¿El mejor cine se hace en televisión?

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Sábado, 07.02.15 Número CXCI

¿El mejor cine se hace en televisión? Empieza a ser una frase hecha, que aparece en las grandes citas del cine, pero conviene matizar [P2]

SOMBRA CIPRES LA

DEL

‘Los Soprano’. :: REUTERS-HBO


2 LA SOMBRA

DEL CIPRÉS

CINE ¿VERSUS? TELEVISIÓN

Sábado 7.02.15 EL NORTE DE CASTILLA

El actor estadounidense Kevin Spacey recoge el galardón al Mejor actor dramático por su papel en la serie de televisión ‘House of Cards’, durante la 72 edición de los Globos de Oro

Tópicos en serie

H

oy se ha convertido en un tópico decir que el mejor cine se hace en las series de televisión y que, salvo honrosas excepciones, el que va destinado a las salas comerciales deja mucho que desear en demasiados aspectos. Como todos los tópicos, este, aun teniendo algo de razón, necesita ser matizado para no caer en dogmatismos que en nada ayudan y solo contribuyen a aumentar la confusión de quienes no tienen demasiado tiempo o posibilidades de comparar en

proporciones suficientes la masiva producción internacional tanto de series como de películas. Ante todo, convendrá recordar que la eclosión de las series –o mejor dicho, del respeto intelectual y crítico hacia ellas– es un fenómeno reciente, que olvida las décadas en las que la televisión española nos castigó con producciones seriadas que no eran sino altavoces del llamado ‘american way of life’ y sus valores, desde ‘Bonanza’, ‘La casa de la pradera’ o ‘El fugitivo’ a ‘Dallas’ y ‘Falcon Crest’,

por poner ejemplos que estarán en la memoria de los lectores de cierta edad, al tiempo que ensayaba producciones autóctonas tan poco estimulantes como ‘Crónicas de un pueblo’ o ‘La casa de los Martínez’, con escasas aunque notables salvedades. Después vendría la invasión de culebrones hispanoamericanos, importados de forma masiva por motivos económicos, pero con consecuencias ideológicas evidentes. Lo que sí parece cierto es que el boom actual, que algunos expertos consideran

«la tercera edad de oro de las series», encabezada por obras maestras como ‘Los Soprano’ o ‘The Wire’, y otras de producción más modesta pero igualmente brillantes, como ‘En terapia’, viene a recuperar de algún modo el sistema de producción que caracterizó al cine estadounidense que llamamos clásico: predominio del productor ejecutivo, como coordinador del conjunto, y del guionista sobre el director; importancia de los diálogos frente al uso y abuso de los efectos especiales, multidimensionales y atronadores con los que la industria dominante se esfuerza por seguir llevando público a las salas; utilización de la parábola y la alegoría, sean de época o actuales, como for-

JUAN ANTONIO PÉREZ MILLÁN

mas privilegiadas de referirse a realidades rigurosamente contemporáneas, etc. Con las ventajas añadidas de que la mayor duración permite

Es de desear que la eclosión actual de series no acabe aplastando a la producción cinematográfica

atender mejor a los detalles, desarrollar con más profundidad los personajes, incluidos los secundarios, y conocer la reacción del público antes de plantearse la creación de nuevos capítulos. Tendríamos así una especie de sutil venganza de la televisión sobre el cine, porque si hace muchos años directores como Sam Peckinpah, Sidney Lumet o Robert Mulligan empezaban trabajando para la pequeña pantalla pero con la aspiración de pasar cuanto antes a la grande, que era la que les daba prestigio y posibilidades creativas, hoy hay cadenas o empresas vinculadas a la Red que convencen a directores de tanto prestigio como Martin Scorsese para que realice un capítulo


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Cine (fuera) de serie Las creencia de que la televisión ha superado en calidad al séptimo arte gana adeptos al tiempo que actores y directores cambian de bando

n parte atemperada por la insistencia con que se ha venido repitiendo desde hace aproximadamente una década y por su propia y casi unánime aceptación, la creencia de que el mejor cine se encuentra hoy en las series de televisión y no en las películas resurgió en la pasada gala de los Globos de Oro con las declaraciones de Kevin Spacey sobre el «increíble» momento de las series de ficción, una suerte de renacimiento artístico cuyos logros el otro Renacimiento tendría poco menos que envidiar. El eco obtenido es comprensible. Que Spacey, un hombre forjado en el teatro –director durante diez años del Old Vic londinense–, director de cine y ganador de dos Oscars, dijera lo que dijo y en el lugar en que lo dijo –la única ceremonia de renombre que premia tanto a las películas como a las series–, parecía poner fin al debate: pocas voces más autorizadas y menos sospechosas de parcialismo. Y por si no fuera bastante, la misma se-

mana se anunció que Woody Allen, el mismo Woody Allen que saca una película al año y sigue tecleando en una máquina de los años cuarenta, va a escribir y dirigir la primera temporada de una comedia de situación ‘on line’ para ese Gran Hermano del ocio y el consumo que es Amazon. La tradicional jerarquía parece pues no solo confundida sino invertida. ¿Pero qué es lo que celebra Spacey con tanto fervor? ¿Qué tienen de original y meritorio las ficciones televisivas respecto de las cinematográficas? Desde luego ‘House of cards’, la serie protagonizada por Spacey, de original no tiene mucho; trasvase de una serie del año 90 de la BBC, el único cambio introducido ha sido sustituir el Palacio de Westminster por el Capitolio y las cabinas rojas de Londres por teléfonos móviles con la manzana mordida; el resto de elementos –los personajes, el recurso de la quiebra de la cuarta pared, etc.– se han calcado. En cualquier caso ‘House of cards’ es ejemplo máximo de lo que las series ofrecen y de lo que carecen; esencialmente ofrecen una indudable audacia en el planteamiento y un marcadísimo acento en la peripecia de la trama; de lo que

últimos tiempos radica en los soportes y procedimientos que hacen posible que cada cual siga las series de sus preferencias sin tener que someterse a la periodicidad de la emisión, sino uniendo los capítulos a su conveniencia o incluso, si el cuerpo aguanta, contemplando cada temporada de un tirón. Algo que, por otra parte, los cinéfilos más entusiastas hicieron y hacen también con las tres partes de ‘El Padrino’, modelo indiscutible de varias series de éxito. Y sin embargo, es de desear que la eclosión actual de series de muy diversos tipos, temas y estilos, no acabe aplastando a la producción cinematográfica autóctona, que nos permite seguir contemplando historias muy cercanas a

nosotros, a nuestras realidades cotidianas, con su proximidad y su capacidad de sugerencia directa, como ha ocurrido en el año recién acabado con títulos españoles como ‘Hermosa juventud’, de Jaime Rosales, o ‘En tierra extraña’, de Icíar Bollaín, y europeos, pero de la Europa alternativa, no convencional, como ‘Dos días, una noche’, de los hermanos Dardenne, mucho más estimulantes que la mayoría de los títulos ensalzados por la publicidad directa o encubierta. Nunca se sabe si el cine y la televisión –y las variantes actuales de esta– están condenados a entenderse o a competir eternamente entre sí… en beneficio de quienes disfrutamos de las mejores producciones de uno y otra.

EDUARDO ROLDÁN

E

el pasado 12 de enero. :: EFE

de ‘Boardwalk Empire’ o a Woody Allen para que, a sus 84 años, se plantee dirigir un conjunto de episodios de media hora. Lo que, en el fondo, nos remitiría a otra referencia memorable de los años cincuenta y sesenta: la serie ‘Alfred Hitchcock presenta’. Y ya puestos a desempolvar incunables, habría que recordar que el cine de la primera década del siglo pasado, todavía silente, conseguía llevar a las salas a espectadores que seguían intermitentemente películas por episodios, copiando el modelo de los folletines literarios de la centuria anterior. ¿La historia se repite, entonces? No. La historia avanza, aunque sea con saltos y retrocesos. Y no cabe duda de que el mayor adelanto de los

carecen es de clima, de visión, sobre todo de misterio. El principio que fundamenta y vertebra las series de televisión no es otro que el ‘Continuará’, como en los folletines del XIX o en las telenovelas venezolanas de los años 80, y así los demás elementos que conforman el producto final se supeditan a que a los personajes les ocurran muchas cosas y muy rápido, aunque sin dejar que el drama avance con la misma urgencia (el de las series es un espejismo de avance dramático, pues han de poder prolongar las situaciones mientras la audiencia responda, y en muchas de ellas los grandes cambios se ventilan en el último o dos últimos capítulos de la temporada). Este ‘tramacentrismo’ convierte al di-

Podríamos pensar que las películas son un medio del director y las series lo son del guionista

rector en virtualmente invisible, y la puesta en escena en un rutinario ejercicio con escasísimas variaciones –plano de situación, posible plano de aproximación, diálogo casi siempre en plano/contraplano–. Hágase la prueba, por no ir más lejos, con ‘House of cards’: los capítulos dirigidos por David Fincher, director de directores cuando está al mando de una película, resultan indistinguibles de los dirigidos por Joel Schumacher u otro; carecen de su mirada y de esa atmósfera particular que él –como cualquier gran cineasta– consigue imbuir en cada una de sus cintas. Podríamos por tanto pensar que mientras que el de las películas es primeramente un medio del director, el de las series lo es del guionista. Solo en parte: lo es de una suerte de guiones que no dejan tiempo para la digresión y la pausa, y con la tendencia a explicarlo todo –un mal del que ni siquiera ‘Mad Men’ ha logrado sustraerse–. Y es que hay que explicarlo, porque la propia vía por la que la ficción se consume –televisión, tableta, móvil– permite y hasta demanda una comodidad en el espectador que no tiene por qué darse en una sala, y porque el propio concepto de serie conlleva la posibilidad de

que el espectador se pierda algún capítulo pero pueda reengancharse sin mayor problema. Las series se centran en el qué y las películas se centran en el cómo. Las series son el consciente y las películas el subconsciente, y ya sabemos que los sueños es el material primero con que se hace el cine. Lo dicho hasta aquí se refiere a las series con aspiraciones cinematográficas. El otro tipo, las comedias de situación, presentan un concepto distinto, que asume de entrada las limitaciones del medio: son esencialmente teatro filmado en media docena de escenarios, y con capítulos más breves –en torno a 22 minutos– que, aunque enmarcados en una peripecia general, son autónomos, digeribles sin referencias, con el único, loable objetivo de arrancar unas sonrisas. Herederas de las obras radiofónicas, desde las de los años 50 a ‘Frasier’ a ‘Friends’ a ‘The big bang theory’ e incluso a ‘Girls’, las mejores comedias de situación –a España todavía están por llegar– son oasis de inteligencia y complicidad dentro del mayoritario lodo voceón que es la programación televisiva. No es tan extraño que Woody Allen quiera ensayar el género.

Gabriel Byrne y Melisa George en una escena de ‘En terapia’.


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DEL CIPRÉS

CINE ¿VERSUS? TELEVISIÓN

‘Jauja’, de Lisandro Alonso.

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‘Boyhood’, de Richard Linklater.

Tiempo, espacio, memoria, logos

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as series de televisión y casi todo el cine contemporáneo se ocupan de una tarea tan vieja como el hombre: contar historias. Pero más allá de la narración el cine intuye otros territorios y otras inquietudes que difícilmente puede atrapar una serie convencional. Hacer visible el tiempo, diseñar el espacio inverosímil de la fábula, edificar la memoria de lo que no dejó rastro o explorar las fronteras del lenguaje son algunos de los retos en que se ha embarcado el cine reciente. El tiempo es el vector que estructura ‘Boyhood’, de Richard Linklater, el director de los tres ‘Before’: antes del amanecer, del atardecer, del anochecer. Pero lo que allí era un proyecto discontinuo, en

‘Boyhood’ se convierte en una auténtica captura del tiempo, de la vida en marcha, del presente. Es, en cierta manera, una operación añadida al extraordinario logro de la fotografía en su nacimiento: si esta detenía el tiempo en la placa, la obra de Linklater le devuelve el dinamismo, pero no a la manera del cine narrativo, en el que la dramaturgia disuelve la captura fotográfica. No, Linklater atrapa la característica fundamental de los efectos del tiempo que no es otra que el cambio, la metamorfosis. La metamorfosis real de un chico a lo largo de 12 años en que su cuerpo y su vida evolucionan lenta pero implacablemente. Es un fluido sin grandes momentos, como lo es la vida cuando le quitamos la capacidad de pen-

JORGE PRAGA

Más allá de la narración, el cine intuye otros territorios que difícilmente puede atrapar una serie convencional

sarla hacia atrás, de rehacerla y buscarle fechas importantes o un sentido que la dirija. Es una condensación que no cesa, que se comprime pero que avanza y avanza en un rodaje azaroso y calculado durante doce años. ‘Jauja’, la aventura espacial de Lisandro Alonso, se nutre de varias fuentes: la guerra que emprendió en 1878 el ejército argentino para expulsar a los aborígenes de la Patagonia; la mitología asociada a Jauja, ese lugar de ensueño; y también la herencia del western, de los espacios creados por Ford o Mann para la épica de otra conquista. Pero todos ellos quedan como marcos sugeridos y al mismo tiempo negados por la película de Lisandro. En ella la épica de la historia o el cine

se reduce a los uniformes de los soldados, y el sueño de Jauja a promesas sin cumplimiento. Negados sus referentes, o mandados al off de lo no visible, como ese coronel Zuloaga que amenaza sin aparecer, queda el espacio, el inmenso espacio. Para su captura, para su creación, (en la que la presencia del director de fotografía finés Timo Salminen es decisiva) se filma en 35 mm. con un cuadro de dimensiones 4x3 de bordes redondeados, lo que deja un aire anacrónico, de daguerrotipo. Y también, a la manera del cine primitivo, la profundidad de campo es enorme, tan infinita como la planicie. Lo que resulta y queda es un paisaje fuera de toda razón y reconocimiento, un espacio poético de pulso contempla-

tivo en el que vagan los personajes sin ninguna restricción ni lógica. Un espacio que, como dice Martín Caparrós en ‘El Interior’ sobre la propia Argentina, «tengo que verlo para no creerlo». La memoria. «Aspiro a construir un puente entre la generación de mis padres y la de mis hijos. Somos supervivientes, debemos transmitir esa historia». Quien eso declara es el director camboyano Rithy Panh, que en su infancia vio cómo su familia moría en los campos de trabajo de los jemeres rojos de Pol Pot. Su obra está atravesada por esa terrible experiencia, y urgida por el testimonio. El problema es encontrar la vía que lo haga aflorar y lo lance más allá de la subjetividad dañada. Con ‘La imagen perdida’ elude dos peligros: el de la reconstrucción documental, que suele portar imágenes tan intolerables de sufrimiento que a la postre la hacen opaca; y el de la imaginación ficcional, siem-


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Un monumento televisivo

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El director camboyano Rithy Panh. :: MAK REMISSA

‘Adiós al lenguaje’, de Jean-Luc Godard. pre acechada por el espectáculo. Rithy Panh se ajusta al vacío material que rodea la efervescencia de su memoria. Si no hay imágenes, si solo hay recuerdo, busquemos el soporte más humilde y directo: unas figuritas de arcilla amasadas y pintadas por el director, con una voz en off que las va dotando de acciones y sentimientos. En la cultura oriental una figura puede tener alma: «Cuando rezamos frente a Buda, no pensamos que estamos ante una piedra, para nosotros es un espíritu». Las de Rithy Panh absorben el alma de su tragedia, se elevan sobre los millones de víctimas camboyanas y se erigen en guardianes de su recuerdo. La propuesta más radical proviene de un joven de 84 años llamado Jean-Luc Godard. ‘Adiós al lenguaje’ es una suma de fragmentos en el que el autor incorpora el 3-D, aunque por desgracia en España ha circulado (es un decir) mutilada al tradicional 2-D. Por

supuesto, no hay narración, ni personajes firmes, sino un encadenamiento de imágenes y sonidos que atañen tanto a la conciencia como al inconsciente, a la razón como a los sentidos, a la originalidad como a la repetición o el vacío. Si en sus últimas películas el sonido había multiplicado los registros y las ubicaciones hasta crear un mapa propio, en esta la imagen encuentra un nuevo juego de creación en las tres dimensiones, en lo plano que se hace profundo. Sin justificaciones. Si el niño que camina hacia la cámara de gas de Auschwitz no encuentra respuesta a su crucial demanda de ¿por qué?, nada merece ya el esfuerzo de una explicación. El lenguaje es solo una metáfora que fracasa ante lo real, las matemáticas de Riemann hablan de música y mares, el logos se astilla y queda cortocircuitado en su contacto con la naturaleza. El hombre, cegado por la conciencia, es incapaz de ver el mundo.

odas mis conversaciones sobre series de televisión acaban por llegar invariablemente a una pregunta clave: «¿Has visto ‘The Wire’?» Y no, no hay demasiados que respondan afirmativamente. ‘The Wire’ es una serie más prestigiada que visionada, un «monumento televisivo», (así calificado por Alberto Nahum García, profesor universitario y autor del muy recomendable blog ‘Diamantes en serie’) convertido en paradigma de la excelencia alcanzada por la pequeña pantalla en los últimos años, esa calidad que algunos conceden con demasiada alegría a la televisión y niegan al cine. Desde luego, habría que especificar de qué cine y de qué televisión estamos hablando. Pero nadie cuestiona que la obra de David Simon y Ed Burns flote por encima del bien y del mal en el olimpo de la ficción televisiva. (¿He dicho ficción? Pocas películas transmiten tal sensación de verosimilitud y realismo). En cualquier caso, ¿hay para tanto? Pues sí, de hecho resulta muy complicado descubrirle alguna debilidad. Quizá su único pecado estribe en su extrema ambición, un afán totalizador que podría haber hecho naufragar el proyecto y, bien al contrario, acaba convirtiéndose en su razón de ser. Porque ‘The Wire’ pretende (y a mi entender consigue) ser el fresco definitivo de la pesadilla americana, la radiografía exhaustiva y pormenorizada de una sociedad enferma, la tierra sin oportunidades. Y para ello toca todos los palos:

KOTE ISTÚRIZ

la marginación de los drogadictos y los desahuciados, la lucha a muerte de los traficantes por el control del negocio, la corrupción y la burocracia que paralizan al cuerpo de policía, la ambición y el cinismo de los políticos municipales, la degradación de la educación pública e incluso el declive de la profesión periodística. Cada temporada se centra en alguno de estos temas, pero todas ellas están atravesadas por la violencia inherente al tráfico de drogas, violencia mostrada en ocasiones con toda crudeza, pero siempre sin la menor tentación de espectacularidad. Simon y Burns dibujan situaciones y personajes desde un conocimiento profundo de la realidad circundante (no en vano el primero fue periodista del ‘Baltimore Sun’ y el segundo, detective de homicidios) y logran así una naturalidad que impregna todos los niveles de la obra: desde los diálogos a las tramas, pasando por la exitosa mezcla de actores profesionales con personajes reales de la ciudad en papeles secundarios, un coro bien conjuntado donde nadie desafina. A lo largo de los 60 episodios el desasosegante paisaje urbano de Baltimore va calando en el espectador, transformándose ante sus ojos en un escenario perfecto de trage-

Michael K. Williams (Omar Little) y Wendell Pierce (Bunk), en una escena de ‘The Wire’.

dias y comedias transferibles sin esfuerzo a cualquier otro lugar y tiempo. ¿Quén dijo ‘serie de policías’, quién dijo ‘negros’ y ‘trapicheo de drogas’, quién dijo Baltimore? Esto es tan universal como Shakespeare. Y tan actual. (Quien la descubra ahora encontrará enojosas similitudes con la España de hoy mismo). Pero la serialidad televisiva exige esfuerzo, y no es pequeño el que reclama ‘The Wire’. Simon y Burns conocen bien esta clave: nadie se ‘engancha’ a una serie sin enamorarse de sus personajes. Y también en este aspecto ‘The Wire’ anda sobrada: McNulty, Bunk, Kima, Lester, el teniente Cedric y los demás policías, los mafiosos Stringer Bell y Avon Barksdale, el concejal Carcetti o el yonqui Bubbles, entre otros, conforman una completísima galería de tipos humanos tan entrañable (y despreciable en ocasiones) como nosotros mismos. Y por encima de todos, Omar Little, el ladrón de traficantes, delincuente él mismo pero fiel a su propio código, una suerte de Robin Hood negro, gay y marginal convertido en referente ético de la historia. En la quinta y última temporada, la brutal y absurda muerte de Omar, carente de toda épica, expone a la perfección el riguroso compromiso de la serie con sus propias reglas, la fidelidad a su naturaleza realista donde no caben concesiones al sentimentalismo. Simon y Burns ya habían ensayado con ‘Homicide: Life on the Streets’ y, sobre todo, con la atroz ‘The Corner’, una mirada descarnada al violento submundo de los yonquis y la marginalidad de los barrios de Baltimore, en la que un excesivo acento en lo sórdido llegaba a oscurecer el mensaje. Puliendo la fórmula, alejando el objetivo y ampliando la perspectiva construyeron un sólido relato audiovisual que ha explorado las posibilidades expresivas de la televisión hasta sus límites (o al menos alguno de ellos). Resistiré la tentación de las comparaciones, obvia en el caso de ‘Los Soprano’ (instalada también en el estante de las ‘intocables’), de más actualidad en el caso de ‘Breaking Bad’ (enorme en conjunto, pero lastrada, creo, por un final sobrevalorado). ‘The Wire’, entre tanto, se mantiene firme, como un monumento.


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DEL CIPRÉS

Felipe II, el pueblo y unos canónigos anti taurinos A

la serie de obras que, con esmero técnico muy notable, utilizando un papel excelente y con estético formato, viene editando en pulcras ediciones numeradas la Unión de Bibliófilos Tauri-

nos, se incorporó en 2013 un estudio del escritor Gonzalo Santonja, Catedrático de Literatura Española de la Universidad Complutense, ahora reditado por Cálamo en versión popular. Estamos ante un libro de referencia que, como

JOSÉ MARÍA BALCELLS

Profesor de la Universidad de León

suyo, responde a sus motivaciones más particulares, las concernientes a temas relativos a Castilla y León, entre ellos el de su patrimonio cultural, a la tauromaquia y a su peripecia histórica española. ‘La justicia del rey’ consti-

tuye un aporte muy valioso al conocimiento de la relación del monarca con la fiesta de los toros a través principalmente del análisis de hechos acaecidos en Burgo de Osma, localidad en régimen de señorío episcopal, durante diez años, los que se comprendieron entre 1584 y 1594. A la sazón el obispo Sebastián Pérez, prelado que era miembro del Consejo real, basándose a la rigurosa prohibición de Pío V en materia taurina, pero haciendo caso omiso de las posteriores enmiendas vaticanas al respecto, les vetó a los lugareños de esa población que corrieran toros, no sin excomulgar a los regidores del Burgo. La excusa era que los canónigos protestaban porque dijeron que coincidían las horas de culto con la fiesta taurina, cuya algarabía se dejaba oír dentro del templo, y hasta llegaron a recordar que en alguna ocasión habían irrumpido toros en el interior de la igle-

sia llevándose por delante cuanto mobiliario eclesial encontraban a su paso. Estos argumentos eran falaces, e iba a replicarlos más adelante el procurador general de la villa Diego de Peñaranda. Los del Burgo, disconformes, acordaron en su Concejo local apelar a la autoridad de Felipe II para que fuese revocado ese veto, interponiendo la demanda Juan de Bergara. Los funcionarios que gestionaron el asunto en nombre del monarca, personas rectas a la hora de solventar el encargo regio de que informasen sobre el pleito, dieron la razón a los demandantes, que hubieron de reclamar luego que se cumpliese esa resolución, porque el prelado hacía como que la ignoraba. El pleito, que llegó a perdurar diez años, lo heredó el obispo siguiente, Martín Garnica, quien se valdría de una argucia no poco asadera para incumplir la resolución regia: la


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Anónimo. Madrid. ’Vista del Real Alcázar y entorno del Puente de Segovia’ c. 1670. Detalle.

de acatarla formalmente, pero sin llevarla efecto a base de estratagemas que supusieron largas dilaciones para no haber de cumplirla. Ante esa encrucijada, el Consejo real hubo de ser drástico, anunciando que impondría sanciones económicas si no se cumplía el mandato del rey. Y los vecinos del Burgo pudieron ver, al fin, y ante esa amenaza crematística que, en su virtud, fue de efectos fulminantes, cómo se llevaba a términos la resolución, apostillando Gonzalo Santonja que a Felipe II le aplicaron la misma receta que él había aplicado a Pío V: acatar pero no cumplir. El recuento de esa historia lleva al autor a establecer comparaciones entre aquel suceso pretérito de prohibiciones taurinas, el cual tenía como trasfondo el que algunos prelados eran antitaurinos, y ese siglo XXI en el que ha vuelto a haberlas en suelo español, esta vez amparando el anti-

taurinismo, a juicio nuestro, en falacias demagógicas. Un hecho queda claro en esa historia, el de que los del Burgo no bajaron la cabeza ante excomuniones, pese a que era uno de los males que en la época debía ser más necesario evitar. Pero quizá no la bajaron porque sabían de una justicia regia que iba a ser impermeable a componendas. Resultan muy verosímiles las apreciaciones de Gonzalo Santonja en su acercamiento a una ladera proclive al fenómeno taurino en Felipe II, un monarca sobre el que tantas cosas hay que decir todavía, por ejemplo las relativas a su posicionamiento sobre las corridas de toros, sobre las cuales ya había indicios de que no debía ser contrario, pero tampoco demasiado proclive. El propio Santonja había escrito anteriormente –remito al capítulo ‘Papas en busca del error’, en su libro de 2010 ‘Luces sobre una época oscura’– acerca de un posible posicionamiento del monarca ante la tauromaquia con ocasión de su actitud ante la bula del papa Pío V De Salute Gregis por la que decretaba pena de excomunión a quienes asistiesen a las corridas. En ese entonces postuló que el monarca se mostraba remiso respecto a la tauromaquia, pero políticamente prudente al no haber secundado el veto del Pontífice. Pero al investigador le faltaban más pruebas para dar el salto cualitativo que va desde ser remiso a ser favorable, y ese salto lo ha dado en ‘La justicia del rey’, libro del que se desprende que era partidario de esos festejos en base a que determinó que los del Burgo pudieran continuar con sus costumbres taurinas, sin coartarles la libertad de celebrarlas. Pero también se deduce que era proclive a la tauromaquia del análisis de documentos como algunas de las cartas a sus hijas, por ejemplo aquella en la que avanza su opinión acerca del ganado que va a lidiarse determinado día de corrida, pronosticando que los astados no van a ser buenos, sino todo lo contrario. Y una opinión así difícilmente puede aventurarse sin estar de algún modo interesado en la fiesta, de ahí que Santonja considere que «Felipe II conversaba de toros con normalidad y sin prevenciones con sus hijas y en la corte.» (pág.45) Varios rasgos característicos de las indagaciones de Gonzalo Santonja pueden advertirse en esta nueva obra que lleva su firma. Por un lado, el rigor en la investigación, un rigor que se sustancia aportando e investigando de primera mano

Cultura, ¿estás ahí? LA JUSTICIA DEL REY Felipe II y el Consejo Real a favor de los toros (El Burgo de Osma, 1584-94). Gonzalo Santonja Gómez-Agero. Cálamo, Palencia, 2014. 16 euros.

documentos de la época, los cuales se allegan en un apéndice que comprende documentación inédita en la que figuran varias resoluciones regias, requerimientos de procuradores, cartas, comunicaciones y otros materiales informativos. Pero ese rigor, y esa experiencia acreditada en la investigación taurómaca que sabe dónde hallar los documentos, no es incompatible, sino que va de la mano, con desplazarse a los lugares de los hechos para realizar una perquisición in situ, a fin de analizarlos y valorarlos mejor con ayuda del contexto en el que se inscribieron y en el que, pese al paso de los siglos, continúan de algún modo inscribiéndose. Esas tareas se compaginan con vertientes más personales de Gonzalo Santonja, y en algunas de ellas, las más señaladas, podría decirse sin temor a errar que se refleja la personalidad de Unamuno, pues están siempre presididas por un fecundo apasionamiento, y ese rasgo acaso sea el responsable último de la combustión de géneros que bulle en sus escritos. En ‘La justicia del rey’ se percibe enseguida su irresistible apego a la narrativa, e incluso a la novelización de los hechos, sin excluir trazos de autobiografismo, a las digresiones, a apelar a los lectores en diálogo con ellos, mostrándose como el hombre de carne y hueso que es y que son. De no haber pergeñado así su trabajo, de haberlo presentado como un trabajo aséptico de investigación histórica al uso de historiadores, habría sucumbido al onanismo intelectual contra el que Unamuno se alzaba. De matriz unamuniano-bergaminiana es un juego conceptuoso y estilístico que le lleva a crear un dialecto ensayístico-literario propio al que sazona una vertiginosa atracción polemista. Tales vertientes identifican a un intelectual que se sabe y es escritor primero que erudito. Así resulta que no pocos de sus trabajos académicos, y éste lo es, acompasen la labor indagatoria con la hibridación de la ciencia, del ensayo y de la narrativa, puesta de relieve en esta monografía en determinados momentos, por ejemplo en el capítulo ‘Último tercio’.

S

uele ocurrir con las palabras que dan nombre a un alto concepto que, empleadas a troche y moche por hablantes y escritores, con el correr del tiempo se tornan, cuando menos, de significado difuso si no distinto al que originariamente albergaron hasta servir lo mismo para un roto que para un descosido, como para hacer delicado croché. Podríamos traer aquí un buen puñado de ellas para ilustrar lo dicho, pero no viene al caso. Sirva este levísimo prefacio para llamar la atención de lo acontecido con ‘cultura’, vocablo que, utilizado como es a discreción, daría pie, si a un centenar de ilustres nombres preguntáramos qué es para ellos, a otras tantas interpretaciones; muchas semejantes, de acuerdo, pero bastantes parecidas entre sí lo que un huevo a una castaña pilonga. Si echamos mano del diccionario de la Española, decisión habitual cuando queremos precisar el tiro de la definición, en la primera acepción remite a «cultivo», en la segunda la describe como el «conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico», y en la tercera como el «conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.». Es decir, sería, bien una útil erudición, bien el compendio de hábitos y gustos de toda índole, así como su alcance, de una civilización o de un colectivo. Nada o poco que ver con lo referido a cualquier expresión literaria o artística, que es su uso común en los medios de comunicación, ni exclusivamente con las artes audiovisuales y escénicas, cuyos más egregios nombres, detrás de una pancarta o poniendo como chupa de dómine al gobierno conservador, nos vienen a la cabeza al hablar del insigne mundo de la cultura. Pienso que más pronto que tarde la definición de cultura se aproximará a lo que atañe a lo más elevado del espíritu y de la inteligencia, con lo que aparte del negociado literario y artístico, habrá que añadir el de la sabiduría, como también, porque el paisaje no cambia pero sí nuestra mirada, el negociado del cotidiano ocio pasivo, entendiendo este último al dedicado a las

LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ

obras de ficción televisivas que, luego de la oportuna criba, podrán ascender de categoría, pasando de ser cultura popular a alta cultura, algo que no nos debe sorprender, pues manifestaciones de cultura popular de siglos atrás –pienso en las jarchas mozárabes, en el mester de juglaría o en el teatro del Siglo del Oro– pertenecen, su estudio y enseñanza, al ámbito de la actual alta cultura. Lo que no alcanzo a comprender es por qué aquel negociado de la sabiduría, como custodio y divulgador de todo conocimiento, y que tiene en la Universidad espacio garantizador de que dichas tareas lleguen a buen puerto, nunca está en la mente de quienes reclaman al que ostenta el poder mayor implicación en cuestiones no sólo pragmáticas. Quizá sea porque, visto lo visto, y a tenor de este y de aquel otro informe, tomen a la Universidad como institución irrecuperable. No sé. Lo que parece indudable es que para algunos, para muchos, el bien que se espera del poder con relación a la cultura, se limita a asuntos impositivos y a que unos cuantos cineastas patrios puedan filmar sus largometrajes. Poquita cosa, la verdad. Pero de esto, Dios mediante, hablaremos otro día.

Más pronto que tarde la definición de cultura se aproximará a lo que atañe a lo más elevado del espíritu


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Pintada en una calle de Nueva York. :: J. RODRÍGUEZ-VELASCO

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n un famoso artículo publicado el año pasado en el New York Times, Nicholas Kristof gritaba «¡Profesores, os necesitamos!» El argumento central de dicho artículo, traducido, comentado y plagiado innumerables veces, era así de sencillo: a pesar de que la inteligencia abunda en los departamentos universitarios, la mayor parte del profesorado no parece tener ningún papel de relevancia en los grandes debates contemporáneos. Kristof, y muchos otros articulistas después de él, atribuían este efecto a la vieja metáfora de la torre de marfil, y en particular al apego que universitarios y universitarias tienen a lenguajes técnicos, que Kristof califica de ininteligibles. Por supuesto, el periodista –que en algún momento consideró una carrera académica– conoce y menciona las excepciones. Las hay en todas las academias y en todas las lenguas. La sensación de que la academia tiene un papel problemático en el ámbito público está de absoluta actualidad. Entre las infinitas estrategias de desprestigio que políticos, periódicos y celebridades de todo tipo han puesto en marcha contra Podemos, por ejemplo y sin ir demasiado lejos, está el hecho de que se trata de profesores universitarios. ¿Cómo podemos llegar a fiarnos de una casta de trabajadores que ni siquiera

Voces Públicas sabe dónde está la escalera que desciende de sus ebúrneas estancias hasta la bituminosa calle? La universidad, dicen, está separada de la sociedad, de espaldas a ella, y es incapaz de generar lo que la sociedad le pide a gritos: sorda a las voces sociales, la universidad oculta y niega su obligación de generar empleo, de construir emprendedores y conocimiento práctico, algo útil, tangible, incluso –podría decirse– fungible. Me gustaría (pensé) saber más acerca de esto. Así que solicité una beca para participar en un proyecto creado por Katie Orenstein y llamado The Op-Ed Project. Katie hizo una completa investigación para averiguar cuáles eran las voces menos representadas en la ‘opuesta al editorial’, y se lanzó con armas y bagaje a crear los medios para solventar este problema. En primer lugar, se dio cuenta de que el

porcentaje de voces femeninas en los foros periodísticos de creación de argumentos era muy bajo; no es que las mujeres tuvieran menos que decir, sino simplemente que los foros no les daban la cabida necesaria. El proyecto intentaba dotar a un creciente número de mujeres de los recursos necesarios para acceder a estos espacios. Posteriormente, desde 2012, Katie pensó que era necesario entrar también en contacto con las universidades. Su planteamiento era parecido al de Kristof, pero su conclusión totalmente opuesta. No era una cuestión de inteligibilidad o no, sino de los recursos con los que cuentan los académicos que conocen perfectamente los protocolos de publicación científica, pero no saben gran cosa acerca del universo editorial de la llamada esfera pública. Manteniendo un alto porcentaje de mujeres en el

proyecto, Katie Orenstein decidió, pues, extenderlo hacia el ámbito académico. Dentro del mismo, las facultades de medicina y de salud pública tenían, a su vez preferencia. Era el modo –pensó Katie– de llevar al ámbito público problemas de la máxima actualidad en una sociedad globalizada: problemas sanitarios, políticas públicas frente a las grandes epidemias, o los persistentes problemas que agobian a los cinturones suburbiales de las grandes ciudades en ambos hemisferios. Al integrarme en este proyecto este año, Katie y nuestras dos profesoras, Lauren Sandler y Amy Gutman, nos hicieron una de las preguntas más difíciles que jamás haya escuchado: ¿cuál es el interés público que puede tener aquello sobre lo que desarrollas tu investigación universitaria? Ante esta pregunta, pasó lo que se dice que pasó al abrir el séptimo sello: se hizo un silencio en el cielo de casi media hora. Un silencio en el que se escuchaba el ronroneo de la maquinaria cerebral de las veinte personas reunidas en la sala. Entre ellos estaba –y está– la directora del servicio de cardiología del hospital de Columbia, uno de los pediatras que se califican como pioneros en el tratamiento de niños con HIV, un experto en Derechos Humanos, una filósofa, una historiadora del arte que participa un día sí y otro también en las grandes exposiciones del Me-

ISLA FLUVIAL JESÚS RODRÍGUEZVELASCO

Se dio cuenta de que el porcentaje de voces femeninas en los foros periodísticos de creación de argumentos era muy bajo La verdadera relevancia pública de la investigación universitaria es su rigor

tropolitan y otros museos… y bueno, yo también. Pero lo que yo me preguntaba era: ¿cómo es posible que estas personas tan extraordinariamente inteligentes y cuyo trabajo es tan relevante –definitivamente no fungible– tengan dificultades para responder a esta pregunta? y ¿conseguirán nuestras profesoras romper este silencio y mostrarnos cómo hallar los recursos para dar no una sino mil respuestas a esta cuestión central? La primera reunión duró dos días enteros. Al final de los mismos, cada cual en la sala tenía una primera versión de una op-ed. Discutimos cada una hasta la última coma. En todas ellas latía precisamente esta cuestión crucial: cuál es la voz pública de mi trabajo como investigadora o como investigador. Nuestros predecesores en este proyecto, colegas de otras universidades durante el año anterior, habían pasado a publicar regularmente en ‘The New York Times’, ‘NPR’, ‘The Atlanti’, ‘Al Jazeera’ y muchas otras publicaciones. Digamos que el grado de ansiedad era alto. Y no dejará de crecer durante el tiempo que nos queda en este proyecto (un año renovable por tres). Quizá lo que vaya a decir no es más que el deseo de un simple académico, de un mero profesor universitario. El trabajo que se hace en la universidad tiene muchos niveles diferentes, unos acaso más inmediatamente aplicables que otros. Pero ninguno de ellos puede ser meramente circunstancial, una apresurada respuesta a aparentes necesidades urgentes. La verdadera relevancia pública de la investigación universitaria es su rigor. Llevar a cabo una investigación cualquiera requiere de una enorme cantidad de tiempo. La universidad, es cierto, tiene un ritmo diferente de la empresa, o de una obra pública, o de un banco, y precisamente en eso reside su valor público. Frente a la infinita fungibilidad y velocidad a la que ocurren las cosas, puede mantener el ritmo algo lento pero extraordinariamente riguroso que permite la construcción de una sociedad más justa, más sana, más culta, más libre.


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Sábado 7.02.15 EL NORTE DE CASTILLA

Triviales sombras del poder 19 de enero Durante mucho tiempo creí que el poder era un submundo oscuro y siniestro, trenzado de conspiraciones y de estrategias y sumido en una embriaguez posesiva que se autoalimentaba de más poder. Durante mucho tiempo creí que el poder era poderoso, malvado e inteligente. Y aunque sigo pensando que en algún sustrato profundo de las cavernas del poder (o de las cloacas) despunta esa inteligencia malévola que extiende sus tentáculos para mantener un estatus de inmovilidad conveniente en el engranaje social, la experiencia demuestra recalcitrantemente que los poderosos, entendidos estos como políticos, están en un nivel mediocre que oscila entre la fragilidad y la estupidez. Qué lejos están de la prudente recomendación de Maquiavelo, cuando aconseja que un líder «se las debe ingeniar para que toda acción suya le proporcione fama de hombre grandioso y de excelente ingenio». El poder es una superestructura que creemos inhumana, despersonalizada y omnímoda. Pero lejos de esa fantasía, alimentada por las dictaduras totalitarias y los servicios secretos en horas bajas, el poder es un espacio inaccesible donde se reflejan las debilidades y miserias del ser humano corriente y moliente, hasta el punto de proporcionar, en democracia, más dolor que placer a quienes lo ejercen. Y, en cualquier caso, genera una distancia creciente entre la satisfacción y la realidad, que lleva a los políticos al aislamiento y la exclusión. El mundo del poder es un mundo kafkiano, sombrío, banal, absurdo, vacío, ridículo y, en el mejor de los casos, decepcionantemente normal. Carles Casajuana ha escrito ahora un libro titulado ‘Las leyes del castillo. Notas sobre el poder’ (Península). Es un ensayo lúcido sobre la práctica del poder político. Casajuana sabe de lo que habla, lo ha conocido desde dentro casi como un notario de la primera línea del poder. Es diplomático, ha sido embajador de España en varios países y ha tenido cometidos de responsabilidad en cuestiones de política internacional. Pero sobre todo es un magnífico escritor en lengua catalana, autor de una obra narrativa ya dilatada en varios novelas, la mayoría de las cuales posee

un carácter irónico y parabólico, a veces humorístico, con una elegancia de corte británico. Quizá la culminación de su carrera literaria fue la obtención del premio Ramon Llull en 2009. El ensayo que ha escrito ahora rezuma amenidad, agudeza y un didactismo de guante blanco, sutil y desmitificador. Penetra, mediante su experiencia, en el castillo del poder y desmenuza el día a día de la vida política. No lo ha hecho como un divertimento –aunque es también un divertimento para conocer el patio de atrás del poder–, sino que ha escrito un ensayo profundo con la ligereza de un Montaigne, a quien homenajea, y el relativismo de un Pla, a quien Casajuana siempre lleva en su bolsillo literario. Por lo general, los líderes políticos se rodean de quienes les terminan por adular o jalear sin oponerse a sus ideas, apartando de sí a cuantos asesores les censuran o advierten. El asesor, con el tiempo, se convierte en una máquina de asentimiento servil y en un maquillador de la realidad. La lección de Casajuana es la de hacernos a entrar en el cuarto de máquinas de las decisiones de los poderosos y mostrarnos cómo se comportan los entornos del poder. Y allí, la clave está en quienes interpretan, ejecutan, valoran, programan o improvisan, con grandes dosis de incertidumbre, el oráculo del líder, casi siempre perdido en el abismo de la enormidad de su tarea y casi siempre necesitado del amparo de despertar de un mal sueño. Porque el poder, una vez obtenido, adquiere las connotaciones de una larga, desabrida y laberíntica pesadilla. En ‘Las leyes del castillo’, Casajuana tiene presente a Maquiavelo. Su ensayo viene a ser algo así como el relato de lo que vive el Príncipe cuando Maquiavelo no está, o lo que sabe Maquiavelo y no cree oportuno decirle al Príncipe. En ambos casos, se trata de una exposición distendida –pues el libro de Casajuana está lejos de todo dramatismo– de la verdad con toda su crudeza y trivialidad. Casajuana desmitifica el poder, y lo hace para darle una dimensión de servicio, en el mejor de los casos, o de desgaste personal, rayano en lo incomprensible, en el peor. La política no es sublime ni sagrada; es un mero modo de ejercer, temporalmente, una fuerza

Retrato del filósofo florentino Nicolás Maquiavelo.

OTRA GALAXIA ADOLFO GARCÍA ORTEGA

que, enseguida, se torna malestar, desconcierto, improvisación y lejanía. Recuerdo ahora una cita de Proust que bien podría aplicarse al líder en el poder: «Inmóvil, escultural, inútil, como ese guerrero puramente decorativo que se ve en los cuadros más tumultuosos de Mantegna, pensativo, apoyado en su escudo, mientras junto a él otros se precipitan y se degüellan». Después de leer el ensayo de Casajuana, altamente recomendable, cabe preguntarse de dónde proceden los políticos, hoy en día. Y la única respuesta que se me ocurre

Los políticos hoy en día proceden del poder mismo, del poder real banalizado

es que proceden del poder mismo, del poder real banalizado. Se tiene la sensación de que siempre estuvieron en el poder. Incluso a veces son apellidos que se perpetúan

por generaciones. Todos han creado su propio relato sobre su justificación. Hoy en día, en tiempos de gran exigencia política, dan la impresión de no responder más que a su supervivencia. Si como dice Casajuana, son gente demasiado normal, ahora están abocados a tener que demostrar una mínima capacidad moral e intelectual para gestionar lo público. ¿Y dónde queda la ideología, en todo esto? Compruebo que ya no existe: es una palabra vacía de contenido. Quizá queden brasas ideológicas detrás del poder, pero no delante de la realidad.


10 LA SOMBRA

Sábado 7.02.15 EL NORTE DE CASTILLA

DEL CIPRÉS

José Ortega y Gasset posa con su hijo, José Ortega Spottorno, en Sintra (Portugal), en 1943. :: EL NORTE

Ortega en Lisboa. Los libros exiliados P

uedo barruntar y hasta saber lo que es el exilio en Lisboa. Y no sé si eso es una alegría o una tristeza. Pienso en ello después de encontrar un libro que Vicente Aleixandre dedicó a Ortega y Gasset en Madrid, en 1945, y cuya dedicatoria reza: «A José Ortega y Gasset la luz más alta en la cultura de Occidente con la ferviente devoción…». (Ya en 1944 Aleixandre había dedicado su ‘Sombra del Paraíso’ con

semejantes palabras: «a la más alta figura de nuestro tiempo».) Lo interesante es dónde encontré tal libro. En un alfarrabista, es decir, un vendedor de libros viejos, de la ciudad de Lisboa. Este descubrimiento me reveló lo que no es un secreto pero sin duda merece un estudio más atento, el exilio lisboeta de Ortega, sus peculiaridades, sus vivencias y sus angustias. Sabemos que Ortega estuvo oficialmente exiliado en Lisboa, en su casa

PABLO JAVIER PÉREZ LÓPEZ

de la Avenida 5 de Outubro desde 1942 hasta su muerte en 1955, a pesar de sus viajes, sus temporadas y viajes a España y sus múltiples temporadas fuera figuró oficialmente como ‘Residente en Lisboa’” hasta su últimos días lo que se

inició y se mantuvo siempre como una postura contraria o al menos suspicaz frente a la dictadura, a pesar de los acercamientos posteriores a algunas personas de ese entorno ideológico tanto en España como en Portugal. Hay quien dice que nunca se integró ni se quiso integrar en la vida portuguesa, que vivía de forma aséptica y llevó a gala no hablar su lengua. Cierto es que nada le ataba a Portugal como él mismo escribió

en 1942, «nada –salvo la proximidad de mis hijos me atrae a Portugal». En todo caso sí tuvo una vida pública, silenciosa en lo político pero con alguna presencia en los asuntos de la docencia. En Lisboa Ortega escribió algunas de sus obras y encontró la serenidad y el sosiego que el resto de Europa no podía disfrutar. Ortega llega a Lisboa para estar cerca sin estar lejos. Portugal es el país donde estar, sencillamente estar es un arte y hasta una manera de vivir. De cualquier modo el tono grisáceo del resto de Europa se mantiene también en la Lisboa de Ortega pero más diluido y permeable a los elementos culturales extranjeros. En Lisboa funda y dirige nuestro filósofo la editorial Azar que no pasará, al parecer, de un libro publicado. En la ciudad del viejo Ulises Ortega da un curso de varias sesiones sobre ‘La razón histórica’ en 1944 y aún una conferencia sobre el teatro por invitación del periódico ‘O Século’. Conferencia que repetirá un mes después en Madrid y que contiene comentarios sobre elementos locales que evidencian que la pretendida asepsia de su vida lisboeta no fue tal o al menos tan exagerada. Fue en la famosa librería Bertrand del Chiado donde conoció a Pedro de Moura e Sá gracias al cual y su amistad se introduce en una tertulia de diversos intelectuales ciertamente grises de la ciudad. Entre ellos, como honrosa y poética excepción se encontraba Carlos Queiroz, entrañable amigo del ya por entonces desaparecido Fernando Pessoa y sobrino de la Dulcinea pessona, Ofelia Queiroz. Más tarde su círculo de amistad íntima se reduce al entorno del médico Martins Pereira, su gran amigo portugués. Mircea Eliade también fue otro de sus habituales compañeros de tertulia. En la reciente biografía escrita por Jordi Gracia, este escribe una frase que puede parecer irrelevante pero que es esencial: «Ortega acaba regresando a Lisboa cada vez que va a Madrid». Y esto es relevante si prestamos atención a los textos que sobre la saudade escribe Ortega en unas notas de trabajo, textos sólo conocidos y publicados en 2005 y de cuya lectura puede derivarse un acercamiento al verdadero Ortega que habitó Portugal no tan asépticamente como muchos han pensado. Texto donde esboza algunos elementos de la mitología de la saudade precisamente a partir del ir y del volver pues para Ortega «la ‘Descoberta’ es el ansia de irse, la Saudade el ansia de volver». ¿Serán estos los esbozos de aquél libro sobre Portugal hipotéticamente proyectado bajo el título ‘Historia de Portugal contada desde el viento’, tal como escribió su hijo?

En Lisboa Ortega escribió algunas de sus obras y encontró el sosiego que el resto de Europa no podía disfrutar Como dijo Marías, Lisboa y sus cielos influyeron en la madurez de su obra

Ortega, por verse sin materiales para el trabajo, trasladó buena parte de su biblioteca a Lisboa donde parece que quedó también exiliada en parte tras su muerte. «Escribo nómada», expresión orteguiana referida a ese exilio, tiene sentido cuando pensamos en el nomadismo de algunos de esos libros ¿Pueden los libros ser huérfanos? Una parte de su biblioteca quedó al parecer con António Ferro, escritor, periodista y político del Estado Novo portugués con quien tuvo amistad. Buena parte de esos libros, fueron a parar a algunos alfarrabistas de Lisboa. Curioso y caprichoso destino el de los libros en Lisboa. Basta recordar que gran parte de los libros de una primera biblioteca de Ramón Gómez de la Serna que también habitó Lisboa, o para ser más exactos Estoril en su ventanal, también fueron a parar a los libreros de viejo y algunos de ellos eran localizables hasta no hace mucho. Tras todo esto me pregunto también si el exilio en Lisboa no será algo inevitable y aún más para un español. Y aunque esta puede ser una pregunta aparentemente ingenua, encierra, creo, gran parte del problema de España y de Europa y de lo que fuimos, lo que pudimos ser y lo que quisimos ser. Albergo la paradójica pero firme certidumbre de que sólo el español que vive en Portugal puede saber más profundamente lo que es ser español, para bien y para mal y creo que dentro de lo favorable que resulta para la reflexión y el oficio filosófico –evidente en Ortega– este habitar, o este apenas estar en su caso, en ese favorecer la reflexión, el reflejarse y el reflejarnos, está siempre nuestra identidad cuestionada y retenida ante nuestros ojos. Tal como afirmó su discípulo y amigo que tantas veces cruzó la raya para estar con él, Julián Marías, Lisboa y sus cielos («los cielos es lo mejor de Portugal» escribió Don José) influyeron en la madurez y esencialmente en la perspectiva de su obra y se convirtió en circunstancia que insalvable dejó improntas quizá aún hoy insospechadas.


LECTURAS

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Amar y no tener miedo a contarlo ANGÉLICA TANARRO

blogs.elnortedecastilla.es/calle58/ @angelicatanarro/twitter.com

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o tener miedo al amor, ni falso pudor para contarlo. De esas dos premisas parece surgir ‘La noche y su artificio’, el poemario con el que Cristina Peri Rossi vuelve al género tras ganar con ‘Playstation’ en 2009 el premio Loewe. (Léase lo de ‘volver’ solo en sentido editorial, pues la poesía es una constante en su día a día de escritora). Cuando se tiene entre las manos un libro tan sincero como este, los adjetivos se vuelven peligrosos. Pues a quien esto suscribe le gustaría encontrarlos exactos, tanto como las palabras que la autora del libro ha encontrado para describir el amor, el amor entre mujeres en este caso, lo cual sería un dato menor si no fuera porque la ‘Condición de mujer’ (como se titula uno de los poemas) es uno de los ‘leit motiv’ de la obra. El erotismo explícito desde el punto de vista femenino, sea el objetivo del amor alguien del mismo sexo o del contrario, constituye una corriente lírica en la que

se insertan autoras tan distintas como Gioconda Belli o Anne Sexton, por citar solo dos contemporáneas y en la que Peri Rossi, más cerca en todo caso de la segunda que de la primera, aporta una voz original, arriesgada y profunda, desinhibida y valiente: «Como los guerreros antiguos bebían/ la sangre/ de sus rivales muertos// yo me bebo tu sangre menstrual// y soy tu hermana// tu amante y tu pariente...) dice en ‘Comunión IV’. «Amo la noche y su artificio», afirma el verso con el que se abre, como una declaración de principios, un libro que contiene más de una declaración rotunda. «El amor existe –escribe más adelante– como un presente de la diosas/bbenignas/ a quienes aman la belleza/ y la multiplican,/ como los panes y los peces». El amor existe con sus momentos de éxtasis y las caídas «en la soledad austera de la noche», pues aquí se habla de amor sin olvidar su reflejo, el desamor, y los peligros que acechan toda relación y que la aíslan, en sentido literal: «En los patios/ en los aledaños/ de lo que llamamos amor/ siempre hay estercoleros/ hojas caídas que se pudren lentamente/ maceradas por el orín y la humedad». En un mundo en el que triunfan los eufemismos y las medias verdades, frente

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Cálamo publica ‘La noche y su artificio’, la vuelta de Cristina Peri Rossi a la poesía y uno de sus libros más sinceros

La escritora Cristina Peri Rossi. :: JAVIER RÍOS a una poesía que esconde bajo siete capas de retórica los sentimientos por luminosos u oscuros que sean, sorprende y se abre paso con rotunda personalidad un poemario que llama a las cosas por su nombre y que utiliza un lenguaje aparentemente directo sin renunciar por ello a la intensidad lírica. Muchos son los caminos

LA NOCHE Y SU ARTIFICIO Cristina Peri Rossi. Cálamo. 12 euros.

formales que llevan a la poesía y válidos son todos ellos cuando llegan a esa meta, lo que no siempre sucede. Al hablar de libros como el que comentamos es inevitable y necesario hablar en los términos antes empleados de valor, riesgo, sinceridad... pero nada de eso sería suficiente para hablar de poesía o siquiera de buena literatura. Y ese

algo más lo aporta la escritura de Peri Rossi, cuyo talento no vamos a descubrir a estas alturas. En ocasiones las palabras del libro se deslizan como caricias en la cama de las amantes y en otras son cuchillos que diseccionan ‘El gran espectáculo del mundo’ y sus horrores. Peri Rossi adorna el oficio con rabia y pasión... tan necesarias.


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DEL CIPRÉS

LECTURAS

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Ángeles de luces y sombras

LÚCIDOS BORDES DE ABISMO Luis Antonio de Villena. Fundación José Manuel Lara. Madrid, 2014. 20€. 208 pág.

Luis Antonio de Villena recoge en un ensayo su ‘Memoria personal de los Panero’

JORGE DE ARCO

H

an muerto ya todos». Con esta frase rotunda y de aroma novelesco, inicia Luis Antonio de Villena su ‘Memoria personal de los Panero’, un preciso e íntimo cuaderno sobre los miembros de una de las familias más controvertidas en las letras españolas del siglo XX. Enmarcado dentro de la nueva línea editorial de la Fundación José Manuel Lara –a caballo entre el ensayo literario y la memoria personal–, el volumen relata el proceso de destrucción al que se vieron abocados todos los integrantes de una saga singular y, si se quiere, atrayente. La proximidad que Luis Antonio de Villena mantuvo con la madre de los Panero, Felicidad Blanc y sus tres vástagos, Juan Luis, Michi y Leopoldo María, le ha servido

para retratar con nostalgia y conocimiento un tiempo y un espacio que vivió –vivieron– de forma intensa e inolvidable. La narración se inicia al hilo del famoso documental de Jaime Chávarri, ‘El desencanto’, estrenado en 1976, y que supuso el principio de las polémicas secuelas que dejara el filme: «Aunque en la película terminan, en verdad, teniendo todo el protagonismo Felicidad y sus hijos (diferentes clases de víctimas), el telón de fondo es invariablemente la rigidez, el alcohol y las broncas, los desencuentros con aquel padre poeta (…) Ese hombre que los quería, pero que no supo tratar ni a su mujer ni a sus hijos e indirectamente los llevó al despeñadero, el gran culpable», anota Villena en sus primeras páginas. Estos ángeles de luces y de sombras, que sostuvieron sobre sus alas el peso de una historia de desdichas y desamparo, son los personajes de esta trama, de esta remembranza colectiva, en la que

Sentidos

H

iromi Kawakami es, para mí, un descubrimiento reciente. También afortunado. Hará tres años que me animé a leer su colección de cuentos ‘Abandonarse a la pasión’. Digo animé porque uno tiene, como todos, sus prejuicios, y el título los sublevaba. Razones parecidas me habían llevado, a pesar de lo mucho que se me halagaron, a rechazar la lectura de ‘Algo que brilla como el mar’, y ‘El mar es azul’, ‘La tierra es blanca’, sus anteriores novelas. Algo en los títu-

los, una sospecha de pedantería, de ñoñería, me repelía. Echar un vistazo a los resúmenes de la contraportada, donde brincaban expresiones como iniciación, madurez, condición humana, terminaron por reafirmarme. A día de hoy no sería capaz de decir qué me hizo abrir el libro de cuentos. Puede que su delgadez. Sea como fuere me alegro de haberlo hecho. No hay nada de ñoño o pedante en la escritora o en su escritura. Más bien al contrario. Una especie de desvergüenza fría, afilada, perfec-

do María, lo llevó hasta el psiquiátrico donde residió más de treinta años. La escritura, que le sirvió como terapia, fue desigual y reiterativa, sobre todo en sus últimos años, si bien, su obra mantuvo siempre una personalísima identidad lírica. De él y de las aventuras compartidas en aquellas movidas noches madrileñas, canta y cuenta mucho Luis Antonio de Villena en este vo-

lumen. Y lo hace, con el cariño y la solidaridad de quien vio muy de cerca la devastación de un buen amigo. A Juan Luis, «un señorito un poco crápula y calavera, bien plantado, buen vividor y aficionado a los toros», a quien también trató de forma prolongada, lo retrata como al más normal del trío, si bien, afirma que le faltó valor para suicidarse y que acabó exprimido por su egoísmo; al cabo, «un perdedor de buena pluma y ancho cinismo». A Michi, reconoce el autor haberlo visto menos y haber tenido con él una relación más distante, y aclara: «era listo y presumía de la lucidez de la crueldad (…) pero era el más débil y el más desasido de todos». Esta crónica descarnada y a su vez reivindicativa, es, sin duda, un documento imprescindible para conocer a fondo la realidad –que no la leyenda– de una familia que puso a sus vidas «temblor y emoción y no evitaron ni la furia, ni las lágrimas. Ni la pasión». Ninguno de los hijos tuvo descendencia. Nadie queda, pues, sino el recuerdo de su batallar contra la existencia. ¿Su condena por haber nacido?

las leí–, son excelentes, un poco más floja, aunque buena, esa tercera, ‘El señor Nakano y las mujeres’, es en las distancias cortas dónde Kawakami alcanza a dar lo mejor de sí. Hay autentico genio en los cuentos, o al menos en la mayoría, de ‘Abandonarse a la pasión’. Cuentos de amor, como permite anticipar el título, o quizás no. Todo depende lo que quiera entenderse, lo que quiera que construirse en torno a la palabra amor. Aunque a mi modo de ver, amor, no es una palabra, sino un campo semántico que define una serie de actitudes o políticas vitales, coincidentes, pero menos de lo que se cree, en algunos elementos. En cualquier caso, no cabe esperar, en estos cuentos, traza algu-

na de las mitologías amorosas consagradas por el uso –abuso– y las (¿buenas?) costumbres. Bueno, alguna sí, alguna que otra, pero tratada con cierta burla, burla tierna, si se quiere, pero burla. Lo cierto es que, a la luz de la prosa de Kawakami, cuando se pronuncia la palabra amor, tenemos que preguntarnos de qué se quiere decir exactamente. Quizás, al final, no tengamos respuestas rotundas, pero advertiremos la necesidad de revisar la rigidez de nuestros esquemas, nuestras creencias, la misma configuración de nuestro mundo. Su última novela ‘Manazaru’, breve también, es, a mi entender, otra obra maestra. Al menos la mejor historia de fantasmas que he leído, con o sin fantasmas.

Luis Antonio de Villena. :: MONDELO-EFE también sobresale la fortaleza y la debilidad de una madre entregada y sufridora, que escondía tras sus ojos azules «un punto de cansancio y otro (quizá mayor) de melancolía o de clara, contenida tristeza, acaso desolación». Con una prosa ágil y directa, Villena va dotando al relato de un ritmo vivo que ayuda al lector a participar de un viaje que dura más de cinco décadas.

tamente elegante. Un agudo sentido del sinsentido, o más bien de la falta de sentido. O, con más precisión, de lo espurios que son los sentidos que otorgamos a las cosas. Y sobre todo: la revelación gozosa de que, aún en los actos más ‘vulgares’, llenos de un sentido físico pleno, pueden percibirse nimbados por un halo de belleza. Aún en la tragedia cotidiana, que siempre aparece revestida de cierta conciencia de banalidad, no tan triste como irónicamente melancólica. Lo físico, lo sensorial, impregna todo el discurso de Kawakami: Las acciones, los sentimientos, hasta los ocasionales elementos fantasmales, están imbricados con la carne y la materia, son inseparables del oler, del escu-

La figura de Leopoldo María –el menor de los tres y el último en perder la vida en marzo del pasado año– sirve en buena medida como hilo conductor de muchas de las remembranzas aquí expuestas, pero también como explicación primera y última de lo insólito de una familia marcada por el dolor y la tristura. La enfermedad degenerativa que carcomió a Leopol-

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA

char, del tocar, del ver, del saborear. La prosa de Kawakami bien puede definirse como cristalina. No porque sea transparente, o diáfana, o bonita, sino porque está construida con la precisión hermosa y reticular, perfectamente conectada, de un cristal. Yo afirmaría que, aunque sus dos primeras novelas –sí, finalmente también


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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

Compromiso con la libertad SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN

A

gustín García Simón, editor, periodista y escritor es un hombre de una profunda cultura bien asimilada, hecho poco común en estos tiempos. De formación periodística y de vocación historiador, reúne en este libro un centenar de artículos publicados en varios periódicos, El Norte de Castilla entre ellos, entre 2004 y 2014 que dan cabal cuenta de sus intereses y humores. Seis son los apartados del libro y van desde la rememoración documentada del pasado español, pasando por lo mejor y lo más siniestro del siglo XX, para centrarse en el estado actual de España y de la cultura. Como ya he apuntado la primera sección trata de personajes importantes de la historia de España (Colón, Isabel la Católica, Carlos V, Blanco White) o de América. No son mero repasos cargados de opinión y hueros de conocimiento tan al uso hoy en día. El lector nota el poso de lecturas continuadas de varios años que el autor ha hecho para escribir cada artículo. Tampoco son una simple muestra de erudición. Los artículos, muchas veces reseñas de libros o artículos de opinión, tienen la función de iluminar nuestro pasado para explicar cómo hemos llegado al presente. En la segunda sección, García Simón se detiene en algunos personajes como George Orwell, Dmitri Shostakovich o Arthur Koestler, como ejemplos excelentes de personas que lucharon contra los totalitarismos –principalmente contra el comunismo, que tantas simpatías despertó entre tanto intelectual–. Fueron estos, y algunos otros más, personas con coraje y verdadero sentido crítico capaces de denunciar el totalitarismo que reinaba en la Unión Soviética. Mención especial merecen Albert Camus, el escritor presente en los medios que mantuvo una línea exigente y heroica de honradez intelectual, y Hannah Arendt, una de las

A. García Simón. :: H. S. primeras personas que supo ver los nexos de unión entre el nazismo y el comunismo –algo que hoy algunos siguen negando, impermeables a las evidencias–. Nota el lector en este apartado el compromiso cívico de García Simón y su declarado compromiso por la libertad. Dos de las secciones siguientes tienen como tema España, algunas de sus figuras históricas, el desvarío de la izquierda, cegada por el nacionalismo –siempre reaccionario– y el populismo de nuevo cuño surgido en Hispanoamérica. Volver a Chaves Nogales, Juan Negrín o Max Aub no supone ni un ejercicio de nostalgia ni un intento de barrer para casa en los predios de la Historia. Los personajes que convoca son ejemplos de republicanismo y civismo en su mejor sentido, que es, en realidad, el único con que tales términos pueden utilizarse. Aparece también el tema de la memoria histórica (término que utilizamos para referirse al conocimiento detallado de la dictadura franquista), asunto que es de obligado esclarecimiento si queremos cerrar heridas y entender por qué hemos llegado a donde ahora estamos. Donde más irritado se muestra el

CUESTIÓN DE PALABRAS. (Textos para un futuro incierto). Agustín García Simón. Valladolid: Gatón editores, 2014. 372 páginas.

autor es en el tema de la deriva de la izquierda, que aunque mantiene la retórica de la República y el civismo y no deja de mencionar la Segunda República española como modelo de gobierno y momento en que la cultura floreció, sin embargo ha abandonado los presupuestos que guiaron a republicanos como Manuel Azaña, José Ortega y Gasset o a la Institución Libre de Enseñanza. La izquierda ahora, con su apoyo al nacionalismo y a las autonomías, se sitúa en los antípodas de esa otra republicana, culta, ilustrada y tolerante. A ello se añade que los pocos discípulos de aquellos republicanos o han sido vencidos por la edad o la mendacidad de gran parte de la izquierda los llevó a sumirse en el silencio. Acaba el libro con dos secciones que tienen que ver con su oficio. La primera son unos artículos en los que reflexiona con pertinacia sobre el papel de los editores y la edición: las bondades y los peligros de la edición pública, algunas ediciones meritorias de libros como el Diccionario histórico y crítico de Pierre Bayle o la obra de Marcel Bataillon. La otra trata del estado de la cultura en España, en Europa, la decadencia de los clásicos, las razones de lo escrito. Es quizás aquí donde deje ver más a las claras un pesimismo que va con él pero que no permite que le venza ni lo paralice. En la línea del escritor que interviene en asuntos públicos, Agustín García Simón ha ido dando a la prensa – que, en realidad, quiere decir a los lectores una gavilla de artículos sensatos, meditados, bien trabajados, con el afán de intervenir en el debate público. Son artículos que reivindican la libertad, la inteligencia, el esfuerzo individual y el común, la necesidad de la Ilustración y de los maestros, la perenne lucha contra las supersticiones que en nuestra época son más políticas que religiosas. Un libro, lo repito, en la mejor tradición ilustrada y republicana.

El microcosmos de una clase al doblar la infancia :: V. M. NIÑO El aula es la primera estancia de control social. En los límites de esas cuatro paredes se pasa mucho tiempo. Tan observadores como observados, los preadolescentes tienen allí su taller psicológico. Nata y Chocolate son dos amigos con familias peculiares, con conocimiento mutuo de sus fortalezas y debilidades y, desde esa incipiente seguridad, descubren el mundo cada día. Comienza el curso, caras conocidas alternan con otras nuevas. Entre las primeras, Pedro, en quien buscan al mismo compañero que dejaron en junio sin hallarlo. Entre las segundas, Pierre, un jovencito redicho, brillante e impertinente. Natalia no tiene madre, vive con su abuela y su padre. Chocolate es un niño adoptado. Les ha costado al-

canzar esa confianza que les convierte en ‘invencibles’. Pedro está cabizbajo, desaliñado, llega tarde a clase. Les empieza a preocupar. Su instinto les hace ser prudentes, dejan pasar los días sin que su ahora esquivo compañero diga nada. Nata y Chocolate afrontan el reto como

¡NATA Y CHOCOLATE INVENCIBLES! Alicia Borrás Sanjurjo. Ilustraciones de Anuska Allepuz. Colección Sopa de Letras. Anaya.145 páginas. 8,50 euros A partir de 12 años.

una pareja de detectives para descubrir que en la casa de Pedro no hay luz, que su madre no sale. Los malos tratos de trágico final en el telediario se plantean aquí desde la microhistoria, desde un grupo de niños en su clase. El citado Pierre se convierte en un inesperado aliado, tan sagaz como delicado. Los prejuicios no son buenos compañeros en el trato humano. Alicia Borrás escribe una novela de cadencia teatral, construida con diálogos frescos, pegados a las preocupaciones de la primera adolescencia. El poder de las personas, del grupo, para influir en otras en el ‘leit motiv’ de esta narración delicada y juvenil, capaz de conectar rápidamente con el público al que va dirigida. Anuska Allepuz subraya la línea humorosa de la realidad con su trazo.

Refugios temporales :: V. M. N. La comodidad puede llegar a incomodar. Somos tránsito continuo, una especie capaz del sedentarismo y, sin embargo, fácilmente fatigable hasta en los más gozosos placeres. Esta ‘casa diferente’ de Goyo Rodríguez y Daniel Nesquens es un refugio en el camino que propicia encuentros, conversaciones, intercambios fortuitos. Álbum ilustrado premiado con el Ciudat de Benicarló, ‘Una casa diferente’ propone a pequeños y mayores una parada en un hogar especial. La casa es un personaje, todo se personifica en el relato, que recibe hospitalariamente a quien llega. Solo hay una limitación, se puede entrar pero no salir.

Los visitantes hablan con palabras-anzuelo, las perchas son cigüeñas voladoras, el radiador tiene forma de corazón, el gato es una silla y el perro, un sillón, del tallo de una planta surge la caja de un reloj y la cómoda se

UNA CASA DIFERENTE Daniel Nesquens y Goyo Rodríguez, texto e ilustración. Editorial Onada. Edición bilingüe español-inglés.

transforma en teclado musical del que salen notas. Lenguaje visual de cierto surrealismo quedo, suave, en tonos fríos. Las sutiles imágenes de Goyo Rodríguez emparejan bien con el texto del aragonés Nesquens, que adquiere vuelo en el trabajo del burgalés. Todos los personajes que entran conviven durante un lapso de tiempo hasta que añoran lo que el cómodo nido no logra compensar. Será una niña la que construya un avión de papel, cómo no, con vida propia, y sea él quien los libere de los encantos de las cuatro paredes de la protagonista. El cuento tiene además su versión inglesa, en las páginas del final.


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Sábado 7.02.15 EL NORTE DE CASTILLA

DEL CIPRÉS

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a forma ‘ambos’ es un cuantificador que significa ‘el uno y el otro’ y ‘los dos’ y se aplica al conjunto de dos personas o cosas que han sido mencionadas previamente, como en ‘Los dos estudiaron juntos y ambos son abogados reputados’, ‘Los dos equipos parten con un empate que satisface a ambos’, ‘Las personas utilizan ambos lados del cerebro para el habla’ o ‘A pesar de su juventud y de la escasa profesionalización en política de sus dirigentes, ambas formaciones han obtenido grandes resultados’. Desde el punto de vista formal, dado que su significado no es compatible con la variante en singular, presenta variación de género (ambos, ambas), pero no de número. Puede funcionar como adjetivo determinativo (Tradujo ambas novelas) o como pronombre (Tradujo ambas) y solo acompaña a nombres contables en plural. En relación con esta última característica (que solo acompaña a nombres contables en plural), hay que tener especial cuidado con los llamados ‘pluralia tantum’, que son nombres que solo se usan en plural y que se refieren a un único concepto, como ‘andas’, ‘entendederas’, ‘afueras’, ‘aguaderas’, ‘águedas’, ‘agujetas’, ‘alturas’ (para referirse al cielo), ‘andanzas’, ‘anginas’, ‘arras’, ‘barreduras’, ‘bases’ (normas), ‘cabrillas’ o ‘cabras’ (pequeñas manchas o ampollas que se forman a veces en las piernas por tenerlas muy cerca del fuego), ‘candilejas’, ‘catacumbas’, ‘víveres’, ‘gachas’, ‘hemorroides’, ‘entrañas’, etcétera. Con este tipo de nombres la forma ‘ambos’ no es del todo compatible: Si decimos de alguien que ha traducido al español las novelas, de Tolstói, entendemos que ha traducido varias novelas, pero si decimos que una niña llevaba las arras en una bandeja, no podemos entender que llevaba varias arras, sino varias monedas, concretamente trece, que constituyen las arras

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

LA FORMA ‘AMBOS’

Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es

que en la ceremonia de la boda, en la celebración católica del matrimonio, el novio entrega a la novia como símbolo de los bienes que han de compartir. Aunque el significado es el mismo, ¿es ‘ambos / ambas’ siempre intercambiable por ‘los dos / las dos’, respectivamente? La respuesta es que no siempre. No alternan, por ejemplo, en las construcciones partitivas del tipo ‘uno de los dos’, ‘ninguno de los dos’, ‘cualquiera de los dos’: no podemos decir ‘uno de ambos’, ‘ninguno de ambos’, ‘cualquiera de ambos’ porque ‘ambos’ no forma parte del complemento partitivo. Tampoco alternan en estructuras en las que el numeral cardinal ‘dos’ está modificado, como en ‘las dos únicas novelas traducidas’, ‘los dos primeros libros

publicados’, ‘los dos mejores poemas’, ‘los dos últimos trenes’, ‘las dos malas experiencias’, ‘los dos buenos consejos’, etcétera. Si se conmuta ‘los dos / las dos’ por ‘ambos /ambas’, resultan estructuras agramaticales (ambas únicas novelas traducidas, ambos primeros libros publicados, ambos mejores poemas, ambos últimos trenes, ambas malas experiencias, ambos buenos consejos). En español actual ‘ambos / ambas’ no precede a ‘dos’. Por lo tanto, son inaceptables enunciados del tipo ‘Ambos dos se cruzaron en el pasillo y fueron incapaces de saludarse’ o ‘Ambas dos se fundieron en un largo abrazo’. Tampoco es aceptable desde el punto de vista normativo ‘ambos / ambas a dos’ (Y se sientan ambos a dos junto al fuego). Ambas construcciones eran normales en español medieval y clásico. Entre ‘ambos’ y el sustantivo al que precede no puede aparecer ningún otro elemento, como el artículo, los demostrativos o los posesivos, cosa que sí ocurrió al menos hasta el siglo XVI. Hoy no puede decirse ‘ambos los abogados’, ‘ambas sus hijas’ ni ‘ambas estas casas’. Y para terminar, una llamada de atención sobre la confusión entre ‘ambos’ y ‘sendos’. ‘Ambos’ significa ‘los dos’; ‘sendos’, ‘uno a cada uno’. Se trata de un error relativamente frecuente, del que se ocupan los diccionarios de dudas, los manuales de estilo y las gramáticas normativas. En el ejemplo ‘Ambas películas están basadas en sendos relatos de Benedetti’ hay que entender que una película está basada en un relato y la otra en otro. Si queremos decir que un jugador marcó los dos goles del partido no podemos decir que marcó sendos goles sino ambos goles. Y lo mismo para decir que alguien se tomó las dos jarras de cerveza que tenía pagadas: no puede decirse que se tomó sendas jarras de cerveza, sino ambas jarras.

LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID

OLETVM VALLADOLID

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After. Anna Todd (Planeta)

Donde no estás. Martín Garzo (Destino)

Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

Don Quijote adaptado Miguel de Cervantes (Santillana)

Una noche enamorada. Jordi Ellen Malpas (Planeta)

También esto pasará Milena Busquets (Anagrama)

El impostor. Cercas (Random)

La quinta esquina. Izrail Metter (Asteroide)

Buenos días princesa. Blue jeans (Planeta)

Buenos días, princesa. Blue Jeans (Planeta)

Órdenes sagradas. B. Black (Alfaguara)

También esto pasará. Milena Busquets (Anagrama)

El guardián invisible. Dolores Redondo (Destino)

El trincalibros Thomas Docherty (Maeva Ediciones)

También esto pasará. Milena Busquets (Anagrama)

Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)

Esperando al rey. J. M. Pérez ‘Peridis’ (Espasa Calpe)

Contra la fuerza del viento. Victoria Álvarez (Lumen

Esperando al rey. J. María Pérez ‘Peridis’ (Espasa)

NO FICCIÓN

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Valladolid universal. Roberto Alonso (Elefantus books)

Endurance, el legendario... A. Lansing (Capitán Swing

Juan Carlos I Fernando Onega (Plaza&Janés)

Los últimos españoles... C. Hernández (Ediciones B)

Juan Carlos I. Fernando Onega (Plaza&Janes)

Yo fui a EGB 2. J. Ikaz; J. Díaz. (Plaza & Janés)

Yo fui a EGB 2. Ikazl (Plaza&Janés)

Aprender a comer... Antonio Escribano (Espasa)

Hacia el infinito. Jane Hawking (Lumen)

Viejos cafés de Valladolid. J. Miguel Ortega (Maxtor)

No estamos solos. Wyoming (Planeta)

isis, el retorno de la Yihad P. Cockburn (Ariel)

Las gafas de la felicidad Rafael Santandreu (Grijalbo)

Los últimos españoles de... C. Hernández (B Ediciones)

Este país merece la pena. M. A. Revilla (Espasa)

Marga Edic. de Juan Ramón Jiménez (Fundac. Lara)

Aprende a comer. Antonio Escribano (Espasa)

Un otoño romano. Javier Reverte (Plaza&Janes)

Urbrands. Risto Mejide (Espasa)

Mis recetas de cocina anticáncer. O. Fernández (Urano)

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LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA

SEMURET ZAMORA

PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA

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Donde no estás. G. Martín Garzo (Destino)

Del color de la leche. Nell Leyshon (Sexto Piso)

Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

Vestido de novia. P. Lemaitre (Alfaguara)

Como la sombra que se va. A. Muñoz Molina (Seix Barral)

En el café de la juventud... Patrick Modiano (Anagrama)

Ofrenda a la tormenta. Dolores Redondo (Destino)

Esperando al rey. J. María Pérez ‘Peridis’ (Espasa)

El impostor. Javier Cercas (Random)

Stoner. John Williams (Baile del sol)

La sombra de otro. L.G. Jambrina (Ediciones B)

Como la sombra que se va. Muñoz Molina (Seix Barral)

Esperando al rey. José M. Pérez ‘Peridis’ (Espasa)

Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

Vestido de novia. P. Lemaitre (Alfaguara)

Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

Pronto seremos felices. I. Vidal-Folch (Destino)

Noticias felices en... Juan Marsé (Lumenl)

Últimos días de nuestros padres... J. Dicker (Alfaguara)

El umbral de la eternidad. Ken Follet (Plaza&Janés)

NO FICCIÓN

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El Capital en el Siglo XXI.T. Piketty (FCE)

Basta ya… ahora sí. Castro Cuadrado (Autoedición)

El capitán en el siglo XXI. T. Piketty (FCE)

El Capital en el Siglo XXI.T. Piketty (FCE)

El cura y los mandarines. Gregorio Morán (Akal)

En la espiral... L. González y R. Ferández (Libros en acción

El cura y los mandarines.Gregorio Morán (Akal)

El cura y los mandarines. Gregorio Moran (Akal)

Yo, León. Yo, Nerón. Fernando Valiño (Último Cero)

Por si acaso... ángel Gabilondo (Espasa)

Perros e hijos de perra. Reverte (Alfaguara)

No estamos solos. Wyoming (Planeta)

El final de la guerra Paul Preston (Debate)

Pompa y circunstancia.Ignacio Peyró Jiménez (Fórcola)

Yo fui a EGB 2. J. Ikaz; J. Díaz. (Plaza & Janés)

Juan Carlos I. F. Onega (Plaza&Janés)

Viejos cafés de Valladolid. J. Miguel Ortega (Maxtor)

The lemony pear.VV. AA. (Planeta)

El final de la guerra. Preston (Debate)

Las gafas de la felicidad. R.Santandreu (Grijalbo)


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Sábado 7.02.15 EL NORTE DE CASTILLA

Célebre tríptico de Otto Dix titulado ‘Guerra’ durante su exposición conmemorativa en Dresde a lo largo de 2014. :: EFE/MATTHIAS HIEKEL

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ecuerda el pobre Zeitblom que durante aquel caluroso verano de 1914 los alemanes alistados para ir a la guerra compartían un entusiasmo solo justificado por las posibilidades ocultas que el combate podía ofrecer a los hijos de aquella patria estancada. Junto al sacrificio inminente y a la posibilidad de perder la vida en la batalla, no solo se abría paso la formidable expectativa de cambiar el mundo personal gracias a la gloria, a la fortuna y al heroísmo, sino que la rutina y el tedio de las obligaciones cotidianas eran interrumpidos sin necesidad de hallar explicación alguna para ello. Los jornaleros, los estudiantes, los maestros, los funcionarios y todos aquellos llamados a tomar las armas de manera voluntaria o forzosa iniciaban un periplo vital lleno de incógnitas que en origen guardaba indudable semejanza con el comienzo de unas vacaciones. Recuerda, pues, Zeitblom, la voz encargada de exorcizar a toda Alemania en ‘Doktor Faustus’, que sus alumnos, uniformados y eufóricos, celebraban su abordaje en los andenes como si acudieran a un campamento de verano,

LA BONDAD DEL HORROR

OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA

poseedores, incluso, del título de bachilleres sin haber tenido ni siquiera la obligación de someterse a examen. Y cabe preguntarse si entre los fonemas del sublime panorama retratado gracias a la pluma de Thomas Mann pudiéramos encontrar , junto a toda esa juventud henchida de arrogancia, festiva e ignorante, al joven Otto Dix que, como más tarde él mismo apuntaría, se alistó voluntariamente antes de un llamamiento a filas inminente para conocer los horrores de la Primera Guerra Mundial cuanto antes. Aquel joven estudiante de Artes y oficios en Dresde logró sobrevivir a los combates durante los largos años del conflicto, paseó su fusil

y su petate por diversos frentes y, aunque afirmar que logró regresar intacto a casa olvidaría de forma inexcusable la condición de su estado de ánimo, lo cierto es que así fue: Otto Dix pudo continuar con su formidable carrera artística durante los felices años veinte, no solo para formar parte de diversos grupos expresionistas o bajo el sempiterno cobijo de la galerista Johanna Ey. Su triunfo también fue académico y consiguió hacerse con la cátedra de Arte de Dresde cuando sus lienzos se empeñaban en recordar a los desmemoriados espectadores de la Belle Epoque, risueños, consentidos, banales y caprichosos que entre los compases del charlestón que tro-

naba en todos los salones de baile estaba el silencio de unas calles frías y oscuras ahítas de la cosecha de tullidos que produjo la guerra. Pero la estética de Otto Dix no solo disgustaba al carácter patriótico de la burguesía alemana. A menudo el detalle escabroso de sus escenas causaba el rechazo

Ni siquiera Hitler pudo acabar con la técnica sublime, ni con la estética, ni con el indudable compromiso de Otto Dix

del público moderado. Frente al glorioso retrogusto que solía dejar el recuerdo de las hazañas bélicas entre sus protagonistas supervivientes Dix mostraba aquellos esqueletos semiexpuestos y abandonados en tierra de nadie, la cadavérica estampa de soldados agotados, muertos en vida, sin un solo atisbo de gloria, ni de justicia; confundidos en un amasijo pictórico de sangre, vísceras, miembros, calaveras, barro, hambre, frío, miedo, soledad, tristeza, fuego y muerte. No es de extrañar que la llegada al poder de Hitler supusiera la destrucción de cientos de sus cuadros, su inmediata destitución y su inclusión en el listado de creadores de ‘Arte degenerado’. Pero tampoco en aquella ocasión logró la sofisticación alemana y su dialéctica, cuya alma había sido tristemente vendida al Diablo, acabar con la técnica sublime del pintor de Gera, ni con su estética, siempre sometida a la investigación, ni con su indudable compromiso con el hombre. Ya advirtió Zeitblom, con desazón, que el Diablo no solo tiene modales exquisitos, gustos refinados y trabaja al servicio de Dios, sino que se oculta, a menudo, en los pliegues de la belleza.


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LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 7.02.15 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

Globos y dirigibles L

os globos aerostáticos tienen la innegable virtud de estimular la imaginación de cualquiera en cuanto los ve, de manera fulminante e inmediata. Ves pasar por delante de tu casa un avión, una avioneta, un helicóptero, y los dejas volar sin concederles la más mínima importancia, pero ves pasar un globo y todo cambia, es como si pasara por delante de tu casa Julio Verne en persona, pero gravitando en el aire y conduciéndote a la edad de oro de los globos: el siglo XIX. Los globos son al siglo XIX como los aviones al XX. Los decimonónicos gravitaban, los del siglo XX volaban, y no es solo una metáfora, es la realidad. El globo es un objeto vacilante y a la vez uterino. No te fías demasiado de él cuando coge una corriente de aire traidora, pero a la vez te da la seguridad marsupial de ir como en la bolsa de tu madre, dando saltos por el universo austral. Las cestas dan seguridad, los gatos lo saben mejor que nadie, y en cuanto ven una cesta la eligen como lugar de descanso. Por algo será. El globo te ubica en una dimensión gravitacional que no es exactamente volar. Vas flotando porque la máquina que te transporta es menos densa que el aire. No vuelas, te elevas sin necesidad de mover las manos y los pies. Tiene algo que ver con ir en una alfombra mágica. Y las alfombras mágicas de las mil y una noches son máquinas de volar, si bien se nos antojan más inseguras todavía que un globo, ya que bastaría un mero desliz en tu unión sustantiva con la alfombra para que te precipitasen al abismo sin remisión, mientras tu alfombra prosigue un viaje a la deriva, como un perro alado pero sin amo: es muy posible que solo la detengan las majestuosas cumbres del Himalaya cuando tú ya lleves varios días criando malvas. Julio Verne recurrió con cierta insistencia al globo, que era una máquina que le venía muy bien para ciertas ocasiones. Los novelistas suelen ser los que primero introducen en la literatura toda clase de invenciones técnicas que pueblan nuestra realidad. Si quieren ser un poco realistas están obligados a imitar la rea-

«Las cestas dan seguridad, los gatos lo saben mejor que nadie, y en cuanto ven una cesta la eligen como lugar de descanso. Por algo será»

MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO

:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA

lidad que ven y asignan a los personajes los mismos objetos que las personas usan en el mundo real. El universo urbano, con todas sus invenciones, casi aparece por primera vez en poesía con Baudelaire (si olvidamos algún

poeta romano), en cambio era ya un universo muy frecuentado por la novela de todas las épocas. Por eso los globos empezaron a deslizarse muy pronto en las narraciones de aventuras, si bien el que más pro-

vecho les sacó fue Julio Verne. Solo mentaré dos ocasiones en que los utiliza muy acertádamente: como máquinas para huir de la muerte en ‘La isla misteriosa’, y como máquinas de exploración en ‘Cinco semanas en globo’.

Los soldados que huyen de la prisión antes de arribar a la isla misteriosa no podrían haberse librado de no haber recurrido al globo. El globo era la única posibilidad para salvar la vida. El globo como salvación, nunca como caída. Julio Verne casi siempre es positivo. Como buen decimonónico, tiene una fe en el hombre que hemos perdido. Fe en los adelantos técnicos, fe en la razón y la ciencia, fe en la fortuna y en la gloria, fe en la individualidad y en el grupo. Formas del deseo que hoy parecen perdidas y que movieron el siglo diecinueve con una violencia superlativa. Pero el globo resultaba un contrapunto alegre y mozartiano ante tanta violencia y tantas humaredas de las fábricas y de la guerra. Además no hacía ruido y se deslizaba con suavidad materna por el aire. Todo lo cual para indicar que estaba destinado a triunfar mucho más en las novelas que en la realidad, pues a la hora de la verdad nunca fue una forma de volar fiable, ni siquiera cuando los globos derivaron en dirigibles, que podían controlar las corrientes mejor que los globos de Julio Verne. Supongo que a todos nos hubiese gustado haber viajado en un Zeppelin. ¡Qué viaje más increíble tenía que ser aquel que te llevaba hasta Nueva York en el ‘Hindenburg’! Entonces era un placer y una distinción enorme ser un cosmopolita. Ahora, con el mundo convertido en un parque temático, cualquiera puede ser un cosmopolita. ¿Se trata de un cosmopolitismo profundamente degenerado? Claro que lo es. Hace ya tiempo que ardió el ‘Hindenburg’, y ya nadie se acuerda cuándo hizo el último viaje el Oriente Exprés.


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