Pionera de la fotografía

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Sábado, 16.04.16 Número CCXXX

Pionera de la fotografía Una exposición en Madrid rescata las imágenes visionarias de Julia Margaret Cameron [P2]

SOMBRA CIPRES LA

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DEL CIPRÉS

FOTÓGRAFA Y PIONERA

‘Whisper of the Muse’, 1865. :: IMÁGENES CEDIDAS POR VICTORIA AND ALBERT MUSEUM, LONDON

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Cameron o la atracción de lo imperfecto U

n siglo y medio después, seguimos sin saber cuál es el auténtico secreto del magnetismo y la seducción que ejercen sobre el espectador los retratos en blanco y negro de Julia Margaret Cameron. Su sobrina nieta Virginia Woolf se lo explicó muy bien en su tiempo a sus compañeros del grupo de Bloomsbury: la mirada, la iluminación, el desenfoque, la complicidad literaria o pictórica, la capacidad de captar la psicología de los personajes, la propia atracción fatal de lo imperfecto... pero sin duda hay algo más. Hay ese algo

más del que ella misma era consciente cuando le escribió a su amigo Henry Cole: «Confío en que no sea una vana imaginación mía decir que ¡nunca se han hecho fotografías como éstas y nunca serán superadas!» Además de su cómplice, Sir Henry Cole, considerado como uno de los padres del diseño británico, fue para Cameron un auténtico mecenas. No sólo propició que sus obras se convirtieran en piezas de arte capaces de compartir exposiciones en perfecta comunión con pinturas y esculturas, algo impensable para la fotografía en aquel en-

CARLOS AGANZO

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tonces, sino que le compró una colección completa de retratos y le permitió utilizar como estudio, durante algún tiempo, dos salas del South Kensington Museum, el antecedente de lo que hoy es el Victoria and Albert Museum de Londres. Ese impulso fue decisivo para lo que empezó siendo una afición tardía, cuando con 48 años le regalaron su primera cámara fotográfica, terminara convirtiéndose en una de las expresiones artísticas más puras del arte de la Inglaterra Victoriana. En otra carta a Sir John Hershel, un profundo estudioso de la técnica de la foto-

grafía al que había conocido en Sudáfrica muchos años antes, le explicaba con claridad su intención de «ennoblecer la fotografía y alzarla a la categoría de arte, combinando la realidad con la poesía y la belleza ideal». En la técnica, parece ser que algo tuvieron que ver, en la formación de Cameron, Lewis Carroll y, sobre todo, Gustav Rejlander. Y en la poesía, sin duda fue decisivo el influjo y la complicidad de su amigo y vecino en la isla de Wight el poeta Alfred Tennyson, con quien colaboró en la edición de dos extraordinarias entregas ilustradas de ‘Idylls of the King and other poems’. Sobre todos ellos impuso la artista su fuerte personalidad, creando un universo propio absolutamente reconocible. Por encima de estas consideraciones, y sobre la propia excentricidad y originalidad de la obra de Cameron, queda también, con la perspectiva que nos brinda el tiempo, su capacidad de expresar brillantemente los claroscuros del espacio y el tiempo que le

El largo y misterioso proceso del arte J. Margaret Cameron compuso sus fotografías a través de un complejo entramado literario y teatral. Una exposición en Madrid la recuerda

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odría parecer tramposo –y algo de razón habría– pensar que las nuevas tecnologías, todo ese festín de 3D, imágenes en 360º y realidades virtuales por doquier ha quitado a la fotografía parte del misterio e incluso la magia que en sus procesos técnicos tuvo en sus comienzos. Quizá por eso algunos artistas jóvenes están volviendo a ‘trastear’ en los desvanes de la memoria, en los viejos carretes analógicos, en esas imágenes en blanco y negro rescatadas aquí y allá, a veces un tanto fantasmales por sus imperfecciones, que nos hablan de un pasado nada remoto, aunque lo parezca.

Pero contemplar ahora las imágenes de una de las pioneras de la fotografía, la inglesa Julia Margaret Cameron, asomarse a sus composiciones, tratar de leer sus relatos fotográficos, detenerse en los neblinosos perfiles de sus personajes nos devuelve esa carga de misteriosa penumbra, de alquímico secreto que rodeó los comienzos de esta técnica convertida en arte. Técnica y arte cuyas relaciones nunca fueron fáciles. En un principio, la fotografía vino a reemplazar la misión de la pintura de reflejar la realidad, pero ya desde sus comienzos, muchos de sus artífices eran verdaderos creadores en posesión de un nuevo

ANGÉLICA TANARRO

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lenguaje y como artistas querían ser tratados. Julia Margaret Cameron (Calcuta, 1815Ceilán, 1879) lo tuvo claro desde que en 1863, cuando contaba 48 años, su hija y su yerno le regalaron su primera cámara. Profunda admiradora de la pintura renacentista, conocedora de la obra de Miguel Ángel y Rafael no duda en tomar algunos cuadros, o fragmentos, (la ‘Sibila eritrea’ del primero, la ‘Santa Cecilia’ del segundo) como modelos que incorpora al entusiasmo con el que emprendió la tarea de crear unas fotografías que desde el comienzo calificó como sus ‘éxitos’. Y estos no tardarían en llegar a un museo, en concreto al

South Kensington Museum de Londres, antecedente del Victoria&Albert Museum que hoy día custodia una importante colección de sus obras, una selección de las cuales se puede ver hasta el 15 de mayo en las salas de la Fundación Mapfre de Madrid. Su obra cosechó aplausos e improperios casi a partes iguales entre sus contemporáneos. Fueron los que apreciaron la vertiente artística de sus composiciones los que se pusieron de su parte y comprendieron cierto desprecio por la perfección técnica de que hizo gala la excéntrica autora de ‘Frutos del espíritu’. Imperfecciones que no solo tenían que ver con el delibe-

«Nunca se han hecho fotografías como éstas y nunca serán superadas», decía de sus obras

tocó vivir. Una Inglaterra victoriana donde las mujeres y los niños, incluso en las clases aristocráticas como a la que ella pertenecía, vivían en un mundo muy diferente del de los hombres. Un mundo donde, en paralelo a la estricta moral puritana de los usos sociales, se movía una existencia cargada de sueños, de emociones, de anhelos o de sufrimientos. Un mundo íntimo y secreto de sensaciones que ella supo captar de manera sin igual con su cámara: apenas con una mirada en desorden, con una luz extraña que no se sabe si procede de dentro o de fuera del personaje que retrata; con un misterio que solo poseen las grandes obras de arte.

rado desenfoque de imágenes con las que pretendía efectos pictóricos, sino con manchas de revelado o apariciones de manos de ayudantes que sostenían los paraguas que dirigían la luz, o sujetaban elementos del atrezzo... Uno de los críticos que elogió de forma efusiva su trabajo fue Coventry Patmore (1823-1896) que, como recuerda la comisaria de la exposición, Marta Weiss, en el texto introductorio del catálogo, no dudó en considerar las fotografías de Cameron auténticas obras de arte. «La belleza de los bustos en estas fotografías es la belleza del arte más excelso. Parece que estamos contemplando luinis, leonardos, y vandyckes». Algunos de los científicos artistas y literatos de la época victoriana fueron sus amigos y modelos. El astrónomo y matemático John Frederick William Herschel, los escritores Alfred Tennyson, Robert Browning, Henry Taylor o pintores como Dante Gabriel Rossetti no solo posaron para sus retratos sino que se dejaron disfrazar de personajes bíblicos o literarios. El tema del disfraz, de la representación, es fundamental en su trabajo, especialmente en las series que denominaba ‘Fantasías’. Madonnas, referencias al Niño Jesús (fotografías de su nieto dormido que hacían referencia también a

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la costumbre de los retratos infantiles postmortem en los que se imaginaba al niño dormido), escenas bíblicas como las de las Vírgenes Prudentes y las Vírgenes Insensatas, pero también escenas míticas como ‘Viviana y Merlín’ o ‘La muerte de Arturo’. Virginia Woolf, que era sobrina nieta suya, la describió así : «Nada le importaban las miserias ni el rango de sus modelos. Tanto el carpintero como el príncipe coronado de Prusia debían permanecer sentados e inmóviles como piedras en las actitudes que ella elegía, entre los cortinajes dispuestos por ella, y durante el tiempo que ella quisiera. No tenía en nada a las dificultades ni a los fracasos ni al agotamiento. ‘Ansiaba capturar toda la belleza que llegaba a mí, y a la larga mi anhelo fue satisfecho’, escribió. Los pintores alababan su arte; los escritores se maravillaban con el carácter que revelaban sus retratos. Ella misma ardía de satisfacción ante sus propias creaciones». La historia del Arte a menudo se mueve en círculos. Viendo sus fotografías de niños y niñas es casi inevitable acordarse de las que hizo Lewis Carroll a sus jóvenes amigas. Y contemplando las manchas, los arañazos en los negativos, los rastros de los líquidos que se usaban para preparar las placas, los raros encuadres es fácil pensar en otro raro, rarísimo de la fotografía mucho más cercano a nosotros, Miroslav Tichy y sus artefactos fotográficos construidos con materiales de desecho con los que fotografiaba sobre materiales inverosímiles. Todos ellos fueron únicos. Margaret Cameron, además, una pionera.

‘John Frederick William Herschel’, 1867.

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La gran excéntrica, o una vaca y dos ataúdes M argaret Harker, la primera mujer en presidir la Royal Photographic Society, de la que ya fue miembro un siglo antes Julia Margaret Cameron, comenzaba un artículo que le dedicó con estas palabras: «Julia Margaret Cameron es la gran excéng q trica de la fotografía. Aunque

‘Julia Jackson’, 1867.

‘Hosanna’, 1865.

no de forma deliberada, pero tampoco inconsciente, ignoraba las convenciones de su tiempo cuando las encontraba restrictivas o simplemente aburridas». Gran excéntrica: ¿en la intimidad familiar, en la sociedad? ¿Tal vez en el naciente arte de la fotografía? Excentricidad, rareza. No j son p palabras alejadas de las

JORGE PRAGA

imágenes de Cameron, expuestas con éxito 150 años después de ser captadas, 150 años que miden prácticamen-

‘Lady ‘L L Adelaide Talbot’, 1865.

‘Annie’, 1864.

te la vida de la fotografía. Pero tampoco son palabras que distingan o singularicen a alguien en el país de la artista; más bien todo lo contrario. Edith Sitwell, escritora imbuida de extravagancia por familia y por carácter, dedicó un libro entero, ‘Excéntricos ingleses’, a localizar aquí y allá compatriotas de con-


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ducta chocante, desde el mayor Peter Labelliere que dispuso en su testamento que le enterrasen cabeza abajo, la posición correcta en un mundo patas arriba, hasta el historiador Thomas Carlyle, que para combatir su obsesión por el ruido callejero contrataba hasta tres bandas de música que tocaban mientras desayunaba. Para Edith Sitwell la excentricidad era el antídoto con el que se combatía la melancolía, auxiliado por el feroz individualismo británico. Nada de dudas o preguntas al prójimo; uno se viste como le da la gana y encara la vida con aires más atractivos que los que marca la norma o la costumbre. No es casual que

en la rígida época victoriana en la que vivió Julia Margaret Cameron las representaciones domésticas, los disfraces y a los ‘tableaux vivants’ fueran habituales, y abriesen la puerta a todo tipo de distorsiones que sin embargo no alteraban la severa sociedad. Una muestra inolvidable de ese mundo de señoras con tulipas en la cabeza lo encontramos en los libros de Guillermo Brown, el contrahéroe infantil creado a principios del XX por Richmal Crompton, que irrumpe siempre a destiempo disfrazado de María Estuardo en el té de las cinco o en el teatro colegial en honor del vicario. Disfraz frente a disfraz.

‘The red and white Roses’, 1865.

Julia Margaret Cameron temía al aburrimiento, la puerta de la melancolía, y luchaba contra él sin que la frenaran las convenciones sociales. Su casa, sus múltiples casas, se abrían a poetas laureados, pintores prerrafaelistas o científicos, también a una mendiga irlandesa que dejaba a su hija en adopción, Mary Ryan, luego modelo de fotos. Lady Anne Ritchie, hija de Thackeray, anotaba así su paso por la casa de los Cameron: «Recuerdo su extraordinaria aparición envuelta en un vestido de terciopelo rojo, a pesar de encontrarnos en verano, y cómo nos acogió con suma cordialidad en su casa, donde nos invitó a un almuer-

Julia Margaret Cameron temía al aburrimiento y luchaba contra él sin que le frenaran las convenciones sociales

zo improvisado en el último momento, dirigiéndose al mayordomo con un simple ‘man’… Cuando salió a acompañarnos camino de la estación, como solía hacer con to-

dos sus invitados, se presentó con la cabeza descubierta». Nunca flaqueó en esa trayectoria singular. En su última mudanza con destino a Ceilán se llevó en el barco una vaca para asegurarse la leche fresca en el viaje, y dos ataúdes, uno para ella y otro para su esposo. Fue la lucha contra el aburrimiento la que también llevó a Julia Margaret a la fotografía. En 1863, instalada en un cottage de la isla de Wight, se encontró muy sola cuando sus hijos y su marido partieron hacia Ceilán por negocios familiares. Su hija y su yerno probaron con el regalo de un invento reciente, una cámara con su equipo de re-

velado, y pronto tenemos a Julia Margaret, a los 48 años, extendiendo productos químicos sobre la placa de impresión, ajustando el encuadre por el precario visor, y al servicio doméstico sacando del pozo cubos de agua para lavar bien las copias. La primera fotografía que le satisfizo retrataba a la hija de unos vecinos, pero ya tenía el aire que iba a distinguir a sus obras. En sus pocos años de existencia la fotografía se había ceñido a su origen de «camera obscura», de ojo que mira y captura el mundo circundante. Eso no interesaba a Cameron, o sí le interesaba si anteponemos el artículo posesivo: ‘su’ mundo. Rodeada de disfraces y representaciones, Julia Margaret dirige su objetivo hacia ensayadas composiciones de musas y susurros, de vírgenes con niños, de primaveras y hosannas. Incluso cuando pone ante su cámara a ilustres británicos extrema tanto sus rasgos con el vestido, la luz y la pose que acaba por disolverlos en una nueva representación. El científico John Herschel, al que manda lavarse el pelo para que sus blancos cabellos floten, entrega un rostro fantasmal envuelto en oscuridad. El poeta Alfred Tennyson se convierte en un monje severo. La espontaneidad del cuerpo desaparece, el espacio es un éter intemporal ajeno a la mirada del espectador, que nunca encuentra ojos a los que dirigirse. Solo los niños, aburridos por la preparación y el largo posado (de dos a seis minutos en absoluta inmovilidad), dirigen su mirada fuera de la representación. Un aliado inesperado de su personalidad artística fue la cámara, cuyas limitaciones técnicas impedían enfocar con buena profundidad de campo. En un rostro las láminas de enfoque eran estrechas y casi imprevisibles, lo que dejaba ese aire lánguido y algo borroso que se adhería completamente a la intención de Cameron: «Cuando enfocaba y encuadraba algo que a mis ojos parecía bello, me detenía ahí, en lugar de regular el objetivo hasta conseguir un enfoque más nítido, como hacen los restantes fotógrafos». Dos años después del regalo Julia Margaret adquirió una cámara mejor, con placas de registro de mayor superficie. Las imperfecciones disminuyeron y se acercó un poco más al retrato, como los que hizo a su sobrina Julia Jackson. Pero ella rechazaba «la mera fotografía topográfica convencional, cartografía y anatomía de rasgos y formas». Buscaba, y encontraba, su universo distinto y descentrado, ajeno a referentes terrenales, impreciso en sus bordes, replegado hacia el interior o volátil hacia ensoñaciones. Un universo excéntrico.


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sta primavera se cumplen cuarenta años de la muerte de Ulrike Meinhof en la cárcel de StammheimStuttgart. Mientras una multitud esperaba en el exterior para acompañar el entierro, el jefe de policía Herold, que encabezó la campaña contra la llamada ‘Fracción del Ejército Rojo’, al parecer formuló la evidencia: «Ha nacido un mito». De ello darían fe las películas, piezas musicales, performances y pinturas, textos que, durante estas cuatro décadas, han vuelto a ello una y otra vez; así, la serie ‘October 18, 1977’ (fecha en que, también en Stammheim, murieron otros tres miembros del grupo), pintura en blanco y negro, que representa la obra de Gerhard Richter en la colección del MoMA; o la acción de Joseph Beuys y Thomas Peiter en la Documenta de 1972, cuyos carteles –‘Durero, yo acompaño personalmente a Baader+Meinhof por la Documenta’– quizá serían penados por la actual ley española. Ulrike Meinhof nació en 1934, niña de la guerra, huérfana temprana que creció junto a una colega de su madre, Renate Riemeck, personalidad del pacifismo difícil de los años 50, entre las coacciones de la guerra fría. Meinhof vivió esa militancia desde muy joven, así como los límites sufridos por la izquierda alemana (por ejemplo, el Partido Comunista fue ilegalizado en 1956). Como redactora jefe del semanario ‘Konkret’, participante en debates televisivos, se convirtió en referencia de la crítica social y la denuncia del imperialismo (la guerra del Vietnam entonces, con su poder de polarización), con notable prestigio entre las élites intelectuales y profesionales; en castellano puede leerse el análisis que hizo Manuel Sacristán del tránsito de sus columnas desde un humanismo crítico a una postura revolucionaria. En 1968, a la par de los movimientos estudiantiles, renuncia a su posición y se consagra al trabajo social entre las jóvenes de los correccionales, que protagonizarán su ‘Bambule’, guion fílmico en torno a los motines espontáneos de las internadas, a la violencia y la contraviolencia. En ese momento conoce a Andreas Baader y Gudrun Ensslin, al asistir como reportera al juicio que los encausa por el incendio de unos grandes almacenes. Madre de dos hijas ya, Ulrike lleva seis años a Gudrun, nueve a Andreas; su reunión es también en-

Blowin’ in the wind

Arriba, montaje de Joseph Beuys y Thomas Peiter en la Documenta de 1972, debajo retrato de Ulrike Meinhof y a la derecha, obras de Gerhard Richter, de la serie ‘October 18, 1977’.

cuentro entre el legado de la izquierda radical y la nueva ‘contracultura’ de los jóvenes. Y cristaliza en lo que ella llama el paso a la práctica desde la teoría: su fuga por una ventana, durante una acción de comando para liberar a Baader, que está detenido, simboliza su entrada en la clan-

destinidad; proponen crear una ‘guerrilla urbana’, defienden que la revolución social ha de ser armada. Una cascada de ataques –bombas y tiroteos contra cuarteles americanos, contra policías, fiscales y empresarios– busca desmentir la presunta invulnerabilidad del sistema. Muer-

tes en los dos lados, detención de la mayoría del grupo; la propia Meinhof, en junio de 1972. La periodista estrella es ahora terrorista. Su lema, unir «todas las fuerzas del pueblo contra el sistema de policía / poder / violencia / familia / escuela / fábrica / oficina / trena / co-

rreccional / manicomio», ya sugiere, en cierto modo, las capas sociales desestructuradas y marginales que les darán apoyo junto a sectores intelectuales con conciencia crítica. Según datos de la policía, entre los menores de treinta años, uno de cada cuatro simpatizaba con ellos. La ‘gran coalición’ de la derecha con los socialdemócratas, a partir de 1966, había reducido aún más el campo de una oposición posible; la continuidad de antiguos nazis en numerosos puestos directivos o el ‘decreto de los radicales’ de 1972, que preveía la exclusión por causas ideológicas de la administración pública, desde los profesores a los bomberos (unas ochenta mil personas tenían ‘ficha’), componían un cuadro asfixiante. El apoyo internacional (Sartre, Foucault, Beauvoir, Genet, Deleuze) lo confirma; así, el linchamiento mediático sufrido en Alemania por Heinrich Böll, a causa de un moderado artículo sobre las garantías del ‘estado de derecho’, fue respondido con el Premio Nobel de Literatura en 1972. Cuando ahora se ve el sentido de que obtenga este premio un escritor chino o una bielorrusa, se olvida el que igualmente tuvo en el corazón del llamado ‘mundo libre’. El proceso celebrado en la misma cárcel de Stammheim (véase la película homónima de Reinhard Hauff) es quizá el gran banco de pruebas de la continua, y aun activa, erosión de los derechos en Europa. En el último manuscrito de Ulrike Meinhof se lee: «El miedo es reaccionario. Tengo miedo, pero es reaccionario»; antes de entrar en la cárcel escribía: «En cualquier cosa que se hace, se permanece en gran medida extraño a uno mismo. Una buena parte de nuestros actos nos queda cerrada, como ininteligible». De ese desdoblarse y de la tortura del aislamiento extremo habla el poema de Víctor M. Díez ‘Discurso privado’, referido a Meinhof: «Ella blanca sobre un fondo / persigue la huella, su mente, la huella. / Los pies desaparecen, ella encerrada / como un azúcar en la leche». Y: «A veces me recorto con tijeras, / recorro toda la silueta con delicadeza. / Me despego para hablarme, me tiendo / sobre la cama para hablarle. / Y le echo palabras a ese hueco que dejo / de mí misma». Es difícil pensar sobre todo ello; de algún modo este repaso se hace parcial en la conciencia de la dificultad. Pero un ‘mito’ es siempre una concentración de sentido y por

TIENDA DE FIELTRO MIGUEL CASADO

Un mito es siempre una concentración de sentido y por tanto un espacio de reflexión De su nacimiento dan idea las películas, piezas musicales, performances y pinturas que surgieron

tanto, aunque de modo oscuro, un espacio de reflexión. Más allá de lo obvio –la inmadurez y la inutilidad del empeño, las muertes injustas– algo, sin duda, queda por pensar. Los límites tan difusos entre la democracia y un régimen autoritario. Las raíces insoportables del ‘sistema’ y de la vida. La imposibilidad de cambiar todo eso sin que haya alguna clase de ‘torsión’. Y algo singular: el carácter generacional, lo que sentíamos los jóvenes de aquellos años. Propondría releer algunas páginas de Roberto Bolaño: su ‘Discurso de Caracas’, el primer párrafo de ‘Estrella distante’, el fantasmagórico final de ‘Amuleto’. O recordar los trazos oblicuos, lluvia abstracta, de ‘Ulrike’, una exposición de Manuel Sierra en Simancas a principios de los 80. O la canción, tan conocida, que suena al final de la película de Uli Edel, ‘RAF. Fracción del Ejército Rojo’: ‘Blowin’ in the wind’, «la respuesta, amigo mío, está flotando en el viento».


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Una gigantesca porción de ciudadanos europeos acumula odio contra los que son diferentes

Seguidores del Sparta de Praga, en un partido contra el Lazio, en Roma, el pasado marzo. :: ALBERTO PIZZOLI

17 de marzo

Ahora que ha muerto Meir Dagan, el exdirector del Mosad de 2002 a 2011 y probablemente una persona tan amada por unos como, a la recíproca, tan odiada por otros, he leído en una de sus necrológicas que en su despacho solo había una foto: la de un anciano judío humillado por un joven con uniforme alemán en una ciudad de Polonia. El fotógrafo que hizo esa foto no recogió la escena completa, que continúa cuando el joven alemán le pega un tiro al anciano. El anciano se apellidaba Huberman y era el abuelo de Dagan. Hubo miles de escenas como esta, bien lo sé, pero mi mente ha unido el detalle de esa noticia con otra muy distinta, pero paradójica y lamentablemente no muy lejana en esencia: la de unos seguidores del PSV Eindhoven humillando a unas mendigas en la Plaza Mayor de Madrid. Se me puede reprochar que estoy siendo muy exagerado al comparar ambos hechos, y que incluso hay miles de humillaciones similares en el mundo cada día. Sin duda que es así, porque el ser humano, cuando se siente fuerte, protegido por la masa y se deja llevar por su odio más oscuro, es capaz de humillar, despojar de humanidad al otro y matarlo sin inmutarse. La Historia es en sí misma un catálogo de variaciones sobre esta melo-

El odio del ‘hooligan’ que somos día. Pero si encuentro una relación entre el anciano humillado por el nazi y las mendigas rumanas humilladas por los holandeses es en el hecho de que su parecido remite a la maldición cíclica del mal en Europa. En Europa hemos caído bajo, últimamente. La crisis económica que ha hecho abismal la desigualdad social ha abierto nuevas grietas por las que salen nuestros fantasmas. Estos han adoptado la forma de otras crisis, como la de los inmigrantes ilegales, que se ha transformado en la crisis de los refugiados políticos de las guerras, que a su vez se ha focalizado en la crisis de los refugiados sirios vagando

OTRA GALAXIA ADOLFO GARCÍA ORTEGA

como apestados. Todo ello nos pone en una incómoda situación política, como sociedad ‘de valores’ que decimos ser, la de estar en caída libre hacia una descomposición interna. En este contexto es donde se enmarca la acción humillante de los ‘hooligans’ holandeses. Es muy cierto que los seguidores del PSV Eindhoven no mataron a las mendigas, faltaría más. Pero, ojo, del resto de los europeos depende que eso no sea cosa de tiempo.

18 de marzo

En apenas dos días, se sucede otra acción similar a la anterior: en Roma, unos ‘hooligans’ checos del Sparta de Pra-

ga mean encima de un mendigo postrado a sus pies. Se ríen, lo desprecian, se retratan haciéndolo. Vuelvo a pensar: ahora lo mean, en otro momento lo habrían matado después. Por odio disfrazado de diversión. Es la llegada de ese momento lo que me aterra. ¿Llegará? Por fortuna, la inmensa mayoría de los europeos estamos indignados por estas acciones. Pero, pese a ser aisladas, son el germen, el síntoma o el indicio de algo más profundo, larvado, que puede estallar en breve. Una gigantesca porción de ciudadanos europeos acumula odio contra los que son diferentes, extraños, pobres, miserables y desgraciados seres humanos que provienen de una sociedad del ‘malestar’, generada para que pudiera existir alguna vez una sociedad del ‘bienestar’. Estos ‘hooligans’ forman parte, consciente o inconscientemente, de una corriente social que está cristalizando en Europa mediante algunas formaciones políticas de Alemania, del Reino Unido, de Holanda, de Bélgica, de Italia, de Hungría, de Polonia, de Dinamarca, de Francia. Es una corriente democrática de odio democrático que demoniza todo lo foráneo porque se convence de que viene ‘a robar nuestro pan y nuestra identidad’. Los ‘hooligans’ holandeses, a la vez que humillaban a las mendi-

gas, les gritaban que ‘no se las quería aquí’. Nuestro ‘aquí’ europeo puede acabar pareciéndose mucho al sueño de Hitler, me temo, un sueño que puede hacerse realidad muy democráticamente. Alguien me dice que exagero, que en realidad hay gotas de humor negro en todo esto. De acuerdo, hay que reírse de todo, yo soy de los que cree que la burla es necesaria para ser libres, pero nunca aprobaré la broma pesada de la humillación del débil. Esto de los ‘hooligans’ es otra cosa: esto es desprecio, crueldad y una xenofobia que está calando hondo. También me pregunto, en segundo lugar, quiénes son esos hinchas. Y, claro, acabo dando con el fútbol, refugio y exponente de lo peor de la sociedad y del ser humano. En torno al fútbol se ha ido formando la cloaca espectacular de una sociedad que vive en el retrete de sí misma y lo llama palacio. Saca la bestia que llevamos dentro. En el fútbol, bajo unos colores identitarios fanatizados, se refugia la hidra de nuestro odio. Representa, asumida por todos con naturalidad, la fuerza bruta sin inteligencia, la frustración permanente, la insegura sexualidad masculina –la inestable penetración del balón en la portería, el gol como orgasmo colectivo en la grada–, el nacionalismo exacerbado, la manipulación mediática, ‘ergo’ el subsiguiente control de la sociedad, el advenimiento de los falsos profetas, de los charlatanes, de los nuevos sacerdotes hechos periodistas de neurona plana y convertidos en gurús, la simpleza y la estupidez a espuertas, los héroes de nada, los ídolos vacíos y, en definitiva, la entronización del dinero fácil (apuestas, sueldos, contratos, corrupción). Recuerdo una máxima que escribió Sánchez Ferlosio sobre el fútbol y que tituló ‘Llenar la Nada’: «El gigantesco auge del deporte, singularmente del fútbol, procede de un estado de hastío, de nihilismo; es como la sustitución de todo designio por una expectativa recurrente, rotatoria, sin fin: lo siempre nuevo siempre igual garantizado». ¿No suena esto a una repetición de la banalidad del mal?


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Vicente Molina Foix

EL ESCRITOR EN SU BIBLIOTECA

JESÚS MARCHAMALO

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abíamos hablado semanas antes de su amor por los libros y su pasión lectora, antigua y persistente, y en un momento dado, como el croupier que sacara una carta, avezado, de la manga, me dijo: «Fíjate si me gustan, que les he puesto un piso». Y es verdad que Vicente Molina Foix (Elche, 1946) vive en una casa, cómoda, funcional, bonita, en ese inesperado Madrid de las alturas, vistas al infinito y fachadas airosas de ladrillo, y pisos más arriba, no sabría exactamente decir cuántos, amplia también y luminosa, tiene alquilada otra para sus libros. Porque es la suya, dice, una biblioteca que ha crecido desmesuradamente, disponiendo de huecos y rincones; que ha invadido el salón y la cocina y se extiende casi diríase orgánica, ocupando, como hacen las mascotas consentidas, los mejores espacios. Llama, sí, la atención, al entrar, un alero volado que recorre el pasillo, vertiginoso, arriba, en apariencia frágil, algo intimidatorio, anclado a la pared y el techo –me tranquiliza– pero que ya una vez se desplomó con ese estrépito de las grandes tragedias domésticas, y al que miro con un recelo inevitable, sobre todo tras descubrir una grieta zigzagueante que brota de una de las esquinas y se interna, como un reptil, hacia el salón. Allí, asomados al vacío, tapa dura, papel ‘couché’, al borde del abismo, libros de arte y catálogos de exposiciones, muchos. Es esta una biblioteca, me cuenta, fundamentalmente literaria; libros de arte, también, teatro y poesía, y un amplio apartado veneciano, recuerdo de aquella temporada que pasó en Venecia, en soledad, escribiendo la mitad del día, y perdido por los canales, las plazas recoletas, los ‘palazzi’ de fachadas desconchadas, la otra mitad, o visitando a Brodsky en San Michele, la isla amurallada de los muertos –su tumba siempre con flores, cubierta por la hiedra–, donde también está enterrado, discreto, apenas una lápida, Ezra Pound, el poeta de la melena flamígera y la mirada acuosa.

Allí, en Venecia, escribió la mitad de ‘El vampiro de la calle Méjico’ y recuerda una tarde con Francisco Jarauta, cenando los dos con el alcalde de la ciudad entonces, Massimo Cacciari, a quien avisaron de una repentina subida del agua en la laguna, ‘l’acqua alta’ que convierte la ciudad en un escenario casi imaginario, gris, de pasarelas y plazas anegadas, botas altas, de hule, y turistas que cargan sus maletas al hombro, como penados, intentando salvarlas del inesperado trance del diluvio. «¿Dónde os hospedáis?», les preguntó el alcalde, mientras calculaba el tiempo del que dispo-

nía cada uno de ellos antes de que el agua acabara, invasora, cerrándoles el paso. En las baldas, ‘Storia della civiltà veneziana’, ‘A history of Venice’, o ‘Venetian Painting’, al lado de Tiziano, Degas y Fragonard, Lhote, Rodin, Balthus… En un rincón, en el distribuidor, clásicos grecolatinos –Historia de Roma, Ovidio, Plutarco– y en una de las habitaciones, libros de cine, biografías –Cocteau, Colette, Faulkner–, teatro y dos cuerpos de estantes dedicados a Shakespeare, una de sus pasiones, en una librería que, para ganar espacio, parte la habitación por la mitad, dejan-

do dos estrechos pasillos con libros a ambos lados como si fuera una biblioteca pública. Porque hay una lucha aquí, iba a decir incruenta pero no estoy seguro de que lo sea, por encontrar huecos para estantes. «Ikea me ha cambiado la vida», reconoce. Y cuenta cómo hace siete u ocho años, su hermano Juan Antonio, escritor, también, traductor, editor e ingeniero de Caminos, vino un día con una cinta métrica e hizo un cálculo aproximado de metros lineales de baldas y el número de ejemplares que acogían y que ascendió a más de 23.000 libros, tirando por lo bajo. «Re-

galo a veces, sí, y dono, y canjeo también de vez en cuando, pero la mayor parte de los libros que compro, muchos en librerías de viejo, o que me envían me los quedo. Siempre me ha fascinado Eduardo Mendoza, que tiene poquísimos libros en casa, según cuenta. Yo no sería capaz de vivir sin libros, no podría». En otra habitación, también con una estantería que la divide en dos, poesía por orden alfabético: Alberti, Bousoño, Brines, Brossa… Y más abajo, Eliot y Frost, Elytis y los ‘Cantos’ de Leopardi (cuento tres ejemplares en diferentes ediciones) cruzados al aca-

so, sobre Keats, Lamartine y Landolfi; lomos desenfilados, irregulares, como piezas mal encajadas de un mosaico. Al lado, más a mano, Panero y Aleixandre. «Tuve mucha amistad con Vicente, y la verdad es que no era nada difícil, al contrario», recuerda. «Iba a verle a su casa casi todas las semanas y siempre lo pasaba estupendamente, era muy agradable verle, charlar con él, siempre locuaz, y escucharle hablar de Federico o Neruda. Fuimos muy amigos, ya digo, y cuando murió fui uno de los que portó su féretro». Debajo, libros de historia y arte, y varias ediciones de


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La casa de los libros ‘Obras completas ’

William Shakespeare «No es un libro sino una cuarentena de obras, a menudo reunidas en un volumen pero que yo leí por separado en las largas tardes desocupadas de Oxford. Leer el teatro y la poesía del Bardo entendiendo cada palabra del original y descifrando a veces sus enigmas me reveló tres cosas: la dimensión de su lengua, el valor de su osadía dramática, la riqueza incomparable de su galería humana».

‘El hombre que vendió su propia cama’ Vicente Molina Foix Anagrama

«Puede parecer hipócrita que no elija como libro mío favorito ‘El abrecartas’ o ‘El invitado amargo’, escrito con Luis Cremades. Son sin duda los favoritos de los lectores, y los dos me han dado las mayores recompensas de mi carrera. Pero, escrito entre ambos, está ‘El hombre que vendió su propia cama’, una colección de relatos que refleja el ‘estado de la cuestión literaria’ en el que yo ando y por el que me gustaría ser reconocido’».

A la izquierda, Vicente Molina Foix, entre sus libros. En esta página, varios detalles de los abarrotados estantes y estancias de la casalibrería del escritor. :: J. M.

Una librería parte la habitación por la mitad, dejando dos estrechos pasillos como si fuera una biblioteca pública

‘Diario de un cazador ’ Miguel Delibes Destino

‘Las mil y una noches’ entre las que llaman la atención los diecisiete volúmenes de la versión traducida por Richard Burton, publicados, en edición limitada, sólo para suscriptores, en 1885, y que le regaló Javier Marías en su 51 cumpleaños, como se lee en una larga dedicatoria.

Dos libros de Marías Hay una parte también de filosofía y ensayo, y otra desgobernada donde andan amontonados discos y revistas, sobres, carpetas y papeles, archivadores y ediciones, traspapeladas, de sus libros. En el piso de abajo, donde

«Fue no sólo mi primer Delibes sino uno de los primeros libros que leí con conocimiento de causa, tendría yo catorce años, en la biblioteca de mi colegio alicantino de los jesuitas. No soy cazador, ni siquiera campestre, pero aquella novela me sedujo, y recuerdo además que me enseñó a saber que los libros son –también– depósitos vivos de palabras; muchas de las que usaba Delibes tenía que buscarlas en el diccionario, y así las aprendía. Gran escuela».

vive, la ficción –tiene gracia, me dice, un piso dedicado a la novela–. En su despacho, que originariamente fue su dormitorio, y que sacrificó para sus libros, está ahora la novela extranjera de la A a la Z –Malraux, Nerval, Balzac, muchos en ediciones de La Pléiade–, y dos de sus pasiones, la baronesa Virginia Woolf y Blixen, cuya casa en Dinamarca visitó, recuerda, junto a Jaime Salinas y José Luis Sampedro. En otra habitación, novela en español: Landero, Martínez de Pisón, Gopegui, Martín Gaite y una balda completa de Marías con los dos ejem-

plares de su ‘Todas las almas’ dedicados. El primero, abarquillado tras una fatal filtración de agua que lo empapó, y el segundo, impecable, en el que Javier Marías le copió la dedicatoria original, palabra por palabra. Enfrente, Savater, Sánchez Ostiz, Tizón, Tomeo, Vargas Llosa y –¡sorpresa!– dos estantes vacíos, todavía, los últimos que quedan en la casa, al lado de dos de sus autores favoritos: Cabrera Infante, a quien conoció en Londres, y su amigo Juan Benet. «A Benet lo leí por primera vez en 1967, yo estaba haciendo la mili, en aviación, y en la Fe-

ria del Libro me fijé en un título, ‘Volverás a Región’, que hojeé pero que al final no acabé comprando, y esa noche hablé con Gimferrer por teléfono que me dijo, entusiasmado, que había descubierto un libro estupendo: no se entiende nada, me dijo, pero es fabuloso. Y era, precisamente, ‘Volverás a Región’. Unos meses más tarde visitamos a Benet en su casa y, después, lo traté mucho, claro». La noche en que murió, estaba en su casa. Habían salido a cenar con Blanca Andreu y al volver, Benet había empeorado, sus hijos habían ya avisado al doctor Portera

y poco tiempo después falleció. Ramón Benet bajó entonces a la bodega y abrió una botella de vino con la que brindaron, emocionados, por su padre. «Fue un escritor y una persona irrepetible», dice con un atisbo de nostalgia de esa generación: Hortelano, Barral, Gil de Biedma, Benet... Mientras detrás, en un estante, parecería mirarle con desdén, desde la tapa de un libro colocado en vertical, el viejo Borges. Esa conocida foto suya, airado, como una deidad atolondrada, que posa en blanco y negro, de perfil, ante un tapiz de nubes de tormenta.


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‘Written On Skin’ y la ópera contemporánea FERNANDO HERRERO

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l arte del pasado y el del presente se necesitan y enriquecen. Es una constatación ineludible. La destrucción de parte del Patrimonio de la Humanidad por el ISIS es un ejemplo de destrucción espiritual del hombre. Frente a ello hay que responder desde la creatividad, el esfuerzo por crear belleza que sea también solidaria. Una línea frente al mercantilismo especulador de una época que solo se salvará en parte por el arte y la cultura. En una memorable sesión he asistido en el Teatro Real a la versión semiescénica de una obra maestra estrenada en el año 2013 en Aix-en-Provence, ‘Written On Skin’ (escrito en la piel), ópera, libreto de Martin Crimp, música de George Benjamin, que dirigió a la Mahler Chamber Orchestre con un sensacional quinteto de cantantes, también excelentes actores. Gran éxito entonces de crítica y público que permitió sucesivas representaciones de la obra, con puesta en escena de Katie Mitchel estupenda igualmente. Un hecho importante en los momentos culturales que vivimos. Editada en un magnifico DVD, esta ópera se ha convertido en un mito. Algunos críticos han manifestado que es la mejor obra lírica del Siglo XXI, y tiene tanta transcendencia como el ‘Wozzech’ de Alban Berg. Para la temporada 2015-2016 se anunciaban en el mundo alrededor de veinte nuevas óperas ¿Cuántas de ellas sobrevivirán más allá de las primeras representaciones? Ese es el problema. Solo algunos compositores tienen cierta trascendencia. Peter Eötvös, John Adams, Philippe Boesmans, los más conocidos, aunque las representaciones de sus obras no sean muy numerosas. La historia de ‘Written On Skin’ está basada en un texto anónimo del siglo XIII titulado ‘Guillem de Cabestany-Le cour mangé’. El corazón devorado en un terrible acto de venganza. La versión de Crimp es extraordinaria desde dos pun-

tos: La división de tres personajes en coro, una casi simultaneidad por una parte y la autonarración, técnica muy discutida, de los dos protagonistas, el protector y Agnes, por otro. Habría que añadir la fusión de lo medieval y lo contemporáneo. Un tema que proviene de épocas pasadas, pero que es de gran actualidad: el desprecio a la mujer, considerada como un objeto. La violencia machista del esposo, la visión del arte utilizado como propaganda por el Mecenas, la ruptura del poder del hombre por el valor de la mujer analfabeta que exige la verdad y asume el suicidio final. Un milagro de arte que aúna muchas vetas de la conducta humana. Esta historia medieval tuvo también una triste y real historia posterior. Gesualdo de Venosa, maravilloso compositor que rompió la tradición de la música religiosa de la época, asesinó vilmente a su esposa y al amante de esta, sin ninguna represalia. Un suceso brutal que quedó en la historia de la música y que el compositor Sciarrino llevo a la ópera. También una novela de Laszlo Passuth, ‘Madrigal’, narra con pelos y señales estremecedores el suceso. En la ópera de Crimp y Benjamin se produce un cambio esencial en relación a la leyenda original. El amante de Agnes ya no es un trovador sino un iluminador de manuscritos, lo que permite un bello referente a la imagen medieval de esos libros preciosos y que, al tiempo, es utilizado dramatúrgicamente en una de las escenas claves de la ópera. Esta, con una duración de una hora y cuarenta minutos, se divide en tres partes, muy rigurosamente compensadas, en una perfecta estructura que, como afirma Luis Gago en el comentario del programa, concede una claridad absoluta a la historia y su desarrollo. Interpretada sin interrupción ‘Written On Skin’ produjo en el público del Teatro Real el efecto de inmersión que originó el éxito de la ópera en Aixen-Provence y en los demás lugares en que fue programada. La historia, la música magistral de Benjamin, los perfectos intérpretes, llegaban a producir la emoción, cosa nada común en la ópera contemporánea, salvo quizás la que surgía de las obras de Alban Berg.

Barbara Hannigan y Christopher Purves, durante el estreno de ‘Written On Skin’ en el Teatro Real. A la derecha, una escena de la ópera en Toulousse en 2012. :: J. REAL-EFE / P. PAVANI-AFP

La historia, la música magistral, y los perfectos intérpretes llegaban a producir emoción, cosa nada común en la ópera contemporánea

Emoción desde ese sonido cautivante de la orquesta, de esas frases cantadas que hablan del amor, de la libertad, del sacrificio. La historia de muerte y asesinato tenía ese contrapunto de la figura femenina subyugada, Agnes, que recuperaba en la muerte y en el amor su condición de mujer libre. Su analfabetismo desde la posición de su esposo no le impide adoptar el camino de la liberación sexual y de su condición humana. La semiescenificación de Benjamin Davis, gestos, desplazamientos, actitudes, dio fuerza teatral a la obra. Los cinco intérpretes estuvieron perfectos desde la dureza, orgullo y vesania de Christopher Purves (el protector), la dulzura y fuerza de Bárbara Hannigan como Agnes, incomparable en los melismas y en los agudos milagrosos o el carácter casi angélico del contratenor Tim Mead, en el muchacho, hasta la precisión de Victoria Simmonds y Robert Murray. George Benjamin creó en su partitura, maravillosamente orquestada con instrumentos especiales, un mundo en el que la melodía era sustituida por un desarrollo poético de las voces. Para los conocedores del inglés no hacían falta los sobretítulos, la dicción de los intérpretes era perfecta y el texto era totalmente comprensible. Dirigió la orquesta con sobriedad y musicalidad, dando a su propia ópera el mejor tratamiento posible. Un suceso de una sola representación que dejará huella y que es uno de los mejores avales para la creación de óperas contemporáneas. La de George Benjamin (discípulo de Messiaen) puso en interrelación artística dos épocas lejanas: la Edad Media y el Siglo XXI, con una economía de medios y una sensibilidad asombrosas. En el Teatro Real, desde su puesta en marcha, se han representado óperas olvidadas y realizado bastantes estrenos absolutos, algunos muy interesantes. Creo que títulos que podrían ser flor de un día tienen posibilidades de revivir, incluso fuera de nuestro país. El ‘Don Quijote’ de Cristóbal Halffter, en la puesta en escena de Herbert Wernicke, es uno de ellos. Otra ópera que tendría posibilidades de traspasar la frontera sería ‘El Público’, de Mauricio Sotelo. El nombre de Federico García Lorca es la mayor atracción junto a su valor musical y escénico. Entre tanto, este concierto semiescenificado ha puesto un punto de reflexión sobre el arte de nuestro tiempo y su posibilidad de comunicación. La frivolidad cultural de hoy necesita estos estímulos que proyectan la creatividad y la espiritualidad del ser humano.


LECTURAS

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Afrontar el terror sin retórica Gabriel Albiac analiza los atentados de París y las consecuencias de no enfrentarse al yihadismo

SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN

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n enero y en noviembre de 2015, el Estado Islámico atentó en París; la primera vez contra la redacción de la revista satírica ‘Charlie Hebdo’, la segunda en una discoteca, varios bares y un estadio de fútbol. En las dos ocasiones, los lugares elegidos, al igual que la ciudad, contenían un significado simbólico que subrayaba las intenciones del Califato islámico. En ambas ocasiones, Gabriel Albiac fue a la capital francesa, enviado por el diario ‘ABC’ para escribir reportajes sobre las matanzas. No es ajena París para Albiac. En múltiples ocasiones ha escrito sobre sus años parisinos, su participación en el Mayo del 68, la deuda con su maestro Louis Althusser. Así, volver a la ciudad, dar cuenta del estado de ánimo de los parisinos, observar su comportamiento en los días posteriores era en un sentido literal una obligación moral para con la ciudad que lo vio hacerse adulto.

Albiac rehúye toda retórica, al contrario que el misterioso pianista que tocó una canción popular en el lugar de los asesinatos. La condena con total claridad en su libro, disecciona el comportamiento de los franceses y las razones por las que el Estado Islámico se ha vuelto tan poderoso. Advierte también de los peligros que corremos si los gobiernos no toman las medidas necesarias. París es la ciudad donde comenzó la Revolución Francesa, ese hito histórico que marca el paso del Antiguo Régimen al Moderno, ese en el que las personas dejan de ser súbditos para ser ciudadanos unidos por la ley únicamente. La ciudadanía impone sus condiciones: pérdida de filiación regional con-

ALÁ EN PARÍS

Gabriel Albiac. Almería. Confluencias, 2016. 121 páginas. 14 €.

creta para ser solo francés, abandono de toda pretensión de dominio ideológico y aceptación de que las libertades religiosa, política, de pensamiento y de expresión tengan un lugar asegurado en esa sociedad. Voltaire lo dejó escrito en su ‘Tratado sobre la tolerancia’; ‘Charlie Hebdo’ continuó esa tradición republicana de libertades. Por eso atentaron contra su redacción, porque en la mentalidad del islamista radical no hay lugar para la libertad. Por otro lado, y esto me parece lo más interesante del libro, documenta la rivalidad histórica entre suníes y chiíes y la prolongación del conflicto en nuestra época. La llamada Primavera árabe no fue más que un intento de Arabia Saudí por acabar con unos cuantos regímenes laicos y colocar en su lugar gobiernos de su obediencia. En Europa pocos quisieron verlo; los fuegos artificiales de la verbena seudorrevolucionaria cegaron el entendimiento a aquellos que se jactaban de ser adalides del pensamiento crítico. A la guerra entre las dos facciones del islamismo, se une el cambio en la estrategia política de los Estados

Gabriel Albiac. :: ISABEL PERMUY Unidos. Conscientes de que el futuro está en el Pacífico, van disminuyendo su compromiso con el Mediterráneo y reforzándolo con Asia. Esto deja en una situación bastante débil a Israel, pero también a Europa. Si a ello unimos que China no tiene escrúpulos cuando algunos países les piden dinero para construir fábricas de armas o que el Estado Islámico ha conquistado una zona de Oriente Medio donde los pozos petrolíferos son abundantes, entendemos que el contrabando de armas haya alcanzado tales dimensiones. Por último, Albiac estudia el cambio entre los musulmanes de primera y segunda generación, que, por lo general, son ciudadanos

integrados en la República francesa y los de tercera generación que –aquellos que se unen a las filas del yihadismo– comparten un mismo perfil sociológico: marginalización asociada al consumo de drogas, estancia en la cárcel donde son adoctrinados en la guerra santa, huida a Siria para ser adiestrados y combatir en la guerra y posterior regreso a Francia para actuar como terrorista cuando sea necesario. Las mezquitas tradicionales han dejado paso a otras clandestinas donde, en vez de enseñar religión, instruyen a los jóvenes combatientes en la yihad. La conclusión es desoladora pero es lúcida. O Europa se toma muy en serio el

combate contra el Estado Islámico, o en un par de generaciones, Europa habrá dejado de ser el lugar de las libertades. Sin miedo y sin esperanza, al modo en que uno de sus más queridos maestros le enseñó, Albiac nos muestra, sin concesiones al sentimentalismo y sin medias tintas, los orígenes y las razones de los atentados de París porque lo suyo no es lamentarse ni reírse ni llorar; simplemente quiere comprender. Y nos recuerda que si los bárbaros entraron en Roma se debe a que ya entonces Roma era bárbara. «Y puede que morir sea ya inevitable. Pero, al menos, morir luchando. No este balar medroso de corderos que lo babea ya todo».


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DEL CIPRÉS

LECTURAS

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El dinero, señor de todas las cosas

Enzensberger describe la peor maldición de la Humanidad

JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN

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i quieres ser rico de verdad, hoy por lo menos debes tener nueve ceros»: es decir, mil millones. La misma aseveración de la ingeniosa y original tía Fé, protagonista de la ‘novelita sobre economía’ con la que nos ilustra Hans Magnus Enzensberger, la tuvo que oír este reseñista, hace tres décadas, en boca de un ‘adinerado’ de la capital del reino. Más allá de lo exagerado o provocador de dicha afirmación, no cabe duda de que la codicia del dinero no conoce límites desde que ¿los fenicios? tuvieron la genial idea de inventarlo. Claro que siempre hemos podido contar con mentes lúcidas, como la de Georg Philipp Harsdörffer, quien no dudó en afirmar, lo recoge Enzensberger, que «el placer que proporciona la codicia es equiparable al del sediento que bebe agua con mucha sal». ‘¡Siempre el dinero!’ coincide con ‘El mirofajo o las reglas del juego’, de Manuel García Rubio, publicado hace pocas semanas, en gozar de la virtud de enseñar deleitando. Si el español novelaba con pericia la gestación histórica del Poder, el alemán hace algo pa-

Hans Magnus Enzensberger, poeta y ensayista alemán. :: LUIS ÁNGEL GÓMEZ

Identificación

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veces, hoy por ejemplo, pienso en algunos tópicos que suelen aparecer en las portadillas publicitarias de los libros, que difunden algunos críticos y blogueros que se dedican a comentar libros, incluso gente que aconseja cómo escribir, y que pasan por ser las razones por las que se leen libros. No dudo que haya gente que comparta estas razones, que las haya asumido como suyas, pero lo cierto es que a mí, y sospecho que a unos cuantos lectores aveza-

dos, ninguna de estas supuestas virtudes, me llama a leer. De hecho están muy lejos, o son casi opuestas, a las razones por las que leo. Esto siempre y cuando tenga unas razones claras para leer, cosa de la que no estoy del todo seguro. Normalmente, esto de leer es como un enamoramiento de bar: uno ve un libro que le llama la atención, no sabe muy bien por qué, acaso le ha pillado en la hora tonta. Empieza a leerlo. A veces las cosas van bien, otras no tanto. Pero si bien no puedo pre-

cisar por qué leo un libro, qué me ha gustado de él hasta haberlo terminado, sí que puedo decir cuáles no son las razones por las que leo un libro: identificarme con el personaje, por ejemplo. Bien, nunca me he identificado con un personaje. A veces, sobre todo de niño, he querido ser un personaje, por ejemplo, el Júpiter Jones de ‘Los Tres Investigadores’, pero desde luego, no me identificaba con él. Para empezar, siempre he sido enjuto y Júpiter tiraba más bien a gordito. Eso sí, admiraba lo listo que era el chico, lo hábil que era para resolver, siendo un niño apenas mayor que yo, todo tipo de misterios. Durante un tiempo, lo recuerdo, llegué a adquirir el tic de tirarme del

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA

labio, que era lo que hacía Júpiter cuando estaba cavilando, a punto de dar con la solución al misterio. Pero esto no es identificación, sino imitación. Un derivado que a veces se da del juego de la lectura. Pero no identificación. Porque, veamos, uno, por ejemplo, solía leer bastante a Lovecraft. Identificarse con los personajes de este autor es imposible. Gen-

recido con el dinero. Aquí asistimos a sucesivos encuentros de la mencionada tía Fé con sus sobrinos Fanny, Fabián y Felicitas, niña la primera, adolescente el segundo, y joven veinteañera la tercera. Esta última ejerce de narradora. Los cuatro conversan sobre el dinero y sus imbricaciones: la tía Fé trata de explicarles el papel fundamental que dicho invento juega en la vida de las personas, tanto a nivel individual como condicionante de su actividad social, sea cual fuere. El dinero lo impregna todo, hasta el más trivial de nuestros deseos, de nuestras decisiones, de nuestras actividades. Decimos que no soportamos a los ricos, pero anhelamos ser como ellos. Mediante el dinero transformamos cualquier no en un sí. Mejor no pensar demasiado en la relación que une el amor con el dinero, aconseja la octogenaria Fé. El sistema ha conseguido hablar, de modo eufemístico, de «capas de la sociedad» en vez de «clases sociales». Una manera de dar la espalda al análisis marxista. Los ricos, no contentos con hacer ostentación visible del poder que el dinero les otorga, se preparan «para una eventualidad, claro. Un pequeño depósito bancario en Singapur, un cuadro de valor o un par de diamantes de los que los acreedores no saben nada». Las didácticas elucubraciones del cuarteto –Enzensberger también nos informa de sus relaciones con el entorno, narradas con agilidad y predominio de diálogos, incluyen además una recopilación muy variada y sugestiva de citas ajenas: Lichtenberg, Sófocles («La peor maldición de la humanidad es el dinero»), Goethe, La Rochefoucauld, Gauguin, Chamfort, Balzac, entre otros muchos; y unas no menos divertidas ilustraciones de Javier Mariscal. Una

tes, por lo general bastante aburridas, académicos acomodados, por un lado, pueblerinos siniestros, por otro, que tropiezan inevitablemente con un horror que, salvo en contadas ocasiones, les lleva a una muerte atroz o a locura. Pues no, no me identifico con ellos. Bastante tengo con lo mío. A todo lo más puedo llegar a admirar, o compartir, algún rasgo, alguna opinión del personaje. Incluso puedo querer a algunos que, de encontrármelos en una cafetería, no tendría más remedio que afearles la conducta. Sin embargo, mientras permanecen dónde deben estar, en el libro, pues la verdad es que sí, que visto de esa manera, su manera, yo

¡SIEMPRE EL DINERO! Una novelita sobre economía Hans Magnus Enzensberger. Ilustraciones de Javier Mariscal, Traducción de Carles Andreu, Barcelona, Anagrama, 2016, 214 páginas, 16,90 euros.

vez más el ensayista alemán demuestra su capacidad, como ya lo hizo en otros escritos sobre los medios de comunicación, las matemáticas, la filosofía, o la Ilustración a la luz de Diderot, para dibujar un panorama del capitalismo que nos envuelve hasta ahogarnos, transformándonos en marionetas sin pensamiento propio, manipuladas hasta lo más hondo del ser. Fantasmas sin libertad. Porque el problema, viene a concluir la joven Felicitas, no es tanto saber qué hacer con el dinero, sino adivinar qué hace o qué hará en cada instante de nuestra vida el dinero con nosotros. Ni siquiera las sesudas y a menudo abruptas páginas de economía con las que acostumbran a obsequiarnos los periódicos nos sirven de mucho; aunque nos frotemos las manos cuando el directivo de un fondo de inversiones ingresa en la cárcel, sabemos que acabará en la calle por buena conducta, mientas sus sucesores «ya se han puesto manos a la obra para proseguir con los negocios turbios». Por fortuna, Enzensberger no prescinde del humor. Como cuando recoge esta afirmación de Friedrich von Logan: «El avaro, como el cerdo tripón, solo es útil después de muerto».

también me hubiera cargado a esos gilipollas, despacio y con mala sombra. Porque quizás una de las cosas que sí busco al leer, una de las razones que tengo para leer, y miren que me hace feliz descubrir que alguna razón hay, es ser vicariamente otro. O no exactamente. Porque un personaje, no es exactamente otro. Es una serie de palabras, a las que yo, al leer, presto ojos y vida. De otro modo no existe. Un personaje no es una persona, con la que uno se puede identificar. De hecho, el personaje que yo sostengo, difícilmente puede ser el mismo personaje que sostiene mi vecino. Casi del mismo modo que el yo que soy yo no es el mismo yo que es mi vecino.


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Viaje hacia lo que ya no existe Jaime Priede indaga a través de otras voces en lo que permanece en él de su infancia :: JORGE PRAGA

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uántas veces la compra de un libro se decide por lo que los dedos impacientes abren en las primeras páginas. Por esas líneas iniciales, que algunos escritores dicen que son las que más cuestan. O incluso por las citas de otros autores que anticipan senderos y sentidos. La novela de Jaime Priede, ‘Un buzo en el bosque’, se abre con un fragmento irresistible de Roland Barthes: «De mi pasado es mi infancia lo que me fascina: solo ella, al mirarla, no me hace lamentar el tiempo abolido. Pues no es lo irreversible lo que en ella descubro, sino lo irreductible». Hacia allí va a caminar la novela, hacia ese reducto inalcanzable del tiempo abolido de la infancia. Su protagonista es un viajero a lomos de una motocicleta, y su destino las raíces lejanas, con las que le es casi imposible establecer un hilo conductor que sea más sólido que los pequeños retazos de recuerdos que el presente disuelve y arrolla. Para vencer las limitaciones del narrador, su atonía de buzo despistado, se cede la palabra a otras voces que llegan desde ese tiempo irreductible: la maestra de sus años de infancia indefensa; los abuelos que urdieron su enamoramiento en la aldea que luego le acogió siendo niño; el ambiente de la casa de veraneo. Voces que se mezclan con la mirada externa e interna del protagonista, que vuelve para no encontrar nada ni recoger otra cosa que una cadena incesante de fotos y películas registradas por su cámara, un registro descontrolado y hueco, tan de nuestros tiempos. El presente de ese viaje deja las vivencias de antaño aisladas, vivas en la prosa pero incapaces de enlazar con el protagonista, un ser heideggeriano, arrojado al mundo, extrañado en él. «La memoria y el olvido tienen el mismo origen, solidifican en ti el movimiento de lo que no existe», se dice el protagonista.

UN BUZO EN EL BOSQUE Jaime Priede. Ediciones Malasangre. Oviedo, 2015. 172 páginas. 16 euros.

Skakespeare también fue un hombre :: V. M. NIÑO No nació de pie, su padre tenía una tienda de guantes, se casó pronto para proteger a la criatura en camino, emprendió su carrera de actor a pesar de ser padre de familia. Shakespeare, el dramaturgo más celebrado en lengua inglesa, fue un hombre antes de ser considerado un genio. Y para los jóvenes lectores a los que el devenir académico les exige decidir, tampoco William lo tuvo claro desde el principio. Vicente Muñoz Puelles, maestro en acercar biografías de personajes célebres, presenta en esta novela la vida del escritor, con parada en los acontecimientos que enlazan con sus obras universales. Hace muchos siglos que el hombre reescribe las mismas historias con distintas palabras. Antes de los diez años leyó ‘Las metamorfosis’ de Ovidio y ‘La Eneida’ de Virgilio, esos fueron los saberes fundacionales de un Shakespea-

re que no pasó por la universidad. «En esos libros aprendí toda la mitología que conozco», afirma. Plauto y Séneca le despertaron el gusto por el teatro. El joven de Satratford-upon-Avon quería ser actor, una profesión respetable en la Gran Bretaña del siglo XVI, donde las compañías estaban apadrinadas por nobles y al cabo, por la reina. Precisamente bajo su tutela acabará escribiendo el

EL MISTERIO DEL CISNE Vicente Muñoz Puelles. Ilustraciones de Jordi Vila Delclòs. Anaya. 142 páginas. 11 euros. A partir de 14 años.

conocido bardo de quien se cumple el próximo sábado el cuarto centenario de su muerte, parejo a su coetáneo Cervantes. Pero antes, irá a Londres, donde debía comenzar cualquier intérprete ambicioso. Su primer empleo fue de corrector, así se costeó las clases de francés y esgrima. Allí se bregará en la interpretación. Sentirá admiración temprana por John Donne y escribirá sonetos antes que teatro. Sus compañeros le apodan el cisne de Avon. Las compañías estrenaban cada quince días y es la necesidad de obras sumada a sus labores de corrector la que le lanza de las adaptaciones a la escritura. Pronto hace reír a la reina quien le confiesa «cuentan que el rey de España nunca se ríe, y que por eso padece gota. Desconfío de las personas que no saben relajarse». La propia Isabel le pedirá más tarde «una comedia que me haga reír y no sea demasiado tonta». El Shakespeare empresario, el hijo, el padre, el esposo, el amante, se suceden en esta interesante biografía que muestra al hombre por encima del literato.

Homenaje en verso a los títeres

Jaime Priede. :: RICARDO OTAZO El movimiento de lo que no existe, ese es el fondo de la novela. Un movimiento entre lo perdido sin remisión y el presente lleno de vacíos, escurridizo entre accidentes sin relevancia y desplazamientos por no-lugares, esa etiqueta tan certera del antropólogo Marc Augé para la geografía contemporánea de autopistas y extrarradios. Los recorridos en moto carecen de anclaje nominal, son tan vagabundos como la cabeza del conductor. «Le gustan cada vez más los lugares que no aparecen en los mapas. Lugares sin atractivo turístico alguno. Sin memoria colectiva. Lugares sin conciencia del nosotros». Para ganar ese reto del viaje a ninguna parte respondido desde las voces inalcanzables de la infancia, Jaime

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

Priede cuenta con un aliado decisivo: su prosa, su escritura, un tejido de fragmentos que poco a poco van dibujando un universo complejo y abierto, recorrido por llamadas interiores. Una escritura a la que no puede ser ajena la experiencia poética del autor, tanto en su obra anterior como en su labor de traductor de Edgar Lee Masters, Raymond Carver, o Edgar Allan Poe, entre otros. Con la poesía emparentan sus párrafos cortos, precisos, enviados hacia una cadencia global que los envuelve. Y que reciben nueva vida, la vida de su ritmo interior, cuando la palabra oral se apodera de ellos, como demostró el autor en su reciente lectura en la Fundación Segundo y Santiago Montes. Los párrafos tan depurados y exactos descubrían en la voz pausada de Jaime Priede su escondida fluidez narrativa, la que el lector tiene que ir encontrando y degustando para completar la promesa que se abría en la invocación de Roland Barthes, y, por qué no, también en las líneas que abren este libro tan singular y valioso: «La señorita América sale de su casa enfundada en una caperuza gris de mal vivir, zapatos de monja y unas gafas muy tercas. No te ve».

:: V. M. N. Guiñol era un personaje antes de dar nombre a todos sus colegas de teatrillo. La tía Norica nació en Cádiz, Chacolí es el héroe y Don Nicanor resulta ser conocido en las calles de Madrid del XIX. Son curiosidades que cuenta Juan Carlos Martín Ramos al final de ‘Mundinovi’, un poemario sobre el mundo de los títeres con el que ha ganado el Premio Orihuela de Poesía para Niños. Estructura en tres partes, los poemas de la primera conforman el ‘Diario de un títere’. El público, el teatro, los ancestros familiares de los protagonistas, van describiendo el fenómeno en torno a la pequeña cortinilla que separa tramoya de audiencia. El siguiente bloque está protagonizado por los ‘Títeres con cabeza’, es decir los arquetipos: Maese Trotamundos, Don Cristóbal, La Bruja Piruja, los personajes de cuento a además de los citados Chacolí, Nicanor y Guiñol. Cierra el poemario media docena de propuestas para representar con todos ellos. Las notas del final aclaran el origen histórico de los títeres más conocidos. Juan Carlos Ramos convierte en fiesta de versos un mundo que se ha alejado de

MUNDINOVI Texto de Juan Carlos Martín Ramos. Ilustraciones de Federico Delicado. Kalandraka. Premio de Poesía Para Niños. 56 páginas. 14 euros.

la cotidianeidad y se ha convertido en extraordinario. Con una cita en la comunidad tan destacada como Titirimundi este es un buen aperitivo para ir a Segovia avisado. Es un buen complemento a otras dos obras de Ignacio Sanz con el título del festival.


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ace tiempo dediqué esta sección al verbo ‘asolar’ y me preguntaba si los siguientes titulares eran o no correctos: ‘Un terremoto asuela Lorca’ y ‘Un terremoto asola Lorca’. En aquel momento la información que nos proporcionaba la 22.ª edición del Diccionario de la lengua española de la RAE (2001) nos permitía deducir que ambos titulares no eran correctos porque hay dos verbos ‘asolar’, uno con el significado de ‘arruinar y destruir por completo un territorio, una superficie, un edificio, etcétera, de manera que no quede nada en pie’ y otro que significa ‘secar el calor o la sequía el campo o echar a perder sus frutos’. Para el primer caso, el modelo de conjugación era igual que el de ‘contar’: la vocal <o> de la raíz diptonga cuando es tónica (presente de indicativo: asuelo, asuelas, asuela, asolamos, asoláis, asuelan; presente de subjuntivo: asuele, asueles, asuele, asolemos, asoléis, asuelen). En el modelo de conjugación del segundo las formas no diptongan (presente de indicativo: asolo, asolas, asola, asolamos, asoláis, asolan; presente de subjuntivo: asole, asoles, asole, asolemos, asoléis, asolen). Por tanto, solamente era correcta la primera opción: Un terremoto asuela Lorca. Sin embargo, me sorprendía la postura de la RAE en el más reciente Diccionario panhispánico de dudas (2005) porque una vez presentadas las diferencias entre los dos verbos y sus diferentes modelos de conjugación, manifiestaba que «la distinción entre uno y otro verbo está desapareciendo» porque «ambos comparten el sentido profundo de ‘destruir por completo’ y tienden a conjugarse como regulares». Por lo tanto, daba por buenas –por frecuentes– las formas sin diptongar (asolo, asolas, asola, etcétera) para el verbo ‘asolar’ con el significado de ‘arruinar y destruir por completo’. Esto implica que los dos titulares de la noticia son correctos. Algo similar ocurre con el modelo de conjugación de los verbos ‘cimentar’, y ‘engrosar’.

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

CAMBIOS EN LA CONJUGACIÓN DE ALGUNOS VERBOS

Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es

‘Cimentar’ significa ‘poner los cimientos de un edificio o de otra construcción’ y, metafóricamente, ‘fijar los principios o las bases sobre las que se consolida algo inmaterial’ (La unidad de la familia se cimienta en el cariño y el respeto) y ‘consolidar o dar estabilidad o solidez a algo’ (Se necesitan soluciones para cimentar la paz). El modelo de conjugación es el mismo que el de ‘acertar’: la vocal <i> de la raíz diptonga cuando es tónica (presente de indicativo: cimiento, cimientas, cimienta, cimentamos, cimentáis, cimientan; presente de subjuntivo: cimiente, cimientes, cimiente, cimentemos, cimentéis, cimienten). ‘Engrosar’ significa ‘aumentar el número o la cantidad de una cosa’ (Se teme que la jornada de hoy en la Bolsa engruese la lista de movi-

mientos negativos que comenzó el mes pasado) y ‘hacer grueso y más corpulento algo, o darle espesor o crasitud’. Como verbo intransitivo designa la acción de ‘hacerse más grande o más gruesa una cosa o una persona’. Diremos entonces que Nos da miedo que el tumor engruese o que lo esperable es que los adolescentes engruesen. Este caso es distinto al anterior porque existe también el verbo ‘engruesar’, que significa ‘hacer más grueso algo’. Por tanto, ‘engrosar’ con el significado de ‘hacer grueso y más corpulento algo, o darle espesor o crasitud’ y ‘engruesar’ son sinónimos. Según la última edición del Diccionario académico, ‘engrosar’ se conjuga como ‘contar’ (solamente diptonga la vocal <o> de la raíz cuando es tónica) y como si se tratara de un verbo regular, así que las formas del presente de indicativo son engrueso o engroso, engruesas o engrosas, engruesa o engrosa, engrosamos, engrosáis y engruesan o engrosan; y las del presente de subjuntivo engruese o engrose, engrueses o engroses, engruese o engrose, engrosemos, engroséis y engruesen o engrosen. La RAE, en el Diccionario panhispánico de dudas (2005), admite también la conjugación regular (que no diptonga en ninguna de sus formas) para el verbo ‘cimentar’ y añade que es mayoritaria la conjugación regular del verbo ‘cimentar’. Para el caso de ‘engrosar’ sigue la misma pauta que en el Diccionario y añade que «a efectos prácticos, en todos los tiempos y personas es igualmente válido el uso de formas sin diptongo y formas con diptongo, de las que son más frecuentes las primeras». El desplegable de la conjugación de los verbos ¬‘asolar’ y ‘cimentar’ en la 23.ª edición del diccionario (que pueden consultar en Internet), donde se presentan como válidas tanto las formas diptongadas como las no diptongadas, es un ejemplo de cómo la RAE ha considerado los usos lingüísticos de los hablantes cultos y los ha ratificado en la norma.

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La legión perdida. Santiago Posteguillo (Planeta)

Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)

Esa puta tan distinguida. Juan Marsé (Lumen)

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Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)

Marcelín. J. Jacques Sempe (Blackie Books)

Sobre Grace. Anthony Doerr (Suma de Letras)

Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)

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Canción de cuna de Auschvitz. Mario Escobar(H. Collins)

Desde la sombra. Juan José Millás (Seix Barral)

Omnia. Laura Gallego (Montena)

El regreso de Catón. Matilde Asensi (Planeta)

Pasos en la piedra. José M. de la Juerga (Menoscuarto)

El cazador de historias. Eduardo Galeano (Siglo XXI)

Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)

La luz que no puedes ver. A. Doeer (Suma)

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La despensa mágica Begoña Oro (Infantil)

Olvidé decirte te quiero. Mónica Carillo (Planeta)

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Ser feliz en Alaska. Rafael Santandreu (Grijalbo)

Preso pero libre. Leopoldo Löpez (Península)

Números increíbles. Ian Stewart (Crítica)

El fin del homo sovieticus. S. Alelsiévich (Acantilado)

La magia del orden. Marie Kondo (Aguilar)

Héroes del blues... Robert Crumb (Nórdica)

Palabra adicción. Virgilio Ortega (Crítica)

Ante todo no hagas daño. H. Marsh (Salamandra))

Lo mejor de nuestras vidas. Lucía Galán (Planeta)

Ante todo no hagas daño. H. Marsh (Salamandra)

Descenso a los infiernos. Ian Kershaw (Crítica)

Las matemáticas y el azar. A. Hernández (Guadalmazán)

El poder del ahora. E. Tolle (Gaia)

Dioses útiles. Jose Álvarez Junco (Galaxia Gutenberg)

Nuestro mal viene de más lejos A. Baduu (Clave I.)

Rutas sin mapa. E. Santiago Muíño (Catarata)

El arte de no amargarse... S. Santandreu (Paidós)

Viaje a la aldea del crimen. R. J. Sender (Asteroide)

La catastrófica aventura... S. Connolly (Montena)

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Pasos en la piedra. José M. de la Juerga (Menoscuarto)

El tango de la guardia vieja. A. Pérez-Reverte (Alfaguara)

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Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)

Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)

Ayer no más Andrés Trapiello (Destino)

El invierno del mundo. Follet (Plaza&Janés)

Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)

La Tabla de Himmler. I. Martín Verona (Multiversa)

La marca del meridiano. Lorenzo Silva (Planeta)

Me hallará la muerte. J. Manuel de Prada (Destino)

Los besos en el pan. Almudena Grandes (Tusquets)

Celia en la Revolución. Elena Fortún (Renacimiento)

Cincuenta sombras de Grey. E.L.James (Grijalbo)

Misión Olvido. María Dueñas (Temas de Hoy)

El elefante desaparece. H. Murakami (Tusquets)

La tierra que pisamos. Jesús Carrasco (Seix Barral)

Las leyes de la frontera Javier Cercas (Mondadori)

Cincuenta sombras de Grey. E. L. James (Grijalbo)

El ruiseñor. Kritin Hannah (Suma de Letras)

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Las manos de los maestros. Coetzee (Random House)

Luz y misterio de las Catedrales. Peridis (Espasa)

La magia. R. Byrne (Urano)

Ser feliz en Alaska. R. Santendreu (Grijalbo)

La Gran Guerra. M. Isabel Bringas (U. P. Burgos)

La magia. Rhonda Byrne (Urano)

Lo que nos pasa por dentro. Punset (Destino)

Superpoderes del éxito... Mago More (Alienta)

Enemigos de lo real. V. Molina Foix (Galaxia Gutenberg)

La infancia de Jesús. J. Ratzinger (Planeta)

El bucle prodigioso. Marina de Castro (Anagrama)

Siete breves lecciones... C. Revelli (Anagrama)

La conjura de los ignorantes. R. Moreno (Pasos Perdidos)

La herencia del pasado. García Cárcel (Galaxia)

Memorias. José María Aznar (Planeta)

El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)

Dioses útiles . J. Álvarez Junco (Galaxia Gutenberg)

Marina está en la luna. Rubén Varillas (Thule)

El enigma de las catedrales. J. L. Corral (Planeta)

Maravillosamente imperfecto. W. Riso (Planeta)


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Sábado 16.04.16 EL NORTE DE CASTILLA

ORTIGAS A MANOS LLENAS SARA MESA

H

ace unos días, trasteando entre revistas viejas, encontré un artículo de Rafael Sánchez Ferlosio que me pareció revelador de algo que vengo notando en los últimos meses. Hablaba Sánchez Ferlosio de la «incondicionalidad ante la firma», esto es, la sensación de que el valor de los textos está en el nombre de quien los firma y no en el contenido de lo que firma, algo que ofrece impunidad al escritor ya famoso pero que, antes que un elogio, supone más bien un menosprecio. Lo más triste, quizá, es notar cómo determinadas instituciones, públicas o privadas, buscan subir su caché incluyendo la firma del escritor en sus proyectos o actividades, aunque la naturaleza de éstos nada tenga que ver con la trayectoria en la que el escritor ha destacado. «Cuántas veces, en los últimos tiempos, he tenido que soportar que me dijeran: ‘nada, escribe dos o tres folios sobre cualquier cosa, lo que se te ocurra… ¡Vamos, no me dirás que si tú te pones a la máquina…!’ (...) Y así, ves perfectamente reducido a cero cuanto antes hayas pensado y puesto por escrito y cuanto en adelante puedas pensar y escribir, para que solamente quede en pie la cruda y desnuda cotización pública de tu firma, sin que la más impresentable de las idioteces pueda menoscabar esa cotización; claramente percibes cómo, sea lo que fuere lo que pongas encima de tu firma, equivale absolutamente a nada». Es sorprendente saber que este texto data de 1984 y que –aunque no cabe duda de que mi experiencia es notablemente más limitada que la de Sánchez Ferlosio– las cosas no han cambiado demasiado. Escribes un libro o dos que, por las razones que sean –entre las que no debe descartarse la suerte–, gustan al público y reciben buenas críticas, te hacen entrevistas, sales en la radio o en la televisión, y de pronto te das cuenta de que tu nombre empieza a sonar hasta el punto de que te llegan propuestas de lo más dispares, aunque la mayoría de las veces quien te hace estas propuestas no sólo no ha leído tus libros, sino que ni si-

quiera sabe de qué van o en qué tipo de literatura te enmarcas, y sólo busca apuntar tu nombre en su memoria anual de actividades. Hace unos días, por ejemplo, me escribía el responsable de programación de una sala de teatro andaluza para pedirme un texto teatral –por supuesto, no mencionaba nada acerca de pagarme–. Amablemente le dije que, además de no tener ahora mucho tiempo, yo jamás he escrito teatro, desconozco el lenguaje teatral y, por tanto, no podría colaborar con ellos. Su respuesta: no pasa nada, sólo sería como escribir un cuento –¡sólo!–, no es tan complicado al fin y al cabo, se hacía en un momento. Aquello me pareció un insulto, no tanto a mí sino a todos los autores teatrales que con opiniones así ven devaluados por completo sus conocimientos y su experiencia –y nada menos que por alguien de su gremio–. Otro día el responsable de un suplemento cultural me llamó para ofrecerme hacer un reportaje –sin mencionar tampoco bajo qué honorarios: esto es algo que, al parecer, nunca importa– sobre la exposición en Madrid de la biblioteca del Inca Garcilaso. «Buscamos la mirada de un escritor nuevo», me dijo, sin importarle lo más mínimo que mi escritura nada tenga que ver con la época histórica del Inca

Garcilaso, sin conocer qué formación específica tengo sobre esta época –ninguna– y, por supuesto, despreciando, como hacía el responsable de la sala de teatro, a todos los intelectuales, escritores o no, expertos en la materia y que podrían escribir un reportaje en verdad interesante. Son sólo un par de ejemplos, pero resulta increíble la cantidad de peticiones que pueden llegar a recibirse simplemente porque uno ha escrito un par de libros que han ido bien: te solicitan opiniones políticas, textos sobre escritores de los que se cumplen aniversarios, textos a cuatro manos o sobre asuntos disparatados, participación en conferencias o congresos sobre temas de los que uno no sabe nada, presentaciones de libros radicalmente dispares del tipo de libros que te gustan. Y alguno habrá al que esto le parezca un gran honor, pero a mí, como a Sánchez Ferlosio, más me parece una manera clara de decirte: «lo que has hecho no importa, no nos interesa, sólo, por favor, pon aquí tu firma, o hazte aquí esta foto con nosotros».

Esta columna es para mí una de esas maravillosas excepciones que a veces me proponen: aquí escribo sobre el mundo literario, sobre escritores que me gustan o me inquietan, sobre experiencias propias y mi visión del mundo en relación con la escritura: en definitiva, es el terreno en el que me siento cómoda. Por lo demás, tantas peticiones y propuestas absurdas son para mí un claro síntoma de lo que llamo el «boicot al escritor»: impedimentos para que dejemos de escribir y, a cambio, nos dediquemos a explotar una imagen pública que un año está de moda pero que al siguiente ya estará caduca. Y es que, como dijo el genial Hipólito G. Navarro, se llega al disparate de que «esto de ser escritor quita mucho tiempo de escribir».

Boicot al escritor

:: JOSÉ IBARROLA


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LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 16.04.16 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

El corazón del bosque L

:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL

a Ruche (La Colmena) fue una escuela y cooperativa libertaria francesa, laica y autogestionada, que existió entre 1904 y 1917. Se propugnaba en ella la alimentación sana y el contacto con la naturaleza, y estaban prohibidos castigos y recompen-

sas, así como cualquier forma de autoridad. Pilar Adón sitúa ‘Las efímeras’, su última novela, en una comunidad semejante para la que incluso conserva este mítico nombre. Una utopía, una ciudad ideal, en la que sin embargo, al empezar la novela, sus miembros no son otra

cosa que sombras desfiguradas del sueño que la hizo nacer. Es la ley de los cuentos, que el sueño de la razón produzca monstruos. ‘Las efímeras’ habla de dos hermanas, y del dominio que Dora Oliver, la mayor de ellas, ejerce sobre la pequeña, Violeta. Habla de un extraño muchacho,

Denis, del que Violeta se enamora y con el que huye tratando de escapar del dominio feroz de su hermana. Habla de Anita, la encargada de regir el destino de una comunidad en la que hace tiempo ha dejado de creer, y de Tom un joven que busca en ese retiro algo inexplicable que no

halla en otro lado. Todos ellos buscan un lugar donde refugiarse de la desdicha. Pero el verdadero protagonista de la novela es el bosque. Un bosque hermoso y terrible, que remite al mundo del romanticismo y a su concepto de lo sublime. El sentimiento de lo bello, según Schopenhauer, nace de la contemplación de un objeto benigno; el de lo sublime, de aquello que aun atrayéndonos nos puede destruir. El bosque de ‘Las efímeras’ pertenece al territorio de lo sublime y por eso vida y muerte se confunden en sus páginas. Estamos en el mundo de los cuentos, de los que su autora sabe tanto. Kafka dijo que todos los cuentos «proceden de lo más profundo de la sangre y el miedo», y basta con recordar alguno de los más conocidos para saber hasta qué punto esto es verdad. Pero en los cuentos siempre hay la posibilidad de una redención, y por eso abundan en ellos las figuras mediadoras que ayudan a sus protagonistas a escapar del horror. La cabaña en que Violeta y Denis se esconden para consumar su amor no es distinta a la cabaña a la que llegan Hänsel y Gretel, o a la cabaña de Blancanieves, y en ella se plantea ese dualismo esencial del hombre, que tiene que hacer convivir en su corazón orden y sentimiento, vida y muerte, luz de las tinieblas y luz del cielo. Pilar Adón nos cuenta lo que les pasaría a esos niños abandonados si nadie los fuera a salvar. ¿Cómo sería su vida en el bosque, que es el territorio de los ogros? Sobre todos los personajes de los cuentos pesa la amenaza de la desfiguración. Por eso son tan comunes en ellos las metamorfosis. Niños y niñas que se transforman en cisnes, en ciervos o ranas, en pájaros o plantas, en estatuas de piedra o en lagunas misteriosas. Los cuentos nos enseñan que no basta con ser un niño pájaro o un niño ciervo, y que lo que nos diferencia de las piedras, los árboles y los animales, es que podemos amar. Pero ¿es cierto que podemos amar?, se pregunta Pilar Adón en esta novela extraordinaria. Sus personajes femeninos conservan muchas características de los personajes de esos cuentos de los que acabo de hablar. Son postergados y maltratados por los demás, pero poseen a cambio la facultad de dialogar con el mundo natural (a Cenicienta, en la versión de los hermanos Grimm, es un

árbol quien le da su vestido) y de encontrarse con las otras criaturas del mundo. Deberían odiar el mundo y sin embargo se vuelven sus cómplices. Pero el mundo de esta novela remite a ese territorio de la sangre y el miedo del que habló Kafka, y sus personajes, como los del escritor checo, saben que la verdad que el hombre necesita para vivir no la puede obtener ni adquirir de nadie, y que tienen que producirla una y otra vez en su interior si no quiere dejar de existir. Nadie es inocente, nos dice Pilar Adón; no hay salvación, pues la vida carece de sentido. ‘Las efímeras’ es una novela desesperada y oscura que sin embargo se lee, y ese es su misterio y su encanto, con el mismo fervor con que de pequeños escuchábamos los cuentos maravillosos. Su mundo remite al mito de Dafne, a ese cuerpo amado que se vuelve raíz, hojas, que se confunde con el bosque terrible. Su título alude a esos insectos alados que viven en la orilla de ríos y lagos. Su vida es muy corta, de apenas un día, y de ahí deriva su nombre, efímeras: que tienen la duración de un sólo día. Sin embargo, es la especie más antigua de la tierra. ¿Se parecen a nosotros? También nuestra vida es muy corta, también repetimos una y otra vez los mismos rituales, de crecimiento, de apareamiento, de búsqueda. Hemos evolucionado técnicamente, pero nuestros sueños y nuestras locuras siguen siendo las mismas. La historia de esa repetición, es la verdadera historia de nuestro paso por este planeta. Flannery O’Connor dijo que nuestra época se caracterizaba por un aumento de la sensibilidad y una pérdida de la visión, y eso es lo que espera Pilar Adón de la literatura, que nos haga ver. Por eso nos ofrece en sus libros un mundo de anormalidad y revelación como raras veces nuestra literatura reciente, tan apegada al realismo, ha sido capaz de hacer. Pilar Adón no busca el horror por sí mismo sino hacer real el misterio a través de la escritura. Y nunca ese misterio es más hondo y perturbador que cuando encarna en la oscura y bella deformidad del corazón humano.

DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO


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