Sábado, 28.03.15 Número CXCVIII
Píldoras de mitología Una antología que publica Menoscuarto rastrea la tradición grecolatina en el microrrelato hispánico [P3]
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Sábado 28.03.15 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS Miguel Velayos, que ahora presenta ‘Lecciones de orfandad’, con su anterior libro, ‘Política Sesions’. :: HENAR SASTRE
Cuando los poetas se miran en la memoria ‘Lecciones de orfandad’, de Miguel Velayos, indaga en la estrecha relación entre la identidad y las pérdidas
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n su anterior libro de poemas, ‘Política Sesions’, Miguel Velayos reivindicaba la militancia en la palabra como necesidad política del hombre contemporáneo frente a un mundo en crisis, frente a una sociedad en profunda contradicción consigo misma. Aquel libro, escrito en 2012, culminaba de alguna mane-
ra una trayectoria poética brillante iniciada con su primer poemario, ‘Esquelas desde Madrid’ (ganador del premio Blas de Otero de la Universidad Complutense), al que fueron siguiendo otros títulos como ‘Yo también quise ser poema’, ‘Desinencias’, ‘Identidad de edades’ y ‘Permanencia en el tránsito’. Aquel libro, también en cierto modo, ele-
CARLOS AGANZO
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vaba a la condición de grito la voz de una poesía joven, vigorosa, forjada desde la fe en esa misma palabra como gran elemento transformador de la realidad. «Somos hijos de nuestra época –tomaba prestados los versos de la gtran Wislawa Szymborska para el pórtico de su obra–, / y nuestra época es política». En su último poemario, sin
embargo, nacido ya con depósito legal de 2015 y publicado en Toledo por la editorial Celya, la voz del poeta abulense gira sobre sí misma y nos ofrece la visión más íntima de todo aquello que se esconde detrás del grito: la indagación en la estrecha relación que existe entre la personalidad del ser humano y su conciencia de las pérdidas; la reivindicación de la memoria como elemento conformador de nuestra identidad. Muchas veces me pregunto cuál es el momento en el que un ‘joven poeta’ se desprende –ante sí mismo y ante sus lectores– de tal condición de ‘joven’ para convertirse, simple y llanamente, en ‘poeta’; con la grandeza del término sin connotaciones. Cuál es el instante en el que la voz de un escritor, nacida siempre en comunión, pero también en concomitancia con los demás, se transforma en su propia voz personal. Esa voz que descubre su identidad, su yo profundo, quizás para más tarde, ya si el autor quiere o si su vida y sus intuiciones le llevan por ese camino, volver a compartirse anhelo de canto general. Muchas veces me hago esas preguntas y casi siempre llego a la misma respuesta: ese momento es de la toma de conciencia del poeta sobre el poder literario de su memoria. «Un huérfano es aquel que descubre su origen», dice Miguel Velayos en uno de los versos que mejor se aproximan al espíritu del libro. Y es así en verdad, porque siempre son las pérdidas –en este caso concreto el sentido profundo de la orfandad–, las que sirven al poeta como puerta de entrada en el universo secreto de la memoria personal; son estas «lecciones de orfandad», que la vide le ofrece en el tránsito de los años, las que le permiten descubrir muchas cosas sobre sí mismo, y sobre su poesía. Descubrir, por ejemplo, algunas esencias del amor inéditas hasta la fecha, como en el bellísimo poema que le dedica a su hermana, donde dice: «No te puedo mentir, / la vida siempre es dura, pero el amor resiste, / y tú resistirás, abrillantando el mundo / con resina...». O descubrir también la profunda dialéctica que moraba en su corazón, seguramente sin saber-
LECCIONES DE ORFANDAD Miguel Velayos. Editorial Celya. Toledo, 2015. 118 páginas.
lo, entre el mundo urbano en el que vive, como maestro en un centro penitenciario, y ese otro mundo rural poblado de veranos, de ríos, de sonidos de campanas, de soledad sonora en una meseta «donde ya no queda nadie», que cobra sentido y textura en su conciencia a través de la memoria. Descubrir, sobre todo, el latido de su propia identidad, ésa que a veces nos cuesta tanto reconocer a nosotros mismos. «Sabemos quiénes somos –nos dice de una vez Miguel Velayos– si entendemos a un pueblo». A algún lector podrá parecerle que el Velayos de ‘Política Sesions’ y el de ‘Lecciones de orfandad’ son dos poetas diferentes. Pero no es verdad. El poeta es el mismo, pero en su devenir se ha producido un hallazgo. Algo que se entiende muy bien con sus palabras, pero también con las que le presta Vladimir Holan en el frontispicio: «Sabías que no estaba en la música, de modo que cantabas, / sabías que no estaba en el silencio, de modo que callabas, / sabía que no estaba en la soledad, de modo que estabas solo».
«Sabemos quiénes somos –escribe Miguel Velayos– si entendemos a un pueblo» El poeta descubre la dialéctica entre su realidad urbana y el mundo rural que vive en su memoria
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DE MITOS Y SIRENAS
Cuentos después de Troya Una antología, publicada por Menoscuarto, recoge la herencia clásica en el microrrelato ANGÉLICA TANARRO
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‘Circe Invidiosa’, óleo sobre lienzo de John William Waterhouse. :: EL NORTE
n libro puede ser atractivo por muchos motivos, y estos pueden verse reducidos a dos, como los mandamientos de la santa madre iglesia: el tema y el autor. Dos motivos que pueden extenderse en ramificaciones como el estilo, la oportunidad, la perspectiva, la relación con sus contemporáneos… El libro que hoy protagoniza nuestra portada tiene 45 puntos de interés, si nos fiamos en el segundo de los motivos explicitados. Pues 45 son los autores que reúne la antología ‘Después de Troya’, que acaba de llegar a las librerías de la mano de Menoscuarto. Y no son autores cualesquiera, pues en la nómina encontramos a esos nombres que ya han alcanzado el Parnaso (por utilizar una terminología acorde al caso) como Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Federico García Lorca, Ramón Gómez de la Serna o Augusto Monterroso, junto a otros cuya calidad literaria no es ya indiscutible sino que está avalada por prestigiosos premios (José Jiménez Lozano, Margo Glantz, José María Merino, Javier Tomeo, José Emilio Pacheco, Juan Eduardo Zúñiga, Cristina Peri Rossi, Gustavo Martín Garzo, Luisa Valenzuela o Juan José Millás) sin olvidar a los que teniendo aún por delante una prometedora carrera la iniciaron con el viento a favor de sus logros (Andrés Neuman, Ángel Olgoso, Ana María Shua, Manuel Moyano…) ¿Qué une a autores de
tiempos, edades y estilos tan diferentes en el libro que comentamos? El rastro de la cultura clásica en su obra, la pervivencia de los mitos y temas del origen de nuestra cultura en sus microrrelatos, pues de microrrelatos en los que la tradición greco latina pervive de forma evidente va el asunto. El antólogo, el responsable de haber citado en apenas 230 páginas a tan selecto grupo de escritores, es Antonio Serrano Cueto (Cádiz, 1965) poeta y narrador, que se estrena como antólogo en este libro. A él se debe también el interesante prólogo que enmarca la selección y sus razones. Serrano Cueto explica la fascinación que el mundo clásico pervivió en los escritores durante toda la Edad Media y llegó a su punto culminante en el Renacimiento; cómo Lope de Vega o Garcilaso deben a Teócrito y Virgilio, cómo parte de la obra de escritores dispares como Gide, Rilke o Pound no se entendería sin esa huella, o cómo los dramas de Shakespeare deben al ambiente de las obras clásicas. No olvida el paradigma de la obra cumbre de nuestra literatura. Serrano Cueto señala que «desde los comienzos de las literaturas romances la recuperación de esta herencia se canaliza especialmente a través de la traducción e imitación de los autores venerados y se ajusta a todos los géneros y moldes literarios», así cuando Cervantes describe la conversación entre Don Quijote y un traductor de la len-
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gua toscana sale a relucir esa fascinación: «Pues, con todo esto, me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés (Don Quijote II, 62)».
Desmitificación El mundo clásico se aleja de nuestros días a pasos agigantados, entre otros motivos por la torpeza y la errática condición de los planes educativos, y, sin embargo, la cultura clásica y en especial su mitología tienen aún la fuerza suficiente para atravesar la barrera de un mundo que vive de espaldas a ellos. Y esa fuerza se muestra con especial interés en la literatura. En la narrativa breve tiene además características particulares. La intertextualidad que le es propia al género aporta aspectos sorprendentes casi siempre por el lado de la ‘desmitificación’, valga la paradoja. De todo el caudal de la literatura clásica, los relatos homéricos se llevan la palma a la hora de buscar las preferencias de los escritores contemporáneos. Pero a menudo la mirada que arroja sobre ella el autor o autora del microrrelato es paródica, «pues satiriza y subvierte dicho legado mediante el recurso de la reescritura», advierte el antólogo. Sin ir más lejos, Homero, que es imaginado como el padre de la Humanidad en algunas obras artísticas, es visto por dichos autores como un escritor «melindroso», urdidor de historias que necesitan una revisión. El humor, la ironía, también señas de identidad del género, son recursos especialmente útiles para la revisión de otros mitos y leyendas como la Guerra de Troya (como en el cuento ‘La guerra interminable’, de José Jiménez Lozano), la historia de Narciso o el canto de las sirenas, también perteneciente al ciclo homérico. Es precisamente el mito de las sirenas otro de los preferidos por los escritores presentes en la antología. A menudo estas sirenas han aceptado acomodarse a un mundo que le es ajeno y para el que no están preparadas, como en las piezas de Lilian
Borges, Cortázar, Peri Rossi, Jiménez Lozano, Martín Garzo, Merino, Millás, Neuman... figuran en la antología
Elphick, David Lagmanovich o Millás, en las que estos seres intentan adaptarse a las incomodidades de la urbe. También el descenso a los infiernos, el «viaje al inframundo de Odiseo, y, sobre todo de Eneas», que tiene uno de sus mayores logros en la obra de Dante, llega hasta nuestros días lleno de inteligentes revisiones. (No olvida mencionar Serrano Cueto la interpretación de este descenso que hace Woody Allen en ‘Desmontando a Harry’, sin duda uno de los momentos más hilarantes del filme). En este caso resulta paradigmático el relato ‘El cancerbero’, de René Avilés Fabila. El legado de Esopo y el mundo de los animales tan querido también en la narrativa breve, los monstruos, tienen su lugar de honor. En definitiva, el Minotauro y Poseidón, Jasón y Perseo, Príamo y Tisbe, Hércules y Penélope, Perseo y la Medusa, Electra y Antífona, Andrómeda y Eurídice, Acteón y Diana se pasean por esta antología más o menos disfrazados para la función. En total, 125 pequeños cuentos, historias que se han organizado en torno a temas y protagonistas que han dado lugar a los capítulos: ‘La ruta homérica’, ‘Las pruebas del héroe’, ‘Amores insólitos’, ‘El poder de los dioses’, ‘Geografía mítica’, ‘Animalario’ y ‘Logos’. Estructura que permite al lector hacer recorridos diversos por sus páginas, ya sea en busca de sus autores favoritos o comparando el tratamiento de un mismo mito en autores diferentes. El viaje no puede ser más atractivo, sea el lector afecto a las leyendas clásicas o no. Y en este caso tampoco es desdeñable el aspecto pedagógico que, sin pretenderlo y sin que en absoluto lastre la gracia de los textos elegidos, subyace en las páginas. Como ocurre con las lecturas que nos tocan de cerca, los cuentos llevan adheridos la llamada a buscar los orígenes de tan aparentemente remotos personajes, para comprobar, como ocurre cuado otros géneros como el teatro o la pintura tocan el tema, que siguen hablando de nosotros, tan escasamente cambiantes a pesar de las apariencias y la tecnología. Advierte Antonio Serrano al final de su introducción que «a la sociedad europea actual, desmemoriada y cautiva de un sinfín de cantos mendaces, hay que recordarle de vez en cuando que es hija de Grecia y Roma, y que la herencia clásica –como el legado del cristianismo y, en el caso de España, del mundo árabe– es sustrato vívido de buena parte de nuestra cultura». Este es uno de los valores de un libro importante que sale a la calle con al discreción que caracteriza a la editorial que lo avala.
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L HELENA Alba Omil
y gracia de ave. Salió del huevo con cuerpo de mujer la vida y la Por cada uno de sus poros cantaban es. goc sus y hermosura suspendida triunfos a una montaña erab esp os, clar En el fondo de sus ojos de guerreros muertos.
SIRENAS EMIGRANTE
David Lagmanovich
S
De su isla maravillosa las sirenas emigraron a la ciu donde los hombres no dad, comprendieron su natur aleza mágica. Por eso dieron su nombre al ulular inmisericordioso de los coches policiales, mens ajeros de todas las desgracias. Las verdaderas sirenas, que en pro de la convivencia en tre minorías, ya habían eliminado sus colas de pez, quisieron evitar ser delatadas por su canto. Desde entonces se mant ienen silenciosas, viven en cas as de departamentos y aportan a la Seguridad Social.
DE NARCISO José de la Colina
Contemplándose en la luna del armario se apuñaló el pecho y cayó muerto. Pero como el puñal del reflejo no era concreto, el Narciso del espejo permaneció vivo y en pie.
NARCISA
Luisa Valenzuela Como quien mira por la ventana del mar, miro la ventana. El tipo que me ve desde afuera entra para interpelarme. –Me gustás. –Lo mismo digo. –¿Yo también te gusto?
o reconozco. Siempre intento que, en las listas, antologías o menciones literarias aparezcan representadas las mujeres. Se me acusará de defender la política de cuotas, de basarme más en el sexo que en la calidad, y argumentos por el estilo, pero estos son, lamentablemente, los riesgos de buscar una literatura matizada, fuera de los clubes masculinos. Desde la primera antología que organicé, he intentado que haya una fuerte representación de escritoras. ¿Por qué? Diría que por curiosidad, por mera justicia. Porque me parece que sus voces aportan un contrapunto. Y aquí imagino, otra vez, las sonrisas condescendientes, la insistencia en que ellas poseen un mundo blando, doméstico, carente, digamos, de la visión épica o de la abstracción filosófica que se adjudica a los autores hombres. Pero los tópicos, ya
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Evolución del género: la aparición de las mujeres se sabe, responden más a una falta de conocimiento que a una percepción correcta de las cosas. En realidad, pienso, si consideramos a las mujeres como un grupo con características comunes, tendríamos que considerar también a los hombres como un grupo con características comunes. Podríamos hablar, si hablamos de literatura femenina, de literatura masculina. El tema es interesante, pero me parece que excede, con mucho, las intenciones de estos apuntes. Y así empecé a organizar los textos para el ‘Por favor, sea breve’(Madrid, Páginas de Es-
CLARA OBLIGADO
Escritora y ensayista
puma, 2001) Quería, además, un texto de cada uno de los países de nuestra América para que estuviera representada la riqueza de nuestro idioma. Nada de ‘literatura española e
hispanoamericana’, como es usual en la península. España es un país, América Latina, un continente. O sea, buscaba una antología plural en varios sentidos. Por supuesto que conté con ayuda. Por supuesto que muchos de los que me acercaron textos de escritoras fueron hombres. Conocía a Ana María Shua, Luisa Valenzuela, Pía Barros, algunos bellos textos de Alejandra Pizarnik o de Silvina Ocampo. Pero, ¿y las anteriores? ¿Y las más jóvenes? Recuerdo mi emoción al encontrar textos de Josefina Zendejas que podía calificar de micros. Las más jóvenes
eran también difíciles de rastrear, a menos que mirara a mi alrededor, a las escritores que se estaban desarrollando en mi taller, donde la creatividad y el entusiasmo por los micros era enorme. Y así, después de una labor de búsqueda bastante importante, entraron ellas en mi antología. No constituyeron la mitad de los textos, como era mi intención, sino una cantidad representativa, que sumaba nuevas perspectivas. La pregunta que toca hacerse es evidente: ¿contaban de otra manera? ¿Añadía algo la presencia de mujeres? Sí, creo que sí,
y el rasgo predominante era la potencia de los textos, su crudeza, y la aparición de ciertos temas ausentes, en general, en la literatura escrita por hombres. Entonces acudí a la Feria del libro de Guadalajara. Fueron sólo dos intensos días, y en ellos tuve la suerte de conocer a la escritora Rosa Beltrán. Ella me propuso que presentara un libro para la UNAM y el resultado fue ‘La aldea de F.’, firmado por Las microlocas, un grupo al que, entonces, nadie conocía. El libro, escrito en España, se publicó en México, y fue un homenaje a Arreola hecho por cuatro escritoras jóvenes que vivían en la península. Las microlocas (Isabel González, Eva Díaz Riobello, Teresa Serván e Isabel Wagemann), tienen unas cuantas características que me gustaría señalar. Por un lado, son escritores independientes, con su propia obra, es decir, no
‘Ulises y las Sirenas’, de Herbert James Draper. :: EL NORTE
¿Contaban de otra manera? Sí, creo que sí, y el rasgo predominante era la potencia de los textos, su crudeza
siempre actúan como grupo. Por otro lado, asumen, en determinados momentos, una escritura conjunta en la que la producción individual se sostiene, pero también se ve atravesada por la organización conjunta de un libro. Escritura colectiva, y no. Libertad creativa, pero sometida al debate y a la reflexión. Evidentemente, son hijas de los talleres, o de su ideología, aunque dos de ellas no han pertenecido a ninguno. A la vez, la situación personal de estas escritoras (mujeres trabajadoras, tres de ellas con hijos pequeños) hace que, ante la dificultad para reunirse, se comuniquen permanentemente por mail. Miles de páginas de mails que, en algún momento, pude leer y que dan cuenta de su proceso de escritura. En ella se pone en evidencia muchas de las características de sus escritura: creación y maternidad, vida laboral, debate literario, dificultades para organizarse. Ideas que se comparten, que se prestan o se regalan. Niños que hay que cuidar, reflexiones en mitad de la noche, cuando no se puede dormir o se cuida a un hijo enfermo, debates o préstamos de temas que pespuntean una jornada llenas de actividades. Me pregunto si un tipo de escritura con estas características (desoleminzada, compartida, humorística, autocrítica, intensa, atravesada por lo cotidiano, descarada) se podría producir en un grupo de escritores hombres, y creo que no, aunque averiguarlo sería el marco de una interesante investigación. Lo cierto es que queda mucho que decir sobre este tema. Mucho que escribir. Hoy por hoy, la voz de las mujeres escritoras de microficción está instalada. Lo compruebo al editar el segundo tomo de ‘Por favor, sea breve’, en el año 2009, cuando la búsqueda es más sencilla, cuando mi actitud, por suerte, ya no necesita ser tan beligerante. Entre las más jóvenes, y en el ámbito español, me gustaría mencionar a Mar Horno, Patricia Esteban Erlés o Susana Barragués. En cuanto a Las microlocas, pronto tendremos otro volumen de sus cuentos, y puedo adelantar que es magnífico. Y me alegra pensar que, si alguien se planteara una antología como las que hice yo, posiblemente se encontraría con menos dificultades.
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DEL CIPRÉS
Rabindranaz Tagore
La voz de la India Un recorrido por los lugares en los que vivió el poeta acerca a la mirada grandiosa y extensa de lo verdadero GALERÍAS JOSÉ MARÍA MUÑOZ QUIRÓS
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Recorremos la casa señorial y luminosa de Tagore en Calcuta, un remansado espacio de recuerdos donde la memoria se asienta en un saber vivir, en una manera de sentir el tiempo y las cosas que se desnudan ante la grandeza de lo más profundo de los seres humanos. Una casa para recorrer descalzos, desde los pies hasta el alma, desde la desnudez de la carne hasta la inmensidad del espíritu. Pasamos las estancias hoy vacías pero llenas de referencias, de gestos, de fotografías y de los dibujos y pinturas que Tagore, como artista total, fue despertando en sus libros, plantando como árboles secretos en medio de sus páginas. «El aire del mediodía está vibrando, como las alas de gasa de una libélula...» y lo sentíamos en el incandescente aplomo de las cosas cercanas, en la gravitación de las preguntas que brotaban en nuestro interior, como temblores de libélulas, como frenéticos estallidos de color y de fuerza.
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La Universidad de Calcuta dedica, monográficamente, una cátedra al estudio del poeta. Los jóvenes se encendían de gozosa sencillez, de vital entusiasmo. Allí Tagore ofrece en cada secreto minúsculo, en cada signo rastreado, en cada verso que retornaba a sus bocas, un nuevo encubrimiento de vida plena, de tarea necesaria. Hemos comprendido lo que se puede sugerir a través de la palabra y los desiertos desnudos del verso. «Oscurecía, cuando le pregunté:¿Qué país extraño es este a que he llegado? Bajó los ojos por toda respuesta y, mientras se iba andando, el agua glugleaba en el cuello de su cántaro…» y nos perdimos en la noche de Calcuta, y arriba, entre las nubes oscuras, una bandada de pájaros sonaba.
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Los colores de la india forman un paisaje de luz y de matices que se asientan en cada uno de los rasgos de una realidad tan calidoscópica como intensa, un modo singular y distinto de representar las cosas cotidianas, la vida que crece a nuestro lado como un proteico secreto que se nos va entregando a cada paso. Todo huele de otra forma, se dibuja con otros colores, se matiza con un intenso contraste que nos va conduciendo por cada uno de los pasos que nos acercan hasta la sensación de estar en otra realidad . En medio de ese fulgor de vida, un poeta, una mirada profunda sobre la vida, lo llena todo, lo contagia de sensaciones que desafían a los sentidos y los cubren de pasión y de sueño. Rabindranaz Tagore, el Premio Nobel en lengua bengalí, el escritor de los mil cauces y las mil fuentes de luz y de palabra. Habla al oído de los que quieren escuchar las señales intensas de su voz, el reflejo tornasolado de su verso.
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Tres fueron los principios que el poeta sostuvo con su obra: la belleza, la alegría y el misterio de lo inmensamente esencial. «Los ojos no ven más que tierra y polvo: pero siente tú con el corazón y busca la alegría pura…». El poeta nos acerca a la mirada grandiosa y extensa de lo verdadero, de lo que merece la pena sentí, del entusiasmo de lo que enciende nuestros sentidos con us preguntas y sus hondas respuestas. La alegría es un don que debemos transmitir en nuestro existir, sin miedos, desa-
fiando a la tragedia innoble del estar sin compromiso y sin luz.
El poeta bengalí y Nobel de Literatura Radindranaz Tagore. :: REUTERS
En Santiniketan , la escuela de Tagore, el espacio mágico melodioso del estudio y la palabra poética, donde la realidad se enturbia de cielos intensos y palabras que se aunan. Donde Gandhi miró las estrellas y depositó en su alma el germen de la libertad y de la no violencia frente a toda agresión y toda guerra. En estos parajes donde la iluminación es posible, mirando a las estrellas, contemplando la inmensidad del universo, orando en la capilla de la Verdad, en el espacio del hombre para sentirse parte del cosmos, del universo con mayúsculas. En Santiniketan está la semilla del poeta, el germen que sembró en los campos de una India soñada en libertad y en plenitud. «Cuando llega la verdad, parece última su palabra; pero su palabra última da siempre a luz otra palabra».
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25 de febrero
Recuerdo que lo primero que vi de Roland Barthes, allá por el año 1975, fue la grafía de su apellido, Barthes, en una revista. Me gustó sin motivo aparente. El que luego sería un maestro para mí empezó siendo la forma de una palabra identitaria que no decía nada más que «heme aquí». El motivo de aquella entrevista era la publicación de su libro ‘Roland Barthes par Roland Barthes’. Aquel libro, en el que cuenta aspectos de su vida como si fuese el análisis de un texto o la catalogación de un trabajo, era otra manera de ser enciclopédico, es decir, de buscar un caos en un caos mayor. Me sedujo al instante, hasta grabarse a fuego en la piel de mi cerebro sediento de asideros intelectuales. Me agarré a Barthes y nunca lo he soltado. Luego leí y estudié todos sus libros. Me adentré por sus métodos, por sus silencios y por sus intuiciones con el atrevimiento de un ignorante que va siendo moldeado como un discípulo. Aprendí de él un modo de escribir. Aprendí a dotarme de una estructura mental que reproducía en mi cabeza la forma de un libro y se mimetizaba con la analogía de la escritura. Mi cabeza, más que pensar, escribía; o comprendía que pensar era escribir, que mirar era relacionar, asociar y diseccionar, como si el mundo se dividiera en párrafos o frases. Barthes me hizo bíblico, en el sentido etimológico del término. Gracias a él concebí el pensamiento como el desarrollo paradójico de una idea. Entendí a Freud, entendí a Marx, entendí a Saussure… ¡hasta entendí el ciclismo, el Tour de Francia, o el lenguaje de la moda, la semiología, la semántica! Comprendí también que un texto literario es un cuerpo orgánico, y que es ajeno al escritor, pero que el drama del texto es que solo puede existir desde otro cuerpo, el del escritor. Y Barthes enfatizaba –o yo creía que lo hacía– ese aspecto de ‘drama’ del texto necesitado del cuerpo de un autor. Los libros escriben al escritor tanto como los escritores escriben los libros. En este laberinto inexplicable me metió Barthes, y ahí sigo, tantos años después. Porque son años los que han pasado. Este 2015, en noviem-
El filósofo y escritor francés Roland Barthes. :: EL NORTE
Decir Barthes es decir Barthes bre, se cumplirá el centenario de su nacimiento. Con motivo de ello, se están reeditando o publicando biografías de esta extraordinaria figura de las letras y del pensamiento. A los conocidos libros de Jonathan Culler, Louis-Jean Calvet o Marie Gil, se une ahora una impresionante y detallada biografía escrita por Tiphaine Samoyault, con ambición de ser la obra de referencia sobre Barthes. También hace unos días, el 26 de marzo exactamente, se cumplieron 35 años de su muerte. Una muerte absur-
«Los libros escriben al escritor tanto como los escritores escriben los libros»
da, en plenitud de su vida intelectual. Una muerte larga, que empezó un mes antes, un fatídico 25 de febrero, tal día como hoy: un cambio de acera en la rue des Écoles, un coche con matrícula belga en doble fila que impide la buena visibilidad, el cruce de la calle, la camioneta de una tintorería que llega de improviso, no a mucha velocidad pero sí con la suficiente como para atropellar violentamente, la identificación de la víctima que aún respira. Luego vino la larga estancia en el hospital, la lógica recuperación, el inesperado empeoramiento, la infección pulmonar y la muerte. No murió en el accidente, ni este fue el causante, pero nada habría ocurrido si no hubiera estado ese coche belga mal aparcado en la rue des Écoles. Hubo en ese lugar, durante mucho tiempo –quizá se conserve aún–, una pintada que decía: «Dis-
OTRA GALAXIA ADOLFO GARCÍA ORTEGA
minuya la velocidad, podría atropellar a Roland Barthes». Hoy ha crecido el aura que en realidad Barthes buscó toda su vida y se le escapaba a ojos de los demás: el de ser un gran escritor, por encima de todo. Releerlo pasado el tiempo me lleva a pensar en la definición que dio de sí mismo en su último libro, ‘La cámara lúcida’, cuando habla de «la incomodidad» que siempre había experimentado: «La de ser un sujeto que se bambolea entre dos lenguajes, expresivo el uno, crítico el otro». Es decir, un autor que oscila entre la creación y el análisis. Ahora se descubre que lo que prima en Barthes –o lo que más brillo alcanza– es el lenguaje del gran escritor que es. Como LéviStrauss, como Genette. Los tres son escritores que fueron científicos del lenguaje, de la cultura, y sus obras de pensamiento, actualizadas o no, adquieren rango de literatura.
Fueron maestros de una generación, pero son escritores intemporales ya. Sus textos tal vez sigan teniendo, en mayor o menor grado, la fuerza transgresora e iluminadora de la crítica y de la ciencia, pero lo evidente es que ha pasado a primera fila lo que antes estaba en segunda: su cualidad literaria, su cualidad de escritores. De todos, Barthes el que más. Desde esta perspectiva es apasionante releer ahora los libros que me hechizaron en su momento y cuyos títulos eran tan seductores: ‘El placer del texto’, ‘El grado cero de la escritura’, ‘Fragmentos de un discurso amoroso’, ‘El imperio de los signos’ (cuya traducción y prólogo acometí casi con la reverencia de un homenaje privado), ‘Mitologías, ‘La cámara lúcida’, etcétera. No sucede siempre, pero a veces los aniversarios permiten revisitar la obra de un autor entendido hasta entonces de otro modo. Es el caso de Barthes. Entrar en el universo de este escritor magistral nos lo focaliza como un clásico provocador y desafiante que abre puertas literarias, un sutil ensayista que ha hecho de sus ensayos una novela proustiana. Susan Sontag lo describió así: «Temperamento formalista, proposición de todo desde el subjetivismo, pasión por alabar a los autores o las obras queridos, y talento para la estructura, para verla y para concebirla». Son rasgos que Barthes enseñó a quienes quisimos aprenderlos.
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DEL CIPRÉS
UN ÁNGULO ME BASTA
A
juicio del inigualable José Pla «un hombre que después de los cuarenta años todavía lee novelas es un puro cretino». Para desmentir al fino payés, traemos a este escaparate de lecturas cuatro propuestas procedentes de latitudes lejanas: Bolivia, China, Chechenia y USA, y muy distintas entre sí. Una oportunidad única de acercarse, sin moverse del sillón de lectura, inclinados hacia los primeros visos, tibios, de la primavera, a realidades que en modo alguno conoceríamos mediante documentales ni siquiera viajando allí en plan turístico o sin guía adecuado y mucho tiempo disponible. Seguramente de ninguna otra manera que con un libro entre las manos. Santa Cruz, Bolivia. «Inmensas gigantografías de Evo Morales saludando al pueblo, de pie en un podio, envuelto en un poncho de alpaca con los motivos tribales aimaras», en una zona del país donde se le niega la autoridad. Vitor, el protagonista de ‘La desaparición del paisaje’ (Periférica) de Maximiliano Barrientos vuelve a su ciudad natal tras haber andado perdido por Estados Unidos durante una docena de años. Hace diez, su padre, bastante aficionado al alcohol, murió de un infarto, mientras él deambulaba por Chicago, la ciudad de los vientos, donde conoció la nieve. Mucho antes, su madre, de cáncer fulminante. Su tío está hosco y derrotado. Su hermana, que trabaja de maestra sin serlo, muy enfadada por su huida al Norte. A partir de ahí la narración avanza de manera suelta, eficaz, sin complicaciones ni contemplaciones: asuntos pendientes desde la adolescencia que despiertan tras el reencuentro con un compañero del instituto y de las noches en los bares de fiesta, coca, Metallica y Gun N’Roses; una incipiente relación sentimental rota al emigrar; un Ford Galaxy heredado, convertido casi, ya veremos si para siempre, en chatarra; un terrible accidente de carretera en medio de ninguna parte; la cerveza paceña, ligera, como sin cuerpo; la grasa y la paternidad ajenas. Todo el dolor de la memoria, amontonado y sin revisar, en definitiva, que Vitor pretende reordenar, hasta un desenlace muy resolutivo, con la intención, de paso, de reconstruir, contra el peso del pasado, su vida. Representante de una literatura brava, con un punto salvaje, corriente muy extendida entre los jóvenes narradores hispanoamericanos, la
FERMÍN HERRERO
«Yiwu es un narrador de raza, capaz de detallar con precisión extrema lo espantoso» «Como decía Flaubert la vida solo es tolerable a condición de estar fuera de ella»
prosa de Barrientos, con un ritmo que vamos a llamar roquero a falta de mejor adjetivo –no en vano la cita inicial del libro remite a una balada de Bruce Springsteen– se ha serenado un tanto, es aquí menos urgente que en sus dos novelas publicadas hace cuatro años por Periférica: ‘Hoteles’ y ‘Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer’, que parecían como rodadas con steadycam. Al margen, qué gozada el peculiar léxico y expresiones tan hermosas como «laburá duro», «sucedió hace harto», «matándose a punta de trago» y tantas otras. Penitenciaría provincial nº 3 de Sichuan, condado de Duzu, al pie del monte Daba, China. Liao Yiwu empieza a anotar en secreto hechos e ideas que, veinte años después, pese a todo tipo de obstáculos represivos, desembocarán en ‘Por una canción, cien canciones’ (Sexto Piso). Comienza por la historia familiar, como homenaje y elegía a su hermana mayor, muerta sin cumplir los cuarenta en un accidente de tráfico, durante la Revolución Cultural. El joven Liao se convierte en disipado poeta vanguardista, casi un vagabundo que amontona una pila de manuscritos de poemas descomunales. Uno de ellos, ‘Masacre’, escrito a raíz de los sucesos de Tiananmen, reproducido como conclusión del libro, y un conato de filme de aficionados, ‘Réquiem’, serán su perdición. Como ya vimos en ‘El paseante de cadáveres’, otro testimonio estremecedor sobre los desheredados y las cloacas de la China actual, L. Yiwu es un narrador de raza, capaz de detallar con precisión extrema lo espantoso, mediante una capacidad de observación y de registro del habla que asombran. Y con un estilo muy ágil: las quinientas páginas largas de sus memorias se leen con una facilidad e interés pasmosos. Pese al espejismo del milagro económico, esta biografía clandestina, este relato notarial, nos muestra un sistema de centros de detención, laogai, que sigue el modelo del gulag soviético, a veces con una rara impresión de frialdad; otras, echando toda la carne y el espíritu en el asador de las palabras, aunque tal vez esta expresión no esté muy bien traída: en el capítulo ‘El menú’, por caso, se detallan una cuarentena de entre los ‘Ciento ocho manjares especiales de Shongsan’, es decir, otras tantas formas, de lo más burdo a lo más sofisticado, de tortura, que aplicaban a los reclusos los compañeros matones de la prisión,
El placer de contar
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LA DESAPARICIÓN DEL PAISAJE Maximiliano Barrientos. Periférica. 272 páginas. 18,75X euros
POR UNA CANCIÓN, CIEN CANCIONES Liao Yiwu. Sexto Piso. 536 páginas. 28 euros
ASÁN Vladimir Makanin. Acantilado. 27 euros. 512 páginas
EL LIBRO DE JONAH Joshua Max Feldman. Libros del Asteroide. 432 páginas. 14,99 euros.
La novela, pasados los cuarenta, sigue siendo evasión y aprendizaje
Fotograma de la peícula ‘Amor bajo el espino blanco’, de Zhang Yimou.
dueños de un sistema entregado a la jerarquía y a la esclavitud. Las escenas carcelarias son vívidas en extremo, en crudo; fascinantes las historias que cuentan los condenados a muerte; inimaginables las miserias y humillaciones sufridas en los diversos presidios por la escoria, «las células cancerosas de la sociedad». Afueras de Grozni, Chechenia. Una remesa de quintos rusos de refresco estabulados en dos vagones de tren llega a su destino, a la guerra, borrachos como cubas olfatean el aire y el cielo del Cáucaso. Así se inicia ‘Asán’ (Acantilado), de Vladimir Makanin. Carne nueva, bien regada de vodka, destinada a hacerse picadillo. En el convoy hacia el cuartel los jóvenes se marean y desmadejan. Los señores de la guerra y sus secuaces acechan, emboscados. Los guerrilleros en las montañas. Veteranos de Afganistán al mando del caos. Combates en los desfiladeros. Fuego amigo. Secuestros y pago bajo manga de rescates. Soldados errantes y desnortados. Helicópteros fantasma al mando de pilotos intrépidos, mitificados, que pueden apoyar en cualquier momento. El trato difícil con los aborígenes. La mujer y la hija, solas en Rusia, cuidando el hogar y levantando otro secreto. Un padre jubilado, ingeniero, nostálgico del comunismo, que ama a Ajmátova. Y la muerte, siempre la muerte tras cualquier descuido, cualquier azar. La guerra por dentro, en directo, en suma, sus vísceras sangrantes, corruptas, su intríngulis, desde las heroicidades inesperadas a los trapicheos vergonzantes. ‘Asán’ es, pues, una inmersión total en el fragor de la batalla, de un verismo impresionante. El título alude a «la divinidad más antigua, la de raíces más hondas», al ídolo anterior al islam y al cristianismo, que aún adora y teme el subconsciente de los montañeses, ahora contraseña y consigna de la guerrilla. Los capítulos, que entrelazan aspectos bélicos y domésticos, están montados como en plano secuencia, oscilan entre la primera y la tercera persona para aportar mayor dinamismo. De Barrientos conocía sus dos novelas previas, de Yiwu el documento citado, pero no había leído nada de Vladimir Makanin, salvo entrevistas sobre la situación del régimen de Putin, que sin embargo, según informa la solapa, después de una treintena de narraciones, es «considerado uno de los grandes maestros de la literatura rusa contemporánea». A tenor de esta obra tre-
pidante, de un realismo feroz trufado de novela de aventuras, que plasma con mucho dominio del lenguaje coloquial los conflictos caucásicos, tan lejanos como olvidados, no me extraña que se tenga por narrador de referencia. Si en las tres obras anteriores subyace una violencia soterrada, a menudo explícita, ’El libro de Jonah’ (Libros del Asteroide), ópera prima de Joshua Max Feldman se inclina hacia lo mundano e irónico, lo que siempre es bienvenido en estos tiempos tan indignados y ceñudos. El autor, cosmopolita, natural de la misma ciudad de donde apenas salió Emily Dickinson, que se cita a cuenta de la estrambótica judía coprotagonista, es otro narrador instintivo, también de una envidiable soltura estilística, asentada además en el matiz, porque nunca echa mano del trazo grueso o el piñón fijo. Nueva York, estación de metro de la calle Cincuenta y nueve. Jonah, abogado de postín, ignorante de su fragilidad, «ambicioso, soltero y con novia» (más bien dos o ninguna), teclea en su iPhone camino de la fiesta de la insignificancia, en expresión afortunada de Kundera. Fuera llueve a cántaros, con lo que decide, contra su costumbre, pegar la hebra con un judío jasídico, que le recrea la historia bíblica de su tocayo Jonás, hijo de Amitai…, que conducirá subyacente el argumento, tragado por la gran ballena americana («Conseguir más. Tener más») puesta a prueba el 11S, devoradora de almas, conciencias y seguridades, de la cordura y la integridad; si bien, hasta el desierto final, el vientre se hallará en una casa flotante de Ámsterdam y Nínive en Las Vegas. Una novela, en definitiva, ligera, pero llena de verdad y muy bien escrita y trazada De pocos autores he aprendido más que de Pla, con pocos he disfrutado tanto. Y, además, he estado casi siempre de acuerdo con sus ideas, pero como decía aproximadamente Flaubert la vida sólo es tolerable a condición de estar siempre fuera de ella. Y qué mejor que andar en cuanto se pueda metido en ficciones ajenas, dentro de otros mundos. Para apuntalar en la medida de lo posible mis palabras recurro, al cabo, a un compañero de este mismo papel, Ignacio Sanz: «La literatura es la alegría de contar (…) Escribir es una fiesta que ayuda a recrear la vida». Y la lectura, una fiesta mayor, añadiría por mi parte, sin ánimo de enmendarle la plana a su autoridad narrativa.
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DEL CIPRÉS
Ávila, cuerpo y alma de Santa Teresa
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omo bien supo ver el gran escritor, el siglo XX trajo en el arte una modificación conceptual: el deber del autor, y por ende el papel del espectador, no era el de reflejar, contemplar, la realidad, sino el de interpretarla. La creación literaria no fue ajena a esta novedad –sobremanera la poesía–, y desde entonces los lectores de versos y relatos, receptores de la fantasía hecha carne de los escritores, no nos limitamos a disfrutar de los libros que tenemos entre nuestras manos, más si es hijo de uno de nuestros predilectos: queremos empaparnos de todo lo que le incumbe para que el análisis sea más atinado, la experiencia más conmovedora. Esta nueva relación no se limitó a lo que concernía a artistas y escritores con espectadores y lectores coetáneos. Nosotros, al catar obras antiguas, lo hacemos con este novedoso patrón. Como saben, hoy se cumple el quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa, y aprovecho este pedacito de tierra en el que cultivo mis trigales azules para invitarles a la ciudad en la que nací, Ávila, y que en ella, en un ejerci-
LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ
«Les invito a visitar Ávila y que lean en las calles, cuales vasos sanguíneos de un corazón místico, recorren intramuros de sus murallas»
cio único, extraordinario, lean no poniendo sus ojos en papel alguno, sino en las calles que, cuales vasos sanguíneos de un corazón místico, recorren intramuros de sus Murallas. Déjense llevar por esta experiencia que aconsejo no por una fácil conclusión que liga, con el poderoso adherente de su obra completa, a Santa Teresa con el lugar en el que vino al mundo, sino porque la que quizá sea su principal, ‘El castillo interior’ o ‘Las moradas’, halla en Ávila, según Miguel de Unamuno, inspiración de la que se valió para viajar hasta el núcleo del alma cristiana. Porque no en vano el estuche-relicario que guarda el manuscrito, en el convento sevillano de las Descalzas, reproduce las Murallas abulenses. Éstas son metáfora del cuerpo que alberga el alma deseosa del encuentro con Dios, como la reproducción citada esconde el prontuario sobre los consejos para llevar a buen puerto la íntima y sigilosa peregrinación. Sin olvidar que los místicos españoles toman a los edificios notables levantados a su alrededor como visible geometría del alma, descubramos ésta penetrando en el cuerpo que aquí la rodea, perímetro fortificado, por una de sus puertas –la del Alcázar o la del Peso de la Harina, por ejemplo– y caminemos por las que bien pueden ser las moradas teresianas, parceladas por calles en las que se erigen palacios, templos y otras construcciones más o menos mundanas –sublime y verídica escenografía teatral–, y ascendamos de una morada a otra –Santa Teresa las cifró en siete con múltiples estancias– ayudándonos de la oración, no entendida como un cúmulo de rezos pronunciados mecánicamente, sino como un diálogo callado y emotivo con vocación de hallar, al final, a Cristo, refulgente encuentro que iluminará no sólo el contenido que encierra el granítico continente, sino también nuestro espíritu. Vengan a Ávila. Disfrutarán de una interpretación tangible del que, para muchos, es el más importe libro no sólo de Santa Teresa, sino de toda la mística cristiana. Es una experiencia maravillosa descubrirla. Y descubrirse.
Eros y literatura Ocho novelas maestras de los siglos XVIII y XIX ayudan a entender la evolución de la literatura erótica moderna
YOLANDA IZARD
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n el esclarecedor prólogo de Mauro Armiño para ‘Los dominios de Venus’, antología de fundamentales novelas eróticas de los siglos XVIII y XIX, se señala ‘L’École des filles’, de 1655, como la primera novela propiamente erótica, pero también la que inaugura el uso de una terminología erótica explícita en su afán por «devolver a la mujer el dominio de su cuerpo y del lenguaje real, sin eufemismos». La Ilustración supone la reafirmación del erotismo literario como medio de sátira social, que en Francia se dirige especialmente contra la Iglesia y su hipocresía y la represión sexual que propiciaba, pero es a finales de esta centuria cuando algunas novelas libertinas, como dos de las ocho aquí antologadas, ‘El portero de los cartujos’ (1740), de Gervaise de Latouche, y ‘Teresa filósofa’, de Boyer d’Argens, proponen el dominio absoluto de la sensualidad y la transgresión y sientan sus bases para el futuro. La primera de ellas, que narra la desenfrenada sensualidad existente en un convento, llegó a ser el libro libertino más vendido del siglo y sus presuntos autores son enviados a la Bastilla y rápidamente liberados por las mismas altas instancias que practicaban las licenciosas costumbres reseñadas –esos «[monjes] que creen que para ser honesto basta con no ser tenido por bellaco»–. Los mismos avatares sufrió la novela ‘Teresa filósofa’, que narra un hecho real que tuvo una enorme repercusión al tener como protagonistas a personajes pertenecientes al ámbito del clero y cuyos nombres aparecen mediante anagramas de los reales. Si en la anterior novela las expresiones destacaban por su precisión, en esta adquieren rango metafórico y tratan de encontrar su justificación: «El alma no tiene voluntad, solo está determinada por las sensaciones, por la materia. La razón nos ilumina, pero no nos decide» (p.
275). Como curiosidad, esta remite a aquella destacando que «sus retratos son espléndidos y tienen un aire de autenticidad delicioso. Si fuera menos licencioso, sería un libro inimitable en su género» (p. 231). En Inglaterra, prevalecen sin embargo las novelas eróticas que cargan contra las costumbres. De erotismo explícito, y con base en la literatura pornográfica popular, ‘Fanny Hill’, de John Cleland, es una novela de formación que da voz a una protagonista femenina que se siente víctima pero sin conciencia de peca-
LOS DOMINIOS DE VENUS Edición de Mauro Armiño. Siruela, 2015. 800 páginas. 36 euros.
do. Destacamos el valor de su verismo en la descripción de la vida galante y, por primera vez, del deseo femenino, y sus abundantes eufemismos, todo un catálogo de metáforas eróticas como la que sigue: «Los cauces que la naturaleza dispone para aliviar los embalses del placer cuando estos rebosan» (p. 353). Por su parte, ‘El libertino de calidad’, del conde de Mirabeau (1749-1791) –cuya vida resume bien los avatares de la novela libertina–, culmina el siglo XVIII con la narración de las vicisitudes eróticas del protagonista, que por primera vez encarna un papel hasta entonces reservado a personajes femeninos: «Voy a exhibirme como semental garantizado de mujeres a cambio de dinero» (p. 465), y las circunstancias desagradables que la prostitución acarrea. La literatura erótica francesa del siglo XIX tiene, como sabemos, en el Marqués de Sade su representante más eximio en cuanto a agotamiento de los temas sexuales llevados al terreno de la sumisión y la crueldad. Pero no sería esperable que uno de los poetas más delicados y sentimentales, Alfred de Musset,
LECTURAS
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escribiera con tono burlón ‘Gamiani, o dos noches de exceso’ (1833), parodia sentimental donde la furia erótica de la protagonista trata de devorar la inocencia de Fanny justificándola con el relato de una vida marcada por la violencia sexual, si no se conociera la deriva del autor entre el afán de pureza y el comportamiento disoluto. Como tampoco que el exquisito Théophile Gautier diera a la imprenta su ‘Carta a la Presidenta’ en la que lo escatológico tiene su lúdico asiento por la vía de la exageración paródica sin abandonar su estilo de orfebre habitual con abundancia de neologismos, términos en desuso, o grotesco léxico prostibulario, y un humor ácido, transgresor, iconoclasta, que devora todo cuanto concierne a la moral, ídolos o costumbres. Y de aquí a Leopold von Sacher-Masoch y su ‘La Venus de las pieles’ había un solo paso, no por nada se bautiza con su nombre el masoquismo, «Solo podemos amar de veras aquello que está por encima de nosotros, una hembra que nos somete […] y todo el mundo sabe que la voluptuosidad y la crueldad están estrechamente emparentadas» (p. 643). La última de las novelas de esta antología, ‘La mujer y el pelele’, de Pierre Louïs, trata el masoquismo mental situando la acción en Sevilla y culminando así la esclavitud reseñada por SacherMasoch. Magnífica antología que muestra la evolución del erotismo en dos siglos fundamentales para comprender su deriva en el siglo veinte, y magníficas también las traducciones tanto de Mauro Armiño, del francés, como de José Santaemilia y José Pruñonosa, del inglés, y, desde el alemán, a cardo de Andrés Sánchez Pascual.
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Pisando límites Valero relata tres fugas a otros mundos, las de San Juan de la Cruz , Hölderlin y Pessoa
LUIS ANTONIO DE VILLENA
N
acido en Ibiza en 1963, Vicente Valero es sobre todo un poeta. Imagino que así preferirá ser presentado. Su poesía es esencialista, de lírica en general alquitarada, en esa dirección que acaso con demasiada amplitud suele llamarse ‘metafísica’. Pero ha escrito también ensayos como ‘Walter Benjamin en Ibiza. 19321933’, y una novela, ‘Los extraños’ que yo no he leído. Por tanto este ‘El arte de la fuga’ (tres relatos con un claro denominador común) es el primer libro en prosa creativa de Valero que conozco. Es, naturalmente, el libro, la prosa de un poeta. Y no porque los protagonistas de las tres diferentes historias sean poetas (Juan de la Cruz, Hölderlin y Fernando Pessoa) sino por bastante más. La fuga del título debe entenderse como escape de la realidad inmediata, como búsqueda de un ‘más allá’ al
que se le pueden otorgar muy diversos nombres o como –lo más claro– experiencias en el límite, en seres de excepcional sensibilidad que siempre buscaron esa vecindad con lo abismático o las lejanías. Me viene a la mente una frase de Ortega: «La gran lejanía que es el mundo». En concreto, Juan de la Cruz vive su muerte, en Úbeda, 1591 (luego lo trasladarán cadáver a Segovia) como una terrible y bienoliente experiencia mística. Sentimos morir a un hombre sencillo, mientras los de alrededor (frailecillos y vecinos) lo tienen ya por santo. Con Hölderlin vemos su ida de Burdeos a Sttutgart en 1802, el momento inicial de su entrada en la locura. Su cambio de mente hacia el trastorno o hacia la mayor y rara lucidez. Mientras que a Fernando Pessoa lo hallamos en la mágica noche del 8 de marzo de 1914, en Lisboa, cuando empieza en su humilde habitación a escribir poemas continuada y bellamente y siente salir de sí un tono y una voz nueva, un poeta distinto que se llamará Alberto Caeiro y con quien empe-
Vicente Valero posa en una calle de Madrid.
EL ARTE DE LA FUGA Vicente Valero. Periférica. Cáceres, 2015. 101 págs.
zarán los heterónimos y su singular experiencia. Como vemos los tres relatos (escritos en una prosa más lírica que narrativa) cuentan experiencias límite: La entrada en la muerte, el abandono con apetencias místicas de la fisicidad; las señas iniciales de la locura o algo que llamamos así; y la idea del yo múltiple que vive en cada uno, pero que en Pessoa es multiplicidad que puede hacerle dudar de ese yo mismo. Todas estas experiencias ya han sido contadas, de donde la originalidad de Vicen-
te Valero no está en el tema sino en el modo. El capítulo medial (el de Hölderlin) es a mi saber el menos rico, el que menos matices aporta. Gana el de Pessoa, el final, y la subida mayor y mejor se da al inicio, con el relato (espléndido) de la muerte de Juan de la Cruz, con las llagas perfumadas y los novicios que lamen el pus bendito. Esta muerte de Juan de la Cruz, sentida en toda la vibración de la palabra, es lo mejor del libro. Buen libro, aunque no vuelva a alcanzarse la bella perfección del inicio.
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DEL CIPRÉS
LECTURAS
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Amor y melancolía
DESPRENDIDO AYER Antonio Prieto. Editorial Devenir. 278 páginas. 15 euros.
Antonio Prieto ha construido una narración sabia y elegante, cargada de simbolismo y matices
C CÉSAR A AUGUSTO A AYUSO
A
ntonio Prieto es un novelista de larga trayectoria, que, sin embargo, anda fuera de las escalas oficiales. Catedrático de Literatura de la Complutense y especialista privilegiado del Renacimiento, tras gozar de la jubilación (nació en la murciana Águilas en 1929), ha intensificado su producción novelística. Estamos, sin duda, ante un narrador de culto, que, a pesar de haber ganado a sus 25 años el premio Planeta, ha ido elaborando su itinerario narrativo por cuenta propia, al margen de modas y preferencias editoriales y publicitarias. Si aquella primera ‘Tres pisadas de hombre’ (1955) revelaba un buen conocimiento técnico –aplicaba solventemente el multiperspectivismo– y una considerable dosis de intriga e imaginación, con ‘Secretum’ (1972), por ejemplo, alcanza una intensa dosis de complejidad narrativa al barajar pla-
nos, personajes, espacios y épocas distintas, en los años cumbre de la novela estructural, de preferencia por el lector de elite y el consiguiente desprecio de la llaneza argumental. ‘Desprendido ayer’ vuelve a ser una narración de culto, pero no por el hermetismo argumental, sino por el estricto ángulo elegido y el delicado planteamiento vital, sentimental, cargado de simbolismo y matizaciones, y no exento de digresiones y episodios de la más pura erudición humanista. Sobre un fondo de novela académica, universitaria, se van tejiendo cinco historias diversas, las de los cinco catedráticos que tendrán que enjuiciar una oposición. Dos aspectos se conjugan de cada uno de ellos: la vida sentimental y la vivencia o dedicación profesional. Hay, sin embargo, una historia preferente, cuya focalización vertebra y condiciona la novela, es la del profesor Norberto Martín Maresca, que puede a trechos coincidir con la memoria, parcializada y adaptada, del autor. Es la vida de este viejo profesor, en la raya de la jubilación, su memoria fatigada e
Leiber
E
l término espada y brujería no nació, como puede sospecharse con las famosas novelas de Robert E. Howard sobre cierto bárbaro de melena negra. Lo inventó, más tarde Firtz Leiber, para referirse a las historias sobre Fafhrd y el Ratonero Gris. Bueno, dos héroes que además son dos ladrones de tomo y lomo, unos pícaros en toda regla. Nuestros muchachos, Fafhrd, el bárbaro norteño de nombre impronunciable, huido de su tierra, y Ratonero Gris, huérfano dos veces, de
orígenes desconocidos, antiguo aprendiz de un mago asesinado, muchas ocasiones se tienen que rescatar el uno al otro. Sus hazañas, la mayoría de las veces: ocurren de manera tangencial durante la comisión de algún delito, o por accidente, pasaban casualmente por ahí. O son debidas a apuestas de juego, o a bravuconadas de borracho. De cuando en cuando reciben misiones de sus mentores, dos magos enloquecidos, con humores infantiles, que la mayoría del tiempo están peleados. Indudablemente se tra-
ria de melancolía. Y se hará más punzante cuando ese amor añorado se le ofrezca precisamente en ese tiempo final, de cuenta atrás. Su otrora alumna Paula María, miembro del mismo tribunal, le propone la unión, aunque él piensa que llega demasiado tarde, porque ya poco tiene
que ofrecerle a quien está, más que nada, enamorada del sabio, del maestro. Magistralmente, esa escena final viene dada desde la perspectiva de un personaje accidental-–la vieja vecina del profesor, quizá en secreto enamorada– y todo queda abierto para que el lector escoja el desenlace, una vez ofrecidas las opciones. La ironía es, así, otro de los ingredientes de la novela, entretejida con dosis de erudición y ese aura de lirismo envolvente. Hay ironía, una cierta deformación de las situaciones sentimentales, que contrasta vivamente con la sutil melancolía que irradia el acontecer del protagonista, en el fracaso o la desidia de los otros profesores. Así se acentúa la antinomia entre la literatura soñada como ideal y la realidad que se impone descarnada día a día. O lo que es lo mismo, entre el tiempo fijado, eternal, de los anhelos, y el otro, el de verdad, devorador, dictatorial, insensible. En algún momento, no está tampoco ausente la ternura con esos personajes desairados por el amor. Como no falta la crítica a una sociedad fenicia que desprecia cada vez más la cultura y convierte la literatura en tartufismo y consumo. Una novela sabia y agradable, elegante y correctamente escrita. Un sabor agridulce su lectura.
rias de terror escritas en el siglo XX. A veces me da por pensar que es la mejor y más original. Una narración de horror que involucra a lo más granado de la literatura americana de principios del siglo pasado, con una terrible nueva forma de brujería. Una narración que es a la vez erudita –pasa a menudo con Leiber– y tremendamente amena, pegajosa como tela de araña, de las que hay que leer de un tirón, y que, realmente, llega a sorprender. Y también sorprendentes y extraños, y yo diría que fundamentales en su originalidad argumental, son los relatos de ‘El gran momento’, o ‘El gran tiempo’, según quien lo traduzca, una de las propuestas más interesantes
de la ciencia ficción ‘ligera’ del siglo pasado. Una serie de historias que nos hablan de una guerra eterna. No entre el bien o el mal, esta vez, sino entre dos facciones que, en apariencia, buscan controlar la historia, aunque sus fines últimos no están nada claros. Reclutan sus efectivos entre soldados muertos – a punto de morir, en realidad- en todas las guerras de todas las épocas, y entre civiles muertos –a punto de morir– dramáticamente. Estos civiles actúan de espías, diplomáticos, o de servicios de entretenimiento y apoyo, como ocurre en el primer relato, donde se esboza toda la situación, en una especie de burdel, o centro recreativo, fuera del espacio y el tiempo.
El escritor Antonio Prieto. :: R. FRANCÉS indefensa, la que impregna toda la novela de una sugestiva y sutil melancolía. Con el tiempo a sus espaldas, todo serán recuerdos y ensoñaciones, y el balance indeclinable de lo que se fue dejando por el camino. Una vida plena integrada en los libros y entregada a ellos, al saber huma-
ta de espada y brujería. Pero una espada y brujería desdramatizada, casi casual, muchas veces cómica. Por dramática o extraña que pueda ser la situación, hay siempre un trasfondo de ironía, de humor hedonista, de sátira. Uno de mis favoritos es el relato ‘El Bazar de lo extraño’ donde en una perfecta caricatura del capitalismo de mercado más salvaje, una raza de mercaderes interdimensionales, llamada los devoradores, se dedican a consumir mundos mientras venden bagatelas. Es quizás este sentido del humor, amplio, malicioso y amable a partes iguales, lo que salva a la serie de relatos, siete volúmenes, ni más ni menos, de caer en la fatiga por repetición. Es también este sentido del
nístico, a la docencia, que le ha llenado como profesional, no le hace olvidar la ausencia de amor, la fría soledad de los años declinantes que le esperan. Ese temblor de que toda la vida se escapa –al echarse encima los años– como agua entre los dedos, impregna, como ya se ha dicho, la histo-
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
humor una característica esencial en la obra del autor, Fritz Leiber, quizás no suficientemente atendido, con varios logros importantes a lo largo de su dilatada carrera. A mi juicio, su novela ‘Nuestra señora de las tinieblas’ se cuenta entre las mejores y más originales histo-
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Bomba de espoleta retardada Edna O’Brien muestra en ‘Chicas felizmente casadas’ su lenguaje irónico, afilado y, a veces, tierno :: ANGÉLICA TANARRO
L
as novelas de Edna O’Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1932) son como bombas de espoleta retardada. Mecanismos que van forjando una explosión controlada hacia la mitad de la narración. De entrada parece que la cosa es insustancial, la naturalidad del relato avanza como quien no quiere la cosa y, de pronto, el lector tiene en sus manos un drama que no es ni más ni menos intenso que el de cualquier vida corriente, pero ya no puede desentenderse de él. Así es, así vuelve a ser en ‘Chicas felizmente casadas’ tercera novela de la autora ir-
landesa y fin de una trilogía que había comenzado con ‘Las chicas de campo’ (el comienzo también de su carrera literaria en 1960) y que continuó con ‘La chica de ojos verdes’. El sello Errata Naturae ha recuperado para el público español las tres novelas (que pueden leerse de forma independiente) y las ha ido publicando en el mismo orden en que fueron concebidas. Si en ‘Las chicas de campo’ nos familiarizamos con las peripecias de dos adolescentes en la Irlanda profunda de mediados de los cincuenta y su paso por un duro y lúgubre internado de monjas de la época, y en ‘La chica de ojos verdes’ las encon-
La escritora irlandesa Edna O’Brien. :: ERRATA NATURAE tramos instaladas en Dublín buscando el amor desesperadamente, en ‘Chicas felizmente casadas’ Kate y Baba, instaladas en Londres, avanzan hacia la madurez, aunque todavía son jóvenes. Kate, casada con Eugene, su amor de Dublín, y ya madre de Cash, y Baba emparejada a un nuevo rico. Pero la irónica felicidad del título no es tal y las dos protagonistas, mujeres de caracteres muy diferentes pero con un fuerte denominador
CHICAS FELIZMENTE CASADAS Edna O’Brien. Traducción de Regina López muñoz. Errata Naturae. 272 páginas. 18 euros.
común –son inseguras pero llenas de vida, lanzadas pero también encorsetadas por los condicionantes que han ‘estrechado’ históricamente al género femenino– no dejarán de manotear con su existencia, en una búsqueda que no parece tener descanso. La prosa de Edna O’Brien avanza con su peculiar estilo, lleno de naturalidad, como si conversara con el lector. La novela alterna la primera persona del relato de Baba con la tercera persona cuan-
do se fija en Kate. El sarcasmo de Baba apenas da respiro. Hay algo joyceano en la mirada corrosiva de O’Brien (por cierto autora de una biografía del escritor) aunque sus planteamientos literarios estén plenamente alejados. Un pesimismo existencial dibuja los caracteres de unos personajes no dispuestos a dejarse doblegar por las circunstancias adversas. El lector no puede evitar sentirse implicado. Condición de buena novela.
LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Cortar los hilos
Buena... mala... fortuna... pata :: SUSANA GÓMEZ Dos caras de la misma moneda. Buena, mala... suerte, pata... Si comienzas por un lado, el señor Buenaventura te guiará por un viaje afortunado. Si das la vuelta al volumen y empiezas por el otro, el señor Malapata te tomará de la mano, algo enfurruñado, y no cambiará su gesto ni después del billete de lotería premiado. Con una estructura narrativa paralela, este álbum en el que las imágenes implementan el texto enriqueciéndolo con guiños multiplicados (las ilustraciones esconden 1.793 pequeños detalles visuales, señalará la editora), propone una incursión por el azar y sus caprichos. En ella, la casualidad, el destino y nuestra particular intervención sobre la vida (la propia y la
ajena) tejerán sendos discursos, en los que palabra e imagen, lejos de reiterarse, conforman nuevos y más complejos significados. Basado en la simultaneidad de dos historias, el volumen propone así una red de coincidencias y diferencias, que confluyen en algún punto donde las líneas paralelas algunas veces se tocan y otras se separan. Como la vida (y sus cruces) misma, los dos relatos participan de personajes, situaciones y caprichos del destino, en un tiempo y en un espacio compartido. La diferencia del iti-
EL LIBRO DE LA SUERTE Sergio Lairla y Ana G. Lartitegui. Editorial A buen paso. 56 págs. 20 euros. Edad recomendada: a partir de 9 años.
nerario: la fortuna y sus cosas, pero también, y puede que sobre todo, la actitud con la que cada personaje
encara los acontecimientos. Buenaventura y Malapata no sólo viven en el mismo edificio, sino que por una extraña casualidad deciden irse de viaje al mismo lugar... y vivir sin saberlo una serie de acontecimientos encadenados que construirán sus respectivos destinos. El resultado: un álbum en el que desentrañar significados no siempre evidentes, y donde ilustraciones claras y contundentes contarán lo que no dice el texto, permitiendo al lector la búsqueda de matices y una intensa complicidad con la(s) historia(s).
Una delicadeza de hilos. La sutileza de un títere que danza con la levedad de unos pies diminutos. La métrica sin medida (por libre, no por histriónica) de un texto ligero y poético en el que todo parece pender de unas manos. Las manos del titiritero. Las manos del que escribe esta historia (sentido y sensibilidad) sobre libertad, generosidad y amores. Las manos de quien dibuja estas ilustraciones a lápiz, en las que la fuerza reside en los tra-
ZIMBO Arturo Abad y Joana Concejo. Oqo editora. 32 págs. 14,50 euros. Edad recomendada: a partir de 7 años.
zos, en el esbozo que se hace dibujo casi sin darnos cuenta, en la extraña intensidad de unos tonos que rayan lo monocromático, y que apenas estallan en el más álgido instante... Es una historia repetida, una necesidad en dos direcciones: de un lado, la de cortar los hilos para ser autónomo; del otro, la de dejar marchar a aquellos a quienes amamos. Y el títere y el titiritero, en unos lazos comunes (nunca se sabrá quién está más atado a quién por las cuerdas y los afectos), nos hablarán de ese viaje cíclico, reiterado, que es no sólo soportar, sino ser partícipe activo de la independencia del otro. Ritual iniciático, mito de Ulises y Calipso, es una vez más el relato de los héroes (cotidianos y literarios) que abandonan la comodidad del nido y aquellos otros que (dolor ineludible) les ayudan a hacerlo. Es, en fin, la inevitable metáfora que, en esta ocasión, no se olvida de ningún punto de vista, para tratar con acertado lirismo una historia antigua y nueva: el aprendizaje, agridulce e imprescindible, de crecer como hijo, pero también como padre.
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Sábado 28.03.15 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
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no de los usos de las preposiciones es introducir complementos exigidos por verbos, sustantivos o adjetivos. Cuando esto ocurre, la preposición carece de significado y el complemento en cuestión se denomina complemento regido, complemento preposicional regido o complemento de régimen preposicional. Si se omite la preposición, el verbo cambia de significado. Sirva como ejemplo el verbo ‘contar’: a) contar billetes, contar los huevos por docenas; b) contar un chiste, contar el argumento de la película; y c) contar con la ayuda de alguien, contar con alguien. En el primer caso, con el significado de numerar los objetos de un conjunto para determinar su cantidad; en el segundo, con el de decir algo una persona a otra; y en el último, con el de considerar o tener presente a una persona o una cosa para algún fin. En los casos de preposición exigida, la supresión supone una incorrección. Obviamente los hablantes nativos no van por la vida suprimiendo preposiciones así como así. De hecho, errores del tipo *Cuento tu ayuda para hacer este trabajo o *Confío mis posibilidades solo serían posibles en hablantes que no tienen el español como lengua materna. Pero sí son frecuentes estos errores cuando la preposición encabeza una oración subordinada introducida por la conjunción ‘que’, como en *Cuento que vengan todos a cenar o *Confío que todos paguen la cena. Hay incorrección en estos dos ejemplos porque el verbo ‘contar’ con este significado exige la preposición ‘con’ y el verbo ‘confiar’ la preposición ‘en’ (Cuento con que vengan todos a cenar; Confío en que todos paguen la cena). ¿Cómo saber qué verbos o expresiones rigen preposición? No hay manera de saberlo y los diccionarios tampoco lo marcan de modo sistemático, pero los hablantes nativos pueden
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
BAILES PREPOSICIONALES
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‘probar’ si un verbo exige o no preposición conmutando el complemento nominal con la oración subordinada: si el complemento nominal lleva preposición, también la lleva la oración subordinada. Por ejemplo, con el verbo ‘acordarse’ (que exige la preposición ‘de’): ‘No se acuerda de los cumpleaños de todos sus nietos / No se acuerda de que tiene que tomar las medicinas antes de cenar’; con el verbo ‘presumir’ (que también exige ‘de’); ‘Presume de una inteligencia poco común / Presume de que le ha tocado la lotería / Presume de tener dinero’; con el verbo ‘avergonzar’ (que no exige preposición): ‘Le avergüenzan tus
chistes / Le avergüenza que lo vean en ropa interior / Le avergüenza reconocer que lee novelas de amor’. ¿Se cumple esta regla en todos los casos? En general, sí. Pero hay algunos verbos que admiten tanto un complemento nominal con ‘de’ como un complemento sin preposición, como es el caso de ‘necesitar’. Puede decirse ‘Necesito tus consejos’ y ‘Necesito de tus consejos’, pero no puede usarse la preposición ‘de’ con este verbo precediendo a un complemento oracional: *‘Necesito de que me aconsejes sobre este tema’. Hay que decir ‘Necesito que me aconsejes sobre este tema’. Lo contrario ocurre con el verbo ‘sospechar’, que admite solo complementos nominales con ‘de’, como en ‘Todo el mundo sospecha de sus mentiras’ (no puede decirse ‘Todo el mundo sospecha sus mentiras’) y solo admite complementos oracionales sin preposición, como ‘Se sospecha que el incendio fue provocado’ (donde no es correcto decir ‘Se sospecha de que el incendio fue provocado’). Igual se comporta el verbo ‘dudar’, que exige ‘de’ en los complementos nominales (‘Nadie duda de sus méritos’) y que admite complementos oracionales con ‘de’ o sin preposición (‘Dudo que sea tan listo como dicen’ y ‘Dudo de que haya dicho la verdad’). Otros verbos tienen un doble régimen, es decir, que pueden construirse con preposición o sin ella con el mismo significado. Verbos como ‘alegrar / alegrarse de’, ‘avergonzar / avergonzarse de’, ‘admirar / admirarse de’, ‘asombrar / asombrarse de’, ‘preocupar / preocuparse de’, etcétera, pueden aparecer en construcciones en las que lo que alegra, avergüenza, admira, asombra o preocupa funciona como sujeto (sin preposición entonces); y en construcciones pronominales que exigen la preposición ‘de’. De ellos nos ocuparemos en otro momento.
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El francotirador. Kyle/Defelice (Crítica)
Cómo hacerse mayor... Leopoldo Abadía (Espasa)
Las últimas horas de José A. José M. Zabala (Espasa)
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Pactos y señales... J. J.Benítez (Ediciones B)
Esto lo cambia todo. Naomi Klein (Paidós)
Lusitania. Erik Larson (Ariel)
Quiero que mi hijo sea feliz. A. Vega (CIMS edit.)
Diario de un ministro. José Bono (Planeta)
Diario de un ministro. José Bono (Planeta)
Aquí cada cual con sus cosas. Y.Mellow (Temas de hoy)
Reinas malditas. C.Morató (Debolsillo)
En familia. Karlos Arguiñano (Planeta)
Cuarenta años con Franco. Julián Casanova (Crítica)
Valladolid Universal. R. Alonso. (Elefantus Books)
El arte de no amargarse... R. Santandreu (Paidós)
La economía, una historia.... Niño Becerra (Libros del Lince)
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La tierra baldía. Elliot (Lumen)
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Crímenes que no olvidaré. Bartlett (Destino)
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Los últimos españoles... C. Hernández (Ediciones B)
Vida y pintura: Cuadrado Lomas. P. Torío (Fuente de la Fama)
Lunario 2015. M. Gros (Artús Porta Manresa)
Pactos y señales. J. J. Benítez (Planeta)
Rutas sagradas: lugares... Varios (La Esfera)
El desmoranamiento. Packer (Debate)
Yo fui a EGB 2 Ikaz / Díaz (Plaza & Janés)
El capitán en el siglo XXI. T. Piketty (FCE)
La II Guerra Mundial.... J. Eslava Galán (Planeta)
Ciencia y creencia. Jones (Tuner)
Los perdedores del nuevo... Ovejero (Biblioteca Nueva)
El cura y los mandarines. Gregorio Morán (Akal)
Usar el cerebro. Facundo Mares (Paidos)
El cura y los mandarines. Gregorio Morán (Akal)
Esto lo cambia todo. Naomi Klein (Paidós)
Perros e hijos de perra. Reverte (Alfaguara)
La cruzada del Océano. Esparza ( La Esfera)
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Sábado 28.03.15 EL NORTE DE CASTILLA
QUINCE MINUTOS DE FAMA
ÁNGEL MARCOS
Víctor J. Ruiz Méndez
Nací en el corazón del campamento romano de la Legión VI Victrix en León, en el año 58 (bastante d. C.). Tuve dos ángeles, alguno con alas...: Mi padre D. Victor, estricto y recto profesor, procedente del valle Esgueva y mi abuelo Juaco ‘el Pipa’, tipógrafo, republicano y vividor, vecino del barrio Húmedo... De ahí mi alma de Géminis partida... Aprovechando lo del Pisuerga recalé en su orilla, calle Turina, frente al Trébol... Niño de árboles y de río... El colegio de Lourdes, con su Finca, me marcó y a los quince me solté la melena en medio del patio y hasta hoy... La Universidad, el norte, el amor,... Todo llegaba deprisa y sobre mis dos ojos se fijaron para siempre tres niñas hermosas de luz... De mis tres hermanos, Marisa, Carlos y Jorge,... El más callado calló para siempre después de decirlo todo, Marisa cuida sus tulipanes holandeses y Jorge, el pequeño, sus capullos de aquí... Treinta y tantos años después sigo con trabajo (y gracias), docencia, indecencia y crisis... La última llegó con una tesis bajo el brazo, reinventarse o morir... De las chorradas de la vida me estoy quitando... La semana pasada se lo prometí a ella... Y a mi gata... P.D.: El sábado, al salir de casa de mamá Marisa le oí decir: «Hijo, pero con lo guapo que tú estás con el pelo corto...»
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 28.03.15 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
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omos hijos de los árboles. Es verdad que en el relato del Génesis se nos dice que Dios formó con barro la figura del hombre y que luego le dio vida soplando sobre ella, pero esa primera criatura que habría de formar parte de ese jardín inicial, y, sobre todo, poner nombre a los animales y plantas, era alguien aún carente de esa dimensión que nos constituye como seres humanos, el tiempo. Una criatura que vive en un presente eterno, al margen del dolor, que no llega a envejecer y es ajeno a los sentimientos del fracaso y la pérdida ¿cabe considerarla humana? No, no cabe, y por eso para que Adán y Eva puedan considerarse nuestros antepasados deben pasar primero por la experiencia de la expulsión. Nacemos a la humanidad en la medida en que abandonamos ese jardín primero. O dicho de otra forma, lo propio del hombre es la extraterritorialidad. Hubo un primer territorio y tuvimos que abandonarle a causa de un árbol. O mejor dicho, de uno de sus frutos. Eva tomó el fruto que la serpiente le entregaba, y es esa transgresión del mandato divino la que nos arroja a las cadenas del tiempo y de la causalidad. Para que podamos existir como hombres ha tenido que intervenir un árbol, y es probando uno de sus frutos cuando se lleva a cabo esa transformación que desde entonces no ha dejado de provocar todo tipo de maravillas y sobresaltos. Sobresaltos, porque al abandonar ese primer jardín el hombre cae en la naturaleza y se convierte una criatura más del mundo natural, y participa de sus anhelos y conflictos innumerables. Maravillas porque
DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO
lo hace dotado de lenguaje, que es una cualidad del ser paradisíaco. Una de las primeras cosas que debieron sentir Adán y Eva, al descubrirse solos y abandonados en ese desierto que era el mundo tras la expulsión, es que podían hablar. Es decir, que no habían perdido aquella facultad maravillosa que les permitía participar en la creación como si ellos mismos fueran dioses. Las palabras son hijas de aquel soplo inicial. Tienen el poder de dar vida, nos ayudan a ver mejor y guardan la memoria de las cosas. En ellas estaba pues la memoria de aquel doloroso momento inicial, el que había sucedido a la expulsión, pero también de todo lo que habían vivido en el maravilloso territorio que se vieron forzados a abandonar. Pero aunque Dios arrebata al hombre la lengua santa, que es la lengua de Adán, la lengua con que participó en la creación poniendo nombre a las cosas, no le quiso privar de lenguaje. Esa lengua perdida es al habla y a las palabras comunes, lo que el jardín del paraíso es al mundo natural. De forma que cabe hacer una asociación entre ambos, y de la misma forma que la literatura y la poesía surgen como un intento del hombre por recordar esa lengua común a todos los hombres, que tenía el poder de obrar sobre la realidad, el arte del jardinero siempre trata de recuperar para el mundo un fragmento de ese jardín soñado que fue el paraíso. Por lo que el poeta y el jardinero se parecen, ya que su misión es recuperar la memoria del paraíso en la tierra. Y por la misma razón podemos afirmar que tanto la poesía como el jardín son hechos extraterritoriales, es decir que constituyen algo así como un no lugar. Algo parecido a las moradas de la mística o a los castillos flotantes de las novelas de caballerías, o a los bosques en que se refugiaban los amantes. Lugares que los peregrinos recorrían desubicados, sin saber exactamente por dónde iban, ni lo que podían encontrarse a hacerlo, pues que más que ser un reflejo de lo que conocían, parecían deberse a una realidad soñada. Un puente entre el mundo del sueño y las cosas reales, eso es un jardín. Pero ¿no es también una buena definición de un libro? Pero vayamos por partes.
:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL
Jardín y novela
¿Adónde llegan Adán y Eva tras la expulsión? Hemos dicho antes que al mundo natural. Caen, pues en la naturaleza, donde tendrán que aprender a sobrevivir sin ayuda de nadie, siempre en las condiciones más extremas. No es fácil hacerlo, pues el reino natural en nada se parece a aquel Monte Santo descrito por el profeta Isaías, donde el lobo se tumbaba junto al cordero, los recién nacidos jugaban con las serpientes, y el león y el buey pastaban juntos, pues no existía la posibilidad del daño y cada criatura vivía en plácida y venturosa vecindad con las otras. Tendemos a idealizar la naturaleza, pero
en realidad es el reino del horror, y el que se haya asomado aunque sólo sea mínimamente a una selva amazónica debe saber a lo que me refiero. La vegetación sofocante, los gritos de los monos, el barullo ensordecedor de las aves, los insectos excitados por los mil olores de las flores y los fluidos animales, lo convierten en un lugar agobiante y hostil por el no cabe avanzar sin sentir la amenaza cierta de la muerte. No estoy exagerando. El mundo en que tuvieron que adentrarse nuestros primeros padres, después de ser expulsados del paraíso, debía parecerse bastante a una selva así.
Y es en un contexto como éste donde debemos situar ese dictamen de Mallarmé en que afirma que el mundo sólo ha podido ser concebido para transformarse en un hermoso libro. Lo que bien mirado no distinto a decir, en un inagotable jardín. Pero ¿un jardín inagotable o un libro que no podemos terminar de leer, no remite a la idea del laberinto? Borges en uno de sus cuentos, El jardín de caminos que se bifurcan, lleva hasta las últimas consecuencias esas vinculación entre jardín y libro. Un gran gobernador de una provincia de China, sabio en diversas materias, decide aban-
donarlo todo para componer un libro y un laberinto. Permanece trece años trabajando en su proyecto sin abandonar su palacio, pero a su muerte sus herederos no encuentran sino manuscritos caóticos. Todos imaginaron dos obras pero nadie pensó que libro y laberinto pudieran ser un solo objeto. El jardín de los senderos que se bifurcan era aquel libro caótico, de forma que el laberinto que habían buscado sin éxito estaba hecho de tiempo. Es decir, que el jardín era una enorme adivinanza, o parábola, cuyo tema era el tiempo. Un laberinto hecho de tiempo, eso es un libro.