Sábado, 22.11.14 Número CLXXXIV
SOMBRA CIPRES LA
DEL
Vida y muerte en Leningrado
Un libro de La Uña Rota recoge testimonios de mujeres que padecieron el terrible asedio de la ciudad rusa durante la II Guerra Mundial
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2 LA SOMBRA
Sábado 22.11.14 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
Charles Baudelaire contra los belgas Valparaíso publica los fragmentos de la última obra en la que trabajó el autor de ‘Las flores del mal’ antes de morir
CARLOS AGANZO
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A
la patria, «diga lo que diga Danton», siempre hay que llevarla «en la suela de los zapatos»; «Francia –escribe Baudelaire en su obra ‘Pobre Bélgica’– parece muy bárbara vista de cerca. Pero vayan ustedes a Bélgica y se volverán menos severos con su país». Así comienza el último de los trabajos literarios del gran poeta maldito, un inacabado cuaderno que permaneció inédito hasta 1952, y que ahora aparece por primera vez en español, traducido y anotado por Pablo M. López Martínez y Marie-Ange Sánchez para la editorial Valparaíso. Fragmentario, caótico, permanentemente exaltado, el libro no pasa de ser una obra a medio hacer, que comienza con una redacción más o menos coherente para irse convirtiendo en un verdadero ‘collage’ de anotaciones, artículos y filosofías que, sin embargo, son vitales para conocer qué había en la cabeza del poeta en los traumáticos momentos finales de su existencia. Baudelaire había llegado a Bruselas en abril de 1864, empujado por una parte por su necesidad de salir de Francia para publicar los seis poemas censurados de ‘Las flores del mal’, que estaban prohibidos en su país, y asustado por otra por la quiebra de su editor de siempre, su amigo Auguste Poulet-Malassis. «Les he cogido manía a París y a Francia; si no fuera porque estás tú, no querría regresar nunca más», le escribe con motivo de su partida para el país vecino. Allí, según creía, tendría la oportunidad de vivir una nueva etapa al lado del editor Lacroix, y de repetir los éxitos que su amigo Víctor Hugo había cosechado unos años antes entre los belgas con sus extraordinarios recitales y conferencias. «Con el fin de atraer todas las miradas –le cuenta al autor de ‘Los miserables’ en una carta–, había decidido hacer una serie de lecturas públicas en Bruselas con una selección de fragmentos, los mejores por supuesto, como la esencia de
«Francia parece muy bárbara vista de cerca, pero vayan ustedes a Bélgica y se volverán menos severos con su país», escribió Baudelaire Charles Baudelaire, en una imagen de 1863. :: ÉTIENNE CARJAT
la risa; obras, ideas y costumbres de Eugène Delacroix; Víctor Hugo; Théophile Gautier; Théodore de Banville; Leconte de Lisle y Richard Wagner. Incluso había pensado en completar mis comentarios con citas de los propios autores, pues no me fío mucho de la erudición de los belgas». Hacía bien en recelar. La primera conferencia, sobre Delacroix, no le salió mal del todo, pero la segunda ya fue un desastre, con la sala vacía y una opinión negativa del crítico Lemonnier por su exceso de gesticulación. Muy poco tiempo después, era ya bastante explícito al contarle sus peripecias a Manet: «Los belgas son necios, mentirosos y ladrones (...) No se crea usted nunca lo que le cuenten sobre la campechanía belga. Tretas, recelos, falsa afabilidad, ordinariez y jugarretas traicioneras, eso sí». A su poco éxito frente al público, a su creciente enfermedad y a sus tremendas dificultades económicas se sumaba la sospecha generalizada de que Baudelaire era, en realidad, un espía de la policía francesa en Bélgica. Sólo un grupo pequeño de extranjeros en Bruselas, entre ellos su viejo editor francés, le acompañan en la desgracia cuando escribe un año después, el 30 de marzo de 1865, una carta a su amigo Ancelle: «No puedo moverme; 2º, tengo deudas; 3º para terminar el trabajo debo visitar cinco o seis ciudades (...) Disculpe la parquedad de mi estilo; le escribo con una pluma que me han prestado». Las esperanzas de publicar ‘Pobre Bélgica’ –‘Belgique’, en sus misivas– para poder salir de la indigencia se esfuman definitivamente ante la incapacidad del poeta para salir del paroxismo. Al día siguiente tienen que recluirlo con urgencia en su habitación del hotel y el 2 de julio, con todo el peso del fracaso sobre sus espaldas, regresa a París donde morirá, en condiciones terribles, dos años y cinco meses después. De todo este dolor, de todo el odio que van generando en su corazón sus desencuentros con el pueblo belga, desde cada una de sus grandezas hasta la más pequeña de sus costumbres, es testigo este libro verdaderamente singular, que se complementa con una pequeña colección de poemas que ilustran, todavía mejor, este momento tremendo de decepción y de abandono en el tramo final de la existencia del poeta. En uno de ellos, titulado ‘El sueño belga’, escribe Baudelaire: «Bélgica se cree un país con duende. / Está durmiendo. Viajero, no la despiertes».
LA ESCRITURA DEL ASEDIO
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Dos mujeres lloran el derrumbe parcial de su casa durante un ataque aéreo en el sitio de Leningrado. :: CORTESÍA DE LA UÑA ROTA
Palabras para la supervivencia ‘Escritos de mujeres desde el sitio de Leningrado’ recoge los testimonios de heroínas anónimas en uno de los más terribles asedios de la historia reciente
E
l 23 de enero de 1942 Erna Greinet, hija de una profesora alemana y de un judío que había servido en el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial escribe una carta a sus hijos y nietos desde el sitio de Leningrado. En la carta les comunica que su marido, es decir, el padre y abuelo de los destinatarios, había muerto unos días antes. «Busqué un artesano y encontré a un hombre de
nuestro edificio que hizo un ataúd con los materiales que le di a cambio de cuatrocientos gramos de pan y cincuenta rublos en metálico (...) La mañana del 19 Liusia, Olia, Martina, Artur y yo salimos a enterrarlo. Lo colocamos sobre dos trineos para niños. Liusia y Olia tiraron del trineo. Artur y yo caminamos al lado. Llegamos al cementerio y nos enteramos de que en el nuestro ya no se puede enterrar a nadie». El relato que esta
ANGÉLICA TANARRO
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mujer agotada y hambrienta hace de los esfuerzos para dar un entierro digno a su esposo, y que duran varios días, es un estremecedor ejemplo de los terribles días que la población civil, en su mayor parte compuesta por mujeres, soportó durante el asedio al que los ejércitos alemán y finlandés sometieron a la ciudad. 872 días de combates y bombardeos, desde el verano de 1941 hasta el otoño de 1944, que segaron la vida de entre
1,6 y dos millones de ciudadanos soviéticos. El relato aparece en ‘Escritos de mujeres desde el sitio de Leningrado’, que acaba de publicar la editorial La Uña Rota y que han compuesto, tras cinco años de investigaciones y trabajos, Cynthia Simmons, profesora de Estudios Eslavos de la universidad de Boston, y Nina Perlina, profesora emérita del Departamento de Lenguas Eslavas de la Universidad de Indiana y que sobrevivió de niña a ese terrible episodio de la historia europea. El hambre, el frío, las enfermedades intratables, la muerte implacable de aquellos días los conocemos bien por relatos como la biografía de la poeta Anna Ajmátova (quizá una de las ‘blokádnitsy’ o mujeres que padecieron el sitio de Leningrado más conocidas), aparte, claro está, de los libros en los que se recoge la historia oficial del asedio y por esos otros publicados en Occidente que desde mediados de los cuarenta ofrecían una visión «no estrictamente soviética». Pero fue a partir de la ‘glásnost’ y la caída de la Unión Soviética cuando investigadores y ciudadanos anónimos se animaron a cuestionar cómo se había escrito la historia durante el ré-
La escritura fue terapia, conexión con los ausentes y testimonio para el futuro
gimen comunista y reclamaban el acceso tanto a los documentos oficiales como a cualquier archivo público que pudiera aclarar los sucesos del pasado. Y en este contexto cobraban especial importancia los ‘testimonios privados’, como explican las autoras del estudio en el prefacio del libro: «Los documentos relacionados con el asedio cobraban una importancia cada vez mayor a medida que el interés creciente en los testimonios privados coincidía con el ímpetu por reexaminar la historia oficial del asedio». Y en esos testimonios las mujeres tuvieron mucho que decir, en este caso, mucho que escribir. La escritura fue terapia de supervivencia, testimonio para los ausentes, comunicación con los seres queridos a menudo obligados al exilio o confinados contra su voluntad en lugares remotos, y la forma de
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4 LA SOMBRA
DEL CIPRÉS
LA ESCRITURA DEL ASEDIO
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19 de diciembre de 1943. Camilleros socorren a los heridos tras un ataque aéreo, Archivo Estatal del Cine. A la derecha, ‘La limpiabotas’, de N. Petrova, Museo Nacional Ruso.
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llenar el sinsentido de la guerra y la crueldad a la que se vieron sometidas. Leningrado fue en aquellos terribles días una ciudad de mujeres. Los hombres habían sido reclutados o se habían alistado como voluntarios tras la invasión alemana en junio de 1941. Y este libro añade como fuentes no oficiales los testimonios del «segmento de población que más éxito tuvo en mantener la ciudad con vida: las mujeres». Las tareas diarias de la vida doméstica, el trabajo y las responsabilidades de la defensa de la ciudad frente a los ataques aéreos recayeron sobre las mujeres. También los trabajos en la industria. «Con la excepción del personal militar y político indispensable, la ciudad se vació de hombres sanos de menos de cincuenta y cinco años. A esto hay que añadir el hecho biológico de que los hombres sucumbían con más rapidez y con mayor frecuencia a los efectos de la desnutrición». En sus memorias del primer invierno del asedio Olga Gréchina escribe: «Los hombres empezaron a caer en las calles, a quedarse en sus camas, a morir, morir y morir... Y de repente, las mujeres de Leningrado, que durante tanto tiempo habían sufrido, se dieron cuenta de que sobre sus espaldas recaía no solo el destino de sus familias, sino también el de la ciudad, e incluso el del país entero». En el estudio introductorio a los diarios, cartas, memorias y testimonios orales y entrevistas recogidos por las autoras es interesante el análisis de la perspectiva femenina de los relatos sobre la
«...Sobre sus espaldas recaía no solo el destino de sus familias, sino también el de la ciudad e incluso el del país entero» Las mujeres que escriben sus relatos de guerra son doctoras, profesoras, artistas y trabajadoras no cualificadas
guerra. Frente a la perspectiva tradicional del héroe convertido en árbitro de la moralidad, en los relatos de las mujeres se encuentra a menudo una visión crític,. «Estas mujeres a menudo juzgan tanto su propia conducta como la del Gobierno». Y por último resulta muy revelador el ‘encuadre’, el significado que para la Historia con mayúsculas tienen estas historias particulares. El marco teórico en el que se basan las investigadoras coincide con el que subyace en muchos trabajos precedentes de cole-
gas historiadores que consideran al individuo corriente y las vicisitudes de su experiencia vital como una unidad infinitamente pequeña e integral, el denominador común de la historia del mundo». Las mujeres que aparecen en el libro, a través de su cartas o de sus relatos proceden de clases socioeconómicas, origen étnico y profesiones distintas. Hay una doctora, una profesora de Historia, una diseñadora gráfica y actriz de teatro, una socióloga, una oboísta de la Filarmónica de Leningrado, también trabajadoras no cualificadas. Algunas de estas mujeres, que durante el sitio habían trabajado cuidando a los heridos, continuaron su formación una vez terminada la guerra y se convirtieron en enfermeras tituladas o en doctoras. Y aunque sus relatos son a menudo estremecedores, no componen un catálogo del horror. Muy al contrario, vistos en su conjunto son un canto a la vida, a la lucha por sobrevivir, por mantener la dignidad y la feminidad en las circunstancias más difíciles, como el dibujo de Petrova titulado ‘La limpiabotas’, en la que una mujer limpiabotas presta sus servicios a una soldado, «en un intento de mantener las apariencias, incluso en pleno asedio». Es también un libro antibelicista desde el momento en que pone negro sobre blanco, sin mayores condicionantes que la conciencia personal de quienes ayudaban a guardar la vida, las terribles consecuencias del sinsentido que es la lucha a muerte entre seres humanos.
N. Petrova, ‘En el tranvía’,Museo Nacional Ruso. :: IMÁGENES CORTESÍA DE LA UÑA ROTA
18 años y un catálogo consolidado La Uña Rota, la aventura editorial que comenzó en Segovia, ha cumplido la ‘mayoría de edad’ con un catálogo en el que figuran, junto a autores que fueron noveles, ‘clásicos’ como Bertolt Brecht , Thomas Bernhard, Joseph Conrad o George Perec. Tan original como su nombre fue el provocativo título con el que dieron a conocer su primera colección: Libros Inútiles. A la que siguió después la de los Libros Robados, donde se puede encontrar desde un diario de Robert Walser a un texto de An-
gélica Liddell, ‘La Casa de la Fuerza’, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2012. Este libro es una muestra de la tendencia teatral de un sello que ha acogido la obra y la primera biografía traducida al castellano de Beckett y más recientemente las obras completas de Juan Mayorga. No en vano afirman los responsables de La Uña Rota que la publicación en 2009 de ‘Cenizas escogidas: obras 19892009’, del dramaturgo Rodrigo García supuso un antes y un después en su trayectoria.
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Descolonizar el calendario H
ace un tiempo me encargaron un breve artículo de opinión. Querían saber la mía acerca de Columbus Day, una celebración federal que tiene lugar el lunes más próximo al doce de octubre. Como es natural, mi universidad, que es la de Edward Said o Gayatri Spivak, por no dar más que dos nombres emblemáticos, no celebra ese día. Los alumnos tampoco. Pero siempre están al acecho de una alternativa a Columbus Day. Cuando en 2002 abandoné la universidad española en la que era profesor titular para trasladarme a Berkeley, me encontré también con una comunidad que rechazaba activamente desde 1992 la celebración del nombre de ese día. En su lugar, mientras en el exterior de la bahía, al otro lado del Golden Gate, se hacía una exhibición marítima semejante a una naumaquia en honor del ‘inventor de América’, los habitantes de Berkeley, Oakland y otras ciudades vecinas celebraban por primera vez el día de los pueblos indígenas y de los nativos americanos. Los alumnos de Columbia –nombre por demás llamativo, que sustituyó al original de King’s College en el siglo XVIII– se preguntaban, y aún se preguntan, si no deberían también celebrar, en todo caso, un día de los pueblos indígenas. Cuando me pidieron el artículo de opinión, posiblemente no pensaron que yo era español. Según el editor de la revista en cuestión eran otras las razones. Una, por ser el director del departamento de culturas latinoamericanas e ibéricas, y la otra por ser especialista en estudios medievales y de la alta edad moderna. Cuando me puse a ello, no se me ocurrió pensar en ninguno de estos dos supuestos. Pero no pude evitar pensar que tengo nacionalidad española, que recibí mi educación elemental en la España tardofranquista y de la temprana transición —creo que entré en un instituto de enseñanza media en 1979— y que lo que nosotros celebrábamos era una mezcla un poco aterradora fruto de la combinación entre la Virgen del Pilar y la Hispanidad. La Hispanidad siempre ha representado la idea de que entre las primitivas colonias del imperio ibérico y la metrópolis existe una relación
esencial que mantiene viva la historia de la colonización aun tras la descolonización. Ahora bien, esta relación y su esencialidad han sido puestas en duda políticamente en más de una ocasión. En las primitivas colonias asiáticas en las que todavía se escucha la lengua española no se celebra ningún día de la hispanidad. En los países de las Américas el doce de octubre está grabado en la ciclópea roca de las medidas del tiempo, inconmovible entre las páginas del calendario, pero poco a poco ha ido cambiando de nombre. Solidaridad con los pueblos indígenas es, fundamentalmente, lo que la revisión del calendario pone ahora de relieve en varios países de las Américas. Nueva York, la ciudad más diversa del mundo, sabe bien cómo encontrar los recovecos necesarios para cuestionar todas las esencialidades. Uno de los museos más fascinantes del estado está en el exterior de la ciudad, y forma parte del campus universitario de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY) en Purchase. El museo tiene varios conservadores o curadores, y uno de ellos es un canadiense zumbón, recriado en México y con una inteligencia más que atrevida, que responde al nombre de Patrice Giasson y que habla fácilmente una docena de lenguas, incluyendo el náhuatl y el árabe. El trabajo de Pat es precisamente el de levantar el velo de invisibilidad con el que siglos de colonialismo han recubierto el arte que se produce en las Américas, y, en particular, en aquellas Américas en las que la lengua española sólo existe como recurso secundario para hablantes de náhuatl, o de quiché, o de cualquier otra lengua de las que se hablan en los continentes americanos. Y el arte contemporáneo –me lo decía bellamente el otro día Ticio Escobar, que fuera ministro de cultura de Paraguay entre 2008 y 2013– es un poco como el avefría tero, que canta en un sitio para ocultar que ha puesto los huevos en otro muy diferente. Así que cuando uno se va a ver las exposiciones que Pat ha organizado para el museo Neuberger del que es conservador, tanto en la ciudad como en Purchase, lo que alcanza a ver es lo que los artistas contemporáneos como Nicolás de Jesús, a todos los efectos un ar-
Patrice Giasson. :: J. R-VELASCO
ISLA FLUVIAL JESÚS RODRÍGUEZVELASCO
tesano nahua, Betsabé Romero, Teresa Margolles, o los autores de aquella exposición sobre Pre-Columbian Remix, Enrique Chagoya, Demián Flores, Rubén Ortiz-Torres, y Nadín Ospina, son capaces de hacer con el colonialismo y con la hispanidad y con la usamericanidad, y con Colón si resucitara para volver a decir de aquellos nativos que los recibieron en las islas del Caribe que no tienen gobierno, que son temerosos y que harán bien en convertirse a la religión católica. Pero la hispanidad y el nombre de Colón siguen constituyendo estrategias de ocultación. Ceremonias que, escritas en el calendario, suponen todavía hoy maneras de entender lo que fue el Imperio Ibérico como proyecto colonial. Celebrar estas estrategias implica sacar a las calles –como se hace aún hoy
Nueva York sabe cómo encontrar los recovecos necesarios para cuestionar todas las esencialidades Qué sucedería si se diera espacio y visibilidad a todo lo que no es hispánico, a lo que siglos de historia intentaron hacer invisible
en las grandes avenidas de algunas ciudades españolas en tan señalado día– a las fuerzas armadas, y al jefe del Estado español con el traje que lo identifica como capitán general de los ejércitos. Me pregunto qué es lo que sucedería si simplemente se llegara a abandonar ese uniforme de imperio colonial y sus maneras ceremoniales. Qué sucedería si, en su lugar, se diera espacio y visibilidad a todo lo que no es hispánico, a todo aquello que siglos de historia intentaron hacer invisible, pero que, como sigue demostrando el proyecto de Patrice Giasson y de otros conservadores de museos, sigue buscando nuevos lenguajes. Lenguajes únicos, exploraciones a partir de la contemporaneidad indígena y nativa, con los que hacer surgir una voz donde el calendario menos se lo espera.
6 LA SOMBRA
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DEL CIPRÉS
UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO
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asta en tres ocasiones me había topado con el rostro de la muerte en la ciudad y ahora, en aquella primavera, volvíamos a vernos», así arranca la novela corta de Thomas Wolfe ‘Hermana muerte’. Curiosamente el traductor, el novelista colombiano Juan Sebastián Cárdenas ha optado por este título, ya usado en español por Justo Navarro en una espléndida narración iniciática, comiéndose el calificativo altanera, u orgullosa, del original. El caso es que nos encontramos ante uno de sus textos «más hermosos y enigmáticos», al decir del inconmensurable William Faulkner, quien siempre consideró a T. Wolfe como el escritor más relevante de su generación. La ronda incesante, «descomunal y enloquecida», de la muerte en las ciudades, en este caso Nueva York, le sirve a Wolfe para mostrar la deshumanización en el hervidero de la vida urbana hacia los años treinta del siglo pasado, el horror del enjambre multitudinario. Un retrato de la misma época, aproximadamente, en la que García Lorca cantase la insensible muchedumbre que vomita y orina «entre columnas de sangre y de números/entre huracanes de oro y gemidos de obreros parados». Con su habitual economía de medios –esta es la cuarta ‘nouvelle’ del autor que ha vertido al español Periférica, tras ‘El niño perdido’, ‘Una puerta que nunca encontré’ y ‘Especulación’– Wolfe certifica una vez más su maestría en el manejo de los elementos narrativos, así como en las descripciones, aquí trufadas de lirismo, y los diálogos. No menos destacable es la meditación caudalosa, un tanto a lo Walt Whitman, en la que desemboca el texto al hermanar a la muerte, a la que se personifica como en las representaciones medievales, con la soledad y el sueño, a quienes se dirige e interpela. Son cuatro las muertes que balizan la narración. La primera víctima, un vendedor callejero de periódicos atropellado, aplastado de manera «cruel y accidental» por un camión en una calle sórdida y muy frecuentada del Uper East-Side,
en contraste con la incipiente primavera. La segunda, un vagabundo alcohólico, en invierno, junto a la Séptima Avenida. La tercera, en mayo, en la Quinta, en el epicentro de la feria de las vanidades, un suceso laboral, de la construcción, con caída al vacío. La última, que se anuncia al principio, la de un irlandés como tantos, en un banco del metro, al pie de Broadway, en Times Square, la más aterradora por su naturalidad repentina, sin violencia alguna, con «la terrible familiaridad» a la que nos acostumbra la niveladora. No conocía ni había oído nombrar a Seicho Matsumoto, pero después de leer con pasmosa facilidad, de manera casi febril, sin poder despegarme de la intriga, ‘El expreso de Tokio’ (Libros del Asteroide), estoy seguro de que se trata de un narrador nato, capaz de crear tramas endiabladas que se desenvuelven en una atmósfera de misterio. Ésta es una novela policíaca concebida por entregas, muy peculiar, de tipo ferroviario, como sugiere el título, con rompecabezas de horarios de medios de transporte, sin digresión ni meandro alguno que ralentice la acción, que se inicia con tráfico de influencias. Estamos en Japón a mediados del siglo pasado, se ve que ciertas lacras socio-políticas afectan a todo tiempo y lugar, seguramente por ser consustanciales a la condición humana. Y sigue con alusiones a escándalos de corrupción. Vaya, no vamos a establecer paralelismos con nuestra situación, pero lo que es innegable es que, con estos principios, apañados estamos. Cabe pensar que lo que mal empieza, mal acaba, aunque dejo al futuro lector de esta trepidante novela que constate si al cabo las apariencias engañan; si hay gato encerrado; si todo es fruto del azar o de una estratagema criminal planificada; si, en definitiva, la mosca detrás de su oreja termina posándose en las páginas del desenlace o no. En todo caso, la sombra de la muerte –como vamos viendo, la de los mil rostros– se cierne desde el comienzo sobre la historia pese a la aparente calma rutinaria con que se mueve un hombre de negocios, sociable y atractivo, cuyos pasos seguimos hasta que de repente un presunto doble suicidio romántico, colateral, mediante cianuro disuelto en zumo, de mutuo acuerdo, entre el subdirector de un ministerio y una camarera, funciona como espoleta inesperada que hace saltar por los aires la aparente normalidad y permite que nos internemos en «el crudo realismo de nuestra época», alejado por completo de «la sensibilidad lírica de las antiguas dinastías», de la mano de dos inspectores de policía cautelosos y concienzudos, a cual más perspicaz.
Los rostros de la muerte Tras las apariciones y argucias de la inmortal
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‘La muerte y el caballero’ (1670), de Pedro de Camprobín. Hospital de la Caridad, Sevilla.
HERMANA MUERTE Thomas Wolfe, Periférica, 96 páginas, 14,50 euros.
EL EXPRESO DE TOKIO
LA MUERTE DE LA BIEN AMADA
EL ARMARIO DE LA GINEBRA
Seicho Matsumoto, Libros del Asteroide, 216 páginas, 17,95 euros.
Marc Bernard, Errata Naturae, 144 páginas, 14,50 euros.
Leslie Jamison, Sexto Piso, 316 páginas, 22 euros.
Justamente sensibilidad y emoción a flor de página es lo que derrocha ‘La muerte de la bien amada’ (Errata Naturae), del francés afincado en Mallorca Marc Bernard, desde el momento en que rememora el pálpito, el flechazo, el amor a primera vista y para toda la vida que sintió el autor en el Louvre, a la vera de la Venus de Milo, por una judía de Viena, refugiada clandestina del nazismo, camino del exilio norteamericano al que nunca llegó al toparse, mientras se barruntaba la hecatombe de Francia y de Europa en general, con un amante cuya «fiesta se prolongaría treinta y un años», hasta que la muerte se presenta a cara descubierta, con sus credenciales: cáncer fulminante de hígado; y avisa claramente sobre el plazo, de uno a tres meses, que al final fueron dos, en el que volverá para adueñarse definitivamente de su víctima. Pero el libro, una evocación, casi ensoñación, demorada, con mucho de meditación, hasta del jansenismo, pero centrado en particular sobre la finitud, escrito como a salto de mata, a tramos, a medida que afloran los recuerdos, es un canto hermosísimo al amor, «que arde con cualquier leña», que si es auténtico no hace sino crecer con la costumbre, que es capaz de traspasar la muerte, al modo del topoi barroco («polvo serán, más polvo enamorado»…) del amor constante más allá de la muerte. Cuando conoce la sentencia, el amor hacia su mujer no sólo se reafirma, se multiplica hacia lo absoluto, con una intensidad inusitada, en medio de una especie de duelo freudiano en la cumbre Eros/Thanatos, durante los días «más atroces y al mismo tiempo más luminosos» de su vida y el día y los días después. Un testimonio como a moviola lenta y reflexiva, en suma, desgarrador y a la vez ejemplar del admirable heroísmo al afrontar el fin a fecha fija, sin concederle ninguna ventaja al enemigo, descendiendo al grado animal si es necesario, cuando se comprende que lo que resta es el dolor. También una muerte, aunque natural, desencadena la acción, que avanza, a veces en paralelo, al modo perspectivista, alternando dos voces, de la opera prima de la norteamericana Leslie Jamison ‘El armario de la ginebra’ (Sexto Piso). Cómo pudo morir una buena mujer, se pregunta una de las narradoras, «y dejar este enredo de mala sangre tras ella, este nido horrible de iracundas, iracundas mujeres». Y tanto. A tal punto que su lectura me ha traído a la cabeza la película de Mike Leigh ‘Secretos y mentiras’, junto a aquellas del Dogma danés donde se airea, de forma despiadada, el fango que fermenta debajo de las alfombras familiares.
En ‘El armario de la ginebra’ se radiografía la desintegración de una familia típica estadounidense
Aquí se radiografía la desintegración –desestructuración, se dice ahora– de una familia estadounidense típica, porque me temo que allí los lazos familiares hace tiempo que se han deshilachado. La abuela vive en Connecticut, como los tramperos de la canción del Gran Wyoming y Reverendo; el abuelo, que la abandonó a su suerte, dando tumbos por el mundo; la madre de la coprotagonista, en California; su padre, desaparecido; su hermano, enjaulado como tiburón financiero en New York; y su única tía, la otra narradora, cuya existencia desconocía, después de rebelarse pasando por Berkeley e inmundos tugurios, en un campamento socarrado de casas-remolque junto al desierto de Nevada, ahogada en la ginebra del título y perdida en el amplio sentido de la palabra, destinada a ser ceniza al viento de las dunas. Me pasma la naturalidad del estilo, sobre todo de los diálogos, diríase que innata en los narradores USA, si bien esta precoz novelista –publicó la obra a los veintiséis añitos– ha pasado por el famoso programa de escritura de Iowa después de estudiar en Harvard y está doctorándose en Yale. En todo caso, su solvencia narrativa hace que la historia destile un verismo crudelísimo, muy logrado, como la vida misma, mientras los personajes, entre el oeste absoluto y el desastre total, tratan de redimirse y no caer por los derrumbaderos del capitalismo salvaje donde la muerte siempre acecha. Pienso ahora en la arrogancia meliflua e insensata de los jóvenes cachorros del Village que retratan T.Wolfe y la sobrina de ‘El armario de la ginebra’, asfixiada entre los ‘lofts’ bohemios de las manzanas de edificios rojizos, el prozac y el bótox, mientras lee a Yeats o el antes citado ‘Poeta en New York’ y, por contraste, en el destino mortal del hombre frente a la inmutable, impasible, indiferente, siempre impertérrita, como ajena, muerte, que es paradójicamente lo único que sabemos de manera fehaciente que es inmortal, lo único imperecedero. Pienso otra vez en las danzas macabras medievales, en Jorge Manrique, «allegados son iguales…», en la ocultación actual de la muerte en las ciudades, en la fría impiedad que deriva de su omnímodo poder.
8 LA SOMBRA
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Bernardo Atxaga
EL ESCRITOR EN SU BIBLIOTECA
Los libros de Atxaga alineados bajo las vigas de madera de la parte alta de su casa. :: J-M.
JESÚS MARCHAMALO
S
ubimos por una escalera de madera de ésas, no me fijé, que podría crujir con cada paso, un lamento, un chasquido, como crujen las escalas de los barcos. Un pasamanos oscuro, suave al tacto, que conduce hasta arriba, silencioso, a lo que probablemente fuera hace tiempo el desván y que ahora semeja la bodega de un viejo bergantín, de una goleta –el suelo, el techo, las vigas de madera– y un par de tragaluces que parecen llegar de la cubierta y que iluminan, con una luz lechosa, tamizada como una mosquitera, los estantes de libros. Miles de ellos, diríase estibados por manos cuidadosas, forrando las paredes casi como un tapiz. Un catálogo de lomos de distintos colores que se extiende hasta el fondo, a lo lejos; un camino salpicado de lámparas, encendidas como un collar de perlas. Hay una mesa y cajas, allí en medio. Una zona de obras, de trajín y montones, y un silencio que es casi acogedor. Y ahí, como un viejo capitán curtido en mil batallas, mil viajes y lecturas, Bernardo Atxaga (Asteasu, Guipúzcoa, 1951), con sus gafas de cerca, y ese paso iba a decir airoso, austero, de los lobos de mar,
que cuenta cómo en las noches de tormenta –los rayos y los truenos– todo aquello parece que se mueve como si fuera azotado por las olas. Pero hoy hay calma aquí en la biblioteca, no hay mar de fondo, ni nubes de tormenta en lontananza. Sólo esa luz que entra desde la calle, timorata, e ilumina los montones de libros cruzados, diríase al azar, en los estantes. Todo provisional porque se ha decidido a clarear, a limpiar y a ordenar, como quien coloca, hacendoso, los cajones. «De algún modo, al tiempo que ordenas la biblioteca te ordenas también tú», confiesa. «Deshacerse de un libro que no quieres es desprenderse de una pesada carga, y hay una cierta sensación liberadora cuando prescindes de él». Así, en esta biblioteca hay una parte asentada, consolidada, como aquellas viejas empresas decimonónicas, y otra que anda por ahí en un escrupuloso escrutinio de tenedor o de contable. Porque expresa el capitán Atxaga la tentadora voluntad de hacer de su biblioteca una colección y convertirse él mismo en un coleccionista. No de libros caros, primeras ediciones, obras únicas, raros y curiosos, sino de aquellos libros que le gustan. «Con sesenta y tres años tienes la sensación de salir a una zona tranquila, ideal para hacer escrutinio de uno mismo, un recuento de ideas, de formas de pensar, también de libros».
Fronteras invisibles
‘Poemas y canciones’ Bertolt Brecht Alianza
«Es uno de los libros que más me inspiró en su momento. El que más he llevado conmigo, y que más he tenido. Es fácil que haya comprado veinte ejemplares o más, porque siempre acabo regalándolo a la gente que aprecio».
‘Días de Nevada’ Bernardo Atxaga Alfaguara
«Es mi libro más reciente, el más fresco probablemente. Un libro en el que hablo del mundo más allá de la muerte, del pasado, de las personas que han muerto, que ya no están, pero que siguen con nosotros».
‘Viejas historias de Castilla la Vieja’ Miguel Delibes Alianza Editorial
«Recuerdo perfectamente el libro, en Alianza, de color negro y azul, y que esos cuentos fueron la continuación de los cuentos vascos de Baroja, y recuerdo la naturalidad con la que pasé del paisaje vasco al de Castilla que, desde luego, es uno de mis paisajes».
En la biblioteca rige un código de fronteras sutiles, como las de los mapas, líneas discontinuas, pespunteadas, que cruzan los estantes como viejos países, y que separan la poesía, allí en uno de los rincones –Juan Ramón, Cernuda, Sylvia Plath, Borges–, de la ficción –Longares, Leguineche, Pierre Loti– y del ensayo, al fondo, casi otro continente. Todo en un orden iba a decir tenso y equilibrado, que pivota entre el alfabético riguroso que impone su suegro Andoni (viene de vez en cuando a encargarse de los extraviados) y el desorden que provoca el propio Atxaga: libros puestos de pie, con la cubierta visible como si fueran faros: Leopoldo María Panero, Erri de Luca, Novalis… Y encima de los estantes, uno de esos lugares de paso, provisionales: un par de montones donde se mezclan, en ese capricho tumultuoso de lecturas: Céline, ‘Voyage au bout de la nuit’, y Ana María Matute, ‘Paraíso inhabitado’; Paul Theroux, ‘Mi otra vida’, y Agustín Fernández Mallo, ‘El Proyecto Nocilla’. Por allí, Onetti, casi una balda entera para él –‘Cuentos Completos’, ‘El astillero’, ‘La vida breve’–, Vila-Matas, Luis Mateo Díez, mucho Sándor Márai, también, y algún malentendido: media docena, o más, de libros de Donna Leon que sus amigos han insistido en regalarle, y que no ha leído todavía o no le gus-
tan. O tal vez ambas cosas. También, alguna de sus lecturas de adolescencia: Heinrich Böll, Hermann Hesse, Günter Grass, y clásicos rusos: Tolstói, Chéjov, Dostoievski –hubo un momento, de adolescente en el instituto, en que sus compañeros le llama-
En la biblioteca rige un código de fronteras sutiles que cruzan los estantes como viejos países
ban así, Dostoievski– y aquel libro que le cambió la vida: cubierta de color fucsia, título en blanco, y en naranja, el autor: Bertolt Brecht, ‘Poemas y canciones’. Vivía una temporada de parón, de aburrimiento, de impasse, cuenta, mientras hacía su primera carrera, Económicas, en Bilbao, que terminaría como quien se ajusta un corsé, y compró en la librería Herriak un libro de Alianza, de la colección El libro de bolsillo, con aquellas míticas cubiertas de Daniel Gil. «Fue un libro que en aquel momento me dejó muy marcado. Un libro muy importante para mí, y donde me encontré uno de
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Los libros del capitán
los mejores poemas que he leído nunca, se titula ‘Malos tiempos para la lírica’». «Ya sé que sólo agrada quien es feliz. Su voz se escucha con gusto. Es hermoso su rostro…» Aquel libro le llevó a Barcelona, a estudiar Filosofía. «Me fui para leer a los clásicos», recuerda.
Viajar con libros Y ahí están, sí, Rousseau –‘Emilio’, ‘Discursos’, ‘El contrato social’–, en la parte de ensayo y pensamiento; al lado, Julian Marías, la correspondencia de Cernuda, un ejem-
plar del Corán, y la biografía, en inglés, de Carson McCullers. También libros de historia, muchos, junto a un pequeño ventanuco, casi a ras de suelo, protegido por una malla metálica, a través del que se ve un romántico nido de paloma con dos pollos. Hay también una parte euskaldun, previsible y también numerosa. Un par de cuerpos de estanterías, allí cerca del tragaluz y presidiéndola, el retrato de un sonriente Gabriel Aresti, la mano en la barbilla, en la cubierta de uno de sus libros. «El primer texto que escribí en euskera se lo dejé a su nombre en la librería Verdes, para que se lo die-
Bernardo Atxaga, en su biblioteca levemente clareada por la luz matizada que entra en el antiguo desván. :: J. MARCHAMALO
ran. No conocía a nadie entonces, ni sabía a quién dirigirme, y se me ocurrió que tal vez Aresti pudiera orientarme. No sólo me atendió, sino que me animó a publicar y a seguir escribiendo; empecé a publicar por él, de modo que le tengo un especial aprecio». Falta esa parte, de viajes, para acabar. Vivir en diferentes sitios, moverse, pasar temporadas fuera y guardar guías y planos, como quien guarda álbumes de fotos: Marruecos
y Medina, Sicilia y Marco Polo, Florencia, Andalucía, anoto según paso la mano por los lomos, Siria y Jordania, Darwin, mientras Atxaga, con sus gafas de cerca, sobre la tablazón claveteada mira de reojo el tragaluz. Y me cuenta cómo elige en su estudio libros que le protegen, de autores que le caen bien –Pisón, Marsé, Graves–, y aquel encuentro hace años con Delibes, con quien se cruzó en Santa María del Campo. «Adiós, buenas tardes», se dijeron. «Adiós». Ha empezado a llover y, dice, las gotas resonando en el cristal, quedamente, que no siempre es verano allí en el barco. Suena un trueno.
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DEL CIPRÉS
Herberto Helder
Una blanca oscuridad PABLO JAVIER PÉREZ LÓPEZ
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esde una deliberada presencia de la ausencia, que es sin lugar a dudas, la genética esencial del poetizar portugués y en buena medida del poetizar auténtico, Herberto Helder (Funchal, Madeira, 1930), ha creado en vida, un mito quizá sólo comparable a otros de los grandes escritores de la lengua portuguesa cuyos nombres todos transitan superficialmente. Si bien es cierto que la ausencia, su asunción futura o su realidad presente son el punto de partida del poeta auténtico, en el caso de Helder, huidizo, huraño, rechazador de premios y entrevistas, fuera del mundo literario oficial y oficioso, destinado a las tertulias de una tasca de Cascais y al hacer poético en la soledad de la vejez, esta desaparición gana una profundidad doblemente poética. Antonio Gamoneda ha definido, en muchas ocasiones, a Helder como el mejor poeta vivo europeo contemporáneo y no lo ha hecho en un ejercicio de exageración sino como un ejemplo de justicia (poética) no sólo con el propio autor (comúnmente desconocido en España) -con el que comparte cierta “analogía en la búsqueda”-, sino también con la tradición poética portuguesa, cuyo siglo XX ofrece una nómina de autores casi inagotable, muchos de los cuales son profundamente desconocidos en nuestro país. La riqueza y originalidad de Helder reside en la aceptación de la carnalidad del símbolo, de su profunda y determinante realidad. El símbolo dictado y vivido, en la lengua del poeta, enumera y revela el misterio del mundo. Este «perder los nombres», este enunciar el misterio, este quemar el lenguaje, supone una tarea alquímica, hermética. «Es necesario cantar como si alguien/supiese como cantar» escribe Helder. Estamos ante una poesía que sin parecerlo es fuertemente religiosa, mística, un decir, enigmático, musical, sensible, que conoce miste-
Retrato de Herberto Helder, por el pintor portugués Frederico Penteado. : riosamente con el símbolo. El hacer poético de Helder es una continua reivindicación del canto, un cántico donde el «cantar es una razón de muerte y de alegría». No estamos ante el surrealismo y mucho menos ante el mal su-
rrealismo que hoy en día quiere presentarse como poesía, incluso imitando en su propio país al propio Helder, sino ante una aceptación de la presencia del símbolo, de su misterio y de su verdad, ante una profundidad meta-
Helder... huidizo, huraño, rechazador de premios y entrevistas
física que con o sin ese nombre se reconoce siempre en aquellos poetas que saben cantar. Estamos ante un cultivar de símbolos que huye del falso simbolismo y de la mera enunciación estética. Símbo-
los que nacidos en la realidad se proponen como la verdadera realidad, como el único lugar del habitar poético. Símbolos vividos, paladeados. La poesía que ofrece Helder supone en sus propias palabras una «ocupación de los símbolos». Helder propone la oscuridad como el lugar donde reside el enigma hecho real mediante la metáfora y la decidida habitación del lenguaje. Es por ello por lo que el poeta pide: «Dios mío, haz que sea siempre un poeta oscuro». En la oscuridad de los enigmas vivos está el poema. Esta es la constante certidumbre del hacer poético de nuestro autor. Poética, que centrada en la ausencia, en la lucha contra «la carne y el tiempo», en «la muerte guardada», en una pulida ausencia, siente y entronca con la tradición poética que acepta el misterio y lo revela en el lenguaje, en un deliberado «acto canibálico» para usar palabras de Leopoldo María Panero. Un devorar nuestra memoria, que convertida en «biografía rítmica», invoca la inocencia. Antonio Ramos Rosa, otro de los poetas portugueses imprescindibles recientemente desaparecido, calificó ya en los años 60, antes del boom poético, editorial y social de Helder, a este como un «poeta órfico», con un tino indiscutible pues estamos ante un poeta que consigue trascender el campo de la subjetividad y de la objetivación hasta lo esencial del mundo. Perdernos en el misterio del mundo y en su canto es el destino del poetizar verdadero, dando carnalidad y esencialidad a las palabras, renombrando, rompiendo el lenguaje caduco, evocando con inocencia y verdad, con la primitividad que todos abandonan. Las polémicas surgidas por las tiradas limitadas de sus últimos libros, especialmente Servidões (2013) y su reciente y controvertida A Morte sem mestre (2014) recibido con una mezcla de entusiasmo y duras críticas han traído los debates sobre el momento en que el poeta debe dejar de escribir o de publicar pero no han borrado los grandes libros del Helder maduro, cuya presencia (ausencia) enigmática y oscura ha iluminado y guiado buena parte del poetizar de este país que sin parecerlo sigue cantando frente a la carne y el tiempo, frente a la muerte y la alegría. Y es que es necesario que haya poetas claros y luminosos que digan con sencillez tal como es imprescindible que haya poetas oscuros, difíciles, que rescaten los misterios esenciales que viven en nuestras palabras muertas y dejen con su blanca oscuridad, otra vez, ante nuestros ojos, la vida desnuda, espesa en su olor de un Orfeo resucitado.
LECTURAS
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Pasión por las ciencias Richard Dawkins recorre sus años de formación en ‘Una curiosidad insaciable’
SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN
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l acabar la lectura de la primera parte de la biografía de Dawkins es bien probable que el lector común saque dos conclusiones. La primera es que la experiencia de una persona normal ha empequeñecido, sobre todo si uno era británico. Dawkins pasó su niñez en África. Su padre fue funcionario de Agricultura allí, y allí vivió la familia varios años. (No fue el único, el llamado Servicio Civil llevó a varios miles de británicos a los más remotos lugares del mundo allá donde había una parte del imperio británico.) En el continente negro, Dawkins, zoólogo y biólogo evolucionista, estuvo en contacto con la naturaleza, enseñado por su padre, y por su madre, que conocía infinidad de espe-
cies vegetales. Como buen racionalista, el autor se pregunta si esa infancia tuvo una influencia decisiva en su futuro, al tiempo que señala lo contingente de toda vida. Somos, de la misma manera que podíamos haber no sido ya que no hay un diseño inteligente que mueva la vida en el Universo. Para ello echa mano de la quizás no muy buena anécdota del dinosaurio que estornudó varios millones de años atrás y la cadena de pequeños sucesos que desencadenó y que tuvo como consecuencia que Adolf Hitler no llegara a nacer. (La pregunta es: si Hitler no hubiera nacido, ¿el antisemitismo no habría llegado tan lejos?, ¿las ansias expansionistas de Alemania se habrían visto refrenadas?, ¿los fascismos de principios del siglo XX no habrían tenido lugar?) La otra conclusión es la maravilla que es el conocimiento y la búsqueda de respuestas racionales. Para ello, Dawkins nos cuenta sus peripecias en el sistema edu-
El profesor de zoología, biólogo evolutivo y divulgador científico Richard Dawkins. :: KAI FÖRSTERLING cativo británico en la segunda mitad del siglo XX. Los internados en que los hijos de aquellos destinados en las colonias vivían casi todo el año, la obligación de darse una ducha de agua fría todos los días del año nada más levantarse, su interés por la literatura, la pasión por las ciencias que un profesor le inculcó ya en la etapa de educación secundaria. Y, por supuesto, sus años de estudiante y de profesor en Oxford. Es en estos capítulos donde la pasión, contenida siempre por una escritura sencilla, clara y gustosa, aflora. Aunque solicitó entrar en Biología, una entrevista hizo que el profesor encargado lo derivara a Zoología. Allí tuvo profesores de valía, pero, como señala bien, lo importante era el sistema de tuto-
rías. A cada alumno se le asignaba un tutor que se encargaba de su aprendizaje de forma estrecha. Lo que el tutor establecía como corpus
UNA CURIOSIDAD INSACIABLE. Los años de formación de un científico en África y Oxford. Richard Dawkins. Traducción de Ambrosio García Leal. Tusquets. Barcelona, 2014. 311 páginas. 21 euros
de estudio no siempre tenía que estar relacionado con las materias que el alumno cursaba pero sí tenía que proporcionarle una base intelectual que luego el alumno pudiera utilizar en su vida. A Dawkins le asignaron como tutor a Nikolaas Tinbergen (Premio Nobel de Medicina en 1973 junto con Konrad Lorenz). Les recomiendo que lean esas emocionadas y sinceras páginas sobre la influencia que un buen tutor ejerce en sus alumnos, o las que tratan de la generosidad intelectual y humana de algunos renombrados catedráticos. Vienen luego sus años como profesor en Oxford, con un breve interludio en Berkley, y su trabajo dentro del equipo de investigación de comportamiento animal, su pasión
por la programación de ordenadores, su amistad con gente como William Hamilton, George Williams o John Maynard Smith. Esta primera parte llega hasta el momento en que escribe ‘El gen egoísta’ y la repercusión que tiene en el mundo científico. Pensaban los antiguos que las vidas de personas extraordinarias servían de enseñanza a generaciones venideras. En el caso de Dawkins, además de recordarnos nuestra frágil existencia, sirve para que la gente se interese y aficione por la educación, el conocimiento o el pensamiento claro y recto. No es poca cosa en momentos en que tantos quieren confundirnos con sus interpretaciones falseadas y sus símiles y metáforas brumosas.
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DEL CIPRÉS
LECTURAS
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Cervantes, en un grabado realizado por E. Mackenzie.
vela en torno a la venganza sin cuartel de este pintor, posicionándolo como testigo de todos los momentos cumbres de su vida y convirtiéndolo en instigador sin cuartel de muchos de los males que lo persiguieron. Al mismo tiempo, la elección de un enemigo como narrador de las vicisitudes existenciales y literarias de Cervantes, aparte de convertirlo en un trasunto de aquel famoso Salieri que hiciera la vida imposible a Mozart en el drama ´Amadeus` de Peter Shaffer, aporta una óptica poco común de un biografiado, evitando el riesgo de su conversión en un panegírico. A pesar de ello, al autor le pierde su incondicional admiración hacia Cervantes y puede percibírsele camuflado entre líneas, atento a que el gran enemigo del protagonista no se desboque. Nada de lo esencial en la, nunca mejor dicho, novelesca y trepidante vida y milagros de Cervantes se escapa a la visión de nuestro ubicuo narrador –tan ubicuo que la verosimilitud de este personaje parece a punto de desplomarse por momentos-: la obsesión familiar por su hidalguía, su carácter temerario en la batalla de Lepanto y su valentía y absoluto afán de libertad tras permanecer preso a manos de piratas berberiscos durante cinco años; sus numerosos amores ilícitos con frutos incluidos; los constantes ninguneos a que fue sometido por el mundo literario y sus amargos choques con Lope de Vega; su obsesión por ser reconocido como poeta; toda la génesis, coyunturas, escritura y algunas de las más válidas interpretaciones del Quijote; su absoluta pobreza; «una sucesión de amores frustrados, guerras, prisiones, adversidades». Y todo ello imbrica-
nista, lo que me lleva a perdonarle todo lo demás –o a ignorar todo lo demás–. Lo cierto es que le estoy agradecido por esos comics que adornaron mi adolescencia, y que de tanto en tanto, sacándolos en bloque de la estantería, dispersándolos en el suelo, junto a la cama, releo. Por ‘El Incal’ sobre todo, que en cierta manera me llevó a todos lo demás. A pesar de que cuando,–después de seis años de seguir fielmente la serie, ansioso todo el tiempo por saber cuándo saldría el siguiente álbum– concluí ‘Planeta Difool’, pensé que sencillamente me habían timado. Hace tiempo que ya no lo pienso, en realidad aquel final se veía venir, aunque sigo prefiriendo los dos primeros tomos. Y, sobre todo, me des-
que lo hace soportable. Es cierto que algunos de sus dibujos rozan lo cursi –son cursis, qué demonios– pero, por raro que parezca, nunca resultan repelentes. Uno se puede pasar horas admirando los detalles de sus viñetas más barrocas –esa, a toda página, con que se inicia ‘El Incal’ : John Difool cayendo a través de una panorámica de la ciudad pozo, o esa otra, casi al comienzo de ‘Mayor Fatal’, otra ciudad, esta de altas torres, desierta–, o quedar sobrecogido por sus tintas más minimalistas, unas líneas apenas, atrapado en un no sé qué muy palpable pero de ninguna forma decible. Pero además de ser uno de los mejores dibujantes que haya dado el octavo arte, tampoco sus historias, las que es-
La vida de Cervantes al alcance de todos García Jambrina opta por el entretenimiento divulgativo a la hora de novelar la biografía del autor del ‘Quijote’, sin desentenderse de su obra
YOLANDA IZARD
Q
ue alguien se enfrente al reto de escribir la biografía del más grande escritor de nuestras letras ya es todo un logro, pero que además lo haga con frescura, encanto y total amenidad, sin desentenderse por ello de las líneas maestras de su obra, dirigiendo al lector con ágil pluma por los mil vericuetos de su agitada vida y encaminándonos por un desbrozado atajo interpretativo al alcance de lectores no versados y curiosos de toda índole sin que desengañe tampoco al exigente, es solo tarea al alcance de quien no entiende la biografía sin la creatividad propia del narrador y de quien tiene como meta que nadie deje la lectura de la novela a medias. Porque la pretensión de García Jambrina es la del entretenimiento divulgativo sin perder de vista en ningún momento el afán didáctico finamente entretejido a una sabia selección de documentación histórica
y de un bien asumido conocimiento de la literatura de la época; todo ello da como resultado una novela que se lee de un tirón por su brillante capacidad de atrapar, que resulta interesante por su carga de pertinente y bien escogida información, tanto histórica como literaria, y que deja un rastro de buen perfume narrativo por la corrección de su escritura y porque sus elementos novelescos están bien urdidos y permiten que la trama novelesca, la ficcional, aporte a los elementos verídicos y reales su propia sustancia de intriga, aunque quizá sea aquí donde el autor se permita más licencias poéticas, como la escena en que Cervantes se bate con don Quijote, en un duelo también dialógico que quizá trate de emular al unamuniano con sus reveladas criaturas. Nuestro autor propone como narrador a Antonio de Sigura, pintor de la corte de Felipe II y a quien Astrana Marín considera la víctima herida por Cervantes tras una reyerta que provocaría su posterior huida a Nápoles. García Jambrina aprovecha esta hipótesis y hace girar todo el esqueleto narrativo de la no-
Según se mire
J
odorowsky, Alejandro: según como lo mires un farsante, de esos que suelen hacerme vomitar. Un gurú a la moda, de esos que te dicen, más o menos, que si no eres feliz es porque eres gilipollas, con todo un universo bienintencionado, dispuesto a complacerte. O que tienes toda una serie de fuerzas ocultas –bajo el felpudo, ¿podría ser?– dispuestas, cual djin encerrado en botella, a hacer realidad tus deseos, con la única condición de saber comunicarte con ellas –lo que suele
implicar cosas como encontrar a tu niño, mujer u hombre o pokemon interior–. O un cineasta vanguardista, no falto de interés –sólo he visto, lo reconozco, ‘Santa sangre’, que no me disgustó, y me hubiera encantado ver su adaptación de ‘Dune’, que nunca realizó–. O bien un guionista de comics, poco menos que genial, aunque con cierto tufillo de predicador, al que debemos alguno de los tebeos más memorables que se han escrito. Según como lo mires. Es esta faceta, la de guio-
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
cubrió a Moebius –San Moebius, debería decir–, este sí un verdadero genio, cuyas viñetas e ilustraciones nunca me fatigan. Incluso el guión más insulso –probablemente aquel ‘Silver Surfer’ sea el peor guión de Stan Lee– adquiere, bajo sus trazos, un brillo
García Jambrina. :: EL NORTE
LA SOMBRA DE OTRO Luis García Jambrina.Ediciones B, 2014. 400 páginas. 20 euros.
do en una atinada reconstrucción de la atmósfera de una época compleja donde las haya, con sus contradicciones y sus oscuros entramados sociales, económicos y culturales. Pero García Jambrina, un escritor de éxito probado desde su primera novela, ‘El manuscrito de piedra’, acarrea también un más que sólido bagaje cultural y un afinado oído para hacer revivir a los hombres, a sus personajes y a los lugares en los que padecieron y que el tiempo dejó olvidados, y estoy segura de que el lector, sea cual sea su preparación, no podrá dejar a medias, en efecto, la lectura de esta interesante y amenísima novela.
cribía además de dibujar, eran moco de pavo. El ya mencionado ‘Mayor fatal’, que junto al ‘Garaje hermético’ y ‘El hombre del Cyguri’ compendia las aventuras del mayor Gubert, es una de las historias más originales, divertidas y extrañas que se pueden leer. Su narrativa, absolutamente plástica, tiende a ignorar, con maestría, conceptos tales como continuidad o causalidad. Nunca sabemos de qué va exactamente la historia, ni siquiera al final estamos seguros del todo, o qué giro va a tomar. Sin duda hay algo que la emparenta con los sueños, aun así es demasiado concreta para llamarla, propiamente, onírica. En cualquier caso, divertidos, fascinados, la seguimos hasta el final.
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Un debate crucial sobre las matemáticas en España JORGE PRAGA
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ulio Rey Pastor (Logroño 1888 – Buenos Aires 1962) fue un personaje clave en el desarrollo de las matemáticas en España, y en Argentina, en el pasado siglo. Autor de más de una treintena de libros, algunos de ellos de consulta estudiantil hasta fechas cercanas, ejerció cátedras a ambos lados del Atlántico, dinamizó y creó instituciones científicas, dejó una buena pléyade de discípulos, ingresó en la Real Academia de la Lengua en 1954… Es decir, ejerció con pasión la matemática, y desde la matemática maniobró con los poderes políticos, en complejas relaciones con la Republica, el franquismo o el peronismo. Un poliedro geométrico irregular de abundantes caras sería una buena metáfora espacial de su nutrida biografía. Y ahora vuelve a la actualidad por la reedición que la editorial asturiana KRK hace de su discurso inaugural del curso 1913-14 en la Universidad de Oviedo. ‘Los matemáticos españoles del siglo XVI’ fue el título de la disertación, con el aura sospechosa de exposición de especialista cerrada a un tema exclusivo y excluyente, vicio habitual de la universidad patria. Todo lo contrario. Rey Pastor lo escoge porque está en el eje de una polémica que viene de décadas atrás, y que enfrentó a dos figuras de la talla de Menéndez Pelayo y José Echegaray (que además de su producción dramática culminada con el premio Nobel en 1904, y su tarea de ministro de Hacienda, ejercía de ingeniero y de matemático). El primero trata de enaltecer a la ciencia española en los albores de la Edad Moderna en confrontación con la visión negativa y negra del exterior, en una operación de neto trasfondo ideológico; mientras que José Echegaray en su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias de Madrid concluye tajantemente: «La ciencia matemática nada nos debe; no es nuestra, no
José Echegaray.
Menéndez Pelayo. hay en ella nombre alguno que labios castellanos puedan pronunciar sin esfuerzo». No es cuestión baladí la que se debate. Pues frente a la consideración de la ciencia patria como perla necesaria en el esplendor de la cultura de ideología católica y conservadora, Echegaray contrapone un yermo que tiene como consecuencia la calamitosa ciencia española a principios del siglo XX. Y Rey Pastor penetra en el enfrentamiento de la forma más directa: leyéndose todos los tratados de los matemáticos españoles del siglo XVI, y confrontándolos con los de su entorno europeo. La exposición, llena de interés y al alcance de un lector no especializado, es meridiana en su conclusión: «España no ha tenido nunca una cultura matemática moderna». Los autores que Rey Pastor estudia se limitaron a re-
LOS MATEMÁTICOS ESPAÑOLES DEL SIGLO XVI Julio Rey Pastor. KRK ediciones, Oviedo, 2014. 24,95 euros.
producir obras muy anticuadas, al margen totalmente de indagaciones contemporáneas. Una cerrazón reforzada por la pragmática de Felipe II en 1559 que prohibía a los naturales del reino salir a estudiar fuera, y por el cierre de la Academia de Matemáticas en 1624. Con ese panorama de desenganche y abandono no es de extrañar que cuando Diego de Torres Villarroel ocupa la cátedra de Salamanca en 1727, declare: «Unos sostenían que la matemática no eran más que enredos y adivinaciones, y otros que era cosa de diablos y brujas». Rey Pastor alarga esos tiempos oscuros hasta los comienzos del siglo XX, anotándolos sobre su propia biografía: «Sí, digámoslo sin eufemismos: exceptuando alguna cátedra aislada, todos recordamos el instituto y la universidad como cárceles en que padecimos cruel condena; perdiendo los mejores años de nuestra juventud, sujetos a trabajos forzados de repetición memorística, que torturaron nuestra inteligencia, inutilizándola para la producción original». ¿Seguirá teniendo alguna vigencia, cien años después, este desolador balance? Mención especial merece la edición de KRK, preparada en un delicado volumen de tapas duras. Corre a cuenta de Inmaculada Fernández Benito y Juan Ángel Canal Díez, catedráticos de Instituto en Valladolid, la una en matemáticas, en filosofía el segundo. Apoyan el texto de Rey Pastor con sus notas minuciosas, lo reconstruyen en las variantes de las sucesivas ediciones, y sobre todo lo extienden en un largo epílogo que da cuerpo a desarrollos matemáticos y a bosquejos biográficos, sorprendentes a veces como en la aparición científica de Ramiro Ledesma Ramos, olvidado nacional-sindicalista. Una ejemplar labor de edición, marcada desde la portada por ese abanico o caracola hecho de triángulos rectángulos de la misma base cuya hipotenusa es la raíz cuadrada de los números naturales, tarea de construcción escolar que tal vez algún lector recuerde y reencuentre en esta bella disposición.
Ciencia empírica y emocional :: V. M. NIÑO Vivir con un inventor como Argus conlleva itinerancia y aventura. Su sobrina Lila está acostumbrada pero también alberga un deseo antónimo, la seguridad de un hogar. Catalina González Vilar suma los tres anhelos en una expedición a la antigua usanza, de exploración científica y psicológica. Un equipo en un barco, cruzando los mares tras el fenómeno de los ‘caracolius Cristalinus’ protagoniza esta peripecia que comienza en un circo. Allí Marga la Bala le advierte a Lila: «Si no sabes hasta donde perseguir tus deseos, estos pueden terminar persiguiéndote a ti». En realidad, la niña fantasea con encontrar a su tío Pedrúsculo, residente en San Petersburgo, y lograr un hogar con él. Y a la capital imperial rusa van. La autora vuelve a ese país de fantasía al que ya mandó a sus personajes del laureado ‘El secreto del huevo azul’ (Premio Barco de Vapor, 2012). Allí les espera un gabinete decimonónico y la ausencia de su familiar. Será el doctor Fahid quien les informe de que está a bordo del Varsovia, un buque partió hace año y medio en misión
oceanográfica: estudiar a los leones marinos. Pero al profesor no le interesan esos mamíferos enormes sino los minúsculos caracolius y su relación con la mariposas y a su vez, la de estas con los movimientos migratorios de los atunes. Todo ello bajo la presión de una traición en nombre de la ciencia y del calendario de los equinoccios. Hay cuevas y lugares del océano de las que solo se puede salir en determinadas fechas y mareas. Catalina González Vilar plantea la aventura sazonada con ciertas pasiones humanas, los conflictos por los
LILA SACHER Y LA EXPEDICIÓN AL NORTE Catalina González Vilar. SM. 217 páginas. 8,40 euros. A partir de diez años.
Un circo de palabras :: V. M. N. Abecedarios, como diccionarios, hay muchos. Son la prueba de las múltiples posibilidades creativas dentro de un molde canónico. Donde todos ven la sucesión de 27 letras, el tándem aragonés formado por Daniel Nesquens y Alberto Gamón han alumbrado un circo y han jugado con los campos semánticos asociados con este espectáculo en ‘ABeCeCIRCO’. Nesquens es un escritor de humor surrealista, muy cercano siempre y riguroso con la herramienta que ma-
ABECECIRCO Daniel Nesquens, ilustraciones Alberto Gamón. Anaya. 53 páginas. 10 euros.
intereses encontrados, la necesidad de sumar conocimientos y colaboración para salir del atolladero o las elecciones que determinan la supervivencia. Los barcos, el Varsovia y el Izhora, son dos pequeñas comunidades, dos ecosistemas de prueba para los hombres que los habitan y dos escenarios para mostrara la magia de la ciencia. A la prueba profesional y personal, se une la familiar de Lila, una niña esponja que aprende de todos pero angustiada por su destino una vez acabe la fantástica aventura transoceánica. Protagonista valiente y discreta, la pequeña no se atreve a verbalizar su deseo. No quiere interferir tampoco en el sus tíos. Así que espera a que la cuestión se resuelva por sí sola. Argus, no tan despistado como Lila creía, comparte la necesidad de un punto de partida y de vuelta para sus excursiones científicas y construirán un hogar. Aderezada con correspondencias ocultas, alguna cuita amorosa y deducciones empíricas, la novela propone un viaje a un norte que es más que un punto cardinal en la rosa de los vientos de sus protagonistas.
neja. En este caso la brevedad de la frase y el juego propuesto, en cada página todas las palabras comienzan por la letra que toca, es una invitación a desarrollar la memoria. Con solo mirar las ilustraciones de Gamón acabarán saliendo los domadores que desfilan con sus dinosaurios y los elefantes ensayan equilibrios, los flacos faquires, las gimnastas gruñonas, los hombres hipnotizados, los ilusionistas ingeniosos, hasta llegar a los yoguis yudocas. Por su parte, Gamón echa mano del cubismo de esquinas redondeadas que conversa cómodamente con las palabras de Nesquens.
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DEL CIPRÉS
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a representación de los números puede realizarse a través de palabras (denominadas numerales), a través de la numeración romana (heredada de la civilización romana) o a través de la numeración arábiga (que fue introducida en Europa por los árabes y que sustituyó a la numeración romana). En la numeración arábiga las cifras que componen un número se escriben seguidas, pero es costumbre dividir en grupos las cifras que representan números elevados para que su lectura e interpretación le resulte más fácil al ser humano. Cuando un número tiene más de cuatro cifras, la normativa internacional disponía la posibilidad de que fueran agrupadas de tres en tres comenzando por la derecha y separando los bloques por punto o por coma, según las zonas. Como ustedes saben, en nuestra zona los separamos con un punto y reservamos la coma para separar los decimales. En el ámbito anglosajón, por ejemplo, ocurre al revés: usan la coma para separar los enteros y el punto para los decimales. Esta decisión ha supuesto problemas de interpretación: una cifra como 23.567 se interpreta en unos lugares como ‘veintitrés mil quinientos sesenta y siete’ y en otros como ‘veintitrés unidades con quinientas sesenta y siete milésimas’. Imaginen las consecuencias de estas diferentes interpretaciones en el ámbito de los intercambios comerciales internacionales. Además, en lo que respecta al ámbito hispánico, no todos los países hispanoamericanos usan la misma convención en cuanto al punto o la coma decimales, lo que aumenta la confusión. Para solventar este problema, la Oficina Internacional de Pesos y Medidas ha establecido un uso común: el espacio en blanco como separador de los grupos de tres dígitos en los números de más de cuatro cifras. Así, la cifra anterior se escribe 23 567. De esta indicación se
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
EL SEPARADOR DE MILLARES
Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es
ha hecho eco la RAE En el ‘Diccionario panhispánico de dudas’ (2005) leemos: «Al escribir números de más de cuatro cifras, se agruparán estas de tres en tres, empezando por la derecha, y separando los grupos por espacios en blanco: 8 327 451 (y no por puntos o comas, como, dependiendo de las zonas, se hacía hasta ahora». En la ‘Ortografía de la lengua española’ (2010) se advierte a los usuarios de que «no deben utilizarse ni el punto ni la coma para separar los grupos de tres dígitos en la parte entera de un número. Para ello solo se admite hoy el uso de un pequeño espacio en blanco». Este «pequeño espacio en blanco» les supone a los usuarios más de un quebradero de cabeza. Obviamente, en la escritura a mano
quien escribe decide dejar un espacio separador mayor o menor. La escritura manuscrita, al fin y al cabo, ha quedado relegada a tareas escolares, personales (tipo anotaciones o similares) o a algunas comunicaciones privadas (como cartas o tarjetas postales). Hoy el uso del ordenador forma parte de las actividades cotidianas de un número cada vez mayor de personas y en los procesadores de textos al uso no suelen contemplar un espacio separador menor o más fino. Este hecho favorece que siga usándose el punto, haciendo caso omiso a la advertenEn la numeración cia académica. arábiga las cifras En mi opinión, el problema no reside que componen en si el espacio entre un número las cifras es más o se escriben seguidas menos fino, sino en lo que puede suceder cuando el margen derecho está justificado y el número (una vez separados los grupos de tres con espacio) queda dividido entre el segmento final de un renglón y el inicial del renglón siguiente. Si no se adopta una determinada estrategia, el número puede aparecer en dos líneas, algo que no favorece precisamente la adecuada interpretación dado que estamos acostumbrados a que las cifras que lo componen aparezcan seguidas. ¿Cómo solventar esto? Haciendo uso del espacio unificador o espacio de no separación. El procesador de textos Word ha reservado una combinación de teclas para este fin: control + mayúscula + barra espaciadora. Esta combinación garantiza que todas las cifras que componen un número largo (más de cuatro cifras) queden en la misma línea. Lo deseable sería una combinación de espacio unificador y que este espacio unificador fuera menor.
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El balcón en invierno. Luis Landero (Tusquets)
Mi color favorito es verte. Pilar Eyre (Planeta)
Bestiario. A. Barman (El zorro rojo)
Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
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La música del silencio. Patrick Rothfuss (Plaza & Janés)
E snido de la memoria. R. Gavilán (Fuente de la Fama)
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Muerte por agua. Oé Kenzaburo (Seix Barral)
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Un otoño romano. J. Reverte (Plaza & Janés)
Las gafas de la felicidad. Rafael Santandreu (Grijalbo)
Open. Andre Agassi (Duomo)
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Setas de Valladolid . A. Garcia Blanco (El Siglo)
Disputar la democracia. Pablo Iglesias (Akal)
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Medianoche en Pekin. Paul French (Plataforma)
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Aprender a educar. Pedro García Aguado (Grijalbo)
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Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
Antonia. Nieves Concostrina (La esfera)
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El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)
Esperando al rey. Peridis (Espasa)
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Mi color favorito es verte. Pilar Eyre (Planeta)
Adulterio. Paulo Coelho (Planeta)
Trilogía de la ocupación. Modiano (Anagrama)
Canciones de amor... Nickolas Butler (Asteroide)
Underground. Murakami (Tusquets)
Leal. Verónica Roth (Molino)
El balcón en invierno. Landero (Tusquets)
En la orilla. Rafael Chirbes (Anagrama)
La sombra de otro. Jambrina (Ediciones B)
Pacto de lealtad. Gonzalo Giner (Planeta)
La soledad de los perdidos. Díez (Alfaguara)
Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
Morir bajo tu cielo. Juan Manuel De Prada (Espasa)
La pirámide inmortal. J. Sierra (Planeta)
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Disputar la democracia. Iglesias (Akal)
Guía del cielo 2015. Procivel
Disputar la democracia. Iglesias (Akal)
El Arte de no amargarse... R. Santandreu (Oniro)
De animales a dioses. Harari (Debate)
Diccionario. RAE (Espasa)
Un paso al frente. Segura (Tropo)
Isabel la católica... Tarticio de Azcona (La Esfera)
Diccionario. RAE (Espasa)
Mañana lo dejo. Pedro García Aguado (Amat)
Ganar o morir. Iglesias (Akal)
Open. Memorias. Andre Agassi (Duomo)
Psicopolítica. Han (Herder)
Feminismo para principiantes. N. Varela (B de bolsillo
Yo fui a EGB 2. Ikazl (Plaza&Janés)
España y Cataluña. Henry Kamen (La Esfera)
Indies, hipsters y gafapastas. Lenore (Capitán Swing)
La enzima prodigiosa. Hiromi Shinya (Aguilar)
El viaje a la vida. Punset (Destino)
La enzima prodigiosa 2. P. J. Ramírez (Aguilar)
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Sábado 22.11.14 EL NORTE DE CASTILLA
A
caba de conmemorarse el centenario del nacimiento de una de las mentes más juiciosas del siglo XX español. A Don Julio Caro Baroja le debemos, además de un sentido agradecimiento por sus trabajos en favor de la antropología y la etnografía, un reconocimiento por su sensata sencillez. Muchos estudiosos, cuyo conocimiento procedía entre otras fuentes del trabajo de campo, describieron con admiración y sorpresa el instante en que pudieron percibir, por encima de las personas a las que estaban entrevistando o de las expresiones que estaban recogiendo, la elegancia de la sabiduría tradicional: ese aroma antiguo, ese exquisito trazo que nimbaba las formas y el contenido de aquello que se habían encargado de trabajar y pulir tantas generaciones. Ese instante al que me refiero suele llegar en forma de rayo que descabalga y convierte a la persona, como dice el Nuevo Testamento que le sucedió a San Pablo camino de Damasco. Uno va distraído, absorto incluso en los propios pensamientos y una sensación desconocida se cruza como una exhalación obligándonos a reflexionar o, lo que es lo mismo, a doblar, retorcer o hacer añicos nuestra rígida concepción de las cosas. Menéndez Pidal descubre ese paraninfo en forma de lavandera cantora de romances y otros lo perciben como una curiosidad irrefrenable que les conduce casi obsesivamente a una tierra prometida o a un oasis maravilloso. Algunos filólogos encuentran ese oasis en una refrescante y novedosa «poiesis», inédita e inusual en los libros de texto. Ese arte de expresar lo más hondo de la vida humana por medio del lenguaje lo descubren precisamente en personajes que ni siquiera conocen los signos de ese lenguaje. Las anotaciones de campo de esos filólogos y dialectólogos, en las que, junto al nombre del informante aparece la palabra ‘analfabeto’, manifiestan a las claras la admiración del recopilador hacia un individuo capaz de transmitir formas elevadísimas de expresión pero incapaz al mismo tiempo de trazar una vocal o una consonante. En ese descubrimiento de un mundo poético o artístico escrito o dibujado en el aire está, a mi juicio, el asombro y la fascinación de los recopiladores hacia el repertorio oral de tipo tradicional; ese «indefinible encanto que halaga y suspende el ánimo» –según describió alguien la poesía, y en particular la popular– le relaciona con su genoma cultural al tiempo que le abre la puerta de un palacio fantástico jamás descrito en los tratados teóricos ni explicado en los ámbitos académicos. La transformación
La sencillez de los sabios
Julio Caro Baroja, en la biblioteca de Itzea (985). :: EL NORTE que se va obrando poco a poco en el investigador se va vislumbrando diacrónicamente en su obra. Es ese humanismo, más cercano a Sócrates que a Protágoras, el que le inclina a considerar la naturaleza humana como punto de partida de las ideas universales y como base esencial para legitimar la ciencia. Esta acotación, quede bien claro, no cuestiona la dedicación académica de los recopiladores sino que la enriquece al subrayar también su inclinación artística y desvelar la importancia que pudo tener en su vocabulario personal el acto creativo –acto de escasa índole científica– como motor del
ser humano y de sus más altos sueños. Recuerda Don Julio en sus ‘Semblanzas ideales’, al recoger precisamente sus impresiones acerca de Don Ramón Menéndez Pidal, que los griegos solían dirigir la educación de los jóvenes hacia el cultivo del carácter o de la personalidad, más que a la acumulación de noticias o de instrucción. Esa cultura «vivida» le parecía más eficaz y enriquecedora que el simple apilamiento de datos, aislados de su origen y de su razón de ser. Y termina su semblanza con las siguientes palabras: «Para Don Ramón, el archivo, con sus cartularios y códices era importante, tam-
bién la edición rara, el texto inédito; pero acaso la más sabroso que encontró en sus búsquedas, lo encontró en el Puerto de Pajares tan querido y recordado siempre por él, en la Paramera de Ávila o en el pueblo pinariego de Soria o Burgos, allá por donde pasó el Cid Ruy Díaz o donde se creó su imagen legendaria». Don Julio creía que era muy positivo para el ser humano cultivar la conciencia del recuerdo. Entre las memorias juveniles desgranadas por él en las páginas de ‘Los Baroja’, sugerente recorrido autobiográfico, destaca, por su valor para relacionar vida y literatura pero también por la ternura de su
acento, el que dedica a Martina, muchacha «dulce, muy modosa, bastante bonita», que sabía «una cantidad considerable de canciones del país»: «El recuerdo de las tardes de otoño, cuando se desgranaban las alubias en la cocina y las chicas cantaban canciones viejas... ha quedado grabado en mí de modo indeleble». La confesión, tan espontánea como frecuente en algunos grandes sabios, es el resultado de una reacción lógica y elemental: recurrir a lo más íntimo y fundamental de la memoria cuando el aprendizaje, la razón y el análisis no dan más de sí o dejan de interesar por artificiales. El mismo Don Julio escribe, hablando de su tío Pío, que no recuerda a nadie que al fin de sus días tuviese más vivas «sus impresiones de la niñez, de una niñez turbulenta, popularísima y metida en un siglo XIX oscuro y romántico en el sentido más amplio, menos literario, de la palabra». En el raro trabajo titulado ‘Pliegos de cordel’, en el que precisamente se abre el libro con el articulito ‘La literatura de cordel’ de Pio Baroja, Don Julio se remonta a sus años jóvenes y evoca la figura de su abuela materna cantando la historia de ‘La Atala’ o ‘El Curro marinero’, papeles impresos en el establecimiento barcelonés de El Abanico. Tal vez el hecho que más ha influido en la consideración de la tradición como fenómeno cultural o herramienta para cultivar lo propio, es el cambio producido en la comunicación y aprendizaje de los conocimientos antiguos, que pasan de formar parte de esa «cultura vivida» –es decir, incorporada e integrada en la propia existencia gracias entre otras cosas a la memoria– a ser «cultura aprendida» –esto es, vinculada a un tipo de aprendizaje o instrucción, desde luego menos natural aunque, como es evidente, mejor eso que nada. Los conocimientos nos atraen por su contenido incógnito y siempre será preferible conocer parte de un misterio o participar de su seducción, aunque no lo comprendamos cabalmente, que ignorarlo por completo aun en sus formulaciones más elementales. Y es que ese misterio, casi siempre encierra arcanos fónicos y gestuales que son la clave para explicar la función de la memoria y la transmisión del pensamiento y el lenguaje. Por cierto, uno de los primeros lexicógrafos que se atreve a describir la palabra arcano es el jesuita Pedro de Salas quien en su calepino titulado ‘Compendium latino-hispanum’, escribe que el arcano es un secreto «quasi in arca pectoris abditum» es decir casi encerrado en el sagrario del corazón. Paul Zumthor interpreta esa definición como una necesidad del ser humano de
LA PARTITURA JOAQUÍN DÍAZ
«La alquimia, como la poesía –escribe Zumthor– sólo transmite secretos»
guardar en un lugar cercano y recoleto sus mejores pensamientos y ayudarse de ellos para emprender algo sublime o difícil de alcanzar. Esa predilección y cuidado por el conocimiento poético, ese amor a la sabiduría, incluye –como todo aquello que supone esfuerzo y mejora– un sentido iniciático. La alquimia fue designada por sus adeptos medievales con el nombre de ‘philosophia’. Escribe Zumthor: «La alquimia, como la poesía sólo transmite secretos: rodea de un ritual el cumplimiento de su tarea: el rito pone en acción aquello de lo que ella habla. De ahí la permanencia de las imágenes fundamentales y de las estructuras metafóricas del lenguaje alquímico siguiente que penetra en el Occidente cristiano en el siglo XII. Algunos de estos elementos han sido anotados por escrito, pero el conjunto conserva su coherencia gracias a la transmisión oral». ¿A qué se refiere Zumthor al decir coherencia? ¿Tal vez al esquema plural sobre el que se basa la comunicación oral de los conocimientos? ¿A la connivencia del rito y la realidad? ¿Acaso a la cohesión entre el sentimiento, la idea, el sonido y la palabra, elementos que componen la poesía? Indudablemente la oralidad es, por encima de todo, un sistema de comunicación, es decir un conjunto de principios que, relacionados entre sí, contribuyen a la mejor consecución de un fin propuesto que es la transmisión de conocimientos. Y de entre esos principios, gesto, sonido y memoria forman un eje esencial, coherente, para la comprensión de los conocimientos transmitidos, así como para su asimilación y cuidadosa guarda.
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 22.11.14 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
Santa Teresa, la novia de Dios C
ómo no sentirse cerca de Santa Teresa, ya que se le apareció Jesús, salió corriendo y bailó en el centro del convento, en un arrebato desesperado, tocando el tambor para llamar a las hermanas para compartir su alegría? Cuando tenía seis años leyó las vidas de los mártires, y exclamó: «¡Eternidad! ¡Eternidad!» Decidió ir a tierra de moros para convertirlos, no pudo cumplir ese deseo, pero el ardor en ella no dejó de crecer, de modo que el fuego de su alma nunca se ha apagado, y todavía hoy nos calienta. «La mística española, es un momento divino de la historia humana». Así se expresa Cioran en ‘De lágrimas y de santos’, uno de sus primeros libros. Y es cierto que esa palabra, ardor, puede que sea la que mejor expresa el mundo íntimo de Santa Teresa. Ardor como encendimiento, enardecimiento de los afectos y pasiones, pero también como viveza, ansia y anhelo. Ardor que, en sus arrebatos místicos la hace gemir como la esposa del Cantar. ¡Qué extraño es esto para el lector de hoy! Los encuentros místicos de Santa Teresa no tienen nada que ver con nosotros ni con nuestro mundo. Hablan de un mundo que recuerda el bosque de los cuentos, que es, no lo olvidemos, el territorio donde lo maravilloso siempre genera el runrún envidioso de los ogros, que en Santa Teresa tienen la figura del demonio. De ahí todas las precauciones que se toma a la hora de hablar de lo que le pasa. Cioran dice que su insistencia en la obediencia se debe a que no era esta una virtud a la que su naturaleza la inclinase. Antes bien, y desde que era una niña, cuando leía a escondidas de su padre libros de ca-
ballería y decidió escapar con su hermano a luchar contra los herejes, siempre hubo en ella una peligrosa inclinación a actuar por su cuenta, al margen de lo que su condición de mujer la permitía en los tiempos en que vivió. De forma que esos monasterios que no deja de fundar, y en los que se recluye con sus monjas, bien podrían ser algo parecido a ese cuarto propio del que habló Virginia Wolf y en el que las mujeres podían por fin estar solas y entregarse a sus lecturas y a sus pensamientos. ¿O debíamos hablar de un huerto, de ese hortus conclusus (huerto cerrado) medieval, que era el lugar donde se citaban los amantes. La
DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO
«Siempre hubo en ella una peligrosa inclinación a actuar por su cuenta, al margen de lo que permitía la condición de mujer en su época»
expresión hortus conclusus procede del ‘Cantar de los cantares’: «Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa, jardín cerrado, fuente escondida». En el arte sacro europeo representó la virginidad de María, es decir: su secreto. «Hágase en mí según tu palabra», eso le dijo la candorosa María al inquieto ángel de la Anunciación. Y eso hace Santa Teresa al escribir sus libros, ofrecer su propio cuerpo a las voces de ese jardín. El jardín secreto es la metáfora del libro, del libro como lugar de la vida. Y eso es lo que siente el lector al asomarse a esa obra extraordinaria que es el ‘Libro de la vida’. Es curioso que no lo titule El libro de mi vida, sino ‘Libro de la vida’, como si lo que ella quisiera al escribirlo no es tanto dar testimonio de sí misma ni de sus preocupaciones o dudas como religiosa, como engendrar vida en las palabras. Y eso es lo que hace de ella, por encima de cualquier otra consideración, una escritora, como bien nos explica Rosa Rossi en los estudios que la dedica. Alguien que hace de la escritura una forma de compromiso con la verdad, un acto de exigencia máxima. En realidad, el problema de Santa Teresa es que no la dejan amar como quiere. Hay siempre en ella un exceso de amor. Amor no sólo a Dios, sino al mundo y a sus criaturas. La religiosidad de Santa Teresa esta llena de carnalidad. Por eso sustituye el Dios abstracto de sus confesores por el cuerpo a la vez resplandeciente y herido de Jesús, por eso busca a Dios en el mundo de cada día. Santa Teresa se confunde con los enamorados por ese deseo de lo real. La alegría, la excitación que tantas veces la invade nace de ese sentimiento de inminencia, de simpatía profunda con el mundo.
:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL
Santa Teresa nos habla de las cosas extraordinarias con tanta naturalidad que nos vemos obligados a aceptarlas como cosas naturales, y de las cosas naturales con tanta intensidad que no dejamos de descubrir en ellas nuevos sentidos. Decía que Dios andaba entre los pucheros, y no entendía el rechazo que los protestantes manifestaban hacia las imágenes sagradas pues ¿cómo amar algo sin desear tenerlo delante de los ojos y demorarse en su contemplación? Se cuenta que una vez salió de su celda con una imagen del Niño Jesús y se puso a bailar arrobada con ella, lo que arrastró a las otras monjas a ponerse a bailar a su lado como arrastradas por una música inefable. Luego se avergonzaba de que tales arrobamientos la sorprendieran en espacios comunes, donde los demás pudieran verla, pues ¿no desean los amantes esconderse, encon-
trar un lugar donde nadie pueda verles? El ‘Libro de la vida’ abunda en momentos en que Santa Teresa habla de esa unión con Dios, y de los gozos que la proporciona. ¿Esas visiones estaban cerca de la locura, eran crisis histéricas, expresiones incontroladas de una sexualidad encorsetada que se expresaba de esa manera? Ciertamente sorprende la voluptuosidad de algunas de estas escenas, que más parecen referirse a ardientes encuentros amorosos y, por tanto, a las fantasías de una pobre monja incapaz de comprender los deseos de su cuerpo. Pero aunque así sea, ¿no hay en el sexo también un secreto, no implica la búsqueda de algo desconocido? Aún más, ¿no oculta la sexualidad, al margen de su valor biológico, una realidad más honda de la que apenas nos atrevemos a hablar? ¿Una realidad indecible? A esa realidad indecible es a la que trata de acercarse San-
ta Teresa. Lo hace a través de la oración, pero también de esa otra forma de oración que es la escritura para ella. Escribir para Santa Teresa es acudir al encuentro de lo que ama, de hacerlo incluso a deshora, robando tiempo al descanso, a lo más razonable, «casi hurtando el tiempo y con pena, pues me estorbo de hilar, por estar en casa pobre, y con hartas ocupaciones». ¿No fue así como ella misma llamó a la imaginación: la loca de la casa? En un cuento de ‘Las Mil y Una Noches’, una princesa que espera a su amante se pasea desvelada por las noches por su palacio solitario. Y es tal la intensidad de su deseo que su cuerpo desprende luz. También Santa Teresa está desvelada, y como la princesa de ese cuento espera la llegada de alguien. «Es la esposa de la canción que ha logrado su propósito, o que ha sido secuestrada por sorpresa».