Sábado, 07.05.16 Número CCXXXIII
SOMBRA CIPRES LA
DEL
Constelación Almodóvar El cine del director manchego está lleno de mujeres. Pero ¿cómo son? ¿Es cierta su fama de ser el que mejor las retrata? [P2]
2 LA SOMBRA
Sábado 7.05.16 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
CONSTELACIÓN ALMODÓVAR
ANGÉLICA TANARRO
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l comienzo de la película, mientras los primeros créditos se hacen visibles en pantalla, la cámara sobrevuela el estudio de Leo Macías (Marisa Paredes), escritora de novelas rosa que firma con el pseudónimo de Amanda Gris. El espectador que asiste por primera vez a la proyección de ‘La flor de mi secreto’ (1995), el undécimo filme de Pedro Almodóvar, no sabe que está ante un melodrama protagonizado por uno de esos personajes femeninos del director de ‘Pepi, Luci, Bom...’ de los que es difícil olvidarse. Pero, para el espectador avisado, un detalle de ese corto vuelo de cámara no puede pasar desapercibido: Entre los libros que se adivinan en el estudio, solo un título se hace visible: ‘El bosque de la noche’, de Djuna Barnes. No hay nada más lejano de Robin Vote, la protagonista de la más famosa novela de la norteamericana –considerada una de las mejores del siglo XX– que la dependiente e inestable Leo Macías, ni nada más lejano a la real Djuna Barnes (Cornell on Hudson, 1892-Nueva York, 1982), escritora de carne y hueso, que acabó sus días recluida y sola en su apartamento neoyorkino, que su colega Amanda Gris, salida de la imaginación del cineasta. Ni el ambiente de la bohemia del París de los años 20, libre, libertino, frenético, nada tiene que ver con el ambiente del Madrid de finales del siglo pasado en el que se desarrolla la película, ni con la vida de las mujeres del filme. Por eso, la visión del libro nos pone sobre aviso. Todo lo que se cuente a continuación tiene este piloto encendido. Habrá, pues, que tomarlo con distancia. Se dice ya hasta el tópico que Pedro Almodóvar es de esos directores que entienden a las mujeres. Su cine, es cierto, está lleno de papeles femeninos, unos más creíbles
que otros. Pero ¿por qué las mujeres tenemos la sensación de que nos entiende, a pesar de que en muchas ocasiones sus mujeres están sometidas al más puro machismo, incluso con aparente complacencia por parte de las víctimas? Porque lo que le hace cómplice del género femenino (si es que se puede hablar en estos términos tan generales en un director que también ha sido polémico por el tratamiento de la mujer) no son los personajes completos que pululan por sus películas, no son mujeres tan opuestas como Raimunda (‘Volver’), Manuela, Agrado (‘Todo sobre mi madre’), Rebeca ( ‘Tacones lejanos’) o Kika. Lo que le hace dar en el clavo es una forma de mirar el mundo, pequeños destellos que hay en todas ellas y en los que mujeres, también distintas e incluso opuestas, en la vida real pueden reconocerse. Almodóvar es, antes que nada, un buen observador. Su parte femenina se despliega en su capacidad para captar los detalles, esa capacidad que siempre se nos adjudica a las mujeres. Así, el libro de Djuna Barnes en el escritorio de una autora de novelas rosa que esconde su condición –y el leonino contrato que la obliga a cumplir con cinco historias al año– bajo un sonoro seudónimo se convierte en una declaración de intenciones. Su personaje puede que esté encerrado en un pozo negro pero tiene a su alcance alguna ventana para escapar.
Abismos Ninguna mujer –pienso– quisiera ser Amanda Gris y mucho menos en el momento de su vida que fija ‘La flor de mi secreto’: La escritora, una mujer débil y dependiente, no es que esté al borde de un ataque de nervios, está simple y llanamente al borde del abismo. A punto de ser denunciada por sus casposos editores por incumplimiento de contrato, ella vive en vilo, obsesionada por el desapego de su marido, militar en misión diplomática en Bruselas (Imanol Arias) que hace tiempo la engaña con su mejor amiga. Ciega ante la infidelidad (no hay peor ciego...) su único deseo es recuperar su matrimonio y solo su encuentro con
Marisa Paredes y Chus Lampreave, en una escena de ‘La flor de mi secreto’.
Entre Djuna Barnes y Amanda Gris hay un abismo La capacidad para el detalle y una forma de mirar es lo que acerca el cine de Almodóvar al universo femenino
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De la ‘femme fatal’ a la ‘mamma’ CARLOS AGANZO
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Ángel, un periodista que la admira (Juan Echanove) la salvará de la autodestrucción. Lo que diferencia este personaje de otras mujeres de Almodóvar es lo que en Leo Macías hay de todo hombre o mujer que sufre el abandono de la persona amada y no encuentra el camino de regreso a la normalidad. Por eso siempre he creído ver en este personaje un ‘alter ego’ del director. Pero, como mujer, el personaje de Marisa Paredes acarrea todos los condicionantes sociales que han dibujado hasta hace bien poco y en cierta forma siguen dibujando el papel de la mujer en la sociedad. Otra de las claves del acierto de la mirada almodovariana sobre sus mujeres es la relación madre-hija, siempre presente en sus historias, casi siempre conflictiva, como en la mayoría de los casos en la
vida real. Pero, por muy tormentosa que esta relación haya sido en el pasado hay un momento en que las heroínas de Almodóvar necesitan volver al nido materno, al abrazo de la progenitora. Ese abrazo que tan lúcida y humorísticamente retrata en ‘Volver’, entre una desgreñada Carmen Maura y una desconcertada Penélope Cruz. También Leo (diminutivo de Leocadia, nombre heredado de la madre o del santoral del día que lleva como una marca sobre la piel) necesitará volver al nido, al útero materno cuando la ceguera de sus obsesiones le impida ver la puerta de salida. La imagen de Marisa Paredes junto a la sin par Chus Lampreave (en el papel de una de esas mujeres de pueblo con las que el director homenajea a su madre), ambas con gafas de sol,
de regreso al pueblo de La Mancha del que salieron es uno de esos momentos impagables en el cine del director de ‘Átame’. Como lo es la secuencia de la protagonista junto a las mujeres que hacen bolillos al sol, absorta en su laberinto, tan cercana a la muerte no solo física, al lado de esas mujeres que aparentemente celebran la vida. Entre Djuna Barnes y Amanda Gris hay un abismo pero tanto una como otra sintieron la necesidad de huir de su propia vida. La una y la otra intentaron suicidarse en algún momento y aspiraron al silencio, cuando el ruido se hizo insoportable. Almodóvar lo contó de esa forma excesiva que es marca de la casa. De cómo consiguió hacer un melodrama sin que se le desbordara por todas partes es una historia para contar otro día.
Cecilia Roth, en ‘Todo sobre mi madre’.
l igual que ocurre con Luis Buñuel, una buena parte del atractivo irresistible del cine de Pedro Almodóvar estriba en su capacidad de conjugar lo más tradicional, y hasta lo más casposo, con lo más moderno o al menos lo más provocador; sin solución de continuidad. En su manera de mirar y retratar a la mujer sucede lo mismo: al lado de sus personajes de cómic para adultos, de sus prostitutas, sus transexuales o sus toxicómanas, destacan, en diferentes momentos de su filmografía, las chicas de barrio, las madres de pueblo o las sufridas amas de casa, cada una con su peculiar drama a cuestas. Los primeros grandes papeles femeninos escritos por Almodóvar, de hecho, obedecen a su militancia en el punkglam, la caricatura y el ‘cutrelux’. La lluvia dorada de Bom (Alaska/Olvido Gara) sobre la masoquista Luci (Eva Siva) en ‘Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón’; la ninfomanía de Sexi (Cecilia Roth) en ‘Laberinto de pasiones’; los nombres de guerra de las Redentoras Humilladas (sor Rata de Callejón, sor Estiércol, sor Perdida, sor Víbora...) de ‘Entre tinieblas’; el «¡Riégueme!» de Tina (Carmen Maura) en ‘La ley del deseo’, o las escenas X de cuerda y cama de Marina (Victoria Abril) en ‘¡Átame!’ son buenos ejemplos de esas mujeres de tebeo que se corresponden con las primeras aventuras de Almodóvar travestido como Patty Diphusa, con sus colaboraciones en ‘El Víbora’ o ‘Vibraciones’. A ellas hay que añadir algunos magníficos papeles inspirados en los clásicos del cine americano, como la Becky del Páramo de ‘Tacones lejanos’ o la Amanda Gris de ‘La flor de mi secreto’, interpretadas las dos por Marisa Paredes. Y, sobre todo, la espléndida galería de locas y excéntricas de ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’, donde Almodóvar decide dar un paso desde el ‘cutrelux’ hasta la comedia de clase alta, con Carmen Maura, Julieta Serrano y María Barranco («¡Mira lo mal que me ha tratado a mí el mundo árabe!»)
en su máximo nivel de inspiración. Un modelo, el de la historia truculenta, a medio camino entre el naturalismo y la ficción de cómic, al que por cierto volverá a rendir homenaje, mucho tiempo después, en ‘La piel que habito’, donde el pretexto del cambio de sexo de Vera Cruz (Elena Anaya) le sirve para filmar uno de sus títulos más personales. Frente a esta colección de mujeres extravagantes, el gran personaje femenino que inaugura el ciclo almodovariano de las ‘madres’ es la Gloria (Carmen Maura) de ‘Qué he hecho yo para merecer esto’, cuya escena del lagarto verde y el golpe letal en la cabeza del marido –el desaparecido Ángel de Andrés López– se convirtió en la época en una auténtica denuncia del papel doliente de las amas de casa. Madre coraje será también Manuela (Cecilia Roth) en ‘Todo sobre mi madre’, donde la poesía termina imponiéndose a lo grotesco por mucho que buena parte de los personajes de la película sigan aún en el ‘underground’; la concesión del Oscar a la mejor película extranjera en 1999 lo dice todo, o casi todo, en la capacidad del director manchego para salirse al fin de los límites del mundo de la movida madrileña y tocar a un público definitivamente universal. Nacido en el seno de una familia marcada por las mujeres, Pedro Almodóvar tendría que esperar aún unos años para filmar la que no solo es la película que mejor ilustra su homenaje particular a su madre y a las mujeres de su pueblo, sino también la que introduce el cine de Almodóvar en una nueva dimensión, definitivamente más íntima. La abuela fantasma, una vez más interpretada por Carmen Maura, completa el trío femenino singular que exhiben Raimunda (Penélope Cruz), en el papel de la mujer de un obrero en paro; Sole (Lola Dueñas), titular de una peluquería en su propia casa, y Agustina (Blanca Portillo), la que se quedó en su lugar de la Mancha en lugar de, como tantas otras, irse a vivir al arrabal urbano... Algo de todas estas mujeres, ya definitivamente en ese plano íntimo que tan bien se corresponde con la adaptación de los relatos de Alice Munro, tienen también las mujeres de ‘Julieta’. Entre la ‘femme fatal’ y la ‘mamma’, en el mejor estilo de Almodóvar.
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Pronto veré a Julieta
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a última película de Pedro Almodóvar, ‘Julieta’, arranca con un plano sobre el que se van inscribiendo los títulos: muestra una tela roja que cuelga y se agita formando volúmenes y creando tonalidades entre la oscuridad de sus pliegues. Al tiempo arranca la música de Alberto Iglesias con un sonido de rumor que aumenta el atractivo y el misterio de la tela. Un miste-
rio que deja de serlo cuando la cámara retrocede lentamente y nos descubre que estamos ante la blusa de Julieta movida por su respiración, blusa que finalmente es una túnica que ella viste mientras se ocupa en preparar la mudanza de su casa. Entre los dos extremos de esa secuencia inicial se va a mover la película. Por un lado está la evidencia directa de las personas y sus quehaceres, servida en el jue-
go de colores habitual del autor. Por otro lado, algo oscuro e impreciso que se hunde en la interioridad de las personas, en lo que está más allá de la tela roja. Ese juego entre saber y preguntarse reaparece en muchos momentos de la película. Hay un hilo narrativo que se sigue con facilidad, al que se va incomodando con interrupciones y flecos que nunca se aclaran. Flecos que en-
contramos en el personaje del compañero de asiento de Julieta que se suicida y trae sus primeros remordimientos; en el ciervo sobre la nieve, mágico, irreal; en el amigo de Beatriz con la cara siniestra de labios pintados; en la madre de Julieta, apartada y postrada sin que conozcamos las causas; y por supuesto en la gran pregunta de la película, que nunca se responde, la huida de la hija de Julieta sin que deje la menor explicación. Las mujeres son el centro del relato, lo que no es novedad en el cine del Almodóvar. Pero son algo más que mujeres: son madres. Julieta lo es
JORGE PRAGA
de Antía, y su embarazo la lleva de su vida de profesora a compañera de un marinero. Julieta viuda se cierra aún más sobre su función de madre, sin saber cómo gobernar la adolescencia de Antía. La madre de Julieta adquiere vuelo cuando abre un hueco en su cama para su hija. Antía revuelve la historia como madre fuera de campo. Como también la re-
vuelve en la cabeza de Julieta el anuncio de que la compañera de su padre ha tenido un hijo. La maternidad que se erige en motor de la película es algo más que una función reproductora, familiar o afectuosa. Es un fuerte y oculto cordón umbilical que une asimétricamente a la madre con la hija. Un cordón indestructible que no explica ni aclara, que trae situaciones como la de los sucesivos cumpleaños de Antía, con la tarta en la basura. ¿Escribe Antía esa felicitación ridícula a sí misma para hacer daño, más daño? Las madres aguantan, sufren, no cabe renuncia ni olvido. Es
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CONSTELACIÓN ALMODÓVAR
1. Escena de ‘Julieta’, la última película de Almodóvar 2. Penélope Cruz en ‘Volver’ (2006). 3. Marisa Paredes en ‘Tacones lejanos’ (1991)
Casillas rotas
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a mujer es el centro gravitacional de las películas de Pedro Almodóvar. Pero no es, pese a ser centro, autónoma; tiran de ella fuerzas que no es capaz de dominar. El origen de estas fuerzas suele ser, quizá inevitablemente, un hombre. Los hombres (heterosexuales) de PA presentan un perfil monolítico, más de una pieza que el de las mujeres; tienen las ideas más claras y el corazón más sereno –o así se muestran–, pero esto no debe llevarnos al equívoco de creerlos menos complejos o interesantes: tal impresión se
debería solo a que se les concede menos tiempo en pantalla, a que su función de contrapunto se sugiere pero no se explicita. En todo caso, el director manchego se ha mostrado siempre mucho más interesado en los personajes impuros, contradictorios, de fronteras volubles, y de ahí que, en cuanto al hombre como ser sexual se refiere, sus filmes invierten la norma de la realidad fuera del cine: el heterosexual recto –aunque nadie lo sea por completo– es casi una excepción, situándose sus más relevantes perso-
najes masculinos en las regiones marginales del travestismo y el transexualismo. (Hoy apenas quedan espacios marginales por explorar, si es que queda alguno, pero tales incursiones son por lo general puntuales y de un tratamiento epidérmico; quizá solo R.W. Fassbinder, dentro del cine occidental, se haya internado en ellas con la curiosidad devota de PA.) El travestismo almodovariano comienza por el propio cineasta, que en ‘Laberinto de pasiones’ se regaló un extenso cameo musical, tan gratuito en lo narrativo como memorable, la antípoda en cuanto a relevancia dramática del de Miguel Bosé en ‘Tacones lejanos’; aquí el travestismo no se ciñe a una preferencia estética, a un gusto icó-
nico por el rímel y las medias de rejilla, sino que desempeña un rol operativo (el juez Domínguez se traviste porque el disfrazarse le ayudó en el pasado para resolver un caso; el hipotético gusto que haya podido desarrollar desde entonces es circunstancial, subsidiario de la función investigadora). Entre un polo y otro hay en la filmografía de Almodóvar una galería tan extensa como variopinta, cuyos miembros tienden a quedar más cerca del polo gratuito que del polo necesario. Más interés presenta el tratamiento de esa figura del desgarro que es el transexual, tanto por la infrecuencia con que se ha tratado como por la riqueza dramática que tiene la figura, que el travesti no suele alcanzar. El travesti es ante
EDUARDO ROLDÁN
todo vestimenta, pintura, externalidad; el transexual presenta una falla interior cuya canalización a través de la apariencia no le basta, e incluso puede acentuársela al hacerle más evidente la distancia dentro/fuera. Quizá no haya tragedia íntima mayor que la de nacer en un cuerpo que no sientes tuyo: suerte de existencia esquizoide, de rechazo a lo que ves de ti y no solo ves, sino que has de valerte de ello, obligado si quieres seguir viviendo, seguir tirando. Lo que por supuesto desemboca a veces en la depresión
o el suicidio, y es justo en ese punto de inflexión que los trans almodovarianos deciden resistir, como en el tema final de ‘Átame’: son personas que no se resignan al destino que les ha sido impuesto, caracteres fuertes que con igual desparpajo exigen a un limpiador que las empape a manguerazos en una noche de bochorno o se sueltan un monólogo sobre la autenticidad personal donde exponen una a una las muchas operaciones a las que se han sometido, precio incluido, para alcanzar el intransferible, inimitable aspecto que presentan, su sueño de siempre. En esta exploración de la tragedia íntima del transexual PA gusta también de manipular las creencias previas –léase prejuicios– del espectador,
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una condición definitiva, cubierta por la tela roja del comienzo. Y tras esa tela roja se guarece el abandono doloroso e injustificado de la hija de Julieta. No hay explicación, y cuando al final de la película parece que nos acercamos a ella, la cámara se aparta de la carretera que conduce al reencuentro y abandona la narración. Queda y flota en el vuelo de la cámara la resistencia del vínculo, el lazo oscuro que para siempre atará la relación maternal. Para que la presencia femenina quede más subrayada, sus oponentes masculinos son seres desdibujados y margi-
nales. La negación masculina se proclama en el plano inicial. Frente a la tela roja unas manos depositan un muñeco con un gran falo, que inmediatamente es envuelto en el plástico de la mudanza y apartado de la visión. Poco más que ese falo de función reproductora son el marinero, el escritor prendado de Julieta, el padre que pasa de maestro a labriego. Ninguno despliega problema propio, vida independiente. Son necesarios para la marcha de la historia, para la continuidad del eslabón maternal, pero luego se apartan, como el muñeco.
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El recorrido por las sensaciones profundas de la maternidad, que es la gran apuesta de la película, se articula sobre un melodrama seco, de muy pocas lágrimas. Almodóvar quiere abatimiento, mujeres que carguen con una comezón interior, con una inquietud que no aflore, para la que no valen los llantos de la descarga pública, del alivio. El desgarro se queda dentro, se fortalece, también se oculta. «No quiero verlo todo», declara. Su cámara se fija en el trípode, no se mueve con rapidez inquisidora ni abarca el espacio con grandes angulares. Y también confiesa: «Mi
cine es puro artificio, lo que me interesa es la representación». Para caminar en pos de su verdad Almodóvar se instala en el polo opuesto del realismo y la transparencia. Incluso se atreve a cambiar de
actriz para sustentar a una misma Julieta, en la confianza de que el vínculo intenso que envuelve al personaje fusione los dos cuerpos en uno. Es cine que se ofrece como tal, que exhibe sus materiales. Pero nunca con pretensión de distancia, sino al contrario, de búsqueda tensa del corazón del espectador frente al paño rojo. En este giro que da Pedro Almodóvar a su cine femenino algún papel importante ha tenido que jugar Alice Munro, la autora de ‘Destino’, ‘Pronto’ y ‘Silencio’, los tres relatos en los que se originó la película y cuyo rastro se en-
cuentra con reiteración en ella. Alice Munro, madre de tres hijas. En ‘Pronto’ se desarrolla ampliamente una visita de Julieta a la casa de sus padres, que en la película queda mucho más reducida. Una de las partes omitidas nos puede dar la siembra final. En la casa de los padres una tarde se recibe la visita de un pastor anglicano, con el que acaban discutiendo sobre la fe de cada uno. La madre de Julieta confiesa cuál es su fe, a la que se agarra cuando las cosas se tuercen: «¿Sabes lo que pienso en esos momentos? Pienso, muy bien. Pienso… Pronto. Pronto veré a Julieta».
El ‘cine de mujeres’ de Pedro Almodóvar FERNANDO LARA
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de modo paralelo a como hacía su maestro Hitchcock con las expectativas, con la diferencia de que la manipulación de Hitchcock es fundamentalmente cerebral y la de Almodóvar visceral, y esto no quiere decir que el manchego no articule las tramas con rigor (como no quiere decir que el británico desdeñase filmar las turbulencias del corazón: suyas son algunas de las historias de amor más intensas de la historia del cine), sino que lo que mueve la voluntad de sus personajes es sobre todo una causa interior, una fuerza natural incontrolable, no impuesta coyunturalmente por circunstancias externas azarosas. Desde el meticuloso plano secuencia del desnudo de Bibiana Fernández en ‘Kika’, donde jue-
Para que la presencia femenina quede más subrayada sus oponentes masculinos son seres desdibujados
ga con sombras y verjas para mostrar escondiendo, hasta la elección de Rosario para encarnar a un torero (acaso el oficio más masculino que exista), Almodóvar genera con sus travestis y transexuales una turbación en el espectador cuyo fin no es, como se ha dicho tantas veces, la provocación gratuita, tan pobre y aburrida, sino el deseo de que el espectador mire con ojos más abiertos, más limpios, que sea capaz de transcender las casillas heredadas y se dé cuenta de la esencial vinculación entre los hombres (en sentido amplio). Pues no otra es la enseñanza fundamental del cine de Pedro Almodóvar: somos muchos y de variado pelaje, pero al final es más lo que nos une que lo que nos separa.
ulieta’ vuelve a plantear el tema de Pedro Almodóvar como «cineasta de mujeres». Ese concepto ha ido creciendo a lo largo de los años, hasta convertirse en un tópico. Pero el tópico, ¿refleja una realidad numerosas veces repetida o acaba enmascarando esa realidad, dándola por supuesta? Para responder a esa pregunta, lo mejor es ir poco a poco, descartando adherencias e ir al auténtico núcleo del tópico. Y ese desentrañamiento ha de partir de una evidencia: el cine de Almodóvar nunca es realista, sino que se basa continuamente en la representación; es decir, en una contemplación indirecta de la realidad mediante una serie de instrumentos genéricos. Pero ‘genéricos’ no en el sentido de diferencia de sexos, sino en el de los diversos géneros narrativos en que puede apoyarse un autor. Evidentemente, en el caso de Almodóvar ese género es el melodrama, llevado hasta sus últimas consecuencias en unos casos, o con derivaciones cómicas o satíricas en otras. Por tradición, el melodrama se suele basar en la mujer, en sus sufrimientos, en sus penalidades, incluso en su humillación a causa habitualmente del amor no correspondido o traicionado. Dado que la gran mayoría de los protagonistas ‘almodovarianos’ son mujeres y dado el género por el que se opta,
el resultado es, entonces, patente. Hasta en su película más realista, ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?’, la cuarta de su filmografía, que realizase en 1984, la formulación de la historia viene trazada en términos melodramáticos, aunque su protagonista se rebele contra su destino y acabe matando a ese marido machista que es la fuente principal de su sufrimiento. Lo que, sometida al acoso de su padre, también hará la hija de la Raimunda (Penélope Cruz) en ‘Volver’, veintidós años después. «La mujer es más espectacular como sujeto dramático, tiene más registros», ha dicho Almodóvar, y su obra es fiel a este principio. Como lo fueron Cukor, Minnelli, Ophüls o Fassbinder, considerados también «cineastas de mujeres» y muy frecuentadores del melodrama. Ante todo, el director manchego no es un retratista, sino un inventor de personajes, a quienes configura mediante una serie de meandros narrativos, a través de unas vicisitudes a menudo sorprendentes que determinan esa peculiaridad tantas veces encarnada por Carmen Maura. Nada es lo que parece en un primer término de esas figuras, hay un trasfondo que se extiende a conflictivas relaciones materno-filiales como en ‘Tacones lejanos’ (1991) y la ‘Julieta’ de ahora mismo; a búsquedas desesperadas por el hijo perdido de ‘Todo sobre mi madre’ (1999) o a la anhelada transformación de un ser en otro en ‘La piel que habito’ (2011). Esas mujeres de Almodóvar no son nunca como en la vida real. Sino que él se re-
fiere a los arquetipos que sobre ella han sido construidos por la sociedad y, creativamente, los modula en función de sus recuerdos y sus deseos. Acierta el británico Mark Allinson, autor del libro ‘Un laberinto español. Las películas de Pedro Almodóvar’, cuando señala que «de manera cercana a los films clásicos de Hollywood, los de Almodóvar frecuentemente representan y al mismo tiempo contestan las construcciones cinematográficas de los géneros. Donde gran parte del trabajo pionero llevado a cabo por teóricas y teóricos feministas revela las estructuras escondidas en el cine clásico de Hollywood, dentro de una sociedad patriarcal, en Almodóvar esas estructuras son llevadas a primer plano, convertidas en temas explícitos». Volvemos, entonces, al tema de la representación, donde las cosas no son como son, sino como vienen representadas de forma creativa para que su significado tenga mayor alcance que el del simple reflejo de una realidad. Que el cine de Almodóvar sea «de mujeres» no significa, en absoluto que sea un cine feminista. De hecho,
Que el cine de Almodóvar sea ‘de mujeres’ no significa en absoluto que sea un cine feminista
desde esta óptica se le ha acusado en numerosas ocasiones de ‘misoginia’, de convertir a las mujeres en simples ‘fetiches masoquistas’ de los que aprovecharse para sus tramas. Todavía recuerdo el escándalo promovido por las feministas alemanas cuando ‘¡Átame!’ se presentó en la Berlinale de 1990, inmediatamente después de que ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’ hubiese convertido a Almodóvar en un cineasta de alcance internacional. O las polémicas que siempre ha generado el tratamiento que hacía de la violación en la citada ‘¡Átame!’, en ‘Kika’ (1993) o en ‘Hable con ella’ (2001). Y las críticas generadas por la representación –una vez más– de la mujer sufriente sin cesar, sometida a la pasión por un hombre, cuya máxima exponente posiblemente sea la Leo (Marisa Paredes) de ‘La flor de mi secreto’, realizada justo a la mitad de la década de los 90. Esa mujer doliente que, en términos ya humorísticos, define la orden religiosa de ‘Entre tinieblas’, a la que él ‘bautizase’ en 1983 nada menos que como ‘Las Redentoras Humilladas’… No, no se da apenas en Almodóvar la mujer plenamente libre, dueña de su destino, activa, independiente de cualquier otro factor que no sean sus objetivos. No, lo que propone, salvo excepciones muy contadas, es la ‘contraimagen’ de ese prototipo. Otros son los suyos: lo que ofrece este ‘inventor de personajes’ por excelencia es la personal representación de una serie de arquetipos femeninos enmarcados en la ficción melodramática.
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DEL CIPRÉS
...Todas sus mujeres parecen perdidas por una culpa que las atormenta sin justificación
CONSTELACIÓN ALMODÓVAR
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i basta con ver unas imágenes para reconocer un estilo hay que llegar a la conclusión de que muy pocos directores lo consiguen. Hasta los errores de las películas de Almodóvar, las malas interpretaciones, las situaciones forzadas o grotescas, son tan propias que, ni se pueden imitar, ni esconden a su creador. Para bien o para mal, existe la marca Almodóvar. También hay que reconocer su resistencia, apenas si quedan en activo directores de su generación que se hayan mantenido fieles al sello de «autor», los que no han abandonado han pasado a otros trabajos, o han decidido que lo mejor era hacer televisión para el cine porque lo importante son las cuentas de resultados y no las artísticas. 20 películas después, Almodóvar sigue en activo, sus mujeres cinematográficas también, pero su evolución tiene más de regresión que de novedad. Los papeles femeninos, 35 años después de contemplar a gente tan libertaria como ‘Pepi, Luci y Bom’, se han ido recluyendo en el estereotipo de la mujer sufriente por culpa del hombre. Las mujeres atrevidas y de rompe y rasga de su primer cine han pasado a convertirse en prototipos de eso que se ha dado en llamar el patriarcado más recalcitrante. Mujeres doloridas y carcomidas por la culpa, mujeres vacías y anhelantes de atención por parte de un hombre. Limitado el espacio de este comentario para explicarlo mejor, las mujeres feministas de Almodóvar han vuelto al pueblo, a las sociedades conservadoras y cerradas que tan bien dice conocer. A Almodóvar cumplir años no le ha vuelto más arriesgado, sino que ha adecuado su discurso a sociedades que han quedado ancladas sin evolucionar, como el propio país. La involución de costumbres renueva el discurso de la mujer sufriente. Aspirando a ser el nuevo rey del melodrama solo ha conseguido quedar estancado en tierra de nadie, buscando un estilo más depurado, menos afectado, su cine se ha vuelto muy conservador. La creación de estereotipos
Verónica Forqué, Carmen Maura y Chus Lampreave, en ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?’.
Mujeres de verdad y mujeres de ficción
como «reflejo del universo femenino», «las chicas Almodóvar», ha ocultado la absoluta fagocitación de las actrices por parte del director, una vampirización de la que sólo una actriz completa como Carmen Maura ha sabido desintoxicarse. Victoria Abril y Marisa Paredes pasaron de musas a olvidadas en apenas tres películas, su irrelevancia posterior en el cine español ha sido casi completa, incluso la cinematografía de Almodóvar desde su ruptura con Maura empezó a moverse en una oscilación de dientes de sierra que terminó por producir una caída en picado a la que no veo salida. Almodóvar perdió de vista el mundo que le rodea, dejó de querer cambiar su entorno o
Kitty Manver y Julieta Serrano, en ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’. A la derecha, ‘Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón’, con Alaska, Eva Siva y Carmen Maura.
de retratar a esa nueva España que perdía el complejo de años de dictadura y represión. Cuando Almodóvar se apartó del retrato social o de la denuncia-expresión de mundos que
existían, su cine empezó a decaer en mi interés. Mientras más procuraba Almodóvar crear papeles fuertes e importantes para sus mujeres protagonistas, menos relevantes me parecían y más humanos iban apareciendo sus secundarias. Si Almodóvar se iba alejando del «Madrid era una fiesta» de los 80 para aparentar un director serio y riguroso, sus mujeres iban diluyéndose en estereotipos de culebrón sudamericano y el entorno de sus películas olvidaba la realidad social de su país.
MIGUEL ÁNGEL MARTÍN MAESTRO
Magistrado en Valladolid
En el cine de Almodóvar se confunde famoso con actor, se confunde inexpresividad con dirección de actores, exageración con intensidad, en el cine de Almodóvar todo es perdonable porque es un triunfador, pero donde no ha perdido interés ni genialidad es en colocar mujeres aparentemente antitéticas a sus protagonistas, que con un par de apariciones, sitúan la realidad por encima del deseo. Si el último cine pasional de Almodóvar ha conseguido
elevar a categoría la frase que Chus Lampreave le dirigía a Marisa Paredes, «ay, hija, tan joven y ya como vaca sin cencerro», porque todas sus mujeres parecen perdidas por una culpa que las atormenta sin justificación, y que las impide tomar decisiones autónomas a la espera de una redención ajena, son actrices como Kitty Manver, la propia Chus Lampreave, Lola Dueñas, Pilar Bardem, Eva Cobo, Carmen Elías, Verónica Forqué, Ana Lizarán, Candela Peña, Julieta Serrano o Amparo Soler Leal las que dan la verdadera medida de donde se encuentra la realidad y lo alejadas que se encuentran de la misma los personajes de Penélope Cruz, de Elena Anaya, de Marisa Paredes, de Emma Suárez o de Adriana Ugarte. Frente al histrionismo exagerado, a las pasiones convulsas de mujeres encerradas dentro de un orden tradicional, son las que se cruzan, o comparten el escenario cercano de la sobredosis de tragedia, las que proporcionar un mínimo contrapunto de credibilidad y mesura a ese cambio de registro del director que no termina de encontrar su sitio. Si ‘Los amantes pasajeros’ fue el ejemplo claro de que el cine de Almodóvar no puede volver a ser lo que ya fue en los 80, ‘Julieta’ demuestra lo que las mujeres de nuestro país no pueden seguir siendo, no pueden ser ni sólo amantes, ni sólo madres, ni sólo dolidas personas llenas de culpa falsa. Una toalla no basta para transformarte en Bergman, leer los libros de Munro no significa que tus películas consigan transportar los sentimientos de la canadiense a la pantalla, las elogiadas elipsis casan mal con un excesivo uso de la voz en off para contarnos aquello que parece ser incapaz de mostrarnos en imágenes. Por eso, cuando pienso en los papeles femeninos de Almodóvar, en esas secundarias de lujo, tengo que recordar uno de los mejores papeles secundarios de su cine, ese Juan Echanove que daba consuelo a Marisa Paredes en ‘La flor de mi secreto’ y pienso que, si algún día el director consigue hacer dar a alguno de sus papeles femeninos la altura y personalidad de éste, es posible que Almodóvar me vuelva a convencer y deje de pensar que la frase «retrata como nadie el universo femenino» no sea más que puro marketing sin sentido.
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Sábado 7.05.16 EL NORTE DE CASTILLA
Cantinflas y David Niven, en un fotograma de la película ‘La vuelta al mundo en 80 días’ (1956).
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iempre se ha convenido en que el viaje, vinculado en su acepción moderna al placer y a la curiosidad, surge en aquel siglo XIX de ansias catastrales y taxonómicas por descubrirlo todo y apresurarse a bautizarlo. Siglo de mapas y de nomenclaturas. En él, la consideración del mundo como un escenario continuo supuso la escisión definitiva del ‘homo viator’ en dos facciones: el turista y el viajero. Jalear lo pintoresco sustituyó a menudo a aquella otra indagación en lo común que era el viaje antropológico. ‘La vuelta al mundo en ochenta días’ podría ser exponente de la primera actitud: esos viajeros de espíritu recreativo son los primeros turistas del mundo moderno; toman distancia –¡y altura!– y picotean en cuanto encuentran. Distancia y prisa –como ocurrirá luego con los
El turista y el viajero viajes organizados por manos ajenas, cuando el viajero ya se ha investido de cliente– son los fundamentos que condicionarán en adelante a quien emprende viaje, que se conforma con constatar cuanto ve desde una amniosis cautelar. Previamente, y frente a la audacia relamida de los chicos de Verne, Laurence Sterne res-
ponderá a otra imagen en su ‘Viaje sentimental’ y se atreve a proponer un catálogo de viajeros que ya ofrece pistas sobre otra actitud. Sterne habla de viajeros simples, ociosos, curiosos, vanidosos, melancólicos… Su espíritu enciclopedista discrimina sobre las razones que hay para viajar. Él, por cierto, se considera un
viajero sentimental, entregado al viaje por pura necesidad de viajar, sin otro afán. Posteriormente, el concepto de ‘viaje’ se acomodará a esa otra necesidad de sacudirse la uniformidad. Es una consecuencia del predominio de lo similar. La fisonomía de la vieja Europa con sus catedrales, instituciones, jardines cepilla-
dos y chimeneas que empiezan a pulular por doquier ya cansa; y se empieza a añorar la diferencia. También se necesita comprobar cuánto nos hemos alejado de lo salvaje (son aquellos niños criados en medios selváticos y traídos a la civilización como objetos de estudio; es Gauguin y sus propuestas de un mundo edénico y sin prejuicios). En realidad, la pérdida de relieve en la vida diaria, tan uniformada, va creando una costra en el ánimo colectivo que después terminará en ese callejón sin salida: lo uniforme no se soporta pero la extrañeza asusta. De ello trata Bruno Marcos en su estupendo y reciente libro, ‘Últimos pasajes a la diferencia’. En él hace una perturbadora inmersión en el concepto del viaje, degradado a medida que se ha alterado su última significación. De ser un fenómeno lleno de incertidumbre ontológica –o cuando menos un episodio de incertidumbre vital–, el viaje ha pasado a convertirse en un simulacro de aventura prudente, un síntoma de ostentación cuyo único fin no es tanto ‘estar en el lugar’ sino ‘contar que se ha estado’. Eso ha terminado con su sentido último, convertido ahora en un itinerario que carece de trayecto porque todo se fía al destino. La lección de Cavafis en su célebre poema sobre Ítaca («no apresures el viaje…/ mejor que dure muchos años…/ sin esperar que Ítaca te recompense») se ha despojado ya de significación. Bruno Marcos reflexiona sobre ello en este libro, editado por Baile del Sol, que tiene la gracia de lo llevadero contenida en solo setenta páginas pero deja en el lector la sensación ronroneante de estar hablando de asuntos que nos afectan porque configuran la sensibilidad del habitante contemporáneo. Al menos, cuando uno lo leyó se fue dejando encaminar por un tablero cuyas paradas intermedias (Varanasi, Chinatown, Jemaa El Fna, Montmartre, Venecia…) tienen la cualidad de ir iluminando de un modo no previsto la experiencia viajera. Son apuntes calientes que parten a menudo de una situación ‘in media res’ que no parece que vaya a sorprender al lector, pues está tomada de comportamientos ordinarios (la subida a un autobús en Bali, la entrega de un billete nepalí, el saludo de un vendedor egipcio de papiros…). Pero enseguida Bruno Marcos sabe devanar lo que deja en la mirada y en el espíritu la sustancia decisiva de sus viajes, y que no es sino la constatación de la trágica superación que hay entre lo similar y lo diferente, conceptos neutralizados porque, como dice tras su viaje a Nepal, «siendo como era todo tan diferente, lo cierto y la mentira eran para mí en Bhaktapur igual de extra-
CEREZAS EN EL ESCONDITE TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO
ños». Es ese juego especular entre irrealidad y certeza, entre belleza y dolor lo que va trazando la urdimbre de este delicioso libro hasta llegar a las conclusiones de un último texto, verdadero epítome lleno de iluminación moral que define con decisiva intensidad lo que advertíamos al principio: la pérdida de significación del viaje en la actualidad, cuando la cartografía entre punto de partida y punto de destino es un vacío inmenso –el cielo, el mar– que relaciona dos puntos ilusoriamente distantes, pues ya lo que el viajero busca, lo que el viajero exige es que allá donde vaya le espere «lo mismo». Como mucho, concluye con indisimulada gravedad el autor, quizás «la diferencia que más impresiona hoy no sea otra cosa que el viaje a la pobreza»; de modo que lo único distinto que puede encontrarse es «el verdadero espectáculo de la miseria», donde el viajero capta «una belleza extraña» que lo perturba. Seguramente, le molesta. Uno no paga para que le froten con lija la conciencia. Hay en cada relato del libro un sentimiento intuido de profanación que comienza en el hecho de mirar, como si contemplar lo que no nos afecta ya fuese materia de herida o materia de ofensa. En esta experiencia de asistir a lo extremo, Bruno Marcos es consciente de hallarse ante una vinculación natural y trágica entre la belleza y la muerte («Sentí la certidumbre angustiosa de que todos los paraísos estaban pendientes de su muerte, que la belleza en sí estaba atravesada de ese terror a su caducidad»). De ese pudor verbal, que procura no desembocar en las fauces de un simple reportaje, está también hecho este libro sutil y consciente. Su título admonitorio parece sostenerse de pronto en una lúcida ambigüedad: ‘Últimos pasajes a la diferencia’ puede estar definiendo también nuestra resistencia a encontrar en el viaje lo que nos acusa. Y resolvemos no volver jamás a eso que nos revuelve el ánimo y no es lo nuestro, a pesar de llegar tan pronto ahí. Leído el libro, ¿quién se atreve a emprender de nuevo viaje sin saber que su único sentido ha de ser el de transformarnos? Cavafis vuelve a tener razón.
8 LA SOMBRA
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DEL CIPRÉS
Marta Sanz
EL ESCRITOR EN SU BIBLIOTECA
A la derecha, Marta Sanz en la biblioteca de su casa, De arriba a abajo, detalles de las estanterías y de las notas que escribe al final de los libros leídos. :: J. MARCHAMALO
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o primero que llama la atención es esa estantería, en el salón, que ocupa prácticamente toda la pared, azul, salpicada de postales de artistas como estampas de santos; estrellas rutilantes del Hollywood dorado, blondas y lentejuelas, blanco y negro, que le envía su amigo Óscar Esquivias. Un nutrido, estiloso catálogo de musas, divas y mujeres fatales –sólo excepcionalmente algún galán– y también algún beso arrebatado: Ekberg y Mastroianni en ‘La dolce vita’; Hepburn y Grant en ‘La fiera de mi niña’, y Kelly y Stewart en ‘La ventana indiscreta’: él con una pierna
escayolada, prismáticos, pijama, y ella con la melena al viento, inmensamente rubia –ondas marcadas con la laca de las celebridades–, con una gargantilla de perlas naturales. Porque sostiene Esquivias que en realidad no somos del horóscopo tradicional, como siempre pensamos, piscis o sagitario, aries o capricornio, sino del horóscopo de Manuel Puig –llamáme Puig, pedía, socarrón, cuando se presentaba, marcando esa ge al final, afilada como un estilete– que es, contaba, el de la actriz que gana el Oscar el año en el que naces. De modo que Marta Sanz (Madrid, 1967), según esta
singular astrología del celuloide, es de Katharine Hepburn, la delgaducha, encantadora Hepburn que lo ganó ese año por ‘El león en invierno’, la película de Anthony Harvey. Así que, hace tiempo, empezó a recibir postales que le manda Esquivias por correo, sobre y sello, encabezadas siempre por un cómplice y teatral: «Querida Kate». Con ellas ha acabado construyendo ese particular planisferio de actrices inolvidables que oculta, en los estantes, la novela por orden alfabético: Dietrich, en ‘El ángel azul’, que tapa a Dahl y a John DeLillo; al lado, la vaporosa, platino, Doris Day, delante
JESÚS MARCHAMALO
«Empecé leyendo tebeos, los de ‘Esther y su mundo’ y las historietas de ‘Flash Gordon’»
de Coetzee, y un poco más abajo la inquietante, bella, Leni Riefenstahl, cutis ario y labios perfilados, la mirada turbadora de quien miró a Hitler, el mal, tapando a William Faulkner, ‘Santuario’. En medio, alguna fotografía familiar; una de la boda de sus abuelos y otra suya, de niña, pecosa y algo indómita, el pelo como Mowgli, de ‘El libro de la selva’, ojos oscuros, plácidos, que utilizó para la cubierta de su ‘Daniela Astor y la caja negra’.
El libro del abuelo Ramón En otra estantería, bajo un reloj de pared, más fotos y revistas, y sus libros: distintas
ediciones y cubiertas, traducciones, y cuadernos de su abuelo paterno, Ramón Sanz, mecánico de profesión y que empezó a escribir sus recuerdos tras jubilarse; a mano, letra pulcra y sólo alguna tachadura ocasional, en cuadernos de tapas de cartón, marca Blasón. Textos en los que narra distintos episodios de su vida, como un legado, y que inspiraron parte de la novela de su nieta ‘Susana y los viejos’. «Las bibliotecas van fagocitando otras bibliotecas», dice. «Aquí tengo la colección RTVE que heredé cuando murieron mis abuelos, junto a alguna enciclopedia y novelas en ediciones antiguas, también hay
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«Querida Kate» ‘Crónica de una muerte anunciada’ Gabriel García Márquez
«Me gustó muchísimo este libro en el que, como lector, estás esperando a que el autor haga alguna trampa, utilice algún truco; sabes que van a matar al protagonista, vives la esperanza de que no sea así, y lees cómo lo acaban matando, hay que ser un genio para construir una trama así».
‘La lección de anatomía’ Marta Sanz Anagrama
«Es complicado elegir, pero tengo un cariño especial a ‘La lección de anatomía’, es un libro autobiográfico que escribí con mucho gusto. Pensé que me iba a producir dolor pero, al contrario, aprendí mucho mientras lo escribía y es un libro que genera mucha empatía en los lectores».
‘Las ratas’
Miguel Delibes Destino
«Fue uno de mis libros fundacionales, lo leí en el colegio y me impresionó como pocos, sobre todo me sobrecogió esa manea escueta, desnuda, tan visual de narrar».
mucho libro de bolsillo, y mucha editorial independiente». Y me habla de la casa de sus padres, de niña, grandes lectores ambos: él más de poesía y ensayo, y su madre, de novela. Lectora original, iconoclasta, que defendió con ardor en su momento que Emma Bovary, la heroína trágica, era una auténtica cretina. «Yo empecé leyendo tebeos, unos que había entonces para chicas, que se titulaban ‘Esther y su mundo’ y que marcaron a muchas niñas de mi generación, y también las historietas de ‘Flash Gordon’, que me prestaba un amigo de mi padre que tenía la colección completa; de ahí pasé ya a los libros: Stevenson, ‘La isla
del tesoro’; ‘El lazarillo de Tormes’ y ‘Las ratas’, de Delibes, que fue una lectura que me impresionó muchísimo cuando lo leí en octavo de EGB». Después fue la poesía del 27, Aleixandre y Cernuda, sus palabras fragantes y de algún modo secreto nutritivas que le dieron la medida del lenguaje literario, y dos libros fundacionales, Henry James, ‘Otra vuelta de tuerca’, y el recuerdo morboso, todavía, de la lectura de Marguerite Duras, ‘El amante’, que leyó durante una gripe homicida, en casa de sus padres, en la cama, en ese estado de desasosiego, sopor ensimismado, que provoca la fiebre, que le subía unas décimas con la lec-
Algunos famosos besos de película. :: J. M. tura, y que le llevó a pensar, allí con la aspirina, que también ella quería escribir así. Tiene, eso sí, tres manías, como tenemos todos, aunque no siempre sean las mismas: acabar cada libro que empieza, le esté gustando o no, porque, sostiene, aunque no siempre acierta, que en cada libro hay una página, un párrafo, una frase que acaba justificando la lectura. También le cuesta deshacerse de libros, así que se resiste a que salgan de casa, y sólo de vez en cuando prepara alguna caja que deja en el trastero, o que lleva, cerca de donde vive, a un sintecho lector que guarda una pequeña biblioteca en la mochila, y a quien de vez en cuando pre-
para una selección de obras de la literatura universal. «Tengo la manía, también, de escribir en la última página notas y comentarios de lo que leo, así que todos mis libros tienen marcas de lápiz y, con frecuencia, alguna crítica o reseña de periódicos y revistas que dejo en el libro. Y cuando acabo, lo sello con un exlibris que tengo, un gato, con tinta morada, un poco desvaída, que alguien, ya no recuerdo quién, me regaló».
El microscopio de mirar alas de mosca En otra habitación, una cinta de correr diría que acusadoramente impoluta, y, detrás, otra estantería que ocupa la pared del suelo al techo, y que dobla la esquina amenazando con extenderse como la hiedra, con ensayo político, histórico, literario, y unos viejos cuadernos, arriba, de espiral, con sus apuntes de la carrera: Lírica del Siglo de Oro, Teoría de la Literatura, Árabe, Teatro Medieval, y que todavía rescata de vez en cuando. Hay también viejas enciclopedias, cómic –la colección del Príncipe Valiente–, los dos tomos del María Moliner, en un orden que viene de la última vez que pintó la casa; una composición de lomos ordenados y sólo interrumpidos esta vez por una solitaria foto del Che que compró en Cuba, y un microscopio de su padre con el que jugaba de niña, durante horas, indagando ese mundo secreto, inesperado, cómico a veces, de pe-
los y saliva, y alas de mosca, grises y cuarteadas como vidrieras. Y también poesía: Aleixandre y Neruda, Clara Janés, Andreu y Juan Ramón por orden alfabético, muchos con marcas, anotados, leídos y releídos. «Leo casi siempre por la tarde, en el sillón del salón, a partir de las cinco y media, y hasta las ocho y media o nueve». Allí, muchos de sus amigos: Isaac Rosa, Fernando Royuela, Lourdes Ortiz, algunos dedicados, y Mishima, restos de aquella época en que su marido, Chema, le traía un libro suyo casi cada semana. También Sara Mesa, José Ovejero, Luisgé Martín y esa devoción suya por Camilleri y Agatha Christie: un mueble en el que ocupa las dos baldas de abajo; ediciones de quiosco, mal papel, cubiertas arañadas, que ha ido completando durante años, aquí y allá, buscando en ferias y libreros de viejo, con el mismo entusiasmo infantil, contagioso, con el que terminaba sus álbumes de cromos. Hay dos estantes más, enfrente: Highsmith, Hoffman, Hrabal, y abajo su querido, su favorito, Henry James casi al completo, ‘Washington Square’, ‘La edad ingrata’, ‘El eco’, detrás de una postal en la que Clark Gable, rudo, viril, vestido de safari –un mechón del flequillo, negro como la tinta de calamar, sobre la frente–, abraza a una turgente y carnal Jean Harlow en ‘Tierra de sangre’, de Victor Fleming. Miro por curiosidad al dorso. Y sí, pone «Querida Kate».
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DEL CIPRÉS
El hipódromo de los recuerdos Ramón y Portugal PABLO JAVIER PÉREZ LÓPEZ
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i Miguel de Unamuno supo como nadie sentir la esencia trágica del pueblo portugués, especialmente estimulado por el pesimismo de Antero de Quental y las cartas del poeta Manuel Laranjeira, Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), uno de nuestros escritores más impares y genuinos, supo ver nuestro país vecino desde ese otro lado de lo trágico, su complemento, que es el absurdo, el surrealismo, la ingenuidad cómica del husmeador de símbolos, hombres y ciudades. Ramón vivió en Estoril en la década de 1920 después de construir una casa (hoy desaparecida) que llamó ‘El Ventanal’, y que pudo construir gracias a la herencia recibida de su padre y a un segundo premio de la lotería española. Pretendía ser aquél un lugar de retiro «en aquél recodo y regato del mundo, próximo a España y lejano de ella, en un clima más sin muerte que el de España». Desde aquél gran ventanal que presidía su casa, en una mesa de ocho metros, donde siempre tenía ocho cuadernos distintos, allí, desde la mesa, y con un catalejo y una esfera armilar, «veía llegar los personajes de sus novelas»: «veo llegar por el Océano, en los grandes y constantes transatlánticos que hacen escala en Lisboa, los personajes de futuras obras, esos desconocidos que con un solo atisbo hacen más por la novela que contando las historias que vivieron y no supieron vivir». Allí disfruta dos años del sosiego necesario para su escritura. Va de Estoril a Lisboa, como el que busca el misterio para después recogerse a escribirlo en soledad. «Era bonita aquella vuelta de Lisboa en la noche. Acababa de ver el cierre de las joyerías y contemplaba el campo y el mar olvidados de todo. Me iba volviendo cangrejo según volvía a Es-
Ramón Gómez de la Serna, en el café Pombo de Madrid, hacia1930. :: EL NORTE toril.» Al final, tras dos años, tuvo que malvender su casahotel que siempre había sido del prestamista y lo que era peor, su biblioteca, cuya venta fue anunciada en el periódico por el librero que la compró. En esa casa escribió algunas de sus novelas como ‘Cinelandia’, ‘El novelista’ o ‘La quinta de Palmyra’, siempre con trasfondo portugués. Ramón, en ‘El Novelista’ define con precisión Lisboa, como «la ciudad novelística» o «la ciudad con los personajes de novela», pues el protagonista Andrés Castilla había ido, tal como Ramón, a Lisboa a escribir: «La base de la novela iba en su imaginación. El resto lo encontraba allí». Ramón ya había visitado largamente Lisboa durante 1915
desde donde escribe una serie de ‘Cartas desde Portugal’ a sus compañeros de la tertulia de Pombo. Cartas en las que se mezcla, como siempre en Ramón, la seriedad y el humor del estilo gregueresco, alcanzando descripciones precisas y bellas de la ciudad y el espíritu portugués. El Novelista, Ramón, que mezcló todos los géneros en uno e hizo de la novela, la poesía, el teatro, el discurso, el aforismo, el humorismo y la tragedia, un solo género, se pasea por Lisboa y la describe con trazos precisos, grotescos, pero siempre certeros. Sube y baja cuestas y visita barrios descubriendo «aquellos tipos de vida acabada que había en ella, los muchos viejos completamente aislados y con bigotes de es-
pecies desaparecidas y aquellas viejas de larga vida vencida. Los mejores ingredientes de novela». Ramón y su novelista husmean toda la ciudad y afirman que «la pesadilla de Lisboa eran sus numerosos bacalaos como ropa tendida; todos con sus hermosos números del precio como si fuesen sus iniciales.» Ramón describe a esos hombres con bigotes y aires ingleses que soportan la lluvia bajo sombreros minúsculos, las sábanas infinitas que adornan Alfama como banderas mezcladas con bacalaos que «le parecían corsés interiores para sostener por dentro los estómagos flojos». Bacalaos, que, según Ramón, los ancianos tocaban con el bastón como si enseñasen una lección de geografía.
En ‘La Quinta de Palmyra’, leemos «en Portugal, todas sois hiperestésiscas». Y esa afirmación es certera si la pensamos para todo el pueblo portugués. Exceso de sensibilidad que también compartía Ramón y que lo unió sin duda a varios de sus escritores, pero especialmente al genial pintor y escritor portugués Almada de Negreiros. En sus primeros viajes en 1915 Ramón descubre un país aún hundido en el siglo XIX, con todo el encanto del romanticismo, el mismo en el que había vivido su tía la poetisa romántica Carolina Coronado, que también había vivido en Lisboa, en un palacete, en el que, al parecer, dialogaba largamente con las tórtolas. En esa Lisboa de 1915 Ramón «encuentra el sol y el aire de últimos de siglo, un lado del mundo rezagado y cordial, lejos de todo, lejos de Europa y lejos de América, un escondite de gaviotas». Atraído por «el ambiente tierno» y por un pueblo «ilusionado aún por sueños antiguos». «Portugal, –dice Ramón–, estaba soñando quieto, lleno de ‘galegos’ descalzos que por menos de cinco céntimos estaban prontos a llevar un mensaje de amor o de regalo muy lejos». La luz y las ventanas son esenciales en la comprensión portuguesa de Ramón, en su dibujo genuino. Ventanas callejeras siempre abiertas que se abren a infinitos mundos sin el deseo de intimidad, pero sí con un misterio primitivo: «Portugal es una ventana hacia un sitio con más luz, hacia un más allá más pletórico, es una larga galería de cristales que afronta una luz más cálida y un aire más yodado. Parte de la luz que nos viene y de que vivimos nos viene por ahí. No lo olvidemos. Nuestra luz central, ese resumen de luces distintas en que fraguamos nuestras cosas está influida por esa luz portuguesa.» «Hoy está llena la ciudad del alma del mar» escribió Ramón con la sencillez juguetona pero penetrante de su narrativa. Ramón describe los ceramistas, los limpiabotas, los ancianos, los negritos, los paseos en tranvía de los rubios marineros «con sus trajes de niños», las piernas blancas de las vendedoras callejeras de pescado, los cafés literarios de Lisboa, donde encuentra a los escritores más importantes de la época, la «feira de ladra» que le recuerda su tan querido rastro, donde busca infatigablemente figuras chinas y africanas y toda la entretela pintoresca y auténtica del pueblo portugués, como pocos lo hicieron. Ramón, entre su obra inacabable, ha escrito algunas de las mejores palabras españolas dedicadas a Portugal y eso, que esas palabras siguen vigentes y vi-
En sus primeros viajes, en 1915, Ramón descubre un país aún hundido en el siglo XIX Ventanas callejeras siempre abiertas que se abren a infinitos mundos sin el deseo de intimidad
vas, lo saben mejor que nadie los españoles que han venido aquí a sentirse lejos de Europa, lejos de España, en el rincón atlántico donde hay aún algo de ingenuidad, de primitivismo, de luz que limpia, de alma de mar, de Atlántida recuperada e «incrustada al costado de la península ibérica». Ramón creía en Portugal como en una antípoda cercana: «Como a mí no me ha interesado nunca conseguir la unión de España y Portugal porque sé que a los portugueses les molesta profundamente hasta el planteamiento de ese programa, me he decidido a sorber el costismo portugués y a creerme en una especie de Australia próxima.” Se ha intentado definir en numerosas ocasiones la greguería, el género literario que más cultivó Ramón y que es específicamente suyo como una especie de aforismo donde la velocidad de la imaginación y el aroma del humor se reflejan. Algo así como las «voces» del italo-argentino Antonio Porchia pero con el envés cómico de lo trágico y todo eso siendo verdad no es toda la verdad pues la greguería es ante todo una suerte de definición inusitada. Una captura de lo pasajero. Ramón intenta definir Portugal en múltiples ocasiones y lo consigue con peculiaridad y fuerza en dos ocasiones: «Portugal es un país de muchas mariposas» y en esa otra descripción del estuario del Tajo, que bien podría ser de toda la ciudad y de todo el país: «Todo era emocionante en el momento. El puerto antiguo, medio inmenso río, medio laguna, medio mar, era el hipódromo de los recuerdos y las aspiraciones.» Una añoranza del pasado y del futuro, una invención en la soledad, como la greguería: «En Portugal pensamos con otro aliento, como escapados a la historia, como si las noticias del mundo se recibiesen por encima de una tapia de cementerio sin interesar lo bastante, como si viniesen de la otra vida.» Portugal es el lugar donde Ramón descubrió que la vida es una invención, una isla y una carrera de recuerdos.
LECTURAS
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Hacia el pensamiento inspirado ‘Memorias del estanque’, de Antonio Colinas, un cobijo contra la intemperie posmoderna FERMÍN HERRERO
E
n una de las entradas de la parte final de ‘Memorias del estanque’ se recrea una escena en la que su autor, Antonio Colinas, para evitar un ventarrón helado, lo que nos perturba y enajena, se acocha al resguardo de una cuneta hasta fundirse con la creación, con la tierra, frente a las inclemencias del mundo. De la misma manera, para algunos, su palabra consoladora, tal vez incluso sanadora, sus libros, incluido el que nos ocupa, son un cobijo contra la intemperie posmoderna a la que estamos expuestos, sin defensas. Todo el volumen está concebido, a partir del título, como un diálogo fecundo con un estanque ibicenco: un espejo que desde su silencio sereno y verde es capaz de revelarle lo más sustancial de su memoria, de mostrarle cómo rescatar sus recuerdos decisivos a través de fragmentos donde asoma su «viaje interior», desde el episodio de su niñez en que sobrevivió, gracias a un nublado de finales de agosto, cuando lo daban por muerto, hasta las vicisitudes del regreso a nuestra región y su afincamiento en Salamanca. El hilo diacrónico que guía
el texto nunca pierde el interés, debido a este procedimiento de hacer calas en el pasado seleccionando lo más representativo, los momentos primordiales, y condensando los hechos junto al pensamiento derivado de su experiencia, que agrupa a veces con otras emparentadas aunque distantes en el tiempo. Así las casas que ha habitado, sus años de formación en el sur gongorino y profundo, el mundillo literario, los cafés, el magisterio de Vicente Aleixandre y de otros maestros, término tan denostado en nuestros días, la llamada del amor, sus convulsas estancias parisina y londinense, el lectorado en Italia durante los años de plomo, la atmósfera de la Transición, los fértiles años ibicencos y la amistad, las ciudades y los viajes, periplos harto enriquecedores: Grecia y sus símbolos, Corea, Colombia, Macedonia, México, India, Tierra Santa… Al tiempo, con algún poema entreverado, mediante motivos recurrentes como su anclaje rilkeano o el ascendente definitivo de la «matemática celeste» del divino humanista Bach, va apareciendo a lo largo de las páginas el numen de su obra lírica, sostenido en el quicio del canto XXXV de ‘Noche más allá de la noche’: los miedos y sombras de sus años niños, donde permanece el ángel y se asienta «la raíz de todo», redimidos por la claridad de
Antonio Colinas, en el valle de la Valderia (León). :: GABRIEL VILLAMIL las noches estrelladas; los primeros deslumbramientos iniciáticos en la vaguada abierta entre los montes o la luz de las piedras de las ruinas «con su semilla de infinitud», de un ser para la trascendencia, de un abismarse de índole romántica; la tríada necesaria para la palabra: «soledad, serenidad, silencio», vinculada a la naturaleza; su renacer a la unidad y la armonía desde lo oriental…y la
MEMORIAS DEL ESTANQUE Antonio Colinas, ‘Memorias del estanque’, Madrid, ed. Siruela, 400 pp., 21,95 euros.
música, siempre la música. En realidad, para Colinas literatura y vida son una y la misma cosa, porque toda su existencia se ha orientado y entregado al misterio de lo poético, diseminado en sus diversos libros, igual en prosa, como en éste, que en verso. Una respiración acorde, «en el silencio de la luz», que está en lo místico, pero también en la levedad de unas cardelinas zarceando entre
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los frágiles hinojos o entre las intrincadas ramillas espinosas de un escaramujo o en un nido en un ciprés. Mención aparte merece el apéndice que citábamos al principio, con el que se completa el volumen, sencillamente maravilloso, a la altura de sus anteriores ‘Tratados de armonía’ –de facto, puede considerarse, a mi juicio, como el cuarto–, que ya es decir, porque pocos libros me han dejado una huella tan intensa, a tal punto que los juzgo fundamentales en la forja de mi sensibilidad y aun del sentido de mi existencia. Estas nuevas contemplaciones se titulan ‘Un valle, dos valles’, posiblemente porque han sido escritas a caballo de su «monasterio pobre», su refugio en el noroeste, y de la quietud veraniega de su isla balear. Como los tratados, rescatan en su quintaesencia la vida plena con toda su poesía en prosa. Parte ahora «de la soledad de las ruinas, de las raíces» de su niñez, desbrozando la fragua perdida por la maleza de su abuelo y otros lugares familiares abandonados, para restaurar lo puro. A estas alturas, no me cabe duda de que la obra ensayística, narrativa, crítica, periodística y lírica, a la que va a dar el resto de facetas de su producción, de Colinas ha alcanzado tal extensión, magnitud y profundidad que hace tiempo se ha hecho merecedora de las más altas distinciones de las letras hispánicas. De tal modo que, aunque sean valores reñidos con la modernidad y, en consecuencia, motivo de crítica habitual en el gremio poético, muchos lectores le agradecemos su trabajo incansable en una escritura siempre a favor del espíritu y su fidelidad, a contracorriente, al vilipendiado binomio clásico verdad-belleza.
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DEL CIPRÉS
LECTURAS
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Aventuras verdes de la mano de un superhéroe ecologista :: SUSANA GÓMEZ “Hay momentos en los que tu cerebro hace clic y ya nada vuelve a ser lo que era”… Este es el comienzo de una aventura de corte ecologista a través del corazón de la Amazonia peruana, en la que Méritus Moodle se embarcará en una emocionante búsqueda tras las huellas de una figura pintada en una cueva del norte de España. Será así cómo el
antropólogo conocerá a Salvador Tierra, el legendario niño que el arte rupestre retratara ya con un delantal a rayas y una especie de corona de hojas en la cabeza, en un viaje iniciático y eminentemente verde que servirá para sensibilizar al lector acerca de los peligros medioambientales que acechan nuestro planeta. De la mano de este hijo del árbol de lúpuna,
la madre de la selva (“el que cuida de sus bosques y de sus aguas, de sus animales y de su gente”), Méritus se internará por uno de los territorios con mayor biodiversidad y endemismos del mundo, mientras en torno a ellos se teje una trama a caballo entre la fantasía y la denuncia ecologista, habitada por tribus que viven como hace diez mil años, mariposas informantes,
referencias históricas y míticas, memorias incas, intereses financieros, insectos, felinos, pueblos indios… y una red que participa del pasado y el presente; el mito y la historia; la empresa fabulosa y la tiranía capitalista. Basado en el personaje de Tatiana Arelle para la revista ‘Baby Dali’, Salvador Tierra es una suerte de superhéroe del planeta, que gracias a su comunicación
con él vive en estrecha conexión con lo que le rodea. El personaje, cuyo diseño fue encargado a la escritora e ilustradora Patricia Geis, da el salto de la mano de su creadora en dos títulos (‘Salvador Tierra. Manual para nuevos agentes’) de la editorial Combel, con la intención de enarbolar la lucha por el ecosistema desde la identificación del niño con el personaje, la hazaña,
SALVADOR TIERRA Y EL CUENCO DE ORO Patricia Geis. Editorial Combel. 160 págs. 8,90 euros. Edad recomendada: a partir de 9 años.
el conocimiento del entorno y un paseo por algunas de las leyes que rigen el mercado y sus argucias.
Karmelo C. Iribarren, don de la obviedad C CÉSAR A AUGUSTO A AYUSO
L
a poesía de Karmelo C. Iribarren (San Sebastián 1958) tiene asiduos lectores, a tenor de la reproducción que de sus libros, bien en conjunto, bien en forma de antología, lleva periódica y fielmente a cabo la editorial Renacimiento. Son los suyos poemas cortos, de versos nerviosos y delgados, muy a ras del día a día, de la cotidianidad más perentoria, sin elucubraciones ni hermetismos, sin vuelos líricos, más bien como jocosos o
jugosos apuntes o comentarios hechos confidencial y distendidamente a un amigo sobre los menores incidentes o de toda la monotonía que la misma vida arrastra entre bostezos indisimulados. El año pasado, sin ir más lejos, bajo el título ‘Seguro que esta historia te suena’, sacó dicha editorial sevillana la tercera edición de la poesía completa y una antología bajo el epígrafe de ‘La ciudad’. Ahora, un año después, añade el título del nuevo y último poemario: ‘Haciendo planes’. En realidad, parece estar este autor escribiendo siempre el mismo libro, pues el tono, los motivos, los recursos, el talante… pasan de un título a otro como si todos fue-
ran uno y lo mismo. Podría hablarse de sencillez, de espontaneidad, de banalidad, de mordacidad…, de una presta disposición para sacar punta al tedio, a la deriva, a la monotonía, al ayer derrotado y dolorido y al sinsabor de la
HACIENDO PLANES Karmelo C. Iribarren. Sevilla, Renacimiento, 2016.
El extraño cuarteto
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ace tiempo, en una librería, una librería famosa, me sorprendí al encontrar que los libros pornográficos, los de ciencia ficción, los de terror y los de fantasía, aunque separados por carteles indicadores, compartían un mismo mueble. El criterio me pareció extraño. Es cierto que terror, fantasía y ciencia ficción, suelen colocarse juntos. Tampoco es fácil explicar por qué, ya que las supuestas propo-
siciones iniciales en las que se basan estos géneros, sus respectivos cánones, no son demasiado parecidos. Quizás sea porque se pueden dar con relativa facilidad, y se dan con relativa frecuencia, fusiones entre dos de ellos o los tres. ‘Flash Gordon’ o ‘John Carter’ serían tempranos ejemplos de ello, ambas comparten las naves espaciales y los dragones. Siempre he pensado que no son del todo ciencia ficción, que de hecho son más fantasía que ciencia fic-
ción. Que quizás el término italiano fantaciencia es el que mejor se acomoda a ellos. El problema es que para los italianos fantaciencia lo es todo: ‘El señor de los anillos’ y ‘Yo robot’. Yo propondría una nueva acepción o limitación del término, que lo redujera a ese tipo de obras, las que, como he dicho, conjugan la espada y la magia con la pistola de rayos laser: Sí, ‘La guerra de las galaxias’ sería fantaciencia, y posiblemente la ‘Metrópolis’ de Lang –nunca
vida, cargando a esta, la vida, la gran culpa de toda esa indiferencia, difidencia o decepción de las que aparece impregnada la mirada del que contempla los mínimos o consabidos sucesos y a los que la voz pone el contrapunto desdeñoso. Son versos que esconden una gran carga de sentimentalidad y que intentan emboscar su fluencia romántica de la desafección y la melancolía -los desengaños del sujeto- con el truco del decir desinhibido, displicente, ingenioso, del relativismo posmoderno. No se sabe muy bien para qué puede servir esta poesía, que parece tirar directamente contra lo que han sido las pretensiones habituales de la lírica. Es, sin duda,
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
queda muy claro si en la creación del androide interviene algún tipo de hechicería; el pentáculo apunta a ello–. Con respecto a la fusión de terror y ciencia ficción, bueno, es necesario repetir el nombre de Lovecraft. Y antes el de Mary Shelley. Aunque siem-
Karmelo C. Iribarren. :: JOSÉ USOZ una lírica de este tiempo, como lo fue en su día la de Campoamor, con la que algo comparte: la rabotada del humor escéptico, ese irónica moraleja con que se cierra un poema asignándole un sentido. Algo escribió Bousoño sobre el poema chiste, y algunos tiene, no sin acierto, el también asturiano Ángel González. Es
poesía que se entiende fácilmente, y si además sorprende con su ráfaga de humor, e incluso de cinismo, el lector -cierto tipo de lector- lo agradece doblemente. Se puede encontrar algún poema feliz, entre tantos intentos, pero, en realidad, este tipo de poesía tiene un gran peligro, su pretendido despe-
pre me he resistido a ver su novela filosófica, ‘Frankstein’, como el cuentecito de miedo que el cine se empeñó en vendernos. También es cierto que algunas implicaciones de algunas ideas científicas que desarrolla la ciencia ficción, conducen a historias terroríficas. Por otro lado, la gran mayoría de las historias de terror, con sus fantasmas y vampiros, son indudablemente fantásticas. Pero lo que me chocó fue la inclusión en el anaquel de la pornografía. Aunque bien pensado, siempre hubo alguna relación formal, sobre todo en la revistas ‘pulp’ de los años 30 con sus señoritas de
ropa ligera o sin ropa en absoluto, torcidas en espantados escorzos para mostrar lo justo. O en muchos de los héroes bárbaros, tan infatigables en el campo de batalla como cuando se trataba de pasar una noche en vela con la insaciable reina tenebrosa, o las cinco cimbreantes mozas de taberna. Y ya en la literatura gótica, de modo más o menos velado, el monstruo y la pulsión sexual iban muchas veces de la mano. Sin embargo, cuando vi esta disposición, esa superposición de géneros que parecía dispar, no pensé o recordé eso. Y me pareció raro. Y pregunté al librero. Y el li-
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La magia de trabajar y disfrutar juntos :: S. G. La magia de trabajar y disfrutar juntos es el hilo conductor de este álbum dirigido a primeros lectores, en el que un objeto rojo y brillante será la excusa para tejer una retahíla que además propone el juego de la adivinanza y lo poliédrico de la realidad: esto es, la diversidad caleidoscópica que proponen las diversas perspectivas. En un juego clásico de itinerario reite-
go lírico se convierte muy frecuentemente en apunte esquemático, en juego banal. El poeta lo sabe y se jacta de ello, pues es la poética que ha elegido. No es por casualidad que se acuerde de Chandler, como homenaje: ‘Las ideas son veneno, dijiste, / cuanto más razonas, menos creas. / Cuánta verdad, amigo Chandler, cuánta verdad. / A veces lo mejor es soltar lastre, dejar toda tu impotencia en el papel. / ¿Qué te pone verde algún crítico? / El tiempo le pondrá amarillo a él’. La poesía como don de la obviedad. Como indolente ocurrencia, podría decirse. ‘Haciendo planes’, este último y reciente libro redunda en todo ello. Están presentes en él el distanciamiento y la autoironía, alguna vez con tino, lo mismo que repite una serie de constantes anteriores: la ciudad como lugar de la despersonalización y de la soledad, la pérdida de la ilusión y los estragos del tiempo, el amor no logrado… La mayoría, poemas breves, enjutos, ligeros de equipaje, apuntes meteorológicos del otoño o la lluvia, a veces solo greguerías insípidas, algo ya visto.
brero, que no sentía demasiado amor por la fantasía, la ciencia ficción, el terror o la pornografía, dijo: Es evidente, nada de lo que hay en esos libros es creíble. O dicho de otra manera: todo son exageraciones, locuras, disparates. Con reservas, poniéndome un poco en su lugar, le di la razón. Aunque para mí no fuera del todo una razón válida. Si ahora sigo dándosela, si su peculiar orden me parece acertado es por lo siguiente: Algunos libros de estos géneros, nos permiten echar un vistazo más allá de nuestras concepciones, de nuestras verdades en apariencia inmutables, de nuestros mitos.
rativo en el que un animal pedirá ayuda a otro, Petr Horácêk regresa nuevamente a la editorial Juventud con su pequeño protagonista roedor, quien junto al topo y el conejo descubrirá que es en cooperación como es posible alcanzar lo que uno desea. Utilizando la repetición como recurso lector capaz de fomentar la seguridad y el desarrollo de la competencia básica literaria, el autor acier-
EL RATÓN Y LA PELOTA ROJA Petr Horácêk. Editorial Juventud. 32 págs. 13,50 euros. Edad recomendada: a partir de 3 años.
ta una vez más tanto en lo que se refiere al discurso textual como al visual, proponiendo ilustraciones y tipografía adecuada a los más pe-
queños, así como un juego de perforaciones y páginas extensibles que estimulan sus sentidos y la interacción con
La fétida realidad del racismo Narración autobiográfica de una luchadora afromericana
JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN
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ios parece blanco en el estado sudista de la Norteamérica de los años treinta donde crece la niña Marguerite Johnson, o Ritie, o Maya Angelou. La raza negra de la que forma parte ya no es esclava, pero sigue trabajando en la recolección de algodón a diez centavos la libra, o a ocho, o a siete, o a cinco, conforme la Depresión impone las rebajas: al menos hay algo que no discrimina. Conviene aprender las únicas lecciones que se dibujan posibles: mostrarse satisfechos con las desigualdades de la vida; temer los linchamientos y las violaciones impunes, las mutilaciones, los sabuesos blancos persiguiendo negros en las ciénagas, las mujeres blancas abofeteando a criadas negras por un simple olvido; dentistas blancos que afirman con orgullo que su norma –«en este mundo hay que tener normas»– les ordena preferir meter la mano en la boca de un perro antes que en la de un negro. Porque Jesús, aunque sea blanco, está con quienes ejercen la caridad, desde la misma pobreza, con sus semejantes. Y eso lo hacen los ne-
Maya Angelou pronuncia un discurso en 1995 en una universidad de Nevada. :: BRIAN JONES-EFE gros, no los blancos, ricos egoístas. Ese mismo Jesús separa a las ovejas (los negros) de las cabras (los blancos) cuando se alcanza el Más Allá.
Se trata pues de que los negros resistan las fatigas y las penas. Así lo predican las numerosas iglesias que les acompañan, que les infor-
el libro. Se trata, en fin, de un tierno y sencillo canto a la amistad y la colaboración, que delata una gran sensibi-
man, que les consuelan, incluso cuando conducen sus torturados huesos hasta ellas en vez de descansarlos en lechos de plumas: «Se me ocurrió la idea de que la mía podía ser una raza de masoquistas, por lo que no solo estábamos destinados a la vida más pobre y dura, sino que, además, nos gustaba». A los ojos de la niña, ya casi adolescente, pronto madre prematura, que es Maya Angelou, resolver «el rompecabezas de la desigualdad y el odio» constituye una tarea carente de gracia. No duda en admirar a los negros que violan la ley con habilidad y, por qué no, con alegría y orgullo. Acabará entendiendo que la vida que ha de elegir no es la que toman, hasta ese momento, la mayoría de sus compañeros de raza: «Dadme la libertad o la muerte», proclama. A semejante toma de conciencia contribuirán su hermano Bailey, para el que se hace muy pronto evidente que todo hombre en sus circunstancias «debe partir del muelle de la seguridad hacia el mar azaroso»; su Yaya, dispuesta siempre a vencer frente a los vientos y las mareas de la cotidianeidad; y, sobre todo, su madre, quien le infunde una lección de vida imprescindible: es fundamental que cada uno asuma la existencia «con la esperanza de lo mejor, preparado para lo peor», y al tiempo se oponga a dejarse sorprender o vencer por lo que no sea ni lo uno ni lo otro. ‘Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado’ se editó originalmente en 1969, y fue el inicio de una serie de libros en los que Maya Angelou (1928-2014) expuso su deriva vital, consagrada en buena parte a la lucha en el seno del movimiento por los derechos civiles de los negros junto a personajes tan relevantes como Martin Luther
lidad y respeto por el estadio psicológico y emocional de aquellos a quienes va destinado.
YO SÉ POR QUÉ CANTA EL PÁJARO ENJAULADO Maya Angelou. Traducción de Carlos Manzano, Barcelona, Libros del Asteroide, 2016, 348 páginas, 21,95 euros.
King o Malcolm X. Es una narración exuberante de matices, de gran dureza al tiempo que rica en emociones, en la que las presencias en torno a la narradora están también dibujadas con hondura. Recrea el periodo de su vida hasta los dieciséis años en el contexto social de los lugares donde reside: una pequeña población de Arkansas, San Luis, el Sur de California, San Francisco, una incursión en territorio mexicano… Y también en el político –la intervención de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo–; sin olvidar sucesos tan expresivos como el combate del mítico boxeador negro Joe Louis contra un contrincante blanco, en el que aquél resulta vencedor. En un momento de desfallecimiento del púgil, Maya Angelou describe así la angustia de sus seguidores: «Mi raza gimió». Claro que, después, tampoco se arriesgan a festejar demasiado su victoria: «No convenía que un hombre negro y su familia fueran sorprendidos por un solitario camino rural en una noche en que Joe Louis había demostrado que éramos el pueblo más fuerte del mundo». ¿Cabe añadir que se trata de un libro que, por desgracia, conserva una extraordinaria actualidad?
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DEL CIPRÉS
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eo: Cuando no voy al gimnasio, me gusta hacer tumbing en el sofá; El deporte que más me gusta practicar es el tumbing; Me voy al Caribe a hacer tumbing en una buena hamaca; Los diez saltos de puenting más bestias del mundo; Cómo hacer puenting sin jugártela; La moda del ventaning llega a Sanxenxo; Los hoteleros de Mallorca anuncian medidas contra el balconing; cada año, cuando llega el verano, en las redacciones se inicia una cuenta rutinaria: la de los muertos por balconing. Últimamente es cada vez más frecuente encontrar palabras en la lengua española que terminan con el sufijo ‘-ing’. Esta nueva tendencia, recientemente explotada al máximo en algunos sectores (como el publicitario) y motivada por necesidad (o el afán de llamar la atención), hace que a menudo nos crucemos con palabras como ‘compring’, ‘vueling’ o ‘vending’. Es un fenómeno realmente curioso, pero hay que tener en cuenta que no es algo nuevo, sino el resultado de un proceso de introducción de la lengua inglesa en la lengua española que ha ido creciendo con el tiempo. Las primeras palabras que se utilizaron en español con el sufijo ‘-ing’ fueron préstamos del inglés y actualmente algunos de ellos están tan consolidados que incluso pueden encontrarse registrados en diccionarios. Me refiero a palabras como ‘camping’ (registrada en la última edición del Diccionario de la RAE), ‘marketing’ (también registrada en el mismo diccionario, aunque en el Diccionario Panhispánico de dudas no solo se propone la adaptación ‘márquetin’ sino que se recomienda usar con preferencia la voz española ‘mercadotecnia’), ‘parking’ (registrada tanto en el Diccionario académico como en el Diccionario Panhispánico de dudas, donde se propone la adaptación ‘parquin’ –plural ‘párquines’–) o ‘lifting’ (que sí consta en el Diccionario aunque la RAE prefiere ‘estiramiento’). El Diccionario de la Lengua Española de la RAE, en su 23.ª edición, registra los siguientes
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
TUMBING, BALCONING
Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es
términos terminados en ‘-ing’: antidumping, camping, casting, catering, dumping, footing, holding, jogging, leasing, lifting, marketing, overbooking, parking, puenting, rafting, ranking, ring, sparring, standing, swing y windsurfing. Todos ellos en cursiva, convención tipográfica que denota que la palabra es un préstamo sin ningún tipo de adaptación. Existen, por supuesto, muchos más préstamos del inglés terminados con este sufijo que todavía no se encuentran recogidos en nuestros diccionarios y que quizá nunca formarán parte de ellos. Hoy es innegable que palabras como ‘bullying’, ‘phising’, ‘trekking’ o ‘missing’ ya se han integrado en nuestro vocabulario con total normalidad. Otro grupo más curioso de palabras, fruto ya de un grado de creatividad más elevado por parte de los hablantes, lo constituyen aquellas que han nacido gracias a la copia de los mecanismos de formación de palabras de la lengua inglesa. A
nadie le chirrían los oídos ante palabras como ‘footing’ o ‘puenting’ (que aparece recogido en el diccionario académico con el signficado de «deporte de riesgo que consiste en tirarse al vacío desde un puente u otro lugar elevado, sujetándose con una cuerda elástica». ¿Qué se esconde detrás de estos vocablos? En el caso de ‘puenting’ (cuyo equivalente inglés es bungee jumping) se puede decir que el neologismo se ha formado a partir del sustantivo ‘puente’ y del sufijo ‘-ing’, intentando imitar la tendencia del inglés a denominar distintas actividades mediante la adición del sufijo ‘-ing’ a un sustantivo (skating, bookcrossing, shopping). Un caso parecido es el de ‘footing’, aunque en esta ocasión el sustantivo que funciona como base léxica no es español sino inglés (foot). Sin embargo, este neologismo es tan ‘inventado’ como ‘puenting’. El equivalente inglés es ‘jogging’. ¿Se puede llegar todavía más lejos? Por supuesto que sí. En la base de datos del Observatorio de Neología (BOBNEO) (donde se registran más de 1.600 neologismos terminados en -ing), hay ejemplos como ‘compring’, ‘hoteling’, ‘suiciding’ o ‘tumbing’, que contituyen un ejemplo claro de la explosión de esta nueva tendencia. ¿Qué ocurrirá con estos últimos ejemplos, con los comprings, hotelings, vuelings, tumbings o suicidings? La verdad es que no se sabe, incluso hay quien se pregunta si no estaremos sacando las cosas de madre. Está claro que son ejemplos que ponen de manifiesto la creatividad de la lengua, pero ¿hastá qué punto son necesarios?La lengua crece, se renueva y avanza de forma lenta (aunque más rápido de lo que pensamos) y solo el paso del tiempo podrá dar respuesta a esta preguntas. Algunas modas son efímeras o pasajeras, otras se consolidan y se incorporan a nuestras vidas hasta convertirse en auténticos rasgos característicos. Será el tiempo quien tenga la última palabra. De momento, veo lejos el ‘paseing’, el ‘charling’ o el ‘terracing’.
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID
OLETVM VALLADOLID
HYDRIA SALAMANCA
MARGEN VALLADOLID
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)
Rezar por Miguel Ángel... Christian Gálvez (Suma)
Un largo viaje. Massimo L. Bacci (Pasado y Presente)
Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)
Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)
Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)
Sobre Grace. Anthony Doerr (Suma de Letras)
Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)
Olvidé decirte que te quiero. M.Carrillo (Planeta)
Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)
Desde la sombra. Juan José Millás (Seix Barral)
33 razones para... Alice Kellen (Titania)
Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)
La amiga estupenda... Elena Ferrante (Lumen)
El cazador de historias. Eduardo Galeano (Siglo XXI)
El secreto de Gray Mountain J. Grisham (Plaza&Janés)
La chica del tren. Paula Hawkins (Planeta)
Los besos en el pan. Almudena Grandes (Tusquets)
El último rebaño Piers Torday (Salamandra)
Celia en la revolución. Elena Fortún (Renacimiento)
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
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El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)
El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)
La conjura de los ignorantes. R. Moreno (Pasos Perdidos)
Impresiones provinciales. J. J. Lozano (Confluencias)
La magia del orden Marie Kondo (Aguilar)
Cervantes en Valladolid J. Delfín Val (Ayto. Valladolid)
La política en tiempos... D. Innerarity (Galaxia)
Maravillosamente imperfecto. W. Riso (Planeta))
X. Risto Mejide (Espasa)
Te cuento en la cocina. Ferran Adriá (Beascoa)
Atlas del espacio. J. Dusek y J. Pisala (Beascoa)
¿Y si realmente pudieras? Pilar Jericó (Alienta)
Yo no me callo. Esperanza Aguirre (Espasa)
Ante todo no hagas daño. Henry Mars (Salamandra)
Nuestro mal viene de más lejos A. Baduu (Clave I.)
La carrera hacia ningún lugar. G. Sartori (Taurus)
Fuera complejos... Lucía Taboada (Zenith)
Vamos a comprar mentiras J. López NIcolás (Cálamo)
La catastrófica aventura... S. Connolly (Montena)
La madre del cordero. Juan Eslava Galán (Planeta)
SANDOVAL VALLADOLID
LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA
SEMURET ZAMORA
PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
El cazador de historias. E.Galeano (Siglo XXI)
Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza y Janés)
Esa puta tan distinguida. Juan Marsé (Lumen)
Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)
Esa puta tan distinguida. Juan Marsé (Lumen)
La chica del tren Paula Hawkings (Planeta)
Yucé, el sefardí. G. González Olmos (Dip. Badajoz)
Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)
Desde la sombra. Juan José Millás (Seix Barral)
Los besos en el pan. Almudena Grandes (Tusquets)
Camille P. Lemaitre (Alfaguara)
Los demonios del mar. Javier Esparza (La Esfera...)
No ha lugar a proceder C. Magris (Anagrama)
Desde la sombra. Juan José Millás (Seix Barral)
Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)
Avenida de los misterios. John Irving (Tusquets)
Pasos en la piedra. J. M. de la Huerga (Menoscuarto)
El elefante desaparece. H.Murakami (Tusquets)
Sobre Grace. Anthony Doerr (Suma)
Esa puta tan distinguida. J. Marsé (Lumen)
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
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¿Y los pobre sufren...? Y. Varoufakis (U. P. Burgos)
Emocionario. Romero/Núñez (Palabras Aladas)
Dioses útiles. Álvarez Junco (Galaxia Gutenberg)
Ser feliz en Alaska. R. Santendreu (Grijalbo)
Miguel de Cervantes J. Gracia (Taurus)
El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)
El cazador de historias. Eduardo Galeano (Siglo XXI)
Yo no me callo. Esperanza Aguirre (Espasa)
Instrumental James Rhodes (Blackie Books)
Plantas de uso tradicional... Pascual / Herrero (Dip. Palencia)
El fascinante juego... Virgilio Ortega (Crítica
Siete breves lecciones... C. Revelli (Anagrama)
La conjura de los ignorantes. R. Moreno (Pasos Perdidos)
A mi manera. Carlos Arguiñano (Planeta)
El sermón de dejar de ser. García Calvo (Lucina)
El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)
Siete breves lecciones... C. Rovelli (Anagrama)
Aspectos inéditos ... J. Benito Iglesias (Amigos de la Caneja)
La magia del orden. Marie Kondo (Aguilar)
La madre del cordero. Juan Eslava Galán (Planeta)
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Sábado 7.05.16 EL NORTE DE CASTILLA
LOS MUROS DE LA LIBERTAD
Instalación titulada ‘Maximum sensation’, de Mounir Fatmi. :: AFP-FRANCOIS GUILLOT
E
L abogado general encargado de la acusación contra Meursault en ‘El extranjero’ hace una distinción demoledora para establecer la base sólida que sostenga su pesada y compleja solicitud de pena capital: Meursault, el acusado, «es un hombre inteligente». Podría asegurarse que este letrado salido del genio de Camus hubiera sido capaz de justificar el crimen brotado de la pasión, del ímpetu, de las irrefrenables consecuencias desarrolladas por del odio y el miedo con tal de reprobar contundentemente el asesinato vil perpetrado por el reo, debido a la sobrecogedora e insoportable serenidad mostrada en el momento en que disparó contra su víctima. ¿Cómo puede enfrentarse la sociedad a un hombre, pareciera argumentar el abogado general, capaz de matar a un semejante a sangre fría y sin un solo atisbo de arrebato, con su libre albedrío y su raciocinio intactos? Recordar la novela de Albert Camus es, inevitablemente, un modo de reconocer esa demoledora pérdida de valores del hombre superviviente a las dos guerras mundiales, el angustioso vacío existencial de una especie consciente de un destino carente de sentido, de sus esfuerzos inútiles en cualquier dirección del conocimiento y de la vida. Eso, al fin y al cabo, es Camus. Pero hay un detalle en el argumento de la obra maestra del nobel que acaso pueda invitar en nuestros días a alguna otra reflexión: la condena de Meursault, y su crimen, están indirectamente relacionados con la paranoica reacción de su vecino Raimond, obsesionado días antes, con la sospecha de que unos árabes le vigilan y le siguen. Esa obsesión, que no secunda el asesino, es, sin embargo, la semilla argumental que provoca finalmente una situación definitiva en la que el hombre habrá de enfrentarse a su libertad y la obedezca. Hoy, el abogado general habría de cambiar su discurso si quisiera enjuiciar a la grey de criminales sumidos en la paranoia, prisioneros de sus pasiones, creencias,
Las circunstancias vitales de Mounir Fatmi convierten su obra en el fruto audaz de su compromiso por la razón
OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA
fobias, aversiones, inquinas y arrebatos. Lejos que reconocer en tales actitudes un atenuante que los convierta en criminales ‘más humanos’ hoy, el abogado general de Camus, habría de reconocer su error y buscar entre el jurado hombres, valga su contradicción, inteligentes, capaces de discernir sin dejarse llevar por la corriente de las pasiones colectivas. Y hallaría en la inteligencia serena y sagaz, valiente y punzante de artistas como Mounir Fatmi un ejemplo de ello. La poética visual de este marroquí afincado en París lleva años contribuyendo a incrementar la distancia entre ambas criaturas que habitan en el hombre: el apasionado seguidor de la tradición y el distante observador de una realidad que fluye y cambia sin avisos. Hijo de una cultura y civilización en conflicto, las circunstancias vitales e intelectuales de Fatmi convierten su obra en el fruto audaz de su compromiso por la razón. Sirvan de ejemplo sus grandes y hostiles hojas de sierra circular que contienen, ya sea grabados o recortados, bellos y pacíficos versos del Corán; o sus monopatines tapizados con los impresionantes tapices de las alfombrillas que los fieles musulmanes utilizan para arrodillarse y rezar orientados hacia la Meca cinco veces al día. Mounir Fatmi dialoga con la tradición germinada gracias al Islam y rescata la belleza de su mensaje para defenderlo como parte de la historia del hombre. La dualidad y el horror que hay en él son obra de cada individuo. Como si, en realidad, lo que el abogado general de Camus contemplase como posibles atenuantes no fueran sino excusas de hombres inteligentes, esclavos, eso sí, de un libre albedrío despiadado y lleno de valores.
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 7.05.16 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
La Venus de las pieles L
a figura de la mujer fálica que castiga al hombre y lo somete es muy antigua, y se percibe ya en el mito de las amazonas: una leyenda que procede de la época arcaica de la cultura griega. Pero el hecho de que una figura más o menos simbólica circule por ahí no quiere decir que haya sido de verdad definida y de verdad iluminada. Sabíamos que nuestra psique cobijaba una zona oscura, pero hasta que no llegó Freud no se empezó a cartografiar esa zona, dándole un lugar en la conciencia y un lugar en el lenguaje. La mujer castigadora y sádica podía ser visible en la Biblia (pensemos en Salomé), pero no como en la novela ‘La venus de las pieles’ del escritor austríaco Leopold von Sacher Masoch, un singular personaje de ascendencia judía, eslava, española y bohemia. Todo un póquer de ases configurándole desde el instante mismo de su nacimiento. De Masoch surgió el concepto masoquismo, para hacer referencia a esa tendencia en la que se invertía el sentido del dolor, convirtiéndolo en deleite. Lo que va a definir esa tendencia se despliega con cierta claridad y cierto puritanismo en ‘La venus de las pieles’. La novela se publica en 1870. En esa época éramos muy antiguos, por decirlo de algún modo. Más adelante, en el cruce del siglo XIX con el XX, se va a producir en toda Europa un gran aliento de modernidad, pero en la época en que Sacher Masoch publica su más célebre novela esa modernidad brilla por su ausencia. El libro narra el conflicto entre una pareja sadomasoquista de una forma bastante virginal: como si ambos sujetos estuviesen experimentando por primera vez
esa inversión del dolor y del placer, y les estuviese alarmando el arte de humillar y de ser humillado. Tanto en la novela de Sacher Masoch como en otras posteriores con el mismo tema (ahora pienso en ‘Primavera sombría’ de Unica Zürn) el narrador invoca a los mártires del cristianismo. Algunos mártires son evocados como símbolos máximos del masoquismo. Esa tradición llega hasta el escritor japonés Yukio Mishima, que veneraba la figura de San Sebastián por lo turbadoramente masoquista que le parecía. El hermoso hombre con las flechas estratégicamente clavadas en su cuerpo, y que mira al cielo como si estuviese en éxtasis, se le antojaba a Mishima tremendamente significativa y muy próxima a lo sublime. Al hacer enteramente visible la figura de la mujer sádica y el hombre masoquista conformando un círculo del que no es tan fácil escapar, y que el narrador experimenta por primera vez, sin filtros y sin defensas, Sacher Masoch define perfectamente una tendencia, y en cierto modo la domestica. Le da un lugar en la mitología y en el lenguaje, al mismo tiempo que le da un lugar en la realidad. La novela huye de las escenas explícitas, si bien deja claras en dos momentos supremos las contradicciones internas del masoquismo. En muchos aspectos la víctima está partida. Esa escisión interior no desaparece nunca en el alma del narrador y esa escisión le da verdadera profundidad psicológica a la historia. En el siglo XVIII la sexualidad se impregnó de muchos elementos sadomasoquistas, ese proceso continuó en el siglo XIX, curiosamente al mismo tiempo que la sociedad se
:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA
MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO
hacía cada vez más atea, como si el sadomasiquismo representase la nostalgia de sadomasoquismos anteriores y más aparatosos, vinculados a la nobleza. No en vano, el sadomasoquismo es una geometría que juega con la figuras del amo y del esclavo. En ‘La venus de las pieles’ esas figuras se van creando a lo largo de un proceso. No aparecen como evidencias desde el principio, como sí aparecen en ‘Historia de O’ y otras novelas posteriores. En 1870 la sociedad aún no había llegado a la edad de la obscenidad, y Sacher Masoch prefirió ser cauto. La mujer castigadora irá cubierta de pieles en los
momentos culminantes, y las pieles evocan la exquisitez y el lujo pero también la prehistoria. Las pieles siempre nos llevan muy lejos: a la edad del hielo. En la literatura universal son pocas las novelas que se convierten en definidoras de una tendencia humana general, o que se puede dar en todas las sociedades. No siempre esas novelas son las mejores, literariamente hablando, pero llegan a ser mucho más definitivas. A Sacher Masoch le ocurrió con ‘La venus de las pieles’. Con ella se inició el género sadomasoquista, tan de moda en nuestros días.
Sabíamos que nuestra psique cobijaba una zona oscura, pero hasta que no llegó Freud no se empezó a cartografiar esa zona