Tarantino vuelve al western

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Sábado, 30.01.16 Número CCXXI

SOMBRA CIPRES LA

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Tarantino vuelve al western El género se reiventa y su periodo clásico resucita en una exposición

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EL GÉNERO SE REINVENTA

La atracción fatal de la violencia A

ntes que Tarantino fue Peckinpah, por ejemplo. La interminable escena de la ametralladora en ‘Grupo salvaje’, rompiendo deliberadamente los cánones del western según el más puro estilo del autor de ‘La huida’ o ‘Perros de paja’, sirvió a fi-

CARLOS AGANZO

blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

nales de los años sesenta para reflexionar en todo el mundo sobre el papel de la violencia en el cine. No por la revisión del género del Oeste, tan querido por los americanos y por los espectadores de medio mundo, sino por el propio tratamiento que Peckinpah hacía de la violencia, cebán-

dose en ella, poniéndola en primer plano en lugar de utilizarla, como se había hecho hasta entonces, como pretexto para hablar de otras cosas, como el honor, la valentía o el heroísmo. En ‘Duelo en la Alta Sierra’, en ‘Junior Bonner’, en ‘La balada de Cable Hogue’ o en ‘Pat

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Garrett y Billy the Kid’, Sam Peckinpah no se limitó a seguir las reglas del juego de los grandes directores del western (desde John Ford hasta Howard Hawks, pasando por Bud Boetticher o Anthony Mann), sino que optó por imponer su sello personal a un mundo que tenía todas las cualidades para expresar su sentido de la acción cinematográfica. Esto es lo que ocurre ahora con Tarantino, empezando por el propio planteamiento ético de su cine. A Peckinpah, cuando le preguntaron si con sus películas había querido hacer, de alguna manera, poesía de la violencia, se

Quentin Tarantino, en primer término a la izquierda, durante el rodaje de su última película, ‘Los odiosos ocho’. :: ANDREW COOPER

limitó a contestar aquella histórica frase: «Soy una puta, pero una puta muy buena». Más o menos el equivalente a la respuesta a esta misma pregunta que ofreció más adelante Tarantino: «No creo en el elitismo. No creo que la audiencia sea esta persona tonta inferior a mí. Yo soy la audiencia». Y la audiencia, no sé si con mayor o menor rotundidad en estos días que en los años setenta, rinde un culto evidente a la violencia, a pesar del esfuerzo de unos cuantos por combatirla en cualquiera de sus formas. «La cámara se inventó para la acción y la violencia», dice Tarantino. Pero lo cierto es


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que en sus películas el impacto de la violencia ha terminado siendo mucho mayor que el de la acción. Y eso gracias al auxilio de un elemento fundamental en su expresión artística: la estética. De hecho, ya en su anterior incursión en el western, ‘Django desencadenado’, co mo en la propuesta que llega ahora a las pantallas españolas, ‘Los odiosos ocho’, la estética, la belleza y la sugerencia de los planos, los paisajes, el vestuario o los decorados parece que se impone sobre el sentido mismo de la acción. Belleza que se detiene demasiado morbosamente en la violencia y termina ejerciendo una especie

El cine de Tarantino tiene un punto definitivo de cómic para adultos, pero en movimiento En sus películas, la belleza se detiene demasiado morbosamente en la violencia

de atracción fatal en buena parte de los espectadores. A Quentin Tarantino no se le puede negar un sentido extraordinario del ritmo, del cuadro y de la capacidad de los actores para dar verosimilitud a situaciones absolutamente imposibles. Un talento que, en sus últimas películas, todavía ha avanzado más en el puro campo de la estética, con imágenes verdaderamente impactantes. El cine de Tarantino tiene un punto definitivo de cómic para adultos, pero en movimiento. Un lenguaje estético que, por cierto, no desplaza un solo milímetro la característica principal de la obra

di d ‘Pulp ‘P l anterior del director de Fiction’: su fascinación por la violencia. No estamos hablando, pues, de películas que rescatan y renuevan la estética del viejo cine del Oeste, en blanco y negro o en technicolor (pienso en ‘Dead man’, en ‘Bailando con lobos’, en ‘Sin perdón’ o en el propio ‘Blueberry’, muy cercano en este caso a la estética dibujística y

i ó i de d Tarantino), T i ) sino i pictórica de películas cien por cien Tarantino que utilizan el western, sus objetos, sus rostros, sus entornos, sus iconos en definitiva, para seguir hablando de lo que le gusta: la atracción fatal que sobre el ser humano ejercen la furia, el exceso, la crueldad... el sufrimiento y el dolor de otros seres humanos. «Me gustan los ‘westerns’

–decía Tarantino en una entrevista para hablar de ‘Django desencadenado’–, pero sobre todo los ‘spaghetti-westerns’ de directores como Sergio Corbucci y Sergio Leone». Quizás por eso el público de las películas de Tarantino nada tiene que ver con el espectador tradicional de las viejas películas del Oeste, cuyo interés se centraba más en la épica y en la grandeza de los personajes que en el puro gusto del ser humano por la violencia. Una seducción que bascula, de manera inquietante, entre lo más bello y lo más grandioso del hombre, y algunas de sus más bajas pasiones.

El lejano Oeste, según Quentin Tarantino El western resucita, no solo de la mano del director de ‘Los odiosos ocho’. El Museo Thyssen da una vuelta al género

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uién sabe si el matrimonio de Heinrich von Thyssen con Tita Cervera no vino facilitado por la cercanía de ambos al western. Él, embebido desde pequeño en las novelas de Karl May y en el coleccionismo de piezas sobre el género cuando manejó la fortuna familiar. Ella, próxima a los rodajes de dos de sus parejas: Lex Barker en Hollywood, Espartaco Santoni en algún spaghetti western. Así que no es de extrañar que la exposición estrella de estos meses en el museo ThyssenBornemisza haya sido ‘La ilusión del Lejano Oeste’, con la baronesa llevando un vestido sioux en la inauguración. En la sala se pueden contemplar materiales sobre los que se fundó el western: pinturas de principios del XIX sobre una naturaleza poderosa y virginal. Dibujos etnográficos de rituales y vestimentas. Fotografías de Gerónimo o Toro Sentado, cercanas al cliché más que al testimonio (Toro Sentado ya era un empleado del circo de Búfalo Bill). Un universo de ilusión, claramente despegado de la historia que habla de des-

plazamientos y exterminios. El western nacía como cantar de gesta y vínculo comunitario de una confederación de Estados que por su potencia económica dominaba el cine desde sus comienzos. La exposición evoca muchas de las películas del periodo clásico en el que se fijó su canon. Un periodo que llega hasta los años sesenta del pasado siglo, con ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ como acta de memoria y defunción. ¿Defunción? Más bien cierre de una etapa canónica, que en la película de Ford quedaba encapsulada en su interior como una narración autónoma. El periodista que la recoge para un reportaje la califica en una sentencia célebre de leyenda preferible a la historia. Esta lejanía intemporal de sus hechos, cercana a la mitología, es lo que ha ampliado su libertad y permitido su constante renovación. Lo demuestran la espera impaciente de ‘El renacido’, de Alejandro González Iñárritu, o estrenos recientes como ‘Slow West’, primera obra de John Maclean, rodada en Escocia y Nueva Zelanda, nada menos. O ‘Deuda de ho-

JORGE PRAGA

La exposición del Thyssen evoca muchas de las películas del periodo clásico en que se fijó el canon del género ‘Django desencadenado’, con piel de spaghetti western, fue un homenaje a su etapa de espectador sin filtros culturales

nor’, segunda película y segundo western dirigido por el actor Tommy Lee Jones. En todas se cuenta con la pérdida de la inocencia épica que la exposición promueve. Los personajes y situaciones de antaño son de nuevo visitados con una mirada que sabe de la cantidad de huellas previas que el terreno guarda, huellas que hay que respetar y al tiempo enmendar con una dialéctica nada conciliadora entre tradición y extrañeza. A ‘Slow West’ el crítico Carlos Losilla lo calificó de «un western sobre el concepto de western». Obras con conciencia de sí mismas, de su pasado, de sus juegos y transgresiones. De reciclaje y reutilización sabe bastante Quentin Tarantino, ineludible protagonista del western contemporáneo. Ya se presentía la querencia en sus escenas de acción y en otras tan explícitas como la de arranque de ‘Malditos bastardos’, hasta su inmersión definitiva con ‘Django desencadenado’. La piel de spaghetti western con que recubrió este film, un nuevo homenaje a su etapa de espectador sin filtros culturales, facilitó el rechazo pre-

vio a sus numerosos detractores. Pero más allá de esa epidermis provocadora, tan cara a Tarantino, la película mostraba una ambiciosa reescritura de la historia del western, casi vaciada de referentes honorables de actores y personajes negros. El centro de la acción lo ocupa un esclavo que rompe sus cadenas, busca traje y montura y dirige sus disparos hacia el racismo que le había torturado, disparos que no siempre son con pólvora: la ridiculización de los miembros del Ku Klux Klan, cegatos y ahogados bajo sus capuchas, estaba pendiente desde ‘El nacimiento de una nación’, en 1915. El plano final culmina esta corrección de la historia, con su héroe negro paseando orgulloso el triunfo y disolviendo su individualidad en una aventura ejemplar. Pero Tarantino siempre sorprende. Siempre. Llevaba varias películas con tramas que apuntaban a grandes causas: la lucha de la mujer y el feminismo (‘Death Proof ’ sobre todo, pero también ‘Jackie Brown’ y ‘Kill Bill’), el nazismo y su derrota cinéfila (‘Malditos bastar-

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dos’), y esta reivindicación de los negros en el Oeste. Lejos quedaban aquellos rufianes de poca monta engullendo un desayuno entre comentarios sobre Madonna en el arranque de ‘Reservoir Dogs’. Tampoco tenían gran cosa en la cabeza los matones de ‘Pulp Fiction’, preocupados por el tamaño de las hamburguesas, la impunidad de los gamberros que rayan los coches o las manchas de sangre en la tapicería. Y en ‘Los odiosos ocho’ vuelve sobre otro grupo de descarriados. De nuevo busca la cimentación en el pasado: el viaje en diligencia como sustento narrativo. La música de Ennio Morricone, lejano ambientador de las películas de Sergio Leone. Y el riesgo apasionado de utilizar celuloide en el formato Ultra Panavisión 70, para el que tuvo que armar lentes especiales y bobinas que albergasen los largos diálogos rodados en 70 mm. Una decisión de amor al cine, a su materialidad, de la que dan buena cuenta los majestuosos exteriores y el entramado de matices del interior de la posada. En ‘Los odiosos ocho’ Tarantino retorna a sus personajes primitivos, e incluso da un paso más allá. Los protagonistas, en cuanto se escarba en ellos, muestran una multiplicidad de caras. Cada uno es varios. Mienten, dudan, fomentan sospechas. No hay certezas a las que agarrarse, y ni siquiera prospera la idea elemental de salvar el pellejo a costa de los demás. Como en alguna novela de Agatha Christie que

Tarantino retoma sus personajes de siempre y da un paso más allá en la multiplicidad de sus caras

los críticos han rescatado, todos mueren, aunque sin misterio ni causa mayor. Diez negritos, cinco cerditos, ocho odiosos. El marco histórico de la guerra civil que parece estar detrás de dos antiguos combatientes pronto se disuelve en la superchería. Y las referencias ocasionales al asesino de Lincoln, John Wilkes Booth, o a la actriz Lillie Langtry, la que embobaba al juez de la horca en la película de John Huston, no van más allá de apoyaturas chistosas. Hasta una carta autógrafa de Lincoln de la que presume el antiguo combatiente yanqui resulta ser falsa, aunque logra ablandar el corazón de quien la lee y pasa por encima de la mentira. Es lo que reúne a este grupo de facinerosos, el poder de la palabra. Pero no una palabra entroncada en las grandes ideas de Justicia, Bien, Bondad o Sacrificio, inconcebibles para estos individuos preocupados por el precio que han puesto a sus cabezas y atentos a disparar primero que el rival. Es la palabra que corre de boca en boca como arroyo fresco, cantarina, procaz, juguetona, centelleante. La que sale de los ojos como ascuas del mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson). La de aguda melodía en la voz sin dobleces de Mannix (Walton Goggins). La que explora y mezcla lenguas en los ronquidos del mexicano Bob (Demian Bichir). La meliflua y británica de Oswaldo Mobray (Tim Roth). En fin, la sibilina del narrador, capaz de detener el curso de los hechos y retroceder para volver a contarlos desde otra perspectiva. Palabra que también es música, viento, estruendo de disparos, silencio de nieve. Cruce de lenguas, esplendor de diálogos. Tarantino ha desnudado a sus personajes, les ha derramado toda la sangre por la mercería de Minnie y ha dejado a la vista, indestructible, lo que edifica y sustancia su arte.

Kurt Russell y Samuel L. Jackson en un fotograma de ‘Los odiosos ocho’.

El gurú del exceso

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ue el 23 de octubre de 1992 cuando nació el estilo Tarantino. Aquel día se estrenó ‘Reservoir Dogs’. No fue un éxito de taquilla, pero inoculó el virus tarantiniano que no tardaría en propagarse por el resto del planeta. Ahora, 24 años después, Tarantino ha declarado que todas sus películas forman parte de una misma historia. Y no le falta razón. Sus detractores (que los hay a millones, tantos o más que sus acérrimos seguidores) no han

tardado ni un segundo en decir que ellos tenían razón, que Tarantino plagia a Tarantino y que todas sus películas son realmente la misma. Da la sensación de que no han entendido nada... ‘Reservoir Dogs’ fue sólo el pistoletazo de salida. Una violenta ópera prima sobre un atraco donde no vemos el atraco y sí unos personajes insólitos protagonizando unos diálogos hilarantes, ingeniosos y rompedores. Todo el universo Tarantino está ahí: una trama hipnótica, una

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VICENTE TE EZ ÁLVAREZ

enérgica banda sonora, una violencia explosiva, un guión perfecto y una originalísima estructura. Para muchos, la mejor ópera prima desde ‘Ciudadano Kane’ y el prólogo perfecto para lo que vendría después, una contestadísima Palma de Oro en Cannes (pei-

neta incluida del díscolo Tarantino al recoger el premio) y la certeza de que estábamos ante el nuevo enfant terrible del cine moderno. Con ‘Pulp Fiction’, caímos rendidos ante su particular forma de contarnos las historias, en este caso relacionadas con el mundo mafioso de Los Ángeles. Hablamos de una auténtica sinfonía pop con múltiples referencias a una música y un cine concretos, hablamos de pura adrenalina y humor ácido salpicado con diálogos frenéticos, hablamos de una estructura narrativa rompedora, hablamos de un genial cuento de violencia desbordante de cultura pulp, hablamos de un ejercicio de locura y exhibicionismo porten-

tosos. Sin duda, la cumbre tarantiniana y una de los hitos cinéfilos de las últimas décadas. A partir de aquí, el chico malo tenía carta blanca para hacer lo que le diera la gana. Lo primero fue ‘Jackie Brown’, un thriller de aire setentero, un homenaje al cine blaxplotation, un film de ritmo mucho más pausado cargado de ingeniosos diálogos y basado en una novela de Elmore Leonard. Una joya por redescubrir. Lo siguiente, tras seis años desaparecido, nos devolvió al Tarantino más salvaje con su obra magna estrenada en dos partes. En ‘Kill Bill’ encontramos violencia coreográfica, un bombardeo visual rebosante de toques filosóficos y una revisitación

única a las películas de kungfu de los setenta. Nadie como él para escarbar entre la basura y regalarnos un western oriental con estética posmoderna y una banda sonora tan excéntrica como original, entre ecos de Morricone, de música discotequera y de flamenco de Lole y Manuel. El gurú del exceso nos llevó, en su siguiente película, a la Segunda Guerra Mundial y se permitió el lujo de pasarse la historia por el arco de triunfo. En ‘Malditos bastardos’ tenemos una torre de Babel de diálogos excelentes, un particular homenaje al séptimo arte, una realidad alternativa para el final del nazismo y un cuento único de violencia, venganza y humor irónico.


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‘The Salvation’, de Kristian Levring.

Las ventanas abiertas del western :: J. P.

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i el western ha sobrevivido mucho más allá de su esplendor como género clásico es por su capacidad de renovación, de búsqueda. Ya a finales de los sesenta los autores extendieron la biografía de sus criaturas hasta conformar el western ‘crepuscular’, que tiene a ‘Grupo salvaje’, de Sam Peckinpah, como obra cimera. En paralelo, una nueva alianza italo-española trajo el spaghetti western, de amplio éxito y prestigio menor. Clint Eastwood recuperó en ‘Sin perdón’ el tema del sa-

Fotograma de ‘Reservoir Dogs’, de Tarantino.

Revisionismo pop y auténtico entretenimiento de primera. Para finalizar, en su séptima y octava película nos adentramos en un género que, en realidad, ha estado siempre presente en su obra, el spaguetti-western. ‘Django desencadenado’ son tres horas de diálogos a cuchillo, de guiños cinéfilos continuos, un cuento de hadas de un friki sádico y provocador, una ópera con ritmo de hip-hop y estética de sangre y violencia (atemperada con el humor negro marca de la casa como en la desternillante escena del Ku Klux Klan de mercadillo). Con la recién estrenada ‘Los odiosos ocho’ continúa el show Tarantino. Se trata de un divertido, inteligente y

crificio del héroe, revestido de la violencia visual que la imagen lleva adherida en el cambio de siglo. Jim Jarmusch emprendió en ‘Dead Man’ un viaje hacia el Oeste aderezado en fango, sueño y William Blake. Ang Lee destruyó en ‘Brokeback Mountain’ las fuertes barreras heterosexuales de los rudos vaqueros. Todas las ventanas quedaron abiertas en el western, también las relecturas como la de los hermanos Coen en ‘Valor de Ley’ o la de James Mangold en ‘El tren de las 3:10’. Tal vez el viejo Oeste tenga el peligro de permutar los términos y se convierta en

salvaje thriller detectivesco en el Oeste. Una magnífica historia de mentirosos en medio de un ambiente opresivo donde por primera vez parece que hay demasiada complacencia gore y que sobra me-

«Pese a quien le pese, su cine es deslumbrante, potente, ingenioso, valiente, genial y divertido»

un Oeste viejo, donde solo el cinismo de la pirueta posmoderna pueda enganchar espectadores ocasionales. Pero los hechos demuestran todo lo contrario. Estas líneas se asombran de añadir en ellas los nombres de los atormentados firmantes del Dogma 95: ecos del género en ‘Dogville’ y ‘Manderlay’ de Lars Von Trier; violencia pistolera en ‘Dear Vendy’, con guion del cabecilla del Dogma y dirección de Thomas Vinterberg; y asunción plena de todos los códigos en ‘The salvation’, dirigida por el tercer firmante del manifiesto danés, Kristian Levring. Larga vida al western.

traje. Por cierto, hablamos de ocho films de Tarantino aunque si contamos ‘Death Proof’ (que es la mitad de ‘Grindhouse’, gamberro homenaje al cine de sesión doble) convendremos en que Tarantino lleva 8 y 1/2 películas en el saco. La cinefilia que le sale al chico malo del cine moderno por los cuatro costados. Muchos dirán que roba, absorbe, recicla y engulle todo lo que puede pero no negarán que lo hace fusionando códigos y géneros como nadie lo había hecho hasta ahora y con un resultado único. Su cine, pese a quien le pese, es deslumbrante, potente, ingenioso, torrencial, valiente, genial, chispeante y divertido. Bendito y maldito Tarantino.


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Logotipos, en varios idiomas, de la enciclopedia libre digital Wikipedia. :: EFE

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a Enciclopédie de Diderot y Jean d’Alembert tuvo al menos dos precursoras. Una inglesa y otra francesa. La Cyclopaedia de Ephraim Chambers, y el Diccionario histórico y crítico de Pierre Bayle. Diderot estaba al tanto de la empresa cultural de Chambers y pensó que se podría hacer algo mejor, propio y en lengua francesa. Bayle era un protestante galo, un precursor de la Ilustración, un gran erudito que él solo redactó los cuatro volúmenes de esta obra. Un compendio biográfico de filosofía y personajes históricos. Diderot y d’Alembert quisieron compendiar todo el saber de su tiempo en varios volúmenes y para ello convencieron a grandes escritores y científicos, además de pedir ayuda económica para su edición a libreros y editores parisinos. Todo fue escrito bajo el peso de la razón y la ciencia; y no de la fe impuesta durante tantos siglos. De ahí las persecuciones, censuras y detenciones. No olvidemos que, por aquellos años, Francia también era una monarquía borbónica absolutista. Pero, para sacar adelante esta magna obra, también hubo grandes complicidades emanadas de una sociedad culta, preparada y deseosa de nuevos tiempos. Finalmente La Encyclopédie dio a la luz diecisiete volúmenes, dieciocho mil páginas, veinte millones de palabras, además de otros once volúmenes con unos mil nove-

¿Internet, la gran enciclopedia? cientos grabados. Algo inmenso que hoy, a muchos, les parecerá cuantitativamente ridículo. Y si repasamos la lista de colaboradores quién la podría igualar. Sobre estos asuntos me referí en mi libro ‘La caza de los intelectuales. La cultura bajo sospecha’ (Destino), en el capítulo denominado ‘La razón contra el poder de la injusticia’. Desde el siglo XVIII hasta nuestros días, las enciclopedias se han ido sucediendo, compilando todo lo nuevo surgido en el devenir del mundo, convirtiéndose en un compañero fundamental de aquellas personas cada vez más cultas e ilustradas. Y una de sus características fundamentales ha sido su fiabilidad y prestigio. En este sentido, la Enciclopedia Británica ha sido el mejor ejemplo, aunque también ha tenido errores gravísimos, reconocidos y corregidos. En nuestros días el papel ya no podría reunir todo el sa-

ber y todo el conocimiento del mundo en nuestros habitáculos cada vez más reducidos y de ahí la importancia del ámbito digital para acoger sobre este nuevo soporte los millones de páginas informativas. En este sentido sí creo que las nuevas tecnologías están bien aplicadas y no son enemigas sino cómplices de los libros en papel. Pero Wikipedia (no así otras enciclopedias volcadas según los proyectos habituales) me produce muchas preocupaciones. Probablemente es esta, hasta el momento, la mayor empresa intelectual jamás afrontada. Probablemente es esta la mayor fuente de información mundial. ¿Pero es fiable? ¿Se puede confiar el saber y el conocimiento a miles de personas anónimas que redactan las entradas que luego quedan al albur de la intromisión de los lectores? ¿Quién controla todo esto? Como experiencia democrática (la cultura no tiene por qué serla en

CÉSAR ANTONIO MOLINA

¿Se puede confiar el saber a miles de personas anónimas que redactan entradas que luego quedan al albur de la intromisión de los lectores? Esta empresa cultural no debería ser una sociedad secreta

principio, aunque hay que tender sabiamente hacia ella a través de la educación) nos puede valer, como trabajo colectivo nos podemos sentir orgullosos, pero de nuevo la misma pregunta ¿nos podemos fiar? Creo rotundamente que no. Siempre he tenido dudas, he mantenido reservas, y una actitud prudente pensando que su equivocación también sería la mía. Ante la duda he buscado otras fuentes librescas más complejas y arduas de encontrar, pero más relevantes y seguras. A mí me gusta saber la autoría de quien firma la información (me sucede lo mismo con los periódicos, una información firmada adquiere una relevancia infinitamente mayor que aquella que no la tiene o se esconde bajo siglas enigmáticas). Esa firma asume una responsabilidad o corresponsabilidad con uno mismo. Wikipedia está ya en nuestras vidas, sobre todo en la vida de nuestros jóvenes, es

la enciclopedia de su generación y la consideran como propia. Wikipedia es ya algo inevitable y los millones de entradas, en cada país, así nos lo demuestran pragmáticamente. ¿Cómo actuar sobre algo que no es fiable? ¿Cómo actuar sobre algo que puede llevar al engaño e incluso a la difamación? Por una parte hay que hacer ver a los lectores la existencia de otras prestigiosas enciclopedias que están en papel o ya han sido volcadas a Internet; enciclopedias que tienen comités editoriales, equipos de profesionales universitarios y especialistas, es decir, contienen informaciones seguras a un tanto por ciento de veracidad altísimo. Por otra parte no se puede combatir esta «creación de la humanidad» en el sentido de querer destruirla hasta sus cimientos, sino más bien yo creo que hay que reconducirla. Y esto se puede hacer a través de una tarea colectiva pública (la intervención de los estados a través de la creación de equipos especializados para revisar el material) o la simple labor individual. El trabajo está hecho, el edificio se ha levantado, ayudemos a reforzarlo, embellecerlo, consolidarlo. Quizás esta sea una labor más compleja, dura y difícil que la anterior, pero se puede llevar a cabo. Convirtámonos todos en colaboradores e intervengamos cuando veamos algo mal, intervengamos como si fuéramos testigos de una agresión o un robo. También Wikipedia está sometida al vandalismo de los bárbaros, de los desconocidos que prefieren la regresión a la caverna. Convirtámonos en vigilantes, nunca en censores o confidentes, convirtámonos en lectores y correctores. Corregir siempre fue una parte esencial de la escritura, una fase interpretativa de la misma, también una responsabilidad hacia el autor, la obra y los lectores. En Wikipedia, para lo bueno y para lo malo, se puede entrar y modificar lo erróneo para que brille la verdad. Evidentemente no siempre es así, pero entre todos deberíamos desarrollar este buen hábito. Wikipedia debería ser un referente para llegar a otros muchos, nunca una meta final del saber y el conocimiento. Como escribe Roberto Casati, Wikipedia tiene hoy una supremacía en el campo del conocimiento (yo más bien diría que en el campo de la información) que la sitúa en el punto de mira de todos los que quieren autopromocionarse o promover sus ideas o


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sus programas valiéndose de la responsabilidad e incluso del prestigio que otorga automáticamente el hecho de aparecer en ella. Esto no me parecería mal si todo cuanto allí se cuenta y se relata es verdadero, pues a nadie se le obliga a visitar todas las páginas. Pero el problema está en que una gran personalidad puede disponer de menos información que otra persona mediocre. Estas suplantaciones sí que son peligrosas, injustas y hacen un flaco favor a la cultura. Parece ser que hay toda una serie de procedimientos (no los he comprobado) para decidir sobre el ‘derecho de admisión’, por así decirlo. Alguien redacta una entrada, otros usuarios tratan de saber si el artículo puede ser o no aceptado, mientras que un supervisor media para incluir o no el texto. ¿Están reconocidos nominalmente todos ellos? ¿Están registrados? ¿Quién es el gran hermano supervisor? ¡Todavía demasiada oscuridad en Wikipedia y esta empresa cultural no debería ser una sociedad secreta, sino una sociedad llena de luces y claridades! ¿Acaso la cultura no ilumina el espíritu? Wikipedia no es un periódico para colgar de ella toda la actualidad, es una enciclopedia que recoge aquello que de permanente queda en el mundo. También en este campo existe una guerra abierta entre quienes quieren incluirlo todo (eso entienden ellos por democracia) y aquellos otros que solo pretenden incluir lo fundamental y necesario. Otro asunto difícil de elección y selección. La Deletionpedia (no sé si aún existe) se creó por aquellos que no se resignaban a que todos los textos fuesen incluidos. Parece ser que, incluso aquí también, se llevaba a cabo una pequeña selección. Como todas las nuevas tecnologías (todavía en desarrollo) hay partes positivas (las más) y negativas. Positivas como el almacenaje, la facilidad de consulta. Negativas como la poca fiabilidad y la falta de ahondar en otras búsquedas más profundas. En realidad, ¿no es hoy en día todo internet una gran enciclopedia? Hemos conseguido, desde el siglo XVIII, un desarrollo tecnológico extraordinario. Wikipedia es una muestra de ese poder del mundo de hoy. Pero por qué no tenemos unos Diderot o d’Alembert para ponerse al frente de estas nuevas empresas culturales. Nunca lo tenemos todo, siempre algo nos falta.

Antonio Gamoneda ibérico PABLO JAVIER PÉREZ LÓPEZ

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uis Buñuel hablaba de Portugal como «ese país que para los españoles está más lejos que la India» casi del mismo modo que el poeta portugués Ruy Belo escribió que «Madrid era una de las ciudades del mundo más distantes de Lisboa». Para solucionar tal lejanía hay muchas cosas que hacer y una de ellas puede ser reconocer la importancia y la profunda calidad que la poesía portuguesa del siglo XX representa no sólo para algunos lectores sino para muchos de nuestros poetas más valorados. Antonio Gamoneda, en muchas de sus entrevistas y visitas a Portugal, señaló repetidamente que la media de la poesía portuguesa del último siglo estaba muy por encima de la media española. Tal afirmación, rotunda y certera, necesitaba un estudio del porqué de la misma y sobre todo de la influencia que los autores portugueses han tenido en la obra del poeta español. Así nació un coloquio llamado ‘Antonio Gamoneda: Diálogos ibéricos’ celebrado en 2014 en Lisboa y el más reciente número de la revista de poesía vasca Zurgai ‘Con Antonio Gamoneda’, que incluye un dossier con varios estudios sobre estas relaciones, semejanzas e influencias de las poéticas portuguesas y la obra del poeta español. Tal dossier está encabezado por un texto inédito del propio Gamoneda donde explica tales influencias y diálogos. En él se pone de manifiesto que esta vinculación con estos poetas portugueses nace quizá de una comprensión de la poesía en su vertiente más esencial, misteriosa y alquímica, terreno que resulta fuertemente propicio en Portugal. Los nombres de Miguel Torga, Mário Cesariny, José Saramago, Ana Luisa Amaral, Luis Miguel Nava, Eugénio de Andrade, Vergílio Ferreira y Herberto Helder –recientemente fallecido y a quien el poeta español considera «el mayor poeta actual de al menos Europa»– resue-

o nan en este texto y donde también hay una mención especiall para el poeta brasile-ño Lêdo Ivo. Aunque en tal tex-to Gamoneda no ha-ibla con especial admio ración de Fernando s, Pessoa, Filipa Freitas, os muestra en uno de los ma ensayos, que el tema ro de la ausencia, tan caro ia Gamoneda, está íntimamente ligado a la os comprensión de los dos nautores, especialmenete en el ‘Libro del Deosasosiego’, que Gamoneda sí señala como la ra obra que más admira tor del omnipresente autor da portugués. «Gamoneda róy Soares –semiheteróen nimo pessoano– pueden dialogar el uno con el res otro, como dos autores que encuentran en la esorcritura un camino atormentado, desveladorr de dor ilusiones y perpetuador ribe del sufrimiento» escribe Freitas. ta y João Moita, poeta ientraductor de una recienonete antología de Gamoneda en la lengua vecina, estudia la importancia de la muerte en las obras del autor español y del escritor, ensayista y novelista portugués Vergílio Ferreira. Moita muestra de manera sobresaliente cómo la poesía de Gamoneda, a la manera de la comprensión del autor portugués, parte de una constatación del exceso de presencia, a una contemplación en la ausencia futura. Ricardo Marques estudia la presencia de las imágenes de las madres y las manos en las obras de Gamoneda, Helder, Nava y Faria ejemplificadas en diversos poemas. Todo a partir de un poema de Gamoneda que habla de su madre y que acaba así: «Pasaron suavemente sobre ti mis manos». Manuele Masini estudia las obras de Gamoneda y Ruy Belo en una perspectiva que comprende en ambos casos la poesía como elegía, desaparición, sombra y enigma. Un texto que se centra principalmente en el libro ‘Descripción de la Mentira’, del autor español. El dosier, del mismo modo, cuenta con un texto de mi autoría donde intento mostrar

Joao Moita estudia la importancia de la muerte en las obras del autor español y del escritor portugués Vergilio Ferreira

las afinidades entre Gamoneda y Herberto Helder atendiendo a su mutua comprensión alquímica y transfiguradora del arte poético. El propio Gamoneda confiesa algunas claves de su relación epistolar, y su diálogo con el poeta portugués en el texto que abre el dossier, que quizá, permitan comprender mejor este diálogo, pues, a mi entender, un estudio comparativo de los dos autores puede arrojar mucha luz en esa comprensión gamonediana de «el cuerpo de los símbolos». El número cuenta además con textos y poemas de reconocidos autores españoles como Miguel Casado, Juan Carlos Mestre, Andrés Sánchez Robayna, Olvido García Valdés y Jorge Riechman, entre otros muchos y poemas de los autores portugueses Antonio Osório, Ana Luisa Amaral y Casimiro de Brito. Ojalá, todo contribuya, de nuevo, a acercar Madrid y Lisboa pero sobre todo todas las provincias que comparten los poetas y los lectores de poesía de los dos lados de una raya tan inútil.


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Anticiclónico La tempestad y la calma

‘Pescadores en Teppozu’, del grabador japonés Utagawa Kuniyoshi (1797-1861). :: EFE

HAIKUS DE AMOR Elena Gallego & Seiko Ota, Hiperión, 240 pp., 15 €.

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ebido al parecer –según la exhaustiva, a veces cargante, información meteorológica de las teles, que se han independizado de los partes, seguramente porque los gurús de la comunicación visual han colegido que si el tiempo es el recurso más a mano para salvar cualquier silencio embarazoso, sobre todo en los ascensores, bien podía disparar los índices de audiencia– a un anticiclón tozudo y raro, pues no es el famoso de las Azores sino que ha sentado sus reales, aposentándose hacia el Mediterráneo, encima de Venecia más o menos, que tapona y espanta el flujo natural de borrascas desde el Atlántico, llevamos la friolera de tres meses o así sumidos en un marasmo, como dirían los noventayochistas, que también, en

LA CIUDAD SIN JUDÍOS Hugo Bettauer, Periférica, 176 pp., 16,50 €.

UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO

GREGOR SAMSA FRENTE A LA VENTANA Francisco Álvarez Velasco, Hiperión, 72 pp., 10 €.

cuanto a la situación del país, en una calma chicha con frecuencia neblinosa, con argucias incluso primaverales, francamente desalentadora. Así que en mi paseo bien de mañana por el monte, hacia la sierra, no hay ni rastro de nieve –ni pizca tampoco, en ambas lontananzas, hacia el Urbión o en el Moncayo, increíble–, en fin, dicen que no ha nevado ni en Estocolmo, vete a saber si ni siquiera en Laponia. Antes de lo de las cumbres mundiales, en los pueblos se achacaba que hubiera cambiado el astro, con la seguridad que da la ignorancia, a experimentos espaciales o bélicos de los yanquis, ahora hay un sospechoso consenso en cuanto al rumor del cambio climático, aunque ya desde que cayó en desgracia hasta el cuñado, creo, del presidente Rajoy se veía venir.

LA SALVACIÓN DE LO BELLO Byung-Chul Han, Herder, 112 pp., 12 €.

Resumiendo: aunque anoche cayeran cuatro gotas que no han llegado al suelo, no hay duda, ha vuelto la pertinaz sequía. De regreso, por mi parte, al calor de la lumbre, comencé el año con un libro oriental, por no hacer mudanza en mis costumbres, pese a que hasta las estaciones estén trastocadas. Elena Gallego, sola o en compañía de otras, lleva casi media vida, haciendo una labor ímproba, incansable, ejemplar, para traer a nuestro idioma lo mejor de la literatura japonesa. Lo último, que yo sepa, es una selección estupenda, como ya hiciera en otros volúmenes recopilatorios junto a Seiko Ota, especialista en el mejicano José Juan Tablada, probablemente el poeta en español más nipón, de jaikus de amor. Con los años, se apoderan

de uno las manías y se tiende a ser, a parecer quizás, más purista, por lo que pienso, de entrada, que la naturaleza es condición imprescindible en un jaiku y, sin embargo, este amplio manojo de tema amoroso –aunque casi todos tienen kigo, palabra de estación, que se recoge, y abundan las referencias naturales, en varios, por cierto, asoma la nieve, real o metafóricamente– que incluye además, lo que no es frecuente, algunos de haijines vivos, es muy interesante y pertinente. Su ascendencia amatoria que, a menudo enigmática para mí, se me escapa, abarca la piedad, la ternura, la añoranza, el enamoramiento, la admiración, el amor primero, a las pequeñas criaturas, el filial, el maternal, el pasional, el conyugal sobre todo… Los dos sucintos prólogos, que valen un potosí, de la ja-

ponóloga E.Gallego abordan, con mucha propiedad, el concepto de amor y sus afinidades afectivas en el país del sol naciente, cotejan las variedades amorosas de la Grecia clásica, de nuestra cultura, con las japonesas, o diseccionan las formas de escritura caligráfica que adoptan en su lengua originaria los jaikus, tal y como se reproducen, en una sola línea vertical, en esta edición bilingüe. Así como la variedad de interpretaciones que caben en muchos poemas, algunas se especifican en las por lo común escuetas notas. El volumen se cierra con un apéndice sobre jaikus de amor en nuestro idioma, de Machado a Domenchina. Frente a la quieta bonanza anticiclónica, en ‘La ciudad sin judíos’ (Periférica), que he leído estos días de atrás, Hugo Bettauer fabula cómo se de-


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sató la tormenta antisemita en Viena y por extensión en Europa. El autor, periodista además de escritor de éxito, asesinado a tiros por un extremista en 1925, fecha en que vio la luz ‘Mi lucha’ de Hitler, tres años después de la aparición de esta desasosegante y provocadora novela, tenía, aparte de un estilo y capacidad narrativos poderosos, muy buen olfato. Venteó las aberraciones que se avecinaban, aunque su parábola satírica, bien concebida y tramada, desgraciadamente no se cumplió, al quedarse muy corta y ser desbordada con creces por los terroríficos, inimaginables hechos. Su único hijo, por caso, murió en Auschwitz. El panorama inicial –el conjunto de ágiles escenas que componen su errado argumento anticipatorio conforma un espléndido mosaico de

la insostenible situación que se vivía, e intuía, tras la primera gran guerra- de la narración nos sumerge de golpe en el fervor antijudío de la muchedumbre vienesa. Aparte del eco de tantos pogromos a lo largo de los siglos, es una advertencia contra el populismo, tentación aún más ventajista si cabe en tiempos de crisis. Y aquí cabría reflexionar sobre los peligros que encierra la actual tesitura sociopolítica en la que están envueltas España y Europa en general. La antología japonesa es para leer, como diría Cortázar con su voz portentosa, de a poco. Así que después de ir asimilando y meditando una treintena de jaikus, me he trapiñado, a seguido, ‘Gregor Samsa frente a la ventana’ (Hiperión) del leonés afincado en Gijón Francisco Álvarez

Velasco, una poesía original de verso breve y apretado, muy efectiva en su aire popular, tan desusado últimamente, y en su condensación expresiva a partir de la insistencia en sintagmas nominales concentrados que hacen prescindible el predicado y aun los determinantes. Mediante este procedimiento, que podría llevar a la frialdad lírica pero, muy al contrario, resalta la emoción fraternal que alienta en casi todos los textos, en general habitados por quienes han sido amortizados, arrojados a las cunetas del estado del bienestar, se percute sobre el significado último de las cosas, de los sentimientos que nos acercan a ellas. Muchos poemas están concebidos a modo de salmodia o letanía, desde lo humilde o lo pequeño, se sostienen en

«Elena Gallego subraya la preponderancia emocional del silencio» «Todo lo que toca Byung-Chul Han lo ilumina, nos obliga a repensarlo de una manera fértil»

reiteraciones anafóricas, paralelísticas o enumerativas, en leves asonancias que mantienen un ritmo con reflujo de los romances lorquianos o los blues gamonedistas. Su vena temática se remonta, procede de una niñez campesina con sus revelaciones de lo bello y lo terrible, con su enseñanza compasiva, franciscana, incrustada en una amalgama de referencias múltiples de fondo, que van de Jorge Guillén a Cesare Pavese, de Garcilaso a Celan. A veces, lo meramente descriptivo, sin énfasis innecesarios, nos golpea; otras, lo simplemente sugerido, desde su elipsis, nos abisma. Durante mi paseo mañanero he recordado, contemplando el paisaje, unas reflexiones de Byung-Chul Han sobre la pérdida del reconocimiento y disfrute de lo bello natural en

estos tiempos de dictadura tecnológica. De las bondades, en general, de este estupendo filósofo alemán de origen coreano ya hemos ido hablando aquí a raíz de sus tres primeras obras aparecidas en español, antes de que obtuviera cierta resonancia mediática en nuestro país, tan extraña como merecida. Es un erudito sin duda singular, claramente posmoderno en sus hechuras, tanto al discurrir como en su estilo, trepidante, y, sin embargo, desnuda las vergonzosas entretelas del pensamiento dominante. Todo lo que toca lo ilumina, nos obliga a repensarlo de una manera fértil. Entre sus méritos indudables se encuentra también su soberbia capacidad de síntesis, sin excursos ni digresiones, sustanciado en una prosa densa pero de frase breve, directa, cada vez con más visos de sentencia, pulida en extremo. Justamente por lo pulido, pulcro, «liso e impecable», por lo terso, liviano, con su naturaleza superficial como signo de los tiempos, y en relación con la transparencia o la pornografía preponderantes, que abordara en trabajos anteriores, principia su acercamiento a la noción actual de belleza en ‘La salvación de lo bello’, que apareció en Alemania recientemente, a finales de julio, el octavo volumen de su tarea ensayística que publica Herder. Con la levedad imperante, pues, como punto de partida, que bien puede y suele degenerar en ligereza y a mayores en lo banal y el puro y mero consumismo, repasa, con el narcisismo y el vacío interior triunfantes como vigías, los conceptos primero fundidos y luego divergentes de lo bello y lo sublime a lo largo de la historia de la filosofía, desde Platón o Dionisio Longino a Burke, Hegel, Kant o Adorno y matiza los rasgos de las miradas exterior e interior o de lo sexual frente a la belleza moral. E. Gallego subraya la preponderancia emocional del silencio en la cultura japonesa, a diferencia de la creciente verbalización en la nuestra. Y cuánta razón lleva. También, en uno de sus breves capítulos, atinadísimo, en el que confronta la belleza natural, indescifrable, con la digital, sin interioridad ni hondura, Byung-Chul Han denuncia que la avalancha, la tempestad de estímulos que nos circunda y asfixia impide la calma de la contemplación y, en consecuencia, el goce de la belleza, que no se da sin «conmoción ni vulneración». Que no se da, vaya, bajo la égida opresora de lo indoloro, insípido e incoloro, omnipresente en nuestros días, dominados por la ocultación de cualquier manifestación negativa que perturbe la pasiva paz analógica.


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Lionel Bringuier. :: HENAR SASTRE

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e trataba de elegir al sucesor de Simon Rattle como director de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Se rumoreaba que entre los candidatos había dos veteranos, Daniel Barenboim y Christian Thielemann y dos jóvenes, Andris Nelsons y Gustavo Dudamel. La sorpresa surgió con el nombre de Kirill Petrenko, en este momento al frente la Opera de Múnich, un maestro serio y poco mediático, al que tuve ocasión de admirar en la Opera de Lyon, en la que dirigió en cuatro días ‘Mazeppa’, ‘Eugenio Onegin’ y ‘La dama de picas’, tríptico de Tchaikovski en las inteligentes puestas en escena de Peter Stein. Jóvenes y veteranos. El arte del director de orquesta es de todas las edades. Hace poco, Lorin Maazel, al que había visto debutar en Madrid con 26 años de edad, a los 82 nos ofrecía una versión memorable de la ‘Segunda Sinfonía’, de Sibelius. Grandes maestros llegan a su plenitud con la edad. La vida enseña mucho y sus lecciones son inolvidables. Han podido con la rutina, han decantado su arte, la música se ha incorporado a sus vivencias, como la serenidad no excluye la brillantez y la grandeza. En mi vida de melómano he visto en directo a Stokovski, Pierre Monteux, Karl Böhm, Celebidache, Karajan y tantos otros dando lecciones de arte sin cansancio, con una presencia física impresionante, a pesar de su edad. La memoria los recuerda en varias etapas de su vida artística y tal vez los últimos testimonios sean los más valiosos. En estos momentos la presencia de directores jóvenes

David Afkham. :: H. S.

Vasily Petrenko. :: H. S.

Jóvenes y maduros maestros se acentúa en muchas orquestas de lujo. Lionel Bringuier en la Tonhalle de Zúrich, Andres Nelsons en la Sinfónica de Boston, Gustavo Dudamel en Los Ángeles, David Afkham en la Nacional de España. Entre nosotros, Andrew Gourley es titular de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, flanqueado, eso sí por dos ilustres maestros veteranos como Jesús López Cobos y Eliahu Inbal. Son los tiempos de las nuevas generaciones coexistiendo con las anteriores en absoluta armonía. Los jóvenes tienen todavía que aprender de los directores de antaño. El gran misterio de la dirección orquestal surge de que obras fijadas en los pentagramas suenen diferentes. Una sinfonía de Brahms, según que orquesta y maestro la interpretan, se hace plural. El ritmo, el tempo, el propio sonido del conjunto no son homogéneos. He escuchado muchas veces la primera sinfonía a grandes divos de la ba-

tuta y la experiencia ha sido riquísima y diferente. Es un ejemplo que se multiplica. El compositor crea la partitura, el director y la orquesta le dan vida y esa vida es múltiple y plural. La juventud y su preparación. El reciente concierto de Andris Nelsons en Madrid, en la Temporada de Ibermusica con la maravillosa Orquesta del Festival de Lucerna que creara Claudio Abbado fue espléndido. Un maestro joven, extrovertido en su gestualidad, en unas visiones personales y ricas de dos obras maestras, la ‘Linz’ de Mozart y la ‘Quinta’ de Mahler. Ver tocas a los profesionales de la orquesta era ya de por si un espectáculo. Así también Dudamel con la Simón Bolívar de Venezuela (recordamos su concierto en el Auditorio vallisoletano) probaba que la juventud no significa mera energía, sino que esta era controlada desde la musicalidad y el rigor. Hoy el universo de la direc-

FERNANDO HERRERO

«El gran misterio de la dirección orquestal surge de que obras fijadas en los pentagramas suenen diferentes» «Son los tiempos de las nuevas generaciones coexistiendo con las anteriores en absoluta armonía»

Diego Matheuz. :: H. S. ción orquestal es amplio. Nelsons es letón, Dudamel y Matheuz (otro emergente) venezolanos, Bringuier francés, Vasily Petrenko ruso, Heras-Casado español, por citar algunos ejemplos. Todos ellos tienen un amplio repertorio y además dirigen ópera con frecuencia. La experiencia del foso es inaprensible, completa a un maestro y le hacen más grande. Por su parte los veteranos tienen un poso que solo se adquiere desde la experiencia vital y artística. Antonio Pappano lo afirmaba en declaraciones recientes. Solo el tiempo decanta y perfecciona. Desde la Moneda de Bruselas o el Covent Garden londinense se ha convertido en un gran director operístico, como lo prueban sus grabaciones y las retransmisiones en cine de las óperas del teatro londinense. Igual ocurre con Valery Gergiev y su estajanovista trabajo en el Marinsky o en el Lincoln Center. Otro maestro importante que también pasó por el Miguel Delibes con su orquesta rusa. En plena forma los Barenboim, Mehta, Chailly, Janssons, Rattle, que apoyaron siempre, en un gran ejemplo de solidaridad artística, a los jóvenes. El caso de Jesús López Cobos es emblemático. Desde su lejana presentación con la Orquesta Nacional (programa con obras de Guridi, Prokofief y Chumann) a la que tuve ocasión de asistir, hasta su extraordinaria labor con los cinco conciertos para piano y orquesta de Beethoven con Javier Perianes, toda una vida dedicada a la música como titular de la Nacional, de la Opera de Berlín, del Teatro Real, para llegar a una absoluta madurez

que hace fluir la música de sus manos con naturalidad, sin excesos, con esencialidad. Su jornada dirigiendo las nueve sinfonías de Beethoven puede ser el punto más alto de su carrera. La evolución del arte por excelencia en nuestro país ha sido notable. Desde el excepcional Ataúlfo Argenta, el musicalísimo Eduardo Toldrá, hasta hoy, las cosas han cambiado. Mayor número de auditorios, de conjuntos sinfónicos, y en contrapartida una renovación del público que se hace esperar. La supresión de las materias artísticas en los planes de estudio es una puñalada trapera para la cultura. Es importante esta unión de juventud y madurez en el campo de la música sinfónica y operística. La solidaridad mostrada es un ejemplo a seguir. No se trata de beatificaciones más o menos externas. La conexión de las generaciones es beneficiosa. Por una parte la energía de la juventud debe derivar en algo más que versiones positivas de las obras maestras. Estrenos, giras, deben ir de la mano del Director titular. Los maestros veteranos (la OSCyL con Inbal y López Cobos) poner su marchamo. Hacer de la música un campo abierto para todos los ciudadanos es hoy, en tiempos de crisis económica y cultural, inaplazable. Música ‘seria’ compatible con todos los géneros, jazz, flamenco, pop, etc. Mi reflexión sobre esta integración de generaciones en la Dirección de Orquesta, sirve de metáfora para cualquier arte. A fin de cuentas todos se comunican entre sí y enriquecen, cada uno de ellos afecta al conjunto de lo que significa la palabra ‘cultura’ de tan difícil definición.


LECTURAS

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Mugre Lumen traduce ‘Nada se acaba’, novela de la canadiense Margaret Atwood publicada por primera vez en 1979

LUIS MARIGÓMEZ

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uedan algunas novelas y bastantes poemarios todavía por traducir de la escritora canadiense Margaret Atwood (1939). ‘Nada se acaba’ apareció en 1979 y narra un tiempo casi contemporáneo al de su elaboración. Nada que ver con las veleidades distópicas que a veces aquejan a la escritora, también en su último libro, ‘The Heart Goes Last’. La veta en la que trabaja aquí es la de lo inmediato, que tan buenos frutos dio en ‘Ojo de gato’ (1988). Tres personajes enmarcados por dos muertes en una ciudad del Canadá de la segunda mitad de los 70. Es tiempo de resaca tras el mayo del 68, la eclosión del hipismo y el inicio de la conciencia ecologista. La vulgaridad los constituye. No hay el menor atisbo de grandeza en sus acciones y omisiones. Elizabeth sobrevive a una infancia traumática; Nate, al ideal de dejar un trabajo de abogado por uno de artesano de juguetes; Lesje, a compatibili-

zar el amor a los fósiles, a un tiempo prehistórico que maneja con soltura, con la vida actual, en la que se desenvuelve con patética torpeza. Elizabeth y Nate mantienen un simulacro de familia para contentar a sus niñas. No quedan tabús. Las normas antiguas no valen, apestan, (la tía Muriel, las abuelas de Lesje), pero ninguno de los tres parece saber bien dónde está ni a dónde se dirige. Se mueven como a oscuras, sin atreverse a fijar patrones de comportamiento. Huyen de la opresión del pasado sin fuerza ni criterio para fijar algo que les sirva para vivir el día a día. Son náufragos a la deriva. Una tristeza sucia lo envuelve todo. «En primer plano, empujando tanto si quiere como si no, está lo que Marianne llamaría su vida. Es posible que la haya echado a perder. A eso se refieren cuando hablan de ‘madurez’: a que llegas a un punto en el que crees que has echado a perder tu vida». Un museo los reúne. Allí lo pretérito está catalogado, se explica y puede entenderse. Todo aparece en su sitio, limpio de los accidentes del tiempo, con su etiqueta correspondiente. No hay conflicto en su estructura, porque sus modos no interfie-

NADA SE ACABA Margaret Atwood. 408 páginas Lumen 2015. 21,90 euros.

La escritora canadiense Margaret Atwood. :: LUIS ÁNGEL GÓMEZ

ren con el ahora que atenaza a los personajes. En todo caso, deberían ayudar a entender lo que les ocurre. Tres cuerpos que sufren mucho más que gozan, que arrastran unas vidas lamentables, como las de cualquiera; podrían ser los fósiles del futuro. Quizá la intención de la novela no vaya más allá de plantear una pregunta adecuada a la situación que trata. El material que utiliza Atwood es demasiado inmediato para conseguir más que una descripción lo más ajustada posible a unos hechos verosímiles. Una novela no es un tratado científico, analiza comportamientos individuales en unas circunstancias determinadas. En todo caso, al cabo de casi cuarenta años, las situaciones básicas siguen siendo cercanas: parejas con problemas, rupturas, angustias, encuentros, ilusiones y desilusiones, dificultades económicas y de adaptación, hijos… Seguramente lo eran cuarenta años antes. El título del libro en inglés, ‘Life Before Man’, ‘vida antes del hombre’, quizá indique la creencia en la continuidad de la naturaleza más allá del paso del hombre por la tierra, también en la inmutabilidad de las pasiones, de los métodos que utiliza la vida para seguir adelante.


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LECTURAS

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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

Las cosas que importan :: SUSANA GÓMEZ En el país de los caracoles, nada hay tan urgente como defender un parterre de fresas invadido por el enemigo; así que, «al primer canto del gallo, el caballero Impetuoso abre un ojo y exclama: ¡No hay tiempo que perder! ¡Cada minuto cuenta!» Y se dispone, presto y veloz... bueno... veloz... no mucho, presto.... tampoco... a ir a la guerra. Porque son las cosas importantes (que no urgentes) las que merecen nuestro tiempo. Al

menos eso es lo que defiende nuestro caballero: tomar un ‘frugal’ desayuno, hacer un amago de gimnasia, darse un baño ‘rápido’ , besar a su esposa y a los niños... y partir. Con un discurso visual que contradice al verbal, Gilles Bachelet demuestra un acertado uso de la imagen como recurso capaz de enriquecer el relato, y aportar el verdadero hilo narrativo: porque mientras las palabras narran una historia de un caballero Impetuoso y raudo, los

dibujos retratan un cara-col cachazudo y amable,, capaz de detenerse a so-correr una princesa, indi-car el camino a una niñaa acon caperuza roja o grambar en una seta el nomu bre (historiado) de su camada. Es así como el lecator tiene acceso a otras claves interpretativas, a lo largo de un álbum cuya dimversión reside en la complicidad de la ironía y lo contradictorio entre imágenes y palabras, los diferentes nive-

les narrativos y las detalladas historias secundarias que invaden sus páginas. Desde su

Elena Medel: sobrevivir C CÉSAR A AUGUSTO A AYUSO

P

ronto y con ganas recibió Elena Medel (Córdoba, 1985) la visita de la poesía, tanto que aún adolescente se estrenó en público con libro ‘Mi primer bikini’ (2002), recibiendo el beneplácito de crítica y lectores. Trece años después ya recoge su poesía completa: tres libros y plaquetas y sueltos. Un camino expedito, pudiera decirse. Un caso de precocidad y de dominio en la gran confusión de la lírica actual. Medel hace una poesía muy apegada al ahora, a este

tiempo fragmentado de deseos y sumamente delicuescente. Es una poesía elaborada desde la fragilidad; en la fragilidad del instante, es decir, del vacío. Y ahí precisamente es donde se llena de fuerza y su escritura parece hacerse con pisadas firmes. Segura y firme en su fragilidad, en el desmoronamiento de cualquier deseo. Donde hay deseo, sin embargo, es muy difícil que entalle la esperanza. Esta no tiene plazo en el tiempo, no está tasada, es una cita a ciegas pero evidente. El deseo, los sueños despiertos son, nada más, pompas de jabón. O como dice ella en un verso feliz en el que encierra esa vana esperanza que promete la publicidad: «la desgracia de la hermosura». Y esta poesía refleja muy

bien todo esto, la elucubración del tiempo desde el vacío del instante. El lector se queda con esta figura que envuelve su propia fragilidad, que se desnuda tiernamente, casi alocadamente en ‘Mi primer bikini’. La suave, juguetona locura del lenguaje irracional, naïf, ocurrente de sus poemas en los que el color rosa de la infancia, las mitomanías que a ella le acunaron –es decir, los colores y las tonadas de esta sociedad volátil– se disuelven como por encanto, dada su perentoria fecha de caducidad. Lo que hay en este libro, debidamente madurado, es lo que habrá en los posteriores: las

p particular homenaje a lo los cuentos tradicion nales, el autor hace gguiños de intertextuallidad a la tradición narrrativa infantil, al ttiempo que apuesta p por un mensaje paciffista y una defensa de la lentitud como valor que preserva lo importante. Porque, en contra de lo que asegura el refrán popular, «en la vida hay un montón de cosas q que se pueden dejar tranquilamente para mañana... pero nunca un beso grande y baboso».

contradicciones de la vida. La vida contada en sus falacias. Y la vida es las circunstancias, brotes de bellos sueños que en seguida se vuelven inútiles. Los títulos hablan muy bien de esa superchería que las palabras inventan para nosotros, o con las que nos engañamos. El inglés nos viste la realidad de máscaras, lo mismo que las canciones, películas o modas que hablan de cuán efímero y traidor es el tiempo. Cualquier poema vale. Ese primer libro pudiera ser una glosa de aquellos versos memorables de Miguel Hernández: «Desperté de ser niño / nunca despiertes». Ella lo dice a su manera: «Rota sobre el arcoíris / descubro que la lluvia / es mi única coraza», y concluye: «Trenzas destartaladas: / soy muñeca de sucio / trapo, pisoteada, / rota sobre el arcoíris». Uno y lo mismo: deseos y frustraciones. Asombraba aquella precocidad para hacer que entre lo naïf apareciera lo perverso. La promesa continúa el

Un murciélago en el país de las maravillas

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o hay, entre los villanos de los comics, villanos más curiosos, más fascinantes y a la postre más siniestros, que los villanos a los que Batman tiene que enfrentarse. La mayoría de los enemigos de los otros superhéroes llevan como estos trajes ajustados, dinámicos, son en todo iguales a sus rivales excepto en la idea de que sus dones deben servir al bien. Los de Batman, en general, gustan de un vestuario extravagante, a primera vista ridículo, que en nada

refleja la solemnidad estilizada y negra del caballero oscuro. Es muy posible que en los inicios se debiera al deseo de dar cierta vis cómica a las aventuras del detective disfrazado de murciélago. O tal vez se quisiera sugerir la idea de que el mal es un poco ridículo, o infantil. U otra cosa. Quizás se pretenda sugerir también que la idea de un millonario disfrazado de murciélago es en sí ridícula. Que uno de los superhéroes que con el devenir de los años adquiriría una de las personali-

dades más serias y faltas de humor, es en realidad algo muy poco serio, risible. Los villanos que asolan Gotham, gran parte de ellos, al menos, podrían haber sido pergeñados por Lewis Carroll. O al menos inspirados por él. De hecho, ahí tenemos al sombrerero loco, con sus sombreros multifunciones, dispuesto a delinquir para conseguir más sombreros y alterar la paz de Gotham. Este es el caso más evidente. Aparte de los dos primos casi gemelos Tweedledum y Tweedledee, que más que villa-

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA

nos principales suelen ser subalternos de las grandes figuras. Está también Enigma, al que, como al gusano –y gran parte de los habitantes del país de las maravillas en un

momento u otro– le gusta confundir y hablar en galimatías. El Jocker, la gran estrella del mal en Gotham, está inspirado directamente en el Hombre que ríe, personaje que da título a una novela de Víctor Hugo. Pero no hace falta hacer un gran esfuerzo para ver en él al siempre sonriente Gato de Cheshire. Aunque, claro, ese papel también lo podría reivindicar Catwoman –que en los comics hispanoamericanos lleva el bonito nombre de Gatubella–. Sin embargo, Catwoman, Gatubella, compar-

EL CABALLERO IMPETUOSO Gilles Bachelet. Editorial: Juventud. 36 págs. 13 euros. Edad recomendada: a partir de 4 años.

UN DÍA NEGRO EN UNA CASA DE MENTIRA (1998-2014) Elena Medel. Madrid, Visor, 2015.

camino a través del lenguaje y su segundo libro –’Tara’ (2006)– nada más abrir la puerta nos da de bruces con la muerte. El colorido de ‘Mi primer bikini’ se ha vuelto negro absoluto en este segundo libro. La muerte de la abuela es la excusa para una meditación onírica y barroca sobre la vida y la falta de ella, sobre el trampantojo de la existencia, que para la poeta no adquiere caracteres de esencialidad filosófica, sino de puzzle descompuesto en mil detalles diarios. La ruptura es brusca y los caminos están cegados. Ella tiene sus

te más rasgos de personalidad con la reina de corazones. Pero pensándolo bien, esto también pasa con el Pingüino, que sin duda tiene alguno de los rasgos físicos, y el equilibrio precario, de Humpty Dumpty, el huevo en el muro. Pero, no, la reina de corazones sería definitivamente Dos Caras, con esa forma arbitraria de impartir lo que él considera justicia. Es difícil encontrar paridades en otros, aunque sí el espíritu carolliano: por ejemplo, Scarface, la marioneta criminal. O el Espantapájaros, que aterroriza a sus víctimas hasta llevarlas a locura. Porque la locura, o al menos un razonamiento extraño, es lo que emparenta a to-


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El valor de lo único :: S. G. Con el lirismo que le caracteriza, NiñoCactus se desliza entre lo micro y lo macro (Comino y Cosmos), al tiempo que reivindica la grandeza de ser (únicos, diminutos, infinitos...). Atravesado de afortunados silencios (esos que de seguro han de servir de armonía a las esferas), este álbum de formato grande y cuidada edición propone un viaje por los universos íntimo y extraterrestre (inmensidad

símbolos: la lluvia, el barro del primer poema: la imposibilidad de asir nada o vivirlo con la serenidad de la contemplación satisfactoria. La memoria todo lo convierte en despojos. El ayer resbala como un pez entre las manos. El tiempo es hoy, mínimos detalles que enseguida, cuando se quieren recuperar, son despojos. Por eso, una vez atisbada la muerte –el horizonte, la frontera– algunos versos parecen premonitorios: «Echo de menos / el infierno que vendrá». ‘Chatterton’ (2014) no hace sino abismar el desencanto, la tristeza. Impotentes ante el tiempo, entonces se descubre que el enemigo es el mundo. Y la poeta toma partido, se sitúa como mujer, como joven siglo XXI a la que atiborraron de deseos de niña y ahora la abandonan a su suerte. Asume en sus versos esa condición desvalida, que se convierte en voz de las que solo tienen su impotencia. Una poesía de circunstancias. En la circunstancia del yo, en la anonimia de todas.

dos los grandes enemigos de Batman. Casi ninguno de ellos va a parar a la cárcel, si no al Arkham Asylum, una institución para criminales perturbados, que en la genial novela gráfica a la que da título, se convierte en un perturbador y terrorífico país de la maravillas. En esta historia Batman es, sin duda, Alicia. Ya no es el señor de la noche, ya no está en su territorio. ¿O sí? Quizás no es Alicia, sino el Jabberwoky. Tan loco como los otros, sujeto a la lógica que rige allí, que es la del diálogo entre La Liebre y el Sombrerero loco: ¿Pero no nos tomaran por locos?¿Conoce usted a algún cuerdo feliz? No. Pues bailemos. O delincamos.

cada habitante del universo, al tiempo que deja intuir esa sensación de insignificancia que todo ser humano experimenta alguna vez bajo la bóveda celeste. Es así como texto e ilustraciones (sensibilidad serena a cargo de Jacobo Muñiz) trabajan al alimón en esta historia traspasada por el sosiego, en la que se reivindica un mundo de ensoñación, anhelos, estrellas, diversidad y afirmación de la propia identidad. Una crónica de miradas, cartografías y planisferios, donde la frialdad del espacio exterior contrasta con lo cálido de las geografías del ‘adentro’.

de los espacios interior y exterior), en una aventura avistada desde los ojos en primer plano de un niño «tan chiquito» como un comino y con un deseo gigante: ver las estrellas desde la misma altura que los demás, o lo que es lo mismo, crecer y ser igual que los otros. Entretejido de universos múltiples, paralelos y compartidos (idénticos en su inmensidad humana y cósmica), el álbum es un canto al valor infinito –único– de

Del rojo al azul

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ravis McGee es un detective que sólo trabaja cuando ve agotarse el dinero de su último encargo. Vive en un yate que ganó jugando al póquer y que mantiene amarrado en Lauderdale, Florida. En Florida, precisamente, vivió desde 1949 su creador, el novelista John D(ann) MacDonald, nacido en Sharon, Pensilvania, en 1916, y fallecido en 1986. McGee conoce pues muy bien el entorno costero, de marcado carácter turístico y residencial que se describe en ‘Adiós en azul’ (1964), primera de la veintena de novelas que MacDonald consagró a su detective. El propio MacGee se nos presenta (la narración es en primera persona) como «ese holgazán cuyo hogar era un enorme barco destartalado, ese seductor de ojos claros y cabello rizado, ese asesino de pececillos, ese tipo al que le gusta caminar por la playa, beber ginebra, bromear, vivir tranquilo, ser iconoclasta y descreído, llevar la contraria, ser empecinado, de nudillos protuberantes, lleno de cicatrices, que vive al margen de la sociedad establecida». De todo lo dicho ofrece buena muestra ‘Adiós en azul’. Automarginación, rechazo de los convencionalismos sociales, económicos y políticos emergentes en los USA de los sesenta, violencia extrema. Javier Coma, en su ya clásico aunque hoy injustamente olvidado ‘Diccionario de la novela negra norteamericana’, realzaba entre las líneas que definían la poética de MacDonald (quien se inició en el mundo narrativo del Pulp) su

JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN

«innata agudeza psicológica y una voluntad de ruptura de tabúes en el afrontamiento de las relaciones eróticas». El interés del personaje por conocer, disfrutar y, en ocasiones, huir, de la compleja y tan

Descenso a las entrañas del mal de la mano del detective McGee

a menudo maltratada –por el macho– psicología femenina («los peores crímenes del hombre contra la mujer no figuran en los anales legales»), impregna de originalidad esta novela, y la hace diferente del género al uso, y de los autores clásicos con los que estamos más familiarizados: Dashiell Hammett o Raymond Chandler, por citar sólo a los dos más conocidos. MacDonald demuestra unas

preocupaciones a la hora de dibujar a sus personajes que lo acercan mejor a cultivadores tan complejos y ricos de matices como, por ejemplo, David Goodis o Chester Himes. No es tanto la trama policial o delictiva la que les preocupa, sino denunciar, McGee lo resume a la perfección, «el actualmente inasumible planteamiento de que el mal, sin diluir por ningún indicio de trauma infantil, existe en el

COMINO NiñoCactus y Jacobo Muñiz. Editorial: Libre Albedrío. 32 págs. 16 euros. Edad recomendada: a partir de 5 años.

mundo, existe porque sí, la pustulosa herencia de la bestia, tan inexplicable como Bergen-Belsen». El mundo social luce una sordidez poblada por monstruos para los que las mujeres constituyen sus principales víctimas. Junior Allen, con su eterna y simpática sonrisa, es un ser «demoledor como un martillo», un abusador sexual «inteligente y retorcido, que cazaba por el placer de pervertir la inocencia y aniquilar la ternura, con las que alimentaba su propio vacío»; y, de ser preciso, un «machacador de cráneos». Junior Allen representa así a esa abundancia de hombres que crecen aún hoy «a tan solo dos pasos de las cavernas». Frente a él, la joven y sensible Lois Atkinson es, por el contrario, «el resultado de sesenta millones de años de periodo cenozoico», la clase de espécimen deseable, el que deberíamos de criar y alimentar: por desgracia, «hay demasiadas simientes de Junior Allen esparcidas por todos lados». ‘Adiós en azul’ es una novela que se lee sin respiro, donde alternan la dureza, el humor frío, el distanciamiento social, incluso cierta duda existencial, la misantropía; pero en la que acaba por triunfar cierto modo de adhesión humana enriquecida y alimentada por la más íntima libertad individual, haciendo así soportable la vida.

ADIÓS EN AZUL

John D. MacDonald escribiendo en su estudio. :: EL NORTE

John D. MacDonald. Traducción de Mauricio Bach, Barcelona, Libros del Asteroide, 2015, 268 páginas, 18,95 euros.


14 LA SOMBRA

Sábado 30.01.16 EL NORTE DE CASTILLA

DEL CIPRÉS

E

sta semana me ocuparé de la expresión ‘un poco de’, que funciona como un cuantificador ante nombres que hacen referencia a algo que no se puede contar (sustantivos no contables) para indicar una cantidad pequeña, corta o escasa de lo denotado por el nombre. Son sustantivos no contables petróleo, plata, oro, agua, vino, cereal, trigo, arroz, gasolina, carbón, arena, fe, esperanza, dulzura, amabilidad, asco, malestar, etcétera, entre otros muchos, y tienen como característica que no admiten numerales cardinales ni pueden aparecer en plural (a no ser que se conviertan en contables). Una de las claves del uso correcto de esta expresión es su inmovilidad gramatical, es decir, que ‘poco’ –que en este caso funciona como nombre y no como adjetivo ni como adverbio– no admite variación de género ni de número en el español actual, aunque sí admite el diminutivo. Hay que decir, por tanto, ‘Quiero un poco de agua’ (y no una poca de agua); ‘Intentó darle un poco de cordialidad a la despedida’ (y no una poca de cordialidad); ‘¿Podría darme un poco de sal?’ (y no una poca de sal). He dicho arriba que esta expresión solamente precede a nombres no contables y que estos siempre van en singular. De ahí que no sean aceptables enunciados como ‘He leído un poco de relatos’, ‘Al cumpleaños vinieron un poco de amigos’ (porque relatos y amigos son nombres contables), ni ‘Quiero unos pocos de caramelos’ o ‘He escrito unas pocas de cartas’ (porque el nombre poco, en esta expresión cuantificadora, solo puede aparecer en masculino singular). No obstante, para hacer referencia a lo mismo (cantidad pequeña en cualquier caso) y antepuesto a nombres en plural (que necesariamente han de ser contables, como he

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

‘UN POCO DE’ ES INVARIABLE

Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es

señalado), ‘poco’ funciona como adjetivo (en plural) precedido del indefinido ‘unos, unas’. Así, los inaceptables enunciados anteriores se hacen viables a través de la locución determinativa ‘unos pocos’, con el significado de ‘algunos’ o ‘no muchos’: ‘He leído unos pocos relatos’; ‘Al cumpleaños vinieron unos pocos amigos’; ‘Quiero unos pocos caramelos’; ‘He escrito unas pocas cartas’. Hoy se considera arcaico interponer la preposición ‘de’ entre la locución ‘unos pocos’ y el nombre al que cuantifica: ‘unos pocos de relatos’, ‘unos pocos de amigos’, ‘unos pocos de caramelos’, ‘unas pocas de cartas’. No es rara esta construcción en textos de otras épocas ni en el habla popular de algunas zonas, pero se recomienda evitarla.

También debe evitarse la supresión de la preposición ‘de’ en la expresión ‘un poco de’. Son incorrectos enunciados como ‘Dame un poco mantequilla’ (o una poca mantequilla), ‘Han vendido un poco ganado’ o ‘Echa un poco azúcar’. Hay que decir ‘un poco de mantequilla’, ‘un poco de ganado’ y ‘un poco de azúcar’. Tanto en la expresión ‘un poco de pan’ (donde ‘poco’ es un nombre) como en ‘unos pocos caramelos’ (donde ‘pocos’ es un adjetivo), se admite el diminutivo y rigen las mismas claves combinatorias: ‘un poquito de agua’, ‘unos poquitos caramelos’, etcétera. Dicho esto, seguro que les llama la atención que en la letra de la popular canción mexicana ‘La Bamba’, se diga que «para bailar La Bamba se necesita una poca de gracia y otra cosita». No es más que un ejemplo de los usos particulares hispanoamericanos. En México es normal el uso de ‘una poca de’ ante nombres no contables femeninos en vez de ‘un poco de’. Sirva como dato que de las dieciocho apariciones de ‘una poca de’ en el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) de la RAE, doce corresponden a México. Y puede que también se sorpendan ante «un poquito de por favor», que no es más que un ejemplo de cómo los guiones de las series de televisión llegan a influir en los usos lingüísticos de los hablantes. Como ustedes sabrán, esta frase se hizo popular gracias a la serie ‘Aquí no hay quien viva’, puesta en boca de Emilio, el portero, personaje interpretado por el actor Fernando Tejero, quien en una entrevista se arrepintió de no haberla patentado. La expresión cuajó en «En la carretera, un poquito de por favor», que fue el lema de una campaña de concienciación durante la operación salida de las vacaciones de Semana Santa. Diez años después esta expresión se ha quedado para pedir moderación, respeto o atención con un toque de informalidad y de humor.

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La forma de las ruinas. J. Gabriel Vásquez (Alfaguara)

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El último adiós. K. Morton (Suma)

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La costilla de Adán. Antonio Manzini (Salamandra)

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El nombre de Dios es misericordia. Francisco (Planeta)

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Un verano chino. Javier Reverte (Plaza & Janes)

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Farándula. Marta Sanz (Anagrama)

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El secreto de la modelo... E. Mendoza (Seix Barral)

El regreso del Catón. Matilde Asensi (Planeta)

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Los caprichos de la suerte. Pío Baroja (Espasa)

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Los diarios de Emilio Renzi. R. Piglia (Anagrama)

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Youce, el sefardí. Olmos (Dip. de Badajoz)

Hombres desnudos. A. Giménez Barlett (Planeta)

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Capitalismo canalla. César Rendueles (Seix Barral)

Emocionario. Romero/Núñez. (Palabras Aladas)

Sermón de dejar de ser. García Calvo (Lucina)

La Guerra Civil para jóvenes. Pérez-Reverte (Alfaguara)

Avaricia. Fittipaldi (Foca)

Neoliberalismo sexual. An de Miguel. (Cátedra)

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En movimiento. O. Sacks (Anagrama)

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La magia del orden. Marie Kondo. (Aguilar)

El tiempo entre suturas. Gallardo (Plaza&Janés)

Yo fui a EGB. J. Ikaz y J. Díaz (Plaza&Janés)

A pie de escaño. A. Garzón (Península)

En movimiento. Oliver Sacks. (Anagrama)

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A mi manera. K. Arguiñano. (Planeta)

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Combate en la montaña. Wifredo Román. (Aruz)

Vía Crucis. Gianluigi Nuzzi (Espasa)

Fernando el Católico. H. Kamen (La Esfera de los libros)


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Sábado 30.01.16 EL NORTE DE CASTILLA

La historia incompleta A

quienes estudiaron el bachillerato según el plan de 1953 les resultará todavía familiar la asignatura de ‘Geografía e Historia’. Ambas disciplinas se agrupaban en una sola denominación porque la relación de hechos de la segunda se daba necesariamente en un espacio físico que se estudiaba en la primera. Esos estudios eran tan inamovibles como los límites de los Estados: cada ‘nación’, surgida de los pactos y de las políticas nacionales del siglo XVIII, defendía sus fronteras –las físicas y las morales– con pomposas declaraciones de guerra a las que seguían al cabo de un tiempo anheladas paces, firmadas cuando el pueblo no podía más de sufrimiento o de miseria. El tiempo ha demostrado que hay muchas clases de historia y que la denominada ‘historia real’ –esa que se supone describía objetivamente los hechos sucedidos– solo se comprende si va acompañada de la historia poética, de la historia legendaria, de la historia soñada, de la historia social y política, de la historia de las creencias, de la historia de los individuos que protagonizaron actos heroicos o de los relatos –ciertos o no– de personajes a quienes el pueblo admiró y protegió en su memoria. Todas esas historias de la historia, con sus símbolos y emblemas, con sus himnos y alardes, con sus glorias y bajezas cotidianas, componen el panorama que se nos ofrece a los ojos como un paisaje que podemos contemplar en su conjunto, o fragmentariamente, o con unos prismáticos que acercarán las distintas realidades a nuestros ojos. Los antiguos, al tratar de justificar con historias sus más remotos orígenes –fuesen o no legendarios–, se encontraron con un problema que trataron de resolver creando distintas categorías en las que pudiesen caber la realidad y la fantasía. Aristóteles escribía en su ‘Poética’: «La distinción entre el historiador y el poeta no consiste en que uno escriba en prosa y el otro en verso; se podrá poner en versos la obra de Herodoto y seguiría siendo una clase de historia. La diferencia estriba en que uno relata lo que ha sucedido, y el otro lo que podría haber acontecido. De aquí que la poesía sea más filosófica y de mayor dignidad que la historia, puesto que sus afirmaciones son más bien universales, mientras que las de la historia son particulares».

‘La verdad, el tiempo y la historia’, de Francisco de Goya. Se refería sin duda el filósofo al concepto que en su tiempo se tenía de la historia, más basado en la averiguación e interpretación de unos hechos concretos que en los cambios producidos con el transcurso de los mismos. Los romanos solucionaron el dilema con una dosis de la propia medicina: «Quod gratis asseritur, gratis negatur», decía el proverbio latino (o sea, lo que se afirma sin pruebas se puede negar sin pruebas). Siglos más tarde, San Isidoro, completando la idea de Aristóteles, hablaba de tres tipos de categorías para definir lo sucedido: ‘historiae’ –o sea los hechos que realmente ocurrieron–, ‘argumenta’ –es decir lo que podría haber pasado pero no pasó– y ‘fabulae’ –o lo que es lo mismo, lo que nunca pasó ni pudo haber pasado–. Inventos y falacias, fábulas y hechos históricos fueron creando de esta forma –con la autocomplacencia y la consentida mistificación de escritores e historiadores– unos arquetipos que se difundieron a través de los medios más eficaces, entre los que estaban,

cómo no, los impresos populares y la tradición oral porque la lengua, la literatura y la poesía son, en todas las épocas, el mejor vehículo para entrar en la particular casa del espíritu y convencer a través de la palabra. En cualquier caso, parece que la ‘invención’ de las naciones y la consecuente aparición del nacionalismo exigía a sus promotores algunas pruebas que justificasen el origen de sus linajes y la antigüedad de sus genealogías. Existe entre algunos historiadores la idea de que con los Borbones se introdujo en España la necesidad de adaptación a un nuevo clima político salido de la Paz de Westfalia que exigía unidad territorial a los Estados para el establecimiento de una auténtica soberanía nacional. Sin embargo, se puede constatar que ese intento de fundar una conciencia política sobre la unidad territorial es muy antiguo y ya había sido utilizado antes; incluso mucho antes de que los Borbones fundaran su dinastía. En la Plaza de Oriente, por ejemplo, todavía se puede ad-

mirar la estatua de Ataúlfo como primer rey ‘español’ y las historias fabulosas aparecidas desde Annio de Viterbo convierten al imaginativo dominico en uno de los más conspicuos pseudohistoriadores al crear, siguiendo a un monje primitivo y un poco apócrifo llamado Beroso, su propia prehistoria de España. A partir de ahí todo es posible, especialmente cuando la historia entra en el ámbito de lo doméstico y hay que explicar los hechos de forma sencilla y comprensible. Porque la historia forma parte del recuerdo de cada uno de nosotros. No solo es el pasado sobre el cual se ha construido el devenir de las naciones sino un conjunto de hechos que marcaron la vida y la mentalidad de las personas. Es el territorio donde la memoria encuentra los ingredientes que reservará para ir cocinando a fuego lento la existencia. Hay hechos que marcan por múltiples razones la vida de un país y de sus habitantes. Podría decirse que las guerras ocupan, con gran diferencia, el lugar preferente entre los suce-

sos memorables. La vida y la muerte dejan de ser entonces esos hitos familiares que van señalando los cambios generacionales para convertirse en motivo de narración y, en consecuencia, de opinión. Desde ese momento la Historia se transforma en ‘historias’, alimentadas por la iconografía, el teatro o las canciones populares que pasarán a la tradición oral. Los papeles impresos, a los que se suele denominar remendería o ‘ephemera’ y donde aparecían las creaciones populares que contaban poéticamente los hechos, no eran tan efímeros como se suponía. Es decir, que a veces por causa de las propias características del papel, que lo hacían estético, curioso o interesante, la intención transitoria del impreso quedaba anulada, conservándose y aun apreciándose tanto como cualquier libro de texto. Ni todos los libros decían cosas sabias o recomendables ni todos los impresos merecieron ser coleccionados, por supuesto. Lo que se evidencia, sin embargo, es que ese tipo de papel, que solía venderse por el módico precio de un cuarto, estuvo presente en las vidas de muchas personas con más frecuencia que el otro –el encuadernado y bendecido por los sabios– ya que su liviandad, su carácter fungible o la temporalidad de su contenido no menoscabaron en absoluto su belleza o su interés como objeto coleccionable y funcional. Algunos autores consideran que el género de cordel pudo servir, antes del apogeo de los periódicos, para construir un entramado ideológico a favor del poder civil y religioso sin respetar en muchos casos la verdad de los hechos. Pero ¿qué diferencia había entre los impresos vendidos por ciegos que a fines del siglo XIX contaban a los españoles la guerra en Cuba o Filipinas, por ejemplo, y los periódicos de Pulitzer y Hearst que aparentemente contaban ‘la verdad’ a los norteamericanos? Pues tal vez solamente el tipo y el tamaño del papel. Lo demás, los hechos narrados parcial o interesadamente, las cifras de muertos que convertían tragedias en fríos datos, los partes oficiales, las justificaciones de los protagonistas a la luz de sus propias estrategias, no fueron sino visiones incompletas de una historia cambiante y proteica, de un edificio construido sobre la memoria de los héroes pero también sobre el olvido de las víctimas.

LA PARTITURA JOAQUÍN DÍAZ

«La literatura y la poesía son el mejor vehículo para entrar en la particular casa del espíritu» «La historia es el territorio donde la memoria encuentra los ingredientes que reservará para ir cocinando la existencia»


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LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 30.01.16 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

U

n texto en el que Fitzgerald pretende no hacer literatura y que figura como uno de los más contundentes del siglo XX comienza con la siguiente frase: «Es sabido que la vida es un proceso de demolición». La primera vez que accedí a este texto me fascinó el concepto ‘demolition’ referido a la vida. Indicaba un punto de vista bastante trágico y definitivo. Otro autor podía haber dicho «la vida es un proceso de desintegración», lo que nos conduciría al mundo de la física, o «la vida es un proceso de humillación», como pensaba Azúa, y que indicaría un punto de vista aristocrático, de caballo indomable que no obstante es cruelmente domado siguiendo la implacable gramática de la humillación. Pero no, Fitzgerald prefirió emplear el concepto «demolición», que nos conduce al mundo de la construcción. Demoler es la forma que tenemos de matar edificios, no personas. Ver la vida como un proceso de demolición subyuga por la carga depresiva que contiene el concepto y también por la carga mítica. Lo demolido es difícil volverlo a construir. Lo que has demolido, lo has demolido para siempre, tiende a decir Fitzgerald. Lo inteligente de la frase radica en la expresión «es sabido». Sí, es sabido que la vida es un proceso de demolición. Se trata de una forma de desarmar al lector, al formularle presuntamente una evidencia. Si el lector no ha caído en esa evidencia es tonto, y el lector no quiere pasar por tonto y acepta de inmediato una evidencia que está muy lejos de serlo, pues no todos ven la vida como un proceso de demolición. Aunque estamos ante una confesión personal, nos hallamos a la vez ante una formulación muy astuta y propia de un gran profesional de la escritura, sin olvidar que es una forma de iniciar un texto pavorosamente

MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO

«Me fascina Fitzgerald porque tanto en su vida como en su obra supo resucitar la tragedia griega en todos sus elementos»

:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA

eficaz. A partir de ese momento ya no lo quieres dejar porque sabes que vas a adentrarte en un mundo de verdades muy contundentes, y no te engañas. Sin embargo no es menos evidente que otras per-

sonas menos poseídas por la tragedia verían la vida como un proceso de disolución, que es un concepto más suave y más liquido, y en consecuencia menos trágico. Pero ya entonces Fitzgerald era un per-

sonaje de tragedia griega y se identificaba más con la idea de demolición, y es que en ese momento de su existencia Fitzgerald veía así su propia vida: como una terrible demolición. Su auto-ficción,

guiada por una depresión en estado muy avanzado (aunque él no lo supiera) le obligaba a ver de esa manera su propia historia y la de su generación. Los personajes del drama eran demolidos como

La vida como mito demolido

estatuas y edificios. En el fondo un tipo de demolición clásica, por no decir grecorromana. Juraría que un romano podía haber dicho lo mismo: «Mi vida es un proceso de demolición que ha ido transcurriendo sin que me diese cuenta», viene a decir el Adriano de Marguerite Yourcenar. Bien es cierto que cuando Adriano empieza a ver así la existencia se halla en un período depresivo en el que siente que por primera vez su cuerpo le está traicionando, y al parecer de modo irreversible. El hombre de mármol presenciando su demolición a martillazos. Más trágico imposible. La vida concebida como la caída de la casa Usher: las grietas están ahí, pero solo nos damos cuenta cuando ya son evidentes. Fitzgerald y Poe abrazados a la misma metáfora y formulando la misma verdad: la demolición solo se adivina cuando las grietas son demasiado grandes y demasiado visibles, y la tragedia está asegurada con su mecanismo irreversible. Me fascina Fitzgerald porque tanto en su vida como en su obra supo resucitar la tragedia griega en todos sus elementos. Uno de esos elementos era por supuesto el concepto «demolición». Todas las tragedias griegas se basaban en historias de la época homérica, y toda la ficción homérica se basa en un mito fundamental y que atañe al fundamento mismo del mundo sobre el que se va a apoyar toda la narrativa teatral: la demolición de Troya. La más clara y antigua mitología occidental se iniciaría con la historia de una demolición. Y aquí hallaría su otro significado el concepto demolición, y se trataría de un significado tan heroico como cómico, también muy propio de Fitzgerald, de su persona y sus personajes. A menudo identificamos los mitos con los ídolos, y los ídolos pueden ser demolidos. Si por alguna razón te conviertes en un ídolo, verás siempre la muerte como una demolición. A Fitzgerald le pasó.


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