Regreso a Bloomsbury

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Sábado, 14.03.15 Número CXCVI

SOMBRA CIPRES LA

DEL

Regreso a Bloomsbury El matrimonio formado por Virginia y Leonard Woolf, con su perro en 1939. :: GISÈLE FREUND

Una nueva biografía de Virginia Woolf y la novela de Leonard ‘La aldea en la jungla’ mantienen viva la estela del grupo P2]


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DEL CIPRÉS

REGRESO A BLOOMSBURY

Gamberros, diletantes, genios

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uy pocos como Edward Morgan Forster han sabido retratar en sus novelas la belleza decadente, la hipocresía y las contradicciones de la Inglaterra de los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX. Las imágenes con las que David Lean y, sobre todo, James Ivory, llevaron más tarde al cine sus textos, en películas como ‘Pasaje a la India’, ‘Una habitación con vistas’ o ‘Regreso a Howards End’, dibujan en nuestra retina la iconografía de un tiempo definitivamente romántico, que da fe del fulgor del que sin duda es uno de los momentos más extraordinarios de la historia de Occidente. Algo que se expresa, quizás todavía con mayor contundencia, en un libro como ‘Maurice’, llevado también a la gran pantalla por Ivory en 1987, con las interpretaciones inolvidables de Hugh Grant, James Wilby y Rupert Graves. Toda la languidez y la morbosidad, pero también el brillo de la aventura intelectual de los viejos colegios elitistas británicos; rectitud y transgresión, casta y contestación social, frivolidad, rebeldía y diletancia. Ése era el caldo de cultivo en el que prosperó en la Universidad de Cambridge -para extender después su ejemplo por otros centros educativos, como el King’s College de Londres- la famosa sociedad secreta de los Apóstoles, la Cambridge Conversazione Society, fundada en 1820 por los doce discípulos del estudiante George Tomlinson, en plena efervescencia en el tránsito entre las dos centurias. Una liturgia que se repetía, cada tarde de sábado, con el debate sobre la ponencia de uno de sus miembros, y que cumplía fielmente el ritual de las ballenas (whales) de sardina con pan tostado, de los deslumbrantes libros de sesiones y de la custodia sagrada del Arca, que encerraba la sabiduría del grupo de generación en generación. Algunos de estos ‘apóstoles’ (Strachey, Wittgenstein, Russell, Keynes) continuaron después, al salir de la Universidad, fieles al espíritu de la conjura, integrándose en el famoso Círculo de Bloomsbury, un grupo de escritores, artistas e intelectuales que revolucionó, en el primer tercio del siglo XX, este viejo barrio londinense, que se extiende alrededor del

CARLOS AGANZO

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Museo Británico y la Royal Academy of Dramatic Art. Un barrio en el que vivieron también, entre otros, personajes como John M. Barrie, el autor de ‘Peter Pan’; como Charles Dickens, Charles Darwin, George du Maurier o William Butler Yeats. Un barrio que también dio nombre a otro ilustre círculo, quizás menos conocido: el Bloomsbury Gang de Whigs, formado en el siglo XVIII por de John Russell, cuarto duque de Bedford. Al lado del propio Morgan Forster, y sobre el núcleo duro que formaban Virginia Woolf; su marido, Leonard Sidney Woolf; su hermana, la pintora Vanessa Bell; el marido de ésta, Clive Bell, y el crítico de arte Roger Fry, el Círculo de Bloomsbury logró reunir a su alrededor a personalidades tan singulares como las del orientalista Arthur Walley, el escritor Lytton Strachey, el crítico literario Desmond MacCarthy, los escritores Katherine Mansfield y Gerald Brenan, y los pintores Dora Carrington y Duncan Grant. Y a auténticos agitadores de nuestra cultura como el Premio Nobel de Literatura Bertrand Rusell, su discíspulo Wittgenstein o el economista John Maynard Keynes. Una confluencia de talentos que llevó a escribir a Russell: «Cada vez que hablaba con Keynes, sentía que mi vida estaba en sus manos, y rara vez no me hacía sentir un poco tonto», y al propio Keynes a decirle a su mujer, después de recibir a Wittgenstein en la estación: «He encontrado a Dios en el tren de las 5:15»... Verdaderos maestros de la literatura y del pensamiento de la pasada centuria que, además, nunca terminaron de perder esa cierta rebeldía juvenil que alumbró sus

Algunos ‘apóstoles’ de Cambridge pasaron a engrosar las filas del Círculo de Bloomsbury

primeros años, ni tampoco esa ironía y ese sentido del humor que les caracterizó. Cuando pienso en la aventura de los ‘apóstoles’, o en la vitalidad y el genio creador de los miembros del Círculo de Bloomsbury, se me vienen también a la memoria, inevitablemente, las divertidas excentricidades del grupo español de la Generación del 27: Lorca y Buñuel, disfrazados de barrenderos, escuchando cómo les criticaban los ‘putrefactos’ con los que habían quedado en una esquina, o Alberti colándose en el Museo del Prado para ofrecer una surrealista explicación de ‘Las Meninas’ a los incautos visitantes extranjeros... De hecho, no podemos olvidar que la verdadera fama del Círculo de Bloomsbury, el detonante que serviría para que el grupo terminara convirtiéndose en un auténtico mito, provendría precisamente de una gamberrada, de una broma colosal que sacudió los cimientos de la sociedad de su tiempo. Fue en 1910 cuando seis miembros del Círculo, el poeta Horace de Vere Cole, la novelista Virginia Stephen (más tarde Virginia Woolf), el psiquiatra Adrien Stephen (su hermano), el pintor Duncan Grant, el naturalista Anthony Buxton y Guy Ridley se disfrazaron de príncipes abisinios -acompañados de un ‘traductor’ y de un falso funcionario del Foreingn Office- para pasar revista, con honores de jefes de Estado, al acorazado HMS Dreadnought. La broma, que se tragó por completo el almirante William May, comandante de la Home Fleet, se cuajó con unos disfraces pintorescos, con la invención de una jerga que mezclaba lenguas indígenas africanas con frases de Horacio y Virgilio y con el recochineo de una expresión de admiración, «bunga bunga», que fue símbolo durante décadas de la farsa y de la vergüenza. Los azotes con un bastón en el trasero del poeta Cole, propinados por un grupo de indignados oficiales de la Royal Navy, apenas sirvieron para vengar una afrenta que puso en evidencia la simbología mayor del glorioso Imperio Británico... Conviene recordarlo siempre, cuando pensamos, cien años después, en todas las cosas que nos quedan todavía por cambiar.

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Los Woolf, noticia editorial La primera biografía en castellano de Virginia Woolf y la recuperación de ‘La aldea en la jungla’, de su esposo Leonard, mantienen vivo el interés por su literatura ANGÉLICA TANARRO

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De izquierda a derecha y de arriba a abajo, Leonard Woolf, Vita SackvilleWest, John Maynard Keynes y Virginia Woolf.

B

astó su genialidad para elevar un barrio de Londres a la categoría de mito. Y no porque en el grupo no hubiera más talento literario o más cabezas pensantes. Pero nadie puede dudar a estas alturas que es ella, Virginia Woolf, el núcleo alrededor del cual gira la influencia del Grupo de Bloomsbury, el motor de la fascinación que aún hoy ejerce en lectores y aledaños. Una atracción que no solo sigue viva sino que, en goteo constante, aporta novedades editoriales en todo el mundo, no solo en el ámbito anglosajón donde la autora es venerada y estudiada (lo que equivale a decir, realmente leída), sino también en nuestro país. Otra cosa sería preguntarse si la ‘popularidad’ de su nombre en determinados círculos, incluso de su imagen, o la repercusión que en su momento tuvo una película como ‘Las horas’ de Stephen Daldry, basada en la novela homónima con la que Michael Cunninghan ganó el Pulitzer, se corresponden con un conocimiento real de su literatura. El ‘problema’ de leer a Virginia Woolf, si es que puede decirse así, es que no admite medias tintas, ni aproximaciones someras, no hay manera de especular con un libro como ‘Las olas’, con su magistral dominio del monólogo interior; es imposible una lectura superficial de ‘Al faro’, como no se debe entrar inocentemente en la presunta venialidad de ‘La señora Dalloway’ donde, por ejemplo, un pasaje estremecedor da cuenta del horror de las guerras en la figura de un viejo combatiente de la primera Guerra Mundial. De la misma manera, no se puede salir

indemne de la lectura de sus diarios, compleja novela en sí mismos, donde encontramos, como también en su ingente correspondencia, las claves de su escritura, que, en su caso como en pocos escritores, son las claves de su vida y la lucha que mantuvo por escribir sin pisar jamás los caminos trillados a pesar de las pruebas a las que le sometía su enfermedad mental. La inagotable Virginia y sus alrededores son de nuevo noticia editorial. En primer lugar por la publicación en Taurus de la primera biografía en castellano de la autora de ‘Una habitación propia’, empresa llevada a puerto por la escritora y periodista argentina Irene Chikiar Bauer.

A solas con las palabras La monumental obra de Chikiar Bauer (más de 800 páginas sin contar las notas bibliográficas) se resolvió en siete años de trabajo, durante los cuales la autora procuró manejar el mar de documentación que suponen no solo su correspondencia y sus diarios sino los cientos de estudios sobre la escritora «sin naufragar en él». Solventó también las dificultades para traducir ese caudal de trabajos que «dan por sentados saberes que no son tales por parte de los hispanohablantes». Al contrario de otras biografías temáticas que avanzan en el relato por temas (infancia, psicología, obra etc.) o de los estudios que eligen perspectivas determinadas (la cuestión de género, la enfermedad mental), la autora de esta biografía encaró el reto de atravesar su vida y su obra para captar su «peculiar individualidad» y hacerlo, como en la biografía escrita por su sobrino Quentin Bell, desde la perspectiva cronológica. Asistimos así a los antecedentes familiares de la escritora y a ese momento crucial (enero de 1905) que supone la mudanza de los hermanos al número 46 de Gordon Square, en el barrio de

Bloomsbury, en los prolegómenos de la constitución del legendario grupo, hecho sobre el que se atreve a dar una fecha: «Puede considerarse que el 16 de febrero de 1905, día de la inauguración de las Veladas de los Jueves, fue el punto de partida de lo que se llamó el Grupo de Bloomsbury». Desde ese momento y hasta la muerte de Virginia desfilan por sus páginas, su hermanos Thoby (prematuramente fallecido) y Vanessa, el maridos y amante de ésta, Lytton Strachey y Dora Carrington, Maynard Keynes y Russell, Duncan

La lectura de Virginia Woolf no admite medias tintas ni la especulación Lo más interesante de la biografía es asistir al germen de las novelas de la autora de ‘Las olas’ Al dar voz a los indígenas, Leonard Woolf se adelanta a Orwell y a Forster

Grant y Vita Sackville-West, personaje fundamental en la vida de Virginia, pero sobre todo su proncipal sostén vital, su marido Leonard. Con todo lo detallado de este estudio, lo más interesante son los episodios en los que acudimos en directo al germen de sus novelas. Así, en las páginas dedicadas a los inicios de ‘Al faro’ leemos un fragmento de una carta a Gerald Brenan: «Tengo que crear cada vez para mí toda la cosa desde cero. Probablemente todos los escritores están ahora en el mismo bote. Es la multa que pagamos por romper con la tradición, y la soledad hace a la escritura más excitante. [...] Uno debería hundirse e el fondo del mar y vivir a solas con las propias palabras».

Recuerdo de Ceylán Asistimos también a los comienzos de su relación con Leonard Woolf, cuando este era funcionario del Gobierno británico destinado en Ceylán donde pasó unos años. Esos años son precisamente los que rememora su novela ‘Una aldea en la jungla’, felizmente rescatada (con el cuidado y buen gusto que caracteriza a este sello) por Ediciones del Viento. En el prólogo ‘Traducir a Leonard Woolf ’, la encargada de verter

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REGRESO A BLOOMSBURY

al castellano la obra, Beatriz Iglesias Lamas, resume en una frase la causa del olvido en el que vive la obra del escritor y editor. «Leonard Woolf es sin duda uno de los pocos hombres de letras que han vivido a la sombra de una mujer». ‘La aldea en la jungla’ fue la primera novela de un autor del que sí se conocen en España los ensayos , en particular el excelente libro dedicado a los últimos días de su mujer publicado en España con el título ‘La muerte de Virginia’. Esas mismas dotes están en su narrativa. El volumen de Ediciones del Viento recoge además de la novela tres relatos ambientados también en la colonia: ‘Un cuento a la luz de la luna’, ‘Los dos brahmanes’ y ‘De perlas y cerdos’. Por lo que se refiere a la novela, publicada en 1913, fue una de las primeras, si no la primera, que narra desde la perspectiva indígena. En palabras de su traductora es «pionera, subversiva y profundamente antiimperialista en plena época colonial», aunque para ella lo más destacable es «la maestría con la que engarza su propia experiencia vital de la muerte y la justicia en la realidad de los ha-

bitantes nativos de la isla, estrechamente vinculada al folklore a través de memorables leyendas y supersticiones». Al dar voz a los indígenas se adelanta a George Orwell y sus ‘Días en Birmania’ y al también miembro del grupo de Bloomsbury y amigo del autor Edward Morgan Forster y su célebre ‘Paisaje a la India’. Dos muestras de que Bloomsbury sigue editorialmente vivo.

‘Virginia tejiendo’, retrato de Vanessa Bell.

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Inteligencia entre guerras

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os grupos artísticos o literarios sirven como plataforma de lanzamiento de tendencias y como lugar de discusión de ideas que después cuajan, o no, en determinados autores que, al final, tienen que defender su obra por sí mismos. Para los participantes es un a modo de postgrado que les permite terminar su educación estética y pulir sus iniciativas. Bloomsbury se forma en Londres entre unos cuantos egresados de la universidad de Cambridge, poco antes de que estalle la 1ª Guerra mundial. Lo más parecido aquí sería la denominada generación del 27, aunque el tiempo la relacione mejor con la menos conocida del 14. Eran gente de buena familia, un poco hartos de la era victoriana, que abogaban por una liberación en las costumbres. Estaban a fa-

LUIS MARIGÓMEZ

vor de la entonces extravagante idea del voto femenino y tuvieron entre sus miembros troncales a varias mujeres, la más conocida fue Virginia Woolf. El estallido del conflicto en Europa dio notoriedad al filósofo y matemático Bertrand Russell, que se declaró pacifista, lo que le costó ser expulsado de su puesto de profesor en el Trinity College. Tras la guerra volvería a las aulas y daría cobijo a Wittgenstein. El economista Keynes fue uno de sus miembros más destacados. La pintora Dora Carrington también fue una de las habituales a las tertulias de fin de semana junto al Museo británico.

Leonard Woolf, además de ser un notable ensayista, fundó una pequeña editorial y mantuvo un delicado equilibrio en su matrimonio con Virginia, con síntomas claros de enfermedad mental que acabaron en su suicidio, en 1941. Para entonces había escrito algunas de las novelas (‘Mrs Dalloway’, ‘Al faro’…) más atrevidas formalmente de la época. Un patán irlandés, James Joyce, se atrevió a mandarles su manuscrito del ‘Ulises’, un texto que también rompía moldes, pero con una tendencia a la exhibición de la lujuria que el matrimonio no podía consentir. Ella justificó su rechazo arguyendo que nadie tenía derecho a ser tan aburrido. Un miembro secundario de la panda fue el luego hispanista Gerald Brenan, que buscó un lugar barato donde poder leer tranquilo varias cajas


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De izquierda a derecha, Lady Ottoline Morrell, María Huxley, Lytton Strachey, Duncan Grant y Vanessa Bell.

Un sello independiente

A El estallido del conflicto en Europa dio notoriedad al filósofo Bertrand Russell Para los años 30 el grupo ya no importaba mucho socialmente

de libros tras la gran guerra y recaló en Yegen, en la mitad de la Alpujarra, una aldea a la que solo se podía acceder caminando, o en caballería, tras muchas horas de viaje, desde Granada o Almería. Allí recibió dos visitas de distintos miembros canónicos del grupo. Primero, a poco de instalarse, el biógrafo Lytton Strachey, que se dedicaba a fustigar a la generación anterior con textos sagaces e insolentes, acompañado de Dora Carrington, a quien no podía corresponder sus amores por su condición homosexual. Ralph Partridge, el marido de la pintora, terminaba de componer el triángulo. Fueron unos días difíciles para el anfitrión, que fue a buscarlos a Granada a pie, por no tener dinero para pagarse ningún transporte. Sus invitados no soportaban el aceite de oliva sin refinar, el bacalao ni los platos bastos de la cocina local. Tuvo que ser curioso ver a gente tan distinguida en un escenario bastante tosco. Leonard y Virginia Woolf también se acercaron a visitarlo, en mejores condiciones y parece que pasaron unos días agradables. En ‘Al sur de Granada’, Brenan, además de contar el evento, habla, con

su particular sentido de la equidad, de los valores literarios del matrimonio y otros aspectos del grupo. «Los preparativos de las reuniones eran informales, aunque todo el mundo sabía que lo que perseguían era una buena charla. (…) Eran muy sobrios y no bebían más que café. (…) Lo que las noches de ‘Bloomsbury’ ofrecían eran conciertos en los que cada cual hablaba para presentarse y sacar de los demás lo mejor que llevaban dentro. (…) Ellos tenían sus reglas establecidas: honestidad, inteligencia, gusto, devoción por las artes y refinamiento social. (…) Sin embargo, es necesario admitir que vivían –no individualmente, que no hubiera importado, sino colectivamente– en una torre de marfil.» Reconoce auténtico genio en Virginia Woolf y en Keynes. Para los años 30 el grupo ya no importaba mucho socialmente. La segunda guerra mundial los envió a la historia. Ahora, cien años después de que empezaran a tener relevancia, las dos figuras que menciona el hispanista son quizá las que mejor han soportado el paso del tiempo, en campos muy distintos. El economista al que se le ocurrió aumentar el gasto social en épocas de crisis como la mejor manera de combatirlas sigue siendo un referente después del evidente fracaso de la llamada austeridad. La escritora, junto con E.M. Foster, mantiene su capacidad de seducción con sus textos, a pesar de la dificultad que suponen los riesgos formales que afronta. Sus personajes son seres vivos que sufren y atrapan al lector. Gerald Brenan puede que parezca una figura menor en Londres, aquí sus libros, ‘Al sur de Granada’, ‘El laberinto español’, etc. son un lujo gozoso que disfrutar.

unque hay quien se empeña en repetir la frase del viejo Gallimard («la obra de un editor es su catálogo»), lo cierto es que una cosa es escribir y otra, extraordinariamente diferente, publicar. Y no sólo porque publicar es un hecho secundario en relación a la escritura. Sino porque la edición, que puede ser un arte (en la medida en que tiene muchísimo de intuición), también es siempre un negocio (porque si quiebra y cierra, deja de existir). Así se lo trato de explicar cada curso a mis alumnos del Master de Edición de la UAB. La mejor editorial no solo es la que publica buenos libros, sino también e indisociablemente, la que se mantiene viva, para lo cual puede no ganar dinero, pero al menos debe no perder demasiado. Que es más o menos lo que procuro hacer con Los libros del lince. Leonard y Virginia Woolf pusieron en marcha The Hogarth Press en 1917. Y no lo hicieron porque quisieran crear una ‘obra’ en forma de catálogo, sino porque escribir resulta agotador. Y buscaban una distracción, algo no tan difícil de soportar como el vacío que un escritor siente ante la página en blanco, ante las enormes dificultades de la escritura. Su obra era su obra, y no necesitaban otra. Eso sí, como sobre todo Virginia arriesgaba cada vez más en su deriva van-

ENRIQUE MURILLO

Escritor y editor

guardista, tener una editorial propia le permitió no tener que andar encajando rechazos de sus manuscritos por parte de las editoriales comerciales, tan poco dadas entonces como ahora al riesgo. Por eso, en el catálogo de The Hogarth Press figuran en lugar destacado libros como ‘La señora Dalloway’, ‘Orlando’ o ‘Al faro’, así como el extraordinario ‘Una habitación propia’, que vendió, para asombro de su propia autora y editora, más de 5.000 ejemplares en su primer año de publicación (1929). Leonard se autopublicó en The Hogarth Press libros como ‘Miedo y política’. Comenzaron comprando una pequeña imprentita manual que instalaron en su domicilio, como quien pone un piano en el salón. A la sazón vivían en Hogarth House, en Richmond, que forma parte del Gran Londres, de ahí el nombre de la editorial. Dejaron esa casa en 1924, pero conservaron naturalmente el nombre ya consagrado de su

T. S. Eliot con Virginia Woolf. :: LADY OTTOLINE MORREL

editorial. Que acabó siendo uno de los mejores sellos independientes de Gran Bretaña. La primera etapa, francamente casera, duró dos años. Todos los libros eran en aquel momento impresos a mano, y llevaban siempre grabados encargados por los Woolf a sus amigos artistas del mismo grupo Bloosmbury. En 1919, la edición manual de la novela corta ‘Kew gardens’, de Virginia Woolf, cambió las cosas. Tras enviar a las librerías los pocos cientos de ejemplares de la primera edición, la pareja salió a pasar un fin de semana en el campo. Al regresar, la casa estaba inundada de pedidos. Lo cual, recuerda años más tarde Leonard, fue una inyección de alegría y también una verdadera tabarra, pues tuvieron que emplearse a fondo en volver a imprimir manualmente los ejemplares que les estaban pidiendo los encantados libreros. Las ventas de ‘Kew Gardens’ fueron enormes en relación a la inversión inicial, y el dinero que obtuvo el matrimonio gracias al éxito de este libro fue la inyección de capital y de optimismo (o temeridad) que necesitaban para convertirse en una empresa editorial. The Hogarth Press publicó sobre todo obras que estaban en la línea de espíritu vanguardista, aunque no únicamente, y con un gran acierto en la mayoría de sus decisiones. Ahí quedan las ediciones de obras de T. S. Eliot (‘The Waste Land’), E. M. Foster, Katherine Mansfield, C. Day Lewis, Robert Graves, Christopher Isherwood, Vita SackvilleWest… Y en ensayo, Sigmund Freud y John Maynard Keynes, entre otros. Aparte de las de Freud, también publicaron traducciones como por ejemplo la de las ‘Elegías Duinesas’ de Rilke. Se critica a los Woolf por su rechazo a la publicación del ‘Ulysses’ de James Joyce, de la misma manera que se acusa a Carlos Barral de no haber sabido ver virtudes a ‘Cien años de soledad’, o a André Gide no haber entendido la grandeza del primer libro de ‘En busca del tiempo perdido’. Eso es algo que ha ocurrido en todas las editoriales del mundo y no tiene mucha importancia al lado del resto de su labor. Virginia Woolf dejó de colaborar en la editorial en 1938, pero Leonard siguió adelante con un amigo y empleado de The Hogarth Press que compró las acciones de Virginia, y ellos dos siguieron hasta 1946, cuando (¿les suena?) un gran sello (Chatto & Windus) absorbió la pequeña empresa.


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Saturnino Calleja

El maestro por excelencia ENRIQUE FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA Y CALLEJA

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n 1911, Segismundo Moret, expresidente del Gobierno, escribía a Saturnino Calleja: «…quiero decirle que me ha sorprendido el Catálogo de las publicaciones de su casa. Es tan numeroso y variado y han dado Vds., tal perfección a sus libros, que honran con ello a la Patria española». Y ese mismo año, la Infanta Paz de Baviera, hermana de Alfonso XIII, le decía en una carta: «…desde que me preocupo por la educación del pueblo he comprendido cuánto le debe a Vd. España». Saturnino Calleja merecía esos elogios, pues fue seguramente la persona que más positivamente influyó en la formación cultural y moral de muchas generaciones de hispanos, a uno y otro lado del Atlántico. Mi primo Juan Luis Calleja decía que, si hubiera nacido en Inglaterra, habrían hecho Lord a nuestro común abuelo, y que si hubiera sido norteamericano habría sido equiparable a Rockefeller. Saturnino Calleja, nacido en Burgos, en 1853, fue un empresario innovador que creó, en 1876, la editorial que llegó a ser, en 1920, la principal editorial en lengua española y la más popular en cualquier época. Implantó dos novedades revolucionarias: hacer grandes tiradas de cada libro, abaratando su coste, y llenarlos de dibujos atractivos, dando muchas veces más importancia al ilustrador que al autor del texto. Saturnino Calleja fue también el líder indiscutible de los entonces menospreciados maestros españoles. Pero la verdadera vocación obsesiva de mi abuelo Saturnino era enseñar. Enseñar una enorme variedad de cosas y saberes a niños y a adultos, a hombres y a mujeres: saberes útiles, prácticos y formativos. Escribió, editó y repartió a las escuelas (a veces a costa de su bolsillo) libros pedagógicos modernos y amenos (‘Enseñar deleitando’) con los que enseñó a leer a millones de niños, y luego acostumbró a éstos a leer, con sus divertidos y baratísimos cuentecitos, que

se llamaban ‘Juguetes instructivos’, pues incluían una escena de la Historia de España, un acertijo, un crucigrama y un chiste. Esa fue la verdadera importancia de los ‘Cuentos de Calleja’: acostumbrar a los niños a leer. Entre los casi 2.000 cuentos de Calleja tengo algunos favoritos: ‘Juicio de Dios’, ‘Los buñuelos de la Reina’ y ‘Lucha memorable’, en los que se narran los triunfos de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, y los veinte escritos por mi padre –de igual nombre– pues en ellos se unen mis dos apellidos. ‘Lucha memorable’ acaba explicando cómo se triunfa en la vida: «…con el trabajo, la instrucción y la moralidad, que son las fuentes de la riqueza y del progreso», y que eran las virtudes que Calleja se esforzó en propagar. Pero hubo mucho más que cuentos. En 1900 se editaron 342 títulos de temas religiosos (39,1%), 82 de Pedagogía (9,4%), 387 cuentos (44,2%) y 64 libros para adultos (7,3%), con un total de 875 títulos. En 1930 la proporción había variado mucho: 20 libros religiosos (0,9%), 272 de Pedagogía (11.9%), 1.764 cuentos (77,1%) y 233 libros para adultos (10,2%), con un total de 2.289 títulos. En 1899 la Editorial Calleja publicó 3.400.000 volúmenes, en una España de 18 millones de habitantes, con casi un 70% de analfabetos. He encontrado 43 títulos escritos por mi abuelo, entre ellos un ‘Compendio de Historia Sagrada’, con primera edición en 1893, y del que en 1920, 27 años después de aquella primera edición, se recibe un pedido de Vélez Málaga de ¡2.000 ejemplares!. Esos 43 libros escritos por Saturnino Calleja tratan de temas de una variedad asombrosa: además de Lectura y Escritura, Gramática, Geografía, Historia, Aritmética, Higiene, Literatura, Ciencias Físicas y Naturales, Urbanidad y ¡‘La mejor cocinera’! La Editorial Calleja publicó, al menos, 17 diccionarios; 53 libros de Medicina y 14 de otros temas científicos o técnicos, como ‘Submarinos’; ‘Prodigios del microscopio’, etc. También editó, al menos, 29 libros de Derecho, 16 de Arte, 42 de Historia y Geo-

Retrato de Saturnino Calleja. ::

grafía y 24 de temas sociales como ‘¿Qué es la sindicación obrera?’, o ‘La asociación del obrero a las ganancias del patrono y la participación en beneficios’, temas revolu-

cionarios en aquella España clasista. Queriendo enseñar a la gente a ganarse la vida, Calleja publicó una ‘Biblioteca de Industrias lucrativas’, con 100 títu-

los, que abarcan la cría de gallinas, gusanos de seda; caballos de carrera, de tiro o de carga; cultivo de flores o de tabaco; la industria vinatera, alfarera, etc. También se preocu-

pó por la formación y posible independencia económica de las mujeres (tema también revolucionario) publicando ‘Iniciativas femeninas’, ‘La mujer moderna’, etc. Y muy numerosas obras de literatura, entre ellas al menos 29 ediciones de ‘El Quijote’, y dos de ellas de especial mérito: una en 1900, en papel rosa, numerada, y en 1902 una versión microscópica que es una joya. En 1907 la Editorial Calleja publicó el ‘Primer Platero’, como demuestra la carta de 28 de mayo de 1907 de los Talleres de Encuadernación de Luis Calleja (hermano de mi abuelo). En dicha carta se le comunica a la Editorial citada que: «...ya tengo dispuesto todo lo relativo a la encuadernación de la obra ‘Platero y yo’». En 1917 la Editorial Calleja publicó la primera edición completa de dicha obra. Juan Ramón Jiménez era entonces director literario de la Editorial. Calleja publicó libros de más de sesenta autores de primera fila de la Literatura Universal: desde Plutarco o Platón a Chateaubriand o Montesquieu y Dostoievski, y Kipling, Fleming y Dickens, y Raimundo Lulio, el Arcipreste de Hita, Baltasar Gracián, y Quevedo, y Galdós y Valle-Inclán, y Sánchez Cantón, Julio Casares y Azaña, etc. Saturnino Calleja falleció el 7 de julio de 1915, fecha de la que se cumple el centenario en el año actual, lo que intentamos celebrar rescatando de su injusto olvido a aquel gran hombre, que fue Comendador de la Real Orden de Isabel la Católica y cuyo nombre llevan calles en Madrid, Barcelona, Albacete, Guadalajara, Ibi (Alicante) y Quintanadueñas, por lo que sería oportuno dedicarle otra, en su centenario, en alguna capital de la autonomía donde nació. Se ofrecerá a ayuntamientos (entre ellos al de Valladolid) y diputaciones y a otros organismos, una exposición itinerante, con más de un centenar de fotografías de documentos, ilustraciones, libros y cuentos. Más adelante se hará una exposición en Madrid, con cuadros, muebles, libros y documentos. Está previsto hacer un audiovisual y promoveré la publicación de dos libros: ‘Ilustradores de los Cuentos de Ca-


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lleja’ –de los que tengo localizados más de 150– preciosa síntesis de la ilustración desde finales del XIX hasta mediados del XX, y ‘Los Cuentos de Calleja para abuelos y nietos’, con una docena de cuentos, cada uno en dos versiones: una facsímil –para los abuelos– y otra –para los nietos– con ilustraciones de dibujantes de hoy y con textos míos, adaptados al castellano actual. Tengo ya una joya: ‘El león en Quintanadueñas’, escrito por mi abuelo y con ilustraciones actuales de Antonio Mingote. He publicado un libro en su memoria: ‘Saturnino Calleja y su Editorial. Los Cuentos de Calleja y mucho más’. En dicho libro digo: «me enorgullece pensar que no habrá en la Historia de España muchos apellidos que hayan influido más que el de Calleja en la educación de la infancia y la juventud, y en la cultura nacional. En cantidad y en calidad». Saturnino Calleja dedicó su vida a enseñar, formar y educar a niños, a mujeres y a hombres en una variedad increíble de saberes. Fue el maestro por excelencia. Sería muy positivo y adecuado que se pudiera hacer un pequeño museo en el que exponer, de forma permanente, los muebles, cuadros, documentos y libros que poseo y los que a buen seguro aportarían otros miembros de la familia Calleja. :: JOSÉ IBARROLA

La luna llora Y En 1899 la editorial Calleja publicó 3,4 millones de volúmenes en un país con el 70% de analfabetos Este año se cumple el centenario de la muerte de Saturnino Calleja, olvidado de forma injusta

o, u otra, digo o dice que los poetas sostienen el ritmo de sus latidos más conmovedores. Latidos más fuertes acompañados por un temblor y una dulzura que si es noche llora la luna, y si es día aparece la realidad despertada, a la espera. El espíritu se asoma y da vueltas al reloj. Escribió Emerson: «El espíritu se construye su casa como quiere; pero cuando la ha construido se queda prisionero dentro». Digamos que yo, u otra… (mal colocarme la primera) construyendo casa sosegada y más con un escritor dentro de una escritura, exponiendo para sí y su silencio palabras, memoria, imaginación, vacío, dolor y ternura. Lo agita y lo ordena o lo deja ir por el paisaje y el ser humano cabalgando el pasado o el presente, y acariciando el murmullo de una llegada necesaria e intensa.

Muchas noches –de niña– rezaba al ángel para no ser prisionera. Con pocos años leía a Tagore y se lo leía a Agustina, la mujer que trabajaba en casa. Pero a ella le gustaban los versos de su novio. Lo tenía en la cárcel de León por una cuestión sin frenos de los que dirigían el país. Ella lloraba mucho. Y él lloraba mientras le escribía «poesías de besos». «Ser maestro querría para tener en la pluma todos los amores. Hablo y digo amores. Lloro y lloro amores». No queríamos yo, u otra, estar en presidio. No ser prisionero, llamarnos Constantino como el novio de Agustina. No tener su nariz ni sacar su sonrisa mordida por los dientes. Era hombre que miraba con ojos afilados y negros, la cabeza sin pelo, cejas sobrantes y un mostacho excesivo. En él se le enredaba la voz. Invariablemente, en sus salidas,

llevaba regalos hechos por él. Tan espantosos, y había que decirle: preciosos. Esto, en aquella vida había que decirlo más veces, aunque espantasen. Porque aquel hombre sufría y había que consolarlo. Los mejores regalos eran las caracolas de mar enlazadas, pinta-

DONDE HABITO ELENA SANTIAGO

das de rosa en una cuerda tosca y ruido de ola. Seguramente ola rosa. Después mientras él merendaba nos leía Agustina la poesía de su amor que tocaba como una buena guitarra (según ella): «Amor, aprisionado estoy, amor prisionero del corazón. Amor los días se pudren sin ti. A las lunas les salen canas como a mí. Viejo me hago como si no fuera joven. Digo la verdad cual hombre inocente y en confusión. Justicia me piden, más verdad; y yo no encuentro. Contemplo, eso sí, el amanecer entre rejas y el sol se me parte a rayas. Sueño que nos vamos juntos bajando con el agua del molino, ciegos de luz. Cerca, alrededor, los patos blancos y negros nadando felicidad por no ser presos. Libertad era vivir y tener enamoramientos, enamoramientos hasta la muerte, aunque me repita». Yo, u otra, abrazamos a Angustia, no Agustina dado los días que estaba tragando a la fuerza. Se llamaba de tal manera, Angustia, porque su hombre había desaparecido. Yo creía que solo desaparecían los lapiceros y las gomas de borrar de la escuela. ¡Qué idea! Si se pudiese con la goma, en cada casa o en cada cárcel, borrar lo que doliera… Dios era una goma … Y Angustia dijo que qué ocurrencia meter a Dios en una goma. Fue pasando un tiempo largo y Tagore había escrito: «Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas.» Angustia marchaba a su pueblo. ¿Por qué te vas? Me voy a mi pueblo a llorar. Y fue cierto. Porque la visitamos y al vernos derramó lágrimas y suspiros; yo, u otra, pensamos que iba a morirse. Nos dio la merienda, buenísimo pan, con tocino y azúcar. Era «de un cerdo de la casa» –explicó–. Y allí acabó lo poético. En un momento de oscuridad y viendo en la mujer un bulto igualmente negro, nos dijo muy bajo: –Peor ya todo. Hasta el cerdo. Mi hombre desaparecido… ¡Ya tantos días…! Sin saber si vive o muere y ni asomarse a decirme que es él como siempre. Anda escondido. Y así, y así… Tiempo y otro tiempo, y nadie llama. El mundo es muy grande y como si hubiera humo y no pudiese verse. Y sin verse, no hay camino. No era yo tan pequeña, y le dije: «Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas.» ¿Qué me quieres decir? –pasmó Angustia, observándome. –Depende si eres el sol o una estrella –aclaré. Pasmó más. Se limpió las lágrimas, el dolor y el miedo, y murmuró agobiada: –Siempre tuviste ocurrencias. ¡Soy lágrimas! Yo, u otra, lloramos con ella.


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DEL CIPRÉS

Inteligencia y bondad Maneras de preservar la memoria

Y

a lo anunció a bombo y platillo el agente comercial Andy Warhol: «algún día la gente pensará lo que quiera pensar, y entonces probablemente todo el mundo pensará de la misma forma». Y acertó, el día ha llegado. Ahora bien, no hay que ponerse nervioso ni, por supuesto, trágico, que el mundo ha sido ansí desde siempre, como lo ratificara Enrique Santos Discépolo en la letra de ‘Cambalache’: que da lo mismo burro que gran profesor, cura, colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón. A mayor abundamiento, recurramos al clásico, en este caso Su Dongpo, poeta chino nada menos que de hace diez siglos: «Los hombres educan a sus hijos deseando para ellos inteligencia,/mas la inteligencia echó a perder mi vida./Yo quiero para mi hijo zafiedad y estupidez./Y sin cuitas, sin afán, llegará a ser ministro». Basta pensar en cualquiera de los últimos gabinetes ministeriales de uno y otro signo para admirar la clarividencia de este escritor de la dinastía Song, cargado de razón pragmática. Y, sin embargo, la inteligencia, sobre todo al servicio de la memoria, es lo único que puede salvarnos a ciencia cierta de la ordinariez y la barbarie. Uno de los primeros en darse cuenta fue Stefan Zweig, recordemos sus avisos al respecto en ‘El mundo de ayer’ (Acantilado), sin ir más lejos. Ahora, Sequitur rescata su magistral y didáctica conferencia ‘El misterio de la creación artística’ que, para que nadie se llame a engaño empieza con una meridiana declaración que obliga al título: «De todos los misterios del universo, ninguno más pro-

fundo que el de la creación». Son palabras hilvanadas desde la conmoción ante el milagro del arte y su trascendencia, de aquello que puede como digo, redimirnos, ante la aparición del genio y de lo inmortal, de lo incomunicable e inexplicable en la génesis del acto creador, en el arcano de la obra artística. Por eso se acercan a los mil modos de combinar inspiración y trabajo, confrontando a Mozart con Beethoven o la composición de ‘La marsellesa’ con la de ‘El cuervo’ de Poe. Zweig siempre se atuvo a esta emoción primordial, de ahí que todo cuanto toca lo sublime y eleve. Así, el volumen se completa con varios artículos sobre los amados de los dioses, unidos en lo sagrado de su labor, en la búsqueda imposible de la perfección y en su anhelo de absoluto.

UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO

Una semblanza de Rimbaud, el nómada vidente, donde alaba su fuerza convulsa hasta el paroxismo. ‘La lección de Rodin’, publicado póstumamente, fruto de una visita a sus talleres. Un retrato de Toscanini como prólogo a una biografía del ejemplar músico. Un acercamiento a la ‘Divina comedia’ dantesca, «el libro visionario», con su grandeza de isla distante, de roca inmutable. Unas notas en torno al ‘Ulysses’ en las que, con respeto ante el experimento, pero como corresponde al clasicismo marmóreo de su estilo elevado y noble, el que siempre defendió, perpetra un ataque inmisericorde a la «novela mamut» de James Joyce, a la que también tilda como mamotreto, «gigantesco capriccio», «noche de Walpurgis cerebral» o cínica y epiléptica, mixtificada venganza hacia Dublín. Más una vibrante oración conmemorativa para el funeral cívico en honor de Hugo von Hofmannsthal en el Burgtheather de Viena. De la misma estirpe de Zweig, también escritor desplazado y en gran medida autobiográfico, el rumano Norman Manea, de quien comentamos en su día ‘El retorno del húligan’ y ‘La guarida’, reúne en ‘La quinta imposibilidad’ (Galaxia Gutenberg) una serie de ensayos alrededor de la escritura y el judaísmo. Su extrema lucidez procede, a mi entender, de su condición de exiliado interior durante muchos años, bajo la zarpa del tiránico régimen comunista, «donde la verdadera realidad era subterránea y, la de afuera, la arena del disimulo», antes de emigrar a USA. Una formación, por tanto, clandestina, contra la falsedad y manipulación imperantes; nóma-


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EL MISTERIO DE LA CREACIÓN ARTÍSTICA

LA QUINTA IMPOSIBILIDAD

DEL DOLOR Y LA RAZÓN

UN ALTAR PARA LA MADRE

Stefan Zweig, Sequitur, 112 páginas, 11 euros.

Norman Manea, Galaxia Gutenberg, 340 páginas, 25,90 euros.

Joseph Brodsky, Siruela, 388 páginas, 22,95 euros.

Ferdinando Camon, Minúscula, 136 páginas, 12 euros.

da la huella de escritores poco conocidos, excéntricos incluso en sus respectivos idiomas, en apariencia menores, pero a quienes tengo en gran estima, como el sereno y discreto Aharon Appelfeld, su aislado y solitario compatriota Mihail Sebastian, autor del ‘Diario’ sobre la ‘rinocerontización’ de los intelectuales, el ferrarense Giorgio Basanni o el alucinante francotirador Bruno Schulz. Junto a otros que desconozco y evoca con tal pasión que intentaré acercarme a ellos: Edgar Hilsenrath, Sholem Aleijem o Selma Meerbaum, la Anna Frank del Este. Y un análisis de la literatura sobre la Shoah, tema trillado, trivializado y comercializado, pero aun así inconmensurable y siempre con ángulos insospechados, que parte del ‘dictum’ de Adorno, que considera en sus justos términos para, en última instancia, negarlo y situarse del lado del gran Imre Kertész, quien en su discurso de recepción del Nobel afirmó que «Auschwitz puso la literatura en suspenso» y que, por desgracia, «nada después de Auschwitz ha negado a Auschwitz», entre otras verdades como puños. Y qué decir de otro Nobel grandioso, soberbio, el ruso, también desterrado en América, también aferrado a lo autobiográfico, Joseph Brodsky. Sus ensayos póstumos se reunieron en ‘Del dolor y la razón’, que ahora nos presenta Siruela, una gavilla de textos misceláneos, una veintena, que son, cada uno por separado, un pozo de sabiduría, una fuente de luz, como él afirmara de la poesía de Mandelstam, Auden o Tsvietáieva. Hay veces que hasta los grandes poetas cojean en prosa, pero no es en absoluto el caso de Brodsky, quien ade-

más, en estas páginas comenta varios de sus poemas, relacionándolos entre sí, y reivindica a dos poetas de campo que me resultan muy cercanos: el pastoral Thomas Hardy y el virgiliano Robert Frost. Ni una línea del libro tiene desperdicio, simplemente su elogio del aburrimiento, dirigido a los graduados del Darmouth Collage, de una crudeza y autenticidad extraordinarias, u otro discurso de ocasión, de fin de carrera, en Ann Arbor, al margen de sus observaciones siempre sagaces sobre la naturaleza de la lírica, justificarían un volumen. Aparte, apela en forma de epístola airada a Horacio, sitúa a Marco Aurelio o traza una remembranza elegíaca de Stephen Spender. Como se trasluce de su esclarecedora conferencia del Nobel, para él la estética lleva a la ética y no al revés. La condición humana se exacerba en los lugares chicos, que con frecuencia, como dice el refrán son infiernos

grandes. Con lo que no es de extrañar que, como observara Machado, «abunde el hombre malo del campo». Aunque también, a falta de término medio, sólo en los sitios pequeños quedan personas de una sola pieza, bondadosos por naturaleza, como la progenitora cuya vida pobre y austera rememora Ferdinando Camon en ‘Un altar para la madre’ (Minúscula), relato que, por extensión, es igualmente una elegía, un rito de salvación por la cultura campesina (sea meseta, campagna, campagne, pustza…) en vías de extinción en todo Occidente. La narración, sobria, bellísima, parte del entierro de la madre «montañesa» entre trigales plagados de amapolas y alondras parleras y se descose en imágenes tan sentidas que nos acompañan: el padre pergeñando tal vez en vano, de manera febril, delirante, agónica, el tabernáculo votivo; la madre llevándose la mano al corazón al reírse; los cucuruchos de polenta con un puñadito de azúcar para cenar; la bendición de los campos y de los enfermos; los gatos rebañando un platillo de leche, las grandes nevadas… F. Camon señala que «no es la fuerza lo que salva a la humanidad, sino esa particular forma de amor que se llama bondad». A menudo pienso que la bondad es el estado culminante de la inteligencia, la demostración de facto de una sapiencia superior. A través de sus escritos, no tengo ninguna duda de que Zweig y Brodsky la practicaron y de que Manea, en algún lugar de Estados Unidos, sigue a su vera como último bastión contra las inclemencias del tiempo presente y el horror abismal del pasado.

Puesta de sol tras un molino de viento cerca de Temple (EE UU). :: ALLISON SLOMOWITZ

da luego, a mayores. Un escritor, en suma, forjado –casi niño sufrió ya el desplazamiento y la aberración concentracionaria nazi– frente al terror y las mentiras de los totalitarismos del siglo anterior y cuajado en las contradicciones centrífugas del actual, volcado en el tótem del dinero, el narcisismo, la indecencia y la vulgaridad más descorazonadores. Es un libro sugerente en extremo, lleno de aperturas, completísimo en cuanto a sus indagaciones nucleadas por el judaísmo, por su memoria, asunto que, siendo crucial para la literatura contemporánea de nuestro ámbito, no rebasaría lo circunstancial si no nos encontráramos con una mirada de una penetración pasmosa, con un estilo fuerte y clarificador, tal y como advertimos aquí a cuenta de sus dos narraciones medulares citadas antes. De hecho el libro se sitúa a partir de un breve comentario inicial sobre el significado de ser judío, el ‘contratiempo’, en expresión de Heine, que Albert Einstein cifraba en tres rasgos básicos: «pasión por el conocimiento como tal, amor a la justicia casi rayano en el fanatismo, apremiante urgencia de emancipación personal» y que N. Manea apunta que «no es otro, a fin de cuentas, que la exacerbación del destino humano a causa del sufrimiento, un exilio pasajero en la aventura terrestre, una iniciación sarcástica en el drama de ser hombre entre los hombres». ‘La quinta imposibilidad’ se cierra con una incursión ejemplar en la tierra de nadie, la de la incertidumbre y la interrogación de lo imposible, donde fraguó Kafka su profecía, su milagro. Antes, abor-

Zweig: «De todos los misterios del universo, ninguno más profundo que el de la creación» F. Camon: «No es la fuerza lo que salva a la humanidad, sino esa forma de amor que es la bondad»


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DEL CIPRÉS

LECTURAS

Sábado 14.03.15 EL NORTE DE CASTILLA

El deseo de ser deseada

LA ILUSIÓN Federico de Roberto. Traducción de Elena Martínez. Editorial Gadir. 400 páginas. 21 euros.

Gadir traduce ‘La ilusión’, de Federico de Roberto, conocida como la ‘Bovary italiana’

VICTORIA M. NIÑO

S

ostienen muchos hombres que no hay quien entienda a las mujeres. Sin embargo hay estelas literarias que los desmienten. Claro que entienden y si no, lean a los maestros decimonónicos y sus arquetipos femeninos. El de Federico de Roberto en ‘La ilusión’, Teresa Uzeda, ha sido comparado a la ‘Madame Bovary’, de Flaubert. Apenas 40 años separan la fecha de nacimiento de sus creadores. Ambos viven el fin de siglo en el que el verismo retrató la burguesía con sombrilla pero sin amabilidad. ‘La ilusión’ es una suerte de ‘memorias amorosas’ de la citada Teresa, una guapa y rica florentina que tiene en Sicilia el paisaje de infancia y el

referente moral-familiar al que dará la espalda. Hija de un matrimonio separado tras el abandono del padre, es criada por su abuelo en las virtudes de la buena esposa. Ni con el primer amor, ni con el segundo, se casará con quien más conviene a su hacienda, según los designios de su tutor. Teresa Uzeda es de esas jóvenes impetuosas, fáciles de deslumbrar, sentimentales, incapaces de jugar en otro campo que no sea el de salones y bailes, una hija de su tiempo. La ilusión del amor aparece pronto y se repetirá varias veces. Completamente convencional en su ‘anticonvencionalismo’, convertirá el despecho de esposa vejada en un trampolín para su narcisismo. Vive por y para el corazón hasta el punto de desinteresarse por su hijo, de romper con su familia. De Roberto lanza a su heroína a la aventura de aprender en ese campo que ha elegido. Y ahí desarrolla su

El escritor de origen siciliano Federico de Roberto.

Escena de la adaptación cinematográfica de ‘Los virrreyes’. :: EL NORTE

El nombre exacto de las cosas Daniel Gismero une voluntad de estilo y cuidados personajes en ‘Los corazones quietos’

L

a publicación de esta breve colección de relatos del poeta y novelista Enrique Gismero (Madrid, 1965) por parte de una pequeña editorial independiente, Polibea, me recuerda la necesidad de este tipo de empresas en un mundo cultural tan mercan-

tilizado, del que se han expulsado la excelencia artística y los valores culturales en favor de la utilidad y la ganancia. Y con un valor añadido en este caso: un excelente prólogo de Jesús Barrajón, cuya lectura de ‘Los corazones quietos’ me parece perspicaz y delicada, y atenta tanto al plano literal como al subyacente, en la línea que fijara Hemingway en su famosa ‘Teoría del iceberg’. No se deja llevar, sin embargo, por un encomio gratuito, pues el libro de Gismero, que ha recibido el último Premio

YOLANDA IZARD

Miguel Delibes de Narrativa, tiene indudables méritos. Entre todos ellos, me gustaría destacar dos: El primero, su universo narrativo. El mundo creado por Gismero se mueve en unos parámetros propios, donde la atmósfera, el tiempo y los personajes adquieren una consistencia poética sin perder su entronque

con la condición humana, en una labor de exploración en la bondad, inocencia y acuerdo con la vida –una vida sencilla, de desposesión asumida– que caracteriza a sus compasivas criaturas. Pueden a veces parecer arcaicas, en su viejo territorio rural y de posguerra, pero el placentero poso que dejan tras la lectura los absuelve de todo. Varios conflictos –sutiles como sus personajes– son el acicate de estas historias: la desaparición de un hombre al que dos matrimonios rescatan de una muerte segura en ‘El visitante’, fascinante cuento cuya atmósfera, tan bien recreada por una labor de estilización y riqueza semántica de gran plasticidad emotiva, recuerda en cierta medida a la de Pedro Páramo; el hombre que vive una infancia, parafraseando a Ana

LOS CORAZONES QUIETOS Enrique Gismero. Editorial Polibea, 2014. 92 páginas.

María Matute, más larga que la vida, en ‘El viajero de sueños’; o ese zapatero apático y algo cretino que es, sin embargo, tratado con tanta compasión tanto por su autor como por los propios personajes, en ‘Los corazones quietos’. El segundo, su preocupación estética. Gismero cincela sus palabras sabiendo que

pericia psicológica a través de una mujer de inteligencia sobrevenida con la experiencia. Teresa recorre varias veces la cuerda floja que va de la seducción a la costumbre. Quiere ser mujer de amantes contados, pero alimenta una lista de admiradores a los que agitará como aliciente ante la pareja oficial. Porque lo que hace bullir a la dama es sentirse deseada, despertar la atención de los caballeros y una vez lograda, jugar con ella. Esa dulce, fugaz y desechable posesión es la razón de horas de tocador. «Ella había creído que el amor duraba eternamente: ¿pero había algo sin fin en el mundo? Había creído además que toda criatura humana no podía amar más de una vez en toda su vida ¿pero cuántos hombres había amado ella de forma diferente?», escribe su autor. De Roberto dibuja la vida amorosa de Teresa como el recorrido del sol, del amanecer al ocaso, con la crueldad de la comparación que permite el plural de sus amores. «¡Había pasado junto a la felicidad y no había sabido reconocerla y había querido alejarla de sí!». Uzeda, aspirante a mantis religiosa, acaba siendo deglutida por una bestia mayor, la vejez.

son un tesoro que hay que mimar contra el olvido y la desidia. Su amor a la precisión le lleva al rescate de esos vocablos que se nos han ido muriendo de indigencia –el badil, «emperchar la caldera», la contera del bastón…– y a una inflexible talla del estilo: «El murmurio ametalado de los cencerros», «El envigado de la casa se quejaba de dolores de tormenta», «Se quedaba en suspenso, con el silencio colgándole de los labios», «Los pastos que se estaban granando de rocío»... Y es que Gismero hace lo que el niño del cuento ‘El viajero de sueños’ con las máquinas de tren: «Llamarlas a cada una por su nombre» y preocuparse «por saber qué eran el guardallamas y el entronque y cuál la necesidad del arenero». Encomiable y delicioso.


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Amistad de escritores Weidermann plasma la relación entre Zweig, Roth y otros coetáneos en ‘Ostende’ OSTENDE, 1936. EL VERANO DE LA AMISTAD Volker Weidermann. Trad. Eduardo Gil Bera. Alianza Editorial. Madrid, 2015. 149 págs.

LUIS ANTONIO DE VILLENA

V

olker Weidermann es un escritor alemán, relativamente joven, fogueado en el periodismo. Acaso por ello ha concebido una novela donde se alían la lectura amena (en el mejor sentido de sabroso pasatiempo) y a la vez una trama y unas reflexiones que se corresponden con el nivel culto de los personajes, todos ellos escritores –y sus amistades– algunos muy notables, como los dos que centran el relato: Los austríacos Stefan Zweig, de gran éxito y buena posición económica y Josep Roth (el autor de ‘La marcha Radetzky’), periodista y hoy novelista de culto, pero entonces judío pobre y mucho menos conocido que su amigo. Que de verdad fueron muy amigos y hasta, a menudo, se consultaban literariamente, queda probado por su no escasa correspondencia conservada, que hace poco sacó en España la editorial Acantilado de Barcelona. Propiamente hablando esta muy grata novela (con sus momentos de moderado lirismo) no tiene argumento. Nos muestra sólo, a veces con alguna escena anterior, el verano de 1936 en la pla-

Stefan Zweig y Joseph Roth, escritores y amigos, en Ostende. :: ALIANZA ya belga de Ostende, donde confluyen distintos escritores de lengua alemana que huyen de la persecución nazi o de una Austria ya poco segura. Casi todos son judíos (aunque alguno tan asimilado como el propio Zweig) que vive bien acompañado de su

secretaria –y amante– Lotte Altmann. El caso de Roth, pobre y desastrado, dipsómano ya prácticamente incurable, es bien distinto. Huye del sol que evidencia su pobreza y sus hábitos de oscuridad y de él (con cierto respeto por su obra) se burlan otros expa-

La novela es ante todo estampas, momentos e imágenes. No tiene argumento

triados menos conocidos hoy como el dramaturgo Ernst Toller o Egon Erwin Kisch. Es el caso que todos saben (él nunca lo niega) que Roth se dice monárquico y aún vive como una tragedia la desaparición del viejo Imperio Austrohúngaro. Roth –la fi-

gura más patética y terrible del conjunto– es un ser siempre al borde de la desesperación y del abismo. Incluso su moderado amigo Zweig duda ya de que se le pueda ayudar en toda regla. Pero en ese aparentemente feliz verano de Ostende (se conserva una foto de ambos amigos, reproducida al final del libro) una mujer extravagante y algo loca, la escritora alemana Irmgard Keun, que no es judía pero detesta el nazismo, se enamora de Roth –el último amor– porque ella también es una santa bebedora. La novela es ante todo estampas, momentos e imágenes. Toda ella es la melancólica felicidad (unida a las primeras noticias de la Guerra de España) de un grupo de escritores –también Koestler y fugazmente Klaus Mann– que sienten cómo se acaba irremediablemente su mundo y su tiempo, a las puertas de otra gran guerra que presienten, mientras les une esa amistad estival y la necesidad de aferrarse al último tiempo feliz que acaso puedan vivir. Por eso más que argumento hay imágenes e impresiones, siempre con amenidad. Al fin, el autor nos narra el final de sus protagonistas. Roth se suicida en París en 1939 y Zweig en Brasil en 1942.


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DEL CIPRÉS

LECTURAS

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Petra Delicado en pequeñas píldoras

CRÍMENES QUE NO OLVIDARÉ Alicia Giménez Bartlett. Destino, 2015. 368 páginas. 18,50 euros.

Bartlett reúne en un volúmen nueve relatos inéditos de su heroína

VICENTE ÁLVAREZ

R

egresa Petra Delicado. Desde que la inspectora de policía y su subordinado Fermín Garzón hiciesen su debut estelar con ‘Ritos de muerte’ hasta hoy en día han transcurrido 19 años y diez libros. El último de ellos es una colección de nueve relatos inéditos en España que se presentan bajo el título ‘Crímenes que no olvidaré’. En su mayoría son encargos realizados por el editor italiano de Alicia Giménez Bartlett en los que volvemos a encontrarnos con la sin par Petra Delicado protagonizando un conjunto de historias light, amables y perfectas para introducirse en el universo de la Bartlett. Historias de perdedores, de tipos zurrados por la vida, puteados, olvidados, sin cualidades, sin

belleza y sin suerte, gente que busca en Petra algo de justicia, como si ella la llevase en la cartera, cuando Petra lo único que puede es ofrecerles un cigarrillo, pero poco más. E historias, sobre todo, en las que encontramos a Petra en situaciones cotidianas que implican compaginar su trabajo con fiestas más o menos sagradas, con vacaciones y con compromisos familiares. Desde la interrupción de la cena de Nochebuena para acudir al hospital Vall d’Hebron donde un mafioso ha sido asesinado por dos desconocidos vestidos de Papá Noel hasta Petra de vacaciones intentando sortear la obsesión que a sus hijastros les ha entrado por espiar a un cliente del hotel. Por el camino, veremos a la tenaz inspectora investigando el asesinato de la esposa de un inspector de policía que resulta el máximo sospechoso o intentando resolver crímenes más o menos extraños como el del guarda de seguridad de un gimnasio que ha quedado

La escritora Alicia Giménez Bartlett, en Barcelona. :: MARTA CALVO literalmente cocido en la sauna, el de cuatro prostitutas que han aparecido acribilladas en una misma habitación o, en fin, el de un gay disfrazado de diablo que ha sido asesinado en los carnavales de Sitges. A uno, que adora a Poe y a Sherlock Holmes, no se le deberían de quedar cortas las historias policiacas en formato reducido. Pero sucede. Y con preocupante asiduidad. Los cuentos no llenan como las

Jesucristo porn-star

L

ejos de querer hablar de categorías definidas e insolubles, de las que soy poco amigo, diré que el arte de la pornografía se puede abordar y se ha abordado de modos diferentes y desde diferentes enfoques: tenemos, por ejemplo, la pornografía vitalista de un Henry Miller y o un Apollinaire, la pornografía moral –moral porque opone una nueva moral a la moral al uso– de Sade y otros ilustrados, o la pornografía de relojería, de autómata, que es la que más a menudo se ve en cine, comic o literatura.

También existe la pornografía religiosa, nada rara fuera de nuestro ámbito cultural y en la antigüedad –el ‘Satiricón’ y el Asno de oro son dos grandes ejemplos– que se extinguió, o casi, por estos pagos con la llegada del cristianismo a posiciones de poder –los cuentos de monjas procaces y curas lascivos pertenecen más bien al ámbito de la pornografía satírica y burlesca–. O así la creía yo, extinta, hasta que di, no hace mucho, con la última novela que escribiera Theodore Sturgeon, ‘Cuerpodivino’, que es una obrita pornográ-

fica, religiosa, y, lo más sorprendente de todo, cristiana. Los cristianismos modernos –ortodoxos, católicos y protestantes varios, básicamente– y alguno de los primitivos, han hecho uso de la pornografía –y de la pornografía dura– cuando era preciso remarcar la manía que tenían al sexo como fuente de mal y obra del diablo. Es decir: una extraordinaria pornografía doctrinal y esquizoide que se ataca a sí misma. Pero no religiosa, porque la pornografía religiosa suele tener como tema la hierogamia, es decir el sexo con o entre

novelas largas. Y menos en el género policiaco. Uno busca más carne, tramas más elaboradas, un pellizco de misterio y, si hablamos de novela negra pura y dura, ambientes más turbios y descarnados, situaciones incluso desagradables en muchos aspectos por la exposición cruda de la realidad. La Bartlett juega con otros registros y lo hace muy bien, hasta el punto de ser reconocida como la reina de la novela detectivesca y osten-

dioses, o el sexo como vía de iluminación. De hecho cuando en sus textos sagrados aparece la hirogamia la niegan, y cuando se habla de sexo, le buscan tres pies al gato, buscando siempre la interpretación más absurda y alejada de lo simple. La cultura cristiana no ha sido capaz de producir, o ha restringido con fuerza, cualquier forma de pornografía religiosa. ‘Cuerpodivino’, por el contrario, sí que es una obra religiosa, a la par que pornográfica y moral. Aunque la pornografía de esta novela no sea moral, sino más bien vitalista, en una forma semejante –aunque con diferencias evidentes– al ya mencionado Miller, la obra tiene un mensaje ético. En cierta manera la obra

tar prestigiosos galardones como el premio Raymond Chandler o el reciente Pepe Carvalho. Desde siempre, Alicia Giménez Bartlett ha tenido claro que deseaba potenciar más la situación que la trama de sus novelas. Y eso la salva. Y ella lo sabe. Por eso son tan especiales y necesarias sus obras. Porque ha creado dos personajes memorables que se complementan a la perfección. Petra Delicado está llena de contrastes. Puede ser

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA

es un evangelio, o más bien, ocho evangelios reunidos: está escrita en forma del testimonio en primera persona que dan los ocho principales implicados en la trama –un viernes de mañana llega a un pueblo un extraño y hermoso hombre, Cuerpodivino de nombre, desnudo, capaz de cambiar, iluminar a la gente y sanarla, es asesinado a la caída de la noche, y resucita al domingo siguiente– cuatro hombres y cuatro muje-

tan áspera y ruda como sensible y frágil. Casi todo lo oculta con una inteligente ironía, con una verborrea vivaz no exenta de un muy particular humor. Es reflexiva, es culta, es cáustica. Enredada en el oxímoron de su nombre transmite verosimilitud. Con su compañero Fermín Garzón forma una pareja ideal que nos regala diálogos muy ingeniosos. A ella le encanta sacarlo de quicio y él se ríe bajo el bigote como un mal actor haciendo de villano mientras le responde con su misma medicina e intenta arrastrarla a cualquier bar cercano. Garzón adora a Petra y ella admira en él su estilo de predicador crepuscular con tintes quevedescos. Es tradicional, es paciente, es divertido. A ambos lo que más les jode es el género humano. Saben que no pueden arreglar el mundo. Que es imposible. Salvo que le escriban a Dios. Petra lo hace en muchas ocasiones pero nunca sabe dónde enviar las cartas. ‘Crímenes que no olvidaré’, en fin, es un conjunto de relatos amables, fáciles de leer, entretenidos y en los que destaca, muy por encima del argumento, de la intriga y del estilo, la presencia constante de una pareja entrañable que forma parte ya de los grandes personajes de la literatura española.

res. Este desdoblamiento del número de evangelistas parece responder, en principio, a una intención de dar un punto de vista femenino, es bastante más complejo: Porque la mayoría de estos testigos, se opone de un modo u otro a lo que cuerpo divino representa, aceptándolo más o menos profundamente, con más o menos lucha, o no aceptándolo en absoluto. Lo curioso es que la novela se centra en el sexo, en decirnos que sólo es algo sucio cuando se reglamenta y se usa como rumor por mentes sucias, que en realidad es algo a veces sagrado, –vino a librarnos de la culpa y no hemos hecho sino crear culpas, dice el pastor protagonista en su sermón– y casi siempre una alegría.


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Sábado 14.03.15 EL NORTE DE CASTILLA

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

Leer... y también vivir :: SUSANA GÓMEZ

Martín Casariego. :: FERNANDO ALVARADO-EFE

Personajes menos reconocibles

Esta es la historia de un pájaro ratón de biblioteca. Un estornino llamado Calvin que nació bajo el alero de un viejo establo junto a sus tres hermanos, cuatro hermanas y setenta y siete mil cuatrocientos treinta y dos primos. Hubiera podido ser un estornino como los demás. Pero mientras Carlos descubrió los gusanos, Adelina la hierba, Clemente la suciedad y Alberta el agua... Calvin descubrió un libro. Se dio de bruces con él, y ya no tuvo remedio. Sus primos jugaban a cazar bichos y él aprendía palabras y frases. Si por la noche ellos soñaban con cazar insectos, él lo hacía con aventuras, leyendas, poesía... Y fue así que creció, con el pico metido en un libro y escuchando cómo le llamaban «pájaro bobo», «ratón de bi-

CALVIN NO SABE VOLAR Jennifer Berne y Keith Bendis. Editorial Takatuka. 36 páginas. 15 euros. Edad recomendada: a partir de 4 años.

blioteca». Alicaído («si eres un pájaro, lo peor que te puede pasar es que te llamen ‘ratón’») Calvin volvía a zambullirse en páginas que le transportaban a donde sus alas no le llevarían nunca... pero mientras volaba en ellas no lo hacía en las clases de

vuelo, en el cielo abierto donde sus primos y hermanos dibujaban figuras en el aire. Absorto como estaba en sus mundos de dinosaurios, ballenas y planetas, apenas notó llegar el viento frío del otoño. Había leído algo sobre migrar... La narración, que no acaba aquí sino que se interna por un viaje de huracanes y saberes compartidos, hará de este cuento un tributo a la solidaridad y el juntos podemos, cuyo último destino es el de rendir homenaje a las palabras, pero también a sacar el pico de ellas, alzar el vuelo más allá de la celulosa y tocar, oler, reír, compartir... Porque (no) todo está en los libros, aunque sí mucho (y hermoso), este relato sobre relatos invita así a esa doble, plena aventura: la de leer, sin olvidarse de vivir.

Martín Casariego arriesga en esta novela al proponer protagonistas juveniles a un público indeterminado

LUIS EDUARDO SILES

L

as novelas, eso nos dicen, dan cuenta del mundo que nos rodea. El buen novelista es aquel capaz de encerrar en un centón de páginas los afanes, miedos y deseos de la sociedad en que vive. Ha de ser capaz también de crear unos personajes en los que sus coetáneos se reconozcan. Esto, creo, parece ser al final lo importante, que el lector se reconozca en lo que va leyendo. Casariego –un escritor con una trayectoria ya dilatada– arriesga en esta novela al proponer personajes juveniles que, existe el peligro, quizás los adultos no reconozcamos. O quizás, sí. Aunque uno de los personajes marque distancias con la generación de Casariego, y de la siguiente, al señalar que el disco de Lou Reed Transformer casi es ya cincuentón y que es música que sus abuelos escuchaban, los personajes, en concreto los dos principales, mantienen lazos con el pasado más o menos remoto.

Crea Casariego una novela que podríamos calificar de juvenil gracias a las numerosas referencias a la literatura de aventuras –en concreto, a Moby Dick de Herman Melville– y al pesimismo representado por las citas de Giacomo Leopardi que lee Raimundo. La novela, dicen en la contracubierta, es una novela de aprendizaje: la del protagonista que pasa de la adolescencia a la juventud mientras algunos amigos se quedan por el camino. Yo más bien diría que es el canto del cisne de un narrador, en cierta medida implícita el autor, que se resiste a abandonar la juventud una vez que descubre un momento oscuro en el pasado

EL JUEGO SIGUE SIN MÍ Martín Casariego. Madrid: Siruela, 2015. 213 páginas.

de su madre. Rai es un personaje que logra crear un sentimiento de desasosiego por lo que cuenta y por cómo vive aunque a veces la impostura del chaval sea demasiado perceptible. Actúa de intermediario entre los adolescentes y la gente madura sabiendo que vive en tierra de nadie. Detrás de él el lector mayor puede reconocer algunas personas que vivieron en los años ochenta y pasaron como exhalaciones por la vida. La novela, a la que le han concedido el Premio Café Gijón de Madrid de 2014, está bien construida, es amena y se lee con facilidad, lo cual no es poco. Da la impresión de querer ser una novela juvenil o dirigida a unos lectores que aún no han olvidado la suya. Al final, sin embargo, decae un poco y las frases se vuelven más sentenciosas sin que las acompañe un contenido a la altura. Pero, en general, merece la pena, aunque solo sea para medir la distancia entre el lector adulto y los jóvenes de hoy en día, y darse cuenta de que el mundo ha cambiado más de lo que pensamos, aunque solo lo sepamos años después al descubrir el secreto que toda vida guarda.

La mirada extrañada (o poética en zapatillas) :: S. G. «Mi abuelo dice que no solo las personas guardan secretos, también lo hacen las cosas»... Y es así, con esta frase que apenas roza con los dedos una promesa multiplicada, como nos embarcamos por un viaje a través de las cosas con la sutileza de un vuelo de libélula. Aventura caleidoscópica en la que sumergirse por las historias mínimas de los objetos cotidianos, este álbum sutil, delicado en texto e ilustraciones, va descubriendo el microuniverso contenido en una caracola, unas botas viejas, un paraguas, el papel de sucio, un pañuelo rojo, un baúl, una escoba... Con un lirismo profundo y delicado, poética de

zapatilla y sofá (ya habló Neruda de la importancia de saber meter la palabra ‘camiseta’ en un verso) sus autores nos conducen por la literaturiedad de lo doméstico,

EL SECRETO DE SOFÍA Autores: Niño Cactus y Clau Degliuomini. Editorial La Guarida. 48 páginas. 13,90 euros. Edad recomendada: a partir de 6 años.

en un libro en tonos suaves y palabras leves (que no flacas) que arroja miradas nuevas sobre los objetos que nos rodean. Galardonado con el Premio Fundación Cuatrogatos 2015, ‘El secreto de Sofía’ está hecho de ese extrañamiento de quien ve las cosas desde otro ángulo. Son los ojos y la voz del que ve y cuenta distinto, la extraña alquimia donde lo cotidiano se hace literatura y el mundo (cerca o lejos, exótico o familiar) se abre como la permanente aventura que es: la de ir descubriendo los matices, el detalle esencial y apenas visible, el misterio de las cosas... el secreto, en fin, a partir del cual ya nada volverá a ser lo mismo.


14 LA SOMBRA

Sábado 14.03.15 EL NORTE DE CASTILLA

DEL CIPRÉS

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a semana pasada hablé de los préstamos del español y de cómo se integran en la lengua. Una de las formas consiste en introducirlos sin ningún tipo de alteración, es decir, con fidelidad a su forma original (como ‘boom’, ‘baby-sitter’, ‘light’, ‘camping’ o ‘catering’), y la otra trata de adaptarlos en mayor o menor grado al sistema gráfico, fonológico y morfológico del español. ¿Cuál es la razón de la adaptación? Fundamentalmente, evitar que se perpetúen secuencias de sonidos o grafías ajenas a nuestra lengua. Como ustedes saben, la lengua española se caracteriza por mantener una fuerte cohesión entre la grafía y la pronunciación de las palabras, algo que no ocurre en otras lenguas. Los mecanismos de adaptación de los extranjerismos van en la dirección de modificar la grafía original para que esta refleje la pronunciación del español, recogiendo, a su vez, las reglas generales de acentuación. A continuación les presento algunos ejemplos de adaptaciones gráficas propuestas por la RAE en el ‘Diccionario panhispánico de dudas’ (2005). ‘Baipás’ es la adaptación gráfica propuesta por la RAE para el vocablo inglés ‘by–pass’ (formado por ‘by’ –junto a– y ‘pass’ –paso, atajo, camino auxiliar, canal secundario o de derivación–) para designar el conducto artificial o trasplantado mediante el cual se comunican dos puntos de una arteria con el fin de evitar una zona dañada o en mal estado. Por tanto, aunque a algunos de ustedes les parezca extraño, es correcto escribir ‘Le han colocado un baipás en la arteria coronaria’. Su plural es ‘baipases’. De todos modos, la RAE (aunque es consciente del arraigo del anglicismo entre los profesionales de la medicina) recomienda que en el ámbito médico se utilicen equivalentes

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

CÓMO SE ADAPTAN LOS EXTRANJERISMOS

Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es

como ‘puente (aorto)coronario’ o ‘derivación (aorto)coronaria’. En el ámbito de las obras públicas, prefiere –y recomienda– ‘(vía de) circunvalación’ para denominar la vía que rodea un núcleo urbano y ‘(canal de) derivación’ para referirse a una tubería o canal para desviar una corriente de agua u otro fluido. Para el adjetivo inglés ‘sexy’, que se usa para referirse a una persona atractiva o que despierta el deseo sexual, la RAE propone la adaptación gráfica ‘sexi’. Su plural es ‘sexis’ (y no sexies). Aunque acepta el uso del anglicismo adaptado, recomienda que se utilicen los equivalentes ‘provocativo’, ‘sensual’ o ‘seductor’, según los contextos. La propuesta académica de adaptación

gráfica de la voz inglesa ‘sex–appeal’ o ‘sex appeal’, con el significado de ‘atractivo físico y sexual de una persona’, es ‘sexapil’, basada, como la palabra ‘baipás’, en la pronunciación. ‘Yacusi’ es la voz española adaptada del inglés ‘jacuzzi’. El nombre procede de una marca registrada relacionada con el apellido del inventor de este tipo de piscina o bañera dotada de un sistema de hidromasaje, J. Jacuzzi. Su plural es ‘yacusis’. El término puede sustituirse por el equivalente ‘(bañera de) hidromasaje’. ‘Suvenir’ es la adaptación del vocablo francés ‘souvenir’, que designa el objeto característico de un lugar que sirve como recuerdo de un viaje a ese lugar. El plural es ‘suvenires’ (y no suvenirs ni souvenirs). Hay que hablar entonces de una tienda de suvenires y no de una tienda de suvenirs. En lugar de ‘suvenir’ también puede utilizarse el equivalente ‘recuerdo’. Del francés ‘sommelier’ procede ‘sumiller’ (plural sumilleres), que designa a la persona encargada de la bodega y del servicio de vinos y licores en los restaurantes. La RAE rechaza tanto el vocablo francés (sommelier) como la adaptación ‘somelier’. Con este significado, esta palabra es un sustantivo común en cuanto al género. Así lo registran el ‘Diccionario panhispánico de dudas’ y la última edición del diccionario académico (23ª edición, 2014), frente a la anterior edición (2001), que lo registraba como masculino. Este dato, que para algunos puede pasar desapercibido, supone una evolución en el tratamiento de los sustantivos que designan personas o actividades desempeñadas por estas. Hoy nadie puede poner en duda que esta profesión es ejercida tanto por hombres como por mujeres. Por eso, al referirse a la mujer que desempeña esta actividad, hay que decir ‘la sumiller’ (y no el sumiller ni la sumillera).

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Khimera. C. Pérez Gellida (Suma de Letras)

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Cincuenta sombras de Grey. E. L. James (Debolsillo)

El efecto matrimono. G. Simsion (Salamandra)

Distintas formas de mirar... J. Llamazares (Alfaguara)

Hombres sin mujeres. Haruki Murakami (Tusquets)

La ley de los justos. Chufo Llorens (Grijalbo)

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El juego sigue sin mí. Martín Casariego (Siruela)

Medianoche. Anne Perry (Ediciones B)

El guardián invisible. Dolores Redondo (Destino)

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Expo 58. Jonathan Coe (Anagrama)

Sangre o amor. Donna Leon (Seix Barral)

Donde no estás. Gustavo Martín Garzo (Destino)

La muerte juega a los dados. C. Obligado (P. de Espuma)

El peso del corazón. Rosa Montero (Seix Barral)

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Destroza este Diario. Keri Smith (Paidós)

Teresa de Jesús. Olvido G. Valdés (Omega)

El francotirador.Kyle/defelice (Crítica)

Diarios (2008-2010). I. Uriarte (Pepitas de calabaza)

Sí tú puedes. Cristina Soria (Temas de hoy)

Amundsen-Scott:Duelo... Javier Cacho. (Fórcola)

La economía, una historia.... Niño Becerra (Libros del Lince)

La catedral de Turing. George Dyson (Debate)

Las gafas de la felicidad. Rafael Santandreu (Grijalbo)

Reinas malditas. Cristina Morató (Debolsillo)

Los últimos españoles... C.Hernández (Ediciones B)

Desgracia e injusticia. J. M. Enríquez (Sequitur)

La II Guerra Mundial.... Juan Eslava Galán (Planeta)

Leones contra dioses. John Müller (Península)

No estamos solos. El Gran Wyoming (Planeta)

Los judíos. Jesús Mosterín (Alianza)

Gente tóxica. Bernardo Stamateas (B. de bolsillo)

El minotauro global. Yanis Varoufakis (Capitán Swing)

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Distintas formas de mirar... J. Llamazares (Alfaguara)

Distintas formas de mirar... J. Llamazares (Alfaguara)

Cabaret Biarritz. José C. Valdés (Destino)

Blitz. David Trueba (Anagrama)

La tierra baldía. Elliot (Lumen)

Cabaret Biarritz. José C. Valdés (Destino)

Esperando al rey. Peridis (Espasa)

El peso del corazón. Rosa Montero (Seix Barral)

Donde no estás. Gustavo Martín Garzo (Destino)

El secreto de Sofía. Niño Cactus. (La Guarida)

Ofrenda a la tormenta. Dolores Redondo (Destino)

Cabaret Biarritz. José C. Valdés (Destino)

También esto pasará. Busquets (Anagrama)

La ley de los justos. Chuf o Llorens (Grijalbo)

Distintas formas de mirar... J. Llamazares (Alfaguara)

También esto pasará. Milena Tusquets (Anagrama)

Diarios de la Revolución ... Tsvietáieva (Acantilado)

El umbral de la eternidad.Ken Follet (Plaza&Janés)

Crímenes que no olvidaré. Bartlett (Destino)

La isla del padre. Fernando Marías (Seix Barral)

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El Capital en el Siglo XXI.T. Piketty (FCE)

Emocionario. Varios (Palabras aladas)

Palabrotalogía. Ortega. (Crítica)

Los últimos españoles... C. Hernández (Ediciones B)

Ciencia y creencia. Jones (Tuner)

Lunario 2015. M. Gros (Artús Porta Manresa)

Pactos y señales. J. J. Benítez (Planeta)

Rutas sagradas: lugares... Varios (La Esfera)

El cura y los mandarines.Gregorio Morán (Akal)

Enciclopedia completa de animales. SM

El capitán en el siglo XXI. T. Piketty (FCE)

Usar el cerebro. Facundo Mares (Paidos)

La edad de la nada. Watson (Crítica)

Kit para ser feliz... MR. Wonderful (Lundwerg)

El cura y los mandarines.Gregorio Morán (Akal)

La cruzada del Océano. Esparza ( La Esfera)

El desmoranamiento. Packer (Debate)

El Capital en el Siglo XXI.T. Piketty (FCE)

Perros e hijos de perra. Reverte (Alfaguara)

Biografía del silencio. Pablo D’Ors (Siruela)


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Sábado 14.03.15 EL NORTE DE CASTILLA

Guardando el ganado E

n unos tiempos tan turbulentos como los que vivimos, deberíamos soñar con una sociedad en la que todos, guiados por un elemental sentido del compromiso, cumpliésemos siquiera con nuestras obligaciones y deberes para hacer más llevadero este valle de lágrimas en el que estamos, que bien podría considerarse un anticipo del de Josafat, donde los cristianos se verán las caras por última vez aportando los mismos cuerpos y almas que tuvieron. Mientras llega esa última ‘aportación’, ‘apoquinar’ es tarea común y necesaria. A Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea, ya le recordaba Don Lope de Figueroa que, por razón de su cargo, estaba obligado a sufrir unas cargas. La respuesta de Crespo, acaso resumía el pensamiento de Calderón sobre sus relaciones con el Estado: «Al rey la hacienda y la vida se han de dar. Pero el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios». O sea, quitadme todo, dejadme desnudo, pero no se os ocurra tocarme la gorra... Hace unos días un colega músico que vive en un pueblo a donde llegó después de haber renunciado a la gran ciudad, inhóspita y agresiva, y tras haber disfrutado de las lecturas de Columela con fruición y deleite, me contaba que después de muchos años de dedicarse sólo a su profesión había recibido una notificación de Hacienda en la que se le acusaba de realizar una actividad agropecuaria y no haberla declarado. Mi amigo y colega, que jamás ha pisado un huerto porque los únicos en los que se mete son los propios de su dedicación artística, se quedó a cuadros y protestó por escrito ante las altas instancias asegurando que una guitarra sí podría tocar, pero una azadilla sólo la había visto en la Enciclopedia de Diderot. La respuesta de Hacienda le hizo echarse a temblar («Deberá usted demostrar que no realiza dicha actividad agropecuaria»), ya que es un poco ateo y no le queda esa última instancia a la que todos los creyentes recurren cuando aquí en la tierra se han acabado las posibilidades de reclamación. «Pero ¿por qué tengo que declarar que no soy un delincuente –protestaba mi amigo– si ja-

más he pensado en serlo?». Y le venía a la mente un examen al que su padre les sometía de niños en el que les ponía el siguiente ejemplo: «Si encuentras una cartera con cien mil pesetas (entonces aún existía la moneda nacional) en la calle y sabes con certeza que nadie te ve ¿qué harías?». Las respuestas infantiles, después de asegurarse bien de que nadienadie les había visto, eran del tenor de «pues la dejaría allí», o «¿me podría quedar con un billete de recuerdo?», o «la llevaría a la comisaría más cercana»... Todas ellas le servían al padre para recordar que los pecados, según la doctrina cristiana, eran de palabra, de obra y de omisión, pero también de pensamiento. Es decir que bastaba que a alguien se le pasara por la imaginación lo que haría con ese dinero para mancharse con él y delinquir sin haberlo tocado.

A los españoles nos ha hecho desconfiados la vida y el país. Con un pasado rico en picaresca y un futuro imperfecto pero también rico en picaresca, nadie está libre de sospechas. Porque ¿quién puede demostrar que no ha soñado alguna vez con contar ovejas o que no ha querido plantar un árbol en alguna alucinación ecológica? Es más: ¿cabe duda acerca de nuestros malos pensamientos cuando contemplamos un paisaje y queremos hacerle nuestro? ¿Eh? ¿No estamos todos confesando que hemos delinquido alguna vez, siquiera haya sido con la imaginación? La vida nos lleva por derroteros en los que nuestra frágil barquilla se ve tan zarandeada que sólo queda el recurso de creer en algo para no caer en la desesperación de esas derrotas. Tales aspiraciones son tan legítimas como las que lle-

varon al barón Pierre de Coubertin a inventarse el ‘citius, altius, fortius’ que tantos ánimos ha levantado, o las que impulsaron a Calderón a cargarse con todo merecimiento al capitán Álvaro de Ataide, que era un sinvergüenza y un canalla por más que le quisiera defender Don Lope de Figueroa con el reglamento en la mano. Recuerdo que la primera vez que me fui a sacar el documento de identidad al cumplir los 16 años tuve que pelear a brazo partido con la funcionaria que me atendía porque ella no encontraba en la lista de profesiones y oficios el de ‘folklorista’, que era al que yo quería dedicarme sin ningún género de duda y que ya quería que figurara en mi primer documento oficial. Cuando pasaron unos años, todavía tuve que discutir con alguien más a la hora de demostrar para qué valía un etnógrafo, ya que casi nadie sabía lo que significaba y mucho menos qué aplicación podía encontrársele en

LA PARTITURA JOAQUÍN DÍAZ

una sociedad para la que había que ser eminentemente productivo. Hoy, tras tantos años de lucha más o menos inútil, declaro solemnemente que no protestaré cuando un funcionario de Hacienda me acuse de que estoy realizando una actividad agropecuaria. Sí, en efecto, me dedico a la ganadería como casi todos los españoles de mi tiempo: unos alimentan lechazos, otros los crían, otros los reúnen en rebaños, otros los pastorean, otros los esquilan en cuanto tienen edad y lana, otros los matan, otros los adoban, otros los guisan, otros los trinchan, otros los comen, otros aprovechan los huesos, otros los estudian para conseguir razas mejores, otros los pintan, otros los cantan, otros los convierten en símbolos, otros hacen literatura o poesía con ellos... En fin. ¿Por qué no confesar que desde hace tiempo me dedico a ‘observar’ el ganado? Como diría Pedro Crespo «no habría un capitán, si no hubiera un labrador». Y yo puedo decir con la misma razón que no habría antropólogos si

A los españoles nos ha hecho desconfiados la vida y el país, con un pasado tan rico en picaresca

no hubiera gente sobre la que investigar, o que no habría estudiosos del alma humana si no hubiese Calderones que se ocuparan de describirla y defenderla cuando la sinrazón se enseñorea de la sociedad y provoca situaciones surrealistas. Juan del Encina o de la Enzina, que debía ser de Fermoselle, escribió un precioso villancico en el que, con maravillosa naturalidad venía a decir lo mismo que pretendo demostrar ahora y aquí con tantas palabras y circunloquios: que es un gusto ‘guardar’ (o sea mirar, que aunque del Encina era de Fermoselle usaba muchos italianismos) el ganado y a ello pienso dedicar lo que me queda de vida. «Tan buen ganadico y más en tal valle, placer es guardalle. Pastor de buen grado yo siempre sería pues tanta alegría me da este ganado que tengo jurado de nunca dejalle mas siempre guardalle...» No sé si la época que nos ha tocado vivir invita a la acción o a la reflexión. Si es apropiada para la meditación o para la vida loca. De lo que sí estoy seguro es de la importancia de la observación. La observación es la chispa que enciende el conocimiento y aunque éste sea contemplado con cierta aprensión por quienes tratan de controlar al ser humano, porque la adquisición de ese conocimiento le hace progresivamente más consciente de su debilidad y le ‘aisla’ de la sociedad, sin embargo la observación –y su motor, la curiosidad– es el único medio eficaz para redimir la pasividad que aqueja al ciudadano de hoy. Además constituye una de las voces que, junto a la duda y al método, componen el vademecum esencial de todo investigador. Aunque sea predicar en el desierto, convendría que el ser humano de nuestros días se acercara sin temor a la filosofía. Más aún: convendría que fuese él mismo un filósofo, con el significado que le dio a la palabra la cultura helenística. Amigo de la sabiduría, es decir, amigo de satisfacer con el esfuerzo del espíritu todas las necesidades intelectuales y morales que al individuo pudieran planteársele. El hecho de que las preguntas fundamentales que se le pudiesen ocurrir a la humanidad ya hubiesen sido contestadas por griegos y romanos no impidió al humanismo volver a plantearse determinados temas. Deberíamos reflexionar sobre algunos interrogantes humanos (aunque otros lo hicieran antes y los solucionaran) porque hay cuestiones que son como los ritos o las costumbres: no sólo debemos saber que existen sino que hay que vivirlos y asimilarlos a nuestra propia vida si queremos que tengan verdadera utilidad.


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LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 14.03.15 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL

La casa y la corneja A

l hacer la casa no hay que dejarla con salientes, no sea que posándose encima empiece a graznar la chillona corneja», escribe Hesiodo en ‘Los trabajos y los días’. La corneja era para los griegos un símbolo de la mala suerte y no era prudente dejarla anidar en las casas. Su presencia anunciaba inseguridad, zozobra, una amenaza para los vecinos del lugar: venía a recor-

darles que no estaban a salvo. En la obra de Aníbal Núñez la corneja nombra el lugar de la poesía, entendida como el espacio de lo abierto, de lo roto, un espacio al azar de los encuentros inesperados. ‘Casa sin terminar’, así se titula uno de los libros más conocidos del poeta salmantino. La poesía es un lugar lleno de salientes y aristas, ‘hija de lo múltiple’, como Pandora. «De la mutilación de las estatuas / a veces

surge la belleza, de los / capiteles truncados cuyo acanto / cayera en la maleza entre el acanto». Pero la corneja también representa la burla, la ironía. Es un pájaro de mal agüero, que chilla, que interrumpe la conversación, que introduce en el lenguaje la discordia, que no vienen a traer paz y armonía sino trastorno. Así debe ser la poesía, incómoda, crítica, llena de inesperadas disonancias,

una burla del lenguaje y de sí misma, burla sobre todo de sus acólitos. «Aquella música que nunca / acepta su armonía es armonía: / arpegios que se miran en la luna, / trinos que se regalan el oído / son sucia miel, no música», escribe Aníbal Núñez en uno de sus poemas. Y enseguida habla de esas olas que revientan contra los acantilados, de la lluvia que cae sin descanso sobre la tierra, de esa otra música del mundo que

nada sabe de sí misma. Y añade: «De la lucha / contra tus propios ídolos / nace toda, la única / armonía celeste: lluvia, olas / son insatisfacción, son melodía, / inagotable música». La corneja es un ave de las afueras. Freud habló del afuera como aquello que no es la persona en sí misma pero que fundará su ser, como la madre funda el del niño. Lo Otro habita ese afuera. Ese Otro es un símbolo del inconsciente, del silencio, de la locura, del lenguaje (de lo implícito del lenguaje). Aníbal Núñez es el poeta de esas zonas situadas en los límites del mundo.Toda su obra se sitúa en esa zona que dejaron vacantes las antiguas divinidades de la frontera. En el panteón griego ocupaban un lugar esencial. Ellas eran las encargadas de crear las condiciones para que los hombres pudieran aventurarse más allá de los límites de la ciudad. Propiciaban la relación con lo Otro, desde la relación con la muerte, lo Otro absoluto, hasta con todos los diferentes: el bárbaro, el esclavo, el extranjero, el joven o las mujeres. «No hay lugar para ti y para mí juntos / en esta ciudad rota en la que somos / tú y yo, no lo mejor de cada uno / sino tú y yo. No hay sitio / Hay una esquina / que, aunque lugar de citas imposibles, es el único punto que nos queda / para que la belleza del encuentro / y el dolor consecuente a la belleza / dignifiquen al menos nuestra ausencia». Esa esquina es el lugar del poema. Artemisa, la antigua diosa de la frontera, la de los mil nombres, ha dejado a los amantes sus dados. El poema es el lugar donde se lanzan. «La destrucción fue mi Beatriz», dice Mallarmé. Aníbal Núñez desconfía del lenguaje, de todos los ídolos con los que se trata de fijar la belleza, y solo busca esa verdad que vive ignorada en el mundo, lejos de palabras y credos. «Nada / hay para mí más bello que el ver que estás alegre / y viva». Su lugar son las ruinas, los corrales deshabitados, las fotografías de las viñas perdidas, las leyendas sobre los poblados antiguos. Como ha escrito José Miguel Ullán, la poesía de Aníbal Núñez revindica «el don del sacrilegio, la ilusión del estallido, la alarma redentora». En su poema ‘Paradisea papua’ Aníbal Núñez habla de esas aves preciosas que pueden verse en los zoológicos, en las jaulas de los pájaros exóticos, y que «inspiran el deseo de perseguirlas / en sus bosques natales». Y añade: «Pero para cazarlas, sorprenderlas, / es del todo preciso ir vestido de gris». Es preciso desaparecer, confundirse con esos bosques natales. El poeta trabaja para su ausencia. «Mi palabra no manche intervalos de ramas / y de plumas: no suene». Robert Graves dice que la diferencia que hay entre los bue-

DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO

nos y malos poemas es la misma que existe entre la matriz y la joya. La matriz es en parte la joya y en parte no lo es. Muchos poemas son matrices más que joyas, y por regla general son los que gustan a los lectores. Pero la poesía para Aníbal Núñez no se confunde ni con la matriz ni con la joya. No es representación ni es fulgor. Es lo que escapa tanto de la prisión del lenguaje, como de los gestos de la idolatría. En su poema ‘Los deseos de Pilar’, se confunde con una casa invisible. El poeta le habla a su amiga del viento que hace hablar a los álamos blancos, de barro nuevo para los adobes, de bandadas de palomas poblando el cristal de reflejos irisados. Y le pide que baje al prado en busca de dientes de león. «Necesito / que arranques uno o que lo caces / al vuelo y, si no sabes / un conjuro, es igual: sóplalo y pide / lo imposible». En ‘Corazonada’, la película de Francis Ford Coppola, Nastassja Kinski le dice a su amante, poco antes de despedirse de él: «Para librarte de una chica de circo sólo tienes que cerrar los ojos. Y ella desaparece, como saliva en una plancha». Los poemas de Aníbal Núñez son saliva en una plancha. Desaparecen cuando los leemos, su sentido no se deja atrapar. «La forma de un jardín no viene dada / es la que da el jardín. / Miles de pájaros / y muchos miles más de situaciones / dando que hablar al jardinero, el único / que permanece inalterable y mudo / sin dejar de echar agua por la boca». Es eso la poesía ¿echar agua por la boca? La forma del jardín no forma parte de un todo, de ningún misterio, se limita a existir sin sentido, sin significación alguna, igual a nuestras vidas en este mundo: claras, inútiles, pasajeras, amigas de los ojos que las miran, como esos vilanos que el poeta le pide a su amiga que recoja y haga volar. San Agustín distinguía entre usar y disfrutar. Nos servimos las cosas del mundo, disfrutamos de nuestro diálogo con la divinidad. La poesía es rebelión contra el jardinero, una chica de circo que desaparece cuando cerramos los ojos. «Pródiga es en cicuta la presente / primavera / verde y fresca alimenta la mirada / contra los que la usaron de veneno».


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