Escritoras y feministas

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Sábado, 31.01.15 Número CXC

SOMBRA CIPRES LA

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Escritoras y feministas El libro ‘El camino es nuestro’ rescata la relación ente Elena Fortún y Matilde Ras, dos mujeres que encarnaron el espíritu de ‘las modernas’ [P2]


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MUJERES Y MODERNAS

¿Literatura juvenil o literatura social? Desde los ojos infantiles de Celia, Elena Fortún retrató como muy pocos las contradicciones de su tiempo

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a infancia, la familia, la educación, la religión, la desigualdad, la situación de la mujer, la libertad, la justicia... La confrontación entre los sueños y la realidad. La probabilidad, siempre, de encontrar personajes malvados en entornos seráficos, pero también personajes heroicos en sociedades corrompidas... Todo tiene que ver con los valores cuando ha-

CARLOS AGANZO

blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

blamos de ‘Celia’, la extraordinaria serie de novelas infantiles y juveniles nacida del ingenio literario de Elena Fortún. La combinación original

de los principios de una católica convencida y de una mujer liberal que creyó firmemente en las posibilidades de la República para luchar contra el analfabetismo, fomentar la cultura y mejorar la situación de las clases y colectivos menos favorecidos en su tiempo. Todavía está por ver, en su justo término, de qué manera la obra de escritores «juveniles» del siglo XIX, como Emi-

lio Salgari y Julio Verne, o de principios del XX, como Enid Blyton, han servido para conformar la educación sentimental de muchos de los que hoy mismo, en pleno siglo XXI, rigen los destinos de nuestra sociedad. A este mismo grupo de predilección pertenece, sin lugar a dudas, Elena Fortún, cuyos personajes deslumbraron a las lectoras de los años treinta y cuarenta, más tarde a sus

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hijas, después a las hijas de sus hijas, y así hasta la multitudinaria reedición de la colección a partir de la serie televisiva de finales de los noventa. Detrás de Sandokán, del piloto del Danubio, de los Cinco, de los Siete Secretos o de Celia, encuadrados en una larga lista de grandes éxitos de la literatura juvenil, vinieron los tebeos, y detrás las series de televisión o fenómenos editoriales como el de Harry Potter; siempre con la misma capacidad de forjar sueños y espíritus, pero no siempre con la misma vocación de despertar sensibilidades. Con la excusa de mirar el mundo desde los ojos, aparentemente inocentes, de un niño, seguramente una buena parte del secreto del éxito de ‘Celia’ ha estado en su capacidad de mostrarles a lectores de muy distintas épocas las contradicciones de una sociedad que se retrata fielmente a través de personajes sencillos, cotidianos, de la calle o de todos los días; con línea fina y humor más fino todavía, sin necesidad de recurrir al drama

desgarrado o a la tragedia demoledora. Pura literatura social capaz de conmover a los mayores, pero sobre todo de penetrar en lo más profundo del corazón de los niños. Una condición, la de mostrar sin desgarrar, que se corresponde también con la propia vida de la escritora. Una autora de éxito a la que mimaron las editoriales y a la que su pluma le sirvió para aliviar no pocas penurias en el trauma de la guerra civil y el exilio; pero también una mujer que vivió de lleno la tragedia de su tiempo, que vio morir a su hijo de diez años, suicidarse a su marido y amargarse sin remedio a su otro hijo, hasta hacerse insostenible la vida junto a él... Una defensora de causas perdidas que aprendió ‘braille’ para colaborar con la asociación de Mujeres Amigas de los Ciegos; que luchó por los derechos de la mujer al lado de Victoria Kent o Zenobia Camprubí desde el grupo del Lyceum Club, y que se preocupó por las condiciones de vida de los niños militando en diferentes organizaciones bené-

Unidas en la escritura, en el amor, en el feminismo Elena Fortún y Matilde Ras compartieron su actividad literaria, también su trabajo intelectual y su apertura ideológica; el libro ‘El camino es nuestro’ rescata su relación ANGÉLICA TANARRO

blogs.elnortedecastilla.es/calle58/ @angelicatanarro/twitter.com

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odernas, cultas, intelectualmente preparadas, disidentes, sexualmente distintas... Elena Fortún y Matilde Ras son dos ejemplos de escritoras que participaron activamente en la conformación de la vanguardia intelectual española. Coincidieron en el tiempo con los autores del 98 y de la Generación del 27 pero sobre ellas cayó el silencio por partida doble: el que impuso el régimen triunfante tras la Guerra Civil a los que pensaban diferente y el que ya no

tenía que ver tanto con su condición de intelectuales progresistas sino con el hecho de ser mujeres. Pertenecieron al grupo de ‘las modernas’, aunque vivieron todas las contradicciones de la llamada ‘esencia femenina’ en una época en que dicha esencia se definía y utilizaba con fines ideológicos. De las dos, solo una obtuvo éxito editorial, a pesar de que la escritura era fundamental en ambas. Elena Fortún (1886-1952) será siempre la madre de Celia, esa niña inconformista y lógica (una lógica infantil aplastante que fue el secreto del éxito del personaje, según reconocen especialistas en el género como Carmen Bravo Villasante) que no entiende el mundo de los mayores. De Matilde Ras (1881-1969) sabemos menos, a pesar de ser, entre

otras cosas, una pionera de la grafología. Pero aun en el caso de Fortún, su nombre, su vida, su contribución –aunque fuera casi siempre velada– a las cuestiones de género, también estuvieron silenciados durante el franquismo y no solo por el hecho de su exilio tras la Guerra. Su personaje, Celia, tuvo mejor suerte y sobrevivió, aun en las décadas en las que era difícil encontrar sus libros. La niña, inocente y rebelde a un tiempo, le sirvió a su autora para plantear cuestiones que le preocupaban, dándoles cauce desde la mirada infantil al mundo de los mayores. Ahora un libro, editado en la colección Obra Fundamental de la Fundación Banco de Santander, rescata, unidas, a ambas mujeres, desvelando así la profunda relación

Matilde Ras, a la izquierda, jugando al ajedrez en familia. :: FUNDACIÓN BANCO DE SANTANDER

que mantuvieron durante toda su vida. Una relación sin embargo difícil de definir como reconoce en la introducción del libro Nuria Capdevilla-Argüelles, catedrática de Estudios de Género en la Universidad de Exeter y coeditora del mismo junto a María Jesús Fraga, colaboradora del departamento de Literatura Española de la UCM. «Sin que sea posible concretar plenamente las auténticas dimensiones de la relación amorosa entre estas dos escritoras –puntualiza Capdevilla-Argüelles– pero con evidencia suficiente para definirla como sáfica». Y más adelante insiste: «Aunque no podamos certificar el nivel de intimidad erótica al que llegaron, sí puede apreciarse una relación de amistad platónica e intensa en la que el deseo hacia la otra se hace pa-


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ficas. Por esos niños que le enseñaron a mirar el mundo con los ojos de Celia, y a juzgarlo con su mentalidad, tan limpia como indagadora. Una escritora incomprendida por muchos, pero seguida también por decenas de miles de lectoras incondionales, así como por un grupo selecto de amigas que siempre la apoyaron, entre ellas María Lejárraga, quien le animó a escribir sobre las historias que anotaba en su acuaderno escolar mientras sacaba a jugar a sus niños al madrileño parque del Retiro, o Mercedes Hernández, cuyos hijos, convirtiendo a Florinda en Celia y a Félix en Cuchifritín, le sirvieron de modelo para sus personajes. La escritora que sorprendió a los lectores de ‘Blanco y negro’ en 1928, en un tiempo en el que todo parecía posible, con ‘Celia dice’, el primer capítulo de su larga serie de éxitos. La misma que nos dejó como testamento, inédito hasta 25 años después de su muerte, ‘Celia en la revolución’, memoria ya teñida de negrura, de todo cuanto vino después.

Elena Fortún se casó con un militar y escritor. Matilde Ras permaneció soltera y sin hijos «Estabas palidísima. Eras una rosa de té, todo perfume. Te vas espiritualizando...»

Elena Fortún (Encarnación Aragoneses) en 1935. :: EL NORTE

tente al verbalizar Elena Fortún en la carta de despedida a Matilde, la intensidad de las emociones que experimenta al entrar en la alcoba de su amiga y verla dormir». El párrafo de la carta de Fortún al que se refiere dice así: «¡Querida mía! Nadie nunca me ha hecho tanto bien como tú, mi maestra espiritual. Anoche entré a verte después de acostada. Estabas palidísima. Eras una rosa de té, todo perfume. Te vas espiritualizando como las santas que se consumían en amor de Dios». Como es propio de la colección en la que se inserta el libro, dedicada a publicar textos fundamentales de los autores tratados, ‘El camino es nuestro’ –título que hace referencia a una frase de Elena Fortún– recupera las primeras colaboraciones en prensa de ambas escri-

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A la izquierda, entrevista que Elena Fortún hizo a su amiga Matilde Ras para la revista ‘Crónica’ sobre sus actividades como grafóloga. Debajo, fragmento del diario de E. Fortún. A la derecha, uno de los dibujos que hizo para los cuentos de Celia. :: CORTESÍA DE ‘OBRA FUNDAMENTAL’ Y EL NORTE

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toras y escritos inéditos de ambas en los que destaca su carácter autobiográfico y revelador de las inquietudes y contradicciones de su vida y la relación con su obra. Por lo que se refiere a las colaboraciones periodísticas, «evidencian la erudición de las dos autoras y su importante contribución a la vida cultural española del siglo XX». En el primer apartado destaca, entre otros, ‘Nací de pie’, un texto extraído de un cuaderno en el que Elena Fortún hizo anotaciones sobre episodios de su infancia y juventud, recuerdos de sus miedos infantiles, de la beatería de la madre, del impacto que le causó la escena de la recomendación del alma ante el abuelo moribundo; también escribe sobre la conmoción que sentía cada vez que le parecía comunicarse con el espíritu de su hijo pequeño, ‘Bolín’, que falleció en 1920 a los diez años de edad, lo que sumió a la escritora y a su marido en una profunda crisis. (Elena Fortún, cuyo nombre real era Encarnación Aragoneses Urqui-

El libro recupera las primeras colaboraciones en prensa de las dos autoras y escritos autobiográficos

critora de novelas, teatro, ensayos y guiones de cine. También publicó varios volúmenes de grafología. Sí compartieron su honda preocupación por la muerte y su interés por «las nuevas ciencias o las seudociencias vinculadas a la vanguardia y al arte nuevo como la homeopatía, la teosofía, el espiritismo o la grafología, precursora de la psicología moderna y por ello considerada de suma importancia a principios del siglo XX». El libro recoge fragmentos del diario de Ras, a menudo reflexiones sobre los más diversos temas de la vida, como ésta: «Cuando comienza en nosotros un grande afecto, ¿no nos conmueve y estremece ante nuestro tesoro la idea de la fragilidad de la vida?». Como dicen las antólogas al comienzo del libro, ha llevado mucho tiempo reconstruir la memoria de las intelectuales, escritoras y artistas españolas de vanguardia (léase María de la O Lejárraga, Maruja Mallo, Clara Campoamor y tantas otras) que contribuyeron a la modernización de la sociedad española en los años anteriores a la Guerra Civil. Tarea en la que aún queda mucho por hacer y a la que libros como este contribuyen de forma notable.

jo se casó con Eusebio de Gorbea y Lemmi, militar fiel a la República y escritor, con el que tuvo dos hijos. Su marido, de tendencias depresivas se suicidó en 1948 en Buenos Aires, mientras Elena Fortún estaba de viaje en Madrid. El sentimiento de culpa que le produjo su muerte no la abandonó nunca).

Diferencias vitales Los apuntes de ‘Nací de pie’, en los que plantea la cuestión de identidad de género, «concluyen advirtiendo a Celia –y de paso a todas las mujeres– de la conveniencia de reprimir el deseo, una enseñanza moral dolorosamente extraída de su propia experiencia», afirma la antóloga. Al contrario que su amiga, Matilde Ras nunca se casó ni tuvo hijos, aunque vivió en una especie de ‘matrimonio espiritual’ con el escritor portugués Ricardo Serra, que la cuidó y acompañó durante su exilio. Y no es esta la principal diferencia en sus vidas. Mientras Elena Fortún es descrita por Capdevilla como autodidacta y con una sed insaciable de escritura y lectura, Matilde Ras, catalana de nacimiento, había recibido una educación esmerada, gracias en parte a su madre, una librepensadora culta y educada a la francesa que no hizo distingos a la hora de educar a su hijo y a su hija. Aunque no tuvo el éxito editorial de Fortún, Ras fue relativamente conocida en el Madrid de la vanguardia gracias a su actividad como traductora y es-

Don Quijote y Celia, lo que dicen

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ace unos días, una amiga me pidió que le aconsejara una adaptación de ‘El Quijote’ para su hija de 8 años. ¡Vaya compromiso! Considero que enfrentar a una niña con ‘El Quijote’ es la más terrible de las crueldades. ¿Cómo le quitaría yo esta idea de la cabeza? Así que me puse a pensar en alguna lectura infantil cuyo protagonista fuera equivalente al personaje cervantino, y en-

ESPERANZA ORTEGA

seguida se me vinieron a la cabeza Tom Sawyer y Guillermo Brown. En ambos alienta una inocencia transgresora curiosamente parecida a la de Don Quijote, además de la similitud entre su espíritu imaginativo y la su-

puesta locura del hidalgo manchego. Digo ‘supuesta’ porque, como demuestra Torrente Ballester en ‘El Quijote como juego’, Don Quijote no confundía los molinos con gigantes, porque no estaba loco, sino que hacía lo que hacen todos los niños: jugar. Igual que Sancho, Don Quijote ve una bacía de barbero, pero es capaz de ver también el yelmo de Mambrino. Al afirmarse en la segunda opción, se comporta

como el niño que juega a que las cosas no son lo que parecen. Al hilo de este pensamiento, me acordé de una vieja amiga: Celia, de Elena Fortún. Abrí al albur ‘Celia, lo que dice’, y allí seguía ella, con el mismo desparpajo de siempre, mostrándole a su hermanito de apenas un año cómo es el mundo, con un estilo inconfundiblemente quijotesco. Dice Celia: «Hoy me he dedicado a enseñarle todas las cosas bonitas que hay en la casa, explicándole que no son lo que parecen… Esto que parece un baño no lo es, sino un auto forrado de raso blanco… en el fondo ponemos los cojines del salón y nos sentamos… y nos vamos de viaje». Don Quijote se niega a ser únicamente Alonso Quijano, igual que a Celia le angustia ser siempre


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y solo Celia. Lean este fragmento que reproduce una conversación de la niña con su madre: «¿Siempre Celia, mamá?./ Siempre, aunque no igual que ahora. Serás mayor, te casarás, tendrás una casa como ésta…/ ¿Igual que ésta?/ Muy parecida. Después serás viejecita…/ ¿Pero siempre Celia?/ ¡Vaya, hija! ¡Déjame en paz, que esto parece el cuento de la buena pipa!» Y Celia se sume en sus reflexiones hasta que nos anuncia con alborozo: «¡He conseguido no ser Celia todos los días! Algunos ratos soy un hada». Celia comparte además otra característica quijotesca: su radical sentido de la justicia. Ni ella ni Don Quijote pactan con la realidad como hacemos los adultos, disfrazando nuestra cobardía de cordura. La intolerancia a

la injusticia explica que la primera hazaña de don Quijote consista en defender a un niño que está siendo azotado, y que la primera travesura de Celia sea la de repartir con la hija de la portera los juguetes de los Reyes Magos, que olvidaron pasar por la portería. En efecto, Celia no entenderá nunca el absurdo clasismo del mundo en que vive. ¿Hay algo más difícil de explicar a un niño que la desigualdad social?. Prueben a hacerlo, se verán atrapados en un laberinto de incoherencias, y sucumbirán ante sus sencillas razones. Así lo explica Celia: «Pensando y pensando, he entendido que, siendo los mayores tan grandes y tan ásperos, tan diferentes en todo a los niños, no pueden comprender nada de lo que los niños piensan o ha-

cen». Por cierto, ¿por qué será tan semejante esta observación a la del Principito, de Saint-Exupéry?: «Las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles explicaciones una y otra vez». De ahí la rebeldía soterrada que escondían todos los antihéroes infantiles, los que vivían en un tiempo en que la infancia no tenía el prestigio empalagoso que hoy ha adquirido, cuando los niños aún no eran clientes potenciales y el mercado del mundo les atribuía un escaso valor. Celia carecía de cuarto propio y deambulaba por los rincones de la casa en busca de un lugar y un sentido, los mismos que sigue buscando cualquier niño que juega. Como lo hacía Celia, hasta que dejó de ser niña

para convertirse, no en un hada, sino en una muchacha vulgar y corriente. En su último libro, ‘Celia, madrecita’, nuestra heroína recuperaba la cordura, igual que Don Quijote antes de morir. Obligada a ocuparse de la educación de sus hermanos, se había vuelto responsable y correcta. Y a sus lectoras se nos

Entre las páginas de los libros ella ella reconocía su ser verdadero

hizo un nudo en el estómago, cuya causa no entendíamos bien, como todas las cosas de mayores. Celia ya no podía ser más que Celia Gálvez, como su madre había vaticinado. ¿Por qué los mayores, siendo sus razonamientos tan absurdos, siempre acababan teniendo razón? De aquella niña traviesa que tanto nos había enseñado –yo nunca tomé a broma sus ocurrencias– quedó solo su insistente invitación a la lectura, pues es entre las páginas de los libros donde ella reconocía su ser verdadero. «¿En dónde habrá leído eso?» se preguntaba su madre cada vez que hacía una travesura. Porque Celia no hubiera sido Celia sin sus cuentos de hadas. Los cuentos, como a don Quijote las novelas de caballerías, le daban fuerza para

resistirse a separar la realidad de la literatura, y, aunque también fueran la causa de algunos berrinches y más de una azotina, eran su razón de ser y la mantenían viva. Ahora entenderán por qué le respondí a mi amiga que la mejor adaptación del Quijote se titula ‘Celia, lo que dice’ y que su autora es Elena Fortún. Le aconsejé también que esperara a que su hija fuera capaz de leer entre líneas lo que Celia no dice para poner en sus manos ‘El Quijote’. Así no conseguirá que, de mayor, presuma de haber leído a Cervantes en edad muy temprana, pero estará segura de que, llegado ese momento, tendrá capacidad para entender y ganas de disfrutar con la obra inadaptable del mayor inadaptado de todos los tiempos.


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El huésped del monte Lu P

ara algunos entre los que me cuento, la obra y la figura de Carlos Piera (Madrid, 1942) son referencia imprescindible. Es uno de los nombres más altos de la poesía reciente, y marca, también, el punto de máximo rigor en nuestro pensamiento crítico: en sus ensayos, poesía y ética, historia y lengua, remiten quizá a un fondo político hecho de atención a la vida, reflexión que fluye como tejido del presente. El pulso de la palabra en Piera es lucidez existencial, apertura de lugares de respiración y sentido, resistencia y pregunta por la razón. Miembro del histórico Círculo Lingüístico de Madrid, profesor en la Cornell University y en la Autónoma de Madrid, introductor en España de autores fundamentales de la crítica y la lingüística, miembro de una revista inolvidable, La balsa de la Medusa, quizá la escasa difusión que ha tenido su obra mide nuestro estado intelectual. En 1993 publicó Piera ‘Contrariedades del sujeto’, páginas a las que siempre es preciso volver. Y no solo por lo que atañe a lo poético, sino por cómo muestran la raíz de la que todo pensamiento se nutre para hacerse crítico: «leer y escuchar son ejercicios de moralidad porque la atención es el primero, el principal y el más importante de los movimientos morales». Su otro volumen de ensayos, ‘La moral del testigo’ (2012), despliega la virtualidad de ese nudo, haciendo expreso mucho de lo implícito en él, para entender que la poesía «va en contra de fuerzas muy poderosas, presentes tanto en nuestra sociedad como en nuestros hábitos mentales (suponiendo que quepa distinguir una de otros)», demorándose luego en el análisis de esos hábitos y de la posibilidad, en consecuencia, de usar el pronombre ‘nosotros’. Es la de sus ensayos una prosa tensa y armada, sin discontinuidades ni fragmentaciones, con ritmo atento a los pasos de un razonar que alcanza su término con la misma necesidad que los cuentos de Poe conducen a su desenlace. Y una precisión viva, capaz de dotarse de la peculiar expresividad del habla cotidiana, y de

integrar la reconsideración de nociones tradicionales –la disyuntiva platónica entre verdad y opinión, las relaciones entre gramática, retórica y poética– con la personalísima lectura de autores contemporáneos asumidos como compañía que afila la conciencia –así, Paul de Man o Simone Weil–. En ‘La moral del testigo’, con el peso de las figuras convocadas –Víctor Sánchez de

Zavala, Manuel Sacristán, Rafael Sánchez Ferlosio, Tomás Segovia–, la genealogía de “ese plural que nos incluye” se explora en las décadas centrales del siglo XX: la vida intelectual durante el franquismo, su secuela de ignorancia y mediocridad que no conoció verdadera catarsis ni en la llamada ‘transición’ ni después, lo ajeno de las instituciones académicas y culturales a una po-

El poeta Carlos Piera. :: EL NORTE

sición ética. Y en este punto la figura de Chomsky, como lingüista y como pensador crítico, vendría a aportar desde fuera una respuesta. El saber transversal de Piera propicia un continuo y riquísimo ir y venir entre los detalles concretos y los conceptos, entre la anécdota y la teoría, llevando a dilucidar a la vez lo colectivo y lo personal: el trabajo en que el sujeto se va «despojando de todas las propiedades que uno y su sociedad han ido atribuyéndole, y de las consiguientes expectativas», sería «la condición misma de un conocimiento fidedigno». No solo desaprender, eliminar los fundamentos falsos, sino prescindir además de los mitos de la identidad, tanto los individuales como los de la comunidad. No es poco. Si sus ensayos piensan la poesía, su poesía les marca el camino, va por delante. La posición moral se concreta en los poemas como exigencia de for-

TIENDA DE FIELTRO MIGUEL CASADO

ma, atención que se plasma en singularidad: «por una vez las leyes solo válidas / solo una vez del verso». Su mirada existencial sorprende una realidad incierta, vacilante en sus perfiles, como si una falta de plenitud le impidiera llegar a ser, en permanente conflicto con-

sigo misma: «hemos vivido para que no nos cojan vivos», «esperando una muerte distinta de la vida, / me he retirado, como un animal inverso, a no morir». Es una elegía entonada por la razón, continuo pálpito de pérdida que querría alcanzar un lugar no marcado de existencia: «Solo queda la voz, no la palabra. / ‘Aquí’, dice la voz, ‘estoy aquí’». Retirarse a ese lugar es condición de ‘ermitaño’, en el vacío de mitos y expectativas. Y es en el poema titulado ‘El ermitaño’ donde la ascesis se hace generadora de nueva energía, como si hubiera saltado del vacío una chispa: «Ha pasado una vez una mujer. Han sido / años lentos de espera. Tal vez seas un viejo / y un ermitaño, como piensan, porque / una espera muy larga es devoción. / No supiste, no viste. De repente / sabes mirar la bruma del sol de la mañana…» Cuando Carlos Piera reunió su poesía en el

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volumen ‘Apartamentos de alquiler’ (2013), dispuso sus libros en orden inverso al de edición, encabezados por los versos de ‘Religio’ (2005): «Lu, sílaba simiente, motivo de la lengua, / hacia ti no se va: se vibra. Surges / y no hay aquí ni allí». Una experiencia de iluminación, me atrevo a decir, para que pueda el lector, impregnado de su inicial música feliz, asomarse luego a las sequedades de la negación, a la tarea insoluble de existir; y le quepa también recomenzar el libro, repetir las espirales de lo que la vida acoge superpuesto. Quiero ver en lo imprevisto y en la intensidad de este orden de lectura una fórmula del poder de la poesía, irreductible a sentido, pensamiento que solo en sí mismo cabe. ‘Lu’ sería la sílaba que da a la trascendencia nombre femenino, campo de energía en que lo contradictorio no paraliza, sino que se hace vida y deseo de vida. ‘Religio’ es ese vínculo nuevo, ya no solo estar ahí. Aunque no haya relación de procedencia con el nombre que Piera toma como mantra, no puedo dejar de evocar el monte Lu, refugio de poetas y revolucionarios, solar de la escuela budista del «rezo de la tierra pura», boscosa sierra en el sur de la China clásica. Si abundan los poemas sobre el monte Lu y hasta el propio Li Bai habló de su «niebla morada», querría fijarme en dos de los más célebres, los de Su Dongpo hacia el fin del siglo XI. En uno se refiere a la móvil silueta del lugar –«De frente montañas, de perfil picos. / De lejos o cerca, arriba o abajo, cambia»– para concluir que no se puede conocer su forma desde dentro del monte, en un vertiginoso anticipo del nexo entre punto de vista y conocimiento que constituyó la ciencia moderna. En el otro, habla del curso de la vida: «El Monte Lu en lluvia y niebla; el río Che muy crecido. / Antes de que fuera allí, no cesaba el dolor del deseo. / Fui allí y retorné… No fue nada especial: / el monte Lu en lluvia y niebla; el río Che muy crecido». O como dicen unos versos de Piera: «No habrá pasado el tiempo cuando mueras». La potencia del saber y la parálisis existencial. Y queda un tercer paso: una cita del primer poema de Su: «Lú Shan zhen miàn mù», se convirtió en frase hecha, que aún se usa en el habla cotidiana para expresar la verdad oculta de algo o alguien que por fin se muestra, casi lo contrario de lo que el poema decía. Solo la vida está quieta entonces, las palabras no dejan de fluir juntándose y separándose de la realidad. Al margen de esa ‘chispa’ que de pronto llega y lo ilumina todo, poco más hay que una línea de conducta: «Decir que no, sirve para vivir: / de los significados añadidos / queda el dolor y error en que caemos».

Nuestra historia reciente

Jesús Aguirre.

Alfonso Sastre.

Antonio Buero Vallejo.

Eduardo Haro Tecglen.

Juan Benet.

Luis Martín Santos.

Max Aub.

Julián Marías.

FERNANDO HERRERO

T

al vez sea este el artículo más difícil que he escrito hace mucho tiempo. Las 800 páginas de ‘El cura y los mandarines’ de Gregorio Morán (Akal), tienen dos vertientes. La primera abarca el estudio de la postguerra en España, una vez terminada la contienda. La segunda la época a partir de la Transición. Entre ambas una especie de vitriólico ataque, no exento de cotilleo, a unos y a otros con el método de la simple, y en tantas ocasiones injusta, adjetivación. Apasionante ese intento de relacionar la cultura y la vida social y política, aunque queda, según mi opinión, un tanto cojo. Se centra Moran en Santander, Barcelona y Madrid, sobre todo en el primer caso, desde su deseo de utilizar como vehículo a Jesús Aguirre, que llegó a ser Duque de Alba. Este libro supone para mí una referencia personal, ya que viví, estudie y preparé oposiciones en Madrid, atento siempre a la vida cultural y, en cierta forma a los acontecimientos políticos y ciudadanos. En 1956 el peligro de muerte de un joven falangista abrió, según se decía, las listas negras de quienes debían ser ejecutados, entre ellos el Decano de la Facultad de Derecho Torres López. Formé parte de la última promoción de San Bernardo (al lado de la Gran Vía) y el curso siguiente la Facultad se trasladó a la Ciudad universitaria, edificada en cuatro meses en turnos de día y noche. La capital de España, fuera de los cenáculos políticos, los del régimen y los de la oposición clandestina fue el centro de la vida española. El deseo de unir cultura y política se concreta en los dos subtítulos del libro ‘Historia no oficial del bosque de los letrados’ y ‘Cultura y política en España 1962-1996’. Si funciona de forma exhaustiva y personalísima la primera, la segunda queda un tanto coja. En la política de esos años el teatro y el cine (también la música y las artes) tuvieron una gran

interrelación. Los estrenos de Buero Vallejo y Alfonso Sastre, la polémica entre los dos autores, las prohibiciones y escándalos (“Marat-Sade, los Brecht, etc.) fueron esenciales. El Festival ‘0’ de Teatro de San Sebastián en el año 1970, terminó como el Rosario de la Aurora, con los participantes encerrados por la noche en el Teatro Principal en un mitin antifranquista. Suceso del que escribí en este Periódico. En el cine, con citar el episodio ‘Viridiana’ es suficiente. Premio en Cannes a la película de Buñuel y proscripción absoluta en nuestro país. Por lo demás, el trabajo de Gregorio Morán en relación a sucesos como el ‘Contubernio de Múnich’, la expulsión de los Catedráticos de la Universidad y el silencio de los Profesores de esta, con la excepción de José María Valverde, el Estado de Excepción que padecimos, los XXV Años de Paz y otros concretados, tal como afirma en Madrid y Barcelona, están bien documentados desde las hemerotecas, los libros y los testimonios de quienes los vivieron, aunque la interpreta-

ción del autor siga teniendo esa line agresiva, en algunos casos innecesaria. La trayectoria de Aranguren y Ridruejo está bien definida en los hechos y un poco, o un mucho, más discutible en la interpretación de los mismos. Implacable se muestra con Lain Entralgo, Cela y todos los que colaboraron en algún momento con el Régimen de Franco, y con la ‘oposición silenciosa’, término que define a quienes callaron en público y asintieron indirectamente a las acciones del Gobierno, aunque discreparan en corrillos privados o en comidas de trabajo. Citar todos los nombres asaetados desde la ‘pureza’ del autor sería imposible. Injusticias como el rechazo a Ortega, Julián Marias, Alfonso Sastre o Haro Teeglen, por ejemplo son notorias, como la descalificación de los novelistas de hoy (Muñoz Molina, Javier Marias, etc.) Esta rendición de cuentas personal apenas salva a Luis Martín Santos, Max Aub o Manuel Sacristán de quienes vierte cálidos elogios que comparto.

La fijación sobre Carlos Barral, Juan Benet o García Hortelano es curiosa, poco puede achacar a la conducta de estos (salvo inquirir sobre aspectos privados en el caso de Benet). Su testimonio cultural fue importante en su tiempo y dio un nuevo sesgo a la cultura empobrecida que vivíamos, superando el costumbrismo de Sánchez Ferlosio, Ferrés, Fernández Santos y demás, cuya voluntad y talento no cabe desconocer. Creo que es un error utilizar como vehículo a JesúsAguirre, su testimonio, doy fe de ello, fue importante en sus predicas en la Iglesia de la Ciudad Universitaria que dirigía Federico Sopeña, excelente escritor musical y no solo partidario de Mahler, sino también de Stravinski. También en Taurus se notó su labor e incluso como director de Música y Danza tomó decisiones acertadas. Su transformación en Duque consorte de Alba tiene características casi patológicas pero en ningún caso significó un hito importante en la relación de cultura y política. Mucho más importante que el índice onomástico del final es la línea de interrelación de los sucesos sociales y políticos con los cultuales, aunque estos fueran minoritarios. Ninguna duda cabe de que una dictadura condiciona a los ciudadanos, sean intelectuales o no. Las debilidades y cambios de posición deben ser examinados desde tales circunstancias con cierta distancia y sin esas adjetivaciones someras insuficientes, sobre todo si los afectados no pueden contestar. Utilizar la vida privada de forma absolutamente descalificativa (caso de Haro y de Castilla del Pino, por ej.) resulta cruel.Tampoco es suficiente la atribución de ambiciones de cada personaje. La vida es muy compleja y desde esta circunstancia se puede juzgar. Evidentemente los oportunismos, los cambios de chaqueta, no digamos las corrupciones de antes y ahora, son rechazables plenamente y en este punto los aciertos del libro aparecen de cuando en cuando. En el año 2015, que se presenta conflictivo, resulta importante la visión de un reciente pasado. Hoy, la cultura ha sido vencida por la mala política y el desastre educativo. Se habla español peor que nunca, los programas televisivos son zafios, el fútbol se ha desorbitado en lo económico y en lo mediático, faltan cabezas de referencia como lo fueron Aranguren y Delibes, por ejemplo. Antes existía una esperanza, que ahora parece mucho más lejana. La cultura no cuenta demasiado, ni siquiera como referente y por ello esa dura mirada de Morán al inmediato pasado resulta en parte injusta. Y su libro, interesante libro, no contribuye a una mirada positiva sobre el futuro.


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DEL CIPRÉS

Escalofrío Entre el estupor y el espanto

HANNS Y RUDOLF

EL DEDO EN LA BOCA

Thomas Harding, Galaxia Gutenberg, 386 pp., 22,50 euros.

Fleur Jaeggy, Alpha Decay, 96 pp., 16,90 euros.

LA HISTORIA SILENCIOSA

LA QUINTA ESQUINA’

Eli Horowitz, Matthew Derby, Kevin Moffett, Seix Barral, 536 pp., 20 euros.

H

acia la mitad de ‘Hanns y Rudolf ’ (Galaxia Gutenberg) del periodista angloamericano Thomas Harding hay un álbum de fotos de los dos protagonistas del libro, así como de una sinagoga tras la noche de los cristales rotos o de la selección de judíos húngaros en el andén de Birkenau en la terrible primavera del 44. También de la granja junto a la frontera danesa donde se ocultó al terminar la guerra Rudolf Höss, el repartidor de la muerte, testigo decisivo en el proceso de Nuremberg, o de su ejecución mediante ahorcamiento en el mismo lugar donde ejerciera de siniestro comandante. Pues bien, ninguna de ellas –tal vez alguna anterior en las que las criaturas retozan en el jardín con piscina se le asemejen–

Izraíl Métter, Libros del Asteroide, 216 pp., 17,95 euros.

me ha dejado el cuerpo tan descompuesto como aquélla en la que se encuentra rodeado de sus cinco hijos pequeños y de su amantísima y dulce, hacendosa Hedwig en el chalet ‘paradisíaco’ que ocupaban al borde del lager cuya simple mención debería avergonzar a Occidente, a cualquiera de nosotros. T. Harding sigue el rastro de R. Höss, el brutal genocida de Auschwitz, nacido con el s.XX en un bucólico valle boscoso de la Selva Negra, en las afueras de la medieval y turística Baden-Baden, que inspirara a Dovstoievski para ‘El jugador’, y de Hanns Alexander, hijo de un reputado médico berlinés, judío «de tres días al año», amigo, por ejemplo, de Albert Éinstein, y tío abuelo del autor que, a la postre, por una concatenación de circunstancias, se convirtió

UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO

en captor del prófugo nazi en el granero de Grottrupel donde se escondía, circunstancia que el sobrino escritor oyó en el sermón posterior al kadish fúnebre en una sinagoga londinense, lo que despertó su curiosidad y es el origen del libro, de la reconstrucción biográfica en paralelo. Harding es un narrador sumamente eficaz –aun minucioso en extremo el libro se lee en un suspiro– y un biógrafo, a lo británico, de primer orden, capaz de sostener con pulso firme, en absoluto maniqueo, como se acostumbra en estos temas, entre precisas pinceladas sociopolíticas, la peripecia de dos vidas divergentes y, sin embargo, destinadas a cruzarse. La edición es esmerada en extremo, como es norma de la casa, con mapas iniciales para fijar espacialmente la acción, notas

al final muy pertinentes, árboles genealógicos, fuentes de documentación, bibliografía –definitivamente la literatura de los lager es un pozo, más bien sentina, sin fondo; al menos dos de los testimonios de presos que se citan: ‘People in Auschwitz’ de Hermann Langbein e ‘Inherit the truth’ de Anita LaskerWallfish, con quien se relaciona H. Alexander en Belsen, aún sin traducir al español, parecen, por lo que se apunta, interesantísimos, aparte de estudios de Martin Gilbert, Sybille Steinbacher…–, índice analítico y las ilustraciones citadas al comienzo, que jalonan y apuntalan la investigación. En las antípodas del estilo claro, casi didáctico de Harding, la inquietante italo-suiza Fleur Jaeggy es una rara entre las raras, una escritora fe-

roz, sonámbula –no se me ocurren adjetivos más apropiados–, cuando menos desconcertante en extremo, refractaria a cualquier encasillamiento. Su afilada pluma hurga en los intersticios de nuestra acomodada inconsciencia cotidiana sin pudor ni piedad. Según Vila-Matas «consigue muchas veces en una sola página, y a veces en una sola línea, que se haga visible de golpe, a modo de repentina revelación, la estructura desnuda de la verdad». Tomo la cita de la contraportada de la novela lewiscarrolliana ‘El ángel de la guarda’, que leí porque me habían cautivado los siete relatos, de clima dulcemente peligroso, de ‘El temor del cielo’. Luego me interné en ‘Ploleterka’, todos ellos publicados por Tusquets, que se tildó de «cruel novela familiar».


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:: ALTANAKA

Ahora Alpha Decay, de la mano de la poeta Mª Ángeles Cabré, trae al español ‘El dedo en la boca’, titulada así porque la protagonista, otro de sus personajes frágiles, teatrales, seriamente dañados, ingresada en una clínica que considera lugar harto reconfortante, tiene la obsesión de chuparse frecuentemente el pulgar. «Los afectos son difíciles», advierte, así como que «la convalecencia puede durar toda la vida». En cuanto a los hechos que se relatan, con fijación, como siempre en lo físico, corporal, la solapa da plenamente en el clavo al resaltar que «podrían darnos escalofríos si no nos distrajera el tono ágil, desconsiderado y preciso de la narradora». Por lo demás, trastornos de la realidad, como la vida misma: alteraciones arbitrarias del punto de vista, fijación inespera-

da en objetos como el calzado, los huevos…, descentramiento y esfumado del argumento, fantasiosos sucedidos, intertextos como meandros, ficciones en cascada, buceos en episodios de la niñez, un surtido de manías, traumas y fobias, obsesiones neurasténicas, proyecciones de la personalidad, surrealismos varios. Si a la protagonista de la novela de Jaeggy, que pertenece a la especie de los neutrales, le cuesta mucho comunicarse, es mujer de pocas palabras, en ‘La historia silenciosa’ (Seix Barral), novela plena de imaginación e inventiva, escrita por el trío Horowitz, Derby y Moffett y traducida por Ramón Buenaventura, un lujo, lo que sucede es que hay niños logorresistentes, que nacen con una «rara dolencia», tal vez un vi-

Harding es un narrador eficaz y un biógrafo, a lo británico, de primer orden A los abismos que esconde la condición humana se asoman Métter, el trío de ‘La historia silenciosa’ o Jaeggy

rus purificador: no son capaces de articular palabra y no se sabe si serán místicos adorables o miembros de una secta u organización terrorista peligrosas. Es una novela de anticipación, pues el argumento se extiende desde nuestros días hasta 1944. También hay, por ejemplo, devoradores de corazones, asentados en los distritos financieros. A estas personas como desconectadas del mundo, en cierto modo mutantes, con una especie de trastorno autista, pero de distinta naturaleza, las acaban mandando a residencias y colegios especiales, hasta que de pronto comienzan a comunicarse facialmente, hacen quedadas espontáneas y les entra «ansia de comunidad». No destriparé la deriva de la trepidante acción, tal vez demasiado

extensa, su efecto hubiera sido mayor, creo, con más concentración, pero sí conviene resaltar las numerosas cuestiones que plantea: ¿es una jaula el lenguaje para el oído del corazón?, ¿en el silencio está el lenguaje verdadero?, ¿qué seríamos sin palabras?, ¿la ausencia de éstas, a menudo molestas, es de facto una forma de libertad, de las pocas que quedan, incluso puede llegar a ser una manera de resistencia?... Para conjurar precisamente el silencio, Izraíl Métter emprende en primera persona central ‘La quinta esquina’ (Libros del Asteroide) una larga y minuciosa, sutil evocación autobiográfica –de forma fragmentaria, porque «los recuerdos son incontrolables»–, la de un superviviente, a raíz de unas cartas que le envía desde la lejana Samar-

canda –el autor procede de la ucraniana Járkov, de una familia de comerciantes judíos– la viuda de un poeta, amigo suyo de la infancia, a la sazón profesora auxiliar de lenguas extranjeras, a la que acaba visitando. La narración se detiene en el amor, «de todos los sentimientos humanos tal vez el más difícil de analizar», sobre todo si se trata de una relación tempestuosa, un amour fou e imposible, por el que se pierde la cabeza una y otra vez, como es el caso. Una dulce, conmovedora melancolía impregna su historia, la de un ser humano frente a la Historia oficial o de clase, pero un escalofrío recorre su memoria, para sublimar, de paso, sus aberraciones, cuando rememora a sus compañeros de andanzas juveniles, todos arrestados sin motivo por fanáticos y dementes que actuaban bajo la criminal coartada de que el fin justifica los medios. Cuenta cómo un día, en los papeles, «comenzó a aparecer el apellido Stalin, no sabíamos de quién se trataba»; cómo el sátrapa se apropió en exclusiva del siempre ambiguo y peligroso término ‘pueblo’, hasta masacrar en su nombre. Indaga en lo infame, en la inexplicable, demencial adoración y deificación del dictador, que fue llamado incluso «corifeo de todas las ciencias». Son los tiempos del poder soviético, la época canalla y degradante de la delación como deber cívico, del veneno de la calumnia y de la desconfianza, el terror permanente, las desapariciones, depuraciones, deportaciones, asesinatos políticos en masa. Qué abismos, me pregunto, esconde la condición humana. A ellos se han asomado Métter, el trío de ‘La historia silenciosa’ o Jaeggy, con un estremecimiento hondo que me ha dejado un regusto de estupor. Cuando Höss, héroe de la primera guerra mundial con quince años, un hombre que iba para misionero, amable, sensible y encantador según sus hijos, partidario, como su mujer, de la vida idílica en el campo, presenció el segundo experimento con Zyklon B a través de la claraboya colocada a tal efecto en el crematorio II de Birkenau, sintió «desasosiego, una especie de escalofrío de aversión, aunque yo me había imaginado que la muerte por gas sería mucho peor». De hecho, declaró que al comprobar el éxito con vistas a su matadero industrial de personas «se sintió tranquilo». Esa tranquilidad tal vez sea, dentro del espanto general, lo más perturbador, un signo inequívoco de que el horror puede fácilmente repetirse, porque todo cae, con palabras o sin ellas, del lado que se inclina.


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DEL CIPRÉS

LECTURAS

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Un alto precio Elena Cortés Gabaudan escribe una inusual y distinta biografía poética de Friedrich Hölderlin

ANTONIO COLINAS

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adie puede descender ya al poeta romántico alemán Friedrich Hölderlin (1770-1843) del alto lugar que ocupa en la poesía europea y, por extensión, en la universal. Ni siquiera cuando, de vez en cuando, se vuelve a utilizar en su contra –un ¿trauma? a veces, para algunos lectores alemanes– la interpretación sesgadamente política de algunos de sus poemas patrióticos. Algo muy parecido sucedió en Italia con la figura de Giacomo Leopardi (17981837) cuando, con ocasión del centenario de su muerte (en 1937,) se le intentó utilizar basándose en sus primeros poemas neoclásicos (‘A Italia’, ‘Sobre el monumento de Dante’). Estas sutilezas quedan anuladas cuando se abordan en una biografía fundamentada, como la que ahora comentamos, debida además a una especialista en el tema, la profesora salmantina Helena Cortés Gabaudan, germanista, y actual

directora del Instituto Cervantes de Hamburgo. Ella, por cierto, en las últimas páginas de su libro, explica y despacha con sabiduría esa interpretación sesgada del poeta. Y, ya al abrir sus páginas, subraya su importancia global: «De todos cuantos han existido en el mundo occidental, tal vez sea Friedrich Hölderlin el que en más alto grado merece el título de poeta por antonomasia». Hölderlin es un clásico que siempre ha merecido atención, pero su interpretación ha sido dispar. Unas veces, en aproxi-

LA VIDA EN VERSO. Biografía poética de Friedrich Hölderlin Helena Cortés, Hiperión, Madrid, 2014.

ANTÍGONA/HÖLDERLIN Edición y traducción bilingüe de Helena Cortés La Oficina, Madrid, 2014.

maciones libres y noveladas, como la de Peter Härtling (‘Hölderlin’, 1986); otras, en biografías muy fundamentadas, como el ‘Hölderlin’ (2008) de Antonio Pau. En su día, el ‘Hölderlin’ de Stefan Zweig nos introdujo en la vida y obra del poeta y tuvimos, por vez primera, noticia de él en años juveniles. Helena Cortés puntualiza cuál es su enfoque también desde sus páginas preliminares. Su propósito es otro y así ha logrado un libro inusual y distinto sobre el poeta alemán. Sin renunciar al rigor de los datos –puntualizados en las numerosas y ricas notas al margen– la estudiosa y traductora de Hölderlin ha logrado una aproximación entrañable al personaje. No ha novelado su vida, no se ha tomado libertades ni ha caído en loas fáciles, sino que ha hecho un grande y afectuoso gesto de comprensión. Para ello, ha sintonizado no sólo con este poeta concreto sino con la poesía como fenómeno anímico esencial. Hermoso es ver por ello encauzada plenamente la vida del romántico –más allá de datos y anécdotas– en su destino, que el poeta siempre aceptó y por

Retrato de Friedrich Hölderlin. el que tuvo que pagar un alto precio. Leyendo esta biografía vuelvo a recordar la de Leopardi y –más allá de las diferencias lógicas– en las coincidencias que hubo entre las vidas de ambos coetáneos: el haber sufrido el cambio histórico radical de su tiempo (el primer fervor por los jacobinos en Hölderlin y en Leopardi por el movimiento de los carbonarios), el profundo amor por los clásicos (aunque ninguno de los dos viajara a Grecia), la intensa y fervorosa traducción de los mismos, el amor hacia sus res-

pectivos países, el universalista y renovador amor a la naturaleza, el afán de fusión en sus textos entre poesía y pensamiento y, por extensión, de la poesía con otras formas del conocimiento, el enfrentamiento con la madre (en Leopardi con los padres), la notabilísima relación con los más importantes intelectuales de su tiempo (a veces con reservas por parte de algunos de éstos), el triste y dramático final de ambos, dilatado en Hölderlin, precipitado en Leopardi.... Cortés aborda su análisis utilizando una detallada gale-

El tejido social del paraíso :: ANA VELASCO

A

rriba y abajo, adelante y atrás, progreso y tradición son ritmos opuestos, complementarios y contradictorios. También tremendamente inspiradores. En la parrilla televisiva actual nos encontramos con la lucha de clases, de voluntades y de ideas en infinidad de series. Curiosa es, sin duda, la aglomeración de estas tramas en torno a los grandes almacenes, al modo de Zola en ‘El Paraíso de las Damas’, que permiten mostrar el paso del comercio tradicional y artesano al modo de producción industrial y en cadena, las relaciones entre sexos y jerarquías, los comienzos y aplicaciones del marketing y la publicidad

o la ambigüedad moral a la que se someten tanto los empresarios, con sus distintas ideologías, como los empleados y los clientes. Ambición, amoríos, moda, belleza y la fascinación que provoca en el público la llegada de las novedades son los elementos que atraen a los distintos medios, y a los clientes de ayer y de hoy, a producir, ver y comprar en las tiendas que retratan series como ‘Selfridges’, basada en el libro homónimo sobre el norteamericano Harry Selfridge, que creó sus almacenes homónimos en 1909 en Londres; ‘Velvet’, sobre unas galerías de este estilo en la España del tardofranquismo y ‘Galerías Paradise’, basado en el libro ‘El Paraíso de las Damas’ y en el desarrollo de las

grandes superficies francesas. Aunque hay quien tacha a estas producciones de frívolas por versar sobre la moda, solo hay que acercase a las páginas de esta obra de Zola para darse cuenta del profundo conocimiento y análisis de la sociedad y del mundo que muestra así como de la actualidad del tema. Publicada en 1883, la novela es parte de la serie, siendo la número once de una veintena de obras publicadas entre 1871 y 1893, ‘Los Rougon-Macquart’ que pretendía retratar, al modo de Balzac con su ‘Comedia Humana’, la historia natural y social de una familia en el II Imperio Francés. Lo asombroso es cuánto nos parecemos. Lo poco que hemos cambiado. Lo que dice de nosotros un libro más que centenario que pretendía ser

el espejo de una época, una denuncia además, y no una historia universal. Aunque peca de convencional en cuanto a la trama, un romance interclasista en el que se espera que todo acabe bien al estilo de las obras de Jane Austen, hay una acerada crítica social presente en toda la producción de Zola, maestro del naturalismo con ‘El Vientre de París’ o ‘Germinal’, que aquí puede parecer disimulada por la profundidad de conocimientos sobre las incipientes galerías comerciales de su tiempo, una novedad en un París también casi nuevo, industrial, rico y a la moda, que Napoleón III levantaba de espaldas al glorioso pasado medieval de la ciudad. Como la trama no es lo más importante de la novela, el

EL PARAÍSO DE LAS DAMAS Émile Zola. Barcelona, ALBA minus, 2013, páginas 645.

objetivo de Zola es mostrar lo que subyace detrás de un mundo perfectamente retratado, en este caso, la corrupción moral vinculada al ascenso de la nueva burguesía del II Imperio, resulta a veces difícil identificarse con los protagonistas, siempre ambiguos, y con los secundarios, a veces excesivamente difusos, pues son las pequeñas y grandes mezquindades. La minuciosidad con la que Zola reproduce el negocio de las galerías es

ría de personajes, que es otro de los enfoques de este libro. Hölderlin no es el solitario al uso sino que está inmerso en una vida intelectual intensa y disfrutando de la amistad –sobre todo en la primera mitad de su vida– de no pocos personajes célebres (Shelling, Hegel, Schiller). A veces, inserta en su relato diálogos complementarios, como los basados en ‘Hiperión’, en los años de preocupación política de Hölderlin, y que son sugestivos porque nos transmiten información fiable y, a la vez, muestran esa sintonía especial con el poeta admirado, tiñendo de realismo lo que en otras biografías sólo es leyenda o mito. Casi al tiempo de la aparición de esta biografía, Helena Cortés nos ofrece su traducción de la versión de ‘Antígona’ de Sófocles hecha por Hölderlin. Estamos ante una edición muy bella y especial, prologada por Arturo Leyte y acompañada de un disco que contiene el filme de Straub y Huillet sobre esta obra adaptado por Bertolt Brecht. Recordemos que ya disponemos de otra traducción de Helena Cortés del ‘Edipo’ de Sófocles/Hölderlin. Entonces, el libro iba acompañado de la versión cinematográfica del ‘Edipo Re’ de Pasolini. Estamos ante dos versiones muy cuidadas y laboriosas, que completan muchos años de dedicación de Helena Cortés a Friedrich Hölderlin, a su poesía, a su correspondencia, a sus traducciones y, ahora, a su biografía. Y sin que nos olvidemos de su ensayo ‘Claves para una lectura de Hiperión. Filosofía, política, ética y estética en Hölderlin’ (1996).

sobrecogedora, y hasta monstruosa, y conviene recordar la gran labor de traducción de María Teresa Gallego y Amaya García. La historia de amor de la dulce, voluntariosa y no demasiado bella Denise Baudu, huérfana con dos hermanos a su cargo que acude a la capital de la moda mundial para trabajar con su tío quien, ante la presión de las nuevas fórmulas de negocio desarrolladas por hombres como Octavio Mouret, del Paraíso de las Damas, tiene que entregársela a este ambicioso y astuto mujeriego y empresario que reina sobre sus explotados empleados, empujando el progreso hacia arriba a toda costa, pese a quien le pese, es interesante en tanto que bastidor del cuadro que luego la novela resulta ser: el relato sobre las nuevas catedrales de la sociedad moderna: las galerías comerciales, muy cercanas al infierno.


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Sábado 31.01.15 EL NORTE DE CASTILLA

Sordidez sexual En ‘pornographia’, segunda novela de Jean-Baptiste del Amo, el cuidado de la prosa vuelve a estar por encima de la estructura

LUIS ANTONIO DE VILLENA

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omo varios autores franceses recientes, Jean-Baptiste del Amo (Toulouse, 1981) es por la rama paterna nieto de abuelos españoles que emigraron tras la guerra. La primera novela de Del Amo –traducida también en Cabaret Voltaire– es ‘Una educación libertina’ (2011) que yo presenté en Madrid. Del Amo me pareció tímido y correcto y (me dije) puede tener más éxito en francés que traducido –y la traductora lo hace bien– lo que se debe a que nuestro autor, joven, cuida más el estilo que la importancia de la arquitectura novelesca y sus caracteres. ‘Una educación libertina’ era una muy notable primera novela, con homenaje a ‘Las amistades peligrosas’. Ya en la descripción del París más bajo del momento, del Amo –dentro de la gala literaria– se complacía algo en

lo sucio y sórdido. No hay ninguna censura moral en lo que digo. Es mero aviso al lector, que se hace mucho más necesario en ‘pornographia’ (sic), la tercera novela del autor con título en latín, aunque la voz sea griega. ‘pornographia’ es una novela en fragmentos, básicamente lírica, donde –nuevamente– el cuidado de la prosa está por encima de la estructura y ahora de los casi inexistentes personajes. Un anónimo chico cubano (hijo de una prostituta) retorna a la isla, y tiene algo con un chapero que le encandila y embruja, pero al que no vuelve a hallar. Quizá lo han matado, pues un fragmento e imagen recurrente es el de algún chapero asesinado en una cuneta, cuyo cuerpo se va descomponiendo, con lujo de insectos y animales de muerte. En el paseo del innominado protagonista por el universo más bajo de la prostitución

Prostitutas de ‘El alto de la Villa’ (Albacete), 1926. Fotografía de Luis Escobar.

Jean-Baptiste del Amo.

femenina y masculina en La Habana (ciudad que nunca se nombra pero se adivina fácil) hallamos escenas de sexo, violencia y todo tipo de mugre y sordidez como si la decadencia física de la ciudad manchara y corrompiera a las gentes que se prostituyen en el submundo. Hay erotismo más o menos pornográfico, pero sobre todo un permanente regodeo (entre real y visionario) por todo lo que, alrededor del sexo es horrible, enfermo, maloliente o putrefacto, aunque ello no deje de encandilar al protagonista. Enfermedad y mugre conviven con varia libido, y hay escenas cercanas a la coprofilia e incluso a la necrofilia, uniendo arrecho y

PORNOGRAPHIA Jean-Baptiste del Amo. Trad, Lydia Vázquez Jiménez. Cabaret-Voltaire, Madrid, 2014. 251 págs. Fotos de Antoine d’Agata.

descomposición en un bello cuerpo muerto. Algo de esto se adivinaba en la obra anterior de del Amo, pero en ‘pornographia’ –no sé si el título es apropiado– estalla. Estamos ante textos donde el erotismo se enlaza con todo tipo de pústulas y sordidez dentro acaso de una moraleja que tendría que ver con la vida y el gobierno isleños. Aunque ello sea del todo indirecto. Más horror que sexo, más suciedad que libido. La edición francesa no llevaba fotos. Es un acierto. Las fotos agregan poco o nada. En el texto hay más chicos y en las fotos mujeres. El lector juzgará este bello y sórdido libro, sin moralina pero tampoco en alabanza.


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DEL CIPRÉS

LECTURAS

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Poemario culto y minucioso

EL SILENCIO DE LA PIEDRA Eduardo Roldán. Editorial Azul, 2014. 96 páginas. 11,99 euros.

asiste al éxodo anual de la bandada / con la atención tersa de la diosa esfera». De hecho, el silencio pugna por mantener sus privilegios –meditación, simbología, metáfora: el poder de dar alas al pensamiento y de proporcionar figuración al sentimiento un poso de íntima espiritualidad– frente a la rotundidad obcecada de la piedra: precisión léxica, contundencia expresiva, abigarramiento y condensación, en un triple esfuerzo para que

el peso del verso, frente a la levedad de su vuelo, no distraiga de las cosas de este mundo: «La nieve aspira a la hoja / a través de la raíz. / El sol espera». Un juego de contrarios que define la paradoja del mundo con sus inevitables y trascendentes oxímorons: «La luz / no oculta / que exige y necesita / de la sombra». Aunque paradoja es también su levedad que a veces proviene de una fresca mirada sobre la música y el ritmo, sobre lo metapoético –como en el sobrio poema ‘Escritor espejo’, capaz de resumir con una sola palabra el mundo literario de sus predilecciones lectoras–, y otras de la seria reflexión sobre la vida y sus estigmas con un tono Zen absolutamente despojado y vibrante. «Dominar la memoria a voluntad / susurraste. / He ahí la felicidad». Pero también lo habitan los temas eternos: el amor, la muerte, el tiempo, en medio de esporádicos descensos al pie de la calle, siempre con el afán de crear una dicción poderosa, culta y emocionante al mismo tiempo, en la que no sobre nada y en la que la palabra escurra más savia subterránea que la que encierra la vena de sus significantes. «[…] Constante, / igual que a la tierra la raíz se aferra, / el paso ha de insistir en la huella. […] Bastará el paso sin memoria ni deseo».

sente en los tres autores, sobre la generación artística. ‘Dhlagren’ no es sólo literatura, sino que, parcialmente, es una novela sobre la literatura. Sobre el proceso de crear, sobre el de leer, sobre el de publicar. A lo largo de sus ochocientas y pico páginas, van cayendo fragmentos de una poética, no rotundamente definida, ni definitiva, pero no exenta de atractivo. El principal postulado, nunca expresado, sólo intuido, nada novedoso, por otra parte, es que toda literatura es poesía. Atenta a este principio, la novela es un complejo de ritmo –al que no siempre llega la traducción al español, quizás porque traducirlo es imposible–, de imágenes turbadoras, certeras,

de torsiones asombrosas, imaginativas, del lenguaje. Algunas páginas de la novela, el propio inicio, el final truncado –en vez de punto final una palabra partida, no hay conclusión– son los versos en prosa –valga el oxímoron– con los que el protagonista redefine la acción. Es una de esas novelas difíciles, pero deliciosas, que incomodan a nuestros hábitos más perezosos, a la opinión general de lo que debe ser una novela, es decir algo acabado, algo que va como una flecha quemando etapas reconocibles, hasta el blanco. Pero ¿y si no hay blanco? Solemos exigir que se resuelvan los misterios planteados. Pero ¿y si no hay respuesta, o una sola respuesta?

Eduardo Roldán deja un poso de íntima espiritualidad en ‘El silencio de la piedra’

YOLANDA IZARD

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o siempre se logra una buena cosecha en la primera siembra, pero el Primer Premio Nacional de Poesía Treciembre es ya una gratificante excepción en el panorama de los premios que comienzan su andadura, pues Eduardo Roldán (Valladolid, 1978) lo honra con su poemario ganador, ‘El silencio de la piedra’, del mismo modo que sin duda ha de sentirse honrado por la intención y la dimensión de su creadora, la poeta Araceli Sagüillo, que lo dedica a su hijo recientemente fallecido, José Luis Quintanilla Sagüillo. Dos apellidos que remiten de inmediato a la labor entusiasta de defensa y promoción de la palabra poética en esos entrañables Viernes del Sarmiento, la institución decana de la poesía española, iniciada hace ya décadas en Valladolid por Andrés Quintanilla Buey y

continuada sin pausa y sin desaliento por ‘nuestra’ Araceli Sagüillo. Merecería esta mujer todos los encomios y un espacio mayor que esta simple reseña por su fortaleza en la adversidad y por su acérrima lucha por mantener encendida en nuestras vidas la llama de la poesía. Pero, como decía, Eduardo Roldán, colaborador de El Norte y de ‘La Sombra del Ciprés’, pone alto el testigo con su poemario, mereciendo el trofeo de ese neologismo tan sugerente,‘Treciembre’, que procede del último poema de Quintanilla Buey. ‘El silencio de la piedra’, su segundo libro de poemas después de ‘Haikus de jazz’, es, como la piedra, un poemario compacto y potente, de estilo culto y minucioso, a veces minimalista, siempre exigente; y, como el silencio, con un poso de íntima espiritualidad. De la combinación de potencia y minuciosidad minimalista nacen versos de urdimbre meditativa, ya con trama retórica de soberbias metáforas, ya con la textura de los haikus en versos adel-

Bellona

E

n alguna ocasión que otra he dedicado estas líneas a enumerar alguno de los parajes literarios, a menudo ciudades, que puedo considerar favoritos. En estas listas, no puede ser de otro modo, faltan algunos, ya se deba a las tiranías de la extensión, a las que todo articulista está sometido, ya al olvido. Quizás el más imperdonable de estos olvidos, sea Bellona, la ciudad que sirve de marco a los hechos –si son hechos– que se relatan en ‘Dhalgren’, y que el autor Sa-

muel Dalany, menciona en alguna otra novela. ‘Dhalgren’ es, seguramente, la obra más conocida de Delany. La más larga, también. Los lectores de ciencia ficción están divididos, aunque la mayoría muestran una hostilidad más o menos grande hacia ella. Muchos opinan que ni siquiera se trata de ciencia ficción. En mi opinión lo es –algún que otro elemento apunta a ello–, y no lo es. En cierta manera es una novela que ayuda a confirmar la tesis de que géneros y categorías son sólo úti-

El poeta vallisoletano Eduardo Roldán. :: RAMÓN GÓMEZ gazados, despojados, que apuestan por dar un sentido al silencio a través de la pausa versal y de su propio significado, que a menudo roza lo metafísico; o por dejar un eco que crece y al desvanecerse se hace canto: «Quién es capaz de descifrar el canto. / Qué enseñanza oculta en su primera geometría / el vuelo del pájaro. // El vuelo dibuja la ruta que ya hicieron otros vuelos: / la sangre permanece, la sangre conoce: / la sangre dibuja. // Y el cielo

les para bibliotecarios y archivistas, pero que poco tienen que ver con la literatura en sí. Y si ‘Dhalgren’ es algo, es literatura. Diría más, es lo que Calasso –siguiendo las prescripciones de Mallarme– denomina literatura absoluta. No me arriesgaré con la afirmación de que quizás estemos ante una de las novelas más importantes– y más desapercibidas, salvo en el campo de la ciencia ficción– del último cuarto del siglo XX. Y sin embargo creo, que, tal vez menor, tal vez no, tiene su importancia. Hay quienes la comparan –y no como halago, o no la mayoría de las veces– con Joyce y Proust. De tener un parentesco, no es el de la memoria –el protagonista no re-

El silencio pugna por mantener sus privilegios frente a la rotundidad obcecada de la piedra

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA

cuerda su nombre, nadie recuerda cuándo comenzó, cuántas semanas, o meses, como mucho, el aislamiento de la ciudad, o cómo–.Y si Proust o Joyce, en mayor o menor medida, retratan sociedades bien, opresivamente, estructuradas, Delany se permite echar un vistazo al derrumbe, a la reorganización, de las estructuras establecidas. Quizás sea la pasión estética, la inquisición, pre-


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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

Berlín tras el muro Paseo por las cenizas de un sueño

Buenas noches... no eres un leopardo :: SUSANA GÓMEZ

JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN

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l ángel rojo’, novela del escritor turco Nedim Gürsel, mereció el Premio Méditerranée en 2013. El autor trasciende la nada desdeñable anécdota política que representa la caída del Muro de Berlín para desarrollar un hondo relato sobre el declive del comunismo, no sólo en la antigua Europa del Este, sino en cualquier otro país del entorno, sobre todo en Turquía. La capital de la Alemania reunificada es ya, para los personajes de Gürsel, una ciudad de fantasmas que solo pertenecen al pasado. Han quedado en el olvido definitivo aquellos «hermosos días que estaban por llegar», cuando era posible discurrir un mundo más justo en las líneas dibujadas por Marx, Engels, Lenin o Stalin. Ninguna otra época se iluminó jamás de tanto encono y pasión. Una llama que parecía inexpugnable ardía en el corazón de muchos ilusionados. Tras la caída del Muro, se ha ido haciendo evidente que de aquel fuego tan solo restan un puñado de cenizas, y «algunas brasas que se atizan soplando pero que se extinguen enseguida». Incluso el esplendor del antiguo Berlín, sus días felices, sus días aciagos, han sido enterrados en las cloacas de la historia. El viejo entusiasmo lo sigue representando, para algunos nostálgicos, el poeta turco Nâzim Hikmet. Gürsel nos presenta varias caras del personaje real que se pueden resumir en dos: el fiel militante comunista, que dedica la mayor parte de su obra a exaltar aquella fe política, acabando sus días en el exilio moscovita; y el crítico menos conocido del estalinismo, la corriente que traicionó las esencias verdaderas, la esperanza que movía a las masas comprometidas con una nueva deriva de la historia: un Hikmet fiel admirador de Lenin y de Trotsky. Pero también un Hikmet vigilado por cierto oscuro compatriota, también exiliado, al servicio de la Stasi y que, años después del derrumbe

del Muro, entregará a su principal biógrafo los viejos documentos que en su momento denunciaron la auténtica personalidad política del poeta. Porque ‘El ángel rojo’ no es una novela que añore aquel comunismo. Recrea la nostalgia que la desaparición de un viejo entusiasmo colectivo hace anidar en quienes lo experimentaron. Aquel comunismo murió por sus propios errores, porque, en su esencia más íntima, sólo podía resultar perverso, como Stalin y sus adláteres se encargaron de demostrar a costa de muchas vidas. Al viejo espía de la Stasi solo le resta pues el alivio de la muerte; «todo lo demás, incluido el comunismo, no es más que palabrería». Nada puede ya ser borrado, y mucho menos la memoria de los dictadores que se disfrazaron de guías del pueblo. A esa muerte la precede un dolor permanente, insalvable, sin remedio alguno. El novelista habla, sin duda, de lo que él mismo conoce. Se exilió en los años setenta a París, donde sigue residiendo, huyendo de los militares. Ha publicado una treintena de títulos, entre novelas, ensayos y libros de viaje. ‘El ángel rojo’ es una novela muy ambiciosa desde el punto de vista formal. La narración contiene cuatro partes bien diferenciadas: el regreso a Berlín, años después de la caída del Muro, del biógrafo de Hikmet, convocado por un personaje misterioso que desea entregarle documentos secretos que le harán conocer la verdadera personalidad política del afamado poeta. Los propios documentos. El encuentro de ambos personajes, al que ya hemos asistido en la primera parte, pero narrado ahora desde el punto de vis-

EL ÁNGEL ROJO Nedim Gürsel. Traducción del francés por Carmen Torres París y Mª Dolores Torres París, Madrid, Alianza Editorial, 2014, 395 páginas, 18 euros.

Nedim Gürsel. :: EFE ta del colaborador de la Stasi que hace entrega de ellos. Y un desenlace que al lector le resultará bastante previsible, en el que este personaje –un homosexual que descubre la atracción por una mujer en las postrimerías de su vida– abraza su final enlazando con quien sigue siendo el mejor recuerdo sentimental del antiguo paso del biógrafo de Hikmet por el Berlín todavía dividido. Son estos dos últimos tramos, que ocupan algo más de un tercio de la novela, los que corren el peligro de resultar tediosos al lector, deseoso de hallar peripecias o sorpresas que no acaban de llegar. Las constantes evocaciones que el informante de la Stasi lleva a cabo de su infancia, su juventud, el inusual ambiente familiar en el que se crió, etc., resultan reiterativas, deliberadamente desordenadas, farragosas. Esos constantes saltos en el plano temporal de la compleja narración que es el conjunto de la novela, bastante bien resueltos en la primera parte, pierden la fluidez que el lector aguarda. Por otra parte, abundan las citas de versos de Hikmet, pero, en general, son breves, aparecen demasiado aisladas de la totalidad del poema al que pertenecen; resultan deslavazadas y no acaban de rendir honor a un más que digno representante de la lírica turca que supo aunar, sirviéndose del verso libre, un estudio original de los sentimientos con el deber político hasta sus más arriesgadas consecuencias. Novela pues, interesante, pero que habría ganado mucho con un mayor esfuerzo de depuración, y quizá con menos páginas.

Si hay una hora del cuento por antonomasia, esa es la de antes de dormir. Si hay un ritual cotidiano en el que niños y niñas no suelen estar de acuerdo con los adultos, es (también) el instante de cada noche en el que toca cerrar los ojos. Atravesada por la reiteración de ritmos y frases que tanto gusta a los lectores más jóvenes, esta historia sobre la imposibilidad (o negativa) infantil de conciliar el sueño propone un viaje por las diferentes formas de descansar de leopardos, murciélagos, cigüeñas y otros animales, en un relato hilvanado por la sutileza, el humor y el guiño cómplice. Enriquecida, así, la rutina diaria por el vuelo de lo exótico, la imaginación y la fauna reunida, el álbum habla de una ceremonia doméstica en la que más de un padre y una madre se verán reconocidos, al tiempo que sus páginas muestran divertidos retratos de su protagonista a la pata coja, metiéndose en la bañera con los ojos abiertos, subida la rama de un árbol o boca abajo en el trapecio. El objetivo: llamar (o desterrar) el sueño a

través de imitaciones zoológicas, en un relato de acertada estructura recurrente en el que Brigitte Raab demuestra conocer el discurso infan-

MAMÁ, NO PUEDO DORMIR Brigitte Raab y Manuela Olten. Editorial Takatuka. 32 páginas. 14 euros. Edad recomendada: a partir de 4 años.

Ecología popular de los cinco continentes :: S. G. Ecología y sabiduría popular se dan la mano en esta recopilación de cuentos de los cinco continentes, donde la madre tierra, su conservación y la casi siempre desafortunada intervención humana serán el hilo conductor de relatos que reivindican el respeto y el cuidado de la naturaleza. Invadidos de reminiscencias legendarias, los nueve cuentos convocan tradiciones narrativas de todo el globo, reuniendo en sus páginas memorias de una oralidad propia del acervo colectivo y procedente en esta ocasión de la Amazonía, La India, Australia, Venezuela,

CUENTOS DE LA MADRE TIERRA Rolande Causse Nane y Jean-Luec Vézinet (ilustraciones de Amélie Fontaine). Editorial Juventud. 46 páginas. 14 euros. Edad recomendada: a partir de 7 años.

til, sus mecanismos y el ingenio que los más pequeños saben poner en marcha cuando se trata de desafiar las normas. Y mientras la niña reitera su «no puedo dormir», la madre le irá explicando cómo duermen los patos, los peces o los perros, en tanto que las ilustraciones de Manuela Olten (‘Para nada sucias’, ‘Buenas noches, Carola’, también en ‘Takatuka’), suman detalles y significados a la historia y aportan la hilatura temporal y su transcurso. Un excelente cuento de buenas noches en el que finalmente se quedará dormida... una de sus dos personajes principales.

América del Norte, la región francesa de Picardía, Colombia, Cabo Verde y Yemen. Los textos, auténticas lecciones medioambientales, se cierran con el breve apunte de una moraleja de claros tintes verdes, y vienen acompañados de ilustraciones que invocan al imaginario más tradicional. Claro homenaje a la ancestralidad y su herencia, el álbum convoca así a animales, plantas y entorno para clamar por la restauración del precario equilibrio del planeta azul, gracias a un saber compartido por culturas y razas. La solución apuntada: una relación de cooperación entre los seres humanos, así como la reconciliación del hombre con el mundo que le rodea y unos recursos que, a pesar de nuestra conducta, están lejos de ser propiedad de ninguna especie.


14 LA SOMBRA

Sábado 31.01.15 EL NORTE DE CASTILLA

DEL CIPRÉS

E

n el modo subjuntivo del español actual alternan dos formas en el pretérito imperfecto: ‘cantara’ y ‘cantase’. La mayoría de los gramáticos e investigadores que se han ocupado de este tema coinciden en que esta formas alternan libremente en el discurso, es decir, que el uso de una u otra forma no está motivado por factores contextuales. La variante en ‘ra’ del imperfecto procede etimológicamente del pretérito pluscuamperfecto de indicativo latino (cantaveram) y la variante en ‘se’, del pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo (cantavissem). En el castellano medieval ‘cantara’ era una forma verbal de indicativo. Su uso como forma de subjuntivo empezó a extenderse en el siglo XV y se afianzó en los Siglos de Oro. Aunque son escasos los contextos sintácticos que excluyen una de las dos formas en favor de la otra, hoy trataré de mostrar uno en el que ambas formas no se intercambian libremente en español actual, aunque se documentan ejemplos (no tan esporádicos) de esta alternancia. Se trata de un uso que aparece con mucha frecuencia en el ámbito periodístico. Tan frecuente es este uso que ha pasado a ser considerado como característico de este tipo de lenguaje, tanto de la prensa escrita como de los medios de comunicación orales. Me refiero al uso de la forma ‘cantara’ con valor de pasado simple (‘canté’). Ejemplos como ‘igual que hiciera su antecesor’; ‘El presidente confirmó la noticia que diera el ministro del Interior’; ‘Está llegando al campo el equipo que la jornada pasada definiera la liga’; ‘La detención tuvo lugar minutos después de que pronunciara su discurso’; ‘Como ya ocurriera la temporada pasada, la ausencia del entrenador en un partido de tanta trascendencia ha dado mucho que hablar’; ‘quien fuera el máximo goleador’; ‘Ha transcurrido un mes desde que el rey visitara la ciudad’; ‘Es opinión del que fuera presidente del

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

CUANDO ‘CANTARA’ NO ALTERNA CON ‘CANTASE’

Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es

Gobierno’; ‘La que fuera la primera mujer en dirigir un semanario francés confiesa que no puede evitar que todo lo humano y lo divino le interesa’; ‘El que fuera mejor escalador del mundo es un nefasto conductor de vehículos’; ‘Un vehículo arrolló ayer en Granada a cinco personas, que resultaron heridas, después de que el conductor sufriera un ataque de epilepsia y perdiera el control de la dirección’; ‘Este jueves, de momento, el técnico prefirió guardarse las cartas y no desveló si apostará por el doble pivote, como hiciera en Alcorcón’; ‘Escasos meses han pasado desde que saliera a la luz un proyecto personal que desde hace varios años venía rondando mi cabeza’; ‘como hiciera Lorca hace casi cien años, aunque por diferentes motivos’, etcétera, se identifican clarísimamente con esta variedad de lengua. Por

contagio con este empleo de ‘ra’ como forma de indicativo, a veces aparece la forma en ‘se’ con idéntico valor en ejemplos del tipo ‘Como dijera Miguel de Unamuno [de la ciudad de Salamanca] la primera vez que la visitase’; ‘Su terrible disparo de larga distancia, su forma de inventar la defensa libre desde que comenzase a marcar su estilo personal como tal, han despertado las tentaciones de los clubes más poderosos’; ‘una mujer sin ovarios dio a luz dos gemelos después de que le fuese implantado un óvulo de una mujer donante fecundada con esperma de su marido’ o ‘Fue llamado a declarar con motivo de las críticas que efectuase en días pasados’. ¿Son correctos estos usos? Hay opiniones para todos los gustos. Desde quienes lo han criticado abiertamente hasta quienes lo justifican. Lázaro Carreter, en ‘El dardo en la palabra’ decía: «Otro atentado sintáctico contra la paz idiomática lo constituye el empleo del subjuntivo castellano en ‘ra’ como pasado del indicativo: ‘El Ministerio no ha cumplido lo que prometiera’». También Santiago de los Mozos, en su libro ‘La norma castellana del español’, criticaba este uso de una manera muy simpática: «Un pastor diría: ‘Pues este puente es el puente que hicieron los romanos’. Pero el pedante, llevado del prurito de distinguirse del modo de expresión habitual, haciendo alarde de una lengua más selecta, dirá, por ejemplo: ‘Este puente es el puente que los romanos construyeran’. Pues bien, ese ‘construyeran’ es una incorrección que afecta negativamente al sistema del español, es una incorrección de ignorancia mortal». Santiago Alcoba justifica este uso «porque cumple una función expresiva no desempeñada por otra forma verbal en la conjugación española» y ve natural que esta forma en ‘ra’ «por simple figura de ‘variatio’, para evitar la reiteración de pretéritos, prolifere en la lengua periodistica». Los periodistas tienen la última palabra.

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Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

Ordenes sagradas. Benjamin Black (Alfaguara)

After. Anna Todd (Planeta)

Tus pies toco... P. Neruda (Seix Barral)

El impostor. Cercas (Random)

Vestido de novia. P. Lemaitre (Alfaguara)

Un jardín al norte. Boris Izaguirre (Planeta)

Y de repente, Teresa. S. Adalid (B Ediciones)

El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)

La fiesta de la insignificancia. Milan Kundera (Tusquets)

El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)

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Yo fui a EGB 2. Ikazl (Plaza&Janés)

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Yo fui a EGB 2. J. Ikaz; J. Díaz. (Plaza & Janés)

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Como la sombra que se va. Muñoz Molina (Seix Barral)

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Como la sombra que se va. Muñoz Molina (Seix Barral)

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Lilas en un prado negro. José Luis Alvite (Ézaro)

La sombra de otro. Jambrina (Ediciones B)

Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

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Basta ya… ahora sí. Castro Cuadrado (Autoedición)

El cura y los mandarines.Morán (Akal)

El Capital en el Siglo XXI.Piketty (FCE)

El cura y los mandarines. Morán (Akal)

Lunario 2015. Michel Gros (Artús Porta Manresa)

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El cura y los mandarines. G. Moran (Akal)

Viejos cafés de Valladolid. Ortega (Maxtor)

En la espiral... L. González y R. Ferández (Libros en acción)

Perros e hijos de perra. Reverte (Alfaguara)

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Yo fui a EGB 2. J. Ikaz; J. Díaz. (Plaza & Janés)

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El final de la guerra. Preston (Debate)

Las gafas de la felicidad. R.Santandreu (Grijalbo)


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Sábado 31.01.15 EL NORTE DE CASTILLA

La fiera Cuprecia, tal como era representada en los pliegos de cordel.

Animales U

no de los defectos que caracterizan la personalidad del ser humano y que le diferencian de otras especies, es el egoísmo. Invocando perentorias necesidades, el individuo fue capturando y domesticando animales a lo largo de la historia para su propio provecho. En unos casos porque extraía de ellos beneficios directos o indirectos: de la vaca sacaba leche y asimismo le servía para arar, por ejemplo; de las palomas tomaba los pichones y usaba la palomina como abono; los cerdos le ayudaban a reciclar las sobras de alimentos y además le ofrecían el máximo de aprovechamiento... En otros casos porque le defendían de especies más molestas (el caso de perros y gatos que impedían que lobos o ratones invadieran el territorio ‘humano’ o sus aledaños). También a veces por la admiración que despertaba su canto: recordemos los cuentos sobre el canto mágico de ruiseñores y otras especies a los que algún desaprensivo trataba de encerrar en una jaula para que cantasen sólo para él. O los altares del Corpus del interior

de las catedrales en que se colocaban las aves para cantar al Santísimo y que fueron con el tiempo sustituidas por flautas de agua que tocaban los niños de la Doctrina... Es curioso asimismo el deseo humano de que esos animales, más o menos sometidos, pertenecieran al grupo familiar para lo que incluso se los bendecía y se los llevaba a la iglesia, asignándolos desde tiempos remotos patronazgos de lujo como los de San Antón o San Francisco, quienes, según relatos legendarios, convivieron con algunos animales o los trataron como a personas. La iconografía hagiográfica nos muestra a muchos santos acompañados por diferentes animales (los evangelistas, San Jerónimo, San Roque, etc. sin olvidar que el símbolo de la propia Trinidad es una paloma o que la Virgen vence y pisa la cabeza a la serpiente, la tentadora de nuestros primeros padres). Los evangelios apócrifos, ya desde los primeros siglos del cristianismo, colocaron al asno y al buey alentando y protegiendo a Jesús según la profecía que en la Biblia había dejado

Isaías (1,3), lo cual podría considerarse como una preparación para el reconocimiento de la propia Iglesia hacia el papel de los animales en la vida cotidiana. La tradición se heredaba del mundo judío, pueblo de pastores, en el que aquellos animales, además de compañía, vestido y alimento, prestaban su propia vida para el sacrificio y la expiación como sustitutos de la vida humana cuando el hombre pecaba o cometía una falta y quería redimirla (recuérdese el caso del chivo expiatorio o del novillo del Levítico). Muchos de los pronósticos meteorológicos recogidos en los libros o almanaques de los siglos XV y XVI, venían condicionados por la actividad o actitud de determinados animales: si las hormigas se arremolinaban o si las ranas saltaban de determinada forma o si las aves hacían esto o aquello, significaba que iba a llover o hacer bonanza, etc., etc. Eso en el caso de un simple pronóstico del tiempo. Si hablásemos de conjeturas o predicciones que afectaban a la vida del ser humano o a su futuro ya estábamos en terre-

nos más espinosos: la buena o mala suerte, los juegos de adivinación –tan peligrosos para el alma del cristiano como prohibidos por la religión– dependieron con mucha frecuencia de la relación entre los propios hechiceros y determinados animales como el cuervo, el gato negro o el macho cabrío. Algunos relatos narraban la costumbre de las brujas de transformarse en felinos para desplazarse más rápidamente en sus correrías nocturnas. Otras canciones, en cambio, recordaban la sencilla forma de pastores y labradores de interrogar al cuco para conocer a través de su canto cuántos años faltaban para la boda o para el entierro de uno mismo. La imaginación, cuanto más desatada mejor, solía marcar los amplios límites en los que desarrollaban su actividad seres fantásticos, casi siempre peligrosos para el individuo. Y no hablamos de seres monstruosos nacidos del propio hombre y en los que la naturaleza había dejado su sello de imperfección, como los ‘Monstres et prodiges’ de Ambroise Paré, ni tampoco de dragones mitológicos procedentes de historias legendarias. Los animales fantásticos estaban entre la realidad y la ficción pero tenían un poco de ambas. La fiera Cuprecia, por ejemplo, aparecía en los grabados difundidos por los ciegos en los pliegos de cordel como una especie de leona con alas de dragón y cara y pechos de mujer. Su

descripción, tras ser hallada en Melilla, en el Rio de la Plata –según rezaba un papel de los que llevaban los ciegos–, era más o menos ésta: Tiene boca de León / los cuernos de toro bravo / pelo como una mujer / y las alas de pescado, / las uñas como puñales / las orejas de carnero / y en el rabo una cruceta / que causa terror y miedo… Otro tanto, aunque no conozco pliego que traiga su retrato (el papel que conservo está reimpreso en la imprenta Barroso, de Benavente), sucedía con la Fiera Membrana, procedente del África: ...Y dicen que su origen / fueron tierras africanas / que otros tiempos atrás / hubo otra

LA PARTITURA JOAQUÍN DÍAZ

semejanza. / Sólo de aquellos países / puede ser originaria… La fiera, llegada –no se sabe cómo– a Alemania y aparecida en una cueva, es prácticamente invulnerable: …Y de las observaciones / dicen no pueden matarla / tiene una concha tan fuerte / que retroceden las balas. Finalmente, un batallón de húsares le da la muerte, destacándose en la empresa el comandante: La cruz laureada de hierro / al punto le fue otorgada / al valiente comandante / que este batallón mandaba. Otros seres fantásticos, las sirenas, aparecidos en épocas en que la conquista del mar y el conocimiento de la navegación eran imprescindibles para conservar la propia vida, distraían con su canto seductor –mitad humano mitad de ave– la atención de los marineros para arrojarlos a las profundidades abisales; más tarde la iconografía las representó como mujeres pez. Un juego papirofléctico en el que se dobla y desdobla un folio para ir mostrando sucesivamente un corazón, una vihuela, una sirena, una mujer y una cruz (con fines morales, naturalmente) incluye un curioso dibujo en el que el ser misterioso, siempre símbolo de la fantasía y de la tentación, se transforma en una dama: Si eres curioso lector / abrirás este papel / y verás un corazón / que te podrá entretener. / Al corazón afligido / la música le consuela / ábrelo, que está partido / y verás una vihuela. / Esta música leal / consuela cualquiera pena / abre pronto la guitarra / y verás una sirena. / La sirena de la mar / ha formado sin querer / con aspecto singular / el cuerpo de una mujer. / Esta mujer es devota / y tiene por devoción / de darnos a conocer / dónde murió el Redentor. El catálogo de monstruos femeninos, si es que de eso se tratara, se podría completar con el cuento de la joven que adquiere por el día figura de loba y por la noche se despoja de su disfraz hasta que es desencantada por un valiente mozo que tira a la hoguera el pellejo lobuno antes de que pueda ser recuperado por su propietaria. Similar caso, aunque más inclinado a un tipo de mujer asilvestrada, es el de la Serrana de la Vera que, precisamente por estar más cerca de lo humano que de lo animal, se saldría un poco de la temática. En fin, que el interés actual hacia las mascotas, incluso por las virtuales que se adaptan mejor a la pasividad e inhibición en la aceptación de cualquier responsabilidad de quienes componemos la sociedad del siglo XXI, no es una novedad y simplemente abunda en una tendencia del ser humano a dominar y controlar todo lo que le rodea, si es que se deja.


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LA SOMBRA DEL CIPRÉS

El que espera C

orazón sencillo’ es una novela corta de Gustave Flaubert. Felicidad, su protagonista, es casi una anciana cuando una familia vecina se muda del pueblo. Es una familia algo extraña, de indianos, que no parece haberse adaptado demasiado bien ni a los inviernos ni al rigor de las costumbres de la comarca. Antes de marcharse le regalan un loro. El loro muere un tiempo después y Felicidad llega a disecarle para no desprenderse de él. Y ese loro cambia por completo el sentido de su vida. Flaubert no nos dice por qué, pero su presencia arranca inesperadamente a la vida, como quería Magris, territorios de persuasión. Leer es buscar territorios así. Amamos un libro en la medida en que algo que creíamos perdido, un saber acerca de nosotros mismos, un gesto adorado, regresa a nosotros. Leer es asistir a ese regreso, como bien saben los aficionados a los cuentos. Pensemos lo que pasa en ‘El patito feo’, el hermoso cuento de Andersen. No es difícil saber por qué su historia conmueve de esa forma a los niños. No hay ni uno solo que no se sienta, al menos en algún momento, como un ser inferior, desplazado, al que nadie quiere. Que no haya sentido que su verdadero mundo no era ese cotidiano, donde tan pocas veces se ven cumplidos sus sueños, y tan difícil le resulta vivir, sino otro más inaprensible donde obtendría al fín todo lo que desea. Es decir, no esa charca de patos en la que habitualmente tiene que vivir y desenvolverse, sino la laguna de los cisnes. Es lo que pasa en el cuento de Andersen. El patito, desplazado y golpeado por todos, ve a los hermosos cisnes y se encamina tembloroso a su encuentro. Piensa que volverá a ser rechazado, pero ellos le reciben con alegría, momento en que, al percibir su imagen en las aguas del lago, se ve transformado en un cisne, y se da cuenta de que está entre sus iguales. Enseguida volará a su lado, alejándose en silencio hacia un mundo más allá de la vida. Es un final tan hermoso como inquietante, pues la función de los cisnes en el cuento de Andersen es llevarse al patito del mundo. Tal escena puede verse en suma como una representación de la muerte. Y tal vez

Sábado 31.01.15 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

sea ese el verdadero sentido del cuento, que el patito al verse rechazado por todos se encamina al lago donde muere de tristeza. Es un tema que se repite en otros relatos de Andersen, pienso sobre todo en ‘Los cisnes salvajes’, y en ‘La reina de las nieves’. En este último, una extraña mujer se lleva a un niño de su casa, y le mantiene encerrado en su palacio, situado en el fin del mundo, hasta que una amiguita va en su busca y le libera con el poder de sus lágrimas; en ‘Los cisnes salvajes’, una muchacha debe estar te-

jiendo durante años once camisas de ortigas para devolver a sus hermanos, transformados por un hechizo en cisnes, su verdadera figura. En ambos cuentos, el niño que se transforma en cisne queda separado de la vida, y sólo en la medida en que alguien le busca y ama puede regresar de la helada eternidad.

La literatura habla de ese regreso. No se confunden con el palacio frío de la Reina de las Nieves, o con el país inane a donde viajan los príncipes transformados en cisnes. Es la niña buscando a su hermano, o la princesa muda tejiendo con expectación y dolor sus camisas de ortigas para salvar a sus hermanos. Leemos para rebelarnos contra el mundo, pero también para escapar de la irrealidad. O dicho de otra forma, son los habitantes de esa charca que es el mundo, los patos, los cerdos, los animales de la granja, los que necesitan leer libros. Éstos hablan de esa realidad imperfecta que es el mundo de cada día, con sus proble-

DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO

:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL

mas, y sus frustraciones, pero también del sueño de otra vida, de que esa vida está aquí, sólo que oculta, y que hay que realizar el esfuerzo de alcanzarla. De forma que la literatura lo que narra es el milagro del cisne en la charca. ¿Porque qué otra cosa son, por ejemplo, don Quijote, cuando anda vestido de caballero andante, o el pobre Gregorio Samsa, al despertar una mañana transformado en un extraño insecto, sino cisnes en la charca del mundo?. Ray Bradbury tiene un cuento titulado ‘El que espera’ en que un marciano vive solitario en un pozo. No puede abandonarlo, pues necesita de la materia de un ser vivo, para apropiarse de ella. Vive enterrado en ese pozo terrible, a la espera de que alguien, al asomarse a su interior, le ofrezca la posibilidad de escapar. Una expedición de terrícolas llega a ese lugar y el marciano va tomando posesión de ellos. Pero tiene que regresar al pozo pues su naturaleza resulta incompatible con la de los hombres y uno a uno va matándoles a todos. Supongo que los libros se parecen a ese pozo. Alguien nos espera dentro, alguien que inmediatamente a través de la lectura toma posesión de nosotros, se sirve de nuestros miembros, de nuestro propio cuerpo para existir. Aunque el final no tenga que ser necesariamente tan lúgubre como en el cuento de Bradbury, pues ese otro que incorporamos al leer forma parte de nosotros mismos, y el instante de su adopción no es distinto a aquel en que el patito feo se mira en el espejo del agua y descubre su figura de cisne. Los libros nos sitúan ante esas posibilidades incumplidas. Nos asomamos a esos pozos, y sentimos el golpe inaudito de la posesión. Y volvemos cambiados, dueños de otros pensamientos, de otros deseos. El reino de la literatura es esa tierra de en medio que hay entre los sueños y los delirios, y la realidad empírica. Una encrucijada, una frontera. No el lugar al que se van los cisnes sino la charca. «Entre la nada y la pena, dice uno de los personajes de ‘Las palmeras salvajes’, la novela de Faulkner, elijo la pena». La literatura es el lugar de la pena. El lugar de las contradicciones, del encuentro con esa realidad tan múltiple, como inagotable, y muchas veces feroz. Lo literario no es el marciano en el pozo, sino el instante en que nos asomanos a él, todavía sabiendo lo que somos. El cisne, sí, pero no como una realidad que nos arrebata, sino como lugar de la posibilidad. No lo que nos arranca del mundo, sino lo que nos permite encontrar en él todos los tesoros.


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