Sábado, 15.11.14 Número CLXXXIII
SOMBRA CIPRES LA
DEL
(Re)lectura de Concha Jerez La obra de esta artista conceptual e irreductible muestra su rebeldía y capacidad crítica en las salas del Musac [P3]
Concha Jerez enrolla un pliego de papel con sus ‘escritos ilegibles’ en una de las salas del Museo de León. :: CORTESÍA DEL MUSAC
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Sábado 15.11.14 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
Paraíso claustral, morada luminosa
CARLOS AGANZO
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S
on ya 865 años en pie, 125 de ellos como Escuela de Capacitación Agraria. La más vieja de España. Una vocación rural íntimamente ligada al ideal de vida monástica del Císter; aquél bajo el que se fundó, en el año 1147, el monasterio de la Santa Espina de Valladolid. La expresión perfecta, traspuesta desde Europa hasta el centro de Castilla, de los ideales arquitectónicos y espirituales de Bernardo de Claraval, «un monje y un caballero a la vez», en palabras de José Jiménez Lozano, el autor del prólogo del libro ‘Una morada luminosa’, de Antonio Piedra y Alberto Martínez-Peña, que acaba de ver la luz. Una obra de plena madurez de aquel al que llamaron «la quimera del siglo», ideólogo, poeta y reformador religioso, dirigida, como cuenta el grabado de Antonio Tempesta, por San Nivardo, ejecutor de las líneas maestras de San Bernardo y de los deseos de la mecenas doña Sancha. Un monumento que se levanta, de nuevo al hilo de la letra de Jiménez Lozano, «con materiales como la luz, el agua y la piedra, que son las que estabilizan como roca de eternidad, y transfiguran». Con mirada escrutadora, Antonio Piedra va desvelando en este libro algunos de los misterios de esta obra canónica de la arquitectura cisterciense: su magnetismo singular, su impronta de «belleza en equilibrio», la majestuosa sencillez con la que se levanta en mitad de un valle elegido como «identidad fértil» por los fundadores; sorprendente oasis natural en el corazón más seco de Castilla la Vieja. Un edificio «pensa-
do y futurible» concebido como «heredad por los siglos de los siglos», como casa que simboliza, de acuerdos con los principios de San Bernardo, la restauración de «las ruinas de Jerusalén» en las primeras luces del medievo. El establecimiento vallisoletano, en palabras de Antonio Piedra, de aquella «gran empresa multinacional presidida por el éxito» que significaron las fundaciones de San Bernardo; «allí donde se instalaba –escribe Piedra– con cualquiera de sus monasterios, la máquina de creación de empleo y de prosperidad se ponía en marcha a modo de franquicia». Sobriedad, trabajo y perseverancia para la que llegó a ser uno de los grandes entramados espirituales, pero también económicos, de la Edad Media europea. Una conjunto arquitectónico, el de la Santa Espina, de «sólida estabilidad», pero también de «grande hermosura». Todo el poder de la arquitectura al servicio de sus moradores, los frailes de San Bernardo, para que cada uno de estos monasterios constituyera una «morada para la eternidad», una «casa sublime», un «paraíso claustral» que simbolizara una nueva Jerusalén en versión reducida. También un refugio de luz frente a la oscuridad feudal
Visión interior del cimborrio que cubre el transepto en el eje de la nave central del monasterio de la Santa Espina.
del medievo, donde el campesino, como dijo el propio santo, «ni servía siquiera en calidad de jornalero, sino absolutamente de esclavo». «Dame un hombre –escribe Bernardo de Claraval en el sermón 50 de sus ‘Cantares’– que mire transitoriamente lo transitorio, sin tomar de ello sino
lo necesario para llegar al fin propuesto, y que, en cambio, abrace con deseo eterno las (cosas) eternas; dame, repito, un hombre así, y yo te aseguraré que tal hombre es verdaderamente sabio». Un concepto de «morada luminosa» que trae a su tiempo los conceptos de Aristóteles y Platón,
y que los recupera incardinados en el pensamiento de los Padres de la Iglesia. Un ideal de vida monástica que enlaza, en el pasado, con la Ciudad de Dios de Agustín de Hipona, y que tendrá mucho que ver, en el futuro, con esas fundaciones de Teresa de Jesús que querían hacer de cada convento «un cielo, si lo puede haber en la tierra». Más que un libro de historia, más que un tratado de arquitectura, más que un recordatorio de lo que en su tiempo fue y significó la Santa Espina, lo que Antonio Piedra traza en este libro es un desentrañamiento de su sentido profundo dentro del concepto humanístico de un personaje tan extraordinario como San Bernardo. Una expresión pura de los principios de este místico, poeta y santo que logró con sus monasterios lo que no pudo hacer como impulsor de la Segunda Cruzada, que tan mal resultó para la Cristiandad. 71 fundaciones bernardianas «a las que habría que añadir otras 165 filiciaciones cistercienses más» realizadas a lo largo de su vida. Un universo de pequeñas ‘ciudades’ claustrales concebidas para «el sustento de las almas santas», en su lucha contra las sombras terribles de su tiempo, contra esos «espíritus de malicia que están esparcidos en el aire», como escribió el santo. Una empresa con vocación de eternidad que sigue pareciéndonos moderna, audaz y luminosa, 865 años después de su fundación: «Tres cosas son las que hacen preciosa la muerte de los santos –dijo su creador–: el descansar del trabajo, el gozo por la novedad, la certeza de la eternidad».
ARTE, CONCEPTO, MEMORIA
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Concha Jerez, unidad de interferencia
El Musac repasa cuarenta años de trayectoria de una de las pioneras en el arte conceptual español Sobre estas líneas, ‘Música cotidiana’. Al fondo, ‘Paisaje de memoria’. Dos de las piezas de Concha Jerez que exhibe el Musac. :: CORTESÍA DEL MUSEO
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oncha Jerez (Las Palmas de Gran Canaria, 1941) estudió Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid. También la carrera de Piano. Lo segundo puede que, a priori, parezca más coherente con su trayectoria artística, en la que la música, si bien la música electrónica, ha tenido y tiene un papel muy relevante. Pero ¿y lo primero? Quien haya recorrido la exposición que desde el mes de julio y hasta el 6 de enero ocupa parte de las salas del Musac de León habrá encontrado la relación entre esa inquietud juvenil y su tra-
bajo actual (que por cierto también podría ser calificado de ‘juvenil’ si adjudicáramos a ese adjetivo las características de potencia, rebeldía y espíritu transformador. Sus 73 años son aquí poco más que un dato de calendario). Ella misma explica que a la edad en la que uno se plantea estudiar una carrera universitaria, le interesaban tantas cosas que, analizando el programa de posibilidades, vio que Políticas (con sus paseos por la Filosofía, la Economía, la Historia, la Sociología...) era la que más se ajustaba a sus múltiples inquietudes. Visto el tema desde aquí, desde las
ANGÉLICA TANARRO
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salas mismas donde se exponen sus piezas en esta magnífica muestra de su trabajo, está claro que aprovechó sus estudios. Porque Jerez es de esos artistas que comulgarían con los versos de Celaya «nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno» y se toma su arte como un arma cargada de futuro. Los orígenes de ‘Interferencias en los medios’, título de la exposición que comentamos y que vendría a ser como un área de descanso en su autopista particular, ese lugar desde el que mirar el camino recorrido y reflexionar
sobre cómo seguirá en adelante, hay que buscarlos en los orígenes de su propio arte. Hay piezas que, convenientemente actualizadas o revisadas, nos remontan a los tiempos de la Transición, a los coletazos de la censura franquista y a la autocensura que siguió después. Y es aquí donde, entre otros puntos no de menor interés, la exposición o, mejor dicho, los planteamientos de la artista no solo no han perdido vigencia sino que están de plena actualidad. «Porque la autocensura sigue existiendo incluso diría que es peor, más amplia. Porque antes era una auto-
censura política, por decirlo así, pero ahora es una autocensura social, hay como un código no escrito acerca de lo que se puede o no decir y esto, al ser más ambiguo, es más peligroso». Ella misma se sorprendía preparando la exposición de León –veintiuna obras entre instalaciones, piezas e intervenciones ‘in situ’– lo actuales que resultaban sus primeras instalaciones. En el caso de ‘Paisaje electrónico’, una pieza fechada entre 1984 y 2014, cuya primera versión estuvo en una exposición colectiva en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
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ARTE, CONCEPTO, MEMORIA
Una copia en escayola de una escultura romana (que sería algo así como el vigía) contiene en su interior varios monitores de televisión con imágenes grabadas aleatoriamente. Uno de los monitores situado a los pies del espectador pertenece a la cámara de seguridad (que ‘sostiene’ el hombro de la estatua) y que emite imágenes en ‘tiempo real’, lo que le sirve a la autora para reflexionar acerca de la ambigüedad del tiempo. «Cuando volví sobre esta pieza –explica Concha Jerez desde Barcelona donde hoy tiene una de sus intervenciones– me di cuenta de la cantidad de contenidos que antes eran habituales en televisión y que ahora han desaparecido por completo. Treinta años después de esas imágenes, me doy cuenta de que hoy sería impensable un programa como ‘La clave’, un debate intelectual con personalidades de primer orden. Es
un shock comprobar cómo ahora los medios audiovisuales no solo no sirven para educar, sino sobre todo para deseducar a la población. Ahora los únicos modelos que transmiten los ídolos falsos son futbolistas, con todos mis respetos para ellos».
Realidad y memoria La crítica hacia la forma en que los medios de masas ‘fabrican la realidad’ mediante los contenidos que seleccionan y los que dejan en sombra está presente en toda la muestra. Piezas como ‘Que nos roban la memoria’, compuesta por fotografías viradas a sepia y situadas en el entorno de una puerta falsa. La artista hace un recorrido por el siglo XX a través de imágenes intervenidas de acontecimientos políticos fundamentales, publicadas en diversos periódicos, que se interrelacionan con textos ilegibles autocensurados que, de forma hipo-
tética, reflejarían acontecimientos de similar importancia que nunca fueron reflejados por la prensa. La pieza guarda mucha relación con ‘Jardín de ausentes’, en la que personajes fundamentales del pasado siglo emergen de un buque a punto del desguace mientras se oyen fragmentos grabados con las voces de Marinetti, Joyce, Borges, Gómez de la Serna, Orson Welles, Artaud... No menos espectacular es la pieza que atraviesa longitudinalmente una de las imponentes salas del Musac: ‘Caja de cotidianidad’, fechada entre 1998 y 2014. Una enorme urna de metacrilato contiene 120 retratos ‘mentales’ realizados por la artista de otras tantas mujeres ya desaparecidas. Unas son mujeres relevantes reconocidas por la historia que se presentan junto a otras anónimas cuya valía no fue nunca reconocida por la sociedad. Estos ‘re-
La realidd que ‘fabrican’ los medios de comunicación de masas es una reflexión constante en su trabajo La invisibilidad de la mujer protagoniza alguna de las piezas espectaculares expuestas en el Musac
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tratos’, introducidos en vasos de cristal, aparecen salpicados por cartelas de mármol con los nombres de pensadores, científicos, artistas masculinos, estos sí suficientemente reconocidos por la historia. La invisibilidad de la mujer es también el tema de otra impresionante pieza, ‘Paisaje de memoria’ (2006-2014) compuesta por 120 necrológicas enmarcadas e intervenidas por los escritos ilegilbles autocensurados de Concha Jerez (uno de los ‘leit motiv’ de su trabajo). La pieza parte del hecho constatado de que muchas de esas mujeres, personas relevantes en sus respectivos campos de actuación, fueron invisibles para los medios de comunicación de masas hasta el día de su muerte en el que una necrológica les daba por fin un espacio de reconocimiento. «Vivo el presente, veo lo que pasa a mi alrededor
–afirma la artista cuando se le hace notar que no hay un ápice en su trayectoria que no tenga esa reflexión sociopolítica– y no podría hacer otra cosa. Esto no quiere decir que no me guste o no disfrute con otro tipo de arte como el minimalismo o la abstracción, donde hay propuestas estupendas, pero en mi arte tengo que hablar del mundo tal como lo vivo y lo padezco».
Ítaca y otros paraísos Un mundo en el que hay pateras que sirven de ataúd para tantos inmigrantes que huyen de la desesperanza hacia paraísos inalcanzables. En memoria de un centenar de inmigrantes muertos en una de esas tentativas de llegar al ‘primer mundo’ realizó Jerez una de las piezas concebidas específicamente para el museo y esta muestra. ‘A la búsqueda del oasis de Ítaca’ ocupa el patio de entrada al Museo.
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‘Caja de cotidianidad’ . Arriba, ‘Habitantes de paraísos imaginados’. A la derecha, Concha Jerez durante una de sus intervenciones y debajo, fragmento de ‘Que nos roban la memoria’. :: CORTESÍA DEL MUSAC
Así, toda la exposición del Musac, (y las intervenciones en vivo y en directo de la artista que la han jalonado) es una continua llamada a la rebeldía, a la interferencia social, simbolizada en las interferencias que todo receptor puede introducir en el mensaje de los medios. Está en esas sillas vacías, que esperan a alguien que las ocupe dispuesto a interferir en el ‘Menú del día’ que escupirá la televisión dispuesta frente a ellas. Esas pequeñas-grandes interferencias en el discurso oficial son para ella, en estos momentos de inacción social, la única revolución posible. «Con que la gente en su vida cotidiana hiciera un pequeño acto de interferencia ya sería mucho». Pero no hay nada agresivo, ni siquiera ácidamente irónico, en la forma en que Concha Jerez plantea sus instalaciones. Muy al contrario, se diría que la fuerza que emi-
ten es la fuerza interna de su discurso, planteado con una cierta frialdad (incluso en la elección de los materiales, esos plásticos, acetatos y metacrilatos) y teniendo la ambigüedad como lema y mantra, reflejada en esas palabras (‘quizás’, ‘tal vez’, ‘a lo mejor’) que actuarían como grietas en el mensaje institucional. Fuerza y serenidad al mismo tiempo que parten también de la –una vez más– acertada disposición de las piezas en el espacio del museo. Es el mismo sereno discurso de una artista a la que la clarividencia sobre el mundo alrededor no amarga su planteamiento, ni siquiera cuando se habla del distanciamiento entre el público y el arte ‘más’ contemporáneo, necesitado de tanta labor de mediación. «Es verdad que ese distanciamiento existe y que es una desgracia que las asignaturas que fomentan la crea-
tividad hayan desaparecido de los planes educativos, como si un científico no necesitara ser creativo, cuando es todo lo contrario: debería ser el ser más creativo de todos. Pero afortunadamente mi trabajo con las acciones me ha enseñado una cosa muy importante. En ocasiones, un público aparentemente menos formado en arte es el más libre para interpretar obras aparentemente difíciles. A veces tenemos los códigos tan predeterminados que todo lo que no entra en ellos lo convertimos en algo ininteligible». No muy distinto es el vacío existente en la educación musical de los españoles, que determina esa misma distancia de una mayoría de públicos respecto a la música más contemporánea. También en este aspecto Concha Jerez hizo una apuesta radical. Cuando comprendió que la música, digamos tradicional, exigía horas y horas de prác-
tica supo que ese no era su camino, pero su encuentro con artistas del grupo ZAJ, del que llegó a formar parte, como Juan Hidalgo le abrieron «un mundo nuevo, se me abrió otra realidad de la música, el arte sonoro». Una puerta que terminó de abrir para ella Philip Corner, del grupo Fluxus. Desde entonces y junto a José Iges, con quien trabaja desde 1989, los conciertos intermedia, el arte radiofónico es parte importante en su trayectoria, una parte que repasará el año próximo una exposición en Tabacalera Madrid. Si se le pregunta cómo se ve en un futuro próximo, comenta con humor: «me faltan años. Tengo 73 y aunque mi fecha de caducidad no esté lejana (risas) tengo mucho que hacer, revisar mis trabajos, mostrar al público mi trabajo en acción, es decir, el proceso que conllevan mis obras, además de la obra in situ... Mucho que hacer».
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CEREZAS EN EL ESCONDITE
Tres libros y el verano A
h, se fue del todo el verano, esa estación llena de altisonancia social sobre cuya grasa apenas se sostiene la discreción que es vivir! Difícil saber en esos meses ardientes defender la penumbra de una vida mitigada. Julio, agosto… Todo acabó, al fin. Los hombres y las mujeres embistieron el calor con ropajes llamativos que dejaban ver carne sin tasa (la demasía mollar, el resplandor azul de las varices…), huyeron de las ciudades por la noche, se acercaron hasta la orilla del mar porque es allí donde los callos de la vida anual se disuelven. Al lado del mar, señores, volvemos todos a ser niños. Miramos en pañales, sic, y con nostalgia el agua. Perdemos la noción del tiempo. Tiramos los horarios al suelo y nos dejamos untar por esa crema ronroneante de la pereza. A eso vamos allí, al mar, a esperar la llamada de una madre que, una y otra vez, suena en las olas. Pero, asimismo, eso ya pasó. Ya pasó el verano con su trompetería. También las palabras traen otra compañía en el fragor estival. Se alzan por su cuenta sobre la voluntad del lector y aparecen en libros inesperados. Los libros que esperan es-
tabulados en el charco de sombra del buzón; los que llegan ni sabemos cómo hasta nuestros alrededores; los que estaban ahí, a tiro, aguardando, quién sabe, otro grado de luz que los hiciese apetecibles. Son, en fin, bien diferentes a esos que nutren la dieta lectora del resto del año. Ahora es otra cosa. Se trata de esperar a las palabras más frutales, poder tratar con ellas en esa frecuencia donde la consolación no necesita sitio. A tres de ellos me quiero referir. Me iluminaron el verano y me salvaron el corazón de la grima de esta época de difícil avituallamiento lector. El primero es un libro delicioso. No nos tiene habituados su autor, Nicolás Miñambres, agudo observador crítico, a entregas así de gozosas. Se titula ‘Los omes son los meses’ y ha salido en la impecable colección, casi secreta, de Los Cuadernos de Plata, con que Gregorio Fernández Castañón nos va regalando año tras año, asistido por el sigilo y el primor a partes iguales. Es uno de esos libros donde, como quería Juan Ramón, se escribe como se habla y no como se escribe. Sustentado en la sabiduría popular, ratificada en fuentes sabrosas (Virgilio, ‘El libro de Aleixan-
dre’, la prosa táctil del Arcipreste de Hita, tratados de botánica popular y observaciones personales), se trata de un almanaque donde se glosa cada mes a partir de su concurso especial en la vida del hombre. Tanto el aparato ilustrativo, lleno de tensiones vegetales que acompañan a las palabras, como el léxico para paladear que Miñambres sabe aplicar con naturalidad difícil, me bastaron para vivir mejor dentro de este verano. ¿Cómo no asombrarse de esas
Los libros que esperan estabulados en el charco de sombra del buzón... ¿Cómo no asombrarse de esas palabras ya abandonadas pero apalabradas con la vida?
TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO
palabras, ya abandonadas pero aún con belleza extrema en sus sílabas, apalabradas con la vida? Esos tallos de cereal «lecherientos y tiernos» en abril o «la uva verdía» de septiembre, mes de extraña malaventura («En septiembre, quien procree hijos que tiemble») o los membrillos «de piel de ratón» dando dentera a octubre, el mes más rojo… Una delicia de libro que nunca pagaremos del todo a Fernández Castañón y a Nicolás Miñambres y al que seguimos consultando aún sin remilgos. A principios de julio, Gonzalo Blanco me puso en la mano ‘Papeles de Tambopata’ de Miguel Iribertegui, el genial fraile dominico que cuando rozaba la sabiduría con las manos o las palabras miraba hacia otro lado para disimular. La gigantesca estatura de Iribertegui apenas ha dejado rastro escrito; por eso, esta edición exquisita y con la pulcritud de un solar rodeado de vaho limpio, tiene la importancia de restituir a la vida lo que el fraile sabio había dejado más o menos desgarrado en un disco externo de su ordenador. Se trata de notas salteadas tomadas en Perú, donde la vida civil y las descripciones de cuño etnográfico revelan una capa-
cidad descomunal de observación. Se entra en cementerios (con su poeta necrológico, que vende versos de consolación al difunto), en un zoológico, de donde Iribertegui sale con nostalgia («Habrá que volver para envidiar a los hombres intimar con las
Realidad y relato
B
uena parte de las películas que se proyectan ahora llevan la advertencia de que están basadas en hechos reales. ¿Cómo podría ser de otra manera? Todo lo que se cuenta, cualquiera que sea el medio que se utilice, ha de estar basado en hechos reales para que pueda ser identificado, tener un cierto sentido; incluso el más desaforado cuento fantástico está basado en la realidad. Para ‘La cenicienta’, por ejemplo, hacen falta los conflictos entre her-
LUIS MARIGÓMEZ
manas, entre pobres y ricos, generosidad y avaricia, bailes, amor a primera vista… el pan nuestro de cada día. El hada, la carroza, el zapato de cristal…, son adornos que hacen brillar aún más la historia. En la modernidad, con el realismo, naturalismo, surrealismo… ha habido un inten-
to de contar solo lo que pasa, como si eso fuera posible, entre otras razones porque ¿cómo se sabe lo que pasa? En el mejor de los casos, pueden aparecer puntos de vista, y siempre habrá interés en destacar unos sucesos para ocultar otros. En los últimos tiempos, han aparecido algunos ejemplos que pueden dar alguna luz a la cuestión. ‘Mapa dibujado por un espía’, de Guillermo Cabrera Infante, es un texto en el que el autor trabajó mucho tiempo sin atreverse
A veces la ficción ilumina zonas de sombra... :: L. MARIGÓMEZ
fieras como señores de lo creado»), en un mercado, en un consultorio, en un comercio donde los maniquíes amontonados en la trastienda le recuerdan las fosas de Dachaus («porque el plástico se compone de otro tipo de malicia») o ya ese ‘scherzo’ inaudito,
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Obra de Iribertegui. :: VÍCTOR HERRERO
lleno de sorna, en el que compara el andar polirrítmico de aquellas gallinas amazónicas con la música de Strawinsky, para rematar todo con un estrambótico soneto al huevo. Así navegué por ese libro alegre y perspicaz, por encima de otros libros que me reme-
diaban menos, en las tardes inclementes de agosto. Por fin, el tercer libro que no he soltado hasta hoy: ‘Inmediaciones’, del poeta Fermín Herrero. La poesía de este autor soriano me acompaña desde hace ya tiempo. Su vivaz encrespamiento verbal
a publicarlo. Narra sus últimos días en Cuba, antes de exiliarse, a punto de publicar su novela más famosa, ‘Tres tristes tigres’. Parece que trata de ser fiel a sus vivencias de ese tiempo. Le falta armazón dramático para ser una novela y le sobran revelaciones, personales y políticas, para poder ser publicado en vida sin que le complique bastante la existencia al autor. Se encuentra así una de las razones que configura la ficción, en realidad cualquier relato, el priorizar unos hechos sobre otros, por las razones que sean, para dirigirlo, dotarlo de sentido, que perfile bien lo que se quiere contar. En 2013 también apareció una novela singular que tuvo la suerte de no pasar desaper-
cibida, ‘La sonrisa robada’ de José Antonio Abella. Hay allí un personaje, Edelgard, que parece basado en un desmesurado romanticismo, pero que sale de un texto de José Fernández Arroyo, ahora vuelto a publicar, ‘Edelgard, diario de un sueño’. En este libro se ve a un joven manchego de finales de los 40 y primeros 50 que sufre las penurias de la España de postguerra y que inicia una correspondencia con una joven alemana para practicar francés. Esa muchacha es quien da nombre al diario. Su autor se enamora de ella, o mejor dicho, de la imagen que imagina a partir de sus cartas, y llega a la locura de atravesar Europa para conocer a una joven enferma con la que acaba su relación
parece correlato de esos itinerarios irregulares y montunos, bien distintos del tratamiento de una métrica educada, tal como se exponía en los libros ‘Echarse al monte’, ‘Tierras altas’ o ‘De la letra menuda’. Y ahora este, ‘Inmediaciones’, en colección vete-
El novelista hubiera podido escribir un reportaje pero habría perdido personajes inolvidables
poco después. El diario tiene un interés notable por lo que cuenta de la sociedad de su tiempo, de la juventud del autor, poeta y artista y, sobre todo, por las cartas alemanas que propician la creación del personaje. Por supuesto, se ve esa correspondencia y no el resto que Férnandez Arroyo tuvo esos años. Como en cual-
rana de la Fundación Jorge Guillén. El poeta ha querido desvelar las primeras bocanadas de su personal discurso con el rescate de estos poemas. Una estructura reticular propone profundidad inicial a estas ‘inmediaciones’ donde ya aletea la recurren-
cia del poeta visto como exiliado («Solo quien huye encuentra»). Hay que demorarse en ‘Éxtasis y sepulcro’, extenso poema lleno de movimientos que lo van plegando como debe de amortizarse el pensamiento al margen de la deliberación: en capas y es-
tratos de lenta relación, que tratan de indagar con ardor simultáneo en la propia experiencia –la vital; la poética–, asistida por una naturaleza redentora que estalla en imágenes de una delicadeza, de pronto, japonesa («Altas hablan las ramas / el idioma del pájaro»). Más adelante, la visión del mundo natural se integra con un tono felizmente cercano al desparpajo crítico de Aníbal Núñez («Ningún / terreno estéril causa placer / a las pupilas del folleto») a fin de mostrar una vez más la personal toma de postura ante el irremediable desprestigio de lo baldío, lo que origina algo parecido a una poética de los alrededores maltratados, con ese sabio malestar rítmico tan habitual en sus poemas. El libro, aclara el autor en nota final, es un homenaje a Europa, tan en entredicho. No es solo eso. ‘Zizkov’, plantea también una prospección sobre la identidad del poeta, ese desmantelado incapaz de renunciar –ni con adherencias culturales– al peso del origen, a esa «rabia de pasos en la nieve embarrada». Así fui atravesando los días erizados del verano, ya en el difumino de la memoria. Quería lanzar esta cereza agradecida a esas palabras que me acompañaron por encima de los altares sociales de esos meses ungidos por el sopor y la dejadez.
quier diario que se precie, hay algunas confesiones, y seguro que se guardan muchos secretos, porque es el modo de mantenerse erguido en sociedad. Alrededor de la musa todo es oscuro. Ella cuenta algunas penalidades y tiene buen cuidado en ocultar una parte importante de su circunstancia. Es otro ejemplo de texto basado enteramente en la realidad que deja abiertos los huecos que no puede cubrir porque exceden a su propósito. El libro de Abella surge de esas zonas negras del diario, podría catalogarse de novela de no ficción, ese subgénero explicitado por Capote en ‘A sangre fría’. Pero lo que interesa de él quizá sean más los espacios que abre a la luz, a partir de sus investigaciones
y también de sus capacidades narrativas. Se cuentan las desgracias de Edelgard, las de la Alemania del final de la guerra y primera postguerra, con una intensidad demoledora. Para ello hace falta la talla de un escritor de fuste. Aparecen las mentiras de la joven sobre su padre, un oficial de las SS que consigue pasar desapercibido cuando acaba el conflicto; las desgracias de la familia, que incluyen violaciones de las mujeres y la muerte de la madre y de dos hermanos; la pérdida de su hogar, de su ciudad, de todo lo que los identificaba… La novela revela, con sus investigaciones, aspectos de la realidad en los que el diario no entra por ceñirse a los hechos vividos. Pero no se
puede olvidar que el diario es lo que levanta la liebre, lo que inicia la comezón que llevó a Abella a enterarse de qué ocurría en toda esa extensa zona de sombra. El novelista pudo haberse limitado a escribir un informe, un reportaje con sus descubrimientos, pero entonces el lector habría perdido a unos personajes inolvidables, el dramatismo de unas situaciones que la ficción recrea y que los hechos comprobados dejan en la penumbra. El diario y la novela usan herramientas diferentes, abarcan parcelas distintas, aunque haya zonas comunes a ambos y la realidad y la ficción, inevitablemente, aparecen en los dos géneros. Para que cumplan sus objetivos, ambos han de elaborar un relato.
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Uno de los pocos retratos que se conservan de la poeta americana Emily Dickinson.
Emily Dickinson siempre está 25 de octubre En 1862, Thomas Higginson, crítico literario del ‘Atlantic Monthly’, un periódico local, recibe una carta con cuatro poemas de una tal Emily Dickinson, iniciando una correspondencia que abarcaría toda la vida. Aquellos poemas fueron para el crítico, como más tarde lo serían para la historia literaria, imposibles de clasificar en ninguna categoría. La fascinación que hoy en
día siguen produciendo los breves poemas de Emily Dickinson no se corresponde con su vida anodina, casi monacal, que apenas si registra cuatro o cinco hechos medianamente descollantes. Emily nació el 10 de diciembre de 1830 en Amherst, Nueva Inglaterra, en el seno de una familia cuyo padre era un abogado y político de prestigio con talante liberal, y en medio de una sociedad emi-
nentemente puritana, representante del egocentrismo propio de lo americano de la primera mitad del XIX. Su padre habría de ser una de las personas que más influyera en la personalidad de Emily, a pesar de que ella lo respetara temerosamente. Su madre, en cambio, permanece gris, y al quedar paralítica, su hija la cuidó hasta su muerte. Emily, salvo en un par de viajes cortos, jamás salió de su peque-
ña ciudad natal, y llevó una vida retirada, solitaria y excéntrica. El centro de la sociedad calvinista de Amherst era la religión, y en esa férrea severidad teológica circundante transcurrieron la infancia y la adolescencia de Emily. No obstante, ella mantuvo siempre un rechazo hacia el ambiente de rigidez religiosa de su época, aspirando a un panteísmo exultante y primitivo de carácter privado.
En 1854 se enamoró de un pastor presbiteriano, Charles Wadsworth, casado y bastante mayor que ella. Sin embargo, la relación entre ambos, duradera hasta el final, no pasó de un fuerte platonismo, característica esencial de toda la obra y toda la vida de Dickinson. Lo mitificó, y la figura de este hombre al que sólo vio cuatro veces en su vida influiría decisivamente en sus poemas. Los años siguientes serían de una productividad febril. Al irse Wadsworth a California –distancia insalvable para entonces–, ella se ‘enluta’ tomando su famosa decisión de vestir para siempre de blanco. Fue un duro golpe que aumentó la soledad, la reclusión y el aislamiento. Benjamin Franklin, amigo del padre de Emily Dickinson, ejerció un cierto papel de preceptor de la poeta, induciéndola a lo que sería un hecho definitivo en su vida: la lectura de Ralph Waldo Emerson, un hito de la poesía y el pensamiento americanos. Su doctrina de redención por la naturaleza, del uso benéfico de la incomprensión y del poder de la propia conciencia dejó una huella profunda en Emily. El lánguido vitalismo y la tranquilidad propios del discurrir del tiempo provinciano invade la vida de Dickinson, siendo, por el contrario, su poesía torturosamente llena de excitantes emociones. Esta rara mezcla parece proceder de una cita de Emerson que la guió siempre: «Las palabras son acciones, y las acciones son una especie de palabras». Platonismo en vena. Emily Dickinson sólo publicó en vida siete poemas, los cuatro que envió a Higginson en la primera carta y tres más en la segunda. Moriría el 15 de mayo de 1886, tras de una larga enfermedad. Cuatro años después de su muerte se publicó una antología de 1.775 poemas que llegó a escribir, y en 1894 apareció una selección de sus cartas. La obra de esta mujer sin relieve, intensa, extraña, con aire adolescente, no muy agraciada en el físico, se tituló tan sólo ‘Poemas’, y es una obra densa, desconcertante y copiosa. Tal solo es comprensible en alguien que viviera únicamente para ‘ser poema’ más que persona, como era el caso de Emily Dickinson. Pero es aquí donde la historia se divide, donde aparece su esquizofrenia interior. A su renuncia a existir se contrapone su descomunal imaginación de poeta, como si en realidad sólo viviera ‘en y por los versos’. El resto de la vida no era más que tiempo gastado entre un poema y otro poema. En la poesía de Dickinson no existe una tensión dialéctica entre ella misma y el mundo, no constituye un sis-
OTRA GALAXIA ADOLFO GARCÍA ORTEGA
Dickinson solo publicó en vida siete poemas Hoy sigue siendo actual, incisiva y percute en la intimidad como un disparo
tema que parta de ella y dialogue o actúe con el mundo. Estos poemas son intransitivos, y a Emily D. sólo le interesa ser Emily D., un ser extraño en ebullición. Inventa un universo de lo pequeño, y lo hace transcendente a base de microemociones, por llamar de algún modo sus poemas. Desde lo que ve y vive, Dickinson construye una gran aglomeración inacabada en miles de versos. Su poesía es un fluido abierto y caóticamente hermoso, fundada en ese transcendentalismo de lo efímero cercano. Por otra parte, no son muchos los temas que aborda: escribe de las estaciones y de la naturaleza, del amor en todas sus fases (lo cual contribuyó a achacarle amantes inexistentes) y de lo religioso y su relación estrecha con la muerte y la inmortalidad. A este asunto, el central de su poesía, dedicó 500 poemas con el tono más variado. Trabajaba mucho sus poemas, para alguna de cuyas palabras tenía una lista de dieciséis combinaciones posibles, alejándose así de la imagen de una poeta meramente intuitiva. Al leer su poesía, se tiene la impresión de estar ante algo permanentemente novedoso, cuya belleza recuerda a ciertos vegetales, a ciertas músicas y a ciertos rostros. Lo asombroso es que hoy sigue siendo actual, incisiva, presente, y percute en la intimidad como un disparo.
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as montañas del noroeste de Mongolia, valles y altos picos del Altai, son el solar del pueblo tuva, de su tradicional pastoreo nómada, sus tiendas de fieltro; es también el espacio de los relatos de Galsan Tschinag (1944), quizá el único escritor mongol cuya obra se ha difundido ampliamente en Europa. Por ejemplo, ‘Cielo azul’, libro premiado en Alemania y traducido a numerosas lenguas, incluido el castellano. El narrador es un niño, el pequeño de su familia, y por su voz pasa el curso de lo cotidiano, el circuito de los rebaños que van a pastar, el ritmo de una naturaleza hermosísima e implacable que todo lo empequeñece; y puede el lector ir reconociendo sus hilos: el elemental de la sucesión de las estaciones, siempre afilado en la vida de los detalles, o el documental que se detiene en las tareas y los aperos, en las comidas y la conducta humana, o el que va atravesando una lengua remota, asumiendo la adherencia de sus ritos y fórmulas. La escritura de Tschinag es tan viva, tan flexible, que resiste todas las pruebas –las del cliché y la exaltación, las de lo exótico y lo fácilmente naturalista– y, sobre ese tejido fundamental que hace legible un mundo tan ajeno, consigue momentos de memorable intensidad, escenas que valen de por sí. El niño adopta a una abuela, lanzándose a los brazos de una anciana calva y desamparada y negándose a soltarla hasta que logra que se integre en la familia; el fluir de la relación de ambos, la transmisión del saber, los sueños y sentimientos compartidos, supone un admirable ejercicio de pulso narrativo en su extrema sencillez, preservando siempre un activo espacio de extrañeza, cuña que hiende la rutina. En medio de una primavera heladora, la familia dedica largas sesiones a ordeñar apenas unas gotas a las ovejas famélicas; el instrumento, junto a las manos, es el canto, una música salmódica surgida en un taller fonético de frases improvisadas, reiterativas, asombrosamente poéticas. Y el niño encuentra entonces en su boca los versos que le permiten hablar al mundo y pensarse a sí mismo. La mirada del niño es –desde su vínculo físico, inmediato, con la lengua– la clave de la narración, lo que hace vibrar el delgado límite entre lo animal y lo humano, permeable sin embargo a los afectos, lo que permite la infiltración de lo nuevo en el poroso cuenco de una cultura intemporal. Y eso, hasta el estallido que abre crudamente una madurez prematura, cuando a la muerte de la abuela y las enormes pérdidas en los rebaños, se suma la muerte del perro, el ser con el que más horas convivía, envenenado en una trampa de caza. La
Cielo azul, mundo gris, espejos catarsis de ese niño poeta adquiere una violencia temible, que explota en improperios contra los dioses y los padres, una rebelión desgarrada: la conciencia existencial surge en la experiencia de la pérdida y de la no aceptación. La identidad como poderosa energía negativa que se aferra, sin pactos, a la vida. Pocas veces cabe leer una expresión tan dura y transparente del destino humano sin paliativos, como esta del niño narrador. La naturaleza es, pues, grandiosa, extraordinaria, y también, quizá sobre todo, cruel. Y las gentes, los semejantes, llegan en esto a superarla. La experiencia de la escuela estalinista, en ‘El mundo gris’, suma a sus componentes previsibles la imposición de la lengua oficial (el mongol frente al tuva) o la obsesión por eliminar las
TIENDA DE FIELTRO MIGUEL CASADO
tradiciones nómadas. Y la protagonista de ‘Dojnaa’ –el otro libro de Tschinag traducido al castellano–conoce el machismo social de las presiones y los sobreentendidos, de los papeles obligatorios, y el individual arraigado en la psicología del marido, en su tortuoso proyecto de dominación. Dos formas de una maldad más dañina que la de las heladas y los lobos. Pero siempre, en estas novelas, la lucha a brazo partido contra todo sistema de opresión; siempre, también, lucha contra uno mismo, como una revolución necesaria y dolorosa de la intimidad. Así, Dojnaa se presenta en el campamento de quien había intentado abusar de ella y, al fracasar, había lanzado la bomba de la murmuración; allí llega de noche, con el rifle heredado de su padre, y ante los ojos de todos mata a
Una niña mongol se asoma a la puerta de su tienda. :: ROBIN UTRECHT
tiros a un perro de esa familia, permanece quieta para no perderse los detalles atroces de la muerte, y luego les da la espalda lentamente, sintiendo el silencio ganado. ¿Novelas? Algunas lo serían, sin duda; pero un fuerte hilo autobiográfico va componiendo un fenómeno singular: con su potencia literaria elaboran un mito, cuyo protagonista es el autor. Tschinag estudió en Leipzig, en los tiempos de la RDA, y desde entonces su lengua narrativa ha sido el alemán. Vuelto a Mongolia, fue sucesivamente expulsado de la Universidad, de un periódico, de unos estudios de cine, aislado y sometido a marginación; pero, a la caída del ‘comunismo’ oficial, su éxito europeo, el continuo interés de los medios, las películas, documentales, entrevistas, hicieron de él un personaje mediático, que decidió asumir el papel de líder de la minoría tuva y defensor de sus tierras y tradiciones. ‘La caravana’ cuenta la marcha de centenares de personas y animales, durante 105 días, a través de estepas, desiertos y montañas, hacia su comarca originaria, en una epopeya insólita a la altura de 1995, haciendo abstracción de las peripecias que la mirada corrosiva del héroe –‘héroe’ atípico– no deja de anotar: borracheras y robos, mezquindades e infortunios, con el premio del Altai al término. Según recoge el libro más reciente que conozco, ‘Chamán’, publicado en 2008, Tschinag, después de una década residiendo en Ulan Bator,
la capital mongola, como representante tuva ‘de facto’, decide regresar al nomadismo en el cierre de su vida, y es recibido con los honores de un jefe, un santo, el más poderoso chamán de este tiempo. Es el último desafío, apasionante, de su obra, y no sabría pronunciarme acerca de él: la creciente implicación entre lo real y lo mítico, la desembocadura de todos los elementos en la figura de quien los reúne y se mira en ellos, cómo gestionar –en definitiva– el ser un mito viviente: el mito ha sido elaborado por él mismo, pero a la vez existe con independencia. Solo tal vez la escritura puede salvar este reto imposible, una escritura que fluye con lentitud en la descripción de la naturaleza y en los meandros ceremoniales, pero de pronto restalla como una cascada. O crece con las aguas de una inundación, arrollándolo todo. Como en una de sus escenas fundadoras: la beca en Leipzig depende de una redacción sobre el futuro imaginado para uno mismo; se debe escribir en ruso, del que era un estudiante mediano; su rival es rusoparlante, educado en una escuela oficial. Este escribe medio folio impecable de ortografía, sintaxis e ideología, mientras Tschinag se arrebata en un torrente de folios, cuajados de faltas, pero –adivinamos– con ese poder incontenible que ha marcado su vida. Y de modo milagroso, el tribunal, movido por un viejo profesor al que nunca conoció, se inclina ante la escritura.
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DEL CIPRÉS
Antonio Salvado
El abismo de lo interior GALERÍAS JOSÉ MARÍA MUÑOZ QUIRÓS
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a poesía siempre se construye con la mirada y la percepción personal e íntima de quien la afronta, con la insinuación del constructor de espacios, con la capacidad de asumir lo más libre en un ámbito de sensaciones y de hallazgos. Esa es la aventura, la senda por donde se encamina el poeta cuando busca, intensamente, la creación en la palabra. Y desde esa simbiosis, la poesía se va reafirmando, se va nutriendo de sus conceptos, de los horizontes que anhela, hasta que consigue llegar hasta la cima de la belleza. El poeta se abisma en lo más auténtico, se desliza por las profundidades del interior, del silencio hondo de esa sima, y se habla con palabras de luz y de misterio. Y en este trance nos encontramos con Antonio Salvado, maestro de este ser y
de este estar en lo poético. Porque aquí es donde radica la verdadera quietud, el verdadero destino del constructor de universos poéticos. Se instrumentaliza el lenguaje para transmutarlo, para convertirlo en poema: desde esa metamorfosis, la voz (tan esencial en todo poeta) se va gestando, va dejándose oír, se hace presente; ese es el destino de un verdadero poeta, de un poeta necesario: hacerse escuchar desde la diferenciación de su mundo, de su decir, no desde la simulación o la inutilidad de la palabra. Antonio Salvado encuentra la luz de su voz en tres grandes tonos, en tres dimensiones alentadas por la urgencia del decir. A través de la intimidad volcada hacia adentro, ser en palabra misteriosamente suya, plena, auténtica, que camina paralelamente con su existir y su paso por la cotidianeidad. La desnudez capaz de desposeerse de las inutilidades de lo no poético, de la grandilocuencia de lo vacío, de la banalidad de lo inútil. La presencia de lo trascendente donde Antonio Salvado escribe más allá de la escritura, cuando vislumbra horizontes más lejanos, más claros, más profundos. El poeta nunca se detiene en esa trivialidad que azota a la poesía actual, ni se desvanece en cantos huecos. Como escribió A. Machado, nunca se detiene ante «los
El poeta Antonio Salvado posa junto a su retrato. :: ALMEIDA tenores huecos/que cantan a la luna…», y también de una manera machadiana «converso con el hombre que siempre va conmigo/quien habla solo espera hablar a dios un día…», y se determina así la existencia, la plenitud con la que recibe los hondos caminos de lo poético en su respiración, en su espíritu y en su verdad creadora. La poesía asiste al poeta de la misma manera que la luz se encauza en las cosas, y las de-
limita en un estado de grandeza y de intensidad. Antonio Salvado, en su antología mínima, muestra su preocupación por el surgir de las cosas, por las certezas necesarias que se acrecientan en el contacto con la realidad: «de los ojos y las manos brotan las cosas», y desde esa contemplación que mira y acaricia el mundo, el poeta resurge como un hacedor de infinito. La poesía de A. Salvado sugiere una intensa capacidad de
sorpresa, de creación minuciosa, de serena plenitud. Nos dice en uno de sus versos «no precisabas de milagros…» y nos invita al entusiasmo de lo pequeño, a lo que se aposenta en la vida, a lo que surge del vivir sin extrañas especulaciones de lo cotidiano, sin sorpresas más allá de lo verdaderamente poético. La poética que sustenta su obra debe ser observada desde una amplitud cierta y luminosa. Convive con la tradición
LOS TRIGALES AZULES
Literatura cotidiana
ROBERTO RODRÍGUEZ
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n servidor, como otros letraheridos de su generación, no comenzó su amor hacia los libros por los libros en sí, algo que puede sonar chocante, extraño. Y es que un servidor, como este y aquel que ahora amontonan papel encuadernado por inagotable gula bibliófila, no alimentaba su sed de literatura en los títulos que, a punta de intimidatorio deber escolar, le obligaban a leer. Ya se sabe que la imposición escasamente motivada no es semilla muy fecunda, y de serlo sólo
es de repugnante y avasalladora cizaña. ¿Y cuál fue la simiente, enterrada allí donde florecen nuestra inquietudes, que produjo la actual pasión? Pues ni más ni menos que la palabra de algunos escritores en prensa –no «de prensa», como acertadamente precisaba el magistral González Ruano–. Palabra que no explicaba este mundo, sino hacía partícipe de un mundo íntimo independientemente del asunto del que tratase. Porque si, como bien supo ver Ortega y Gasset en ‘La deshumanización del arte’,
el artista del pasado siglo pasó de reproducir a interpretar, los escritores, desde entonces, más allá de narrar deben narrarse, no por absurdo descaro, sino por lo que tiene de íntimo y amistoso acto impregnado de lirismo. Y ese escritor lo hallábamos, sí, en los papeles volanderos de un periódico. Lo recuerdo releyendo al penúltimo de los grandes, a Manuel Alcántara, en el prólogo que antecede a las memorias del ya aludido González Ruano. En unas pocas páginas, breve retrato de su persona y de su personalidad cin-
celado con la poética intensidad de la pluma que posee, Manuel Alcántara, además de hablarnos de él cercenando el escritor –cosa difícil, porque era carne hecha de café, de tabaco y de palabra–, nos trae al que fue «en sí mismo un género», y en ese instante, también, elogia el artículo como lícita parcela literaria y nos da pistas de las cualidades que caracterizan tal categoría. (Siendo hoy González Ruano una excusa más que una razón, no quisiera continuar, ahora que algunos vierten pestíferas sospechas sobre su vida
en Francia, lo que de su persona dice Manuel Alcántara: «Aunque fomentara un dejo baudeleriano y maldito, había en él un abrumador coeficiente de bondad natural que le llevaba a perdonarlo todo y una radical incapacidad para el odio». Dicho queda pues.) Afirma el maestro malague-
más certera, con la palabra en el tiempo que decía Machado. Un escritor como él conoce perfectamente a los clásicos, y se acerca a ellos para saciarse de su continuada modernidad, y desde esa compenetración dialogan, habitan un espacio común y diáfano. La poesía necesita los laberintos que las palabras nos regalan, precisa de su intensidad, de su equilibrio y de su multiplicidad emotiva y comunicadora. No hay otra posibilidad para sobrevivir en ese inmenso sentido de la luz en el que se percibe la urgencia de poetizar indagando en lo que construye su mundo personal, más allá de todo lo que preocupa al poeta. Así nos transmite su identidad creadora : un incesante privilegio de galerías interiores, y con ese presagio de amor, como él mismo nos indica en uno de sus bellos poemas: «porque el amor – una conquista lenta -- / precisa del pasado y del presente/ cuando construye el futuro…», y en ese abrazo con la temporalidad se van nutriendo las imágenes, las ideas, las palabras, los versos, los poemas y toda la obra proteica y honda del poeta. Los días del vivir son también los días del ser, las esencias que intuyen una vertiente luminosa de proximidad y búsqueda. Todo poeta verdadero (y Antonio Salvado lo es) se asienta en ese conocimiento del tiempo, lo reconstruye a su manera y se aproxima hasta sus orígenes, desde una dimensión personal, para encender, iluminándolas, las cosas que permanecen a oscuras. Porque el poeta se transforma entonces en un extraño contemplador de lo pequeño, de lo esencial y de lo misterioso, en una voz necesaria para conocernos y para percibir , con mayor claridad, nuestra existencia y nuestro destino.
ño que «el artículo puede que sea algo así como los cien metros, pero hay plusmarquista de esa distancia que tienen bastante más interés que muchos maratonianos de esos que siempre llegan en el pelotón de en medio» y que «los que desdeñan los artículos en función de su tamaño tendrían que demostrar que algunos anillos no pueden ser más bellos y más importantes que algunos collares». Y citando a Charles Morgan, recuerda que «registrar hechos es función del periodista; comentar esos hechos sigue siendo periodismo; adaptarlos a un orden conveniente de una ideología es mentir; penetrar en ellos es ser artista». Artistas como esos columnistas que, quizá sin pretenderlo, nos hicieron amar la literatura. Va por ellos.
LECTURAS
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LUIS ANTONIO DE VILLENA
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asunari Kawabata (1899-1972) goza fama en Japón de ser un escritor refinado, cercano al elitismo. Una de sus novelas más conocidas, ‘País de nieve’ (1962) tiene en japonés cuatro ediciones distintas, llenas de cambios y mejoras sutiles. El autor nunca dio el libro por cumplidamente acabado… Premio Nobel en 1968 (el primero a un autor nipón) se presentó a recoger el premio, no con el frac habitual sino con un traje japonés de ceremonia, a la usanza tradicional. Partidario de un Japón clásico, que no diera la espalda a Occidente pero que tampoco se dejara engullir, algunas de sus obras como ‘Lo bello y lo triste’ o ‘La casa de las bellas durmientes’ son obras tan cuidadas como magníficas. Kawabata fue el declarado maestro de Mishima y de su fructífera colaboración queda una rica correspondencia, que está traducida. Existe pues la idea de un Kawabata perfeccionista y clásico que siendo cierta, no lo es del todo, ya que los inicios literarios de nuestro autor, en los años 20, como los de su amigo de juventud, Ryunosuke Akutagawa, están muy ligados a la modernidad, incluso a un punto de ruptura… La primera obra de Kawabata –de 1926– fue ‘La bailarina de Izu’. Se supone que ya en ese momento estaba interesado por los cambios renovadores que ocurrían en la novelística europea, Joyce, por ejemplo, pero mejor Virginia Woolf. De ese deseo de una «novela nue-
LA PANDILLA DE ASAKUSA Yasunari Kawabata. Trad. del inglés Mariano Dupont. Seix-Barral, Barcelona. 2014. 286 páginas. 18,90 euros.
Kawabata recibe el Nobel de manos del rey Gustavo Adolfo de Suecia en 1968. :: AP
Un barrio distinto ‘La pandilla de Asakusa’ (1930), de Yasunari Kawabata, es uno de los indiscutidos pivotes de la modernidad narrativa en Japón
va», que aceptara la modernidad pero tampoco se apartara de lo japonés, nació ‘La pandilla de Asakusa’ (1930) uno de los indiscutidos pi-
votes de la modernidad narrativa en Japón. Asakusa es el nombre de un barrio de Tokio que, sobre todo antes de la 2ª Guerra Mundial, fue
célebre por su apasionado vitalismo y su mezcla de ‘mala vida’ y novedades como espectáculos de varietés o de jazz, en medio de
abundante prostitución de muchos estilos y el afán de una vida libre. Kawabata (buscando ser un observador privilegiado) no sólo pa-
seó el barrio, sino que llegó a vivir en él un par de años. Se podría decir que en la novela predomina el fragmento (narrativo o incluso lírico) pero con una unidad básica, que le viene no sólo de las andanzas de un grupo de jóvenes del barrio –‘La pandilla Escarlata’– que hacen de todo, sino esencialmente del conseguido empeño autoral de que sea el propio barrio de Asakusa, su vitalidad a veces transgresora, el verdadero protagonista del relato, contado por un narrador omnisciente que a veces se vuelve personaje… Por supuesto mendigos, gente rara o jovencitas que se prostituyen son parte esencial de un mundo abigarrado y desesperado donde todos aspiran a la felicidad, la bonanza y la libertad, acaso de un modo algo desordenado. Como sea esta novela plural y casi sin argumento, se deja leer muy bien, porque es un sabio ejercicio de literatura y de ese vitalismo que frecuentemente esta intenta atrapar. La única pega que debemos constatar es que a estas alturas (habiendo suficientes traductores de japonés al español) resulta absurdo y pobre una traducción desde el inglés.
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DEL CIPRÉS
LECTURAS
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Tres miradas inspiradas Clara Janés y Sarantis Antíoco cruzan las visiones de Rilke y Antonio López sobre El Greco
ANTONIO COLINAS
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o es normal encontrarse, en estos tiempos de tanta literatura impuesta y sometida al mercado y a la publicidad avasalladora, con ese libro que no sólo huye del dogmatismo de los géneros literarios sino que busca en la tradición y, a la vez, en lo creativo del escritor o artista de hoy, sus fuentes. Esto sucede de manera muy clara en ‘El Greco. Tres miradas: Cervantes, Rilke, Antonio López’, del que son autores Clara Janés y Sarantis Antíocos. La autora española y el autor griego –pero que tan cerca ha estado de nuestra cultura y, en particular, de nuestra poesía– logran darnos, en este claro y ameno libro, una visión de la palabra inspirada y de la obra de un pintor inconfundiblemente original, como fue El Greco; pero a la vez con la colaboración de un valioso pintor de nuestros días, en cuya obra también dialogan siempre el clasicismo y la modernidad. A la vez, piedra angular del libro, es otro poeta muy concreto, Rainer Maria Rilke, y
una ciudad al fondo también inconfundible: Toledo. A su vez, este libro nos lleva de nuevo a una relación fecunda, la que Rilke mantuvo con España y, en particular, con dos de sus ciudades, Toledo y Ronda. Esta atracción provenía de una misteriosa «llamada» que tuvo el poeta en el castillo de Duino, durante una de las sesiones esotéricas con la princesa Thurn und Taxis, pero también de la contemplación de un cuadro, ‘Toledo bajo la tormenta’ de El Greco, que él había visto en París. Primordial también en este entramado de aventuras vivenciales y estéticas sería el valioso epistolario de Rilke, en donde éste nos da puntualmente cuenta de su viaje a España y, en concreto, de su atracción por la pintura de El
EL GRECO. TRES MIRADAS: CERVANTES, RILKE Y ANTONIO LÓPEZ Clara Janés y Sarantis Antíocos. Vaso Roto Arte, Madrid, 2014. 101 páginas.
La risa
Greco y, no lo olvidemos, hacia las figuras de sus ángeles. El ángel, otra presencia inevitable en la poética de Rilke, ya desde aquel «terrible» que aparece en el arranque de las ‘Elegías de Duino’ y que es expresión radical de la eterna dualidad del ser para lo bello y para la muerte. En Toledo también se le aparecerá a Rilke una estrella que él contempla desde uno de los puentes de la ciudad y que es guía y confirmación en ese viaje hacia el sur, siempre impulsado por las dos ciudades ensoñadas, que le llevan incluso a no valorar otras, como es la laberíntica Córdoba. Es de estas miradas de Rilke, de los «ojos de Rilke», de donde parten los dos sabrosos textos de Clara Janés que aparecen en el libro: ‘Rilke. El Greco como istmo’ y ‘El ángel terrible y el pastor. Rilke capta en España ecos de mitos remotos’. Janés ya había abordado el mundo de Rilke no sólo como lectora, sino al traducir junto a su hermana Alfonsina los ‘Poemas a la noche’, del autor checo, que como bien muy bien señala Clara, es obra que tiene su origen en el descubrimiento por parte del poeta de la pintura de El Greco. A este hallazgo tampoco son ajenos otros cuadros del pintor, como el célebre ‘Laocoonte’.
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
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a risa. Esa cosa que, en sus diversos grados, tuerce los labios, enseña los dientes, convulsiona caras, pechos y estómagos. Hay varias teorías sobre el origen de la risa, o más bien de la sonrisa –en eso gastan los antropólogos su tiempo–, una de las más llamativas, o quizás más paradójicas, es la que dice que, allá en los árboles, o en la sabana, esos dientes desnudos servían para intimidar. Mostrar el poder de agresión,
casi una amenaza: vamos a llevarnos bien o te hundo estos en la yugular. Una de las cosas que aprecio del arte budista, o del taoísta, es que sus ídolos sonríen. A pesar de todo. Tengan ustedes en cuenta que, básicamente, lo que hace el Buda es mirar la vida humana a la cara y darse cuenta de que es una mierda. Y aun así sonríe. Se podría decir, dirán sus acólitos, que sonríe porque ha encontrado el secreto de la liberación de los males, la forma
de hacer más perfecta o llevadera la vida –y ahí el budismo se vuelve simplista, categórico, como cualquier religión, y deja de hacerme gracia–. Pero a lo mejor sonríe porque sonreír, o reír, es, si no la mejor, sí una de las mejores opciones que tenemos a la hora de enfrentar esa cosa tan horrible, al menos en muchas de sus partes, que es la vida.
‘Vista de Toledo’, de El Greco, también llamado ‘Toledo bajo la tormenta’. :: EL NORTE Sarantis Antíocos se sumerge en la aventura estética que es este libro poniendo a dialogar a Cervantes con El Greco, a través de un texto que también rehúye el dogmatismo de los géneros, pues él lo sustenta en un diálogo. Su texto lleva el título de ‘Talleres colindantes. Cervantes y el Greco’. ¿Y, cuál es, el enlace que nos permite entender este diálogo que nos resultaba, a priori, desconocido? La clave está en las anotaciones que El Greco puso a la obra de Vitruvio, a una obra de éste conservada en la Biblioteca Nacional de Madrid. De las anotaciones nace ese diálogo entre el Uno (las anotaciones de El Greco a Vitruvio) y el Otro (la
voz de Cervantes a través de citas del ‘Persiles’, ‘El Quijote’ y algunas de su ‘Novelas Ejemplares’. A completar esta aventura contemplativa y lectora viene otro diálogo, el que cierra el libro, celebrado en la casa del pintor Antonio López, entre éste, Clara y Sarantis. Ahí los poetas nos revelan lo que el pintor piensa de algunos maestros de peso, como El Greco, Velázquez o Zurbarán. Experiencia sensitiva y arte conceptual, complejidad de la hermosura y lo acabado y lo perfecto, las interrelaciones entre la tradición y el presente, son otros conceptos o temas que se debaten en ese diálogo de tres personas senta-
das en la mesa de la cocina de Antonio López. Pero son las anotaciones de Vitruvio las que conducen al lector a otras osadas y valiosas valoraciones en las que podemos encontrarnos como hilos conductores a Pompeya y a la música de Bach, a los ‘Guerreros de Riace’ y a Picasso, De Chirico o Hopper. Se convierte así este libro, de pocas pero suficientes y valiosas páginas en ese diálogo fecundo a tres voces con la lección al fondo de algunos de los mejores ejemplos de la tradición pictórica y literaria europeas. Para ello era necesario una sensibilidad poética que sólo dos poetas podían abordar.
Casi todos los poemas de Chapu Valderrama, tanto los de su poemario ‘Historial delictivo’ como esos que va dejando casi a diario en internet –a veces son los mismos, otras no–, nos hacen reír. Todos, de un modo u otro, desenmascaran esas facetas poco amables de la vida. O rebajan la nobleza pretendida de nuestros mitos más íntimos. Chapu es despiadado con los sinsentidos, con las injusticias, con la estupidez, que nos revela, a golpe de cuchilla, en sus estrofas. Es despiadado consigo mismo, sobre todo consigo mismo –aunque, claro, todos aprendimos de Pessoa aquello de que el poeta es un fingidor–. Y lo hace
riéndose y moviéndonos a la risa –no, no siempre, pero casi siempre–. Sería tentador enmarcar su obra dentro de la tradición satírica, pero también sería simplista, y, en muchos casos, equivocado. La sátira, supone un ataque, una intención de herir, una animadversión declarada. En algunos casos, la sátira procede de esos encantamientos que servían para infringir males en el enemigo. A veces, en algún ramo de versos dictados por la ira, algo de eso hay en los poemas, peligrosos, de Chapu Valderrama, pero no son, de ningún modo mayoría. En las palabras de este poeta, siempre bien escogidas, ordena-
das con un ritmo certero, hay siempre un residuo de amabilidad. Parte de esa amabilidad está en la risa, aunque en la risa también vaya el mordisco en la carótida. Como en el cuento del Rey Pescador, la mano que hiere es la mano que cura. Como los grandes cínicos griegos –una de las pocas escuelas filosóficas merecedoras de mi respeto– usa la risa para enseñar, no para atacar. El mordisco es una ventana. Una ventana al patetismo de nuestros credos, pero también a la belleza de las farolas y los gatos, las ventanas iluminadas a media noche, y las piernas largas y los cabellos rojos como señales de peligro.
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Pere Gimferrer, por partida doble El poeta catalán vuelve a su lengua materna en ‘El castell de la puresa’ y al italiano en ‘Per riguardo’
JORGE DE ARCO
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ditados al unísono, ven la luz dos nuevos poemarios de Pere Gimferrer (Barcelona, 1945). Tras haber publicado sus cuatro últimos libros en castellano –‘Amor en vilo’ (2006), ‘Tornado’ (2008), ‘Rapsodia’ (2011) y ‘Alma Venus’ (2013)–, el poeta barcelonés ha retornado al catalán para ‘El castell de la puresa’. Y al italiano para ‘Per riguardo’. Ambos –traducidos ahora por José María Micó y Justo Navarro respectivamente–, devuelven al lector la notable impronta de un escritor multiforme. «La lengua me elige a mí y hace la mitad del trabajo. En función del efecto rítmico y sonoro, me decanto por una u otra», confiesa Gimferrer, preguntado por esa facilidad idiomática a la hora de vertebrar su obra lírica. ‘Per riguardo’, consta de doce poemas, que homenajean a la lengua de Dante, a su cine, a su narrativa y a la cercanía y complicidad de sus gentes. El escritor catalán, ha recreado un inventario de «imágenes del tiempo reflectante», donde se dan cita el vitalismo y la desidia, el esplendor y la derrota, la agitación y la calma, mediante un decir que respira y canta desde el corazón de un hombre que conoce el esencial enigma que esconden las palabras. Y que, además, sabe oír «el viento del poema, haciéndose en los mares de la luz/ como llama que no se apaga nunca». Destaca en el melódico y sostenido conjunto de estas páginas, el despliegue cromático del que hace gala Gimferrer. Al hilo de su discurso, es fácil memorar las prosas que JRJ incluyera en ‘La colina de los chopos’ y, sobre todo, la titulada ‘El color del mundo’, en la que el genial moguereño escribiera: «El color del mundo es mayor que el sentimiento del hombre (…) Cuando yo digo color, digo
Pere Gimferrer. :: V. GIMENEZ espíritu. Ante el color del mundo desaparezca todo lo demás. Color del mundo y silencio». En esta sinfonía de endecasílabos y alejandrinos, resuenan, en efecto, los variadísimos colores de una lírica que habla desde «la azul boca metálica», que se reclina sobre «escaques negros, amarillos, rojos», que vuela «del azul al otro azul», que se lleva en su decir «la rosa de la oscura juventud». Un libro, al cabo, que como atinadamente advierte en su prefacio Jacobo Cortines obedece a un «barroquismo ex-
PER RIGUARDO (CON CUIDADO) Pere Gimferrer. Fundación José Manuel Lara. Vandalia. Sevilla, 2014. 56 pág. 11,90€.
EL CASTILLO DE LA PUREZA Tusquets. Textos Sagrados. Barcelona, 2014. 96 pag. 16€.
tremado, una orfebrería recargada, trabajada hasta el detalle», donde la autenticidad de la palabra se torna luminaria libertad, blancura desenmascarada». A primeros del año en curso, aparecía ‘El castell de la puresa’. Entonces, el poemario fue saludado con enorme entusiasmo y su edición suponía, a su vez –apuntado queda–, el regreso de Gimferrer a la lengua catalana tras más de una década. Ahora, gracias a las certeras versiones del ya citado José María Micó, puede descubrirse de nuevo el pulso firme y fulgurante que encierra el verso del vate catalán. «No es necesario que el lector sepa de qué hablo ni que conozca las referencias culturales, sino que sienta una realidad verbal que no existía, que sienta las imágenes y los sonidos», anotaba el propio Gimferrer tras la edición del poemario. En verdad, su decir esquiva cualquier aliento argumentativo y se centra en una hilera elíptica y sorpresiva de instantáneas donde «la palabra, vestida de hojas de otoño/ o de metal de hojas de primavera, estalla»en los ojos del lector. La tradición literaria y hablada de la lengua catalana –Ausiàs March, J.V Foix…–, pareciera ser el mayor nexo de unión de estos diez poemas, en los que el yo lírico dialoga con el tiempo pasado y presente; y lo hace, a través de una verbalidad cuya riqueza léxica resulta onírica, irracional, misteriosa: «Nunca se cerrará la floresta ulcerada/ de los llagados por la claridad,/ el bosque en el que vive un respirar de dríadas,/ aquel bosque de tantos árboles habitados». En suma, completan este volumen, una acordada sabiduría rítmica, el despliegue de un íntimo mapa culturalista, la potencia de las metáforas, la imaginería versal y la armónica recreación de sólidas y solidarias estampas. Una emotiva ‘Elegía’, sirve de coda y cierra este «castillo» de noches y de auroras, donde queda grabado a fuego «el carnaval de los cuerpos agitados por la penumbra».
Una piedra y su destino (era volar y volar) :: SUSANA GÓMEZ En el reino mineral, allí donde las cosas parecen insensibles y sin deseos, una Roca soñaba con moverse y viajar. Era grande y pesada, y estaba tan indignada por que se le considerara un ser inerte, que decidió encararse a aquel Geólogo con casco y gafas de pasta y reivindicar que estaba viva y bien viva. Es más, ni corta ni perezosa (y mucho menos, inerte y muda) le pidió que le llevara a ver mundo... Pero aquel hombre de corazón “tan duro como el diamante” no quería creer a la roca parlanchina que aseguraba amar los días de viento, alimentarse de gotas de rocío y absorber con fruición el sol cada mañana. Cómo cambiar de pronto la imagen de un reino mil veces estudiado, donde los seres no pue-
den pensar, ni hablar, ni por supuesto moverse... Así que la emprendió a golpes con aquella (viva) expresión de que la realidad puede ser distinta a como la pretendemos. Fábula de corte filosófico donde lo tangible combate el saber sin opción de frac-
POLVO DE ROCA Nono Granero y Géraldine Alibeu. Editorial A buen paso. 40 páginas. 15 euros. Edad recomendada: a partir de 5 años.
De fábula :: S. G. Al más puro estilo de las fábulas de animales, Chris Wormell (’La pequeña salvaje’ y ‘Dos ranas’) apuesta por un relato donde la valentía, la solidaridad y el pensamiento divergente (ese que nos ayuda a aportar soluciones nuevas y diferentes para la resolución de conflictos) son la clave de un álbum de corte clásico tanto en ilustraciones como en texto. Atravesada por el recurso del encuentro con diferentes personajes y la reiteración de situaciones similares con ligeras variantes, la historia
PEQUEÑO OSO Y LOS SEIS RATONES BLANCOS Chris Wormell. Editorial Juventud. 32 páginas. 13,50 euros. Edad recomendada: a partir de 5 años.
se interna por un viaje a través del tópico escenario del bosque tenebroso, donde la imaginación se revela como el único camino para burlar al más fuerte en defensa del
tura, ‘Polvo de roca’ invita a la apertura, la flexibilidad y el poder de los sueños, al tiempo que se entretiene en explorar los reinos de lo posible. Atento a la temática del viaje iniciático para encontrar(se), el cuento propone la solución de manos de un antihéroe que ayudará a una heroína atípica (mineral) de forma involuntaria: un hombre iracundo por una realidad no programada que acabará siendo benefactor y responsable de un final liberador. Como escenario visual, ilustraciones que lanzan guiños de complicidad al lector, donde ir descubriendo detalles y sugerencias que apuntalan el discurso: un álbum con olor a viento, mares y desiertos, traspasado por el deseo de nuevos horizontes y conocimientos.
débil. Si bien esta vez no es patrimonio del zorro (quien, de hecho, será uno de los personajes burlados), la astucia del pequeño oso, animal que no suele detentar el patrimonio de la añagaza, será la clave que guíe el relato, además de la estrategia que protegerá a los pequeños ratones del hambre de la serpiente, la lechuza y el zorro. Con claras reminiscencias de la literatura infantil anglosajona, el álbum ofrece un cuento de corte clásico y final feliz, en el que vienen a confluir muchos de los guiños de la ficción de siempre, y donde los pequeños lectores podrán introducirse en el imaginario narrativo compartido.
14 LA SOMBRA
Sábado 15.11.14 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
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a semana pasada les decía que en español hay términos que imponen restricciones léxicas a las palabras con las que se combinan y les presenté algunos casos de impropiedades léxicas que tenían en común la restricción significativa. Hoy continúo con más ejemplos de este tipo leídos y oídos en la prensa, en la radio y en la televisión y contrastados con las definiciones que presenta el diccionario. Una de las acepciones del verbo ‘contraer’ que figura en el ‘Diccionario’ de la RAE es la de ‘adquirir costumbres, vicios, enfermedades, resabios, deudas, etcétera’, de donde se deduce que no debe usarse con términos de carácter positivo como ‘méritos’, ‘reconocimientos’ o ‘virtudes’. ‘Converger’ es tender a unirse en un punto dos o más líneas, caminos etcétera. También significa coincidir en la misma posición ante algo controvertido. En ambos casos rige sujeto múltiple y, más específicamente, en el primer caso el sujeto ha de ser ‘caminos’, ‘líneas’, ‘carreteras’ o similar y en el segundo ‘ideas’ o ‘tendencias’. ‘Converger’ no es desembocar en algo ni llegar al final de algo. ‘Golear’ es marcar o meter muchos goles en la portería del contrario. Por tanto, no ha de usarse este verbo cuando solo se ha metido un gol. ‘Dimitir’ es renunciar a un cargo que se tiene, mientras que ‘cesar’ es dejar de desempeñar algún empleo o cargo. Una persona dimite, alguien dimite de su cargo por discrepancias con el equipo o alguien dimite como representante de algo o de alguien, pero nadie puede dimitir a alguien (sí hacerlo dimitir u obligarlo a dimitir). Cuando alguien cesa en un cargo, cesa como representante de algo o de alguien o cesa de director de un centro, no hay que entender necesariamente que alguien haya cesado a la persona. Para este caso se usa el verbo ‘destituir’, que sig-
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
MÁS RESTRICCIONES DE SIGNIFICADO
Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es
nifica separar a alguien del cargo que ejerce. ‘Endosar’ es pasar a otra persona un trabajo o una cosa que resulta desagradable, pesada o molesta, así que no debe endosarse a nadie algo que se sienta como positivo. Lo mismo ocurre con ‘endilgar’ o con ‘enjaretar’. A un presidente se le podría endosar la responsabilidad de la crisis, si fuera el caso, pero no se le podría endosar, ni endilgar ni enjaretar las soluciones a la crisis. El verbo ‘incautar’ no aparece registrado en la 23.ª edición del Diccionario de la lengua española de la RAE. Sí aparece, en cambio, ‘incautarse’, como verbo pronominal. En la primera acepción aparece esta definición: ‘Dicho de una autoridad judicial o administrativa: Privar a alguien de alguno de sus bienes como consecuencia de la relación de estos con un de-
lito, falta o infracción administrativa. Cuando hay condena firme se sustituye por la pena accesoria de comiso’. De esta definición se desprende lo siguiente: a) que quien se incauta de algo tiene que ser autoridad judicial o administrativa, es decir, tiene que tener competencias para realizar la acción; b) que el objeto incautado tiene estar relacionado con la ilegalidad; c) que este verbo no puede usarse en construcciones pasivas porque el complemento del verbo va introducido por la preposición ‘de’ y, por tanto, no funciona como complemento directo. Resultan inapropiadas, según se desprende de la información gramatical registrada en el diccionario, construcciones como ‘Han sido incautados dos mil kilos de cocaína’; habría que decir que alguien (la Guardia Civil, la Policía Nacional o la autoridad competente) se ha incautado de dos mil kilos de cocaína. Me resulta sorprendente que en la última edición del ‘Diccionario’ académico no hayan acoplado la información que sobre este verbo registra el ‘Diccionario panhispánico de dudas’, publicado en 2005. En dicho diccionario se dice que «en el habla culta se usa preferentemente como intransitivo pronominal, con un complemento de régimen introducido por ‘de’ [...]. No obstante, por influjo de verbos sinónimos como ‘confiscar’ o ‘decomisar’, hoy es frecuente, y se considera válido, su uso como transitivo». A mi entender, si de verdad hay intención de mantener esta información o si sigue considerándose válida, en el ‘Diccionario’ debería aparecer la abreviatura U. t. c. tr. (usado también como transitivo). Este caso es un ejemplo claro de las contradicciones (o de la ausencia de unanimidad) de la RAE en las distintas obras de su factura. Casos como este despistan y confunden más que ayudan al usuario, que suele acudir a la autoridad académica en busca de soluciones y a quien no le hace ninguna gracia salir con más dudas de las que tenía antes de la consulta.
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID
OLETVM VALLADOLID
CERVANTES SALAMANCA
MARGEN VALLADOLID
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)
El balcón en invierno. Luis Landero (Tusquets)
El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)
La música del silencio. Patrick Rothfuss (Plaza&Janés)
La música del silencio. Patrick Rothfuss (Plaza & Janés)
Secretos del arenal. F. Mdroño (Algaida)
Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
Milena... Jorge Zepeda (Planeta)
Mi color favorito es verte. Pilar Eyre (Planeta)
Matemos al tío. R. Ogary (Impedimenta)
La pirámide inmortal. Javier Sierra (Planeta)
Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
Milena... Jorge Zepeda (Planeta)
Esperando al rey. Peridis (Espasa)
La mujer del diplomático. San Sebastián (Plaza&Janés)
Mi color favorito es verte. Pilar Eyre (Planeta)
Se prohíbe mantener ... Mamen Sanchez (Espasa)
El trincalibros. T. Docherty (Maeva)
Demonios familiares. Luis Landero (Tusquets)
La chica de los ojos verdes. E. O´brien (Errata)
NO FICCIÓN
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NO FICCIÓN
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Las gafas de la felicidad. Rafael Santandreu (Grijalbo)
Setas de Valladolid. A. Garcia Blanco (El Siglo)
Las gafas de la felicidad. Rafael Santandreu (Grijalbo)
Setas de Valladolid . A. Garcia Blanco (El Siglo)
Diccionario de la Lengua... Real Academia (Espasa)
Yo fui a EGB 2. J. Ikaz; J Díaz. (Plaza & Janés))
El libro Troll. Rubius (Temas de hoy)
Lunario 2015. M. Gross (Calendario lunar)
Disputar la democracia. Pablo Iglesias (Akal)
Confort food. J. Oliver (Grijalbo)
Herr Pep. Martí Perarnau (Corner)
Los ensayos. Michel Montaigne (Galaxia Gutemberg)
Dejar de amargarse... Lucia Taboada (Zenith)
Herr Pep. M. Perarnau (Corner)
La enzima prodigiosa 2. P. J. Ramírez (Aguilar)
Mis recetas anticancer. Odile Fernandez (Urano)
Amar ¿para Qué? María Teresa Campos (Planeta)
Prepárate para triunfar. J. Ajram (Alienta)
Ansiedad. Scott Stossel (Espasa)
Melancolía. Marek Bienczyk (Acantilado)
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PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA
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Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
Esperando al rey. Peridis (Espasa)
El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)
El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)
Esperando al rey. Peridis (Espasa)
Canciones de amor... Nickolas Butler (Asteroide)
Underground. Murakami (Tusquets)
Adulterio. Paulo Coelho (Planeta)
La soledad de los perdidos. Díez (Alfaguara)
En la orilla. Rafael Chirbes (Anagrama)
La sombra de otro. Jambrina (Ediciones B)
Leal. Verónica Roth (Molino)
Trilogía de la ocupación. Modiano (Anagrama)
Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
Morir bajo tu cielo. Juan Manuel De Prada (Espasa)
Pacto de lealtad. Gonzalo Giner (Planeta)
Alabardas. Saramago (Alfaguara)
En el café... Patrick Modiano (Anagrama)
El día después. Refoyo (Lupercalia)
La pirámide inmortal. J. Sierra (Planeta)
NO FICCIÓN
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Disputar la democracia. Iglesias (Akal)
Disputar la democracia. Iglesias (Akal)
Disputar la democracia. Iglesias (Akal)
El Arte de no amargarse... R. Santandreu (Oniro)
De animales a dioses. Harari (Debate)
Muchas felicidades. Savater/Gual/Gomá (Ariel)
Un paso al frente. Segura (Tropo)
Isabel la católica... Tarticio de Azcona (La Esfera)
Diccionario. RAE (Espasa)
Guía del cielo 2015. Procivel
Palabralogía. Ortega (Crítica)
Open. Memorias. Andre Agassi (Duomo)
Psicopolítica. Han (Herder)
Diccionario. RAE (Espasa)
Por tieras de España... Remesal (Larayaquebrada)
España y Cataluña. Henry Kamen (La Esfera)
Zócalo azulejos... Guerra (Autor)
Los 88 peldaños del éxito. Anxo Pérez (Alienta)
El viaje a la vida. Punset (Destino)
La enzima prodigiosa 2. P. J. Ramírez (Aguilar)
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Sรกbado 15.11.14 EL NORTE DE CASTILLA
QUINCE MINUTOS DE FAMA
Laureano Manzano Crespo
ร NGEL MARCOS
Soy del 56, nacido en esta tierra plana castellana, siempre abierta a la luz del verano y las nieblas del invierno. Mientras tanto veo pasar la vida desde mi trabajo, mis tertulias, mis vinos y mis partidas de cartas. Suerte amigos.
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 15.11.14 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
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as drogas acompañan a la humanidad desde sus orígenes, y es falso que en la Antigüedad solo estaban vinculadas a rituales religiosos destinados a provocar transformaciones espirituales. Cojamos como ejemplo nuestra droga oficial, el vino y por derivación el alcohol. Es evidente que, en la Antigüedad, el vino no solo se usaba en las ceremonias religiosas, también era utilizado en la vida diaria, regando las comidas, justamente como en nuestros días. La prohibición de muchas drogas por parte de los estados es reciente y se empezó a llevar a cabo en el siglo XX, en el que también llegó a promulgarse la Ley Seca en Estados Unidos, donde el puritanismo se cazó los dedos, pues como todos sabemos el remedio fue peor que la enfermedad, y América se llenó de gángsteres que traficaban con alcohol mal destilado que más que embriagarte te volvía loco, como los brebajes que destilan los presos en las cárceles. Por tratarse de un tema más vinculado a los prejuicios y hábitos de cada país que a la salud pública, todavía es difícil hablar de las drogas sin caer en distorsiones que no llevan a ninguna parte. Ahora, por ejemplo, se habla bastante en nuestro país de los abusos de los jóvenes con el alcohol y de la edad de iniciación. Al parecer se inician a los 13 años y al Gobierno le parece una edad muy prematura. ¡Qué hipocresía y que falta de memoria colectiva! Todos sabemos que en Castilla y otras regiones vinícolas de España la iniciación se llevaba a cabo mucho antes, con la intervención de los abuelos y los padres. Por lo que sé, en Burdeos y Borgoña ocurría lo mismo. También se miente en lo referente a la dosis. La historia y la literatura nos informan de lo mucho que bebían los españoles del Siglo de Oro. En su novela ‘El hereje’ el maestro Delibes nos dice que un castellano consumía alrededor de litro y medio de vino al día. Si ahora mismo optas por esa misma dosis te considerarán un alcohólico. La falta de memoria a la que aludo es también perceptible cuando hablamos del uso de las drogas en los diferen-
«Las drogas estaban vinculadas en la Antigüedad a rituales religiosos porque te llevaban a otra parte»
:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA
MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO
Las drogas tes pueblos y olvidamos que en muchos casos su función más determinante era engañar el hambre. Nunca se habla de ello porque aquí nos gusta mucho negar lo eviden-
te. Yo empecé a fumar en el instituto porque a la hora del recreo me entraba hambre y un mero cigarrillo solucionaba el problema. La coca ha servido durante siglos a la civi-
lización inca para combatir el hambre y los problemas respiratorios en territorios demasiado elevados; y los chinos siempre consideraron el té como un gran aliado para
hacerle trampas al estómago. Por eso en Estados Unidos se han multiplicado los gordos desde que se empezó a perseguir el tabaco, y en nuestro país también. Una vez más, y como ya ocurrió con otras prohibiciones, el remedio podría tener su punto negro. Dejemos correr el tiempo, pero no deja de ser curioso que en Alemania, país puntero de Europa, se salten la ley antitabaco a la torera y se pueda fumar en toda clase de establecimientos. ¿Para qué otra cosa sirven las drogas, aparte de para quitar el hambre y estimular el cerebro? Marguerite Duras lo tuvo claro desde el principio: el alcohol, en cuya adicción cayó en muy poco tiempo, le servía para «transportares»: para irse a otra parte. Yo a eso le llamo dar en el clavo: las drogas estaban vinculadas en la Antigüedad a rituales religiosos porque te llevaban a otra parte, porque te transportaban a lugares que no conocías y en en los que podía ser posible la revelación de tu propio ser. Ese era el sentido que tenían las drogas en rituales como los de Eleusis, y en Delfos las pitonisas ingerían un laurel tóxico para entrar en trance y ubicarse en un espacio mental ajeno al espacio ordinario. Obviamente, no para otra cosa han servido la heroína, la morfina, la coca, el LSD y muchas drogas de diseño de ahora. Los jóvenes buscan el transporte: evadirse por un rato de la realidad, cuya dureza nadie pone en duda. La realidad es mortal, pero también las fugas de ella lo pueden ser, y exiliarse mucho de la vida ordinaria conduce a la molicie y a la desidia, como bien sabía el autor de ‘Las flores del mal’, que fue un gran explorador de los paraísos artificiales, a los que dedicaremos el próximo artículo.