Una vida de novela

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Sábado, 28.05.16 Número CCXXXVI

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:: GEORGE RICHMOND, 1850

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Una vida de novela El bicentenario de Charlotte Brontë trae al primer plano una obra que no ha perdido su vigor

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Sábado 28.05.16 EL NORTE DE CASTILLA

DEL CIPRÉS

La última foto de Machado muestra «un halo terroso y a la par suciamente sublime de acabamiento»

La última foto de Machado, uno de los retratos poéticos de ‘Imágenes en fuga de esplendor y tristeza’.

Memoria de la dulce juventud sin nombre Luis Antonio de Villena busca su retrato entre una gran colección de imágenes entre el esplendor y la tristeza

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uánto de los otros forma parte esencial de uno mismo. Cuánto de uno mismo se ha quedado entre las manos, entre las uñas de los otros... Éstas son las preguntas que Luis Antonio de Villena se formula en su (pen)última obra, ‘Imágenes en fuga de esplendor y tristeza’, una colección de visiones, de imágenes, de retratos coleccionados a lo largo de cuatro años que constituyen una especie de retablo íntimo en el que el poeta indaga sobre algunas de las claves de su escritura y su personalidad.

La desaparición de su madre, y con ella de la mayor parte del peso familiar, le permite al escritor sacar a la luz más abiertamente experiencias y recuerdos que, a través de las imágenes seleccionadas, van trazando un itinerario que define extraordinariamente su universo emocional. Una selección que incluye ‘fotos’ –buena parte de ellas reproducidas testimonialmente en el libro– a veces personales y a veces ilustrativas de esa imagen icónica de un autor, de un personaje, que quedó inmpresionada para siempre en la retina del recuerdo.

CARLOS AGANZO

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Junto a los retratos familiares –los padres, la primera comunión, los once años–, la inmensa mayoría de las imágenes se sitúan en dos polos muy concretos de la vida: la vejez y la juventud. Ésta que acelera y hace vibrar el pulso de la memoria, y aquélla, la temida, a la que el poeta mira con inquietud en el rostro de los otros. «Los viejos me dan menos compasión que las viejas», escribe Villena, y entre sus instantáneas vitales nos ofrece la del jardinero Pu Yi, el último emperador chino ‘reeducado’ en los últimos días de su vida por los comunistas; la de

IMÁGENES EN FUGA DE ESPLENDOR Y TRISTEZA Luis Antonio de Villena. Visor. Madrid, 2016.

Beppo, una vieja bohemia inglesa del Café Gijón de los años ochenta, o esa imagen genérica de las «viejitas mendigas», que proporcionan «caridad, amor humano, ternura, fracaso, solidaridad, calor, todas las voces (muchas dejo) que el lexicógrafo llama ‘humanas’». A su lado, también con la estampa del vencimiento de los años, algunos mitos literarios, como Borges, a quien recuerda hablando «continuamente de libros y de palabras»; como Tennessee Williams, «cansado y vivo, deprimido y eufórico», o como don Antonio Machado, cuya última fotografía,

muy poco antes de morir, sigue estremeciendo a cuantos la contemplan por ese «halo terroso y a la par suciamente sublime de acabamiento» que transmite. «Todo terminó y de nuevo perdimos», escribe Villena. «Rompo la foto. Y lloro». Grandes de esa literatura que abrió y sigue abriendo caminos como los románticos Wordsworth y Coleridge, o como los grandes clásicos del amor prohibido, desde Luis Cernuda hasta Pier Paolo Pasolini pasando por Cavafis, Óscar Wilde o Mishima. O ese Jaime Gil de Biedma a quien Villena rememora «medio tumbado en el sofá, ya calvo y con barba, con el pitillo en los dedos y sin duda muy cerca del vaso de whisky (...) con la inteligencia a punto, y rebosando sentido del placer». Algunas mujeres también icónicas, como Marilyn y la bella Otero –«yo vi en estas dos mujeres todo el sentido de esta vida absurda y fea en su beldad»– pero sobre todo una gran colección de muchachos, de «jóvenes de rara juventud», que lo mismo fueron efebos romanos, chicos de playa, chaperos de garito, príncipes malditos o simples atesoradores de «la imperecedera belleza de lo prohibido», según el poeta. Queda también su definición de la movida madrileña como la serie eterna de «una hermosa juventud sin nombre» que iba «pillando cocaina y mais, cubalibres, morreándose con quien fuera, (se habrían colado) ciegos de música y rayas –quizá alguno se picara– entre tambores y añafiles y delirio y locura, noche tras noche, amanecer tras amanecer». «La movida aquella –dice Villena– no fueron nunca los cinco o siete sacripantes archisabidos que sacaron sus famas del mitologema, no, estos anónimos, repetidos, bellos, desaparecidos como fuegos fatuos, ellos eran todo, o sea, la plena verdad». Si Byron, a los 24 años, decidió no dejarse retratar más hasta que murió, a los 36, Villena ha elegido para su ‘selfie’, para su autorretrato poético más fidedigno, un mosaico de imágenes que lo constituyen desde su más viva esencia. Fotograma a fotograma, como en una delirante radiografía sentimental.


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ESCRIBIR CONTRA LA TRAGEDIA

En la soledad del páramo Una vida breve y marcada por una infancia aislada y las muertes prematuras de su madre y sus hermanas alimentó la sólida obra literaria de Charlotte Brontë ANGÉLICA TANARRO

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ompramos dos periódicos a la semana y leemos tres». La frase no tendría mucho de particular si no fuera porque está escrita en las primeras décadas del siglo XIX por una niña de trece años que, a continuación, se extiende en su escrito sobre los tres periódicos que lee la familia, la identidad de sus propietarios, e incluso su orientación política. Esa niña es Charlotte Brontë (Thornton, Yorkshire, 1816-Haworth, Yorkshire, Reino Unido 1955), la frase pertenece a uno de los numerosos fragmentos autobiográficos que dejó escritos, en concreto al titulado ‘Historia de 1829’, cuando ni ella misma podía sospechar que con tres novelas, escritas en condiciones de aislamiento y contra todas las dificultades que la vida le puso por delante, se colocaría en un lugar preeminente de la literatura europea y, al fin y al cabo, universal. Esa misma niña que, como es archiconocido, vivió una infancia alejada de casi todo contacto social en los páramos del Condado de York, se quedó huérfana con cinco años, vio morir a sus hermanas prematuramente, tuvo que ejercer de madre de los que quedaron cuando más necesitaba ella del apoyo materno, alternaba tareas domésticas con una escritura brillante y vigorosa inesperada en una critaura de su edad y sus circunstancias... esa niña escribió en su infancia y primera adolescencia otras cosas sorprendentes como esa increíble ‘lista de pintores cuya obra quiero ver’ y en la que aparecen Tiziano, Miguel Angel, Correggio, Leonardo da Vinci, Vandyke o Rubens. «¡He aquí a una niña pequeña, en una remota rectoría del condado de York, que quizá no ha visto en su vida nada digno del nombre de pintura, estudiando los nombres y características de los grandes maestros italianos y flamencos, cuya obra

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Anne, Emily y Charlotte Brontë, retratadas por su hermano Branwell (difuminado en el cuadro) en 1834.

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4 LA SOMBRA

DEL CIPRÉS

ESCRIBIR CONTRA LA TRAGEDIA

‘Villette’: El mundo subterráneo de las pasiones

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n 1853, Charlotte Brontë publica ‘Villette’, la última de sus novelas. Con anterioridad había dado a la prensa ‘Jane Eyre’ y ‘Shirley’. Sobre estas tres novelas descansa una de las más sólidas reputaciones literarias. De las tres hermanas fue la que tuvo una carrera más exten-

sa, aunque tampoco mucho, y la que hizo todo lo posible porque sus coetáneos reconocieran la valía literaria de Emily y Anne. En uno de sus poemas, Charlotte escribió: «Tejimos una niñez como una tela de araña». Ese aislamiento social en que vivieron durante sus primeros años de vida, in-

fluyó en su visión distanciada de las costumbres de la época y en la creación de mundos imaginarios en los que situaron las aventuras, románticas, byronianas en un sentido bastante amplio, de su prehistoria literaria. Emily y Anne crearon Gondal; Charlotte y Brawell, el hermano, Angria. Allí imaginó los pri-

meros amores de sus heroínas y las luchas de los héroes de sus sagas. Esos mundos y la libertad que el padre les concedió para leer sin censuras, forjaron su mente y la de sus hermanas. Vivió casi toda su vida en Haworth, Yorkshire, donde su padre era párroco; un lugar que era menos idílico de lo que algunos biógrafos han pretendido pues la Revolución Industrial había llegado también allí y la industria textil, de lanas en concreto, salpicaba aquellos páramos. Vinieron luego su estancia en el internado Roa Head en donde, a pesar de ser una institución buena, agradable incluso, la recibieron como a un ser insólito por su aspecto escuálido y su forma de vestir alejada de las convenciones de la época. Allí conoció a Ellen

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Nussey, que fue su íntima amiga toda la vida y a quien, en años posteriores, tuvo la costumbre de escribir contándole sus proyectos literarios. A Roe Head volvió cuatro años después como profesora. Entre 1839 y 1840 trabajó como institutriz para varias familias. En 1842 se convierte, junto con Emily, en alumna del internado de la señora Héger adonde regresó en 1843 para impartir clases. En ese período se sintió atraída por el señor Héger, a quien escribió repetidas veces, sin recibir respuesta, cuando abandonó el internado.

Estos son los momentos más importantes de una vida que Charlotte vivió sobre todo interiormente. Fue una vida que transcurrió en ambientes domésticos, con la breve excepción de los años entre 1851 y 1853, cuando frecuentó la sociedad londinense. Allí visitó la Royal Academy, la National Gallery, la Capilla Real con el solo propósito de ver la tumba de su héroe el Duque de Wellington, la Casa de los Comunes, algunas galerías privadas y los jardines del zoológico. Aun así lo que más le impresionó fueron las conferencias de William M. Thackeray, con quien ya había mantenido una interesante correspondencia, la Gran Exhibición de 1851 y dos representaciones teatrales de una actriz francesa. Como digo, a pesar de este

Branwell, un joven inteligente pero débil de carácter, y la enfermedad de su padre le procuraron. Charlotte solo sobrevivió nueve meses a su boda con el reverendo Arthur Bell Nichols. Gaskell lo cuenta todo con estilo de novelista pero también con respeto a la hora de

reflejar los aspectos más difíciles de unas vidas tan trágicas. La de Brontë fue corta pero alcanzó para publicar tres novelas que, dando una vuelta de tuerca al romanticismo, abogaban por un modelo de mujer independiente y autosuficiente, algo que en su época era una quimera.

SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN

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anhela ver algún día del oscuro futuro que se abre ante ella!». La frase exclamatoria pertenece a otra escritora, Elizabeth Gaskell, autora de la primera biografía que se conserva de la autora de ‘Jane Eyre’ y que, con motivo del bicentenario de su nacimiento, ha reeditado la editorial Alba. Dos años después de su muerte, acaecida en 1855, Patrick Brontë, padre de la escritora, encargó a Gaskell, amiga de la familia y ya una reputada novelista, la escritura de la vida de su hija. El resultado está considerado aún hoy una de las mejores biografías en lengua inglesa y un testimonio de primer orden de las circunstancias que rodearon no solo la génesis de su novela más conocida sino –por la estrecha relación que mantuvieron– las de sus hermanas Emily (de cuya pluma salió ‘Cumbres borrascosas’) y Anne, autora de ‘La inquilina de Wildfell Hall’.

Vida y literatura

La lectura de esta biografía es tan apasionante como las novelas de las Brontë. Y aunque algunos de sus puntos de vista han sido puestos en cuestión por estudios posteriores no deja de ser un testimonio de alguien próximo, que aporta cartas, escritos infantiles y juveniles y testimonios directos de personas que convivieron con la familia. Si previamente se conoce la obra de Charlotte Brontë, el seguimiento de su ‘Vida’ ofrece el plus de rastrear cuánto hay de experiencia en sus novelas. Así, es imposible separar las condiciones penosas que las hermanas vivieron en el internado de Cowan Bridge para hijas de clérigos –y donde enfermaron de muerte María y Elizabeth Brontë debido a las malas condiciones de la

alimentación– con las penurias de Jane Eyre en Lowood, como es imposible separar la muerte de Maria de la muerte del personaje de Helen Burns en la novela. Ese paralelismo se estableció también en vida de la autora. Muchos tacharon de exageración el retrato que hace de las condicio-

nes de la vida en Lowood, considerado una ofensa para los promotores del colegio de Cowan Brigde, en el que se inspira, olvidando que ‘Jane Eyre’ es al fin una novela. Curiosamente la polémica continúa hoy en día en la obra de algunos historiadores. El caso es que esas críticas no empa-

ñaron el éxito popular que pronto alcanzó Charlotte Brontë como novelista y del que puso disfrutar en vida a pesar de que murió con 39 años de la misma enfermedad que sus hermanos. Disfrute relativo si tenemos en cuenta la angustia que las adicciones de su hermano


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intervalo social, la vida de Charlotte es, en su gran mayoría, interior, y esto se refleja en sus novelas, pues lo que busca es el mundo que yace debajo, muy ligado a la reinterpretación que ella hace de la novela gótica del siglo XVIII. Ese mundo interior, esa vida en la que los incidentes sociales apenas tienen lugar, la conducen a un tipo de novela que es sobre todo, en un sentido muy amplio, doméstica: por los lugares donde transcurre la acción y por la acción misma. No son pocos los críticos que han interpretado sus novelas como recuentos biográficos. Son mucho más; si Charlotte escribe sobre esa vida centrada en el hogar y en la vida de la familia (donde héroes y heroínas están ausentes, al contrario de lo que leemos en sus sagas

de Angria), eso no es debido a la parvedad de su experiencia. Hay, por el contrario, un plan bien establecido, una poética de la vida mínima, del mundo interior, que en ‘Villette’ es la construcción de una identidad al margen de la sociedad. Que esto tiene que ver con su vida es indudable, al fin y al cabo ella la definió como la vida de un Robinson Crusoe, pero leer la novela como una transcripción biográfica es una simplificación que la priva de algunas de sus más interesantes características. Para empezar está la protagonista y narradora, Lucy Snowe, joven con quien Charlotte tiene muchos puntos en común: estancias en internados, la vida en Bruselas o su amor por el marido de la directora, entre otros. Lucy

Snowe es, sin duda, un personaje con mucha fuerza que se caracteriza por encontrarse fuera de lugar allá donde esté. Snowe le sirve de máscara hasta un punto, pero es más que eso. Pocas dudas caben de que Charlotte, al igual que sus hermanas, tuvo que crearse una al entrar en contacto con una sociedad para la cual la opinión de la mujer apenas tenía importancia; qué duda cabe que esa anulación social que las obligaba a constreñir un yo rico y, en algunos momentos, exaltado, la sentía como una grandísima injustica. Charlotte vio las posibilidades literarias que ofrecía la exploración de las vicisitudes de un yo femenino que iba más allá de su propia experiencia. ‘Villette’ es eso: un estudio del modo en que una persona busca alcanzar

una identidad en una sociedad a la que le es indiferente lo que ella quiera o necesite. Las máscaras son necesarias en un ambiente en que la vigilancia es moneda común. Madame Beck, la dueña del internado, somete a sus pupilas a una observación estricta en consonancia con su idea de que las personas son máquinas que ella ha de controlar. Esto lo logra gracias a su ausencia de sentimientos. Lucy, por el contrario, domina sus sentimientos y su sensibilidad, que están fuera de lugar allí, razón por la cual se ve obligada a llevar una vida

Entre dos mundos L

Casa familiar de las hermanas Brontë en Haworth, actualmente convertida en museo. :: EFE

o dijo Virginia Woolf en uno de sus primeros artículos, publicado en ‘The Manchester Guardian’ en 1904: «Haworth y las Brontë están inextricablemente unidos como un caracol a su concha. Haworth expresa a las Brontë; las Brontë expresan a Haworth». Pocas veces el carácter del lugar ha influido de tal modo en la sensibilidad de sus creadores. Con el agravante, es un decir, de que esos creadores surgieron de una vez, de forma excepcional, entre los muros de una remota parroquia provinciana. Basta visitar Haworth –da igual si es en verano– para empezar a entender la imaginación algo febril de las tres hermanas Brontë, Emily, Anne y Charlotte. Encaramado a las laderas del valle casi homónimo de Worth, el pueblo se asoma tímidamente a la extensión de páramo y tundra que configura la espina dorsal del norte de Inglaterra: montes pelados, colinas de brezo y helecho barridas por el viento marino que cruza la isla de costa a costa. La piedra negra de la que están hechas sus casas y adoquines se alza en grandes formaciones rocosas que parecen el fósil de un animal mítico. Allí, en lo alto del pueblo, en la linde que lo separa del páramo, estaba y sigue estando la casa parroquial donde el pastor Patrick Brontë presidía sobre su rebaño. Y fue allí donde sus hijas, sin dejar de explorar ocasionalmente el mundo que las rodeaba, idearon sus mundos privados. Mundos que fueron primero fantasías adolescentes, historias de reinos

en pugna y galantes oficiales de aire byroniano que recreaban los avatares de las guerras napoleónicas, pero que terminaron abriéndose a la exploración simbólica de su experiencia personal: relatos de internados odiosos, de institutrices injuriadas y hombres echados a perder, como su hermano Branwell. Los tratos con el mundo de las tres hermanas fueron siempre traumáticos, y cada nueva incursión era seguida de un regreso a la casa del padre para recobrar fuerzas por medio de la escritura. Asombra la intensidad de su empeño, la firmeza con que cada cual, en el estrecho espacio de que disponía –escribiendo en la cocina, a deshora, en medio de tareas domésticas–, hizo frente a sus demonios y los amarró con palabras. De las tres, fue Emily quien más y mejor guardó su distancia de Haworth. Como escribió Ted Hughes en un hermoso poema, «el viento en Crow Hill era su amante. / Su fiera pleamar en el oído era su secreto. / Pero su beso fue fatídico». Su universo era el páramo, ese lugar donde todo es más intenso y a la vez más simple, donde el clima es un dios voluble y la atmósfera, como escribió su hermana Charlotte de ‘Cumbres borrascosas’, «es tan eléctrica y tormentosa que a veces parece que respiremos relámpagos». Heathcliff y Catherine son menos personajes que encarnaciones de fuerzas elementales, hechos de la savia que alimenta el brezal o sostiene la roca. En ‘Jane Eyre’, sin embargo, el páramo se muestra como lo que es: un espacio inclemen-

te, cerrado al ser humano, que sólo sirve como frontera y lugar de paso. Charlotte es menos vivaz pero, tal vez por eso mismo, más completa que su hermana. Sabe más del mundo, de sus grises y claroscuros; conoce la dialéctica del compromiso, las medias tintas de la vida social, y hace lo posible por adaptarse a ella, aunque no sin condiciones. La muerte temprana de sus

...Allí fue donde las hijas del reverendo Patrick Brontë idearon sus mundos privados

escondida. La autora disecciona estados mentales en situaciones límites, muy al gusto frenológico de la época, que escapan de la racionalidad del momento y que permiten construcciones de la realidad distintas a las normales. Todo esto da a la novela un carácter espectral, no solo por los sentimientos que no existen o son negados; el cuerpo apenas tiene presencia en la novela. El sentimiento de estar fuera de lugar la lleva a percibir lo ominoso de los lugares, tan unido en la literatura gótica al de la ausencia del hogar. No es

JORDI DOCE

hermanas dejó a Charlotte en la posición de portavoz y custodio de una fama quizá inesperada pero que supo administrar con gran astucia crítica, hasta el punto de que tanto su prefacio a la segunda edición de ‘Cumbres borrascosas’ como la nota biográfica donde reveló la identidad de sus hermanas siguen determinando, no siempre para bien, el sesgo de nuestras lecturas. Lejos del tópico que las pinta como provincianas asilvestradas, las tres Brontë fueron artífices conscientes del valor y el alcance de su obra, como prueba el prefacio que Anne antepuso a la reedición de ‘The Tenant of Wildfell Hall’ y donde, desmintiendo la imagen de mujer insulsa que da de ella Charlotte, no duda en plantar cara a sus críticos con una defensa rigurosa de la novela como he-

de extrañar que la casa esté habitada por el fantasma de una monja. Este da pie a que Charlotte hable de la vida enterrada, esa que Lucy parece vivir, que es también la de su mundo novelístico. En contraposición a ese ambiente, en principio doméstico pero luego siniestro, está la casa del Faubourg Clotilde, lugar en que lo fantasmal ha desaparecido y que, por eso mismo, no mina su estima. Ya en 1849, a raíz de la publicación de ‘Jane Eyre’, había escrito que solo como autora podían juzgarla. Algunos años más tarde, Charlotte dijo a propósito de ‘Villette’ que prefería no escribir antes que verse forzada a crear personajes al gusto de los lectores. Solo escribía si tenía algo que decir y un modo propio de decirlo.

rramienta de conocimiento y expresión imaginativa de una verdad personal. Sus contemporáneos describieron a Charlotte como una mujer menuda, tímida y poco desenvuelta socialmente. Las cenas y recepciones a las que la invitaron sus editores en Londres le permitieron conocer a sus ídolos, empezando por Thackeray –a quien dedicó la segunda edición de ‘Jane Eyre’–, y trabar amistad con mujeres sobresalientes como Harriet Martineau y Elizabeth Gaskell, a quienes impresionó por su mezcla de tenacidad, paciencia y orgullo. Tuvo tiempo para escribir dos novelas más, quizá no tan redondas ni emblemáticas como el relato de la huérfana Jane, pero que confirmaron su raro talento. A espaldas del páramo, pero consciente de su poder –el mismo que había fulminado a Emily–, Charlotte Brontë tuvo el sabio atrevimiento de bajar al mundo y sumergirse en sus rigores, su complicación. De ahí se trajo menas de palabras que aún nos iluminan.

Paisaje de Haworth, lugar de residencia de las hermanas Bronte.


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Armand y Michèle Mattelart

Compromiso y resistencia AGUSTÍN GARCÍA MATILLA

Decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación de la Universidad de Valladolid.

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a reciente investidura como doctores honoris causa de Armand y Michèle Mattelart constituye un hito en la historia de la Universidad de Valladolid. Ambos doctores han sido referentes para varias generaciones de profesores de comunicación y sus enseñanzas han abierto camino a cientos de profesionales muy comprometidos con un ejercicio honesto del periodismo así como a investigadores de la comunicación de todo el mundo. La labor de Michèle Mattelart ha sido menos conocida que la de Armand, pero no por ello es menos relevante. Desde muy joven denunció la injusta invisibilidad del trabajo de las mujeres y la ocultación del valor productivo de sus tareas a ojos de la sociedad y con la connivencia de los medios de comunicación. En sus obras ha denunciado la instrumentación que se ha hecho del concepto de ‘liberación de la mujer’. Ese eslogan se ha convertido en un mantra y en un leit motiv al servicio del consumismo. Desde que publicistas pioneros como James Walter Thompson descubrieran el potencial consumista de las amas de casa, la guerra no ha cesado. Se ha visto a la mujer como un segmento de población convertido en público diana de las campañas de consumo de tabaco y de otras relacionadas con hábitos alimentarios o estéticos, reforzadores de estereotipos femeninos contradictorios con ese anhelo social por alcanzar una mayor igualdad entre hombres y mujeres. Las investigaciones de Michèle Mattelart favorecieron una toma de conciencia de estos y otros muchos temas. El pensamiento feminista no tardó en darse cuenta de la necesidad de adoptar una actitud crítica y de aprender a leer las trampas de estrategias comunicativas sumamente perversas.

Michèle y Armand Mattelart. :: EL NORTE Armand Mattelart es por su parte uno de los referentes imprescindibles en la reflexión sobre las industrias culturales y las industrias creativas. Tras la muerte de Umberto Eco, Armand es uno de los últimos grandes pensadores mundiales de la comunicación que han hecho avanzar la investigación en nuestras áreas de conocimiento. La larga trayectoria de Armand Mattelart se ve jalonada por obras con títulos sugerentes como ‘Para leer al pato Donald’ (1972) escrita en colaboración con Ariel Dorfman y en la que desvela cómo las aparentemente inofensivas tiras de dibujos de los personajes de Walt Disney, encubrían mensajes directamente encaminados a formar a los jóvenes lectores en una ideología capitalista centrada en el afán de acumulación y de lucro desmedido. Fruto de estudios posteriores son los títulos ‘La Internacional Publicitaria’ (1990), ‘La comunicación-mundo. Historia de las ideas y de las estrategias’ (1993) o ‘Un mundo vigilado’ (2009) que entronca con su obra más reciente, ‘De Orwell al cibercontrol, Superando Gran Hermano’ (2015)

escrita en colaboración con André Vitalis, y en la que analiza la otra cara de las tecnologías de la información tras la revelación de las prácticas ilegales de la Agencia Americana de Seguridad. En cuanto a las obras escritas en colaboración con Michèle Mattelart cabe destacar ‘Historia de las teorías de la Comunicación’ (2005), traducida a 13 lenguas. Ambos han mantenido siempre un compromiso social y político que les llevó a estudiar la responsabilidad del diario chileno ‘El Mercurio’ en el período previo al golpe de estado y en el acceso al poder de la Junta Militar presidida por el general Augusto Pinochet. Tras esa experiencia, participaron en el filme ‘La espiral’ (1974) que desveló el gran complot internacional que hizo posible la caída del gobierno democrático de Allende. Las investigaciones de Armand y Michèle Mattelart han servido de fundamentación metodológica para defender la necesidad de organizar un nuevo orden mundial de la información mucho más igualitario. La inauguración de la era Internet pareció dar cabida a un nuevo tipo de inter-

cambios comunicativos, pero en la práctica estos nuevos sistemas siguieron estando en manos de grandes grupos económicos que acumulaban poder y pretendían hacer un uso tóxico de su influencia. Los Mattelart nos han hecho tomar conciencia acerca de cómo sobre Internet sigue pendiendo la afilada espada de Damocles de la posible censura. Para justificarla se dan argumen-

Armand y Michèle nos siguen invitando a pensar sobre los medios como sevicio público imprescindible

tos que supuestamente persiguen acabar con los usos perversos de la red por parte de organizaciones terroristas, o por las actuaciones de delincuentes de muy diversos perfiles. Lo cierto es que numerosos estados explotan el miedo de la ciudadanía, justifican medidas represivas que atentan contra la libertad del individuo pero aportan pocas actuaciones de mejora de la educación de la ciudadanía. Por ejemplo, no adoptan medidas equivalentes para promover una educación mediática y una educación integral en materia de comunicación que permita aprovechar todas las potencialidades de los medios de comunicación y de los sistemas de información para formar ciudadanos más críticos, conscientes y competentes comunicativamente hablando. Los medios de comunicación convencionales siguen reproduciendo valores estereotipados que retroalimentan un modelo ultraconservador de sociedad. Sigue existiendo una gran hipocresía a la hora de abordar todos estos temas. Sin duda en esto influye la organización de grandes oligopolios que defienden in-

tereses comerciales y pretenden dejar a un lado las prioridades de la mayor parte de la sociedad y de un alto porcentaje de ciudadanos y ciudadanas desencantados. Armand y Michèle Mattelart siguen defendiendo el que existan medios suficientemente independientes, comprometidos con la labor de servicio público y avalan la labor de los periodistas honestos que buscan la verdad sin aceptar presiones. He comenzado este artículo poniendo de relieve el carácter extraordinario de esta investidura, pero conviene añadir algo más. Por primera vez la UVa concede un doble doctorado honoris causa de manera igualitaria, a un hombre y a una mujer vinculados al ámbito de la comunicación. Es la primera vez que el Campus de Segovia, – junto con Palencia y Soria, uno de los tres existentes fuera de la ciudad de Valladolid– promueve una concesión de estas características y es a su vez la primera vez que más de cien estudiantes de grado, tras haber leído algunos de los textos de los Mattelart, tienen oportunidad de dialogar con los nuevos doctores y de escuchar sus discursos en la ceremonia solemne posterior. Armand y Michèle Mattelart son un ejemplo de compromiso y de resistencia y se niegan a admitir que los medios y sistemas de información sirvan fundamentalmente a intereses comerciales. Ambos nos siguen invitando a pensar sobre los medios como servicio público imprescindible y esto es lo que hacemos en las áreas y grupos de investigación que trabajamos en este ámbito en la UVA en coordinación con otros grupos de investigadores españoles que vienen desarrollando una ingente labor ante la mayoritaria insensibilidad de las administraciones. Defendemos la necesidad de poner en práctica una alfabetización comunicativa del conjunto de la sociedad. Hacemos especial incidencia en la formación de los futuros profesionales de la comunicación a los que animamos en nuestras clases a defender la utopía posible de una acción comunicativa transformadora, con compromiso social y regeneradora de la democracia.


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OTRA GALAXIA 14 de mayo

¿Quién no ha tenido alguna vez una experiencia con un fantasma? Yo desde luego sí, y conozco varios casos. Aunque, desde luego, toda experiencia fantasmática tiene un claro cariz subjetivo que se resume en esta idea: «Yo sentí una presencia». Esa presencia sentida sensorialmente podría ser un fantasma, un ectoplasma o sencillamente una alucinación. Por lo general, esta, la alucinación, es la razón más frecuente para elucidar la visión de un ser cuya existencia, materialmente, es imposible. Y las alucinaciones, ya se sabe, las carga el diablo con variada munición. Pero, aun así, a veces uno, sin creer en ellos, sabe que haberlos haylos. Real o ficticia, es asombrosa la historia que cuenta Rainer Maria Rilke en ‘Los apuntes de Malte Laurids Brigge’ (Alba Editorial). Rilke pone en boca de Malte, su alter ego, la vivencia de que cuando era niño pasó una temporada en un castillo o caserón y que, durante los meses que allí estuvo, todos vieron al menos tres veces al fantasma de Christine Brahe, la mujer del anfitrión, fallecida años antes. Esa mujer, noble y bella, perfectamente descrita por Malte Laurids Brigge, se sentaba con ellos, desayunaba con ellos y era una presencia que estaba juntos a ellos sin mediar palabra, pero ‘estando físicamente’. Lo asombroso es la naturalidad con que se describe la convivencia con el ser de ultratumba. Sin llegar al caso extremo de convivir con uno, lo más frecuente es sentir su presencia. Tuve una experiencia personal de esta naturaleza hace unos treinta años. Nunca he vuelto a sentir nada parecido. Fue lo siguiente: vivíamos Maribel y yo en un piso muy viejo y muy grande de la calle Infantas de Madrid. Una

noche en que estaba yo solo en la casa, porque Maribel se había ido a pasar unos días a Valladolid, metido ya en la cama dispuesto a dormirme, apagué la luz de la mesilla y el dormitorio se llenó de una negra, absolutamente negra oscuridad. No pasó ni medio minuto, cuando de pronto sentí clara, nítida, lúcida y físicamente que alguien se sentaba en la cama, que un cuerpo hollaba el colchón, con el consiguiente movimiento ligero que eso produce en las mantas. Sé que es absurdo jurarlo, pero puedo jurar que por unos segundos, en aquella cama en la que estaba yo solo, en aquella casa en la que estaba yo solo, había ‘alguien’ o ‘algo’ junto a mí. Como no me había llegado a dormir aún, pues aquello sucedió en cuanto apagué la luz, consciente como era de que algo extraño estaba sucediendo, corrí a encender de nuevo la lámpara y comprobé que allí no había nada ni nadie. Esa inquietante sensación me desazonó toda la noche, en la que estuve, creo, leyendo hasta que me pudo el sueño con la luz encendida. Nunca más en la vida he experimentado algo tan real como aquella forma sentándose a mi lado en la cama. Pero no acaba aquí esta experiencia, porque –y de nuevo en las mismas circunstancias–, unos meses después Maribel sintió exactamente lo mismo. En esa ocasión, la que estaba sola en la casa era ella, yo estaba de viaje. El marco era idéntico: nuestro dormitorio, la noche, la hora de dormir, la lámpara que se apaga y, de inmediato, en la negrura, el sentir pesado de un cuerpo que aplasta un lado del colchón con la inequívoca certeza de que alguien se ha sentado allí. Maribel tardó un poco más que yo en volver a encender la luz, porque no daba crédito a que aquello estuviera sucedien-

ADOLFO GARCÍA ORTEGA

Esa presencia sentida sensorialmente podría ser un fantasma, un ectoplasma o una alucinación

do. Cuando, por fin, extrañada o aterrada, encendió la lámpara, a su alrededor no había más que el natural y previsible vacío. Lo sorprendente es que ella no sabía nada de mi experiencia pasada, y solo se la conté cuando ella me contó la suya. Bueno, de aquella enorme casa en la que vivimos casi diez años al final no nos echaron los fantasmas, cuyo deambular nocturno casi llegamos a dar por sentado, sino los ratones. Pero esa es otra historia. Lo que es realmente extraño es cuando existe una evidencia tangible que no admite ninguna explicación lógica. A unas personas, muy cercanas a mí, les sucedió un hecho inexplicable. Diez meses después de fallecido su padre, mis amigos, dos hermanos

que viven juntos en la casa familiar donde también vivía el padre fallecido, salieron a dar un paseo por los alrededores. Caminaron mucho los dos, calcularon que unos cuatro kilómetros, y entonces uno de ellos recibió una breve llamada en el móvil. Cuando quiso darse cuenta, vio que se trataba de una llamada perdida. Lo inaudito era que la llamada perdida procedía del móvil de su padre fallecido. Ese móvil estaba en la casa, dentro de un cajón y técnicamente sin batería. Los hermanos se asombraron tanto que regresaron precipitadamente, quizá pensando que se trataba de un robo. Al llegar, comprobaron que todo estaba en orden. Nadie, además, tenía llaves, ni siquiera contaban con una asistenta, ni

tampoco ningún familiar, todos lejanos, podía entrar en la casa y menos aún saber dónde estaba el móvil de su difunto padre. Corrieron, entonces, a buscar ese móvil y comprobaron que, en efecto, la llamada se había producido al teléfono de uno de los dos hermanos, y que la anterior llamada que figuraba en el móvil era de once meses atrás, en vida todavía del padre. Nadie, por tanto, salvo el muerto podía haber hecho esa llamada. Es algo tan absurdo que, de puro inverosímil, acaba por ser aterradoramente inquietante. No dejó mensaje, no hubo voz, no hubo más que la llamada perdida sin ningún objetivo. En el cementerio de Novodyeviche, en Moscú, hay una tumba en la que se ve a un general soviético llamando por teléfono. Ningún hilo sale del auricular. Es un cadáver al aparato. No se sabe si llamaba él o recibía la llamada de Stalin. ¿Sería él quien llamó desde el teléfono de su padre a mis amigos?

Un fantasma al aparato :: JOSÉ IBARROLA


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DEL CIPRÉS

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on todo lo que se ha traducido últimamente a nuestro idioma, y bien, era una anomalía manifiesta que nadie se hubiera ocupado de la obra de Angelika Schrobsdorff, mujer del cineasta de la Shoah Claude Lanzmann y autora de una docena de narraciones fundamentales en la literatura germana de la segunda mitad del s. XX. Para subsanar esta laguna, en concreto mediante su libro ‘Tú no eres como otras madres’, en una empresa original y encomiable, se han unido dos editoriales: Errata Naturae y Periférica. Bendito empeño. Sólo con este libro autobiográfico no nos cabe duda alguna de que estamos ante una autora con un estilo poderoso, capaz de mantener el pulso narrativo con intensidad durante cerca de seiscientas páginas, a la antigua usanza, de manera lineal, con algunas prolepsis, alternando la primera y la tercera persona. Con la condición judía como fondo y soberbios meandros sobre personajes secundarios o viajes, sus páginas recorren desde el Berlín finisecular hasta el arrasado después de la derrota nazi, pasando por las dos matanzas bélicas mundiales, los locos veinte de entreguerras, el engranaje del Tercer Reich, que atrapa y derrumba a los personajes y la mísera, amoral y aterradora posguerra. Curiosamente, para alguien con tanto mundo, la felicidad, unida al florecer del cuerpo, no se encuentra entre la bohemia berlinesa sino en una aldea búlgara mísera donde supo lo más difícil, la sencillez de corazón, «lo genuino, natural, primitivo, la hospitalidad», desconocidos entre la gente fina de las ciudades. La novela es una larga y sentida evocación –la magdalena proustiana es un librito olvidado en un baúl, luego aparecen otros documentos familiares y cartas, algo reiterativas– que homenajea a su madre, carismática y lúcida, alegre e indómita, juerguista y rutilante, nerviosa e iracunda, tierna y vitalista, cálida e insensata…los adjetivos se agotan para describirla a los ojos de la autora, a pesar de que en la especie de estrambote epistolar que ocupa el último capítulo, en un autoanálisis brutal, sin compasión, como a lo largo de la novela, la madre, destruida físicamente a causa de una enfermedad entonces rara y sin poderse valer, le espeta: «somos egoístas, fanfarronas y pagadas de nosotras mismas, además de perezosas». Pero la hija, cumpliendo con el encargo que un amigo judío exiliado en Hollywood le encomendara en vano a su madre, rememora la existencia materna, que siempre se atuvo a sus «propias leyes»,

UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO

Schorobsdorff es una autora con un estilo poderoso, capaz de mantener el estilo narrativo con intensidad durante cerca de seiscientas páginas Otra novela con afán totalizador, también alemana y de autor inédito en español es ‘’El alumno Gerber’

con un amor profundo, tratando de entenderla, pese a su carácter impulsivo y volcánico y sus devaneos y vaivenes sentimentales, fracasos que sólo le dejaron descendencia por sus continuos problemas con los hombres. Parafraseando a Rosales puede decirse que sólo se equivocó en aquello que más quería. Toda la desgraciada y sangrienta historia de la primera mitad del siglo XX, el sinsentido de la humanidad, le cae encima a la protagonista, fuerte, segura y libre, así como a sus tres hijos y, sin embargo, la apasionada y apasionante narración derrocha vida a raudales, es un canto raigal a la vida y a la belleza del mundo. La conjunción de ambos aspectos cuaja en un tono sólido, de gran calado y una destacable penetración psicológica, que no decae nunca, que estremece. Al acabar la historia me han venido los versos finales del réquiem de José Hierro por Manuel del Río, el español muerto en el exilio neoyorkino: «No he dicho a nadie que he estado a punto de llorar». Otra novela con afán totalizador, también alemana y de autor inédito en español, pero en este caso escrita durante el período de entreguerras, es ‘El alumno Gerber’ (Acantilado) de Friedrich Torberg. La novela no es tanto, que también, un diagnóstico del sistema de enseñanza de la época, cuanto una vivisección sin anestesia, en canal y con bisturí muy fino, del pulso desigual entre una personalidad vanidosa, inflexible y despótica hasta la deificación, que detenta el poder con delectación y sin contemplaciones, y otra inestable, en formación, rebelde sin causa, inteligente, talentosa se diría ahora. A lo largo del toma y daca del enfrentamiento, el lector se pregunta si al cabo el curso de los acontecimientos se precipitará en un torbellino avasallador y trágico o bien las aguas de la pubertad se remansarán a las puertas de la madurez. De lo anterior se deduce que estamos además ante una novela de iniciación, porque el otro hilo conductor son los amoríos difíciles del protagonista con una joven un tanto casquivana que ha colgado los estudios –espléndido a este respecto el pasaje que transcurre en un tren nocturno abarrotado de esquiadores, de vuelta a un balneario invernal tras una jornada en la nieve. Así como, de fondo, las relaciones con los padres. La narración está escrita en caliente, cuando Torberg tenía veinte años, y demuestra una capacidad sobresaliente para inmiscuirse, desde la tercera persona al monólogo interior, pasando por el desdoblamiento con autoanálisis del personaje principal, en los tortura-

Entre historia Material autobiográfico


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Portadas Por rtadas de revistas ale alemanas de los años tre treinta en los que tra transcurre la novela ‘Tú no eres como otras ma madres’. :: CORTESÍA CO ERRATA NAT NATURAE/ PERIFÉRICA

as reales

dos y tortuosos callejones sin salida de la atormentada adolescencia. El mentor de Torberg, y salvador de los papeles póstumos de Kafka, nada menos, con lo que su olfato literario está fuera de toda duda, Max Brod, creía que la novela, desde la vida escolar, era una mirada «clarividente y visionaria sobre la total totalidad de nuestra existencia». En Entre novillos, in integrales e inco comprensione nes del mundo yp picores de la m mocedad, en ef efecto, cabe pr preguntarse sobre los abismos de una mente en enferma, que sól sólo se alimenta del abuso, la hu humillación y el serv servilismo, sobre v la violencia ejercida desde el poder absoluto o sob sobre la transmisión del conocimie miento y la discipl ciplina mediante el deseable uso de la l persuasión y el contagio por enci de la fuerencima za. C Con frecuencia, la verdadera biogr biografía no se encuen en los hecuentra chos reales o en su apro aprovechamienfic to ficticio, sino en de el desarrollo inted la persona, rior de en su sus pensamientos y sentimientos, como sucede en ‘Cuad ‘Cuadernos del alma (Casimiro) alma’ ex del expresionista norue noruego Edvard Munch que se pintó –cerca Munch, de treinta años estuvo trabajando en su conocido ‘Friso de la vida’– a través de representaciones recurrentes de la herencia, la ansiedad, la desesperación o la angustia: «con mi arte he buscado explicarme la vida, he intentado comprender mi destino». Lo mismo es aplicable a sus apuntamientos, aunque expresar un lienzo sea imposible, en los que se advierten además los altibajos emocionales que lo llevaron a ingresar en una clínica de Copenhague: «mi pulso es o intenso –con violentos ataques de nervios– o lento –con taciturna Melancolía». Pese a sus neurosis y crisis de alcoholismo, artista tenaz y esforzado donde los haya, Munch dejó en su casa-taller más de 1.000 cuadros, 4.500 dibujos y 18.000 grabados, que se dice pronto. De entre las 13.000 páginas, aproximadamente, que legó, se ha cribado esta selección, no muy extensa pero sustanciosa, en particular los pasajes descrip-

‘TÚ NO ERES COMO OTRAS MADRES’ Angelika Schrobsdorff, Periférica & Errata Naturae, 592 pp., 24,50 €.

‘EL ALUMNO GERBER’ Friedrich Torberg, Acantilado, 320 pp., 22 €.

‘CUADERNOS DEL ALMA’ Edvard Munch, Casimiro, 71 pp., 8 €.

‘DOSCIENTAS SESENTA Y SIETE VIDAS EN DOS O TRES GESTOS’ Eugenio Baroncelli, Periférica, 336 pp., 19,90 €.

tivos de la naturaleza y de su pintura, algunos en defensa propia, cuando anota –«no creo en el arte que no nace de la necesidad del hombre de abrir su corazón»– la conmoción, el estremecimiento del ojo interior que dio lugar al cuadro, siempre tentativa de tratar de entender, mediante lo artístico, el sentido de la existencia. Incluso, a veces, a través de semblanzas mínimas de existencias ajenas se puede vislumbrar, como en ‘Doscientas sesenta y siete vidas en dos o tres gestos’ de Eugenio Baroncelli, la manera de vivir y de enfrentarse a la realidad del autor. De hecho, en el ‘incipit’ se señala que «no existe escritor más autobiográfico que el biógrafo». Nos encontramos ante otro libro curioso y excepcional que nos trae a nuestro idioma el sello Periférica, especializado en rarezas literarias de primer orden, me acuerdo ahora, por caso, de ‘Los grandes placeres’ de Giuseppe Scaraffia, que comentamos en su día. Del experimento de Baroncelli, reunir microbiografías centradas en momentos puntuales y decisivos, me gusta más como título el que tenía en el original italiano y que figura como subtítulo en esta edición: ‘Libro de candelas’, acaso porque me ha traído a la memoria a quien con más emoción contenida ha usado el término en español, nuestro José Jiménez Lozano y porque, como señala una de las citas iniciales, de Per Olov Enquist, «todas las vidas tienen una historia, pero pocas se acaban escribiendo» y aún añade el autor en el pórtico del volumen: «no hay mejor prueba de que alguien ha pasado por este resbaladizo mundo que una biografía». De él mismo ensaya dos, una al lado de Lezama Lima en la parte de ‘Fumadores de puros’ y otra de su padre. En todo caso es una gozada de lectura, se abra por donde se abra el libro, un prodigio de imaginación, lleno de páginas eruditas y al tiempo reflexivas y con grandes dosis de humor. Se parte de una colección de amantes y se clausura con maneras curiosas de salir del mundo. Entre medias, estos «simulacros de biografía», un tanto a voleo, sin «ningún esquema previo» de elección, contemplan conductas hipocondríacas, fantasmales, frikis o suicidas, caracterizadas sin desperdicio ya en los epígrafes: ‘Marcel Proust, escritor homeopático’, por poner un ejemplo al azar. Entre los de compatriotas, va de Manolete a Góngora, del este año omnipresente Cervantes a ¡Ferrer Lerín!, de Hernán Cortés a san Ignacio de Loyola, Miguel Servet o Pedro Garfías, que se incluye en un singular apartado de mejicanos.


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Disgustos en la infancia N

unca su risa es equivocada. Al menos para quien los abraza. Nunca se rompe la luz de su mirada y los gestos inventados. Al menos cuando la risa no les detiene. Aunque llegue la noche cambiando los muebles de su sitio de siempre. Porque el techo del dormitorio descuelga algunos temores entre sombras. Y aun sabiendo que la oscuridad esconde todo, ellos avisan de héroes entre sus juegos, y aseguran que arrasan el mal porque son amigos suyos. Aún son pequeños. Cuatro y seis años. Y bailan lo más moderno, recitan poesías en días de fiesta. Asisten a conciertos o a actos propios de su edad. Conocen mundos distintos cuando viajan y aprenden otras gentes y otras formas y distintos caminos. Respiran encantados sobre su sonrisa continuada. Sus nombres: Mateo y Pablo. Y les encantan los policías y los bomberos. Héroes más distintos, pero héroes. Esto, sin saber hasta qué punto el mundo se ha revuelto. Se ha desbordado. Tantas realidades en un palpitar mal herido. El niño mayor gusta de arreglar heridas ficticias. Le

Cristales rotos en un parque infantil. :: EL NORTE

La buena compañía

H

ace bastantes años me ocurrió algo que, desde entonces, me lleva a ponerme en guardia al llegar una fecha pródiga en obsequios. Una persona, con la que no me unía amistad alguna y sí las diarias ocho horas laborales, me preguntó, sabedora de mi amor por la letra impresa, qué novela podía regalar a su cónyuge. Nunca hubiera creído que tal cuestión me produjera, como me produjo, un supino aturullamiento. Sí, con amigos bibliófagos era, y es, habitual la recomendación de este y de aquel otro libro; no obstante, cuál sugerir a alguien cuyos conocimientos

literarios empezaban y acababan por lo pregonado en los informativos de televisión. Si acaso. –¿Una novela? A tu marido, ¿qué género le gusta? –hice tiempo mientras intentaba que me viniera a la cabeza alguna que satisficiera su demanda. –Todos. Si es buena… Las nubes grises se tornaban negras. Y es que, por estas que son cruces, las características que debía poseer una obra, y no solo literaria, para calificarla como buena eran, para ese matrimonio y para mí, antagónicas. Recuerdo que por esos días disfrutaba como un enano con

la lectura de ‘Las aventuras del bachiller Trapaza’ de Castillo Solórzano, algo usual con los clásicos de la literatura picaresca, pero desistí de proponerle su compra. Sabía que no era lo que buscaba y su mención, sólo, hubiera hecho que me conceptuara como un tipo sabidillo y pedante, más preocupado en mostrarme como alguien de paladar literario extraño y exquisito que en ser un buen compañero. Lo peor, con todo, no era esto, sino que todos los libros de los que me acordaba le empujarían a idéntico juicio o a preguntarme: –¿De Chaves Nogales? ¿Ese no es el presidente de la Junta de Andalucía?

Así las cosas, y viendo que era incapaz de articular un nombre, recurrí al lugar común, y aquí vino el del reportero de guerra metido, desde hace mucho, en escritor de verbo tan punzante como coloquial, y que hoy, además, hace sus pinitos como historiador por entregas. –¿Y de qué va? –¿De qué va? –«glups», más allá de quién lo protagonizaba no tenía ni repajolera idea de su argumento–. De espadachines. Va de espadachines. Bueno, te dejo que ando muy atareado. Desde ese día, al aproximarnos a época de regalos a discreción, me pongo al corrien-

DONDE HABITO ELENA SANTIAGO

acompaña un maletín de necesidades para cuidar cuando elije jugar a médico. –¿Vas a ser médico de mayor? –No. Voy a ser rey. Y se quedó muy de acuerdo consigo mismo. Pablo asegura que va a ser eso, mayor. –Ya mayor –advirtió Mateo– eres padre y te enamoras, y eres grande haciendo a los padres muy mayores. Abuelos. Entonces, se cansa-

LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ

te de cuáles son los libros que se venden a troche y moche, escojo los que no están hueros de calidad –quién es el autor es indicativo fiable–, me entero de la trama de cada uno y guardo en la memoria sus títulos para soltarlos caso de que un lector dominguero, o co-

ban. Había que acercarles sillones muy cómodos y zapatillas calientes. Aunque no querían morirse, sin embargo no olvidaban que su último viaje era a las Nubes. Estaban muy contentos cuando nevaba, quizá porque no se veían nubes. Sólo vuelos de copos blancos. Por miles sobre tejados y caminos y flotando en vientos. –¡Ah¡ Y escondiendo lo feo– opinaron. Ellos conocían lo feo, visto al pasear la perrita por un parque. Se habían detenido los niños bruscamente en la yerba verde que se podía pisar y les dejaban pasearla. Alrededor árboles saboreando algo ya de primavera. Fue Pablo quien hizo una parada en seco y gritó, vuelto a su tía Elena. Mateo sostuvo que aquello era fatal. Y Pablo, hacia su compañía, con voz muy alta señaló espantado: –¡¡Un cristal de vino ¡¡ ¿Te lo puedes creer?¡Roto y tirado! ¿¡Te lo puedes creer!? Impresionado continuó que aquello era peor que lo malo. Que era como ponerse a llorar, viendo roto un campo tan bonito con aquel mal tirado allí mismo.

lega de éste, me pida consejo. Uno, sí, literariamente, con los años se separa más y más de modas librescas y va, como diría aquel, a lo suyo. Otro tanto me sucede con poblaciones y parajes. Rehuyo de los emplazamientos que están en boca de todo quisque; que aparecen en la enésima lista que enumera a los más bellos, bien por su conjunto monumental, bien por su paisaje sobrecogedor. Y es que al visitarlos es tal la multitud que los pisotea que, sin negar los atributos por los que han alcanzado fama, me desilusionan, más al percatarme de que la turbamulta, a tenor de su gesto, lo mismito le daría estar allí que acullá, lo que contamina, vulgarizándolo, lo que en otra circunstancia proporcionaría sin igual deleite. Una terracita de un bar de un pueblo poco frecuentado y un gran libro que ya nadie lee. ¿Existe alguna compañía mejor que la soledad?


LECTURAS

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Un neopolicíaco con aroma y sabor cubano Vladimir Hernández ofrece en ‘Indómito’ un adictivo ‘thriller’ con escenarios en La Habana

VICENTE TE REZ ÁLVAREZ

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el siempre atractivo catálogo de Roca Editorial llama la atención especialmente el espacio que dedica al ‘thriller’ y a la novela negra. Gracias a ese interés por la difusión de la literatura de género nació, hace ya unos años, el Premio L’H Confidencial, uno de los más importantes y prestigiosos dedicados al género negro. En su última edición el ganador ha sido el escritor cubano Vladimir Hernández con la novela titulada ‘Indómito’, un adictivo ‘noir’ de un novelista que se declara deudor del romanticismo cínico de Raymond Chandler y también de autores como Elmore Leonard, James Ellroy, Michael Connelly y John Connolly. Con tales padrinos no resulta extraña la afiliación ‘hardboiled’ de ‘Indómito’, una novela que se desarrolla en La Habana duran-

te el año 2014 y que comienza de una forma impactante: Mario Durán, el protagonista de la novela, despierta en una fosa con el cuerpo ensangrentado, un montón de tierra encima y con el cadáver de su mejor amigo al lado. Es el principio de algo parecido a un descenso a los infiernos en clave ‘Divina comedia’ pasada por el filtro del son cubano y también de una vuelta de tuerca a los demonios vengativos de un Edmundo Dantés caribeño a lomos de una Harley David-

‘INDÓMITO’ Vladimir Hernández. Roca Editorial. 288 pág. 2016. 18 euros.

son. ¿Qué ha ocurrido hasta llegar a esa situación? Apenas unos días antes, Mario y Rubén, su mejor amigo, estaban en la cárcel tras un mal negocio que les había arrojado al penal de Valle Grande donde habían sido recibidos por otros reos a gritos de «carne fresca» y con amenazas de sodomía entre carcajadas y burlas. Siete años de condena pero ambos sabían que podían estar muertos en siete días. Sin embargo, sorprendentemente son liberados. El precio a pagar no es otro que participar con sus conocimientos tecnológicos (los dos amigos son ingenieros de Informática y Telecomunicaciones) en un importante robo. En una narración llena de matices floridos y aspereza violenta asistimos a la preparación del robo y a la aparición de otros personajes como el Zurdo, Silvia y Sandoval, el matón que parece dirigirlo todo, aunque Durán rápidamente descubre que hay un hombre en la sombra que es el que realmente manda. A pesar del éxito del trabajo, los dos amigos descubren demasiado tar-

Vladimir Hernández. :: PEDRO URRESTI de que han sido utilizados… Rubén muere y Durán es enterrado vivo. Nada, sin embargo, puede detener a un hombre como Mario Durán, alguien de carácter indómito, tal y como muy bien señala el título de la novela. Vladimir Hernández sigue tirando de flashbacks y nos habla de la niñez de Durán y de cómo se forjó su espíritu de resiliente nato. Aban-

donado por su madre a los siete años y a cargo de un padre violento, sin oficio, bebedor, exmilitar expulsado de las FARC, reciclado en bisnero ocasional y estafador itinerante; un padre que nunca le abrazó pero, a cambio, le enseñó a conducir y a disparar como nadie. Gracias a ello, Durán se convierte en un superviviente pero también en un hombre que ha

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heredado la misma pulsión violenta que caracteriza a su progenitor, una frustración latente, una furia y una agresividad que es lo único que le ayuda a soportar el dolor. Alguien por el que, a pesar de transformarse en una criatura de sangre fría apostada bajo la arena del desierto aguardando a sus víctimas, es inevitable sentir empatía. Había llegado el momento de patear el avispero y Durán no duda en vengar la muerte de su amigo. La novela se transforma en una persecución implacable y en una narración de crímenes llena de violencia y horror. Vladimir Hernández resuelve el viaje trepidante a los infiernos que protagoniza Durán con auténtica maestría. Lo hace abusando de marcas de coches, de pistolas, de puros, de móviles, de ropa (Durán dispara pistolas Stechkin APS y Makarov soviéticas, bebe cerveza Cristal, calza botas Caterpillar, viste jeans Lee y chaquetas tejanas Wrangler, conduce un Plymouth Deluxe con parachoques cromado…) pero también con una prosa que se puede oler y saborear («el cuartucho olía mal; a miedo y adrenalina, al perturbador aroma metálico de la sangre, a desesperación enclaustrada»). Y, al fondo, siempre La Habana como personaje principal. Una ciudad que también reconocemos en sus olores y sabores, en las conversaciones y los ruidos del barrio, en la extroversión de los patios vecinales, en los jadeos y palabras de gozo escuchados a través de ventanas abiertas. En fin, ‘Indómito’ es un ejemplo perfecto y logradísimo de ese neopolicíaco convertido en género pop y narrativa de reflejo social tan necesario e incluso envidiable que nos llega desde Hispanoamérica.


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DEL CIPRÉS

LECTURAS

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Los últimos mohicanos de Vicent

LOS ÚLTIMOS MOHICANOS Manuel Vicent. Editorial: Alfaguara. Precio: 7,99 €. Páginas: 220.

Ha rescatado los perfiles de escritores que practicaron el periodismo como si fuese arte

CRISTÓBAL VILLALOBOS

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asi a diario, como en peregrinación, el joven Francisco Umbral, recién llegado a Madrid, y mientras escribía y repartía El Norte de Castilla de Delibes, acudía al sotanillo del Teide para contemplar, en un ejercicio místico, cómo César González Ruano convertía la dura cotidianeidad en arte, al ritmo de dos artículos diarios que escribía sobre la mesa del café con una pluma estilográfica negra y gorda, con la que rasgaba pacientemente unas cuartillas que luego guardaba dentro del periódico del día. Para Umbral, César era «el último escritor vestido de escritor y viviendo de escritor que quedaba en Madrid», la supervivencia de la literatura en el periódico, un samurái que se entregaba a la profesión en un sacerdocio inquebrantable. Lo que no sa-

bía entonces el columnista, aunque lo deseaba con todas sus fuerzas, es que Ruano no sería el último de la estirpe que desde Larra llega hasta nuestros días, sino que él mismo sería un digno sucesor que alcanzaría, según muchos autores, las más altas cotas de este género periodístico tan español que es el articulismo. Manuel Vicent nos regala, a los amantes de esta literatura, ‘Los últimos mohicanos’, una deliciosa obra en la que recopila los perfiles publicados en prensa dedicados a aquellos escritores que practicaron el periodismo como si fuese arte, en unos tiempos lejanos a la inmediatez de los datos, las redes sociales y las grandes empresas de la información. Autor de múltiples obras notorias, como la ya clásica ‘Tranvía a la Malvarrosa’, rescata en esta ocasión los retratos literarios de los que para él constituyen los últimos mohicanos de la literatura en prensa sin caer, por pura humildad, en un grave error: él es ya uno de esos últimos mohicanos, tras décadas de columnismo ininterrumpido

Manuel Vicent. :: JOSE RAMON LADRA siguiendo la estela de estos grandes maestros. La obra, divertida y ágil, para leer de una sentada, acerca al lector del siglo XXI las míticas firmas del XX, en una crítica literaria intuitiva y romántica, que nos recuerda a obras de Umbral como ‘Los alucinados’ o ‘Las palabras de la tribu’, salvando, obviamen-

te, las diferencias estilísticas. No se trata, por tanto, de una obra académica, sino de la visión personal de un imprescindible del articulismo actual sobre sus principales referentes, con sus miserias y sus virtudes, personales y literarias, penetrando de forma certera más en la personalidad del escritor, a veces sin

La forma de mi cerebro

tamente– es una voz muy propia. Es cierto que esa voz, como la de todo escritor que se precie, como él mismo reconoce, ha sido educada por my diversos –y muy admirables– profesores de canto –Sábato, Borges, Proust, Joyce, Durrell…-–, pero la voz, la técnica incluso, es única. Así como es única, o muy rara, su capacidad visionaria. Y no estoy hablando de bolas de cristal, de ver el futuro. Estoy hablando de puro LSD literario. Lo que no deja de ser notable para un autor que, según confiesa, ni siquiera bebe. Aunque, eso sí, si hay que creerse el capítulo titulado ‘La época del Nes’, mantuvo una peligrosa relación con el Nescafé. En resumen: la imaginación de Mircea Cartarescu es una imaginación de primer

Q

uien haya seguido esta sección, modesta y a ratos delirante, no habrá dejado de notar que alguna vez que otra he mencionado a Mircea Cartarescu. Siempre con placer, siempre tratando de incitarles a ustedes a que, en caso de no haberlo hecho aún, tomaran alguno de sus libros. Voy a volver a hacerlo con el ‘El ojo castaño de nuestro amor’, la última obra del autor traducida a nuestro idioma–y muy bien traducida–, publicada por Impedimenta. Impedimenta es una edi-

torial que tiene la rara manía de editar libros maravillosos en su forma, y, no pocas veces, en su contenido. Títulos y autores no del todo raros, pero que les escapan, por lo general, a quienes quiera que sean que planifican los catálogos de editoriales más grandes. Esos grupos enormes que parecen tan cortados por un mismo patrón que a veces es difícil distinguir, en la balda de la librería, de quien es cada cual. No es fácil confundir un libro de Impedimenta. Tampoco es fácil confundir un libro de Cartarescu. Al menos creo que no lo es para

los que lo hemos viniendo siguiendo. Denme un libro de Cartarescu, con la portada mutilada, con la página de los copyrigth desaparecida, quemado hasta la mitad, y yo les podré decir, sin duda, aunque no lo haya leído antes, que es de él. Bueno, al menos con una probabilidad de un 95%. Le pasará a cualquiera que lo haya leído. Dije ya en otra ocasión, en otro artículo dedicado a él, que si algo tiene el autor rumano –perdón, europeo; lean el libro si no cogen del todo este matiz. El capitulo titulado ‘Europa tiene la forma de mi cerebro’, concre-

compasión, y en las circunstancias de su época, que en la propia obra de éstos. Desde Blasco Ibañez, nuestro primer ‘best seller’ internacional que acabaría en Hollywood, hasta el ‘marxismopop’ de Manuel Vázquez Montalbán, hay todo un siglo de periodismo literario formado por auténticos especia-

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA

orden. Pero, como demuestra en alguno de los textos de ‘El ojo castaño de nuestro amor’, también posee una capacidad analítica envidiable. Una suerte de sapiencia con la que nos lleva de la mano al meollo de la cuestión y nos lo señala con un dedo agridulce. La cuestión, la mayoría de las veces, es el estado de la literatura, de la cultura. Los males que padece, las pálidas esperanzas.

listas del género, a veces más geniales en la trastienda de sus columnas y artículos, es decir, en su propia vida real, que en sus escritos. Camba, Cunqueiro, D’Ors o Gómez de la Serna se unen en este libro a Azorín, Unamuno, Ortega y Gasset o Chaves Nogales, en un panorama incompleto y subjetivo del mejor periodismo español contemporáneo en el que, por supuesto, tampoco faltan los dos gigantes de la palabra con los que comenzamos esta reseña: Umbral y Ruano. Y es que muchos echarán en falta diversos nombres, según gustos y colores, quizás a Foxá o a Pemán, quizás a algún mohicano vivo, como Manuel Alcántara o Raúl del Pozo, pero los que están, concretamente veintiún escritores, deben aparecer en cualquier antología que se precie sobre el periodismo literario español. Unas maravillosas ilustraciones de Fernando Vicente, unidas a una cuidada edición responsabilidad de Alfaguara, redondean esta pequeña obra de arte, enorme en la trascendencia histórica y literaria de los genios brevemente perfilados, en unos textos magistralmente escritos que nos dan la visión del alumno, Vicent, sobre unos literatos que, parafraseando al autor, no dejaron nunca de sangrar tinta por los dedos.

El libro, creo que lo habrán adivinado, es un colección de textos. Algunos de ellos hay que contarlos entre los mejores y más hermosos del autor. Unos son ensayos. Otros recuerdan aquellos relatos de Borges, esos ensayos ficticios, que eran casi relatos, o relatos que eran casi ensayos –y habrá quien crea que el mockumentary es algo nuevo–. A pesar de esta semejanza, son, insisto, puro Cartarescu. Otros son relatos, sin más. Todos contienen algo de autobiografía, por lo que, aunque no imprescindible, si es aconsejable abordarlo después de leer alguna otra de sus obras. Eso multiplica el disfrute de un tomo que ya en sí mismo contiene innumerables razones para disfrutar.


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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

La vida a borbotones

La estrella de Anna y Vicente Ferrer :: V. M. NIÑO

Jesús Fonseca revela la autenticidad de su verbo y los múltiples estados del alma en ‘Inesperadamente’

JORGE DE ARCO

A

gua, tantas mirar/ para otro lado. Alguna/ vez, hacer de tu capa un sayo,/ alguna vez tocar el cielo con la/ punta de los dedos». Dividido en seis apartados, ‘Me pregunto’, ‘Poemas recién arados’, ‘Olor a arcilla’, ‘Callar tan solo’, ‘Lo demás sobra’ y ‘Es decir, Dios’, el volumen está tejido con un hilo fuerte y común que se despliega al par de una temática donde la acordanza, el amor y la naturaleza abrochan buena parte del conjunto. La sencillez de su verso y la honestidad de su verbo son, a su vez, la esencia de este diario, a la par reflexivo y dialogante, donde el autor anda y desanda lo vivido, besa y acuna cuanto anhela y se abriga y se refugia más allá de lo terrenal: «Vuelvo a mi alma/ porque una voz,/ un murmullo allí/ me habla. Vuelvo/ a cada mirada, a/ cada mañana, a/ cada tarde, a cada/ noche, a cada silencio/ y a cada palabra,/ porque siento que/ Dios está allí conmigo./ Porque aunque yo/ duerma, mi corazón vela». El alma viajera de Jesús

Jorge Luis Borges le gustaba presumir de su amor por el cuento y la poesía, y de su poca pasión por el género novelesco: «El cuento, al igual que el poema, me gusta, lo veo de golpe, y esto espolea mi actividad. Hay novelas espléndidas, no digo que no; pero la novela puede fabricarse. Un relato o un poema, no». Y he recordado la sincera confesión del maestro argentino, tras la lectura de ‘Inesperadamente’, el último poemario de Jesús Fonseca. Porque en esta nueva entrega –que se suma a anteriores títulos tales como ‘Tiempo de otro tiempo’, ‘Largo intento’, ‘Palabras al alba’, ‘Poemas vestidos de viaje’, ‘Paixão portuguesa’ y ‘Con palabras de carne’–, Jesús Fonseca revela con serena pulsión la autenticidad de su verbo, la verdad de un decir que mana natural y solidario, y que revela de forma íntima y precisa los múltiples estados del alma. En su prólogo, Fermín Herrero señala que la de Fonseca es una poesía «piadosa, en cuanto se prosterna ante el misterio de lo creado y de la condición humana, que no tiene el mendaz carisma del oráculo ni el aire visionario de los oscuros demiurgos; bien al contrario, se atiene a una claridad conmovedora, como señal de acercamiento al lector, pero, sobre todo, de fidelidad ética hacia sí mismo». Y no le falta razón al vate soriano, pues, en estas páginas de halcones y amapolas, de promesas y derrotas, de paisajes y pensares, de tinieblas y dichas, sobresale el fervor de un sujeto lírico que canta y cuenta el drama y la pureza de la existencia: «¿Y que es la vida/ sino unir tirando? (…) Tantas veces morderse/ la lenJesús Fonseca. :: H. SASTRE

INESPERADAMENTE Jesús Fonseca. Fundación Jorge Guillén. Valladolid, 2015. 88 páginas. 6€

Fonseca se deja notar en muchos de sus poemas, pues su forma de contemplar cuanto habita en su derredor, su manera de expandir sus ojos frente al mundo que se le revela, convierten su cántico en una poesía plena de conocimiento y comunicación. Además, este personal y sugestivo imaginario, abarca la inmensidad de un tiempo y un espacio cómplices, el laberinto interior de una identidad propia y colectiva, el instinto comprensivo y comprensible para pronunciar cada sentimiento, cada emoción, cada empeño: «...aguanta/ y persevera, aunque mucho esperes,/ aunque no comprendas, aunque nada/ te den, que mañana saldrá de nuevo/ el sol, con su favor y claridad y, con/ él, se abrirán nuevamente las puertas/ al júbilo propio y ajeno». Sabedor del carácter único del instante, de la hondura que anida en sus vivencias, el poeta no deja nada al azar, pues cada territorio, cada protagonista, se sitúa muy cerca del corazón que sostiene y alienta sus notas, sus líricos latidos y completa una hermosa y duradera sinfonía vital: «La vida a borbotones, dentro y/ fuera; un torrente de luz y más luz; tu presencia viva, nada más. Yo/ también sueño con sorber/ la vida, con empezar cada día para/ seguir buscando, para encontrar/ sentido, frente a los que a todo/ ponen precio».

Viaje a la India de la mano de uno de sus embajadores más internacionales. Tras la madre Teresa de Calcuta, Vicente Ferrer ha sido una de las voces más escuchadas en su lucha por dignificar la casta más baja de la sociedad india. Si la albanesa se quedó en la ciudad que ha representado la miseria durante décadas, el español dejó Bombay por un territorio tan inhóspito como desconocido en su inicio, Anantapur. Allí crecerá su oasis, su paraíso en la tierra. Sobre Vicente y sobre su compañera Anna levanta Pablo Zapata esta novela, casi biografía, de la inglesa que lo dejó todo por este profeta de los pobres. Anna nació en una familia aristócrata, con raíces coloniales en el subcontinente indostánico. Criada por su abuelo George, ex diplomático y sir, pasó su infancia en la India y buena parte de sus mejores recuerdos están li-

gados al calor y al color de dicha tierra. Anna, curiosa e inquieta, será periodista y volverá en un viaje hacia sus raíces a su India original. Allí acaba encontrándose con Vicente Ferrer. El resto es fácilmente previsible. Pablo Zapata elige la confrontación de los dos mundos, personificados en el abuelo George, como eje de

UN OASIS EN LA INDIA Pablo Zapata Lerga. Ilustraciones de Paloma Corral. Colección Ala Delta. Edelvives. 144 páginas. 9 euros. A partir de 10 años.

su novela. El revolcón que la realidad da a los planes que el abuelo sueña para su nieta, la determianción de Anna y la lección de Ferrer, en la Inglaterra de los sesenta, son los ejes de ‘Un oasis en la India’. George había acariciado la idea de un marido diplomático para su nieta, alguien que la mantuviera en la torre de la abundancia, que la luciera en bailes, que la protegiera de ese mundo al que se había asomado pero no era el suyo. Anna, sin embargo, apuesta por el mensaje de Ferrer, el de no tener nada, el de poner toda su energía e inteligencia en acabar con la pobreza, en que todos los que les rodean, que en la India son millones, puedan comer. El abuelo, que es capaz de irse desprendiendo de sus castillos para ayudar a Anna a construir hospitales y escuelas, sufre. Pero finalmente acaba entendiendo la fascinación por ese español. Ambos encontraron su estrella, se han aferrado a una misión difícil pero no imposible y han embarcado a quienes los rodean. Una pincelada sobre otros mundos posibles en los que se gana sin perder, ganando todos.

La virtud de Pascal, el metódico :: V. M. N. También a los cuentos les llega la primavera. Y con ella Pascal se dispone a preparar el único elemento de su vida u que puede sustraerse a su metódico control, el jardín.. u Pascal tiene una vecina en su pueblo, Cabezón de los Mon-tes, con la que no se lleva de-masiado bien. Incompatibi-o lidad de caracteres: todo lo o que él tiene de sistemático científico es en ella esponta-neidad y anarquía. Pascal quiere plantar flo-o res blancas y moradas, como todos los años. Leonarda lee pone a prueba con el capri-cho de capullos color oro.. Pascal acaba aceptando e in-troduce la alteración cromá-tica ante su vista. Las floress pueblan su jardín, hasta quee comienza a echar de menoss las doradas. Por su parte, ell disgusto parece haber tomado Cabezón, Leonarda ha perdido sus pendientes dorados. El frío Pascal parece despreciar su inquietud, pero nada más lejos. Aplicará su método científico; observación, documentación, conclusión. Una urraca, ave aficionada al dorado, es la responsable de todo. Pascal devolve-

LAS PREGUNTAS DE PASCAL Texto de Fátima de San Juan, ilustraciones de Gerardo Domínguez. Anaya. 40 páginas. 8 euros. A partir de 6 años

rá su joya a su vecina, convertida ya en amiga. Esta nueva colección de Anaya completa el cuento con unas actividades al final. Si esta entrega la protagoniza Pascal, otra hay de Leonarda y otra de María Lince, y todos aparecen en todos los cuentos de la serie.


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Sábado 28.05.16 EL NORTE DE CASTILLA

DEL CIPRÉS

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n más de una ocasión he hablado en esta sección de cómo los hablantes de todas las lenguas toman de otras lenguas palabras o expresiones que no tienen en la suya para referirse a objetos y acciones que han incorporado a su forma de vida y a su manera de ver del mundo. Estas palabras se conocen como extranjerismos o, dicho con un término más técnico, como préstamos léxicos. Hay al menos dos formas de integrar en la lengua los préstamos: sin alteración de ningún tipo (es decir, con fidelidad a su forma original) y adaptándolos en mayor o menor grado a la estructura de la lengua receptora. No soy sospechosa de estar en el lado de quienes ven los extranjerismos como peligrosos porque su uso supondría la desaparición de palabras y expresiones propias de nuestra lengua ni tampoco en el de quienes los ven como una avalancha invasora y van en contra de ellos. Por el contrario: siempre he destacado que no deben rechazarse sistemáticamente y que suponen un enriquecimiento léxico. Pero, claro, tampoco soy partidaria de su acogida indiscriminada, sobre todo si son superfluos. Por superfluos entiendo que no cumplen ninguna función, que no son necesarios, que sobran o, dicho más contundentemente, que están de más. ¿Y por qué están de más en la lengua? Pues sencillamente porque tienen equivalente en español, un equivalente no rebuscado sino usado habitualmente. Pondré como ejemplos algunos que tienen que ver con el ámbito de la moda y todo lo relacionado con ella (pasarelas, desfiles, personas que desfilan, sesiones fotográficas, etcétera). En español están asentados términos como ‘prêt-à-porter’ (listo para llevar o listo para usar) para referirse a la ropa que está confeccionada en serie según unas medidas o tallas predeterminadas, que se acomodan a un gran número de personas. Este término, que designó primero las colecciones en serie de los grandes

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

EXTRANJERISMOS ABSOLUTAMENTE PRESCINDIBLES

Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es

modistos, empezó a usarse a mediados del siglo pasado para referirse a la ropa ya hecha. Otro término que tuvo mucha vigencia la segunda mitad del siglo pasado fue ‘atelier’ (taller, espacio donde se realiza un trabajo manual) para referirse a un taller de creación de moda. Mucho más reciente y muy usado es ‘outlet’ (tienda de ropa descatalogada). La palabra designa una tienda en la que se venden productos de una o más marcas que están fuera de temporada o tienen alguna tara, por lo que son más baratos. También hace referencia a un establecimiento comercial especializado en la venta de productos en stock. Ahora se usa bastante el adjetivo ‘casual’ aplicado a la ropa. La ropa ‘casual’ es la ropa informal, la que se utiliza en contextos que no rigen un código de vestimenta formal (‘dress code’, otro extranjerismo). Cuando una persona escoge ropa casual para vestirse, no sigue crite-

rios rígidos de elegancia ni se preocupa por lograr un aspecto de seriedad. Pero también hay códigos de vestimenta casual, que implican el uso de piezas distintas. Aplicado tanto a la ropa como a objetos tenemos el adjetivo ‘vintage’ (etimológicamente, veinte años). Este término se ha utilizado para referirse a objetos, accesorios y prendas provenientes de los años veinte, aunque en la actualidad se usa para referirse a todos los objetos o modas retro. Hasta aquí, términos bastante asentados. Pero si ustedes leen las secciones dedicadas a la moda en revistas y periódicos, encontrarán que el vendedor o fabricante expone las novedades a los compradores en un ‘showroom’ (sala de exposición), que las ‘top models’ (supermodelos) desfilan en el ‘catwalk’ (pasarela), una especie de pasillo estrecho y algo elevado para que quienes exhiben las ropas puedas ser contemplados al pasar. Es un privilegio estar en el ‘front row’ (primera fila). Los ‘coolhunter’ (cazatendencias) deciden qué es lo más ‘fashion’ o lo ‘trendy’ (lo que está de moda) y también los ‘must have’ (los imprescindibles, lo que no debe faltar). En un ‘shooting’ (sesión fotográfica) los estilistas demuestran sus armas de seducción. Y antes de que los modelos salten sobre la pasarela, un fotógrafo hace la ‘first view’, es decir, que dispara una foto con el ‘look’ final, después de que le hayan hecho los retoques de peluquería, maquillaje y estilismo. En este ámbito de la moda cuesta resistirse al empuje de los extranjerismos, que luchan por abrirse paso en la lengua, so pena de no ir a la moda. Así que no me extraña que la RAE y la Academia de Publicidad hayan organizado el pasado 18 de mayo una jornada de debate con el título ‘¿Se habla español en la publicidad?’ para analizar «la invasión del inglés en el campo de la publicidad». Allí se ha presentado un simpático vídeo de 2:25 minutos, que, si lo desean, pueden ver en Internet.

LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID

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FICCIÓN

FICCIÓN

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La chica del tren. Paula Hankins (Planeta)

El misterio de la lluvia... R. Santiago (SM Ediciones)

Un largo viaje. Massimo L. Bacci (Pasado y Presente)

Rompiendo las reglas. María Martínez (Titania)

Olvidé decirte te quiero. Mónica Carrillo (Planeta)

Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)

Sobre Grace. Anthony Doerr (Suma de Letras)

Las sinsombrero. Tania Balló (Espasa)

Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)

Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)

Desde la sombra. Juan José Millás (Seix Barral)

La conjura de los ignorantes. R. Moreno (Pasos Perdidos)

Yo antes de ti. Jojo Moyes (Suma)

El ruido del tiempo Julian Barnes (Anagrama)

El cazador de historias. Eduardo Galeano (Siglo XXI)

Pasos en la piedra. José Manuel de la Huerga (Menoscuarto)

El desorden que dejas. Carlos Montero (Espasa)

El principito Pop-Up. A. Saint Exupery (Salamandra)

El último rebaño Piers Torday (Salamandra)

La berrea. Alfonso Ussía (Ediciones B)

NO FICCIÓN

NO FICCIÓN

NO FICCIÓN

NO FICCIÓN

La magia del orden. Marie Kondo (Aguilar)

Buenas noches y saludos... V. Ferrer Molina (Corner)

La conjura de los ignorantes. R. Moreno (Pasos Perdidos)

Para entender el TTIP. Carlos Taibo (Catarata)

Ser feliz en Alaska. R. Santendreu (Grijalbo)

Vamos a comprar mentiras J. López NIcolás (Cálamo)

La política en tiempos... D. Innerarity (Galaxia)

Gastos, disgustos y tiempo. S. Sánchez Ferlosio (Debate)

El pequeño libro... Josef Ajram (Alienta)

Emocionario Rafael Romero / Cristina Núñez (Palabras Aladas)

Atlas del espacio. J. Dusek y J. Pisala (Beascoa)

La última posada. Imre Kertész (Acantilado)

S.P.Q.R. una historia... Mary Beard (Crítica)

Atlas del mundo. Daniel Mizielinski (Maeva)

Nuestro mal viene de más lejos A. Baduu (Clave I.)

Te cuento en la cocina. Ferran Adriá (Beascoa)

El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)

Instrumental. James Rhodes (Blackie Books)

La catastrófica aventura... S. Connolly (Montena)

Mi puto cuñado. Pedro Vera (Astiberri)

SANDOVAL VALLADOLID

LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA

SEMURET ZAMORA

PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA

FICCIÓN

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FICCIÓN

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El cazador de historias. E.Galeano (Siglo XXI)

Los besos en el pan. Almudena Grandes (Tusquets)

Esa puta tan distinguida. Juan Marsé (Lumen)

Avenida de los misterios. John Irving (Tusquets)

Memorias del estanque A.Colinas (Siruela)

Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza y Janés)

Yucé, el sefardí. G. González Olmos (Dip. Badajoz)

La Legión perdida. Santiago Postiguillo (Planeta)

La Casa. Paco Roca (Astiberri)

La chica del tren Paula Hawkings (Planeta)

Camille P. Lemaitre (Alfaguara)

Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)

Tú no eres como otras... A. Schrobsdorff (Errata Naturae)

La isla de Alice. D. Sánchez Arévalo (Planeta)

Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)

El Elefante desaparece. Hanuki Murakami. (Lumen)

Cero K. Don DeLillo (Seix Barral)

Desde la sombra. Juan José Millás (Seix Barral)

Sobre Grace. Anthony Doerr (Suma)

Esa puta tan distinguida. J. Marsé (Lumen)

NO FICCIÓN

NO FICCIÓN

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NO FICCIÓN

La desfachatez intelectual. Sánchez Cuenca (Catarata)

Aspectos inéditos ... J. Benito Iglesias (Amigos de la Caneja)

Dioses útiles. Álvarez Junco (Galaxia Gutenberg)

El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)

Historia Mínima del Cosmos. M. Toharia (Turner)

Plantas de uso tradicional... Pascual / Herrero (Dip. Palencia)

El cazador de historias. Eduardo Galeano (Siglo XXI)

Ser feliz en Alaska. R. Santendreu (Grijalbo)

Zamora insólita A. Remesal (La Raya Quebrada)

A mi manera. Carlos Arguiñano (Planeta)

El fascinante juego... Virgilio Ortega (Crítica

X. Risto Mejide (Espasa)

¿Y los pobres sufre...? Yanis Varoufakis (Deusto)

El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)

El sermón de dejar de ser. García Calvo (Lucina)

La desfachatez intelectual. Sánchez Cuenca (Catarata)

Locura del solucionismo. E. Morozov (Katz/C.I.)

Emocionario Rafael Romero / Cristina Núñez (Palabras Aladas)

La magia del orden. Marie Kondo (Aguilar)

Yo no me callo. Esperanza Aguirre (Espasa)


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Sábado 28.05.16 EL NORTE DE CASTILLA

Catalina de Cambridge contempla ‘Self Portrait as a Drowned Man (The Willows)’, obra de Jeremy Millar. :: APF/SUZANNE PLU8NKETT

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A casualidad, o la malicia, o la fragilidad inmarcesible de la naturaleza humana quisieron que uno de los personajes consagrados a la investigación y desarrollo de una tecnología capaz de atrapar la apariencia de la realidad, gracias a la positivación de las imágenes proyectadas en una cámara oscura, terminara por utilizar su ingenio para manipularla, tergiversarla y convertirla en arte. No en vano, el inventor de los ‘dibujos fotogénicos’, gracias a un método fotográfico de positivación directa sobre la superficie de un papel previamente acondicionado y que nombró así, con precisión léxica destacable, en los tiempos del génesis de la biblia fotográfica, cuando aún estaba pendiente el glosario de sus criaturas, acabó dando pena a toda Francia realizando un retrato de si mismo aparentemente ahogado y en estado de descomposición para remordimiento de cuantos obstaculizaron su reconocimiento con engaños y artimañas para favorecer a su rival. Hipólito Gayard había visto cómo Daguerre recibía el aplauso de toda Francia y el reconocimiento vitalicio de una renta por el desarrollo

NATURALEZAS MUERTAS

OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA

de su daguerrotipo, cuando él, precisamente, había perfeccionado antes su revelado directo, oculto a la población por quienes quisieron favorecer a Daguerre. Bayard no se suicidó, claro. Pero utilizó por primera vez la fotografía para hacer de la impostura una suerte de verdad, para convertir el resultado en una imagen poderosa de ese mundo paralelo que nos acompaña siempre, el de la realidad condicional y relativa, en una tan real que sea capaz de causar escalofríos. La imagen de su cuerpo semidesnudo, rendido e inerte, titulada ‘Autorretrato de hombre ahogado’ impresionó en 1840 porque definitivamente la captación directa de la luz, es

decir: la mirada indiscutible, la mirada fiel a cuanto ocurre y se manifiesta, al fin y al cabo, podía ser también víctima del engaño. Ni siquiera la técnica fotográfica, en sus orígenes, pudo mantenerse a salvo de la confabulación conceptual de los hombres y Jeremy Millar, el artista, crítico y curador británico quiso recuperar hace unos años, en una de sus más singulares obras, la sensación primigenia y sobrecogedora que debió invadir el ánimo de la Francia decimonónica que leyó horrorizada los detalles de un Bayard decepcionado y muerto, a punto de descomponerse en la morgue. La obra de Millar es fruto de una meticulosa recrea-

ción, algo que nuestras mentes tienen superado hace tiempo. La fibra de vidrio, la silicona, el cabello humano, las ropas, la policromía con aerógrafos y el maquillaje son técnicas que han dejado clara su capacidad para engañar al ojo humano. Un ojo, una cámara oscura que, por otra parte, no es sino enga-

Jeremy Millar quiere mostrar con ‘su’ cuerpo en estado de descomposición, la extrema debilidad de nuestros sentidos

ñada de continuo, una y otra vez; sometida a la condena de la interpretación permanente, incapaz, por tanto, de hallar en la realidad palpable algo que no sea en si mismo un trampantojo de la realidad oculta. Millar quiere mostrarnos esa debilidad de nuestros sentidos, no solo con el efecto, acaso humorístico, de su cadáver detalladamente dispuesto, como si hubiese sido rescatado de las aguas hace un instante. Por si se nos escapa algo, ofrece sus pistas conceptuales en el título que no solo emula intencionadamente aquél de Bayard, sino que es completado con otro, no menos célebre: ‘The Willows’ (’Los sauces’), el título de uno de los relatos de terror más paradigmático, publicado en 1907 por Algernon Blackwood; cuya composición literaria de una de las atmósferas más opresivas e inquietantes jamás concebida propone, precisamente, la capacidad sugestiva del hombre hasta el punto de percibir lo inasible a través de los sentidos. La vista, el tacto, el oído y una demoledora capacidad para reconocer patrones donde hay casualidad, muertos donde hay manchas blancas y negras, ahogados donde hay látex.


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LA SOMBRA DEL CIPRÉS

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unca he tenido coche ni sé conducir. Es algo que me viene de familia. Mi padre tampoco tenía coche y, al llegar el verano, nos desplazábamos al pueblo con un taxista de su confianza. Se llamaba Ernesto y procedía de un pueblo cercano al nuestro. Una vez nos contó la historia de un lejano pariente suyo. Tuvo lugar en el aeropuerto militar de Villanubla. La carretera cruzaba entonces la pista de aterrizaje, y el hombre se dirigía a Valladolid llevando en su camioneta a una vaca. La niebla y el despiste de los soldados que hacían la guardia, permitieron que invadiera la pista de aterrizaje justo en el momento en que aterrizaba un avión del ejército. El pariente de Ernesto salvó la vida de milagro, pero la camioneta quedó para el desguace y la vaca murió. El coronel, temeroso de que la noticia trascendiera, trató de comprar el silencio del pobre hombre prometiéndole una indemnización generosa. Pero éste, tras reflexionar unos momentos, le dijo que no podía aceptar su dinero. Vaca y camioneta formaban desde hace años parte de su vida, ¿cómo podía pretender que no contara lo que les había sucedido esa noche a los tres? En las plazas de los pueblos antes era frecuente el ir y venir de camionetas como la del pariente de Ernesto. La camioneta de los encurtidos, la de las especias, la del pescado, o aquellas otras en las que los chamarileros iban por las casas comprando o vendiendo objetos de lance y trastos viejos. Algunas iban cargadas inverosímilmente, pues se amontonaban en ellas todos los enseres de una familia que se había visto obligada a emigrar en busca de una vida mejor. Hay una camioneta así en ‘Las uvas de la ira’, la novela que John Steinbeck escribió sobre la gran depresión, y de la que John Ford haría una película inolvidable. La novela narra las vicisitudes de una familia de granjeros en la América de la época. Les expropian cuanto tienen y se ven arrastrados a abandonar su pueblo, con otras miles de personas de Oklahoma y Texas, en busca de tierras donde ser contratados como jornaleros. La película de John Ford tiene uno de los finales más conmovedores de la historia del cine. La familia entera

Sábado 28.05.16 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

DÍAS FELICES

Los coches de mi vida (1)

GUSTAVO MARTÍN GARZO

:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL

vuelve a partir en su vieja camioneta, tras el fracaso de todo lo que han intentado, y, mientras se alejan, el padre murmura con amargura que nunca volverán a tener un hogar. «Oye, John, le contesta su esposa. La mujer se adapta mejor que el hombre. Los hombres vivís como si fuera a golpes. Nace un niño, muere alguien, a golpes; tienes tu tierra y te la quieren quitar, otro golpe. Pero la mujer vive las cosas más seguidas, como un río. Hay remolinos y cascadas pero el agua sigue adelante siempre. Las mujeres somos de esa manera (...) Nacen y mueren nuevos seres y sus hijos nacen y mueren también, pero nosotros estamos vivos y seguimos caminando. No pueden acabar con nosotros ni aplastarnos, saldremos siempre adelante, porque somos la gente». En las películas de John Ford late siempre la idea de

una comunidad, y esa misma convicción anima la obra de Eudora Welty, la gran escritora sureña. En ‘La palabra heredada’, su libro de memorias, cuenta cómo en Jackson, la entonces pequeña población en que pasó su infancia, se consideraba una afrenta partir de viaje o excursión con un asiento vacío en el coche. Por eso cuando en su casa compraron el primer automóvil era costumbre invitar a alguna de las vecinas a dar un paseo con la familia. Las excursiones solían ser los domingos por la tarde y la escritora, después de acomodarse entre su madre y la invitada, les decía: «Ahora hablad». Un lugar así era el Chevrolet en el que Truman Capote llegó a Palamós, la localidad costera catalana, en abril de 1960. El pueblo era conocido porque diez años antes, Ava Gardner, en el momento más turbador de su belleza, había

rodado en él la rara y hermosa película ‘Pandora y el holandés errante’. A Truman Capote le acompañaban en aquel Chevrolet su compañero Jack Dunphy, un viejo buldog, una gata siamesa y veinticinco maletas. Apenas cinco meses antes se había producido el

Un coche puede también ser un espacio de intimidad, ese nido secreto donde se vela el sueño de alguien querido

escalofriante asesinato en Kansas de la familia Clutter, y Capote traía con él centenares de folios sobre el crimen con la intención de encerrarse a trabajar en la que sería su libro más conocido: ‘A sangre fría’. Capote huía de los excesos de las fiestas neoyorquinas y buscaba un lugar retirado del mundo donde encerrarse a trabajar. Escribía día y noche enfundado en sus variados pijamas de seda, a lápiz, sobre la cama. Fue allí también donde se enteró de la muerte de Marilyn Monroe. «¡Mi amiga ha muerto! ¡Mi amiga ha muerto!», gritó desconsolado en medio de la calle en su precario castellano. Con Marilyn había compartido una delicada amistad, de la que más tarde hablaría en uno de sus textos más maravillosos: ‘Una adorable criatura’. Truman Capote siempre lamentaría que el papel de Holly, en ‘Desayuno en

Tiffany’s’, no lo hubiera interpretado ella. Pero un coche también puede ser un espacio de intimidad, ese nido secreto donde se vela el sueño de alguien querido. Truman Capote, en su novela ‘Un crucero de verano’, describe un lugar así cuando Glady, su chica protagonista, se queda contemplando al joven del que se ha enamorado y al que descubre durmiendo en un Buick Azul descapotable. «Él estaba dormido en el asiento trasero del coche. Aunque la capota estaba bajada, no le había visto porque estaba hecho un ovillo y quedaba oculto. En la radio sonaba el débil zumbido del noticiario, y Clyde tenía en las rodillas una novela policiaca abierta. Una de las muchas magias que existen es la de observar cómo duerme alguien que amamos: sin ojos e inconsciente, por un momento te adueñas de su corazón; indefenso, es entonces, por irracional que sea, todo lo que esperabas que fuese: puro como un hombre, tierno como un niño». Es curiosa esta escena en que un coche se transforma en un lugar de quietud. John Dos Passos en ‘Años inolvidables’, su libro de memorias, habla en uno de sus capítulos del tiempo en que conoció en Europa a Scott y Zelda Fitzgerald y presenció las locuras que cometían cuando bebían en exceso, lo que hacían con frecuencia. «Era muy difícil no perdonar a los Fitzgerald –escribe–. Sus hazañas sin embargo, se iban haciendo cada vez más espeluznantes, como la noche en que Scott condujo su Renault hasta los carriles del viaducto que usaba el tren eléctrico para llegar a un pueblecito entre las colinas detrás de Cannes. Un guardavías los encontró, rubios como ángeles, apaciblemente dormidos. Consiguieron retirar el coche antes de que llegara el tren. Escaparon con vida de milagro». John Dos Passos narra la escena como si todo lo hubiera visto por los ojos maravillados del guardavías. Apaciblemente dormidos, rubios como ángeles, escribe, como si más allá del malestar que le provocan los disparates de la pareja no pudiera dejar de percibir su maravilloso candor. ¿No es ese mismo candor el que demuestra el propio Scott Fitzgerald cuando escribe en ‘El gran Gatsby’ que «la roca del mundo está sólidamente asentada sobre las alas de un hada?».


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