Sábado, 30.04.16 Número CCXXXII
SOMBRA CIPRES LA
DEL
La vida como obra literaria Cuando el escritor construye los libros firmemente asentados en su biografía
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2 LA SOMBRA
DEL CIPRÉS
LA VIDA COMO ESCRITURA
Sábado 30.04.16 EL NORTE DE CASTILLA
El escritor frente a su circunstancia L
a obra de arte, nos dice Rilke, nace siempre «de quien ha afrontado el peligro, de quien ha ido hasta el extremo de la experiencia, hasta el punto que ningún ser humano puede rebasar». De hecho, por mucho que un autor quisiera desligarse de su experiencia, borrar todo rastro del hecho vital en el hecho literario, al final terminaría dejando huellas: jirones más o menos visibles, más o menos ocultos, de su biografía. Como ocurre con los hijos, las obras de arte pueden y deben tener su propia vida, incluso una vida radicalmente
CARLOS AGANZO
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opuesta a la de aquel que las concibió; pero nunca dejan de ser el fruto de una experiencia, el testimonio trascendido de una biografía. Lo mismo da si es vivida o si es soñada. Eso sí, en esta relación puede haber de todo: que vida y obra sean una misma cosa; que no lo sean; que la primera determine el carácter de la segunda, o también que la segunda influya de tal manera en la primera que ambas acaben confundiéndose. Veamos, por ejemplo, tres casos distintos mirando a tres autores que señalan las grandes conmemoraciones de este año.
Kafka, autor y personaje Superado el análisis estructuralista, mirar hacia las vicisitudes que rodean al autor puede desentrañar aspectos determinantes de la obra
D
espués de los abusos del estudio de la literatura, y de otras artes, basado en las circunstancias sociales y la hagiografía de los autores, el estructuralismo propuso acabar con esos modos, torpes e inadecuados, y estudiar la obra en sí misma, los textos que produce el autor. Lo demás es baladí, si no contraproducente. ¿Qué sentido tiene analizar los alrededores de un producto cuando lo que nos interesa es el producto en sí? Si hay que elegir entre Cervantes y ‘El Quijote’ el asunto está claro. Es más, dedicar el tiempo a investigar detalles biográficos no hace más que restarlo a la indagación de lo que realmente importa, sus libros. Hablar del escritor solo tiene sen-
tido si hacerlo va a iluminar su obra, si no, distrae. Pero, de otro lado, al dejar a un lado las circunstancias de la época y las vicisitudes de quien elabora un texto, se desperdician posibilidades de estudio que pueden resultar determinantes. No es lo mismo perderse por las ramas de los acontecimientos y las anécdotas que escudriñar el origen del texto. ¿De dónde viene y por qué? Y ahí, al menos alguna vez, puede que la figura del autor tenga alguna importancia. Un caso paradigmático en este asunto es Kafka. Sin su presencia es imposible entender sus escritos. Es más, en su producción hay textos elaborados como literatura, sus tres novelas inacabadas, etc., y tex-
LUIS MARIGÓMEZ
tos personales, sus cartas y diarios. ¿Hay una diferencia radical entre ellos? Hoy se leen como si hubiera continuidad de unos a otros. El autor se convierte en personaje y su desnudez, o el ropaje con que se viste en sus papeles privados, fascina tanto o más que lo que diseñó para ser leído por el público. Pudiera ser morbo y no interés literario lo que lleva a sumergirnos en ese magma. Afán de cotilleo, sin más. El escritor tiene debilidades y da cuenta de ellas en unos papeles que nunca pensó que se hicieran públicos. En el caso del checo, hay que recordar su orden de destruir toda su obra, aunque él no se atrevió a hacerlo. A las novias les dio por guardar las misivas de ese tipo
tan raro. (Él no guardó las de ellas). Kafka nunca fue un sujeto de relevancia social, aunque publicara algunas obras en vida, no fue un autor de masas. Lo que hiciera, o no, le importaba a un número limitado de personas. Como todo el mundo, elaboró un personaje para desenvolverse en el mundo. Era un alto ejecutivo en una compañía de seguros; un escritor concienzudo al que no le importaba nada más que la literatura; un seductor de éxito que se echaba para atrás cuando había que comprometerse. Sabemos de él lo que quiso que quedara en sus escritos, privados o literarios. Ahora la distancia entre ellos es irrelevante. El personaje se impone en ellos de una u otra
manera. Los héroes de sus novelas no son muy distintos de lo que él quiso reflejar en los demás papeles. Los libros, poemas, etc. surgen de alguna parte, de su autor y de su tiempo, y los reflejan. «¿El creador no tiene por objeto, en efecto, producir su obra como una emanación, como la carne de su carne, y no desea, al tiempo, que esta parte de sí mismo se mantenga frente a él cómo algo ajeno?» Escribe Sartre sobre Baudelaire. Lo quiera o no, hay una parte del autor en su obra, en sus revelaciones y sus ocultamientos, y es un buen gancho para entrar en el territorio que explora. La pregunta clave quizá sea qué buscamos cuando leemos un texto literario. ¿Por qué a
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En el caso de Cervantes, un soldado sin fortuna al que su país le negó la gloria que sólo le concedería la Fama después de muerto, parece claro que la vida, es decir, la peripecia biográfica, fue decisiva a la hora de concebir y de escribir la que está considerada como la obra más importante de toda la literatura escrita en español, el Quijote. Sin sus estrecheces económicas, sin sus heridas en Lepanto, sin su cautiverio en Argel, sin su guerra con Lope..., Cervantes no habría huido sucesivamente de la poesía al teatro y del teatro a la narrativa, hasta llegar paradójicamente a triunfar con la primera novela moderna. Prácticamente lo contrario, por contraste, de lo que le ocurrió a Cela, que ya era un autor famoso con 26 años, tras haber escrito ‘La familia de Pascual Duarte’, y que se consagró definitivamente a los 35 con ‘La colmena’, llegando a culminar el sueño más alto de
Miguel de Cervantes.
Rubén Darío.
Camilo José Cela.
todo escritor de su tiempo: ganar el Premio Nobel de Literatura. En el envés de Cervantes, fue la obra de Cela, sobre todo su éxito progresivo y arrollador, la que terminó convirtiendo al escritor en un personaje literario; un icono grandilocuente que más tarde llenaría páginas y más páginas de papel cuché, y que conseguiría batir récords de audiencia con sus apariciones en televisión. Eso sí, sin permitir que el peso de su literatura decayera un solo milímetro. Desde los primeros e incontestables destellos de su obra, la vida entera de CJC se fue desarrollando progresivamente alrededor de su proceso de creación literaria. Él mismo se transformó en una criatura novelesca que despertaba fascinación y rechazo por partes iguales, y que a veces tenía más visos de ficción que de realidad. Entre ambos podríamos situar el ejemplo de Rubén Darío, el Príncipe de las Letras Cas-
tellanas, un prodigio de belleza subversiva cuya vida y obra fueron siempre en paralelo, determinándose mutuamente. El hombre creó al escritor. El escritor trocó al hombre en icono literario. Y ambos se encontraron y se fundieron en el final de la vida del hombre, ya que que la vida del escritor, cuando éste es auténtico, puede perdurar casi eternamente. Si los términos bohemio y modernista tienen una imagen, ésa es la de Rubén Darío, quien hizo del deslumbramiento un lema tanto para su existencia como para su literatura. Si Rubén eligió el alejandrino francés, tan felizmente adaptado por él a la métrica castellana, para cuajar lo mejor de su poesía no fue por casualidad, ya que América y Europa se trenzaron una y otra vez en su existencia: Nicaragua, El Salvador, Chile, Argentina, Guatemala y Costa Rica, pero también Madrid y París; sobre todo la luz de París, ese «galicismo men-
En el caso de Rubén, el hombre creó al escritor y el escritor trocó al hombre en icono literario
tal» que criticaba en él don Juan Valera. Como tampoco es casualidad que la figura más emblemática de su obra terminara siendo el cisne: la belleza y la dulzura del amor, pero también el canto libre y salvaje que fue toda la vida de Rubén Darío; no el cisne que canta únicamente en el momento de su muerte, sino ese otro «cisne wagneriano» que empezó a cantar «en medio de una aurora», para tratar de vivir por siempre.Porque Rubén, como su literatura, vivió y revivió una y mil veces. Cuando era un joven liberal, insatisfecho con los excesos de la sociedad
de su época, escribió ‘Azul’, inaugurando con él el Modernismo hispánico. Cuando se imbuyó hasta la médula en ese movimiento estético, caracterizado por la rebeldía, la creatividad, el refinamiento extremo, el erotismo y el culturalismo (‘Prosas profanas’), él mismo, a través de su imagen, se convirtió en un poema vivo, que fascinó a todos cuantos le conocieron. Y cuando empezó a darse cuenta de lo que había detrás del espejo, cuando los reveses, los desengaños y las consecuencias de los excesos hicieron mella en su vivir, volvió la poesía por caminos más interiores y filosóficos hasta terminar cantando a la esperanza solo a través del desgarro, la soledad y la decepción. Una victoria que se parecía demasiado a la derrota... Al fin, en todos los casos, el verdadero escritor: aquel que lleva su vida, su literatura, su corazón o su pensamiento hasta el extremo de la experiencia.
Kafka es un caso paradigmático: sin su presencia no se pueden entender sus escritos Lo quiera o no, hay una parte del autor en su obra y es un buen gancho para entrar en el territorio que explora
Retrato del joven Franz Kafka.
veces necesitamos saber más de su origen para disfrutarlo o sufrirlo, para analizarlo? Esas ficciones, esos poemas, nos cuentan a nosotros mismos, a los lectores, plantean las preguntas que a nosotros apenas se nos ocurren, aunque estén larvadas ahí, pujando por salir. Los personajes viven historias que no nos atrevemos a llevar a cabo, pero queremos sentir sus emociones. ¿Cómo nos comportaríamos en esas circunstancias extremas? Indagar en las fuentes de lo que nos ha conmovido, además de en ello mismo, puede que arroje algo de luz para transitar mejor por sus espacios.
4 LA SOMBRA
DEL CIPRÉS
LA VIDA COMO ESCRITURA
Aproximación a Savinio
¿Vida vs. obra?
E
n algún pasaje de su obra mayor, Nietzsche reclama la llegada de una crítica, de una filología, de una simple clase de lectores profundos que, desatendidos del texto, se pongan a la atenta escucha de lo que han sido los avatares, de las posibilidades y de las elecciones finales y determinantes de ciertos sujetos; de aquellas identidades que se nos pro-
ponen en el marco de la cultura de algún modo como «ejemplares», en cuanto son productores simbólicos, suministradores del imaginario social: los artistas. Las imago vitales, creía el filósofo escritor, que alcanzarían a ser leídas con mas precisión, verdad y aprovechamiento del que nunca se puede encontrar depositado en los textos. Afirmaba aquel autor de textos seminales, que la vida he-
roica era al cabo la realización mayor que cabe. Como en otro orden de cosas, también nuestro Gracián lo creía de igual manera, cuando relataba que el fin de toda realización humana –aun la volcada en las letras (como la propia suya lo había sido)–, era la de convertirse en «santo». Hombre en acción, a la postre. Sujeto que modela su existencia como una escritura, cuya potente caligrafía
MOISÉS MORI
destaca sobre la del resto de sus apagados comtemporáneos. Y es que héroe (aunque lo sea de nuestro tiempo: un “héroe de la vida moderna”, como quería Baudelaire), es, en verdad, aquel que da a leer su vida propia. Que construye su vida en orden a hacerla legible frente a los demás. Distribuye sus gestos magníficos, mientras concibe su desarrollo en la forma de un arte, con una decisiva intervención en el mundo de la que espera dejar alguna memoria venidera. Hereda así a los aristos, a la clase de sujetos que vienen al mundo para dar testimonio de sí (sobre
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a literatura de Alberto Savinio (Atenas, 1891 - Roma, 1952) es un caso singular de escritura biográfica, pues aunque el escritor italiano nunca compuso algo así como una autobiografía (a lo más, apuntes sueltos, como Sou-
FERNANDO R. DE LA FLOR
todo a través de obras, y no solo de su ópera). Maestros de vida, entonces; el escritor realizador de «bios» antes que de «grafías». Es un tema de fondo fáustico. Se diría que estamos hablando de un tiempo definitivamente vuelto viejo; de una aurificación del artista por encima de su obra, cuyo
venirs: artículos en los que se evocan días franceses, los amigos de París), buena parte de su obra –por no decir toda ella– está construida sobre un sustrato autobiográfico evidente, ya que es el propio escritor quien se encarga de hacernos notar su presencia, esas
lejano antecedente se pierde en la memoria de lo cultural y de lo cultual también, y que podemos acaso situar en aquel Vasari que relató las vidas de los artistas célebres, en el momento justo cuando se iniciaban los procesos de modernidad. El tiempo, es verdad, ha venido apagando esa amplia concepción del artista como dispensador, sobre todo, de una vida profunda, que tenemos la sensación que el Antiguo Régimen de la cultura mantuvo en la forma casi de una ley: solo una vida heroica podría sostener, hacerse cargo de una, asimismo, decisiva obra. Solo los atlantes son capaces de pro-
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Retrato de Alberto Savinio. A la izquierda, una de sus pinturas, ‘La cité des promesses’ (1928).
En la fascinante ‘Nueva Enciclopedia’ compila Savinio no pocas entradas de corte biográfico «La biografía es para nosotros un juego secreto. Se llega a escribir también biografías para tener compañía»
Friedrich Nietzsche retratado por Edvard Munch.
coordenadas personales. Ahora bien, el lector –con independencia de su natural desconfianza, sin necesidad de teoría alguna– también está avisado (desde la firma: Alberto Savinio) de que esa supuesta vida particular o histórica que se adhiere de modo más o menos expreso a relatos de ficción y demás páginas de Savinio constituye una elaboración literaria y que, por tanto, su verdad es de otro orden. Así que la primera capa retórica (la transformación de Andrea de Chirico en Alberto Savinio) no supone únicamente la adopción de un pseudónimo; ese bautismo nominal apunta a la clave de la literatura, a su primera y más genuina palabra: vida y muerte, negación afirmativa, el sentido del arte. En efecto, Andrea de Chirico renace así como Savinio, una identidad que a su vez se desdobla (contrasta, se difumina, gana cuerpo) en el anagrama Nivasio, y luego en otros nombres o personajes que responden a ese mismo artificio (en una nota de su ensayo sobre Maupassant puede atestiguar Savinio: «En Casa ‘La Vida’, Nivasio Dolcemare es llamado con el nombre de Aniceto Negri»). El diletante Savinio –músico, escenógrafo, pintor–, tras un título inaugural y programático, ‘Hermaphrodito’ (1918), donde el argonauta ya navega entre la luz griega, la vanguardia internacional y una ganada patria italiana, ha escrito así (década de 1940) varias obras narrativas, con su correspondiente carga biográfica, inclinada ésta muy significativamente sobre el mito germinal: la familia De Chirico en Grecia (la casa, la muerte del padre, el regreso a Italia…); libros como ‘La infancia de Nivasio Dolcemare’ o los relatos de Aquiles ena-
morado y Casa ‘La Vida’ –estos dos últimos se integrarán en el volumen ‘Toda la vida’ (1945), donde el eco de la vida no deja de resonar: cuentos e historia, infancia, mar, sombras; pero vida que aspira a la alegría, a desencadenarse de la muerte. «De esto nace toda la mezquindad, toda la pusilanimidad, toda la miseria, todo el egoísmo del mundo: de este querer sentirse siempre ‘en familia’, de este horror por lo que no es ‘nuestro’, de este terror a lo ajeno y lo solitario», escribe en el prefacio a Casa ‘La vida’. Por otra parte, en la fascinante ‘Nueva Enciclopedia’ («Tan descontento estoy de las enciclopedias, que me he hecho la mía propia, para mi uso personal») compila Savinio no pocas entradas de corte biográfico (‘Homero’, ‘Juana de Arco’, ‘Nietzsche’…), en las que, por supuesto, el uso personal y la primera persosta rigen na del enciclopedista onen aquí todo el saber, se imponen os años y allá. Por esos mismos ompublica ‘Contad, homia’ bres, vuestra historia’ (1942), uno de sus li-bros más celebrados: el historiador traza ahí –siempre a su particular manera, con asociaciones insospechadas y mirada agudísima– la semblanza biográfica de catorce perso-najes históricos (prin-cipalmente artistass nacidos en el XIX: Ju-erlio Verne, Collodi, Verdi, Isadora Duncan,, Apollinaire…); no obstante,, estas vilidas) no das ajenas (y cumplidas) ntre cirdejan de armarse entre nales (un cunstancias personales el propio viaje, un recuerdo) del biógrafo, a quien, en todo caso, nunca podemoss –el texejar a un to nos lo impide– dejar en piensa lado: es Savinio quien
ducir la obra duradera, la representación insigne. La inscripción en el campo de la alta cultura requería entonces como soporte el ser trasmitida por una vida capaz ella misma de ser llevada a la altura de la pretensión que habita en la esfera del arte: «Has de cambiar tu vida», rezaba el antiguo axioma. De eso se trata. La atenta escucha de la canción de la vida, nos dirá Lord Chandos, reduce a la nada la escritura. La Vida se alzó por entonces como el monumento real, como la pieza que merece verdaderamente, al fin de todas las lecto-escrituras, destacar: y el momento produjo gran-
en vidas y muerte, quien cuenta su vida entre los hombres. Y el género es bien conocido: biografía especular, autobiográfica. Lo llamativo en Savinio no es el reflejo, sino la insistencia; pues de ese mismo planteamiento literario, de ese nudo personal, han salido otras obras, retratos independientes como ‘Vida de Henrik Ibsen’, donde el propio autor explica: «La biografía es para nosotros un juego secreto. Se llega a escribir también biografías para tener compañía: para hacernos un grupo de amigos, para acrecentar el número de nuestros hijos. Digo bien: para acrecentar el número de nuestros hijos. Nada está tan poblado como nuestra soledad». Familia, horror, lo ajeno… Andrea, Alberto, Aniceto… En ‘Maupassant y «el otro»’ (1944) se alcanza el más per-
des textos que así lo significaban, como el de Astrana Marín, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Y sin embargo, la disociación de ambas estaba claro que habría de irrumpir algún día. Ese día naturalmente llegó.
El texto y su placer, el texto y su particular performatividad ocupó por decenios la escena
fecto encaje de todas las piezas: el análisis crítico de la obra de Maupassant discurre entre la trayectoria vital del autor de ‘El Horla’ –triunfo, locura, uno, otro–; y Savinio se vale, como siempre, de conexiones inesperadas, cruces audaces, muy sugerentes (las heterogéneas notas a pie de página dispersan y enriquecen el sentido de este ensayo fugaz, extraordinario); correspondencias o digresiones que brotan tanto del objeto de estudio como del pensamiento libre e irreverente de Savinio: «Algún lector, llevado por la fuerza de la costumbre, preguntará: ‘Pero esto, ¿qué tiene que ver?’ Nuestro procedimiento intenta rodear cada objeto del ambiente más rico, más completo, más inesperado. El paso literario es para nosotros como caminar sobre la cuerda floja».
Fue predicada entonces la «muerte del autor»: se extinguió bruscamente la idea de la importancia de los gestos, los trazos biografemáticos fueron relegados al olvido. Entonces, pasó a un primerísimo plano al existencia misma de la obra, sin conexión alguna con la vida de quien la había plasmado: durante decenios el olvido de lo bio inundó las experiencias de lectura, amputándolas gravemente de su dimensión completa. El texto y su placer; el texto y su particular performatividad y modo de enseñanza subrepticia ocupó por decenios la escena, apoyado por la autoridad que le conferían las
mentes pensantes, sobre todo: de los franceses. La verdad es que la cosa coincidió con el comienzo del efectivo desarme de los intelectuales occidentales; su inanidad social, política fue reconocida e, incluso, festejada: el héroe antiguo, el que sostenía sobre sus hombros el peso de la representación del alma colectiva, desapareció de la vista. Bien: el tiempo ha girado (o acaso es que se ha salido de) sus goznes. La Vida es Obra. La Obra, como en aquel poema de Rilke sobre el torso arcaico de Apolo, apela a la Vida de cada uno, diciéndole siempre lo mismo: has de cambiarla.
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DEL CIPRÉS
LA VIDA COMO ESCRITURA
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El premio Nobel de Literatura Imre Kertész posa en un hotel de Barcelona con motivo de la presentación de su libro, ‘Dossier K.’, en septiembre de 2007. :: ALBERTO ESTÉVEZ-EFE
Imre Kertész y el escritor vacío E
n ‘La última posada’ (El Acantilado), libro a veces diario personal intenso y a veces ensayo sobre la escritura, el premio Nobel húngaro Irme Kertész aborda una y otra vez «el eterno problema del escritor vaciado». Casi con desesperación, asumiendo la fatalidad de perder facultades, de no encontrar el talento que se creyó haber tenido en otra edad, Kertész desmenuza ese estado demoledor que para un escritor es la asun-
ción de que la literatura ha huido de él. Supone un aniquilamiento, una pérdida de identidad, una situación de pánico, como si el suelo hubiera desaparecido bajo sus pies y en adelante le quedara una larga e insípida caída en el vacío. Es una situación que conozco y me consta que afecta a muchos escritores, por temporadas o de manera definitiva. Es el momento en que el escritor, en un arranque de sinceridad descomu-
ADOLFO GARCÍA ORTEGA
nal, sin coartadas ni cortapisas, se dice a sí mismo, como Kertész, que «no hay ni qué escribir ni por qué escribirlo». Se apodera de nosotros, entonces, una parálisis inaudita. No intuimos el libro, no tenemos de la novela una ‘vista previa’ interior, no sabe-
mos la forma que debe tener. Estamos al borde del dolor, ¡ay! No sabemos con qué palabras han de poblarse las ideas. Y encima se añade a esto una sensación de hastío, de insuperable cansancio de la escritura. Puede que aún no lo estemos, pero en ese momento nos percibimos acabados. Cuando llega esa época de crisis creativa, uno tiene la impresión de que ya lo ha escrito todo, de que ahora solo puede repetirse. Es como si
estuviera planteando preguntas que ya ha respondido en otros libros. La única salida es hacer otras preguntas diferentes, dar un golpe de mano narrativo en la propia obra, para variar el rumbo o mover el tablero. Pero ese requiere dos resortes que el escritor ya no tiene, en ese momento: energía y fe. Lo llaman crisis creativa, sequedad literaria. Cuando sucede, el escritor representa ante sí un simulacro de escritor distinto. Como si se pusiera un disfraz y fingiera ser un escritor que no es él. Empieza a imaginar novelas, historias novelescas, que se quedan en nada, insuficientes, imposibles, que no se sostienen. Se sabe perdido, le posee el horror vacui ante el hecho de no tener en el horizonte de su vida un texto que escribir. Kertész describe magníficamente –y patéticamente también–, cómo, a sus setenta y pico años, le sobrevino esa crisis de intolerancia a la literatura. Además, coincidió con el premio Nobel, en 2002. A lo largo de sus anotaciones minuciosas de la trivialidad diaria va revelando la coincidencia de la vida y de la literatura, inevitablemente, en un mismo momento de parálisis. Anhela escribir una novela convincente, pertinente y grandiosa, anhela ser Tolstoi o Kafka, pero comprende que es él mismo y solo él, un campo minado de limitaciones y de imposturas que hasta ahora le han ido bien, pero que en adelante, sin novela que lo ampare, delatarán ante los demás la siempre temida inanidad que lo define. En lo literario –cuenta Kertész y yo comprendo muy bien de qué habla–, sequedad absoluta: no encuentra el ritmo ni el tema, las palabras se le resisten, se burlan de él, espera sentado durante horas –¡un calvario delante del ordenador!– y al final solo siente que no sale nada de dentro. ¿De dentro de qué, de dentro de dónde? De dentro de ese pozo muy negro que es él mismo y de donde hasta no hacía mucho tiempo extraía el agua cristalina de sus otras obras. Ahora la escritura le cuesta un mundo, no tiene motivación, apetito, ganas, le da una pereza mortal. Sabe que un par de historias lo miran y lo tientan en la distancia, le prometen un par de buenas novelas, solo tiene que encontrar la llave para centrarse en ellas. Pero – y este ‘pero’ es terrible– ha de acertar con la historia. El caso es este: acertar, acertar en el objetivo con cada vez menos balas.
Cuando llega esa época de crisis creativa, uno tiene la impresión de que ya lo ha escrito todo, de que ahora solo puede repetirse
Kertész lo llama «emborronar cuadernos». Pero en serio sabe que no hay absolutamente nada en esos intentos de escritura. Esa sensación de pérdida, de inexistencia, de liviandad, no le es estrictamente nueva; ya la tuvo Kertész quince o dieciséis años atrás, como bien explica en ‘Yo, otro’, un libro suyo anterior muy parecido a ‘La última posada’, pero entonces fue dramático. Ahora no le importa tanto, y menos a raíz del Nobel. Porque, como él dice, «el Nobel es repugnante, pero me solucionó la vida». Ahora ya sabe de qué va esto de la parálisis. Sabe de quién depende que él escriba o no. Y depende tan solo de ellos, de los libros, de que se manifiesten o no, de que lo elijan a él o no. Quizá ya nunca más le suceda. O nos suceda. Porque hay que reconocer –Kertész lo hace y yo también– que uno escribe mucho peor ahora que antes. Algo se ha desgastado. ¿Para siempre? Eso es lo que hay que averiguar. ¿Qué pasa, entonces? Se tiene la sensación de que no se sabe escribir o de que se ha fracasado como escritor, pese a todo lo que uno lleva escrito a cuestas. Se tienen unas enormes ganas de retirarse de esto y dedicarse a otra cosa muy alejada, de abandonar los libros para siempre. Tal vez no escriba nunca más. Ha perdido la confianza en sus propias capacidades. Paul Valéry dijo: «Lo más notable del trabajo literario es que se trata de un trabajo enorme y esencialmente indeterminado. La parte más laboriosa de la tarea consiste en crear el problema, más que en resolverlo». ¿Dejar de escribir? Hacer tabla rasa y ver qué ocurre a continuación. Cómo se recompone el escritor. O cómo muere el escritor. «No tengo historias dentro, me temo», dice Kertész. A todos los escritores nos acaba pasando esto, que nos extraviamos en el vacío. La única solución, quizá, sea volver a Flaubert.
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En la arista misma de la supervivencia, el filósofo cínico solo posee el derecho a decir la verdad El rastro de falsedades y contradicciones que Trump es capaz de desplegar carece de límites
Cartel contra Trump en Chelsea Market. :: J. RODDRÍGUEZ-VELASCO
Trump, o de la verdad L
a fábula se ha transmitido en docenas de lenguas a lo largo de la historia. Un rey cae en la trampa de unos falsos sastres que le tejen un vestido de nada. Según los embaucadores, el paño sólo puede ser visto por quienes cumplan una serie de condiciones, que van cambiando de versión en versión. En ‘El Conde Lucanor’, de don Juan Manuel (principios del siglo XIV), el paño es un revelador del verdadero linaje: sólo aquellos que lo ven son hijos legítimos de padre. Puesto que la legitimidad es en la Edad Media (y no solo) un dispositivo político de la máxima envergadura –entre otras razones porque asegura el orden correcto de las herencias y de la posesión de bienes– el cuento de don Juan Manuel pone en escena una fábula política y económica crucial. La cuestión última de esta fábula no es, como podría sospecharse, una crítica de la legitimidad o de los valores políticos que la alientan, sino más bien una crítica de la verdad y del sujeto que dice la verdad. Las diferentes versio-
nes del cuento actualizan a ese sujeto que dice la verdad. Esto es lo que narra el ejemplo de Patronio al joven conde Lucanor, después de explicar que nadie, por temor a ver dañada su reputación, se atrevía a manifestar lo que en realidad estaban viendo (traduzco): «hasta que un negro que cuidaba del caballo del rey y que no tenía nada que pudiese perder se acercó al rey y le dijo: ‘Señor, a mí tanto me da que no me tengáis por hijo que aquel que yo digo o de cualquier otro, y es por eso por lo que os digo que estoy seguro de que vos vais desnudo». La trama sigue: «Y el rey comenzó a maltratarlo, diciendo que porque no era hijo de aquel padre que él decía que era, era por lo que no veía su vestido; y tan pronto el negro hubo dicho aquello, otro que lo oyó dijo exactamente lo mismo y así lo fueron diciendo todos, hasta que el rey y todos los otros perdieron el recelo de conocer la verdad». Lo que me interesa ahora es el modo en que la crítica política se articula desde la carencia, desde la desposesión. El sujeto que dice la ver-
dad es marginal en varios aspectos: no sólo porque el escritor subraya su raza, y por tanto una diferencia, un perfil; no sólo por su ocupación como cuidador del caballo regio; sino también porque él mismo se declara desposeído de su linaje o del derecho a ser creído cuando habla del mismo. La verdad es más importante para él que cualquier otro de los bienes que los demás están intentando proteger. Al cuidar de la montura del rey, hasta cierto punto es también un agente de protección del rey mismo, y esa verdad está dada en función, posiblemente, de esta lealtad. Ser maltratado por ello, ser golpeado por la verdad, forma parte del riesgo, del peligro que corre el sujeto que dice la verdad. Sólo ese riesgo físico, ese momento de máxima crisis, puede, al mismo tiempo, hacer que los demás pierdan el recelo, el temor a conocer la verdad. Los dos últimos seminarios impartidos por Foucault en el Collège de France, en 1983 y 1984, están dedicados al Gobierno de sí mismo y de los demás. El segundo y último,
pocos meses antes de morir, lleva el título específico de ‘La valentía de la verdad’. En ambos seminarios, el centro de atención del filósofo es el concepto de parresía. La parresía es una figura retórica que indica, precisamente, el hablar francamente, el decir la verdad de manera directa y políticamente comprometida –o, etimológicamente, el «decirlo todo». Sobre todo en
ISLA FLUVIAL JESÚS RODRÍGUEZVELASCO
el último de sus seminarios, Foucault indica que el ‘parresiasta’ por antonomasia es el filósofo cínico (el filósofo sin domicilio fijo y sin bienes de ningún tipo, cuya única compañía es un perro –de ahí el nombre de cínico). En la arista misma de la supervivencia, el filósofo cínico sólo posee el derecho a decir la verdad, aunque esto suponga un riesgo. Mientras que en el curso de 1983 Foucault pone el énfasis en el peligro, en el de 1984 (que termina en marzo; Foucault morirá en junio de ese mismo año) el filósofo se interesa sobre todo por la construcción de una subjetividad basada en la valentía de manifestar la verdad. La lógica de la carencia asociada al riesgo y a la valentía de decir la verdad constituyen, a fin de cuentas, una posibilidad ética y una posibilidad política. Quizá incluso cierta altura moral; incluso, desde una perspectiva cínica del cinismo mismo, una cierta arrogancia. Pero, ¿y su alternativa? La alternativa es quizá la lógica de Donald Trump, que, a estas alturas, está arrasan-
do las primarias del Grand Old Party, también conocido como partido republicano en los Estados Unidos. Puede que obtenga los delegados necesarios para la nominación directa o puede que no, eso aún no se sabe, pero sería un milagro si no llegara al congreso de agosto liderando con mucho a los otros contendientes. Sorprendentemente, el gran valor que reclama Trump y por el que tiene tantos seguidores es por su insistencia en manifestar que él es el único en hablar francamente y sin engaños, en decir la verdad, toda la verdad, nada más que la verdad y todo el tiempo la verdad, en aras de la incorrección política. Ahora bien, este es un decir verdad enteramente diferente al protagonista de don Juan Manuel, completamente distinto al del filósofo cínico. Trump no es un perroflauta como Diógenes; es un hombre blanco privilegiado, rodeado no sólo de riqueza, sino también de ostentación. Su lógica es la contraria: no tengo nada que ganar, ya lo tengo todo, por tanto no digo más que la verdad. Poco importa que ‘The New York Times’, ‘Politifacts’, o –de lejos el que más influencia pueda tener– John Oliver y su ‘Last Week Tonight’ desvelen con detalle que la llamada verdad de Trump no esté respaldada por los hechos. El rastro de falsedades y contradicciones que el candidato es capaz de desplegar carece de límites. A los seguidores de Trump, que son legión (y además votan), eso no les parece más que un pliegue dentro de una verdad mucho más profunda y general, una verdad que no tiene nada que ver con los hechos: como el rey vestido de nada, Trump pretende proteger una determinada legitimidad, una determinada genealogía, un cierto linaje del imperialismo americano. Es a eso a lo que sus seguidores se acogen –pero sin darse cuenta de que también ellos van desnudos.
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DEL CIPRÉS
Más belleza Sobre el prodigio cotidiano
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n el sucinto prefacio de ‘El libro de la belleza’ (Turner), Antonio Muñoz Molina señala que la hermosura campa por el mundo a sus anchas, así que, como las liebres, «donde menos se espera salta», siempre y cuando observemos con la debida atención. Es más, que no se encuentra «mirando las fotos de las modelos en las revistas, a las actrices en las películas de moda, viajando a ciertas ciudades y a ciertos sitios muy restringidos», sino en cualquier sitio y de cualquier manera, siempre a mano. Y eso, a pesar de que sea de natural indefinible, aunque sepamos de su presencia, tal y como le ocurría a Agustín de Hipona con el tiempo. Nadie puede, pues, abarcar todas las bellezas que nos rodean, pero para acercarse a tan esquivo concepto, la profesora de artes visuales Mª Elena Ramos ha compilado en el libro, en tres apartados con subtemas, una pléyade de textos escogidos, tan sugestivos como variados, y de imágenes en torno a las construcciones, negaciones, la certeza y el enigma de lo bello, que demuestran la pluralidad del término, realmente inabarcable: «es un saber inconcluso», concluye la recopiladora. Al hilo de estas referencias, la crítica venezolana va trazando, con la adenda de precisas, breves mas enjundiosas, introducciones, una suerte de historia de la belleza en todos los órdenes, en relación con el amor, la naturaleza, la armonía pitagórica, la razón, la muerte, lo violento, lo terrible, la abstracción, la crítica social, la memoria, la mujer, el espejo…Un recorrido tan exhaustivo como certero, sugerente en extremo, destinado a contestar desde todos los enfoques posibles, mediante la cita y el fragmento, a la pregunta ‘¿qué es para ti la belleza?’, que es como pensaba llamar al volumen en un principio. Como no podía ser de otra manera, la edición es exquisita, no desmerece del
título, antes bien le hace honor. Un libro artístico sin desmayo, sin desperdicio, para gozar tanto con el tacto como con la vista y no digamos con los atinados pensamientos y apreciaciones de toda índole que atesora. Al modo del súmmum de Ramos, Simon Leys concibe ‘Ideas ajenas’ (Confluencias), el título no puede ser más explícito, en forma de centón, de patchwork de citas integradas en una organización temática. En consonancia con la que abre el epígrafe ‘Belleza’, de Paul Valéry: «Todo individuo es inferior a su mejor trabajo», se ve que Leys presupone, creo que cargado de razón, que la persona siempre suele encontrarse muy por debajo de su obra, y que, por añadidura, confía más en la sapiencia del prójimo que en la propia. Estas consideraciones me han traído a la memoria una maravilla leída hace tiempo: ‘En la belleza ajena’ (Pre-textos) de Adam Zagajewski. Simon Leys es el seudónimo del bruselense Pierre Ryckmans, ensayista que ha abordado, que sepamos, la obra de Orwell y la de Stendhal, buen conocedor, y denunciante en su momento, contracorriente, de las purgas y la barbarie asesina de la Revolución Cultural. Reunió las citas, según reza el subtítulo, idiosincráticamente, esto es, como le dio la real gana, argumento de autoridad que si lleva aparejado, como es el caso, un discernimiento erudito y lúcido, no tiene parangón. Y lo hizo, sencilla y llanamente, «para divertimento de lectores ociosos». Aunque, cuidado, muchas referencias del florilegio son de aúpa, por lo que es un libro para administrarse en pequeñas dosis, dada su densidad fulgurante. Como muestra valgan la primera: «La aventura es un producto de la incompetencia», firmada nada menos que por Amundsen, una del cáustico Renard, disuasoria, que debería inducirme a abandonar esta invita-
UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO
«Para Mª Elena Ramos, el de la belleza es un saber inconcluso» «El ascendente contemplativo de Merton bastaría para frecuentar a este escritor»
ación a la lectura de inmediaue to: «Me niego a saber lo que es puede pensar de los hombres ue con talento un hombre que na, no lo tiene» y otra, borgiana, ón de Valery Larbaud en relación al a estas páginas: «lo esencial de un escritor consiste en la ». lista de libros que ha leído». ea El volumen se redondea con una conferencia sobre el fundamento y ejercicio de la xis crítica literaria, cuya praxis be considera, con Rilke, que debe ue ser fruto del amor al libro que as se enjuicia, lejos de teorías as académicas, estructuralistas eo deconstruccionistas. Prefieio re adentrarse en el misterio te de la creación, en frecuente acontradicción con la biogrado fía de los autores. No puedo estar más de acuerdo. eUn anhelo ferviente de bemo lleza, tanto espiritual como mundano, recorre como un escalofrío, la espina dorsal de as la obra poética de Thomas oMerton, que Trotta ha antoologado bajo el título ‘Oh, corazón ardiente (Poemas de samor y disidencia)’. La resraponsable de la selección, y traaductora, Sonia Petisco, señala en el prólogo que, desde el us punto de vista literario, sus ns lecturas de Blake y Hopkins efueron decisivas para «modeelar su concepción de la poensía como vía de conocimienón to, y su visión de la creación », como epifanía de lo divino», los dos aspectos medulares de su escritura. uiMe parece, a riesgo de equivocarme, que su vertiente de da crítica social, comprometida uy y aun política, en su día muy os celebrada, ha resistido menos lo el paso del tiempo, pero sólo tisu ascendente contemplatinvo, en especial cuando se injerta con el budismo zen, en medio del frenético fragor del os mundo en el que nos vemos aenvueltos, más bien enredaar dos, bastaría para frecuentar or a este escritor considerado por emuchos el místico norteameX. ricano más destacado del s.XX. ra En efecto, cuando modera arcierto expresionismo de parptida, hasta de tintes apocalípoticos, en aras de una interioarridad sencilla capaz de espar-
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Sábado 30.04.16 EL NORTE DE CASTILLA
‘Estudio de la Virgen del Voto de Luis XIII’; estudio de un torso; estudio de Virgen sentada con el Niño, 1821’, dibujo de Ingres.
ci una «sementera de signicir fi ficados», cifra para siempre la be belleza en lo sagrado, en cuya bú búsqueda persigue alcanzar la gracia: «¡Oh, dulce huida! ¡O ¡Oh, vuelo jubiloso!», dice el es estribillo del poema ‘La com munión’. El asombro que provo voca esa belleza está presente en los poemas en los que be bebe de ese himno a la herm mosura que es el ‘Cantar de lo los cantares’ y de la música si simbólica de los salmos. Me lo imagino así, con sus hábito tos y mansedumbre trapense ses, retirado en un bosquecillo cercano al monasterio ciste terciense de Nª Señora de G Getsemaní, en Kentucky, «la sa santa casa de Dios», donde ab abrazó la vida religiosa a los ve veintiséis años, tres después de haberse bautizado. Porque, co como expresara con propieda dad el gran poeta simbolista fr francés Francis Jammes: «en to todo verdadero poeta, en todo po poeta que exprese un pensam miento y un sentimiento puro ros hay un místico». Si la poesía de Merton no pa parece casar con nuestro tiempo po, el quehacer pictórico del pr primitivista Jean-AugusteD Dominique Ingres tampoco co con el suyo, pues fue consci ciente y agresivamente anacr crónico, y por eso tachado de re retrógrado, si bien tal vez el es estar fuera de su época sea un re requisito imprescindible de to todo artista auténtico. El caso es que Ingres, cuando en la pi pintura empezaban a soplar ai aires impresionistas, se acanto tona en un neoclasicismo trasn nochado y se erige –no en va vano vivió casi una cuarta parte de sus años en Roma, en un una relación de permanente am amor/odio y aportó apreciaci ciones sobre el arte italiano de primer orden– en firme defe fensor de la primacía y perfe fección del dibujo y de la bell lleza a la manera antigua y pu pura. El volumen ‘Perpetuar la be belleza’ (Casimiro) está conce cebido, a semejanza del de Le Leys, como un conjunto de m máximas del pintor, extraída das de sus cuadernos y cartas, in incluso de los recuerdos de
EL LIBRO DE LA BELLEZA
María Elena Ramos, 306 pp., 24,90 €.
OH, CORAZÓN ARDIENTE’
Thomas Merton, Trotta, 216 pp., 18 €.
IDEAS AJENAS
Simone Leys, Confluencias, 156 pp., 18 €.
PERPETUAR LA BELLEZA
Jean Auguste Dominique Ingres, Casimiro Libros, 96 pp., 9 €.
sus discípulos. El aristócrata Henri Delaborde las recopiló y publicó en 1870, tres años después de la muerte del artista. El eje del libro lo conforma lo relativo a lo bello «eterno y natural», que Ingres siempre defendió a ultranza, frente a lo que consideró decadencia imperante –maldice tanto a Lord Byron como a Goethe–, como principio de acceso a lo sublime y a «la elevación del alma», a partir «de altos pensamientos y de nobles pasiones». Y recomienda vivamente dedicarse, como la hormiga, a la propia labor en pos de la belleza, sin ocuparse en absoluto de lo que hacen los contemporáneos. Una lección muy a tener en cuenta pese a que, curiosamente, desmienta su validez en el epílogo el crítico Lionello Venturi. Ingres fue fiel a sus convicciones hasta el final, nunca se apartó de los maestros griegos, de las enseñanzas al hilo de la tradición, en su creencia de que «el que no quiera sacar provecho más que de su propio ingenio, se encontrará pronto reducido a la más miserable de todas las imitaciones: a la de sus propias obras», apreciación en la que reverbera aquello de Eugenio d’Ors de que todo lo que no es tradición es plagio. En el prólogo del que hablábamos al principio, Muñoz Molina contempla la belleza como «un prodigio cotidiano y un lujo de necesidad, casi siempre un proceso de transformación y tanteo». Como una pregunta abierta, «un asunto sobre el cual, como el del amor, como el de la verdad y otros afines nunca estará todo dicho» lo considera Ramos. Siempre habrá, en definitiva, más belleza esperándonos, aguardando la mano de nieve que la despierte. Porque, como determina el axioma del poeta y crítico norteamericano Randall Jarrell, recogido por Leys en su charla inicial, y que suscribo, de ahí estas páginas: «Sin literatura, la vida humana es vida animal».
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DEL CIPRÉS
Que no es un entretenimiento, coño
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iel a mi costumbre de dedicar, todos los años, uno de mis trigales a la cosa taurina, vamos con el de esta temporada. Ni que decir tiene que, pienso, procede escribir sobre toros en unas páginas que hablan de cultura; mal que les pese a algunos, la tauromaquia ha estado ligada, desde tiempos ha, al mundo de las artes y al de las letras, hecho irrefutable que debía hacer reflexionar a los fanáticos taurófobos. Creía que esta circunstancia, pese a que les jeringase, era bien conocida por ellos; sin embargo, lo dudo desde que en la pasada Aste Nagusia bilbaína vi, a la entrada del coso de Vista Alegre, a un batallón de animalistas que, queriendo mostrar su supremacía intelectual respecto a los que accedíamos a la plaza, hacían como que leían. Por cierto, entre los taurófobos había una muchacha que sostenía un libro de Vargas Llosa y otro jovenzuelo abría las páginas de ‘El viejo y el mar’. A tomar vientos, chavales. A uno, en esta cita anual, le gustaría hablar de novedades bibliográficas o futuras exposiciones que versaran sobre algún aspecto del planeta de los toros; pero dada la insistente virulencia de los taurófobos, la cual se acrecienta día a día hasta alcanzar cotas alarmantes, no le queda otro remedio que traer aquí la sempiterna polémica que enfrenta a ellos con nosotros, los aficionados, no con afán de añadir argumentos que acallen a los iracundos contendientes, sino de retrotraer-
LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ
En los toros, hay liturgia de una religión pagana, hay alegoría de la existencia humana
me al primigenio planteamiento del debate ya que éste quizás adolezca de inexactitud. Y es que un par de cosas alegadas a las primeras de cambio por los antitaurinos, nunca, no sé por qué, encuentran debida respuesta entre mis correligionarios. Uno es un sofisma de proporciones colosales que dice así: si los aficionados disfrutan sentados en el tendido por lo que acontece en la arena, y en ésta un toro sangra tras la ejecución de determinadas suertes, los susodichos aficionados, insaciables e inmisericordes sádicos, gozan hasta el paroxismo ante la hemorragia que presencian. Deducción que, de tomarla por buena, puede llevarnos a la conclusión, en otros asuntos, que a la hora de meternos entre pecho y espalda un magnífico cochinillo asado no hallamos placer al masticar su crujiente corteza sino imaginándonos al animalillo separado expeditamente de su madre con el fin de ser ejecutado no con más miramientos; o, llevando el razonamiento sin cuadrúpedos en las proposiciones, podemos colegir que el prestigioso cirujano está henchido de satisfacción no por el bien que hace al prójimo sino por, luego de rajarle, hurgarle deleitosamente en las tripas. No obstante, si algo me saca de mis casillas es cuando escucho a un taurófobo pregonar que ningún pasatiempo o entretenimiento justifica la muerte de un animal y su oponente en la controversia divaga sobre tradiciones inmemoriales y razón de ser de una raza, la brava, que se extinguiría si los festejos se suprimieran. Sí pero no. Porque lo que urge es corregir al taurófobo porque no hay pasatiempo o entretenimiento en las corridas de toros. Hay liturgia de una religión pagana, única y verdadera. Hay alegoría de la existencia humana en la que la vida, Dios lo quiera, resultará triunfadora. Hay detonante de singulares e intensísimas emociones. Hay sin par belleza surgida de la carne impetuosa dominada por el viento que cobra forma en los paños asidos por un hombre vestido con rayos de sol esculpidos en su piel de seda. Y hay, vaya que sí, muchísimo más. Jorge Valdano afirmó que el deporte que ama era lo más importante de las cosas menos importantes. Él sabrá. Lo que sí sé es que los toros es lo menos importante de las cosas más importantes. O lo penúltimo.
El filósofo Antonio Escohotado. :: LUIS MICHELENA
Libertad y curiosidad intelectual SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN
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n el año 2000 Escohotado recibió la carta de un lector joven que se sentía traicionado por el autor de este libro. Tras leer algunos de sus últimos escritos se había dado cuenta de que Escohotado era de derechas, aún más, un facha. La confesión apunta a dos líneas tremendamente interesantes. Una de ellas es la pervivencia, la buena fama incluso, en el medio cultural español del simplismo que reduce todo a derechas e izquierdas cual si se tratara de capillitas o zonas de seguridad. La otra tiene que ver con la evolución del propio Escohotado que, partiendo de posiciones de izquierdas radicales, ha ido acercándose al liberalismo manteniendo en lo sustancial sus ideas entonces y ahora. Escohotado es un ejemplo de pensador que en su juventud abrazó la causa comunista y que ahora en su vejez pasea por los predios del liberalismo. Esto, por lo visto, está muy mal visto en algunos ambientes culturales. El paso de la Falange al Partido Comunista –de un totalitarismo a otro totalitarismo– tiene una pátina en España de la que carece la evolución desde posiciones dictatoriales comunistas hacia otras en que la libertad individual es el valor supremo. Esto, aplicado a Escohotado, resulta, cuando menos, ri-
sible. Entonces como ahora lo que le movió siempre fue la libertad: política, social, de ebriedad, o, últimamente, comercial. Siempre ha denunciado las religiones y los ejércitos como máquinas burocráticas que reducen la libertad de las personas. Si no desde siempre, sí, al menos desde que tradujo a Thomas Jefferson, su pasión por la libertad ha estado presente. Es ante todo un antidogmático, alguien que prefiere pensar por su cuenta a seguir la senda de quienes se dedican a formar la opinión; un emboscado tal y como Ernst Jünger definió esta figura. Buena muestra de ello es la respuesta a la pregunta sobre el compromiso del intelectual ante la violencia de ETA: «Los intelectuales son comisarios de una época caducada, y consultándolos solo encontraremos razones para odiar la realidad del mundo […] borremos al intelectual de los consultados, o nos comerá el ayer.» Los artículos recopilados en el libro son el mejor testimonio de ese amor por la libertad y de esa búsqueda a pesar de
FRENTE AL MIEDO Antonio Escohotado. Edición de Guillermo Herranz Luna. Barcelona: Página indómita, 2015.
los miedos que la sociedad inculca en los ciudadanos. Para ello nada mejor que afirmar que el amor a la verdad es el amor a la realidad y que no es posible, a estas alturas de la historia, despojar al mundo de su complejidad social, no es posible si no queremos regresar a situaciones históricas ya superadas. El miedo a las sociedades complejas, al compromiso honesto entre individuos o a los efectos que las drogas puedan tener sobre uno mismo no son más que variantes de un mismo miedo a la libertad y a la soberanía individual. El 4 de febrero de 1795, Friedrich Wilhelm Schelling, estudiante en Tubinga, escribe en una carta a su más que amigo Georg Wilhelm Friedrich Hegel que el alfa y omega de toda filosofía es la libertad. En un sentido literal, la obra de Escohotado sigue esa senda. No hay libertad sin atención a la realidad, no hay filosofía sin un estudio profundo del mundo, pues el filósofo ha de preocuparse por entender las cosas y no por demonizarlas, ni escarnecerlas ni siquiera reírse de ellas. Como dice en otra entrevista: «Lo que en esta vida me ha mantenido en una actitud de independencia es muchísimo amor y curiosidad intelectual.» Este libro es una buena muestra de esa curiosidad intelectual y es, también, una excelente introducción a una obra filosófica, la de Antonio Escohotado, en la que el rigor analítico y la solvencia y honestidad intelectual conviven con la claridad expositiva y la amenidad.
LECTURAS
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Aunque la verdad sea triste Inmersión en el júbilo salvaje de la resistencia JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN
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jercicios de supervivencia’ es el esbozo inacabado, sin perfil definitivo, de un probable escrito autobiográfico, o de unas memorias, que Jorge Semprún escribió en 2005. Tres son los principales momentos vitales en los que centra su peregrinar por los recuerdos. La experiencia de la tortura, sufrida a los veinte años de edad a manos de la Gestapo, tras ser detenido durante la Ocupación de Francia por ser miembro de la Resistencia. La estancia en el campo de prisioneros de Buchenwald, hasta la llegada liberadora de los soldados americanos. Y la actividad clandestina durante una larga década en la España franquista, como miembro destacado del PCE; una militancia que acabó con su expulsión del partido, junto a Fernando Claudín, por desacuerdos de estrategia política y por un análisis muy divergente del comunismo imperante en la URSS y en los Estados de su órbita. Esta parte será la que menos interese a los lectores que ya
conozcan libros anteriores de Semprún, en los que se ocupó con mucho más detalle de la cuestión, aunque contiene meditaciones que se imbrican con acierto en la reflexión general que impera en las demás vivencias evocadas, y ofrece homenajes emotivos, como el que dedica al amigo y poeta Ángel González. El que fuera ministro de Cultura con Felipe González recuerda una conocida cita de Ernest Renan según la cual «podría ser que la verdad fuera triste». La conclusión del filósofo e historiador francés, si la leemos con algo más de amplitud, giraba en torno a la dificultad para aprehender aquello que querríamos saber en su tota-
EJERCICIOS DE SUPERVIVENCIA Jorge Semprún. Prólogo de Mario Vargas Llosa, Traducción del francés de Javier Albiñana, Barcelona, Tusquets Editores, Col. Andanzas, 2016, 133 páginas, 14,50 euros
lidad. Renan aconsejaba la espera, o la falta de premura en la indagación, sobre todo cuando nos acecha la intuición de que lo único que nos aguarda es la nada; o la constatación de que la verdad no puede ser sino triste. Semprún, en la vejez desde la que escribe estas reflexiones, comparte con Renan lo irrenunciable de la búsqueda de una forma de verdad que dote de sentido a nuestros aconteceres vitales, incluso cuando estos sean tan duros como la tortura o la estancia en un campo nazi de trabajo y exterminio. Trae hasta sí, de ese modo, cavilaciones y balances, un despliegue de la memoria que no excluye, sino que requiere, «evocar con calma a algunos fantasmas del pasado». La experiencia de la tortura, lejos de resultar espiritualmente destructiva, conduce a la autoafirmación de un cierto humanismo, sobre todo si se ha resistido sin caer en la delación para tratar de aliviarla o de evitarla, como fue su caso. Una actitud que uno de sus compañeros de lucha, con el que coincidió en Buchenwald, calificó sucintamente de «impecable», desproveyéndola de «énfasis» o de «grandilocuencia». Y es que la victoria sobre la tortura, evoca Semprún, en-
Jorge Semprún. :: MIGUEL MEDINA-AFP riquece al hombre, y priva a sus verdugos de «los bienes de este mundo, empobreciendo más a esos pobres miserables que ya eran». La tortura es así una experiencia de solidaridad, de fraternidad: «Sin duda el ser del resistente torturado se convierte en un ser-para-lamuerte, pero es también un ser abierto al mundo, proyectado hacia los demás: un
ser-con, cuya muerte individual, eventual, probable, alimenta la vida». No tema el lector encontrar en este pequeño –sólo por su extensión– relato de vida nada escabroso, ninguna descripción que trastoque su sensibilidad. Semprún elude ese recurso fácil. La experiencia victoriosa de la tortura halla un parangón feliz en la salida de Buchenwald,
a la llegada de las tropas americanas. El narrador formó parte de unos centenares de hombres deportados por los nazis, tenaces resistentes a la destrucción final, que marcharon pertrechados con armas, «exhibiéndolas con salvaje júbilo […] unas armas que simbolizaban no sólo la libertad recobrada, mucho más, una dignidad reconquistada».
12 LA SOMBRA
DEL CIPRÉS
LECTURAS
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Gil de Biedma, aún entre nosotros Una antología celebra los 25 años de historia del certamen que lleva el nombre del poeta
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a figura de Jaime Gil de Biedma (1929 – 1990) sigue siendo hoy día un referente esencial de la poesía española. Su decir estuvo impregnado de una racional contem-
poraneidad, de un acentuado compromiso y de una sabia ironía; elementos que, en suma, dotaron su quehacer de una personal e inconfundible identidad. Su muerte, acaecida en
JORGE DE ARCO
enero de 1990, supuso una triste pérdida para el mundo de las letras y, de inmediato, desde la Diputación de Segovia, surgió el deseo de crear un premio internacional de poesía que honrase su memoria. Veinticinco años después, ese certamen sigue siendo uno de los más destacados y deseados del panorama literario. Al hilo de estas líricas bodas de plata, la editorial Visor, responsable de la edición anual del galardón, da a la luz un amplio volumen que bajo el título de ‘En el nombre de hoy’, recoge una atractiva muestra de los poetas premiados. En su introducción, el presidente de la Diputación Provincial de Segovia, Francisco Vázquez Requero, recuer-
Gil de Biedma y José García Velasco, en 1988, durante una lectura de poemas en la Residencia de Estudiantes. :: EL NORTE
Psikodelia
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ace unas semanas les hablé de un autoproclamado género, el ‘new weird’, o nuevo extraño. Un género por el que siento cierta debilidad, por mucho que me disguste la palabra género. El caso es que desde hacía tiempo tenía en mente la lectura de una obra que muchos consideran uno de los mayores exponentes de la escuela. Pero, como bien saben los lectores, son muchos los libros que, habiéndonos llamado la atención en un momento dado, suscitado nuestro in-
terés por un motivo u otro, se apilan en un acantilado de lecturas pendientes, que va creciendo día a día. Supongo que habrá gente ordenada capaz de marcarse y seguir un orden de lectura. No soy de esos. De repente algo nuevo me parece más imprescindible que el libro que tocaba ahora, o por el contrario, justo antes de abrir el libro que acabo de comprar, o apenas leídas las primeras páginas, se me ocurre que ahora es el momento justo para releer este otro. Como uno, además, escribe, tiene que colar de vez
en cuando algún material de investigación. Sin embargo, no hace mucho me dije que era ya hora de abordar ‘Southern Reach’, una trilogía de Jeff VanderMeer. Algo había leído del autor, su ‘Venis soterrada’, que me había gustado mucho en su momento. En algunos medios especializados y en las solapas de los libros, lo llamaban heredero de Lovecraft, título que comparte con varios autores, y que no es más falso que en esos casos. El siglo XX y XXI están llenos de herederos de Lovecraft, en un sentido u otro, gran parte de los autores, fantásticos o no, de estas dos centurias, se han visto influenciados por el misántropo de Providence. El pro-
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
pio VanderMeer ni niega ni confirma este título, aunque no parece sentirse demasiado como él. A mi juicio, después de leerla, la trilogía ‘Southern Reach’, tiene otro parentesco más próximo: William Burroughs, al igual que lo tenía la ya mencionada ‘Venis soterrada’. Bien se puede argumentar que, a su manera, pero de forma indudable, Burroughs estaba influido
da el jurado que se conformó para la primera edición: Rafael Alberti, Luis Rosales, José Manuel Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Mario Benedetti, Félix Grande, José Luis Puerto, Jesús García Sánchez, Gonzalo Santonja y Emilio Lázaro. Y añade: «La obra del autor de ‘Las personas del verbo’ no tiene fecha de caducidad, identificados con sus versos las nuevas generaciones de poetas y lectores, esa evidencia gozosa constituye la guía de este premio». Gonzalo Santonja, coordinador del galardón desde sus inicios, detalla en su prefacio, ‘Revelaciones’», «el alcance, los logros y el temple de este certamen”. En estas dos décadas y media han visto la luz 65 poemarios, que devienen en un interesante mapa de tendencias, donde sobresale la plural diversidad de estéticas y estilos. En aquella convocatoria inicial, el poeta cubano José Pérez Olivares y el segoviano Luis Javier Moreno fueron los ganadores ex-aequo. A partir de 1994, se añadieron dos accésits, lo que explica esos ya citados 65 poemarios editados hasta la fecha de hoy. No es posible exponer en estas líneas la nómina íntegra, pero sí conviene dejar constancia de algunos nombres que han marcado –y marcan aún– las inquietudes y planteamientos de la poesía de finales del siglo pasado y principios de este. Además, la internacionalidad del concurso, ha abierto las puertas a la poesía escrita en español fuera de nuestras fronteras. Quede, por eso, aquí reflejada, la identidad de algunos de ellos: Juan Carlos Mestre, Antonio Hernández, Carlos Ortega, Amalia Iglesias, Diego Jesús Jiménez, Juan Manuel González, Juan Cobos
por Lovecraft. También cabe apreciar una cierta influencia de El Bosco, y, volviendo a las letras, Kafka no está muy lejano: El poder en cierto manera omnímodo, caprichoso, incomprensible, que no se deja por la lógica. Pero si en Kafka este poder es humano, o lo es en apariencia, en VanderMeer, también en apariencia, no lo es. Y no digo en apariencia porque una cosa parezca otra que no es. Sino porque la faz que se nos presenta, los hechos, las pistas, no son sino una apariencia de la que nunca veremos más que la superficie. Una superficie que nos invita a especular, sin que nunca estemos seguros de que la eventual sospecha tenga algo que ver con la verdad.
EN EL NOMBRE DE HOY
XXV Aniversario del Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma VV. AA. Visor Poesía. Madrid, 2016. 420 páginas. 16 €.
Wilkins, José María Velázquez-Gaztelu, José María Muñoz Quirós, Pilar Blanco, Clara Janés, Bruno Mesa, Ricard Belleveser, Adolfo Alonso Ares, Jorge Urrutia, José Luis Rey, César Augusto Ayuso, Victoriano Crémer, Ángeles Mora, Carlos Aganzo, Jorge Galán, Joaquín Pérez Azaustre, Fermín Herrero… He dejado aparte, el nombre de Santiago Castelo, que obtuvo de forma póstuma el XXV premio Jaime Gil de Biedma por su libro ‘La sentencia’. El querido y recordado poeta pacense, fallecía el 29 de mayo del pasado año tras batallar arduamente contra un cáncer. «Sonó la palabra. Seca y rotunda lo mismo que un disparo./ Y todo se volvió blanco. Las paredes, los muebles, el silencio./ Fueron unos segundos que se hicieron eternos./ Mis rodillas sin nervios, mis manos desmayadas/ y en la memoria toda la vida en un instante (…) Ignoro lo que dije. Se cerró la memoria/ y cayó la sentencia como una guillotina/ que lo arrasase todo. El mundo era distinto», rezaba el poema que le servía de pórtico y que se recoge también en esta compilación. En suma, una oportuna y reveladora antología, emblema de un empeño por homenajear justamente la vida y obra del excelente poeta que fue Jaime Gil de Biedma.
Pero, como dije antes, es en Burroughs donde hay que buscar las mayores influencias de esta trilogía. Y dentro de la obra de Burroughs, ‘El fantasma accidental’, esa novelita sobre los peligros del lenguaje como formador principal de esa alucinación que la raza humana llama realidad. Aunque aquí no haya piratas libertarios, ni corporaciones capitalistas extradimensionales –tan solo una agencia de espías empeñada en que las cosas siga como son–, sí que están ciertamente esas plagas, algunas mortales, algunas que provocan mutaciones hermosas y horrendas, que destruyen o transforman a la humanidad al final del libro de Burroughs.
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Desolación y saudade: el mundo interior de Rosalía de Castro YOLANDA IZARD
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uen conocedor de la vida y la obra de Rosalía de Castro, el escritor y filólogo Xavier Seoane (A Coruña, 1954) abre un poco más los límites del género biográfico novelado con este libro que apuesta por reencarnar el espíritu de la poeta reescribiéndola desde una mirada entrañada, que prefiere resaltar el complejo nudo de sensaciones y emociones con los que tuvo lidiar toda la vida una de nuestras grandes poetas (mejor dicho, una de nuestros grandes poetas, considerada ya por Juan Ramón Jiménez la gran precursora, junto a Bécquer, de la poesía moderna), frente a aspectos puramente anecdóticos y muchas veces innecesarios, puras bagatelas biográficas que, como decimos, ha preferido el autor obviar. Recurre para ello a una estructura que busca compaginar la visión exterior con el mundo interior. El primero lo trata desde variadas perspectivas, desde la de gente del pueblo hasta la de su propia familia, lo que incluye a su hija mayor, Alexandra, y desde distintas disposiciones narrativas, que abarcan la estructura dialógica, la puramente narrativa omnisciente y la epistolar, que reproduce supuestas cartas entre la poeta y su marido, el cronista Manuel Murguía; y el segundo, en forma de soliloquio, que a veces raya en el flujo de conciencia, reservado, lógicamente, a mostrar el mundo interior de la escritora visto desde sí misma, ese universo devastado por distintas sombras vitales y emocionales (que ella simbolizaría en la omnipresente «negra sombra»): la conciencia de sus orígenes (recordemos que era hija natural de una mujer soltera, perteneciente a la nobleza gallega, María Teresa de la Cruz Castro, y de un sacerdote, José Martínez Viojo, y que no fue entregada a la inclusa porque la amadrinó una fiel sirvienta de su madre); la presencia constan-
Retrato de la poeta Rosalía de Castro. te de la muerte, debido a su frágil salud desde la infancia, en la que padeció de tifus, que se complicó en la madurez con un cáncer del que moriría a los cuarenta y ocho años, y a que tuvo que soportar la muerte de dos de sus hijos; y una aguda hipersensibilidad que derivó en una desolada visión existencial y propició la escritura de un corpus poético cada vez más íntimo, progresivamente despojado de lo social y rural para dar cuenta de su profunda saudade, su dolor y su angustia vital. No menos relevantes se muestran en el libro los continuos problemas económicos a los que el matrimonio tuvo que hacer frente y la decadencia del patrimonio de los Castro. Todo ello aporta un panorama rico, diverso y emocionante de lo que pudo ser la vida de Rosalía de Castro, pero lo singular de este libro, repito, es la forma que Xeoane da a su biografía y la
LA DAMA DE LAS SOMBRAS Xavier Seoane. Ed. Reino de Cordelia, 2016. 256 páginas. 17,95 euros.
estricta selección de acontecimientos biográficos externos (que se limitan prácticamente a los que he reseñado, con breves alusiones también a su mundo poético), y a los temores y desgracias experimentados desde el yo introspectivo. Le toca, pues, al lector la tarea de reconstrucción de la vida de la autora, si es que está interesado en sus aspectos anecdóticos y precisa de la estricta linealidad temporal, pero estoy segura de que la lectura de esta novela le aportará una visión cercana e íntima de la autora, del origen emocional de su mundo poético, de sus elementos recurrentes y de sus nudos obsesivos, tanto como de las principales vivencias que dibujarían su carácter y ese universo profundamente personal que se trasladaría a obras como ‘Follas novas’ (en la que aún palpita el fondo social y rural de sus ‘Cantares gallegos’, que el uso de la lengua gallega además potencia) o ‘En las orillas del Sar’, de radical intimismo, publicado un año antes de su muerte. Con este punto de vista, Xaver Seoane se mantiene fiel al espíritu de la obra de Rosalía de Castro, tal y como se manifiesta en uno de sus ‘Lieders’: «Oh, no quiero ceñirme a las reglas del arte! Mis pensamientos son vagabundos, mi imaginación errante y mi alma solo se satisface de impresiones».
Un ‘Quijote’ para recitar y jugar :: V. M. NIÑO Ilustrados, comentados, reducidos al tamaño propicio de cada edad, en este año cervantino hay ‘quijotes’ para todos los gustos. Ramón García Domínguez y Susana Saura proponen uno para recitar, ver y jugar. ‘El Quijote en veintitantas letras’ ha sido publicado por la Villa del Libro y la Diputación de Valladolid. Ramón García, que ha publicado recientemente dos ‘quijotes’ para niños en Anaya, vuelve sobre el hidalgo esta vez en verso. El personaje que inauguró la novela transita en esta propuesta por octosílabos organizados temáticamente siguiendo el orden alfabético. Alonso Qui-
EL QUIJOTE EN VEINTITANTAS LETRAS Texto de Ramón García. Ilustraciones de Susana Saura. Villa del Libro. Diputación de Valladolid.
jano la abre y el Zurdo (Cervantes) la termina. En medio, lugares –la ínsula de Barataria, la llanura, Sierra Morena, la Cueva de Montesinos, la venta–; personajes –el caballero, Dulcinea, Rocinante, Rucio– o conceptos –ejército, gigantes, humillación, utopía, locura, yelmo– de la novela de Cervantes. Ramón, que siempre aclara en su tratamiento de los clásicos que la suya es una invitación para una futura lectura del original, anota a pie de página el episodio o las circunstancias de las que parte el poema. Por
su parte Susana Saura ha ideado una capitular iluminada para cada letra, además de separar cada cuatro con una ilustración a toda página. Realismo amable para arropar al hidalgo cervantino. Versos e ilustraciones sintetizan el universo quijotesco. El caballero que surca la llanura manchega ora buscando a su Dulcinea, ora batallando contra rebaños que interpreta como ejércitos. El bálsamo de Fierabrás y las advertencias de su escudero Sancho son los únicos paliativos del delirio de Don Quijote. Libro de múltiples interpretaciones, los autores que lo quieren enlazar con el público más pequeño abundan en su tirón cómico más que el paródico. La amistad con Sancho, la valentía ante las aventuras del camino y los sueños de Alonso Quijano predominan sobre el violento choque con la realidad y el desengaño en la elección de Ramón. El escritor vallisoletano participa de la «utopía» que es «aspirar a lo imposible/ empeñarse en todos los empeños». Y salva al hidalgo: «Don Quijote es tan valiente/ soñador e idealista,/ que el mundo materialista/ es quien lo juzga demente». La Villa del Libro se suma así al cuarto centenario cervantino es su afán por acercar los clásicos a su futuro público, los niños que hoy acuden a Urueña acompañados de sus padres.
Las páginas comienzan con una capitular que ilumina el verso. Cada cuatro letras, hay una ilustración a página completa. :: ILUSTRACIONES SUSANA SAURA
14 LA SOMBRA
Sábado 30.04.16 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
E
sta semana me ocuparé de algunos tipos de concordancia entre el sujeto y el verbo. Como saben, un enunciado se considera gramaticalmente aceptable si hay concordancia entre el verbo y el sujeto, concordancia que se traduce en coincidencia de número y persona. Si aplicamos esta regla, un sujeto en singular exigirá verbo en singular; y si el sujeto está en plural (o está compuesto por varios elementos en singular unidos por una o varias conjunciones), exigirá que el verbo aparezca en plural. El problema surge cuando el sujeto está compuesto por un nombre cuantificador (en singular) seguido de la preposición ‘de’ más un nombre en plural (un grupo de estudiantes, la mayoría de los manifestantes, el resto de los empleados, infinidad de niños, cantidad de gente, etcétera). Se entiende por nombre (o sustantivo) cuantificador el que en singular designa una pluralidad de cualquier clase (personas, animales o cosas): grupo, montón, mitad, parte, veintena, treintena, mayoría, etcétera. Si aplicamos la regla de la concordancia, en este tipo de construcciones el verbo debería ir en singular porque el nombre cuantificador – que funciona como núcleo– está en singular. Sin embargo, la mayor parte de estos cuantificadores admite (o admiten) la concordancia con el verbo tanto en singular como en plural: El resto de los alumnos se quedó (o se quedaron) en el aula; La mayoría de las trabajadoras ve (o ven) con buenos ojos la reducción de la jornada laboral; Mientras, una treintena de jubilados observaba (u observaban) las excavaciones. El verbo en singular o en plural depende de si se entiende como núcleo el nombre cuantificador (que desde el punto de vista sintáctico lo es) o el
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
CONCORDANCIAS Y DISCORDANCIAS
Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es
nombre plural que designa la referencia (los alumnos, las trabajadoras, los jubilados). En este segundo caso se habla de concordancia ad sensum (‘conforme al sentido’), que es un tipo especial de concordancia que se hace sin atender a la gramática. De este modo los hablantes sienten que por encima de la concordancia gramatical está la concordancia de la lógica: son alumnos los que se quedan en el aula, trabajadoras las que ven con buenos ojos la reducción de la jornada laboral y jubilados quienes observan las excavaciones. Este tipo de concordancia ad sensum suele ser más frecuente en el uso. En los enunciados siguientes preferimos ‘La mayoría de los
nórdicos son rubios’ (nórdicos–rubios) a ‘La mayoría de los nórdicos es rubia’ (mayoría– rubia); ‘En esta urbanización buena parte de los chalets están vacíos en invierno’ (chalets– vacíos) a ‘En esta urbanización buena parte de los chalets está vacía en invierno’ (buena parte–vacía); ‘Consiguieron entrar la tira de fans’ (consiguieron–fans) a ‘Consiguió entrar la tira de fans’ (consiguió–la tira). La doble posibilidad del verbo en singular o en plural no se da en todos los casos. Por ejemplo, los nombres cuantificadores que se usan sin artículo o determinante (como ‘multitud’, ‘infinidad’ o ‘cantidad’) establecen la Los nombres concordancia cuantificadores que obligatoriamente en se usan sin artículo plural: ‘A la presentación vinieron o determinante cantidad de actores’; establecen ‘Aquí trabajan infinidad de la concordancia panameños’. en plural Conviene dejar claro que estos casos de doble opción de concordancia entre el sujeto y el verbo solamente afectan a las construcciones que hoy se tratan: ‘nombre cuantificador + de + nombre en plural’. Por tanto, cuando algunos de estos nombres (como por ejemplo ‘grupo’, ‘conjunto’, ‘mayoría’ o ‘resto’) aparecen en otras construcciones y, por tanto, carecen de valor cuantificador, la concordancia ha de hacerse con el verbo en singular: ‘El grupo ha visitado el museo’; ‘La mayoría no ha llegado a tiempo’; ‘El resto prefirió quedarse en casa y ver una película’.
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID
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Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)
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Un largo viaje. Massimo L. Bacci (Pasado y Presente)
Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)
Forever Cristina Boscá (Suma)
Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)
Sobre Grace. Anthony Doerr (Suma de Letras)
Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)
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Elmer. David Mckee (Beascoa)
Desde la sombra. Juan José Millás (Seix Barral)
33 razones para... Alice Kellen (Titania)
Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)
Tú no eres como otras madres. A.Schrobsdorff (Errata)
El cazador de historias. Eduardo Galeano (Siglo XXI)
El secreto de Gray Mountain J. Grisham (Plaza&Janés)
El desorden que dejas. Carlos Montero (Espasa)
Esa puta tan distinguida. J. Marsé (Lumen)
El último rebaño Piers Torday (Salamandra)
Celia en la revolución. Elena Fortún (Renacimiento)
NO FICCIÓN
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El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)
Destroza este diario. Keri Smith (Paidós)
La conjura de los ignorantes. R. Moreno (Pasos Perdidos)
Impresiones provinciales. J. J. Lozano (Confluencias)
Ser feliz en Alaska. Rafael Santandreu (Grijalbo)
Emocionario Romero/Núñez (Palabras Aladas)
La política en tiempos... D. Innerarity (Galaxia)
Maravillosamente imperfecto. W. Riso (Planeta))
Maravillosamente imperfecto. W. Riso (Zenith)
Ante todo no hagas daño. Henry Marsh (Salamandra)
Atlas del espacio. J. Dusek y J. Pisala (Beascoa)
¿Y si realmente pudieras? Pilar Jericó (Alienta)
Yo no me callo. Esperanza Aguirre (Espasa)
Siete breves lecciones de Física. C. Rovelli (Anagrama)
Nuestro mal viene de más lejos A. Baduu (Clave I.)
La carrera hacia ningún lugar. G. Sartori (Taurus)
Fuera complejos... Lucía Taboada (Zenith)
El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)
La catastrófica aventura... S. Connolly (Montena)
La madre del cordero. Juan Eslava Galán (Planeta)
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Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza y Janés)
Esa puta tan distinguida. Juan Marsé (Lumen)
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El cazador de historias. E.Galeano (Siglo XXI))
La chica del tren Paula Hawkings (Planeta)
La legión perdida. S. Posteguillo (Planeta)
Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)
Pasos en la piedra. J. M. de la Huerga (Menoscuarto)
El elefante desaparece. H.Murakami (Tusquets)
¡Siempre el dinero! H. M. Enzensbergera (Anagrama)
Desde la sombra. Juan José Millás (Seix Barral)
La tabla de Himmler. I. Martín Verona (Multiversa)
Una mujer de recursos. Elizabeth Forsythe (Asteroide)
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Las manos de los maestros. Coetzee (Random House)
Emocionario. Romero/Núñez (Palabras Aladas)
El niño en la cima... J. Boyne (Salamandra) Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)
Los demonios del mar. Javier Esparza (La Esfera...) Avenida de los misterios. John Irving (Tusquets) Esa puta tan distinguida. J. Marsé (Lumen)
Los besos en el pan. Almudena Grandes (Tusquets)
NO FICCIÓN Dioses útiles. Álvarez Junco (Galaxia Gutenberg)
NO FICCIÓN Ser feliz en Alaska. R. Santendreu (Grijalbo)
¿Y los pobre sufren...? Y. Varoufakis (U. P. Burgos)
A mi manera. Carlos Arguiñano (Planeta)
Diccionario Sampedro. J.L. Sampedro/ O. Lucas (Debate)
La desfachatez intelectual. I. S. Cuenca (La cararata)
Sermón de dejar de ser. García Calvo (Lucina)
Siete breves lecciones... C. Revelli (Anagrama)
Miguel de Cervantes. Jordi Gracia (Taurus)
Cocina con Joan Roca... Joan Roca (Planeta)
Diario de un nómada. M. Silvestre (Plaza&Janés)
El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)
Dioses útiles . J. Álvarez Junco (Galaxia Gutenberg)
La madre del cordero. Juan Eslava Galán (Planeta)
La medicina todo lo cura. E. Iborra (Martínez Roca)
La madre del cordero. Juan Eslava Galán (Planeta)
Yo no me callo. Esperanza Aguirre (Espasa)
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Sábado 30.04.16 EL NORTE DE CASTILLA
QUINCE MINUTOS DE FAMA
Teresa Catalina Sancho Nací en Chañe (Segovia) y vivo en Valladolid. Yo no quería, pero aquí estoy, a toda página. ¿Y por qué no? La vida es muy corta y hay que VIVIRLA, porque si no ¡te pierdes tantas cosas!
ÁNGEL MARCOS
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 30.04.16 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
El susto de escuchar
DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO
S
i en vez de comprendernos tanto, nos escucháramos más, nos iría un poco mejor. Y si en vez de tratar de encontrar un sentido completo a todo, nos conformáramos con aceptar el sinsentido, un nudo se aflojaría en nuestro vivir», escribe el psicoanalista Fernando Martín Aduriz en su libro ‘Mejor no comprender’. Escuchar es suspender nuestro juicio sobre el otro, no pretender saberlo todo de él ni tratar de someterle a la tiranía de nuestras pequeñas verdades. Darle opción, en suma, a que nos diga algo de sí mismo que no sabíamos. Lo que suele ser lo contrario de lo que hacemos, ya que raras veces abandonamos la cárcel de nuestros prejuicios. Una escucha así tiene algo de quijotesca, pues don Quijote siempre creía el mundo mejor de lo que es, por lo que siempre estaba dispuesto a conceder a las cosas una segunda oportunidad. Era el Caballero de la Segunda Oportunidad. Por eso liberó a los presos que iban a galeras, por eso pronunció su hermoso discurso de la Edad de Oro ante unos cabreros, como si unos y otros pudieran ser mejores de lo que eran. Claudio Magris afirma que el columnista de prensa ha de combinar en sus artículos felicidad con ética, y Fernando Martín Aduriz ha hecho de esta frase su principal guía en este libro que recoge sus colaboraciones semanales en el ‘Diario Palentino’. Él está convencido de que «la ciencia moderna no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como unas pocas palabras bondadosas». Y la palabra bondadosa es la palabra hospitalaria, la palabra que acompaña y da felicidad. Vivimos bajo el imperio de la autosatisfacción. El desarrollo económico y tecnológico ha hecho que el hombre occidental vea a los hombres de otros tiempos y culturas con una sonrisa de conmiseración y superioridad. Pero, ¿somos mejores que ellos? Gozamos de un bienestar muy superior al de nuestros padres y abuelos pero, ¿eso nos hace más sabios? Los bosquimanos crearon algunas de las historias más hermosas que se han contado, y sin embargo vivían en un mundo de dolorosa escasez. Un pueblo que, según nuestro criterio de hombres desarrollados, vivía en las condiciones más pe-
:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL
nosas, era capaz no sólo de expresar en sus cuentos las cosas más conmovedoras, sino de mostrar los misterios y zozobras del existir humano con una fuerza poética y una precisión de la que nosotros no somos capaces. Hemos mejorado tecnológicamente y formulado teorías que nos ayu-
dan a entender el mundo físico, pero me temo que no hemos avanzado gran cosa en el conocimiento de esa entidad inaprensible que los antiguos llamaron alma. Por eso son importantes las palabras. Y no es fácil hablar de verdad. «Estoy probando», dijo Paul Ehrilnch a su profesor cuan-
do éste le sorprendió llevando a cabo experimentos extraños en el laboratorio, de los que surgirían luego importantes avances científicos. Y eso mismo es hablar para Martín Aduriz: probar suerte, ensayar, ir en busca de lo que no conocemos. Transformar lo que decimos en un acto de
amor, aun a riesgo de llevarnos un susto, ya que el amor es impredecible. «Quien no se atreve a los riesgos del amor –escribe–, a los quebraderos de cabeza, a esas delicias del secreto, de la clandestinidad, de las infinitas dudas, de las esperas interminables, en fin, de todos esos fenómenos tan
bien descritos por Barthes en su decisivo ‘Fragmentos de un discurso amoroso’, en definitiva quien no se la juega, nunca va a saber lo que son los sustos del amor». Quien no se la juega, esa es la clave del verdadero hablar. No hablar para repetir lo ya dicho, para dar cuenta –a la manera de la religión o la estadística– de una única verdad, sino para hacer posible que cada uno pueda contar su propia verdad a los otros. Esa verdad que siempre escapa de nuestras manos. Porque para Martín Aduriz lo que nos define como seres humanos no es tanto lo que somos sino el proceso por el que podemos llegar a transformarnos en otra cosa. Pero este libro nos previene, sobre todo, contra algo que bien podría ser la enfermedad de nuestro tiempo: el narcisismo. Ya que si bien es fácil ser generosos y comprensivos cuando las cosas nos salen a pedir de boca, lo difícil es continuar siéndolo cuando vemos contrariado el movimiento de nuestro deseo. Y el momento en que nuestros deseos no se cumplen suele coincidir con aquel en que entramos en conflicto con los deseos de los demás. Nabokov afirmó que la vida no era nada sin los pequeños detalles, y el arte que se ocupa de ellos es la urbanidad, que nada tiene que ver con lo que predican los manuales al uso. La verdadera urbanidad, nos enseña la lectura de este libro, es el respeto a los otros. No el respeto interesado, sino el que nos hace ver a nuestros vecinos como dueños de sus propios deseos, que no siempre, por cierto, tienen que coincidir con los nuestros. Tal es el verdadero arte de la convivencia: no ver al otro como una amenaza, sino como alguien que viene a completar y ampliar nuestra vida, aun a riesgo de poner en ella un poco de locura y causarnos unos cuantos sustos. Mas eso no debe preocuparnos porque, como dice Fernando Martín Aduriz, «el verdadero problema no es la locura sino la maldad». Prólogo al libro de Fernando Martín Aduriz ‘Mejor no comprender’.