Sábado, 28.02.15 Número CXCIV
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Marina Tsvietáieva, día a día Acantilado publica ‘Diarios de la Revolución de 1917’, la selección que la escritora rusa hizo de sus anotaciones y que no vio publicada
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DEL CIPRÉS
Alfredo Rodríguez (izquierda) y Julio Castelló.
Otras voces Alfredo Rodríguez, con ‘Alquimia ha de ser’, y Julio Castelló, con ‘Yosotros’, muestran la amplitud y variedad de registros del panorama poético actual
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últiple, heterogéneo, original. El panorama de la poesía española contemporánea es tan rico y tan diverso que ni las antologías ni las editoriales ni los suplementos culturales ni, por supuesto, las páginas de Internet, son capaces de ofrecerle al lector un mínimo reflejo fidedigno de lo que está sucediendo en este género, más dirigido a la «inmensa minoría» que nunca. Hoy, por ejemplo, podemos detener la mirada en dos autores que no se encuentran fácilmente en las nóminas de nuestra poesía última, y que sin embargo por su trayectoria, pero sobre todo por su calidad, merecen la atención de un público cada vez más fraccionado y peor orientado frente al mundo editorial. ‘Alquimia ha de ser’, del navarro Alfredo Rodríguez (Pamplona, 1969), es la última apuesta de Renacimiento, un clásico de la edición poética que incluye por primera vez en su catálogo a este autor. Un
CARLOS AGANZO
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autor que comenzó su carrera fascinado por la poesía novísima de José María Álvarez –con títulos como ‘Salvar la vida con Álvarez (2006) y ‘La vida equivocada’ (2008)–, que se pasó después a un modelo propio «de combate», con la trilogía formada por ‘Regreso a Alba Longa’ (2008), ‘Ritual de combatir desnudo’ (2010) y ‘De oro y de fuego’ (2012), y que ahora alcanza, quizás, su acento más personal con ‘Alquimia ha de ser’, un libro con el que trata de construir, en palabras del prologuista, Luis Miguel Alonso Nájera, su propio ‘Walhalla’: el mítico salón nórdico de los elegidos por Odín. La «pasión de los antiguos», en el verso de Colinas, o «la sabiduría de los misterios antiguos», en palabras del propio Rodríguez, inspiran este pequeño manual del «arte de la vida», donde el poeta busca el gozo de los sentidos y el arrobamiento de la belleza en un existir cotidiano al que es capaz de convocar, contra todo pronóstico, a la rueda del tiempo, a los siete chakras, a las
fuerzas de la Luna y al ojo de Shiva, pero también «al ala de un ángel bello como la túnica de un dios». La reivindicación, en clave poética, del beneficio de una vida hermosa, donde sea posible captar, si lo sabemos percibir, extraordinarias ondas de luz que nos redimen de la cárcel del cuerpo, que nos llevan hacia «la sal espiritual de la verdad», que se manifiestan en la vibración pura del alma. Una alquimia verdadera, traída al siglo XXI desde los arcanos de la vieja sabiduría, que consigue elevarnos sobre la grisura de los días comunes. O, con las palabras de Alfredo Rodríguez: «Heme aquí, puro, sin tacha de amor / al despuntar el día, / como quien lava suelos con el agua de rosas. / Tengo el poema omega, / alquimia ha de ser».
Visión caótica Casi en el sentido contrario está escrito ‘Yosotros’ (colección Intravagantes, de ediciones Evohé), el último libro del poeta, fotógrafo y profesor Julio Castelló (Madrid, 1963). En
su última entrega, el autor de ‘Qherido animal’ (1998) y ‘Sunu Gaal’ (2006) reúne en realidad dos libros –’Recto’ y ‘Verso’–, unidos por una misma visión fragmentaria y caótica de la realidad, y por una misma reflexión sobre el sentido último de la palabra; de hecho, «hablo por hablar» y «escribo por escribir» son palabras que se repiten de manera casi obsesiva, como un mantra, a lo largo de toda esta obra fulgurante en la que el poeta trata una y otra vez, infructuosamente, de colocar su alma a salvo de la intemperie. «Vivir no es más que abrazar el caos / sus infinitas leyes», escribe Julio Castelló en este libro, donde se pone en evidencia la incapacidad del hombre para controlar su propio devenir vital, y donde antes que la lírica, que la versificación o que la construcción poética se deja discurrir en libertad ese «pensamiento automático» que definió una buena parte de la literatura de la primera mitad del siglo XX; «un protocolo –dice el poeta–que el cuerpo ha heredado y conoce y crece al margen» de la propia realidad. Una puerta abierta al pensamiento oscuro, en todas sus percepciones e intuiciones. Un pensamiento que surge de la cabeza del poeta y se desarrolla formando una dinámica «cadena de palabras», que terminan construyendo la arquitectura de una realidad poética paralela. Una realidad caótica, ininteligible, que el poeta mira con extrañeza de argonauta perdido en el espacio, con soledad de náufrago olvidado en una isla intelectual en la que él mismo se ha recluido «voluntaria-
ALQUIMIA HA DE SER Alfredo Rodríguez. Renacimiento. Sevilla, 2014. 64 páginas.
YOSOTROS Julio Castelló. Intravagantes. Ediciones Evohé. Madrid, 2014. 136 páginas.
mente». Un proceso, al cabo, que le hace terminar desconfiando no sólo de la apariencia que le rodea, sino también de las propias vías del conocimiento, entre ellas la misma palabra («la engañosa») y su escritura. Hablar por hablar y escribir por escribir, en todo caso, ya que, como él mismo dice: «en alguna ocasión se me pasó por la cabeza / escribir para la eternidad / pero ya no tengo cabeza / la perdí». La búsqueda de la armonía de Alfredo Rodríguez y la delectación en el caos de Julio Castelló: dos maneras tan diferentes, tan complementarias, de situarse en la vibración poética del siglo. Otras voces que merece la pena escuchar.
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Como un disparo de cañón La obra de Marina Tsvietáieva vuelve al sello Acantilado con ‘Diarios de la Revolución de 1917’, una muestra más de su intensa y contundente escritura mienza este artículo pertenece a ‘Diarios de la Revolución de 1917’, que acaba de publicar el sello Acantilado con traducción de Selma Ancira, la eslavista que viene fajándose desde hace años con la expresiva y brillante prosa de Tsvietáieva, una estrecha relación literaria que en 2012 le valió el premio Nacional de Traducción y antes, en 2006, un homenaje en el Museo de la escritora en Moscú. La obra es una selección de los diarios de la autora de ‘Mi madre y la música’ (también publicado por esta editorial), durante ese periodo convulso de la historia rusa, hecha por ella misma y que no vio la luz en vida de la escritora. El carácter fragmentario de las anotaciones se mantiene en el libro, dividido en capítulos cuyo título es orientador bien de la situación en la que fueron escritos, bien del hilo conductor o temático en el que fueron agrupados. Así, ‘Octubre en un vagón’, ‘Mis empleos’, ‘Mi buhardilla’, ‘Del amor’, ‘De la gratitud’... A veces las reflexiones se asemejan a aforismos. «El corazón, más un órgano musical que corporal» dice en ‘Del amor’ y en otro pasaje: «Oh, poetas, poetas! ¡Los únicos verdaderos amantes de las mujeres!»
ANGÉLICA TANARRO
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scribo en mi buhardilla – creo que es 10 de noviembre – desde que todos viven según el nuevo estilo, nunca sé qué fecha es. Desde marzo no sé nada de Seriozha, lo vi por última vez el 18 de enero de 1918, cómo y dónde – lo diré algún día, ahora no tengo el valor. Vivo con Alia e Irina (Alia tiene 6 años, Irina 2 años y 7 meses) en la calle de Borís y Gleb, frente a dos árboles, en la buhardilla que era de Seriozha. No hay harina, no hay pan, bajo el escritorio – unas doce libras de patatas, lo que queda del ‘pud’ (una medida de peso equivalente a 16,3 kilos) que me ‘prestaron’ los vecinos – no queda nada más!...» Moscú 1919. Marina Tsvietáieva describe su día a día en una ciudad marcada por la guerra, el hambre, el frío, la escasez, también por la incertidumbre acerca de la suerte que habrán corrido los hombres en combate. Su marido Serguéi Efrón, es ese ‘Seriozha’ del que afirma no saber nada y que combatía contra los bolcheviques. Ella escribe, siempre escribe, con esa prosa que parece cincelada a fuego, capaz de sonar, según sus propias palabras, «como un disparo de cañón en la oreja». Escribe por necesidad vital y lo hace sin descanso por duras que sean las circunstancias, aunque solo tenga un lápiz y un trozo de papel y las sombras que dejan las palabras, aunque esté agotada de cargar –hasta alguna estación de tren de cualquier localidad a la que se hubiera trasladado en busca de alimento– la mercancía conseguida tras muchas negociaciones con las campesinas, un poco de mijo o de harina o cualquier cosa que sirva para alimentar a los suyos, para sobrevivir. Escribe porque, de lo contrario, probablemente hubiera muerto mucho antes de su suicidio en 1941, cuando su resistencia cedió por fin. El fragmento con el que co-
Entrada La lectura de este diario es adictiva. Para el lector conocedor de su obra es una fuente de información, una luz sobre episodios de su vida estrechamente relacionados con su obra. Para los que no la conocen es una magnífica puerta de entrada a una literatura intensa
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«Ella escribe, escribe siempre con esa prosa que parece cincelada a fuego» El libro arroja luz sobre episodios de su vida y es una magnífica entrada a su obra Marina Tsvietáieva, con su hija Alina (Ariadna Efrón). :: EL NORTE
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y contundente. Intensidad y contundencia son probablemente las dos palabras que mejor caracterizan su modo de escritura. Para Selma Ancira, estos diarios no han planteado dificultades específicas o distintas de las que plantean a la hora de traducirlas el resto de sus obras. Pues cuando Tsvietáieva se decidió a publicarlos trabajó en el estilo, para que además de un testimonio histórico y político fueran una obra literaria. «El estilo tan característico de la autora está aquí presente con la misma fuerza que en obras estrictamente literarias como ‘Mi madre y la música’. En Tsvietáieva siempre es tan importante lo que dice como la manera en que lo dice. El reto para mí como traductora es lograr ese estilo suyo tan peculiar y tan sonoro, con las herramientas que me proporciona el español», afirma. Y a fe que esa sonoridad está presente en estas páginas. «Los corredores aseados y desiertos. El tecleteo de las máquinas de escribir a través de las puertas. Las paredes rosadas, en la ventana columnas y nieve. ¡Mi rosado, paradisíaco, nobiliario Instituto! Tras dar varias vueltas doy con la bajada a la cocina: es el descenso de la Virgen al Infierno, o de Orfeo a los Infiernos. Losas desgastadas por las pisadas humanas...» El escritor y ensayista Tzvetan Todorov, autor del prefacio de ‘Confesiones’ otra reunión de diarios de la escritora publicada hace unos años por Galaxia Gutenberg, se re-
«El estilo tan característico de la autora está aquí igual que en sus obras literarias», dice Selma Ancira «Pero la vida del alma – la de Alia y la mía – brotará de mis versos, de mis obras, de sus cuadernos», escribió Tsvietáieva
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fería así a esta cualidad de la escritora: «¿En qué se reconoce al escritor realmente grande? En que consigue hallar las palabras que expresan lo que antes de él había sido indecible». Sería fácil explicar a posteriori que esa sonoridad, que esa contundencia a la hora de enfrentarse a la escritura guarda relación con el destino trágico que desde los primeros años de juventud empezó a dibujarse en el itinerario vital de la escritora. Pero parece más bien un rasgo de carácter, algo íntimo que simplemente fue perfeccionando a golpe de infortunio, a fuerza de convertir esos apuntes en los asideros para llegar al día siguiente. «Pero la vida del alma – la de Alia y la mía – brotará de mis versos – de mis obras – de sus cuadernos. Solo quería anotar mi día».
En otro exilio Había nacido en 1892, hija del fundador del Museo Pushkin de Moscú, Iván Tsvetáiev. Después de la Revolución conoció el exilio, primero en Praga y luego en Francia. El régimen surgido en 1917 la condenó al ostracismo. Tuvo que enviar a su hija pequeña a un orfanato para que pudiera comer, pero acabó muriendo de necesidad. Su marido fue encarcelado, y luego fusilado. Su hija mayor, Ariadna Efrón, sobrevivió a un proceso de depuración aunque la escritora no logró verla rehabilitada. A ella se debe el que los escritos de su madre hayan sobrevivido al olvido. Fue al encuentro de la muerte en otro ‘exilio’ y de nuevo en guerra. Había sido evacuada a la isla de Yelábuga, en Tartaristán, junto a su hijo menor Gueorgui a quien había mimado sin reservas. Dicen que en los días previos a su suicidio se les oía discutir con frecuencia. Las anotaciones del libro que nos ocupa son muy anteriores a esos días próximos al final. Pero las circunstancias no parecen muy distintas. También en esos días había muchas lágrimas. «Lloro. Rostro de piedra y lágrimas – cual guijarros. Más un ídolo de estaño que se funde que una mujer que llora, Nadie me ve, porque nadie levanta la frente: es un concurso de rapidez». Llegó un momento en que se le acabaron las lágrimas. En que su única certeza era que tenía que poner fin a todo. Pero la vida la dejó en su literatura. También en este libro en el que se relatan días de oscuridad.
Arriba, Marina Tsvietáieva. Debajo, las portadas de sus libros ‘Mi madre y la música’ y ‘Diarios de la Revolución de 1917’. :: EL NORTE
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Escribir aquellos libros por cuya ausencia se sufre… 7 de julio de 1919 Al terminar estoy sola, con algunos conocidos fortuitos. Si no hubiera venido habría estado –sola. Aquí soy tan ajena, como entre los inquilinos de la casa en la que vivo desde hace cinco años, como en el trabajo, como lo fui alguna vez en los siete liceos y pensiones rusas y extranjeras en las que estudié, como siempre, como en todos lados. (Marina Tsvietáieva: ‘Indicios terrestres’)
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a veo sentada en el puerto de El Havre, esperando subir al barco Maria Uliánova. 12 de junio de 1939. Ha comprado un libro de Antoine de Saint-Exupéry (‘Tierra de hombres’). No sé si lo está leyendo. Me desvía la atención su hijo Mur, feliz y rebelde, lo oigo cantar con jóvenes y adultos que esperan, como él, arribar a un sueño bautizado, para el universo sin fronteras, Unión Soviética. Trágico. Son, la mayor parte de esos compañeros recientes, españoles del bando «oficialmente perdedor» de la Guerra Civil, van a la URSS aguardando lo que la dictadura de Franco les ha arrebatado: justicia –suponen– y esperanza –suponen ( […] «ellos
son el cargamento, además de Mur y yo»). Una semana más tarde esta mujer llegará a Moscú. Su esposo, Serguéi Efrón (Seriozha), está enfermo y no puede ir a recibirlos; lo hace su hija Ariadna (Alia), a través de la cual se entera de que su hermana Anastasia Tsvietáieva (Asia) fue arrestada y deportada en 1937. Supongo que Marina Tsvietáieva ve en su hijo la distancia de propios anhelos adolescentes («A veces, incluso con demasiada frecuencia, me gustaría abandonar la vida –da lo mismo. Solo vale la pena vivir por la revolución. La posibilidad de una próxima revolución es lo que me contiene del suicidio». Lo escribió en julio de 1908, tenía quince años). Y que ha acabado resignándose a este viaje aceptando que será el último. En el otro lado, es sencillo saberlo, la está aguardando su muerte. Las sombras de quienes han ido, día tras día, robándole la suya, se han vestido con la forma de quienes hoy, como ella, esperan subir al barco. Lo escribió, una vez más premonitoria, en 1920, unos días antes de saber que su hija Irina, de tres años, había muerto de hambre en el horror de aquel hospicio de Kúntsevo donde Ma-
rina habría pensado que burlaría a la traición de los seres humanos: «Desde que nací fui expulsada del círculo de los humanos, de la sociedad. No tengo atrás un apoyo viviente, –tengo un peñasco: el Destino. […] No temo a la vejez, no temo al ridículo, no temo a la miseria –ni a la hostilidad– ni a la maledicencia. Yo, encubierta por un cascarón de alegría y fuego soy –piedra, es decir, invulnerable. Pero está Alia. Seriozha.–No me importa despertar mañana llena de arrugas y con la cabeza encanecida –¡me da igual!– modelaré mi Vejez –¡de todas formas me habrán amado tan poco!». Cuando sepa que Irina ha muerto, que ha sido enterrada en una fosa común –como le ocurrirá a ella en agosto de 1941–, no puedo por menos que recordar ese poema en el que ella sabe que le sobra una mano, pues con cada una de las que tuvo podía acariciar la cabecita de una de sus niñas, y ahora una de ellas ya no está… La observo entre el humo de los cigarrillos que no abandona y la memoria que recapitula, como el bellísimo poema, de los últimos que escribió –marzo de 1941–, dedicado a Arseni Tarkovski, a quien
MARIFÉ SANTIAGO BOLAÑOS
dirige una carta en octubre de 1940 donde leo: «Todo manuscrito –está desamparado. Yo toda –soy un manuscrito». Puede que, en Francia, deje la imagen de su madre, casada con el viudo de su mejor amiga que le había dado dos hijos, Valeria y Andréi. Y que, en El Havre, Marina recuerde hasta confundirlas dos ha-
«...Ha acabado resignándose a este viaje aceptando que será el último»
bitaciones: el cuarto de su hermanastra Valeria donde, siendo la poeta una niña, descubrirá al diablo como el mejor de sus aliados, pues será él, habitante de ese espacio prohibido y tentador y necesario, quien le mostrará los libros; y la otra habitación de su memoria, donde está su madre, Maria Mein, llamando a sus hijas adolescentes, Marina y Anastasia, para despedirse de ellas antes de morir: «¡y pensar que cualquiera os verá crecer y yo que soy vuestra madre no podré hacerlo!». Puede que se compadezca de la frustración de aquella mujer que dejó una prometedora carrera de piano para dedicarse a los otros. No quiero, sin embargo, que deje el sentimiento de amor y verdad de las cartas que intercambiaron, durante 1926, Rilke, Pasternak y ella. Habrá de disculpar –la ayudaremos– a Pasternak, por el desencuentro parisino de 1935; durante el Congreso de Intelectuales por la Paz, ella se ocupó de traducir las palabras del futuro Premio Nobel, pero se molestó cuando él le pidió, con frialdad, que dejase aquellas lágrimas líricas… Para entender lo que su queridísimo Boris le estaba queriendo decir, tendría que pasar frío y humillación en el Moscú de su aciago regreso, vagando con Mur por las calles, sin la compañía de sus libros ni de sus amigos, asumir la detención de su esposo y de su hija; tendría que darse aquel encuentro con Anna Ajmátova, en 1940, y tendríamos que saber de qué hablaron las dos mujeres, pues
Ajmátova se sobrecogió cuando supo que unos meses más tarde Tsvietáieva se había ahorcado en Yelábuga (hay quien asegura que la cuerda era la que sostenía un paquete de libros que le había enviado Pasternak). Hagamos por que suban con ella al barco los más nobles amigos, el cariño de sus «idilios cerebrales», los nombres de jóvenes poetas que la amaron y que ella convirtió en poemas de una altura memorable. Dejemos que Sofía Parnok, que Sofía Holliday (Sóniechka), que Natalie Clifford-Barney la cuiden en este camino de soledad que suele simplificarse porque oprime el alma todo lo que se queda fuera del control de una razón estrecha y obvia: «El derecho al secreto. Hay que respetarlo […] Sé sabio, no los menciones (no los preguntes)». Quisiera llevarle al puerto de El Havre la imagen heroica del mago, del mítico pintor, del legendario poeta Maximilian Voloshin, en cuya casa ceremonial y mística de Koktobel frecuentada por Marina, estuvieron Biely, Mandelstam o Blok. Allí, frente al Mar Negro, la poeta prometió que no abandonaría a Serguéi Efrón, aquel muchacho judío, tímido, triste y oscuro con el que se casó, y que marcaría su vida mortal y abriría la puerta del lugar de su muerte. En esa casa-cueva de iniciaciones en Crimea está Marina Tsvietáieva aguardando nuestra llegada… Pido que escriba, en uno de sus ‘cahiers’, lo que anticipó en un poema de 1913: «No será a mí a quien entierren / No, no será a mí». A la izquierda, la escritora con su marido Serguéi Efrón y sus hijos. Al lado de estas líneas, con su hijo Gueorgui, ‘Mur’. :: EL NORTE
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Clasificar lo desconocido. El desasosiego inacabable PABLO JAVIER PÉREZ LÓPEZ
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uando en mayo de 1994 José Ángel Valente tuvo que dar una charla a propósito de Pessoa en Lisboa se centró en un pasaje de ‘El libro del desasosiego’ que reza así: «Los clasificadores de cosas, que son aquellos hombres de ciencia cuya ciencia consiste solo en clasificar, ignoran, en general, que lo clasificable es infinito y por lo tanto no se puede clasificar. Pero en lo que consiste mi pasmo es en que ignoren la existencia de clasificables desconocidos, cosas del alma y de la conciencia que se encuentran en los intersticios del conocimiento». Valente comenta «Ahí precisamente, en ese mismo espacio intersticial, en los intersticios del conocer, está el poema, está la obra de arte, un ‘clasificable desconocido’… Ese es el territorio de la obra: no lo visible ni lo invisible sino el espacio sutil contiguo a ambos…». Y ‘El libro del desasosiego’ es precisamente un libro inacabado e inacabable, en buena medida porque es un libro que al estilo de los diarios, las confesiones y las autobiografías se nutre de estados del alma, de esos huecos entre la realidad y la sensibilidad donde crece el arte tal como crece la yerba en los ladrillos de muros abandonados y por eso mismo un lugar donde el diálogo entre el sentido perdido y evocado y la musicalidad de la palabra recupera el ritmo para la prosa, recubre a la prosa de la musicalidad esencial del acto literario asumido como esas «cosas del alma y de la conciencia» siempre misteriosas. No parece casual que uno de los semiheterónimos asumidos como autor del libro, Bernardo Soares sea ayudante de contabilidad en una oficina de la Baixa lisboeta, pues de contabilizar lo desconocido se trata, lo desconocido que nos habita y donde habitamos. Es un libro sobre la intersección entre el paisaje y el alma, quizá sobre la necesidad de un habitar poético que se hace imprescindible. Un habitar poético de Lisboa.
Fernando Pessoa, por las calles de Lisboa. Arriba, dos páginas de ‘El libro del desasosiego’.
Hace pocos días en una conferencia en la Casa Pessoa, Eduardo Lourenço, el ensayista y filósofo más importante del siglo XX de Portugal e intérprete de excelencia de la obra de Pessoa, definía el libro como «un poema consagrado a nuestra propia inconsistencia», como «un viaje al interior de la ausencia de sentido» remarcando la dimensión metafísica del libro y de la propia obra pessoana. Condición muchas veces denostada. Pessoa muestra en el ‘Libro del desasosiego’ su faceta más metafísica y existencial colocando en duda las claves de la modernidad, la ineficacia del lenguaje, tejiendo en la musicalidad de su prosa una gramática del alma. Deberá, en cierta manera comprenderse el libro como una confesión, un diario, una autobiografía y deberá pensarse en Amiel, Rousseau, Montaigne y también, por qué no, en Cesare Pavese, cuyo ‘El oficio de vivir’, también, constituye, salvando las distancias, un diario de lucha con el sufrimiento que la propia vida impone. ‘El libro del desasosiego’ es un libro dedicado a la ficción del ser, a la ficción de ser donde se transparentan todas las grandes obsesiones de Pessoa, la imposibilidad de una obra acabada y completa, el problema del conocimiento y la geometría almática de la ciudad de Lisboa. Es un libro sobre la soledad, la inadaptación y la existencia literaria. Y en el hombre Bernardo Soares está el hombre perdido, extraviado, inadaptado, escindido de la modernidad que encarna la desilusión, la ausencia de referencias, el exilio de las verdades y las certidumbres. Dentro de la galaxia pessoana, el libro parece funcionar como una afirmación de la otredad interior que equilibra la existencia plural y exterior de los heterónimos,
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como un ancla frente al viento. ‘El libro del desasosiego’ es fragmentario por varias razones, primero, como dijimos porque trata con clasificables desconocidos, cosas del alma y de la conciencia, inagotables y misteriosas pero también porque está constituido por fragmentos no siempre datables, identificables o firmados. El libro ha sido un rompecabezas para buena parte de sus editores y no parece casual que la primera de sus ediciones se publicara sólo tras 47 años de la muerte de Pessoa, los mismos años que contaba este el día de su muerte. Durante su vida el escritor portugués sólo publicó algunos fragmentos de una primera fase pero escribió más fragmentos durante más de 30 años. El hispano-argentino Diego Giménez, estudioso de ‘El libro...’ afirma que en él encontramos la más preciosa y bella prosa del autor portugués y que el libro como libro nunca existió ni existirá pues en cuanto proteico es un eterno proyecto que le sirve a Pessoa para no desfallecer, para no dejar de escribir, para no dejar de soñar. Existen alrededor de 20 ediciones de esta obra en lengua portuguesa, lo que da cuenta del dolor de cabeza de sus sucesivos editores y ha favorecido los debates y las polémicas sobre la idea de autor, de libro y de fragmentariedad. Ángel Crespo, poeta, traductor y uno de los pessoanos más importantes de los años 80 hizo la primera traducción a otra lengua, en este caso al castellano en 1984. Estos días y tras tres ediciones españolas, llega por fin a nuestra lengua la última edición portuguesa, heredera de la primera edición crítica realizada por el colombiano Jerónimo Pizarro, uno de los más relevantes estudiosos del luso en la actualidad cuya labor filológica ha sacado del olvido una buena parte del aún misterioso e inagotable archivo de Pessoa. En una certera traducción de Sáez Delgado llega la edición ya canónica de un libro esencial del siglo XX, edición que ha eliminado elementos que no pertenecían al libro, ha unificado fragmentos y los ha ordenado cronológicamente. Sea bienvenida la última tentativa de clasificar lo desconocido.
«‘El libro del desasosiego’ es una obra sobre la soledad, la inadaptación y la existencia literaria»
Luca Ronconi murió el pasado día 21. :: GUILLERMO MENDO
Luca Ronconi
Un gran director escénico
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n 1969 Carmelo Romero, entonces subdirector del Festival de Teatro de Madrid, y yo, veíamos en una pista de hielo (sin hielo) en Edimburgo un espectáculo especial: ‘Orlando Furioso’, basado en la obra de Ariosto. Unas carpas ocupaban todo el espacio, moviéndose y haciendo moverse a los espectadores que se agrupaban en torno a una u otra, hasta el final en la que todas se unían. Excepcional. Hablamos después con Luca y Carmelo lo contrató ipso facto para Madrid, donde se presentó en el Palacio de los Deportes en su primer contacto como director de escena con nuestro país. El historial artístico de Ronconi causa estupefacción, tanto desde lo institucional como desde las numerosas iniciativas experimentales. Con Gior-
FERNANDO HERRERO
gio Strehler (y Carmelo Bene y Darío Fo, en otros parámetros) fueron faros del teatro europeo del siglo XX. Los dos, que dirigieron el Piccolo Teatro de Milán, haciendo de él uno de los grandes focos culturales hasta hoy mismo, tuvieron un gran repertorio, renovaron el lenguaje incluso en la ópera, con un gusto exquisito y una desbordante imaginación. Ronconi hizo del espacio teatral una experiencia única e incidió en dramaturgias abiertas en todos los autores: Shakespeare, los griegos, Chejov, Calderón, Goldoni, y tantos otros estrenos absolutos, rom-
piendo moldes. La dirección de actores era también personalísima y no exenta de riesgos. Cada uno de sus montajes era una sorpresa y la creatividad no se rompió nunca. He tenido ocasión de ver los montajes que Ronconi ha presentado en nuestro país, y mucho otros, operísticos, en DVD. También ocasionalmente una ‘Walkiria’, en la Scala de Milán que pareció excesivamente rompedora al público de entonces (Wagner mostrado desde la sociedad burguesa del momento) y que impidió que concluyera la tetralogía programada. En otras ocasiones, ‘Ernani’ de Verdi, ‘Guillermo Tell’ de Rossini, ‘Don Carlo’ de Verdi, y ‘La Europa riconsciuta de Salieri. A pesar de su modernidad en el juego espectáculo-espectadores, la utilización de imágenes fílmicas o el despojo mortuorio de ‘Don Carlo’, el éxito le acompañó. Ronconi, en unas declaraciones a Franco Quadri distingue «el teatro sin música» del «teatro con música» (la ópera), manifestando que los montajes de las obras líricas solo se pueden hacer en un cuadro institucional y por ello las posibilidades del montaje se tienen que ceñir a un espacio predeterminado. En el «teatro sin música» se posibilita la ruptura desde muchas alternativas. Así lo hizo en ‘XX’, ‘Orestiada’, ‘Utopía’ de Aristófanes, ‘Las Bacantes’ de Eurípides, o ‘La torre’, versión de Hoffmansthal de ‘La vida es sueño’, en el Laboratorio Teatral de Prato. Ronconi afirmó igualmente que respeta todos los textos, tanto los de la ópera como los del «teatro sin música», desde un profundo estudio dramatúrgico de los personajes, tanto en sus relaciones, como en la conexión con los espectadores. Profundas reflexiones que han caracterizado cada uno de sus montajes desde la palabra, su origen. Así desde Middleton, Pasolini, Gadda o Kraus todo toma sentido. Definía Ronconi el teatro como una experiencia violenta y traumática, no una experiencia gratificante que tranquiliza. «Es necesario renovar siempre los caminos para lograr la unión con el público que no siempre resulta fácil de comprender». En este punto consideraba que ‘Las Bacantes’ era un espectáculo más completo que ‘La torre’, discontinuo sobre todo por los problemas de recitación. Venecia, Prato, Turín, el Piccolo: sucediendo a Strehler. Una trayectoria de diversas etapas siempre lúcidas y creadoras en los actores clásicos y contemporáneos. Queda, de memorables espectáculos, la memoria, las fotografías, los estudios, las críticas, más recientemente en la ópera, los DVD. Una versión filmada de ‘Orlando Furioso’ para la tele-
«Los grandes maestros han desaparecido pero su huella queda como estímulo»
visión pudo verse en España. La muerte de Ronconi a los 81 años, quizás uno de los más grandes representantes de la escena del siglo XX que llegó al XXI con sus últimos montajes, se une a las de Giorgio Strehler, Iuri Liubimov, Patrice Chereau. En España Ronconi tuvo un protagonismo limitado pero importante. Tuve ocasión de ver sus montajes y escribir sobre ellos. El ‘Orlando Furioso’ en el Palacio de los Deportes madrileño permitió participar al espectador en el juego móvil de las carpas o presenciarlo desde los asientos, lo que hacía perder parte de la intensidad de Edimburgo. Fue una revelación y un modelo inimitable. En ‘Las tres hermanas’, la obra maestra de Chejov, su puesta en escena fue convulsiva en el trabajo de los actores, sacudidos por la ira, gritando en las últimas frases que cierran la obra. Una catarsis contrastada con la serenidad del montaje de Peter Stein en la Schaubühne berlinesa, pero ambos igualmente espléndidos. ‘La sierva amorosa’, de Goldoni, era el reverso de la estética strehleriana desde la audaz transformación del punto de vista espacial con unos actores igualmente en trance pasional. Teatro a la italiana que permitía, con todo, una experiencia inédita del espacio. La ópera, manifestaba Ronconi, tiene sus reglas, pero la forma de abordarla debe partir igualmente de la dramaturgia, del estudio de los personajes. Cabe la actualización de la época y la subversión estética como en ‘Julio César’, de Händel, presentada en el Teatro Real, pero la partitura no puede romperse. ‘Otra vuelta de tuerca’, de Britten, con sus múltiples escenarios, fue vertida en el Teatro de la Zarzuela con una exquisitez que en ningún momento ocultó la tragedia incubada desde las primeras notas. Una fecha imborrable de los espectáculos operísticos en la capital de España. Luca Ronconi, italiano universal, en esa huella que une la tradición y la renovación, esa huella que, por ejemplo desde el Piccolo continua, como lo demostró ‘La trilogía del verano’, de Goldoni, montada por Toni Servilio. Los grandes maestros han desaparecido pero su huella queda como estímulo y ejemplo en un momento histórico en el que la cultura se ha sustituido por una economía injusta y ostentosa.
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Una escena de la serie de televisión ‘Hijos del Tercer Reich’. :: E. N.
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arzo de 1939, estamos en Praga, un oscuro funcionario, que bien pudiera ser el inmortal Franz Kafka si no hubiese muerto quince años antes, pero que se llama Josef Rada, se dirige por las calles nevadas pesada, cautelosamente a su puesto en Tráfico Ferroviario, ya bajo la sombra alargada del Tercer Reich. La joven república checa se halla a merced de Hitler tras el ‘diktat’ de Munich. Es un hombre meticuloso, entregado a su trabajo, eficiente y cumplidor en extremo, servicial, solícito, que sin embargo siente un remusguillo de zozobra interior cada vez más inquietante. Justo el clima de lúcido y creciente desasosiego que preside ‘El deber’ (Periférica) de Ludwig Winder, en el que se desenvuelve esta novela cuyo argumento se ve sacudido de inmediato con la temida ocupación de la ciudad por parte de las tropas alemanas y se torna angustioso cuando, destituido el barón Neurath, el ma-
tarife Heydrich es nombrado protector de Bohemia y de Moravia y el terror se multiplica, hasta que al final se da cuenta de las matanzas y arrasamiento de Lídice y Lezáky. Atemorizado por el estruendo callejero de la infantería del ejército invasor, Rada vuelve a su hogar en Smíchov, aparentando serenidad pero sabedor de que nada será ya igual, ni parecido, de que, como le inquiere su mujer, vete a saber qué va a ser de ellos y de su único hijo, estudiante de medicina, el primero en exponerse a la represión. A partir de ahí, la narración, bajo la bota arbitraria y temible de la Gestapo, se articula en torno a una cuestión fundamental: la llamada a la lucha clandestina del deber patriótico y humanitario, más allá del familiar; y a cómo debe acudir a ese imperativo, aunque sea desde la guarida del lobo, la conciencia, el último baluarte frente al mal. Max Brod, el también escritor judío, germanoparlante y praguense, el mítico de-
UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO
positario y salvador, contra la propia voluntad de su amigo, que le ordenó quemarla, de la obra inédita y luego patrimonio de la humanidad del mentado Kafka, afirmó que no dudaba en absoluto de que L. Winder iba a ser igualmente redescubierto, lo que en verdad se merece. Brod fue uno de los integrantes del ‘Círculo de Praga’ a quien, a fines del 38, consciente del peligro que corrían, Winder instó a marcharse cuanto antes, huida que afortunadamente él sí consumó, vía Polonia como uno de sus personajes, unos meses después, hasta recalar en Inglaterra, donde murió. El lector se pregunta, con el alma en vilo, si al fin conseguirá salvarse, tras cumplir con su conciencia, el protagonista de ‘El deber’, novela bien planteada y mejor resuelta.
Novelar el horror El hijo del personaje principal de ‘El deber’ es deportado a Dachau y nunca más se sabe de él. El manresano Joaquim Amat-Piniella sobrevivió a
Mathausen durante más de cuatro años, hasta la liberación a cargo de tropas norteamericanas y quiso dejar testimonio fehaciente de esa experiencia a través de la novela, de tintes por tanto autobiográficos, ‘K. L. Reich’, escrita, como ‘Si esto es un hombre’ de Primo Levi, nada más abandonar el ‘lager’, al calor de los acontecimientos, bueno, más bien al frío lacerante de las penalidades. No se publicó, sin embargo hasta 1963, en catalán gracias a Joan Sales, a mi juicio, el más ecuánime y mejor relator de nuestra guerra incivil, y en español de la mano de Carlos Barral, después de que se la recomendara Juan Marsé, a quien le entregó el manuscrito –que no había pasado la censura casi dos décadas antes– el mismo autor. Ahora, oportunamente, la reedita Libros del Asteroide, en traducción conjunta de Baltasar Porcel y el propio novelista y con unas palabras preliminares de I. Martínez de Pisón, que recuerda los
otros dos referentes esenciales, insoslayables, del sufrimiento de los españoles en los campos de concentración nazis: la demorada y múltiple evocación reflexiva de J. Semprún y ‘Los años rojos’, de M. Constante. Dos años después de que Winter lograse escapar del horror, Amat-Piniella cayó en sus garras. En ‘K. L. Reich’, desde la convicción de que la ficción resulta más efectiva que la memoria personal, reconstruye los «infernales padecimientos» sufridos, seguramente para espantar el ‘síndrome del superviviente’ (con su consiguiente aniquilación moral). Y lo hace a través de Emili, inspirado en un preso amigo, un caricaturista que salva el pellejo por su habilidad para el dibujo, lo que a su vez le provoca una sensación de indignidad. Claro que, como señala M. de Pisón, «la dignidad y la integridad constituyen un lujo inalcanzable en un mundo como ese, en el que desde el primer momento los presos son despojados
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La dignidad La internacional del dolor
de su condición de seres humanos y reducidos brutalmente a la pura animalidad». Una buena ocasión, inmejorable, de volver a revivir el calvario de cientos de republicanos derrotados y exiliados que, previo paso por los campos de refugiados franceses, fueron enjaulados en suelo austriaco o alemán, unos siete mil quinientos en Mauthausen y sus sucursales danubianas, de los que perecieron –sucumbieron cabría decir, al hambre, al trabajo inhumano y a los malos tratos– más de dos terceras partes. Un homenaje, a mayores, a quienes se dejaron la vida por liberar Europa, la humanidad en general, a quienes se resistieron a ser exterminados bajo la zarpa de los delincuentes convertidos en capos negreros –no falla, da igual los campos de la muerte lenta que los del exterminio, los ‘lager’ o el Gulag, siempre los peores acabaron controlando la situación–, en medio del hacinamiento ganadero de los cochambrosos ‘blocks’, los recuentos in-
terminables, el humo picante de los crematorios, las alambres electrificadas, el envilecimiento de las víctimas, el pánico dantesco, en definitiva. Y, con todo, lo mejor es la calidad de una prosa minuciosa, plástica, concebida en estado de gracia.
Descripción fría Con otros modos y maneras, tal vez menos ostentosa y ritual la violencia, en cuanto más fría y burocrática, el comunismo cercenó y pisoteó igualmente la dignidad del ser humano. De ello da buena cuenta ‘Sofía Petrovna, ciudadana ejemplar’, narración que, aunque no vio la luz hasta 1965, y en Francia, fue escrita en secreto en un cuaderno escolar por las mismas fechas fatídicas en las que se desarrollan las novelas anteriores, con el horror aún fresco, por Lidia Chukóvskaia. La acaba de traer a nuestro idioma Errata Naturae, en una de sus ediciones no menos ejemplares, al tiempo que anuncia la inminente publicación de las
EL DEBER
K. L. REICH
Ludwig Winder, Periférica, 272 pp., 18,95 euros.
Joaquim Amat-Piniella, Libros del Asteroide, 304 pp., 21, 95 euros.
conversaciones y vivencias de la autora con Anna Ajmátova, al modo de la extraordinaria evocación de Eckermann hacia Goethe, un presumible festín para los amantes de la literatura. Esta sobria y conmovedora novela que, de paso, levanta acta, por lo menudo, de la vida cotidiana en la URSS, es un retrato del personaje que le da título, viuda con un hijo adolescente, joven balilla del Komsomol, a su cargo, que debe meterse a oficinista en una editorial de Leningrado para mantenerlo. Es tan disciplinada que se integra en los engranajes del sistema, entre los camaradas del Comité sindical. Su vida transcurre feliz –sólo desliza críticas leves e íntimas al soporífero estilo del realismo socialista, enfangado en batallas heroicas, logros fabriles y maquinaria pesada– hasta que, tras el asesinato de Kirov, se desata la gran purga estalinista. Sofia es tan ingenua que considera sin dudarlo culpables de delirantes acusacio-
«Amat-Piniella escribe ‘K. L. Reich’ nada más abandonar Mathausen, como ‘Si esto es un hombre’, de Primo Levi» Winder: «En un siglo tan bárbaro, como lo es el nuestro, los artistas tienen el deber de defender la dignidad del hombre, la dignidad del espíritu»
SOFÍA PETROVNA, UNA CIUDADANA EJEMPLAR Lidia Chukóvskaia, Errata Naturae, 192 pp., 17,50 euros.
nes a troskistas vinculados a la Gestapo, terroristas contrarrevolucionarios, saboteadores de trenes, médicos bandidos… en fin, toda la ralea de enemigos del pueblo, el millón y medio de pobres víctimas del terror policial y totalitario implantado por Stalin y sus ingenieros del alma. ¡Cuántos inocentes cayeron subyugados por la propaganda dictatorial del régimen! Pero… ¿y si de repente el sinsentido criminal se precipita como una absurda e ineluctable pesadilla paranoica, el cumplimiento de la profecía kafkiana, sobre la bondad, involuntariamente cómplice de los engañados y convencidos?
Verismo siciliano Pero la dignidad no sólo se pone a prueba en los episodios cruciales y más adversos de la historia, sino que debe levantarse en todo momento y lugar, como se demuestra en ‘La maestra Annuzza’, de Elvira Mancuso, seguidora del verismo de mi admirado Giovanni Verga, lo que para
LA MAESTRA ANNUZZA Elvira Mancuso, Periférica, 224 pp., 18,90 euros.
mí es una garantía. Siciliana como él, publicó esta novela a principios del XX, pero sólo cuando en los años ochenta la recuperó Italo Calvino, con prólogo de Leonardo Sciascia, obtuvo cierta repercusión. Su costumbrismo detallista, con honduras, con tanta verdad como sugerencia, así como la construcción clásica y redonda de los personajes, a la antigua usanza –tanto la protagonista, mujer de rompe y rasga pese a su frágil aspecto, como su prometido, cuya dignidad somete a una dura prueba–, más la penetración tan precisa como sutil en los intríngulis de la machista vida campesina, me han resultado harto gozosos. Ningún escritor, ningún lector, deberíamos olvidar nunca las palabras de Winder, pronunciadas en 1943 pero válidas para el presente: «En un siglo bárbaro, como lo es el nuestro, los artistas tienen el deber de defender con perseverancia la dignidad del hombre, la dignidad del espíritu». Amén.
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DEL CIPRÉS
Los caminos inescrutables LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ
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ablábamos aquí hace unas semanas de cómo la cultura, como concepto para el común de los mortales, era variado de un tiempo a esta parte, y que si buscásemos algo que unificara a las diferentes interpretaciones que inspira el término de marras, lo hallábamos en el séptimo arte. Cultura y cine se han convertido, por un mediático arte de ‘birlibirloque’, en restrictivos sinónimos. Esa intersección de las heterogéneas definiciones era trascendente, ya que, por una parte, es la única para muchos individuos –¿quiénes, sino los cineastas, se constituyen en los representantes de la cosa cultural?–, y, por otra, si bien todo lo tocante a la creatividad, en sus diversas expresiones, no quedaba al margen para la gran mayoría de los ciudadanos, lo concerniente a la custodia y divulgación del saber –citábamos a la Universidad como lugar en el que ambas deben llegar a buen puerto– parecía ajeno a la cultura. Y es que quizá, como bien supo ver Camilo José Cela, la Universidad se ha convertido, más que nada, en una agencia de empleo en la que todo ‘quisque’ reclama iracundo, una vez licenciado, un ‘laburo’ bien remunerado. De templo de la formación y del conocimiento, nada de nada. Sea como fuere, la cultura –no mareemos la perdiz: aquello que incumbe a las emotivas manifestaciones del espíritu y a las indagaciones y conclusiones de la inteligencia– es un don que engrandece a toda civilización que se precie de relevante. Sobra decir que, por ello, quien ostenta el poder en una nación, a no ser que tenga la cabeza a pájaros, procurará ser su máximo valedor. El Gobierno actual, tratando impositivamente a los
objetos y exhibiciones culturales tal si fueran objetos y exhibiciones corrientes y molientes, se coloca, tontamente, a los pies de los caballos. No creo yo que el fruto de su subida tributaria sea la razón por la que estemos dando esquinazo a la crisis. Lo único que ha ganado el Gobierno es que quienes de por sí son sus enemigos, y no solo ellos, les pongan como ‘chupa de dómine’. Menuda rentabilidad. Bien es verdad que la relación entre el poder y la cultura es asunto que motivaría largas reflexiones. Si una época fue culturalmente próspera, esa fue la Florencia de los Médicis, familia cuyos miembros eran proclives a expedir pasaportes a ese barrio que nadie tiene prisa en conocer. En la Unión Soviética y en los estados fronterizos se alcanzaron, en el terreno de la interpretación musical, cotas legendarias. Y es cosa sabida que en los países con censores vigilantes para que los escritores no quebranten las normas políticas, morales y del buen gusto nacen obras extraordinarias: en cuántas oportunidades los obstáculos para la creatividad no son sino, para ella, fabulosos acicates. ¿Quiero decir con esto que no hay mejor vitamina para la cultura que los ambientes, sobre el papel, adversos? No, no eso. Pero es engañoso pensar que existe una causalidad entre una sociedad supuestamente desarrollada y una cultura floreciente. Podría ser así, de acuerdo, pero si en esa sociedad supuestamente desarrollada impera el positivismo más ramplón, en ocasiones es mediáticamente doctrinaria y se rige por omnipresentes e ininteligibles leyes dictadas por la corrección política, únicamente surgirán creaciones con un envoltorio más o menos atractivo pero, sobre todo, insustanciales. De una insustancialidad proporcional a la pesada, y tal vez injusta, carga impositiva que soportan.
La cultura es un don que engrandece a toda civilización que se precie de relevante
El escritor asturiano Xuan Bello. :: MARIO ROJAS
Salir a buscar islas Xuan Bello tiene un don especial para observar lo esencial de su alma
YOLANDA IZARD
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a literatura es para cuando uno se queda solo frente al espejo de su conciencia: si la maravilla no anda por fuera, tiene que estar sin duda dentro». Todo un muestrario de intenciones que viene a definir la sustancia de este hermoso libro de suculentas observaciones, recuerdos y meditaciones vitales y literarias escritos sin ningún tipo de pretenciosidad, con un fino sentido intelectual. No estaríamos diciendo nada nuevo, sin embargo, si su autor, Xuan Bello (Paniceiros, Asturias, 1965), no lograra aderezarlas, desde su especial don para la observación de lo esencial de su propia alma, con un paseo literario por su experiencia –ligada siempre a su delicadísima percepción artística–, que recala en todos los lugares geográficos o simbólicos que han dejado su impronta de lector apasionado, de escritor lúcido, en espacios, ciudades, poemas, escritores o citas, para meditar sobre qué es la realidad, qué nos define con más acierto, si lo que pensamos y sentimos y leemos y
soñamos, o si lo que de manera convencional se llama la realidad tangible. Sin duda Xuan Bello acierta en ‘Las cosas que me gustan’ al preferir lo primero, y de este modo acude a plasmarlo en las decenas de cosas que pueden hacer que un ser humano se perciba placenteramente viviente, esas cosas de la literatura que, como nos recuerda que dijo Vinyoli, son juegos para aplazar la muerte. Y ahí es nada. Influencias literarias y los amigos poetas; la imaginación auditiva que abre las puertas del secreto; los espacios míticos y las ciudades que hacen brotar la agudeza estética, como Lisboa y sus poetas, Antonio Nobre, Cesário Verde, Eugénio de Andrade…, o Coimbra –pues «la geografía, para mí, era la espita de la imaginación»–; escritores como Poe y su casa en Baltimore; dedos infectados que llevan a la reflexión sobre ese espacio metafísico que es el ordenador en el que se escribe la vida limitada que somos, limitación que «nos acerca a la esencialidad», y esencialidad que es la verdadera meta de la literatura. Sorpresas miles, todas rebosantes de una sabia, gozosa, sugerente y poética mirada personal, que constituye toda una enseñanza literaria y vital, pues en Xuan Bello es imposible no
imbricarlas: literatura y vida parecen consustanciales a su ser y su sentir. Porque Xuan Bello escribe con la mano izquierda, como cuenta que lo hacía Joseba Sarrionanda o dibujaba Chillida: este último, cuando comprendió que «la facilidad con que dibujaba no podía ser arte» empezó a usar su mano menos hábil para impedir que la fácil emotividad empañara la verdadera misión del artista, la de arriesgarse, la de romper el hielo del cómodo oficio, la de tender puentes hacia lo desconocido y no conformarse nunca. También nuestro autor sabe transgredir y evitar el hechizo irreal de lo correcto para salir de los límites marcados escribiendo en asturiano, saltándose las fronteras genéricas y fun-
LAS COSAS QUE ME GUSTAN Xuan Bello. Traducción de José Luis Piquero. Ed. Xordica, 2015. 136 páginas. 14,95 euros.
diendo vida y literatura con el poder que solo da la alegría de crear con verdadero encanto. Sus historias parecen nacer de la necesidad primaria de contar, desde una pulsión que atiza la memoria personal situándola en las páginas de sus lecturas, con una perfecta mezcla de intensidad narrativa y contención expresiva que no evita el arrebato ensoñador o las vigorosas metáforas ni el abrazo a la verdad. La literatura vista desde los lugares impregnados por ella: el paseo nocturno por Lisboa, su búsqueda solitaria del Templo de Júpiter, «admirado, más que por el paisaje, por la consistencia del paisaje en mi alma», las fuentes con el «dulce latir de la tierra», el parque Lezama y Ernesto Sábato… porque vivir es «salir a buscar islas». Probablemente, quien no esté dotado de una mirada sensorial, de un gusto por palabras que respiren y por el placer estético, por el ansia de experimentar los lugares como una excrecencia de los poetas que les dieron vida superior con sus poemas, quienes no sepan asomarse al mundo a través de la grieta de un verso o de un muro que contienen la misma ciudad, no podrán disfrutar del todo de la propuesta que nos hace este libro tan hermoso.
LECTURAS
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Lirismo en prosa Renacimiento une en un volumen dos libros narrativos de Cernuda, ‘Ocnos’ y ‘Variaciones sobre tema mexicano’
LUIS ANTONIO DE VILLENA
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upongo que es bastante arduo separar la diferencia entre ‘poema en prosa’ y ‘prosa lírica’. Pero creo que esencialmente la ‘prosa lírica’ es más prosa o si se quiere mejor, se acerca más al relato, sin que falte el lirismo que es poesía. Teniendo eso en cuenta, los únicos poemas en prosa del gran Luis Cernuda (1902-1963) están en sus libros de la etapa surrealista y tienden a ser textos breves e integrados al conjunto del libro al que pertenecen, así ‘Los placeres prohibidos’. Podemos decir así que Cernuda publicó dos libros de prosas líricas, que son los ahora cuidadosamente reeditados juntos. El primero fue ‘Ocnos’ (1942) aunque siempre ampliado en ediciones sucesivas hasta el final y el segundo –más breve– ‘Variaciones sobre tema mexicano’ (1952), ambos con
lirismo y suficiente narratividad. ‘Variaciones…’ es el libro de la fascinación del exilado Cernuda por el país México. Va por vez primera de vacaciones en 1949 y volverá con asiduidad mayor, hasta prácticamente quedarse allí, donde murió y está enterrado. Cernuda (que venía de años de áspero norte) amaba el sur y el calor y lo halló en México pero además el exilado –aunque fuera de su patria, a la que nunca retornó– halló el sonido de su idioma en la calle, y ello le proporcionó otra calidez distinta. Todo eso está en las nítidas prosas líricas de ese libro, que pese a su elegancia –Cernuda fue casi siempre un poeta extrarradial– no volvió a reeditarse hasta después de su muerte. Diferente es el caso de ‘Ocnos’ que termina siendo una suerte de bellísimo esbozo en prosa sutil de lo que pudieran ser unas memorias líricas del propio Cernuda, empezando por su infancia y mocedad sevillanas. Pero nunca se nombra (aunque sea obvia) la ciudad de Sevilla, porque Cernuda detestaba el
El escritor Luis Cernuda, en Acapulco, en 1950. :: ARCHIVO DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES nacionalismo o regionalismo y porque se marchó de su ciudad natal en 1928 y nunca regresó. Por ello alguien ha dicho (del primer ‘Ocnos’) que se trata de «la sevillanía huyendo de Sevilla». Quizá tenga razón, pero es probable que la frase hubiera disgustado a Cernuda. El libro está escrito en Glasgow, Escocia, al principio de la II Guerra Mundial, donde el poeta está exilado y es profesor de español. Difícil imaginar un espacio tan lóbrego y propenso por ello a la lejana y sutil evocación sureña. Esa primera edición salió en Inglaterra en
OCNOS / VARIACIONES SOBRE TEMA MEXICANO Luis Cernuda. Edición Juan Lamillar. Renacimiento, Sevilla. 239 págs.
1942. En 1949 en Ínsula, José Luis Cano publica una segunda edición aumentada de ‘Ocnos’, donde para el autor ya se ha roto el tema andaluz o sevillano de fondo que unificaba la primera. Para Cernuda (entonces profesor en EE UU) esa ruptura es claramente positiva, pues en la misma tersa prosa amplía temas y motivos, siempre con sensualidad que alcanzará un punto a la beldad masculina. La tercera edición de ‘Ocnos’ (de nuevo ampliada, las tres son primeras ediciones) salió en México en 1963. Cernuda preparó y corrigió todo,
«‘Ocnos’ termina siendo una suerte de bellísimo esbozo de lo que podrían ser unas memorias líricas de Cernuda»
pero no llegó a ver ejemplares. Luego se hallaron algunas nuevas prosas poéticas de ‘Ocnos’ que leemos ya. Uno de los grandes libros del poeta. Sin más.
12 LA SOMBRA
DEL CIPRÉS
LECTURAS
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De yunque a martillo
CUANDO YUNQUE, YUNQUE. CUANDO MARTILLO, MARTILLO
Crónicas inglesas de la Segunda Guerra Mundial JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN
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uestro país ha gozado a lo largo del siglo XX de periodistas viajeros, excelentes cronistas de la realidad y de los acontecimientos que han marcado la historia europea, tan cargada de catástrofes humanas y políticas, de avatares destructores, de ensañamientos de extrema crueldad. La misma editorial que hoy nos brinda la recuperación de Augusto Assía, ha publicado a Manuel Chaves Nogales o a Agustí Calvet, ‘Gaziel’, quien viajó por una parte del continente durante la Primera Guerra Mundial, y recogió sus reportajes al diario ‘La Vanguardia’ en un volumen titulado ‘De París a Monastir’, en 1917. A ese mismo periódico envió más de un centenar de crónicas el periodista gallego Augusto Assía, que se llamaba en realidad Felipe Fernández Armesto (1906-2002). Assía permaneció en Londres durante toda la Segunda Guerra Mundial, y desde allí ilustró a sus lectores españoles sobre la deriva del conflicto y, además, glosó la idiosincrasia británi-
Tres
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res rosas amarillas’ es uno de los cuentos de Raymond Carver que más gustan. Por muchas razones, casi a cada lectura encuentro una nueva, no todas expresables, no todas coherentes con las anteriores. Quizás la más misteriosa sea el misterioso parentesco que le sospecho, no acierto del todo a decir por qué –y en cualquier caso, lo que si acierto, sería demasiado largo de decir–, con otro de mis cuentos favoritos: ‘Mensaje Imperial’, de Kafka. Otra, qui-
ca y el papel que jugó en la actividad bélica. Chaves Nogales, Gaziel o Assía, como Josep Pla o Julio Camba, son vivos ejemplos de que se puede crear un periodismo que nada tiene que envidiar a la buena literatura creativa, sin dejar nunca de intentar describir con hondura la realidad circundante como debe el oficio. Los artículos de Assía fueron recopilados en sendos libros en 1946 (‘Cuando yunque, yunque’) y 1947 (‘Cuando martillo, martillo’). Yunque y martillo son las metáforas de que se sirve el periodista para definir el papel que Inglaterra se ve destinada a jugar a lo largo de la guerra, recibiendo golpes, primero, y asestándolos después. Fernández Armesto empezó muy pronto a colaborar en ‘El Pueblo Gallego’ de Vigo. Cursó estudios de Filosofía y Letras. Inició sus envíos a ‘La Vanguardia’ a comienzos de los años treinta en Berlín, adonde había viajado para ampliar estudios. Expulsado de Alemania por el reciente gobierno nazi, que no lo juzgaba de su agrado, fue entonces enviado a Londres como corresponsal del periódico barcelonés, donde permaneció hasta el final de la guerra, exceptuando el período del conflicto civil español. Más tarde, hasta 1970, ejerció de co-
zás, sea que el protagonista aparente –sólo aparente, el real sólo aparece en las páginas finales del relato– es Gogol, a la sazón otro de mis cuentistas preferidos. Tal vez me guste, también, la contumacia del propio Gogol a lo largo del relato, en restar importancia a su gravísima enfermedad, en negar la evidencia de la muerte hacia la que se precipita. En cierto modo, creo, este empeño se ve reivindicado por el final del relato. O tal vez el cuento me gusta porque, sucintamente, podría resumirse así: Donde hay un corcho de champagne la muerte no está. También está el hecho ineludible de que el cuento, como todos los
Augusto Assía. Prólogo de Ignacio Peyró, Barcelona, Libros del Asteroide, 476 páginas, 24,95 euros.
lutamente orientadas a ensalzar la necesidad y la importancia de que los aliados ganaran la guerra frente al nazismo y el fascismo con el que el franquismo cooperaba incluso militarmente (Assía no hace mención alguna a la División Azul, por ejemplo). El cronista escribe, ya en enero de 1945, que «la idea de que no solo Alemania, sino el nazismo, es una nuez difícil de cascar domina cada vez más la imagen del futuro». Tampoco escatima elogios, por ejemplo, a la hora de contar el importante papel que el ma-
quis francés juega en la resistencia y en la liberación de Francia, al tiempo que los guerrilleros españoles preparan o llevan a cabo la invasión del Valle de Arán, a la que por supuesto no alude en ningún momento. Pero sin duda lo mejor de estas crónicas, que no tienen desperdicio alguno, es la glosa del ser propio de los anglosajones. Nada escapa a la agudeza de Assía: el talante, el humor, las relaciones sociales, la visión del mundo, la historia. El periodista conoce a fondo el funcionamiento de las
instituciones culturales y políticas de aquel país. Describe su sistema educativo y sanitario, su economía, sus sindicatos, su complejo sistema parlamentario. Informa sobre las leyes y las reformas que, a lo largo de toda la guerra, los políticos trabajan, proyectan y debaten para paliar los efectos de la misma una vez restaurada la paz. No sólo eso: Assía retrata con fino humor a personajes del relieve de Churchill o de Bernard Shaw. No excluye a nadie del poder de su lupa. Hay crónicas que son auténticas delicias literarias. Por ejemplo, la que dedica a Lord Lovat, milord escocés señor del castillo de Beaufort, «frío, suave como una trucha», lector de Proust, que no duda en arriesgar y casi jugarse la vida al son de las gaitas para destruir una batería alemana. O la que Assía dedica a comentar el folleto de instrucciones que el Estado Mayor norteamericano entrega a sus soldados al llegar a Inglaterra, para aprender lo que deben hacer y lo que han de evitar a la hora de moverse entre compañeros ingleses, con el fin de no provocar el menor desencuentro. Respecto a la diferencia de acento, el consejo no puede ser más conciliador: «Tan cómico como suena para ti el acento inglés, suena para los ingleses tu acento, con la diferencia de que el suyo es el verdadero inglés».
de los autores que le movió a escribir. La autora en cuestión es Berta Delgado Melgosa, el libro: ‘Los que sobreviven nunca son los mismos’. Salió hace tiempo, pero lo he leído hace poco, recomendado por alguien. Lo malo de que te recomienden algo, sobre todo si el recomendador ha sido ya fiable, es las altas expectativas que genera. No digo que este brevísimo haz de cuentos no tenga nada que merezca la pena. De hecho tiene muchas cosas, atisbos, imágenes poderosas, y al menos tres cuentos, quizás cuatro, dignos de la más atenta consideración. Sin embargo también tiene fallos que a uno le resultan difíciles de
pasar por alto. Uno de los escollos más irritantes que les encuentro a alguno –uno o dos, tal vez– de estos cuentos, es la sensación de estar siendo sermoneado. A veces, el fallo está en la dirección quizás demasiado fácil que toma una trama, en otras ocasiones enseña demasiadas cartas de la mano. No es así, sin embargo, en el cuento ‘En colisión’, dónde el juego de ocultación es perfecto, y que sería uno de los mejores si no fuera por algún pequeño error, o detalle chirriante, no recuerdo bien si de concordancia, de leísmo, o de frase no del todo bien construida. Hay varios a lo largo de todo el volumen. Y así como el tapón de corcho a los
pies de la viuda de Gogol en ‘Tres rosas amarillas’, acapara penosamente la atención del pulcro botones, haciendo que no preste la atención debida al mandado de la dama, estos errores, no demasiados, pero que en un espacio tan breve parecen acumularse, nos desvían del texto. Es más, nos predisponen en contra, y nos lanzan a una morbosa caza del gazapo que estropea la lectura. Errores difíciles de explicar, además, si se tiene en cuenta la maestría de ‘Dodgy Dave, puerta 5’, el penúltimo de los cuentos. Quizás sea una cuestión de revisión. O la cuestión tal vez sea si tres cuentos justifican un libro. No tengo respuesta.
El periodista Felipe Fernández Armesto, ‘Augusto Assía’. :: EL NORTE rresponsal en Bonn, en Nueva York, en Washington. Armesto, o Assía, era pues un periodista culto, de ideas liberales, entusiasta de la democracia parlamentaria, de la libertad de expresión, del diálogo y la negociación entre partidos políticos de diferente índole. No oculta su rechazo al comunismo y, por extensión, de cualquier ideología que juzgara extremista. Pese a ello, no deja de resultar algo sorprendente que un periódico editado en España bajo el franquismo pudiera dar a conocer sus crónicas anglófilas, abso-
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
cuentos de Carver, es una pieza redonda, perfecta. Pero en realidad no es ‘Tres rosas amarillas’, ni Carver, el objeto de este artículo. Si hablo de él es por dos razones: una: así me ha salido; dos: porque la autora del libro que me ocupa, según dice en alguna parte de ese vasto mar de información que es Internet, considera que Carver es uno
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Sábado 28.02.15 EL NORTE DE CASTILLA
LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Ebriedad de la escritura garantiza la autenticidad de un verbo ajeno a piruetas versificadoras: «No hay prisión más dulce que este aire/ ni morada más cruel que la palabra,/ pero yo he elegido vivir aquí,/ mudo y dichoso entre estas voces ilegibles,/ en el espacio iluminado por on su habitual esmero y el día que se desangra». rigor editorial, Eurisaces En su prólogo –escrito en verso–, ha dado a la luz ‘Preludio Luz Pozo Garza afirma: «Alma coraa la ceguera’, un volumen zón y vida espíritu/ y conciencia reque recoge una importante muestra pasas con amor/ intimidad que asude la obra poética de Javier Rodríguez mes/ con actitud vehemente/ y su González. Este auriense de 1983, li- misterio…». Y acierta la poetisa gacenciado en Filología Hispánica y do- llega al retratar las claves temáticas cente en diversos centros de ense- que sobrevuelan estas páginas. Muñanza, alterna su labor lírica con su cho hay aquí, sí, de amatoria espiritarea ensayística. tualidad, de enigma, de búsqueda, de En esta compilación, vertebrada aprendizaje. Porque al hilo de su dede forma cronológica (2010-2014), cir, Javier Rodríguez González trata recoge poemas de seis títulos, cada de establecer una armonía interior, uno de los cuales ha sido reconocido una razón sanadora que le permita en algún certamen literario. A éstos, alcanzar una libertad creativa capaz –‘Callafell, 1989’, ‘Lux Beatissima’ de desvelar los interrogantes que ani(2011), ‘Esgrevia Lira’ (2011), ‘Home- dan en su propia ánima. Revelacionaxe’(2012) y ‘Antífona’(2013)–, se nes, en suma, que no sean respuesune el inédito, ‘Preludio a la cegue- tas llegadas del pasado, ni adivinatora’, que nomina el conjunto. rias quimeras futuras, sino evidenEsos cinco años de producción, vie- cias que sostengan el hoy y su vernen marcados por un denodad: «Todo es presente./ Mi minador común: la serena única certeza es el silencio, contemplación con la que abrasándose en mis ojos/ y el vate orensano se acerca a la elegible luz/ que enmusu ámbito creativo. Desde dece ahora/ bajo la ebriedad un realismo moderado, si de la escritura,/ y me arrasestricto, su discurso se artitra, y me lleva consigo,/ hascula a través del hábito y la ta el cuerpo nativo del crecreencia de que la verdad púsculo». interior debe hallar un exacEn esa compleja tarea de to contrapunto en la exiscombinar reflexión y sentencia que rodea al prójimo. PRELUDIO timiento se ha afanado, Así, el sujeto lírico que esen- A LA pues, el poeta, para tratar cia con su verso cuanto mira CEGUERA de compartir con el lector y oye, puede llegar a con- Javier Rodríguez sus inquietudes y cavilaciovertir su propia poesía en González. nes más subjetivas. Y lo ha Eurisaces Editora. perspectiva desnuda y soli- Ourense, 2014. hecho también, mediante daria: «Escribir./ Decir./ De- 120 págs. 15€. el acercamiento de otras lensentrañar/ la quieta simeguas –castellano, inglés, gatría/ que perdura/ cuando todo calla llego, alemán…–, de otros lugares –Caal fin», anota Javier Rodríguez Gon- lafell, Tubinga, Venecia...–, de otros zález en uno de los primeros poemas autores –Hölderlin, Rimbaud, de esta antología; para más tarde, aña- Rilke…–, que conforman y compledir: «Reescribir el instante,/ grabar mentan este mapa tan cómplice como sobre la página desnuda/ la incesan- personal: «Está amaneciendo/ dente presencia,/ la descarnada verdad,/ tro de mis ojos./ El aire graba mi epiel rastro inaudible/ del relámpago/ tafio/ en la impalpable claridad del que alumbró entonces tu mirada». día». Se trata, pues, de un cántico que Debo llamar la atención sobre el no huye de su tiempo, sino que lo epílogo de Ramón Cao Martínez, que, aguarda, lo certifica y camina de su a lo largo de veintisiete páginas, anamano despaciosamente. Además, el liza, compara, diferencia, deconstruempeño del poeta por aunar un len- ye…, con esmero y atención, los apeguaje introspectivo y elaborado con nas cuarenta poemas que conforman una dicción nominalista e intuitiva, esta compilación. Un trabajo, que a buen seguro, será referencia inexcusable para todo aquel que quiera aproximarse a la obra de Javier Rodríguez «El poeta busca González, y sobre la que el citado Cao una armonía interior, Martínez, anota: «Es esta una poesía que se inscribe –consciente, delibeuna razón sanadora radamente– en la tradición europea que le permita alcanzar y de ella bebe: desde la Edad Media la libertad creativa» latina europea hasta la reciente poesía hispánica y occidental». JORGE DE ARCO
C
Obsesionarse o no, he ahí... :: SUSANA GÓMEZ «Aquella mañana, al levantarme lo vi. A los pies de mi cama había un balón que no era mío. No sé de dónde vino. Apareció». Así da comienzo esta historia de tonos inquietantes, y en la que algo tan inocente como una pelota amarilla acaba por convertirse en una obsesión cercana a lo claustrofóbico. Atravesado por ecos formales propios del ‘thriller’ psicológico, el relato tiene el acierto de transformar algo plenamente inofensivo en una experiencia amenazadora, en tanto que ilustraciones amables y llenas de color arropan la impresión de cuento infantil y fantástico. El contrapunto: perspectivas a ras de suelo en las que el niño nunca muestra el rostro, pues el verdadero protagonista de la historia es el intruso esférico que llega para quedarse a la
EL INTRUSO Pablo Albo y Cristina Sitja Rubio. Editorial A buen paso. 36 págs. 14 euros. Edad recomendada: a partir de 8 años.
habitación del narrador. De pequeño formato (algo que todavía intensifica más los aspectos paratextuales de la narración para niños), el álbum juega así a establecer dos niveles discursivos, en una apuesta que pone de manifiesto algunos de los mecanismos de las obsesiones que pueden cercarnos. Una prosa diáfana y precisa da lugar a un segundo pero no menos interesante plano, punto de partida de la reflexión y el diálogo: la posibilidad de conversar con el adulto sobre los miedos, el aislamiento (auto)inducido, los cambios en nuestro microcosmos y el modo de afrontarlos, así como la actitud ante lo desconocido, las distorsiones reales o inventadas con que percibimos lo que nos rodea y la llegada de elementos nuevos a lo que consideramos nuestra zona de confort.
Voces y miradas en femenino :: S. G. «Querida Malala, aunque no nos hemos visto nunca, es como si te conociera (…) Nunca te he visto, pero he escuchado tu voz (…) La primera vez que oí hablar de ti, fue un día horrible. Te habían disparado solo porque ibas a la escuela. Pero sobreviviste (…)». Son los retazos de las cartas enviadas a Malala por niñas de todo el globo, en las que jóvenes que en muchos casos conocen en la propia piel una historia de pobreza, discriminación o violencia se dirigen a la adolescente pakistaní que un 9 de octubre de 2012 fuera tiroteada en la cabeza por un talibán, como castigo por haber hablado en público sobre el derecho
QUERIDA MALALA Rosemary MacCarney con Plan Internacional. Editorial Juventud. 32 páginas. 13 euros. Edad recomendada: a partir de 7 años.
a la educación de todas las niñas. Ilustrado con bellas fotografías donde miradas en femenino reivindican la dignidad de ser, el volumen recoge muestras de las declaraciones de un cortometraje realizado por Jen Albaugh en el seno del Plan International Communications, con motivo del ‘Día de Malala’ declarado por la ONU el 12 de julio de 2013. Ese día, quinientas líderes jóvenes tomaron las Naciones Unidas, para rendir homenaje a la joven que fuera Premio Nobel de la Paz en 2014, «una niña como las demás» que dice no hablar solo por ella, sino alzar la voz «no para gritar, sino para que podáis escuchar a los que no tienen voz».
14 LA SOMBRA
Sábado 28.02.15 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
H
ace unos días me preguntaron si era correcto el enunciado ‘Pepa es una de los mejores periodistas de este país’ o si había que decir ‘Pepa es una de las mejores periodistas de este país’. Vi claramente por dónde iban los tiros y antes de responder pregunté que a quién se pretendía aludir con la palabra ‘periodistas’, si solo a un grupo de mujeres o, por el contrario, a un grupo mixto. Nos encontramos ante una clase de construcciones partitivas en oraciones atributivas en las que el atributo lo forman un elemento de cuantificación seguido de un complemento partitivo encabezado por la preposición ‘de’. El cuantificador designa la parte y el complemento partitivo, que se construye en plural, el todo. En estas construcciones se selecciona una parte de un conjunto mayor, que representa un grupo delimitado. De ahí mi pregunta sobre el referente exacto de la palabra ‘periodistas’. Uno de los caballos de batalla de estas construcciones es la concordancia. Según el ‘Diccionario panhispánico de dudas’ de la RAE (2005), si ambos elementos (el cuantificador y el complemento partitivo) tienen flexión de género, «debe haber concordancia forzosa entre ellos». De aquí se deduce que si el cuantificador tiene flexión de género, como en el ejemplo que nos ocupa (uno, una, unos, unas), no se considera correcto usar el femenino en la designación de la parte (una) y el masculino en la designación del todo (de los mejores periodistas), «aunque con ello se pretenda señalar que la parte aludida pertenece a un colectivo mixto». El ‘Diccionario panhispánico de dudas’ ofrece como ejemplos ilustrativos (y documentados) de enunciados incorrectos los siguientes: ‘Se escucharon las proposiciones de Míriam Orellana, [...] una de los académicos invitados’ y ‘Usted es una de los alumnos más brillantes de que goza la Facultad’. Y añade: «debió decirse, respectivamente, ‘una de las
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
UNA CONCORDANCIA MUY ESPECIAL
Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es
académicas invitadas’, ‘una de las alumnas más brillantes’). Con estos mimbres, intentaré responder a la pregunta que me formularon. El enunciado ‘Pepa es una de las mejores periodistas de este país’ es correcto, pero dejando claro que el conjunto sobre el que se habla está formado solo por mujeres de esta profesión. Por lo tanto, tomando en consideración exclusivamente a las mujeres que ejercen el periodismo, Pepa es una de las mejores. No comparto esta ‘regla’ académica que obliga a establecer la concordancia en femenino, pues esta concordancia obliga al interlocutor a entender que en el todo (periodistas en este caso) solo hay mujeres. ¿Qué propone la RAE para el caso de universos compuestos por individuos de uno y otro sexo, es decir, en este caso por periodistas va-
rones y por periodistas mujeres? Habría que decir ‘Pepa es uno de los mejores periodistas de este país’, queriendo decir, claro está, que Pepa ocupa una posición preeminente entre ellos en cuanto a su calidad. Sigo sin compartir esta opción académica, que fuerza a establecer concordancia de género entre el cuantificador y el elemento partitivo y que deja de lado la concordancia que se establece entre el sujeto y el núcleo del atributo en una oración atributiva. Esta claro que en este tipo de enunciados el hablante desea ponderar o comparar determinadas propiedades o atribuciones de un sujeto de sexo femenino con relación a todas las personas, hombres y mujeres, de su misma clase. Se destaca la singularidad o el carácter extremo de una cualidad con relación a un conjunto de personas en que se da la misma cualidad. En el caso que nos ocupa, se desea destacar la calidad de una periodista con relación a todos los periodistas de este país. Los análisis gramaticales apenas destacan los problemas de concordancia que se plantean cuando los sujetos son de género femenino, problemas que se agravan aún más por la ‘novedad’ que supone, culturalmente hablando, que determinadas mujeres se comparen con grupos mixtos. Yo me inclino clarísimamente por la opción ‘Pepa es una de los mejores periodistas de este país’ por dos razones: a) para mantener la necesaria concordancia del atributo con el sujeto; y b) para expresar claramente que la comparación se establece entre una mujer y un grupo mixto (porque con el género femenino únicamente se compararía con el grupo correspondiente de su mismo sexo). De igual manera optaría por las opciones ‘Margarita Salas es la única de todos los científicos españoles que recibió ese premio’ y ‘Almudena Grandes ha sido la primera de todos los escritores españoles en recibir el premio Rossone d’Oro’.
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID
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MARGEN VALLADOLID
FICCIÓN
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Un jardín al Norte. Boris Izaguirre (Planeta)
Donde no estás. Gustavo Martín Garzo (Destino)
Cabaret Biarritz. José C. Valdes (Destino)
No sonrías que me enamoro. Blue Jeans (Planeta)
También esto pasará. Milena Busquets (Anagrama)
Distintas formas de mirar... J. Llamazares (Alfaguara)
El juego sigue... Casariego (Siruela)
Abram y su gente. Jiménez Lozano (Biblioteca Autores )
Cincuenta sombras de grey. E. L. James (Debolsillo)
Te quiero (casi siempre). A. Llena (Espasa)
Distintas formas de mirar... J. Llamazares (Alfaguara)
El cura y los mandarines. Gregorio Moran (Akal)
Donde no estás. Gustavo Martín Garzo (Destino)
La indiana. M. Álvarez (Esfera)
Y de repente Teresa. Jesús Sánchez (Edicines B)
Esperando al rey. Peridis (Espasa)
Sígueme la corriente. J. Megan Maxwell (Esencia)
La vida de Alma. J. Marciel (Anahata)
La puerta del cielo. R. Calderón (Planeta)
Cuentos Eróticos. Marqués de Sade (Hermida)
NO FICCIÓN
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Sí tú puedes. Cristina Soria (Temas de hoy)
Millenials... I. Ortega (Universidad)
Juan Carlos I. Fernando Onega (Plaza&Janés)
Qué es un dispositivo. Giorgio Agamben (Anagrama)
Destroza este Diario. Keri Smith (Paidós)
Valladolid universal. R. Alonso. (Elefantus)
Hacia el infinito. J. Hawking (Lumen)
Superprofesional. Alfonso Alcántara (Alienta)
Los últimos españoles... C.H. de Miguel (Ediciones B)
Reivindicación del alma. Gómez Bosque (De Santos)
Los últimos españoles... C.Hernández (Ediciones B)
Grandes venganzas... Gonzalez Ugidos (La Esfera)
La Segunda Guerra Mundial... J.E.Galán (Planeta)
Los últimos españoles... C.Hernández (Ediciones B)
Yo fui a EGB 2. Ikazl (Plaza&Janés)
La sublime locura... Indro Montanelli (Gallo Nero)
Aprende a comer. Antonio Escribano (Espasa)
Viejos cafés de Valladolid. J. M. Ortega (Maxtor)
El capitán en el siglo XXI. T. Piketty (FCE)
La economía. Santiago Niño (Libros del Lince)
SANDOVAL VALLADOLID
LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA
SEMURET ZAMORA
PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA
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Distintas formas de mirar... J. Llamazares (Alfaguara)
Cabaret Biarritz. José C. Valdes (Destino)
Ofrenda a la tormenta. Dolores Redondo (Destino)
También esto pasará. Busquets (Anagrama)
Donde no estás. Gustavo Martín Garzo (Destino)
Distintas formas de mirar... J. Llamazares (Alfaguara)
Distintas formas de mirar... J. Llamazares (Alfaguara)
Cabaret Biarritz. José C. Valdes (Destino)
También esto pasará. Busquets (Anagrama)
Stoner. John Williams (Baile del sol)
Crímenes que no olvidaré. Bartlett (Destino)
Vestido de novia. P. Lemaitre (Alfaguara)
El peso del corazón. Montero (Seix Barral)
Como la sombra que se va.. A.Muñoz Molina (Seix Barral)
Esperando al rey. Peridis (Espasa)
Blitz. David Trueba (Anagrama)
La tierra baldía. Elliot (Lumen)
Blitz. David Trueba (Anagrama)
Así empieza lo malo. Javier Marías (Alfaguara)
Y de repente Teresa. Jesús Sánchez (Ediciones B)
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El Capital en el Siglo XXI.T. Piketty (FCE)
Medicina sin engaños. J. M. Mulet (Destino)
Palabrotalogía. Ortega. (Crítica)
El cura y los mandarines. Gregorio Moran (Akal)
El cura y los mandarines. Gregorio Morán (Akal)
Lo que dice la ciencia...VV. AA. (Temas de hoy)
El capitán en el siglo XXI. T. Piketty (FCE)
Los últimos españoles... C. Hernández (Ediciones B)
Últimos españoles... Hernández Miguel (Ediciones B)
El capitán en el siglo XXI. T. Piketty (FCE)
El cura y los mandarines.Gregorio Morán (Akal)
Las gafas de la felicidad. R. Santandreu (Grijalbo)
Atlas de Historia crítica y... (Le Monde Diplomatique)
Lunario 2015. Michel Gros (Artús Porta Manresa)
Perros e hijos de perra. Reverte (Alfaguara)
Usar el cerebro. Facundo Mares (Paidos)
Gráficos para comprender... Alternativas Económicas
Masterchef junior. VV. AA. (Temas de hoy)
El final de la guerra. Preston (Debate)
La cruzada del Océano. Esparza ( La Esfera)
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Sábado 28.02.15 EL NORTE DE CASTILLA
EL ARTE DE LA CIVILIZACIÓN
‘Guillotina Chanel’, de Tom Sachs, expuesta en la muestra ‘Lujo, modo de empleo’. :: EFE
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a admiración fue mayúscula entre los asistentes a la exposición nacional de Bellas Artes de 1860. Finalmente, el país gozaba de un joven pincel capaz de arrancarle al pasado la épica, la pasión y la grandeza que la ciudadanía española necesitaba después de tantas décadas con la cerviz gacha. La silente envidia que los aburguesados y liberales viajantes padecían al contemplar el nacional-romanticismo en las obras de Delacroix, capaces de henchir el espíritu patriótico más pusilánime, podían desquitarse contemplando las recreaciones dramáticas de un joven alcoyano, con indiscutible talento para la composición, la anatomía y la administración de la luz, llamado Antonio Gisbert. Aquel magnífico lienzo, que se llevaría la medalla de la exposición, rememoraba la ejecución de los rebeldes comuneros castellanos un día después de su derrota en la campa de Villalar. Los trazos y las veladuras de Gisbert mostraban a los reos intactos en sus convicciones ante el cadalso, cobijados aún en la grandeza de sus motivos, mientras el verdugo alzaba la cabeza decapitada de uno de ellos para que todos los habitantes de la villa pudieran verla. Sin embargo, no era el espanto por una muerte tan cruel y aberrante lo que el cuadro de Gisbert despertaba entre sus espectadores. Tampoco la abyección por un régimen y un monarca capaz de actuar así contra unos nobles disidentes. Igual efecto podría hallarse en otro de los célebres cuadros firmados por Gisbert, donde consigue mostrar la entereza del general Torrijos en el momento en que ha de ser fusilado, junto a sus compañeros, en la playa malagueña de San Andrés. En este caso, como en el de la decapitación de los comuneros, la ejecución es considerada una oportunidad para inmortalizar los verdaderos alardes de entereza que caracterizan al héroe español. Acaso ambos ejemplos coincidan en asumir la realidad del castigo como un asunto indiscutible; lamentable, tal vez, pero sobre el
Si algo ha caracterizado la producción de Sachs ha sido su atención a los ingenios dedicados a la eliminación
OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA
que apenas ha de perderse el tiempo. La muerte, la ejecución inmediata de los derrotados, es uno de los cimientos en los que se sustenta la civilización occidental, aunque el espanto por ella nos conmocione cuando los enemigos exóticos de occidente pretenden cimentar la suya de igual modo. Este es parte del mensaje subyacente que podemos hallar en la obra de Tom Sachs, el arquitecto neoyorquino capaz de elaborar con sus manos los objetos que la realidad fabril muestra con un acabado imposible. Sachs utiliza cualquier material o herramienta para fabricar los símbolos de nuestro devenir tecnológico y presta mayor atención, si cabe, a aquellos objetos que han catapultado la ambición del hombre. Desde pistolas caseras confeccionadas con madera de aglomerado, resortes y muelles, hasta el módulo lunar; desde menús completos de McDonald’s hasta cámaras fotográficas. Pero si algo ha caracterizado la joven y precisa producción artística de Sachs, por el momento, ha sido su especial atención a aquellos ingenios humanos dedicados a la eliminación para que su revisión casera, pueril y limitada, envuelta, sin embargo, con la atrayente mercadotecnia del momento, permita contemplar su perversa naturaleza. Entre su guillotina casera de Chanel, su ‘Prada Death Camp’, su réplica de la bomba atómica lanzada por el Enola Gay, titulada ‘Sony outsider’, o su ‘Barbie Slave Ship’, una juguetona y multifuncional versión del HSM Victory, la más letal máquina de matar del siglo XVIII, repleta de mujeres esclavas (de Madonna a la madre Teresa), Sachs banaliza la sed de sangre hasta el punto de despertar nuestra humanidad, narcotizada por la grandeza grupal.
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 28.02.15 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
El regreso de las luciérnagas T
odos los cuentos suelen empezar con un niño o una muchacha que se ven forzados a abandonar el mundo de lo conocido para adentrarse en un espacio peligroso y extraño donde hasta lo más siniestro puede suceder. En Blancanieves, la pequeña princesa se verá arrancada bruscamente del cómodo palacio donde vive, rodeada del amor de los suyos, para ser arrojada a un territorio hostil donde debe aprender a sobrevivir. Abandona, en suma, el reino del día para ingresar en el de la noche, que es el reino de lo distinto, de lo irreductible, de lo Otro. Y hablar de lo Otro es hablar de los animales, de los dioses, de las criaturas que pueblan los sueños, pero también de todo lo humano marginado: los extraños, los locos, los extranjeros, los niños, los muertos. Todos ellos son los habitantes de la noche. Pero en la noche no solo hay oscuridad, no sólo hay vejaciones y daño; la noche es también el reino de las luciérnagas. Pasolini habló en un artículo famoso de cómo estos insectos que tienen el poder de brillar en la oscuridad estaban desapareciendo de los bosques y campos de Italia, y vio en ese hecho un símbolo de la desaparición del mundo en el que creía. Pasolini, que había recibido como herencia del cristianismo la idea de la sacralidad de la vida, no podía resignarse a vivir en un mundo donde el cuerpo fuera una mercancía más. En una de sus cartas, escribe a un amigo napolitano: «No le tengas miedo a lo sagrado y a los sentimientos, de los cuales el laicismo consumista ha privado a los hombres transformándoles en brutos y estúpidos autómatas adoradores de fetiches». Y las luciérnagas simbolizan para él el mundo libre e inagotable del deseo y del sexo, el mundo donde se celebran las bodas entre sueño y realidad, entre la vida y la muerte. Y eso representa la noche en el mundo de los cuentos: el reino donde todo eso sucede. En un cuento de George MacDonald, los gigantes dan su corazón a una nodriza para evitar la responsabilidad que supone tener que ocuparse de él. ¿No hacemos nosotros lo mismo? Vivimos rodeados de injusticias y horrores, de seres arrogantes y déspotas, capaces de cometer los crímenes más atroces, y miramos para otro lado como si nada de lo que hacen
:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL
tuviera que ver con nosotros. No queremos tener corazón, por el compromiso que supone tenerlo. Son los niños los que no pueden vivir sin él, por eso necesitan jugar, por eso necesitan escuchar historias, para conseguir que ese corazón siga latiendo. Lo necesitan, sobre todo, cuando se sienten solos y abandonados, como Blancanieves. Los cuentos le piden a la oscuridad un lugar
DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO
donde ese corazón pueda seguir latiendo. Porque ese territorio donde sus protagonistas andan perdidos no sólo es el reino del horror y la muerte, sino también el de la libertad y el conocimiento, el de los deseos que por fin pueden decir lo que quieren. Es en un territorio así donde Blancanieves será abandonada y, tras su encuentro con los enanitos, pasará a formar parte de una comunidad de iguales donde por fin podrá tener una vida hecha a la medida de lo que desea. Porque no deja de ser extraño que el verdadero peligro para Blancanieves no proceda del bosque, ni de sus ocultas criaturas, sino del interior mismo palacio en que habita, de su propia familia y de los adultos que le rodean. Porque ¿por qué su madrastra se porta así con ella, por qué la quiere matar? Aun más ¿por qué nadie la defiende de sus terribles y delirantes celos? ¿Dónde está su padre, qué hace, por qué no corre en su ayuda? ¿Por qué
«No queremos tener corazón, por el compromiso que supone tenerlo» «¿Por qué los padres de los cuentos se desentienden de sus hijos tan pronto les dan el mínimo problema y siguen haciendo su vida?»
los padres en los cuentos se desentienden de sus hijos tan pronto les dan el mínimo problema y siguen haciendo su vida como si no les importara lo que les pudiera pasar? Los padres de Hansel y Gretel les abandonan sin más en el bosque cuando no tienen qué darles de comer, y tanto el padre de Cenicienta como el de Elsa, la princesa de ‘Los cisnes salvajes’, viven ajenos al trato que sus respectivas madrastras dan a sus hijas. Lo suyo no es ocuparse de los niños. Viven pendientes de sus negocios y gobiernos, de sus tratos con eso que hemos dado en llamar realidad, y no les preocupa en exceso lo que pasa en el interior de sus casas. ¿Es esto un mero reflejo del papel que los hombres han cumplido hasta hace muy poco, y en cierta forma siguen cumpliendo, en la educación de los niños, o responde también a una razón más honda? Aún más, ¿no son los padres varones en todas estas historias un símbolo de lo real, y es
justo su falta la que propicia la aparición del mundo de los cuentos y juegos, del mundo siempre esquivo y peligroso de los deseos de los niños? De eso hablan los cuentos, y por eso los padres se los cuentan a sus hijos, para hablar de lo que son de verdad. Y jugar para el niño no es otra cosa que dar cuenta en el mundo de la vida de sus deseos, llevar su verdad a la vida real. Las extravagancias que tanto abundan en los cuentos y los juegos tienen que ver con la incapacidad de los niños para aceptar una vida no marcada por lo excepcional. En realidad, todo el mundo del relato, las criaturas que lo pueblan, son pura psicología. Hablan de nuestra vida oculta, de lo que nos constituye más íntimamente y está más allá de nuestra vida consciente. Aún más, nos dice que sin descender a esas zonas silenciadas y extrañas y abrirnos a lo que allí se esconde, nunca podremos tener una vida completa. Es en ese mundo, en las historias que hablan de él, donde se guarda la verdad de lo que somos. Esas historias no son reales, pero hablan de esa verdad. La historia de Eros y Psique habla del eterno misterio del otro, que nunca es más presente que en el amor; la historia Orfeo y Eurídice, de la lucha contra la muerte. Los sueños en que se encuentran los amantes de nuestra película, cumplen una función semejante. Sueñan porque lo real no les basta, y necesitan regresar de alguna forma al reino del mito, al mundo de los relatos esenciales. La infancia pertenece a ese reino, también el amor, por eso tanto el niño como los amantes necesitan jugar. Es en el juego donde nos abrimos no solo al misterio de los demás, sino al de nosotros mismos. El que juega siempre convoca su sombra. Quiero ser real, es la plegaria silenciosa que acompaña el comienzo de todos los juegos. Pero la realidad ¿qué es? ¿Solo lo que tenemos delante de los ojos, aquello que percibimos con nuestros sentidos y que compartimos con los demás? Una calle es real porque sus tiendas, sus aceras, son visitadas por multitud de personas, que pueden encontrarse en ella y detenerse ante sus escaparates. Pero los sueños, los deseos ocultos, todo lo que esas personas callan acerca de sí mismas y de lo que quieren, ¿acaso son menos reales?