El teatro se escribe (de otra manera)

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Sábado, 13.06.15 Número CCVIII

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El teatro se escribe (de otra manera) Nuevas generaciones de autores apuestan por la literatura dramática y sus obras encuentran eco en editoriales independientes y concienciadas [P3]


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CARLOS AGANZO

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a tierra que le vio nacer. La tierra donde aprendió la lengua que más ama. La tierra donde vivió las experiencias emocionales que conformaron su «primera personalidad creadora». ‘Zamora’: ésa es la tierra y ése el título bajo el cual Jesús Hilario Tundidor reunió, en el año 2001, en una espléndida edición no venal, todos sus poemas «argumentados con estímulos que habían tenido como fondo vivencias y entornos zamoranos». La misma que ahora, corregida y aumentada con poemas de sus dos libros publicados más tarde (‘Junto a mi silencio’, 2002, y ‘Fue’, 2008), conforma el volumen ‘Elegía en el alto de Palomares’, recientemente aparecido bajo el sello de Difácil. La última entrega del flamante Premio de las Letras de Castilla y León 2013 viene, pues, vestida de nostalgia. Envuelta en la memoria de aquella ciudad suya «de tejas hondas y silente alma» donde, siendo niño, aprendió a tener respeto por las aguas turbulentas y profundas del río, pero también admiración por la belleza de sus calles y sus monumentos, todos ellos representados poéticamente en la majestuosa cúpula gallonada de la catedral: «Rumor de tiempo y mar, de trigo amigo, / el Duero al fondo del amor te acosa / y te corteja. Silenciosa rosa, / callada rosa, en el azul testigo», como la describe el poeta en uno de sus sonetos más conocidos. Rumor del tiempo y la memoria, pero sobre todo rumor del río que pasa junto a la ciudad. Un Duero manriqueño por cuyas «aguas marchitas» el poeta ve correr la niñez y la desesperanza, el «tiempo derrumbado» y una «memoria de inocencia» que «inunda la larga longitud del corazón...» Aguas en proceloso movimiento («madre lenta y cauce largo»), sobre las que Tundidor construye la metáfora mayor de la existencia. El río y, fluyendo con él, toda la tierra de Zamora, esa tierra «puesta al sol, al aire, a la mañana, / igual que un denso amor que nos redime»; tierra que «es nuestra vida, es nuestra / soledad y es nuestro gozo»; tierra de llanos y de montañas eternas, «cogedoras de sol»; tierra del vino, tierra del pan y «tierra de Campos sola», donde a veces da la impresión de

Jesús Hilario Tundidor, en su última visita a Valladolid. :: HENAR SASTRE

Tundidor o la vida como acontecimiento Reedita en el volumen ‘Elegía en el Alto de Palomares’ toda su poesía vinculada con sus «vivencias zamoranas» que los pueblos viven «en olvido» y en «silenciosa aceptación del llanto», aunque sigan mostrando con orgullo, a los ojos del poeta, su condición de patria de «gentes del sol y de la encina, ganaderos, tundidores, pastores ricos en greda libre, en aire hermoso libre, en romero y jaral, en descampado y noche estrellada». Zamora se constituye así en un espacio mítico donde

Tundidor comparte el pan de la palabra y el vino de las alucinaciones con León Felipe y Claudio Rodríguez, pero también, en plena exaltación poética, con Eliot y Baudelaire: «ah, señores poetas: partons à cheval sur le vin pour le ciel». Un territorio ideal en el que surge, ya desde la niñez del escritor, la necesidad de la poesía, la necesidad del canto. La evocación, una y otra vez, del

momento de la creación, el instante maravilloso «cuando se hace lenguaje el corazón y canta», cuando el alma se estremece ante «esta sorpresa de la semántica, ese tejido de las palabras». Aunque Tundidor es poeta de ancha lengua española, escritor de canto universal, ¿sería posible entender su obra, su propio ser de poeta, sin esa vibración primera del corazón

al contacto con la belleza de su tierra zamorana? Tras la lectura de este libro parece evidente que no. Con la remembranza de la ciudad, del río, de la tierra, de toda esa naturaleza tan distinta del Madrid en el que el poeta vive de continuo, Tundidor va forjando un corazón de «honda verdad»; un corazón ganado por el ansia de la belleza donde late también, en el fondo, esa ne-

cesidad de misterio que nos pide siempre la poesía. La necesidad de irse hacia «el pleno centro» del alma, de sentir el silencio y el temblor de otros poetas de Castilla, como sus vecinos Juan de Yepes y Teresa de Cepeda, que «bajan de Dios y escriben en la prora / el verso blanco de la luz ilesa». Saber que «todo es un vuelo y más, es más que un vuelo», como dice el poeta. Y al final en este libro, tan vivo y palpitante como el resto de la fecunda serie de sus otros poemarios, lo que verdaderamente vuelve a caracterizar la escritura de Tundidor, por encima de cualquier otra condición, es su capacidad de interpretar «la vida como acontecimiento», la vida como un cuerpo enamorado y tendido al sol, como un canto poético alto y permanente. Así lo reconoce en ese rompedor final de ‘Pasiono’, otro de sus poemas más conocidos, cuando nos dice sim ambages: «es mi empeño / la luz, la luz hermosa y perseguida / y amo, tal como es, la puta vida». Genio y figura.


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LITERATURA ‘MUY’ DRAMÁTICA

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El placer de leer (e imaginar) una escena El teatro también se lee hoy. Jóvenes dramaturgos cuidan el lado literario de sus obras, mientras que las editoriales se hacen eco de las nuevas dramaturgias ANGÉLICA TANARRO

blogs.elnortedecastilla.es/calle58/ @angelicatanarro/twitter.com

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na nueva generación –y entiéndase generación en sentido amplio– de autores teatrales parece empeñada (lo está) en revitalizar el género de la literatura dramática. Una nueva generación de editores arriesgados parece (y lo está) dispuesta a dar cabida a sus obras. Unos y otros están contribuyendo a revitalizar el género y a sacarlo de ese rincón escondido de las librerías (donde a menudo comparte un espacio pequeño y marginal con la poesía) y hacerlo visible. No se sabe qué fue antes si el huevo o la gallina, no se sabe dónde habría de situarse el punto de arranque de la retroalimentación del sistema. ¿Hay más autores que se lanzan a publicar porque encuentran sellos dispuestos a apostar por sus obras, o los editores se lanzan a revitalizar o a inaugurar sus colecciones de teatro en vista de que el género cobra vitalidad y se renueva? De alguna manera se lo pregunta Conchita Piña, responsable de Ediciones Antígona, sello paradigmático en esta corriente y cuya apuesta por la literatura dramática acoge autores nuevos y exitosos como Miguel del Arco, Alfredo Sanzol, Marta Buchaca, Andrés Lima, Jordi Galcerán, Juan Carlos Rubio, Alberto Conejero, junto a otros de largo recorrido y ya muy presentes en el palmarés de nuestro teatro reciente como Fernando Arrabal. Frente a los agoreros, pesimistas y los que consideran el fenómeno absolutamente marginal, Piña esgrime sus nueve años de permanencia acumulando éxitos y prestigio. También su colaboración con la Resad «el aspecto educativo nos parece muy impor-

La mano de un hombre entreabre el telón de un escenario. :: SERGIO DONÁ

tante» y la agilidad de estar atentos a una dramaturgia que, por lo que se refiere solo a lo que pasa en Madrid, afirma estar dotada de una gran vitalidad. «Quizá también se deba a que los espectadores están dispuestos a ver otras cosas, quieren ver otra forma de hacer teatro», asegura. Lo que une a estos autores (o así lo ven sus editores) es una apuesta por cuidar el texto dramático, por no olvidar su componente literario, más allá de ser un medio para el fin de la representación. Esta idea la comparte Carlos Rod, uno de los responsables del equipo de La Uña Rota, sello en el que militan tenaces editores cuya terquedad en apostar por la literatura dramática se está viendo compensada por algunas de esas ‘pegadas’ (y puntualización innecesaria: nada que ver con lo que se considera tal en el mundo de los best sellers, las novelas románticas, el género negro y la pseudo historia, ya se sabe) como las obras completas de Juan Mayorga, cuya repercusión en la Feria del Libro de Madrid del año pasado sorprendió incluso a los padres de la criatura. «El teatro como género siempre ha tenido mala prensa –admite Rod– pero lo cierto es que hay ahora muchos autores que están haciendo del teatro una lectura tan válida como la de cualquier otro género». En su opinión estos ‘nuevos’ autores comparten además un «modo de sentir el mundo y de conectar con los hechos que nos rodean que el público ha respaldado». En su cuadra (una cuadra que miman y siguen una vez que determinado autor se incorpora al catálogo) figuran algunos de los nombres que más han contribuido, no ya a renovar el género desde el punto de vista literario, sino también que más alegría o riesgo o ambas cosas a la vez han puesto sobre las tablas. Hablamos de Rodrigo García o de Angélica Liddell, de los que acaban de publicar, respectivamente, ‘Barullo’ (un conjunto de piezas con

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el habitual tono enloquecido y de cortante ironía de su literatura dramática, y ‘El libro de las resurrecciones’, última entrega de la que fuera premio Nacional de Literatura Dramática en 2012 con ‘La casa de la fuerza’.

Eclecticismo Estas experiencias conviven con sellos consolidados que mantienen vías más eclécticas de edición. Es el caso de Ediciones Irreverentes que en 2014 obtuvo el premio de la Asociación de Autores Teatrales a la mejor Labor Editorial. Para su responsable, Miguel Ángel de Rus, el sector ha contado en España con importantes iniciativas entre las que menciona la editorial Hiru, que promovió Alfonso Sastre; Artezblai en el País Vasco o Ñaque en Ciudad Real «pero la revolución llega cuando son editoriales privadas las que arriesgan su dinero porque creen que merece la pena» y además de Irreverentes menciona a Antígona o Teatro del Astillero. Irreverentes da cobijo a sensibilidades teatrales muy distintas y a generaciones separadas en el tiempo. Caben por igual autores consagrados

como Alonso de Santos, Francisco Nieva, Fernando Savater o Lourdes Ortiz; clásicos españoles como Miguel Mihura o nombres de la historia del teatro universal como Pirandello o Chejov. Y no hacen ascos a autores marcadamente comerciales como Manolo Royo. Para de Rus: «Hay una generación de autores jóvenes excepcional: Chema Rodríguez Calderón, Diana de Paco, Raúl Hernández Garrido, Beatriz Cano, Juan García Larrondo, Juana Escabias, Olga Mínguez, Pedro Víllora, Juan Carlos Rubio, Galcerán… Pero casi nadie se atreve a publicarlos, por eso en Ediciones Irreverentes hemos sacado la ‘Antología de Comedia y Humor, que reúne a 27 autores de primera línea actuales, como José Ignacio Tofé, Jacinto Bobo, Mariam Budia, Diana de Paco, Ester González Escobar, Maria Juan Donat, Javi J. Palo, Álvaro Parrilla, Eva Redondo, Concha Rodríguez, Carmen Soler y Antonio Zancada, junto a los más famosos de la actualidad. Nos decían que era una locura, pero está funcionando bien. Lo cual demuestra que si nos das oportunidades, no saldrán auto-

Lo editores teatrales coinciden en destacar la vitalidad del teatro que se escribe y se representa hoy en España La crisis, que ha golpeado al sector editorial con crudeza, parece haber respetado la especificidad teatral

res. Hay que darlas. De esos autores, varios van a publicar libro de aquí a fin de año». Otro veterano de la edición teatral es Juan Antonio Hormigón, director de publicaciones de la Asociación de Directores de Escena (ADE). Cuando se le habla de ‘visibilidad’ en librerías su opinión no coincide con la de los editores más jóvenes que incluso perciben una mayor sensibilidad en los libreros. Hormigón afirma que el cierre de numerosas librerías por la crisis ha jugado en contra de un sector siempre más débil como es el teatral. Si bien, otros sistemas de venta directa desde la página web de la asociación han paliado esta circunstancia. Eso y el hecho de «que nuestras publicaciones tienen un público fiel. De otra forma no se entendería que en los dos o tres últimos años, cuando otros editores se quejaban de caídas estrepitosas, nosotros nos hemos mantenido». El también director y autor, afirma que la orientación de la ADE en materia editorial no ha variado prácticamente desde sus comienzos, y sigue centrada en publicar aquellos autores que nadie

traduce o publica en España. Recuerda que fue el primero en traducir al español los textos de Meyerhold y ahora está inmerso en la edición de un autor macedonio, Goran Stefanovski, un proyecto que cuenta con la ayuda del programa Europa Creativa de la Unión Europea. Tras ‘Hotel Europa’ publicarán un total de seis obras del autor en tres volúmenes que irán saliendo este año y el siguiente.

Living Theatre Mientras, los sellos grandes y generalistas con colecciones más o menos activas continúan su labor. Es el caso de la editorial Taurus que acaba de publicar un completo ensayo de Carlos Granés sobre la apasionante historia del Living Theatre, la compañía estadounidense fundada en 1947 en Nueva York con el empeño de revolucionar la sociedad con obras como ‘Paradise now’ o ‘El legado de Caín’. El libro aporta además documentación gráfica de su trayectoria. El teatro sigue vivo, también en los libros.

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Valiente y deslumbrante Liddell De una obra de teatro se debe salir ‘tocado’. Una conmoción aunque sea leve, una llamada a la ref flexión, aunque h haya venido por la v del humor, es vía necesaria para sabe r que la representación no ha sido vana. Conmoción a raudales es lo que ofrece Angélica Liddell en sus montajes, y ese reflejo está también en su escritura. La Uña Rota acaba de publicar el ‘Ciclo de las resurrecciones’ y su lectura es una experiencia estremecedora. Fuerte, ácida, valiente. «Escribir es como llorar» dice en uno de los textos que recoge el libro. Y son fáciles de imaginar lágrimas sobre el manuscrito, que sin embargo está dotado de una extraña luz. Recomendable.

Andrés Lima. :: JUANJO MARTÍN

Rodrigo García. :: P. CITOULA

José Luis Alonso de Santos. :: HENAR SASTRE

Juan Mayorga. :: MARIETA


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Se escribe, se publica, se lee...

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l dramaturgo francés Enzo Cormann afirma que él no «escribe teatro sino para el teatro». Es una sencilla y rotunda declaración de intenciones que nos señala el anhelo de toda escritura dramática: convertirse alguna vez en teatro, ser parte del teatro. La sentencia de Cormann apunta también a la naturaleza contradictoria y fascinante de la literatura dramática, su doble condición de puerto de llegada y de puerto de partida, de bisagra entre la literatura y el escenario, de umbral entre el imaginario singular (el del autor) y el colectivo (el encuentro entre los espectadores y los autores). La autoría teatral asume como propia la tensión permanente entre una expresión artística aparentemente fija, el texto literario, y otra siempre viva y en trasformación, la representación. De ahí también la vieja querella sobre lo que es un texto teatral y lo que deja de serlo. «Un texto teatral es aquel que yo decido que sea

teatro» escribió hace casi un siglo Maeterlinck. También la dialéctica sobre el lugar –central, periférico o residual- que el texto debe ocupar en el hecho teatral. Pese a las anunciadas muertes del autor, la denostación en algunas épocas del mal llamado teatro de texto, y la gravísima situación de las artes escénicas en la lógica de los mercados, se sigue escribiendo teatro, se sigue publicando teatro y los ciudadanos seguimos acudiendo a los teatros a preguntarnos quiénes somos y el mejor modo de convivir los unos con los otros. Y lo hacemos gracias a esas historias que nos conmueven o nos fascinan, que nos divierten y nos entretienen, que nos interrogan y asombran y que nos permiten durante la representación compartir una experiencia poética con el resto de espectadores. En los últimos años, en el contundente y necesario ejercicio del optimismo y con la pertinaz osadía que germina en las trincheras culturales,

ALBERTO CONEJERO

Autor, director y profesor de la Escuela de Arte Dramático de Castilla y León

Que la literatura dramática ocupa un lugar subsidiario frente al teatro, es un juicio estéril y equivocado

Angélica Liddell. :: EL NORTE

Miguel del Arco. :: CLARA LARREA

han aparecido nuevas editoriales de teatro con el consiguiente aumento, si no en número sí en la visibilidad y actividad (casi activismo) de sus lectores. Se escribe, se publica y se lee teatro. Las cifras por supuesto son comparativamente modestas pero debemos recibirlas con prudente alegría. Constituyen todo un triunfo frente a las calamitosas políticas culturales que estamos padeciendo. Por pequeño que sea el impacto en el imaginario común, que la literatura dramática y la poesía se sigan publicando (y vendiendo), leyendo y discutiendo es razón de esperanza. Siempre fueron albergue de lo humano y en estos tiempos tan sombríos nos recuerdan su condición de luminaria para el espíritu. Hay quien afirma que la literatura dramática ocupa un lugar subsidiario frente al teatro. Creo que es un juicio tan estéril como equivocado. La literatura dramática, muy al contrario, ha sido y es refugio

para el teatro. Recuerdo la primera vez que fui al teatro. Ocurrió en mi habitación. De repente de aquel libro –Bodas de sangre creo recordar- emergió un escenario y en los actores, las luces, los decorados. Me estaba ocurriendo el teatro y fue gracias a un libro. ¿Cuántos, como yo, no accedimos al teatro por esa puerta? ¿Cuánto teatro no ha sucedido en las páginas de un libro, en unas cuartillas, en espera de su oportunidad? La literatura dramática es siempre la promesa de ese acontecimiento. Ésa es su vocación más alta, su radical empeño. Cada texto teatral además es la semilla de infinitas representaciones. Contiene en su singularidad la posibilidad de ser sucesivamente distinto. En algunas ocasiones, tras los ensayos o representaciones, he introducido cambios en los textos, incluso estando estos publicados. El teatro es siempre una expresión colectiva y el dramaturgo ha de permanecer aten-

to a las aportaciones de los compañeros de viaje. En ningún caso esto cuestiona ni pone en cuestión la autoría. No son nunca cambios radicales ni sustanciales. Los directores y actores habitan los textos y, en no pocas ocasiones, nos descubren zonas en las que seguir trabajando, insistiendo, ensanchando. Pero es que además la literatura dramática puede y deber reclamar sus logros literarios. Nadie pone en duda de que muchas de las más logradas páginas de la historia de la literatura se esconden en las obras de Shakespeare, Lope de Vega o Koltès. ¿Qué hubiera ocurrido si esos textos no hubieran sido publicados y conservados por los que nos precedieron? ¿Cómo podríamos perdonarles no haber salvaguardado esas catedrales de lo humano? Debemos por tanto seguir publicando literatura dramática tanto como refugio y semilla del teatro como por el compromiso con nuestro patrimonio cultural.

Fernando Arrabal. :: L. PIERGIOVANNI / EFE


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Retrato de Luis de Góngora pintado por Velázquez (1627). :: EL NORTE

Retrato de René Descartes por Frans Hals (1649). :: EL NORTE

La piel del tiempo 22 de mayo

Cumpleaños. Qué mejor día que este para abolir el tiempo, esa corriente matemática que viene de muy lejos y va hacia lo inconcebible. Cumpleaños: la confirmación de ser una insignificancia dentro de otra insignificancia en un océano de milmillonésimas partículas efímeras en el Universo. Cumpleaños: la constatación de seguir estando aquí y de ser el borde vulnerable de algo que avanza inevitablemente. Cierto que la abolición del tiempo es la quimera por antonomasia, pues supondría detener la muerte y proyectar la existencia, caprichosa y feliz, hacia el pasado o el futuro a voluntad. Pero ya que es imposible, apetece jugar a pensar dónde nos llevaría nuestra contemporaneidad si la estirásemos, aunque fuera simbólicamente. Llegaría, por lo menos, hasta casi doscientos años antes. Produce un escalofrío recomponer esa cadena de contactos que nos lanza en la historia hacia el pa-

sado, si nos figuramos que el puente entre unos y otros es el vínculo elástico de la piel. Nos interconectamos entonces con familiares antepasados que jamás nos imaginaron pero que, de algún modo, nos tocaron y nos rozaron. Y la cadena de piel sobre piel nos sumerge muy hondo en el mar del tiempo. Por ejemplo, cuando yo nací, en 1958, mi abuelo Justino tenía 68 años. Había nacido en 1890. Su infancia transcurre, por tanto, en el siglo XIX, mientras Galdós, Zola o Tolstoi viven y escriben. Es hermoso pensar que las manos que cogieron mis manos al yo venir al mundo fueron cogidas, a su vez, por el abuelo de mi abuelo, es decir, mi tatarabuelo, de quien no sé absolutamente nada y que, cuando mi abuelo nació, tendría digamos que unos 70 años, por lo que deduzco que debió de haber nacido en torno a 1820. Entonces me da por pensar, con una extraña sensación de vértigo, que mi piel

ha estado en contacto, si acaso mínima y ligerísimamente, con la piel de un hombre que nació en 1820, quien, a su vez, fue tocado por quien sería su padre, un hombre que tal vez tuviera 25 o 30 años cuando mi tatarabuelo nació, o sea que debió de nacer ¡un día de finales del siglo XVIII! El padre de mi tatarabuelo, cuya mano agarró la mano que agarró la mano que agarró la mía, ¡probablemente conoció a Carlos IV, a Moratín, a Goya y a Godoy, pongo por caso! ¡Quién sabe si no llegó a conocer a Napoleón o al menos a saber de él ‘como contemporáneo’! La cadena retrospectiva de conexiones así creada lleva a imaginar emocionalmente a unas personas, nuestros familiares directos, que son responsables, en cierto modo, de nuestra propia existencia y que jamás podrían haber supuesto quién sería ese yo que los inventaría como recuerdos tanto tiempo después, siquiera bajo la forma de una sombra epidérmica.

24 de mayo

Por casualidad, he visto hoy el retrato de Luis de Góngora que pintó Velázquez. De pronto descubro en ese rostro anciano la misma cara de mi abuelo Justino, en quien he pensado estos días al imaginar la cadena de contactos epidérmicos que une una generación tras otra. El Góngora que retrata Velázquez en Madrid en 1622 es un Góngora mayor, con cara de hombre serio, aspecto cansado, adusto, introvertido. Es la misma nariz, la misma frente despejada, la misma mirada, incluso el mismo lunar destacado en la parte superior de la mejilla derecha. Si me detengo más, el parecido va creciendo por momentos. Hay un notable aire familiar. Pero también sé que es un aire imposible: solo les unen, a mi abuelo y a Góngora, los rasgos faciales de dos ancianos españoles con una vida llena de hechos y de dramas. Velázquez retrata al gran poeta cordobés en Madrid, cinco años antes de morir en 1627. Era entonces capellán de Feli-

pe III en la Corte, una corte pequeña y mezquina y algo de esa corrupción política del poder barroco se traduce en el rostro hastiado de Góngora. Mi abuelo tenía ese mismo hastío del franquismo y sus lacras, que tanto daño le hicieron pese a ser un observador del régimen. Como Góngora lo era de la Corte. El cordobés terminó sus días muy pobre y sin memoria. Mi abuelo no. Pero, paradójicamente, los dos eran de personalidad jocosa. Dicen que Góngora era hablador, muy gustoso de relacionarse, nada misántropo, poco dado a la ortodoxia requerida por vestir hábitos, divertido, jugador y disfrutón de todo. De eso, mi abuelo fue un calco. Y sin embargo, al ver el retrato pintado por Ve-

OTRA GALAXIA ADOLFO GARCÍA ORTEGA

lázquez, nadie juraría que ese hombre amaba la vida y causaba alegría. El retrato lo dice todo y, en cierto modo, no dice nada. Dice ‘otra cosa’. Aquel hombre, una vez retratado, ya no es Góngora, sino la mirada de Velázquez. Y sin embargo, para la Historia, ya Góngora será siempre el hombre de ese retrato en el que está atrapado. Leí una vez que el único retrato que existe de René Descartes es uno que pintó Frans Hals en 1649, un año antes de la muerte del filósofo y científico. Es también la imagen de un hombre mayor, aunque no tan anciano como Góngora. Posee un gesto frío, alejado, indiferente, de fastidio o de sorpresa. Su abundante pelo castaño hace confusa su verdadera edad. Está posando, luego el gesto le es característico; se gusta en él. Lo que me asombra es que sea el único retrato en vida que existe suyo. Y me digo: «¡Es el único retrato que recoge el verdadero rostro de Descartes, luego no cabe duda de que es él!» ¿Entonces Descartes es este? ¿Y era como aparece o, al igual que sucede con Góngora o con mi abuelo, era otro muy distinto? Es igual: Descartes para siempre será ese retrato mirado por Hals. No importa cómo fuera en realidad. El real no existe. El figurado perdura. Como escribió Wittgenstein, «nos seduce más una imagen equivocada».


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LOS DIRECTORES QUE HICIERON HISTORIA JAIME ALONSO DE LINAJE

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n su primera película, ‘Next of Kin’, Atom Egoyan cuenta la historia del joven Peter, que harto de sus padres decide hacerse pasar por el hijo perdido de una familia armenia, en la que encuentra la comprensión y el afecto que sus parientes biológicos son incapaces de darle. Igual que su personaje, Egoyan encontró en la Semana Internacional de Cine de Valladolid una nueva familia, un festival que recibía sus obras con interés y que apoyó desde sus inicios su carrera como director. En mi primera Seminci como espectador, Egoyan ya estaba allí. Era 1994, yo tenía 17 años y me saltaba algunas clases para ir al cine. Entonces no sabía que Egoyan era un habitual del festival y que había ganado una Espiga de Oro unos años antes con ‘El liquidador’. No vi su película, pero me fijé en el título cuando se anunció el palmarés: ‘Exótica’ había ganado la Espiga de Plata. Cuando se estrenó meses después, estaba deseando descubrir la que se consideraba una de las mejores películas de aquella Seminci. ‘Exótica’ no me defraudó. La sensualidad de Mia Kirshner, la música de Mychael Danna, el ‘Everybody Knows’ de Leonard Cohen, los decorados y los elegantes movimientos de la cámara creaban una atmósfera memorable y fascinante. Salí de la sala habiendo descubierto a un autor que se convirtió en una referencia para mí. Egoyan había llegado al festival en 1988, cuando el buen ojo de Fernando Lara y su equipo hizo que programaran su segunda película, ‘Family Viewing’, en Sección Oficial, y recuperasen al año siguiente ‘Next of Kin’ en Punto de Encuentro. En ellas se anunciaban ya los temas fundamentales que acompañarían al director durante toda su carrera: las familias rotas por la desaparición o muerte de alguno de sus miembros; la importancia

Atom Egoyan, un autor de la familia

Atom Egoyan, en la Seminci de 1994. :: EL NORTE del pasado y el peso de los recuerdos, que se manifiestan a través de grabaciones en vídeo doméstico, y los personajes que se hacen pasar por otras personas o asumen nuevas identidades. Las herméticas ‘Speaking Parts’ y ‘El liquidador’ supusieron la consolidación de Egoyan, que formó en esa época su propia familia profesional, rodeándose de colaboradores que le acompañarían durante toda su ca-

rrera, como el músico Mychael Danna, el director de fotografía Paul Sarossy o Arsinée Khanjian, esposa de Egoyan y actriz habitual en sus películas. Las raíces armenias del director, nacido en Egipto y criado en Canadá, tienen una marcada influencia en su primera etapa, pero en su siguiente película cobran un protagonismo especial. ‘Calendar’ cuenta la historia de un fotógrafo que viaja jun-

Tras la magistral ‘Exótica’ llegó ‘El dulce porvenir’, que muchos consideran su mejor obra

to a su mujer a Armenia para obtener imágenes de iglesias. La cinta experimenta con la imagen de vídeo y el fuera de campo, pero su gran innovación, de enorme trascendencia en las posteriores obras de Egoyan, es el uso de una narrativa no lineal que combina lo sucedido en Armenia con lo que ocurre meses después, ocultando algunos aspectos clave de la trama que se van revelando según avanza la película. La

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fragmentación narrativa se convierte a partir de entonces en un rasgo distintivo de su cine. Tras la magistral ‘Exótica’, el regreso de Egoyan se esperaba con expectación. A la salida del pase de prensa de ‘El dulce porvenir’, todos coincidíamos en que la película olía a premio, y así fue: Egoyan ganó su segunda Espiga de Oro con la que muchos consideran su mejor obra. Poco después obtuvo dos nominaciones a los Oscar, al mejor director y guión adaptado. En 1999 el festival proyectó ‘El viaje de Felicia’, y en 2002 Egoyan viajó a Valladolid para presentar ‘Ararat’, en la que el genocidio armenio toma protagonismo, con unos personajes que no sólo cargan con traumas individuales o familiares, sino también con el peso de su pasado histórico y cultural. Era su cuarta visita a la ciudad. Yo estaba estudiando en la Escuela de Cine de Madrid, la Ecam, y cuando supe que Egoyan volvía a Seminci, hice las maletas rumbo a Valladolid. La emoción de ver en persona a un autor admirado, una de las ventajas de los grandes festivales, no ocultó la realidad: ‘Ararat’ era una película fallida. Tras los primeros quince años de su carrera, en los que Seminci proyectó todos sus largometrajes, la presencia de Egoyan se redujo drásticamente. Sus acercamientos al cine negro y al thriller, ‘Where the truth lies’ y ‘Cautivos’, muy interesantes pese a no tener buenas críticas, no encontraron su espacio en el festival. Tampoco lo hicieron ‘Chloe’ y ‘Condenados’ (‘Devil’s Knot)’, sus dos peores películas hasta la fecha, en las que se distanciaba de su faceta más autoral, dejaba de lado sus aportaciones como guionista y productor para limitarse a la realización, y renunciaba a la narrativa fragmentada que tan buenos resultados le había dado hasta entonces. Su última visita a Valladolid fue en 2008, con ‘Adoration’, una obra correcta que recuperaba sus temas habituales. Ojalá Egoyan recupere pronto el nivel de sus mejores películas y volvamos a verle en Seminci. Al fin y al cabo, es de la familia.


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Lugar Elevación de la toponimia secreta

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o tengo fe en la inspiración». Así concluye uno de los primeros párrafos de ‘El peatón de París’ (Errata Naturae) el poeta, sobre todo en prosa, y artista en general, bohemio y apache de Auteuil, ‘potasson’ de primera, León-Paul Fargue. Para añadir, más adelante, renegando de las vanguardias, que la inspiración le parece «el paroxismo de la facilidad». Prefiere «las materias singulares, las premoniciones, el paso de los fantasmas o las geografías secretas». Ahora bien, a fin de comprender estas últimas, que son las que nos interesa enhebrar en este artículo, se necesita, de entrada, convertirse en un paseante entusiasta, por lo que nos vamos a acercar a varios que, al igual que L-P. Fargue pateara los recovecos parisinos, han fatigado y meditado las calles de otras ciudades europeas relevantes. Hay lugares que de por sí, por lo que quiera que sea, trascienden lo meramente geográfico gracias a la literatura. Uno de ellos es la diversa y hermosa Trieste, ciudad fronteriza, medio austríaca medio italiana: de resultas de su carácter mestizo, cosmopolita. Es nombrarla y nos vienen a la cabeza Claudio Magris, su mujer Marisa Madieri, Italo Svevo, Umberto Saba o Giani Stuparich por parte local y tantos otros escritores de paso, en especial Rainer Maria Rilke y James Joyce. De entre los libros decisivos para la formación de la identidad y del alma triestinas destaca ‘Mi Carso’ (Ardicia), publicado en 1912, cuando contaba apenas veinticuatro años, por el rubio e inquieto, según sus coetáneos, Scipio Slataper, que tuvo la desgracia de morir muy joven, durante la Primera Guerra Mundial. Su prosa está dotada de un aliento poético («áspero y esquivo lirismo», al de-

cir del citado Magris en el prólogo) poderoso, poco común y en absoluto artificial o sensiblero, de una precisión tan sentida que estremece. A espaldas de Trieste se extiende el Carso, «un país de calizas y enebros» en el que el autor recrea su niñez y juventud, la vida libre del campo, sin ataduras ni relojes, zambulléndose en el Adriático, subiéndose a los árboles, probando el sabor agridulce de la flor de la glicinia, cazando mirlos con la carabina de aire comprimido, «buscando gotas de resina en los troncos los ciruelos y tréboles de cuatro hojas», entusiasmándose con la vendimia o revolcándose en la hierba de los prados. Haciendo picias y trastadas, en general cosas de críos, aunque a veces, a mayores, «como el granizo y la bora juntos». Una inmersión completa en la región kárstica hasta fundirse, lo mismo en el bosque que en el pedregal, con el terruño: «conocía el terreno

UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO

como la lengua conoce la boca». Me lo imagino, detenido en el tiempo, por donde las sendas de los carboneros, emocionado ante las prístinas prímulas entre la nieve. Luego, baja del monte Kal, con las aristas del Carso en su mirada, a la ciudad, que lo irrita y desarbola, aunque le acabe complaciendo el estrépito del ruido, la construcción del puerto, el bullicioso comercio triestino…Se hace, en definitiva, como periodista y crítico teatral, al ambiente urbano, que traza en parágrafos desde lo fragmentario y lo digresivo, claves compositivas de buena parte de la narrativa europea posterior: sus elucubraciones, de índole metafísica, sobre la individualidad, el amor en conexión con la naturaleza, el azar y sus leyes, la nostalgia de la especie, la muerte, el universo o Dios, son tan intensas que valen por sí solas un libro. En 1929 publica Franz Hessel, nacido ocho años antes que Slataper, ‘Paseos por Berlín’, otra narración de culto que rescata en nuestro idioma Errata Naturae, donde el fragmento y la digresión confluyen en la figura del ‘flâneur’, tipo que encarna por excelencia Fargue, dueño de un estilo plástico y minucioso, exquisito y brillante, que gana cuanto más se afila, maestro de la enumeración lírica en la obra citada, que vio la luz diez años después: ‘El peatón de París’, dedicado «a la señora de Paul Gallimard», otra joya literaria de primera magnitud, espléndida en todos los órdenes, difícil de criticar por algo, salvo por su desaforado chauvinismo, según París. Porque todo el espíritu parisino, proustiano, sólo para iniciados, gravita, gastando suela, sobre sus páginas: hoteles, mujeres, coches de punto... Cómo olvidar sus incursiones en el gueto judío, los quais con sus buquinistas,


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MI CARSO Scipio Slataper, Ardicia, 140 pp., 16 euros.

EL PEATÓN DE PARÍS

LA CIUDAD DE LAS DESAPARICIONES

GRECIA EN EL AIRE

León-Paul Fargué, Errata Naturae, 272 pp., 19,50 euros.

Iain Sinclair, Alpha Decay, 288 pp., 22’90 euros.

Pedro Olalla, Acantilado, 192 pp., 14 euros.

Terraza del café ‘Les Deux Magots’, en París, con la iglesia de Saint Germain des Prés al fondo. :: JACQUES LOIC

Montparnasse, Saint-Germain-des-Prés, el Jardín des Plantes o, pongamos, «el difunto Montmartre», «patria de las patrias nocturnas», «gloria de la humanidad», colina sagrada con más artistas que vecinos. En la línea de la antropología urbana, a la vanguardia contracultural de nuestro tiempo, un tipo de ‘flaneur’ distinto, moderno, aunque heredero de Fargue o Hessel, es el británico Iain Sinclair, que en ‘La ciudad de las desapariciones’ (Alpha Decay), con prosa soberbia, un punto expresionista, eleva literariamente un espacio, en este caso la zona Este de Londres, mediante la psicografía, según precisa, con mucha propiedad, la solapa del volumen: «la exploración lúcida y perspicaz del entorno urbano por el afán de descubrir el trasfondo mágico del espacio y la arquitectura que lo articula», en la que es desde luego, en función de los textos que aquí se presentan, un consumado virtuoso. El novelista Javier Calvo, además traductor del libro, celebra en el prologuillo que al fin se publique –de «anomalía perturbadora» califica su ausencia hasta el momento– en España a este «autor fundamental para entender las letras inglesas de las últimas décadas», cuyas fuentes últimas, señala, son nada menos que Blake, De Quincey y Machen, si bien se diseminan referencias a Swedenborg, Defoe, de quien se cita el extraordinario ‘Diario del año de la peste’, Milton o M.R.James. Y, sin embargo, en relación con el mestizaje estético contemporáneo, ubica su pensamiento en la encrucijada del situacionismo, los beat y el punk, siempre en oposición al thatcherismo. Nos encontramos ante una antología de acercamientos a la intrahistoria londinense

desde todos los ángulos –la City, un cortejo fúnebre, circunvalaciones, pitbulls, las nubes y el mercado de futuros, la Cúpula del Milenio apodada ‘Pústula’ y no doy ideas…–, con textos que van, conectados, desde 1975 a 2012, coincidiendo con los Juegos Olímpicos, a los que se opuso frontalmente, agavillados por orden cronológico. Entre la crónica y la destilación de lo autobiográfico, son una especie de reportajes, literatura de no ficción, se denomina últimamente, con un plus, en este caso de escenografía con aire visionario. El instinto cartográfico de Sinclair lo lleva a rastrear como un sabueso la manera en que se rescribe la ciudad, las conexiones intuitivas entre lo geográfico y lo espiritual, lo simbólico, lo mágico incluso, que, trastornado por la violencia abominable, con tintes apocalípticos, se oculta bajo la superficie callejera. Si Sinclair radiografía a fondo la parte oriental de Londres, Pedro Olalla se centra en ‘Grecia en el aire’ (Acantilado), pese al título, en Atenas, para abordar, al socaire de los acontecimientos actuales, la herencia y desafíos de la democracia. En cierto modo, este helenista ovetense, que se puso el listón muy alto con la magistral ‘Historia menor de Grecia’, comentada aquí, es también heredero de la figura literaria del flâneur. De hecho recorre caminando la capital griega, desde sus afueras –la colina de las Ninfas y las Rocas de Pnyx, donde con la Asamblea en cierta manera se originó la democracia y con ella los principios «de libertad, justicia, igualdad, responsabilidad e implicación en la definición y la defensa del interés común»– hasta la tan traída y llevada plaza Syntagma, epicentro de la protesta popular contra la situación política y económica.

Afirma Javier Calvo que «Iain Sinclair es un autor fundamental para entender las letras inglesas de las últimas décadas» «Pedro Olalla se declara ardoroso partidario de lo que denomina ‘resistencia solidaria’ contra los ‘monopolios del poder y del dinero’»

Su prosa apretada y precisa, semejante a la tierra pelada y esencial que rodea Atenas, la antigua Cecropia, bautizada definitivamente así en honor de la diosa Atenea, evita toda digresión superflua en pos de un ejercicio comparativo que, en su búsqueda de los vestigios de la auténtica democracia, «un nombre humilde y llano», según el orador Dión Crisóstomo, pudiera convertirse en un conjuro salvador. Por eso callejea por los lugares clave de la gestación democrática: el Ágora, el Pórtico Real, el monumento de los Héroes Epónimos, los restos del conjunto formado por el Bouleuterion, el Tholos y el Metroon…a la par que rememora los hitos hacia la igualdad política: Solón, Clístenes, Efialtes y Pericles. Y entrevera aproximaciones elogiosas a Sócrates, Sófocles a través de ‘Antígona’, Platón o Aristóteles; y críticas a los epicúreos, los estoicos o los cínicos. Escrito durante el período 2010-2014 en «la patria del espíritu», en su tierra adusta que mira hacia el mar primordial, «mientras toda Grecia se derrumbaba», toma partido en los asuntos de la deuda, el expolio, la austeridad pública, etc. Se declara ardoroso partidario de lo que denomina «resistencia solidaria» contra «los monopolios del poder y del dinero» que «están desmantelando los países y los proyectos democráticos a espaldas de los ciudadanos». Puede que esté cargado de razón, sin embargo se echa en falta, para eludir posibles maniqueísmos y demagogias –que el propio autor repudia–, una pizca de autocrítica desde dentro en torno a la situación que vive el país donde se dio por vez primera respuesta al sentido de la vergüenza, al de la justicia y al de la excelencia, donde Solón dirigió al aire de una Atenas también herida su dura elegía.


10 LA SOMBRA

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DEL CIPRÉS

DONDE HABITO

A merced de la realidad

ELENA SANTIAGO

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o sabía qué prisa habría de darse para escapar cuando nos persigue el miedo. En la infancia existe como una sábana del miedo. Se sabe que es la casa de los mayores pero la noche es tan fuerte que las paredes se asemejan al palacio casi destruido del cuento y el color gris. Además los padres vigilan: son cuatro ojos muy abiertos como lunas llenas. Así, no se sentía desamparado entre ruidos casi callados. Y alrededor estallaban muy levemente pasos sobre la madera y un susurro de enredos, cual pequeños suspiros perdiéndose. La fatalidad era no acabar de encontrar la puerta de irse. Salir de aquella voz tenue pero extraña y alcanzar el olor de colonia de la madre, olor a París. Abajo, en el patio empedrado había un farol encendido en una esquina observando al fondo, sin cansancio, algún gesto desfigurado en sombras de labios fríos. Noche abultada enormemente sin facilidad de esconderla en alguna parte. Nunca supieron la forma de espantarlo, de dejarlo atrás. Pero no. Ni con los ojos cerrados y soñando pestañas como árboles. Pertenecía más que al temor, al temblor; como un profundo misterio. El miedo. A las doce –decían ellos–, abría los grifos de salir nubes perdidas de color. Ya en otras ocasiones había recordado lo de Valery Lanband que reservaba dos asien-

:: JAKE PRICE

tos en los trenes, uno para él y otro para su sombra. Se les ocurrió (a los llorones miedosos) que el temor se sentara en un asiento y en el otro la niebla negra. Temblar era fácil. Como si estrenase la memoria-sábana, sin comprensión. Podía tomar un tren con un asiento y otro para la sombra del miedo. «La vida no llora / Se sienta a esperar al sol y a la som-

bra / la abriga la risa y el desconsuelo / lágrimas vestidas de cenizas/ Un viento de dolor y llanto/ siendo escalofrío de luto y miedo». Se iban requisando sueños. Se entregaban, a distintos caminos. El grito del niño era el título sobre el papel blanco. No ve su puerta. No ve esa mirada suya con los rostros más queridos, aunque no estén delante. «Amorosamente/lle-

This is Opera

E

s común poner como chupa de dómine a ese ocio universal que es la televisión. Es común, sí, y caso de que buscáramos ilustrar la proverbial necedad de su programación –en la que predomina su invitación a gozar, bien de las majaderías de especímenes que son un desafinado himno al más descarado y presuntuoso analfabetismo, bien a exposiciones de sabelotodos alrededor de una mesa presidida por un moderador que no modera–, no sería complicado: bastaría con poner en funcionamiento el aparatejo de marras

para, muy probablemente, tener delante de nuestras narices un concluyente ejemplo. No obstante, si lo antedicho se lo contáramos a un oriundo de Ganímedes, y el ganimidiano, para corroborar nuestra opinión, encendiera, la noche del domingo, el receptor, y éste estuviera sintonizado en el segundo canal de la televisión pública, afirmaría que somos poco fiables. Nos aconsejaría que pidiéramos cita con un especialista para que nos tratara urgentemente, a ver si, con una terapia adecuada, nos desenmarañaba el caótico embrollo de conceptos, pues lo

excelso, vaya usted a saber por qué, lo juzgábamos una pestífera porquería. ¿Pero cuál ha sido la experiencia del ganimidiano para que nos tome como individuos de gusto atrofiado? Únicamente que se le ha aparecido, en el electrodoméstico rectangular de tropecientas mil pulgadas, un sujeto de amplia y franca sonrisa que, luego de un breve prólogo en el que ha confesado tener una pasión, la ópera, con la que ha aprendido a conocer las vicisitudes del alma y ha hallado respuestas a las preguntas más emotivas, busca adeptos a su causa a través

gan abrazados a cientos de estrellas y el camino es luz, sonido dulce color luna». Los desvanes antiguos, magníficos espacios de música, aun siendo centenarios. Horas y horas abriendo secretos, sombreros y vestidos, postales escritas de amor, libros canosos y con ausencia de hojas. Las horas no existen. Sí, el temor a fantasmas en los rincones. Alguno se ha que-

dado a vivir escondido y escondido en su sombra. Qué trágico, pero por alguna razón se pueden bajar (o subir) a sus vestidos o trajes, sombreros, algún zapato de cientos de años, modelos que hoy vuelven a los escaparates anunciando su personalidad y la novedad de lo más moderno. El grito del noruego Edvard Munch aparece en uno de sus cuadros una figura andrógi-

de un título concreto. Y es que Ramón Gener, nombre y apellido del sujeto de amplia y franca sonrisa, sabe que para su objetivo no hay nada mejor que desacralizar lo que, sobre el papel, es terreno exclusivo para unos pocos elegidos, por eso siempre presenta la ópera elegida, de Verdi o de Wagner, de Puccini o de Debussy, haciendo del espectador, más allá de que sea melómano o no, parte de ella. A partir de ahí, y teniendo como hilo conductor el argumento de la obra, el barítono Ramón Gener iniciará un camino excitante con variadas digresiones que irán desde sugerentes anécdotas hasta puntualizaciones técnicas siempre deliciosamente explicadas, pasando por referencias a los sentimientos que afloran en la ópera, de los que buscará testimonio en transeúntes corrientes y molientes o en sesudos eruditos de pajarita es-

LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ

tampada. Todo ello sin que Ramón Gener abandone su gesto radiante, declaración inequívoca de su pasión. Inequívoca y contagiosa: hace unos días me encontré con un amigo, que hasta anteayer carecía del mayor interés por la ópera, con un par de discos compactos, uno el de La flauta má-

na en un dolor o espanto de su existencia. ¿Cuántos millones en la vida, sin saberlo fueron, o somos, el protagonista de la pura ansiedad? El grito es la soledad que no se quiere. Y es falta de amor. Negra pesadumbre, diría Kafka. La negra pesadumbre, azorada. No sabe si escapar por la derecha o izquierda. No respira. No ama. Pero está ocupando demasiados recuerdos. Amando ese dulce encuentro. Anduvo la noche sin detenerse hasta encontrar el día. La realidad de luz. La llanura y la mañana que se extienden. Ni rastros del miedo. Pudiera ser una de las escapadas de don Quijote que leemos subyugados y que repentino llega a aclarar esta página, incansable en sí mismo. Es un hombre, el buen caballero, saliendo de la venta al alba. «Aquel mundo alba de estrellas, claridad imprecisa emborronando lo umbroso en una hora que iba apareciendo calmada, sin prisa y con inocencia». El Quijote y el alba y a despachar a molinos en marcha. Por detener aquí mismo sus luchas y amargura para enderezar la vida y el amor. Sin miedo.

gica, el otro el de Peleas y Melisande. Su sonrisa delataba quién le había transmitido la nueva afición. ‘This is Opera’ es el título del magistral espacio que es prueba palpable de que la televisión, con el lenguaje que le es inherente, no tiene por qué ser territorio propicio para que campen por sus fueros contertulios de café de recuelo, fornidos mamarrachos de piel grafiteada y curvilíneas recauchutadas que desmienten que sólo somos de carne y hueso porque ellas, también, son de plástico dúctil. Los popes de la cosa cultural con voz y mando en el ente público deberían tomar buena nota. Y es que el arte y la literatura cuando raramente se asoman a la que fuera pequeña pantalla, espantan, o por defecto –¡Huyamos, que se acerca una presentadora que se cree la Pardo Bazán!–, o por doctrinario y cargante exceso.


LECTURAS

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El mundo tramposo Ramón Mayrata sabe cómo hacer magia con sus lectores en su novela ‘El mago manco’

YOLANDA IZARD

C

reemos elegir, pero no elegimos jamás, se dice a la altura del corazón de esta novela, ‘El mago manco’. Quizá no haya otra sentencia que aglutine mejor la verdad de la vida y la verdad de la escritura, siendo además uno de los acercamientos posibles a la verdad de esta novela. Porque, ¿elegimos acaso nuestra existencia, sabemos qué hilos la mueven, hacia dónde vamos, quién o qué nos manipula? ¿No es acaso Dios el gran tahúr que oculta sus trucos para que nunca sepamos del todo qué somos y qué razones nos mantienen vivos? Y, al fin, ¿no es el escritor un dios que muestra y sustrae a su antojo las claves de su escritura y dosifica a su albur la información para secuestrar la voluntad de sus lectores y manipular sus emociones produciendo un engaño en sus percepciones sensoriales? No quiero ponerme

trascendental con esta novela que es sobre todo un gran juego, aunque también, como poderoso símbolo lúdico, cabe representársela, de manera complementaria y sin perder el humor, en clave metafísica y metaliteraria. Pero empecemos por el principio. Ramón Mayrata no parece haberse encontrado con el tema de su novela, el mundo de la magia, de manera fortuita, pues es un gran especialista en la evolución e interpretación cultural del El escritor Ramón Mayrata. :: ANTONIO DE TORRE ilusionismo, además de ser profesor de literatura en di- oficios: don Manuelito, ase- posible y lo imposible es conversas universidades ameri- sino a sueldo jubilado por cretamente lo inexplicable»; canas y de historia del ilusio- amor a una mujer que dirige un hombre que es mujer y nismo en el Centro Univer- desde el más allá su destino; viceversa; bibliotecarios en sitario María Cristina de el Diamante, un falsificador de centros de magia, editores Escorial, pero sí ha hecho piezas artísticas de cristal de libros de magia, un castialgo que solo es paque es el arquetipo llo mágico en Hollywood, un trimonio de quien de la luminosidad, la abogado que tiene entre madomina un territorio EL MAGO transparencia y la ge- nos «el combustible de coy quiere compartir- MANCO nerosidad; un mago rrupción y vileza que hace lo: ofrecerlo recon- Ramón Mayrata. que tiene un brazo funcionar el mundo»… RaEd. Fronterad, vertido en herra- 2014. 316 cercenado y que es món Mayrata construye todo mienta de conoci- páginas. enterrado dos veces, un universo, con su punto 14,90 euros. miento. Y con el seny que además posee de disparate, realmente atractido del humor y la la clave de la mara- tivo, pues domina la magia fascinación lúdica que pro- villa de la naturaleza –como de la escritura tanto cono la picia el fantástico mundo de Poincaré– porque no existen magia de los cartómagos e la magia. los milagros, sino la belleza ilusionistas: mantiene el susEn primer lugar, la elec- de una magia que «es preci- pense gracias a una estrucción de los personajes y sus samente eso: realizar lo im- tura de empalme de perso-

najes que eslabonan nuevas claves narrativas y mediante una sopesada dosificación de la información para que nada sea lo que realmente parece. El lector acaba en sus manos, no inocentes, de prestidigitador que escamotea pistas, trucos, los hilos que mueven a sus criaturas y la red que teje con palabras, escenas, ideas, así como la cocina de su escritura. Hacer todo ello invisible es labor del buen escritor de ficción. Esa es la magia de la escritura. Cuanto menos veamos –nosotros, cándidos lectores, inocentes espectadores de un juego de ma-

gia– el esqueleto que sostiene la obra, más cerca estaremos de contemplar lo inasible, lo misterioso y lo profundo; es decir, el alma de la novela. Vuelvo a enlazar con el principio, pues, ¿no es la vida disparatada? ¿No estamos a merced de lo desconocido, lo invisible, lo improbable, lo misterioso? Sí, otra lectura metafísica es posible. Aunque sin perder el humor y el sentido lúdico, como nos invita a hacer Mayrata con la magia para «conocer cómo funciona realmente ese mundo tramposo, para evitar sus fraudes».


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DEL CIPRÉS

LECTURAS

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Disección de la Dictadura Julián Casanova coordina una obra crítica que repasa de forma amena la Guerra Civil y el Franquismo

CELSO ALMUIÑA

S

obre la Guerra Civil y el Franquismo se han escrito miles de libros. Casi todos ellos literatura de combate, especialmente cuanto más cercanos a la contienda, cronológica e ideológicamente, han estado los respectivos autores. Así no resulta fácil aconsejar un libro ‘objetivo’ sobre la etapa, cuando se demanda la opinión del experto. Personalmente más que ‘objetivo’ prefiero un libro documentado, crítico (no simétrico) y explicativo de la situación social real y de los factores distorsionantes que entraron en juego como para que se haya producido la irresponsable tragedia de una contienda incivil. Sin embargo, este libro, coordinado por Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea de la universidad de Zaragoza, tiene

la virtud de contar con una decena de especialistas en diversas facetas de la etapa y, además, de estar redactado para público en general; al menos para personas interesadas por mejor conocer estos cuarenta años de dictadura. El primer aspecto positivo es tratar de situar el Franquismo dentro de la historia comparada de la época. La anormalidad de la larga duración de este régimen, especialmente después de terminada la Segunda Guerra Mundial con la derrota de las potencias fascistas, al lado de las cuales estaba Franco; al que tanto le ayudaron a triunfar. Trató de corresponder, no con la entrada en la contienda mundial, sino con el envío de La División Azul. En cuanto al contenido, sobre los mitos, mentiras y manipulaciones los pone al descubierto el especialista en la etapa Paul Preston. Sobre la Dictadura que sale de la Guerra lo hace Julián Casanova. Por su parte Ángel Viñas, el mejor conocedor de los aspectos económicos –el

Promesas

H

ace un par de semanas escribí un artículo, o lista de deseos, enumerando una serie de obras que a mi buen o mal juicio deberían traducirse e incorporarse a las librerías españolas. Me doy cuenta de que me dejé muchos títulos, en especial una de las faltas editoriales más antiguas: ‘Exilio del sol largo’, de Gene Wolfe. No sé si el magnífico Marcelo Cohen terminó, o empezó siquiera, la traducción de esta última parte de esa novela en cuatro tomos

que es ‘El sol largo’. Sé que aparece anunciada, bajo el epígrafe ‘en preparación’, en las solapas del tercer libro, ‘Caldé del sol largo’, editado en 2003 por Minotauro. Desde entonces nada ha vuelto a saberse. Es conocida la errática y desconcertante política editorial de Minotauro, desde que pasó a formar parte de ese monstruo que es el grupo Planeta, en 2001. No es sólo que haya bajado la media de calidad de sus publicaciones –y traducciones, sea dicho de paso–, que, pese a

El general Francisco Franco pronuncia un discurso, en Bilbao, en las postrimerías de la Guerra Civil española. :: oro de Moscú– se centra en contraponer años de gloria, años de sombra y tiempos de crisis. Borja de Riquer se en-

Paul Preston pone al descubierto los mitos, mentiras y manipulaciones sobre la Guerra Civil

mantener algunas propuestas interesantes, está muy lejos de la que acostumbraba a tener muchos años atrás. La misma canción de siempre, desestimar lo bueno a favor de lo que se considera más vendible. También están esas rarezas como reeditar solo la tercera y primera partes de una trilogía –pienso, en Titus Groan, por ejemplo–, omitiendo la segunda. Esto también ocurre con el ‘Aegypto’ de Crowley, con el agravante, además, de omitir, como en el caso de ‘El sol largo’, una cuarta parte que culmina la novela, ‘Cosas sin fin’. Libros, todos los citados, excepcionales por muchos motivos. Y aunque no me gusta recurrir a argumentos de autoridad, no lo digo yo

carga de la etapa final: La crisis de la Dictadura. En cuanto a los actores, a cargo de Carlos Gil Andrés, sí ciertamente es difícil espigar unas cuantas figuras claves, junto a las biografiadas, al menos algunas de las que han quedado fuera, con igual o más merecimientos, podían haber sido incluidas. El papel de las mujeres, de las vencidas, corre a cargo de Mary Nash. De la vertiente cultural, letras e ideas bajo (y contra) el Franquismo se encarga el gran co-

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA

solo. Varios lectores entusiastas que se pueden encontrar por Internet, artículos en publicaciones solventes, gentes de la talla de Úrsula Le Guin, o el señor Harold Bloom, avalan mi apreciación. Aunque esto es lo de menos. Podemos, naturalmente, estar todos equivoca-

40 AÑOS CON FRANCO Julián Casanova y otros. Planeta. 416 páginas. 20,90 euros.

dos. Lo que importa es que esto constituye, por lo menos, una enorme falta de respeto para todos aquellos que sí que compramos y leímos esos libros, que algunos seríamos, a los que nos dejaron, virtualmente, en ascuas. Compuestos y sin final. Yo, personalmente, a modo de venganza inútil e individual, hace años que me niego a comprar ninguna novedad de Minotauro. No cometeré la estupidez de pedir a nadie que siga mi ejemplo. Es posible que si, en un futuro más o menos cercano, apareciera, por ejemplo, la prometida y postergada ‘Exilio del sol largo’, pudiera repensarme mi actitud. Entre tanto, y como primera relectura del verano,

AFP

nocedor del tema José-Carlos Mainer. Del cine español durante el Franquismo, Agustín Sánchez Vidal. El repaso bibliográfico corre a cargo de Enrique Moriadellos. Y cierra la obra (epílogo) el novelista Ignacio Martínez de Pisón sobre ‘Cuarenta años sin Franco’. Una buena síntesis, de fácil lectura, equilibrada, y sobre todo llevada a cabo por algunos de los mejores conocedores de la etapa franquista en sus diferentes facetas.

leeré los otros tres tomos. Volveré a la ciudad de Virón. A descubrir, poco a poco, con las pistas oblicuas que va dejando Wolfe en el texto, que la ciudad no está en un mundo, sino en una gigantesca astronave, que contiene otras muchas ciudades, ríos, lagos, estribaciones, naciones enfrentadas. Robots y otras máquinas que nadie sabe ya cómo arreglar, aunque puedan usarlas. Dioses caprichosos que poseen a la gente, o hablan con ellas a través de enormes pantallas. Seguiré a Seda, el augur de fe menos sencilla de lo que aparenta, que en su empeño por salvar su templo y su escuela de barrio miserable, inicia, sin proponérselo, la marea de una revolución.


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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

Elogio de la improductividad Hessel apuesta por un futuro urbano y cosmopolita mientras se deja llevar por la capital germana

SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN

P

ara pasear de verdad es preciso carecer de un propósito muy determinado», señala Hessel a mediados del libro, que es, ni más ni menos, que un paseo por Berlín sin propósito alguno, un poco al modo en que Michel de Montaigne entendía el ensayo: «Todo es movimiento irregular y continuo, sin dirección y sin objeto», y también la vida. Pasear, al fin y al cabo, no se diferencia tanto de vivir, al menos para el ‘flâneur’, ese personaje que Charles Baudelaire puso en escena y Walter Benjamin llevó a la fama (bien es cierto que a la relativa fama de los escritores). Aunque fue Baudelaire quien permanece en eso tan lábil que llamamos memoria colectiva, fue Hessel el que inspiró a Benjamin su monumental ‘Obra de los Pasajes’, inacabada (y uno se pregunta si, de no haberse suicidado, la habría concluido o era una obra que llevaba en sí el signo de lo incompleto). Hessel, autor de algunas novelas, recorre la ciudad en la época de la República de Weimar y en 1929 publica el libro. Periodista, traductor, novelista –quizás podríamos decir, en resumen, grafómano–, va dando cuenta de las transformaciones de la ciudad, tanto de las urbanísticas como de las costumbres. Así, lo mismo se adentra en las nuevas zonas que estaban construyendo en esos años como escribe de la juventud que vive en Berlín. En lo que se refiere a las jóvenes, apunta: «ellas tienen ciertos comportamientos nuevos, abstinencias elegantes, disciplinas higiénicas, principios deportivos». Es un cronista de la ciudad que observa lo que encuentra a su paso, moroso, detenido, inquisitivo y fascinado por la que en esos años estaba convirtiéndose en la gran urbe europea, tan importante como París.

Franz Hessel. Hay un punto de ironía cuando, en uno de los capítulos, el autor decide seguir la guía Baedeker, famosísima guía turística entre finales del siglo XIX y la segunda mitad del siglo XX, y contar a los lectores el recorrido acostumbrado de los turistas según el orden que propugnaba dicha guía. Esto le ayuda a abreviar el relato de quienes esperan el paseo habitual entre los turistas al

PASEOS POR BERLÍN Franz Hessel. Madrid: Errata naturae, 2015. 281 págs.

Es un libro que saca a la luz muchas contradicciones de esos que tanto se preocupan por la cultura

tiempo que lo contradice con los capítulos que le siguen. Pasear, por lo que dice, va siendo una actividad residual, propia de ociosos como él que pueden permitirse el lujo de dedicarse a una actividad improductiva. Hessel está convencido de que el mundo moderno futuro está en la gran ciudad, que esta, por muchos Jeremías que griten sus advertencias, no destruye la belleza sino que la fomenta y permite que prospere. Por eso da cuenta de las novedades, de los nuevos bulevares, los edificios de reciente construcción, los nuevos parques. No se equivocaba y Berlín, en los años de la República de Weimar, fue uno de los centros culturales europeos más dinámicos y novedosos, que el nazismo trató de eliminar tachando ese arte de degenerado al igual que trató de eliminar lo urbano cosmopolita con su predilección por los paseos por la montaña. El autor sale de lo que era el centro –el cogollito– berlinés para perderse por los suburbios, por el territorio de lo que ahora llamaríamos el Gran Berlín (o quizás, más rústicamente, el alfoz), el territorio inexplorado de la naturaleza y de las casas de recreo de la alta burguesía alemana. No hay nostalgia en el libro; al contrario, Hessel deja entrever el deseo por un futuro urbano y cosmopolita. Surge la duda de por qué en un momento en que los paseos también han sido abolidos (a menos que sean para mantener el cuerpo en forma y saludable), en que todo gasto improductivo ha sido tachado de innecesario, egoísta o libertino, una editorial se atreva a publicar una obra que es uno de los mejores ejemplos de esa improductividad, pero que, sin embargo, es reflejo de eso que llamamos cultura. No tengo respuestas pero sí que observo que ‘Paseos por Berlín’, además de ser un libro que merece la pena ser leído, saca a la luz muchas contradicciones de esos que tanto se preocupan por la cultura.

¡Horror... mi padre se ha vestido de la tribu walla walla! :: SUSANA GÓMEZ Afrontar la diversidad como algo lejano y ajeno a nuestro entorno más cercano suele ser más sencillo que hacerlo en el seno de la propia familia, sobre todo si un día es nuestro progenitor quien nos sorprende con la peregrina idea de ponerse unas plumas en la cabeza, vestirse de indio walla-walla y plantar un tipi en el jardín. Y es que el padre de Mía ha sentido la poderosa llamada de una tribu con la que conviviera hace años (mucho antes de que ella y su hermano nacieran), y no puede renunciar a esa búsqueda del «círculo mágico» que le ha sido revelada durante el sueño. Divertida, ágil, atravesada por ese divertimento amable tras el que subyace una profunda ternura (esa que es fruto de aprender a amar al otro tal y como es y descubrir que está lleno de matices), esta historia sobre la necesidad de ser uno mismo y reivindicarlo por encima de lo que piensen los demás es una demostración de asertividad, paciencia, consenso y buen humor. Porque el primer problema con el que se enfrenta Mía es cómo ocultar ante sus amigos ese indio que de la noche a la mañana le ha salido en el jardín, el mismo que una madre psicóloga ha de esconder a sus pacientes y quien, por su parte, no duda en reivindicar su derecho a ser y acude sin tapujos a su trabajo. Pero tan solo el pequeño de la casa parece es-

UN INDIO EN MI JARDÍN Agnes de Lestrade (ilustraciones de Nono K.). Editorial Takatuka. 72 págs. 7,50 euros. Edad recomendada: a partir de 9 años.

tar de acuerdo con acompañarle a ‘hacer el indio’, él.... la deprimida señora Some y la tita Cascarrabias, que ese

domingo dará una lección a Mía, quien ya ha empezado a dejar atrás muchos de sus prejuicios.

Historia de una tímida (o tan colorada como un...) :: S. G. «Mimí es taaan, taaan, taaan tímida, que solo con oír su nombre... ¡se pone colorada como un tomate!». Así da comienzo este álbum en torno a la timidez y la vergüenza, historia entrañable dirigida a primeros lectores, que hará que muchos niños (y adultos) sientan revivir en los colores de Mimí algunos de sus temores y miedo escénico. Porque esa niña callada a la que sus compañeros llaman Tomatito a escondidas «y en la cara» es el tierno retrato de un estado de ánimo capaz de limitar el desarrollo y las relaciones sociales (Mimí no puede decir «ni mu ¡ni siquiera cuando

le regalan un chupa-chups!») y que hace que recitar un poema «¡¡¡delante de toooooda la clase!!!» sea espantoso, angustioso, horroroso... y

MIMÍ TOMATITO Laure Monloubou. Editorial Bruño. 40 páginas. 12,95 euros. Edad recomendada: de 3 a 6 años.

motivo de nerviosismo y pesadillas. Pero Mimí Tomatito no sabe aún que ese día marcará un antes y un después en su vida, pues verá que sus compañeros de clase también se ponen colorados (al fin y al cabo, las fisuras de los otros no son muy diferentes a las mías)... dándole una nueva perspectiva de las cosas que hará que todo cambie... hasta su mote. Un álbum ilustrado con dibujos dinámicos, sencillos y directos, que dará pie a hablar sobre emociones, sentimientos y miedos (los propios y los ajenos) y que puede servir como punto de partida para resolver algunos conflictos y bloqueos.


14 LA SOMBRA

Sábado 13.06.15 EL NORTE DE CASTILLA

DEL CIPRÉS

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sta semana les hablaré de algunas cuestiones formales del imperativo. Como saben, el modo imperativo solo tiene dos formas propias (de segunda persona de singular y de segunda persona de plural) y se usa para expresar órdenes, mandatos, peticiones, ruegos o súplicas. ¿Quiere esto decir que por el hecho de tener solo dos formas propias las órdenes, mandatos, peticiones, etcétera solo pueden estar dirigidas a un ‘tú’ o a un ‘vosotros’ y además en forma afirmativa? No, por supuesto: también pueden dirigirse los mandatos y las peticiones a alguien a quien tratemos de usted y pueden aparecer en tercera persona, tanto de singular como de plural. Lo que ocurre en estos casos es que las formas verbales utilizadas no pertenecen al modo llamado imperativo, sino que son formas del presente de subjuntivo. Por ejemplo, en ‘Pásame la sal’ (tú) y ‘Pasadme la sal’ (vosotros), las formas verbales pertenecen al imperativo (pasa, pasad). En ‘Páseme la sal’ (usted), ‘Pásenme la sal’ (ustedes), ‘Que me pase la sal’ (él o ella) y ‘Que me pasen la sal’ (ellos o ellas), las formas verbales pertenecen al presente de subjuntivo, al igual que en ‘Que me pases la sal’ y ‘Que me pasen la sal’ (para repetir una orden o una petición). En forma negativa, todas las formas son del subjuntivo: ‘No me pases la sal’ (tú), ‘No me pase la sal’ (usted), ‘Que no me pase la sal’ (él o ella), ‘No me paséis la sal’ (vosotros), ‘No me pasen la sal’ (ustedes), ‘Que no me pasen la sal’ (ellos o ellas). Morfológicamente la forma de segunda persona de plural del imperativo termina en ‘-d’ (cantad, salid, venid, contad, volved, id, soñad, comed, etcétera). Esta ‘-d’ final se transforma con mucha frecuencia en ‘-r’ en la

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

IMPERATIVOS

‘me lo cuente’, en vez de ‘cuéntemelo’; ‘me lo explique’, en vez de ‘explíquemelo’; o ‘me dé un kilo de naranjas’, en vez de ‘deme un kilo de naranjas’. Con respecto a la acentuación gráfica, en el primer caso se produce un tipo especial de compuesto univerbal que sigue las reglas generales de acentuación. Por ejemplo, la forma verbal ‘cuenta’ (tú) es palabra llana; al añadirle el pronombre personal átono ‘me’, se transforma en esdrújula (cuéntame) y, como saben, todas las esdrújulas llevan tilde; si se le añade ‘lo’, tendremos ‘cuéntamelo’, palabra sobreesdrújula. Si a la forma ‘contad’ (vosotros), que es palabra aguda, se le añade un pronombre átono, tendremos ‘contadlo’ (palabra llana); y si añadimos otro, tendremos ‘contádmelo’ (palabra esdrújula).

«Comeos ese trozo de tarta»

Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es

pronunciación descuidada y se oyen enunciados del tipo ‘Niños, salir con cuidado’, ‘Venir pronto’, ‘Poner la mesa’ y ‘Cuando lleguéis, contarlo todo’. Estos enunciados se consideran incorrectos. Las formas de imperativo pueden ir acompañadas de pronombres personales átonos. En forma afirmativa los pronombres aparecen obligatoriamente en posición enclítica, es decir, adosados a la forma verbal (cuéntame un cuento; veníos conmigo; salte de aquí inmediatamente). En forma negativa, por el contrario, es preceptiva la anteposición (no me cuentes milongas; no os vengáis conmigo; no te salgas de aquí). Por lo tanto, son inaceptables desde el punto de vista normativo enunciados como

Cuando la forma pronominal que se añade a la segunda persona de plural es ‘os’, se pierde la ‘-d’ final. No se dice ‘salidos’ (salid + os) ni ‘saliros’ sino ‘salíos’. No se dice ‘Comedos este trozo de tarta’ (que nadie dice), ni ‘Comeros este trozo de tarta’ (que dice mucha gente) sino ‘Comeos este trozo de tarta’. Tampoco se dice ‘Pasaros por casa’ sino ‘Pasaos por casa’, ni ‘Veniros con nosotros’ sino ‘Veníos con nosotros’. Pero como no hay regla sin excepción, el verbo ‘ir’ se comporta de manera excepcional. Lo esperable, según lo que acabo de exponer, sería ‘Íos de aquí’. Pero no, ‘íos’ no es la forma correcta. Ni tampoco ‘iros’ (Iros de aquí). La forma correcta de este verbo es ‘idos’ (Idos de aquí), que mantiene la ‘d’. Así que no me extraña que como hablantes nativos muchos no nos reconozcamos en este uso correcto y para no llamar demasiado la atención prefiramos usar el verbo ‘marchar’ para decir lo mismo (Marchaos de aquí).

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La templanza. María Dueñas (Planeta)

El domador de leones. C. Läckberg (Maeva)

El amante japonés. Isabel Allende (Plaza & Janés)

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El domador de leones. Camilla Läckberg (Maeva)

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A flor de piel. Javier Moro (Seix Barral)

Donde no estás. Gustavo Martín Garzo (Destino)

El mundo azul. Albert Espinosa (Destino)

Carretera y manta. Diario de Greg 9. Jeff Kinney (RBA)

La templanza. María Dueñas (Planeta)

Khimera. César Pérez Gellida (Suma de Letras)

Algo tan sencillo como tuitear... Blue Jeans (Planeta)

Lacasa de las miniaturas. Jessie Burton (Salamandra)

El mundo azul. Albert Espinosa (Destino)

Hasta aquí hemos llegado. Markaris (Anagrama)

Hombres buenos. A. Pérez-Reverte (Alfaguara)

El tesorero (Mortadelo y F.). Paco Ibáñez (Ediciones B)

Los libros repentinos. Pablo Gutierrez (Alfaguara)

Un filo de luz. Andrea Camilleri (Salamandra)

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Final de partida. Ana Romeroa (La Esfera de los Libros)

El canal de Castilla: una ruta.... AA VV (Desnivel)

Final de partida. Ana Romero (La Esfera de los Libros)

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Mañana será tarde. José Antonio Zarzalejos (Planeta)

1913 Un año hace cien. Florian Illies (Salamandra)

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Guardar la casa y cerrar la boca. Clara Janés (Siruela)

La economía noda la felicidad... José C. Díez (Plaza & Janés)

La economía noda la felicidad... José C. Díez (Plaza & Janés)

Usar el cerebro... Facundo Manes (Planeta)

El buen relato. J. M. Coetzee (Random House)

Las gafas de la felicidad. Rafael Santandreu (Grijalbo)

Días de ira. Hermann Tertsch (La Esfera)

El fango. Baltasar Garzón (Debate)

Pasados los setenta. Ernst Junger (Tusquets)

Ardenas 1944. A. Beevor (Debate)

Letras descalzas... Javier Burrieza (Ayto de Valladolid)

Palabrotalogía. Virgilio Ortega. (Crítica)

Toda la vida preguntando. Juan Cruz (El Siglo)

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Sumisión M. Houellebecq (Anagrama)

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La templanza María Dueñas (Planeta)

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Mujeres. Eduardo Galeano (Siglo XXI)

Hombres buenos. A. Pérez-Reverte (Alfaguara)

El amante japonés. Isabel Allende (Plaza & Janés)

Diario de Greg 9. Kuney (Molino)

El amante japonés. Isabel Allende (Plaza & Janés)

La templanza. María Dueñas (Planeta)

Sumisión M. Houellebecq (Anagrama)

Blitz. David Trueba (Anagrama)

Hombres sin mujeres. Murakami (Tusquets)

Distintas formas de mirar... J. Llamazares (Alfaguara)

Hombres buenos A. Pérez-Reverte (Alfaguara)

A flor de piel. Javier Moro (Seix Barral)

La isla de la infancia. Knausgaard (Anagrama)

Donde no estás. Martín Garzo (Destino)

Bienvenida Frau Merkel. Jambrina (Salto de Página)

Hasta aquí hemos llegado. Markaris (Anagrama)

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Economía sin corbata. Varoufakis (Destino)

El mundo de hielo y fuego. G. Martin (Gigamesh)

Mujeres. Eduardo Galeano (Siglo XXI)

Final de partida. Ana Romero (La Esfera de los Libros)

Palabra y humanidad. Lledó (KRK)

Final de partida. Ana Romero (La Esfera)

Palabrotalogía. Virgilio Ortega. (Crítica)

Ardenas 1944. A. Beevor (Debate)

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Lo más de la Historia de aquí . Forges (Espasa)

Ardenas 1944. A. Beevor (Debate)

El fango. Baltasar Garzón (Debate)

Mis chistes, mi filosofía S. Zizek (Anagrama)

Emocionarioo. VVAA (Palabras aladas)

El capitál en el siglo XXI. T. Piketty (FCE)

La economía noda la felicidad... José C. Díez (Plaza & Janés)

El establishment. Jones (Seix Barral)

Un millón de piedras. Miquel Silvestre (Barataria)

Dinero, demogresaca... Prada (Temas de hoy)

Economía sin corbata. Varoufakis (Destino)


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Sábado 13.06.15 EL NORTE DE CASTILLA

Mi abuelita la pobre... ¡Hay que ver mi abuelita, la pobre, qué cosas usaba! / Hay que ver estos paños, señores, hay que ver estas mangas. / Contemplad este vuelo tan grande que tiene la falda. / ¡Santo Dios, y qué trajes más raros entonces gastaban! Tango Milonga de la Zarzuela ‘La Montería’, de Ramos Martín y Guerrero

E

ntre los temas musicales que más abundan en el repertorio de las abuelas y abuelos de nuestros pueblos y ciudades, están determinados fragmentos de Zarzuelas del siglo XIX y comienzos del XX cuya popularidad sobrepasó el ámbito reducido de la escena para introducirse con todo derecho dentro de esa caja de luces y sombras que es el repertorio tradicional. Esta predilección por melodías procedentes de la llamada ópera española venía de lejos y estaba justificada. La Zarzuela como género nació en el siglo XVII, aunque ya había tenido ilustres precedentes, y su nombre le llegó del lugar donde el infante Don Fernando, hermano de Felipe IV, tenía un pabellón de caza; el propio rey utilizaba ese edificio para dar funciones o fiestas los días en que el mal tiempo impedía salir a practicar las artes cinegéticas. Esas fiestas pasaron a denominarse «fiestas de la zarzuela» y las obras que allí se representaban, compuestas de música y letra y generalmente precedidas de una loa, también acabaron llamándose así por extensión. Sus primeros temas fueron mitológicos o de leyendas, considerándose su «inventor» al genial Don Pedro Calderón de la Barca quien confesaba en ‘El laurel de Apolo’ (tenida por los estudiosos como primera Zarzuela) que la obra era una especie de «fábula pequeña en que a imitación de Italia se canta y se representa». En el siglo XVIII, autores como Don Ramón de la Cruz, Palomino, Misón o Rosales (compositores asimismo de Tonadillas) elevaron el género a la categoría de popular, compitiendo durante una larga época –finales del XVIII y comienzos del XIX– con la ópera italiana. Tras un período difícil comenzó su ascensión definitiva, encargándose de dignificarla y darle un carácter plenamente ‘nacional’ autores de la categoría de Oudrid, Gaztambide, Barbieri, Chueca, Bre-

tón, Chapí, etc. La utilización de temas populares extraidos de la tradición musical y la creación de otros cuyo ‘estilo’ encajaba perfectamente con las formas estéticas y el fondo ético de los naturales de este país, contribuyó enormemente a difundir y enraizar este tipo de representación y sobre todo sus números más ‘pegadizos’ entre todas las clases sociales, manteniéndose hasta hoy día las melodías de muchos de sus pasajes que, de esta forma –y aun teniendo autor conocido– han entrado por derecho propio en el siempre sugestivo y sorprendente mundo de lo anónimo. Los años centrales del siglo XIX sirvieron para que la música dramática nacional diera el vuelo definitivo. Los teatros Español (antes del Príncipe), de la Comedia, de Variedades, de la Cruz y del Circo, eran los coliseos sobre los que gravitaba el mantenimiento de los distintos géneros musicales líricos y dramáticos de la época. Por supuesto, cada uno de ellos exhibía unos carteles variados cuya programación dependía en buena medida de la calidad de la obra pero también de circunstancias ambientales, de simpatías y fobias, de aplausos a tiempo y de hacer salir al autor muchas veces. Lo importante era que se mantenían varias compañías, varias orquestas, directores musicales y de escena, coros, etc, etc. Entre los partidarios de lo nacional, cuya mayor aspiración era que se reconociera de derecho lo que de hecho ya estaba más que aceptado, figuraban Hernando, Barbieri, Oudrid, Caballero, Gaztambide, etc. Entre los defensores de la ópera italiana y de la instauración de un tipo de ópera grande ‘a la española’ estaban Arrieta, los Lahoz, Martín, Sobejano, Saldoni... El año 1855, los cuatro em-

LA PARTITURA JOAQUÍN DÍAZ

Cartel de la zarzuela ‘La Montería’. :: EL NORTE presarios del Teatro del Circo –entre los cuales estaba Barbieri–, cansados de pagar el arrendamiento del local con un gasto de más de quince mil duros anuales, comenzaron a pensar en la posibilidad de edificar ellos mismos un teatro cuya actividad artística estuviese dedicada exclusivamente al género nacional y que pudiera amortizarse –a la vista de los resultados de taquilla precedentes en ese estilo– en un plazo breve. Ante la perspectiva de esa acción que permitiría a la Zarzuela independizarse de otros géneros que sólo sobrevivían en la programación gracias al resultado compensatorio de la música española, algunos autores y cantantes (contrarios a Barbieri y su propósito) alentados por una proclama previa que ya habían elevado a las Cortes los escritores dramáticos pidiendo protección para las obras de teatro, se reunieron en el Conservatorio de Madrid y decidieron pedir al Gobierno una

subvención y solicitar para las representaciones de esa ópera grande de tipo italizanizante, nada menos que el Teatro Real. A la primera reunión del Conservatorio –a la que no habían acudido los zarzuelistas Barbieri, Oudrid, Inzenga y Caballero presumiendo que este movimiento se había suscitado en contra del popular e imparable género y, sobre todo, para evitar con obstáculos legales que siguiese adelante la idea de la construcción del nuevo teatro–, a la primera reunión, digo, se adhirieron algunos músicos más que no habían asistido. El nuevo teatro de la Zarzuela, sin embargo, salió adelante superando las dificultades y las críticas adversas y en marzo de 1856 se colocó la primera piedra sobre una caja de plomo en la que iba una relación del acto firmada por los asistentes y una partitura de las mejores zarzuelas desde 1849. El acta, redactada por Luis Olona, decía así: «En la

Villa de Madrid, hoy jueves 6 de marzo de 1856, reinando doña Isabel II, se colocó esta primera piedra del teatro lírico-español por la señorita doña Carmen de las Rivas, hallándose presente su padre don Francisco de las Rivas, propietario en esta Corte; los principales fundadores y actuales empresarios del teatro de la zarzuela, señores don Francisco Salas, primer actor lírico; don Joaquín Gaztambide y don Francisco Asenjo Barbieri, maestros compositores de música, y don Luis de Olona, autor dramático: el arquitecto y director de la construcción don José Guallart y el maestro de obras don José Comín. El edificio que hoy se levanta está destinado a las representaciones lírico-dramáticas que hace cinco años, desde la formal creación de la zarzuela tienen lugar en el teatro del Circo, situado en la Plaza del Rey. Merced a la honrosa cooperación del señor de las Rivas, quien como dueño de estos solares

y en gracia de su entusiasmo por el género lírico-español costea la construcción del nuevo teatro para que sea un día propiedad de los empresarios de la zarzuela; éstos, con la constante fe que los anima, esperan que el arte lírico español tendrá en este recinto un templo digno del porvenir que le aguarda y un culto tan noble y duradero como debe ser su gloria. La presente acta, que firman los señores cuyos nombres constan al frente de ella, queda, desde luego, depositada en esta piedra, con los libros de las zarzuelas cuyo éxito ha contribuído más directamente hasta la fecha a la prosperidad y a los adelantos del género». Esa «cooperación» a la que se refería eufemística y protocolariamente Olona, consistía en que los empresarios se obligaban a pagar a Rivas 4.320.000 reales, empezando por entregarle 240.000 reales como adelanto y el resto en doce anualidades de 360.000 reales cada una, que empezaban a contarse el día en que se abriera el teatro. «La menor informalidad en el pago –se especificaba– dará a Rivas derecho a vender el teatro y rescindir el contrato. En este caso perderán los empresarios los doce mil duros anticipados. Pasado el segundo año pueden los empresarios rescindir el contrato; y en ese caso queda Rivas dueño del teatro y libres aquellos de toda obligación». ¿Qué obligación, si se quedaban sin dinero y sin teatro? Con amigos así no hacían falta enemigos... Sin embargo mi pretensión no era llamar la atención en estas líneas sobre la historia de la Zarzuela como género o su permanencia en la memoria de todos, sino observar que, pese al tiempo transcurrido, se mantiene en nuestra sociedad la tendencia a ridiculizar lo antiguo, especialmente aquello que tiene que ver con nuestro propio pasado. Es una tendencia que no tiene fácil explicación porque procede más bien de una postura irracional a la que nos han llevado siglos de extremismos y en la que se han alojado cómodamente los defectos más señalados de nuestro ‘carácter’ nacional. Vemos entonces que la cuestión de fondo no sería si lo italiano tenía más calidad que lo autóctono o si se llevaba o no se llevaba la moda de antaño, sino la propensión compulsiva a denigrar lo propio y la inclinación a aceptar lo nuevo porque sí. Vamos, que entre ‘La Montería’ y ‘La Escopeta Nacional’ lo único que cambiaba era la fecha porque los propósitos seguían siendo los mismos y las actitudes no se diferenciaban lo más mínimo. Ya se podían llamar foxtrot o milonga los números, que el ritmo lo marcaban la murmuración, la envidia, el interés y la codicia.


16

LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Biblioteca. Marguerite Yourcenar dice que si queremos conocer a alguien no hay nada mejor que visitar su biblioteca. Y esto es aun más cierto cuando ese alguien es un escritor o una escritora y ha hecho de los libros la razón de su vida. Una biblioteca es un organismo vivo, va ocupando paredes, escaleras, entra en las habitaciones, los dormitorios, los cuartos de baño en una proliferación silenciosa y tenaz que sólo la muerte de su dueño logra detener. Y no sólo esta formada de libros, sino que también hay en ella fotografías, retratos, recuerdos de viajes, juguetes, útiles de escritorio, fragmentos de otras bibliotecas y otras vidas. Pasear ante sus estanterías es asomarse a la vida de su dueño, conocer sus debilidades, las criaturas que pueblan su imaginación, los fantasmas con los que conversa, pues la lectura es diálogo, espera de lo que amamos, relacionarnos con lo que desconocemos. Visitar la biblioteca de un escritor o una escritora es, en definitiva, «escuchar con los ojos» la historia de su alma.

Sábado 13.06.15 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

El arte de vivir

y extraño en el que vivirá una sucesión inaudita de aventuras que nos harán dudar de los poderes de nuestra propia razón. No hay peligro, pues se trata de un sueño. Eso nos dice Carroll en el capítulo final. Alicia abre los ojos en el regazo de su hermana mayor y le cuenta atropelladamente todo lo que ha vivido en su sueño antes de marcharse corriendo. Entonces su hermana se queda sola. Y le llega el sonido de todas las pequeñas criaturas del sueño de Alicia, que cobran vida a su alrededor. La alta hierba

DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO

Llama. Recuerdo haber leído hace tiempo una entrevista en que Ana María Matute contaba cómo una vez, siendo niña, la sucedió algo sorprendente. Su madre la había castigado a permanecer encerrada en un cuarto oscuro y ella sacó de su bolsillo un terrón de azúcar, lo partió en dos, y vio surgir en las sombras una llamita azul. «Ese día, dijo Ana María Matute, fue trascendental en mi vida, ese día fue cuando yo empecé a ser escritora. Había descubierto la magia, había descubierto que hay otra luz, otras presencias, otra vida al margen de la vida corriente de cada día». Encerrada en aquel cuarto se sentía al fin distinta. Alguien que no se dispersaba en acciones inútiles y que había descubierto algo que nunca olvidaría: que hay un poder, tal vez el más íntimo y decisivo, que sólo puede adquirirse, como hizo la princesa de aquel cuento de Andersen que tanto le gustaba, ‘Los cines salvajes’, tejiendo camisas de ortigas y permaneciendo en silencio. En realidad Ana María Matute no abandonó nunca ese cuarto. Fue a la luz de esa llama azul como escribió todos sus libros. Maravilla. Todos los cuentos que existen se estructuran sobre el tema de la pregunta. Un ejemplo es el cuento de Barba Azul. Hay una prohibición, la de no abrir una puerta; y un desafío, el de la muchacha a quien la curiosidad llevará a desafiar esa prohibición y descubrir el misterio del cuarto cerrado. Alicia pertenece a la estirpe de las muchachas preguntadoras. En su caso se trata de alcanzar a un conejo. Entra detrás de él en su cueva, cae por un pozo y penetra en ese mundo oculto

:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL

parece esconder los merodeos del Conejo Blanco, el ruido en el estanque vecino se confunde con los chapoteos del Ratón, los cencerros de las ovejas recuerdan el tintinear de las tazas de porcelana en la merienda de la Liebre de Marzo, y los mugidos de unos bueyes los sollozos acongojados de la Tortuga Artificial. Todas esas cosas estaban ahí, sólo que no nos dábamos cuenta. Por una razón: porque excedían nuestra capacidad de preguntar. El país de las maravillas no es el país de las preguntas, sino el de las respuestas. Pero la maravilla, y esa es la gran enseñanza de Alicia, no es una respuesta a nuestros deseos sino a algo que no sabíamos que se podía preguntar.

El arte de la vida. Para Andersen todas las cosas tienen voz. En sus cuentos, herederos de la gran tradición oral, todo lo que existe habla y quiere decir lo que es, desde los fenómenos naturales, como el viento, la lluvia o los ríos, hasta los animales, los hombres y los objetos inertes. Cada cosa cuenta su historia, y todas lo hacen convencidas de que mientras lo hagan su vida no conocerá fin. Y, sin embargo, constantemente se escucha en el mundo el estribillo de los postes de la cerca: Colorín colorado,/ la canción ha terminado. ¿Quiere decir esto que da igual lo que hagamos porque estamos destinados a desaparecer? No, nos dice Andersen, porque ni los seres ni las cosas desaparecen, simplemente mudan de ser. Schopenhauer lo dijo de una forma aún más asombrosa: que cada cosa cede su lugar a una nueva porque todas proceden de una misma fuerza, la Voluntad. Eso pasa en ‘El lino’, un pequeño y poco conocido cuento del autor danés. En él se cuenta cómo el lino se transforma en una pieza de tela, la tela en prendas de vestir, las prendas en papel, el papel en un libro, el libro en fuego, y el fuego en diminutos seres invisibles que se escapan no se sabe hacia dónde. ¿Y qué dice esa canción que cantamos todos? Que todo lo que obtenemos en la vida es gracias al amor. La flor del lino ama la tibieza de los rayos del sol; la tela, las manos de las muchachas que la tocan; las prendas de vestir, la suavidad de los cuerpos; y el papel, el misterio de las palabras. Pero la vida, y esta es la enseñanza de los cuentos de Andersen, es indisociable del dolor. El lino tiene que sufrir para transformarse en tejido, el tejido debe ser cortado para transformarse en ropa, y sólo de la ropa hecha jirones surgirá el papel en que el escritor escribirá trabajosamente sus historias. Todo vuela, todo pasa enseguida, no hay posibilidad de retener nada. El arte de vivir consiste en aprender a despedirnos de lo que amamos.


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