Sábado, 06.06.15 Número CCVII
SOMBRA CIPRES LA
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Michals, Meneses y todos los demás Ocurre entre el final de la primavera y el comienzo del verano: la fotografía explota y llena las salas. Michals en Valladolid, Meneses en Madrid, PhotoEspaña en todas partes... [P3]
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Sábado 6.06.15 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
‘El rapto de Europa’. Siglo IV a. C. Allard Pierson Museum, Ámsterdam.
Atlas espiritual de la Europa literaria Mercedes Monmany reseña 300 escritores de los siglos XX y XXI de todos los rincones de la geografía europea
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xiste Europa desde un punto de vista literario? En ocasiones, si uno se orienta por el gusto de los lectores españoles, tan comprometidos siempre con la literatura nacional –o en el mejor de los casos con la iberoamericana–, da la impresión de que no. Sin embargo, cuando tenemos la
fortuna de encontrarnos con un volumen como ‘Por las fronteras de Europa’, al final terminamos pensando que en la escritura, como en tantas otras cosas, son muchas más las cosas que nos unen que las que nos separan a los europeos. Incluso contando con esa torre de Babel lingüística que es el Viejo Continente.
CARLOS AGANZO
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Tiene razón Claudio Magris cuando dice que el último libro de Mercedes Monmany es una especie de «atlas espiritual» de Europa. Una geografía cultural que reúne, a modo de viaje iniciático, los nombres de tres centenares de autores europeos de las más diversas procedencias, con algún salto, por afinidad, fuera
de las fronteras continentales, como Israel o Brasil. Un ensayo vasto, y al mismo tiempo profundo, que pone en evidencia el «esfuerzo continuado» de esta crítica literaria que conocen muy bien los lectores de algunos de los suplementos culturales más relevantes del país; una escritora –Magris dixit– «cuya insaciable curiosidad y grandeza de miras la han llevado a erigirse en la introductora en España de muchas de las voces más notables de las letras europeas de nuestros días». Así es con justeza.Pero a todo ello hay que añadir, además, el propio valor literario –con independencia de su contenido– de los textos de Monmany: la expresión del entusiasmo indagador, del placer de la lectura y de la escritura, sin fronteras lingüísticas ni culturales. Algo en lo que tiene mucho que ver su propia labor como traductora de autores como Philippe Jaccottet, Bernardo Sciascia o Attilio Bertolucci. En un tiempo en el que la crítica literaria, al contrario de lo que pudiera parecer, se hace más necesaria que nunca para poder orientarse en el bosque proceloso de las literaturas del mundo, una labor de exploración como ésta es muy de agradecer. En la amplísima selección de autores que Mercedes Monmany nos propone en este libro hay, por supuesto, una propuesta generosa de escritores de las grandes literaturas europeas, como la británica, la francesa, la italiana o la alemana, pero también una prospección en algunos países literariamente menos conocidos por el público español. Países en franca emergencia, como los nórdicos o los portugueses, y otros de los que seguramente tenemos menos noticias por estos lares: los holandeses, los rusos, los turcos... Entre todos ellos, tal vez por el propio gusto de la antologadora, o porque seguramente representan en su conjunto la mejor expresión de lo que verdaderamente ha sucedido y sucede en el corazón de Europa –si bien fuera de los focos de atención de las grandes cadenas editoriales y publicitarias–, merece la pena detenerse un poco más en el ramillete de autores centroeuropeos que se reseñan en el libro. Por separado, nos descubren escritores originales, sorprendentes y llenos de una fuerza que en ocasiones se nos antojaba desaparecida en nuestra literatura de hoy; juntos, nos ofrecen además un pano-
Mercedes Monmany.
POR LAS FRONTERAS DE EUROPA Mercedes Monmany. Prólogo de Claudio Magris. Galaxia Gutenberg. 1470 páginas. Barcelona, 2015.
rama vibrante de la Europa destruida y recompuesta una y mil veces sin salir del siglo XX y el XXI: desde la caída del imperio austrohúngaro hasta el derrumbamiento del bloque soviético tras el muro de Berlín, pasando por la estela de los horrores de las dos guerras mundiales. Un deslumbrante crisol cultural en el que figuran, por supuesto, algunos de los autores más celebrados de esta variada geografía, como Milan Kundera, Sándor Marai, Stanislaw Lem, Ismaíl Kadaré, Imre Kertesz o el poeta Czeslaw Milosz; clásicos como el yugoslavo Ivo Andric, o como el aristócrata húngaro Miklós Bánffy, y menos clásicos, como Józef Czapski –autor de ‘En tierra inhumana’, el «gulag» polaco, según Monmany–, como la croata Slavenka Drakulic –autora de ‘Como si yo no estuviera’– o como el polaco Marek Bienczyk –autor de ‘Tworki’–, tres obras que bastarían por sí solas para comprender lo que puede dar de sí todavía una región tan extraordinaria como ésta. O quizás, dicho mejor con las palabras del propio Ivo Andric, el único premio Nobel yugoslavo de la historia (1961), cuando escribe: «Creo que los científicos extranjeros vendrían a Bosnia a estudiar el odio, como estudian la lepra, en el caso de que el odio se pudiera separar y clasificar como objeto de estudio igual que la lepra». Mucho por descubrir.
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UNA EXPLOSIÓN DE IMÁGENES
Es conveniente asomarse... a Michals Una exposición en San Benito de Valladolid recorre la trayectoria del fotógrafo estadounidense, famoso por sus imágenes secuenciadas ANGÉLICA TANARRO
blogs.elnortedecastilla.es/calle58/ @angelicatanarro/twitter.com
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ay un Michals irónico, provocador, que utiliza su técnica y su ingenio para criticar a los colegas o ciertas rutas del arte contemporáneo; hay un Michals que retrata pintores, directores de cine, actrices rutilantes con la sabiduría de haberse empapado antes de su obra y de su personalidad; hay un Michals que descubre que algunas imágenes le piden palabras y al soltarlas se descubre a sí mismo como escritor y a partir de ahí se le descosen las etiquetas, hay por fin un Michals que comprueba en sus carnes (como en algún momento le ocurre a todo creador) y acepta que una parte importante de su obra procede y le remite a la bodega de su memoria. De todos los Michals posibles, el mejor (me atrevo al calificativo por no decir en primera persona el que más me interesa) es una mezcla de esos dos últimos. El Michals que explora el pasado y lo devuelve al presente con las huellas en el negativo de sus fotografías y la sangre de las líneas manuscritas en sus márgenes. Una selección de todos esos Michals está presente en la exposición ‘A B C Duane Michals’ que se puede ver estos días en la sala municipal de exposiciones de San Benito de Valladolid, ese lugar que tanto ha hecho y esperemos que siga haciendo por educar la mirada fotográfica de la ciudad. La exposición es densa y extensa y esa densidad requeriría de varias visitas. Desde un primer nivel de lectura en el que la mirada puede quedarse en lo más espectacular: ese pepino ‘king size’ con el que critica la banalidad de cierto arte contemporáneo haciendo diana con su dardo en
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esta ocasión en el fotógrafo alemán Andreas Gursky o esa otra realizada con la caspa de Jeff Koons y el símbolo del dólar, o el remedo que en la serie ‘Mierda de santos muertos’ hace de las obras de Andrés Serrano. Pero una vez cumplida la dosis de lo más superficial, conviene acercarse. Sí, porque lo mejor de la obra de Michals es inversamente proporcional a su tamaño. Y está en esas fotografías de pequeño formato, en blanco y negro, donde la ‘historia’ se nos muestra entre veladuras y nieblas, reflejos y temblores, grises sabiamente medidos, y una maestría técnica en cuanto a encuadres y profundidades de campo. Ahí está el Michals que más nos concierne aunque esa proximidad nada tenga que ver con los datos de tiempo, calendario o punto geográfico. Particularmente emotiva es su serie sobre el regreso a la casa familiar, donde los fantasmas aparecen gracias a la utilización del recurso de la doble exposición. Para entonces, Michals era ya un ‘escritor avezado’ desde que en 1974 había comenzado a anotar sus imágenes y en este regreso, cuando el artista cuenta ya setenta años, alude al día de su nacimiento (‘En esta misma habitación, una tarde de febrero’) y escribe frases como ésta: «Aquí estaba la cama de mi primer llanto mientras mi madre se desangraba». Porque él era muy consciente de que habitualmente ‘hay cosas que no se ven en esta fotografía’, como titula una imagen de 1977 tomada en un local (vacío de gente) que solía frecuentar y al que vuelve durante un viaje a su ciudad natal y así anota: «Mi camisa estaba empapada de sudor. La cerveza sabía bien pero yo seguía teniendo sed. Un borracho hablaba a gritos con otro borracho sobre Nixon. Observé a una cucaracha caminar lentamente por el filo de un taburete de la barra. En la máquina de música Glen Campbell empezaba a cantar ‘Southern nights’. Yo tenía que ir al cuarto de baño. Un mendigo se dirigía hacia mí para pedirme
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Una selección de los Michals posibles aparece en esta densa y extensa exposición El interés de su fotografía es inversamente proporcional al tamaño de las obras ‘Marcel Duchamp vivía detrás de mi apartamento en la calle diez...’ Retrato del artista por Duane Michals.
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UNA EXPLOSIÓN DE IMÁGENES
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dinero. Había llegado el momento de marcharse». Duane Michals nació en 1932 en Pensilvania (EE UU) y a sus 83 años sigue en activo. Hace tiempo se ganó un lugar de honor en la historia de la fotografía contemporánea y su obra se expone en los principales museos del mundo. (Aquí fue premio PhotoEspaña en 2001). La aportación que siempre se destaca cuando se habla de su trabajo es la fotografía secuenciada: esas pequeñas series de imágenes construidas que cuentan una historia. Cortos si hablamos en lenguaje cinematográfico, microrrelatos, si lo hacemos en clave literaria las imágenes congeladas y dispuestas en serie de Michals suelen estar aderezadas de convenientes dosis de magia o misterio. De esto tiene sin duda la secuencia de 1970 ‘Encuentro casual’ y de lo primero la titulada ‘El espíritu abandona el cuerpo’. El sentido del humor, es ingrediente habitual en su cocina. Ha utilizado su objetivo para preguntarse sobre la sexualidad, la identidad, la marginación, la memoria... Y en esta exposición hay hermosos ejemplos de ese trabajo. No se pierdan, por ejemplo, el retrato de Duchamp de quien fue vecino sin saberlo. Como en las imágenes de los espejos, el reflejo es una me-
‘Encuentro casual’, secuencia de 1970. :: DUANE MICHALS
Su aportación destacada fueron las secuencias. Series aderezadas con magia y misterio
táfora del trabajo fotográfico. Magritte también anda por aquí. «Es peligroso asomarse» decía una, para mí, enigmática leyenda que aparecía en las ventanillas de los trenes de mi infancia. Aludía a un riesgo evidente en el que me parecía el mayor placer del viaje: asomarse al exterior y sen-
tir el aire, los olores del campo, el ruido de la máquina avanzando... Asomarse a las fotografías de Michals también tiene sus riesgos porque una parte de nosotros mismos puede aparecer por sorpresa en algún rincón de la historia. Pero es conveniente hacerlo. Muy conveniente.
Noticias sobre Tina Modotti :: ANGÉLICA TANARRO
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robablemente a muchos el nombre de Tina Modotti les resulte vagamente familiar. Algunos incluso puede que lo lleguen a vincular con otros nombres de los que sí sabrían decir cuál fue la causa de su fama. Pero pocos sabrán situar con exactitud en la historia reciente quién fue y a qué se dedicó la propietaria del sonoro y musical nom-
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bre. Porque Tina Modotti es uno de esos casos en los que el personaje acaba superando a la persona. Una biografía de la premio Cervantes Elena Poniatowska, ‘Tinísima’’, contribuyó en parte a disipar la niebla en torno al personaje. Ahora una exposición en Madrid, en la Fundación Loewe nos devuelve su actividad artística: la fotografía. Nacida en Údine, Italia, en 1896 y muerta en México DF
en 1946 la suya fue una de esas biografías truncadas pero intensas. Fue actriz en Hollywood, modelo para el fotógrafo Edward Weston, de quien fue amiga hasta su muerte quien le enseñó a dar los primeros pasos en la fotografía, y una destacada activista política a favor de la revolución mexicana. En España, durante la Guerra Civil fue enfermera y redactora del periódico republicano ‘Ayu-
da’. México, país al que se trasladó con Weston en 1923,‘ invadió’ su vida, supuso una frontera en su obra y marco a fuego el final de su biografía. (Modotti murió de un ataque cardiaco mientras iba en un taxi, pero nunca se aclararon las sospechas de asesinato). Entre la nómina de sus amigos figuraron Diego Rivera, Frida Kahlo, Siqueiros (Modotti trabajo como documentalistas los muralistas mexicanos) y el político Vittorio Vidali. La exposición que, en el marco de PhotoEspaña, acoge la Fundación Loewe (Serrano, 26, Madrid) es la primera individual de la fotógrafa en España. Recoge una selección de las dos principales etapas en las que se divide su obra. La primera, dominada por el formalismo aprendido de Weston, y la segunda, influenciada ya por su activismo social en el país azteca y su mirada sobre las poblaciones indígenas. Apenas una década de trabajo que dejó imágenes a menudo impactantes. La muestra permanecerá abierta hasta el 30 de agosto.
Celia Sánchez (i), secretaria de Fidel, y Vilma Espín, jefa de la resistencia santiaguera y mujer de Raúl*+ Castro. :: ENRIQUE MENESES
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El teleobjetivo son sus piernas :: JORGE PRAGA
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Enrique Meneses le sucedió lo que a tantos fotógrafos engarzados al periodismo: su obra se difundió con la misma rapidez con que fue olvidada y barrida por las novedades de las fechas siguientes. Sucede además que las imágenes que pueblan una noticia, y que a veces son su propia semilla originaria, dejan a su autor tan esquinado que nadie repara en él. Y sin embargo, cuando es posible echar la vista atrás y recorrer una trayectoria profesional como la suya, nos asombra lo que guardamos del autor en recónditos archivos mentales, junto con el lugar indiscutible que le corresponde por la altura de su testimonio. Ese es el balance y el gusto que deja Enrique Meneses en la excelente exposición de Canal Isabel II de Madrid, con cerca de un centenar de imágenes acompañadas por libros, películas y objetos de su quehacer.
Enrique Meneses nació sin remisión para el periodismo el 28 de agosto de 1947, el día que Islero cogió a Manolete en la plaza de Linares. Cuando la noticia le alcanzó no pudo frenar el ansia de correr hacia ella. Y aunque tenía solo 17 años, y no contaba más vinculación con el periodismo que una lejana adherencia paterna, tomó un taxi y se trasladó al hospital donde agonizaba el torero. Su reportaje encontró finalmente comprador, aunque apenas si le llegó para pagar la mitad de las 400 pesetas invertidas en el taxi. Pero ya nada iba a cambiar su inclinación, su vocación, que no tenía nada que ver con la carrera de Derecho que había iniciado. Lo que hizo ese día iba a gobernar el resto de su vida: estar disponible para ir al encuentro de la noticia, o viajar donde la intuición le indicara que algo se estaba cociendo. Decía al final de sus días: «Un periodista se compone de un 70% de paciencia, un 20% de profesionalidad y un 10% de potra».
Su preparación no bebió de ninguna academia: la fraguó en la experiencia, y en la atención a los compañeros. Entre estos destacaba por encima de todos al fotógrafo Shahrokh Hatami, otro intuitivo que atestiguó la entronización del Sha de Persia y años después su derrocamiento por la revolución islámica del Ayatolá Jomeini, y que parecía estar tocado por una suerte de gracia ubicua, la que le llevó a retratar a The Beatles en el Cavern Club de Liverpool, o a Sharon Tate en los días previos a su asesinato. Hatami le transmitiría su olfato más que un discurso técnico que Meneses no necesitaba. Le bastaba con una buena cámara, casi siempre con un objetivo único de 50 milímetros que recogía una mirada similar a la humana, y poco más. Ni flash, ni teleobjetivo, ni grandes angulares. «Su teleobjetivo son sus piernas», señala el comisario de la exposición, Chema Conesa, que añade: «Utilizaba la cámara como un aparato tan simple
como un lápiz, su virtud es su función, fijar la mirada, documentar un hecho. No le interesaba ninguna clave estilística ni estética, la cámara era una extensión de sus ojos, una aseveración documental del instante, y ese instante era un hecho periodístico». Un instante que privilegia un hecho noticiable, un instante que necesita una evidencia gráfica, bien lejos del ‘instante decisivo’ de Henri Cartier-Bresson, más atento a la convergencia casual de factores. El instante de Meneses es expansivo, el de Cartier-Bresson concentra-
Destaca su capacidad para recoger un escenario y unos figurantes que no conviene fragmentar ni diluir en la distancia
do en su singularidad. Pero si la técnica no le interesaba más que como intermediario eficaz de la captura, viendo su obra es obvio que entre sus preocupaciones centrales estuvo siempre el lugar de observación. En muchas de sus fotografías llama la atención su capacidad para recoger un escenario y unos figurantes que es preciso no fragmentar, pero tampoco diluir en la distancia. Hay una fotografía del presidente Nasser recorriendo las calles de El Cairo subido a un automóvil descubierto entre gente que le vitorea que es un prodigio de síntesis. Dónde se subiría Meneses para captar en leve picado frontal el gesto seductor de Nasser entre el entusiasmo de la multitud, jóvenes que corren tras el coche, policías que quieren contenerlos, brazos en alto de hombres orientales y hombres occidentales, ninguna mujer en las aceras. Una foto para contemplar largamente. Como las de la llegada glamurosa de J.F. Kennedy y su esposa a Vie-
na en plena guerra fría, o la de la pareja de estudiantes negros que acaban de vencer la resistencia de la Universidad de Alabama a matricularlos. Meneses estaba allí, a la distancia adecuada del estallido, colocado milagrosamente para ejercer el encuadre justo, el ángulo adecuado, la captura definitiva. Su episodio más difundido, que hubiera bastado para alojarlo en la gloria definitiva si hubiera tenido detrás una agencia como Magnum, fue la serie exclusiva que consiguió de la guerrilla de Fidel Castro en Sierra Maestra. Como suele suceder, a Cuba en 1957 le llevaron otros intereses: una chica («no me hizo ni puñetero caso») y el encargo de la revista ‘París Match’ de fotografiar las obras de un túnel subterráneo que una empresa francesa construía en la bahía de La Habana. Algo había leído en el avión de un grupo insurgente contra Batista, y cuando al llegar a Cuba observó que otros fotógrafos de revistas estadounidenses se movían hacia la sierra, para allá que se fue, pero utilizando la astucia del modesto: facturó su equipo en una caja de güisqui, y buscó para él transportes populares que le apartasen de la vigilancia. Así que mientras sus colegas eran retenidos, Meneses, con la dosis adecuada de paciencia, y un poco de potra, contactó con Vilma Espín (futura mujer de Raúl Castro) y tras unas jornadas agotadoras alcanzó el campamento guerrillero. «Soy Fidel Castro», le dijo el jefe despertándolo del sueño reparador en que había caído. El Che Guevara puso en una choza el cartel ‘Club Internacional de Prensa’, y lo alojó allí. Durante más de un mes convivió con ellos, y sus fotos ocuparon portadas en revistas de todo el mundo, lo que casi le bloquea la salida de Cuba, de la que se despidió marcado por algunos porrazos de la policía de Batista. Enrique Meneses murió el día de Reyes de 2013. En las últimas décadas del siglo pasado las nuevas técnicas y la supremacía de la televisión le hicieron tomar nuevos rumbos. Participó en programas como ‘A toda plana’, ‘Los reporteros’ o ‘Los Robinsón en África’. Con este último volvió a recorrer el continente africano, como ya había hecho con veintipocos años. Del ostracismo final le sacó el descubrimiento de su obra por las nuevas generaciones de periodistas, que no dejaron de llamarle para exprimir su maestría en cursos y libros. Su último enganche fue el movimiento 15-M, que le llevó a fundar una televisión desde su casa, donde le ataba la enfermedad: Utopía TV fue su nombre, y seguro que desde ella siguió ejerciendo su máxima preferida: «Ser fuerte con los fuertes, débil con los débiles».
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n el mundo antropológico siempre se ha estado muy pendiente de esa exigencia social que necesita saber si los miembros más jóvenes ya tienen la necesaria fuerza o la suficiente capacidad como para que el resto del grupo deba suponer que el relevo está garantizado. Aquellos viajeros del XIX que empezaron a investigar la idiosincrasia de los pueblos con los que se topaban trataban de ahondar en esas claves, que definían su organización. Conocerlas era conocer los valores que enardecían a todo un pueblo: cazar por primera vez un león o sobrevivir abandonado en una selva era para los hotentotes la prueba feliz de que los viejos podían morir tranquilos, pues la siguiente generación seguiría cuidando de la tribu. Esos ritos de paso, identificados casi siempre con pruebas de audacia física, marcaban la raya temporal entre niñez y juventud. En la borrosa pubertad se hacían necesarias ciertas señales, a fin de saber si los niños habían dejado de serlo; el caso de la mujer era distinto y venía aparejado a la eclosión biológica. Ellas estaban listas para reproducirse y ellos lo debían estar, asimismo, para defender a la aldea de cualquier asechanza. Esa era la ley natural. Con el tiempo, estos ritos se han mantenido pero ya en un sesgo simbólico que ha acabado por hacerles perder profundidad, confundir lo trascendente con lo folklórico y esto con lo turístico. A veces, incluso, sobrevive solo lo cruento como una pulsión residual, tal esos ritos bárbaros con animales, aún por prohibir en nuestro país, en los que se sustituyó el oso o el toro suelto por el burro o la res encadenada u hostigada hasta la muerte por lanceros postizos que en el siglo XXI no pueden creer que matarlo antes de salvar un puente, como ocurre en esa animalada de Tordesillas, signifique librar al pueblo de males mayores. En mi niñez el rito de paso masculino era el servicio militar, tal como para nuestros mayores fue, ay, la guerra, de la que los niños oíamos hablar con extraña naturalidad. Todo había sucedido ‘antes de la guerra’ o ‘después de la guerra’ en aquellas conversaciones –sobrecargadas siempre de silencios e hiatos de grueso calibre– en las que notábamos que las batallas habían perdido el aura histórica que se le había dado en las escuelas. Ahora no se hablaba de Alcibíades o de Amílcar Barca, nombres míticos previstos para un héroe, sino de Emeterio, un primo lejano por vía paterna, o Ambrosio, uno del pueblo que combatió en la sierra de Madrid. Y eso bastaba para despojar a la guerra de la trágica solemnidad que siem-
La graduación
pre se le había atribuido. Luego, ya sin guerra, el rito de paso fue el servicio militar. Se mandaba a los muchachos a los cuarteles a aprender lo que no estaba en los códigos de urbanidad que tanto nos habían metido en las entendederas curso tras curso. Ahora más bien había que saber bajar a las letrinas de uno mismo y mirar desde allí, anonadados, la figura tripona de un sargento que solía oler a co-
CEREZAS EN EL ESCONDITE TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO
ñac y a sudor cabrío mientras blasfemaba, lo que le daba aún más autoridad. El momento estelar de todo aquello era la denominada jura de bandera. Los padres solían viajar allá donde fuese alquilando un taxi para ver el acto, verdadero rito de paso que hacía suponer que el hijo volvería a casa ya hecho todo un hombre. Afortunadamente, ya no hay tampoco eso que llamábamos ‘la mili’. ¿Y qué es lo que ha sustituido a aquel rito de paso? Sin duda, la graduación. La graduación académica de adolescentes que necesitan algún acto que haga entender al grupo social y familiar (menos al abuelo, que suele quedarse jugando su habitual partida de garrafina más que nada porque él, que sí tuvo que crecer a empellones, no cree en estos espectáculos para tontainas) que el niño o la niña ya están listos para contribuir al quehacer del mundo, donde se han formado. Lo que ocurre es que eso no sucede. Ni se tiene posibi-
lidad de trabajar, con la precariedad laboral que nos invade, ni el significado de la graduación es el que posee, por ejemplo, en la sociedad norteamericana, donde este ritual comporta un primer desentendimiento de los padres, que vienen a avisar a los hijos de que a partir de ese momento deberán irse apañando por su cuenta (las criaturas se lo devolverán luego, cuando, de viejos, los padres sean estabulados en residencias adonde van a visitarlos una, dos veces por año todo lo más). Aquí, sin embargo, no hemos entendido nada. Llega la graduación que marca el final de los estudios universitarios (y antes, la graduación del bachiller; y antes, la de la ESO… ¡pero si yo he visto infantes graduados solemnemente tras su paso por guarderías!), las familias graban el emotivo acto para el que ellos se visten de inquietantes criaturas de Tarantino, con traje y coleta, y ellas se embuten en glamurosos vestidos y se alzan sobre imposibles tacones de vértigo que las hacen avanzar a duras penas en busca de los atributos del saber –insignia y diploma–, y nadie sabe si la mueca amarga y el andar tambaleante que se les nota es por los zapatos o es una reticencia a salir de casa a partirse la cara en época de escasez general. Mejor tal vez quedarme en el hogar, sí, va pensando. O volverme a graduar el año próximo –¡yo he visto hasta tres veces al mismo neófito haciéndolo!–, lo que sea, cualquier cosa antes que quedarme sin el escudo protector paterno y materno, antes que salir del líquido amniótico de una vida muelle, poniéndome en la intemperie, ese estado que no conoce la criatura porque ya se encargaban de ello en casa con tal de que no sufriera. Así que será mejor alargar la adolescencia hasta más allá de los cuarenta años. Y quieto en casa. A fin de cuentas, la graduación ya se hizo; hay pruebas de ello: un vídeo en el que la criatura aparece saludando mientras se le aplaude, una insignia preservada en un estuche de fieltro, una orla que hay que enmarcar cuanto antes, junto a las anteriores, para que se sepa en adelante que el alevín está en sazón porque ha cumplido el rito de paso, la prueba de la madurez. Y ha llegado, loado sea el Señor, a la graduación.
...las familias graban el emotivo acto para el que ellos se visten de inquietantes criaturas de Tarantino
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LOS DIRECTORES QUE HICIERON HISTORIA
El extraño caso de Manoel de Oliveira JORGE PRAGA
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l primer contacto del público español con Manoel de Oliveira se produjo a finales de los setenta con el restringido estreno de ‘Benilde ou a Virgem Mãe’. A nadie pudo dejar indiferente aquella película sobre una muchacha que justificaba su embarazo como una decisión de la gracia divina, sin marido ni amantes. Lo más llamativo era que el director no acercaba los hechos a ninguna evocación religiosa, ni tampoco al racionalismo psiquiátrico de la locura, sino que los exponía con naturalidad y distancia, y los desarrollaba sin fatiga hasta un final sin explicación. Quién era este director portugués, se preguntaban en los tiempos sin Google los pocos espectadores que la vieron. Entre ellos estaría Fernando Herrero, director de la Seminci, que volvió a encontrar su firma en una de las películas que sorprendieron en Cannes, ‘Amor de perdição’, y decidió incluirla en la programación de la edición XXV, en 1980. ‘Amor de perdição’ tenía detrás un referente de la literatura portuguesa, la novela de Camilo Castelo Branco publicada en 1862. El respeto con que Oliveira trata los textos literarios hizo que la película disparase su duración hasta los 260 minutos en su versión de seis capítulos para televisión. Posiblemente en la Seminci se proyectase una versión más reducida, que no dejaba fuera los planos de los amantes navegando por un océano cuyas olas eran cartones pintados de colores, sin que se resintiese la temperatura ni la
credibilidad de la narración. Algo extraño atravesaba el cine de este director portugués, y en la Seminci atrevida de aquellos años debieron pensar que lo mejor era organizar un ciclo con su obra, que a los 72 de Oliveira cabía suponer cuantiosa y prácticamente acabada. La edición XXVI de la Seminci, en 1981, presentó un miniciclo dedicado al director portugués bajo el nombre de ‘Amores frustrados’: solo cuatro películas, las dos ya conocidas, más ‘O Passado e o Presente’ de 1972, y el estreno de ‘Francisca’. No era racanería del autor o del festival, lo que sucedía era simplemente que eso era todo lo que había filmado, exceptuando algunos documentales y una lejana y medio perdida película de 1942, ‘Aniki Bóbó’. Aun así la edición dejó huella, huella portuguesa: el Jurado, de nuevo ‘Internacional’ (después de varios años de ‘Popularelegido-por-sorteo-ante-notario’), lo presidía la gran escritora lusa Agustina Bessa Luís, en una de cuyas novelas se basaba la última película de Oliveira. El mismísimo director llegó a Valladolid desde Oporto mediado el festival a pesar de que no le gustaban los homenajes, como declaró a El Norte de Castilla en una entrevista en que tampoco facilitó claves, sino que dio armas a sus detractores con el titular «El cine, como arte, no existe; se limita a fijar la síntesis que hace el teatro». Y cuando se le preguntó por su concepto de la estética, «el realizador lusitano mueve la cabeza, esboza una ligera sonrisa y señala que es muy complejo de explicar». Sus películas, tan largas y diferentes, tenían difícil defensa ante la furia aburrida de sus detractores, entre los que se contaba el crítico y escritor Emilio Salcedo, que
El director portugués Manoel de Oliveira, durante la Seminci de 1981. :: CACHO
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con su finura habitual acusaba a ‘Francisca’ de «oponerse continuamente al lenguaje cinematográfico habitual con un estudiado hieratismo, distanciamiento en la frialdad de los diálogos y división en escenas explicadas literariamente y no mediante los recursos del ritmo cinematográfico». A pesar de todo el acta del Jurado comenzaba así: «El Jurado se congratula con la presencia y la obra excepcional en este festival del autor portugués Manoel de Oliveira». En los primeros diálogos que mantiene Camilo Castelo Branco, convertido en personaje de ‘Francisca’ por la pluma de Agustina Bessa Luís, se le oye decir: «Veremos si, acostumbrados como estamos a oír tonterías, no nos parecerá aburrido charlar seriamente». Tal vez esa fuera una de las claves para aceptar sin aburrimiento las películas de Oliveira: la seriedad; o el alejarse de lo superfluo, de lo decorativo, de lo espectacular. Lo proclamaba en una entrevista de 1989: «Hoy, con todos los adelantos, los efectos especiales, el vídeo, la televisión… parece evidente la dificultad para descubrir algo nuevo en el cine. No se puede dar ningún paso más, está todo explotado. La única solución es abandonar todo y volver a las raíces». Películas voluntariamente distintas, singulares (‘Singularidades de una chica rubia’ es una de sus obras), las de esta tetralogía del anciano Oliveira. Pero quedaba casi todo por suceder, lo mejor, lo más raro y genial: en los siguientes 34 años iba a rodar decenas de películas de gran impacto artístico sin apenas abandonar su amado Portugal de verjas oxidadas, ni la seriedad de sus adaptaciones literarias, con Bessa Luís a la cabeza. Trajo película a otras tres ediciones de la Seminci, la última hace dos años (el episodio de ‘Centro histórico’ en el que por fin se ríe, o se sonríe, de los turistas de Guimarães). Y con 102 años estrenó en Cannes la historia de otra muchacha tan rara como Benilde, ‘El extraño caso de Angélica’. Pero el caso verdaderamente extraño era, es, el suyo.
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La rueda del tiempo Un paseo por la rabiosa actualidad de la obra de Frans Masereel
JOSÉ NORIEGA
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a esperanza, siempre en un alto, disfrazada de mujer agita sus brazos y se contonea debajo de una túnica vaporosa. El pueblo llano la tiene en ese horizonte de nube que el rosicler enciende con luz de escaparate. Es tan tentadora la carne iluminada, que creen los abatidos, los desheredados, los que cargan sacas, los que acarrean a cuestas la mesa de la cocina porque ya no tienen cocina ni plato ni nada comestible con que aliviar tanta ausencia, que alcanzarán a tocar sus carnes de seda solamente con dar un paso más hacia el embeleco que tintinea en la línea de tierra de su mirada. Y dónde ir cuando todo es noche sino hacia esa chispa de luz que parece rescoldo certero, paisaje y paraíso con agua templada y manzanas y jure-
les enlatados en escabeche. Así es el hambre de pan y el de libertad y el de justicia: una brújula que apunta con su aguja hacia los resplandores que la imantan. Como ahora, muchas veces pasó la niebla ahogando los caminos y haciendo el paisaje tan angosto que hasta el reflejo de la luz llega a parecer un sol completo y una patria alcanzable hecha de luciérnagas almibaradas que encenderán, al fin, con su verdor de fósforo, ese valle de chocolate con nata y caramelo que ansían nuestros ojos. Pocas imágenes tan expresivas sobre el envenenamiento ideológico del hombre como el puñado de xilografías que Frans Masereel talló para el libro ‘Lilul’, de Romain Rolland, que encontré en una librería anticuaria de Berlín, primera edición en alemán (1924). Así
de vivo aparece ese peregrinar de los hombres camino de una vida mejor en una reveladora estampa del libro: un hombre medita en la ladera del camino, acaso duda del resplandor; otro alza una escalera para tocar cuanto antes esa esperanza con destellos. Una mujer, montada sobre una caballería, sostiene a un niño chico en su regazo escoltada por su marido que tira de las riendas mientras el hijo mayor, que es una criatura con gorra, marcha al paso junto a las ancas del animal; otros alzan ya sus brazos saludando al futuro. Es tan poderosa la imagen que se escucha el bullicio de la escena brotar por los blancos que alumbró la gubia. Estos tiempos desollados por la incertidumbre y el frío traen siempre, como lo hace la primavera con las jaras y el
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Cuatro de los grabados de ‘Liluli’ que Frans Masereel hizo para el libro de Rolland.
otoño con los hongos, al predicador salvapatrias que, uniformado conforme al dibujo del futuro que anuncia, lanza códigos misteriosos con el brazo en alto haciendo letras con los dedos, o cerrando el puño donde guarda el secreto de la gran justicia; a veces abriendo la mano para que el bienestar que irradia su presencia corra deprisa desde sus dedos crispados hasta la raíz de los parroquianos que escuchan sus prédicas. Siempre lo mismo: el charlatán sacará los amplificadores al balcón, paseará su propaganda por los colegios y los hospitales, sabedor de que donde hay carne sin hacer y dolor prenden mejor sus semillas. En andas desfilarán los televisores por las calles asperjando con los purines redentores a los transeúntes y correrán los eslóganes por las auto-
pistas de fibra óptica, por los teléfonos de plasma, por las tripas de los ordenadores. Llegará la palabra salvadora envuelta en papel de celofán a los biberones, a las vías por donde se alimentan los enfermos, a los depósitos del agua. Siempre fueron así los tiempos de más banderas que luz: amargo estar a la espera de los precintos y las cuerdas que tantas veces han traído escondidos en el morral los iluminados del gran orden de pureza sin igual. Lloverán jamones, el vino caerá ya embotellado sin necesidad de poner baldes para recogerlo, atadas como collares de perlas rojas y enormes caerán las ristras de chorizo. Así todos los días uno tras otro. Porque el echasermones ha dicho a las longanizas que vuelen como las golondrinas y les
ha dado orden de que aniden y críen en las casas que encuentren con el trapo de su cruzada colgado en el balcón. Y no sólo esas golondrinas de chorizo serán las limosneras oficiales del nuevo orden; también los abejarucos de verdad servirán al régimen llevando en el pico, una vez por semana, jubilaciones tempranas para los defensores de la gran causa... Y por orden del gran y misericordioso iluminado se vacunará a toda la población contra las lágrimas y el frío. Por decreto se erradicará la tristeza y el desamor..., y el pus y las ojeras. Solo lloverá cuando haga falta. Luego, suele pasar que el horizonte se tuerce y las cosas no se asemejan a las coplas que entonaba el demiurgo. Sí que es verdad que sus ministros y sus guardaespaldas y el amigo de la infancia que le pasaba las ideas a limpio ya tienen un abrigo oscuro de paño fino. Los abejarucos, sin embargo, no tienen mosca que llevarse al pico porque la lluvia a voluntad, cuentan los oficialistas, fue saboteada por los subversivos..., y andan los pájaros, ahora, encaramados en los cables de la luz acicalándose el arcoíris de pluma sin querer repartir las jubilaciones tempraneras hasta que no les pon-
gan polillas en el plato. No se sabe el porqué, dicen que si las radiaciones solares andan alteradas; el caso es que no caen las longanizas y no hay salchichón por parte alguna. En la calle se han complicado un poco las cosas y los ciudadanos andan a guantazos los unos con los otros. Ha vuelto la tristeza, el desamor y las fístulas. Han vuelto las lágrimas y escasea el grano. El frío es un cuchillo permanente. Llora, en la xilografía que cierra las ilustraciones de ‘Liluli’, hasta la señora de las enaguas brillantes que anunciaba las abundancias todas. Asustada está la mujer por la tragedia que dejó el vocero que vendía futuro, que regalaba a los niños piñones forrados de azúcar blanco, como nevados o envueltos en cascarilla de pureza. Se cuarteó la gelatina del celuloide de la película que contaba el charlatán y sus monaguillos, los fotogramas de sonrisa apaisada ya sólo son lágrima que la brisa fría que recorre la ciudad hace revolotear por las calles. Ya nadie medita en los caminos porque no hay camino a donde ir. Nadie sabe dónde para la madre que llevaba en brazos un niño ni qué fue de su marido. No hay ya lugar donde asomarse a mirar el futuro porque la escalera tiene quebrados los peldaños. No tienen tejado las casas. Llueve sobre los muebles arrum-
bados en la calle, y, el poco resplandor que habita las ciudades llega de los incendios que templan las escombreras. Como si el futuro fuera ya y para siempre de cristales rotos. Como si no quedara en el mundo fe alguna de que retornaran los lapiceros a los colegios. Los grabados de esta obra se tallaron, así lo creo, en 1919. Dentro de poco cumplirán cien años. Mal oficio, al menos descorazonador, me parece a mí el de tallar en una tabla los sucesos que uno ve o intuye para que los que vengan detrás tengan en cuenta lo pasado. De qué sirve el arte como herramienta para el conocimiento si despreciamos su leche y esperamos con ansia la llegada en procesión de una burbujeante gaseosa con trompetería de hermoseadas consignas,
Por decreto se erradicará la tristeza y el desamor... y el pus y las ojeras. Solo lloverá cuando haga falta
de letreros con órdenes, de banderas hechas panfleto pintadas sobre las tapias. Se ve que no pudieron los grabadores que Hitler llamó degenerados ni los que Stalin mandó congelar, alertar debidamente a los ciudadanos de entonces ni a los que vinieron después. No otra cosa nos pasará a los de ahora, así de débiles son las capacidades de lo que llamamos arte cuando se enfrentan con la salvaje fortaleza de la demagogia bien afilada. No ha cambiado en nada la sustancia de esa imagen que renace, ni los anuncios ni el paraíso anunciado ni los creyentes, tampoco los que acabarán llorando, ni el frío que es siempre del mismo color. El que me precedió en la propiedad del ejemplar de ‘Liluli’ que sostengo en una mano, mientras tecleo con tres dedos de la otra, dio fe, escribiendo su nombre, apellido y fecha, de que un veinticuatro de diciembre de 1924 compró ese libro. Pero no figura, sobre el papel verjurado de la página de cortesía, la fecha en que se vio obligado a tachar, cosas del miedo, su nombre con una densa nube de tinta azul. Ya sólo está, junto a la terrible huella de la represión que trajo el liberticida, la confirmación de lo que fue un gozoso día de Nochebuena, con libro nuevo, para un lector del que nunca se sabrá su nombre.
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amistades, donde Jiménez Martos, José Luis Cano o Rafael Montesinos, por solo decir algunos nombres, apreciaron su trabajo y sus libros.
Juan Ruiz Peña
Maduro para el sueño 1
Hubiera cumplido este año un siglo de vida. Aquel muchacho jerezano que más tarde, como tantos otros poetas de distintas generaciones literarias, fue creciendo en Castilla, plantó aquí su vida como un fecundo árbol y fue venturosamente madurando en días de luz y en noches de sueño. «Amo la llama con que fui nacido, /hijo del sol del sur…» y desde este amor fecundo participó de un vivir en la palabra, en la poesía y en la creación, siempre con una poderosa capacidad de decir, con una original presencia en la materia poética. En su andadura vital fue profesor en Burgos y más tarde en Salamanca, y no faltó a las citas literarias que con su buen amigo salmantino, José Ledesma Criado, inició en la ciudad del Tormes, plantando aquel ‘Álamo’ en la primavera de 1964. Tuvo que ser en un viaje a su Andalucía del alma, en 1982, cuando la muerte le encuentró en su camino.
Mambruno y Verecundo Abisbal , dos heterónimos del poeta, dan pie a toda una serie de libros de enorme interés. La mirada del poeta se sitúa en los ojos de otros personajes que, desde la libertad de una voz liberada, escriben y dicen, a modo de un Juan de Mairena nacido de las entrañas de Ruiz Peña, y muestran toda su sagacidad y su talento en textos de enorme belleza y de singular inteligencia. Asistimos al hombre diluido en la conciencia del observador de la vida, sustentado con la palabra y la conciencia cívica que siempre alentó en su escritura. Libros como ‘Andaluz solo’, ‘La vida misma’ o ‘Nudo’ deberían ser reeditados y leídos por las generaciones más jóvenes para que puedan comprender, desde su voz clara y honda, lo que significa ser un poeta , lo que la escritura conlleva en su centro más germinativo y más verdadero, desde la creación que un hombre como Juan Ruiz Peña provoca en el lector.
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Mis recuerdos, y más tarde mi amistad con Ruiz Peña, se remontan a mis años de estudiante en la Universidad, cuando era frecuente encontrarle en la plaza, o en actos poéticos que la revista ‘Álamo’ desarrollaba en la ciudad. Tal vez mis primeras imágenes le sitúan en el aula de Fray Luis con Gerardo Diego, Luis Rosales y otros poetas que participaban en un recital, subidos en el púlpito donde el maestro Fray Luis enseñó siglos antes, y era todo oídos en aquel acto que para un joven aprendiz de poeta significaba un inmenso descubrimiento de versos y de voces tan distintas. Más tarde, en el restaurante El botón Charro, hoy desaparecido, compartí mesa y manteles en los premios que allí se celebraban, donde fui ganador en una ocasión, con un jurado que presidía Torrente Ballester y estaba formado por el poeta Ledesma Criado, Juan Ruiz Peña y Juan Luis Fuentes Labrador. No olvidaré las sobremesas donde la gracia y la palabra del poeta lo llenaban todo, en debate literario y en conversación inte-
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Juan Ruiz Peña, en un acto en Valladolid en 1983. :: FOTO CACHO ligente que ahora retorna a mi memoria, como un río de sonidos transparentes.
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Comencé a leer al poeta en diferentes libros que fueron llegando a mis manos: su poesía, siempre con la firme sobriedad de un hombre que ha madurado en el quehacer de la lengua en Castilla, no se aleja de la magia sorprendente y colorista de Andalucía (no podemos dejar en el olvido su periplo sevillano de algunos de sus más hermosos años), ni podemos obviar su cercanía y su devoción por el poeta Jorge Guillén, al que le unían lazos intensos de poesía y de amistad. Todo este conjunto de circunstancias , con sus raíces
Mis primeras imágenes le sitúan en el Aula de Fray Luis con Gerardo Diego y Luis Rosales Libros como ‘Andaluz solo’, ‘La vida misma’ o ‘Nudo’ deberían ser reeditados
salmantinas tan hondamente caladas en su voz y en su escritura, nos ofrece una obra de lenta ejecución pero tallada con intensos reflejos de originalidad y de singular presencia de un mundo que supo acercarnos con versos profundamente elaborados, desde esa soledad que todo verdadero poeta ama y construye: «Me encuentro solo, como siempre estuve,/soledad que es amor, madura mano…» y desde esa presencia de la memoria y la vida presentida, el poeta va escribiendo libros como ‘La historia en el Sur’ que ya le situaron en el panorama poético español, tal vez alejado de grupos y modas, de círculos más o menos cerrados a las voces tan personales como la suya. Gozó de un aprecio muy
grande de toda la poesía del momento, desde escritores andaluces como él y de otras referencias culturales. Un mundo de relaciones y de
GALERÍAS JOSÉ MARÍA MUÑOZ QUIRÓS
Se cumplen cien años desde que naciera el poeta en Jerez de la Frontera, en las tierras del Sur, donde la luz crece con sabor a sal y la presencia de Rafael Alberti se asoma a la bahía de Cádiz. «El mar es creación», dice el poeta, «pero dentro estás tú, ser misterioso/ que inmensamente informas a mi alma…» Y desde la inmensidad de su poesía nos acercamos hasta la orilla del corazón, hasta los bordes donde transita su caminar en nosotros. Un siglo más tarde, en esta Castilla que también amó con intensidad, le recordamos. Hoy le veo de nuevo paseando las calles de Salamanca, con su mirada pequeña y chispeante tras sus gsafas, con su palabra ceceante, con esa quejumbrosa manera de soñar. Está atardeciendo sobre la piedra dorada de la ciudad. Es primavera y nos asomamos a la transparencia de esta hora. El poeta me dice adiós, lo recuerdo, en el arco del reloj de la plaza mayor. Él camina hacia su casa por la calle Toro. Luego muchas veces nos escribimos cartas, y recordamos aquellos días, aquel tiempo donde se nos cruzó el destino de un tiempo en la memoria Yo guardo en mi corazón, como un tesoro extraño, su voz y su palabra, su generosa y diferente manera de mirar las cosas.
LECTURAS
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EL LOCO DE LAS ROSAS Mohamed Chukri. Trad. Rajae Boumediane El Metni. Cabaret Voltaire, Madrid, 2015. 183 págs.
Mohamed Chukri fotografiado en su apartamento de Tánger en febrero de 2003, nueve meses antes de su muerte. :: LUIS DE VEGA
Malditismo magrebí
A
M o h a m e d Chukri (19352003), tangerino de adopción, lo vi en los cafés de la ciudad muchos veranos. Había nacido en una aldea pobre del Rif durante el Protectorado español en Marruecos. Le gustaba España y los españoles, hablaba muy bien nuestra lengua y llegó a decir que si
no hubiera escrito en árabe, lo habría hecho en español. En cualquier caso era un hombre inadaptado y no poco atormentado (amante claro de todo lo marginal) a partir de una infancia pobre y desvalida que llevó a su familia mal avenida desde la aldea montaraz a Tánger. Sí, era la época gloriosa del Tánger internacional y sus no cortas
LUIS ANTONIO DE VILLENA
secuelas (hoy ya acabado radicalmente) que a Chukri no le gustaba; venía a decir que los marroquíes no estaban invitados a la fiesta. Su em-
blema era Paul Bowles sobre quien Chukri ha escrito un libro contradictorio (‘Paul Bowles, el recluso de Tánger’) donde junto a los reproches se escapa la admiración, porque Chukri maldijo pero disfrutó de aquel Tánger de todas las permisividades. Al fin no buscaron cosas tan distintas Bowles o Genet en Tánger y es imposible que a nin-
guno de los dos les disgustara Marruecos. Creo que todavía hoy el libro más famoso de Chukri (editado fuera en 1973) es ‘El pan desnudo’, el primer tomo de su autobiografía. El libro traducido también (título más feo) como ‘El pan a secas’, y que en Marruecos estuvo prohibido hasta el año 2000. El mundo de Chukri –más allá de su infancia y mocedad– es el de la gente corriente y rara: desequilibrados, putas (a las que siempre trata muy bien) y todo el mundo de la nocturnidad y la diferencia. Como no pocos autodidactas e incluso con problemas psíquicos, Chukri
fue un gran lector y empezó a escribir o publicar algo tarde. Hay que considerar –aunque salió después que ‘El pan desnudo’– que la colección de cuentos que ahora sale, ‘El loco de las rosas’ (título de uno de los mejores relatos del volumen) es lo primero que Chukri editó, en 1978 en forma de libro y en Marruecos. Pero además aquí están entre el realismo duro y algunas estampas alegóricas, lo primero que Chukri publicó y el inicio de su mundo de asombros y perturbaciones. Aquí figura el primer cuento que publicó en 1966 en una revista, ‘Violencia en la playa’, también uno de los mejores del libro, siempre con locos callejeros e ideas sobre un mundo de miseria que busca la felicidad. Es un libro de relatos primerizo, pero algunos muy brillantes y el conjunto constituye un buen prólogo para entender lo que Chukri hará después, hasta ser considerado uno de los grandes prosistas árabes del Magreb en el siglo XX. ‘Los niños no siempre están locos’ es un perfecto ejemplo de esos breves relatos alegóricos que dicen más de lo que parece. Marginal, bebedor, musulmán abierto a todo, Chukri fue las muchas noches de Tánger. Eso ha muerto, pero no lo peculiar de su escritura.
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LECTURAS
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Fronteras que franquear Matías Néspolo elabora un relato para disfrutar a sorbos pausados CON EL SOL EN LA BOCA Matías Néspolo. Editorial: Los libros del lince. Páginas: 249. 18 euros.
EDUARDO ROLDÁN
C
on el sol en la boca’ se estructura en dos partes y una coda y se construye en torno a una cesura: la que divide esas dos partes. En la primera se nos expone la resolución del protagonista del relato, Roberto ‘el Tano’ Castiglione, de rajarse, de romper con una rutina cada vez más opresiva, rutina fundada a medias entre las sospechas –una posible infidelidad amorosa– y el hastío –trabajos intermitentes y precarios, unos estudios universitarios sin horizonte–, romper y largarse a otro lugar; dónde, está por verse: lo único claro es que esté lejos. Esta idea que al comienzo rumia entre humo de cigarrillos y asados conversados, como uno de esos pájaros que alguna vez nos cruzan la cabeza pero que al final nunca atendemos, va tomando presencia lenta pero invenciblemente, como una bola de nieve que gana velocidad colina abajo hasta que al final se encuentra con un tronco y explota. Con esa explosión concluye la primera parte. En ella Matías Néspolo opta por un narrador omnisciente, con una tercera persona en la que sin embargo introduce aquí y allá ecos si-
Bebés
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ace no mucho descubrí que ‘Qué difícil es ser un dios’, una de las novelas más interesantes de los hermanos y autores soviéticos, Boris y Arkadi Strugatski, ha vuelto a ser llevada a la gran pantalla. La versión anterior, titulada en España ‘El poder de un dios’, una producción franco-germano-soviética de 1990, quizás demasiado comercial, con un final casi festivo que contradice el de la novela, no fue del agrado de los escritores.
milares a los obtenidos con la voz en primera, en un uso del estilo indirecto libre fascinante; es una voz casi telegráfica, con una sintaxis de frases quebradas como ‘uppercuts’ al hígado que recuerda al Raúl del Pozo de ‘Noche de tahúres’ o a un Gabriel Albiac. El único pero que puede ponerse a esta arriesgada y atractiva apuesta es que en ocasiones el ‘uppercut’ final, normalmente un adjetivo, con que remata la frase precedente resulta ocioso, no aporta nada o muy poco a lo dicho: «… fuma abstraído. Ausente»; «… se desintegra. Da los últimos coletazos». Asimismo destaca ya desde el comienzo el uso de vocablos y expresiones propios del español de Argentina, con predilección por los giros de la jerga porteña que los personajes, de alto nivel intelectual, manejan con la soltura o deliberada intención de un estibador o un proxeneta, en un registro híbrido culto-llano interesantísimo. La segunda parte acontece tres meses después de la comentada explosión, de la toma de decisión del Tano que pone fin a la primera. Toda esta segunda parte se dirige a tratar de dilucidar/explicar qué ha ocurrido en ese tiempo de paréntesis, y por qué. La voz vira aquí a la primera persona, pero es una primera persona plural, una suerte de coro griego en que cada uno de los miembros –salvo, muy sabiamente, el
La consideraban superficial. En alguna ocasión ellos manifestaron que el director Aleskei German sería el adecuado. Finalmente el deseo se les logró. Aunque ellos no lo vieron, y el propio director moría el mismo año de su estreno –2013, aquí en 2015, hace dos meses– después de haber trabajado durante trece años en la película. Una película difícil que ahonda en las partes más difíciles de una novela que sólo una lectura superficial puede considerar fácil. Pero eso ocurre con todas las novelas de los Strugatsky, entre las que no escasean obras que no dudaré en considerar maestras, imprescindibles de la literatura. ‘Destinos truncados”, don-
pero, sobre todo, al gran ‘Rashomon’ de Kurosawa. Elección dramática acertadísima, no hubiera importado quizá una diferencia más acusada en el tono, en la forma de expresarse de cada uno de los cantantes, así como, ocasionalmente, un rebaje en el grado de fabricación del dis-
curso mental (resulta un poco chocante el que alguien piense naturalmente en «la genitalidad de un par de encuentros» y no en un «par de polvos» o un «par de cogidas», más aun cuando antes se le ha visto manejar con fluidez un registro oral mucho más llano).
La voz del Tano se reserva para una tercera parte que como se ha dicho es más una coda que una parte, y que supone otro paréntesis antes del nuevo viaje que tiene previsto acometer, con una nueva frontera que franquear. El Tano, pues, de momento vaga, y en el propio vagar se halla el sentido del movimiento, al menos hasta que encuentre otro sentido: franquea fronteras físicas que son también fronteras mentales. No es difícil ver en Roberto Castiglione un trasunto de Horacio Oliveira, un pre-Oliveira –más joven, aún por cruzar el Atlántico, también con un hermano anclado en el trabajo fijo y la familia– y a sus compañeros de asados como una suerte de Club de la Serpiente –la Negra quizá como la Maga–; incluso la estructura tripartita (Primera parte / Segunda parte / Otra parte) semeja la de la famosa novela de Cortázar (Del lado de acá / Del lado de allá / De otros lados), pero son concomitancias que no minoran en nada la personalidad de la propuesta de Néspolo, y además las influencias están para abrazarse. ‘Con el sol en la boca’ es así una novela más que disfrutable, para tomar a sorbos pausados y por la que sin duda muchos lectores apuntarán el nombre de su autor como escritor a seguir.
más colores, es sin duda mi favorita. Una historia en la que un veterano y respetado escritor, por orden del Estado, debe llevar una obra para que su excelencia sea juzgada por una máquina recién inventada. El autor duda –mientras vive su vida, compra comida, tiene encuentros con sus amigos, le acontecen cosas ligeramente misteriosas, se pregunta sobre la eficacia de la máquina estatal– sobre cuál de sus textos debe presentar a juicio. Entre tanto, entre sus legajos, encuentra y relee una novela que nunca publicó, quizás porque consideraba que no iba a ser aceptada o entendida. El lector puede leer esta novela –es decir, hay una novela dentro de la novela–, que es a su
vez una pequeña obra maestra sobre unos niños muy listos, poderosos, que han dado un salto evolutivo. Finalmente, el protagonista decide llevarle a la máquina aquel texto inédito. Nunca llegamos a saber el juicio del aparato. A día de hoy uno no puede evitar la tentación de ciertas comparaciones. No hay, en principio, un estado que quiera evaluar. Sin embargo sí existe, hoy más que nunca, y en nuestro país más que en otro sitio del que tenga yo noticia, una especie de censura, de orientación hacia la creación de un gusto único. Esta la ejercen esas misteriosas entidades a las que hemos permitido tomar el control de nuestras vidas, los mercados, encarnados, esta vez, en
las grandes editoriales. El problema es que, a diferencia de la máquina de la novela, la excelencia, la creatividad, el arte que en definitivas cuentas debe de ser la literatura, les importa poco. Es más, consideran estas cualidades, una especie de tara, de baldón. Su medida de excelencia –y conozco gente que cae en la trampa: si tanto vende será bueno– es el beneficio. Y da más beneficios un autor que produce cien novelas malas pero facilonas, que el que escribe una buena. Lo que pide el público, dicen siempre, sin darle al público la ocasión de decidir. Y yo tengo la esperanza, de que quizás el público no es una legión de bebés a los que sólo se puede alimentar de papilla.
Matías Néspolo. :: CHUS ALONSO protagonista del relato– da su versión de los acontecimientos. Brizuela, Verónica, Genaro el hermano del Tano, Mercedes la Negra y Movie intentan llenar ese gran hueco que el Tano ha dejado, en una sinfonía –en un contrapunto– de voces que evocan algunas novelas de Faulkner
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
de la prosa de los hermanos alcanza sus cotas más altas, una novela en la que llegamos a sentir el cemento y la lluvia como fantasmas en nuestros centros táctiles y olfativos, notar algo que es casi un sabor urbano y perezoso, y se impone a la vista un velo gris que matiza todos los de-
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Horizonte infinito con nubes :: V. M. NIÑO
Cristina Fernández Cubas. :: MARTA PÉREZ-EFE
En el dominio de lo fantástico Cristina Fernández Cubas entrega al lector seis piezas memorables de oficio y frescura
SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN
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a narradora de ‘El final de Barbro’ dice a mitad de la historia: «En la noche perfecta tuvo que darse algo –un detalle, un gesto, una palabra– que no acabara de encajar en el conjunto. Una nota discordante, un chirrido». Esto resume lo que subyace a todos los cuentos que Cristina Fernández Cubas ha recogido en ‘La habitación de Nona’. Parten todos los relatos de una situación cotidiana que, por razones no explicadas, trastoca el orden para dar lugar a otra donde lo ominoso hace su aparición. No es nueva esta estrategia narrativa; en realidad es la forma más común de lo fantástico moderno –aquel que inicia su andadura en el siglo XIX con E.T.A. Hoffmann y E.A. Poe. Lo fantástico no tiene su origen, como bien puede el lector observar en los cuentos de Fernández Cubas, en la intervención de lo sobrenatural, lo religioso o lo maravilloso. Lo fantástico –o mejor sería decir lo que rompe la lógica racional en estos relatos– es un acontecimiento extraordinario
que aparece en un momento cualquiera y la seguridad de estar viviendo en un mundo seguro que los personajes tenían, desaparece. No son, en puridad, cuentos fantásticos todos ellos, aunque algunos sí lo sean y otros coqueteen con ello. Hay que tener en cuenta también que después de la obra de escritores como Julio Cortázar o Franz Kafka, lo fantástico de los siglos XX y XXI, es algo muy diferente al del XIX. El título señala algo importante en varios de los cuentos: la importancia del ámbito doméstico y el protagonismo de las mujeres. Es sugerente observar que unos cuantos se desarrollan en habitaciones, como si ese ámbito cerrado ayudara a la creación de la atmósfera inquietante o como si las aquellas fueran recintos donde los secretos pueden mantenerse
LA HABITACIÓN DE NONA Cristina Fernández Cubas. Barcelona: Tusquets, 2015. 186 págs. 17 euros.
a salvo. Algunas historias mantienen el suspense gracias a esa inviolabilidad del dormitorio; así, ‘La habitación de Nona’. En otros casos, al franquear un personaje el umbral, el lector ingresa en el territorio de lo ominoso, como en ‘Hablar con viejas’. Otros hay en que Fernández Cubas atiende a la literatura y a la seducción que ejerce sobre los adolescentes. La adolescencia es ese mundo que perdemos porque la tensión que necesita no podemos mantenerla durante mucho tiempo. El mundo en que hasta entonces habíamos vivido se desvanece, o termina hecho añicos, en este caso no por la intromisión de eso que hemos dado en llamar fantástico sino porque esa realidad queda despojada de su aura. Cristina Fernández Cubas es –ya lo sabemos– la mejor cuentista española, sobre todo cuando entra en los dominios de lo fantástico. También destaca como escritora capaz de reflejar la intimidad de las mujeres. En ‘La habitación de Nona’ Fernández Cubas entrega al lector seis piezas memorables donde oficio y frescura van de la mano, y que comienza con el ingreso en un mundo incierto y acaba con la salida del mundo de aventuras propio de la adolescencia.
Los pueblos de Castilla son una suerte de paraíso estival para infantes y jóvenes. La libertad de movimientos que limita el constreñimiento urbano, la confianza en la comunidad imposible en la aglomeración de desconocidos, la cercanía de las raíces invisibles en el asfalto, son ventajas imbatibles. Sin embargo no hay muchos de esos veraneantes que se imaginen esa vida durante el resto de las estaciones. Casi ninguno conoce los rituales domésticos en los largos inviernos mesetarios. Sabina vive en un pueblo de Segovia por elección propia, tras haber residido en Madrid. A sus 16 años prefiere un instituto comarcal, los amigos de siempre, la granja de su padre, la proximidad de su abuela y el inmenso horizonte en el que se desarrollan las tormentas, fenómeno que la hipnotiza. Ignacio Sanz vuelve a llevar al lector a los paisajes casi africanos de este terruño despoblado por el que los caminos del corazón transcurren sin sombra que los oculte.
A la ebullición propia de la adolescencia se une en el caso de Sabina la separación de sus padres, emocional y geográfica. Su madre prefiere la ciudad, su padre el campo. Así que una profesora la anima a escribir durante el verano sobre lo que la ocupa y preocupa. El resultado de ese encargo es ‘Luces de tormenta’. Aunque Sabina vive todo el año en su pueblo, su fascinación por las tormentas y las vacaciones como tiempo que permite la escritura sitúa la narración en verano. Ignacio Sanz alterna capítulos en los que Sabina habla
LUCES DE TORMENTA Ignacio Sanz. Edelvives. Colección Alandar. 135 páginas. 9,90 euros.
de su gente con los que la meteorología y su análisis le da pie a referir las historias de la comunidad, la determinación del campo sobre la existencia humana. El retrato de la madre y del padre contraponen ese mundo de ‘posibilidades’ y de ‘limitaciones’ que se identifica con la ciudad y el pueblo respectivamente. Ella encuentra nueva pareja, él lo tiene difícil, ella le abre las puertas de los museos y la cultura, con él aprende las claves de su negocio agropecuario y a apreciar los placeres de la mesa. La convivencia en una comunidad pequeña es más difícil, todos se miran, todos creen conocerse, todos son susceptibles del juicio ajeno. Se vive emocionalmente a la intemperie. Esta es la elección de Sabina quien está considerando sus estudios superiores de Física pero teme no volver al terminarlos, como la mayoría de los que se fueron. Ignacio Sanz acerca de nuevo el mundo rural a través de los ojos de su lúcida protagonista.
Los niños valientes de Sendak :: V. M. N. Maurice Sendak (1928-2012) es mundialmente conocido por ‘Donde viven los monstruos’, pero dejó más de 90 álbumes publicados. Kalandraka está recuperando algunos, como ‘Al otro lado’. El eco de los cuentos de hadas, la hipnosis del ‘flautista de Hamelin’ o de Campanilla en el País de Nunca Jamás, son evidentes. A partir de esa tradición, Sendak trabajaba sobre ciertos valores y determinada estética. En este caso rememora a los
AL OTRO LADO Texto e ilustraciones de Maurice Sendak. Kalandraka. 42 páginas. 15 euros. A partir de 8 años
maestros victorianos, las tonalidades pastel y la peculiar forma de interpretar el realismo a la hora de dibujar niños. La pequeña Aida tiene que proteger a su hermana bebé y a su madre, ya que el progenitor está en la mar. Los duendes malos acechan y la despistada niña se confunde de dirección al perseguirlos, aunque tiene el poder de su música, capaz de extenuarlos. Sendak atrapa con una curiosa liturgia narrativa que parece monótona pero está muy medida.
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DEL CIPRÉS
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n esta sección he tratado en varias ocasiones de pares de vocablos parónimos, es decir, de palabras relacionadas bien por su etimología o bien por su forma o sonido. Esta semana me ocuparé de ‘rebasar’ y ‘rebosar’, ‘vagido’ y ‘vahído’, ‘dragar’ y ‘drenar’ y ‘actitud’ y ‘aptitud’, pares en los que suele confundirse un término con otro. ‘Rebasar’ es pasar o exceder de cierto límite, marca o señal; aplicado a líquidos o sustancias en granos o partículas, sobresalir por encima del borde que los contiene. El agua puede rebasar sus niveles o un puente; una persona puede rebasar la edad de jubilación; un aeropuerto puede rebasar el millón de usuarios; no deben rebasarse los límites de velocidad. También significa dejar atrás algo o a alguien en un viaje o en cualquier desplazamiento (En Inglaterra se rebasan los vehículos por la derecha). Al ser un verbo transitivo, se considera incorrecto su uso como intransitivo, seguido de un complemento con ‘de’, tal vez debido a un cruce con el verbo ‘pasar’: Hay que decir que la población de la ciudad de Valladolid no rebasa el medio millón de habitantes o que no pasa o no excede del medio millón de habitantes, pero nunca que la población de Valladolid no rebasa del medio millón de habitantes. ‘Rebosar’, como verbo intransitivo, significa salir algo de donde está contenido por haber de ello en abundancia o más de lo que cabe. Dicho de un recipiente, significa estar tan lleno que el contenido sobrepasa los bordes. Diremos, por tanto, que el agua del vaso rebosaba, que la correspondencia rebosa en el buzón y también que hay que sacar el vino porque la cuba (recipiente) rebosa. Con el último significado, el complemento puede aparecer introducido por la preposición ‘de’, que expresa el contenido (Las bandejas rebosaban de bombones y mazapanes) o sin preposición (El
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
CUANDO SE USA UNA PALABRA EN VEZ DE OTRA
Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es
libro rebosa sinceridad; Su cara rebosa felicidad y vitalidad). Obviamente, en este caso el verbo se usa como transitivo. En relación con el segundo par de palabras, ‘vagido’ es el llanto o gemido de un recién nacido, mientras que ‘vahído’ es una pérdida breve del sentido a causa de alguna indisposición. Como sinónimos pueden funcionar ‘desfallecimiento’, ‘desmayo’, ‘desvanecimiento’, ‘lipotimia’ o ‘mareo’. ‘Dragar’ es limpiar o extraer con máquinas y aparatos adecuados materiales como piedras, arena, arcilla, fango o restos orgánicos del fondo de un puerto de mar, de un río, o de un canal para limpiarlo o para darle mayor profundidad. La máquina específica para dragar reciben el nombre de draga o de
dragadora y las hay de diversos tipos. ‘Drenar’ es desecar o dar salida a las aguas muertas o a la excesiva humedad de un terreno mediante zanjas o cañerías soterradas. El orificio en la base de una maceta permite drenar el exceso de agua y evitar que se pudran las raíces de la planta. En el campo de la medicina drenar tiene una acepción específica: asegurar la salida de los líquidos o humores que fluyen de una herida, absceso o cavidad del organismo. ‘Actitud’, en sentido figurado es la disposición de ánimo que muestra una persona para actuar o comportarse de determinada manera. Podemos decir de alguien que lleva tiempo sin saber qué actitud tomar o que tiene una actitud pacífica o benévola, etcétera. Con este término también se hace referencia a la postura del cuerpo que revela un estado de ánimo. Decimos de alguien que está sentado en actitud majestuosa o que lo hemos visto en actitud expectante. Una persona tiene ‘aptitud’ cuando está capacitada para realizar un trabajo o una función. Con esta acepción, ‘aptitud’ funciona como sinónimo de ‘disposición’, ‘capacidad’, ‘talento’, ‘facultad’ o ‘competencia’. En plural se usa normalmente (aunque no exclusivamente) para referirse a la habilidad natural para adquirir cierto tipo de conocimientos o para desenvolverse adecuadamente en una materia: aptitudes para la música o para los negocios. Indudablemente la semejanza formal favorece la confusión entre estos y otros pares de palabras del mismo tipo y que se use uno en lugar de otro. El parecido formal está en el origen de muchas impropiedades léxicas y de muchas confusiones entre vocablos, como muestran los ejemplos que he tratado, pero estas se subsanan fácilmente consultando el diccionario.
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El domador de leones. C. Läckberg (Maeva)
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La templanza María Dueñas (Planeta)
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Palabrotalogía. Ortega. (Crítica)
Final de partida. Ana Romero (La Esfera de los Libros)
Mis chistes, mi filosofía S. Zizek (Anagrama)
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Ardenas 1944. A. Beevor (Debate)
Palabra y humanidad. Lledó (KRK)
Lo más de la Historia de aquí . Forges (Espasa)
El capitál en el siglo XXI. T. Piketty (FCE)
El fango. Baltasar Garzón (Debate)
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Emocionarioo. VVAA (Palabras aladas)
Minotauro global. Varoufakis (Capitán Swing)
La espada y la palabra. Manuel Alberca (Tusquets)
El establishment. Jones (Seix Barral)
Un millón de piedras. Miquel Silvestre (Barataria)
Cuando los hechos cambian. Judt (Taurus)
Economía sin corbata. Varoufakis (Destino)
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Sábado 6.06.15 EL NORTE DE CASTILLA
QUINCE MINUTOS DE FAMA
ÁNGEL MARCOS
Antonia Hernández Martín Macotera (Salamanca)
Macotera, 1956 - Barcelona, 1980 hasta hoy. Mi vida está hecha de paisajes que se mezclan y se confunden. Al contemplar el mar, veo la inmensa llanura castellana al amanecer. Voy, vengo y vuelvo con el deseo de quedarme aquí y allí. A veces, hay que marcharse para quedar.
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 6.06.15 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
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omo tantos y tantos inventos más o menos literarios, los viajes a la Luna hunden sus raíces en la antigüedad clásica. Lo venimos diciendo con otros muchos mitos, y los viajes a la Luna no son una excepción. El primer escritor que concibió un viaje a la Luna fue Luciano de Samosata (125-180 d.C.), autor de lengua griega y procedencia siria, que en una de sus novelas breves narró un viaje a las regiones selenitas. La novela se titula ‘Historia verdadera’, y ya desde su mismo título no puede ser más irónica. ¿Cómo viajan los personajes de ‘Historia verdadera’? En una nave, naturalmente, si bien hay que aclarar que se trata de un barco de la época, que empujado por una tormenta consigue llegar hasta la Luna. Nos hallamos pues ante el primer artefacto espacial que utiliza el agua como fuerza propulsora. La novela tuvo tres traducciones ‘clásicas’: la tercera fue llevada a cabo por el humanista vallisoletano Francisco Gómez de la Reguera y Serna (1594-1673), gentilhombre de la cámara de Fernando de Austria, que tuvo a bien añadir una tercera parte a la historia, narrando las peripecias de los personajes de la novela cuando regresan a la Tierra. En ‘Historia verdadera’ la Luna está habitada por unos selenitas muy peculiares, ya que carecen de ano, se visten con trajes de vidrio y metal que podrían evocar los diseños del modisto de origen vasco Paco Rabanne, beben zumos de aire, se pueden quitar los ojos cuando les viene en gana, y conforman una sociedad homosexual, donde los hombres dan a luz y pueden casarse ente ellos. Con lo cual queda dicho que el matrimonio homosexual lo inventó Luciano de Samosata en ‘Historia verdadera’. ¡Qué no habrán inventado los griegos!, me pregunto a veces. Unos quince siglos después, Cyrano de Bergerac (16191665) nos presenta en su ‘Historia de los estados e imperios de la Luna’, un satélite colmado de venturosos paisajes, animales más razonables que los de la tierra, y hermosas selenitas. Otro escritor interesado en los viajes a la Luna fue sin duda William Blake (17571827), que en su novela ‘Una isla en la Luna’ nos presenta nada menos que una colonia lunar habitada por insensatos. A diferencia de los selenitas de Luciano de Samosata, los de William Blake sí tienen ano, y de hecho la suya es una novelita bastante escatológica, y tan satírica como la del autor de Samosata. Tan sólo cuarenta años después de la muerte de Blake, Julio Verne (1828-1905) pu-
Mi abuelo materno pensaba que la llegada a la Luna había sido una falsificación televisiva para engañar a las almas simples y patéticas
:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA
MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO
Los viajes a la Luna
blica ‘De la Tierra a la Luna’. De nuevo se trata de una novela satírica, si bien teñida de cientificismo. En esta ocasión, la nave es en realidad un proyectil impulsado por un cañón gigantesco. En el viaje de Verne, que es en realidad un viaje alrededor del satélite, se prescinde de los selenitas, pero no así en el ‘Viaje a la Luna’ del cineasta George Méliès (1861-1938), que la llena de pintorescos selenitas, al igual que H. G. Wells (18661946), que la colma de alienígenas insectoides. Curiosamente, el viaje a la Luna más próximo al real lo concibió Hergé en su cómic ‘Aterrizaje en la Luna’, publicado en 1952, y donde aparece una Luna bastante semejante a la real. Blake pensaba que todo lo que imaginamos acaba siendo real, y fue así como dieciséis años después el hombre llegó a la Luna. ¿O quizá no llegó? Mis dos abuelos se oponían a ese respecto. Mi abuelo paterno, que era un obseso de los viajes espaciales y lector asiduo de una revista del Ejército del Aire, estaba completamente convencido de que nos hallábamos a punto de tocar la Luna. Desgraciadamente, murió tan sólo dos meses antes del alunizaje. En cambio mi abuelo materno veía rigurosamente imposible llegar a la Luna por medios humanos, y pensaba que el alunizaje había sido una falsificación televisiva para engañar a las almas simples y patéticas. Presencié el alunizaje en Pamplona, a través de la televisión, totalmente emocionado y acordándome de mi abuelo paterno, que acababa de morir. El alunizaje fue todo un acontecimiento que tuvo un cierto efecto desmitificador. La Luna dejaba de ser el símbolo de lo inalcanzable. Había gente que decía que ya no se podrían hacer poemas a la Luna, y a más de un poetastro le pareció una tragedia. Se equivocaban de medio a medio los que así pensaban. Hemos llegado a la Luna, cierto, pero no ha desaparecido su misterio. ¿Qué sabemos realmente de ella? Muy poco. Una vez más, acude a notros la inquietante sospecha de que cuanto más exploramos un espacio, más lo desconocemos. Paradojas del universo.