Sábado, 13.12.14 Número CLXXXVII
SOMBRA CIPRES LA
DEL
Woody Allen, magia otoñal Con motivo de las fiestas navideñas La Sombra del Ciprés se despide de sus lectores hasta el 17 de enero
El mundo del ilusionismo protagoniza la última liebre que el director neoyorquino ha sacado, puntual, de su chistera [P2]
:: LUCAS JACKSON-REUTERS
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MÁGICO Y LUNAR
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Mito y leyenda de un héroe imperfecto
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os incondicionales de Woody Allen, que son legión, dicen que al maestro sólo le salen bien las películas que se estrenan en años nones. Y ponen como ejemplo, sólo por hablar de los últimos años, los éxitos incontestables de ‘Match point’ (2005), ‘Midnight in Paris’ (2011) y ‘Blue Jasmine’ (2013) o, sensu contrario, los fracasos de ‘Vicky Cristina Barcelona’ (2008), ‘Conocerás al hombre de tus sueños’ (2010) y ‘A Roma con
amor’ (2012). Así que esta última, ‘Magia a la luz de la luna’, no viene en principio suficientemente bendecida por la numerología. En realidad ésta no es más de una de las innumerables mitomanías que rodean la leyenda de Woody Allen. La leyenda de un héroe imperfecto y contradictorio que, sin embargo, ha rodado algunas de las películas más extraordinarias de la historia del cine en los últimos 45 años: los que han transcurrido desde
CARLOS AGANZO
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que se estrenó, en 1969, ‘Toma el dinero y corre’. Una contradicción que se manifiesta en todas las facetas de su vida y de su obra. Por ejemplo, en su relación
con sus compañeros cineastas estadounidenses. No deja de ser curioso que el más neoyorquino de todos los directores americanos sea mucho más apreciado en Europa que en los Estados Unidos. Quizás por la persistencia en él de la herencia judía ruso-austríaca (viene de una familia «burguesa, bien alimentada, bien vestida e instalada en una cómoda casa») de sus abuelos. O quizás por su negativa perenne a acudir a la ceremonia de los Oscar, ale-
Tardes de otoño con Woody Allen O
toño, tarde de cine. Pantalla en negro sobre la que aparecen unos rótulos en blanco siempre de la misma tipografía, música de jazz de los años treinta o cuarenta, título, más nombres sobre el fondo dixieland hasta culminar con «Escrita y dirigida por Woody Allen»: comienza la película. Una austera y esperada ceremonia que se ha repetido con ligeras variantes hasta la apabullante suma de 44 largometrajes, con nombres que no cambian, como Juliet Taylor en el casting, o Charles H. Joffe y Jack Rollins en la producción ejecutiva. Pero no son esos los únicos contactos entre unas y otras. Las películas tienen tantos canales de comunicación que funcionan como ventanas periódicas de una única mirada, o capítulos de una serie libérrima en la que se saltara de unas vidas a otras sin alterar el engranaje, la atmósfera, el toque. Las variaciones las encontramos en los tanteos menos firmes del principio, cuando
JORGE PRAGA
Allen encadena cada poco querencia por una actriz, léase Diane Keaton, Mia Farrow o Scarlett Johansson
Woody Allen todavía estaba más cerca del cómico que del creador, o se buscaba en la sombra de otros grandes nombres de la pantalla como Bergman (‘Interiores’) o Fellini (‘Stardust memories’). También llegan los agujeros vitales que fuerza una filmografía que se acerca a los 50 años. Del dúo de productores, Charles H. Joffe nos dejó en 2008 y Jack Rollins ocupa en solitario su turno de título en blanco sobre negro. Pero desde 1977, con ‘Annie Hall’ (su primer gran éxito, dos Oscar), nunca ha faltado a la cita otoñal salvo en 1981, falta luego recuperada con el doblete de 1987 ‘Días de radio’ y ‘Septiembre’. Y es una rutina que se acomoda con exactitud a las estaciones del año: escritura del guion en verano, rodaje entre octubre y diciembre, montaje y producción final en primavera, y con mayo florido comienza a enseñar la oreja en festivales hasta el estreno después del verano. Por cierto, ahora estará acabando el rodaje del estreno de 2015, todavía sin título, pero del que
se sabe que repite con Emma Stone. Allen encadena cada poco querencia por una actriz, léase Diane Keaton, Mia Farrow o Scarlett Johansson, que repiten protagonismo en varias obras y que para bien o para mal quedan ligadas a su nombre, incluso sentimentalmente en los dos primeros casos. En los actores la variación es mucho mayor, y aunque él haya dejado la plaza libre de protagonista en las últimas,
gando sus conciertos de los lunes con la The New Orleans Jazz Band; excepción hecha del día que acudió al show de la Academia de Hollywood para abogar por que se siguieran rodando películas en Nueva York, después de los atentados del 11de Septiembre. O simplemente por las facilidades que sigue encontrando en Europa, a pesar de la crisis, para financiar sus filmes, aprovechando el tirón turístico y mediático de su presencia. Como contradictoria es su necesidad de exhibirse continuamente en sus propias películas, de llevar hasta el extremo la confusión de su persona con la de sus personajes (en el vestir, en el hablar, en el comportarse…), con la realidad de un carácter neurótico, de timidez y pudor recalcitrantes, que precisa desde la juventud del tratamiento del psicoanalista. Un antihéroe que nació el mismo día que, en un ataque de pánico escénico en el mítico Blue An-
gel, se dio cuenta de que su torpeza, sus balbuceos, su aparente complejo de inferioridad podían ser uno de los rasgos más atractivos de su propuesta. Algo que él ha explicado mil veces como fruto de su infancia en una «escuela para maestros con trastornos emocionales» y de su adolescencia representando el papel «de ese chico con gafas que nunca consigue a la chica, pero que es divertido y cae bien a todo el mundo». Un obseso del orden que, sorprendentemente, confía al cien por cien en la improvisación y en la espontaneidad de sus actores a la hora de rodar algunos de sus memorables planos secuencia. Un enfermo, al mismo tiempo, de agorafobia y de claustrofobia. Un narcisista que se regodea en su propia obra y que no tiene empacho en repetirse a sí mismo una y otra vez (conocido es, por ejemplo, el troceo que hizo del guion original de ‘Annie Hall’ para cons-
A lo largo de su carrera, el director de ‘Annie Hall’ no ha olvidado las grandes preguntas sin respuesta sobre la vida los nombres masculinos cambian sin cesar. En 2015 ocupará Joaquin Phoenix la cabecera, otra estrella que añadir a una lista asombrosa. Nadie dice que no a las propuestas de Woody Allen, a pesar de la economía relativamente modesta de sus producciones. Su cine quedó ligado a la geografía neoyorquina con el éxito de ‘Annie Hall’ y con la apasionada declaración de amor que suponía ‘Manhat-
Escena del filme ‘Woody Allen, el documental’.
tan’, que arrancaba con una cadena de imágenes de la ciudad cosidas por la Rhapsody in Blue de George Gershwin. El cuerpo menudo del actor parloteando por las calles de la ciudad, entrando en sus restaurantes o atravesando Central Park ha sido constante en su filmografía, aunque las excursiones fuera de ella son más abundantes de lo que el cliché admite: desde la ciudad abstracta y expresionis-
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truir después las historias de ‘Delitos y faltas’ y ‘Misterioso asesinato en Manhattan’) y que desconfía a la vez del resultado artístico de sus películas, hasta el extremo de llegarles a pedir a los productores, en alguna ocasión, que no las estrenaran. Un niño frágil e inseguro que sigue sorprendido por el mundo de la magia (una de las más claras señas de identidad de sus películas, junto con la cultura urbana y la música de jazz), y que es capaz, sin embargo, de lucir durante casi cinco decenios las mismas gafas de pasta. Esas míticas gafas que, durante años y por centenares, alguien se ha dedicado inútilmente a robar de su escultura en la calle Milicias Nacionales de Oviedo. «Conoces a muchos genios. Deberías conocer gente tonta de vez en cuando. Podrías aprender algo», le dice Isaac Davis (Woody Allen) a Tracy (Mariel Hemingway) en ‘Manhattan’. Eterna contradicción.
Woody Allen abraza a Diane Keaton, en los tiempos en que eran pareja dentro y fuera de la pantalla.
ta de ‘Sombras y niebla’, hasta la Venecia musical de ‘Todos dicen I Love You’ o la reconstrucción cinéfila de ‘La rosa púrpura de El Cairo’. Pero en todas ellas la base financiera era mayoritariamente estadounidense, y esa era la nacionalidad que portaban. La situación cambió cuando en la década pasada Woody Allen comenzó a toparse con problemas de financiación para sus proyectos. Se sabía que su cine siempre había sido mucho más admirado en este lado del Atlántico, y las recaudaciones eran muy superiores en Europa. Así que cuando su guion de ‘Match Point’ no encontró respaldo monetario en su país, no hubo más solución que cruzar el charco. La película se rodó en Londres, y además fue londinense en su ambientación, en su geografía, en la humedad que recorre el espinazo. La mudanza afectó a la música, que cambió el jazz por la ópera, y también al incremento del peso dramático hasta hacer desaparecer cualquier vestigio de comicidad.
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El éxito de la película devolvió el interés del capital estadounidense por su obra, pero el rodaje tardó varios títulos en retornar. Las dos siguientes, ‘Scoop’ y ‘El sueño de Cassandra’, las hizo también en Inglaterra, con una significativa mirada a la clase obrera, a los ‘chovs’, en esta última. Y luego, abierta la puerta viajera, otras ciudades le atrajeron: España fue la base para ‘Vicky Cristina Barcelona’ (perra suerte, para muchos es su peor película), con la ciudad condal y Oviedo bendecidas por la elección de Woody (sobre Oviedo, en
donde recibió el premio Príncipe de Asturias en 2002, derrama siempre que puede recuerdos amorosos, hasta afirmar en una entrevista que cuando se jubile quiere irse allí a vivir; como diría Corín Tellado, eso es que no ha conocido Gijón). Y luego en la capital francesa rodó y ambientó la extraordinaria ‘Medianoche en París’. En una entrevista en El País, publicada unos días antes del estreno de ‘Magia a la luz de la luna’, Woody Allen declaraba: «Vivimos en un mundo que no tiene sentido, ni propósito. Somos morta-
Cuando ‘Match Point’ no encontró financiación en su país, no hubo más remedio que cruzar el charco
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les, y todas las preguntas importantes se quedan con nosotros y no tienen respuesta. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿De qué va esto? ¿Por qué morimos? ¿Qué significa la vida? Y si no significa nada, ¿de qué sirve? Esas son las grandes cuestiones que nos tienen locos, no tienen respuesta, y uno tiene que seguir adelante y olvidarse de ellas». Pero Woody Allen no se olvida de ellas, nunca lo ha hecho. Están en el centro de su última obra, que aun con ese peso se sigue con la mirada risueña y un principio de sonrisa en los
labios. Y en muchas anteriores, disfrazadas de comedia o de juego intrascendente, con cumbres como ‘Delitos y faltas’ o ‘Balas sobre Broadway’. Ya en ‘Manhattan’ respondía así ante un magnetófono a la pregunta ¿por qué vale la pena vivir?: «Hay ciertas cosas que hacen que valga la pena. Groucho Marx, por nombrar a alguien, Jimmy Connors, el segundo movimiento de la sinfonía Júpiter, Louis Armstrong y su grabación ‘Potato head blues’, algunas películas suecas, claro, ‘La educación sentimental’ de Flaubert, Frank Sinatra, Marlon Brando, esas
Sobre estas líneas y a la derecha, fotogramas de ‘Magia a la luz de la luna’, la última película de Woody Allen.
Diane Keaton y Allen en el célebre fotograma del cartel de ‘Manhattan’.
Una escena de la oscarizada ‘Annie Hall’.
increíbles manzanas y peras de Cézanne, los mariscos de Sam Wo’s…, el rostro de Tracy». Ilusiones, ilusiones que necesitamos como el aire que respiramos, según dictamen del mago Armtead en ‘Sombras y niebla’, y que en este último estreno parece que se adelgazan del todo en la menta seca y racionalista del mago Stanley Crawford, interpretado por Colin Firth. Sin embargo, en esa noche en que se les avería el coche y contemplan desde un observatorio abandonado el inmenso cielo estrellado, él confiesa su temor ante el universo
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infinito y solo le queda el recurso de echar su brazo sobre el hombro de su acompañante. El rostro de Tracy, o los grandes ojos que Emma Stone presta a su médium farsante, siguen siendo la magia verdadera de la vida, algo por lo que merece la pena existir. Por esa necesidad de querer y ser querido, de no ser excluido del círculo de los afectos humanos, Leonard Zelig emprendió aquel asombroso caso de camaleonismo, tan inverosímil como reconocible, que para muchos constituye la gran obra maestra de Woody Allen.
Dos fotogramas de ‘Magia a la luz de la luna’, protagonizada por Colin Firth y Emma Stone.
Encantos y desencantos La magia de Woody Allen a la luz de la luna
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n mayo de 1952 un mago adolescente publicaba un juego de cartas de su invención en la prestigiosa revista de magia ‘Genii Magazine’. Tenía 17 años y todavía se llamaba Allan Königsberg. Desde niño vivía rodeado de barajas, pañuelos de seda, cubiletes cromados y bolas de esponja. Fue la primera evidencia pública de la dilatada dedicación a la magia de quien adoptaría el nombre de Woody Allen. Durante los seis decenios siguientes ha expresado su convicción de que la magia es un arte escénico particularmente adecuado para provocar un germen de inquietud. Incluso me atrevería a decir que utiliza la magia en su obra como principio reactivo frente al desencantamiento del mundo provocado por la racionalización cultural y la convicción de que todo puede ser dominado mediante el cálculo y la previsión. Por ello forma parte de un club excepcionalmente exclusivo, en el que comparte sutilezas Aretino, Cervantes, Nodier, Dickens, Rimbaud, Roussel u Orson Welles. Para ellos la magia no es la respuesta pero plantea incontables preguntas. Este es el motivo por el que Woody Allen inyecta altas dosis de magia en sus películas: con la intención de convertir las percepciones imposibles, los encantamientos y, también, las decepciones en otras tantas interrogantes sobre el sentido de la existencia, los deseos humanos, la ilusión, la decepción o el engaño. En ‘Recuerdos’ (1980), Sandy hace levitar a Jessica Harper en la soledad de la naturaleza. En la obra teatral ‘La bombilla que flota’, Paul Pollack, un embrión de futuro mago, se esconde del mundo exterior, refugiándose en las ilusiones de su cuarto. En ‘Broadway Danny Rose’ (1984), un hipnotizador fracasado no logra despertar a la
RAMÓN MAYRATA
espectadora en trance. En ‘Edipo reprimido’ (1989), el gran Shandú hace desaparecer a la madre del abogado Sheldon Mills, aunque reaparece en el cielo de Manhattan para revelar a todo el mundo detalles denigrantes de su hijo. En ‘Alice’ (1990), el Dr. Wang propicia mediante unas hierbas mágicas que Mia Farrow se libre de su estúpido marido y desaparezca en la noche. En ‘La maldición del escorpión de jade’ (2001), C. W. Briggs, un investigador de una compañía de seguros, es hipnotizado por el mago Voltan, quien, con las palabras ‘Constantinopla’ y ‘Madagascar’, controla su voluntad y le impulsa a cometer robos que luego deberá investigar. En ‘Scoop’ (2006) el ilusionista Splendini hace regresar del más allá a la víctima de un crimen que le revela la identidad de un sangriento asesino en serie. En ‘Magia a la luz de la luna’ recurre una vez más al ilusionismo para suscitar el dilema unamuniano sobre la necesidad de creer: La incógnita que atormentaba a su personaje el párroco Manuel Bueno. ¿Es preferible vivir feliz en una ilusión o enfrentarnos con una verdad que nos hará desgraciados? La acción de la película sucede en la década de los veinte del siglo pasado. Relata el viaje a una luminosa Costa Azul de Stanley, un mago escéptico y ateo como Allen, con intención de desenmascarar a la joven y atractiva espiritista Sophie. Stanley, conocido con el nombre artístico de Wei Ling Soo, es un hibrido de dos magos de la épo-
ca. Dentro del escenario, se inspira en Chung Ling Soo, exponente de los grandes espectáculos de magia teatral que competían con la ópera en popularidad y en la ambición de convertirse en una obra de arte total. Con suntuoso vestuario y escenografía realiza tres juegos característicos de aquel tiempo. La desaparición de un elefante, la mujer cortada en dos y una transportación instantánea desde un sarcófago herméticamente cerrado hasta un sillón situado al otro extremo del escenario. De Chung toma junto a la capacidad de realizar imposibles, la doble personalidad: pues se trataba de un americano disfrazado de chino. Fuera del escenario se inspira en Harry Houdini, quien en 1923 rompió hostilidades abiertamente contra los espiritistas, suspendió sus actuaciones mágicas y recorrió Estados Unidos ofreciendo conferencias en las que denunciaba los fraudes de los médiums. Con ingredientes de estas dos grandes figuras de la magia, Stanley se convierte en un personaje de doble y paradójico semblante. Adopta una doble personalidad, haciéndose pasar por un mago asiático. Cuando se arranca la careta al finalizar la función, se pone el traje de calle y se transforma en un hombre cerebral, racionalista convencido, en cuya existencia todo es previsto y calibrado para lograr sus objetivos. Actores extraordinarios han interpretado con distintos matices el papel de mago en el cine. Georges Méliès se interpreta a sí mismo; Buster Keaton en ‘Mixed Magic’; Tony Curtis en ‘Houdini’ ; Orson Welles en ‘Casino Royale’ y ‘Fake’; Hugh Jackman y Christian Bale en ‘Prestige’; Edward Norton en ‘El ilusionista’; Anthony Hopkins en ‘Magic’; Hal Holbrook encar-
nando a Dai Vernon en los ‘Maestros del juego’ o John Malkovich en ‘El gran Buck Howard’. Ninguno tan petulante, patético, cínico y ególatra como el mago que encarna Colin Firth. La caracterización casi hace inverosimil que sea capaz de experimentar sentimientos y emociones. Este escollo origina que la película resulte en algunos momentos tediosa debido a la reiteración de un discurso en el que ni siquiera el mago ya cree. En los momentos en los que la película está a punto de naufragar definitivamente, hay dos juegos de magia, perfectamente integrados en la narración, que dan sendas vueltas de tuerca a la historia, salvándola de la banalidad y el tedio. El enfrentamiento entre el mago y la médium y el que opone a los dos magos entre sí, nos sitúa en la frontera de un mundo conmovedor, ambiguo, patético, obscuro y misterioso como son las visiones y pensamientos que los seres humanos albergamos sobre nuestra propia vida, su resolución y sentido. El teatro donde ocurre esta singular sesión de magia es un universo sin Dios. Sólo la ven los espectadores que se preguntan cómo encontrar la salida. No son los pretendidos fenómenos sobrenaturales que ejecuta Sophie, los que quiebran su visión del mundo. Los encantos de Sophie desbordan sus supuestos poderes mentales. La sensación mágica, es decir la irrupción de lo inexplicable, se produce cuando comparecen los sentimientos, incontrolados y no sujetos a razón. Allen constata tal fuerza en el amor que puede arrancar un corazón del escepticismo y trasladarle con soltura a la creencia. ¿Es posible encontrar un sentido? ¿O sencillamente constatar que la vida es algo muy frágil? Casi tan frágil como la magia.
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«De lo mucho escrito sobre estos episodios, recuerdo ahora el trabajo de Fernández Buey»
Un momento de la representación de ‘La controversia de Valladolid’, a cargo de Rayuela. :: FMC
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a leyenda negra es la historia de España», exclama Max Estrella en un momento clave de ‘Luces de bohemia’: acaba de encontrar en una calle las huellas de una carga conjunta de la policía y las milicias patronales (‘paramilitares’, se llamarían ahora) contra una manifestación obrera; ha habido muertos y aún deambula por allí, trastornada de dolor, una mujer con el cadáver de su niño en brazos. En las páginas siguientes, Max formula su teoría del esperpento, y poco después muere; según esta sucesión, objetivada en su personaje, la estética innovadora de Valle-Inclán surge de entrada como juicio político, respuesta a la situación social que vive el país, años de la Dictadura de Primo de Rivera. En la frase de Max Estrella hay dos pasos: primero, la ‘leyenda’ no es leyenda, sino que da cuenta de la realidad; segundo, la historia y el presente confluyen, se identifican. La historia se hace crónica del presente si se la libera de sus mitos y sus coartadas. Recordé la escena pensando en Bartolomé de las Casas, ese personaje extraordinario de nuestra historia; no en vano su ‘Brevísima relación de la destrucción de las Indias’, que dejó estremecida a Europa, se ha considerado con frecuencia el origen de la ‘leyenda negra’, es decir, de la imputación de genocidio a la conquista española de América. He vuelto a ver ‘La controversia de Valla-
La controversia de Valladolid dolid’, la película que, con texto de Jean-Claude Carrière, evoca aquel conflicto y, aunque Las Casas y Sepúlveda debatan en francés, aunque dos conventos franceses sustituyan al Colegio de San Gregorio, sus imágenes y su discurso guardan mucha fuerza y producen vértigo –esa sensación irreal en que a veces consiste el tiempo de la historia: así, la discusión sobre el alma de los indios, hoy que el Papa católico es argentino y ese continente aporta el mayor número de sus fieles–. Y, siempre, las mismas preguntas: ¿son Sepúlveda y Las Casas ‘mi’ tradición?, ¿o solo lo que elija como tal, aquello en lo que me reconozca y pueda crecer?, ¿solo, entonces, Las Casas? Y, en aquella calle por la que yo pasaba cada día, de adolescente, para ir al instituto, ¿qué huella queda? Como se sabe, ‘La controversia de Valladolid’ es un telefilm, rodado en 1992 por Jean-Daniel Verhaeghe, que
relata la polémica mantenida por Las Casas y Ginés de Sepúlveda ante un legado pontificio, sobre si los indígenas del ‘nuevo mundo’ eran seres humanos y cómo se les debía en consecuencia tratar; varios montajes teatrales (Rayuela, La Abadía, compañías latino-
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americanas) prolongaron su onda expansiva. No fueron como ahí se narran los hechos históricos: por un lado, la corona de Castilla había ido dictando diversas y contradictorias ‘Leyes de Indias’; por otro, el papa Paulo III decretó en 1537 que los indios tenían alma. Por tanto, la Junta de Valladolid (celebrada en el verano de 1550 y la primavera de 1551, sin que los dos portavoces llegaran nunca a encontrarse en persona) se proponía sobre todo establecer una base teológica que rigiera la colonización, el grado de libertad o imposición de la fe, el estatuto jurídico de encomenderos e indios, etc., y en realidad no llegó a emitir un juicio. Sin embargo, la mirada de Carrière logra, con sus elementos de ficción, una potente síntesis de las dos posiciones: el germen de una justificación intelectual para el colonialismo europeo que aún colea, contra el germen de una teoría de los derechos humanos y la igual-
dad de todos los pueblos, hoy el discurso formalmente aceptado (más allá de ‘gritos de mono’ a los futbolistas negros en los estadios, o del eco en el llamado ‘Estado islámico’ de ideas como las de Sepúlveda: «los idólatras mueren como chinches porque Dios deseaba eliminarlos»). La película pone en juego la pasión vehemente de Las Casas, que halla en la indignación un motor del pensamiento, la frialdad lógica –que va atornillando argumentos sin asumir las realidades que ocultan– de Sepúlveda (atormentado solo en la reconcentrada, turbia, expresión de Trintignant, el actor, nunca en su implacable discurso), y el pragmatismo como de serpiente del cardenal, quien parece tan capaz de pronunciar su sentencia en favor de los indios como lo sería de dictar otra cualquiera. Y los momentos memorables: el relato de las brutalidades entre el abucheo de los clérigos asistentes, dos
encomenderos espiando desde la claraboya, los indios traídos como cobayas que tiritan semidesnudos en la humedad abacial, la repulsiva acción de los bufones convertidos en portavoces de una doble moral, la ira de Las Casas tirando los papeles de Sepúlveda al suelo sin poder ya contenerse, el fondo del canto gregoriano elevándose bellísimo al cierre de las sesiones, el suelo de ajedrez, la penumbra en las celdas nocturnas… De lo mucho escrito sobre estos episodios, recuerdo ahora el trabajo de Francisco Fernández Buey, en ‘La gran perturbación’ y en otros textos, él mismo ‘filósofo-activista’, como dice del dominico. Su reconocida admiración por Las Casas y el empeño en reivindicarlo, no merman en nada el poder de su análisis, que lleva a cuestionar los relatos habituales sobre la génesis de la modernidad. Mientras Sepúlveda sería el típico humanista del Renacimiento, escritor en latín y experto en Aristóteles, Las Casas bucea en el viejo universalismo medieval y en una inspiración cristiana originaria para esbozar la propuesta de otro tipo de humanismo; el discurso del primero, pronto aliado con el pragmatismo protestante, desembocará en la modernidad capitalista, el reductor racionalismo instrumental; el segundo, en las utopías de la libertad y la igualdad, en un pensamiento crítico que busca cada vez su método para conocer el mundo –y quizá la Ilustración, con sus insalvables contradicciones, fue un fugaz espacio de encuentro de las dos vías, para volver luego a separarse–. No sé si Fernández Buey compartiría este resumen, pero sí que le habría gustado conocer, por ejemplo, si no lo conoció, el trabajo del ecuatoriano-mexicano Bolívar Echeverría sobre el Barroco, donde se abre otra puerta semejante para pensar formas alternativas de modernidad. Carrière hace que el cardenal sugiera a los colonos preocupados por su ruina («si tenemos que pagarles y tratarlos como cristianos, costará mucho dinero») la vía de la esclavitud de los africanos, que –‘ellos sí’– estarían mucho más cerca de los animales. Y lo no dicho parpadea un momento sobre la hermosa capilla: más allá de toda ‘misión’ religiosa, la conquista ofrece una forma incomparable, privilegiada y en extremo veloz, de acumulación de capital.
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Monstruos perfectos 14 de noviembre Estuve en Montevideo buscando los fantasmas del Conde de Lautréamont y de Felisberto Hernández, pero solo hallé el recuerdo de Juan Carlos Onetti y de su amante, Idea Vilariño. Idea Vilariño fue una poeta fundamental, que escribió sobre el amor y el dolor como nadie, y sobre la sensibilidad femenina, lúcida y resistente casi siempre, como nadie también. Es, para mí, de las poetas mayores en lengua española, cuya voz todavía es actual, viva y extremada. Estoy seguro de que sería un enorme descubrimiento para los lectores y lectoras de hoy. Como homenaje privado, compré en la librería Más Puro Verso su ‘Poesía completa’ y me fui a un café de la calle Sarandí; en la terraza empecé a leerlo. Entonces, el camarero, al verme con el libro, sin mediar palabra, recitó un hermoso poema de la autora, perteneciente a ‘Poemas de amor’. Sorprendido, hojeé el libro en busca de lo que acababa de oír. Casi lo termino en aquel café. Está dedicado íntegramente a Juan Carlos Onetti y revela un viaje por el amor como pocas veces se ha escrito. Y viaje es, pero en el tiempo: Idea siempre esperó a Onetti, que se fue para nunca volver con ella. Es conocido que esa relación estuvo marcada por una pasión desbocada de grandes encuentros y mayores desencuentros. Como la propia Idea bien sabía, era imposible que dos seres como ellos encajaran de ninguna manera. Así se lo explicó a una amiga: «Es el último hombre de quien debí enamorarme porque éramos lo más imposible de ligar que había. Nunca entendió el ABC de mi vida, nunca me entendió como ser humano, como persona. Si yo hablaba de algo sumamente delicado él me salía con una barbaridad. Decía cosas que me hacían echarlo, imposibles de soportar. Todavía me pregunto por qué aguanté tanto, por qué volví tantas veces. Nos peleábamos y volvíamos a juntarnos, lo echaba, regresaba. Una noche me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé por ir a pasar una noche con él. Y recuerdo que lo único que hicimos fue poner-
nos de espaldas, leyendo un libro él, y yo otro. A la mañana siguiente le agarré la cara y le dije: sos un burro Onetti, sos un perro, sos una bestia. Y me fui». Pero Idea Vilariño mantuvo la esperanza durante años, convirtiéndola en poemas que hablan de una obsesión (todo amor lo es) y de una derrota (toda esperanza
lo es). Quizá por eso Onetti, ‘el bestia, el perro, el burro’, fue también el escritor que mejor ha descrito la derrota. ‘El astillero’, su novela más sutil, lo demuestra.
18 de noviembre Por iniciativa de mi hija Elisa, voy a ver la que sin duda es la exposición más sorpren-
dente que hay en Madrid hoy en día. Está en La Casa Encendida y, bajo el equívoco título de ‘Metamorfosis’, ofrece la posibilidad de entrar en el mundo de tres genios absolutos de la animación cinematográfica: el realizador polaco Ladislas Starewitch (18821965), el cineasta checo Jan Švankmajer (1934) y los hermanos gemelos norteamericanos Stephen y Timothy Quay (1947). Siendo obras distintas, son obras que se prolongan unas en otros, en temas y en estética. Realizan cine de animación con figuras, con collages, pero reducirlos a esto es demasiado cruel y simplista: ahondan en la parte más oscura de la mente, penetran en una faceta surrealista que se vuelve inquietante, siniestra, humorística y sórdida. Ver sus muñecos, sus escenarios, sus películas –que recorren casi cien años
OTRA GALAXIA ADOLFO GARCÍA ORTEGA
sin perder contemporaneidad– es penetrar en un universo donde conviven los gabinetes de las maravillas de la Praga del XVI, Sade, Kafka, Topor, el surrealismo, la ciencia, la psicología, Freud, lo onírico, el Golem, lo perverso, lo increíble, lo absurdo, los puzzles, el anatomismo, la ironía, la monstruosidad, la ilusión, el terror, la carcajada, Archimboldo, Cortázar, Felisberto Hernández, Schulz, Robert Walser, Voltaire, lo kafkiano, el maquinismo, David Lynch y el guiñol más sofisticado. Todo esto podría resumirse en las obras maestras que son las películas de Švankmajer tituladas ‘Little Otik’ (2000), filme surrealista a más no poder en el que una mujer da a luz un horrible bebé de madera, o la parodia psicoanalítica ‘Surviving Life (Theory and Practice)’ (2010). Pero la joya es la gran película de animación de los hermanos Quay titulada ‘La calle de los Cocodrilos’ (1986), versión alucinatoria e hipnótica del cuento homónimo de Bruno Schulz. Para muchos cineastas, esta es quizá la mejor obra de animación de todos los tiempos. Solo puedo decir que mi hija Elisa y yo quedamos tan sobrecogidos y arrebatados al verla que corrimos a leer a Schulz y a recordar esa tienda de confección sobre la que gira el cuento, orgánica, grasienta, húmeda, y a los autómatas descerebrados que hacen turbadora la realidad onírica del sastre protagonista. Para comprender esta exposición extraordinaria quizá haya que partir de una cita del propio Bruno Schulz en su cuento ‘Tratado de maniquíes o El segundo libro del Génesis’: «La materia posee una fertilidad infinita, un poder vital sin fin y, a la vez, esa ilusoria fuerza de la tentación que nos empuja a moldearla. En lo profundo de la materia se crean sonrisas indefinidas, se engendran tensiones, se espesan las muestras de las formas. Toda la materia oscila en la infinidad de posibilidades que la recorren con extraños escalofríos». Franz Kafka, el motor del siglo XX, subyace en esta fascinante y adictiva dosis de lo insólito. Aviso: perderse esta exposición es perderse algo importante.
‘Metamorfosis’, en La Casa Encendida, ofrece la posibilidad de entraren el mundo de tres genios de la animación cinematográfica El escritor uruguayo Juan Carlos Onetti. :: EL NORTE
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iempre que trato de explicar en clase el motivo de las ruinas me pregunto si esa inclinación romántica, ese furor, no será la constatación del derrumbe de la conciencia del hombre como tal, acaecida por nuestros pagos, al menos ensayada, si no ejecutada, durante las funestas calendas de la Revolución Francesa. No obstante, la invención del ‘topos’ es, naturalmente, anterior y sobre sus orígenes indaga Nicole Dacos, natural de Bruselas, doctora Honoris Causa por la UVA, en ‘Roma quanta fuit’ (Acantilado). A raíz de la investigación en la vida del pintor renacentista frisón Herman Posthumus, autor de una enigmática obra maestra del paisaje salpicado de ruinas, esta discípula de Ernst Gombrich se adentra en la circunstancia biográfica de los romanistas del norte que viajaban a la península itálica para ‘aprender’, con el iluminador Jan van Scorel a la cabeza y los restos de la Domus Aurea de lo que fuera el palacio de Nerón como epicentro («toda ruina tiene algo de templo», dice un verso de Hugo Mujica, con quien terminaré). De manera casi detectivesca nos conduce, con mano experta y seductora, a una inmersión gozosa en el germen y consolidación del tema de las ruinas dentro de la historia de la pintura, a través del papel esencial que tuvieron estos artistas flamencos. Pocos estudios especializados me han resultado tan amenos e interesantes. En el terreno literario, con el que también apuntala el ensayo, desde Petrarca, en general a partir del humanismo, la contemplación emotiva de los efectos devastadores del tiempo, de sus estragos, ha mezclado el placer estético con la melancolía de índole elegíaca y aun metafísica, hasta abismarse en las honduras de nuestra conciencia. Desde luego, donde la conciencia del ser humano desaparece por completo es en los lager. En su extraordinaria entrevista con Marcel Cohen, ‘Del desierto al libro’, sin embargo, Edmond Jabès responde al famoso dictum de Adorno sobre la imposibilidad de la lírica después de Auschwitz que, aun reconociendo que es un acontecimiento que implica un replanteamiento global de la cultura de occidente, «sí se puede; e, incluso, se debe» y «es necesario escribir a partir de esta fractura, de esta herida constantemente reavivada». Y, en efecto, así lo hizo este poeta judío, a través fundamentalmente de ‘El libro de las preguntas’, ‘El libro de los márgenes’, ‘El libro de las semejanzas’ y ‘El libro de los límites’. Ahora se publica en español su obra editada póstumamente por Gallimard el mismo año de su fallecimiento, en la que vuelve a reiterar
el núcleo del sintagma nominal, cifra fundamental en su obra, ‘El libro de la hospitalidad’ (Trotta), muy en la línea del filósofo Emmanuel Levinas, al que tanto citamos en estas páginas. Ya al inicio se advierte: «inútil es el libro cuando la palabra carece de esperanza», aunque el autor sea consciente, en el último mano a mano con la muerte –que «no acaba con la eternidad sino con el instante», que siempre es colectiva y, apurando, ajena, un poco en la línea de Jankelevitch, de quien hablamos aquí a propósito del mismo asunto– de «escribir, ahora, únicamente, para dejar constancia de que un día dejé de existir»: no cesar, pues, en la existencia sino despedirse del mundo. De tal modo que el primer lugar de la hospitalidad, el criterio vector donde
UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO
se manifiesta y germina la conciencia, es el propio libro, el verbo, la palabra, que siempre es, en último extremo, un camino hacia el otro. En definitiva, con mayor precisión es un cruce de caminos, en singular: «desconfía de quienes arengan a las masas». Aparece también la obsesión de toda su obra, desde lo precario, por la extranjería y por la condición de patria de la lengua. De ahí la fraternidad encarnada, por caso, en el beduino que lo socorre tras volcar su coche a causa de una duna, un sentimiento capaz de inutilizar el odio de las alambradas y la angustia de la desaparición, pese a la certeza del sufrimiento y de tener que «morir de nada después de haber vivido de todo». En este sentido, casi veinticinco años después, su llamamiento al
diálogo entre Israel y Palestina, a raíz de las profanaciones antisemitas del cementerio judío de Carpentras no puede ser más pertinente. En la frontera de lo decible, Jabès alza un pensamiento fecundado por el aliento lírico, lo engrana mediante parágrafos atomizados de varia naturaleza: germen de parábolas, apelaciones éticas, alocuciones enigmáticas por boca de un sabio, artículos periodísticos, preguntas a lo inefable, admoniciones para sí mismo, apuntes biográficos, sentencias universales, citas, uni-versos, paradojas o pseudoaforismos. Además de cinco arco iris, imagen de lo hospitalario sin limitaciones y un discreto espacio para el adiós, que invita a esa palabra donde todo lo suyo es nuestro. ‘Sobre el acantilado y otros
relatos’ es el primer libro que leo de Gregor von Rezzori, de quien se cumple este año el centenario de su nacimiento, escritor con fama de exquisito y, por los tres cuentos que componen el volumen, dueño de una prosa con mucho músculo narrativo, minuciosidad descriptiva que es de agradecer y un estilo pleno de ebriedad, hechizante, de los que dignifican un idioma. La primera de las historias, con funeral y extraña cacería de fondo, transcurre durante el declinar del imperio austrohúngaro y la última, con aristócrata indolente de reacción inesperada, en los años de plomo italianos, cuando las Brigadas Rojas. Ambas se imbrican en el sentido de sus épocas respectivas de manera magistral. Me centraré en el relato central, el que da título al li-
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Donde tiembla el misterio El contenido de la conciencia, sus ruinas
‘Paisaje con ruinas’, obra de Lluis Rigalt.
ROMA QUANTA FUGIT Nicole Dacos.Acantilado. 344 páginas. 24 euros
bro. El protagonista, un excéntrico tallador de madonas un tanto kitsch –anunciaciones, figuras de la Pietà y mater dolorosas–, que vivió solitario al borde del mar, del precipicio, en una casa diminuta colgada sobre la cima de un promontorio, en un paraje de arrebatadora belleza, rilkeana –«lo bello es el principio de lo terrible»– recuerda, desde la tierra llana que también habitara Rilke, cómo acercó peligrosamente su conciencia a la carne, hasta enfangarla con el peso de la culpa. Para empezar, se nos presenta preparando con una delectación carnicera, un punto obscena, corazones a la brasa para cenar y, a seguido, elucubra sobre el origen de su paranoia, de su aprensión maníaca volcada en las enfermedades venéreas. Para lanzarse de inmediato so-
bre lo femenino –que aborda de manera voluptuosa y al tiempo con un desapego frío: «las mujeres son criaturas curiosas»– y los sucesos violentos de cuando esculpía sobre el abismo y sus abismos, exaltado por la ausencia de vértigo y aturdido por la luz, en medio de un paisaje como de Böcklin, que acaba afectando a los principios de su arte y de su personalidad. Hacia el final de ‘Sobre el acantilado’, se apunta la idea de que «el camino en torno al mundo, ese que se ha de recorrer para apartarse de la seguridad incondicional de lo ingenuo y alcanzar la soberanía del maestro, pasa por una constante toma de conciencia». Así, siempre rozando lo petulante, Von Rezzori lo consiguió. Como creo que también, desde una trayectoria
EL LIBRO DE LA HOSPITALIDAD
SOBRE EL ACANTILADO Y OTROS RELATOS
Edmond Jabès. Trotta. 104 páginas. 12 euros
Gregor von Rezzori. Sexto Piso. 184 páginas. 17 euros.
«En el libro de Jabès aparece su obesión, desde lo precario, por la extranjería y por la condición de patria de la lengua» «En su desolada desnudez que atisbaba la muerte, sabían que había que apuntar, que era necesario dejar constancia»
ensayística y lírica y desde una experiencia más heterodoxas, lo ha logrado el bonaerense Hugo Mujica, pintor en el Greenwich Village de los sesenta, investigador del LSD junto a Timothy Leary, monje trapense, con estudios de Bellas Artes, Antropología, Filosofía y Teología, nada menos, cuya obra, a diferencia de la del narrador alemán, conozco bastante bien. La misma heterogeneidad se muestra en su recopilación de una veintena de textos breves, «fragmentos de ningún todo» entreverados de poemas, arracimados bajo el título tan paradójicamente místico, tan suyo, que remite al «no sé qué» de San Juan de la Cruz, ‘El saber del no saberse’ (Trotta), una especie de cajón de sastre siempre, con la atención abierta y desnuda, alre-
EL SABER DE NO SABERSE Hugo Mujica.. Trotta.152 páginas. 15 euros.
dedor de sus temas capitales: la naturaleza de la poesía, el génesis, la cábala extática, la ontología y el vacío, la tradición o lo misterioso. Una lectura variopinta y seminal, en suma, sobre el silencio y la creación en el amplio, amplísimo sentido de ambos términos. Un homenaje a la palabra a través de libros como ‘El desierto de los tártaros’, el ‘Zóhar’ o el ‘Talmud de Babilonia’ y un reconocimiento de figuras para él decisivas como los pintores G. Morandi, M. Chagall y L. Fontana, los poetas F. Hölderlin, R. Char y G. Trakl, así como los presocráticos o C. Lispector. «Mañana es nuestro primer día», advierte Jabès, cercano a la noche del no-retorno, a las puertas de la agonía. «Aferrarse lo más posible a la vida, al libro gracias al cual podía
respirar», porque «fuera del libro no hay sino el vacío», he ahí su postrera enseñanza. Qué lección, como la de aquellos que según Steiner –me he traído una docena de sus libros a la mesa, a cual mejor: ‘Los logócratas’, ‘Presencias reales’, ‘En el castillo de Barba Azul’, ‘Errata’…pero me abruma y al cabo me da pereza hojearlos en busca de la referencia exacta– entraban en las cámaras de gas, lápiz en mano, haciendo anotaciones al margen de los textos sagrados. En su desolada, absoluta desnudez que atisbaba la muerte, aceptándola, arrastraban nuestra conciencia, sabían que había que apuntar, que era necesario dejar constancia hasta el último momento. Por eso no debemos fallarles, jamás. Todo está por leer, por volver a escribir.
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LECTURAS
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CÉSAR ANTONIO MOLINA
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ovela, relatos, autobiografía, pensamiento («funesta manía de pensar», escribe), poema en verso o en prosa, crónica de sí mismo y de toda una época más o menos infausta de la historia de España y del mundo? ‘Telón de boca’ es todo eso y también el soliloquio del personaje principal, el viudo y el antiguo huérfano de madre, vencido por el tiempo. Decía María Zambrano que el soliloquio era «la palabra que nos torna posible de hacer o de soportar lo inconcebible, lo que sobrepasa nuestra medida, la medida de nuestra moral y de nuestra sensibilidad». Pero además del viudo-huérfano-narrador, hay otros dos personajes fundamentales en la obra: la mujer, una especie de esposa-madre, y el Demiurgo, Mefisto, una forma de representar a Dios. Goytisolo utiliza la memoria como camino hacia la desmemoria. Habla de la degradación física del personaje, la sordera le hace perder las palabras. Pero esta avanzadilla, estos primeros síntomas de la muerte no son esencialmente malos, sino que nos van retrotrayendo hacia nosotros mismos. Nuestra fragilidad física se ve compensada por la ampliación de la capacidad de concentración y de pensamiento. Ya Borges, en ‘Elogio de la sombra’, escribió a favor de la vejez estos versos: «La vejez/tal es el nombre que los otros le dan/puede ser el tiempo de nuestra dicha./El animal ha muerto o casi muerto./Quedan el hombre y el alma». Degradación física también del mundo convertido en un parque temático. Si ‘Telón de boca’ es un camino desde la memoria a la desmemoria, también lo es desde el aprendizaje hacia la posesión del conocimiento informativo sobre el mundo. El narrador emprende la tarea de desaprender todos sus saberes y certidumbres. Aquí expresa las dificultades que tiene para desprenderse del lastre de la vida. La vida, un agujero voraz por donde se sumía el recuerdo. La vida, «un paréntesis entre la Nada y la Nada». La vida ni siquiera un sueño, una alucinación, cuya consciencia «acrecía conforme se sumaban experiencia y los años». Escribir, explicar, testimoniar la vida cuando quizás lo más sensato sea borrar, no escribir, no decir, quedar en silencio, quedarse sin palabras.
El escritor Juan Goytisolo. :: ALFREDO AGUILAR
La última novela de Goytisolo ‘Telón de boca’ recorre un camino desde la memoria a la desmemoria en un texto cargado de preguntas sin respuesta
El narrador se desvive en ir contando su desposesión espiritual, física, particular y colectiva. Ni siquiera le mantiene ya la búsqueda quimérica de la trascendencia que tanta importancia tuvo en una época tras la lectura de San Juan de la Cruz, «la levedad y fulgor del ‘Cántico espiritual’, ¿no traducían acaso la experiencia intuitiva de un ámbito ajeno a la lógica y a la tautología del raciocinio?». Su misantropía fue creciendo con el tiempo. El personaje femenino le dice, para demostrarle su afecto, una frase esencial en la comprensión de esta obra: «Vivir contigo es pasar por el aprendizaje de la soledad. No sé si reprochártelo o darte las gracias». Aprendizaje de la sole-
dad, aprendizaje de la renuncia, aprendizaje de la esterilidad. «Él no había querido nunca tener descendencia, asumir la responsabilidad de una existencia abocada a una irremediable condena, y ella había respetado su voluntad. Buenos o malos, los libros serían sus hijos…» Pero los libros, el escribirlos, el leerlos o el poseerlos, tampoco le consuelan. ¿Qué diferencia había entre la acción del gusano voraz y la extinción de la página escrita? Por otra parte, comenta el narrador en otro pasaje, «su escritura no sembraba pistas sino borraba huellas: él no era la suma de sus libros sino la resta de ellos. Faltaba el finiquito y no tardaría en llegar». Desmemoria, olvido ante
el afán ilusorio de perdurar, incluso las bibliotecas «están destinadas a arder». La libertad se hallaba sólo en los libros, pero los libros no han sido capaces de evitar la injusticia. Miserias, guerras, asesinatos, el narrador se
TELÓN DE BOCA Juan Goytisolo. Editorial El Aleph. 2003. Barcelona. 101 páginas.
muestra abrumado por la desoladora visión de la existencia humana. Muerte, siempre muerte por doquier, en nombre de un dios que va cambiando de nombre. Goytisolo califica a esta construcción mítica del hombre como ‘El Gran Desalmado’, ‘El Gran Canalla’. Ha sido esta la peor invención del hombre junto con la historia, el reino de la mentira, «desde que inventasteis el alfabeto y os adiestrasteis en el manejo de la lectura, la redacción de códices justificativos de mitos y leyendas fundacionales, de mandamientos dictados por divinidades de las que sois a la vez sus creadores y víctimas…». La historia ¿no es una ficción más? El narrador transgrede los es-
pacios y los tiempos, va del pasado al presente, de la realidad a lo onírico, transforma lo biográfico en ficción literaria y viceversa, está entre el sueño y la alucinación. Es ‘Telón de boca’ también una ‘meditatio mortis’, una elegía como la de Fabio ante Itálica, una ‘De senectute’. También a veces recuerda a un monólogo teatral. Y otras está más cerca de la poesía que de la narrativa o de la filosofía. De la poesía porque produce preguntas y no da respuestas, no busca utilidad mayor que la espiritual y tampoco necesita una trama o un argumento definido, sino un lenguaje profundo y creador; la filosofía, sin embargo, afronta las respuestas, está más cerca de la novela, porque busca un argumento o una trama o una utilidad. Pero también la filosofía es un diálogo silencioso del alma. Este texto cargado de preguntas sin respuestas está escrito desde la sobriedad, desde la esencialidad, desde la médula. ¿Qué hay más allá? En ese desierto por el que se interna el protagonista, el aprendiz de derviche, no hay ningún horizonte. Sin embargo, el narrador, al final, despierta como de un sueño y se encuentra solo, sin Dios, en silencio. ¿Quizás es la vida una pesadilla de la que se puede despertar? Pero mientras tanto nuevas botas pisotean el cardo de Tolstoi.
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D’Annunzio total Lucy Hughes-Hallet traza una completa biografía sobre el extravagante esteta italiano, apasionado del sexo, ídolo y prisionero de lujo de Mussolini
LUIS ANTONIO DE VILLENA
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osiblemente este librote (de grata lectura hay que decir) obra de una profesora británica, es hoy por hoy la mejor y más completa biografía que se pueda realizar sobre el extravagante y notable escritor y esteta italiano Gabriele D’Annunzio (1863-1938). Una obra donde no falta detalle, al modo de la tradición biográfica anglosajona que –‘post mortem’– siempre se quiere exhaustiva. Y esta obra lo es. Aunque no siempre, de cara al público lector (dejo las tesis y la Universidad aparte) haga falta ser tan prolijo, pues a menudo tanta acumulación de detalles –no es el caso– aburre. Recuerdo una espléndida biografía de ‘D’Annunzio’ (1971) hecha por un notable especialista francés, Philippe Jullian, menos rica en detalles pero diciendo todo lo decible y analizable… Ambicioso, exhibicionista, ególatra, esteta, la vida de D’Annunzio podría dividirse en tres etapas, después de sus años de formación: su vida como poeta, como vate (que empieza muy pronto) y que le llevará a ser uno de los poe-
tas más importantes de la Italia de entresiglos. La etapa incluye periodismo y vida social en Roma y ya múltiples amores, pues hay que decir que D’Annunzio fue un apasionado del sexo y del amor, por ese orden. Su amor más notorio sería la célebre actriz Eleonora Duse, pero no faltan otras singulares como la pintora lesbiana Romaine Brooks o la excelsa condesa Luisa Casati. Por supuesto es la etapa de sus novelas decadentes (’El placer’, ‘El fuego’) de sus obras de teatro como ‘La hija de Iorio’ y de su vida con la Duse –hasta que la abandonó– en la Toscana. D’Annunzio era ya un autor de fama europea, un tenaz manirroto (casi nunca dejaron de perseguirle los acreedores) y el gran refinado en los fuegos del arte exquisito. Ahí irían también sus cuatro años en París, huyendo de las deudas, y su drama en francés ‘El martirio de San Sebastián’ interpretado por una andrógina actriz rusa, Ida Rubisnstein. Enamorado de la juventud (a D’Annunzio le gustaba esa ambigüedad), también quería ser un héroe. De forma que su segunda etapa empieza en 1915, cuando regresa a Italia y logra que el país –neutral de inicio en la I Guerra Mundial– se haga beligerante junto a los aliados, tras una campaña de mítines brillantes en que el vate se vuelve orador y pionero de la avia-
Su tren de vida nunca dejó de ser excesivo y erótico El poeta italiano Gabriele D’Annunzio.
EL GRAN DEPREDADOR GABRIELE D’ANNUNZIO. EMBLEMA DE UNA ÉPOCA Lucy Hughes-Hallet. Trad. Amelia Pérez de Villar. Ariel, Barcelona, 2014. 745 páginas. 29,90 euros.
ción. Llegó a sobrevolar Viena, arrojando propaganda. Pero su tren de vida nunca dejó de ser excesivo y erótico. A Italia le fue mal en la guerra (agrias derrotas) y por eso la paz fue menos generosa, pero como D’Annunzio reclamaba la costa dálmata (hoy Eslovenia y Croacia), se metió en la ciudad de Fiume donde fue dictador de esa ciudad-estado durante algo más de un año. Hasta 1920. Muchos cuentan que bajo su mandato Fiume fue Sodoma y Gomorra. Pues si D’Annunzio inventó el fascismo se trataba de un fascismo personal y anarquizante. Fiume fue la ciudad de las drogas y el amor libre. Pero los propios italianos le obligaron (por la fuerza casi) a cederla a Yugoeslavia. Ahí comienza la vida del D’Annunzio eremita en la mansión del ‘Vittoriale’ (junto al lago de Garda) ídolo y prisionero de lujo de Mussolini, que lo adoraba y temía. D’Annunzio vuelve a escribir (‘Nocturno’, por ejemplo) pero es un hombre avejentado, cocainómano, erotólogo y sifilítico. Murió en raro olor de santidad fascista. Si para los estetas toda vida debe volverse arte, nadie lo hizo mejor que D’Annunzio. Su vida es una plena novela.
12 LA SOMBRA
DEL CIPRÉS
LECTURAS
Sábado 13.12.14 EL NORTE DE CASTILLA
Orgullosa hermana muerte Al final del carnaval de la vida
JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN
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homas Wolfe, escritor nacido en 1900 en Asheville, en el estado sudista de Carolina del Norte, y fallecido prematuramente en 1938 en Baltimore (Maryland), no lejos de Washington, capital federal, escribió en su novela ‘La tela y la roca’ –editada un año después de su muerte– que el verdadero descubrimiento de América estaba aún por hacerse, y que la verdadera realización del espíritu del pueblo norteamericano, de su tierra poderosa e inmortal, aún no había llegado. Ese espíritu contiene, según algunos de los mejores conocedores de la cultura y de la idiosincrasia de aquellas tierras, el sentimiento de soledad que domina la literatura norteamericana. El héroe, en ella, acostumbra a ser un individuo aislado, al contrario que el de la literatura euro-
pea, que se explica inmerso en la sociedad donde vive, y dependiente de ella. Wolfe, en este extraordinario e inclasificable texto que es ‘Hermana Muerte’, muy bien traducido por Juan Sebastián Cárdenas para la Editorial Periférica, nos da a conocer, con honda y elaborada escritura poética, una de las entrañas de la sociedad americana, y, por extensión, del hombre de nuestro siglo: Nueva York y el sentimiento de extrema soledad de los individuos en la gran urbe en plena expansión, sometidos a la presencia permanente, insoslayable, adherida a la piel, de la muerte, siempre oscura, orgullosa hermana muerte, verdadero epítome de nuestro leve transcurso terrenal. Cuatro son los hitos que apuntalan la existencia de los ciudadanos que pueblan la ciudad y el país que el escritor dibuja: la Ciudad, la Muerte, la Soledad y el Sueño. La Ciudad se declara a sí misma indiferente a nuestra suerte, «pues sé bien que otros vendrán cuando hayáis desaparecido, sé bien que otros nacerán cuando estéis
Thomas Wolfe. muertos, millones se levantarán cuando os hayáis caído». La Ciudad es como «una ola gigantesca sobre la faz de la tierra». La Muerte nos abraza con su ávida calma poniendo fin a la «tortuosa errancia» de nuestro devenir, a la inquietud de vivir que nunca deja de fustigarnos. Sólo la Soledad, en medio de ese tránsito, es capaz de darnos
«El héroe norteamericano suele ser un individuo aislado, al contrario que el europeo, que se explica socialmente»
Los lupanares del señor Wolfe
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o pocos autores tienen uno o varios leitmotives, elementos que aparecen repetidamente a lo largo de su obra. Pueden ser temáticos –casi todos los autores tienen un tema fetiche, algunos hasta el extremo de que, desde cierto punto de vista, sus distintas obras pueden ser consideradas como una especie de tremenda novela mosaico; pienso, por poner un solo ejemplo, en Sábato–. Pueden ser argumentales, pues hay escritores, generalmente no demasiado buenos, aunque hay excepciones, que escriben una y
otra vez la misma historia: los personajes, lugares, situaciones prácticamente extrapolables de una novela a otra. Un poco como esos grupos o cantantes con los que en cierto momento te parece que llevan tres o cuatro discos tocando la misma canción. También los hay quienes se aferran a cierto tipo de personajes, a un paisaje, a una ciudad, a cierto tipo de lugares. Y hay más, pero no voy a seguir enumerando. Gene Wolfe es autor fascinante donde los haya, sobre todo desde el punto de vista narrativo. Aunque el hecho de escribir ciencia ficción lo
mantenga alejado de la consideración de la mayor parte del mundo académico y mediático. Es fácil y difícil de leer a un tiempo. Una prosa clara, y hermosa, bien construida, imaginativa también. Pero es además, un maestro de la elipsis, del silencio o, más bien, del vacío elocuente. Del contar sin contar por el procedimiento de dejar al lector que rellene, o intente rellenar, las lagunas. Aunque algunas veces se muestra piadoso, y nos ayuda. Es un autor que hay que releer para sacarle todo el jugo, cosa, por fortuna, nada penosa; antes bien un placer. Las certezas –si hay certezas,
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
que a veces, bastantes veces, no–, en sus historias, nos llegan a través de indicios. Para el lector hay más trabajo detectivesco en medio libro de Wolfe que en toda la obra de Agatha Christie o Conan Doyle. Infinitamente más que en algunas mediocridades mo-
la fuerza de encontrarnos con nosotros mismos, y con los demás. La más auténtica la hallamos en el Sueño, pues es en él donde «todos estamos desnudos y solos». Es el Sueño, concluye Wolfe, que fluye envuelto en suavidad como el silencio sobre la tierra, que «llena los corazones de millones de hombres, se mueve como la magia en las montañas y camina como la noche y la oscuridad a través de las planicies y los ríos de la tierra, hasta las llanuras más bajas, hasta las montañas más altas». Para alcanzar ese cenit alegórico de lo humano, el narrador de ‘Hermana Muerte’, trasunto indudable del propio escritor, se mueve en el mundo de la noche, donde transitan los locos, los ebrios y los furiosos. Busca los corazones de los hombres que la aman, porque es en ella donde se agazapa lo más vivo de la tierra, el misterio de la existencia breve, sosegada o revuelta, vacía o salpicada de instantes de dicha, una mota de polvo, en definitiva, entre millones de motas de polvo con las que comparte el discurrir de las estaciones, el cielo perenne, el viaje y la quietud. Aunque el polvo del primer César, medita la voz, sólo serviría ya para encalar una pared, cada presencia, aún hoy, no deja de estar en contacto con las que pasaron; «cada vida oscura, cada voz perdida y cada paso olvidado [siguen] vibrando en algún lugar del aire» que nos envuelve. ‘Hermana Muerte’ no es un texto filosófico al uso. Es una narración. Cuenta cuatro muertes acaecidas en las calles de Nueva York en años sucesivos: un buhonero italiano; un vagabundo –una suerte de ‘hobo’ en cuyo rostro, ya muerto, se refleja «la
dernas que se nos venden a bombo y platillo. Uno de los leitmotives de Wolfe, además del personaje más o menos marginal, o diferente, o dañado, es el burdel. Está presente en sus principales y más interesantes obras. Severian, el verdugo con destino de redentor, en ‘El Libro del Sol Nuevo’, es llevado a uno donde las mujeres son casi gemelas de las nobles más celebres de su comunidad. Este aparente capitulo de iniciación, es fundamental, de un modo sorpresivo, para el resto de la novela. La primera parte de ‘La quinta cabeza de Cerbero’, se desarrolla en ‘La maison du chien’, un prostíbulo de lujo en un lejano planeta. Latro, el soldado, acaso romano, que con la noche pierde el recuerdo del día anterior –an-
HERMANA MUERTE Thomas Wolfe. Traducción de Juan Sebastián Cárdenas, Cáceres, Editorial Periférica, col. Largo recorrido n. 65, 2014, 94 páginas, 14,50 euros.
leyenda de los raíles pulidos y la locomotora, del óxido y del acero, la leyenda de toda tierra salvaje, indómita y solitaria»–; un obrero de la construcción –el episodio recuerda las conocidas fotografías de trabajadores en los armazones metálicos del Rockefeller Center, algunas de ellas atribuidas a Charles C. Ebbets–; y un hombre sin relieve particular, hecho de la misma «arcilla» que la mayoría de ciudadanos. Es esta cuarta muerte la que ocupa más páginas, pues le sirve a Wolfe para contraponer una galería de tipos comunes que rodean el suceso con las actitudes más convencionales: el médico que certifica la muerte, o los policías que se ocupan del caso, todos con gestos que parecen formar parte «de un plan muchas veces ejecutado»; los simples mirones cuya piedad apenas dura unos instantes; los bromistas de pésimo gusto que tratan de conjurar su propio miedo con salidas de tono... A William Faulkner este libro le pareció hermoso y enigmático. Los dos adjetivos, a mi juicio, aciertan. Es posible añadir al menos otro: verdadero.
títesis y reflejo de Severian, que es incapaz de olvidar nada, ambos viajeros, Latro a través del mundo antiguo, Severian por un futuro lejano– en un capítulo de ‘Soldado de la niebla’, se convierte en portero de un lupanar ateniense. Y el patera Seda, sacerdote protagonista de ‘El sol largo’, es requerido para exorcizar una presencia maligna en un club de alterne propiedad de su enemigo Sangre. En esta obra, además, la mayoría de las protagonistas femeninas –salvo la maytera Menta, una monja androide– se dedican, o se han dedicado, al ‘oficio más antiguo del mundo’. Aunque esta no es la razón de que ‘El sol largo’, cuyo cuarto y último libro no se publicó en español, sea mi novela favorita, o casi, de Gene Wolfe.
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Sábado 13.12.14 EL NORTE DE CASTILLA
LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
La adolescencia, desde la lucidez :: V. M. NIÑO
El músico y escritor Ildefonso Rodríguez. :: RICARDO OTAZO
Cuaderno de campo LUIS MARIGÓMEZ
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lega un momento en la vida del escritor, del artista, en que parece que ya ha conseguido sus objetivos mínimos, en sociedad y en su búsqueda expresiva. Aunque le quede mucho por hacer, ya no tiene que demostrar nada. Esa tensión, un poco histérica, de sus inicios, cuando está buscando un hueco en el que ¿acomodarse?, puede dejar paso a una cierta serenidad. Si esto ocurre, sería el tiempo de los mejores frutos, cuando el equilibrio entre los distintos elementos que componen una obra está más logrado. Ildefonso Rodríguez (León, 1952) tiene una larga carrera, con hitos como su poesía reunida, ‘Escondido y visible’, sus investigaciones narrativas sobre el mundo de los sueños, sus ensayos, su labor de saxofonista de jazz y música improvisada en distintos combos, etc. ‘Inestables, intermedios’, es su última entrega. Un libro misceláneo con un CD. El título ya indica una cierta extrañeza, primero un adjetivo, solo y, tras una coma, un nombre muy poco significativo. Uno no sabe qué se puede encontrar al abrirlo. Quizá una de sus pretensiones sea aguzar la confusión del lector /escuchante (¿esto
qué es?), algo que, por otro lado, está muy en su línea. Como le gustaba a Walter Benjamin, este libro es una miniatura, que hace virtud de su tamaño: «al ir buscando lo pequeño / el mundo se hace más redondo / buscas y ya no sabes dónde estás / avellanas en lo umbrío». El autor juega con varias barajas un juego seguramente complicado pero que nunca ha aparecido tan fácil como aquí. Está escrito desde un lugar peculiar, la «oficina del río», cercano a los orígenes vitales de Rodríguez. «La poesía se hace donde corre el agua», dice un proverbio celta citado en el libro. Pero además de poesía, el género por el que es más conocido, hay en ‘Inestables, intermedios’, ensayo, texto autobiográfico, música, fotografía… El CD se aleja de las pretensiones discográficas al uso. Son como las cintas del sótano de aquel cantante, un trabajo de taller, sin refinar, pero lleno de la fuerza de donde brota. «Tocar en lo
INESTABLES, INTERMEDIOS Ildefonso Rodríguez. Eolas, 2014. 18 euros.
abierto: pasos, hojarasca, ruidos, pájaros; una vida espectral, las notas fantasmas». En esta música se expresa algo que siempre aparece en los trabajos del artista, su capacidad de juego, sus ganas de pasarlo bien con lo que hace. «La música no quiere ser sólo documento, pero aspiraría a dar noción del entusiasmo, el arrebato con que se tocó, se sopló». Entre los títulos, varios neologismos, Tinoretango, Clarizaina. Indican su voluntad de aunar elementos tradicionales, dulzaina, tango, con las maneras y los instrumentos que él usa, clarinete... La música es algo consustancial al autor, y nunca había aparecido junto a su obra escrita, hasta ahora. Todo el libro se caracteriza por la naturalidad de lo hecho en casa, como las mejores mermeladas. Hay un disfrute que se quiere compartir. Ahí está otra característica habitual en el autor, el culto a la amistad. Aparecen sus tratos con otros artistas amigos, con sus conflictos y con la melancolía de la pérdida por los que desaparecen. A Ildefonso Rodríguez siempre le ha gustado mezclarlo todo, aborrece los cajones de los géneros, pero nunca lo había hecho con tanta libertad, con tanta frescura, como en este libro. A estas alturas de su obra, el autor se puede desnudar, mostrarse sin innecesarios ropajes, con la certidumbre de salir airoso del reto. Como dice un verso, «escribir como Nietzsche: sólo ola y juego».
Es premiable la historia de Laura a caballo entre Madrid y Alemania, entre esta década y los ochenta en el Este. También la forma en la que está contada, lineal entreverada con el misterio del flashback documental. Pero sobre todo es de agradecer la lucidez de Laura, la protagonista, que obedece a una mirada distinta de su autora, Elena Alonso, a la adolescencia, tanto en su condición de materia literaria como en la de público potencial. Ni noña, ni aletargada. Esa etapa de la vida, tan determinante en la inteligencia emocional como lo es la infancia en el carácter, no puede ser solo territorio de la estulticia. Y así lo demuestra esta novela juvenil ganadora de último Premio Alandar. Laura vive determinada por una dolencia de corazón
que la ha hecho consciente demasiado pronto de la frágil materialidad sobre la que se sustenta la vida. «Mi fortaleza, a diferencia de la de otros chicos y chicas de mi edad, no surge de anhelar lo que nunca llegaré a ser, sino de aceptar lo que soy», dice. Narrada en primera persona, Laura cuenta su peripecia vi-
LA EDAD DE LA ANESTESIA Elena Alonso Frayle. XIV Premio Alandar. Edelvives.190 páginas.
tal a a partir de la separación de sus padres y de la marcha con su madre a Alemania, donde hay un centro especializado en cardiopatías. Esa clínica está en un bosque, esos edificios ahora hospitalarios albergaron parte de la historia alemana más oscura. En ese mundo nuevo no está permitido el contacto con el exterior, no hay móviles ni conexión de Internet. Alg tan natural en el Davos de Mann (‘La montaña mágica’) resulta casi violento en la actualidad. Como tácita compensación, Laura descubre un montón de personajes que hacen de la estancia en una aventura. Ella y Jan serán intrépidos detectives que bucean en el pasado, en la historia ‘anestesiada’, tornándose en novela de suspense lo que en principio auguraba una tierna confesión. Elena Alonso combina la acción con la reflexión, a veces metaliteraria, de la joven que acaba por aprender a «reconocer como el rasgo distintivo de la edad adulta: la ausencia de certezas».
Un superhéroe tranquilo :: V. M. N. El paso tranquilo y un apabullante sentido común constituyen sus superpoderes. Solomán Dos es un niño, con gafas y vaqueros, que se codea con Superman o el Capitán Marvel como si fuera uno de ellos, pero, en realidad, solo le asiste su capacidad de observación y su astucia. El héroe de Ramón García, que nació en 1989, vuelve en esta segunda entrega con sus nuevas aventuras que le llevan hasta la sede de la ONU en Nueva York. La paloma de la paz, símbolo del trabajo que tiene encomendado Naciones Unidas, ha desaparecido, no está en su jaula de oro. La misión de los superhéroes será encontrarla. Solomán aborda el problema poniendo en duda el planteamiento: no le pasa nada, se ha ido voluntariamente y ¿por qué? La maña se impone a la fuerza. Razón aquí; es decir en la Asamblea General de la ONU donde Solomán tendrá una intervención magistral. El niño hace un discurso pacifista, con arreglos económicos para que esa sociedad ponga fin a la carrera armamentística y que la guerra deje de ser un negocio. Solomán, salvo estos arrebatos maduros, es un niño que vence la fuerza de sus contrincantes con ingenio, que confía en su cabe-
SOLOMÁN DOS Ramón García Domínguez. Ilustraciones de María Fernando Mantilla. Norma. A partir 7 años.
za más que en sus puños y que representa al héroe doméstico. Ahí radica su encanto. El Solomán de Ramón García está acompañado de las cálidas ilustraciones ‘modiglianescas’ de María Fernando Mantilla.
14 LA SOMBRA
Sábado 13.12.14 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
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n más de una ocasión he hablado en esta sección de cómo los hablantes de todas las lenguas toman de otras lenguas palabras o expresiones que no tienen en la suya para designar objetos y acciones que han incorporado a su forma de vida y a su manera de ver del mundo. Esto se conoce como extranjerismo o, dicho con un término más técnico, como préstamo léxico. Hay al menos dos formas de integrar en la lengua los préstamos: a) sin alteración de ningún tipo; y b) adaptándolos en mayor o menor grado a la estructura de la lengua receptora. En el primer caso se acepta el término extranjero con fidelidad a su forma original. En español lo normal es escribirlo en letra cursiva (también conocida como itálica o bastardilla). No soy sospechosa de estar en el lado de quienes ven los extranjerismos como peligrosos porque su uso supondría la desaparición de palabras y expresiones propias de nuestra lengua ni tampoco en el de quienes los ven como una avalancha invasora y van en contra de ellos. Por el contrario: siempre he destacado que no deben rechazarse sistemáticamente y que suponen un enriquecimiento léxico. Pero, claro, tampoco soy partidaria de su acogida indiscriminada, sobre todo si son superfluos. Por superfluos entiendo que no cumplen ninguna función, que no son necesarios, que sobran o, dicho más contundentemente, que están de más. ¿Y por qué están de más en la lengua? Pues sencillamente porque tienen equivalente en español, un equivalente no rebuscado sino usado habitualmente. Pondré como ejemplos algunos que tienen que ver con el ámbito de la moda y todo lo relacionado con ella (pasarelas, desfiles, personas que desfilan, sesiones fotográficas, etcétera). En español están asentados términos como ‘prêt-à-porter’ (listo para llevar o listo para usar) para referirse a la ropa que está confeccionada
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
EXTRANJERISMOS ABSOLUTAMENTE PRESCINDIBLES
Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es
en serie según unas medidas o tallas predeterminadas, que se acomodan a un gran número de personas. Este término, que designó primero las colecciones en serie de los grandes modistos, empezó a usarse a mediados del siglo pasado para referirse a la ropa ya hecha. Otro término que tuvo mucha vigencia la segunda mitad del siglo pasado fue ‘atelier’ (taller, espacio donde se realiza un trabajo manual) para referirse a un taller de creación de moda. Mucho más reciente y muy usado (tanto el término y como lo designado) es ‘outlet’ (tienda de ropa descatalogada). Los outlets llegaron a España hace poco más de una década y parece que vinieron para quedarse. En general designa una tienda en la que se venden productos de una o más marcas que están fuera de temporada o tienen alguna tara, por lo que son más baratos.
También hace referencia a un establecimiento comercial especializado en la venta de productos en stock. Ahora se usa bastante el adjetivo ‘casual’ aplicado a la ropa. La ropa ‘casual’ es la ropa informal, la que se utiliza en contextos que no rigen un código de vestimenta formal. Cuando una persona escoge ropa casual para vestirse, no sigue criterios rígidos de elegancia ni se preocupa por lograr un aspecto de seriedad. Pero también hay códigos de vestimenta casual, que implican el uso de piezas distintas. Aplicado tanto a la ropa como a objetos tenemos el adjetivo ‘vintage’ (etimológicamente, veinte años). Este término se ha utilizado para referirse a objetos, accesorios y prendas provenientes de los años veinte, aunque en la actualidad se usa para referirse a todos los objetos o modas retro. Hasta aquí, los términos asentados. Pero si ustedes leen las secciones dedicadas a la moda en revistas y periódicos, encontrarán que el vendedor o fabricante expone las novedades a los compradores en un ‘showroom’ (sala de exposición), que las ‘top models’ (supermodelos) desfilan en el ‘catwalk’ (pasarela), una especie de pasillo estrecho y algo elevado para que quienes exhiben las ropas puedas ser contemplados al pasar. Es un privilegio estar en el ‘front row’ (primera fila). Los ‘coolhunter’ (cazatendencias) deciden qué es lo más ‘fashion’ o lo ‘trendy’ (lo que está de moda, lo último, lo que sigue las tendencias de temporada) y también los ‘must have’ (los imprescindibles, lo que no debe faltar). En un ‘shooting’ (sesión fotográfica) los estilistas demuestran sus armas de seducción. Y antes de que los modelos salten sobre la pasarela, un fotógrafo hace la ‘first view’, es decir, que dispara una foto con el ‘look’ final, después de que le hayan hecho los retoques de peluquería, maquillaje y estilismo. En este ámbito, el de la moda, cuesta resistirse al empuje de los extranjerismos, que luchan por abrirse paso en la lengua, so pena de no ir a la moda.
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID
OLETVM VALLADOLID
CERVANTES SALAMANCA
MARGEN VALLADOLID
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
Ofrenda a la tormenta. Dolores Redondo (Destino)
Esperando al rey. Peridis (Espasa)
El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)
La sombra de otro. Luís García Jambrina (Ediciones B)
Cautivada por ti. Sylvia Day (Espasa)
El unico.... K. Applegate (Océano)
Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
La última noche... Mikel Santiago (Ediciones B)
El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)
Mala suerte. J. Kinney (Molino)
La pirámide inmortal. Javier Sierra (Planeta)
La llamada del norte. Claire Bouvier (Ediciones B)
Como la sombra que se va. Muñoz Molina (Seix Barral)
Las fases de la luna. A. Pereletegui (Punt Rojo)
La mujer del diplomático. San Sebastián (Plaza&Janés)
El secreto de la perla. Di Morrissey (Ediciones B)
El impostor. Cercas (Random)
El regreso del lobro. F. Rueda (Roca)
Demonios familiares. Luis Landero (Tusquets)
La sangre de los libros. Santiago Posteguillo (Planeta)
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
El capitán en el siglo XXI. T. Shpiketti. (Foro Cultura)
Setas de Valladlid. García Blanco (Varias Editoriales)
Las gafas de la felicidad. Rafael Santandreu (Grijalbo)
Hasta aquí puedo leer. M. G. Kemp (Plaza & Janés)
Apunta a las estrellas ... Leopoldo Fernández( Espasa)
¡Velay! Ayuntamiento de Valladolid. (Castilla)
El libro Troll. Rubius (Temas de hoy)
La vida lenta. Josep Pla (Destino)
Perros e hijos de perra. Reverte (Alfaguara)
Prepárate para triunfar. J. Ajram (Alienta)
Herr Pep. Martí Perarnau (Corner)
Los supervinos 2015. J. C. Martín (Libros del lince)
Yo fui a EGB 2. J. Ikaz; J. Díaz. (Plaza & Janés)
El éxito se paga. Concha Velasco (RBA)
La enzima prodigiosa 2. P. J. Ramírez (Aguilar)
Libro del desasosiego. Fernando Pessoa (Pre-Textos)
No estamos locos. El gran Wyoming (Planeta)
Guinness... Guinness (Planeta)
Ansiedad. Scott Stossel (Espasa)
Soba na soba... D. Bustamante (Fuente de la Fama)
SANDOVAL VALLADOLID
LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA
SEMURET ZAMORA
PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
El impostor. Cercas (Random)
Esperando al rey. Peridis (Espasa)
Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)
Como la sombra que se va. Muñoz Molina (Seix Barral)
El impostor. Cercas (Random)
Como la sombra que se va. Muñoz Molina (Seix Barral)
Adulterio. Paulo Coelho (Planeta)
Esperando al rey. Peridis (Espasa)
Ofrenda a la tormenta. Dolores Redondo (Destino)
Underground. Murakami (Tusquets)
Leal. Verónica Roth (Molino)
Libro del desasosiego. JPessoa (Pre-Textos)
Como la sombra que se va. Muñoz Molina (Seix Barral)
La sombra de otro. Jambrina (Ediciones B)
Pacto de lealtad. Gonzalo Giner (Planeta)
Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
Mi color favorito es verte. Pilar Eyre (Planeta)
Ofrenda a la tormenta. Dolores Redondo (Destino)
La pirámide inmortal. J. Sierra (Planeta)
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
Yo, León. Yo, Nerón. Valiño (Último Cero)
Mindfulness... Jon Kabat Zinn (Paidós
Yo fui a EGB 2. Ikazl (Plaza&Janés)
El Arte de no amargarse... R. Santandreu (Oniro)
El Capital en el Siglo XXI.Piketty (FCE)
Lunario 2015. Michel Gros (Artús Porta Manresa)
Perros e hijos de perra. Reverte (Alfaguara)
Isabel la católica... Tarticio de Azcona (La Esfera)
El cura y los mandarines. Morán (Akal)
Los perdedores... A.Ovejero (Biblioteca Nueva)
El cura y los mandarines. Morán (Akal)
Open. Memorias. Andre Agassi (Duomo)
Todos los nombres. Varios (ARMH)
El Capital en el Siglo XXI.Piketty (FCE)
La mitología... Pradera (CEP y C)
España y Cataluña. Henry Kamen (La Esfera)
Disputar la democracia. Iglesias (Akal)
El cura y los mandarines. Morán (Akal)
Disputar la democracia. Iglesias (Akal)
La enzima prodigiosa 2. P. J. Ramírez (Aguilar)
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Sábado 13.12.14 EL NORTE DE CASTILLA
QUINCE MINUTOS DE FAMA
Mila Gilardi Díez Valladolid Mi abuelo y mi padre hicieron el mundo mas bello con sus fotografías. Y hoy tengo que decir: ¡que el mundo cambie por favor!
ÁNGEL MARCOS
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l asalto al cielo es un capítulo fundacional de la mitología griega, y se trata de un tema que, como todo el mundo sabe, ha vuelto a vibrar en el aire arrastrado por Pablo Iglesias. En la mitología griega, las diferentes generaciones de dioses se ven obligadas a asaltar el cielo, como bien nos informa Hesíodo en su ‘Teogonía’. El primero en conquistar el Cielo fue el propio Cielo (Urano), valga la paradoja, que ayudado por su madre Gea (la Tierra) castró a su padre Cronos (el Tiempo), desde la vagina misma de Gea, ya que Cronos no le dejaba nacer. Y fue así como Urano pudo ser finalmente Urano y crear su propio reino celeste: el triángulo edípico mucho antes de que apareciera Edipo. Siguiendo los crueles pasos de su padre, Urano se convirtió a su vez en un padre asesino por no decir caníbal, hasta que Zeus lo destronó, una vez más ayudado por su madre, dando origen a una nueva dinastía, la de los dioses olímpicos, que son los que todos conocemos y cuyas estatuas todavía pueden verse en nuestros parques. De algún modo están aún entre nosotros, si bien reducidos a metáforas. Es sabido que Marx utilizó la expresión «asaltar el cielo» en una carta a Ludwig Kugelmann, refiriéndose a la comuna de París. ¿Marx sabía lo que
Sábado 13.12.14 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
decía? Juraría que no. Volvamos al origen primordial de la expresión: la conquista del cielo por las diferentes generaciones de dioses griegos. Ellos conquistaban ciertamente el cielo, pero ¿dónde ubicar el cielo entre nosotros? Todo indica que tendría que tratarse en todo caso de asaltar el infierno, para así poder salir de él, o para seguir en él pero de otra manera. Y es que, como ya dijera con exactitud científica uno de los hermanos Argensola, «ese cielo que todos vemos, ni es cielo ni es azul». El azul que mejor conocemos es el azul del infierno. Imaginemos a un político que se atreviera a emplear la expresión «asaltar el infierno», para referirse a la conquista del poder. Lo calificarían de orador expresionista y político dantesco, pero ¿faltaría totalmente a la verdad? En ese azul del infierno que nos envuelve todo el tiempo, hay una serie de diablos mayores que controlan el fuego. No están en el cielo, están en el infierno, si bien en el territorio más elevado. Asaltarlo no es fácil. «Nunca ha sido fácil asaltar el alcázar fundamental del infierno», me susurró una vez José Ángel Valente. Ignoro por qué razón me lo dijo: lo largó de repente, sin que viniera a cuento, dejándome sumido en el estupor. ¿Quizá Valente se estaba refiriendo al infierno colectivo al mis-
mo tiempo que al infierno personal? No lo puedo decir con seguridad, tampoco tengo la seguridad de que se expresara exactamente así: aquella noche habíamos bebido bastante. Sartre aseguraba que «el infierno son los otros», pasando por alto que la dialéctica de la vida oscila como un péndulo entre dos infiernos: el personal y el colectivo. Algo que ya vemos totalmente claro en la ‘Ilíada’, escrita unos dos mil novecientos años antes de que Sartre decidiera reducir el problema a la mitad con una sola frase lapidaria
El alcázar del poder no tiene nada que ver con el cielo, es más bien un infierno que sin embargo crea adicción
que le dio gran prestigio y fama internacional. Dicho lo cual, vuelvo a la pregunta que da origen a este artículo. ¿Realmente podemos creer que los que conquis-
tan el poder viven en el cielo? Quizá entre los dioses griegos la expresión tenía su razón de ser, pero no entre nosotros. Fue Canetti el que dejó muy claro, en su monumental ensayo ‘Masa y Poder’, que el hombre de poder vive en un infierno de paranoia incesante y que cae a menudo en el delirio interpretativo y en la manía persecutoria, como Orestes tras haber matado a su madre. El alcázar del poder no tiene nada que ver con el cielo, es más bien un infierno que sin embargo crea adicción, por eso son tantos los que se resisten a abandonar las mo-
radas de ese alcázar infernal que les hace envejecer y que los destroza por dentro y por fuera: basta con observar la cara de Obama para comprobar cómo se ha deteriorado desde que llegó a la Casa Blanca, y basta con observar la cara de Rajoy. El lector se preguntará por qué siendo el poder un ámbito tan infernal crea tanta adicción. Lo diré con brevedad: no solo es posible sentir afecto al cielo, también podemos sentir afecto al infierno y hasta padecer nostalgia si lo abandonamos. El género humano es así de extraño y perturbador.
¿Asaltar el cielo o el infierno? MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO
:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA