El ojo emocionado de André Kertész

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Sábado, 17.01.15 Número CLXXXVIII

El ojo emocionado de André Kertész La sala San Benito de Valladolid dedica una muestra al artista húngaro, intuitivo pionero de la fotografía moderna

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SOMBRA CIPRES LA

DEL

‘Bailarina burlesca’, de André Kertész.


2 LA SOMBRA

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DEL CIPRÉS

Viaje hacia «el punto final de la belleza»

Gaspar Moisés Gómez publica ‘Edén perdido y otros síntomas’, un libro escrito «en el límite de la divinidad»

CARLOS AGANZO

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L

‘Adam und Eva’ (fragmento), de Alberto Durero (1507).

a obra del poeta Gaspar Moisés Gómez (Serranillos, Ávila, 1927), publicada de manera irregular desde el año 1968, en el que apareció ‘Con ira y con amor’ (ganadora del I Premio Internacional Álamo de Salamanca), es ciertamente un prodigio de intensidad y constancia en un mismo mensaje dilatado en el tiempo: el diálogo entre el cuerpo y el alma con el pretexto del mundo exterior. En 2013, con 86 años, el poeta abulense, afincado en León desde hace largos años, sorprendió a no pocos con la publicación de ‘Cuerpos en desvarío’, poemario ganador del Premio Cálamo de poesía erótica, pero en realidad lo que sucedía no era sino una nueva y brillante emersión de la obra de un poeta que, hasta la fecha, presumía de tener en el cajón más libros inéditos que obras publicadas. Ahora ha vuelto a dar a la imprenta un nuevo volumen, ‘Edén perdido y otros síntomas’, donde vuelve a dejar constancia de ese lenguaje propio, cargado de fuerza y resonancias, que caracteriza la que sin duda es una de las obras más sólidas y ingulares de nuestra poesía actual. La manzana de Eva, en apariencia «sólo una fruta cogida del árbol», pero en realidad la metáfora mayor del ir y venir del hombre entre la realidad y el deseo, es la protagonista simbólica de este libro, donde el autor vuelve a aventurarse en el viaje por uno de sus asuntos predilectos: la búsqueda del «punto final de la belleza». Una indagación profunda, arrebatadora, que termina colocando al poeta, a cada uno de sus poemas, en el extremo de la realidad corporal, en lo que él mismo llama «los límites de la divinidad». Una agitación, un desvarío que, sin embargo, no viene li-

gado al ansia natural de la juventud, como podría suponerse si nos atenemos a la larga lista de poetas edénicos que pueblan nuestras letras, sino que se produce, de manera extraordinaria, en el momento del canto del cisne. «Este momento de exaltación vale / por una vida declinada en pálidos / escombros», dice el cantor, expulsado del paraíso y convertido al fin en un Adán «que corre a su vejez» y busca la plenitud del instante «con obsesiva avaricia». Sobre el «quejido del huerto», sobre el crujido de sus «pobrecitos huesos», como escribe en otra obra suya para definir su cuerpo, el poeta se entrega al ejercicio de agotar el ser, de extinguirlo plenamente en la belleza. Qué gran lección de esperanza y testimonio de la poesía. Qué gran ejemplo, además, en un escritor que se considera fundamentalmente pesimista, pero en cuya obra laten siempre la vida y la belleza con pulsión conmovedora.

EDÉN PERDIDO Y OTROS SÍNTOMAS Gaspar Moisés Gómez. Eolas Ediciones. León, 2014. 82 páginas.

Como en los clásicos, como en Horacio, en Juan de la Cruz o en el Cantar de los Cantares, el amor humano y la intuición divina acuden en auxilio del poeta en su empeño por recuperar el Edén, por volver a vivir en la seducción eterna de la belleza; pero también los elementos de la Naturaleza. «Desde el mosquito / al elefante, del trébol al abeto», la sinfonía de la creación pone la música de fondo a este poemario de «corazón vegetal», poblado de pájaros, árboles, frutas silvestres y paisajes interiores y exteriores, instalado en un edén particular en el que conviven Eva y Adán con Plutón y con Narciso, con la música de los violines y las formas y los colores de la obra de Giorgio de Chirico. Un ejercicio de deleite etéreo, bienaventurado, nacido paradójicamente desde el sufrimiento del cuerpo, desde los límites de la propia condición humana, desde el saber «que estamos donde Dios / nos deja en cada alba / ateridos; / en el hábito pobre / de la palabra livianamente envueltos». «Sólo será verdad / lo que se anuda con la mano única / de la metáfora del universo. / O por más señas: no sabemos nada. / Comprenderlo nos aniquilará», dice Gaspar Moisés Gómez en uno de los poemas de este libro penetrante y apasionado. Situado en el límite, justo en el instante antes de perderlo todo, de ser devorado por la serpiente del paraíso, sin duda en el poeta sigue siendo más fuerte el anhelo que el miedo al aniquilamiento y la destrucción. Lo que en Juan de la Cruz fue palpitación en la noche oscura o en Juan Ramón concomitancia entre la vida y la la muerte («Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando»), en Gaspar Moisés Gómez el tránsito se convierte en temblor; temblor universal: «Sólo eso quisiera dejaros / cuando, después de muerto, me leáis / y cante yo en el dominio de la muerte». Plenitud del canto incluso en el ocaso. Precisamente en el ocaso. Qué magnífica lección.


UNA MIRADA PIONERA

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‘Placa rota’, París 1924. :: FOTOGRAFÍAS DE ANDRÉ KERTÉSZ, CORTESÍA DE LA FUNDACIÓN MUNICIPAL DE CULTURA

H André Kertész,

fiel a sus emociones La Sala San Benito de Valladolid acoge un completo recorrido por la obra del fotógrafo húngaro, pionero, autodidacta y radicalmente original

e descubierto que para mí las mejores fotografías son las que me dejan con más preguntas que respuestas». La frase es de André Kertész, uno de los fotógrafos más importantes que dio el siglo XX y un artista cuya intuición le hizo ser pionero en el nacimiento de la fotografía moderna. Aplicada la sentencia a su propia obra, podemos empezar a vislumbrar alguna de sus claves. Las fotografías de André Kertész no son solo aquello que el ojo atento, el ojo entrenado, puede ver. Van más allá, también plantean muchas preguntas en el espectador. Kertész protagoniza la primera inauguración del año en la sala San Benito de Valladolid, que tendrá lugar el próximo miércoles. La muestra, titulada ‘André Kertész. El doble de una vida’ viene con el aval del prestigioso centro parisino Jeu de Paume y supone un completo recorrido por la

ANGÉLICA TANARRO

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obra del fotógrafo nacido en Budapest en 1894 y fallecido en Nueva York en 1985. La obra de este artista autodidacta que participó de la eclosión de los movimientos de vanguardia del siglo XX, como el surrealismo o el constructivismo, no cabe sin embargo en los cánones de ninguno de ellos aunque pueda relacionarse con la mayoría. Mantuvo siempre su exquisita individualidad, su radical modo de mirar ligado a sus propias emociones, algo que jamás negó. Quizá la única manera de acercarse a su obra con afán de establecer etapas sea bio-

gráfica, atendiendo a los lugares a los que le llevó la vida. En este sentido la muestra que ofrece San Benito no puede ser más completa ya que abarca desde las primeras fotografías realizadas en su Hungría natal hasta imágenes tomadas en el mismo año de su muerte en Nueva York. Incluye, por ejemplo, ‘Joven adormecido’, fechada en Budapest en 1912, su primera fotografía conocida. Una imagen que ya apunta el estilo que será la firma Kertész en el futuro. Como las que hizo en el frente una vez movilizado en las filas del Imperio Austro Húngaro durante la Primera Guerra Mundial. Son estas fotografías las que apuntan al fotógrafo que será, el que nunca pretendió documentar sino interpretar. Para él, la fotografía era eso: una manera de interpretar lo que sentía en un momento dado. «Mi fotografía es realmente un diario visual –dijo– es lo más parecido a un instru-

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UNA MIRADA PIONERA

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mento que sirve para expresar y describir mi vida, de la misma manera que los poetas o los escritores describen sus experiencias vitales. Es una manera de proyectar las cosas que vivo». Terminada la guerra, la vida le lleva a París. En 1925 se instala en Montparnasse y entra en los círculos de los principales artistas del momento como Mondrian (alguna de las famosas fotos que hizo en su estudio también están presentes en la muestra), Chagall, Foujita o Colette. Llegan sus primeras exposiciones y s us primeros éxitos. Publica junto a fotógrafos tan destacados como Germaine Krull, Man Ray, Frnçois Kollar o Brassaï (a quien Kertész había introducido en el mundo de la fotografía). En París realiza alguna de sus obras maestras como la serie ‘Distorsiones’ en la que dos de sus modelos posan ante espejos deformantes cuyo reflejo fotografía, con un resultado que le vale comparaciones con la obra de Picasso o Jean Arp. Quizá el germen de esta serie esté en ‘Nadador bajo el agua’, de 1917, que también ha viajado a Valladolid para la exposición. Más difícil es su relación con los Estados Unidos, adonde llega en 1936, cuando ya era un fotógrafo reconocido y un hombre pegado a una Leica (su relación comenzó en 1928 y también fue pionero en el uso de la mítica cámara). Kertész se instala en Nueva York con un contrato para la mayor agencia foto-

De izquierda a derecha y de arriba a abajo, ‘El Pont des Arts desde el reloj del Instituto de Francia’. París, 1929-1932. ‘Las gafas y la pipa de Mondrian’, 1926. ‘Autorretrato con amigos’, París, 1926 y ‘Nadador bajo el agua’, Hungría 1917. :: FOTOGRAFÍAS DE ANDRÉ KERTÉSZ

Uno de los grandes artistas del siglo XX

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estas alturas hay un amplio acuerdo respecto a la obra de André Kertész, que lo sitúa como un fotógrafo que fue más allá de los límites de la técnica y convirtió su oficio en arte. La fotografía nació para permitirnos ver mejor lo mismo que ya vemos directamente con nuestros ojos, y para conservarlo. Hay toda una tradición de fotografía realista que cree en la realidad, y que la ensalza, la realza, la subraya y hace más visible su carácter de cosa real. Pero a lo largo de su evolución, mientras el realismo fotográfico avanzaba por un camino muy interesante que conduce al fotoperiodismo, a la foto de denuncia, poco a poco hubo también otros fotógrafos que emplearon la estilización que inevitablemente produce la cámara para explorar una enorme diversidad de caminos. Y por esa vía la

fotografía comenzó no tanto a reproducir como a construir el mundo. Se convirtió, así, en arte. André Kertész caminó durante su afortunadamente larga vida por ambas grandes avenidas y ha sido uno de los principales exploradores de las posibilidades de la fotografía a lo largo del siglo XX. Primero destacó su trabajo como fotógrafo de calle en Budapest, donde muy pronto abandonó el realismo para interesarse por la fotografía capaz de narrar cuentos fantásticos en una instantánea, de explorar con la imagen plana la profundidad de la vida humana. Con apenas treinta y un años abandonó Hungría y se instaló en París, una ciudad que él miró con ojos nuevos y cuyos fuertes contrastes de luces y sombras quedaron reflejados en una obra que arranca de lo aparentemente documental para avanzar ha-

ENRIQUE MURILLO

Editor y escritor, actualmente dirige el sello Los libros del lince

cia esa otra clase de fotografía que trata de construir el mundo, de revelarlo (por usar una palabra muy de la fotografía predigital). En plena madurez artística tuvo que huir de los nazis e irse a una ciudad donde no era, literalmente, nadie. Y André Kertész tuvo que pasar años de penuria hasta hacerse un nombre y ganarse de verdad la vida. Vale la pena ir a ver la antológica de su obra que se ex-

pone en Valladolid porque André Kertész es capaz de utilizar la fotografía para escribir poemas, para contar historias, para ayudarnos a entender y a mirar este mundo trágico en el que habitamos, y lo hace con una potencia y una singularidad muy notables. Cuando pienso en Kertész, el fotógrafo, veo de inmediato la niebla gris y espesa, y, en medio de esa niebla, apenas la sospecha de alguna entidad que tal vez la habita. La niebla es real, palpable casi, pero todo lo demás no son más que fantasmas. Si la fotografía suele utilizar la indudabilidad del objeto o el cuerpo retratados como argumento supremo de su misma existencia, Kertész nos sorprende dándole la vuelta al argumento y utilizando la cámara para insinuar sombras, para emborronar los perfiles normalmente nítidos de las cosas hasta arrebatarles su cosidad misma.

Fue Juan Manuel Bonet, el poeta y director en tiempos del Reina Sofía, quien llamó mi atención sobre la obra de este artista de la cámara a finales de los años ochenta. Sus colegas adoraban al húngaro. Y reconocieron generosamente la importancia del trabajo de Kertész. Henri Cartier-Bresson dijo que «inventemos lo que inventemos, Kertész siempre fue el primero», mientras que Brassai explicó que «Kertész contaba con dos cualidades esenciales para un buen fotógrafo: una curiosidad insaciable por el mundo, por la gente y por la vida, y un sentido preciso de la forma». André Kertész logró crear lo que él llamaba «el verdadero lenguaje fotográfico» en el cual había unos pocos elementos predominantes: por un lado las sombras (proporcionadas por la niebla en ciertas épocas, y por el uso muy

duro del blanco y negro en momentos posteriores); por otro, los reflejos, como el de esa imagen invertida de la inmensa mole del Empire State Building reflejada en un pequeño charco de la calzada. La búsqueda de la verdadera realidad que la realidad ‘fotográfica’ esconde era su obsesión. Soy hombre de libros, de manera que no puedo por menos que destacar una serie no tan conocida, la titulada ‘Acerca de la lectura’, que recoge retratos de personas leyendo. Pero me encantan también esas escenas urbanas en las que, en mitad de la noche, o bajo un cielo muy encapotado, la cámara descubre a un ser solitario convertido en una sombra que a su vez proyecta otra sombra. Y ahí Kertész alcanza su mayor grandeza porque nos muestra la figura patética del hombre urbano, el hombre más solitario de toda la historia.


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gráfica del momento: Keystone. Pero la relación apenas dura un año. Sus fotografías se publican en las principales revistas y en 1945 el Art Institute of Chicago le dedica una exposición. Con todo, se considera incomprendido por lo que en 1962 pone fin a su carrera profesional. Curiosamente, un año después y tras el hallazgo de sus negativos del periodo húngaro y francés que se consideraban perdidos y tras la presentación de su obra en la Biblioteca Nacional Francesa, comienza su reconocimiento internacional. En 1964 su obra se expone en el MoMA de Nueva York y a partir de este momento se suceden los homenajes y las exposiciones de Tokio a Helsinki. En los cincuenta abandona progresivamente la calle para fotografiar desde la ventana de su apartamento con vistas a Washington Square. También empieza a fotografíar en color, aunque desde planteamientos formales muy sencillos. Y aún tuvo tiempo de familiarizarse con la Polaroid. Fue en 1977 y a raíz del vacío que le produjo la muerte de Elizabeth, su segunda esposa. El resultado fue un libro de homenaje a ella titulado ‘From my window’.

Hablaban demasiado Sí. Sus obras también provocan más preguntas que respuestas. Puede que ahí residiera parte del desencuentro con algunas editoriales americanas en un momento en que el fotoperiodismo (aunque también se le cita como pionero del género, sus planteamientos eran diferentes) primaba por encima de otras vías. La editorial Life, por ejemplo, llegó a decir que sus fotos «hablaban demasiado». Hablan sí. Sus ‘Distorsiones’, por ejemplo, nos hablan del artista que fue. De hecho, el resultado no tiene nada que ver con otros experimentos de espejos deformantes. Como toda obra de arte produce un suspenso temporal en el que mira. Kertész no abandonó jamás la profundidad e intensidad con que abordaba su trabajo, que acercaba los resultados más a la poesía que al reportaje. Si acaso, el género periodístico que más podría acercársele sería la crónica. Su trabajo fue una crónica vital regida por la emoción. Y esta se caracteriza por la libertad. Unida a la calidad, rompe todas las barreras.

‘Sombras’, 1933.

André Kertész no abandonó jamás la intensidad y profundidad con que abordaba su trabajo


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DEL CIPRÉS «Nada de lo humano me es ajeno». :: J.R-VELASCO

Humanidades E

l núcleo educativo de mi universidad está constituido por los estudios humanísticos. Nuestros estudiantes, por supuesto, eligen y cursan licenciaturas especializadas en ciencias naturales, ciencias sociales o humanidades; se gradúan con diplomas en Económicas, Historia, Culturas Latinoamericanas e Ibéricas, Antropología, Ciencias Políticas, Matemáticas, Biología, Química, o cualquier otra materia. Al tiempo, toman también una

serie de cursos obligatorios que responden a la vieja tradición de las artes liberales. Cuando se les pregunta, los exalumnos de mi universidad se sienten identificados, sobre todo, con ese conjunto de clases comunes. Es el tiempo pasado en esas aulas el que, según creen, da sentido a los otros títulos por los que han estado estudiando día y noche durante su estancia aquí. Es frecuente que nuestros estudiantes se despidan de nosotros con dos licenciaturas o más, o con una combina-

ción de una o más licenciaturas y una o más diplomaturas. También es frecuente que esa combinación lleve una parte más técnica, tecnológica o científica juntamente con otra más humanística o relacionada con las ciencias sociales. Ken, por ejemplo, nos estrechó la mano mientras en la otra agarraba sus licenciaturas en Neurociencias y en Culturas Latinoamericanas e Ibéricas. Los estudiantes son incansables. Su dinamismo hace que jamás podamos parar

quietos y que estemos constantemente discutiendo las disciplinas y áreas de estudio. Constantemente creamos nuevos contenidos, practicamos la enseñanza en equipos interdisciplinares, experimentamos en las aulas con tecnologías nuevas. Los programas en ‘medicina narrativa’, ‘psicoanálisis y literatura comparada’, ‘derecho y cultura’, o los programas del Instituto para el Estudio del Cerebro y de la Mente son muestras institucionales de este movimiento. Las inicia-

tivas interdepartamentales o personales están también a la orden del día. Por ejemplo, el año pasado, el antropólogo Claudio Lomnitz y yo dimos un curso de licenciatura juntos titulado ‘Sobre la amistad’, que concebimos como un seminario de investigación en el que partíamos de un corpus de filosofía moral para llegar a preguntarnos por el sentido del concepto y usos empresariales y corporativos de la amistad en las redes sociales. Otras innovaciones tienen que ver con el hecho de que nuestro campus sea la ciudad de Nueva York, así que es igualmente frecuente que salgamos de las aulas y nos lancemos a bibliotecas, museos, eventos artísticos, cine, o, simplemente, exploremos el plano urbano de la isla fluvial. Para alguien como yo, que se formó en la rígida y rancia disciplina de la filología, todos estos años aquí son un continuo y feliz sobresalto. Nada de eso me impide, claro, seguir siendo el filólogo y medievalista que soy, al contrario. Hace unos pocos meses, el Presidente Lee Bollinger, jurista especializado en la primera enmienda, es decir en la libertad de expresión, nombró una nueva decana, Sharon Marcus. Sharon es profesora del departamento de Inglés, y una gran especialista en el período victoriano. Sus libros han sido traducidos a todas las lenguas, incluido el español. Marcus tomó las riendas del decanato con energía, con objeto de hacerse una pregunta bastante difícil, a saber qué son las humanidades en la actualidad y cuál es el reto, la provocación que estas plantean a los asuntos más candentes del mundo actual como la comunicación, la globalización, las cuestiones más urgentes de raza, género, los problemas de sostenibilidad del mundo, las crisis económicas. Durante el primer semestre de su mandato, y presididos por ella, los directores de los departamentos celebramos innumerables reuniones para desarrollar un «plan estratégico» apoyado en tres pilares para la definición de unas humanidades públicas, globales y en sintonía con las revoluciones tecnológicas de la era digital. Si en lugar de los 5.000 caracteres de que dispongo para esta página insular dispusiera de 5.000 páginas, no podría dar cuenta de la relevancia de estas reuniones y de los debates que tuvimos, orales y por escrito.

ISLA FLUVIAL JESÚS RODRÍGUEZVELASCO

Para alguien como yo que se formó en la rígida disciplina de la filología, estos años aquí son un continuo y feliz sobresalto Durante un semestre los profesores debatimos cómo responder a la pregunta de cuáles son los retos que plantean las humanidades al mundo actual Anoche, unos pocos de nosotros fuimos a cenar a la residencia del presidente Bollinger y durante cuatro horas, en torno a una mesa, discutimos las distintas conclusiones a las que habíamos ido llegando, con las que el presidente podría después dar impulso a las humanidades en el ámbito universitario en general. Algunas de esta conclusiones forman parte del código genético de los estudios universitarios: ninguna disciplina puede, autónomamente, dar cuenta de problemas de extraordinaria complejidad. La economía no puede, por sí misma, explicar lo sucedido en la crisis de 2008; las ciencias naturales no permiten entrar dentro de todos los rincones de los problemas ecológicos o de sostenibilidad: ni las ciencias políticas ni el derecho se bastan a ellas mismas para entender la brutalidad policial ni las decisiones posteriores en los grandes jurados de Ferguson o Staten Island. En una ocasión hace muchos siglos, cierto esclavo africano, también autor teatral, hizo decir a un personaje sesentón en una de sus obras, «hombre soy, nada de lo humano me es ajeno.» Jesús Rodríguez- Velasco es profesor de la Columbia University de New York.


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«...Solo la luna mirándose en el agua le regaló una visión resplandeciente». :: HALL ANDERSON

Nada Q

ué extraño este momento en el que aquel hombre comenzaba a sentirse en un mundo de perdición. Conservaba últimamente el miedo a estar en la nada. A nadie se lo dijo porque todos los que estaban a su alcance se encontraban donde pisaban. Donde miraban y veían. Escuchaban y pa-

saba el viento, o el sosiego, o la maravilla de su música preferida. Había soñado que el mundo se le había quedado apagado, sin el meno reflejo del tardecer. Sólo la luna mirándose en el agua le regaló una visión resplandeciente, descolgando desde lo alto hasta cada cúmulo, nimio o grande, de agua; y aquel charco iba hacia el mar.

Él en la vida nunca había sido mar, si apenas unos botones de claridad en un charco. No era nada eso –se dijo–. Y alguien fue apareciendo por casualidad a explicarle que la luz, por pequeña que fuese, iluminaba y descubría algo de oscuridad. Única forma de abrir con cautela. Hasta un cigarro encendido abría un punto vivo en la noche entera. O lo imprevisto de un cristal en el reflejo fielmente. Habló Balzac sobre la casualidad: «Era la casualidad el mejor novelista del mundo». Cervantes se expresa y deja palpitando otras apariencias y realidades. Y la ilusión y la desilusión. ¿Y a dónde estaban yendo? A decir o aproximarse qué

DONDE HABITO ELENA SANTIAGO

Y quizá pronto extinta

mueve al mejor novelista. Nuevamente el resplandor y la oscuridad. Puede la oscuridad llenar una realidad. Fortuito fue mundo o estar en un destello, aun diminuto reanimando la comenzar en este hombre frente a la nada, sentado en estos folios para juzgar su angustia y para resolver al menos aquel temor a un tropiezo. Ha salido a la calle y pretendió, por segundos, irse y recoger un universo para hacer las mismas preguntas cada vez. Un personaje contaba el bien y el mal, y en medio silencio, música o paisaje. En la actualidad escribe un libro cualquiera, hasta el sufrimiento de lo mal escrito. Paga cara la curiosidad quien lo lea.

Nos lo dice don Quijote. Él, desde sus tristes apariencias, vive una realidad inequívoca para quien ve y oye. Abraza dos palabras: magia y razonamiento. Digamos prodigioso. El hombre que comenzó esta comunicación de la nada pudo finalmente confluir con el azar, más la emoción de la sensibilidad escondida. Ah, lo dijo este hombre: Yo soy el escondido, si algún día aparezco puedo tener una novela de 500 páginas. El amor y la palabra son intensos. La muerte y el vacío. El mar (en algunas de las 500 páginas), inmensidad de luz o sombra. El hombre se estremece levemente: «Mi novela se titula: Nada» murmura.

LOS TRIGALES AZULES

Además, tanto el soporte emisor como el receptor no surgen en la nada, de la nada. La época influye, y cómo, en la palabra que brota. Y en esta época veloz, atolondrada, que, presa del positivismo más ramplón, sólo cree en el aquí y ahora, en el usar y tirar, qué otra palabra podemos hallar que la palabra vertiginosa cuyo celeridad no deja huella; que nace y muere en un pispás sin que nadie recuerde que haya nacido. Palabra que se diría malamente traducida y tarada cuya tara qué importa si tú ya me entiendes, ¿verdad? Y como es época arrogante, es palabra doctrinaria, pretenciosa. Me refiero, repito, a la palabra literaria, aunque quizá lo literario, hablando del panorama de hogaño, carezca de mayor prestigio. Tal como la sublime y trascendental belleza.

ROBERTO RODRÍGUEZ

P

odría la palabra estar herida de muerte ante nuestros propios ojos? Aludo, claro está, a la palabra emancipada de todo utilitarismo; la que, más allá de ser vehículo de experiencias, fantasías y profundas lucubraciones, es elemento de una extraordinaria e irrepetible fórmula conmovedora. La palabra que derriba gastadas acepciones. La palabra insólita. Fascinante. Misteriosa. La palabra poética, sí, pero también la palabra que encuaderna nuevamente viejos almana-

ques que no recordábamos su existencia; que nombra con prodigiosa exactitud lo que era, hasta entonces, inefable. Algunos letraheridos afirman que lo mismo da que da lo mismo, que un texto no modifica su significado así esté escrito en un papel o en una pantalla de cristal líquido. No estoy de acuerdo. ¿Quién, en su sano juicio, sostendría que, en condiciones de idéntica acústica, es indiferente que la Tosca de la Ópera Estatal de Viena sea representada en un pabellón deportivo que en la Scalla mila-

nesa? Igualmente la palabra tiene su escenario, el libro, que afecta a la lectura. El gramaje del papel y su color; su tacto y el aroma que desprende. El tipo y el tamaño de los caracteres. Qué decir si se trata de una primera edición o una de bolsillo. No es lo mismo leer a Santa Teresa de Jesús, a Moratín o a Gabriel Miró en páginas con lunarcitos de óxido que en un glacial e impersonal e-book. Por supuesto que no. Esto en lo que concierne a la palabra leída. En lo que atañe a la palabra volcada, la del

autor, a la hora de evaluar su alcance, debemos atender a la herramienta con la que la extrajo de su magín. Su tempo la define. Ilustrémoslo. De la estilográfica lenta y cadenciosa del escritor inclasificable, del modesto bolígrafo robado por el poeta trasgresor y de la Olivetti maltrecha del prolífico novelista vienen al mundo palabras que únicamente pueden surgir de ellas. Cada uno de estos instrumentos posee, en su interior, su propio metrónomo emotivo. Los escritores deben elegir cuál es el

idóneo para sus respectivas creaciones, y hoy, en su mayoría, se inclinan por el procesador de textos, en el que parece latir un metrónomo computerizado que gesta palabras tan pulcramente maquetadas como anodinamente sintéticas.


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i siquiera píos deseos al empezar 2015. Como mucho, que me quede como estoy. En vez de los empalagosos vals marca Strauss o los saltos de los Cuatro Trampolines, como cuando deambulaba pastoso por casa con unas resacas de nochevieja que me abotargaban de todas, ahora estreno el año en el pueblo, al amorcillo de la lumbre, con una lectura oriental, que siempre sosiega y enaltece. Esta vez se trata de ‘Haikus en el corredor de la muerte’ (Hiperión), antología de textos, con jugosos comentarios, escritos por condenados y traducidos por Elena Gallego (a la que llamé erróneamente, en otro artículo, Teresa Gallego, mil perdones) y Seiko Ota. El prefacio reverencial del crítico y filósofo Tsurumi Shunsuke alude a la consideración que le merecen quienes se aprestan a dilucidar la naturaleza y el sentido de las pulsiones contrarias de la vida y la muerte en el camino, sólo de ida, hacia el patíbulo o el cadalso, circunstancia que permite reflexionar sobre nuestra efímera condición y sobre las entretelas del pensamiento que deriva de la sumisión ante la niveladora. Luego, los jaikus se organizan por temas, en torno a la soledad, la culpa, el arraigo –estremecedores los dedicados a las madres–, la vida y el despedirse de ella. Abrumado por poquedades, pequeñeces y reveses íntimos de escasa entidad, se queda uno pasmado ante el cuajo de quienes al borde del más allá tienen el valor de fijar su testamento vital en el conciso molde de la estrofa nipona por antonomasia. Ya a principios de siglo la extinta DVD editó un amplio florilegio de ‘poemas japoneses a la muerte’. Allí había palabras de despedida de amantes o samuráis, aquí son de presos contemporáneos condenados a la pena capital, de una serenidad inaudita, propia de una cultura muy diferente a la occidental, que puede llegar a lo imperturbable en este trance: «Ejecución mañana;/igualo las uñas cortándolas,/noche primaveral». La verdad es que en un jaiku cabe todo, pienso en los senryûs de la ‘Tertulia del haiku’, poemas leídos y saboreados con un café en la Tertulia Almudín de Valencia, con prólogo, para esta reunión de atentos, de Antonio Cabrera. Entre los ‘Haikus sin loto’, uno de Carles Santaemilia: «Si quieres próspero/año nuevo, no cantes/villancicos». O su ‘Tanka infartada’: «A la coyunda/última se entregó/en cuerpo y asma./Dictaminó el forense:/sobredosis de viagra». Nada más salir de casa, tal vez por el contacto del viento vivificador, mis recuerdos mejoran. Hace poco leí, en una carta de Stefan Zweig, con Joseph

Roth como destinatario, una sentencia de Romain Rolland que se me quedó grabada: «Los hombres conocen y, aun así, aman». Adelante, pues, a pesar de los pesares, cómo tira el aire, no hay manera de evitarlo. Ahí es nada, Roth y Zweig, dos fuerzas netas de la escritura. Acantilado ha publicado en el volumen ‘Ser amigo mío es funesto’ su correspondencia, decisiva para entender el destino de su Europa, también de la actual, cuyos valores, no sólo literarios, ambos barruntaban que iban a derrumbarse. En su primera respuesta al santo bebedor ya advierte el autor de ‘El mundo de ayer’, libro no menos emblemático en torno a este asunto, sobre «la monotonización, la mezcolanza, la acomodación y la uniformidad» de nuestro continente. Basta enchufar hoy la tele para comprobarlo. Debajo del castro he espantado cuatro corzos que andaban por una fuentecilla y se han ido elegantemente, brincando a veces, camino del monte. Cojo un poco de resuello al abrigaño de una mata de acebos. Reparo en que Roth, uno de los primeros malditos, hombre de conducta rebelde y desordenada que retratara espléndidamente su amigo Soma Morgenstern, muestra siempre un respeto absoluto, aunque a menudo se muestre pedigüeño, hasta impertinente, poniendo a prueba la paciencia infinita de su interlocutor, por el distinguido Zweig, escritor del establishment. De hecho es quien establece el contacto epistolar y el que envía la mayor parte de las misivas –muchas de Zweig se perdieron–, que ya conocíamos por su epistolario completo traducido por Gil Bera, como corresponde a un discípulo, sin duda aventajado. Parecido a ahora, que se ha perdido cualquier forma de admiración, de deferencia incluso. Caen algarazos de mala leche, algunos cuajan pero al momento la ligera capa se regala. El murmullo leve del viento y el silencio hondo de la nieve en la noche incitaron a Henry David Thoreau a salir al campo a primera mañana, caminata de la que da razón en ‘Un paseo invernal’, libro con el que Errata Naturae llega a los cien títulos aunando calidad literaria, descubrimiento de autores desconocidos por estos lares, textos harto originales y provechosos y factura formal impecable, circunstancia de la que nos congratulamos sobremanera, máxime en estos tiempos tan críticos para el gremio. En medio de una quietud sobrecogedora –como ésta que siento ahora, ladera arriba, ni un hombre, seguro, a muchos kilómetros a la redonda, ni siquiera pájaros cantando, bajo un silencio absoluto, que es «la

Un paseo de invierno En buena compañía para afrontar el año

UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO


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memoria primordial», parafraseando aValente-–Thoreau emprende a buen paso su marcha. El crujido de la nieve igualadora y jubilosa al pisarla, que es la niñez; las ramas desnudas, pespunteadas de blanco; el aire afilado y límpido, como este cierzo criminal, y el frío punzante que espabilan y calientan las orejas; los rastros de los zorros, los ratones o las nutrias; el cielo echado sobre la tierra…Una bocanada pura, en suma, de naturaleza primigenia. Qué maravilla, como si lo hubiese acompañado, serenos en la nevada, que luego desaparece y al cabo vuelve a cuajar, por los alrededores de Concord o de su cabaña junto al lago. El volumen se completa con un opúsculo sobre el arte de caminar porque sí, sin rumbo fijo, que ya comentamos en estas páginas hace mucho tiempo, si bien en la edición de Olañeta no se titulaba ‘Caminar’

Un arce solitario en un parque de Votice, ciudad cercana a Praga. :: PETR JOSEK-REUTERS

sino ‘Pasear’, dentro de un librito que completaba, justamente al revés que en éste, ‘Un paseo de invierno’. Ahora, en traducción de Marcos Nava que suena, como la que hizo de ‘Walden’ para la misma editorial, estupendamente, se nos presenta una buena ocasión para volver a la defensa de lo salvaje y libre, del paseante tenaz y aventurero que se sacude la ciudad y se abandona a sus sentidos. Pero, con frecuencia «nuestras expediciones se limitan a dar un paseo, y al caer la noche regresamos junto al viejo calor de la lumbre desde el que habíamos partido». Así retrata al pusilánime caminante moderno. Y eso es justamente lo que acabo de hacer. Regreso al fuego de la chimenea, donde me espera también ‘Jade puro’, de la precoz y virtuosa poetisa china, dama de alta alcurnia, florecilla de ciruelo frágil y ebria, a más de sensual, de la dinastía Song, Li Qingzhao, vertida al español hace cuatro años para Ediciones de Oriente y el Mediterráneo por Pilar González España y que ahora presenta en nuestro idioma Hiperión, que continúa con su larga, ejemplar, benemérita cruzada a favor de la imprescindible poesía oriental: no hace mucho ha editado igualmente la novela en verso vietnamita ‘La historia de Kiêù’ de Nguy’n Du y hace tiempo el hermosísimo ‘Cantos de amor y de ausencia’, antología de poemas Ci de la fecunda dinastía Tang y de la Song, donde por vez primera leí un puñado de poemas de L.Qingzhao. Son poemas para ser cantados, desbordantes de vitalismo y sensibilidad, pese a su tinte melancólico. Como en las cantigas de amigo o en las jarchas el tema predominante es la soledad provocada por la ausencia del amado. Y éste, como los demás sentimientos, se expresa con suma delicadeza, de manera indirecta, a partir de detalles cotidianos, en apariencia anecdóticos. Es una poesía muy decantada, en cuanto prescinde de lo conceptual y de cualquier atisbo de reflexión. Según avanza su colección de poemas conservados –unos sesenta y sólo de la parte lírica de entretenimiento, ni uno de sus poemas ‘serios’; la obra entera, según las crónicas de la época, constaría de trece volúmenes, seis de poesía y siete de ensayo, además de pinturas y caligrafías desaparecidas por completo– cada vez se aleja más de la locuacidad y del comercio, que diría Thoreau, de los chismes cortesanos y de la vida social, se encona en el deseo de retirarse del trato con el mundo y aumenta la tristeza a medida que se cierne sobre ella la amenaza de los bárbaros y el frío de la vejez.

Echo el último tuero de carrasca a la lumbre. Al cabo todos estamos condenados a muerte, me acuerdo de uno de los jaikus escritos, con qué entereza, justo antes de la ejecución de su autor, en el que el silencio pregunta por la vida; releo algún poema de ‘Jade puro’, esta especie de cancionero sentimental escrito con el elegante, primoroso distanciamiento de la tercera persona, de una levedad engañosa. Son una lección en el arte de la sugerencia, de la belleza presentida y lograda. Miguel Salas, cotraductor de garantía por ser poeta de contrastada calidad y bien que se nota tanto en el léxico como en el ritmo pautado por el heptasílabo y el endecasílabo, los califica como «lúcidos, profundos, sutiles, llenos de humor a veces, apasionados incluso en la desesperación». Entre el tener y el desear, lo reunido y lo disperso, ¿qué más puede decirse?

HAIKUS EN EL CORREDOR DE LA MUERTE Elena Gallego & Seiko Ota, Hiperión, 144 pp., 14 euros.

UN PASEO INVERNAL Henry David Thoreau, Errata Naturae, 128 pp., 14,90 euros.

SER AMIGO MÍO ES FUNESTO Joseph Roth & Stefan Zweig, Acantilado, 432 pp., 25 euros.

JADE PURO Li Qingzhao, Hiperión, 176 pp., 16 euros


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Sábado 17.01.15 EL NORTE DE CASTILLA

DEL CIPRÉS

CEREZAS EN EL ESCONDITE TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

El artista en el supermercado E

O sea, que el artista tiene que salir a veces de sus cuadros para ir, pongamos, al supermercado «Ando investigando sobre eso, sobre la luz que arroja la sombra»

spera, que ya salimos juntos. El pintor tenía que ir al supermercado, comprar para hacer la comida. Habíamos terminado de conversar y, eso, salimos a la vez de su taller. ¡Así que el pintor cocina y come a sus horas, como el resto del mundo! Yo había supuesto que comía luz; que allá adentro se alimentaba de colores, tal como ocurría con su conversación, siempre en torno a la pintura. Pero parece que no. El pintor es Mezquita. José María Mezquita. Hay que decir aquí que en principio no fue para mí un pintor; era un amigo de mi hermano en los años sesenta, un vecino más, el hijo de aquella viuda menuda y enlutada que cuidaba la pequeña mercería de la calle Feria, el estudiante que abandonó a todo gas la universidad y dibujaba aviones en los márgenes suculentos de libros sin alma (mi hermano Narciso, el amigo suyo, así me lo contó alguna vez). Y ahora se va a meter en un supermercado… O sea, que el artista zamorano tiene que salir a veces de sus cuadros, como si fuera una criatura más, dejarlos solos y regresar cuanto antes del exterior –un supermercado, pongamos– al orden pavoroso y eficaz de su taller. La vida cotidiana de los artistas… ¿cómo se las arreglarán? A veces he metido la nariz en eso. Pepín Bello decía que el joven Dalí no sabía hacer absolutamente nada que no fuese pintar; era un inepto para cualquier asunto menudo, pagar en la taquilla del cine o comprar tabaco; también se sabe de la impericia de Gimferrer para cualquier tarea práctica de la vida diaria. Y prefiero no dar la nómina de la turba de escritores que no saben conducir, y de la que yo formo parte, porque ahí agotaría este artículo. Lo cierto es que, de siempre, me ha llamado la atención ese hiato que hay en los artistas entre su mundo apartadizo y suficiente y la vida común, la vida de todos, que parece que no va con ellos pero que a la fuerza está ahí, a un palmo de sus figuraciones, ronroneando, y de pronto, zas, salta y se los lleva a la fuerza a recados inverosímiles. Todos los años hago leer a

«Ya no hay aquellas tiendas...». :: CUADRO DE J. MARÍA MEZQUITA mis pequeños alumnos ese poema de José Agustín Goytisolo (‘Sobre los grandes hombres’) en el que se van poniendo defectos a los conspicuos –Diógenes, Aristóteles, Carlomagno, Marx, Victor Hugo, Einstein–, se les saca de la fila ilustre y se les pone a nuestro nivel. El epítome con que el poema culmina lo resume todo en dos versos: «Muchos niños dejarían de odiar así a los grandes hombres / al advertir sus rasgos y costumbres de gente muy normal». De eso se trata. Luego volveré a Mezquita pero ahora querría hablar de Jesús Hilario Tundidor, de lo que me ocurrió hace muchos años, yo un chaval que estaba en la universidad, que pretendía hacerle una entrevis-

ta para alguna publicación de osadía juvenil, seguro que era así. Y él me hablaba con pasión de la sustancia de la poesía, me enseñaba una carta –me parece– de Jorge Guillén, me mostraba libros decisivos de su biblioteca. Aquella generosidad de Tundidor para conmigo… Pero, de pronto, un practicante. Está aquí el practicante, Jesús (se lo dijo Chari, asomada), y el poeta lo deja todo y tiembla un poco –«no hace falta que te vayas, chico»– mientras aquel hombre preparaba el ritual. Y el olor íntimo a alcohol, el fuego azul, el émbolo, el golpecito con los dedos, vamos allá, le dice el chamán, y Jesús enseñando el calzón –o sea, que ese día supe que los poetas gastaban calzoncillos– y, zas,

el gesto contraído, ni poesía ni Guillén, ni los versos de Aldana que me había clavado uno por uno hacía un momento. Ahora le clavaban a él aquello. Justo allí. Y termina la función (el algodón refrescando el morcillo carnal) y, hala, vuelta a empezar: la poesía, Guillén, Aldana… Pero Tundidor me guiña: «No te confundas nunca: somos también esto». No lo he olvidado, maestro. Ahora vuelvo a Mezquita. También es algo así. Había ido a su taller con Benjamín de Pedro, otro artista del color. Antes de entrar hay que llamar a una puerta estrecha y tomada por garabatos callejeros que el pintor no quita, ni se le ocurre. Unos pasos y ya ni rastro del exterior allí aden-

tro. Hay muebles ceñudos de baja severidad; y hay sillones desparejados; y en la repisa de la biblioteca hay una balanza tremenda, una balanza muy alta y de latón dorado, «de la tienda de ultramarinos que había aquí antes», nos dice el pintor. Y ya estamos sumergidos en ese mundo abisal suyo de raíces y trastiendas, tras retirar sin miramiento papeles apilados para poder sentarnos; cambiando el desorden de lugar, embarullando de otro modo las cosas para seguir cercados por ellas, eso desde luego. Es así ahora. El pintor hace sitio, despeja asientos y, plaf, caemos por fin como quien cae en un cepo, escalfados ya Benjamín y yo en asientos demasiado bajos, a punto de empollar, algo así, sí, y entonces, con la naturalidad de quien no concibe que pueda haber otra cosa más real nos empieza a hablar de la luz, del color, de su mundo. ¿Sería posible hablar con él de otra cosa? Lo es. Yo he hablado con él ahí mismo, en esa penumbra de olor a sacarina, de las zozobras de un país, su pulso roto, del drama de Palestina, del encarecimiento indecente de la vida. Pero enseguida lo conduzco a lo suyo. Los interiores de esa casa en la que está pintando y su serie de fábricas harineras y «No has vuelto a pintar tiendas, Mezquita». «Ya no hay tiendas; ya no hay aquellas tiendas», responde con esa media sonrisa detenida que casi le devuelve a la calle fresca de su juventud. Llegado un momento, me asomo al reloj. «Me tengo que ir a comer». Y él, entonces, ha pronunciado esa palabra estrambótica: «supermercado». Benjamín se va. Y nosotros –«te acompaño un rato por aquí»– vamos juntos Santa Clara arriba. Lo miran con silencioso respeto, casi con prevención, quienes lo reconocen. No es un hombre mundano. Apenas sale de su atmósfera. Y eso no lo aprueban los mediocres (Julio Caro Baroja recordaba, hablando de su tío, la antipatía que producen siempre los solitarios y los independientes). Da igual porque él no se entera. Y vamos hablando entre el ruido de las calles. Ahora el asunto es el prodigio de la sombra (le he visto el libro de Tanizaki en sitio preferente de su biblioteca). «Ando investigando sobre eso, sobre la luz que arroja la sombra. No sé cómo lo ves tú. Tenemos que hablar de ello», me dice. Y vuelve a sonreír lentamente, con grave picardía. «Tenemos pendiente, entonces, una conversación en la sombra», le propongo de buen humor. «Exactamente». Eso me dice antes de dejarlo ahí, indefenso, a punto de ingresar en el orden espeluznante del supermercado.


LECTURAS

Sábado 17.01.15 EL NORTE DE CASTILLA

Puente en Tamariz de Campos. Camino de Santiago. :: GABRIEL VILLAMIL

Noticias desde Nod Carlos Aganzo utiliza los mitos narrados en el ‘Génesis’ trufándolos con la experiencia de su propia identidad en su último poemario LUIS ALBERTO DE CUENCA

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diciones Garriga auspició, allá por los años 60 del siglo pasado, la aparición en Barcelona de una monumental ‘Enciclopedia de la Biblia’ en seis volúmenes, dirigida por los biblistas Alejandro Díez Macho y Sebastián Bartina y redactada

por más de trescientos colaboradores, la flor y nata entonces de los estudios bíblicos en todo el mundo. Veamos lo que aduce a propósito de Nod, ese mítico lugar invocado por Carlos Aganzo en un estupendo libro de versos que obtuvo hace unos meses el XVII Premio Ciudad de Salamanca. «Nod –leemos en la página 538 del tomo V de dicha Enciclopedia, en una entrada breve firmada por Buenaventura M.ª Ubach– [es un] país desconocido, situado al este del edén, adon-

de Caín fue a vivir, después de cometer el fratricidio [Génesis 4:16]. El nombre, según los comentaristas, se relaciona con el verbo nud, ‘vagar’, que precisamente ha sido aplicado en forma de participio (hebreo nad) en un texto anterior por el mismo Caín [Génesis 1:14]. No es posible identificar el lugar. Algunos intérpretes creen que el nombre es simbólico, por lo cual no designa un país conocido antiguamente; otros, que se trata de una glosa. San Jerónimo convirtió el nombre propio

en adjetivo (profugus).» Prófugo de sus raíces familiares, instalado en ninguna parte, Caín intenta en esa fabulosa región de Nod reconstruir las conexiones espirituales que el asesinato de su hermano ha desconectado en su ánimo. Ese es el cúmulo de impresiones y sensaciones que recoge Aganzo en su libro, concebido y escrito en un país de Nod particular desde donde uno es capaz de analizar los registros de la existencia propia con la lejanía suficiente para objetivarlos

y convertirlos en agentes de reedificación personal por medio del amor, ese motor sentimental que, según Dante al final de su Paradiso, hace que giren el sol y las demás estrellas. Bella metáfora de una situación desesperada, el recurso a ese país inexistente donde Caín hizo examen de conciencia, sin poder sustraerse nunca al ojo acusador de Yavé, que lo acecha, implacable, hasta la tumba (como puede leerse en la preciosa versión de la leyenda que nos ofrece Víctor Hugo en el capítulo dedicado a Caín de su ‘Légende des siècles’: «L’oeil était dans la tombe et regardait Caïn»). Sin ir tan lejos, Carlos Aganzo identifica poéticamente el estado de ánimo del personaje bíblico con el suyo propio, y de esa identificación surge el poemario ‘En la región de Nod’, dotado de una impecable unidad estructural compuesta por un poema inicial, veintiséis poemas centrales y un poema final. Un poema final que retoma con fuerza el escenario bíblico, como puede comprobarse en los siguientes versos: «Fuego en el corazón / y la encomienda / de Jabel: tañer cítaras y flautas, / y de Tubalcaín: hacer la forja / de instrumentos cortantes, / ya para el labrantío, / ya para el holocausto de la guerra.» La civilización y la cultura humanas han ido forjándose a partir de los mitos primordiales, de los que los narrados en el Génesis son ejemplos sobresalientes en nuestro ámbito mental judeocristiano y configuran nuestra Weltanschauung. Aganzo los utiliza con sabiduría, en la medida exacta en que debe hacerlo, trufándolos con la experiencia de su propia intimidad, con las pérdidas dolorosas que van jalonando su existencia, con la desesperanza que lo

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EN LA REGIÓN DE NOD Carlos Aganzo, Madrid, Reino de Cordelia, 88 páginas, 8,95 euros.

asedia, con la culpa que lo atormenta, con la persistente memoria que alimenta sus pesadillas, para desembocar en una síntesis de perdón y de luz que tiene que ver con ese Ewigweibliche que conduce hacia arriba a Fausto en la obra homónima de Goethe, con la Diosa Blanca de Graves, con las Venus auriñacienses y magdalenienses que reinaban en el cielo antes de la revolución patriarcal, con el amor de la mujer, en suma, cifra y síntesis de salvación, último cabo al que aferrarse cuando el naufragio es inevitable (y ello sucede con frecuencia, porque la vida no es más que una lastimosa sucesión de naufragios). Además de ese amor que mueve el universo, el poeta disfruta del consuelo del arte, en su caso plasmado en el lenguaje connotativo, que es el de la poesía. Un lenguaje que, como el de los pájaros, se asocia desde sus orígenes con la música, con el ritmo, con la medida exacta y precisa de cada verso. Carlos Aganzo es un excelente versificador. Sin ser isosilábica, su poesía alterna heptasílabos con endecasílabos a lo largo de todo el libro, y lo hace con la ligereza, elegancia y solvencia que le son características. Todo ello convierte estas noticias poéticas desde el país de Nod en un memorable objeto de deseo.


12 LA SOMBRA

DEL CIPRÉS

LECTURAS

Sábado 17.01.15 EL NORTE DE CASTILLA

Regreso a Lillebonne La autora indaga en el contexto sociológico de conflictos de familia que han marcado su existencia

MOISÉS MORI

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nnie Ernaux (Lillebonne, 1940) es una escritora bien conocida en su país, seguida por un número importante de lectores, por la crítica especializada; sin embargo, aunque sus principales obras se han traducido y publicado aquí regularmente, permanece entre nosotros como un nombre oscuro, poco definido, en el panorama actual de la literatura francesa. La trayectoria de Ernaux coge fuerza y adquiere un carácter distintivo a partir de ‘El lugar’ (1983) y ‘Una mujer’ (1987), dos libros centrados en las coordenadas familiares y sociales de sus padres (obreros de la Alta Normandía que abrirían una tiendabar en Lillebonne y luego en Yvetot, la población donde Annie Ernaux va a crecer); dos textos escuetos y fríos, casi etnográficos, en los que en definitiva ella misma, la escritora que ya había alcanzado en esas fechas otro estatus, aparece como un producto de ese medio y su a vez –no sin culpa– como una emi-

grante de clase. Así pues, la narrativa de Ernaux no se caracteriza por idear relatos imaginarios, un mundo de ficción, sino por dar cuenta de su entorno, de las circunstancias que han marcado su existencia; se trata, por tanto, de una obra de raigambre autobiográfica o, como la autora dice, de una autosociobiografía, pues Ernaux siempre ha manifestado la voluntad de superar lo estrictamente personal, de que el análisis de esas particularidades individuales represente una muestra sociológica, un ejemplo de las fuerzas que determinan la vida en un medio concreto. Así, al reunir recientemente el conjunto de su obra, lo ha hecho bajo el título general de ‘Escribir la vida’ (2011); y aclara: «Escribir la vida, no mi vida». No obstante, el lector no ignora que la elaboración de una obra biográfica, por objetiva que se presente o aspire a serlo, encierra siempre una buena parte de elaboración retórica, de construcción imaginaria. Es precisamente a eso, a esa realidad, a lo que llamamos literatura. Ante los textos de Ernaux, este tipo de consideraciones, que no son propiamente reservas sino ampliación de la mirada, también actúan necesariamente, y en particu-

Annie Ernaux firma ejemplares de uno de sus libros. :: EL NORTE lar cuando la autora se ha inclinado hacia intimidades amorosas (’Pura pasión’, ‘La ocupación’), por más que, aun ahí, se exprese asimismo ese empeño de superar lo individual. En ‘La otra hija’ (L’autre fille, 2011) regresamos de nuevo al principio: Lillebonne, la tienda, el nido familiar. La escritora continúa en esa misma tarea de indagación en la historia social de su vida. Y aborda ahora, en forma de carta dirigida a su hermana Ginette (fallecida en 1938, cuando era una niña de seis años), lo que esa hermana y su temprana muerte han representado para sus padres, para ella misma, que vendría al mundo dos años después a suplir ese vacío, el doloroso hueco dejado por su hermana. Solo con indicar ciertos detalles de aquella desgracia, de esa vida malograda, quedan esbozados en este breve libro, y en el acostumbrado estilo

directo y crudo de Ernaux, algunos extremos (enfermedades contagiosas, hábitos domésticos, ausencia de vacunas) que nos recuerdan cuáles eran (en el centro de Europa, años 30-40 del pasado siglo) las condiciones de vida en un medio popular. Pero la muerte de la primera hija constituye ante todo un oscuro sustrato sobre el que se ha construido –o al menos así lo ve hoy la autora– un complejo entramado de silencios y afectos entre ella (hija úni-

LA OTRA HIJA Annie Ernaux, Traducción e introducción de Francisca Romeral Rosel. KRK Ediciones, Oviedo, 2014.

ca) y sus padres. Pues solo cuando ya había cumplido diez años, y de modo casual, llegó Annie Ernaux a tener noticia de la otra hija. Este es el nudo del relato: la pequeña (ya en Yvetot) oye un día que su madre le está hablando de su hermana a una clienta, refiere su enfermedad (difteria) y rápida muerte (murió como una pequeña santa), el dolor que supuso para ellos (mi marido se volvió loco), cómo han preferido no decirle nada a esa (Annie está jugando en la puerta de la tienda)…, señala finalmente su madre mientras se enjuga las lágrimas: Era más buena que esa. Y la escritora precisa: «Esa, soy yo». Esta revelación desplaza violentamente a la niña del lugar inexpugnable que hasta entonces ocupaba, que al menos creía ocupar en el corazón de sus padres; la pequeña descubre que hasta su propia existencia es prescindible, un efecto secundario, un

Un siglo de historia danesa :: SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERRERO-STRACHAN

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ías señalados’ es la primera novela que se traduce en España de Jens Smærup Sørensen (Himmerland, Dinamarca, 1946). Sørensen es un escritor desconocido en España y famoso en Dinamarca, autor de novelas, poemas, obras de teatro y ensayos, que ha recibido el Premio de la Crítica, el Premio de los Libreros y ha sido finalista del Premio del

Consejo Nórdico por la novela que traemos aquí hoy. Días señalados es un intento de narrar la historia danesa a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Para ello Sørensen crea dos familias, la Godiksen y la Lundbæk, en quienes centrar el paso del tiempo. No es una novela al modo de Los Budenbrook, aunque esté ahí su presencia, ni tampoco como algunas otras que trataron la Primera o la Segunda Guerra, y sus respectivas vísperas.

El tiempo narrativo va saltando de manera caprichosa entre el presente (2003) el pasado (1934) y sus tiempos intermedias, sobre todo los años 60. Así pretende Sørensen, y logra en buena medida, dar cuenta de los cambios que Dinamarca fue sufriendo en esas décadas. No hay un narrador que parezca guiar la historia e imponer su criterio, antes bien, el lector cree encontrarse solo ante la historia o las historias: la de unos adultos que ven cómo cam-

bia su mundo, la de unos jóvenes que sienten la necesidad de marchar de su país porque intuyen que fuera de él existe un mundo más excitante. Así Sørensen se fija en días señalados de cada familia, da la voz y la acción a algunos personajes destacados y así el lector ve pasar delante de sí casi un siglo de historia danesa imbricada en la europea. El resultado es una variación interesante de un tipo de novela que tuvo gran fortuna en el

DÍAS SEÑALADOS Jens Smæerup Sørensen. Madrid: Nocturna, 2014. 470 págs. 19 €

siglo XX y que Sørensen ha querido seguir pero sin copiarla miméticamente. La vida de unos cuantos individuos tomada de forma aislada, con un solo nexo que es la unión en

azar propiciado por aquella desgracia. El objeto originario del amor es la otra: primera y buena. El recuerdo de Ginette, esta carta a la hermana, le permite a Annie Ernaux analizar justamente cómo esa decepción, el sentimiento de engaño y exclusión afectiva, ha repercutido en su actitud vital, en la escritura. Y así la comparación hecha por la madre (más buena), ese mortificante juicio, parece haber abierto a la niña de Yvetot la dirección contraria, la de la «maldad». Más buena. Y aquella niña puede asimismo escribirle hoy a Ginette: «Entre mi madre y yo, dos palabras. Se las he hecho pagar caras. He escrito contra ella. Para ella. En lugar de ella, obrera orgullosa y humillada». Regresar ahora a Lillebonne (la casa, las camas, las fotos, la hermana muerta) es regresar al origen del mundo, el amor materno, el cordón de la escritura.

los días importantes. Así percibimos la vida y así trata el novelista de contárnosla, reflejando esa atomización y la debilidad de los lazos sociales, que se centran en la familia. Es curioso que en la posguerra hubiera intentos serios de crear vínculos sociales –el Estado del Bienestar es, quizás, su mejor ejemplo– cuando el resultado final ha sido, por el contrario, un aumento del individualismo y de la fuerza de la familia como representante de esos lazos afectivos irracionales que definen tan bien al nacionalismo. El sueño del internacionalismo ha caído en barrena y ‘Días señalados’ es testigo de ello.


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Sábado 17.01.15 EL NORTE DE CASTILLA

Magnífico Miguel Ángel Gayford retrata al artista en una biografía que incide en lo que no se había dicho o recalcado

LUIS ANTONIO DE VILLENA

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scribir una biografía del gran Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) es, a estas alturas, muy difícil si se pretende alguna novedad. Y después de este amplio tomo del crítico británico Gayford la tarea se vuelve, si cabe, más cuesta arriba. Bien es cierto que el estudio de las obras y la interpretación psicológica sobre Buonarroti aún pueden deparar sorpresas (dependiendo mucho del talento y cultura de quien escriba) pero aunque las biografías toquen ambas cosas son distantes como tales biografías al puro ensayo que sería la otra y más novedosa actividad… En este sentido surge una pregunta inmediata, si el tomo de Gayford es más bio-

grafía que ensayo, ¿en dónde reside su novedad, qué cosas añade? Si nos atenemos a las líneas generales del longevo Miguel Ángel (murió con 89 años y con viviente estatus de genio) lo esencial sólo se repite o se matiza. Pero hay una muy notable novedad en Gayford y es el cuidado con que asedia y relata los detalles, lo que no se había dicho o recalcado: Miguel Ángel –era bien sabido– en sus largos últimos años romanos, vivía en una casa desastrada en la calle Macel de’ Corvi y se quejaba de pobre. Al maduro y al viejo Miguel Ángel le gustaban las costumbres sencillas y austeras, pero cuando murió en Roma y a escondidas lo llevaron a enterrar a Florencia, su ciudad natal (en realidad había nacido en Caprese, un pueblo muy cercano) descubrieron que era rico, en dinero y en casas. Verdad que nunca cesó de trabajar y a menudo en proyectos enormes, pero va-

Autorretrato de Miguel Ángel. :: DANILO PIVATO-EFE

rios de ellos fracasaron, pese a las obras estupendas que atestiguan lo que pudo ser y no fue. La tumba del papa Julio II no tiene nada que ver con el soberbio proyecto miguelangelesco, pero sólo el ‘Moisés’ espléndido la salvaría. La cúpula de San Pedro –proyectada por Miguel Ángel– no la vio acabada. Y todo el conjunto de la basílica sufrió modificaciones (tras la muerte del toscano) que este no imaginó. Tacaño con algunos familiares o conocidos –a los que quizá no tenía en alta estima– Miguel Ángel fue sin embargo generoso con algunos jóvenes hermosos y de mala vida que, a menudo, estuvieron a su lado como Febo di Poggio (al que dedicó dos sonetos) o su ayudante Pietro Urbano. No hay duda sobre la homosexualidad de Buonarroti ni sobre su final período espiritualista (junto a Vittoria Colonna) muy cerca de lo que se ha llamado «la Reforma católica»

MIGUEL ÁNGEL, UNA VIDA ÉPICA Martin Gayford, Trad. Federico Corriente. Taurus, Madrid, 2014. 704 págs.

–no lejos del erasmismo– y que no tardó en prohibirse. La pared llena de desnudos del ‘Juicio Final’ escandalizó a un papa gazmoño, pero nada se tocó (luego llegó Volterra, ‘li braghetone’) hasta la muerte del genio. Pues al final Miguel Ángel era –merecidamente– un genio vivo. Ya enfermo tenía insomnio y prefería estar de pie que tumbado. Con 89 años en la calle y bajo la lluvia el florentino Calcagni encontró al viejo desesperado, casi muriéndose… Rica en múltiples detalles, esta amplia biografía vuelve a subrayar que Miguel Ángel fue un titán. Datos ya no, análisis, explicaciones.

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

La caja filosofal (o abre, piensa, mira...)

Andanzas teatrales de un Quijote Azul y benaventino

:: SUSANA GÓMEZ No es un libro convencional. Tampoco un juego al uso, o más bien un juego muy serio (que no aburrido, ni severo, ni mucho menos rígido), si por serio entendemos lo que es inherente a lo humano y sus construcciones. Bajo la tapa de ‘Mundo cruel’, extendido sobre el tapete de catorce tarjetas con ilustraciones y un centenar de preguntas sin respuesta (ya lo dijo Aristóteles, la duda es el principio de la sabiduría), un espacio para mirar, pensar y hablar se abre a cuestiones en torno a la crueldad. Esta es la temática (tan infantil, tan adulta, tan humana) que Wonder Ponder (Preguntar y reflexionar, para entendernos más y mejor) ha elegido para inaugurar una colección a caballo entre el hecho lector y el encuentro lúdico, y que bajo el marchamo de ‘Filosofía visual para niños’ tiene como objetivo propiciar el análisis y el debate. Repensar la realidad, dialogar sobre ella y alejar-

MUNDO CRUEL Ellen Duthie y Daniela Martagón. Editorial: Traje de Lobo. 14 tarjetas y cien preguntas. 17, 92 euros. Edad recomendada: a partir de 8 años

se de todo pensamiento único son algunas metas que las preguntas de esta caja filosofal persigue (¿cómo explicarías a los dueños extraterrestres del zoo que es cruel tener a un niño humano en una jaula?, ¿los niños que solo miran son también crueles?, ¿qué es más cruel,

comerse a un animal que ha vivido una vida feliz o a un animal que ha vivido una vida dura?...). La apuesta: dar luz verde a una multiplicidad de ópticas y perspectivas, y a que los lectores/jugadores planeen sobre la filosofía y sus cosas con la facilidad de un divertimen-

to reflexionado. Es así como, más allá de todo maniqueísmo y univocidad adoctrinadora (tan cara a las pedagogías de la cultura de la respuesta correcta) los niños, las niñas y aquellos adultos dispuestos a no darlo todo por sentado, encontrarán el punto de partida (la llegada corre de su cuenta) para reflexionar al estilo de Platón: mirar, preguntar(se), dudar y dialogar... Todo ello por no hablar de propuestas lúdicas donde la empatía, el pensamiento divergente y un sano cuestionamiento juegan sus dados azarosos.

El príncipe de Benavente (Azul, como no podía ser menos) todo lo había aprendido en los libros... Pero era preciso que conociera mundo, y que se lanzara a esa aventura de vivir donde no hay brujas ni gigantes ni encantamientos. El rey y la reina lo envían junto al preceptor y Tonino, una suerte de Sancho Panza de principios del XX que acompaña sus andanzas, a un viaje iniciático por los escenarios de aquel Teatro de niños que creara Don Jacinto. Porque el Príncipe es una suerte de Don Quijote que, en lugar de libros de caballerías, ha leído hasta la saciedad cuentos de princesas y dragones, y que al más puro estilo del viaje del héroe (el tesoro es aquí la sabiduría) habrá de descubrir que no siempre las hadas son hermosas (a veces tienen forma de pobre vieja), que la hija más pequeña de las tres no es siempre la más gentil (sino la peor criada) y que existen ogros que no comen niños pero tragan pueblos y tierras y sólo dejan atrás hambre y miseria. Actual, divertida y llena de guiños y

EL PRÍNCIPE QUE TODO LO APRENDIÓ EN LOS LIBROS Jacinto Benavente (ilustraciones de Zuzanna Celej). Editorial Juventud. 80 páginas. 9 euros. Edad recomendada: a partir de 7 años.

reflexiones acerca del imaginario compartido, esta pieza que reeditara no hace mucho la Editorial Juventud subvierte algunos de los mitos de la literatura infantil, en una suerte de malabarismo quijotesco en el que el Príncipe acabará por poner sus pies en el suelo sin dejar de creer en los sueños y las fábulas. Mientras tanto, el preceptor se aferrará a las Ciencias con el tesón de un positivista radical, y la obra nos recordará el destacado lugar que Benavente ocupa en la literatura contemporánea.


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DEL CIPRÉS

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ay en español un tipo de construcciones tan particular como frecuente caracterizado por la presencia del verbo ‘ser’, una oración de relativo sin antecedente expreso y un segmento intensificador o enfático. Me refiero concretamente a ejemplos del tipo ‘En Valladolid es donde vivo’, ‘Con cariño es como hay que tratar a los niños’, ‘El sábado es cuando celebramos los cumpleaños’ o ‘De política es de lo que estuvimos hablando toda la tarde’. Entre los gramáticos no hay acuerdo sobre cómo denominarlas (aunque sí parece que hay unanimidad en considerarlas como un tipo especial de construcciones atributivas) y se las conoce con el nombre de estructuras ecuacionales, estructuras hendidas o estructuras pseudohendidas. Quienes se han ocupado del tema coinciden en considerarlas como estructuras de énfasis en las que pone de relieve una unidad lingüística determinada. En los ejemplos anteriores, el lugar (en Valladolid), el modo (con cariño), el momento temporal (el sábado) y el objeto (de política). Sostener que son estructuras enfáticas implica que en la lengua hay estructuras no enfatizadas (‘Vivo en Valladolid’, ‘Hay que tratar a los niños con cariño’, ‘Celebramos los cumpleaños el sábado’, ‘Estuvimos toda la tarde hablando de política’). Estos enunciados podrían dividirse en tres partes: a) el segmento enfatizado (en Valladolid, con cariño, el sábado, de política); b) el verbo ‘ser’, portador de los morfemas verbales, que funciona como mero enlace entre las dos partes; y c) la oración de relativo, encabezada por el relativo correspondiente al elemento enfatizado (‘donde’, ‘cuando’ y ‘como’ si se enfatiza un lugar, un momento temporal o el modo o manera de hacer algo; ‘quien’ si lo enfatizado tiene un referente personal; y ‘que’ precedido de ‘lo’ si el énfasis tiene que ver con el objeto de la acción.

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

CONSTRUCCIONES ECUACIONALES

Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es

Existen tres procedimientos de enfatización: en el primero, el segmento enfatizado aparece en primer lugar (como en los ejemplos de los que he partido); en el segundo, el verbo ‘ser’ encabeza el enunciado, seguido del segmento enfatizado (‘Es en Valladolid donde vivo’; ‘Es con cariño como hay que tratar a los niños’, etcétera); en el tercero, el segmento enfatizado aparece en último lugar, como cierre del enunciado (‘Donde vivo es en Valladolid’, ‘Como hay que tratar a los niños es con cariño’). No podría precisar cuál de los tres es más frecuente, pero me interesa detenerme en los dos primeros porque son el origen de estructuras en las que la última parte aparece modificada en dos direcciones: sustitución del relativo correspondiente al segmento que se pone de relieve por la forma ‘que’ y ausencia de preposición en el caso de que la hubiera. Me refiero a ejemplos del tipo ‘Es de su hijo

mayor que se siente más orgullosa’, ‘Así es que se divierten los jóvenes’, ‘Desde el jueves es que no lo veo’, ‘Cien euros es que estoy dispuesto a gastar’, ‘Es con los resultados de los exámenes de sus hijos que está descontenta’ o ‘Fue por ir a más velocidad de la permitida que lo pusieron una multa’. Ejemplos que a buen seguro les ‘chirrían’ a muchos de ustedes. Estas construcciones se conocen con el nombre de construcciones de ‘que’ galicado, y no son otra cosa que estructuras copulativas enfáticas formadas por el verbo ‘ser’, un elemento destacado Hay frases que se antepone al verbo y una oración caracterizadas encabezada por ‘que’. por el verbo ‘ser’ De ellas la ‘Nueva graque se las conoce mática de la lengua española’ (§40.12a) como estructuras dice que «están preecuacionales, sentes en todas las hendidas o áreas del español, aunque son especialpseudohendidas mente frecuentes en el de América» y no alude en ningún momento a su consideración como incorrectas, aunque más adelante añade: «aparecen –como formas correctas generalizadas– en francés, italiano, catalán y portugués, entre las lenguas románicas, y en inglés, alemán, danés o noruego, entre las germánicas». Los manuales y libros de estilo recomiendan evitarlas. A mí este caso me parece un ejemplo típico de desencuentro entre los usos y las normas. Desde una consideración no eurocéntrica de la lengua, donde hablantes del español europeo dicen ‘Es en la adversidad donde (o cuando) se conoce realmente a los amigos’, hablantes hispanoamericanos dirán ‘Es en la adversidad que se conoce realmente a los amigos’.

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Ofrenda a la tormenta. Dolores Redondo (Destino)

Esperando al rey. Peridis (Espasa)

El impostor. Cercas (Random)

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El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)

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Como la sombra que se va. Muñoz Molina (Seix Barral)

La música del silencio. Patrick Rothfuss (Plaza & Janés)

Mi color favorito es verte. Pilar Eyret (Planeta)

El balcón en invierno. Landero (Tusquets)

El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)

Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

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Memento Mori. C. Pérez Gellida (Suma)

Ofrenda a la tormenta. Dolores Redondo (Destino)

El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)

La música del silencio. Patrick Rothfuss (Plaza Janés)

Todas las criaturas... J. Heriot (Del Viento)

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Yo fui a EGB 2. Ikazl (Plaza&Janés)

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El éxito se paga. Concha Velasco (RBA)

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Perros e hijos de perra. Reverte (Alfaguara)

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Los consejos de hermano mayor. P. G. Aguado (Planeta)

De animales y dioses. Yuval Harari (Debate)

Yo fui a EGB 2. J. Ikaz; J. Díaz. (Plaza & Janés)

La Fuente del Jajajá. J. M. Nieto (Junta de CyL)

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Hijos de los 80. Aleix Salo (Debolsillos)

Las gafas de la felicidad . R. Santandreu (Grijalbo)

En familia... K. Arguiñano (Planeta)

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Diccionario de la lengua ... RAE (Espasa Calpe)

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Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

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Esperando al rey. Peridis (Espasa)

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Underground. Murakami (Tusquets)

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El balcón en invierno. Landero (Tusquets)

En el café.... Patrick Modiano (Anagrama)

La sombra de otro. Jambrina (Ediciones B)

Como la sombra que se va. Muñoz Molina (Seix Barral)

Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

El impostor. Cercas (Random)

Ofrenda a la tormenta. Dolores Redondo (Destino)

El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)

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El cura y los mandarines. Morán (Akal)

Lunario 2015. Michel Gros (Artús Porta Manresa)

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El capital del Siglo XXI. Piketty (FCE)

Yo, León. Yo, Nerón. Valiño (Último Cero)

Calendario zaragozano 2015. Calenda distribuciones

Perros e hijos de perra. Reverte (Alfaguara)

El cura y los mandarines. G. Moran (Akal)

El Capital en el Siglo XXI.Piketty (FCE)

El Capital en el Siglo XXI.Piketty (FCE)

El cura y los mandarines. Morán (Akal)

No estamos solos. Wyoming (Planeta)

Disputar la democracia. Iglesias (Akal)

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La mitología... Pradera (CEP y C)

Juan Carlos I. F. Onega (Plaza&Janés)

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Los consejos de hermano mayor. P. G. Aguado (Planeta)

Disputar la democracia. Iglesias (Akal)

Las gafas de la felicidad. R.Santandreu (Grijalbo)


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Sábado 17.01.15 EL NORTE DE CASTILLA

Un visitante contempla la obra de Annette Messager titulada ‘Faire des Cartes de France’. :: REUTERS/PASCAL ROSSIGNOL

S

egún Henry-Louis de LaGrange, que tuvo ocasión de conocerla en persona, ni Alma Schindler fue la genial compositora echada a perder por los celos creativos de Gustav Mahler, como el mito de su interesantísima biografía nos ha hecho creer, ni fue tan bella e inteligente como la nómina de esposos y amantes, inaugurada por el mismísimo Klimt, sugiere. Para el biógrafo francés, Alma Mahler, sencillamente, arruinó el ánimo del compositor del ‘Adagietto’ con sus infidelidades hasta el extremo de propiciar su muerte. Sin embargo, acaso no fue la crueldad marital de Alma fruto de una afición desmedida al devaneo, sino argumentada porque jamás perdonó a Mahler aquel envite a la fatalidad cuando tuvo el atrevimiento de adjudicar melodías a cinco de los poemas escritos por Rückert a los niños muertos. Los ‘Kindertotenlieder’, arrancados de la pluma de Rückert gracias al dolor infligido por la pérdida de dos de sus hijos en el intervalo insoportable de quince días, fueron encarados por la factura soberbia de Mahler, precisamente, el año en que na-

LA INFANCIA Y EL ABISMO

OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA

ció su segunda hija; un detalle que Alma no olvidaría, cuatro años después, cuando la mayor fue incapaz de superar la escarlatina y a punto estuvo de seguir sus pasos la pequeña. La desgracia pasaba su minuta, arañaba el ánimo de quienes osaron hilar con la infancia, una vez más, la opacidad perturbadora de la muerte. Y aún hoy, lejos del silencio decimonónico adherido a las tardes otoñales en las que Rückert hubo de rimar su llanto y de la presencia cotidiana de la muerte en casi todas las estancias de la primera mitad del siglo XX, nos conmocionan actitudes semejantes al atrevimiento de Mahler. Es difícil, por ejemplo, contemplar una de las obras inolvi-

dables de Annette Messager, ‘Niños con los ojos borrados’ (un conjunto de fotografías de bebés cuyas miradas han sido rayadas violentamente con un bolígrafo hasta hacerlas desaparecer), sin sentir la punzada del horror, la llegada al fondo de nuestra presencia del pavor con que la muerte, suponemos, se anuncia. Ante las imágenes tachadas de Messager hay algo en nosotros que nos alinea con Alma Schindler y nos invita a sugerir que la artista francesa desafía a lo innombrable y juega con el fuego. Algo que ha conseguido convertir en cotidiano gracias a una obra acumulada desde los años setenta, tejida en lana de todos los colores, sugeri-

da en velos y tules, abrigada bajo la ternura del peluche y aturdida, a su vez, por el efecto devastador de la taxidermia en nuestras conciencias. Annette Messager es capaz de convertir los materiales cotidianos y modestos que utiliza en un vehículo insustituible para adentrarnos, precisamente, en la um-

Messager convierte los materiales modestos en un vehículo para adentrarnos allí donde la infancia no escapa del horror

bría doméstica, allí donde la infancia no puede escapar del horror, del llanto y de la muerte. Y acompaña esa actitud ante la Parca con una pueril y adorable insolencia que le permite, entre otras cosas, enjaezarse con títulos e identidades como «coleccionista», «práctica», «artista» o «tramposa», aglutinantes, a su vez, de la totalidad de sus creaciones. Annette Messager se enfrenta al adusto y terco prejuicio europeo, que aún hoy recela sin lógica de la espontaneidad artística y de su género, gracias a un feminismo tan desafiante como acertado. Sean, pues, la cocina, el salón, el baño y el dormitorio del hogar un estudio para la artista nueva, para la activista del mayo francés, la feminista que esgrime los usos de la femineidad y los signos que disponen su potencial maternidad. Sean los crayones infantiles de mil colores, las lanas tejidas con agujas de punto y los peluches la materia prima que soporte todo el arte brotado en las entrañas, concebido y criado con la rabia serena de todo un género consciente, a diario y en silencio, de que ha de dar a luz a todos y cada uno de los muertos que van a llegar en el futuro.


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LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 17.01.15 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL

S

ísifo hizo enfadar a los dioses por su extraordinaria astucia y, como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, donde debía recogerlo y empujarlo otra vez hasta la cumbre. Albert Camus ve en Sísifo un ejemplo del hombre absurdo, perpetuamente consciente de la completa inutilidad de su vida. Pero también ve en su reiterado esfuerzo la imagen del rebelde, de aquél que, incapaz de entender el mundo, se enfrenta en todo momento a esa incomprensión. Sísifo acepta que no hay esperanza y esta aceptación en vez de suponer su derrota y llevarle al suicidio se convierte en su frágil victoria. Camus concluye que hay que imaginarse a Sísifo feliz, ya que su lucha es su obra. Su eterna confrontación con el absurdo, su indestructible vivacidad, es justamente lo que da sentido a su vida. En cierto sentido, Sísifo y el psicótico se parecen, ya que los dos cargan la piedra de su delirio tratando de obtener un sentido que siempre se les escapa. Los dos se obstinan en una tarea que saben intermi-

La comida de los muertos nable e inútil. Pero no cabe imaginar al psicótico feliz. No puede serlo, porque sigue esperando una revelación, un palabra capaz de ordenar su mundo y entregarle las llaves de la verdad. El delirio del psicótico es, en el fondo, pura teología: implica la espera del Sentido. Es lo contrario que las muchachas contadoras de cuentos. También ellas han sido castigadas a causa de sus deseos y se enfrentan al absurdo de la vida. Deben acudir cada noche a la alcoba de los ogros y entretenerles con sus cuentos. Pero nada de lo ganado esa noche les servirá por la mañana. Todas saben que tienen que morir, pero eso no las aparta de su tarea y siguen contando. Camus dice que hay un momento de es-

plendor en el castigo de Sísifo. Es cuando la piedra ha vuelto a escaparse de sus manos y, liberado de su peso, Sísifo se sabe en lo alto de la montaña y se imagina lo hermosa que tiene que ser la visión desde allí. Eso mismo sienten las muchachas absurdas con cada uno de sus relatos. Es verdad que se enfrentan con sus relatos al absurdo de la locura, pero no lo es menos que así consiguen que «las mil vocecitas maravillosas de la vida se levanten», y que el mundo se pueble de llamadas inconscientes y secretas invitaciones. «No hay sol sin sombra, escribe Camus, y es necesario conocer la noche». El milagro de tales muchachas es transformar la cuba de los despedazamientos en el libro

de los cuentos. Por eso hay que imaginarlas felices también a ellas. La muerte siempre vuelve, Vigila nuestros pasos, merodea alrededor de nuestra casa, se lleva a los seres que amamos. Está en los rostros de nuestro padres ancianos, en los suspiros de nuestras parejas cuando hacemos el amor, en nuestros propios ojos al miramos en el espejo, en los niños que debemos cuidar y que duermen a nuestro lado. Todos las criaturas al nacer, con los dones de la vida, traen con ellos la maldición de la muerte. Somos como Perséfone, y antes después tendremos que regresar al mundo oscuro del que procedemos. El nunca más, del cuervo de Poe, se escucha una y otra vez en las al-

DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO

cobas donde descansan los difuntos: nunca más volverás a ser tú, nunca más verás a los que amas, nunca regresarás a tu hogar. Perséfone en la mitología griega es la diosa de la fecundidad. Hades se enamora de ella y la secuestra, llevándola consigo al mundo de lo inferior. Su madre Demeter, la diosa de la tierra, la busca llena de aflicción mientras todo se paraliza. Zeus, al que no le agrada la esterilidad de los campos ni la muerte de sus criaturas, le pide a Hades que libere a la muchacha. Pero Hades le da a comer seis granos de granada, que es la comida de los muertos, y eso obliga a Perséfone a permanecer en su reino. Zeus y Hades llegan a un acuerdo por el cual la muchacha pasará seis meses con

él y seis con su madre. Así, cuando regresa a la tierra todo vuelve a florecer y los campos se llenan de árboles y frutos; y al alejarse de ella llega el invierno y todo muere. Perséfone encarna el mundo de lo latente, de lo que espera despertar alguna vez. En cierta forma nos representa a todos nosotros, en los que también hay una parte dormida que aguarda la llegada de algo que la haga despertar. También nosotros hemos probado esa comida fatal y antes o después, peregrinos en este mundo, tendremos que regresar con los muertos. Es extraño que en este relato la comida que prueba la muchacha sea una granada, ya que esta siempre ha sido considerada, en virtud de sus muchos granos, la fruta de la fertilidad y la vida. Habría podido ser el fruto de aquel Árbol de la Vida que había en el paraíso junto al Árbol del Conocimiento, cuyos frutos Adán y Eva prefirieron. Podría ser un símbolo de los mil y un cuentos que Sherezade le narra al sultán, y cada grano sería uno de esos cuentos, pero entonces ¿por qué es la comida de los muertos? Orfeo es descuartizado por su negativa a vivir en un universo en el que la memoria de lo amado esté ausente, y Pirandello afirma por la boca de uno de sus personajes que la tarea del narrador es aprender a mirar por los ojos de los que ya no están. Narrar es dirigirse a ese otro que somos, que pide ser rescatado, hacer que los muertos miren por nuestros ojos. No puede haber nada más poderoso que el relato de un muerto acerca del mundo, si acaso pudiera volver a él. Todo le parecería un milagro: la luz de la mañana, el sonido del viento en las ramas, el susurro del agua. Los rastrillos del jardín, las cucharas y tenedores de la mesa, las palabras que oye. Sísifo ciego descubre en la cumbre las mil voces de la vida, y Sherezade no deja de contar al sultán sus historias llenas de maravillas. Es el granito que las muchachas muertas le han dado a probar el que le hace hablar así, el que le entrega la locura que necesita para encontrar el espacio de lo humano sin pedirle lo que no le puede dar: certezas, verdades absolutas, palabras sagradas. Ese espacio, siempre amenazado por ídolos, dioses y cantores de la muerte, es lugar donde nacen las historias. No, Sherezade no es una psicótica. Acepta el absurdo de la vida pero se rebela contra la muerte. El psicótico se niega a aceptar ese absurdo, a vivir sin esperanza. Por eso se entrega a la idolatría, a la tiranía de la verdad. De ahí su rigidez, su incapacidad de amar, su ausencia de lenguaje. Ha quedado hechizado por la mirada de la Medusa.


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