecer, esa misma mujer le espera a la salida del trabajo. El hombre, antiguo alicatador, ha trabajado los últimos tiempos como actor cinematográfico. Esa misma tarde le aguarda una fiesta de homenaje, a la que no acudirá, como tampoco lo hará, al día siguiente, al rodaje de una película en la que debe encarnar a un asesino. Se dirige hacia la Gran Caída, un final cuyos detalles Peter Handke le hurta al lector. No es el único hurto que perpetra este escritor de discurso tan pulcro como oscuro, que hace del zigzag y de la elipsis el recurso literario
más crónico y sofisticado. El hombre camina durante las horas que llenan el día desde las afueras boscosas de la ciudad hasta sus barrios periféricos y el centro urbano. Se cruza con paisajes –reales o imaginados–, animales –sobre todo pájaros, pero también roedores, cuadrúpedos de varias clases, serpientes…–, y multitud de seres humanos, aunque se comunica, siempre brevemente, con muy pocos. Él es ajeno al mundo y el mundo le es ajeno. Vive un universo muy cercano, al que no deja de ceñirse, pero que le resulta –como él mismo a los demás– dispar, frío y a menudo hostil. Se mueve entre la solidaridad y el desarraigo, la cercanía y el distanciamiento, la calidez y el frío, la piedad y el desprecio. Todo es mutuo, sobre todo el mal. Tampoco sabemos dónde se encuentra la ciudad, ni la nacionalidad de los seres que la pueblan. Puede ser Europa o tal vez América del Norte. Es cualquier sitio a la vez y no es ninguno. Handke, por boca de su actor –el narrador lo llama a menudo «mi actor»–, recoge numerosas referencias a películas americanas, a canciones, a músicos, clásicos y modernos
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Peter Handke. :: HUGO CORREIRA –desde John Ford a Sylvester Stallone, desde Beethoven hasta Lovin’ Spoonful o Blue Cheer…– Asiste a una misa cristiana en la que él es el único fiel presente. Oye la proclamación de guerra por parte de un presidente que representa un poder que ya sólo es abuso: «Uno se avergüenza de estar vivo». Hay alusiones también a los acontecimientos que han asolado el siglo XX: las dos guerras mundiales, el Holocausto, Hiroshima y Nagasaki… Son referencias que sitúan y explican la deriva de
ese hombre: vive en y vive contra al mismo tiempo. No hay otra escapatoria ni otra alternativa. El hombre es y al mismo tiempo se representa, como todos los que le rodean; entre ellos se desplaza o se inmoviliza. Ni el día ni la luz merecen su nombre. La amistad es una quimera. No quiere poseer nada: la propiedad es un cerco que nos aleja del entorno, un círculo agobiante ya difícil de por sí. La única salvación –aunque nada nos rescate de la Gran Caída– es mirar hacia lo que no es uno, «y en
especial hacia arriba, hacia el cielo», pese a que resulte un magro consuelo. En ocasiones lo redime también la imaginación; pero la realidad acaba imponiendo siempre su delirio. ‘La Gran Caída’ es una novela de extrema dureza, que se lee con sorpresa si entramos en el juego de exigencia casi ilimitada que propone su autor. Me atrevo a conjeturar que Handke pone en boca del personaje lo que parece la definición de su poética: «Para él (no olvidemos que se trata de un actor) imi-
tar no era un arte. Y sin embargo, a veces también se le deslizaba a él algún remedo (de ahí las frecuentes citas a las que he aludido antes), siempre, desde luego, fuera del campo profesional, y cada vez para su desdicha y, eso le parecía a él, para su ignominia. Se le deslizaba, es decir: ese imitar no ocurría por libre decisión suya. Y él lo expresaba mal; en él, que era actor, locutor, espectador –su mirar y observar determinaban la imagen y el sonido–, nueve veces mal». Quizá Handke pretenda que todos nos veamos reducidos, como el actor, a vociferar para salir de nuestra indefensión frente al teatro del mundo. Vociferar en contra, incluso si no siempre sabemos de qué o de quién. Pues, al paso que caminamos, la tierra, muy pronto, habrá dejado de ser «el mundo de Dios y de los hombres». ¿Es preferible desaparecer, o perdurar?, llega a preguntarse su personaje, y es el mismo interrogante que sin duda Handke quiere transmitir al lector. El Bar de la Esperanza lo hallamos junto al Bar del Destino. Y el destino no es otro que la Gran Caída, algo tan impreciso como ineludible. Entretanto, habitamos el caos «en el tiempo y en el espacio, en el cuerpo y en el alma, en sí mismo y con los otros».
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DEL CIPRÉS
LECTURAS
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Las réplicas del dolor Irène Némirovsky regala un relato estremecedor en ‘Los bienes de este mundo’
LUIS EDUARDO SILES
L
os bienes de este mundo’ es una historia sobre la guerra, sobre lo terrible de las guerras, escrita a modo de folletín, pero, sobre todo, se trata de una sublime y colosal narración sobre el dolor del ser humano. Los hombres y las mujeres sufren. Incluso en los momentos de felicidad acecha el dolor. «Un mal momento que hay que pasar», repite resignadamente Pierre Hardelot, protagonista del libro, entre sonido de cañones y la amenaza de un bombardeo, entre personas que huyen, entre la angustia y el miedo provocado por una inminente ba-
talla en la Segunda Guerra Mundial. En ese momento los personajes se hallan en el epicentro del seismo del dolor, pero el dolor tiene réplicas durante toda la vida. ‘Los bienes de este mundo’ es una obra conmovedora, como lo fue la vida de su autora, Irène Némirovsky. La biografía de esta escritora rusa (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), a quien se ha comparado con Tolstói o Turguénev, resulta sobrecogedora. Nació en Rusia en el seno de una acaudalada familia judía. Hija única. Tuvo que huir de los bolcheviques a Francia, dejando atrás recuerdos y fortuna, marcada por la nostalgia y el desasosiego. En Francia le denegaron la nacionalidad tantas veces como la solicitó. Ya se había labrado un nombre importante en la literatura y recibía elogios públicos
Irene Nemirovsky. :: EL NORTE de Jean Cocteau o Paul Morand, entre otros, cuando los nazis la apresaron y la asesinaron en Auschwitz, con 39 años. Irène Némirovsky cayó en el olvido, en el anonimato. Hasta que la casualidad hizo que una de sus hijas encontrara en 2006 en el interior de una maleta un manuscrito de ‘Suite francesa’, su
obra cumbre, que devolvió a la actualidad literaria a esta escritora sensacional. «El ser humano saca fuerzas de la desgracia, y cuanto mayor es ésta, mayores son sus fuerzas», afirma uno de los personajes de Irène Némirovsky en ‘Los bienes de este mundo’, obra que publicó en 30 entregas, una por semana,
durante 1941, bajo pseudónimo, en el semanario ‘Gringoire’. El libro se editó por primera vez como novela en 1947, cinco años después de su muerte. Irène Némirovsky tiene un estilo sencillo pero brillante, un estilo invisible pero que acaricia, puesto exclusivamente al servicio de lo que se narra, de lo que cuenta, pero que el lector percibe como una melodía. A la autora le preocupa el fondo, pero no puede eludir la forma. En Irène Némirovsky destaca la capacidad de narrar, es una narradora en estado puro: la vida pasa arrolladora por las páginas de este libro, que el lector sigue con adicción. ‘Los bienes de este mundo’ discurre entre los albores del siglo XX y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Cuenta la vida de los Hardelot, una familia de la burguesía de Saint Elme, un pequeño pueblo del norte de Francia, próximo a la frontera con Bélgica, de habitantes serenos y acomodaticios, que sin embargo vieron su pueblo y sus vidas destruidas por dos veces en las dos grandes guerras que asolaron Europa a principios del siglo XX. «El mundo se asemejaba a un enfermo que despierta gimiendo y se da la vuelta en la cama tratando en vano de olvidar sus dolores», escribe. ‘Los bienes de este mundo’ es también una gran historia de amor, de esos amores apasionados y largos, que en sí
LOS BIENES DE ESTE MUNDO Irène Némirovsky. Salamandra, 2014. 221 págs. 15 euros.
mismos justifican una vida. La autora dice deAgnès, la mujer de Pierre: «Y su rostro se iluminó con el fugaz resplandor de juventud que embellece a las mujeres maduras y sabias al hablar del amor». Se trata, tal vez, de un libro algo menor dentro de la obra superlativa de esta autora, pero de necesaria lectura. Irène Némirovsky murió en Auschwitz, tuvo una existencia desgraciada, pero desde el dolor de su obra nos dice también que la vida merece la pena vivirla, al menos luchar por la vida, porque esta escritora finalmente estuvo en Auschwitz, ya está dicho, donde acabaron con ella pero no con su obra, con su descomunal legado literario, libros llenos de música, de una melodía triste pero hermosísima, que describen un amanecer radiante y pleno en medio de la batalla, porque al fin y al cabo, como en aquella película de campos de exterminio, la vida es bella.
LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
El hambre de conocimiento
Una pequeña bruja en prácticas
:: V. M. NIÑO :: V. M. N. Llega al mercado español la serie de Zuk, la pequeña bruja de Nicolas Hubesch y de Serge Bloch. El ilustrador francés ligado durante 25 a Bayard participó en la última edición de Ilustratour en la que impartió un seminario sobre portadas. La labor de síntesis que le exige su trabajo para prensa la alterna con los álbumes infanti-
LA BRUJITA ZUK Texto de Nicolas Hubesch, ilustración de Serge Bloch. Bruño. 9 euros. A partir de 6 años.
les. Después de lustros dibujando al volador Samsam, cambia de tercio con ‘La brujita Zuk’. Las aventuras de esta curiosa niña las escribe su amigo Nicolas Hubesch. Zuk es una suerte de conciencia infantil en un entorno gótico-infantil, es una bruja, hija de brujos, vecinos de una gran ciudad que bien puede ser Nueva York. En las dos primeras entregas la protagonista demuestra «su gran corazón» y su condición de «peligro público». Esta niña resuelta desde su minúsculo tamaño, alegoría de la infancia, demuestra su inquietud por la degradación medioambiental, se manifiesta contra el abuso de autoridad (motín contra el alcalde) y a favor del ‘sin techo’ que le pone la vida al lado. Una pizca de Mafalda, otra de Lisa Simpson. Pero no deja de ser una
pequeña infanta con todo por aprender, desde cómo conducir su escoba hasta el control de sus hechizos. Sus padres, por brujos que sean, se ven en la obligación de reñirle y exigirle buen comportamiento. Las historias de la brujita Zuk están concebidas como cómics, con sus bocadillos
y pequeños textos a modo de pie. Serge Bloch mantiene su estilo esquemático y estilizado, con colores vivos. En conjunto es una buena parrilla de salida para pequeños que comienzan a tentar la independencia lectora, aunque también admite la lectura compartida.
El rayo azul es la emisión del elemento que descubrió Madame Curie, el radio, tan pernicioso como beneficioso según su uso. A ella la quemó pero gracias a su tesón hoy se curan enfermos en cada sesión de radioterapia. La historia de Maya, la joven polaca que antepuso su ansia de saber a cualquier otra cuestión vital, y la vida de la científica ya casada con el profesor Curie son narradas por su hija, Eva, la única de la familia que no se dedicó a la ciencia. Este es el punto de vista adoptado por el autor de esta biografía de la doble Premio Nobel, de Física y de Química. Cuando las mujeres no podían ni ir a la universidad en Polonia, ella logra entrar en La Sorbona. Institutriz, novia frustrada, cuando llega a París se entrega a las matemáticas y la química. Primero tiene que luchar por un laboratorio, por la intendencia mí-
EL RAYO AZUL Vicente Muñoz Puelles. Ilustraciones de Ana Bustelo. Anaya. 152 páginas. 10,70 euros. A partir de 12 años.
nima que la permita experimentar fuera de su espartana buhardilla. Después encontrará a Pierre Curie, otra rara avis que rechazó el camino académico al uso para centrarse en ‘descubrir’. El doctorado y la búsqueda de clases para satisfacer las necesidades mínimas eran trámites para poder seguir buscando elementos hasta entonces desconocidos. Francia tenía ya el galio, Curie logró poner en la tabla periódica de los elementos una referencia a su patria, el polonio. Un buen relato de la vida de esta excepcional mujer y científica recomendable para cualquiera.
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DESTELLOS EN LA BIBLIOTECA
Angélica Tanarro
SIDRA CON ROSIE Laurie Lee. Editorial Nórdica. Traducción: J. M. Álvarez Flórez y Ángela Pérez. 256 págs. 19,50 €
CASETAS DE BAÑO Monique Lange. Ediciones El Taller del Libro. Prólogo de Juan Goytisolo. 122 págs. 18€
LA PELUCA DE FRANKLIN María José Codes. Menoscuarto ediciones. 304 págs. 17,50€
Cuando la biografía es una novela El final de una vida milenaria «Yo pertenecía a aquella generación que vio, por casualidad, el final de una vida milenaria». La frase es del escritor británico Laurie Lee (Gloucestershire, 1914-1997) puesta en boca del narrador de ‘Sidra con Rosie’, en realidad el propio autor. El libro, recientemente aparecido en Nórdica, inauguró su trilogía autobiográfica que es al mismo tiempo la obra más famosa de este autor que en 1937 se unió a las Brigadas Internacionales para luchar por la República española. Estructurada en capítulos que pueden funcionar autónomamente como relatos (de hecho algunos aparecieron exentos en distintas publicaciones) la novela narra la infancia del escritor en una aldea del condado de Gloucester y en un mundo de tradiciones arcaicas a punto de desaparecer. El peso de las leyendas, las contradicciones de una comunidad rural pequeña y aislada, la naturaleza que condiciona de forma incontestable la vida humana (especialmente brillante el capítulo dedicado a las estaciones)... son elemento de un puzzle en el que el lector entra poco a poco hasta quedar atrapado en un mundo lleno de secretos, de silencios y normas ancestrales no escritas. Incluso verse identificado por lejano y ajeno que le resulte el tiempo o el lugar. Laurie Lee es dueño de una prosa rica y vibrante, llena de metáforas e imágenes que colorean el texto y le
aportan fuerza y personalidad. Y, de paso, viste a unos personajes de los que el lector acaba enamorándose. Como en el capítulo dedicado a sus abuelas, la abuela Trill y la abuela Walton: «Parecían estorninos tachonados de azabache y caminaban con un tintineo de oscuridad».
H
tendido en varios artículos. Ahora, hoy, me extenderé un poco sobre la novela. El propio Harrison considera ‘El curso del corazón’ si no el mejor, sí uno de sus mejores textos –su otro favorito es ‘Climbers’, que nunca se ha traducido–, y no le falta razón. Decir que un texto es uno de los mejores dentro de una obra llena de narraciones increíblemente buenas, únicas, o casi, en su especie, es decir que nos encontramos ante una de esas novelas sublimes que son poco menos que marcas fuego, verdaderas supernovas, que sólo aparecen en el mundo de la letra impresa de tanto en tan-
culada, el sol aunque tibio consigue vencer las nubes interiores y exteriores. Exquisita lectura.
Un rayo de sol entre las nubes En España el nombre de Monique Lange (París, 19261996) va unido al de Juan Goytisolo que, tras el divorcio de su primer marido, fue su pareja desde 1956 y su esposo tras casarse con él 22 años después de iniciada su relación. Pero Lange tenía una carrera autónoma como editora, guionista y escritora. Como editora llegó a ser responsable de la sección de literatura extranjera de Gallimard; como guionista colaboró con Rosellini y Losey (fue guionista de ‘La trucha’) y como escritora publicó las biografías de Edith Piaf y Jean Cocteau y varias novelas. Para Juan Goytisolo, autor del prólogo, ‘Casetas de baño’, que acaba de publicar Ediciones el Taller del Libro, es la mejor. Aunque escrita en tercera persona recupera una etapa dolorosa de la vida de Lange en la que está aprendiendo a vivir lejos de sus seres más queridos. Su hija y su pareja han dejado la casa y ella viaja a Bretaña por recomendación de su médico para terminar de recuperarse de una depresión. ‘La mujer, aún joven’ (nunca aparece el nom-
Saturación perfecta ace algunos días, en otro artículo, felicitaba a la editorial argentina Paprika por volver a traer al lector en castellano –al menos en esa parte del mundo, aunque, con internet, esas fronteras se han vuelto difusas– la novela ‘El curso del corazón’. Quiero reiterar, hoy, esa felicitación. Explicaba, también, brevemente, mi entusiasmo desmedido, casi irracional, por la novela en cuestión. Sé que en el pasado la he mencionado en esta misma sección, en compañía de algunos otros títulos, y sobre su autor, M. John Harrison, o Mike Harrison me he ex-
bre de la protagonista) quiere volver a escribir pero aún no está preparada, solo muestra a través de una prosa limpia, matizada, sugerente, la melancolía que la invade, mientras en el paisaje de una costa, a la que no siente vin-
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
to. Es una novela que lleva en su seno violentas oposiciones, un seto esmeradamente perfilado pero de floraciones salvajes: La trama está llena de oscuridades y perplejidades, de más preguntas que respuestas. Res-
Caricatura de Monique Lange. :: IÑAKI CERRAJERÍA
puestas que, cuando llegan, no son ni mucho menos totales. Cuando, hace ya dieciocho años, concluí la primera lectura, me sentí como si mirando al sol, deslumbrado, algo increíble hubiera sucedido, pero incapaz de decir qué. Sucesivas lecturas han ido aclarando el contorno, matizándolo. Pero a veces, de una a otra lectura, este contorno aparece como algo casi completamente distinto al anterior. Quizás, sólo quizás, complementario. El suceso central de la trama nos elude. La novela comienza con un prólogo o proemio, una introducción que concluye poco antes de que el suceso tenga lugar. A vuelta de página, en el primer capítulo, han pasado años. Los protagonistas no recuerdan que ocurrió. Pero a lo largo de la años van sufriendo las con-
EL CURSO DEL CORAZÓN M. John Harrison. Parika.
secuencias, unos efectos secundarios extraños, a veces pavorosos, no carentes de una maravilla mórbida. Decir que estos efectos, estás visiones, son, en cierta medida, reflejo de los personajes, es acertado, pero pobre. El resto de la historia se podría reducir –aunque en el fondo hay más, mucho más– al intento de los
Franklin sin peluca Hay libros que son su estilo, otros que son la historia que nos narran y hay un tercer grupo que consigue aunar en equilibrio ambas cosas. ‘La peluca de Franklin’ pertenece al segundo. María José Codes pone el lenguaje –claro, preciso, casi periodístico– al servicio de dos historias que se entrecruzan. Una de ellas nos traslada a 1776. Estamos a bordo del ‘Reprisal’ un bergantín que traslada a Benjamin Franklin de Filadelfia a Francia con la misión de recabar ayuda para las colonias rebeldes americanas. En la segunda, Vilán, un tipo extraño que apenas sale de casa, vive enredado en el mundo de los vídeojuegos y las redes sociales. Codes no necesita muchas páginas para meter al lector de lleno en ambos mundos que se alternan, ofreciendo por un lado el acercamiento a un personaje histórico singular y atractivo y la personificación de uno de esos tipos raros cuya neurosis ha encontrado un caldo de cultivo bien abonado en las posibilidades de la Red. Lástima que, tras una lectura que engancha como un ‘thriller’, el libro concluya un tanto confusa y precipitadamente.
protagonistas por comprender, o recordar, aquello que hicieron. Uno, el narrador, a través de escarceos esporádicos con la magia. La pareja formada por Lucas Medlar y Pam Stuyvesant, contándose la increíble historia del Corazón, un lugar o estado de cosas que desapareció del mundo al caer, en la edad media, cierta ciudad cuyo nombre no se menciona –y aquí, el lector encontrará un homenaje a Patrick Leigh Fermor–. Por otro lado, la prosa que nos conduce a través de la narración, incluso en los momentos más extraños, es de una lucidez y belleza pasmosas. Una frase del autor, extraída de su cuento ‘Cave y Julia’ podría servir para describir la prosa: «...tomado por un cámara sublime. La luz, las siluetas, cálidas como un color de saturación perfecta».
14 LA SOMBRA
Sábado 8.11.14 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
E
n español, al igual que ocurre en otras lenguas, muchas palabras o expresiones imponen restricciones léxicas a las palabras con las que se combinan. Por ejemplo, el verbo ‘ladrar’ incluye a ‘perro’ (obviamente con el significado de ‘dar ladridos un perro’, aunque este verbo también significa, metafóricamente hablando, ‘decir algo a alguien de manera áspera y desagradable’). En esta misma línea, existe relación entre ‘mugir’ y ‘vaca’, entre ‘barritar’ y ‘elefante’ o entre ‘relinchar’ y ‘caballo’. ‘Comer’ se usa en el caso de ingerir alimentos sólidos, mientras que para los líquidos se usa ‘beber’; las personas tienen piernas y los animales y las cosas tienen patas. El conocimiento de las restricciones que impone cada palabra o expresión forma parte, en suma, del conocimiento que los hablantes tienen de la lengua. A veces los hablantes nativos desconocen las restricciones léxicas de algunas palabras, o dicho de otro modo, no las tienen en consideración, lo que implica ciertos desajustes, que se traducen en redundancias o en impropiedades léxicas. En el primer caso, el de las redundancias, se produce una sobrecarga significativa. ‘Subir’ lleva aparejada la noción de ‘más altura’ (es ir de un lugar a otro más alto), y por eso resulta redundante la expresión ‘subir arriba’; ‘aforo’ conlleva el rasgo significativo de ‘máximo’ (número máximo autorizado de personas que puede admitir un recinto destinado a espectáculos u otros actos públicos), así que es redundante decir ‘aforo máximo’; el adjetivo ‘aterido’ lleva implícito el rasgo relacionado con ‘frío’ (paralizado o entumecido a causa del frío), por lo que no debe decirse ‘aterido de frío’; si un mendrugo solo puede ser de pan, es redundante la expresión ‘mendrugo de pan’; si la idiosincrasia es lo distintivo y propio de un individuo o de una colectividad, no ha de ha-
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
RESTRICCIONES DE SIGNIFICADO
Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es
blarse de ‘la propia idiosincrasia’ ni de ‘la particular idiosincrasia’; ‘proyecto’ lleva en sí la idea de ‘futuro’, por lo que no debería hablarse de ‘proyectos futuros’. El otro tipo de desajustes lo constituyen las impropiedades léxicas, de las que nos hemos ocupado varias veces en esta sección. Hoy quiero mostrarles algunas que tienen como denominador común el hecho de tener algún tipo de restricción significativa. En el caso de ‘bifurcarse’ la restricción es ‘dos’ (dicho de una cosa: dividirse en dos ramales, brazos o puntas). Por tanto, no debe emplearse para uno ni para más de dos. ‘Acarrear’, con el significado de ‘ocasionar, producir, traer consigo daños o desgracias’, impone la restricción de algo negativo (daños, perjuicios, preocupaciones, enfermeda-
des, epidemias, etcétera). No debe emplearse entonces con sustantivos que impliquen algo positivo. ‘Adolecer’, con el significado de ‘tener o padecer algún defecto’, restringe su uso a algo considerado negativo. No debe emplearse como sinónimo de ‘carecer’, que no impone esta restricción. Decir de un aula que adolece de luz natural es incorrecto; no lo es, en cambio, decir de ella que carece de luz natural o que no tiene luz natural. ‘Barajar’ exige un complemento en plural cuando significa ‘considerar las varias posibilidades o probabilidades que pueden darse en las reflexiones o hipótesis que preceden a una resolución’. Por tanto, no es correcto decir que se está A veces los barajando ‘la’ posibilidad hablantes nativos de hacer algo sino ‘las podesconocen sibilidades’. las restricciones ‘Concurrir’ exige un sujeto múltiple, así que léxicas de una sola persona no puealgunas palabras de concurrir a un certamen poético ni un solo partido a unas elecciones y son necesarias al menos dos cosas o dos cualidades cuando se usa con el significado de ‘coincidir’. También ‘confluir’ pide sujeto múltiple. Un río no confluye en el mar, ni un camino en una carretera. En un río confluyen al menos otros dos o dos corrientes de agua; en una tendencia confluyen al menos dos aspectos; en una persona confluyen dos o más rasgos o características. Como pueden apreciar, si no se tienen en cuesta las restricciones de significado, se generan enunciados incorrectos desde el punto de vista de la propiedad léxica. Seguiremos con más casos la próxima semana.
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La música del silencio. Patrick Rothfuss (Plaza & Janés)
El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)
El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)
Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
El balcón en invierno. Luis Landero (Tusquets)
Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
Vestido de novia . Pierre Lemaitre (Alfaguara)
La pirámide inmortal. Javier Sierra (Planeta)
Esperando al rey. Peridis (Espasa)
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La música del silencio. Patrick Rothfuss (Plaza & Janés)
La herencia JJhon Grisham (Plaza&Janés)
Dora Bruder. P. Modiano (Seix Barral)
La mujer del diplomático. San Sebastián (Plaza&Janés)
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Morir bajo tu cielo. Juan Manuel De Prada (Espasa)
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Las gafas de la felicida. Rafael Santandreu (Grijalbo)
Las gafas de la felicidad. Rafael Santandreu (Grijalbo)
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Diccionario... RAE (Espasa)
Diccionario de la Lengua... Real Academia (Espasa)
La escritura... W. Lyon (Libros de K.O.)
El libro Troll. Rubius (Temas de hoy)
Setas de Valladolid . A. Garcia Blanco (El Siglo)
Los 10 mitos del nacionalismo... J. Leguina (T. de Hoy)
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Herr Pep. Martí Perarnau (Corner)
Soba no soba. Juan Bustamante (Fuente de la Fama)
Gente tóxica. B. Stamateas (B de bolsillo)
Sidra con Rosie. L. Lee (Nórdica)
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Libro del sosiego. Fernando Pessoa (Pre-Textos)
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Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
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El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)
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La soledad de los perdidos. Díez (Alfaguara)
Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
Underground. Murakami (Tusquets)
Adulterio. Paulo Coelho (Planeta)
Alabardas. Saramago (Alfaguara)
Trilogía de la ocupación. Patrick Modiano (Anagrama)
La sombra de otro. Jambrina (Ediciones B)
Leal. Verónica Roth (Molino)
Permiso para embalsamar. Pisonero (Olifante)
En la orilla. Rafael Chirbes (Anagrama)
Morir bajo tu cielo. Juan Manuel De Prada (Espasa)
Pacto de lealtad. Gonzalo Giner (Planeta)
El comité de la noche. Gopegui (Random House)
Un millón de gotas. Víctor del árbol (Destino)
El día después. Refoyo (Lupercalia)
La pirámide inmortal. J. Sierra (Planeta)
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Disputar la democracia. Iglesias (Akal)
Diccionario. RAE (Espasa)
Disputar la democracia. Iglesias (Akal)
El Arte de no amargarse... R. Santandreu (Oniro)
De animales a dioses. Harari (Debate)
Guía del cielo 2015. Procivel
Un paso al frente. Segura (Tropo)
Isabel la católica... Tarticio de Azcona (La Esfera)
Zócalo azulejos... Guerra (Autor)
Mañana lo dejo. Pedro García Aguado (Amat)
Palabralogía. Ortega (Crítica)
Open. Memorias. Andre Agassi (Duomo)
Psicopolítica. Han (Herder)
La enzima prodigiosa 2. P. J. Ramírez (Aguilar)
Por tieras de España... Remesal (Larayaquebrada)
España y Cataluña. Henry Kamen (La Esfera)
La sociedad de coste... Rifkin (Paidós)
200 tapas de España. Alberto Acosta (LID)
El viaje a la vida. Punset (Destino)
La enzima prodigiosa 2. P. J. Ramírez (Aguilar)
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Sábado 8.11.14 EL NORTE DE CASTILLA
LA CHISPA DE LA ETERNIDAD
‘Always Franco’ (’Siempre Franco’), de Eugenio Merino. :: ANDREA COMAS/REUTERS
N
ADA, ni remotamente parecido, a lo que ocurrió finalmente pudo imaginar en su juventud, ni durante su disciplinada madurez, Biaggio de Cesana quien, a buen seguro, después de mucho trabajar, maquinar y obedecer, alcanzó la cima de su mando nada menos que en el Vaticano más poderoso, ese que invertía el dinero de las bulas en las glorias faraónicas terrenas que aún hoy contempla la humanidad con absoluta maravilla. El maestro de ceremonias del papa Pablo III debió de ser y sentirse uno de los seres con más influencia política y religiosa de la época. No en vano, serían sus apreciaciones machaconas sobre la indecorosa desnudez de las divinidades pintadas por Miguel Ángel en el inmenso altar de la Capilla Sixtina, las encargadas de cubrir los genitales de Jesucristo y de su madre con velos oleaginosos de pudor ondulante, antes incluso de que el artista culminara su apoteosis pictórica. Sin embargo, semejante obsesión por la indecencia capitaneada, incluso fundada, por Biaggio de Cesana debió de impedirle calcular con tino las verdaderas consecuencias de sus actos al enfrentar la sensibilidad de sus ojos contra la mano creadora del Creador; al ofenderse tanto por contemplar la imagen representativa del Cristo en su humana dimensión. Y nada sabía, sin duda, de la bendición que Pietro Aretino había dejado escrita a Miguel Ángel: «en la misma medida que el destino colma de desdichas a aquél que no honre a Dios, también se las depara como castigo a aquél que no os honra a vos». Así que el pobre maestro de ceremonias no pudo evitar el espanto y la desolación cuando se vio finalmente representado en el fresco magnífico, en su parte inferior derecha, justo en el último rincón de su lectura visual, caricaturizado con orejas de burro como Minos, entre demonios, serpientes y condenados. Ni sus llantos y súplicas al papa, ni todo su poder terrenal fueron capaces de sacarlo de esa condenación eterna desempeñada por la mano implacable del artista.
‘Always Franco’ es una magnífica representación de nuestra sociedad perezosa, incapaz de cerrar la historia reciente de España
OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA
Cuesta creer, sin embargo, que ese implacable poder de Miguel Ángel para ajustar cuentas y que tantas simpatías despierta hoy mismo entre los amantes del arte, se le pueda negar a otros artistas que, como el Buonarroto, no hacen sino utilizar las herramientas que la propia vanidad esgrime todos los días. Uno de ellos es Eugenio Merino y su constante irreverencia, su certero sentido del humor y su desenfadada visión de lo que el arte ha de ser en cada momento desde que abandonó la actividad pictórica por una explosión de ideas y ocurrencias de una locuacidad indiscutible para describir, a grandes rasgos, la presencia y contribución de nuestras torpes generaciones por el mundo. Merino saltó a la fama en contra de su voluntad gracias a ‘Always Franco’, una delirante sátira compuesta por una combinación iconográfica excepcional. La figura de un Franco generalísimo, incómodamente agachado para siempre dentro de una nevera de refrescos, es una magnífica representación de nuestra sociedad perezosa y abotargada, incapaz de cerrar con el coraje necesario y sin falsedades la vergonzante historia reciente de España. Y a pesar de las denuncias interpuestas para impedir el uso libre de símbolos, la fuerza narrativa de su ideario es tan poderosa que ha logrado demostrar igual elocuencia con otros personajes conservados, para siempre, en las hornacinas del siglo, iluminadas, frías y eficaces. Lejos de la provocación puntual que muchos han buscado en la obra de Merino, como si Biaggio de Cesana continuara realmente entre nosotros, nos hallamos ante una verdadera condenación eterna, un ajuste de cuentas con el que solo el arte se atreve.
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 8.11.14 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
DÍAS FELICES
Un lugar olvidado N
o vivimos en un país culto, y basta con presenciar alguno de los concursos televisivos de preguntas para comprobarlo. Los concursantes raras veces fallan en las preguntas que tienen que ver con el mundo del deporte o con los cotilleos de los famosos, pero apenas aciertan cuando se trata de literatura o de arte en general. Y, de todas las artes, la más olvidada es el cine. Es extraño, pues en el siglo pasado no hubo arte más popular. ¿Qué está pasando ahora? Nadie va al cine, y las películas se esfuman de los circuitos de distribución como esas palomitas que se consumen en sus salas. No se trata solo de que la gente no vea las películas actuales, sino de algo mucho más grave: ya nadie recuerda a los grandes directores de la historia del cine. Nuestras ciudades tienen bibliotecas, auditorios y museos, pero no tienen filmotecas donde aprender a ver cine, ni el cine tiene presencia alguna en los planes de estudios de nuestros jóvenes. Hablar hoy a un chico o un chica de bachillerato de autores como Ingmar Bergman, Roberto Rossellini o Jean Renoir es como hacerlo de Anacreonte, de Simónides de Ceos o de alguno de los poetas griegos arcaicos. No podemos negarlo: el cine languidece. Y el aumento de los impuestos, los recortes a los apoyos en la producción aprobados por el nuevo gobierno, no harán sino asfixiarlo más. Se me dirá que hay cosas más importantes en estos tiempos de carencias. Pero ¿es eso cierto? ¿Podríamos vivir en un mundo sin historias, poemas, canciones o delicadas películas? La cultura no es un lujo. El hombre vive en la materia, y necesita la ciencia para comprenderla y la técnica para transformarla; pero vive también entre representaciones y para saber algo de sí mismo y de los demás necesita, entre otras cosas, buenos libros y bellas películas. Lytton Strachey afirmó que la tarea del arte no es comprender sino iluminar. Ningún arte cumple mejor ese precepto que el cine, como ninguno ha mostrado con esa profundidad el misterio del rostro humano y nos ha enseñado a contemplarlo en su desnudez y su desamparo. A contemplarlo traspasado por las palabras, pues el rostro que miramos arrobados en la pantalla es siempre el rostro que
antes hemos visto hablar, o que esperamos que empiece a hacerlo. Y esta es una de las características esenciales del cine, ya que la imagen cinematográfica es pura luz, pero también está sostenida o traspasada por las palabras. Por eso es pura carnalidad, porque la carne del hombre es materia poseída por
el temblor: carne trémula. Y el temblor es siempre inminencia de la palabra. La palabra que habrá de llevarnos a los umbrales de ese silencio que sólo las imágenes más decisivas saben preservar y volver adorable. Nadie puede dudar que esta raíz contemplativa constitu-
GUSTAVO MARTÍN GARZO
ye la esencia misma del cine. Tampoco que el cine ha cambiado los hábitos de nuestra mirada. No sólo nos ha enseñado a mirar lo que antes estaba vedado, los cuerpos desnudos en los instantes más ardorosos de su entrega, a desplazarnos en la oscuridad y a visitar los medios más adver-
:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL
sos, los volcanes, los fondos submarinos, los grandes continentes de hielo, sino a ver las cosas más comunes como si fueran otras de las que habitualmente son. Una botella de aceite, y la gotita que resbala por su cuello, una taza, un simple frasco de colonia, adquieren hoy en cualquier pantalla de televisión el mismo carácter que tenían los objetos mágicos en ‘Las mil y una noches’. El niño destroza la flor, a cuyo interior quiere asomarse; el cine nos enseña a entrar sigilosamente en ese cáliz, a percibir incluso sus mínimos temblores, los estambres cargados de polen, los secreciones más decisivas y ocultas. Nos enseña la materia, pero transfigurada por nuestra mirada, y nuestros anhelos. El director ruso Andréi Tarkovski tiene una perturbadora película titulada ‘Stalker’. En ella se habla de un lugar misterioso que llaman la Zona. Ese lugar se encuentra aislado del resto del mundo porque la mayoría de las personas que entran en él no regresan nunca. Los ‘stalker’ son guías cuyo oficio es conducir a los forasteros (en su mayoría, gente desesperada) por ese territorio maldito en busca de una habitación mítica donde se cumplen los deseos. La película deTarkovski nos cuenta uno de esos viajes. Un viaje fracasado, ya que el escritor y el profesor a los que el ‘stalker’ conduce renuncian finalmente a entrar en la habitación, por el temor a lo que podrían descubrir de sí mismos. Pues ¿acaso conocemos nuestros verdaderos deseos? El escritor inglés Geoff Dyer, en un reciente y bello libro, ve la Zona como una metáfora del cine, del cine como arte, como espacio de apertura, riesgo y compromiso con la verdad. «Ya nadie cree, se lamenta el guía en la última escena. Lo peor es que no sólo no creen en la Zona, nadie la necesita. (…) El lugar más maravilloso, la cosa más maravillosa y nadie la necesita. La gente no tiene necesidad de lo que más quiere, ha aprendido a pasar sin ello». Es cierto esto? ¿Hemos aprendido a vivir sin lo más necesario y querido? El mundo de lo audiovisual ha invadido nuestra vida, y el cine, tal como lo conocimos, está en trance de desaparecer. «Dentro de pocos años, dice Víctor Erice, es probable que el cine ocupe el mismo lugar en relación a lo audiovisual que el que ocupa la poesía en la literatura». Frente a la banalidad de gran parte de la cultura actual, ¿es tan malo que esto suceda? Claro que lo es, pero más vale no lamentarse. Habrá que abandonar entonces el territorio de nuestras certezas y seguir buscando en las salas de los cines que aún subsistan esa habitación secreta donde aún se habla de las cosas que importan.