Sábado, 19.03.16 Número CCXXVIII
SOMBRA CIPRES LA
DEL
La naturaleza invade los libros Las aves de Thoreau, las montañas de Buzzati, los paseos por el Polo Norte de Herzog... la Literatura respira al aire libre [P2]
La Sombra del Ciprés se toma unas vacaciones con motivo de la Semana Santa. Volverá con sus lectores el 9 de abril.
2 LA SOMBRA
DEL CIPRÉS
LIBROS AL AIRE LIBRE
La Antártida o la belleza del límite Las fotografías de Alex Bernasconi congelan en la retina las imágenes del territorio más extremo del planeta
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obre el blanco del hielo, que talla a golpe de viento sus oníricas esculturas congeladas, los reflejos azules del mar, los manchones naranjas o amarillos de los pingüinos o el interior de la boca, rojo escarlata, de un león marino, producen un contraste cromático de rara emoción. «Hay un silencio que solo recuerdo en los desiertos», dice el fotógrafo Alex Bernasconi un segundo antes de localizar su cuadro: «A veces me parece llegar a algunos lugares –continúa– precisamente cuando una mano divina los ha dispuesto para ser inmortalizados».
CARLOS AGANZO
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Nacido en Milán, en 1968, Bernasconi es uno de los fotógrafos más premiados de su país. Sus fotografías de algunos de los rincones más recónditos de Asia o de África le han valido numerosos galardones internacionales. Ahora CLH, la española Compañía Logística de Hidrocarburos, reúne en ‘Antártida’ algunas de sus mejores instantáneas sobre el continente blanco, en un libro que trata de llamar la atención sobre la fragilidad de un entorno, el territorio más extremo del mundo, vital para regular el equilibrio ecológico de la Tierra. «Si aún existen en nues-
Antártida. Pingüinos rey en la bahía de la Fortuna, isla Georgia del Sur. :: ALEX BERNASCONI
tro planeta lugares incontaminados, lugares donde el hombre aún no ha podido imponer su presencia, donde la naturaleza protege sus maravillas con fuerza y a veces con violencia, uno de estos es sin duda la Antártida», nos dice el fotógrafo. El glaciólogo Julian Dowdeswell, director del Instituto Scott de Investigación Polar, centro de excelencia de la Universidad de Cambridge, es el encargado de prologar este libro, en su condición de científico experto en la Antártida, pero también en su calidad de morador, durante largas y fecundas horas, de la mítica cabaña del capitán Scott en el
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cabo Evans, uno de los grandes hitos históricos de la conquista del continente. Ese «continente meridional» del que hablaba el filósofo caldeo Seleuco en el año 140 a.C., y que Claudio Ptolomeo de Alejandría, el autor del ‘Almagesto’, se atrevió a consignar por primera vez en un mapa en el 150 d.C., si bien permaneció fuera de toda colonización humana hasta el siglo XIX. Junto al prólogo de Dowdeswell su colega en el Instituto Scott, el profesor Peter Clarkson, complementa el volumen con una introducción que recorre, a lo largo de la historia, los principales hitos científicos y aventureros de la conquista de la Antártida: «En menos de doscientos cincuenta años –dice Clarkson–, la Antártida ha pasado de representar la última ‘terra incognita’ a constituir el escenario internacional para la ciencia». Muchas vidas, en todo este tiempo, dedicadas al estudio de este prodigioso continente de catorce millones de kilómetros cuadrados –una super-
Llanuras pobladas por decenas de miles de pingüinos, pero también montañas de hielo azotadas por una soledad infinita
ficie semejante a la de Europa–, cubierto por una gigantesca capa de hielo de tres y hasta de cinco kilómetros de grosor; una capa que, si desapareciera, dejaría sumergida prácticamente toda la Antártida occidental bajo las aguas del mar. Una Europa de hielo rodeada, además, de otro inmenso ‘continente’, que puede ocupar hasta veinte millones de kilómetros cuadrados en invierno, formado por la ‘banquisa antártica’, esa capa de agua marina congelada que tan espectacularmente se rompe al paso de los rompehielos y que es imprescindible para la vida de toda esa fauna que tan vivamente ha impresionado a la cámara de Bernasconi. Un espectáculo de vida en medio de fríos que llegan a tocar los 90 bajo cero, y de vientos como los catabáticos, los más terribles de la Tierra, que pueden alcanzar los 200 kilómetros por hora. Y, además de todo ello, un espectacular regulador térmico del resto del planeta, especialmente sensible y vulnerable a los estragos del cambio climático: desde que en el año 2002 se produjo el colapso de la gran barrera de hielo conocida como LarsenB, la Antártida ha perdido una superficie de hielo de más de 25.000 kilómetros cuadrados, permitiendo que el nivel del mar aumente a un ritmo de tres milímetros al año. La cámara de Alex Bernasconi capta todavía la belleza inmaculada, salvaje, de un espacio natural donde la huella del hombre es todavía mínima ante la inmensidad del paisaje. Llanuras pobladas por decenas de miles de pingüinos, pero también interminables montañas de hielo azotadas por una soledad infinita. Pero su pluma nos advierte de que ya frisan la cifra de cuarenta mil los turistas que llegan, cada temporada, a esta última reserva del planeta. Y en medio de tan terrible belleza recuerda, como un mantra, el viejo proverbio masái: «Tratemos bien la tierra sobre la que vivimos: ella no nos ha sido dada por nuestros padres, sino que nos ha sido prestada por nuestros hijos».
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ANGÉLICA TANARRO
De las aves de Thoreau E a los Dolomitas de Buzzatti
blogs.elnortedecastilla.es/calle58/ @angelicatanarro/twitter.com
Pepitas de Calabaza publica ‘Volar’, una selección de escritos del autor americano sobre las aves, y Gallo Nero rescata los artículos del italiano sobre sus amadas montañas
Vista del refugio Lagazuoi, en los Dolomitas, en los Alpes italianos. :: GIOVANNA DELL’ORTO
l azulejo carga con todo el cielo sobre su espalda». La frase bien podría ser un verso, tiene toda la carga lírica, pero es una anotación en un diario personal. La fecha, 3 de abril de 1852. El autor, Henry David Thoreau, el escritor, el fabricante de lápices, el defensor de los derechos civiles, pero sobre todo el amante de la naturaleza, su observador atento y minucioso. Thoreau (Concord, Massachusetts, 1817-1862) es el célebre autor de ‘Walden’, la obra que relata los dos años, dos meses y dos días que pasó en una cabaña construida por él cerca del lago Walden, es-
cribiendo y cultivando sus propios alimentos. Pero dejó miles de páginas escritas, entre las que también destaca ‘La desobediencia civil’, cuyo origen es una estancia en la cárcel por negarse a pagar impuestos en su campaña opositora a la guerra contra México y la esclavitud. Ahora, la editorial Pepitas de Calabaza publica ‘Volar’, una selección de los escritos que el autor de ‘Caminar’ dedicó a una de sus pasiones, que en la naturaleza eran muchas: los pájaros. Antonio Casado y José Ignacio Foronda, autores de la edición, el prólogo y las notas, han dedicado cuatro años a expurgar los escritos de Thoreau en busca del vuelo de las aves. Como ellos mismos dicen en el prólogo, «hemos cribado su mejor obra, el diario completo (más de 7.000 páginas escritas entre el 22 de octubre de 1837 y el 3 de noviembre de 1861)». Porque
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para los autores de laa selección el diario vie-ne a ser «el archivo de las co-sas que amó, que fueron mu-chas: de los ríos a las nubes,, de las larvas a los arces, de loss nativos americanos a los clá-n sicos griegos o hindúes». En ‘Volar’ están también apun-tes procedentes de sus libross de viajes, de conferencias y ensayos. La mirada. El libro acabaa siendo un exquisito manuall para aprender a observar laa naturaleza. No es sin embar-go (o no solo) una obra quee pueda interesar a naturalis-tas en general o amantes de las aves en particular, porque al fin es una muestra del es-tilo y la buena escritura del autor norteamericano. Como dicen sus antólogos: «Con la excusa de las aves, leemos a Thoreau. Con la excusa de leer a Thoreau, descubrimos las aves». No es estrictamente un diario, aunque dominan los fragmentos de su diario, ni tampoco una biografía, aunque hay muchas anécdotas sobre su vida y aporte elementos para conocer sus costumbres y su método de composición: «anotaciones y dibujos sobre el terreno, elaboración inmediata en su diario y revisión para publica el testo», primero como artículo o conferencia y luego como ensayo o libro. «Me alegra que haya búhos –escribe el 18 de noviembre de 1851–. Representan muy bien los pensamientos inhóspitos, crepusculares, insatisfechos que ahora tengo. Dejémoslos ulular como idiotas y maníacos. Ese sonido sugiere sutilmente la infinita amplitud de la naturaleza y el hecho de que hay un mundo distinto en el que viven los búhos. Y aun así, qué difícil es verlos, incluso cuando se muestran más ruidosos (...)» Como se puede apreciar, si el libro se lee cronológicamente, «Thoreau evoluciona desde una observación subjetiva de las cosas hacia una visión más científica», aunque detrás siempre pervive su amor hacia la vida silvestre «casi hasta un cierto misticismo», como dicen sus editores. Y así es si se tiene en cuenta este fragmento de abril de 1852, que describe el vuelo de las garzas: «He asustado a tres garzas azules en la laguna que hay muy cerca de aquí. Ha sido todo un espectáculo ver cómo han levantado el vuelo. Eran tan lentas y majestuosas, y tan ágiles y tan esbeltas, y hacían un movimiento ondulante que iba de la cabeza has-
l 23 de noviembre de 1974 el cineasta Werner Herzog salía muy pronto de su casa de Múnich: «Cogí una chaqueta, una brújula y una bolsa de lona con lo imprescindible. Mis botas eran tan sólidas y nuevas que confiaba en ellas. Tomé el camino más directo a París». Durante tres semanas caminará guiado por la brújula, salpicado de barro, muerto de frío, con los pies en perpetua queja. Alcanzará París con una libreta repleta de anotaciones que luego formalizará en un libro esencial: ‘Del caminar sobre hielo’, reeditado por la editorial Gallo Nero en una traducción de Paula Agui-
los tuétanos» que él se consideraba: «Ayer noche nevó, aunque era más bien aguanieve así que ahora el suelo está ve, todo cubierto de color blanco. ¿A dónde se habrá ido el a azulejo cuyo trino me llegab como una onda azulada ba a arrastrada por el aire?»
Siempre Buzzati S
ta las patas, y también sus grandes alas ondulaban en dos direcciones mientras ellas miraban con cautela a su alrededor. Y se han ido elevando con ese mismo movimiento grácil y ondulante, como si solo así pudieran ponerse en camino, mientras las dos patas les colgaban muy por detrás, en paralelo, como si fuesen un residuo terrestre que debieran dejar atrás». Pero de nuevo aparecen los que reflejan su estado de ánimo: «Todos estos pájaros migratorios traen mensajes que se refieren a mi vida. No sé coger los frutos en sazón. Amo a las aves y a las bestias porque se toman tan en serio como los seres mitológicos. Sé que el gorrión trina y revolotea y canta en armonía con el gran diseño del universo; sé que el hombre no se comunica con él y no comprende su idioma porque no forma un mismo todo con la naturaleza». Otras veces los fragmentos toman el color de un aforismo: «Las ranas son las aves de la noche». Y siempre subyace el «filósofo natural hasta
No hace falta ser un experto en aves ni un avezado naturalista para disfrutar de los escritos de Thoreau Buzzati muestra en ‘Los indómitos de la montaña’, su amor por los Dolomitas, a los que veía como seres vivos y misteriosos
D la misma manera que no De h hay que ser amante de las av aves o tenaz observador de la N Naturaleza para disfrutar con el libro de Thoreau, no hace fa falta haber escalado alguna ve vez una montaña, ni siquiera ser un excursionista aveza zado para disfrutar de ‘Los indó dómitos de la montaña’, que acaba de dar a las librerías la editorial Gallo Nero. ¿Qué tiene la prosa de Buzzati para que, escriba de lo que escriba, sea su lectura un auténtico disfrute? Una vez que se ha entrado en relación con el sello Buzzati su estilo inconfundible, dotado de una brillantez sin artificios, una sutil ironía y una forma precisa de adjetivar, que puede ser exhaustiva sin ser cargante, se reconoce estemos ante una novela, un ensayo o una crónica periodística. No es de extrañar que, en su etapa del ‘Corriere della Sera’, cuando un acontecimiento necesitaba de una pluma especial para una crónica relevante, el autor de ‘El desierto de los tártaros’ estaba siempre entre las primeras opciones, ya fuera un trágico suceso o las hazañas de un deportista famoso el asunto a cubrir. Buzzati era un enamorado de los Dolomitas, como se puede rastrear en muchas de sus obras y los escritos que reúne este libro lo subrayan de forma especial. La cadena alpina es protagonista, junto con algunos de los montañeros que hicieron historia en ella. Dividido en capítulos como ‘Hombres’, ‘Hazañas’, ‘K2’ o ‘Cimas’, el lector tiene noticias de personajes como Tita Piaz o Attilio Tissi, da igual que sus gestas deportivas hayan prescrito o que sus nombres sean completamente desconocidos para él, porque, como si fueran personajes inventados en un relato de aventuras, tendrán su complicidad desde el primer momento. Este es el mérito de Buzzati. Y el último capítulo contiene relatos. Buzzati, liberado el corsé de ‘lo real’, muestra su mejor faz: la de quien mira a las montañas como a un ser vivo y misterioso, dotado de poderes que escapan al entendimiento humano. Un libro delicioso, como todos lo de su autor.
riano Azpurua que mantiene el frenesí de la prosa viajera. Werner Herzog realizó el viaje impelido por una idea extraña, una suerte de sacrificio o penitencia pagana por la que esperaba obtener el don que más deseaba como cineasta: la curación de Lotte Eisner, la ‘Eisnerin’, una historiadora del cine que había apoyado como nadie a los jóvenes del ‘Nuevo cine alemán’, y que acababa de ser hospitalizada en París. Así que sin pensarlo poco o mucho sale de su casa repitiendo: «La Eisnerin no puede morir, no morirá, no lo permitiré. No morirá, no lo hará. Ahora no, no puede. No, no morirá ahora porque no mori-
Un inuit cubre la entrada de un iglú que ha construido. :: STEPHAN SAVOIA-AP
La mirada distinta Joaquín Araújo publica ‘El placer de contemplar’, un libro pensado para leer despacio, releer con tranquilidad y revisar cada poco tiempo
J
oaquín Araújo es algo así como la naturaleza en versión bípeda. Ecologista, naturalista, ornitólogo, agricultor, ganadero, escritor, ‘oenegeísta’ (pertenece a 34 ONG’s), poseedor de innumerables premios y reconocimientos. Su
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Libros de lo extremo y lo diverso rá. Mi paso es firme». Un impulso que le convierte poco a poco en un vagabundo, un extraño que atemoriza a aquellos con los que se cruza. El invierno llega anticipadamente y descarga sobre su cuerpo nieve, agua, granizo; niebla y humedad. Duerme en casas desocupadas en las que fuerza la cerradura, en pajares, en capillas. Su cuerpo maltratado y de piel entumecida se va mimetizando con la naturaleza siempre hostil: «A través de
un bosque, un bosque silencioso con hojas de trébol en el suelo empapado de nieve. Mientras cagaba, una liebre ha pasado a poca distancia de mí y no me ha visto. Alcohol en el muslo izquierdo, que a cada paso me duele de la ingle para
sola presencia ayuda a entender el mundo que nos rodea, pues dota a todo lo que le circunda de una especial paz y armonía. Conocer el mundo con él es ser consciente de que junto a uno existe una vida compleja, infinita, versátil, de la que los profanos nunca nos percatamos. Y, cuando lo hacemos, es en una ínfima parte. Conocedor de esta cualidad de su personalidad, Araújo pare de vez en cuando libros que se han de leer y releer, porque descubren esa naturaleza de una manera muy distinta. Dice el autor de él mismo, que es feliz cuando puede mirar. Que si
por él fuera, invertiría los minutos de su tiempo en mirar lo que le rodea: en el bosque, en el río, en la campiña o en el páramo. Donde sea, pero que pueda mirar rodeado del silencio tan especial que provocan los ruidos de la naturaleza. Y de esos sonidos, de esa quietud, brotan directamente las reflexiones de ‘El placer de contemplar’, ‘ publicado por ediciones Carena y prologado por Jorge Riechman. «Mis fuentes son las fuentes», reza a modo de conclusión la última página del libro, que se abre con una frase del zamorano Claudio Rodríguez: «El soñar
JORGE PRAGA
abajo. ¿Por qué es tan doloroso caminar?». En la crónica no hay lugar para la armonía con el paisaje o el descubrimiento de lazos humanos. Los días, uno tras otro, son ásperos y encabritados, consumidos en el esfuerzo de avanzar y avanzar sin apenas dulzura ni belleza. Su cabeza va dispersándose en imaginaciones que están a punto del delirio. «De pura soledad, mi voz no quería sonar y solo he podido proferir soni-
ELOY A DE LA PISA
...Que pueda mirar rodeado del silencio tan especial que provocan los ruidos de la naturaleza
dos agudos, no he encontrado el momento adecuado para hablar y me he avergonzado». Al fin del camino, París: «Estaba avergonzado y he puesto mis pobres piernas sobre una segunda butaca que ella me ha acercado». Ella es la enferma, Lotte Eisner, conmovida hasta la curación. Vivió todavía nueve años más, hasta los ochenta y siete. Lope de Aguirre ante la cólera de Dios, Kaspar Hauser niño salvaje para siempre, Fitzcarraldo llevando la ópera al corazón de la Amazonía. Ya sabemos dónde se inspiró Herzog para modelar a sus protagonistas en combate con la naturaleza inhumana, culminados con el Tymothy Treadwell de ‘Grizzly Man’, el documental sobre el amante de los osos que termina siendo devorado cámara en mano por uno de sus preferidos. Es un buen contrapunto a ‘Mis años grizzly’, de Doug Peacock, otro empen cinado observador de osos con más suerte o prudencia que el desafortunado Tymothy. Posiblemente su paso por Viet-nam, entreverado en la narra-ción, le afiló la supervivencia.. El libro de Peacock inauguraa la colección Libros Salvajes dee Errata Naturae, acogida al lemaa «Todo lo bueno es libre y sal-vaje» de Henry David Thoreau.. Nada que ver con Herzogg este lema, pero al menos suss últimas palabras, libre y salva-je, pueden conectar con el te-rritorio que explora el filóso-fo Michel Onfray en ‘Estéticaa del Polo Norte’. Al igual que en Herzog, un mandato interior está en el arranque de su viaje. Su padre, nacido en Chambois, Normandía, nunca había salido de su pueblo. Onfray recuerda la pregunta que le hizo en su infancia mientras le ayudaba a sacar patatas: «¿Dónde querrías ir si un genio te ofreciese un viaje?» «Al Polo Norte», respon-
es sencillo, pero no el contemplar». Y entre ambas se despliega el universo que laa una abre y la otra cierra. o Araújo conforma un libro de bellas reflexiones, de su-tiles mensajes, de delicadass n señales, que vertebra con s. pensamientos manuscritos. s’ Porque el ‘homo ecologitus’ u que es viaja siempre con su as estuche repleto de plumillas n y de tinta. Y en cada ocasión z, que puede, les saca a la luz, n para que respiren y plasmen en cualquier lugar apto para ello una idea o un dibujo. De esos momentos perdidos –y de su espartana disciplina que
dió el padre. En su ochenta cumpleaños vuelve sobre aquel deseo, y como regalo los dos se marchan más arriba del Círculo Polar, a Tierra de Baffin, en el noroeste de Canadá. En las semanas que pasan allí experimentan sensaciones únicas sobre una naturaleza extrema de espacios infinitos sumergidos en una temperatura muy por debajo de lo soportable. El frío «transforma el cuerpo en herida», y la percepción pierde sus confines: «En este mundo sin voces humanas, sin presencias
civilizadas, sin signos culturales, los animales ayudan a encuadrar el paisaje en su materialidad genealógica». Para poner los pies en el suelo, para entender y organizar el entendimiento, solo cabe el acercamiento a sus pobladores, los inuit. Onfray traslada a su elegante prosa el choque tremendo ante una cultura que vivió durante milenios ajena a la agricultura y a la ganadería, sin días ni noches, sin escritura ni contacto con otras civilizaciones. Una cultura que desde mediados del siglo pasado es penetrada por los intereses occidentales, y se ve forzada a abandonar su vida nómada de iglús, arpones, perros, trineos, caza y pesca libre, chamanes, mitología: su identidad. En el Gran Norte que recibe a Onfray los inuit están cerca de ser unos desherredados similares a los indios d Norteamérica, encerrados de een poblados artificiales dond las drogas, el alcohol y la de a aculturación los devoran. Onf fray tiene la suerte de conviv con un testigo del pasado, vir A Atata Pauloosie, que a sus 74 a años tiene en la cabeza las narr rraciones genésicas de la mito tología inuit, y aun atesora el so sortilegio con el que llamar al ‘n ‘nanuq’ en la noche y que el o blanco se deje ver. «Pauoso loosie y mi padre, aun siendo personas silenciosas, taciturnas, no pararon de comunicarse en silencio durante nuestra estancia polar». En el campamento de las primeras noches, «en el ambiente del comienzo de la humanidad», el anciano inuit reconoce a otro anciano, de mayor edad que él, y en un gesto que sobrevuela culturas, se ausenta y vuelve del fin del mundo con el presente más precioso, una silla. «Aun se me encoge el pecho al recordarlo», rubrica Michel Onfray. Sobre una naturaleza infinitamente más hostil y extranjera que la que atravesaba Herzog, la mirada del filósofo logra construir puentes de curiosidad y acercamiento, puentes de dignidad sobre pilares humanos.
lle hace amanecer a las seis de lla mañana sea cual sea la esttación del año–, obtiene Araújjo imágenes impresionantes, ttrazos desplegados en el aire. ««En las aguas viven disueltos llos colores de todos los ojos q que las han mirado». «Pájaro, ttodo luz que canta dentro del ssilencio roto». ‘El placer de contemplar’ h ha de leerse al aire libre, necesariamente. Y sin prisa. No son páginas para devorar, lo son para degustar. Y las palabras que alimentan el espíritu han de ser, obligatoriamente, deglutidas con parsimonia para poder ser aprovechadas.
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Variante de la mosca
Y
si ocurriera eso, que de todas las moscas que nos acompañan con frecuencia impertinente en escenas y trances de nuestra vida hubiera una, solo una, nada más una, que fuese siempre la misma? Una mosca que nos vigila hasta el final, que va tomando nota de todos nuestros actos, que sabe lo que hacemos en secreto, más allá de los códigos del mundo, y por qué lo hacemos. ¿Se lo imaginan? Una mosca para cada cual: el animal testigo de nuestra existencia. Nosotros la espantamos distraídamente con aspavientos y molinetes manuales para poder seguir leyendo, para acabar de escribir esa carta llena de decisiones importantes, para parchear ese aparato que no termina de funcionar bien… Y allá está la mosca, nuestra mosca, que se inmiscuye y se aleja en su molesta seriedad, desaparece –pero no– de nuestros alrededores moviéndose acá o allá como una pieza clave que hiciese variar el tablero de ajedrez que es nuestra vida. Quién sabe cómo permanece alerta, de guardia en un armario, entre las ropas del destiempo y soportando el agravio de la naftalina; o salta desde el más oscuro ángulo del salón y se cuela de matute en una maleta justamente antes
de emprender un viaje, y cruza aduanas y sortea fronteras en su escondrijo para seguirnos allá donde vayamos. Y de pronto, plaf, aparece, planea sobre los chorros cremosos de un pastel o se deja caer sigilosamente sobre un hombro mientras damos la conferencia –qué latazo, pobre mosca– o, muda y enredada en el muñón de los calcetines del revuelto cajón abierto, contempla cómo dos cuerpos se acompasan con extraña metodología biológica en la penumbra de una habitación. Ella lo ve todo. Ella lo sabe todo. Ah, si hablara. La mosca. Nuestra mosca asignada. ¿Y si fuese, entonces, así?
CEREZAS EN EL ESCONDITE TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO
Cada cual rehén de una mosca. Versión entomológica del ángel de la guarda, nada de grandes alas espumosas y túnica talar incandescente sino esto otro: alas sucias, patas de asa de alambre, ojos inesperados y monstruosos, trompa que bufa y hoza. Un emblema atroz de la perseverancia. Allá donde hayamos de ir, en los más escondidos gabinetes de nuestra existencia, ella, la mosca, dando fe de nosotros. No a ayudarnos en la vicisitud sino a grabar nuestra existencia con denuedo empecinado. Todo lo nuestro ahí, en la mínima corpulencia de un ser inadvertido que conoce a qué sabe nuestra grasa y a qué saben nuestros sueños. A qué huelen las lociones matinales con las que nos hisopamos las solapas y cómo truenan las últimas gárgaras de cada día, que hacemos para creer que pasaremos la noche libres de todo lo inaceptable que, sin advertirlo, hemos segregado. Augusto Monterroso imaginó escribir una antología universal de las moscas. «Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas (…) Traten otros los dos primeros». Así comienza ‘Movimiento perpetuo’, ese libro que es una cesta donde, en culto alegre a la indiscriminación, cabe todo lo que la osadía literaria
del escritor guatemalteco puede proponer sobre las moscas, seres vengadores y estrictos vigilantes de nuestra existencia. De él tomo esa posibilidad de concebir el mito del ángel tutelar bajo la especie de una mosca. De una única mosca intransferible, fiel y llena de tozudez celeste. A otros animales se les han encomendado funciones simbólicas para hacer suponer que cuando nos acercamos a ellos, en realidad buscamos estar junto a fuerzas mayores que pueden ayudarnos. Qué prestigio universal el del tigre, la paloma, el toro, la abeja…, animales que ocupan tronos en la mitología ancestral de los bestiarios y acaban por hacer de la existencia humana una granja simbólica. Pero ¿y la mosca? En el libro aludido, Monterroso da vueltas una y otra vez –él en sí mismo es ya una mosca de comportamiento monográfico, sí– en torno a las apariciones literarias de este insecto que nos ha acompañado en los libros desde siempre aunque de esa manera lateral y poco considerada, réplica de su existencia; nada parecido, desde luego, al brillo de la abeja laboriosa, que se ha querido asemejar desde los tiempos del desvergonzado y faltón Semónides a la actitud embebida, ordenada y labo-
Allá donde hayamos de ir, en los más escondidos gabinetes de nuestra existencia, ella, la mosca, dando fe de nosotros Augusto Monterroso imaginó escribir una antología universal de las moscas riosa de la mujer, lo que solo demuestra el miedo a la hybris femenina que los hombres, aterrados, tenemos ahí secularmente encerrado. ¿Y si las mujeres se desmandaran? ¿Y si dejaran salir el poderoso potencial que tienen de vincularse plenamente con la vida? Esa posibilidad nos desazona secretamente. Y entonces preferimos hablar de la hormiga y a la abeja, esas versiones prestigiosas de la mosca. Pero a mí no me convence. Me cansan las abejas, su espíritu hacendoso y lleno de disciplina ciega, sin el saludable desorden de sus primas menores, nuestras moscas alegres e improductivas, verdaderos haraganes de la historia que
:: FRANK KORTE/GUENTER KAMLAGE-EFE
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ya están –vuelvo a beber aquí en las aguas revueltas de Monterroso– en Aristóteles, en Aristófanes, en Sartre, en Golding, en Antonio Machado, en Canetti, en Borges… El poeta Ezequías Blanco resumía así en el poema final de su primer libro, ‘Limitación del vuelo’, el sentido confuso y misterioso de la vida humana: «Una mosca en laberinto de espejos…». Ahora comprendemos también su concurso en esos dichos populares, de todos conocidos: en boca cerrada, no entran moscas; qué mosca le habrá picado; no se oyó ni una mosca; ando con la mosca detrás de la oreja; no iré a ese lugar por si las moscas… Están ahí con nosotros, en el lenguaje, desde siempre. Ellas saben quién de todos nosotros somos su socio. Una de ellas dura lo que dura nuestra vida. Termina a la vez que nosotros. Si pudiera expresarse, contaría de cada cual hechos abominables y versiones de lo atroz que todos hemos emprendido alguna vez porque creíamos que estábamos de espaldas al mundo. Que nadie nos estaba viendo. Pero no. Estaba esa mosca. Precisamente ‘esa’. Ay, si ella hablara… Tal vez algún día lo haga. Y entre todas cuenten la historia llena de consternación de la Humanidad.
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La carne de las palabras L
e doy vueltas al presente; no al que conforma la actualidad, sino al puro presente que se nos escurre de las manos, y leo estas frases de Bernard Noël: «Pintar es un acto que se realiza y pasa, pero sin fijar de él más que el presente. Un presente que se opone a la irreversibilidad del tiempo. Mirar es un acto que, siempre, sucede en presente. Pintar y mirar recortan lo inmutable en un perpetuo arrebato» –son unas líneas del ‘Diario de la mirada’–. Me quedo pensando en la última frase; parece retórica, excesiva al lado de la evidencia anterior, pero luego me doy cuenta de que mi extrañeza se debe a un modo de nombrar inesperado: «lo inmutable» sería el tiempo, aquello que estimamos lo más mutable; ¿y el «perpetuo arrebato»?, ¿una forma de estar?, ¿la energía necesaria para imponerle al tiempo la conciencia de un presente?, ¿para separar en él algo que se singulariza, se hace propio de quien pinta o mira? Vuelvo así a preguntarme por ese corte del tiempo que juzgamos tan conocido, aquí mismo, al alcance de la mano; recuerdo que ya lo hice en esta página a propósito del curso de Roland Barthes sobre el haiku. Y, como entonces, la pregunta sería más bien por la posibilidad de escribir el presente, y no este presente de hoy, como digo, no la actualidad, sino una experiencia temporal que fluya con el mismo compás de la vida. Bernard Noël empieza cada uno de los poemas de ‘El jardín de tinta’ (libro inacabado, quizá por su propia naturaleza; pero ya con versiones en castellano del trabajo en proceso) diciendo: «y ahora», así en minúsculas, ‘et maintenant’. Este ‘ahora’, inevitable y débil, es el presente sometido a todas las presiones –«el ya no es tan sospechoso como el aún no»–. Resulta ser un sedimento de todo lo previo que ha llegado hasta aquí: experiencias ya tenidas, huellas de anteriores pisadas, palabras dichas. Resulta un ancla que se arroja como último recurso para fijar algo que no cesa de irse. Una puerta cerrada ante la inexistencia de un futuro –tan asumida que el
‘no future’, el lema punk– parece clásico. Quitando capas de pensamiento y memoria, escamas de frustraciones y edad, músicas de esperanza (pero todo esto nunca se podría quitar, diría Kafka), lo que quedaría del ‘ahora’ sería un fluir ajeno a todo, reacio a medida y periodización, hostil a relato, irresistible tentación para el nombrar de los poetas. No en vano toda poética se constituye en torno a las imposibilidades que ha sido capaz de reconocer. Así, el modo en que Noël se debate con el ‘ahora’: «pero ahora ya no hay suficiente presente para ver / cómo se transparenta la nada que germina bajo los actos». Todo consiste en probar, en seguir probando pese a la imposibilidad: «como si alguna revelación pudiese surgir al límite de la insistencia», «como si bastara con poner
una palabra y luego otra / para construir por fin el punto de vista que cruce sobre el horizonte». Con una capacidad extrema de insistir, e insólito poder autocrítico, abierto a una búsqueda continua, las seis décadas de escritura de Bernard Noël (1930) ofrecen una obra cuyas dimensiones son infrecuentes en la literatura actual. Poeta alto en su exigencia, autor de ensayos de reflexión estética, de análisis de la percepción, de crítica antropológica y social, comprometido siempre en una política del deseo revolucionario, no ha dejado de explorar las vías que permean los géneros literarios, como lo prueba su libro más reciente, ‘La comedia íntima’, donde reúne una colección de ‘monólogos’ crecidos a partir de los pronombres personales (en cada monólogo, cada frase empieza siempre por el
El escritor Bernard Nöel. :: EL NORTE
mismo pronombre; por otro pronombre, en el siguiente monólogo, etc.), encrucijada entre lo narrativo y lo reflexivo, mundos de lengua puestos en movimiento. ¿Hay un espacio europeo de la poesía? Se diría que no, pues, de haberlo, figuras como la de Bernard Noël serían patrimonio común, un camino para los pasos de todos; la docena de traducciones de sus libros al castellano, dispersa entre España, Argentina, México y Chile, abre al menos la vía de la lectura. Junto al desafío de la escritura del ‘ahora’, las páginas ejemplares de ‘El jardín de tinta’ –aparte de la dureza de su posición política, de su oscuridad y su tenacidad existenciales– abordan al menos otras dos ‘imposibilidades’. La primera apunta a la forma poética. «El problema de la poesía más o menos insoluble desde hace un siglo –se lee en ‘El espacio del poema’, un volumen de conversaciones–, es que solo puede ser informal. Y que no desea ser informal. Nos fastidia que sea informal, es como la ausencia de Dios». Mientras las narraciones y ensayos de Noël agrietan las convenciones, sus versos gustan de tantear alguna clase de pauta que restañe esa nostalgia; pocas veces con el riesgo de ‘El jardín de tinta’, poemas de 17 versos de 17 sílabas, donde una fórmula métrica alcanza qui-
TIENDA DE FIELTRO MIGUEL CASADO
‘El jardín de tinta’ aborda el desafío de la escritura del ‘ahora’, el de la forma poética y el de la encarnación de la palabra
zá sus límites con la prosa sin perder el aliento de un ritmo insoslayable. La segunda ‘imposibilidad’ parece resumida en unas frases de Jacques Rancière que tratan de caracterizar a la poesía moderna en general, en su libro ‘La carne de las palabras’: «la literatura no vive sino de la separación de la palabra respecto a cualquier cuerpo que encarnaría su potencia; no vive sino de frustrar la encarnación que vuelve a activar incesantemente». Quizá fue Bernard Noël, con ‘Extractos del cuerpo’ (1958), quien introdujo el ‘cuerpo’ en la poesía francesa, que llegó a hacer de él uno de sus tópicos; también fue Noël quien definió el «espacio mental» como un depósito de lo visto, equivalente de los pulmones para la otra ‘respiración’ que sería la vista, pero adonde no llegaban ya las cosas sino solo su representación, consumando la fractura en el acceso al mundo. En ‘El jardín de tinta’ regresa a esta imposibilidad última, con algo de implacable balance –«se ha hablado tanto del cuerpo que no le queda la mínima carne»–, aunque con ese punto de obstinación que define, en efecto, a la poesía: «un tiempo en que cada frase es pervertida para que se pudra en la cabeza / el lugar donde vocales y consonantes se reúnen para el acto de pensar / convocando entre saliva y dientes huecos la voluntad de resistir».
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Sábado 19.03.16 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
Luis García Montero ‘Las flores del mal’
JESÚS MARCHAMALO
Baudelaire
«Es un libro con el que cobré conciencia de lo que podía significar una literatura contemporánea y moderna. Lo leí de joven y creo que está presente todavía en mi manera de entender la ciudad».
H
abía un libro, en su casa de infancia, en Granada, que todavía conserva. Un gastado ejemplar de tela roja, un poco ya apagada por el uso, como un viejo mantel, cubiertas fatigadas y el papel de un delator color amarronado. Es uno de esos libros que no presta, y que no se arriesgaría a extraviar –en la calle, en una cafetería, en un autobús– sacándolo de casa. Se titula ‘Las mil mejores poesías de la lengua castellana’, una edición de Bergua de 1952, que le trae el recuerdo de su padre leyendo para él las mañanas de domingo, en voz alta –pausas y matices de entonación, como un rapsoda–, a alguno de sus poetas favoritos: Espronceda, Zorrilla o Campoamor: «Habiéndome robado el albedrío / un amor tan infausto como mío, / ya recobrada la quietud y el seso, / volvía de París en tren expreso». Son versos que todavía se sabe de memoria, a veces tropezando unos con otros, y que recuerda ahora, imitando la voz grave de su padre, algo teatral, sonora y reluciente. Cuando en 2012 publicó ‘Una forma de resistencia’, un recorrido emocional, evocador, por ese mundo de objetos de los que nos rodeamos y que, de algún modo, explican quiénes somos, Luis García Montero (Granada, 1958) incluyó entre relojes, gafas, una pluma que le regalaron, un paquete de tabaco, unas sandalias, ese libro de tapas rojas que se llevó con él cuando dejó la casa de sus padres. Una casa donde había empezado a leer. Su padre, militar, gran lector, poeta vocacional, fue haciendo una buena biblioteca a la que llegaban con periodicidad los tomos de Aguilar a los que se había ido suscribiendo –Galdós o Calderón– encuadernados en piel marrón o roja, papel biblia, crujiente, y un peculiar, dulzón, olor a tinta. Allí se encontró un día la edición del año 54 de las obras completas de Lorca y todavía recuerda el estremecimiento de aquellos versos –la carne de gallina, escalofrío–, que sonaban, tintineantes como monedas: Asomo la cabeza por mi ventana y veo cómo quiere contarla la
EL ESCRITOR EN SU BIBLIOTECA
‘Habitaciones separadas’
Luis García Montero Visor
Una curiosa señal, en medio de las librerías. :: J. M. cuchilla del viento. «Lorca fue, sí, un deslumbramiento, y los primeros poemas que escribí, y que guarda mi madre en una carpeta, están llenos de jinetes, guitarras, y de lunas que caen en una fuente».
El regalo de sus cincuenta años Aquel joven, que tenía tal vez catorce o quince años, había comenzado a recorrer los paisajes lorquianos, con la devoción de quien transita lugares sagrados, y a visitar La Huerta de San Vicente, la casa donde pasaba la familia García Lorca los veranos, y donde entonces, cerrada, vivía una pareja de guardeses, María y Evaristo, de los que se hizo amigo y que le dejaban entrar. «Había leído el libro de Gibson sobre el asesinato de Lorca y la represión durante y después de la Guerra Civil, y no podía evitar pensar en aquel muchacho que había nacido también en Granada, como yo, que era poeta, como yo quería ser, y que vivió, como yo, en esa ciudad borrada en 1936, que era la ciudad en la que yo habría querido vivir». La casa estaba todavía tal y como la había dejado la familia, y recuerda la emoción de pasear por el jardín, solo, o al visitar el dormitorio, en la primera planta, donde estaba la cama, pequeña, y el escritorio de madera junto a un dibujo de Alberti y el conocido cartel de La Barraca. Y abajo, en uno de los salones, una parte de la edición de ‘Impresiones y paisajes’, el primer libro que publicó Lorca, con apenas veinte años, a expensas de su padre, y que únicamente se distribuyó en alguna que otra
librería y entre amigos. «Años más tarde escribí esa historia de mis visitas a la casa, y cuando cumplí cincuenta años mis amigos Andrés Soria y Laura García Lorca me regalaron un ejemplar». Ese libro de Lorca, cubiertas ilustradas por Ismael de la Serna, está ahora en su biblioteca, en la parte, extensa, que ocupa la poesía, ordenada por épocas y autores, y por tanto al lado, o cerca, de Cernuda, Altolaguirre, Prado, Alberti… «Tengo dos bibliotecas, una en Granada, más profesional, con las primeras ediciones de mis libros, textos sobre historia de la literatura, filología y textos para clase, y esta otra, en Madrid, donde, por resumir, hay poesía, de algún modo bajo mi tutela, y novela, que depende más de Almudena». Así, lo que empezó siendo dos bibliotecas separadas –la de Almudena Grandes, su mujer, y la suya– se ha ido con el paso de los años mez-
«Creo que este es el libro –se publicó en 1994– en el que reconozco por primera vez mi voz poética, el libro en el que encontré el tono con el que me identifico todavía».
‘Los santos inocentes’ Miguel Delibes Destino
«Quedé tan impresionado con este libro que cuando volví a leerlo años más tarde, para preparar mis clases, lo hice con cierto temor. Pero volvió a emocionarme y a conmoverme. Un libro se relee con la alegría de que mejora la primera lectura».
Un rincón de paso en su biblioteca. :: J. M.
clando, diluyendo una en otra, como afluentes: las novelas que eran de Luis han terminado entre las de Almudena, y los libros de poesía de Almudena andan hoy entre los de Luis, confundidos unos y otros, repetidos a veces, y es complicado ya saber de quién eran originariamente de no ser por alguna marca sutil, un subrayado, una fecha o un nombre en la portada. Porque aunque tiene exlibris, con el sello y el tampón preparado, regalo de su hija Elisa, no se acuerda nunca de utilizarlo. Pero también la otra biblioteca de Granada se va mezclando sutilmente con ésta:
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«¿Qué libro quieres ver?»
libros que vienen aquí, provisionalmente, y se acaban quedando, y otros que viajan a Granada, de visita, y terminan viviendo allí para siempre, un cierto caos de idas y venidas en el que prevalece la incómoda certeza de que hay libros que, invariablemente, están en otro sitio.
Un inesperado escalofrío Me habla también de otro libro que leyó en los años setenta, frente al mar, ‘Sermones y moradas’, de Rafael Alberti, del que guarda no sólo el recuerdo, fascinado, de la lectura, las palabras fragantes
y armoniosas, adjetivos y adverbios, sino también del lugar en el que lo leyó, la playa de Almuñécar, el sol, el mar, la bruma. «Los libros guardan memoria de las cosas, de modo que de aquellos que te marcan recuerdas no sólo la lectura, sino también el sitio donde estabas, incluso la sensación física al leerlo, o cuando los consigues; recuerdo, por ejemplo, que cuando Almudena me regaló la primera edición de ‘Campos de Castilla’, de Machado, abrí el paquete y, al verlo, literalmente me puse a temblar». Porque tiene también García Montero un antiguo afán,
Luis García Montero, entre sus libros. A la derecha, dos ejemplares de su admirado Lorca y una montonera en uno de los rincones de su biblioteca. :: JESÚS MARCHAMALO
un vicio –dice– fetichista por el coleccionismo: libros raros, curiosos, o ejemplares firmados por aquellos autores inspiradores –Neruda, Borges, Machado– de quienes busca primeras ediciones, o libros dedicados que le llevan a menudo a almacenes y sótanos, trastiendas, ferias y librerías de viejo, en México, Florida, Buenos Aires… Lugares en los
que pasa horas y horas rebuscando libros o revistas: ‘Síntesis’, ‘Hora de España’, ‘Revista de Occidente’ o ‘Realidad’, la publicación que impulsó su amigo Francisco Ayala en su exilio argentino, y que ha conseguido, al cabo de los años, completar. En los estantes, encajados como piezas de un tetris colorista, libros, muchos, de sus amigos: Ángel González, Felipe Benítez Reyes, Joan Margarit, Carlos Marzal o Jaime Gil de Biedma, rodeados de figuras de pensadores que busca por los sitios por los que viaja, o le regalan, y ese libro al que tiene un especial apego,
‘Marinero en tierra’, de Rafael Alberti, publicado en Biblioteca Nueva. «Cuando terminé la carrera, empecé una tesis sobre el teatro medieval, pero no conseguía avanzar, así que cambié el tema y la hice sobre la época vanguardista de Alberti, de quien acabé siendo muy amigo». En 1925, un joven, seductor, repeinado Rafael Alberti recibió el Premio Nacional por ese libro en el que, en su ejemplar, pegó el voto de Machado que había formado parte del jurado. Más tarde se lo regaló, con un dibujo, a María Teresa León, quien lo convirtió en un álbum familiar: fo-
tos, recuerdos, notas en los márgenes o páginas en blanco. Cuando salió de España camino del exilio, ése fue el único libro que se llevó con ella y que ahora me muestra con unción, con reverencia casi, mientras me habla de cómo entiende los libros, la literatura, como una herencia a la que uno, modestamente, contribuye, y de las bibliotecas como identidad. Y me habla, también, de Pepe Esteban y esa frase suya: «En una biblioteca que se precie, no se enseñan los libros, sino que uno dice lo que quiere ver». «¿Qué libro quieres ver?», me pregunta.
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DEL CIPRÉS
El amigo del señor Bresson 4 de marzo
Corría el otoño de 1979 y yo amaba el cine. Era ya un buen cachorro de cinéfilo y, como tal, mitómano. Por aquella época, tenía un interés desmesurado por el cine de Robert Bresson (1901-1999), la mayoría de cuyas películas había visto en una especie de trance, por lo inauditas y alejadas del cine convencional que eran. Y aún lo son, porque hoy, películas como ‘Las damas del Bois de Bologne’, ‘Pickpocket’, ‘Un condenado a muerte se ha escapado’, ‘Au hazard Balthasar’, ‘Mouchette’ o ‘El diablo probablemente’ siguen estando vigentes, aunque en una vía de la historia del cine por la que tan solo transita un único tren llamado Robert Bresson. Se definía como un ‘organizador’ de cine, término que él prefería al de ‘director’, y hoy ya es un clásico de extremada originalidad. Hacía un cine que existe por sí mismo y se justifica con la sola fuerza de la cámara que lo crea. Ni siquiera tiene que ver con la mirada, sino solo con la mirada en tanto cámara, en tanto registro que transforma la realidad que absorbe sin traducirla a ninguna equivalencia, únicamente cambiándole de sustancia, relatándola mediante un código nuevo, que Bresson, humilde pero orgulloso, llamaba ‘cinematógrafo’. En 1975 escribió unas crípticas ‘Notas sobre el cinematógrafo’ (publicadas en España por Árdora en 1997), que yo leí con devoción y en las que decía cosas como esta: «Novedad no es ni originalidad ni modernidad», o «El ‘cine’ bebe de un fondo común. El ‘cinematógrafo’, en cambio, realiza un viaje de descubrimiento por un planeta desconocido». En septiembre de 1979, con un amigo, hice mi particular ‘viaje de descubrimiento’ al planeta Robert Bresson, en París. Y lo vi. Fue casi a mediodía. No recuerdo ahora por qué medios había conseguido su dirección en el Quai de Bourbon, en la Île de Saint-Louis, junto a Notre Dame. No compartía entonces, ni comparto ahora, su universo religioso y jansenista, pero su cine me cautivaba; aun así, recuerdo muy bien que mi visita tenía un alto grado de osadía, porque no sabía de qué podría hablar con él, yo era un mero aprendiz de todo y él era maestro en un mundo, el del cine, que jamás sería el mío, y a lo sumo podría reiterarle hasta la saciedad que admiraba sus obras pero poco
OTRA GALAXIA ADOLFO GARCÍA ORTEGA
El director de cine Robert Bresson, durante el rodaje de una de sus películas. :: EL NORTE más. Quizá me bastara estar cara a cara con el artista y que él me mirara a los ojos. Sería para mí una especie de sanción, de aventura o de trofeo. Sigo sin saberlo. El caso es que me presenté con mi amigo en el portal de su casa. Sorprendentemente estaba abierto. Subimos por la escalera hasta el segundo piso, creo. Ni rastro de ninguna portera. Pero ni rastro tampoco de Bresson. Llamé al timbre infructuosamente una docena de veces.
Al término de mi enésimo timbrazo mi amigo me dijo que, por mucho que yo me resistiera, parecía obvio que no estaba en casa. Me hizo una foto en el descansillo, para rememorar aquel momento, y salimos de nuevo a la calle, por la que pululaban los turistas. De pronto, como si los dioses quisieran ser benévolos conmigo, vi a una figura idéntica a Bresson, alta, con el mismo pelo casi blanquecino saliéndole de un sombrero de ala
ancha negro. Entraba en una panadería de la acera de enfrente. Hasta allí fuimos, mi amigo y yo, y esperamos en la puerta de la panadería a que saliera para abordarlo. Recuerdo, sobre todo, mi nerviosismo, mi expectación y mi mente absolutamente en blanco. ¿Qué le diría al verlo? ¿Por dónde empezaría? La última película suya que yo había visto era ‘Lancelot du Lac’ y tenía presente las escenas de las batallas tumultuosas de las que
solo se veían las patas de los caballos en el barro. Podía empezar por ahí, por decirle que admiraba su versión del mundo artúrico, su extravagancia de las patas de los caballos para mostrar una batalla sangrienta. En ese instante la figura con apariencia de Robert Bresson salió de la panadería y me dirigí a él. Recuerdo que le toqué en el brazo y él se detuvo. Me miró con un gesto un tanto hostil, a la defensiva. Pero enseguida cambió su antipa-
tía por una condescendiente cordialidad cuando le pregunté si él era el señor Bresson. Yo sabía perfectamente que lo era, su apariencia era la misma de las fotos, estaba, además, en su misma calle, no cabía duda de que ‘allí’ solo podía ser él. Entonces, amablemente, Robert Bresson me preguntó: «¿Es usted español?». «Sí», contesté, ignorando si esa afirmación tendría alguna consecuencia. Ante mi respuesta, pareció recular: «No, no soy el señor Bresson. Soy un amigo suyo. El señor Bresson está rodando en el sur». Llevaba una baguette en una mano y una bolsa de plástico en la otra. Metió la baguette en la bolsa, me estrechó la mano con fuerza, mirándome a los ojos y recuerdo que me dijo: «Pero encantado de conocerle». Aquel ‘pero’ lo delató: era Bresson quitándose de encima a un joven que, seguramente, le importunaba en ese momento. Me sonrió y se marchó. La última prueba de que era él fue que entró en el portal del que mi amigo y yo habíamos salido hacía un cuarto de hora: volvía, pues, a su casa. Ahora, leyendo un libro reciente, ‘Bresson por Bresson, entrevistas (1943-1983)’ (Editorial Intermedio), creo haber dado con la clave de aquella extraña negativa. Entre las entrevistas, el editor español ha incluido una que Juan Bufill publicó en agosto de 1979, pero hecha en diciembre del 1978. En aquella ocasión, Bufill, tontamente, le dijo a Bresson que los españoles no entendíamos su cine y menos aún los críticos españoles. No sé por qué lo hizo, pero creo que eso le previno contra ese joven español que era yo, cuya inesperada irrupción quizá le hizo creer que, además, pensaba robarle la baguette. Y no habría sido mala idea, porque mi amigo y yo, en aquel viaje a París, pasamos mucha hambre.
LECTURAS
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L
a ‘Bhagavadgita’, también reconocida como ‘Canto del Bienaventurado’ o ‘Canto del Señor’, es uno de los textos literarios, de autoría anónima, más esenciales del pensamiento inspirado universal. Esta obra –no dilatada en extensión pero sí condensada en su valor– constituye una parte esencial del extenso poema ‘Mahabbarata’, formado por unos cien mil pareados, que se puede fechar –como otros textos de estas características de la Antigüedad Oriental– entre los siglos IV antes y el II después de Cristo. En esos siglos oscuros, pero a la vez diáfanos por la sabiduría que nos comunican y ricos en obras, se entrelazan libros y conocimientos; por eso, a este texto tampoco son ajenos otros como los no menos esenciales ‘Upanisads’. De hecho, uno de los primeros fragmentos de la ‘Bhagavavgita’ se abre con un texto de los ‘Upanisads’, y en torno a ese larguísimo periodo que abarca varios siglos, no son ajenos otros movimientos filosóficos como fueron los del taoísmo o el budismo. Tampoco es ajeno ese mensaje sintético de sabiduría a orígenes más remotos, como los de los ‘Vedas’ y a otro texto fragmentario de esta, la ‘Canción de la creación’. Siempre son necesarias las ediciones limpias y esenciales de estos textos iniciáticos del conocimiento humano; por eso, merece la pena destacar esta edición bilingüe que Juan Arnau, doctor en filosofía sánscrita, nos ofrece en Atalanta. Este texto que comentamos es también de referencia por esencial. Es necesario subrayar esto ¬que, también por extensión, podemos aplicar a la rica literatura india en ge-
La canción del bienaventurado Arnau pone al día la ‘Bhagavadgita’, obra básica para el conocimiento humano en profundidad
ANTONIO COLINAS
Krisna y Arjuna en Kurukshetra, (anónimo, siglo XVIII o XIX). neral. Precisamente una obra como el ‘Mahabharata’ nos sumerge en un bosque de nombres propios y de relatos, de dioses y de humanos, que no nos permite ver a veces la esencia de los mensajes intercalados. Por eso – como en lo relatos de Chuang-zu, al referirnos al taoísmo–, aquí la ‘Bhagavavgita’ se oculta como una
gema en esa maraña de aventuras y nombres del gran libro. Como ya en su día nos señalara Rodríguez Adrados en otra edición de esta obra, en ella entramos en el tema de la Épica para encontrarnos con otros dos: «los de lo Absoluto y la Salvación». Estamos, por tanto, ante una obra de innegable sentido trascendente que, sin
embargo, pasa de esa compleja Épica a un hecho anecdótico como es el del diálogo en un campo de batalla entre Arjuna el arquero y su auriga Krisna (la Divinidad). El poema presenta temas claves del pensamiento de los orígenes, como es el de la eterna dualidad: bien-mal, cuerpo-alma, guerra-paz, tranquilidad-serenidad,
amor-odio, luz-oscuridad, autocontrol (armonía)-desequilibrio. Tampoco es ajeno a lo esencial del mensaje la presencia en el texto de un concepto de amplia resonancia en la espiritualidad y en las prácticas de Extremo Oriente: el yoga. Esta tensión de situaciones contrarias se transmite, como hemos dicho, a través de hechos e imágenes. Al fondo de estas lúcidas tensiones del sutil pensar, de los límites del ser, hay un gran afán de trascendencia en la presencia y en las palabras de Krisna: «Ofréceme todas tus acciones y asienta tu mente en el Supremo (…) Lleva a cabo tu lucha desde la paz interior». La batalla, por eso, de los guerreros no es otra que la batalla de los seres humanos para alcanzar su plenitud y perfección. Algunas de estas claves y otras nos las ofrece Arnau en su preludio o prólogo a su edición y Óscar Pujol en el prefacio a este, pero seguramente lo primordial en esta obra sea su traducción del sánscrito. Ya sabemos que cualquier traducción es una delicada aventura –sobre todo si es de un texto poético–; por eso se imponía (y se ha logrado) en esta versión una especial claridad conceptual y ese mantenerse entre la literalidad y el espíritu del texto, algo prioritario a la hora de salvar un texto poético, en el que además brilla el pensamiento, no sólo el sentimiento. Así que, después de versiones como las de Barrio, en Argentina, y las de Adrados y Mascaró entre nosotros, llega esta nueva para clarificar y decantar un texto siempre lleno de irisaciones, de juego de espejos, de segundos y terceros significados. Texto que define, pero que a la vez insinúa. No hay que
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BHAGAVADGITA Versión de Juan Arnau. Atalanta. 208 págs. 21 euros.
Se ha logrado una especial claridad conceptual y ese mantenerse entre la literalidad y el espíritu del texto
olvidar que en 2014 Juan Arnau ya nos había ofrecido en Atalanta otra de sus obras, el ‘Manual de filosofía portátil’, un texto en el que el ensayista complementa y avala con su saber esta edición de ahora. Y antes, en Siruela, su versión de los ‘Fundamentos de la vía media’ y ‘Abandono de la discusión’, dos obras básicas de Nagarjuna. Fundamental ha sido que se ponga ahora al día la edición de la ‘Bhagavadgita’, obra iniciática por excelencia y básica para el conocimiento humano en profundidad. Para algunos escritores tan cercanos por su sensibilidad al espíritu de lo literario, a ese mensaje de los orígenes del pensar, ya no fueron ajenas sus luminosas ideas: Humboldt, Tolstói, Huxley, Gandhi, Emerson o Thoreau. También el ensayismo inglés y germánico previos ya nos señaló dónde estaba esa sabiduría.
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DEL CIPRÉS
LECTURAS
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Juegos de seducción fatal Eduardo Roldán culmina en ‘Habitación 221’ una excelente novela con grandes dosis de intriga y de erotismo suave
LUIS EDUARDO SILES
H
abitación 221’, de Eduardo Roldán, es una novela de peligrosos juegos de seducción, de veraneantes jóvenes, de tiempo detenido, de cuerpos abrasados por el sol, de alcohol y marihuana como prolongación de una buena cena, de horas vacías, de bikinis que juegan a desprenderse. El libro, espléndidamente escrito, tiene ritmo narrativo, agilidad e intriga. Una atmósfera de suspense. ¿Qué va a ocurrir? No se sabe, hasta el final, lo que se esconde tras la puerta de la habitación 221, donde han colgado el aviso en rojo de ‘No Molesten’. En todo caso, en su interior, huele a vodka, a Martini, a conversación sobre jazz, a humo que conduce a un cielo de estrellas luminosas, y a muslo húmedo de mujer joven.
Eduardo Roldán ha construido una novela muy dialogada en cuyo subsuelo hay una estructura teatral. La acción se desarrolla en un escenario único: un hotel de la Costa del Sol durante unos días indeterminados del verano. Y solo hay cuatro personajes: dos parejas jóvenes, de profesión no especificada, que pasan unos días de vacaciones. Los demás personajes tienen un papel meramente secundario. El autor ha dispuesto que el libro lo narren Ernesto y Vidal, los dos protagonistas, a modo, en parte, de monólogo interior, cada uno desde su punto de vista, salvo en los momentos de diálogo. Pero los pensamientos de uno y otro, que ubican en su lugar la acción, no pueden considerarse en absoluto como acotaciones teatrales, sino como parte de una novela, aunque efectivamente se trate de una novela muy teatral. Vera, la mujer de Vidal, la pareja cubierta de un misterio que logran disimular a ojos de los otros con sonrisitas y
Raro de… (y II)
D
ecía en mi artículo anterior que lo que define, o autodefine, a la escuela ‘new weird’, a la que un autor puede pertenecer sin darse cuenta, es una desintegración de límites, una arquitectura hecha a través del ensamblaje de géneros, el desprecio hacia la separación entre lo supuestamente realista y supuestamente fantástico. Y claro, desde este punto de vista cabe todo. Prácticamente toda la literatura de terror cabe en esta descripción, por ejemplo. Y quizás
sea por eso que todos los ‘weirds’ modernos cultiven, ya cómo núcleo de sus historias, ya a retazos inquietantes esparcidos por estas, el terror. Quizás el principal de los santos patrones de la escuela, sea H. P. Lovecraft. Una cosa que olvidé decir sobre el ‘weird’, y que es fundamental, es que se trata de una literatura visionaria. Visionaria en el sentido de que está poblada de imágenes extrañas, sorprendentes, que fuerzan la imaginación y el imaginario del lector, tanto o más que las historias en sí. Es so-
Eduardo Roldán. :: RAMÓN GÓMEZ un guión largamente estudiado y bien aprendido –por la experiencia adquirida en ocasiones anteriores–, es la desencadenante de la historia. Su aparición en el libro es fulminante. Con su cuerpo demoledor. Ernesto y Vidal están muy pendientes de
HABITACIÓN 221 Eduardo Roldán. Ediciones Oblicuas, 2015. 97 páginas. 12 euros.
bre todo por eso que uno considera que hay que incluir en la escuela algunos cómics de los años ochenta y setenta. Incluso nos podríamos remontar más: al ‘Little Nemo’ de Windsor Mckay. El cine también intentó, desde el principio, mostrarnos visiones asombrosas, pero durante años, el cómic tuvo una ventaja fundamental sobre el cine, que sólo ha sido abolida recientemente por las nuevas tecnologías: podía mostrar cualquier cosa que se pudiera dibujar. Así, si uno ve la serie de ‘Flash Gordon’ de los años 20, se puede reír de su ingenuidad. Pero otra cosa es leer las viñetas de Alex Raymond. No nos creemos las maquetas de edificios y naves, pero sí los dibujos. Por
Vera, cada uno a su modo. Aunque posteriormente la historia tome su propio camino. Pero ahí está Vera, sensacional. Ernesto la ve por primera vez en la piscina del hotel y piensa: «Se detiene, de modo que su culo queda enmarcado por la horizontal del agua y los agarraderos de la escalerilla. Un culo estupendo, prieto y redondo, cubierto por un tanga-bikini rojo, con dos lacitos a los lados que se podrían desatar sin problemas con la sola ayuda de los dientes». Y Vidal, en un momento determinado, la mira en la habitación con preocupación: «Vera ha estado callada y progresivamente taciturna (…) No la culpo. Llevamos tanto tiempo sin una satisfacción plena que es nor-
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
eso, por ejemplo, los intentos de llevar al cine ‘Valentina’ de Guido Crepax, allá por los años 70, son curiosos, pero notablemente ineficaces si se los compara con el cómic. La fotografía, paradójicamente, deviene más falsa, más increíble, que los trazos fluidos, secos, al mismo tiempo imprecisos y duros como un arañazo, del plumín de Crepax. Las constantes mutacio-
mal que esté irritada y tenga dudas». Vera, sí, siempre Vera, en el juego de un vestido ceñido en días calurosos con un tiempo sin valor. ¿Atracción fatal? ‘No molesten’. Eduardo Roldán (Valladolid, 1978) es articulista (entre otros medios de El Norte de Castilla), crítico literario, musical y cinematográfico, y guionista de televisión. Ha publicado dos poemarios: ‘Haikus de jazz’ y ‘El silencio de la piedra’. ‘Habitación 221’ supone su primera incursión en la novela. Es un experto en jazz. Y sus personajes en este libro mantienen interesantísimas conversaciones sobre música entre el tintineo de los cubitos de hielo de las copas de la madrugada. –«¿A vosotros qué música os
gusta?». –«Leonard Cohen, Tom Waits, Nick Cave –digo de inmediato–». Y surge la discusión. La noche da para mucho. La música también. ‘Habitación 221’, ya está dicho, es una novela breve escrita con un estilo directo, bien trazado, fácil de digerir, grato de digerir, con una enorme capacidad para capturar la atención del lector, para la descripción, a ritmo de jazz. Ernesto y la hermosa Ainhoa conocen –¿por casualidad?– a Vera y Vidal en un hotel próximo a Ronda. No lo olvidarán nunca. Ernesto observa a Vera durante el almuerzo. «El apetito de esta mujer es tan sorprendente como excitante. ¿Qué no será capaz de hacer con la boca?». Juegos de seducción fatal.
nes de las historias, que tan naturalmente fluyen en las páginas, pierden toda su fuerza al estar encadenadas a un ritmo en el tiempo al que las películas están forzadas. Había que encontrar un tempo adecuado y no lo lograron. Y eso que se eligieron, para el cine, las historias más sencillas, menos visionarias –aunque muy visionarias–. Y, curiosonamente, ‘Valentina’, es un cómic que bebe a grandes tragos del cine. La protagonista, por ejemplo, es una especie de avatar moderno de la actriz de cine mudo Luise Brooks. Uno de los mejores álbumes, se titula ‘La linterna mágica’. No hay una sola palabra en él. La historia está formada por una serie de escenas y secuencias que se
encadenan casi de forma caprichosa, pero con tanta elegancia y fluidez. Una fluidez en la que se suceden, o conviven en el espacio de una sola página, a veces de una sola viñeta, épocas y estilos. Aquí cabe todo, astronautas y moteros, vestidos barrocos, y sombreros como campánulas de los años veinte, atravesadas por cien formas imaginables –que no siempre posibles– de erotismo. Hay quien dirá que no es una historia, ¿pero qué es una historia si no el pasar de una situación a otra? El orden es algo meramente accesorio. Y no es que carezca de orden. Pero, como ya he dicho, el elemento ordenador de ‘La linterna mágica’, no es la causa y el efecto, sino la fluidez.
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Cierto desdén propio ‘Repudiados’ refleja al personaje autoatormentado que intentó salvarse en la literatura y que es su autor
LUIS ANTONIO DE VILLENA
A
dmirado por Mishima y considerado como uno de los iniciadores brillantes de la literatura japonesa posterior a la II Guerra Mundial, Osamu Dazai (1909- 1948) es una figura del malditismo moderno. Hijo de una familia acomodada del norte del Japón –zona considerada allí pobre– Dazai fue pronto a Tokio y en su universidad estudió literatura francesa, aunque no llegó a acabar esos estudios iniciados en 1930. A tenor de los personajes de sus relatos y novelas, en cuyo protagonista casi nunca es difícil adivinar rasgos autobiográficos, uno colige que Dazai fue un personaje atormentado, más exactamente autoatormentado, que intentó salvarse en una literatura novedosa en la que la figura central tiene siempre algo de ‘pobre hombre’. Es él, alguien que se siente extraño en un mundo extraño pero que no procura abajar la vida para resaltar su idealismo, sino que viene a decir que si la vida es rara y nos defrauda o está mal hecha, es porque nosotros somos parte muy activa de esa extrañeza humana de vivir, nosotros somos inevitable parte de la sordidez y trastorno de la vida. Admirado en los círculos literarios del Tokio de la guerra y sobre todo la postguerra, Dazai es un raro que se siente aparte. Vive en lugares humildes, acentúa los aires de baja condición y la sensación continua de inutilidad y fracaso del protagonista. Casado y padre de familia, el escritor se deja arrastrar a menudo por el abismo o el fondo. Su padre lo deshereda al saber que tenía como amante a una gheisa de bajo nivel y que ambos se habían hecho adictos a la morfina, aunque Dazai llevaba mucho más tiempo abusando del alcohol como muestran varios relatos de ‘Repudiados’, que es el título de uno de ellos,
Un fascinante viaje por los ríos del mundo :: V. M. NIÑO Después de décadas parcelando el saber en asignaturas y la responsabilidad de cada profesor según horario, llega una nueva ley con la ‘transversalidad’. El concepto intuye un cierto sentido común que sorprende a la comunidad educativa con el pie cambiado. Este libro que aquí se reseña es un buen ejemplo de la lógica suma de conocimiento organizada en torno a los ríos: la geografía determina la economía del lugar, así como está sometida a la climatología. La biología es la resultante de todos esos factores y la historia humana deja su huella. ‘10 ríos que transformaron el mundo’ es un fascinante viaje fluvial que transcurre por diez cuencas mundialmente famosas y suma las aportaciones de otras muchas decisivas. Hay ríos musicales, fronterizos, religiosos, fertilizadores, en esta selección de Marilee Peters, una canadiense cuyas fuentes son
fundamentalmente anglosajonas. El Awash o el ‘río de los huesos’ recorre Etiopía. En el desierto de Afar, cercano a esta corriente, encontraron los huesos de ‘Lucy’, la homínida más antigua conocida en 1974. Por cierto, los paleontólogos la bautizaron en recuerdo de la canción de los Beatles. El Tigris y el Eufrates son ríos gemelos que nacieron en el Edén, según recoge la Bi-
10 RÍOS QUE TRANSFORMARON EL MUNDO Marilee Peters. Ilustraciones de Kim Rosen. Siruela. 132 págs. 19,95 euros.
blia, de la nieve de Turquía. El ‘Código de Amurabi’ recoge varias leyes para evitar las disputas por el agua. Construir un castillo a las orillas del Rin facultaba a arzobispos y príncipes a cobrar «peajes fluviales». Llegó un momento en el que el romántico río alemán se llamó ‘la calle de las iglesias’ y hubo que crear una liga para evitar los abusos. Thomas Cook organizó el primer crucero por el Nilo en 1869 y desde entonces la fascinación occidental por el largo río no ha cesado. No tuvo tanta suerte David Livingstone, descubridor de las cataratas Victoria en el Zambeze, que fracasó en el intentó de hacer navegable el río africano. El 5% del agua dulce del planeta lo proporciona el caudal del Amazonas. Y los ríos musicales son el Mississippi y el Danubio, aunque en mundos sonoros diferentes. Referencias literarias, políticas, económicas, completan la vista de pájaro con la que plasma cada río. Un cuento sobre algún aspecto del mismo muestra la relación entre historia y mito, la necesidad de ficción del hombre. Excelente combinación.
Entrenadores de marsupiales :: V. M. N. Osamu Dazai. escrito en 1947 y donde ya se ve y considera la altura del escritor. En el texto asistimos al sentido de culpa en las relaciones de Kashichi, un alter ego, con Kazue, la mujer a la que hace sufrir y condena a la miseria (como a su propia esposa Michiko) casi sin poderlo evitar. Soledad, autodesprecio, profundo sen-
Muestran su evolución como hombre entre lo diario habitual y las múltiples salidas de la desesperanza
REPUDIADOS Osamu Dazai. Trad. Ryoko Shiba y Juan Fandiño. Sajalín Editores. Barcelona, 2016.
tido del fracaso y la inutilidad de la vida, todo compone un entramado delante del cual sucede un desesperado intento por vivir o alcanzar una ‘normalidad’ que tampoco se tiene nunca como excelente. Traducidos del japonés (como ya por fortuna es norma) este conjunto de nueve relatos, desde 1939 a 1948, muestran muy bien no sólo el autobiografismo de Dazai, sino su evolución como escritor y como hombre entre lo diario habitual y las múltiples salidas de la desesperanza. ‘Bizan’ (el penúltimo de los textos) muestra nítido el mundo sórdido del último Dazai en el barrio tokiota de Mitaka donde tuvo su última residencia. Se había intentado suicidar cuatro veces, y lo consiguió en 1948 al arrojarse con su amante a un canal del río Tama que pasa por el aludido barrio. Pocos meses antes se había publicado su novela ‘Indigno de ser humano’ (traducida en esta misma editorial) que tuvo gran éxito y que se completa con estos relatos precisos de desesperación consuetudinaria. Al suicidarse, a Dazai le faltaron sólo semanas para cumplir 40 años.
Hay deseos que son túneles oscuros por los que se cuela el soñador, a expensas del aterrizaje. Eso le pasó a Javier que lleva dos años desaparecido. Se esfumó durante un partido del fútbol y solo quedaron sus botas sobre el campo. En el segundo aniversario de aquello, con la cadencia de la fatalidad programada, le siguió Enrique, su hermano. Él es el protagonista de este ‘Jueves. Historia de un extraño encuentro’. Comienza la novela desde la desolación familiar por la pérdida, el silencio, la desesperanza. Javier Casado dibuja el mapa sentimental de esa pequeña comunidad para saltar después al escenario onírico. Tanto le gustaba Australia a Enrique, que el túnel le llevó a las antípodas de su hogar. La tierra idílica se convirtió así en su cárcel. Su deporte favorito, el fútbol, en reto épico para poder liberarse de la fatalidad. Los hermanos serán entrenadores de un peculiar equipo en el ecosistema austral. El juego de koalas y tasmanios en el campo es una exótica metáfora para exponer los valores del deporte. Fichajes estrella, anticipación a la picaresca del enemigo, fuertes dosis de ingenio para
JUEVES. HISTORIA DE UN EXTRAÑO ENCUENTRO Texto Javier Casado. Ilustración, Iván Primo. 156 páginas. 12 euros. A partir de 8 años.
regatear las jugarretas, toda una estrategia para llegar al partido de la liberación de los dos hermanos. La pesadilla es una lección para los chavales orquestada por Casado Alonso, cuyo hijo fue el primer destinatario de la historia ilustrada por el dibujante vallisoletano Primo.
14 LA SOMBRA
Sábado 19.03.16 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
E
l término ‘cliché’, aplicado a los sustantivos ‘idea’, ‘frase’, ‘expresión’ o ‘palabra’, significa que dichas ideas, frases, expresiones o palabras, por ser usadas o repetidas en exceso, han perdido su significado, su valor o su originalidad, hasta el punto de quedar reducidas, en ocasiones, a meras fórmulas estereotipadas. Esta semana trataré de un verbo que, aun siendo legítimo su uso desde el punto de vista normativo, evita que aparezcan otros más precisos o más exactos en contextos concretos. Se trata del verbo ‘hacer’ seguido de un sustantivo precedido o no de determinante. ¿Puede decirse «un tratamiento que ‘hace’ maravillas o milagros»? Por supuesto que sí, pero en este contexto concreto es más preciso «un tratamiento que ‘obra’ maravillas o milagros». También puede decirse de una persona que allá donde va ‘hace’ amistades, pero, si buscamos la precisión léxica, es mejor decir que ‘se granjea’ amistades. Si alguien ‘ha hecho’ un poema, una canción, una sinfonía o cualquier pieza musical, mejor decir que ‘ha compuesto’ un poema, una canción o una sinfonía. De alguien que ‘hace’ un negocio es mejor decir que ‘monta’ un negocio. Un temporal, por ejemplo, puede ‘hacer’ estragos; mejor decir que el temporal puede ‘causar’ estragos. Un cineasta puede ‘hacer’ una película o un corto; mejor decir que el cineasta ‘rueda’ una película o un corto. Un médico ‘hace’ un certificado o un volante; mejor decir que el médico ‘extiende’ un certificado o un volante. Alguien ‘hace’ amistad con alguien; mejor decir que ‘traba’ amistad con alguien. A alguien que ‘ha hecho’ una falta en su trabajo le ‘han hecho’ un expediente; mejor decir que a alguien que ‘ha cometido’ una falta en su trabajo le ‘han abierto un expediente. Alguien ‘hace’ un crimen o un atentado; mejor decir
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
UNA PALABRA CLICHÉ
Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es
que alguien ‘perpetra’ o ‘comete’ un crimen o un atentado. Alguien ‘hace’ un daño a alguien; mejor decir que alguien ‘inflige’ un daño a alguien (¡cuidado!, ‘inflige’, y no ‘inflinge’ ni ‘infringe’). De alguien que ‘hace’ política, mejor decir que ‘se dedica’ a la política. Si hay que ‘hacer’ un túnel, mejor decir que hay que ‘perforar’ un túnel. Si hay que ‘hacer’ un pozo, mejor decir que hay que ‘excavar’ un pozo. Si hay que ‘hacer’ una estatua, mejor decir que hay que ‘esculpir’ una estatua. Si hay que ‘hacer’ un traje, mejor decir que hay que ‘confeccionar’ un traje. Si hay que ‘hacer’ una casa (o cualquier edificación), mejor decir que hay que ‘construir’ una casa. Mejor ‘elaborar’ una redacción o un infor-
me que ‘hacer’ una redacción o un informe. Mejor ‘ejecutar’ o ‘realizar’ un movimiento determinado en una sesión de rehabilitación que ‘hacer’ un movimiento. Mejor ‘prodigar’ muchos favores que ‘hacer’ muchos favores. Mejor ‘formular’ preguntas que ‘hacer’ preguntas. Mejor ‘librar’ una batalla que ‘hacer’ una batalla. Mejor ‘celebrar’ una fiesta, una reunión, un congreso, etcétera, que ‘hacer’ una fiesta, reunión o congreso. Mejor ‘desempeñar’ el papel de algo que ‘hacer’ el papel de algo. Mejor ‘emprender’ un viaje o un negocio que ‘hacer’ un viaje o un negocio. Mejor ‘trazar’ una línea que ‘hacer’ una lí- Hay expresiones nea. Mejor ‘forjarse’ alternativas ilusiones que ‘hacerse’ más precisas que ilusiones. Mejor ‘cursar’ una carrera o unos ofrecen matices estudios que ‘hacer’ significativos más una carrera o unos esricos al verbo ‘hacer’ tudios. Mejor ‘tributar’ un homenaje a alguien que ‘hacer’ un homenaje a alguien. Mejor ‘entablar’ negociaciones que ‘hacer’ negociaciones. Mejor ‘cultivar’ la novela, la poesía (o cualquier género literario) que ‘hacer’ novela o poesía. Mejor ‘contraer’ un compromiso que ‘hacer’ un compromiso. Mejor ‘cumplimentar’ o ‘rellenar’ una instancia que ‘hacer’ una instancia. Podría seguir porque el verbo ‘hacer’, como acabo de demostrar, entra como formante en muchas expresiones compuestas por verbo seguido de sustantivo. El objetivo ha sido proponer otras expresiones alternativas más precisas y apropiadas en los contextos concretos en los que el verbo ‘hacer’ aparece. El resultado es una expresión más adecuada y con matices significativos más ricos.
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID
OLETVM VALLADOLID
HYDRIA SALAMANCA
MARGEN VALLADOLID
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
La legión perdida. Santiago Posteguillo (Planeta)
Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)
Después de la nieve. R. Martínez Llorca (Desnivel)
Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)
Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)
Por amor al emperador. A. Arteaga (La Esfera)
Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)
La legión perdida. S. Posteguillo (Planeta)
Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)
Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)
Enterrad a los muertos. Louise Penny (Salamandra)
Cinco Esquinas. M. Vargas Llosa (Alfaguara)
El regreso de Catón. Matilde Asensi (Planeta)
La legión perdida. S. Posteguillo (Planeta)
Ante todo no hagas daño. H. Marsh (Salamandra)
La tabla de Himler Ignacio Martín Verona (Multiversa)
La luz que no puedes ver. A. Doeer (Suma)
Elmer. David Mckee (Beascoa)
Las cuatro canciones E. Ortiz y C. Queralt (La Guarida)
Las aguas de la eterna... Donna Leon (Seix Barral)
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
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Ser feliz en Alaska. Rafael Santandreu (Grijalbo)
Ante todo no hagas daño. H. Mars (Salamandra)
Palabras adicción. Virgilio Ortega (Crítica)
El quinto elemento Alejandro Suárez (Deusto)
La magia del orden. Marie Kondo (Aguilar)
Atlas del mundo. D. MIzielinski (Maeva)
Diario de Guantánamo M. Oud Slahi (Ágora)
Buenas noches... Vicente Ferrer (Corner)
Lo mejor de nuestras vidas. Lucía Galán (Planeta)
Moda y prensa femenina... A. Velasco (Ediciones 19)
Miguel de Cervantes... Jordi Gracia (Taurus)
Estado de crisis. Zygmunt Bauman y C. Bordoni (Paidós)
El poder del ahora. E. Tolle (Gaia)
La desfachatez intelectual. I. Sánchez Cuenca(L. Catarata)
Objetivo: generar talento. J. A. Marina (Conecta)
Todo está en tu cabeza. S. O’Sullivan (Ariel)
El arte de no amargarse... S. Santandreu (Paidós)
Siete breves lecciones... Carlo Rovelli (Anagrama)
Ciencia para niños. Liz Lee Heinecke (Parramón)
Poder Anticáncer Juan Serrano (Paidós)
SANDOVAL VALLADOLID
ALFAR PALENCIA
SEMURET ZAMORA
PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
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Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)
El tango de la guardia vieja. A. Pérez-Reverte (Alfaguara)
El tango de la guardia vieja. A. Pérez-Reverte (Alfaguara)
Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)
La tierra que pisamos. Jesús Carrasco (Seix Barral)
Ayer no más Andrés Trapiello (Destino)
El invierno del mundo. Follet (Plaza&Janés)
Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)
La muerte de Ulises Petros Márkaris (Tusquets)
La marca del meridiano. Lorenzo Silva (Planeta)
Me hallará la muerte. J. Manuel de Prada (Destino)
El último vuelo. Edwin Winkels (B)
Los muchachos del zinc. S. Alexiévich (Debate)
Cincuenta sombras de Grey. E.L.James (Grijalbo)
Misión Olvido. María Dueñas (Temas de Hoy)
Los besos en el pan. Almudena Grandes (Tusquets)
Marienbad eléctrico. Enrique Vila-Matas (Seix Barral)
Las leyes de la frontera Javier Cercas (Mondadori)
Cincuenta sombras de Grey. E. L. James (Grijalbo)
El elefante desaparece. H. Murakami (Tusquets)
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
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La Gran Guerra. M. Isabel Bringas (U. P. Burgos)
Luz y misterio de las Catedrales. Peridis (Espasa)
La magia. R. Byrne (Urano)
Ser feliz en Alaska. R. Santendreu (Grijalbo)
Para entender el TTIP. Carlos Taibo (Catarata)
La magia. Rhonda Byrne (Urano)
Lo que nos pasa por dentro. Punset (Destino)
Fernando El Católico. Kenry Kamen (La Esfera)
La Gran Transformación. Karl Polanyi (FCE)
La infancia de Jesús. J. Ratzinger (Planeta)
El bucle prodigioso. Marina de Castro (Anagrama)
Superpoderes del éxito... Mago More (Alienta)
Antonio Gramsci... Giuseppe Fiori (Capitán Swing)
La herencia del pasado. García Cárcel (Galaxia)
Memorias. José María Aznar (Planeta)
Les voy a contar. José Bono (Planeta)
La desfachatez intelectual I. Sánchez Cuenca (Catarata)
Marina está en la luna. Rubén Varillas (Thule)
El enigma de las catedrales. J. L. Corral (Planeta)
España estancada. Mago More (Alienta)
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Sábado 19.03.16 EL NORTE DE CASTILLA
QUINCE MINUTOS DE FAMA
ÁNGEL MARCOS
José Luis García Velasco (GARVE)
¿Edad?: Según Galileo «Tenemos la edad que nos queda por vivir». Por esta teoría no me gustaría ser muy joven. Actualmente resido en Valladolid, soy amante de todo lo que sea creativo, siendo la pintura mi mayor afición, intento sobrevivir de y con ella. Siempre hago mía mi propia frase: «La rutina consentida es un lujo agridulce».
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 19.03.16 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO de rescatarlos de la muerte, ni decirnos quienes son, pues sabe que eso no es posible, sólo les da de comer. Esa ofrenda misteriosa son sus dibujos.
Beatriz y Elena Palacios que no existen Un palacio es una casa encantada donde la realidad exterior y la interior se confunden. Un lugar de comunicación donde conviven reyes y sirvientes, gobernantes y decapitados, deleites y torturas, vivos y muertos. Un lugar con una parte maldita. De esa parte maldita, que tiene que ver con la infancia, hablan los dibujos de Beatriz Martín Vidal (mi compañera de estas páginas). Beatriz no nos habla de la infancia, sino de la pérdida de la infancia. Nos dice que esa pérdida es irreparable. Sus cuadros están llenos de niños y niñas perdidos, niños que no pueden regresar del pasado, que deambulan por corredores de palacios que no existen. Beatriz pinta esos pala-
cios. En sus cuadros no están nuestros recuerdos, sino lo que hemos olvidado: un mundo de fogatas de oro y de secretos de los que no somos dueños. No sabemos lo que quieren sus niños, si seguirles es vivir o morir. Ella no pinta el palacio de los reyes sino el de los niños. Los palacios de los reyes tienen que ver con el poder; los de los niños con lo que no conocemos. Así es la vida para ellos, un palacio misterioso, lleno de estancias encantadas y de lugares malditos. Y Beatriz nos habla en sus cuadros del deambular de los niños por esos corredores, de lo que hacen cuando se quedan solos, de sus temores y de sus deseos. No hay melancolía en sus dibujos. La infancia no
aparece en ellos como un tiempo de canastillas e ilusas fantasías, sino como un tiempo de enigmas que tienen que ver con la muerte. Los niños de Beatriz tienen corazones extraños. Su mundo está lleno de pasillos interminables, de muchachas que se vuelven plantas, de juguetes que cobran vida, de animales y estancias donde se guardan secretos terribles, de niñas que bailan sobre alfombras empapadas de sangre. En los dibujos de Beatriz hay gatos, burros, pájaros, ranas; están al lado de los niños, habitando el mismo incierto lugar. En uno de sus dibujos, una niña está sentada en una casa que flota en el aire; en otro, hay tres niños que tienen cabeza de burro, en otro,
Cazadora de almas
dos niñas se confunden con las ramas de un árbol. No parecen asustadas, ni sentir extrañeza. Y Beatriz las visita en secreto, ella pertenece a la estirpe de los que no pueden olvidar. Sus dibujos hablan de la infancia. La infancia como un no lugar, un palacio al que no cabe volver. Un palacio poblado de niños perdidos. Todo niño cuando se pierde se vuelve hijo de un rey destronado, pasa a habitar un palacio maldito. Los dibujos de Beatriz Martín Vidal hablan de esa maldición, pero están llenos de dulzura. Beatriz nos recuerda a esas mujeres lunáticas que andan por las ciudades llevando comida a los gatos. Ella se ocupa de los niños y las niñas que se pierden. No preten-
Beatriz nos recuerda a esas mujeres lunáticas que andan por las ciudades llevando comida a los gatos
:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL
La naturaleza está llena de seres invisibles. Elfos de las corrientes, duendes malintencionados o traviesos, seres llenos de luz viven a nuestro lado sin que lleguemos darnos cuenta. Y los cuentos suelen hablar de ellos. Representan lo que no conocemos de nosotros mismos, tal vez lo que llegamos a vivir de niños y enseguida perdimos al crecer. ¿Para siempre? No, hay personas que los siguen sintiendo a su lado. Elena Odriozola, una de nuestras mejores ilustradoras, es una de ellas. No es que llegue a verlos, pues esto no es posible, pero sabe cuando se acercan a nosotros más de la cuenta. Porque a estos seres les gusta visitar nuestro mundo. ¿Quién sabe por qué? Se elevan o descienden hasta él y sin darse cuenta toman las formas de las cosas y seres que encuentran. Y Elena sabe que cuando esto ocurre lo único que hay que hacer es estar atento y dibujarlos. Tal vez habría que hablar de almas, y en ese caso podríamos decir que Elena es una cazadora de almas. Almas que vagan solitarias y que se acercan a los cuartos de los niños para verles jugar y crecer, aunque no puedan quedarse. La melancolía que desprenden sus dibujos procede de esa imposibilidad. Ella no dibuja lo que vemos los demás, sino esas emanaciones de las cosas y las criaturas. Por eso sus dibujos recuerdan pequeñas llamas. Llamas que aletean un momento en el aire antes de desaparecer. Daniel Nesquens ha hablado de su aura de bondad y es cierto. Eso es la bondad: desprender esas llamas. Todos los personajes de Elena lo hacen. Surgen de cuentos concretos, pero hay algo en ellos que está más allá de esos cuentos, que sólo anhela lo que pasa en nuestro corazón. Como un pueblo perdido que buscara un lugar donde quedarse. Es extraño esto. Nos parece que no tenemos nada, que nuestra vida no merece la pena, y sin embargo ese pueblo no se cansa de flotar a nuestro alrededor, como si guardáramos algo precioso que no comprendemos, con lo que no sabemos qué hacer, que ni siquiera sabíamos que teníamos. De ese pueblo de almas perdidas hablan todos los cuentos que existen. Los dibujos de Elena Odriozola son sólo la prueba de su verdad.