Sábado, 14.05.16 Número CCXXXIV
Charles Bukowski, mito y escritura ‘Gatos’, el último poemario publicado en España del autor, vuelve a poner el foco en la obra de un escritor inagotable [P2]
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DEL CIPRÉS
MALDITISMO Y AMBICIÓN
El incendio de un sueño E
El 29 de abril de 1986 un terrible incendio arrasó la Biblioteca Pública de Los Ángeles, una de las más importantes de los Estados Unidos. Casi un millón de libros se perdieron y la salvación y restauración de los que se salvaron del fuego constituyó una epopeya que hizo correr en su tiempo ríos de tinta. Conmovido por el suceso, Charles Bukowski escribió un poema, ‘El incendio de un sueño’, que bastaría por sí solo para entender qué talento se escondía detrás del que, durante decenios, ha sido el icono mundial del escritor borracho, auto destructivo, sucio y maldito. En este poema, el autor de ‘Los días corren como caballos salvajes por las montañas’ re-
cordaba sus inicios como escritor, pero sobre todo como lector, en aquella biblioteca a la que los vagabundos acudían para descansar bajo techo y para utilizar discretamente los aseos: «Nadie ronca –dice Bukowski, evocándolo– como un vagabundo / a menos que sea alguien con quien estás / casado». El poeta vivía entonces en una cabaña de contrachapado, detrás de una pensión de 3 dólares y medio a la semana, y se sentía «Chatterton / metido dentro de una especie de / Thomas / Wolfe». Había decidido ser escritor porque pensaba que sería «la salida más fácil». Los grandes novelistas, de hecho, no le parecían «demasiado difíciles», incluso le fastidiaba que «les llevara tanto / lograr decir algo / lúcido y/o intere-
CARLOS AGANZO
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sante». Sin embargo, escribía entre tres y cinco relatos semanales y todos se los devolvían rechazados por el ‘New Yorker’, el ‘Harper’s’ o el ‘Atlantic Monthly’. Como ni siquiera tenía cuarto de baño, no podía hacer como Ford Madox Ford: empapelar el aseo con las cartas de rechazo. Fue también en aquella biblioteca donde hizo un doble descubrimiento: «a) que la mayoría de los editores creía / que todo lo que era aburrido / era profundo» y «b) que yo pasaría décadas enteras / viviendo y
escribiendo / antes de poder / plasmar / una frase que / se aproximara un poco / a lo que quería / decir». Creó entonces a su alrededor un universo de vasos rotos, botellas vacías, resacas de antología, cacas de gato, camas revueltas, «calcetines sucios y rígidos» y «calzoncillos con orines y excremento». A los 22 años se fue a vivir con una prostituta, Jane Cooney Baker, que murió por intoxicación alcohólica, y a los 35, después de sufrir una úlcera sangrante que estuvo a punto de llevarlo al otro mundo, se decidió por la poesía, recordando las lecturas, en aquella misma biblioteca, de los poetas chinos Tu Fu y Li Po, capaces de decir en un verso «más que la mayoría en / treinta o / incluso en cientos». Una conexión oriental que no abandonó nunca. De hecho, a la hora de su muerte sus restos mortales fueron acompañados por un cortejo de monjes budistas... Todo esto, y algunas cosas más, explican por qué Charles Bukowski tardó tanto en ser reconocido en los Estados Unidos, mientras que en Europa enseguida fue considerado un escritor de culto. Un autor que expresaba, como muy pocos, el nihilismo del mundo occidental después de los horrores de las dos guerras mundiales.
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Esa «total ausencia de esperanza» que Bukowski repite una y otra vez en sus obras. Su propia personalidad, de hecho, puede considerarse un producto de todo aquello. Hijo de padre alcohólico, quien le golpeaba constantemente, llegó emigrado de Alemania a los Estados Unidos con tres años; fuera de casa su madre, para que no sufriera un rechazo a los alemanes que se agudizó profundamente en los años de la depresión económica, se dirigía a él como «Henry», para ocultar su verdadero nombre alemán: Heinrich Karl. Los americanos no le entendían, e incluso a su mujer, la poeta Barbara Frye, con la que vivió dos años entre 1957 y 1959, sus poemas no le parecían gran cosa. Algo empezó a creerse cuando su libro ‘Flower, Fist and Bestial Wail’ se convirtió, en los sesenta, en un cierto símbolo de la poesía underground americana, pero ni siquiera quiso relacionarse con los autores de la generación Beat, a quienes no tenía en excesiva estima: «Me parece –dijo de ellos– que no se arriesgan demasiado, se están conteniendo demasiado, no afrontan la realidad». Su mundo personal de alcohólicos, fracasados, ludópatas, delincuentes, prostitutas, neuróticos y vagabun-
Charles Bukowski, desmitificado Una de las últimas aproximaciones en español al escritor de Los Ángeles trata de desmontar algunas ideas sobre su marginalidad
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stoy sentado en un apartamento barato de Hollywood, dándomelas de poeta pero harto y deprimido». La frase es de Charles Bukowski, podría ser de Henry Chinaski, su alter ego, y aunque se data en 1959, es decir, poco antes de la publicación de su primer poemario, ‘Flor, puño y gemido brutal’, podría haber sido dicha en muchos otros momentos de su vida. La ‘hartura’ que expresa no le impidió, sin embargo, vivir hasta 1994. Dejaría este mundo con 73 años y una ingente cantidad de palabras escritas. La palabra escrita fue su obsesión, su motor, su razón de vivir. La literatura, su salvación.
La sentencia del autor de ‘Escritos de un viejo indecente’ aparece citada en el libro ‘Charles Bukowski, retrato de un solitario’, que el periodista y escritor Juan Corredor publicó en Renacimiento hace un año. Al lado del apellido Bukowski suele aparecer con frecuencia la palabra ‘icono’, casi como si fuera un segundo nombre de familia. Suele ocurrir cuando la personalidad del artista, en este caso del escritor, es tan fuerte que está a punto de fagocitar su obra. A Bukowski todo el mundo afirma conocerlo, aunque no lo haya leído. Tal es la potencia del personaje, del mito. Afortunadamente, en este caso ni la fama de bo-
ANGÉLICA TANARRO
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Corredor consigue una narración trepidante, a ratos bukowskiana, que se lee con facilidad
rracho, de marginal, de mujeriego, de soez, de excesivo, de heterodoxo, de maldito ha podido con la fuerza de su literatura. Ambas conviven indisolubles para bien de sus muchos lectores. Me atrevería a decir que cada uno de ellos tiene su ‘bukowski’ particular, y Corredor no oculta que su ensayo es eso: no una biografía al uso repleta de datos, fechas, anotaciones y citas, sino un recorrido apasionado por la trayectoria de un hombre que tuvo una certeza desde niño, desde que descubrió la lectura y la practicó a destajo: quería ser escritor. Consciente quizá de que para el autor cuya biografía y motivos pretende desvelar,
«el estilo es más importante que la verdad» (frase que por cierto aparece antecediendo al texto) Juan Corredor se preocupa del suyo propio. Es una mezcla de apasionamiento y distancia periodística, como si se cuidara de no quedar atrapado por el magnetismo del personaje.
Fondo burgués Lo consigue gracias a que uno de los objetivos del retrato es acabar con alguna de las mixtificaciones que rodean al personaje. Para Corredor, el icono inconformista escondía un hombre con fondo burgués y provinciano, y a lo largo de la obra va poniendo el foco en esos momentos en los que piensa que
la leyenda se resquebraja: «‘Outsider’ –dice en un pasaje de la obra– quiere decir marginal. Pero, pese a las distinciones de las revistas del sector, Bukowski tiene muy poco de ello. Su intención es copar todos los medios de comunicación posibles, extender su imperio de locura impostada y tinta impresa por doquier, mantener una ardua y resolutiva correspondencia con poetas, escritores, editores. Necesita que su palabra lo tatúe todo. Si para ello es preciso pasar por
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dos que pasaban las noches en los bancos de los parques era, sencillamente, la otra cara del sueño americano. «Me gustan los hombres desesperados, hombres con los dientes rotos y los destinos rotos. También me gustan las mujeres viles, con las medias caídas y arrugadas y con maquillaje barato», escribió. Sólo en 1986 la revista ‘Time’ le dedicaba un espacio verdaderamente destacado, presentándolo como «el laureado de los bajos fondos de Estados Unidos». Detrás de la aparente búsqueda de la autodestrucción, como podría deducirse de una lectura simplista de la literatura de Bukowski, hay claramente una profunda resistencia, una extraña ternura y una inmensa piedad hacia el ser humano. Él mismo fue, trabajando como cartero y viviendo como escritor fracasado hasta los 49 años, el signo de la capacidad extraordinaria de las personas para seguir viviendo a pesar de ‘El padecimiento continuo’, como se titula una de sus obras más conocidas. Y después un universo entero de rebeldía, de impostura, de incorrección... hasta los 73. Una oscura verdad que, ni siquiera intentándolo, consigue ser superficial. Ése es el secreto de Bukowski.
Charles Bukowski, en 1978, leyendo un periódico deportivo. :: EL NORTE
marginal, adelante». Para el autor del ensayo, por si no fuera poca prueba de lo alegremente que se extendió su pretendida ‘marginalidad’ la ambición del autor por ocupar un lugar destacado en el parnaso de la literatura –evidente a su juicio a lo largo de su vida– el hecho de que en 1978 abandonara los bulevares Sunset y Hollywood, donde había transcurrido toda su carrera de escritor, y se mudara junto a su última esposa, Linda Lee Beighle, a una zona residencial de Los Án-
geles más tranquila, a una «casa de dos plantas dotada de jacuzzi y piscina» es una prueba final de que se había convertido en un intelectual acomodado. Otro de los temas recurrentes del libro es la distancia del escritor estadounidense con el movimiento beat, (con el que erróneamente se le ha relacionado en ocasiones): «...De aquí procede su ojeriza hacia Ginsberg, Burroughs y Kerouac, a quienes considera demasiado entreverados en los movimientos
sociopolíticos de moda. Los poetas perdidos contra la bomba atómica (...) Los poetas perdidos con una margarita prendida de la oreja y el pelo sin lavar. Con buen criterio, Bukowski se pregunta qué tiene que ver todo ello con el acto de escribir. Bukowski era capaz de hacer trizas una botella de cerveza en la testuz de quien osara vincularle con la generación beat». Corredor se muestra en ocasiones muy ‘bukowskiano’ en su lenguaje, lleno de
frases contundentes como este retrato con el que subraya el momento en que el autor decide dejar a un lado el periodismo: «Niño doliente germánico en tierra extraña, víctima de los compañeros de colegio y de la gresca familiar, joven reservado y bullente de rencor, hombre al fin sin amigos, Bukowski es ya el señor al que no le gusta lo que ve cuando llega por la noche a casa y se lava las manos de nicotina y espanto en el cuarto de baño, mirándose en el espejo. No es suficien-
te. Bukowski ansía la gloria cenital, la cima de la literatura, un lugar donde no caben dos. Deja de servir al periodismo para servirse de él». Dando saltos adelante y atrás en su biografía para recorrerla en etapas (su vida errante en empleos miserables, el punto de inflexión que supuso su hospitalización en 1955 cuando los médicos le auguran un rápido final si no deja la bebida, su dedicación a la poesía que vino a continuación, los primeros éxitos, la aparición de un me-
cenas...) el retrato, que no oculta los filtros por los que se tamizan los datos, es una buena aproximación al escritor, sería incluso una buena puerta de entrada a su literatura con esa breve antología final a modo de puñado de ejemplos con los que subrayar algunos de los hitos que aparecen en el libro. Lástima que en el capítulo dedicado a las complicadas relaciones del autor de ‘Factotum’ con las mujeres, ( ‘Las ménades’) Corredor caiga en los estereotipos de siempre –más sorprendentes en alguien nacido en 1970– como cuando alude a la opinión orteguiana de que a la mujer no le han interesado nunca los genios. Y aunque la intención general es desmitificar al personaje, lo cierto es que contribuye a ensanchar su leyenda.
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A 24 fotogramas por segundo L os más fieles seguidores de Bukowski sostienen que el cine le ha tratado muy mal. Tal vez por eso la mayoría no espera mucho de la película dirigida por el actor James Franco (que también ha decidido acercarse al mundo de Bukowski), un film que anda inmerso en una polémica y complicada postproducción tras ser denunciado por adaptar sin permiso ‘La senda del perdedor’. Las últimas noticias señalan que la película parece centrarse ahora en los primeros años de vida del poeta de las cloacas. Será una nueva oportunidad para que el cine se deje atrapar por el universo de borrachos, putas, tipos solitarios y moteles cochambrosos que forman parte de la otra cara del sueño americano que tan bien supo retratar Bukowski. Dejando a un lado un par de excelentes documentales y un puñado de cortometrajes, además de dos desconocidas películas francesas y un film independiente yanqui basado en uno de sus relatos cortos, existe una sagrada trilogía que nos acerca al padre de ‘La máquina de follar’ y que nos deja al mítico escritor convertido en actor a través de su alter ego (Henry Chinaski y/o Charles Serking) bajo las disímiles máscaras de Mickey Rourke, Matt Dillon y Ben Gazzara. En 1987 y con el siempre prestigioso amparo de Zoetrope, la productora de Coppo-
VICENTE ÁLVAREZ
la, Barbet Schroeder filmó ‘Barfly (El borracho)’. Sólo había pasado un año desde ‘9 semanas y media’ y la elección de Mickey Rourke para ponerse en la piel del escritor se antojaba arriesgada pero la taquilla parecía mandar. Al (entonces) atractivo galán le afearon todo lo que pudieron, le
Existe en el cine una sagrada trilogía que nos acerca al escritor bajo las disímiles máscaras de Mickey Rourke, Matt Dillon y Ben Gazzara El propio Bukowski escribió el guion de ‘Barfly’ exagerando su figura de perdedor
pusieron la ropa más guarra que encontraron en la guardarropía y le hicieron caminar como un orangután. Eso, junto a todo un catálogo de excesos interpretativos y a un guion obsesionado en mostrar el lado más salvaje y sucio de la vida del escritor, hizo que la película se ahogase en un feísmo narrativo curiosamente enfrentado a un muy cuidado preciosismo visual. En ‘Barfly’ tenemos, eso sí una parte muy importante del universo Bukowski: borracheras, perdedores, bares cutres, habitaciones mugrientas y, en medio de todo ello, un hombre desaliñado, sin afeitar, con ropa sucia, alguien al que le gusta pelearse en los callejones pero también ama a Schopenhauer, a Mahler y a Mozart, alguien que a veces parece una rata sin dientes mojada bajo la lluvia y otras una mosca de bar que actúa como si fuera de la nobleza, alguien que odia las raíces y las jaulas de oro, que necesita un trago como la araña necesita a la mosca y que, como él mismo dice, sólo sirve para beber. Lo más curioso es que el propio Bukowski escribió el guion exagerando, según los entendidos, su propia figura de perdedor. Al parecer, intervino en el rodaje, hizo incluso un cameo y casi llegó a las manos con Rourke por elegir el actor unas estrambóticas gafas de sol para una escena. ‘Barfly’ consigue sumergirnos en el infierno sin sali-
da que subyace en la narrativa bukowskiana pero fracasa en la elección de un actor que no llega a inspirar la más mínima empatía. En 2005, Matt Dillon vino a rescatar la dignidad de Bukowsi como vagabundo. En ‘Factotum’, dirigida por Bent Hamer, el escritor es un hombre derrotado pero orgulloso, alguien que domina los latigazos del alcohol, que intenta trabajar (aunque sus trabajos apenas le duran un día) y que no para de escribir. Se evita la sordidez innecesaria y la puesta en escena resulta más aséptica y respetuosa con el espíritu Bukowski. Abandonamos las muecas estúpidas de Rourke pero seguimos viviendo al límite como única forma de vivir. El vagabundo borracho sólo busca un respiro, ponerse a resguardo por un momento, amar al prójimo (que en su particular religión significa dejarle en paz), aferrarse a su desdicha, quemar energía para alimentar su rabia, apostar en el hipódromo, dejarse arrastrar por las palabras que burbujean dentro de él y constatar finalmente que no queda nada que la muerte pueda llevarse, que estamos solos en la noche y que la noche arde en llamas. Dejamos para el final la que cronológicamente fue la primera de las aproximaciones al universo Bukowski. En 1981, y con Ben Gazzara en el papel de Charles Serking, alter ego del escritor, el genial
Marco Ferreri nos regaló ‘Ordinaria locura’, basada libremente en ‘Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones y demás relatos de la locura cotidiana’. Se trata de un acercamiento muy notable al mundo bukowskiano, a través de una atmósfera adecuada impregnada de cierto romanticismo y melancolía. Ferreri respeta la elegancia que desprendía la figura de Bukowski y Ben Gazzara aporta una interpretación sobria y verosímil. En ‘Ordinaria locura’ acabamos viendo cierta belleza en el estilo de vida del poeta, entre moteles baratos, borracheras y poemas en flor, exagerando algo el surrealismo y el erotismo carnal tan queridos por Ferreri. Eso distingue esta película del resto: la obsesiva fijación con el sexo o, dicho de otra forma, la manera en que el director milanés lleva el universo Bukowski a su propio terreno. Los que amamos el cine de Ferreri lo agradecemos. Quizá no opinen lo mismo los seguidores de Bukowski. En todo caso, la imagen de poeta solitario, elegante y sensible se mezcla a la perfección con la de poeta errante y borracho autodestructivo cuyos motores únicos son el alcohol y el sexo. Una necesaria joya protagonizada por nuestro vagabundo de sangre azul preferido. La certeza, en fin, de que en nuestras ciudades no hay amor, sólo un conjunto de soledades.
Ilustración de Robert Crumb para un relato de Charles Bukowski recogido en el libro ‘Tráeme tu amor’. Debajo fotogramas de ‘El borracho’ (’Barfly’, 1987) y ‘Factótum’ (2005), ambas basadas en textos del escritor.
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Chinaski solo escribe sobre putas
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ace unas semanas Jordi Évole dedicó su ‘Salvados’ a deportistas. Entre ellos estaba Juan Mata, el futbolista que fichó por el Chelsea de la Premier inglesa para ser luego traspasado al Manchester United, y que en la entrevista dejó una rareza que la justificaba: leía libros. «Ahora estoy leyendo a Bukowski, me gusta la forma en la que escribe, escribe también poemas, hay uno que se llama ‘Pájaro azul’ que es muy bueno…». Pronto le tenemos en la pantalla recitando en un buen inglés: «there’s a bluebird in my heart that/ wants to get out/ but I’m too tough for him». Un poeta en boca de un futbolista, no cabe mejor publicidad. Tal vez se estaba cumpliendo la irónica predicción que el propio Bukowski lanzaba en el prólogo de ‘Toca el piano borracho como un instrumento de percusión hasta que los dedos te empiecen a sangrar un poco’, en 1979: «Lo peor de todo es que algún tiempo después de mi muerte se me va a descubrir de verdad. Todos los que me tenían miedo o me odiaban cuando
estaba vivo abrazarán de repente mi memoria. Mis palabras estarán en todas partes. Se crearán clubs sociales y sociedades. Será como para volverse loco. Se hará una película de mi vida. Me pintarán mucho más valiente de lo que soy y con mucho más talento del que tengo. Mucho más». Sí, el descubrimiento tardío se va cumpliendo. Más en su poesía, que lleva tiempo remontando el impacto inicial de la prosa de ‘Escritos de un viejo indecente’ o ‘La máquina de follar’. En los últimos años han llovido sobre los escaparates antologías, reediciones y poemarios que aguardaban su traducción.Los últimos ‘Los días corren como caballos salvajes por las montañas’ (2014), ‘Lo más importante es saber atravesar el fuego’ (2015), y la novedad de ahora, ‘Gatos’. No le sienta mal a la poesía de Bukowski este revoltijo de ediciones solapadas, de poemas repetidos en distintas traducciones, de ausencia de un corpus académico. Todo llegará, según reza su profecía, pero por ahora recibimos sus poemas como lo que parece que fueron en su origen, apun-
JORGE PRAGA
tes a la caza de una situación, de un pensamiento que se cruza, de una frase que vuela. No hay voluntad de obra mayor que los englobe, y su distribución en libros fue tarea habitual del editor John Martin, fundador de Black Sparrow Press. En esa editorial aterrizaron los primeros libros de Bukowski, que aceptó desde 1970 un cheque mensual vitalicio de cien dólares. La seriedad de John Martin, que nada tenía que ver con el caldo crápula y alcohólico del escritor, le convenció para abandonar su empleo fijo en Correos y su sueldo que duplicaba el ofrecido por el editor. Se supone que los éxitos de las primeras novelas pronto hicieron olvidar aquellos modestos cien dólares. De sus primeros poemas publicados en revistas marginales a principios de los sesenta, hasta este ‘Gatos’ compuesto con fragmentos y manuscri-
tos que esperaban a los veintidós años de su muerte en su casa de Los Ángeles, miles de poemas desparramados, recorridos por esa energía vertical y reptante, estructurados en versos que se estrechan a veces en un adjetivo, en una preposición, para estallar en síntesis de sabiduría irreverente. En ‘recital de poesía’ deja el rastro de una lectura en la universidad, y la trampa que le acecha: «de modo que/ este sería mi destino:/ arañar calderilla en pequeñas aulas oscuras/ recitando poemas de los que me cansé hace/ tiempo». Pero la trampa de la autocomplacencia paralizadora no está hecha para él: «No entiendo a los escritores que dejan de escribir. ¿Qué les apaciguará?». Ni tampoco va a poder esquivar las turbulencias interiores que le colocan continuamente frente a la máquina de escribir: «poemas como pistoleros/ andan por aquí y/ agujerean a tiros las ventanas/ se zampan mi papel higiénico/ consultan los resultados de las carreras/ dejan el teléfono/ descolgado». Solo cabe la búsqueda, la búsqueda sin culminación: «me llevaría décadas/
de vida y literatura/ ser capaz de/ escribir/ una frase que fuera/ ni de cerca/ como yo quería que/ fuese». Décadas de vida y literatura. De observación, de botellas vaciadas solo o en compañía, de camas desordenadas y cagadas de gatos callejeros. Un mundo con el peligro del cliché de su alter ego Chinaski: «–Dios mío –dirán–, ¡Chinaski solo escribe sobre/ gatos!/ –Dios mío –solían decir–, ¡Chinaski solo escribe sobre/ putas!». Bukowski lo combate con la sabia distancia de la ironía, la que manifestaba en el poema recitado por Juan Mata cuando hablaba de ocultar el pájaro azul oculto en su corazón: «¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros/ en Europa?». Y, ¿qué contiene el misterioso pájaro azul? La ternura. Esa que tiñe el recuerdo de un compañero de trabajo que enfermó, «el bueno del irlandés Sully/ manipulaba tornillos con torpeza». O la que envuelve a sus parejas: «todas las mujeres/ todos sus besos sus/ distintas formas de amar y/ hablar y necesitar». Ironía, ternura, sabiduría en el inacabable Bukowski.
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Una literatura contra los revisores de verosimilitud E
ntre las muchas y dispares sensaciones que han conducido en la época moderna a un escritor hasta la hoja, la máquina de escribir, el pc o el iPad, la insatisfacción, el hastío o el aburrimiento son con toda probabilidad algunas de las que más se convocarían en una hipotética encuesta. Pero si, además, ésta circulara entre jóvenes aprendices de escritores, adolescentes inéditos o en ciernes, tal vez algunas de las contestaciones reprodujeran directamente varios de los títulos de Charles Bukowski, los cuales desti-
lan un engañoso diletantismo. Su literatura no se entiende sin la épica degradada y asocial del dandy romántico, aquel que compone poemas o escribe relatos para demostrarse a sí mismo que no es inferior a todos esos seres que él tanto desprecia; que no es el último de los hombres. A pesar de las apariencias, Bukowski fue un escritor retórico, afectado. Sí, toda literatu-
ra es afectación, toda vez que los autores eligen para expresarse un medio derivado –la escritura– en lugar de un medio natural –la palabra–, como argumentó el peruano Julio Ramón Ribeyro. Por lo tanto, toda tentativa de no parecer afectado, sin ir más lejos mediante un estilo hiperrealista, llano y coloquial, como sucede en el caso de Bukowski, constituye a la postre una afectación a la segunda potencia. La afectación resulta congénita a la literatura, y Bukowski cimentó su propia y singularísima retórica libro a libro, cuento a cuento, verso a
verso. O lo que es lo mismo: oración simple a oración simple, grosería a grosería, reyerta a reyerta, conjunción copulativa a conjunción copulativa, blasfemia a blasfemia, borrachera a borrachera. Y ternura a ternura. Luego estaba el trasfondo autobiográfico de sus creaciones, que siempre ayuda. El antihéroe Henry Chinaski, solitario, alcohólico, putañero, soez, enamoradizo y misántropo, es difícilmente disociable de la leyenda tejida alrededor del propio Bukowski, cuya jactanciosa sombra deambuló ciertamente por los solea-
Charles Bukowski, durante un recital.
dos bulevares de Los Ángeles, donde se reunía con noctámbulos desnortados a la hora del desayuno (y más tarde, llegado ya el tiempo de su éxito y su venganza, frecuentó los platós de televisión y algún que otro abarrotado centro cultural en el que leía ante una variopinta y entusiasta feligresía). La ciudad de Los Ángeles de Charles Bukowski guarda profundas similitudes con la retratada por David Lynch en sus películas ‘Mulholland Drive’ o ‘Inland Empire’: la otra y triste cara de la moneda en cuyo anverso reluce, deforme y corrompida, toda la gloria de Hollywood. Un buen ejemplo puede encontrarse en una de las películas inspiradas en la figura y la obra de Bukowski: ‘Barfly’, de Barbet Schroeder, especialmente cuando Henry (Mickey Rourke) —mientras camina por la calle junto a Wanda (Faye Dunaway)— le pide fuego a un frágil y atolondrado viejecito, protagonista de una discreta e inolvidable epifanía (ocurre más o menos cuando el metraje alcanza los sesenta o sesenta y cinco minutos; está disponible en Youtube). La sencilla escena alcanza una dimensión profundamente conmovedora y casi redentora, a semejanza de los mejores relatos de Bukowski. Por ejemplo, ‘Tráeme tu amor’. Está incluido en el volumen ‘Hijo de Satanás’, editado y reeditado varias veces por Anagrama, aunque también existe una versión ilustrada por el legendario historietista Robert Crumb en el catálogo de la editorial Libros del Zorro Rojo. Personalmente, es mi cuento favorito de Bukowski, y muy difícilmente no figuraría en una lista de mis diez relatos predilectos. La peripecia es muy sencilla: consiste en la protocolaria visita que Harry hace a su mujer,
Entre la locura y la desesperación, sobrevuela el deseo de ser amado
Gloria, la cual está ingresada en un centro que tiene todas las trazas de ser un hospital psiquiátrico. El acelerado diálogo entre ambos deja a las claras el grado de desquiciamiento de Gloria, quien no cesa de reprocharle cosas a su marido, así como de lanzarle excéntricos improperios: le llama «putañero», «Cabeza de Pez» y «revisor de verosimilitud», al tiempo que chilla y se pega a sí misma un puñetazo en la nariz. De repente averiguamos que Harry ha alquilado una habitación de motel para visitarla esos días, un motel a sólo dos calles de distancia… Empezamos a sospechar que Harry ha hecho lo posible para alejarla de su vida y que todo en estas existencias se levanta sobre la mentira y la traición. Incluso Gloria parece de súbito increíblemente sensata cuando habla con el médico, a quien adula y agradece todos los cuidados… En mitad del desconcierto y de esta mascarada social resuena atronadora una súplica de Gloria, enunciada en un intervalo de lucidez y compasión después de que Harry le informe de que estará un par de días por la zona y de que le traerá cuanto ella quiera: «Entonces tráeme tu amor –exclamó–. ¿Por qué demonios no me traes tu amor?». Claro, eso es lo único que él no puede ofrecerle. He ahí el venenoso germen de la desesperación que azota el sistema nervioso de la atormentada Gloria. Leyendo el cuento uno aprende una valiosa lección: dentro de la mentira literaria, dentro de la mentira libresca, los personajes también se las apañan para soltar sus propios embustes y construir una endeble ficción. Desnudarla es tarea del lector. Detalle a detalle, gesto a gesto, avanza inexorable la verdad, que descubre todas las miserias y dobleces y acaba escupiendo su potente imagen final, reflejada en uno de esos equívocos espejos en el techo de las habitaciones de motel. Este es para mí uno de los textos en los que la prosa de Bukowski alcanza su mayor voltaje literario: entre la locura y la desesperación, entre la mentira y el infortunio, sobrevuela el inigualable, brutal anhelo de ser amado y comprendido. Un deseo más poderoso que la vida y para cuya desesperada obtención los personajes de Bukowski sacrifican la sensatez, las buenas maneras e incluso el beneplácito de la plétora de revisores de verosimilitud que custodian el ajado cáliz del buen gusto.
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Coreografía de la ópera ‘Dido y Eneas’, de Henry Purcell, representada en Lisboa en 2007 por el Ballet Sasha Waltz. :: NACHO DOCE-REUTERS
El mundo plural de la danza FERNANDO HERRERO
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spaña ha sido cuna de grandes bailarines y coreógrafos, pero incapaz de mantener una política efectiva en este arte. La Escuela de Danza en sus sedes de Burgos y Valladolid tiene más de 300 alumnos y 26 profesores. En sus diez años de vida se han formado talentos que han emigrado, como también figuras extraordinarias: Nacho Duato, Arantxa Arguellos, Ángel Corella, Sol León, Laura Morera y tantos otros. Es uno de los grandes errores culturales de un país que está bajo mínimos en este aspecto, aunque lo salven en parte gentes que proyectan en las diversas artes su personalidad y creatividad en condiciones nada favorables. Un ejemplo: en el programa de Sasha Waltz Ballet presentado en el Teatro Real, la bailarina catalana Lorena Justribó hizo una perfecta Julieta en la escena de amor de la obra de Berlioz, un paso a dos
con Ygal Tsur de originalidad creativa en el magnífico y amplio escenario, con orquesta en el foso. Un ejemplo de este trasvase artístico indicativo de que algo no marcha en el mundo de la danza. Si la cultura en nuestro país está en crisis, el ballet es la Cenicienta y ni siquiera la Compañía Nacional tiene unas condiciones adecuadas para su proyecto internacional. Como he escrito en otras ocasiones, se da la paradoja de que al espectador español le encanta la danza, llenando todos los espectáculos de este género. Asistí a la última representación del Ballet Sasha Waltz, colmada de un público entusiasta. En el Calderón ocurre lo mismo (‘Rodin’ y ‘El amor brujo’ como últimos ejemplos) y también el LAVA acoge con éxito a las compañías de pequeño formato. ¿Qué ocurre entonces? La verdad es que no es fácil explicarlo. Mundo plural. El cuerpo humano y sus límites. La música y el silencio. El espacio en el que se mueven los bailarines. Desde los albores de la humanidad el hombre ha danzado en un impulso primigenio. Danzar es lo dife-
rente, lo que habla de ruptura, de libertad del cuerpo. La música de todos los tiempos, occidental y oriental, ha propulsado una serie de espectáculos que unen varias artes en una unidad global. Recientemente la Unión Europea ha premiado con el máximo galardón en el ámbito escénico a Mats Ek, coreógrafo que fue director del Cullberg Ballet, y que Valladolid conoce bien. Tres espectáculos soberbios pasaron por el Calderón –’Giselle’, ‘La casa de Bernarda Alba’ y ‘La bella durmiente’–, de suma modernidad e intensidad, en los que brilló la aragonesa Ana Laguna, otra gran bailarina, que buscó su plenitud artística fuera de España. El Neederlands Ballet en su última actuación en el Teatro Real presentó dos coreografías firmadas por Paul Lighfoot y Sol León. El inglés y la cordobesa han firmado conjuntamente más de 40 trabajos. Esta vez ‘Sehnsucht’, con música de Beethoven, y ‘Schy me tterline’, con base sonora de The Magnetol Fields y Mark Richter. La caja cúbica de la primera y las variaciones espaciales y lumínicas, de la segunda permiten
dos formas de danza, desde un lugar cerrado y que constriñe incluso el desenvolvimiento del cuerpo o de la zona abierta y transformable. Nos preguntábamos por qué los medios no hablaron de la española, de su forma de trabajar, de su esencial presencia en uno de los ballets más prestigiosos del mundo. Una vez más se demostró ese insólito carácter de Cenicienta de la danza en el imaginario cultural del país.
Época convulsa Los últimos tiempos han sido duros para este mundo. El fallecimiento de algunos de los grandes –Bejart, Pina Bausch, Cunnigham, Antonio Gades…– ha sido un duro golpe, aunque, afortunadamente, algunas de sus coreografías siguen representándose, por ejemplo las tres de Gades más importantes, ‘Bodas de sangre’, ‘Carmen’ y ‘Fuenteovejuna’, en magnífico deuvedé. Ocurre lo mismo con las de Pina Bausch, aunque la presencia de la ausencia de haga notar. Clásico, contemporáneo, español, flamenco… Sara Baras y sus heroínas, María Pagés, Israel Galván y su extraordinaria ruptura. Muchos nom-
bres más, tanto en los espectáculos pequeños, como en los grandes. Galván solo con el silencio, o en el discutido montaje en el Teatro Real, acusado injustamente de complejo y repetitivo. Una visión nueva, que se basa en lo clásico, pero que fluctúa, busca, incluso desde la fusión de etnias diferentes. Así está la danza hoy día. Grande y pequeño. En el LAVA se suceden espectáculos, cuatro o cinco intérpretes de contacto, pulsión de los cuerpos en el espacio, formas de investigar las posibilidades del cuerpo en su ruptura de lo cotidiano. También los grandes nombres. Este arte plural y extraordinario ha tenido en la ciudad una lúcida trayectoria. Desde las muestras internacionales la danza ha tenido importancia en la programación, y figuras como Anna Teresa de Keesmarker, Carolyn Carlson, Trisha Brown y Mats Ek, entre otros, han puesto al día muchos vectores de la danza. Por su parte, Nacho Duato y su coreografía sobre Bach inauguró el restaurado Teatro Calderón, que sigue programando magníficos espectáculos del género, ‘Rodin’ y ‘El amor brujo’ muy recientemente. Puesta al día el primero del ballet con historia, y nueva visión de la obra de Falla, el flamenco y su fusión con la danza contemporánea. Finalizo este comentario con ‘La consagración de la primavera’ de Sasha Waltz. Por el teatro han pasado casi todos los grandes coreógrafos. John Cranko, William Forsythe, Balanchine, Neumeier y un largo etc. Esta ‘Consagración’ unió la mági-
ca partitura de Stravinski, interpretada en el foso con la coreografía de uno de los nombres más importantes del momento. Espacio desnudo, luz mágica, un solo elemento escenográfico, una especie de lanza que desciende del techo, de color dorado, como un contrapunto esencial a la danza convulsiva del conjunto. Grupos que se forman, se dispersan o se juntan en una celebración ritual. Es el pueblo el que celebra la fiesta de la elegida, unido a la tierra, al suelo, a la naturaleza. La muchacha, sola, desnuda, finaliza el ballet en una danza paroxística, mientras el resto de los bailarines la contempla. Versión que se une a las famosas de Nijinski, Bejart, Pina Bausch o Prelojcal, entre otros. El ballet es universal y plural. Todos los pueblos danzan. Revista musical, ceremonias tribales, tango, visiones orientales y hasta el hip hop representan una parte del mundo. Puede explicar el drama, la comedia, lo individual, lo colectivo. El paso a dos como diálogo del amor en lo clásico y lo contemporáneo. España, país de talentos, se ve absurdamente limitada. Cuando los alumnos que se forman llegan a la excelencia, actuarán muchos de ellos fuera. Otra ocasión cultural perdida. Un arte lúdico y profundo, que necesita atención y cuidado institucional. La presencia de Barysnikov, el gran bailarín con Robert Wilson en ‘Letter to a man’, espectáculo sobre los diarios de Nijinski, une une la figura de un gran hombre de teatro y el mito de la danza de todas las épocas, arte que no se extingue.
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DEL CIPRÉS
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ara Giorgio Agamben las parábolas bíblicas sobre «la palabra del Reino», celestial, se entiende, son en realidad una enseñanza sobre la lengua; es más, atañen al «hecho de hablar». De tal manera que, en último extremo, considera que el verbo nos ha sido dado genuinamente como parábola. «Hacer parábolas es, simplemente, hablar», finiquita taxativo. Frecuento la obra de este filósofo romano, profesor en Venecia, desde hace años. He disfrutado y aprendido mucho con alguno de sus libros capitales, como ‘Estancias’, ‘Lo que queda de Auschwitz’, ‘Profanaciones’, ‘Homo sacer’… El que ahora nos ocupa, ‘El fuego y el relato’ (Sexto Piso) probablemente sea el último suyo en ver la luz, pues el original en italiano es de hace sólo dos años. Se trata de un manojo un tanto misceláneo de ensayos inéditos, salvo el que acomete, a partir de Gilles Deleuze, el acto poético como resistencia contra la muerte que nos acecha y la información que nos apabulla. A partir de la ecdótica, de una frase de Paul Celan en una carta a Max Frisch, del ‘libro’ de Mallarmé o el ‘Monte Análogo’ de René Daumal, se pregunta en nombre de qué se habla desde que los técnicos y expertos, «los astutos y los imbéciles» han suplantado a Dios en este menester. El pensamiento ingenioso de Agamben siempre tiene mucho músculo, su estilo es vivaz y sugerente, nunca recae en lo obvio ni transita por caminos trillados. El escrito inicial, que da título al volumen, se abre precisamente con una especie de parábola, maravillosa, procedente de ‘Las grandes tendencias de la mística judía’ de Gershom Scholem, como prueba de que la literatura es lo que resta del misterio mítico, primordial y, al tiempo, es memoria de la pérdida, apreciación con la que no puedo estar más de acuerdo. Luego desarrolla el asunto de lo misterioso a partir del juicio a Eichmann («mysterium burocraticum»), de las alegorías bíblicas como discurso cifrado, de la alquimia o a través de la iniciación escrita, al modo de la catarsis eleusina, del diagnóstico iluminado de Rimbaud o la atención pura de Cristina Campo. Siguiendo a Agamben, cabe considerar que la parábola es, en realidad, el modelo implícito de toda narración. Desde luego, con tintes visionarios, lo es de ‘En lo alto de la torre’ (Ardicia) de Albert Robida, novelista francés de finales del siglo XIX sin publicar aún, creo, en español. Escrita con mucha precisión y sorna, por su imaginación desaforada, no exenta de caricaturización, tiene un aire al Jonathan Swift
de ‘Los viajes de Gulliver’, si bien carece del aguijón satírico del británico, aunque deslice algunas pullas de crítica estética, social y sobre los adelantos técnicos al hilo de la chaladura del protagonista, a favor de vivir en contacto con la naturaleza por encima de todo y obcecado en poner huerto, corral y jardín en su residencia aérea. Como en Swift, la ironía sostenida afecta hasta a los nombres de los personajes y de los lugares donde se desarrolla la acción. La novela arranca de la mano del vigilante de la torre de la alcaldía –cuatrocientos veinticinco peldaños, nada menos–, un hombre poco común, desde luego, porque es capaz de hacer cuatro cosas a la vez, a saber: ocuparse del mantenimiento de las campanas, avistar incendios, dirigir cuatro músicos tallados en madera encargados de dar las horas y guardar el archivo de la villa. Pero la edad no perdona ni a los hombres más preclaros. Es ley de vida. Así que ante la confusión con que embrollaba sus funciones, los políticos de turno lo dan por jubilado y ocupa su puesto un sobrino suyo, que une a su escasa preparación el apego a empinar el codo. Dejo en manos del afortunado lector de esta ‘nouvelle’ hasta dónde puede llegar en sus extravagantes intenciones campestres, el dudoso porvenir de este antiguo recaudador de impuestos, oficio para el que no estaba hecho, pescador de caña, bonachón, panzudo y un punto tarambana, de su rolliza y cotilla esposa y su prole de siete retoños, viviendo de las arcas municipales en sus nuevos dominios a más de ochenta metros de altura, «suspendidos entre el cielo y la tierra». Hace tiempo ponderamos mucho aquí ‘La liebre con ojos de ámbar’ (Acantilado). Con ‘El oro blanco’ (Seix Barral), publicada el año pasado, traducida ahora al español por un escritor de la categoría de Ramón Buenaventura, el alfarero y artista de instalaciones Edmund de Waal levanta otra obra espléndida de narrativa sin ficción, una minuciosa e intensa parábola sobre la luz y la blancura, la idea de lo blanco, que acerca casi a revelación de una manera portentosa. Una parábola, en el fondo, sobre la pureza y también, al cabo, una forma de ir hacia sí mismo, de encontrarse, de expresarse. En la superficie del texto, el largo periplo, más bien peregrinación planificada, que emprende, a punto de cumplir los cincuenta, De Waal en pos del espíritu, del secreto de la porcelana, principia en Jingdezhen, en la provincia de Jiangxi, donde se encuentra –las otras tres están en Meissen, Alemania; Ayo-
Parábolas Cuando fabular enseña
UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO
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Copia de la Torá de finales del siglo XIII adornada con dibujos cabalísticos místicos, de origen español. :: EFE
EL FUEGO Y EL RELATO
EN LO ALTO DE LA TORRE
EL ORO BLANCO
DEPARTAMENTO DE ESPECULACIONES
Giorgio Agamben. Sexto Piso. 112 pág. 17 euros. 2016.
Albert Robida. Ardicia. 104 pág. 14,50 euros. 2015
Edmund de Waal. Seix Barral. 528 pág. 24 euros. 2016
Jenny Offill. Libros del Asteroide. 172 pág. 17,95 euros. 2016
ree en Carolina, USA y en Cornualles, el jabón de roca de su Ingaterra natal– una de las colinas blancas primarias Rastrea hasta el agotamiento, más de quinientas páginas a calzón quitado, con una precisión impresionante, la historia de la porcelana, desde sus orígenes, que se remontan a hace unos mil años, a su composición, características, peculiaridades, producción, decoración… mediante una prosa hipnótica, entre el tratado y el reportaje, mezclando trazos autobiográficos con la exhaustiva indagación, más bien conversación, historiográfica, tal vez excesiva, bibliográfica e incluso geológica, sobre el terreno. El recorrido diacrónico incluye la basílica de San Marcos en Venecia, un monasterio del Tibet, el Versalles de la corte de Luis XIV, Dresde, la Florencia del Elba y sus espejos ustorios, el Plymouth portuario y cuáquero, la tierra de la nación cherokee, la Bauhaus… hasta el lager de Dachau o los desmanes de la Revolución Cultural. De Waal es un virtuoso en el arte de aderezar y entretejer historias. Igual acude a Marco Polo, su ilustre antecesor en un modo de relatar animado, iridiscente, que a Leibniz, Spinoza o Swedenborg, tan queridos por Borges, o a los alquimistas, los mineros, los boticarios, los zahoríes o los vanguardistas. Con ellos, es una delicia sumergirse, entre cacharros, en el mercadillo de una remota ciudad china –un niño en cuclillas ‘vendiendo’ cantos rodados–, recrear el motivo de la piedra filosofal o caer en un pueblo perdido, pongamos Franklin, de la América profunda, en la ruta 28, al pie de los Apalaches; hasta acabar con este obseso de la porcelana modelando arcilla y pensamientos en su taller del sur de Londres, «el blanco volviendo al blanco». Escrita con el vértigo de lo vivido con intensidad, condensado, que sabe transmitir al lector con una viveza poco usual, ‘Departamento de especulaciones’ (Libros del Asteroide) disecciona una pareja desde el punto de vista de una chica especial, profesora de escritura como la autora, Jenny Offill, y puede también entenderse como una parábola certera de la azacaneada y sin asideros vida cotidiana actual, que sólo puede erigirse, como en esta novela, desde lo fragmentario. Con mucha soltura en el estilo y una capacidad de síntesis portentosa, Offill reelabora, a modo de zapping, sus recuerdos. Es una evocación hecha pedazos, trufada de un pensamiento atomizado, que se apoya en citas, sembradas a veces a voleo, de una pléyade de grandes escritores: S.Weil, E.Dickinson, Zweig, T.S.Eliot, Kafka, Yeats, Rilke,
«Siguiendo a Agamben, cabe considerar que la parábola es el modelo implícito de toda narración» «De Waal utiliza una prosa hipnótica, entre el tratado y el reportaje, mezclando autobiografía e indagación»
Coleridge… Y al tiempo, en un centrifugado muy contemporáneo, caben por igual chistes, mensajes de móvil, nociones de ornitología o de navegación espacial, test de personalidad, el estupor de madrugada en un hotel solitario, experimentos fotográficos, ‘post-it’ o un montón de datos científicos harto curiosos. Pero, a mi juicio, donde la novelista da lo mejor de sí es en el desglose de la relación amorosa que vertebra el texto, la maternidad, lo que cuesta criar a los hijos o el llanto y las pastillas en que desemboca el adulterio, con un amago de hacerse amish para superar el riesgo de casarse con un rubio de Ohio. Offill retrata a la perfección todo el dolor de las ciudades: «La vida es igual a estructura más actividad», sentencia. Estructura rota, quebrada, cabría apostillar. No debe olvidarse que etimológicamente hablar viene de fábula y en italiano incluso de ‘parabolare’, esto es, predicar, como Jesús en los Evangelios, mediante parábolas, que en principio, dicho sea de paso, no entendían ni los apóstoles. El poder de las ideaciones parabólicas es enorme: las kafkianas, por caso, con su terrible profecía de los totalitarismos, son más elocuentes, dicen más que la Historia. En este orden de cosas, reflexiona Agamben, y poco más se me ocurre añadir: «Quien no ve y ama su lengua, quien no sabe deletrear la tenue elegía ni percibe el himno silencioso, no es un escritor». Por eso, para salir de la crisis recomienda a los editores dejar de mirar «las infames clasificaciones de los libros más vendidos y –presumiblemente– más leídos», difundir a los verdaderos escritores. Justo lo que intentamos desde estas páginas.
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DEL CIPRÉS ‘San José carpintero’. Georges de La Tour. 1642. Museo del Louvre, París.
30 de abril
Barroco. Después de ver la magnífica exposición de Georges de La Tour en el Museo del Prado, es obvio que en sus cuadros subyace en plenitud el discurso del Barroco, que es doble. Al decir ‘barroco’ pienso en una paradoja que forma parte de su esencia: la simultaneidad entre la quietud y la fuga. El barroco es un contexto en el que la acción se vuelve imprevisible sin dejar de ser estática. Es el extremo anómalo de la normalidad, la desubicación desviada del centro, la traslación en suspenso pero inestable. Pienso en ‘barroco’ y pienso en Severo Sarduy y en su libro ‘Barroco’, publicado en 1974 y aún hoy lleno de brillantez e intuición. Este escritor cubano, homosexual y poliédrico, actualmente quizá menos leído que en los años setenta y ochenta, definió lo ‘barroco’ como «una travesía de la repetición» y observó que, como en la astronomía de Kepler, había en el barroco una fusión
Barroco(s) y lectores entre elementos geométricos y retóricos: la elipse y la elipsis, la hipérbola y la hipérbole, la parábola y la hélice. Esta geometría simbólica, en su combinación, proporciona una nueva significación a la representación del movimiento. Todo lo barroco tiene que ver, por tanto, con el espacio, ya sea un espacio figurado o un espacio real, o ya sea ‘dentro’ un espacio figurado que es también un espacio real. Esto adquirió sentido para
mí al ver las obras de De La Tour en el Prado. Sus claroscuros que giran en torno a la poderosa luz de la llama de una vela en el centro de una acción reposada, o sus fondos absolutamente negros que sitúan en primer plano a los actuantes de sus cuadros, están en diálogo con la oscuridad, de la que parece surgir todo. De La Tour, en esto, es un buen alumno del gran –y genial– pintor barroco que es Michelangelo Merisi, el Ca-
ravaggio. Pienso en Caravaggio e inmediatamente me remito a Pasolini. Pasolini también era barroco, también mezclaba lo real con lo sublime y trenzaba imágenes y textos en un escenario en el que se iluminaba lo oscuro y se oscurecía lo luminoso. Buscador de sombras, embellecedor de la fealdad, poeta de lo político, Pasolini es de la misma estirpe que Caravaggio. Incluso se puede decir que casi mueren de la misma manera,
en una playa, y por la misma causa, por ser homosexuales y espíritus indomables y críticos con el poder. Y en ambos, como en varios cuadros de De La Tour, destacan los aspectos consustanciales a lo barroco: la retórica sostenida en el vacío, la sexualidad como atmósfera permanente y el placer como expresión de la libertad. Estos extremos, retórica, sexualidad y placer, explican en parte las obras de estos artistas, más un componente que también guarda relación con lo barroco: su absoluta dimensión política. Tanto Caravaggio, como Pasolini, como De La Tour –incluso como el propio Severo Sarduy, homosexual que reacciona contra la dictadura castrista y castradora de la revolución comunista–, tienen conflictos con la autoridad de su tiempo y son reprimidos. A este respecto, hay un párrafo de Sarduy en ‘Barroco’ que sigue siendo de una palmaria actualidad: «¿Qué significa hoy en día una práctica del barroco? ¿Cuál es su sentido profundo? ¿Se trata de un deseo de oscuridad, de una exquisitez? Me arriesgo a sostener lo contrario: ser barroco hoy significa amenazar, juzgar y parodiar la economía burguesa en su centro y fundamento mismo: el espacio de los signos, el lenguaje, el soporte simbólico de la sociedad. Malgastar, dilapidar, derrochar lenguaje únicamente en función de placer –y no, como en el uso doméstico, en función de información– es un atentado al buen sentido, moralista y ‘natural’ en que se basa toda la ideología del consumo y la acumulación. El barroco subvierte el orden supuestamente normal de las cosas, como la elipse –ese suplemento de valor– subvierte y deforma el trazo, que la tradición idealista supone perfecto, del círculo».
1 de mayo
Lectores. Pregunta: ¿Importan los lectores? Respuesta: ¡Absolutamente! Todos somos lectores, es lo lógico que se ha de ser. Lo ilógico es escribir. Además, sin los lectores (es decir, sin nosotros todos) los libros no llegarían a justificar su existencia. Pregunta: ¿Qué novela ha de escribirse hoy? Respuesta: ¿Qué importancia tiene eso? Pregunta: ¿Una novela ha de primar el entretenimiento o ha de abrir cauces al conocimiento? Respuesta: Ya dijo Montesquieu que hay escritores que piensan y escritores que entretienen. Pregunta: ¿Hay
OTRA GALAXIA ADOLFO GARCÍA ORTEGA
«Ser barroco hoy significa amenazar, juzgar y parodiar la economía burguesa en su fundamento: el espacio de los signos, el lenguaje, el soporte simbólico de la sociedad» que dar al lector criterios que expliquen, critiquen y den conocimiento o basta con hacerle pasar el (mismo) rato siempre, como propone la novela negra? Respuesta: Por principio, hay que estar en contra de la tiranía de las expectativas truncadas de los lectores. Así pues el escritor tiene una misión añadida, la de ‘fabricar’ al lector, domarlo, formarlo, crearlo como si fuera un golem, y luchar contra su tiranía. Sin embargo, esta misión de elaboración del lector encierra una especie de contrapartida vengativa: el escritor, al final, ‘mata’ al lector, ha de hacerlo. La muerte del lector es fundamental para el escritor, porque es la inevitable liberación del juicio del extraño. Si uno se fija bien, todos los grandes libros de la historia son armas homicidas contra el lector. Disparan mundos imposibles, desatan la imaginación, abocan a la felicidad inaccesible, al reconocimiento de la realidad frente al imperio de los sueños y sumergen al lector en una lenta, sutil y definitiva autodestrucción: la lectura de libros es una droga altamente adictiva. Véanse, si no, obras como el ‘Quijote’, ‘Madame Bovary’, ‘Ulises’ o ‘Guerra y Paz’. Obras que anonadan hasta abatir a cualquiera. Ya lo decía Edgar Allan Poe: «Las palabras –sobre todo las impresas– son armas asesinas».
LECTURAS
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Shakespeare, el grande Pearsall publicó un ensayo sobre la lectura del dramaturgo en los años 30 y es traducido ahora
LUIS ANTONIO DE VILLENA
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stamos ante un notable ensayo y no nuevo. Este libro, hecho por un culto diletante amigo del grupo de Bloomsbury, Logan Pearsall Smith (1865- 1946) se publicó en Inglaterra en los años 30 y es su primera traducción al español. Es un texto muy moderno, porque no entiende el ensayo como erudición árida sino como libro de lectura amena, pero sin ser divulgación para mentes de poco basamento, sino un texto a la par culto y feliz, por tanto un modelo de ensayismo, lejos de los a menudo bodrios de un crítico anglocéntrico como Harold Bloom, que siendo inteligente sabe menos de lo que parece. Pearsall recorre con hondura y encanto todo el enorme universo de William Shakespeare (que murió el mismo día que Cervantes de 1616, pero en diferentes calendarios, el juliano y el gregoriano, por lo que no era excactamente el mismo día) y sabe formular frases direc-
tas y lúcidas que luego desarrolla, como esta: «Pero el principal recurso de Shakespeare para dar vida a sus personajes consiste simplemente en hacerlos hablar». Según Pearsall en el primer Shakespeare, aunque muy notable, los personajes responden todavía a arquetipos (Romeo y Julieta), pero poco a poco, el talento básicamente lingüístico del genio, hace que los personajes cobren carnalidad propia llanamente porque se crean –y se crecen– al hablar, así Hamlet o el monumental John Falstaff, que es una creación autónoma, fuera de ningún convencionalismo. Sin caer en la papanatería que hace al genio siempre igual de ge-
LEER A SHAKESPEARE Logan Pearsall Smith. Trad. José Carlos Somoza. Prólogo Luis Racionero. Stella Maris, Barcelona, 2016. 186 págs.
nial, Pearsall Smith explica que si Shakespeare solo hubiera publicado sus primeros poemas o comedias (‘Venus y Adonis’ o ‘El rapto de Lucrecia’) el autor no hubiera pasado del mero montón de la época. Pero Shakespeare llegó a los enigmáticos ‘Sonetos’ y a obras como ‘Antonio y Cleopatra’, ‘Macbeth’ o ‘La tempestad’, y en esas obras todas las fronteras se rompen, porque el genio es precisamente lo que va más lejos… Por lo demás era evidente –y necesario– sacar el tema del propio William Shakespeare (1564-1616) persona que obviamente existió –se conserva su partida de bautismo– que estuvo casada y que se dedicó al teatro en Londres, aunque no sabemos en calidad de qué, pero de quién muy poco más se conoce. Esa enorme ignorancia sobre un genio de la talla de Shakespeare llevó a pensar de antiguo –pero la tesis gana terreno– que alguien importante pero que no podía firmar piezas de teatro, algo juzgado entonces sin categoría, usó el nombre de Shakespeare como una máscara. Se descarta al gran Marlowe, porque fue asesinado muy joven en una taberna.
Edición de 1623 del ‘First Folio’, de Shakespeare. :: M. DUNHAM-AP Pero quedan el canciller y filósofo (con escritos en latín) Sir Francis Bacon o el noble, de notable linaje, decimoséptimo conde de Oxford, Edward de Vere, hacia el que cada vez se inclinan más expertos… Fuera quien fuese William Shakespeare, se trató de un profundo genio lingüístico, que a través del bullir de una lengua viva creó un teatro sin paragón, sobre todo en sus obras mejores, que sue-
«¡Qué bullente caldero de sangre, espectros, horror, grosería y magnífica poesía forma todo esto!»
len coincidir con su segunda etapa. Como bien dice Pearsall, «¡qué bullente caldero de sangre, espectros, horror, grosería y magnífica poesía forma todo eso!». Y es pura verdad. Shakespeare no es refinado, siéndolo, es llanamente grandioso, terrible, apasionado, desazonador y genial… El libro se lee como un paseo docto y galanamente comentado por una notable biblioteca.
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DEL CIPRÉS
LECTURAS
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Subversión y belleza
NADADORES INDEMNES
La última novela de Giménez Corbatón apuesta por la ruptura de moldes y la escritura exigente YOLANDA IZARD
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ay libros que marcan el camino de la literatura, ya creen canon o se conviertan en malditos o en lectura minoritaria. También hay libros que participan a la vez de alguno de estos destinos, de modo que el acuerdo entre crítica y público, canon y desacato los hacen insoslayables. Por poner dos ejemplos que tienen todo que ver con la novela de José Giménez Corbatón de la que me voy a ocupar ahora: ‘El amante’, de Marguerite Duras, y ‘Lolita’, de Nabokov. Ambos autores abrieron sendas de escritura por las que raras veces se había transitado: escrituras sólidas, cada uno con su estilo, y un tema espinoso que levantó vedas y prejuicios a partes iguales. Tan potentes, tan hermosos, tan subversivos que aún hoy sus citas colean por doquier y sus atmósferas y personajes nos ayudan a persistir en la libertad creadora. Lo que Giménez Corbatón, zaragozano, traductor, arti-
culista y crítico literario en diversas revistas y periódicos, entre ellos este mismo, y autor de numerosas obras narrativas, nos ofrece en su novela, ‘Nadadores indemnes’, es algo parecido y, sin embargo, distinto, único. Su voz, la impronta de un mundo próximo y reconocible, la importancia de la intertextualidad, una arquitectura sólida y genuina, una original forma de poner en el mundo de aquí y ahora lo intemporal pero también lo particular, un diseño ferozmente moderno, fragmentario, y una escritura muy trabajada que desemboca en la naturalidad, pero sin concesión alguna a la simpleza. Estas serían a grandes rasgos las características de esta novela, pero no estaríamos diciendo más que una pequeña parte de lo que de verdad importa: que asomarse a ella es dar una vuelta de tuerca a todas las que la antecedieron, especialmente las dos citadas, para situarnos en un pueblo ficticio –pero sumamente real– de la provincia de Zaragoza, en la década de los ochenta, en el que un profesor de instituto y su alumna de dieciséis años emprenden una relación amorosa que escocerá
José Giménez Corbatón. Ed. Prames-Las Tres Sorores. 116 páginas. 16 euros.
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son como son y no pueden o no deben ser de otra manera. Cuando utilizo la palabra mito, no me refiero a una serie de leyendas, sino a toda explicación que nos damos del mundo y de nosotros mismos. Es un cuadro de referencia de una cultura y un individuo. Los mitos no solo tratan, con mayor o menor precisión, de explicar la realidad, sino que son también, en muchos casos, los ladrillos con los que esta realidad está construida. La economía, por ejemplo, tal y como nos la venden, es un artilugio fundamentado en los mitos de
la adolescente: lejos de ser la nínfula nabokoviana, es la quintaesencia de la desenvoltura, de la agudeza, de la búsqueda imparable del conocimiento (sexual, sensitivo, intelectual), y una preciosa metáfora de aquella juventud de principio de los ochenta que quiso romper con lo casposo, lo ruin, el machismo, la banalidad, las ataduras familiares, sociales, religiosas y mentales, y que buscó el disfrute de la vida, del sexo y también, por supuesto, del amor. Para una propuesta tan ambiciosa, Giménez Corbatón se sirve de un ejercicio intenso de len-
luntad de unos pocos, hemos escogido esta, y la llamamos La Realidad. El mito regula el mundo. Las cosas son como son, nos decimos. Pero no. La Realidad, así con mayúsculas, fuera de las parcelas descriptivas que nos ofrece la ciencia, es otro mito. (Hay que aclarar, también, que ni la economía ni la sociología son ciencias. Jugar con ecuaciones no hace una ciencia, aunque puede dar apariencia de ciencia, sobre todo cuando estas ecuaciones han sido escogidas para ceñirse a los parámetros de un mito en particular). Hay aspectos de la realidad humana que no son tan estables como parece, aunque se nos presenten así. Son formas de pensamiento, artilugios, son historias que nos vamos contado. Y se pueden
cambiar o no cambiar. Por supuesto, para cambiarlos hay que conocer su naturaleza de verdad no inmutable, y por lo menos estar avisados de la existencia de alternativas, o tener la osadía de emprender la difícil, probablemente imposible, tarea de engendrar una mitología propia. En el muy legítimo caso de decidir que el mundo en que vivimos está bien, que el mito que respiramos, que ayudamos a contar, es el que consideramos más correcto, siempre será mejor hacerlo en libertad. Y esa libertad se puede dar solo si conocemos alternativas, escuchando otras historias: Decir que escojo libremente lo único que conozco, lo único que he aprendido a creer, es engañarse a sí mismo, porque ahí no se da elección alguna.
Parte de la literatura, la mayor parte, sirve para consolidar o al menos reflejar, los mitos establecidos. La ciencia ficción, la pornografía, la fantasía, también. Pero hay literatura de todo género que cuestiona esos mitos, que propone, incluso, otros. Y suelen ser los géneros mencionados dónde esto se da con más frecuencia. Hay ciencia ficción que nos muestra otras sociedades posibles, mejores o peores. El problema es que al ser ciencia ficción despreciamos las primeras, sin ser conscientes de que ya vamos hacia las segundas. Pensar los mundos imposibles de la fantasía ayuda a pensar distinto. Con la pornografía la pregunta es: ¿Qué es lo que sabemos de eso que llamamos amor?
José Giménez Corbatón. :: EL NORTE a más de un lector con prejuicios, pero que hará pensar a todos por múltiples razones: por el trabajo de cincelado de sus dos protagonistas, por la modernidad de sus propuestas narrativas y por su inmersión en mundos paralelos, literarios, en el que resuenan guiños a poetas franceses y a escritores universales, las dos obras citadas y otra de tema parejo, ‘El diablo en el cuerpo’, de Radiguet, así como mucha de esa música que ayudó tanto a fundar nuestra vida. Todo ello conforma un universo de intensas percepciones sensoriales donde se atisba el mun-
El extraño cuarteto (II) oncluía mi artículo anterior diciendo que si podemos encontrar un denominador común en ese cuarteto de literaturas genéricas, más o menos marginales formado por la pornografía, el terror, la fantasía y la ciencia ficción, ese es que nos llevan más allá de nuestras concepciones, de nuestras verdades en apariencia inmutables, de nuestros mitos. conviene señalar que cuando hablo de mitos, me refiero a los mas cercanos, cosas un poco de andar por casa, que nos dicen que las cosas
do que vivimos no hace mucho, que nos hizo ser como somos y abrió las puertas de la libertad confinando todos (o casi todos) los tabúes al oscuro pasado («El amor más poderoso es aquel que se eleva por encima del tabú. Esa lucha, esa resistencia, lo hace imbatible, ya nunca perece, aunque en apariencia se rompa»). El amor explícito se aúna con el amor a la palabra y convierte la lectura de esta novela en un disfrute con varias puntas de iceberg. La primera, la historia de amor, tan poco convencional no por la diferencia de edad, sino por la envergadura personal de
guaje, sustentado en una escritura fragmentaria en que la división por capítulos se lleva al extremo, pues se prescinde de todas las señales externas convencionales –elimina el punto y seguido, los guiones del diálogo, las cursivas, los títulos–, salvo el punto y seguido y el espacio en blanco entre fragmentos, que divide las voces de sus personajes (siempre en primera persona y en presente, ya a través de la narración directa, ya por medio de la relación epistolar). Y además en dos tiempos, los años ochenta y el presente, lo que facilita la inmersión en la transformación de los personajes y de la propia sociedad. La habilidad de Giménez Corbatón para insertar los diálogos en este esquema narrativo, y para que resulten tan naturales, tan próximos, y al mismo tiempo tan ricos, tan expresivos, no se debe solo a su oficio, sino a una gran sensibilidad para escuchar y ver lo que no todo el mundo es capaz de ver ni percibir. Al fin y al cabo, se trata de «traspasar el umbral del Fin del Mundo», o de toda una época.
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
un ideario concreto. Si conforman la realidad es porque los creemos. Hay otros mitos que proponen la construcción de artefactos diferentes. Como ladrillos de la realidad casi todas las concepciones son válidas; por una razón u otra, me temo que por la vo-
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
La libertad de la lengua propia El escritor keniata Thiong’o analiza en este ensayo la colonización de África a través de la educación
SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN
N
gũgi wa Thiong’o es un escritor keniata nacido en 1938. Comenzó a escribir en inglés, y así publicó varias novelas, para más tarde publicar únicamente en kikuyu. En esta segunda fase, al principio él se encargaba de traducir al inglés lo que escribía, pero pasado un tiempo, dejó de hacerlo por razones que exponen en el ensayo ‘Descolonizar la mente’. Es difícil señalar un único tema en una obra tan dilatada como es la de Ngũgi. En cualquier caso, no creo errar demasiado si adelanto que una preocupación por el África poscolonial está entre los primeros. Ngũgi, al igual que otros escritores africanos como Chinua Achebe, ha desarrollado en la ficción y en los ensayos los problemas a los que se enfrentaba África con el proceso de descolonización. Bien es cierto que para ello ha de tratar el problema que la colonización llevó al continente, entre otros el de la educación, la lengua y los modelos literarios. En sus novelas trata del establecimiento de la nación keniata, de la guerrilla Mau Mau, de las traiciones de los gobernantes una vez que han alcanzado el poder. Las novelas entran dentro de lo que la convención da en llamar realismo social. Importa más comunicar el mensaje de una manera directa que crear una obra literaria, lo que lleva a que las novelas caigan en una representación plana de una sociedad y una situación muy complejas. Junto a su labor como novelista, está su trabajo como escritor de obras teatrales y como ensayista. Como autor teatral, ha dedicado sus esfuerzos a la representación de las costumbres keniatas en obras que, una vez más, pecan de excesivo apego a la realidad. Como ensayista ha desarrollado una amplia la-
Ngũgi wa Thoing’o. :: EL NORTE bor en favor de la independencia de las culturas africanas. ‘Descolonizar la mente’ es, sin duda, su ensayo mayor. En él reúne temas tratados en libros anteriores, que desarrolla ahora con una mayor madurez y, en algunos casos, con una matización mayor. La tesis principal del libro es que la colonización británica, con sus aspectos sociales y políticos, fijó su atención, sobre todo, en la educación y en la implantación del inglés como idioma vehicular. El objetivo último era la implantación de unos valores – los británicos– a los africanos en el entendimiento de que cada lengua refleja los valores de una sociedad. Según Ngũgi, si los africanos hablan inglés, o escriben en inglés, abandonado así las lenguas africanas vernáculas, todo un complejo sistema de valores desaparece. Es, bien fácil se observa, la hipótesis, infundada y nunca
DESCOLONIZAR LA MENTE Ngugi wa Thiong’o. Debolsillo. 192 páginas. 9.95 euros.
demostrada, de todo nacionalismo de tipo cultural. A una lengua le corresponde un sistema de valores, claman los nacionalistas, aserto que la realidad se ocupa de desmentir día tras día. Piénsese si no en los muchos países en que se habla español o inglés, y reflexiónese sobre la diversidad de valores en todos esos países. Fíjese bien el lector en los escritores americanos en lengua española o en los africanos, indios, canadienses, neozelandeses o australianos, también en los caribeños, en lengua inglesa, y piense si realmente al escribir todos ellos en una lengua que no es la nativa, pierden, por esa sola razón, calidad literaria y valores sus novelas. Más bien es al revés, tanto el español como el inglés se han enriquecido con las aportaciones de otras sociedades donde dichas lenguas no eran las originarias, aunque bien pensado, ¿qué sociedad puede decir que habla la misma lengua que los primeros antepasados? El libro de Ngũgi es interesante por razones históricas, sobre todo, porque trata el estado de la cuestión sobre las lenguas en un mundo poscolonial. También tiene interés porque muestra cómo la correlación entre lengua, sociedad, valores e identidad la han adoptado hasta personas cuya relación en el lenguaje va más allá de lo instrumental.
Otros usos del fútbol :: V. M. NIÑO Una fábula en torno al fútbol es lo que propone ‘La lógica cotidiana de la felicidad’. El fútbol es el resorte que permite al protagonista, Léonard, salir de la cárcel de su mente. La continúa pelea consigo mismo en el tablero de ajedrez determina su mirada a este juego que es mucho más en esta historia. El niño reduce el universal deporte a estadística y sorprende a sus compañeros con una inteligencia que le convierte en infalible portero. Tres biografías deslabazadas, la de Vincent, su hermana y su hijo Léonard, se entrecruzan en esta premiada novela que podrá verse en cine. Vincent es un entrenador de juveniles que empatiza pronto con los jugadores. El entrenamiento es un ejercicio de disciplina, de trabajo en equipo y de reducción de egos adolescentes. Su sobrino, al que apenas conoce, tiene que pasar unos días con él y le lleva al cam-
po. Lo único que le ha indicado su hermana es que Léonard tiene ciertas manías que no debe intentar cambiar, como sus rutinas de sueño o el apego a algunos objetos. De la indiferencia absoluta que demuestra el chaval el primer día en el campo a la curiosidad que le abre Vincent en casa, a través de vídeos de jugadas paradigmáticas, Léonard responde a su manera, con distancia y poca expresividad, pero responde. Su tío se da cuenta de que
LA LÓGICA COTIDIANA DE LA FELICIDAD Alain Gillot. Editorial Alevosía (Siruela). Premio Sport Scriptum. 200 páginas. 16 euros. A partir de 15 años
es algo más que una actitud, Léonard padece un síndrome de Asperger, una forma de autismo que le impide mentir y que le lleva a aplicar una lógica aplastante al juego. Por eso, contra todo pronóstico y a pesar de carecer del tono muscular adecuado, llega a ser clave en la portería. El fútbol es el vehículo para lograr que el niño se relacione con sus iguales y con los adultos. Vincent no impone, le deja perderse y volver. Cuando la madre regresa, el lazo entre ambos es fuerte. A partir de ahí afrontarán la relación con la abuela agónica y con una médico que ronda a Vincent. Los pequeños lugares de encuentro en ese nuevo y extraño mundo creado entre ellos demostrarán a sus protagonistas la ‘lógica cotidiana de la felicidad’. Fábula realista, sencilla, conmovedora de un autor novel que ha sido galardonado con el premio Sport Scriptum en Francia.
Las ventajas de ser distinto :: V. M. N. Lili podría considerarse una niña más de su pueblo, de su escuela, de no ser por una peculiar caballera incandescente. La melena pelirroja, extensión metafórica de su corazón, la distingue. El fuego de su cabellera es útil para su familia pero un peligro para los vecinos. La ilustradora malasia Wen Dee Tan utiliza imágenes cómicas para mostrar las ventajas y desventajas de llevar una hoguera en la cabeza. El álbum está dibujado a carboncillo en blanco y negro, aplicando el color naranja a
LILI Wen Dee Tan. Traducción de Jordi Martín Lloret. Babulinka Books. A partir de cuatro años.
la cabellera de Lili. Semejante distinción despierta suspicacias hasta que llega la ocasión épica de demostrar su poder. Su pelo iluminará el camino a los niños perdidos en el bosque. A partir de ese momento, Lili será popular en su aldea. Ser distinto tiene sus ventajas. Babulinka Books es una editorial especializada en la educación emocional. En este caso traducen este álbum premiado en 2013 con el Macmillan Price, el debut de su autora que después ha ilustrador ‘El viento entre los sauces’.
14 LA SOMBRA
Sábado 14.05.16 EL NORTE DE CASTILLA
DEL CIPRÉS
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ay en nuestra lengua expresiones cuya característica es una combinación estable de palabras, con mayor o menor grado de fijación, que vienen repitiéndose de forma invariable y que funcionan a manera de estructuras prefabricadas que los hablantes intercalan en sus producciones lingüísticas. Esta semana me ocuparé de unas pocas que tienen la particularidad ortográfica de presentar variantes o de escribirse de dos maneras, según el ‘Diccionario de la lengua española’ de la RAE (edición 23ª, 2014), y señalaré los cambios que se han producido desde la edición anterior del diccionario (edición 22ª, 2001). ‘A matacaballo’ es una locución adverbial que indica que algo se hace atropelladamente, con mucha prisa y sin poner cuidado. La RAE hoy prefiere esta forma a la también correcta ‘a mata caballo’, frente a lo que prefería en la anterior edición de su diccionario que era justamente lo contrario. Imagino que han tenido en cuenta la frecuencia de uso de una y otra: una ojeada rápida a las apariciones en Google revela que la expresión escrita en dos palabras aparece con mucha más frecuencia que la escrita en tres palabras. Un cambio reciente, pues. ‘A mansalva’, tanto con el significado de ‘en gran cantidad’ (suspiros a mansalva) como con el significado de ‘sin ningún peligro, sobre seguro’, puede escribirse de dos maneras: ‘a mansalva’ (forma preferida por la RAE) y ‘a man salva’. Con respecto a la edición anterior, hay que señalar que se han producido cambios significativos: en la edición 22ª (2001) solo aparecía el segundo significado; en la última edición se ha añadido el primer significado (que es el de uso más frecunte) y se ha colocado la marca ‘desus’ (desusado) en el segundo. La locución ‘a bote pronto’, que significa ‘sin estar preparado, de manera improvisada o inesperada, sobre la marcha’, puede escri-
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
EXPRESIONES FIJAS Y NO FIJAS
Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es
birse también ‘a botepronto’. Esta última forma no aparece registrada en la última edición del diccionario académico, pero sí en otros diccionarios de uso del español actual. Y ha retirado la variante ‘de bote pronto’ con el mismo significado. A veces esta locución se modifica y se convierte en la no admitida ‘a la voz de pronto’, tal vez por analogía con ‘a la voz de ya’. Los verbos ‘cerrar’, ‘encerrar’ y ‘encerrarse’ seleccionan una locución, ‘a cal y canto’, para indicar que algo o alguien se cierra (o se encierra) con intención de que nadie pueda entrar, o, si hay alguien dentro, salir. También se usa en sentido metafórico, como cerrarse a cal y canto a nuevas iniciativas o a nuevos proyectos. Según la penúltima edición del diccionario, era posible, aunque mucho me-
Algo o alguien ‘de chicha y nabo’, o de ‘chichinabo’, es algo de poca importancia o insignificante nos frecuente, escribir ‘a calicanto’, pero no hoy. Esta expresión está relacionada con ‘de cal y canto’ (fuerte, macizo y muy durable) y con ‘calicanto’, mezcla de piedras y argamasa para construir muros. Algo o alguien ‘de chicha y nabo’ es, en sentido despectivo, algo (o alguien) de poca importancia, insignificante o de poca calidad y valor. Esta es la forma preferida por la RAE, pero también puede escribirse, y es igualmente correcta, ‘de chichinabo’. ‘Campo a través’, con el significado de ‘de un lugar a otro cruzando a través de un terreno o un campo’, tiene una serie de variantes aceptadas por la RAE: ‘a campo través’, ‘a campo traviesa’, ‘campo a traviesa’ o ‘a campo travieso’ (esta última en desuso). Son incorrectas ‘a campo al través’ y ‘a campo atraviesa’. Una orden ‘de busca y captura’ es lo mismo que una orden ‘de búsqueda y captura’. Andar o ir ‘de la ceca a la meca’ es ir de una parte a otra para conseguir algo o resolver un asunto. En origen eran nombres de lugar, por lo que en algunos diccionarios, incluido el académico, aparecen escritos con mayúscula (de la Ceca a la Meca). La última recomendación de la RAE, en el Diccionario panhispánico de dudas, es que se escriba con minúscula. La variante ‘de ceca en meca’ se considera desusada en la actualidad. Y, por último, en la expresión ‘pasar de castaño oscuro’, dicho de algo cuando es demasiado enojoso, grave o intolerable, el color es ‘castaño oscuro’ (un solo color). Por eso es inaceptable la variante ‘pasar de castaño a oscuro’.
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID
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FICCIÓN
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Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)
Rezar por Miguel Ángel... Christian Gálvez (Suma)
Un largo viaje. Massimo L. Bacci (Pasado y Presente)
Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)
Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)
Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)
Sobre Grace. Anthony Doerr (Suma de Letras)
La tierra que pisamos. Jesús Carrasco (Seix Barral)
Olvidé decirte te quiero. Mónica Carrillo (Planeta)
Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)
Desde la sombra. Juan José Millás (Seix Barral)
Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)
El desorden que dejas. Carlos Montero (Espasa)
La amiga estupenda... Elena Ferrante (Lumen)
El cazador de historias. Eduardo Galeano (Siglo XXI)
La flor y nata. Mamen Sánchez (ESPASA)
La Legión perdida. Santiago Postiguillo (Planeta)
Los besos en el pan. Almudena Grandes (Tusquets)
El último rebaño Piers Torday (Salamandra)
Esa puta tan distinguida. Juan Marsé (Lumen)
NO FICCIÓN
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El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)
El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)
La conjura de los ignorantes. R. Moreno (Pasos Perdidos)
El camino al 18 de julio. Stanley Payne (Espasa)
Ser feliz en Alaska. R. Santendreu (Grijalbo)
Cervantes en Valladolid J. Delfín Val (Ayto. Valladolid)
La política en tiempos... D. Innerarity (Galaxia)
Siete breves lecciones de física. C. Rovelli (Anagrama)
Maravillosamente imperfecto... Walter Riso (Zenith)
Te cuento en la cocina. Ferran Adriá (Beascoa)
Atlas del espacio. J. Dusek y J. Pisala (Beascoa)
Mi diario de yoga. Xuan-Lan (Grijalbo)
Yo no me callo. Esperanza Aguirre (Espasa)
Ante todo no hagas daño. Henry Mars (Salamandra)
Nuestro mal viene de más lejos A. Baduu (Clave I.)
Lo mejor de nuestras vidas. Lucía Galán B. (Planeta)
Fuera complejos... Lucía Taboada (Zenith)
Vamos a comprar mentiras J. López NIcolás (Cálamo)
La catastrófica aventura... S. Connolly (Montena)
La madre del cordero. Juan Eslava Galán (Planeta)
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PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA
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El cazador de historias. E.Galeano (Siglo XXI)
Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza y Janés)
Esa puta tan distinguida. Juan Marsé (Lumen)
Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)
No ha lugar a proceder C. Magris (Anagrama)
La chica del tren Paula Hawkings (Planeta)
Yucé, el sefardí. G. González Olmos (Dip. Badajoz)
La Legión perdida. Santiago Postiguillo (Planeta)
Lo que no Quise Decir. S. Marai (Salamandra)
Los besos en el pan. Almudena Grandes (Tusquets)
Camille P. Lemaitre (Alfaguara)
El Elefante desaparece. Hanuki Murakami. (Lumen)
La flor púrpura. C. Ngozi (Random House)
Desde la sombra. Juan José Millás (Seix Barral)
Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)
Avenida de los misterios. John Irving (Tusquets)
Pasos en la piedra. J. M. de la Huerga (Menoscuarto)
Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)
Sobre Grace. Anthony Doerr (Suma)
Esa puta tan distinguida. J. Marsé (Lumen)
NO FICCIÓN
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¿Y los pobre sufren...? Y. Varoufakis (U. P. Burgos)
Emocionario. Romero/Núñez (Palabras Aladas)
Dioses útiles. Álvarez Junco (Galaxia Gutenberg)
Ser feliz en Alaska. R. Santendreu (Grijalbo)
Historia Mínima del Cosmos. M. Toharia (Turner)
Plantas de uso tradicional... Pascual / Herrero (Dip. Palencia)
El cazador de historias. Eduardo Galeano (Siglo XXI)
Yo no me callo. Esperanza Aguirre (Espasa)
Miguel de Cervantes J. Gracia (Taurus)
A mi manera. Carlos Arguiñano (Planeta)
El fascinante juego... Virgilio Ortega (Crítica
X. Risto Mejide (Espasa)
Dioses Útiles. J. Álvarez Junco (Galaxia Gutenberg)
El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)
El sermón de dejar de ser. García Calvo (Lucina)
El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)
Marco Tulio Ciceron. A. Fontan (CEPyC)
Aspectos inéditos ... J. Benito Iglesias (Amigos de la Caneja)
La magia del orden. Marie Kondo (Aguilar)
La madre del cordero. Juan Eslava Galán (Planeta)
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Sábado 14.05.16 EL NORTE DE CASTILLA
Mohamed Chukri, fotografiado en su apartamento de Tánger en 2003. :: LUIS DE VEGA
Letras puras Q
ué manía tienen algunos escritores con poner los estudios que cursaron en las solapas de sus libros. No digo que en algún caso estos estudios no sean significativos –que Ernesto Sábato fuese, por ejemplo, un físico que abandonó la física, lo es–, pero la mayoría de las veces no es más que un síntoma de la ‘titulitis’ imperante, esa creencia absurda de que haber estudiado –a poder ser en las mejores universidades posibles, dato que también se señala para dar lustre– hace más sólida o respetable la trayectoria del autor, como si la escritura tuviese algo que ver con el currículum, como si se avalara con la acumulación de licenciaturas, tesis o doctorados. A nadie se le escapa que buena parte de los mejores escritores siempre estuvieron alejados de la enseñanza reglada y del academicismo. En el interesante libro ‘Trabajos forzados’ de Daria Galateria se recogen algunos
ORTIGAS A MANOS LLENAS SARA MESA
de ellos que no se educaron precisamente en la universidad, y de cuyo talento nadie duda: Maxim Gorki fue pinche de cocina con doce años; a los diez, Jack London repartía periódicos y a los quince trabajó de fogonero y cazador de focas; Bukowski abandonó sus estudios, trabajó en estaciones ferroviarias y después se fue a vivir a una barraca para dedicarse solamente a escribir. Ahora que nos quejamos tanto de las dificultades del oficio, creo que no está de más recordar algunos de los casos más extremos: los de aquellos escritores de orígenes humildísimos, sin acceso a la educación y en algunos casos prácticamente analfabetos, que llegado el momento fueron capaces de desplegar un talento innato, potentísimo, puro, sin estropear por normas académicas, con una fuerza que no encontramos en esos otros autores que van de universidad en universidad y de beca en beca. Sucede esto
con la maravillosa ‘Memoria por correspondencia’ de Emma Reyes, un conjunto de cartas publicadas el pasado año por Libros del Asteroide que son un estremecedor testimonio de una época –la Colombia de primeros del XX– contado desde el punto de vista de una niña a la que se le arrebató todo. Reyes comenzó a escribir sus cartas al historiador Germán Arciniegas, y fue él quien le animó a continuar: en su manera de narrar, impulsiva e inocente, se condensa una sorprendente capacidad de exponer, con sencillez y sin tremendismos, una historia durísima de orfandad, pobreza, internados, explotación y abusos. En el convento de monjas donde pasó buena parte de su infancia, había que trabajar duro para ganarse el sustento: «El precio que pagábamos por salvar nuestras almas representaba para nosotras diez horas de trabajo al día (...) los oficios de castigo eran la cocina, lavar las enormes ollas de comida, lavar los tarros de la basura, lavar de rodillas los patios y los corredores, pero el peor de todos, que era reservado a las más indisciplinadas, era lavar los inodoros». Impresiona hacer cuentas y darse cuenta de que, en aquella época, Emma Reyes tenía sólo seis años; más tarde, el mismo García
Márquez quedaría fascinado por su escritura. Otro caso escalofriante es el de la francesa Albertine Sarrazin, nacida en Argel en 1937, que fue entregada a la asistencia pública, adoptada más tarde por el mismo padre que la había abandonado, violada de niña, prostituida de adolescente; una buenísima estudiante que sólo pudo completar su formación en la cárcel, donde murió a los 30 años. Como Jean Genet, su rebeldía innata la llevó a escapar de todo intento de sujeción; alcoholismo y delincuencia marcaron su vida. Entre sus novelas, destaca la autobiográfica ‘El astrágalo’, en la que narra una de sus fugas de la cárcel, cuando al saltar un muro se rompió precisamente ese hueso del pie, quedando coja para siempre. Es un libro demoledor, doloroso y oscuro, sin concesiones; sin duda, Sarrazin llevaba dentro la semilla de la literatura.
«Buena parte de los mejores escritores siempre estuvieron alejados de la enseñanza reglada»
Pero hay una historia que me conmueve especialmente: la que relata Mohamed Chukri en ‘El pan a secas’, novela también autobiográfica de una infancia de miseria, violencia y humillaciones. Desde niño, Chukri mendigaba por las calles de Tánger, robaba lo que podía, pasaba hambre y miedo. No iba a la escuela, no sabía escribir. Cuando a los veinte años fue arrestado por vagabundear, tuvo una importante revelación: le faltaba la herramienta de la palabra escrita. Al firmar con el dedo los documentos de arresto, sintió sobre él, más que nunca, el peso de la desprotección y la injusticia. Había visto a un recluso escribir un poema en la pared, versos que hablaban del amor y de la vida. «Tienes suerte –le dijo con envidia–. Sabes leer y escribir». Su compañero le prometió que le enseñaría en cuanto salieran de allí. Y cumplió. Chukri aprendió con rapidez y furia, las mismas con las que escribió sus obras. Creía en la liberación de la escritura, «indecible, directa, sin rodeos, literatura que no se puede rumiar o tragar». Estas letras tan puras no se enseñan en las universidades. Y aunque la educación es clave, no nos confundamos: la verdadera literatura no se mide con créditos.
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
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l escultor regresa a su antiguo estudio y repara en una triste figura de barro en la que había estado trabajando veinte años atrás. Es una obra inspirada en una fotografía hecha durante la primera comunión de una de sus hijas. La imagen muestra a la niña y a su hermana con una flor que simboliza el despertar a la vida. Es una tierna escena que habla de ese paraíso de esplendores desaparecidos al que se refiere Lewis Carroll en ‘A través del espejo’. Empecé modelando, escribe el escultor en sus notas, el atrayente y mágico triángulo que formaban sus brazos y sus manos aproximándose al eje de su cara. Y veía en ello la grata conjunción de un deseo, la voluntad de conseguir algo. Pero esa escultura, en la que trabaja obsesivamente por un tiempo, queda sin terminar y es ahora, muchos años después, cuando vuelve encontrarse con ella. Le ha pasado otras veces. Trabaja en un proyecto y de pronto hay algo que detiene su mano y le hace abandonar la tarea. La obra de Julio López Hernández, su obra más personal, está llena de esculturas así. Esculturas que son fragmentos, proyectos abandonados, restos de algo que quiso hacer pero que no llegó a completar. Aquello que no se acaba parece tener más derecho a permanecer que lo que se concluye, anota Julio López Hernández en su cuaderno. También la obra de Franz Kafka está llena de fragmentos así. Ocupan las páginas de sus diarios, donde abundan todo tipo de anotaciones y proyectos de relatos que nunca concluye. Incluso sus novelas están sin terminar, como si lo que le interesara del acto de escribir fuera el proceso mismo, no el resultado. En uno de esos fragmentos habla de Abraham. Este no se rebela contra Dios, pues ¿cómo podía hacer algo así?,
Sábado 14.05.16 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
La edad de la caricia DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO
pero se las arregla para demorar indefinidamente su salida hacia el monte donde debe sacrificar a su hijo. El Abraham que imagina Kafka siempre encuentra cosas que hacer antes de su partida, y en esa demora infinita, en ese tiempo robado a sus altos deberes, va ganando para su hijo el tiempo que este necesita para vivir. La escritura es para Kafka ese tiempo robado a la muerte, a la ley del padre. Y basta con visitar el estudio de Julio López Hernández para asistir a algo parecido a ese mundo de tentativas, de nuevas ocupaciones, de ta-
reas que nunca concluyen a que se entrega el Abraham de Kafka. Llegué a pensar, escribe el escultor en otra de las páginas de estos cuadernos, que me dominaba un desconocido y perturbador vicio. El regodeo en no acabar las cosas, el dejar que la obra fuera terminándose ella misma, parecía ser el síntoma de una cierta lasitud y algo que, al ir marginándome el oficio, separándome del profesionalismo activo, con suerte podría proporcionar a mi obra otra dimensión más atractiva. Sería como trabajar de negro para la propia escultura, in-
«La obra de Julio López Hernández está llena de esculturas que son fragmentos, proyectos abandonados»
gresando a ese grupo de los autores anónimos. Y, en efecto, a cualquier lugar a que volvamos lo ojos vemos restos, fragmentos de obras sin terminar. Ocupan los rincones, las encimeras, los taburetes, el hueco de las escaleras. Vemos manos, troncos humanos, cabezas, figuras a las que les faltan las piernas, raras veces cuerpos completos, y en caso de que sea así, siempre cuerpos con alguna falta. Aún más, Julio López Hernández ha transformado todo esto en una marca de su propia concepción de la escultura que en cierta forma cuestiona su filiación a la escuela realista en la que se le suele situar. Un espejo que se pasea por un camino, así definió Stendhal la novela. A lo que Julio López Hernández, citando una frase de Mark Strand, añade: Pero, el espejo no es nada sin ti. Algo así debió de sentir Julio López Hernández al regresar a su viejo taller y encontrarse con la escultura sin terminar de su hija. El tiempo ha resquebrajado el barro en que está modelada y él, cautivado por algo que no sabe explicar, se pone a trabajar de nuevo en ella. Perfila sus brazos y sus manos y fija las grietas del tronco para que este no se deteriore más. Y le añade la flor, esa flor humana de la que habla Octavio Paz en uno de sus poemas. Pero apenas toca su rostro ni su torso, pues lo que le interesa ahora es ese misterio que le ha hecho detenerse ante ella como si guardara algo que no debe ser tocado. Esa es su tarea, dar cuenta de esa belleza que se ofrece y se esconde a la vez. Y puede que sea esa la razón de que sean las manos las principales protagonistas de la obra de nuestro escultor. Manos de tejedoras, de dibujantes, manos que escriben. Manos exentas, dueñas una existencia ajena a los cuerpos a que pertenecen, que parecen flotar en el aire o que des-
«¿Qué es una caricia sino el gesto de la mano que sabe detenerse a tiempo?» «Basta visitar el estudio de Julio López Hernández para asistir a algo parecido a ese mundo de tentativas»
«Un espejo que se pasea por un camino, así definió Stendhal la novela» :: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL
cansan sobre mesas y taburetes como animales pensativos. Manos que modelan la materia, que se posan en el barro y el mármol, que no toman las cosas sino que las dejan ir. Retratar un mármol y que este te mire con claridad y dulzura solo se consigue si eres perenne en la caricia, si mantienes tu fidelidad a prueba de tormentas y zozobras, escribe en sus notas a ‘La edad de la caricia’, una de sus obras. Pero ¿qué es una caricia sino el gesto de la mano que sabe detenerse a tiempo, la mano que no quiere poseer, que se acerca y a la vez comprende que debe dejar ir lo que ama? ¿La mano que bendice lo que toca? Toda la obra de Julio responde ese deseo de ofrecernos la imagen interior de lo que somos, de ir al fondo del secreto. Eso explica ese aura de silencio y profundidad que sentimos ante sus obras. Por ejemplo, ante ‘Marcela y su luz’. Se trata de una escultura doble en que vemos a una muchacha dejando sus lentillas en un pequeño estuche, y, enfrente, sus manos exentas frente a un espejo. Pero estas manos ¿de quién son?, ¿qué hacen ellas solas? Pertenecen a la niña que está arrodillada, pero a la vez son el símbolo de todo lo que estando en ella no llegamos a ver. El símbolo en suma de su alma. Y tal vez convenga recordar aquí lo que dijo Aristóteles sobre el alma, que es una mano y también todas las cosas. Es lo que pasa en ‘El tesoro de Marcela’, donde la niña entera desaparece y solo queda su tronco y sus manos conteniendo algo que ya no está. ¿Eso es el alma: todo lo que hemos perdido? Luz de las tinieblas y luz del cielo, eso guarda el tesoro de Marcela. Julio López Hernández cierra estos cuadernos de notas con una frase de Walter Benjamin: «Lo que uno ha vivido es, en el mejor de los casos, comparable a una bella estatua que hubiera perdido todos sus miembros al ser transportada y ya solo ofreciera el valioso bloque en el que uno mismo habrá de cincelar la imagen de su propio futuro».