...Y Bob Dylan se hizo rockero

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Sábado, 14.02.15 Número CXCII

...Y Bob Dylan se hizo rockero Se cumplen cincuenta años de la publicación de ‘Bringing it all back home’, el disco que cambió su trayectoria [P2]

SOMBRA CIPRES LA

Bob Dylan en una escena del documental de Martin Scorsese ‘No direction home’.

DEL


2 LA SOMBRA

DEL CIPRÉS

FUE HACE 50 AÑOS

Sábado 14.02.15 EL NORTE DE CASTILLA

Cultura y contracultura, al pie de la letra

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llen Ginsberg dijo que las canciones de Bob Dylan eran maravillosas «cadenas de imágenes intermitentes». El más salvaje de los poetas de la Generación Beat fue compañero y cómplice contracultural del autor de ‘Blowin’ in the Wind’, durante su mítica gira Rolling Thunder Revue, de 1975. Sin duda una de las claves del brillo fulgurante de la figura de Dylan está en su música, en su capacidad de sincretizar, de manera singular, ritmos y melodías del folk, del blues, del rock, del country, del jazz... Pero no podemos olvidarnos

en manera alguna de las letras. Esas letras que le han llevado a estar propuesto para el Premio Nobel de Literatura. De hecho, y aunque le pidió a Robert Shelton que dejara patente en su biografía que él no tomó su nombre artístico (el verdadero es el de Robert Allen Zimmerman) inspirado por el poeta Dylan Thomas, lo cierto es que la obra del galés sí fue una de las primeras influencias claras en su composición literaria; a pesar de haber manifestado públicamente que la poesía de Thomas estaba escrita «para gente que no está realmente satisfecha en la cama». La prio-

CARLOS AGANZO

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ridad de las letras, de la poesía, fue decisiva ya desde su primera apuesta por el folk en lugar del rock, al que su oído era seguramente más favorable. Para Dylan el rock, en general, no era suficientemente artístico: «Había muy buenas frases pegadizas y un ritmo contagioso, pero las canciones no eran serias o no re-

flejaban la vida de un modo realista. Supe que cuando me metí en la música folk, era una cosa más seria. Las canciones estaban llenas de tristeza, de triunfo, de fe en la sobrenatural, y tenían sentimientos más profundos», dejó dicho. Con estas premisas, y con su genialidad manifiesta a la hora de combinar buena letra y buena música, su primer sencillo, ‘Like a Rolling Stone’, terminó siendo reconocido como una de las mejores canciones de todos los tiempos. A la expresión poética de los sentimientos profundos se irían sumando, sucesiva-

mente, nuevos posicionamientos éticos y estéticos: la protesta social, la ironía, los valores religiosos, la filosofía y hasta un cierto y muy particular surrealismo, que no siempre fue entendido por sus seguidores. Una voz, en cualquier caso, indiscutiblemente propia y capaz de atraer a millones de personas. En paralelo a lo cautivador de sus canciones, y sobre la base de éxitos que son ya patrimonio de la música del siglo XX, Bob Dylan ha ido forjando además, alrededor de su persona, un auténtico mito. Desde su manera de vestir y de actuar en el escenario hasta sus silencios y manifestaciones públicas, como aquella vez, durante la entrega del premio Tom Paine, en la que subió borracho al escenario para decir que en Lee Harvey Oswald, el asesino de J.F. Kennedy, veía algo no sólo de sí mismo, sino «de todos los hombres». Cantor enamorado, poeta rebelde, rockero irredento, militante de los derechos civiles, cristiano renacido... A pesar de todas sus mutacio-

Dylan quiso ocultar en su biografía que su nombre artístico se inspiró en el poeta galés Dylan Thomas

nes, Dylan siempre ha conseguido mantenerse en primer plano de la actualidad, y del interés del público. A fuerza de militar en la contracultura, su imagen ha llegado a convertirse en uno de los iconos más reconocibles de la cultura estadounidense. Por eso no es de extrañar que ahora vuelva a sorprender colocándose, por octava vez en su carrera, en el número 1 del Reino Unido. Ni de que lo haya hecho, además, apoyándose en otro de los grandes mitos de su país: la voz de Frank Sinatra. Sólo Dylan podría cambiar el folk por el rock, a Allen Ginsberg por Frank Sinatra, sin perder un gramo de autenticidad. Una vez más, lo ha vuelto a hacer.

Cuando Dylan se pasó al rock Ahora que nos acaba de sorprender haciendo de Sinatra rememoramos aquel disco ‘Bringing it all back home’ con el que sus fieles se rasgaron las vestiduras

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vueltas otra vez con Bob Dylan. Recurrente figura en la cultura moderna. El personaje global que se convirtió en mesías de una generación en el siglo pasado. Aquel que alumbró un pensamiento colectivo llamado a intentar cambiar el mundo en los años sesenta. El que luego emergería como gran estrella del negocio musical en los años setenta. El referente a modo de bucle con sus canciones, su parsimoniosa voz y su, a veces, controvertida presencia social con gestos polémicos y epifanías de líder intelectual. En suma, sus idas y venidas por la vida, los años y las décadas. Este 2015 se celebra el aniversario de aquel salto, entonces para muchos herejía, que le llevo desde el folk al electrizante rock. Cuando puso sus versos al servicio de la música repleta de energía que salía de una guitarra eléctrica después de dejar la acústica de cantautor. Ahora que Dylan nos aca-

ba de sorprender haciendo de Sinatra, rememoramos con la distancia aquel momento sublime para unos y traumático para otros. Es lo que tiene militar en las emociones de la música, sus estilos y prejuicios. En eso no ha cambiado mucho la cultura aunque hayamos mutado de siglo. Bob Dylan se pasó al rock con aquel disco, ‘Bringing it all back home’, publicado hace cincuenta años. Las canciones se volvieron furiosas en su formato instrumental, en sus arreglos y, muy relevante, en su pose escénica. Casi todos sus fieles de entonces se rasgaron escandalizados las vestiduras. Tendría que darles el músico estadounidense bastantes más disgustos desde entonces. No tanto por su música que fue evolucionando como siempre tiene que mudar la obra de un artista vivo y audaz. Hiriente para muchos por su fuerte personalidad, con aquel gesto de pasarse al rock, Dylan autentificó algo ahora fácil de entender y asimilar.

TOMÁS FDO. FLORES

Director de Radio 3, de Radional Nacional de España

Algunos vieron el gesto del cantante de Minnesota como un tributo a la poesía de la generación Beat

Que el rock habría de superar los límites generacionales de la adolescencia y primera juventud. Desde luego de lo que era antes la juventud, mucho más limitada en el tiempo que ahora. Que el rock se convertiría en un sonido universal, parte de la cultura popular del planeta con un valor relevante, hasta referencial, muy por encima de la señal de identidad de una parte de una sociedad como la estadounidense. El rock, la música popular joven, no lo olvidemos es la manifestación cultural que más se ‘consume’ en el mundo. Nos acompaña a todas horas y en todos los lugares de nuestra vida cotidiana. Convertido Dylan pronto en un icono con los álbumes que sucedieran a este, el cantante de Minnesota tiró por la calle de en medio en un gesto que el universo musical de las bandas debió sentir con un ejercicio de padrinazgo profesional. Pero no fue esa la única carga semántica de ‘Bringing it all back home’. En las

letras de las canciones, y hablamos de un disco de 1965, Bob Dylan decidió adentrarse en el terreno de la abstracción subjetiva. Los versos que incluyeron sus primeras canciones hablaban de la calle y estos del que fue su quinto trabajo lo hacían del espíritu y de los sueños. Para muchos fue un disco de textos surrealistas, con múltiples referencias oníricas, complejas de interpretar. También se quiso ver en algunas de las canciones de ‘Bringing It All Back Home’ un tributo a la poesía de la generación Beat. De la que Dylan, como otros creadores de su tiempo se sintieron necesariamente devotos e influidos. Y, no lo olvidemos, como se ha proclamado muchas veces, en la manera de interpretar los versos de temas como ‘Subterranean Homesick Blues’ bien pudiéramos considéralos como un cimiento de la cultura rap. Por su manera abrupta de recitar las estrofas que las forman. Cuando se lanzo el álbum seguro que su creador

pensaría con coraje en los cambios que supondría no solo para su carrera. En los riegos y desafíos que iba a representar. De su voluntad para asumir el reto que se impuso surgiría una dinámica renovadora de la música joven. Es indudablemente cierto que los discos posteriores, como ‘Highway 61 Revisited’ o ‘Blonde on Blonde’, serían los determinantes para convertirlo en la figura que desde entonces es. Alguien cuyo nombre conocen en todos los rincones del planeta. Pero fue con aquel disco de hace tres décadas cuando sentó los parámetros de su valor en el universo musical. El rock perdió su frivolidad de golpe porque Dylan decido darle trascendencia y el folk se contrajo en la condescendencia de lo antiguo porque Dylan huyó inesperadamente de su territorio. La vida de muchas vueltas y la de un personaje tan prolífico con Dylan parece que muchas más. Felizmente activo a sus 73 años nos acaba


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Bob Dylan, durante una grabación en 1965, cuando dio el salto al rock. Arriba las carátulas de los discos ‘Bringing it all back home’, ‘Highway 61 Revisited’ y ‘Blonde on Blonde’. :: EL NORTE

de sorprender con un disco de versiones de temas que cantó Sinatra. Nos queda para siempre la duda de qué hubiera pensada el que conocíamos como ‘La Voz’ de un trabajo así. Ha sido su trigésimo álbum. ‘Shadows in the Night’ es un ejercicio de estilo en la madurez con resultados contradictorios. Entre el voluntarismo y, para muchos, la intrascendencia más osada. Un capricho de alguien que se lo puede permitir. Dylan, al fin al cabo. Reflejo de su perfil después de un largo curriculum que le llevó hace tiempo a convertirse en uno de los grandes personajes del siglo XX. Cantante de sugerente voz, compositor de grandes himnos y de extrañas piezas, pintor, activista de causas muy diferentes, polemista y cronista de un mundo que le ha mitificado. El premio Príncipe de Asturias del 2007 lanzó hace cinco décadas un disco histórico. Uno de sus muchos aniversarios. En aquella ocasión Bob Dylan se pasó al rock.


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Los luminosos años oscuros La conversión al cristianismo abrió lo que se ha dado en llamar los años de luces y sombras en la obra de Dylan, un periodo desigual, un túnel en el que hay más bombillas de las que la oscuridad oculta

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quel disco de los primeros años ochenta fue, para algunos, la estupefacción máxima. Y más cuando el trabajo que había sido su declaración al mundo de su nueva fe, ‘Slow train coming’, tenía calidad. Ese

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álbum, ‘Saved’, es el inicio de los años menos brillantes. El hito en el que debe fijarse el principio de un túnel en el que la creatividad brillaba por su ausencia, la calidad estaba en cuestión, y en el que, incluso, se enterraba al cantautor.

A la espera de que los archivos de Sony demuestren lo contrario, solo cabe decir que entre 1980 y 1997 transcurrieron años de altibajos, de mixtura de estilos que en contadas ocasiones funcionaron. Dylan regaló al mundo un compendio de trabajos de los que él mismo no quiere ya ni hablar. Cosas de genios. Fue el paso al cristianismo lo que marca el punto de entrada a esa época oscura. O poco luminosa. Pese a que en 1979 ya había dejado entrever hacia dónde se encaminaba su

ELOY DE LA PISA

ánimo (es el año de ‘Slow train coming’), fue con ‘Saved’ y ‘Shot of Love’ donde la transformación mística alcanzó el culmen. Meterse en las letras de esos dos discos es reencontrarse con pasajes del Viejo Testamento por todos los rincones. Ambos trabajos producen la sensación de que

el conjunto apenas tiene sentido, de que Dylan ha perdido el norte de manera consciente. Eso sí, arranca a lo grande, de forma explosiva. Que la explosión tenga un sentido positivo o negativo es cosa ya del que escucha. Por ejemplo. La primera estrofa de la primera canción de ‘Saved’ muestra a un Dylan converso y frenético en su afán por dar las razones de su nuevo estado espiritual: «Estaba cegado por el diablo./Nací ya en ruinas,/muerto como un

fiambre,/cuando salí del claustro materno./Su gracia me ha tocado,/su palabra me ha curado,/su mano me ha liberado,/su espíritu me ha sellado.» Pero Dylan, al que siempre le ha importado poco el qué dirán y que tarde o temprano siempre ha terminado por transitar por los caminos que ha querido, no se conforma con mostrar su fe en Dios; va un paso más allá y en la siguiente canción se descuelga con una oración a la Virgen María. ‘Saved’ dejó a todo el universo dylaniano descolocado, pero cuando llegó ‘Shot of love’, que puede traducirse por ‘Dosis de amor’, la galaxia empezó a acercarse peligrosamente a un agujero negro.


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«Doctor, ¿puede oírme? Necesito una dosis de amor./ He visto los reinos de este mundo y me estoy asustando./Lo que tengo no duele, solo me deja bien muerto./Como quienes siguieron a Jesús cuando a Su cabeza pusieron precio.» (‘Shot of Love’) Esta estrofa refleja el tono general del disco. Dylan sigue firme en su fe, pero sus fantasmas empiezan a introducirle en un mundo del que le va a costar salir. En ‘The groom’s still waiting at the altar’ refleja con aspereza esa confusión mental: «Ciudades en llamas, teléfonos averiados, /están matando a monjas y soldados, hay guerra en la frontera./ ¿Qué puedo decir sobre Claudette? No la he

visto desde enero,/puede estar respetablemente casada o regentando un prostíbulo en Buenos Aires». La referencia a las monjas se basa en la matanza del 2 de diciembre de 1980 en El Salvador y Claudette es el título de una canción compuesta por Roy Orbison en 1958. Mixtura caótica. Pero los genios son siempre genios. Así que Dylan se metió de nuevo en el estudio y parió en 1983 ‘Infidels’. De nuevo recuperó el favor del público, vendió dos millones de discos, y pareció haber recuperado el pulso. Su trabajo fue saludado con glorias al hijo pródigo. Estrofas en las que describe situaciones apocalípticas de perdedores son es-

Con ‘Oh Mercy’ inicia el progresivo retorno a los orígenes y a sus creencias naturales

pecialmente celebradas: «El mundo es sombrío, los cielos de un gris evasivo./Una mujer ha parido a un príncipe y lo ha vestido de escarlata./Él se meterá al cura en el bolsillo, pondrá la espada en el fuego,/sacará de la calle a los huérfanos y los pondrá a los pies de una ramera» (‘Jokerman’). E incluso reaparece un viejo personaje del universo

dylaniano: el diablo. En ‘Man of peace’ todas las estrofas se cierran con el verso ‘A veces Satán se presenta como un hombre de paz’. El hipocondríaco miedo a la muerte de Dylan hace de nuevo acto de presencia. Entre 1985 y 1988 Dylan vive de las rentas. Para muchos está acabado; las nuevas generaciones ya no le consideran un referente y solo sigue siendo una figura para sus compañeros y para aquellos a los que nunca les falló la fe. Y bien que la puso a prueba Dylan. ‘Empire Burlesque’, el trabajo que abre ese periodo profundamente oscuro, fue un pequeño fogonazo, la chispa que enciende una fallida bengala. El álbum tuvo cier-

Boca de mercurio E

l 13 de diciembre de 1963 Bob Dylan recogía en Nueva York el premio Tom Paine, otorgado por el Comité de Emergencia para las Libertades Civiles. Era la culminación de un buen año. En la primavera había sacado su segundo LP, ‘The Freewhelin’ Bob Dylan’, del que su ‘Blowin’ in the wind’ se había encaramado en las listas de éxito, y cuando en agosto millones de norteamericanos confluyeron en la marcha sobre Washington y oyeron a Martin Luther King lanzar su «I have a dream», Bob Dylan esperaba el momento de saltar al escenario en compañía de Joan Báez. Era la voz, el juglar de esa multitud. Sin embargo, la noche del premio las cosas no fueron como se esperaba. El cantante se encontró incómodo en el distinguido ambiente, y tras un intento de abandonar la sala improvisó un discurso hosco –«Yo solo deseo que todos los que hoy estáis aquí sentados no estuvierais aquí»– que arruinó la velada. No era un cabreo ocasional, sino la manifestación pública de una incomodidad que se agrandaba en su interior por un equívoco del que él era el primer culpable. La generación que abandonaba por fin las tinieblas de la posguerra se veía reflejada en sus canciones, que anunciaban la gran lluvia y los mensajes escritos en el viento. Pero en el interior del cantante la percepción era bien distinta, como refleja en ‘Crónicas’, su autobiografía: «Todo lo que había hecho era cantar canciones que expresaban sin ambages una realidad nueva e imparable. Tenía muy poco en común con la

generación a la que se suponía que daba voz, y la conocía aún menos. (…) Me acribillaban a preguntas, y yo no dejaba de repetir que no era el portavoz de nada ni de nadie, solo un músico». El cantante se había empapado, ciertamente, de la ebullición ideológica que encontró en los cafés de Greenwich Village. Pero su antena musical tenía otras prioridades. La influencia de Woody Guthrie es la más difundida, pero en su autobiografía coloca en el mismo escalón las canciones que Kurt Weill compuso para las letras de Bertolt Brecht. Y por encima de todo el encuentro con los blues de Robert Johnson: «Transcribí las letras de Johnson en trozos de papel para examinarlas más atentamente junto con sus estructuras, la construcción de sus frases a la antigua y las asociaciones libres, las alegorías vívidas, verdades como puños envueltas en la cáscara dura de la abstracción sin sentido». Por si fuera poco, su novia Suze Rotolo le introdujo en Arthur Rimbaud. Y comenzaban a oírse las guitarras eléctricas de The Beatles, The Rolling Stones… Estaba en un auténtico ‘Crossroad’, como reza un título de Robert Jonhson. A lo largo de 1964 las fuerzas dispares siguieron tirando de Dylan. En el disco ‘The Times They Are A-Changing’ el himno que lo nomina vuelve a enlazar palabras de agitación y cambio, pero también abundan versos de desazón como los que cierran ‘With God on Our Side’ («La confusión que siento/ no hay lengua que la exprese./ Las palabas me abruman/ y se precipitan al suelo»). La fórmu-

JORGE PRAGA

la musical permanecía invariable, voz sobre guitarra acústica con fraseos de armónica. Cliché de juglar que se mantuvo en su siguiente disco, ‘Another Side of Bob Dylan’, grabado en un solo día. Hace ahora 50 años, el 15 de enero de 1965, Bob Dylan se encerró en un estudio de grabación de Nueva York. Por primera vez le acompañaban otros músicos que transportaban guitarras eléctricas, bajo, batería. En su cabeza y en su garganta bullía un paquete de nuevas canciones y una clara decisión de cambiar el paso. En tres días el disco ‘Bringing It All Back Home’ estaba listo. Basta con dejar que suene la primera canción, ‘Subterranean Homesick Blues’, para que el oído se abrase: el ras-

«Yo no dejaba de repetir que no era el portavoz de nada ni de nadie, solo un músico»

to tirón en… ¡Canadá! Gran Bretaña y Estados Unidos lo ignoraron y Europa apenas lo consideró. Tampoco es de extrañar. Baladas como ‘I’ll remember you’ («Te recordaré/al final del camino./Me quedaba mucho por hacer/y poco tiempo para fracasar./Hay personas a las que /no olvidas/aunque solo las hayas visto un par de veces./Cuando las rosas se marchiten/y yo esté a la sombra/te recordaré») resultan prescindibles. Pero en ‘When the night comes falling from the sky’ («Cuando caiga la noche desde el cielo) escribe «En tus lágrimas puedo ver mi reflejo./En la frontera norte de Texas crucé la raya./No quiero ser un imbécil hambrien-

gueo de guitarra que la inicia se ve enterrado bajo un furioso riff eléctrico cercado por el bajo y la trepidante batería. Cabalgando sobre esa atmósfera entra la voz recitativa de Dylan en una especie de rap suelto que concibe las palabas como sonidos, las frases como acordes, las rimas como ritmos. Y remata una armónica ardiente como una nueva voz. El texto explota en una escritura de ecos surrealistas que otorgan verdad a la «cáscara dura de la abstracción sin sentido» de Robert Johnson: «Maggie comes fleet foot/ Face full of black soot/ Talkin’ that the heat put/ Plants in the bed but». Palabras que no se dejan traducir ni tampoco disecar en un papel. En la primera secuencia de un documental de la época, ‘Don’t Look Back’, aparece Dylan con un fajo de carteles que comienza a mostrar cuando se oye ‘Subterranean Homesick Blues’. Son palabras de los versos de la canción, palabras disecadas en su escritura frente a la vida insustituible que les otorga el sonido de la aguda garganta del cantante, que con gesto desdeñoso va tirando al suelo un cartel tras otro. La ruptura continúa en ‘Maggie’s Farm’, ‘On the Road Again’ con sabor a Kerouac, ‘Outlaw Blues’. En la segunda cara se vuelve al monólogo de guitarra acústica, aunque sea para ocuparse de himnos del tamaño de ‘Mr. Tambourine Man’. Pero el paso sobre el abismo está dado, los puentes quebrados: no mires atrás. Don’t Look Back. Sus actuaciones empiezan a poblarse de cables y amplificadores, la mirada anfetamínica se esconde tras unas gafas oscuras, y la cima del escándalo llega cuando en el festival de Newport ataca un ‘Maggie’s Farm’ eléctrico. La leyenda repite una y otra vez que Pete Seeger buscó un hacha con el que cortar los cables.

to de cariño, /no quiero ahogarme en un vino ajeno». La ortodoxia cristiana se aleja. Aún hay esperanza. Parece claro que Dylan estaba perdido. El estudio de grabación le repele. Y sus dos siguientes trabajos son el culmen de esos años oscuros. ‘Knocked out loaded’ y ‘Down in the groove’ no son nada. Su irrelevancia es abrumadora y oscura. Resulta difícil encontrar algún verso alimenticio. El único mérito de estos dos álbumes es que fueron el final de túnel. Después de ellos llegaría ‘Oh Mercy’, y con él el progresivo retorno a los orígenes y a sus creencias naturales. Pero esa es otra historia para otro momento.

Don’t Look Back. Un Dylan hiperactivo se vuelve a encerrar con sus músicos meses después, en el verano de 1965. Lleva veinte folios escritos para la letra de una canción que luego comprime en las estrofas de ‘Like a Rolling Stone’. El guitarrista Al Kooper prueba con un fondo de órgano y encumbra la canción que va a ser considerada como la más influyente de la historia del rock. Las palabas siguen vivas como culebras en ‘Tombstone Blues’, o bajo la estridente sirena de ‘Highway 61 Revisited’, la canción que titula el disco, un disco duro, sólido, fulgurante. Y queda energía para el broche final. Entre gira y gira, Bob Dylan tantea con los músicos de The Hawks un puñado de nuevas canciones. No le satisface el resultado, y se traslada a Nashville en busca de otros músicos, y de un nuevo sonido. En un par de encuentros, en febrero y marzo, llega lo que ansiaba, un sonido «tenue, desenfrenado, mercurial». Lo oímos en la algarabía de ‘Rainy Day Women # 12 & 35’, con el cantante proclamando «todo el mundo va a acabar zumbado»; en el oscuro canto de amor de ‘Just Like a Woman’; en el tema final que ocupa toda una cara. El trabajo no cabe en un álbum normal, y se toma la insólita decisión de duplicarlo en dos vinilos. ‘Blonde on Blonde’ será su enigmático título. Han sido catorce meses intensos: su trilogía mercurial. Luego, tras la agotadora gira por Inglaterra, Bob Dylan sufrió un accidente de moto que le dejó durante una buena temporada en casa. Tal vez era lo que necesitaba. Cuando reaparezca con ‘John Wesley Harding’, ese título que dispara la melodía en la lengua, su espíritu inquieto de artista le empujará de nuevo a la carretera de Kerouac y a los Crossroad de Robert Jonhson.


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El poliedro Dylan Tampoco el cine ha conseguido desvelar ese misterio que se oculta tras el nombre de Bob Dylan EDUARDO ROLDÁN

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i hubo un corte de mangas musical que pueda calificarse de histórico, ese fue el que Dylan hiciera en 1965 en su gira inglesa: un corte de mangas eléctrico que muchos aún no le perdonan hoy, o solo le toleran. Corte de mangas que quedó registrado en el primer documento cinematográfico comercial centrado en la figura del músico de Minnesota, ‘Don’t look back’, documental dirigido por D. A. Pennebaker en 1967 que aparte de la crónica de una gira más o menos delirante supone el modelo para los documentales rock que vinieron después. ‘Don’t look back’ muestra a un Dylan en gerundio, y esta es su mayor virtud: un Dylan rompiendo –con su pasado musical y con el sambenito de «voz de una generación» que le habían colgado–, un Dylan fumando, un Dylan humillando y un Dylan, también, escribiendo y tocando. Es a la vez periodismo gonzo y cinema verité, con un ojo de la cámara alucinado y respetuoso, curiosón y distante; Pennebaker consigue el enorme logro de mantenerse durante todo el metraje en la distancia justa, sin dejar que la investigación (subjetiva) se despeñe jamás por la ladera del sensacionalismo. ¿Hasta qué punto es consciente Dylan de la presencia del ojo? Es difícil decirlo. Hay momentos en que parece le resulte totalmente invisible, y otros en que no haga sino actuar para él. Suelen coincidir con los momentos en que el espectador piensa: «Dios, pero cómo puede ser tan gilipollas». Pennebaker no incurre pues en ese pecado mortal del documentalista que es la hagiografía, y si el retrato resultante no es amable, se debe solo a que Dylan no lo fue. Hemos visto que nada le importa la opinión ajena, o que al menos eso finge. Acaso sí le importe un poco y en hacerse un lavado retrospectivo de imagen se halle la razón del otro gran documen-

tal –en el sentido de duración y eco público– que ha versado sobre su figura y contado con su beneplácito, ‘No direction home’, dirigido –o más bien ensamblado– por Scorsese casi cuarenta años después. Tampoco incurre Scorsese en pecado mortal de hagiografía –es demasiado sabio para eso–, pero sin duda este Dylan no causa ni la antipatía ni la incomprensión que el anterior. El enfoque también difiere; mientras que Pennebaker ofrece un segmento de tiempo a partir del cual inferimos el todo, la época y el artista y las contradicciones de una y otro, Scorsese propone la cronología minuciosa –con saltos adelante y atrás, pero cronología al fin–, más completa pero también más aburrida. La forma empleada es predecible, mil veces vista: una sucesión de bustos parlantes puntuada por material de archivo, y si la atención no decae se debe solo a la fascinación que desprende el personaje, no al enfoque planteado. Mucho más vital resulta el otro acercamiento, oblicuo, de Scorsese a Dylan. En ‘El último vals’ el cineasta neoyorquino logra captar esa fugacidad eterna que hay en toda gran música, y teñirla de una melancolía celebratoria y confortante. La aparición de Dylan pasado el ecuador del concierto es como la llegada de Godot con sombrero de cowboy blanco, y el concierto mismo –‘solo’ la grabación de un concierto, las entrevistas meras notas al pie– no un segmento sino una cápsula de tiempo concentrado y evocador, con un último plano imposible de olvidar una vez visto. Dejando al margen las incursiones de Dylan en el terreno de la actuación, que muy sabiamente ha limitado a un puñado y acotado a un registro que le es afín, es fuera del campo documental donde encontramos el dibujo más verdadero de su retrato; paradoja apa-

Cate Blanchett, caracterizada como Bob Dylan, en una escena de ‘I’m not there’, de Todd Haynes. Debajo, cartel y carátula de los documentales de Scorsese. rente, la ficción consigue acercarnos más al centro de ese misterio poliédrico que es Dylan que la acumulación de imágenes reales. La extraordinaria ‘I’m not there’ (Todd Haynes, 2007) parte de la base de que Dylan es imposible de catalogar, es decir, parte de la admisión de un fracaso, y desde ahí logra armar una de las cintas más originales, lúcidas y emotivas de los últimos veinte años. A la luz del resultado, el que maneje los hechos a su antojo no debiera verse como una falta de rigor sino como un triunfo del arte.

La ficción consigue acercarnos más al centro de ese misterio poliédrico que es Dylan


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Candor de la materia T

ú has entrado de repente allí y no esperabas ver esa congestión, esa pérdida del rencor que hay en las cosas cuando han dejado de ser útiles y ya están así, aleladas y aguardando un remate en esa última pureza de la sal mojada e inservible. Es una pequeña tienda inadvertida en la parte menos musculosa de la ciudad, allá donde las calles tienen toscos negocios de puerta trasera de trapa viva y los portales son afilados y oscuros, como para no mostrar impunemente todas las formas de la escasez y del apuro que allá adentro tiene que haber. Allí mismo –calle Cantareros, 5– se abre paso a codazos un espacio subsidiario entre fachadas inmediatas de más fuste. Un escaparate achatado y un dintel verde con su letrero escolar y casi chorreante, escrito en la hermosa precariedad del espontáneo lenguaje comercial. Es todo lo que uno puede encontrarse si es que acierta a mirar bien. ‘ANTIGÜEDADES’, eso puede leerse en esa caligrafía ametrallada. Y como quien renuncia a ordenar un sueño, has entrado en el establecimiento y has sentido enseguida el estrépito melancólico del mundo abandonado; todo te sale al paso sin saberlo: espejos turbios, muñones de cornucopia falsa, agónicos sifones de estertor, lámparas de pie de garra, frascos con licores de colores angustiados, el menaje sonámbulo de una cocina muerta… ¿Quién lo gobierna todo, quién se salió del mundo para recoger esta república de excusas, un mustio jardín en el que la materia vuelve a ser apacible precisamente porque ya no sirve y va a enervarse en el fulgor de lo nunca más tendido para el uso? Quisiste saberlo. Mareándote dulcemente –dejándote morder por el resplandor de lo barato– atravesaste hasta el fondo la espina vertical de este palacio de ley tranquila. Te esperaban mirándote. Allá, empotrado en la última sombra, está él, el vasco, pero bien podría ser un coronel retirado que levanta acta –entre traspiés y pasos comedidos– de todos los postres sobrantes del mundo que él ha convocado aquí, en este apretón de obje-

CEREZAS EN EL ESCONDITE TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

Has entrado en el establecimiento y has sentido el estrépito melancólico del mundo abandonado

tos desecados que dan razón de lo que un día fue envidia doméstica y ahora agoniza, árido tango, bajo el maquillaje estupefacto del polvo. Y el ojo va y viene, se te pone a bailar buscando latido en tanta materia escarmentada por el desuso, latido que en un principio no encuentras porque todo parece inerte como en la tiniebla horrible de las pinturas de Valdés Leal –‘In ictu oculi’– en las que la putrefacción salta a los ojos. Pero aquí, en este comercio de compra-venta y ropavejería, no es eso lo que ocurre. La inactualidad de las cosas sin significación, ya solo detenidas en sus formas, lo deja todo descargado del peligro del uso; y cada objeto expone ya su porvenir desfallecido, que ese hombre, el guardián de lo sobrante, defiende de los hábitos venales del mundo. Proclamar lo inútil no es tarea vacua en esta época en que prima la fiebre del rendimiento.

:: FOTOS: JUAN CARLOS CARBAJO

¿Qué puede, pues, hacer más daño aún en esa galería de asuntos derrotados por los manotazos de la prosperidad? Una sola vez estuviste tú allí, bajo los relinchos azules de un cielo de junio –caía una tormenta sobre los toldos prematuros de las cafeterías de la ciudad– ; el verano se resistía a entregar su primer azúcar y tú entraste mojado y con ropa

impropia, con ímpetu de animal de secano –adentro te esperaban–, y fue como saltar de un tren al corazón antiguo de la noche. Te esperaba aquel país de olores contrariados –sándalo y zotal– que tenía el ensimismamiento conventual de las despensas. Algo en ti ha quedado para siempre de aquella impresión inicial: te recibía la adormilada fraternidad,

el candor sin norma de un espacio repleto de muñecas de ojos vigilantes y canciones torcidas que sonarían, si es que aún se oyeran en la galleta negra, como han de sonar de madrugada los tumores desconcertados en el ingenuo organismo de los seres dormidos. Pero la tienda se cierra para siempre. Eso me dicen. Y yo no he vuelto más. Adiós, adiós a todo eso. Siempre recordaré el olor a eclipse que dominaba en una tarde lluviosa un espacio donde la obsolescencia daba flores. Adiós también a ti, apóstol de la inocencia mercantil. ¿Cómo decirte que en tu funambulismo comercial –¡nunca querías vender nada porque te daba lástima herir con números el alma de las cosas!– iba impresa la misma osadía de los raptores de niños y de los ermitaños, que quitan peso del mundo para no dañar tanto la tierra? Así retiraste tú tanta cosería. Supiste hacer llorar a los relojes parados. Ahora desmantelas tu palacio. ¿Y adónde irá a vivir tanto candor? Gracias, mi coronel, por haber cuidado de lo inmóvil en tiempos de miseria, cuando las máquinas agitan por las solapas a los hombres y las muelas de oro se ponen sobre mostradores infectados por lo voluble y por lo encarecido. Gracias por resistir hasta aquí, por no querer oír hasta ahora mismo la voz que ordena los desconchamientos; por seguir persistiendo en el oficio de enseñar, escondiéndolo aún más, lo que ya estaba perdido.


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Engranajes O

LA DECADENCIA DE LA MENTIRA Oscar Wilde, Acantilado, 80 pp., 10 euros.

MÁS ALLÁ DE LA FILOSOFÍA Hannah Arendt, Trotta, 216 pp., 18 euros.

HOMBRE Y MUNDO Wolfgang Welsch, Pre-textos, 220pp., 20 euros.

EL ÚNICO Y SU PROPIEDAD Max Stirner, Sexto Piso, 456 pp., 24 euros.

scar Wilde nunca falla. Domina por igual, a placer, todos los palos, con la suficiencia que dan el oficio y la originalidad del artista nato, así versifique sus penas en la balada de la cárcel de Reading, derive en lo gótico en las novelas o zahiera mediante la comedia las costumbres de su época. Su maestría es también manifiesta en los textos satíricos e irónicos, siempre ingeniosos, como el relato con pie quiromántico ‘El crimen de Lord Arthur Savile’ o ‘La decadencia de la mentira’ (ambos en Acantilado), uno de los dos seudodiálogos sobre su credo estético que escribió. Dos amigos conversan en la biblioteca de una casa de campo en Nottinghamshire. A través del que lleva la voz cantante, miembro del club de los Hedonistas Fatigados, que está pergeñando el artículo que da título al opúsculo, Wilde se muestra partidario del Arte frente a la Naturaleza, superioridad que no cree que se sustente en su capacidad de mostrarnos los secretos de la creación sino de revelar la ausencia de un plan rector inteligible, en cualquier caso, de haberlo, tosco e imperfecto. De hecho, lo artístico, fruto de la inteligencia, vendría a restituir lo que le falta a lo natural, de por sí incómodo y desdeñoso. También defiende a ultranza la imaginación, el estilo fuerte, la letra por encima del espíritu y, en definitiva, el arte por el arte («el arte halla su perfección dentro, no fuera de sí mismo») en la línea de su famoso adagio: la Vida imita al Arte. Por consiguiente, no es de extrañar que considere la mentira como un recurso retórico esencial –un tanto en la línea de Pessoa: «el poeta es un fingidor»– y que su pérdida le sirva para darle un repaso al parnaso literario francés e inglés de su tiempo y repartir mandobles a diestro y siniestro, sobre todo al realismo, excepto al de su adorado Balzac. No creo que Hannah Arendt, otro valor seguro, dada su formación heideggeriana y la índole de sus escritos, hubiera estado de acuerdo con Wilde. Por eso, en ‘Más allá de la filosofía (Trotta) hurga con su dulce y fino, sólido y contrastado escalpelo en la brecha

del tiempo –según feliz metáfora de las expertas prologuistas– con que el espíritu se abre hacia la letra. Se trata de artículos agavillados, escritos durante más de cuatro décadas tanto en inglés como en alemán y todos, excepto dos, inéditos en español; no por sueltos y heterogéneos, menos sustanciosos y cuajados. Estamos ante unos textos fundamentales, además, para entender la formación de su complejo pensamiento. H. Arendt realizó durante toda su vida dedicada a la reflexión una impagable restauración de los hilos de la tradición cortados por los totalitarismos, ruptura nefasta a la que no fueron ajenas, claro, las vanguardias. Es un esfuerzo válido también para estos tiempos, sombríos como aquellos de Bertolt Brecht, en los que el espíritu del hombre continúa vagando como ella decía, en la estela de Alexis de Tocqueville, en las tinieblas. Entre las manifestaciones artísticas que, por el contrario, contribuyen a la permanencia del mundo, la pensadora judía evoca y se confronta con los proféticos ‘Demonios’ de Dovstoievski; las inspiradas ‘Elegías de Duino’ rilkeanas; la poética reticente y excéntrica de Auden, con quien se encariñó; los albores de la ‘nouveau roman’ de Nathalie Sarraute; el sabio himno de gratitud hacia la belleza en la narrativa de Adalbert Stifter; el Koestler reportero; el Brecht incipiente poeta…Un festín, en suma, para los amantes de la literatura y del arte, de conocimiento ponderado y aquilatado, siempre con una dimensión profunda y el sello personal de la autora de ‘La condición humana’, uno de cuyos capítulos principia esta recopilación. Igualmente, en torno a la fragilidad del hombre frente a sus abismos metafísicos y su destino, Wolfgang Welsch se muestra en las ocho conferencias impartidas en Weimar que conforman ‘Hombre y mundo’ (Pre-textos) no menos crítico con la manera de pensar de la modernidad, en general ceñida a un principio antrópico, ya formulado axiomáticamente por Diderot en su exégesis de la ‘Enciclopedia’, frente a alternativas previas de la historia del espíritu, empezando por presocráticos como Anaxágoras y He-

ráclito y por las doctrinas platónica y aristotélica. Este catedrático emérito de la Universidad Friedrich Schiller de Jena contempla al hombre como un forastero en el mundo, porque su tesis última es la oposición y extrañeza, justamente por nuestra naturaleza espiritual, entre hombre («res cogitans») y mundo («res extensa»), de acuerdo con Descartes, con lo que la copulación del título puede resultar de entrada paradójica. Si bien, según avanzan las lecciones, W.Welsch, al tiempo que cavila sobre la forma de superar el ‘zeitgeist’ idealista del pensamiento moderno, se esfuerza por establecer puentes, sobre todo gracias a la capacidad evolutivo-biológica y cultural del ser humano, que funden congruencias, compenetraciones, vinculaciones y uniones entre el modo de ser de ambos términos a priori irre-

UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO

Arendt hizo durante su vida una impagable restauración de los hilos de la tradición La de Max Stirner es una obra extrema de filosofía práctica, aunque alucinante por sus meditaciones peregrinas

Desde el espíritu hasta la letra

conciliables, para lo que acude, por ejemplo al mencionado Rilke o a Cezanne. Sólo cabe, según se desarrolla a lo largo del concienzudo estudio esta temática, crucial para nuestra época, rendirse a la palabra lúcida de un teórico que, a diferencia de los polemistas de moda –y no quiero señalar–, mediante la cognición como fenómeno ontológico o estrategia del ser, siempre mira hacia adelante, con voluntad de buscar salidas, de encontrar el sentido y el fundamento capaces de mejorar el presente. Colega, aunque lo ataca con saña, de Feuerbach, a quien tanto aprecia Welsch, y de otros cachorros del grupo de los jóvenes ‘libres’ hegelianos, como Engels o Marx, Johann Caspar Schmidt, natural de la wagneriana Bayreuth, adoptó el seudónimo Max Stirner, con el que ha pasado a la historia merced a ‘El único y su propiedad’ (Sexto Piso), su único libro, valga la redundancia, en realidad una perorata delirante e insufrible, un fárrago insustancial, una cháchara sofista para muchos, particularmente para aquéllos que se han acercado a él desde coordenadas académicas o al menos ortodoxas; para otros, entre los que me encuentro, una muestra genuina de un discurrir y una escritura liberadas por completo de ataduras y de caminos trillados, aunque ciertamente su crudo materialismo y el burdo egocentrismo –tan propio, por otro lado, de la presente sociedad virtual– que sustentan muchas de sus ideas estridentes, brutales, echa para atrás. Pero, a veces, por interés literario, hay que leer tapándose la nariz. Es una obra extrema de filosofía práctica, aunque alucinante por muchas de sus meditaciones, peregrinas si no algo tarambanas, de este apóstol del individualismo anarcoide ‘avant la lettre’, de este rabioso y desenfrenado narcisista, tachado, entre otras cosas, de petulante, grosero, corruptor, repelente, fanfarrón, degenerado o psicópata, a quien desde luego, pese a que bordee lo intolerable, no se le puede acusar de cínico o hipócrita, ni poner en duda su ausencia de pedantería o de clichés, ni su intuición y originalidad sin parangón. Qué puede esperarse de un ensayo cuya introducción se titula ‘Yo he

basado mi causa sobre Nada’, la misma frase en la que al cabo de muchas páginas desemboca. Llegados a semejantes derroteros M. Stirner lo tiene claro, el individuo estrangula al espíritu: «Igual sucede en cuanto al espíritu. Yo puedo contar en el número de mis atributos un espíritu cristiano, un espíritu leal, etc., y ese espíritu es mi propiedad; pero yo no soy ese espíritu: él es mío, yo no soy de él». En su extenso y sesudo prólogo, Roberto Calasso, editor de Adelphi, incide en los motivos que han arrinconado a Stirner, un ególatra para el que no había alternativa a «vencer o ser vencido», en el almacén del olvido filosófico, fruto ya de la escasa recepción crítica del libro al publicarse a mediados del XIX, salvo en lo que respecta a la polémica sobre su posible ascendente sobre la obra de Nietzsche. Y a través de su impacto en otros idiomas lo emparienta con figuras tan dispares como M.Buber, J.London, el supuesto B.Traven, Sartre, Hamsun u Orson Welles. En cierto modo, Wilde, como vimos al principio, refuta el ascendente del espíritu –considera trasnochado, por caso, rendirse a la belleza de un atardecer– en beneficio del valor superior de la letra: «El Arte más sublime rechaza la carga del espíritu humano». Es este asunto harto discutible y espinoso, ya desde San Pablo, que defendía su ministerio ante los corintios con el argumento «la letra mata, mas el espíritu vivifica». O, como dice en otra de sus epístolas, «el conocimiento envanece, pero el amor edifica». Desde luego tiene su busilis, ‘Espíritu de la letra’ es también título polisémico con el que Ortega y Gasset reunió una docena de ensayos de varia procedencia y temática. Y hace poco, en la reedición de ‘Posiciones’ (Pre-textos), tres entrevistas con Jacques Derrida, una a cargo de Julia Kristeva, el conocido traductor, Manuel Arranz, precisa en el prólogo, a cuento de que para el filósofo francés no hay traducción, sino transformación, que «fidelidad al espíritu o fidelidad a la letra podría no ser más que una falsa dicotomía, una falsa contradicción, una especulación lingüístico-filosófica». Vaya, por lo visto no hay cosa que no tenga mucha letra menuda.


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DEL CIPRÉS

Imagen de la película ‘El corredor del laberinto’.

Sagas juveniles FERNANDO HERRERO

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espués de ‘Harry Potter’ se han multiplicado las sagas de ciencia ficción para jóvenes lectores. Voy a comentar dos de ellas, significadas por sus versiones cinematográficas, todavía en curso. Si ‘Crepúsculo’ era una visión mediocre (y exitosa) de vampirismo juvenil, las trilogías de Suzanne Collins (‘Los juegos del hambre’; ‘En Llamas’ y ‘Sinsajo’) y James Dashner (‘El corredor del laberinto’; ‘Las pruebas’ y ‘Cura mortal’) tienen mayor interés, siendo significativas del tiempo presente. Son distopías (¿qué premonición del futuro no lo es?) y sus protagonistas, sometidos a durísimas pruebas, son jóvenes. El mundo en el que se desenvuelven es terrible y tienen que luchar con espíritu de rebeldía, inteligencia y valor para superarlo y transformarlo. En ambas trilogías los chicos y chicas protagonistas, con los que se identifican fácilmente los jóvenes lectores, parecen ser la casi única esperanza para que se produzca un cambio profundo en el mapa social y político. No es la ‘redención por el amor’ wagneriana, pero en cierto modo se acerca a ella. Desde una situación lími-

te los protagonistas reaccionan contra ella de forma inmediata. Katniss de ‘Los juegos del hambre’ y Thomas de ‘El corredor del laberinto’ tienen que luchar o perecer. Ella en esa guerra despiadada con los igualmente inocentes de los distritos castigados por el siniestro Dictador. Él, tratando de encontrar la salida del Laberinto desde el espacio (‘Claro’ se le llama) en el que unos muchachos desprovistos de memoria, están condenados a permanecer. Sobreviven desde una organización robinsoniana y corren en el Laberinto cuando sus puertas se abren de día hasta que se cierran por la noche, buscado inútilmente la salida. Pueden ser presa de los horribles animales-maquinas, de letales características. El mundo opresor está ahí, presente ceremonialmente en ‘Los juegos del hambre’, oculto en ‘El corredor del laberinto’. En los textos novelísticos se suceden los episodios de dureza, respetados generalmente en las películas hasta ahora estrenadas, aunque algunos muy crudos se eviten o se suavicen. Si el Sinsajo, un pájaro especial, es el signo de la rebelión, las cosas están más oscuras en la trilogía de Dashner, aunque la aparición de CRUEL, siglas de una investigación tecnológica, vayan revelando en las dos últimas novelas una tecnificada e implacable conspiración. La sensación del futuro en uno o en otro caso, tiene los sínto-

mas de dictadura o de caos. Los juegos-castigo y la experiencia demoledora de los chicos del Claro y el Laberinto son ordenadas con crueldad y sin respeto para los humanos aunque las razones sean, en principio, diferentes. Conservar el poder omnímodo atemorizando al pueblo con los asesinos juegos es repugnante pero también los experimentos con jóvenes escogidos para salvar la humanidad del ‘Destello’, una plaga que enloquece a hombres y mujeres y para la que se busca infructuosamente un remedio. Desde estos planteamientos, muy atractivos en los primeros tomos de las Trilogías, con esos mundos inventados, se desarrollan las acciones personales y colectivas. Katniss tiene que vencer en los Juegos y ser la única supervivien-

te, Thomas, un muchacho especial, encontrar la salida del Laberinto y superar después las tremendas pruebas a las que se somete a esta pequeña comunidad. La aparición de Jason ‘El hombre rata’ es el primer contacto con CRUEL, ejemplo de la ciencia implacable. En el tercer libro de las Sagas llegará la rebelión, y, aun sin los atractivos del primero, los autores consiguen finalizar las tramas con adecuación y sin blanduras. Visión del mundo desde los jóvenes y la necesidad de transformarlo desde el trabajo individual y el colectivo. Quedan muertos por el camino e injusticias clamorosas en ambientes opresivos bien reflejados en general. La apología del valor solidario se presente como la una forma de triunfar, aunque esta no sea

Jennifer Lawrence, en ‘Los juegos del hambre’.

Los héroes sufren y los filmes reflejan esa situación. Nada es fácil, los amigos pueden morir y el dolor físico y moral aparece frecuentemente del todo concluyente. Esta imagen de un mundo descompuesto –la tiranía de los políticos como causa fundamental– y la necesidad de salvación por los jóvenes resulta excesivamente forzada. El valor de Katniss, Thomas y sus compañeros es casi milagroso, aunque entiendo que estas sagas juveniles no pueden finalizar en el nihilismo absoluto. Son, en todo caso, sintomáticas del estado actual de parte de la humanidad, tan injusta, con los poderosos cada vez más fuertes y los ciudadanos de a pie más sojuzgados, sobre todo en los países totalitarios y, en cierta forma en aquellos que padecen una dictadura financiera sin rostro. El cine ha trasladado a imágenes estas dos trilogías. De momento se han estrenado las películas de Suzanne Collins correspondientes a ‘Los Juegos del hambre’ y ‘En llamas’ y ‘Sinsajo 1’, en esta nefasta costumbre de ordeñar en exceso a la vaca. ‘El corredor del Laberinto’ ha sido estrenada recientemente. 1.000

millones de euros recaudados por los films citados. Éxito pues. La narrativa novelesca llamaba al lenguaje fílmico. Lo más interesante de las películas en distribución es la creación de los espacios. Contraste en ‘Los juegos del hambre’ entre el esplendor de la Corte del tirano, las ceremonias, los desfiles y las retransmisiones televisivas con el lugar de la lucha a muerte de los jóvenes. En ‘El corredor del laberinto’, el juego de espacios es notable desde las claves de opresión. En el Claro artificioso como una especie de libertad limitada y vigilada, con el signo de esas paredes que se abren y cierran cada día y conducen al peligroso e inevitable Laberinto donde moran los monstruos. Acierto al presentar estas imágenes de los contextos con técnica y originalidad. Los héroes sufren y los filmes reflejan esa situación. Nada es fácil, los amigos pueden morir y el dolor físico y moral aparece frecuentemente. Son obras para el entretenimiento, así están pensadas novelas y películas. Aventuras de hoy, en cierta forma con influencia de los clásicos como Verne o H. G. Wells. El futuro está pintado sombríamente con unos remedios heroicos e improbables para superar la realidad del mañana. Son sagas juveniles pero que reflexionan con nitidez desde los preocupantes síntomas del presente.


LECTURAS

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LUIS ANTONIO DE VILLENA

LOS DOS HOTELES FRANCFORT David Leavitt. Trad. Jesús Zulaika. Anagrama, Barcelona, 2015. 302 págs.

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uchos sabrán que el norteamericano David Leavitt, desde sus inicios en los primeros 80, fue uno de los nuevos narradores que encaraban directamente, con compromiso y calidad literaria, el tema homosexual, tanto tiempo excéntrico o vetado. Recuerdo quizá su primer libro, ‘Baile en familia’. No he leído todo lo que ha escrito, pero sí buena parte, y de una u otra manera o circunstancia, el tema gay era omnipresente. Por ello (me digo) esos lectores se sorprenderán del título matrimonial de esta reseña. ¿O es que las complicaciones son en parejas de sexo igual? No. Se trata de dos parejas heterosexuales, norteamericanos (salvo una mujer británica) que han vivido en Francia y que, en el verano de 1940, coinciden una semana en Lisboa, esperando el barco yanqui que los sacará de Europa. Cada pareja vive en un hotel que se llama Francfort, pero son dos distintos. Y en esa semana de forzado ocio y circunstancias atípicas, vemos que las dos parejas son singulares y que (de muchas maneras) están en crisis. La que forma el narrador –un tipo muy normal, vendedor de coches- y su rara mujer Julia, no saben de entrada su crisis íntima, se la encuentran y es muy fuerte: ella es una mujer herida y neurótica. La otra pa-

El escritor estadounidense David Leavitt. :: GRAZI NERI

Complicaciones conyugales David Leavitt deja la temática gay para narrar las experiencias de dos parejas heterosexuales en crisis

reja, la del culto Edward y su esposa británica, está realmente en crisis permanente (el punto flaco es él) y así seguirá. Se puede vivir –sen-

timentalmente– en permanente crisis. El encuentro de los cuatro en una Lisboa muy momentáneamente llena de refugiados, le da a Leavitt un

marco para trazar una novela de análisis íntimos, bien escrita y bien construida en un relato de tradicional hechura. Diríamos que David

Leavitt se renueva en buen hacer, y no creemos que sea porque algunos lectores (no bien educados como tales) rechacen la temática gay o lésbica, aunque sean ciudadanos respetuosos de esas opciones sexuales. No creo que Leavitt huya hacia un comercialismo ‘hetero’, porque la novela está bien escrita y elaborada. Y en último término y aunque solo sea un eslabón del problema (uno entre muchos) no falta un singular episodio gay sin ulteriores consecuencias. Peter y Edward –los dos maridos– una noche solitaria de borrachera y dunas, tienen algo entre ellos y uno (el menos gay) hasta se enamora. Ya digo, sin desvelar secretos, que el tema cálido no tie-

ne consecuencias y que quizá forme parte de las crisis matrimoniales que ambos arrastran, especialmente Edward, que es el seductor… Peter (el narrador, mucho después) ha enviudado y vuelto a casar con otra mujer y ha perdido la pista de la singular pareja en crisis. Una novela muy bien hecha. E insisto, aunque haya lectores (mal educados) que se siguen sobresaltando con los temas gays o lésbicos, no creo que Leavitt haya ido en su busca. En fin, si los gays cultos han leído con placer a Neruda y sus muy femeninos poemas de amor, ¿por qué no ibas tú a leer a Kavafis aunque no seas como fue él? Literatura, amigos.


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LECTURAS

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Familia ‘Vida hogareña’, tercera novela que llega a España de la minuciosa y exquisita Marilynne Robinson

LUIS MARIGÓMEZ

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na autora tan contenida que solo ha escrito tres novelas en treinta y cinco años es un espécimen bastante raro. En un mundo en el que lo básico es estar expuesto el mayor tiempo posible para certificar así que uno existe, Marilynne Robinson prefiere una labor lenta, minuciosa, exquisita en las formas, ahondar en la veta que ha elegido, y no atender a tentaciones de producción fácil. Por otra parte, con este método, ha conseguido una admiración general a su obra, plasmado en importantes premios y en el reconocimiento de la crítica. Las dos novelas que se conocían en España, ‘Gilead’ y ‘En casa’ tratan de los problemas en la puesta en práctica del presbiterianismo, una variante calvinista llevada a América por escoceses, en la historia inmediata de Estados Unidos. Así contado, el asunto dista de apetecer, pero el desarrollo pormenorizado del trato entre las personas retratadas, casi siempre de la misma familia, su pelea para mantener una tensión nunca resuelta entre sus creencias y el

día a día con la gente que los rodea, la confrontación entre un paradigma religioso y el descreimiento contemporáneo, (destino y libertad o al menos, azar) conforman un guiso suculento, a la vez delicado y denso. ‘Vida hogareña’, aparecida en España hace unos meses, es la primera entrega publicada por Robinson, en 1980 en su edición original. Comparte algunas de las características de sus otras dos compañeras, su interés por las relaciones familiares, por ejemplo, pero deja de lado la teología y se relaciona con uno de los temas fundamentales de la narrativa de su país y de ella misma, la construcción de su mito. América, como a sus habitantes les gusta llamar a Estados Unidos, es más un ideal que un referente geográfico, la encarnación del sueño de la libertad y la igualdad de oportunidades, un a modo de paraíso en la tierra. Ella lo interpreta con algo así como: ¿qué hacer en un medio hostil? La acción tiene lugar en un pueblo del medio oeste, Fingerbone, uno de esos lugares a los que llegaron desheredados europeos, con un clima espantoso, y en el que se quedaron a vivir tratando de mantener a flote sus convicciones. La narradora es una niña, Ruth, que primero habla de unos personajes fuera de norma, su abuelo y su madre

Parodia

La autora estadounidense Marilynne Robinson, en una imagen de 2005. :: AP

VIDA HOGAREÑA Marilynne Robinson. Galaxia Gutenberg, 2014. 17,50 euros

muerta, que queda, con su hermana Lucille, al cuidado de la abuela, una mujer todavía capaz de mantener a flo-

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA

S

e suele decir que siempre es mejor leer el libro que ver la película. Esto no es siempre cierto. Las hay, películas quiero decir, por ejemplo, que son tan buenas como el libro, incluso un poquito mejores. Pienso en ‘Dune’, que es una buena novela, una gran ‘space opera’, que aún a día de hoy sorprende por sus propuestas. Herbert no sea, tal vez, el mejor prosista del mundo, pero es un prosista, novelista, sólido. La adaptación de Lynch, con sus des-

víos, aún con su énfasis en el sentido visionario del texto, es al menos tan buena como la novela. También hay películas que mejoran el libro. ‘Sueñan los androides con ovejas mecánicas’, no es la mejor novela de Philip K. Dick, no estoy seguro siquiera de que sea buena –nada que ver con el ‘Hombre en el castillo’, que espera versión en la pequeña pantalla–, sin embargo, ‘Blade runner’, la muy libre adaptación fílmica que hizo Ridley Scott, es una gran película. ‘Metropolis’ es

también una fantástica película, de esas que no te cansas de ver. Tan bien salió que a la guionista, Thea Von Harbou, a la sazón esposa del director, Fritz Lang, se le ocurrió escribir, a partir del guión, una novela. La novela en cuestión mantiene y amplía lo peor de la película, diluye lo mejor, y, salvo por un par de detalles mínimos, no aporta nada nuevo. ‘Metropolis’, la novela, es

te sus habilidades sociales en esa comunidad. Los sucesos serían trágicos contados de otra manera, pero la visión de Ruth hace que solo aparezcan como extraños. La muerte de la abuela y la aparición primero de unas ancianas tías y después de una hermana de su madre para hacerse cargo de las niñas mientras crecen, van dando a la narradora distintas opciones de vida. Puede integrarse en el pueblo y ser una niña normal o seguir la estela de algunos de sus mayores y convertirse en alguien raro, inclasificable, quizá una va-

gabunda que se sube a los trenes de mercancías. La mujer que termina por hacerse cargo de las hermanas, encarna ese modelo extemporáneo que ya poseyó a su madre y al abuelo, y que atrae a Ruth y la enfrenta a su hermana, más partidaria de adaptarse a las maneras del mundo. Ese es el conflicto básico en la novela. ¿Hay que someterse a la norma, o es mejor dejarse seducir por una corriente que arrastra hasta alcanzar extremos, peligrosos, de una intensidad muy alejada de la vida habitual? La be-

lleza del frío y lo oscuro tienen algo de místico; la seguridad de una vida al uso, que no llame la atención, es el camino seguro para integrarse. La escritura de Marilynne Robinson está llena de sutilezas; sin alardes de estilo, más allá de una cuidadísima construcción de frases, indaga con particular precisión, sin eludir el humor, en cualquier elemento que le parezca de interés a su búsqueda de los misterios que surgen, y a veces se imponen, en vidas que, contadas de otro modo, podrían parecer vulgares.

un despropósito como pocos. En más de un sentido. A pesar del tratamiento distópico inicial –bueno, distópico según lo mires, no parece que a los así llamados amos les vaya muy mal–, el lector, al menos el lector que les habla, va sintiendo, página a página, cómo el azúcar le va cristalizando la sangre, volviendo el poco fluido que queda en una especie de melaza, de almíbar de regusto difícil de soportar. Almibarada es un adjetivo que mejor le cuadra a la prosa de Von Harbou. Una retórica dulzona que, pretendiendo deslumbrar, apela a nuestro sentimentalismo más ñoño, simplista y elemental. A un maniqueísmo ramplón de márgenes demasiado níti-

dos y estrechos. Una fraseología que abraza alegremente los peores vicios del romanticismo tardío y popular, según los cuales tenemos que aceptar que algo o alguien es el sumun del mal porque el autor así nos lo dice, con todas las letras, o casi, o que este amor es verdadero porque, en fin, es verdadero y no se hable más. Bajo la luz de esta prosa, la magnífica ciudad que ya conocíamos queda desdibujada hasta perder su fascinación. Los protagonistas principales, Feder, María, que ya, al segundo o tercer visionado de la película, nos comenzaban a parecer un poco demasiado buenos, un tanto simplones –en más de un senti-

do–, se manifiestan aquí en toda su épica y mansa estupidez. De modo que acabamos, como sospechamos siempre, no teniendo otra opción que ponernos del lado de sus antagonistas. Al menos del lado de Rotwang, el científico, de Futura o Parodia, el androide femenino, que si bien simples en su locura y su ‘maldad’, tienen motivos poco claros. De Federsen no, Federsen es simplemente malo, como debe ser. Para mí, Parodia es la heroína auténtica. Sólo a través de ella, María, de quien toma la apariencia, alcanza su potencial y pude llegar a gritar Revolución, que es en el fondo la única respuesta, y no la aceptación y la espera.


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La voz del dolor Tras las huellas de Julio Ramón Ribeyro UN HOMBRE FLACO. RETRATO DE JULIO RAMÓN RIBEYRO JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN

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onviene dejar constancia, en primer lugar, de lo que este libro de Daniel Titinger, consagrado al narrador peruano Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), no es. Su autor, conocido periodista limeño, no ha pretendido analizar su obra. Sólo apunta, aquí y allá, reflexiones sobre la misma; opiniones sobre el universo de Ribeyro. En palabras de su amigo, el también escritor Niño de Guzmán, reflejó, sobre todo en sus cuentos, la voz silenciada de los «mudos», toda clase de seres marginales privados «del festín de la vida y condenados a la miseria y a la mediocridad». Sus personajes eran, para él, puros, debido a la grisura y la

tristeza que la sociedad les imponía. Los triunfadores no le interesaban. Para Vargas Llosa, Ribeyro dibujó mediante sus ficciones una «fascinante epopeya de la mediocridad». Tampoco estamos ante una biografía. Desde hace años Jorge Coaguila, que acompaña a Titinger en sus indagaciones, trabaja en la que atesorará sin duda las claves de la nada común vida de Ribeyro, más cercana a la bohemia, la soledad, el mismo alejamiento que viven la mayoría de sus personajes, que a la aceptación de un reconocimiento literario que sí tuvo en vida: empezó siendo encuadrado, aunque tal adscripción crítica no duró mucho, en el conocido ‘boom’ latinoamericano, y siempre gozó de respeto y de admiración por parte de los intelectuales y universitarios peruanos, y de popularidad o expectación incluso entre ciudadanos que no lo leían. No en

vano vivió en París, aun cuando efectuó numerosos viajes a Perú, durante la mayor parte de su vida, lo que contribuyó a proporcionarle una cierta aureola de permanente búsqueda no desprovista de enigma. ¿Qué es pues ‘Un hombre flaco’? Titinger prefiere llamarlo ‘Retrato’. Quizá habríamos preferido ‘Apuntes para un retrato’. Porque este ‘retrato’ ofrece una colección amena, bien ordenada, de lectura fácil y cautivadora, de textos conducentes a conocer los rasgos más pronunciados del autor. El periodista ni siquiera oculta sus fracasos: no consigue hablar, por ejemplo, con la que fue la última amante –quizá la única verdadera amante– de Ribeyro al final de sus días. De su mujer oficial durante largos años, la marchante de arte Alida de Ribeyro, nos proporciona una visión muy polémica, acentuando sus aspectos más negativos, pero

Daniel Titinger. Edición de Leila Guerriero, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Diego Portales, Colección Vidas Ajenas, noviembre de 2014, 166 páginas.

Julio Ramón Ribeyro, en 1983. :: EFE sin silenciar tampoco el hecho de que fue, a lo largo de la vida de su marido, una permanente ayuda tanto finan-

ciera como, a menudo, moral. ‘Un hombre flaco’ es un conjunto de apuntes y de notas muy bien pergeñado que

nos deja cantidad de incógnitas: ¿se publicará alguna vez el ‘Diario’ íntegro de Ribeyro? ¿Su correspondencia completa? ¿Quizá algunos inéditos? A la espera de lo que el futuro depare, este libro anima a conocer la obra de un autor que, poco antes de morir, dejó dicho sobre sí mismo: «Para muchos soy un escritor sombrío, desencantado, pesimista. Pero ello está combinado con un humor que no sé si será negro, gris o blanco, y que matiza o, más bien, endulza las situaciones trágicas que presento. El humor es una receta para sobrevivir». No cabe duda de que, como todo buen escritor, Ribeyro lo consiguió a través de su obra.

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

No tengo hambre... soy voraz BURRO (EL ORIGEN) Juan Arjona y Luciano Lozano. Editorial A buen paso. 40 páginas. 16 euros. Edad recomendada: a partir de 5 años.

De héroes (que no lo parecen) y lazos (maléficos) de ratita :: SUSANA GÓMEZ «Esta es la historia de un burro triste, gris y enmarañado que vivía al pie de un sauce llorón. Y cuando lloraba el sauce, lloraba el burro». Así empieza el relato de un asno que, harto de tanta pena, decidió un día emprender un viaje cargado de humor y referencias a la tradición lite-

raria, y gracias al que acabará convirtiéndose en un personaje de leyenda. Sostenido por guiños llenos de divertimento narrativo e intertextualidad, ‘Burro (el origen)’ propone su particular versión de ‘La ratita presumida’, en un cuento atravesado por el esquema propio del viaje iniciático y el descubrimiento

de sí mismo. Será así, en una apuesta por la broma y la aventura (algunas veces próxima al nonsense y otras cercana a la narración del héroe), como Juan Arjona y Luciano Lozano van construyendo al alimón un divertido y amable álbum, en el que Burro se topará con una roedora gentil que, al comprarse un lazo

rojo y maléfico, se transformará en la vanidosa y cruel ratita retratada por la versión popular. La tristeza de Burro desaparecerá cuando, en su empeño por ayudarla, nuestro protagonista se disfrace de cerdo, perro, cisne y hasta hormiga, en una galería de personajes que nos remite al relato original y que van convirtiéndole en el héroe legendario que acabará siendo. El resultado: un cuento original, amable y divertido, cuyo final dista mucho de la propuesta tradicional y donde la generosidad y el valor no se verán recompensadas con un casamiento, sino con la afirmación y el hallazgo de (ese es el tesoro conquistado por el héroe) la propia valía.

La desmesura de muchas de nuestras órdenes y el conflicto al que a veces sometemos a nuestros hijos al reiterarlas de una forma casi obsesiva es motivo de varios cuentos editados por Takatuka. Una vez más, el sello catalán propone un álbum cuyo objetivo es el de cuestionar algunos de nuestros mejores (y más machacones) empeños, en un relato hilvanado por la exageración y cosido por el humor sin restricciones. De la mano de Mar Benegas, escritora que gusta de convertir la literalidad de las frases en caricatura y divertimento, ‘Cómetelo todo’ da paso a una hipérbole voraz y lúdica, en la que el protagonista acabará engullendo los vasos, las sillas y las cortinas, su ciudad (con habitantes incluidos), el océano, las ballenas, la Tierra entera, la Luna, el Sol y «tooodas las galaxias del universo». Si-

CÓMETELO TODO Mar Benegas y Mariona Cabassa. Editorial Takatuka. 32 páginas. 14 euros. Edad recomendada: a partir de 3 años.

guiendo, así, una suerte de delirante itinerario de excesos (estrategia narrativa que tanto gusta a los más pequeños), las ilustraciones de Mariona Cabassa inundan de colorido las páginas de este álbum mordido por la imaginación, que invita a la burla sana sin dejar de lado la reflexión adulta. Se trata, en fin, de un espacio que bien puede servir de punto de encuentro entre nuestras consignas educativas y sus rebeldías, en la saludable apuesta por el uso de la ironía como elemento desengrasante


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Sábado 14.02.15 EL NORTE DE CASTILLA

DEL CIPRÉS

U

n lapsus es una falta o equivocación cometida por descuido, por olvido o por falta de atención. Si el desliz se comete en un texto escrito, se habla de ‘lapsus cálami’ (latinismo adaptado que significa literalmente, error de pluma) y si se comete al hablar, especialmente al decir una palabra o decirla en lugar de otra, hay que hablar de ‘lapsus línguae’ (literalmente, error de la lengua). El uso impropio de una palabra tomada en lugar de otra suele darse en casos de palabras con similitudes sonoras y tiene tintes que van desde lo gracioso o divertido hasta lo cómico. Lo más curioso es que en ocasiones, y aunque parezca paradójico, puede ser voluntario. Utilizado como recurso retórico –voluntario entonces–, su función fundamental es cómica; de ahí que se recurra frecuentemente a este modelo en los chistes para provocar la risa. Pero a veces surge de modo espontáneo; en este caso casi siempre se esconde una aspiración (ridícula en mi opinión) a expresarse de una manera que no se corresponde con el nivel de formación del hablante. Entre los casos típicos de lapsus línguae hay que señalar los vocablos parónimos (el uso de ‘infectar’ por ‘infestar’ o el de ‘infracción’ por ‘inflación’), la ultracorrección (‘bacalado’ por ‘bacalao’), la etimología popular (el uso de ‘andalia’ por ‘sandalia’, el de ‘mondarina’ por ‘mandarina’, el de ‘canalones’ por ‘canelones’, el de ‘atropillar’ por ‘atropellar’ o el de ‘vagamundo’ por vagabundo’), los vocablos técnicos mal empleados por los hablantes (‘aspirinas fosforescentes’ por ‘aspirinas efervescentes’, ‘agua exagerada’ por ‘agua oxigenada’, ‘cojontivitis’ por ‘conjuntivitis’, ‘locutorio’ por ‘colutorio’, ‘piedra gómez’ por ‘piedra pómez’, ‘jarabe expectante’ por ‘jarabe expectorante’, ‘columna vertical’ por ‘columna vertebral’, ‘hernia fiscal’ por ‘hernia discal’, ‘diversículos’ por

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

¿LAPSUS LÍNGUAE?

Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es

‘divertículos’, ‘bote sinfónico’ por ‘bote sifónico’, ‘doble pretina’ por ‘doble pletina’, ‘irrupción cutánea’ por ‘erupción cutánea’, ‘inicuo’ por ‘inocuo’) o el uso de vocablos grandilocuentes (‘ostentóreo’ por ‘ostentoso’, ‘ínsulas’ por ínfulas’). Un contexto muy productivo de este tipo de lapsus en español lo constituyen las expresiones fijas o semifijas. En este caso se produce el cambio de un formante por otro de gran semejanza fónica. La expresión resultante surge involuntariamente por confusión entre dos unidades fraseológicas muy parecidas o por un desajuste entre la formación y la cultura del hablante y sus pretensiones expresivas. Sirvan como ejemplos los siguientes: estar entre la espalda y la pared (entre la espada y la pared), como los chorros del loro (como los chorros del oro), una de sal y otra de arena (una de cal y otra de arena), limpio como una

patera (limpio como una patena), rascarse las vestiduras (rasgarse las vestiduras), estar en el candelabro (estar en el candelero), ponérsele a alguien los pelos de gallina (ponérsele a alguien carne de gallina o ponérsele a alguien los pelos de punta), ser algo el padre nuestro de cada día (el pan nuestro de cada día), a pies juntitos (a pies juntillas), ser una monjita muerta (ser una mosquita muerta), un desecho de virtudes (un dechado de virtudes), tener algo en su fruto (tener algo en usufructo), ponerse hecho un obelisco (ponerse hecho un basilisco), ser algo harina de otro cantar (ser algo harina «El uso impropio de otro costal o ser algo otro cantar), pode una palabra por ner los puntos sobre otra suele darse por las tildes (poner los similitudes sonoras» puntos sobre las íes), etcétera. Pero estas expresiones no siempre son resultado de la involuntariedad. Como muestra de ingenio, es frecuente este recurso en el ámbito periodístico y muy especialmente en los titulares. Veamos algunos ejemplos: «No solo de hablar vive el móvil» (basado en «no solo de pan vive el hombre»); «El tiempo es toro» (basado en «el tiempo es oro»); «tal vez les sería más eficaz hacer acopio de gustosos bocadillos de nuestros embutidos, estarían más contentos y asimilarían con provecho las enseñanzas que reciban, ‘la letra con jamón entra’» (basado en «la letra con sangre entra»); «Todo parece indicar que van a condenarnos a practicar la terrible virtud de la austeridad. Vendrán tiempos mejores, ya se sabe que Dios aprieta, pero no afloja» (basado en «Dios aprieta pero no ahoga»).

LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID

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FICCIÓN

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After. Anna Todd (Planeta)

Donde no estás. Martín Garzo (Destino)

Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

Dies Irae Cesar Pérez Gellida (Suma)

También esto pasará. Milena Busquets (Anagrama)

También esto pasará. Milena Busquets (Anagrama)

El impostor. Cercas (Random)

El Hambre. Martín Caparrós (Anagrama)

Cabaret Biarritz. José C.Vales (Destino)

Buenos días, princesa. Blue Jeans (Planeta)

Órdenes sagradas. B. Black (Alfaguara)

Emocionario. R. R. Varcel y C.N.Pereira(Palabras Aladas)

El guardián invisible. Dolores Redondo (Destino)

El trincalibros Thomas Docherty (Maeva Ediciones)

También esto pasará. Milena Busquets (Anagrama)

Mercado de Invierno. Philip Kerr (RBA)

Donde no estás. Gustavo Martín Garzo (Destino)

Esperando al rey. J. M. Pérez ‘Peridis’ (Espasa Calpe)

Contra la fuerza del viento. Victoria Álvarez (Lumen

La cura mortal . James Dashner (Nocturna)

NO FICCIÓN

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Valladolid universal. Roberto Alonso (Elefantus books)

Endurance, el legendario... A. Lansing (Capitán Swing

Juan Carlos I. Fernando Onega (Plaza&Janés)

Estrictamente Bipolar Darian Leader (Sexto Piso)

Juan Carlos I. Fernando Onega (Plaza&Janes)

Yo fui a EGB 2. J. Ikaz; J. Díaz. (Plaza & Janés)

Yo fui a EGB 2. Ikazl (Plaza&Janés)

Estamos todos locos Eric Laurent (Gredos)

Los últimos españoles ... C.H. de Miguel (Ediciones B)

Viejos cafés de Valladolid. J. Miguel Ortega (Maxtor)

No estamos solos. Wyoming (Planeta)

Biografía del silencio Pablo d’Ors (Siruela)

La Segunda Guerra Mundial ... J.E.Galán (Planeta)

Los últimos españoles de... C. Hernández (B Ediciones)

Este país merece la pena. M. A. Revilla (Espasa)

Historia del erotismo G.Bataille (Errata Naturae)

Aprende a comer. Antonio Escribano (Espasa)

Un otoño romano. Javier Reverte (Plaza&Janes)

Urbrands. Risto Mejide (Espasa)

Después de Auschwitz. Eva Schloss (Planeta)

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PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA

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Donde no estás. Gustavo Martín Garzo (Destino)

Del color de la leche. Nell Leyshon (Sexto Piso)

Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

Vestido de novia. P. Lemaitre (Alfaguara)

Como la sombra que se va. A. Muñoz Molina (Seix Barral)

Como la sombra que se va.. A.Muñoz Molina (Seix Barral)

Ofrenda a la tormenta. Dolores Redondo (Destino)

El balcón de invierno. Luis Landero (Tusquets)

El impostor. Javier Cercas (Random)

Stoner. John Williams (Baile del sol)

La sombra de otro. L.G. Jambrina (Ediciones B)

Como la sombra que se va. Muñoz Molina (Seix Barral)

También esto pasará. Busquets (Anagrama)

Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)

Vestido de novia. P. Lemaitre (Alfaguara)

Las Luminarias. Eleonor Catton (Siruela)

Pronto seremos felices. I. Vidal-Folch (Destino)

Canciones de amor... Nickolas Butler (Asteroide)

Últimos días de nuestros padres... J. Dicker (Alfaguara)

También esto pasará. Milena Busquets (Anagrama)

NO FICCIÓN

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NO FICCIÓN

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El Capital en el Siglo XXI.T. Piketty (FCE)

Lunario 2015. Michel Gros (Artús Porta Manresa)

El capitán en el siglo XXI. T. Piketty (FCE)

Apunta a las estrellas y ... L.Fernández P. (Espasa)

El cura y los mandarines. Gregorio Morán (Akal)

En la espiral... L. González y R. Ferández (Libros en acción

El cura y los mandarines.Gregorio Morán (Akal)

El cura y los mandarines. Gregorio Moran (Akal)

Yo, León. Yo, Nerón. Fernando Valiño (Último Cero)

Este país merece la pena ... Miguel Ánghel Revilla (Espasa)

Perros e hijos de perra. Reverte (Alfaguara)

La clave Mendes. M. Cuesta (La Esfera)

El final de la guerra Paul Preston (Debate)

Pompa y circunstancia.Ignacio Peyró Jiménez (Fórcola)

Yo fui a EGB 2. J. Ikaz; J. Díaz. (Plaza & Janés)

Juan Carlos I. F. Onega (Plaza&Janés)

Atlas de Historia crítica y ... (Le Monde Diplomatique)

Masterchef junior. VV. AA. (Temas de hoy)

El final de la guerra. Preston (Debate)

Las gafas de la felicidad. R.Santandreu (Grijalbo)


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Sábado 14.02.15 EL NORTE DE CASTILLA

QUINCE MINUTOS DE FAMA

ÁNGEL MARCOS

Ana Moyano Cano Nací en Madrid en 1982. Vivo en Valladolid desde hace seis años y soy diseñadora. Todo a nuestro alrededor es fruto del diseño, desde la taza en la que se toma el primer café, hasta la forma de estas letras, pasando por la página del periódico que lee ahora o la cafetería en la que se encuentra. Muchos profesionales trabajan en el mundo para dar forma a lo que nos rodea, muchos más de los que se imagina. Piense en ello: su camisa, el frasco de la mermelada, el cartel de la película que se estrenó el viernes, la gasolinera cara, la barata, el papel de regalo que usó en Navidad… Muchos. El diseño no es una cuestión de dinero, es más, cuesta bastante poco pagar a un diseñador en relación a los beneficios que aporta. Es una profesión bonita, a mí me hace feliz, sobre todo si consigo resolver el problema a mi cliente, que de eso se trata. Desde hace unos años nos hemos llevado la fabricación al extranjero, bueno, unos más que otros. Diseñemos aquí. Tenemos una cantera excelente, empecemos ya. Ponga a un diseñador en su empresa, en su vivienda, en su vida. Verá como no se arrepiente.


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LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 14.02.15 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

Sueño de amor eterno D

os niños, un niño y una niña, crecen juntos. Sus familias viven en casas vecinas y poco a poco surge entre ellos un tierno y absorbente amor. Pero muere la madre del niño y al trasladarse su familia a otra ciudad tienen que separarse. Pasan los años y el niño se transforma en un joven arquitecto, al que vemos trabajar en su pequeño estudio. Un día recibe la llamada de un noble que le encarga la construcción de unas caballerizas. El joven viaja a sus propiedades y se pone a dirigir las obras de ese edificio, que la mujer del noble visita con frecuencia. Ella le cuenta un día uno de sus sueños y el joven descubre asombrado que también él ha soñado lo mismo. Se dan cuenta de que son los niños que los adultos separaron al crecer, y que desde entonces no han dejado de buscarse. La trama se complica y por un hecho accidental el duque muere de un disparo y el joven es acusado de su muerte y condenado a cadena perpetua. Los carceleros le golpean hasta quebrarle la espalda, pero allí en su jergón sigue reuniéndose en sueños con su amiga, hasta que ésta muere y se presenta por última vez en esos sueños para decirle que ya no volverá. ¿Quién puede decir lo que es real y lo que no lo es?, exclama ella poco antes de morir al reflexionar sobre su extraña historia. Este es el argumento de ‘Sueño de amor eterno’, la película que Henry Hathaway filmó en 1935, basada en una novela de George de Maurier, titulada ‘Peter Ibbetson’. La película entusiasmó a los surrealistas que vieron en ella un ejemplo de ese arte nuevo que preconizaban capaz de indagar en lo más profundo del ser humano. En su ‘Primer Manifiesto del surrealismo’ André Breton había escrito: «Creo en el encuentro futuro de esos dos estados, en apariencia tan contradictorios, como son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, de surrealidad». Tal era la convicción de los surrealistas, que más allá

de la realidad física había otra realidad distinta, una realidad subconsciente, onírica, imaginaria e irracional en la que residían las claves de nuestra vitalidad y de nuestra capacidad de crear. ‘Sueño de amor’ con su historia de ‘amor fou’ y su atmósfera de irrealidad y locura, no hace sino indagar en esa frontera sutil que separa el mundo real de los sueños. Y, en efecto, en la película de Henry Hathaway es el sueño el que vuelve reales a los protagonistas, pues les arranca de esa mentira que ha sido su vida desde que siendo dos niños les separaron. Todos los amantes se comportan así, y por eso, y para no despertarse del todo, se cubren el uno al otro de delicadezas. Los amantes son sonámbulos que en su merodear inconsciente llegan inesperadamente a un mismo lugar, un lugar que sólo ellos conocen y al que volverán cada noche. Un lugar que solo existe en el mundo gracias a ellos. Reconocer en el otro el mismo sueño que tienes tú, tal es la sorpresa que nos depara el amor. Alguien encuentra a una persona y empieza a soñar con ella. Sueña que vive a su lado, que caminan juntos, que se hablan interminablemente. Sueña con caricias y abrazos, con lechos como cálidos nidos, con noches interminables, con juegos y palabras que sólo tienen sentido si están juntos. Y un día descubre con asombro que aquel o aquella en la que no deja de pensar tiene sus mismos pensamientos. Y es así como su amor se vuelve real. Pues la realidad no es sino lo común, lo que se puede compartir. Eso es el amor, un sueño que se comparte. La poesía nos recuerda lo que somos, dice Octavio Paz. Por eso el niño necesita cuentos, por eso necesita jugar. Para traer al mundo su propia verdad. Platón cuenta en uno de sus diálogos la historia de un pastor que un día pierde una de sus ovejas al abrirse un agujero en la tierra y al adentrarse en la profunda grieta, descubre un precioso anillo.Tras este incidente, Ciges, que así se llama el pastor, se une a un gru-

:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL

po de conocidos que están hablando mal de él y, al ver que en vez de callarse lo siguen haciendo, comprende que el anillo que ha encontrado le vuelve invisible. Los amantes y los niños tienen un anillo así. Es él quien les permite encontrar ese hueco en lo real por el que

DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO

abrirse a zonas escondidas del mundo donde por fin tener la vida que desean. Lo pequeño marca siempre el acceso a esa vida encendida por el deseo. Pero entonces, ¿por qué llamamos realidad a lo que pasa en las casas de los adultos y no a lo que sucede en el bosque de los niños? ¿Es el bosque el sueño de los que viven en el palacio, el territorio de sus pesadillas? ¿El lobo en Caperucita simboliza entonces la angustia de todas las madres ante el proceso de independencia de sus hijas? En ese caso, ¿por qué Caperucita hace caso al lobo, por qué el príncipe de ‘La bella durmiente’ abandona su camino para internarse en la espesura de las zarzas, por qué la esposa de BarbaAzul abre la puerta del cuarto prohibido? ¿Por qué, en suma, los personajes de los cuentos se internan en

esos territorios inciertos? En la película de Henry Hathaway hay un anillo como el de Ciges. Peter agoniza en la cárcel y Mary se presenta en sus sueños para pedirle que resista y siga viviendo porque a partir de entonces se encontrarán en sus sueños. «Y cómo sé que todo esto es verdad», le pregunta él. Mary le enseña un anillo que lleva en el dedo y le dice que hará que se lo lleven a la cárcel. Por la mañana le llevan ese anillo y Peter comprende que Mary no le ha mentido. «Parece un anillo, pero no lo es», le dice entonces Peter al médico. «Son las paredes del mundo. Dentro de él está la magia de los deseos. Dentro de él está ella y todo conduce a ella. Todas las calles, todos los caminos y el octavo mar. Es un mundo, es nuestro mundo». Peter y Mary compartirán sus

sueños a partir de ese momento y seguirán teniendo una vida en la que se seguirán encontrando a espaldas de sus guardianes. Son como el unicornio y la doncella de la leyenda. Se buscan en el bosque y tienen el mismo sueño. ¿Qué quiere el unicornio en ese sueño, qué quiere la doncella? No lo sabemos, pues todo lo que pasa entonces es indecible. «El alma de la belleza es la distancia», dijo Simone Weil. Eso era la belleza para la pensadora francesa: lo inasible, lo que nunca podremos poseer. Los cuentos no tratan de desvelar los misterios de ese bosque que es nuestro corazón, solo de protegerles. Por eso los necesitamos. Los cuentos son los sueños donde por fin padres e hijos se encuentran de verdad. Porque ¿a quién le basta lo real para decir lo que quiere?


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