Sábado, 03.10.15 Número CCXIII
SOMBRA CIPRES LA
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La vida, según R. L. Stevenson Páginas de Espuma cierra con ‘Vivir’, la trilogía dedicada a los ensayos del autor de ‘La isla del tesoro’ [P2]
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DEL CIPRÉS
LA ‘CARA B’ DEL GRAN CONTADOR
R. L. Stevenson o la fruición literaria La obra del escocés ha sido la mejor puerta de entrada a la literatura para generaciones de lectores
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n ‘La fruición literaria’, ensayo publicado por Jorge Luis Borges en 1927, el autor de ‘Historia universal de la infamia’ confiesa: «Sospecho que los novelones policiales de Eduardo Gutiérrez y una mitología griega y el ‘Estudiante de Salamanca’ y las tan razonables y tan nada fantásticas fantasías de Julio Verne y los grandiosos folletines de Stevenson y la primera novela por entregas del mundo: ‘Las mil y una noches’, son los mejores goces literarios que he practicado». Quizás yo no fuera partidario de otorgarle tal poder iniciático a ‘El estudiante de Salamanca’, el gran poema narrativo de José de Espronceda que saca a la luz los fantasmas más íntimos de la capital charra, pero sí, des-
de luego, de poner en primera línea de animación lectora a Robert Louis Stevenson y a Julio Verne. Si, como dice Borges, la auténtica prueba del algodón de una obra literaria es su capacidad de soportar segundas y terceras lecturas, a Stevenson habría que concederle de inmediato el certificado de idoneidad: en cada relectura, en cada versión, en cada interpretación que han tenido a lo largo de los años títulos suyos como ‘La isla del tesoro’ o ‘El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde’, la obra de este escocés aventurero, enfermizo y soñador no ha hecho otra cosa que crecer y consolidarse. Heredero de una gran saga familiar de ingenieros y constructores de faros, R.L. Ste-
CARLOS AGANZO
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venson dejó sucesivamente la carrera de ingeniero náutico y el oficio de abogado para dedicarse a lo que de verdad le apasionaba: la escritura. Algo que su padre tardó mucho en perdonarle, sobre todo después de haber corrido él con los gastos de su primera novela, ‘Pentland Rising’, escrita a los 17 años a zaga de la huella de las grandes novelas históricas de Walter Scott; una verdadera rareza que, gracias a su fracaso inicial, se terminó convitiendo en verdadera joya de coleccionista para los británicos. La autenticidad de su escritura, como él mismo reconoció, se debía en partes iguales a la «influencia literaria» de su niñera, la señora Cunningham, que le contaba unas espantosas historias de terror
El lado más íntimo de Tusitala Páginas de Espuma cierra con ‘Vivir’ la trilogía de los ensayos del autor de ‘La isla del tesoro’ que ya había dado a conocer en ‘Escribir’ y ‘Viajar’
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a literatura, en muchas de sus ramas, no es más que la sombra de una buena conversación». La frase la escribe Robert Louis Stevenson en ‘Conversaciones y conversadores’, el ensayo que inaugura el segundo capítulo de ‘Vivir’, el volumen que
reúne los ensayos más personales del autor de ‘La isla del tesoro’ y que recientemente ha publicado la editorial Páginas de Espuma. La frase recuerda algo que pensaba una de sus más fieles admiradoras. Para Carmen Martín Gaite, la conversación era un asunto tan serio que en
ANGÉLICA TANARRO
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más de un artículo y en más de una entrevista afirmó que, si en la vida ella hubiera encontrado un buen interlocutor, alguien con quien mantener una conversación plena, la escritura habría sido innecesaria. Martín Gaite pertenece a ese grupo de autores que
cuando era niño, y a sus maravillosos viajes por todo el mundo. Se compró un yate para surcar los mares más lejanos del planeta, y 1,6 kilómetros cuadrados de tierra en la isla Upolu, en Samoa. Los aborígenes del Pacífico Sur le bautizaron como Tusitala, «el que cuenta historias», y le enterraron en el monte Vaea, en un pequeño paraíso con inmejorables vistas al mar. Y escribió y escribió, a pesar de la oposición paterna, a pesar de una infinidad de vicisitudes y peripecias vitales y, sobre todo, a pesar de su mala salud. En 1893, con 43 años, unos meses antes de morir, dejó escrito: «Durante catorce años no he conocido un solo día efectivo de salud. He escrito con hemorragias, he escrito enfermo, entre estertores de tos, he escrito con la cabeza dando tumbos». Una pasión que se transmite por vía directa a sus obras, ésas que permitieron convertir en lectores insaciables, en buscadores permanentes de historias maravillosas a generaciones y generaciones de todo el mundo. Quizás una de las facetas menos conocidas de su literatura es su producción poética. Apenas cinco libros de desigual factura, pero todos con idéntico entusiasmo. «Emoción, melancolía y alegría» son, según Luis Antonio de Villena, las tres palabras que mejor definen el afán poético de Stevenson. A un poe-
siempre fue fiel a Stevenson, esos que no necesitaron salir del armario para reconocer la valía del autor escocés. Porque Stevenson, como reconoce Juan Casamayor, el editor del libro, fue sobre todo «un constructor de lectores». ¿Quién que se reconozca lector, aunque haya sido en una época lejana de su vida, quizá en la infancia, no ha tenido entre sus manos una obra de ese viajero incansable, que hizo de la aventura una forma de vida? El pirata John Silver, como Mr. Hyde forman parte del imaginario colectivo. Tienen voz, y su presencia nos sigue estremeciendo en algún lugar de la memoria. Otra cosa es la consideración crítica de su obra, que ha sufrido altibajos, no solo aquí, donde se le tradujo pronto, cuando el autor, que a los 44 años sucumbió a su mala salud, aún estaba vivo. Stevenson aparece y desaparece salvo para quienes reconocen su magisterio a la hora de contar historias (‘Tusitala’, ‘el que cuenta historias’, le bautizaron los aborígenes
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«He escrito con hemorragias, he escrito enfermo, entre estertores de tos, con la cabeza dando tumbos...»
ta y crítico británico, Edmund Gosse, le debe el escritor buena parte de su éxito literario. Y a otro poeta, William Ernest Henley, quien había perdido una pierna siendo niño a causa de la tuberculosis (la enfermedad que persiguió a Stevenson toda la vida), le debe la inspiración para crear el personaje más famoso de su colección: el pirata cojo. «Ahora tengo que hacerte una confesión -le dice a su amigo Henley en una carta, nada más terminar ‘La isla del tesoro’-. Fue una imagen de tu fuerza mutilada y autoridad la que engendró a John Silver El Largo (...) la idea del hombre mutilado, gobernando y temido por el sonido de su voz, fue tomada íntegramente de ti». Un universo fascinante que, tal vez, se resume en esos dos versillos que componen el poema ‘Pensamiento feliz’, perteneciente a su libro ‘Canciones de viaje y otros versos’, de 1896: «Tan lleno está el mundo de miles de cosas, / que deberíamos ser felices como reyes». No es mal lema.
‘Vivir’ se abre con un delicioso texto sobre la infancia y la capacidad de construir historias en sus juegos Los ensayos de Stevenson favorecen la relectura de sus novelas desde otras perspectivas
de la isla del Pacífico Sur en la que vivió y murió) y recurren a él como a un oráculo en los momentos de zozobra. Desde hace un tiempo Stevenson ha recuperado visibilidad, y no precisamente por sus novelas más conocidas. La editorial Páginas de Espuma, cuya especialización en el género de la narrativa breve es bien conocida y apreciada, lleva un tiempo dando cabida en su catálogo al ensayo literario o huma-
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1. R. L. Stevenson, con siete años. 2. Con quince años. 3. A la edad de veinte. 4. R. L., estudiante universitario. 5. Con quince años. 6. Al terminar la Universidad. 7. Con su padre, Thomas Stevenson. :: CORTESIA DE PÁGINAS DE ESPUMA
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nístico, terreno siempre resbaladizo que el editor prefiere concretar con llaneza, hablando de ‘la cara b’ de algunos de esos escritores inmortales. Recupera escritos en los que brilla la parte del yo que no camufla la ficción y que no tiene como único cauce de expresión los géneros más autobiográficos como los diarios, las cartas o las me-
morias. La empresa tiene algo de pedagógico: los ensayos se ordenan temáticamente de forma que el lector pueda acercarse a ellos desde sus propios intereses. Algunos ya eran conocidos por el público español, otros se traducen por primera vez y juntos componen un aliciente no solo para conocer el pensamiento del escritor, sino para
releer sus novelas desde una perspectiva diferente. En ‘Escribir’ se abría la cocina, los rincones de su taller de escritura y en ‘Viajar’ encontramos la pasión de una vida entera que se desarrolló entre su Escocia natal, Suiza, los Estados Unido (vivió en San Francisco y en Nueva York) y concluyó en el Pacífico Sur, en una isla
llamada Vailima Upolu, en Samoa Occidental. En ‘Vivir’ está ese Tusitala más íntimo, que escribe sobre sus recuerdos de la facultad, sobre su familia, sobre un paisaje de la infancia o sobre el tránsito de la vida a la muerte. El que hace apología de los ociosos o el que rememora los viajes en los que acompañaba a su padre,
ingeniero de profesión, y que no consiguieron inculcarle el oficio familiar (se matriculó en Ingeniería Náutica en Edimburgo, pero no terminó estos estudios sino los de Derecho) pero sí la costumbre del viaje. Con ese afán de ordenación que impulsa el proyecto editorial, el libro no tiene un recorrido cronológico
sino temático. Se abre con un delicioso texto sobre la infancia, titulado ‘Juego de niños’, y se cierra con una reflexión sobre ‘La vejez y la mortalidad’. ‘La vida’, ‘Las personas’ y ‘Los recuerdos’ ordenan unos escritos en los que la prosa torrencial de Stevenson fluye como una conversación imposible estática, pues no conoce la interlocución. Y hay pasajes brillantes como los que describen en el primer texto el afán de los niños por construir sus historias y contárselas al margen del mundo de los mayores, que acabarán imitando a pesar de la perplejidad que les produce y que ellos manejan adaptándose «a vivir en condiciones de obediencia como haría un filósofo en la corte de un rey bárbaro». O los que con distancia no exenta de humor recorren los ‘Anales familiares’. Sin duda, otro Stevenson y a la vez el mismo que igual escribía novela histórica que poesía, o que recorría el mundo en condiciones siempre difíciles.
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Un trago de agua fresca
C Robert Louis Stevenson aparece en esta fotografía junto a su madre, su esposa, Fanny Van de Grift y su cuñada. :: PÁGINAS DE ESPUMA
ada vez que me siento sobrecargado de lecturas obligadas por razones de trabajo y siento la necesidad de leer libremente, sin tiempo fijo ni obligación, acostumbro a volver a Robert Louis Stevenson. La vuelta a Stevenson es tentadora en todo caso porque sus historias lo son en sí mismas (hay que re-
cordar que lo llamaron «el contador de historias» o Tusitala los indígenas de Vailima, en Samoa, la isla en que se refugió en sus últimos años); también porque representa como nadie la alegría de escribir, la vitalidad de la escritura; pero, sobre todo, porque es la imagen misma del narrador. «El lago no se ve ni yo lo lamento; me gusta el agua
JOSÉ MARÍA GUELBENZU
(quiero decir el agua dulce) corriendo velozmente entre piedras o abundantemente matizada con whisky». No hay duda de que estas palabras son Robert Louis Stevenson, extraídas de una carta dirigida a Henry James nada más instalarse el escocés en los Estados Unidos. Sólo el escritor más animoso de la literatura occidental se dedicaría
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a hacer estos comentarios joviales después de un fatigoso viaje en busca de un lugar donde mejorar sus maltrechos pulmones. Con gran agudeza, James, en contestación a otra carta, aplica a Stevenson el término «experimentador» por la variedad de actitudes, posiciones narrativas y temas con que enfrenta su escritura. James parece un escritor de un registro único, poderoso, paulatinamente enriquecido por la magnitud de sus facultades y de su ambición; Stevenson, por el contrario, semeja un aventurero de la literatura, hoy creando a Jekyll,
mañana a Jim Hawkins y pasado a David Balfour, saltando de las Highlands a Falesá sin el menor titubeo, y alcanzando con su no menos prodigiosas facultades, alturas creativas de gran vuelo literario. Cualquiera diría que son el orden y la aventura reunidos asombrosamente por la atracción de la literatura. Stevenson es un narrador puro. Un narrador es aquel cuya misión fundamental es narrar una historia. Es verdad que toda novela narra, de un modo u otro, una historia, pero lo característico de Stevenson es ser capaz de abor-
dar cualquier historia sin otra preocupación que hacer soñar al lector, de fascinarlo. No le preocupa tanto la escritura como el relato (y al decir escritura me refiero a eso que Barthes llamaba «un cruce entre lo que se nos impone, la lengua, y lo que nosotros recibimos y lo que hacemos con ella»). Es decir: no es un estilista que se preocupa por la lucha con el lenguaje, característica de la novela del siglo XX, sino por la precisión y estructura de la narración. La mirada literaria de Stevenson se plasma por medio de una justeza extraordinaria en el
Stevenson es capaz de abordar cualquier historia sin otra preocupación que hacer soñar al lector
uso del lenguaje al servicio del curso de la trama; no es tanto un creador de imágenes literarias como un creador de ambientes y personajes. Su obra literaria pertenece a la tradición de los grandes contadores de historias que han contado a la Humanidad el sentido de sus propias vidas y las de las gentes que han encontrado por el camino. Hay, tradicionalmente, dos clases de narradores: el sedentario y el viajero. Cada uno nos transmite su experiencia, el primero cuenta las historias del lugar, el segundo es el que llega y relata lo vivido.
En ambos casos el narrador ilustra el mundo, esa es su finalidad; y su lector es como el paisano que escucha haciendo corro en torno al recién llegado o el niño soñador del poema de Baudelaire que mira los mapas. Pero el de narrar es un arte que se ha ido perdiendo. Por eso leer a Stevenson es como el trago de agua fresca en un día de calor: tiene una función precisa y estimulante. Tengo para mí que gracias a él perdura la estirpe de los narradores natos porque es, sin duda, el mejor contador de historias de la Literatura Universal.
Entre la indolencia y el frenesí
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n algunos de sus numerosos y variados ensayos, Stevenson habla de la profesión del escritor. En ellos señala que el escritor ha de ser dueño de un modo de acercarse al mundo cuyo origen está en su vida. Esta visión del mundo, junto con sus inclinaciones, el escritor ha de dejarla por escrito aunque él mismo sea un cúmulo de defectos. En su reseña de los cuentos de Edgar Allan Poe añade que para el arte solo sirve aquello que es verdad y evidente al mismo tiempo. Un buen punto de partida para el escritor que logró escribir de Escocia cuando se alejó de ella. No hace tanto un crítico literario británico lo definía como el Peter Pan de la literatura. Es un escritor con encanto, como dijeron de él cuando publicó sus primeros ensayos en el libro Virginibus Puerisque. Henry James dijo que su arte era ameno y su personalidad poseía una alegría innata. No es de extrañar que la imagen más difundida del escocés sea la del escritor para adolescentes, él mismo uno de ellos, que falleció a los 44 años de edad. Hay más en una vida tan corta, en muchos casos oscuro, aciago o siniestro. Parte de eso que no solemos mencionar está ya presente en su adolescencia y primera juventud. En esos años, incluso antes, Stevenson es una persona propensa a la melancolía, a la depresión y a los ataques de nervios, que lo dejan exhausto, que acompañaron a su ya débil salud por diversas enfermedades respiratorias,
SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN
algunas de las cuales también padeció la madre. Entre los remedios caseros que la niñera –la inseparable Cummy– le proporcionaba hay que mencionar el café, que lo desvelaba y aumentaba su inquietud. Están también los viajes que hizo con su padre. Este era ingeniero y estaba encargado de la supervisión y mantenimiento de algunos faros. Empeñado en que su hijo continuara con la profesión familiar, pues también su padre había sido ingeniero y un notable constructor de faros, se llevaba consigo a Louis –o Barón Narizotas, como le gustaba apodarlo– a la ronda anual. Allí Louis –nunca lo llamaron Robert– conoció el mar y la costa escoceses, los acantilados y la fuerza del mar bravío, que más tarde describió en historias como ‘Los hombres felices’, ‘La isla del tesoro’ o ‘Thrawn Janet’. Comprobó entonces que la naturaleza no era ese paraje pintoresco que había encontrado en algunas novelas y poemas románticos. Fascinado por el poeta Percy Bysshe Shelley, hasta el punto de que ya de mayor trabó amistad con sus hijos, durante un temprano período de su vida adoptó la imagen del romántico solitario que gusta de pasear por el campo sin rumbo fijo, a la manera en que William Wordsworth o Samuel Taylor Coleridge ya
habían hecho. Los tiempos, no obstante, habían cambiado. En Edimburgo se dio a la vida bohemia durante un tiempo frecuentando lugares poco recomendables, vestido con una chaqueta de terciopelo para emparentarse con plena conciencia con los simbolistas, los decadentes y los dandis europeos. En esta época lee con pasión a Charles Baudelaire, fuma hachís y se emborracha. Es también la época en que descubre la fuerza de las ciudades, donde la aventura, el misterio, el crimen o lo siniestro pueden tener lugar. Años más tarde Dr. Jekyll y Mr. Hyde dará cuenta de dicha ciudad, precursora del Londres de Sherlock Holmes a la vez que deudora de la visión finisecular de escritores como Arthur Symonds o Ernest Dowson. Viajero impenitente, confesó una vez a un amigo que si se veía forzado a vivir demasiado tiempo en un mismo sitio, su naturaleza vagabunda se sumía en la indolencia. Así, de Edimburgo fue al sur de Francia, a Davos o a Samoa, con el propósito nunca logrado de curarse de sus afecciones respiratorias, entre las que se incluía la tuberculosis. Viajó también por Gran Bretaña y por América, y de sus viajes nos dejó algunos libros como Un viaje interior o Viajes con un burro, a los que nunca concedió mucha importancia, lo que no fue óbice para que hiciera de ellos algo más que simples relatos de viaje. El cambio de residencia, quizás también ese nerviosismo que algunos médicos han diagnosticado como neu-
rosis, le empujaba a escribir mucho. Por ejemplo, entre 1878 y 1879 estuvo separado de su mujer, Fanny Osbourne, divorciada, varios años mayor que él y madre de dos hijos. Fueron meses de trabajo intenso. Escribió y revisó ‘Edimburgo: notas pintorescas’, ‘Viajes con un burro’, ‘El pabellón en las dunas’, o ‘Moral laica’, ensayo en el que ya habla del tema del doble. Solía tener muchos proyectos a medio comenzar, de los cuales solo acababa unos pocos. Es el caso de un escritor –más moderno de lo que queremos aceptar– que se ve arrebatado por momentos de trabajo frenético y luego por intervalos de indolencia, casi al modo de Fernando Pessoa. Un caso paradigmático de ese frenesí a la hora de escribir lo encontramos en Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El origen está en una pesadilla de la que su mujer lo despertó. En pocos días escribió la historia, pero tras los comentarios de la mujer –que solía leer todo lo que él escribía– la quemó en la chimenea para reescribirla en su totalidad en la cama sin descansar hasta que lo tuvo finalizado en solo tres
Jekyll es un prodigio de síntesis y de dominio de las voces narrativas
días, según el testimonio de su hijastro Sam. Dr. Jekyll y Mr. Hyde es una historia en la que el tema del doble está ya en su mismo origen. Stevenson mantuvo en un ensayo que él no escribió la historia, que simplemente fue el amanuense cuya mano dirigía otras fuerzas, a las que llama Brownies. Jekyll es un prodigio de síntesis y de dominio de las voces narrativas, pues son varios los narradores, que van desvelando lo que los anteriores han sugerido, y que en gran medida señala a todo aquello que era innombrable en la época. Es una historia sobre el bien y el mal, sobre el inconsciente y lo racional, una historia que ocurre en Londres y en la que abundan los momentos ominosos –lo opuesto, podríamos decir, a las claras aventuras juveniles. No solo en Jekyll está presente lo aciago; en ‘Los hombres felices’, una historia trepidante que sitúa en la costa escocesa, también uno de los personajes enseña su lado oscuro y el mar da señales de augurios siniestros. Stevenson, al que algunos consideran un escritor tradicional, fue uno de los que acabó con las novelas en tres tomos propias de la época victoriana. Achacaba a su salud su incapacidad para escribir narraciones tan largas, pero sería mejor atribuirlo al modo en que le gustaba plantear y resolver los temas de sus historias y, por qué no, al descubrimiento del cuento moderno que le permitía narrar sin tener que perderse en digresiones que él consideraría inútiles o superfluas o las dos cosas a la vez.
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LOS DIRECTORES QUE HICIERON HISTORIA
Un director sin medias tintas S
i hay hoy un realizador que concite la máxima de las veneraciones y a la vez las críticas más ácidas y descalificadoras, ese es el norteamericano Terrence Malick. La polémica sobre sus películas no se libra, como a veces sucede, sólo en el terreno de la crítica, sino también, y de forma explícita, en las mismas salas de cine (ha sido frecuente que muchos espectadores abandonaran a la media hora del inicio de la proyección). Porque el cine de Malick no deja indiferente a nadie… que haga el ‘esfuerzo’ de ver sus películas, reflexivas, con multitud de planos contemplativos y, consecuentemente, de larga duración (buena parte de ellas supera las dos horas). Como señaló un crítico a propósito de ‘Los días del cielo’, «… lo que Malick cuenta en media hora, (King) Vidor lo hacía en cinco minutos». La trayectoria vital e intelectual de este director, nacido en Ottawa (Illinois) en 1943, explica su modo de hacer cine y su carácter de director maldito y de culto a la vez, con sólo siete películas estrenadas en 42 años y larguísimos intervalos entre algunas de ellas (20 años separan su segundo filme, ‘Días del cielo’ –Days of Heaven, 1978–, del tercero, la aclamada ‘La delgada línea roja’ –The thin red line, 1998–), lo que muestra a las claras su obsesión por un cine elaborado, maduro y profundo. Su interés primero no estuvo en el cine, sino en la Fi-
Terrence Malick no pretende ser accesible, sino profundo
JAVIER CASTÁN LANASPA
losofía. Estudió en Oxford y Harvard, tradujo a Heidegger al inglés, y tuvo entre sus proyectos la elaboración de una tesis doctoral sobre el filósofo alemán. Ejerció como profesor de esta disciplina en el Massachussets Institute of Technology, a la par que publicaba en ‘The New Yorker’, entre otros prestigiosos medios periodísticos. A los 29 años dejó la enseñanza y el estudio de la Filosofía para aprender a hacer cine. Desde entonces esta es su principal ocupación, como guionista, productor y realizador. Su primer largometraje, ‘Malas tierras’ (Bad Lands), se estrenó en 1973. Le siguieron ‘Días del cielo’ (Days of Heaven, 1978), ‘La delgada línea roja’ (The Thin Red Line, 1998), ‘El nuevo mundo’ (The new world, 2005), ‘El árbol de la vida’ (The tree of life, 2011), ‘To the wonder’ (2012) y ‘Knight of cups’ (2015, sin fecha prevista de estreno en España). Se encuentran en fase de rodaje o postproducción ‘Weightless’ y ‘Voyage of time’, anunciadas para 2016. Las dos primeras se mantienen dentro todavía de las convenciones de un relato lineal, aunque en ellas se pone ya de manifiesto el interés del director por la introspección de los personajes que, a través de su voz en off, añaden al relato componentes cargados de subjetividad, a veces anticipatorios. También está presente otro de sus grandes motivos, la naturaleza, fotografiada siempre de manera hermosísima (en ‘Días del cielo’ por Néstor Almendros), y la interrelación del hombre con ella. Mi descubrimiento del cine de Malick se produjo al ver la tercera de sus películas, la monumental ‘La delgada línea roja’. El comienzo, con las bellísimas imáge-
Terrence Malick. :: REUTERS nes de la selva y sobre ellas la voz del soldado Witt (James Caviezel) implicándome en sus reflexiones y preguntas («¿Qué significa esta guerra en el corazón de la naturaleza? ¿Por qué compite la naturaleza consigo misma? ¿Se enfrenta la Tierra al mar? ¿Existe tal poder de
venganza en la naturaleza?») me conmovió y deslumbró para siempre. Desde entonces, ya se habrá adivinado, estoy dentro del grupo de admiradores del director tejano. ‘El nuevo mundo’, ‘El árbol de la vida’ (a mi juicio, su mejor obra hasta el momento), y ‘To the wonder’ en me-
nor medida, han reafirmado mi consideración de Terrence Malick como uno de los mayores creadores del cine contemporáneo. Malick, como han señalado muchos de los críticos y autores que analizan su obra cinematográfica, no pretende ser accesible, sino profun-
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do. Es necesario compartir la sensibilidad del director, implicarse en las angustias, miedos, perplejidades y dudas de los personajes, responder reflexivamente a sus interpelaciones, en una experiencia de visión única en la que se funden las imágenes y diálogos diegéticos, los pensamientos y preguntas de los protagonistas que se superponen a lo que sucede en la pantalla y que a menudo se dirigen directamente al espectador (–a través de la voz en off–), con la propia introspección de éste ante lo que ve, oye y siente. El rechazo o la apreciación del cine de Malick están en gran medida determinados por el hecho de que nos sintamos concernidos por lo que se vive en la pantalla o, por el contrario, que lo que allí sucede nos sea completamente indiferente. Y no me refiero a mostrar interés por el relato, sino a compartir los sentimientos profundos de sus protagonistas. Que el cine de Malick es distinto al resto se manifiesta también en el lenguaje que utiliza en sus filmes (siempre brillante, técnicamente irreprochable, y muy personal) y, sobre todo, en la postproducción. Trabaja sobre guion, pero éste está completamente abierto. Lo que da coherencia a la historia es el montaje, la suma/yuxtaposición de los múltiples puntos de vista y planos contemplativos que constituyen sus filmes, los monólogos fuera de campo y las hermosísimas imágenes y música que los acompañan. Es una constante en su obra que desaparezcan personajes enteros en la sala de montaje sin que, seguramente, el relato haya perdido por ello ni un ápice de su interés y capacidad de conmover. Terrence Malick ha hecho y hará historia, Y el estreno de sus últimas películas mantendrá, no cabe duda, la división tan profunda, sin medias tintas, entre sus detractores y los que amamos su cine apasionadamente.
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El soplo vital y juvenil que cimbrea la obra de Jonás Trueba mana de la ‘nouvelle vague’ goneta a ninguna parte, con el proyecto creciendo según se van incorporando pasajeros, canciones y paisajes. Para ‘Los ilusos’ Jonás inventó la etiqueta de «cine de entretiempo». En ‘Los exiliados románticos’ roba a León Siminiani la de «película-canción», esas melodías de Tulsa que todos corean en la furgoneta. * * * *
Francesco Carril y Aura Garrido, en un fotograma de ‘Los ilusos’. Debajo, el director Jonás Trueba. :: JORGE ZAPATA-EFE
Así debería ser todo (el cine de Jonás Trueba) JORGE PRAGA
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ctores y personajes, cine y vida, se van cruzando en ‘La noche americana’, el homenaje tan especial que François Truffaut prestó a su oficio. Ante los enredos que la envuelven y complican, la secretaria de producción tiene clara su preferencia: siempre el cine en detrimento de la vida. La misma lucha planea sobre la obra de Jonás Trueba, cercana a la inspiración de Truffaut, con tres películas dirigidas: ‘Todas las canciones hablan de mí’ (2010), ‘Los ilusos’(2013) y ‘Los exiliados románticos’(2015). En un diálogo de la segunda un actor cuenta algo que le ha pasado, o que desea que le pase, nunca se sabe con los ilusos: se encuentra en la calle con un director
de cine que rápidamente le ofrece la interpretación de un personaje de su próxima película: «Así debería ser todo, hostia. Sin representantes, sin intermediarios de ningún tipo…». Tan feliz le hace la propuesta que se la repite una y otra vez a su amigo, entre risas contagiosas: «Sin intermediarios, sin representantes…». Así debería ser todo, como en el cine. * * * * Los cineastas de la ‘nouvelle vague’ amaron las fantasías del período clásico de Hollywood, las defendieron y recubrieron de cine de autor, pero en las películas que les encumbraron se preocuparon por dejar la huella de su experiencia, desde la orfandad necesitada de cariño en Truffaut hasta el desafío ideológico en Godard. Que la vida no pase de largo. Jonás aprendió la lección. En ‘Los exiliados románticos’ el viaje sin rumbo de los protago-
nistas recala en la casa parisina de un viejo resistente británico, Jym Haynes, que se interpreta a sí mismo. La cena desenvuelve un parloteo sobre temas pactados de antemano (no hay guion escrito), hasta que de repente la cuerda se agota y sobreviene el silencio, roto por el paso del camión de la basura: la realidad que esperaba fuera, agazapada. «Ese instante, ese tiempo muerto que normalmente no aparece en las películas porque todo está muy medido, me parece que es uno de esos pequeños detalles a los que te agarras para que el cine se parezca más a la vida», declara Jonás. * * * * El soplo vital y juvenil que cimbrea la obra de Jonás Trueba mana de la ‘nouvelle vague’, cómo no: de las carreras del trío de ‘Banda aparte’, o de los amoríos también de tres de ‘Jules et Jim’. Pero hay otra fuente menos citada, a pesar
de registrarse cada vez que se nombra al director: el irreverente cine suizo de los setenta, en el que la alianza de Alain Tanner con la escritura de John Berger produjo ‘La salamandra’ o ‘Jonás, que tendrá 25 años en el año 2000’. El Jonás que nace en esta película iluminó el nacimiento de nuestro director hasta darle el nombre. Al Jonás de Tanner le esperaba una Suiza rica que dejaba poco sitio a los marginados y luchadores de izquierda. Cómo olvidar de entre ellos a aquel profesor de historia que en la primera clase pone a sus alumnos a trocear una morcilla. Cada tajo es un corte en el tiempo, una lección por impartir. Un profesor que ilustra sus clases con parados, con labradores, con la cajera del supermercado recién despedida –dulce Miou-Miou– a la que declara su amor ante los alumnos. Siempre envidié esa declaración. Pero era cine. * * * * La ‘nouvelle vague’ o Alain Tanner son agua pasada a la que ahora se puede retornar casi sin mojarse. La juventud es tan repentina e intensa que aparta la consciencia, y solo se cristaliza en la posterior evocación, la de los versos de Wordsworth: «Hubo un tiempo en que los prados, las arboledas, los ríos,/ la tierra y el más normal paisaje,/ me parecieron/ ataviados con una luz celestial,/ la gloria y el frescor de un sueño». La fuerza y el asom-
bro del cine de Jonás es que está insuflada de juventud en acción, puro presente derritiéndose sobre sí mismo. En su primera película el baño juvenil dibujaba desde el guion personajes y relaciones. Pero las otras dos son proyectos en marcha. Frente a la cámara se fraguan las ilusiones cinematográficas de unos apasionados sin corsés de tiempo, o arranca un viaje en fur-
Frescura. Así tituló Fernando Herrero su crítica de ‘Los exiliados románticos’. Sí, frescura, naturalidad, fluido de vida, seres que se ofrecen y se derraman sobre la pantalla. En su primera película Trueba todavía observa un cierto respeto a las reglas del desnudo. El cuerpo de la extraordinaria Bárbara Lennie se oculta tras escorzos pudorosos y esas sábanas que el cine clásico siempre estiraba por encima de los pechos. En ‘Los ilusos’ el cuerpo libre de Isabelle Stoffel se ofrece relajado y risueño tras hacer el amor, bañado frontalmente por la cámara y nuestra mirada. ‘Los exiliados románticos’ se estanca en un largo, interminable plano final –¡que no acabe nunca!– con la furgoneta ante el lago de Annecy y sus ocupantes tirando la ropa para jugar y retozar en el agua. * * * * Más que contar historias a Jonás le preocupa la creación de un espacio, un espacio habitable al que se invita al espectador. Y allí continúa el encuentro entre vida y cine, un cine de enamorado. La pureza de ‘Los ilusos’ arranca del propio material de que está hecha, unas cajas de celuloide olvidadas de 16 mm. Con ellas la cámara ilusa Arriflex SR1 deja una hermosa fotografía en blanco y negro que cae como una bendición sobre los rostros juveniles, sobre los bares, sobre las calles de Madrid. Y, para pregonar su naturaleza en el montaje se mantienen las claquetas, los sonidos tienen vida propia, hay intertítulos de cine mudo, cierres en iris, parpadeos en negro… y homenajes, muchos homenajes. Calor y complicidad. Así debería ser todo.
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Luis Goytisolo JESÚS MARCHAMALO
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iro por la ventana, a través de una tupida tela mosquitera –luz blanca, afuera, neblinosa–, del que durante años fue su estudio, y veo abajo, en el jardín, una glicinia que se enreda, como una boa constrictor, en el portón de entrada de la casa. Lo abraza displicente, y parece allí mismo retorcerlo con un vigor extrañamente vegetal, que amenaza con doblar los barrotes y agrietar los pilares de ladrillo en los que unas bisagras oxidadas sostienen, férreas en apariencia, la cancela. Al lado, dos cipreses gemelos de un verde opaco, mate, que se abren paso, altivos, hacia el cielo. Una vez, hace tiempo, un vecino de El Poblet que fue a la casa, viéndolos ahí, enhiestos como los del poema, larguiruchos, reflexionó en voz alta: –¿Dónde estarán los huesos de quienes los plantaron? A lo que Luis Goytisolo (Barcelona, 1935), sonriendo, tal vez secretamente complacido, le respondió que los tenía delante –los huesos, me refiero–, dentro de sí, indicó para alejar las dudas, mientras se golpeaba con la mano, suavemente, en el pecho –el esternón y las costillas–, porque había sido él quien en su día los plantó. Anda enredado ahora, me cuenta, en la zozobra de una mudanza inminente, entre dos casas y sus dos bibliotecas, y una tercera, en cajas, a menudo añorada, que está en un guardamuebles.
En la primera, me habla de una librería antigua, de madera tallada, donde su tatarabuela, María de Mendoza, escritora también, tenía sus libros, y que ha ido pasando, generación tras generación, siempre a escritores. Porque de esa rama materna de la familia, que de madres a hijos va cambiando siempre de apellido –Mendoza, Vives, Gay– , les llegó, a él y a sus hermanos, la veta literaria. De su madre, Julia Gay, de quien no guarda más que un recuerdo trágico –murió en un bombardeo, en Barcelona, en marzo de 1938, el mismo día en que él cumplía tres años–, y después de su tío Luis, su padrino, quien en su santo, o en las fiestas de Reyes y cumpleaños, le regalaba libros de Salgari, Karl May o Sabatini y que, según crecía, iban siendo sustituidos por Stevenson, Melville, Walter Scott o Conrad.
‘El Quijote ’
Vuelva cuando tenga trece años
‘La sombra del ciprés es alargada ’
El viejo Conrad de perilla afilada, cuello duro y corbata, elegante como un enterrador, del que aparece en los estantes un antiguo ejemplar de ‘Nostromo’ en el que escribió su nombre –Luis de Goytisolo, se lee, letra todavía escolar, ele airosa mayúscula, casi de caligrafía– en enero de 1951. Tenía entonces quince años, y ya era escritor. Porque todavía niño, en aquella casa en la que no se vivía ningún ambiente literario, más allá de sus hermanos que habían empezado también a escribir, el pequeño Luis se puso a dibujar cómics de aventuras, cuentos, algún poema también, y ya con once años, recuerda, un par de novelitas: una del Oeste y otra de Flash Gordon. «Me enteré, no sé cómo, de que la edito-
EL ESCRITOR EN SU BIBLIOTECA
El viejo
Miguel de Cervantes «Me lo empezó a leer mi abuela en voz alta, y recuerdo que la muerte de Don Quijote, de niño, me hizo llorar de forma inconsolable. Desde entonces es un libro al que vuelvo constantemente».
‘Antagonía’
Luis Goytisolo Anagrama
«Sin duda es la mayor empresa literaria de las que he emprendido, mi libro más importante. Otros tienen fragmentos, cosas que me gustan más, pero de ‘Antagonía’ resaltaría la magnitud».
Miguel Delibes Destino
«A Delibes tendría que releerlo, y hay una de sus novelas que me ha quedado pendiente desde el principio, y que me propongo leer cuanto antes, ‘La sombra del ciprés es alargarda’. El resto de su obra, ‘La hoja roja’, ‘Diario de un cazador’, ‘Cinco horas con Mario’, y tantos otros títulos, debería, ya digo, releerla para poder elegir una sola».
Arriba, Luis Goytisolo. Abajo, una librería de su tatarabuela. Su escopeta y accesorios para fumar.:: J.M. rial Molino pagaba quinientas pesetas por libro, así que un día me acerqué con los manuscritos, y se los ofrecí», recuerda. «Me recibieron, muy amables, y muy juiciosamente me recomendaron que volviera un par de años más tarde. Dos años que me parecieron entonces una enormidad, era una quinta parte de mi vida». Ahora, todos sus libros están en la biblioteca, detrás de la mesa donde escribe –no sa-
bría decir si es de roble, hecha a medida, sólida como un casco de gabarra–, muchos de ellos en cajas, y otros repartidos por los estantes, diríase al acaso, y que uno va encontrando por sorpresa entre autores alemanes –Bernhard, Musil, Grass–, literatura rusa –Chéjov, Tolstói, Dostoievski, y una edición encuadernada del ‘Oblomov’, de Goncharov, con sus doradas iniciales, «L.G.»– o norteamericana –Faulkner, Melville, Hardy– que leyó en francés en unas hoy viejas, amarronadas ediciones de Gallimard, que en el lomo, alguno fatigado, deslucido, astillado, llevan impreso el precio:
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Sábado 3.10.15 EL NORTE DE CASTILLA
Conrad y el silencio carcelario
Receta del doctor Soler para recuperarse de la cárcel. Le prescribe tónicos y vitaminas.
Ejemplar del libro de Conrad, que recibió con 15 años. Estanterías de su biblioteca.
trescientos veinte francos ‘Trece historias’, de Faulkner; trescientos cincuenta ‘Billy Budd’, de Melville, y doscientos ochenta el ‘Dedalus’, de Joyce, en lo que parecería un caprichoso reparto de valores literarios. En la pared, dos pequeños, algo endebles estantes, con pipas y atacadores –fumó hasta los años de la Transición–, figuras, muñequitos, y una escopeta arriba de dos cañones que parecería que fuera de juguete, inofensiva en apariencia, nada intimidatoria; el negro pavonado del metal, y el color miel de culata y guardamanos. «Siempre he tenido
buena puntería, recuerdo que a veces, de niño, tiraba al aire latas o botes de Nescafé, y los acertaba con una escopeta de aire comprimido. También me ha gustado la caza y, aunque hace años lo dejé, es algo que sigo mirando con respeto. Recuerdo una cacería con mi hermano José Agustín y Ferlosio, que fue una auténtica matanza de conejos, desde entonces no he vuelto a cazar. Cuando le dieron el Cervantes a Ferlosio lo recordamos».
‘Antagonía’ en una celda de castigo Hay en la biblioteca una zona que podría perfectamente ser
el epicentro, el foco del que irradiaran, como ondas en un estanque, sus lecturas. Obras de su admirado Francisco Ayala, Bioy, Borges, Benet, con su altivez de corbatas y flequillo, guardián siempre de las distancias precisas, ‘Saúl ante Samuel’, ‘Volverás a Región’… Cabrera Infante y Rulfo, y también Nabokov, Lampedusa, Pavese, y un viejo ejemplar de Joyce, ‘Gente de Dublín’, de editorial Tartessos, de cubierta marrón, tela editorial estampada, del que cae una vieja receta, doblada, que le extendió el doctor Soler Sabarís en 1960. Acababa de salir de la cárcel, y le prescribía
tónicos y vitaminas. Había asistido, en febrero de ese año, a un congreso clandestino del PCE en Praga, tras viajar con pasaporte falso a nombre de José Cueto Antúnez. Fue a Fráncfort, primero, y a Berlín, en donde pasó a la zona oriental en metro. En Praga se encontró con Pasionaria, con Alberto, el escultor, y con Carrillo, quien violando las más elementales normas de la clandestinidad, le llamaba siempre a gritos por su nombre: «¡Goytisolo!», le decía. Habría dado igual, porque la policía les seguía desde antes de salir de España, y cuan-
do volvieron todos fueron detenidos, e ingresaron en Carabanchel, en aquella rutina penitenciaria de recuentos y paseos por el patio, el comedor, la celda. «Allí –recuerda ahora–, se gestó ‘Antagonía’, en los treinta y cinco días que estuve confinado en una celda de aislamiento, y que fueron tremendamente provechosos; allí cuajó todo gracias a la soledad. También de allí salí, por cierto, con un gravísimo sembrado tuberculoso que me afectaba a ambos pulmones». Fue durante una vacunación masiva contra el tifus, en la propia galería, formados los
reclusos en fila mientras un par de enfermeros les inyectaban la vacuna en el hombro sin más precaución que una torunda de algodón empapada en alcohol, con la que limpiaban la aguja y la jeringa. Son las sorpresas, inesperadas, me cuenta, que acechan entre las páginas de los libros. Betacomba, dos comprimidos diarios, Becosyne, en ayunas, y Redoxon a media tarde, lee, cerca de la ventana, la receta del Dr. Sabarís, con las gafas en el extremo de la nariz, a punto de caer, como una equilibrista, mientras en el jardín la glicinia tensa un milímetro más, triunfadora, la puerta.
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DEL CIPRÉS
Ángel Guinda
La llaneza trascendente PABLO JAVIER PÉREZ LÓPEZ
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ngel Guinda (Zaragoza, 1948), poeta reconocido de larga trayectoria culminada con el premio de las letras aragonesas en 2010 presentó recientemente su nuevo poemario ‘Catedral de la Noche’ (Olifante, 2015) y un libro dedicado a sus recuerdos y vivencias junto a Leopoldo María Panero: ‘Leopoldo María Panero. El peligro de vivir de nuevo’. (Huerga y Fierro, 2015). Si le preguntamos por su generación para situar al lector y a nosotros mismos, Guinda responderá que se siente discípulo de Salvador Espriu y hermanado generacionalmente con Antonio Colinas, Pere Gimferrer y el mentado Leopoldo María Panero. Siempre heterodoxo y desmarcado de las corrientes canónicas, su poesía ha encontrado una acogida entusiasta en los grandes críticos y poetas. Es además traductor de poetas portugueses e italianos y autor de manifiestos y textos teóricos sobre el hecho poético. En Guinda el poeta está fuera de la página, en una manera de ser y saludar y pisar la tierra y el barrio. Con su poesía y también con su persona es posible pensar en aquellos poetas de la antigua Grecia que pensaban en la belleza como en una manera no sólo de escribir sino de estar y sobre todo de conversar. Cuando Guinda cuenta anécdotas creo en el poeta que sabe estar y ser en los demás, que enlaza lo diferente con la voz. El dolor de los otros, compartido con los otros, la camaradería y la amistad, se entremezclan con el hacer poético, se fusiona lo humano y lo poético, algo tan poco frecuente hoy, hasta casi hacerse indistinguible. ¿Cómo conjugar la soledad con la visita constante y real de los otros? Ese es el reto del poeta. En Guinda, es el impulso creador, la indagación trascendental de lo otro, de lo misterioso, de esa poesía que como decía Panero «quiere acorralar al ser en la página», la que genera una necesidad ética. No es, como en otros poetas, por
todos conocidos, la experiencia de lo real o el compromiso político la que se impone en el hacer poético sino que es a través del tránsito de lo trascendente como se encuentra el rostro ajeno y su compañerismo, por el sufrimiento, el dolor o la sensibilidad compartida. Es esta llaneza trascendente la clave de todas sus obras. Fue al inicio de su actividad poética cuando Guinda fue catalogado como un poeta maldito, lo que se ceñía a la verdad si pensamos en la marginalidad, los excesos y la lucha contra la dictadura. («En un país en el que se lee con las orejas lo mejor es escribir a dentelladas» ha escrito el poeta). Creo, sin embargo, que muchos de los que son llamados malditos son simple y llanamente los más profundos poetas. Sin una negación previa a la construcción no podrá haber poesía. Toda poética implica maldecir el mundo, destruirlo para crear otro, pero el martillo del poeta siempre está hecho de ternura, de carne nueva y blanda, bondadosa. Esa carne blanda y abierta propensa a las heridas pero también a la hermandad es esencial para comprender la obra y la vida de Ángel Guinda. La poesía de Ángel Guinda siempre se ha mostrado, con la autenticidad que esto comporta, como una herida con memoria, una violencia radical que nace del deseo de una libertad radical, de «un ansia perpetua de algo mejor» que el poeta suele recordar citando a Bécquer. Comienza quizá en la contracultura y gana después una esencialidad y una labor incesante de destrucción inevitable del sentido único y del óxido del lenguaje. Toda su poesía nace, también biográficamente, de la muerte. La muerte en el parto de su madre («Nací de las entrañas de la muerte» reza el primer verso de un poema de su nuevo libro) que le trae al mundo repleto de preguntas radicales. En este nuevo libro la poesía de Guinda parece ganar una dimensión más, ya esbozada en otros libros y que se anuncia casi desde la cita inicial de Paseyro: «Es necesario visitar el cielo». Me refiero al misticismo, a la trascendentalidad casi hermética, que parece hacer de este libro es-
pecialmente en su largo poema que le da nombre: ‘Catedral de la Noche’, una interrogación, un punto y aparte y un escalón más en su voz poética, siempre genuina y penetrante. De la voluntad de aniquilación al sentido encontrado y construido, ese parece ser el lema y el camino semitransparente de este libro donde Guinda escribe: «Donde escribiera nada ahora leo anda» aún manteniéndose en los dolores insobornables: «Yo pido una vida de verdad /de los que están extraviados, /de los que tienen miedo y están solos». El autor construye o ensaya una religiosidad penetrante, en una oscuridad preñada de sentido afirmativo: «La noche impone el reino del enigma / censo interior, intimidad abierta». Hay en algunos poemas de este nuevo libro una aceptación del sentido de lo enigmático y de su elocuencia contradictora. Una claridad que aparece, como siempre, inesperadamente en el lenguaje: «Detrás de esta palabra sale el sol». Quien habla con Guinda aprende un axioma inevitable: Cuanto más maldito parece un poeta más tierno es, es decir, más bondad, es decir más bueno, de Bonus, «el que busca un amigo», es, el que más soledad alberga, quizá. Guinda sigue con su poesía buscando al otro, al rostro amigo que le quite el gris de la soledad, y en esa búsqueda que es también trascendente, está su oscuridad. De la «vida ávida» de su primera poesía parece llegar a una madurez poética que sin dejar de incluir el dolor, parece salvarlo en los demás con la elegancia de la sabiduría poética atesorada. La negación quiere otro mundo en este. Conjugación de carne y espíritu que sólo se da en el otro y en el amor, tal como se muestra en este nuevo poemario en el poema ‘La muralla del adiós’, de la mano de Santa Teresa. Con Ángel Guinda aprendemos a hacer indistinguibles la escritura y la vida y a paladear la esencia de la fraternidad de los verdaderos poetas y la radicalidad blanda y tierna del martillo amoroso del poeta. Con él conocemos de manera exacta lo que sintetiza el primer aforismo de su poética llamada Arquitextura: «El arte está a mitad de camino entre la rebelión y la revelación».
Con Guinda aprendemos a paladear la esencia de la fraternidad de los verdaderos poetas El escritor Ángel Guinda. :: JESÚS DÍAZ
LECTURAS
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Chica–chico Victor Margueritte retrata el eco de las vanguardias y el nuevo rol femenino en el periodo de entreguerras
LUIS ANTONIO DE VILLENA
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usto después del fin de la Primera Guerra Mundial y entre la multitud de gritos de libertad que supusieron las vanguardias en los terrenos del arte pero también de la vida privada, siempre con vocación liberal, surgió un tipo de mujer joven que rompía los estereotipos de la preguerra, como las ‘flappers’ norteamericanas. Chicas con pelo y falda cortos, pero sobre todo chicas que exigen la misma libertad de comportamiento que usan los hombres jóvenes. Algunas (las más avanzadas) se visten a veces de hombre, fuman en público y alardean de liberalismo sexual, no sólo al elegir promiscuamente la pareja viril, transitoria, sino también por abrirse en ese tiempo como muchos chicos a la homosexualidad, ellas al lesbianismo, aunque fuera ocasional. Se impone el recuerdo de las fotos y filmes de Marlene Dietrich vestida de hombre, con frac por ejemplo y actitud retadora en la mirada y el humo del pitillo. Ese nuevo mundo plural de la chica/chico es lo que se dice en francés con la palabra ‘garçonne’ (y no ‘fille’)
que esta edición española ha optado por no traducir… ‘La garçonne’ de Victor Margueritte (1866-1942), no confundir con su hermano Paul, que era también escritor, se publicó en París en 1922, en plena efervescencia del fenómeno que he descrito. Es una novela bien escrita y construida aunque pueda pecar de algunos momentos excesivamente sentimentales. Fue un gran éxito de público, pero también un notable escándalo moral, por el recuento libre de las hazañas y avatares de Monique, la protagonista, una chica que por un despecho amoroso se convierte en una ‘garçonne’ de éxito, decoradora, promiscua con hombres y mujeres y también con las drogas, especialmente el opio, que a veces mezcla con alguna amiguita sáfica. Aunque el fin argumental es menos sulfuroso, pues sin llegar al conven-
LA GARÇONNE Victor Margueritte. Trad. Marta Cabanillas. Gallo Nero Ediciones, 2015. 302 págs.
cionalismo ni negar la modernidad, la protagonista se torna mucho más prudente, el escándalo quedaba servido. Sabemos que los escándalos (Baudelaire, Flaubert) fomentan la venta de libros, pero Victor Margueritte que antes de ser escritor había sido militar y tenía la preciada Legión de Honor, se dolió del escándalo –sin arrepentirse– pues por esa causa le retiraron la célebre condecoración. Literariamente hablando, ‘La garçonne’ debe todavía mucho al esquema y mundo de la ‘novela decadente’ de entresiglos, aunque a menudo se presente también como una novela de tesis, que quiere apoyar el feminismo y la liberación de la mujer, aunque no dude en pintar escenas de drogada molicie, como si para llegar a ese fin fuese necesario pasar algunos túneles previos. El libro sigue leyéndose muy bien, el texto es fluido y atrevido cuando debe, y sabemos ya que se convirtió en la obra más famosa de este exmilitar, que también había escrito poesía y traducido al francés un drama de Calderón de la Barca. Se nos dice que el pudor es una tapadera de la hipocresía y en general la novela de Margueritte hace bueno el dicho. Hoy creo que ya no hay escándalo pero sí una novela sólida, retrato de un momento decisivo.
La actriz alemana Marlene Dietrich. :: ARMSTRONG JONES
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DEL CIPRÉS
LECTURAS
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Impresionante Arthur Miller Tusquets recupera ‘Vidas rebeldes’, el desolado y apasionante libro que el dramaturgo escribió para el rodaje de la última película de Marilyn
LUIS EDUARDO SILES
A
rthur Miller (Harlem 1915-Roxburg, Connecticut, 2005) advierte en una nota preliminar que ‘Vidas rebeldes’ es una obra con una forma inhabitual: no es novela, ni obra de teatro, ni guión de cine. Pero, sea lo que sea, el autor consigue que el lector entre rápidamente en la historia. Arthur Miller escribió en 1957 para Marilyn este apasionante y desolado libro, que John Huston convirtió en 1961 en película, protagonizada por Clark Gable, Montgomery Clift y Marilyn Monroe. La editorial Tusquets recupera ahora ‘Vidas rebeldes’ y anuncia la reedición de otros títulos del autor en el año del centenario del nacimiento de Miller. ‘Vidas rebeldes’ es un libro conmovedor, espléndido y triste, en el que inmediatamente se aprecia una de las constantes de los personajes de Arthur Miller: Nos enseñan que bajo cualquier forma de derrotismo hay una posibilidad de victoria. La obra tiene unas
descripciones llenas de ritmo y precisión, pero su mayor fuerza se condensa en los diálogos. ‘Vidas rebeldes’ está lleno de nostalgia, sobretodo en el personaje de Gay (a quien encarnó en la película Clark Gable), el viejo cowvoy luchador y empecinado, que recuerda en silencio cómo eran las hermosas montañas de Nevada con centenares de caballos salvajes corriendo por sus laderas cuando él era joven, como Willy Loman, el protagonista de la colosal ‘La muerte de un viajante’, rememoraba cómo se veían las estrellas desde el jardín de su pequeña casa antes de que construyeran un enorme edificio delante. Es el ser humano, con sus ilusiones desgastadas, sus incapacidades, y su permanente lucha por reconvertir la de-
VIDAS REBELDES Arthur Miller. Tusquets, 2015. 220 págs. 18 euros.
Otro juego
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a vida es un juego. Lo malo es que los jugadores son pocos. Todos los demás miramos. Constantemente, a través de la publicidad, de los mensajes enviados por el cine, los medios, algunas formas de arte vendidas, consciente o inconscientemente, a los jugadores, tratan de convencernos de que también nosotros, si nos lo proponemos, podemos jugar. Pero eso es sólo cierto en número muy reducido de casos (casos que son aventados a bombo y platillo para reforzar la ilusión: todos esos
«hombres hechos a sí mismos»). La mayoría sólo podemos mirar. Pero no miramos desde la perspectiva del espectador de un partido de futbol, o baloncesto, una ronda de billar o una partida de ajedrez. Nuestra perspectiva es la de la pelota, la de las bolas, la del peón. No somos jugadores, no somos espectadores, somos juguetes. De ellos, los jugadores, es el tablero, son las reglas. Y se nos repite que sólo bajo sus reglas se puede dar el caso improbable, aunque posible, de que algún juguete devenga en jugador.
rrota en victoria, el que está dentro de las obras de Arthur Miller. Mario Vargas Llosa subrayó en Estocolmo en el discurso que pronunció tras recibir el Premio Nobel de Literatura en 2010: «El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el teatro Segura, de Buenos Aires, ‘La muerte de un viajante’, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción». Porque al ver una obra teatral o leer un libro de Arthur Miller la emoción, sí, traspasa. En ‘Vidas rebeldes’ emerge la luz con Roslyn, ella lo ilumina todo (no puede ser de otra manera, es Marilyn), y a partir de su llegada a la localidad de Reno para divorciarse transforma la vida de Gay, Guido y Perce. Roslyn es «bonita y pacífica», todo el libro está lleno de su encanto, de su perfume, del color de sus vestidos, de sus movimientos, de su forma de bailar, de su alegría triste. Guido le dice: –«Porque tienes el don de la vida Roslyn. Tú deseas realmente vivir, ¿verdad? –Como todo el mundo, ¿no? –No, yo creo que la mayoría, no..., no buscamos más que un lugar donde escondernos y ver pasar la vida». Es Roslyn la que se lanza a
Esta es una de las conclusiones, quizás no la más evidente de todas, que uno puede sacar de la lectura de ‘La abolición del trabajo’, ese panfleto de Bob Black, no por minúsculo menos magnífico. Otra, más evidente, es que nos hemos visto envueltos en el juego equivocado. El juego de la producción y consumo a todo coste. Eso que llaman crecimiento. Pero, ¿para qué, hacia dónde crecemos, qué nos espera en las alturas, si es que hay alturas? Para vivir mejor, se nos dice. Pero la vida es un juego: Vivir mejor es jugar mejor. Y nosotros no jugamos. Los peones –y las figuras no son más que peones con pretensiones– no juegan. Se usan en el juego, y, si es preciso, se
El reparto de ‘Vidas rebeldes’ con Arthur Miller al fondo :: AP gritar, desesperada, reproches contra los tres hombres durante la cacería de caballos: «¡Hombres! ¡Tan hombres ellos! Sólo os sentís vivos viendo morir! ¡Lo único que queréis es matar, matarlo todo!». Pero en esa batalla de sueños heridos y vidas rasgadas, de travesías hacia ningún sitio, triunfa finalmente el amor, aunque sea un amor cosido y recosido como en un quirófano. Cuando en el rodaje de la película ‘Vidas rebeldes’ al-
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
sacrifican. La pelota no va dónde quiere, es pateada hasta la portería. Lo que Bob Black propone, y a lo que uno no puede dejar de asentir –aunque no a todo lo que dice, tengo puntos de discrepancia, la tesis ludita de las malvadas máquinas, por ejemplo–, es que salgamos del tablero. Que dejemos de avanzar cuadro a cuadro hacia adelante, nunca de lado o atrás –
guien llamara por última vez Roslyn a Marilyn ella tal vez ignoraba que ahí se había acabado su carrera cinematográfica, que era su último trabajo, que se despedía ya del cine, y también de la vida, porque en su habitación la aguardaba un frasquito de pastillas, aunque en el libro –y en la película– parece que le sobra vida, incluso que es capaz de recubrir de vida a todos los que la rodean. Aunque Arthur Miller escribe en ‘Vidas rebel-
des’ un párrafo que, más que dirigido al personaje de Roslyn, parece describir a la auténtica Marilyn (página 151): «Con paso inseguro va hacia la camioneta, se agacha hacia dentro y apaga el contacto. Las luces se apagan. Luego se yergue y levanta la vista hacia la indiferente luna; una enorme tristeza se apodera de todo su cuerpo, se siente perdida, es una mujer a quien la vida le ha prohibido dejar atrás su soledad».
movernos en círculo, por ejemplo, si la suerte nos hizo alfil–. Que dejemos de dar vueltas en la cancha, rebotados de una zapatilla cara a otra. Nos insta, en definitiva, a ignorar las reglas. A inventarnos nuestros propios juegos, y no sólo uno, que puedan combinarse entre sí y de los que todos disfrutemos. Unos juegos no de competición –a menos que sea por el mero placer de competir, puntualmente y sin otra contrapartida– no de suma cero, sino que refuercen nuestra diversión, nuestro goce, el placer de todos. De hecho esto nos permitirá encontrar placer en lugares que muchos considerarán extraños: el conocimiento, por ejemplo, o el trabajo. Porque
no se trata de no hacer nada, sino de hacer las cosas para potenciar en goce, trabajar cómo, en qué y cuándo nos apetece, según el momento. Es decir, trabajar jugando. No atacar la idea del trabajo, o al menos la de hacer cosas, sino la del empleo: el trabajo forzoso, esa forma encubierta de esclavitud. Lo que propone Black es que todos seamos jugadores. No de este juego que nos imponen. De otros, ya lo he dicho. Con nuestras reglas, siempre negociables. Los niños juegan así, cambiándolas cuando conviene. Siendo crear y cambiar reglas parte de la diversión. Que todos podamos jugar. Un auténtico sentido lúdico de la vida.
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
El agua que fluye Cuando los poetas cantan el sufrimiento
Órdago a la grande, con morajela :: V. M. NIÑO
JOSÉ GIMÉNEZ N CORBATÓN
E
l arte de contar historias es algo que no hemos enseñado a los humanos, lo han aprendido solos, y su inventiva es deslumbrante», reconoce el dios Eros en un pasaje de ‘El silbido del arquero’, mientras se esfuerza por encender el amor terrenal, la pasión que su nombre ha adjetivado, entre la reina Elisa de Cartago y el troyano Eneas. Éste ha partido de su ciudad destruida, abandonando o perdiendo a buena parte de los suyos, al tiempo que busca realizar la función que la conocida profecía parece haberle destinado. Eros sospecha la estrecha correspondencia entre las dos destrezas humanas que él no puede privarse de admirar: la capacidad del hombre para imaginar historias y, al mismo tiempo, para vivir el amor. En las cenas que dice celebrar con los demás dioses, en las elevadas cumbres del Olimpo, acostumbra a glosar ante sus congéneres que «el amor no es más que otro nombre del impulso creativo». De tal puede calificarse el que Elisa y Eneas experimentan el uno por el otro. Ambos quieren crear una ciudad nueva donde los hombres y las mujeres sean capaces de vivir, y así se les permita sus sentimientos más naturales, liberándose de paso de la tiranía que sobre ellos ejerce la costumbre. Eneas aspira a enmendar viejos errores, aunque las dudas no dejen de corroer su espíritu. Ese afán de constituir, de refundar, de otorgar un nuevo basamento al futuro que anhela, le hace suponer, por un lapso de tiempo, que quizá Cartago se convierta en el lugar de la profecía. Sobre todo el héroe aspira a evitar más guerras inútiles, a no continuar sembrando de cadáveres la historia, a que la hecatombe no sea la única simiente de la epopeya. Se enfrenta, a su pesar, al afán combativo de los cartagineses, que continúan perpetuando la beligerancia que los expulsó de Tiro. Son orgullosos. La ciudad nueva
que desea Eneas ha de ser otra. Nacerá, con el tiempo, una Roma que todavía desconoce, no exenta de tragedias, pero con la voluntad primitiva de ofrecer un conjunto de enclaves humanos amurallados «por leyes justas. Y, si me asisten las fuerzas, mi tarea será, allá donde encuentre una morada apacible para mi pueblo, abatir al soberbio y dolerme siempre del sometido». Irene Vallejo ha construido ‘El silbido del arquero’ combinando con subyugante habilidad diferentes voces: la de Elisa; la de su hija Ana, poco más que una niña; la de Eneas; los tres son los personajes principales del drama épico, o más bien de esta suerte de interludio entre diferentes dramas épicos que es el paso del troyano y de su hijo Yulo –él sí un niño que apenas hace más que jugar- por Cartago. Pero la novelista, y eso enriquece su novela, no se ha detenido ahí. Oímos también, oportunamente intercaladas, las voces de Eros y de Virgilio. La de Eros abunda en humor, ironía y delicadeza. La de Virgilio, mucho más tardía, se mueve entre el patetismo de la duda y la decisión creadora del bardo. Augusto le ha encargado escribir, al servicio de Roma, el poema épi-
Vallejo ha construido ‘El silbido del arquero’ combinando con subyugante habilidad diferentes voces
EL SILBIDO DEL ARQUERO Irene Vallejo. Zaragoza, Editorial Contraseña, 2015, 210 páginas, 16 euros.
Irene Vallejo. :: S. BASALLO co que acabará siendo la ‘Eneida’. Virgilio titubea ante la sumisión agradecida al poder que representa acatar los deseos del monarca. Pero acabará comprendiendo que «sólo el poema queda para narrar el dolor de los vencidos, la suerte de quienes son atropellados por los imparables acontecimientos que forjan la historia […] De la vendimia del sufrimiento brota el vino de las leyendas. Yo conozco el sufrimiento, la duda, el pesado lastre del miedo, pero también he experimentado la redención y el consuelo de las palabras. Ahora lo sé. Yo puedo escribir este poema. He encontrado mi voz». La novelista, doctora en Filología Clásica, recoge con habilidad la antorcha de aquel poeta. Ya he dicho que es un acierto la elección y el tratamiento de las voces que nos van haciendo participar de un debate humano y, por qué no, divino (¿acaso podemos dudar de la certeza de Eros al afirmar que «las palabras de los efímeros mortales son en el fondo conjuros para que se cumplan sus deseos», y que en consecuencia no otra cosa son en el fondo las religiones?) Lo es también que haya conseguido trasladar a sus páginas vivencias que el tiempo no ha envejecido: el amor; el erotismo; el despertar de la adolescencia; la lucha por el poder, el odio que alimenta la revancha, la violencia destructora, el baño de sangre con el que el hombre trata de imponer sus decisiones; el azar o el destino, tan a menudo entrecruzados. Elisa evoca un antiguo refrán tirio que recitaba su nodriza: «Aprovecha mientras puedas, pues tu barca navega en agua que fluye». Vale la pena que el lector se deje guiar por el eterno fluir de este silbido.
Esta es otra pildorita clásica de Gadir, con la que aspira a sumar lectores jóvenes. ‘El billete de un millón de libras’ es un cuento de Mark Twain que cruza el Atlántico y demuestra la fascinación universal por el aura del dinero, aunque proceda de algo tan opaco como un billete. Vivimos de representaciones, de metonimias. Así el rico, lo es porque tiene muchos más billetes que su vecino pobre. Esos papeles, que permiten comprar y vender el mundo, representan la riqueza de su dueño. El protagonista del cuento de Twain tiene un billete de un millón de libras, espejismo de una fortuna de la que carece. Sobre esa paradoja gira la historia. Un joven americano acomodado naufraga en la bahía de San Francisco y llega a Londres como un naufrago desarrapado. Dos ancianos ingleses quieren apostar sobre la manera de cambiar ese inmanejable billete de
un millón de libras. Buscan un hombre inteligente y honrado para probar cómo se defendería durante un mes con dicho papel. El órdago a la grande de uno de ellos es que terminaría el mes con el billete intacto y con beneficios. El americano acepta el reto, nada tiene, nada puede perder. Y cautelosamente comienza a vivir con ese billete que abruma a hosteleros y sastres, a negociantes y nobles. Nadie puede
‘EL BILLETE DE UN MILLÓN DE LIBRAS’ Texto de Mark Twain. Ilustraciones de Marcos Morán. Editorial Gadir. 80 páginas. 9 euros.
cambiar semejante cantidad, así que le fían con mucho gusto porque alguien tan rico solicite sus servicios. Ni despilfarro, ni mentiras, el protagonista es realmente prudente a pesar de que todos le admiran por sus caudales. Sin apenas cambiar de traje, todo Londres participa del encumbramiento de este foráneo adinerado sobre el que se teje un mar de prejuicios y de hipocresías. Twain despliega su ironía en el retrato de los personajes, en su cambio de actitud en cuanto hace su aparición el billete. El cuentista estadounidense le procura incluso una caricatura en el ‘Punch’, la revista satírica de la capital británica. Un amigo pide un préstamo a su afortunado amigo y este sortea el aprieto brillantemente. No le puede dar lo que no es suyo, pero ha alimentado su propio patrimonio que sí es prestable, su nombre y su fama. Bastará que le avale con su amistad para conseguir el préstamo para su negocio. Twain cierra con amor y triunfo la apuesta de los dos ancianos. El elegido ha sido capaz de vivir 30 días sin gastar el billete, ha aumentado su caudal y ha encontrado esposa.
‘Laboraberinto’ de historias :: V. M. N. Cintia Martín tiene visión arquitectónica de los cuentos. En seguida se le quedó pequeña la linealidad de una página tras otra y buscó la tercera dimensión pero no como un ‘pop up’ de movimiento dirigido por el troquelador, sino que es el lector el que debe encontrar su orden de lectura, pudiendo haber casi tantos como usuarios. Hasta tres nos muestra en un vídeo (vimeo). A los relatos infinitos (que requería a un público avezado en papiroflexia) y a las páginas combinables (para memorias privilegiadas y abiertas a nuevos caminos narra-
tivos cada vez que se abre el libro), le sigue esta propuesta ‘Veo Bichos ¿y tú qué ves?’. Este cuento-mapa propone una lectura espacial, así como una indagación detectivesca con el transmutador (lupa roja) y los lapiceros que ad-
VEO BICHOS Idea, texto e ilustración de Cintia Martín. Ediciones Tralarí 10 euros, a partir de 6 años..
junta el ejemplar caso de que se quiera intervenir en la narración. El ‘labolaberinto’ en el que transcurre la historia está lleno de científicos que trabajan en una máquina para neutralizar a Oranginus Tragonius. Entre esos doctores milita el lector. Cada dibujo tiene dos lecturas, lo que se ve sin lupa y lo que aparece tras ella. Divertida, provocadora, como todas las propuestas de Cintia, trata de implicar a los niños en una lectura activa, en la que ellos también intervienen. Ediciones Tralarí sorprende en cada entrega y ensancha las maneras de crear y de disfrutar de los cuentos.
14 LA SOMBRA
Sábado 3.10.15 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
E
sta semana me ocuparé de algunas cuestiones normativas que afectan a la prefijación. Como ustedes saben, los prefijos se añaden al comienzo de una palabra para formar una palabra derivada. Desde el punto de vista ortográfico, los prefijos van adosados a la palabra base, es decir, sin espacio ni guion entre ambos formantes, salvo el prefijo ‘ex-’, que cuando significa pérdida de la dignidad, cargo o condición que se ostenta, y la palabra base es un compuesto formado por dos o más palabras, aparece separado. Así, por ejemplo, hay que escribir ‘exalumno’, ‘exdirectora’, ‘exministro’ o ‘exmarido’, pero ‘ex ministro de justicia’, ‘ex productor de cine’ o ‘ex policía nacional’. Y nunca, claro está, con guion, como en ‘ex-jugador’, ‘ex-entrenador’ o ‘ex-mujer’. Esta es una norma que cambió en la última Ortografía de la lengua española de la RAE, publicada en 2010. Hasta entonces, el prefijo ‘ex-’, con el significado que acabo de mencionar, siempre se escribía separado de la base léxica. Era la excepción con respecto al resto de prefijos, que siempre (como ahora) formaban junto con la palabra base una sola palabra. Con respecto a la concurrencia de prefijos, es decir, la aparición de más de un prefijo delante de una palabra base, hay que decir que sí puede darse, aunque no es frecuente, como en ‘exvicepresidente’. Lo habitual es que en la palabra base no se produzca variación formal (como ocurre en ‘pelirrojo’ o en ‘barbilampiño’) ni tampoco en el prefijo. Esto supone que en la palabra derivada tanto el prefijo como la palabra primitiva son perfectamente identificables: ‘hipermercado’ (hiper- + mercado), ‘infrahumano’ (infra- + humano), ‘sobrevolar’ (sobre- + volar), ‘archiconocida’ (archi- + conocida). Pero hay prefijos que cambian de forma dependiendo del contexto: es lo que ocurre con el prefijo ‘in-’, aplicado a
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
ORTOGRAFÍA DE LOS PREFIJOS
Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es
sustantivos, adjetivos y verbos, con el significado de privación, negación o carencia. Por ejemplo, ante palabras que comienzan por <p> y <b> toma la forma ‘im-’ (imposible, imborrable, imbatible, imberbe, impaciencia, impaciente, impagable, imparable, imparcial, impenetrable, etcétera); ante palabras que comienzan por <l> o <r> pierde la consonante (ilegal, irresponsable, ilimitado, ilegible, irracional, ilocalizable, irreal, irreconocible, irrecuperable, irreflexivo, irrefutable, irregular, etcétera); y ante el resto de palabras, conserva la forma ‘in-’ (intratable, indecoroso, indecente, infatigable, inmaduro, insalubre). Obsérvese que cuando la palabra prefijada comienza por la consonante <r>, como la forma del prefijo es ‘i-’, la erre <r> se convierte en doble erre <rr>.
El prefijo ‘con-’, con el significado de ‘junto a’ o ‘con’, también sufre modificación: cuando acompaña a palabras que comienzan por <l> o por <r>, toma la forma ‘co-’, como en ‘colateral’, en ‘corresponsable’ o en ‘codirección’. En los casos en los que el prefijo termina en vocal y la palabra base comienza por la misma vocal por la que termina el prefijo se produce coexistencia de dos vocales iguales, como en ‘antiimperialista’, ‘antiinfla- La ortografía matorio’, ‘preeditar’, académica prefiere ‘preescolar’, ‘preesgrafías con una sola treno’, ‘preestablecido’, ‘preexistente’, vocal, como en ‘sobreesfuerzo’, ‘so‘contrataque’, breexplotación’, ‘sobreedificar’, etcétera. ‘portaviones’ En estos casos, es o ‘antinflamatorio’ normal que en la pronunciación se simplifiquen las vocales y que solo se pronuncie una de ellas. ¿Qué ocurre en la escritura? Un poco de todo. No hay una norma, pero parece que se acepta la simplificación siempre que la palabra se mantenga reconocible. De hecho, la ortografía académica manifiesta preferencia por las grafías con una sola vocal «siempre que sea general en el habla la pronunciación de una única vocal». De acuerdo con esta norma, se consideran válidas –e incluso preferibles a las grafías con doble vocal– formas como ‘contrataque’, ‘portaviones’, ‘prestreno’, ‘sobresfuerzo’, ‘antinflamatorio’, ‘seminconsciente’ o ‘microrganismo’. Sobre esto, hay que decir que la vigesimotercera edición del Diccionario académico, publicado en 2014, solo recoge unos pocos casos de palabras con reducción vocálica. El conservadurismo de la letra escrita.
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID
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CERVANTES SALAMANCA
MARGEN VALLADOLID
FICCIÓN
FICCIÓN
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Lo que no te mata te hace... D. Lagercrantz (Destino)
El Reino. Emmanuel Carrèrre (Anagrama)
Lo que no te mata te hace... D. Lagercrantz (Destino)
El mal camino. Mikel Santiago (Ediciones B)
La chica del tren. Paula Hawkins (Planeta)
Memento mori. Versos... Pérez Gellida (P. de lectura)
La chica del tren. Paula Hawkins (Planeta)
El bar de las grandes... J.R. Moehringer (Duomo)
La luz que no puedes ver. Anthony Doerr (Planeta)
La escalera roja. Pérez Hernando (Kalandraka)
Una pasión rusa. Reyes Monforte (Espasa Calpe)
Algo raro. Orhan Pamuk (Random house)
El bar de las grandes... J.R. Moehringer (Duomo)
Lady Ofelia y otros... Atilano Sevillano (Amarante)
Todo ese fuego. Ángeles Caso (Planeta)
Medio mundo. Joe Abercrombie (Fantascy)
Una pasión rusa. Reyes Monforte (Espasa Calpe)
El cuento que quisiera... j. Ignacio García (Al margen)
Una sensación extraña. Orhan Pamuk. (Random House)
Ve y pon un centinela. Harper Lee (Harper Collins)
NO FICCIÓN
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Las cuentas y los cuentos... Josep Borrell (Catarata)
Remando como un solo hombre. D. J. Brown (Nórdica)
La otra casa del Caudilo. Ángel VIñas (Crítica)
Las cuentas y los cuentos... Borrell y Llorach (Catarata)
Gente Tóxica . Bernardo Stamateas (Ediciones B)
El último tren a la zona... P. Theroux (Alfaguara)
Carlos V. Manuel Fernández (Espasa)
Capitalismo canalla. César Renduelles (Seix Barral)
La magia del orden. Marie KOndo (Aguilar)
Mujeres y libros. Stefan Bollmann (Alfaguara)
La digestión es la cuestión. Giulia Enders (Urano)
EL universo en una taz.... Jordi Pereyra (Paidos)
Las gafas de la felicidad . Rafael Santandreu (Grijalbo)
Una oveja negra.. E. Danza/A. Tulbovitz (Debate)
Economía sin c orbata. Varoufakis (Planeta)
Paracaídas y vueltas... Andrés Calamaro (Timun mas)
Historia de Cataluña. Jordi Canal (Turner)
La magia del orden. Marie KOndo (Aguilar)
La Economía, una historia... Nuño Becerra (L. del lince)
El club de las perfectas.. Ana Rodríguez (Temas de hoy)
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LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA
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PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA
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El Reino. Emmanuel Carrèrre (Anagrama)
La chica del tren. Paula Hawkins (Planeta)
La chica del tren. Paula Hawkins (Planeta)
Lo que no te mata te hace... D. Lagercrantz (Destino)
Olor a piedras rotas. Galguera (Fuente de la Fama)
Ojalá joder. Escandar Algeet (Ya lo dijo Casimiro Parker)
Lo que no te mata te hace... D. Lagercrantz (Destino)
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Una sensación extraña. Orhan Pamuk. (Random House)
Lo que no te mata te hace... D. Lagercrantz (Destino)
Arenas movedizas. Henning Mankell (Tusquets)
La luz que no puedes ver. A. Doerr (Suma de Letras)
Los desayunos del Café... Mateo Díez (G. Gutenberg)
La luz que no puedes ver. A. Doerr (Suma de Letras)
Grey. E. L. James (Grijalbox)
El Reino. Emmanuel Carrèrre (Anagrama)
Mujeres. Eduardo Galeano (Siglo XXI)
El Reino. Emmanuel Carrèrre (Anagrama)
El amante japonés. Isabel Allende (Plaza&Janés)
La Templanza. María Dueñas (Planeta)
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Diarios. Alfred Rosenberg (Crítica)
Combate en la montaña. Wifredo Román (Aruz)
Las cuentas y los cuentos... Borrell y Llorach (Catarata)
Black Mass. D. Lehr (Stella Maris)
Explicar el Mundo. Steven Weinberg. (Taurus)
Emocionario. Romero/Núñez (Palabras aladas)
Lo que callan los militares. J. C. Domingo (Navalmil)
La música en el castillo del cielo. Gardiner (Acantilado)
Economía sin corbata. Varoufakis (Planeta)
Entrena tu mente. VV. AA. (Rubio)
Historia mínima de Cataluña. Jordi Canal (Turner)
Ardenas 1944. A. Beevor (Ed. Crítica)
La música en el castillo... Gardiner (Acantilado)
La vida perenne. José Luis Sampedro (Plaza&Janés)
La música en el castillo del cielo. Gardiner (Acantilado)
El método Fodd Babe. V. Hari (Edad)
Grecia en el aire. Pedro Olalla (Acantilado)
Masterchef Junior. (Temas de hoy)
Palabrotología. Virgilio Ortega (Crítica)
La España oculta. M. Besas (Martínez Roca)
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Sábado 3.10.15 EL NORTE DE CASTILLA
QUINCE MINUTOS DE FAMA
Angélica Sánchez VIVIR Encontraste la forma de sonreírle a la vida, el modo de trascender la escala de grises que ahora vemos... Y te defines sonriendo. Disfrutas la emoción de contemplarlo todo como si fuera la primera vez… infinitos colores, multitud de matices… hay un momento para todo, cada momento es de un color... Y todo tiene su momento,... Y la composición de momentos y colores constituye tu vida,... La MAGIA...
ÁNGEL MARCOS
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 3.10.15 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
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no de los anacronismos más deleznables de nuestra época es ese que consiste en juzgar el pasado con la moral del presente. Censuramos la esclavitud que imperaba en Grecia y Roma ignorando que se basaba en una gramática muy precisa y muy generalizada en todos los pueblos de la antigüedad y que podría resumirse así: si te venzo en la batalla y no te mato, como tendría que haberlo hecho, tu vida me pertenece, tu vida ya no es tu vida y entra a formar parte de mi hacienda. Nos parezca cruel o no, ese era el sistema de aquel entonces, y con toda evidencia tenía su lógica. Juzgarlo desde la moral de ahora es una aberración ideológica, muy típica de la mitología moderna y de la mirada que dirigimos a muchas figuras de la antigüedad. No hay que olvidar que todo mito es un relato simbólico, y que tanto los mitos como los símbolos sirven para cohesionar. Aunque tampoco hay que olvidar que el pensamiento busca también un efecto cohesionador. El cristianismo con sus verdades y su mitos buscaba la cohesión entre sus adeptos, como la buscaba el paganismo, y como la buscaron el liberalismo, el marxismo, el nazismo, el anarquismo y los nacionalismos. Hipatia de Alejandría vivió una época de creencias y mitologías enfrentadas y que a la vez intentaban conjugarse y complementarse. A menudo se olvida que los evangelios están escritos en griego y que con todo rigor forman parte de la literatura griega y occidental, además de ser para mucha gente un cofre de revelaciones esenciales. Los evangelios están vinculados a la ‘ideología griega’ que perseguía la humanización de los dioses, y Jesús es presentado como un dios-hombre, nada ajeno al pensamiento religioso griego. Se ha dicho que Hipatia era pagana, y que fue debido a su paganismo por lo que murió lapidada. Solo puedo ver como falsa esta aseveración. ¿Qué podía significar ser pagano en tiempos de Hipatia, nacida en el 360 después de Cristo? ¿Significaba creer en Zeus, en Apolo y en Atenea? En modo alguno. Ser entonces pagano sólo podía consistir en asumir el pensamiento filosófico griego, que era un pensamiento laico, en aceptar el racionalismo de los presocráticos, de Platón y por supuesto de Aristóteles, el más racionalista de todos. Pero ese pensamiento no se oponía demasiado al pensamiento de la nueva era, y es evidente que tanto Platón como Aristóteles y Plotino fueron integrados en el universo cristiano. Tiendo a pensar que Hipatia era, como muchos alejandrinos, una paganocristia-
Tiendo a pensar que era una sabia que intentaba vincular lo mejor de los pensamientos griego y cristiano
:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA
MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO
Hipatia de Alejandría
na: una sabia que intentaba vincular lo mejor del pensamiento griego con lo mejor del pensamiento cristiano. Que esa opción fuera mal vista por los fundamentalistas de entonces no es asombroso. El fundamentalismo se asienta en simplezas abismales y que solo conducen al abismo, como vemos perfectamente en nuestros días. Es sabido que Hipatia era una neoplatónica, seguidora de Plotino, de Platón y de Aristóteles, además de matemática, geómetra y astrónoma, circunstancia que la vinculaba también a los pitagóricos y a todo el pensamiento griego de carácter místico-científico. Ella misma era una mística de la privación, muy asceta y defensora de la virginidad, que preservó hasta su muerte, porque le daba más libertad y la liberaba del poder de los hombres, vinculado al matrimonio y a la sexualidad; si bien diferentes movimientos saturados de ideología han pretendido mostrarla como una mujer de sexualidad libre, cayendo en uno de esos anacronismos que lamentamos tanto por su falsedad y por su oportunismo. Como Safo, tuvo alumnos memorables y muy vinculados al poder en Alejandría. Su libertad de pensamiento y su nobleza intrínseca la debieron de enemistar con el poder eclesiástico, que quizá fue creando un clima peligroso contra ella. Pero se trata de hechos no probados. Lo cierto es que la mató una horda de cristianos de baja estofa, casi todos ellos marineros toscos y soeces, guiados por una cabeza integrista y resentida, de las muchas que poblaban aquel universo convulso y fratricida, sin seguridades jurídicas y en plena mutación, con sectas cristianas rabiosamente enfrentadas, cubriendo un amplio espectro que iba desde el cristianismo filogriego al cristianismo filojudío, jalonados ambos por fundamentalismos de diferente naturaleza, y donde era fácil perder la vida si defendías tus ideas y además eras mujer. La imagen que de ella presenta Amenábar en su película ‘Ágora’, si bien llena de grandeza y de pasión, es muy novelesca y sigue más el mito de Hipatia que su verdadera vida. Normal. El cine siempre ha sido una rama de la mitología además de una fábrica de mitos sin parangón en la historia, y nada indica que se vaya a desviar de esa tendencia.