Cuando el arte refleja una obsesión

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Sábado, 18.06.16 Número CCXXXIX

SOMBRA CIPRES LA

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Cuando el arte refleja una obsesión El DA2 de Salamanca y el Musac de León ‘activan’ sus colecciones para reflexionar sobre el trastorno obsesivo compulsivo

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‘Sin título’, fotografía de Chema Madoz. 1994. Colección Fundación Coca-Cola.


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DEL CIPRÉS

Poesía o el hábito de la implacable ternura Veinte años después de recibir el Cervantes, la obra de José García Nieto lucha contra la desmemoria

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odavía dolido por haber sido Nobel antes que Cervantes, Don Camilo lo dijo con voz rotunda y clara: «Este país no tiene cojones si el próximo premio Cervantes no se le concede a José García Nieto». Allí delante estaba el poeta, en su silla de ruedas, ya bastante deteriorado, asistiendo como convidado de piedra a la presentación de un nuevo volumen de su poesía reu-

nida. Como ganador de la edición anterior, Cela estuvo en el jurado de ese año. Y García Nieto fue Cervantes el 10 de diciembre de 1996. Veinte años después de este galardón, la poesía de José García Nieto sigue luchando contra el olvido. El mismo injusto olvido que entonces denunciaba Camilo José Cela. Su centenario, en 2014, pasó absolutamente inadvertido, y la dificultad para encontrar

José García Nieto en 1970. :: EL NORTE

CARLOS AGANZO

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su obra sigue siendo grande. La excepción, la obra que al cumplirse los cien años de su nacimiento publicó la colección Obra Fundamental, de la Fundación Banco Santander. Una serie no en vano dedicada a «aquellos escritores contemporáneos en lengua española a los que la desmemoria histórica injustamente ha conducido al anonimato y al olvido, siendo casi imposible por diferentes causas

encontrar actualmente su obra publicada». Nada nuevo ha aparecido en su catálogo desde entonces. Y sin embargo, conviene recordar que el Cervantes del 96 no fue sino el reconocimiento a un poeta sin cuyo nombre sería imposible recomponer la historia de la poesía española posterior a la guerra civil. Precisamente como capitán de ese «garcilasismo» que las generaciones poéticas posteriores se afanaron, una tras otra, en derribar y en superar. La etiqueta que lo encumbró en aquellos momentos terminaría siendo después una lápida bajo la que se sepultaría una trayectoria poética intensa y profunda. Desde el Premio Adonais, concedido a su ‘Dama de soledad’, hasta el Cervantes, pasando en dos ocasiones por el Nacional de Literatura y en una más por el de la Crítica. A lo que hay que sumar, ya en los ochenta, los premios Mariano de Cavia y González-Ruano de Periodismo, y el ingreso en la Real Academia Española, como titular del sillón

POESÍA José García Nieto. Coleción Obra Fundamental de la Fundación Banco Santander.

‘i’; el que dejó vacante tras su muerte el poeta José María Pemán. La selección de la ‘Poesía’ de García Nieto que la Obra Fundamental del Santander publicó hace dos años corrió a cargo del poeta Joaquín Benito de Lucas, buen conocedor de su obra y compañero en la Academia de San Juan de la Cruz. En ella se incluyen poemas de los treinta principales poemarios publicados por García Nieto a lo largo de su vida, incluido el fragmento final de su ‘Retablo del ángel, el hombre y la pastora’, que pone en conexión el teatro, otra de sus grandes pasiones, con su poesía. En los casos de los libros/poema –‘El parque pequeño’, ‘Elegía en Covaleda’, ‘Súplica por la paz del mundo’ y ‘Galiana’–, que caracterizan una parte imprescindible de su producción, el antólogo ha optado por incluir completa al menos una de sus partes, con suficiente sentido como para interpretar el todo del libro. Repasando de nuevo este volumen, fundamental para conservar la memoria del autor de ‘Circunstancias de la muerte’, además de los poemas seleccionados destaca la publicación de nueve artículos suyos –incluida su ‘Carta a una niña muy pequeña’– que, todos juntos, conforman una especie de poética. Una poética que nos sirve perfectamente para saber cómo vivió la poesía nuestro autor. «La poesía es un hábito –Garcilaso, Ausias March…– que va haciendo al monje con implacable ternura», escribe en uno de estos artículos. Y en otro: «Mi poética está en la seguridad de que la poesía existe. Cuando alguna vez la encuentro –y no en mí– me afirmo y me mantengo en mi fe, y sigo buscando (…) Bendita dificultad la de la pesquisa. Yo soy un lector y un doctrino de un dios que apenas se da a conocer. Sé bien que no estoy a la derecha de ese dios, pero entro en el templo, y rezo, y espero… Los vitrales –tan hermosos– velan casi siempre el paso anhelado de la desnuda luz». Luz desnuda, la de la poesía de José García Nieto, que conviene no perder de vista.


ARTE Y ENFERMEDAD

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‘Tate la Blanca’, de Charlie White (1994). Colección Fundación Coca-Cola. :: POR CORTESÍA DEL DA2

Sinfonía de arte trastornado El trastorno obsesivo compulsivo es el argumento de una exposición que se exhibe simultáneamente en el DA2 y en el Musac

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odría haber escrito un libro, pero lo suyo es el arte, componer el discurso, la reflexión a través de las obras ‘colgadas’ en una exposición. Jorge Blasco no oculta que su interés por organizar una muestra en torno al trastorno obsesivo compulsivo (TOC) tiene una razón muy

próxima que no esconde: él lo padeció desde los 18 años. Ahora está recuperado, pero a través de esta experiencia quiere hacer reflexionar y generar dudas en torno a un trastorno que, aunque «parece que se ha puesto de moda en el mundo del arte, se aborda a veces desde simplificaciones muy burdas».

La oportunidad para comisariar la exposición vino de la mano del Musac de León y del DA2 de Salamanca. Ambos museos se han unido para organizarla. Tiene por tanto dos sedes y en cada una de ellas la exposición adquiere características propias. La del Musac, por lo que impone el edificio, es más grandilocuente,

ANGÉLICA TANARRO

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por decirlo de alguna manera, y en el DA2, más íntima, más dada a un recorrido silencioso y reposado. Ninguna de las obras que se exponen en ‘TOC: una colección propia’ está hecha ex profeso para esta iniciativa. Como sugiere el título, Blasco ha seleccionado las obras de las colecciones de ambos

centros que en su opinión contribuían mejor a componer el discurso. Y no le ha resultado difícil. Como diría el psiquiatra Guillermo Rendueles, uno de los participantes en el proyecto, vivimos en una sociedad TOC. «Todas las imágenes elegidas tienen que ver con mi experiencia personal. Hablan del TOC», afirma el comisario. Hablan de ese trastorno que obliga a quienes lo padecen a repetir obsesivamente rituales que calman momentáneamente su ansiedad, como lavarse las manos, abrir y cerrar puertas, comprobar que han cerrado correctamente la llave del gas... Cuestiones que afectan a un porcentaje muy elevado de la población que no llega a cruzar el límite de la enfermedad. Este se traspasa cuando el pensamiento o la acción compulsiva causa un gran sufrimiento e interfiere en el normal desarrollo de la vida. «Una crisis puede llevarte un mes a la cama», afirma Blasco con toda naturalidad. La exposición tiene una parte visual y otra

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ARTE Y ENFERMEDAD

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escrita. Ambas se complementan y se potencian, se relacionan desde la creatividad del arte y desde la creatividad de los profesionales de la psiquiatría, a quienes se ha invitado a participar escribiendo sobre las obras expuestas y activando su lado menos analítico. «No se trataba de que hicieran diagnóstico, ni análisis, de alguna manera se les dejaba sin herramientas. Además ellos están más acostumbrados a explicar determinadas enfermedades a través de las imágenes clásicas. Estoy muy contento del resultado, que a menudo ha sido también desconcertante. Muchos de los textos son muy literarios, incluso poéticos». Otros, describen las obras casi a la manera en que lo haría un crítico de arte y en todos los casos se ha activado la parte más creativa de psiquiatras y psicoanalistas. En total, seis profesionales de la salud mental: José María Álvarez, Mariano Hernández, Jesús Morchón, Guillermo Rendueles, Montserrat Rodríguez y Fernando Vicente se han prestado a comentar las obras de artistas como Concha Prada, Rafa Sendín, Ana Teresa Ortega, Alfredo Alcaín, Yamndú Canosa, Kiki Smith o Lara Almarcegui.

Orden y repetición En la nómina de los artistas presentes en el DA2 figuran nombres tan destacados como Chema Madoz, Carmen Calvo, Mona Hatoum, Elena del Rivero, Susy Gómez, James Rielly o Valentín Vallhonrat. Juntas, sus obras ‘describen’ sin que sus autores se lo hayan propuesto algunos de los aspectos del trastorno, en particular el de la repetición y el orden obsesivo, visibles en esos pequeños lápices de Alcaín, cuidadosamente dispuestos en torno a una regla; o en las gotas transparentes de Carmen Calvo que encierran mechones de pelo o en las manchas de Emilia Azcárate o en las iniciales repetidas de Elena del Rivero. No hay sensacionalismo ni truculencia, pero tampoco blandura. El TOC no acarrea

No hay sensacionalismo ni truculencia, pero tampoco blandura. El espectador sale conmovido

fantasmas, ni voces, es un sufrimiento más silencioso. Y silencio es lo que hay en el recorrido por las salas 6 y 7 del DA2. Aquí las impresiones fuertes se desprenden de las obras colgadas, pero también de la inteligente manera en que se han colgado, cómo componen capítulos dentro de la historia, se apoyan y se intensifican unas a otras, arman una sinfonía del dolor. Hay rincones de miradas: ‘Bleed’, de James Rielly’, o el niño que se asoma desde la piscina de Roland Fischer que contagia su asombro o su intranquilidad, y, sobre todo, ‘Tate la Bianca’, la fotografía de Charlie White que recrea el juicio por los asesinatos de Sharon Tate y Rosemary Labianca llevados a cabo por los seguidores de Charles Manson en 1971. Hay rincones de rostros borrosos, de figuras que han perdido la identidad. Uno de las consecuencias del TOC ,cuando el que padece la enfermedad está en plena crisis ,es que le resulta imposible recordar los rostros de personas aunque sean muy próximas al paciente. Ahí están las pinturas de Manolo Velasco o esas composiciones de rostros partidos que producen el efecto de la distorsión de Rafa Sendín. En la obra de Susy Gómez, una de las más ‘fuertes’ de la muestra en el museo salmantino, lo que se ha borrado es prácticamente la figura entera, la identidad. El espectador sale de la exposición ‘tocado’, conmovido y, al mismo tiempo, con el placer de haber visto ensambladas en un hilo conductor obras de destacados artistas internacionales. «Mi intención es que el visitante que no sepa nada acerca del TOC se haga preguntas», afirma Blasco quien subraya la ayuda «fundamental» a la hora de montar las piezas de la responsable de exposiciones del DA2, Tate Díez Miguel. Para hacer que el visitante pueda sentarse a reflexionar o a leer con tranquilidad los textos de los psiquiatras y psicoanalistas que han participado en el proyecto, unas mesas en cada una de las salas ofrecen la posibilidad de dar un paso más a la mera contemplación. Así es también en el espacio del Musac que al sumarse al proyecto lo ha hecho posible. Una vez más la colaboración entre espacios de arte contemporáneo permite la consecución de proyectos de alto voltaje cultural. En ambos centros la muestra permanecerá abierta hasta septiembre.

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De izquierda a derecha, ‘Sin título’, de Susy Gómez (Fundación Coca-Cola); ‘La regla’, de Alfredo Alcaín (Fundación CocaCola) y ‘Bleed’, de Jame Rielly (Colección Domus Artiun), por cortesía de DA2.

Locura y creación L as relaciones entre la locura y la creación son complejas. Cuando tratamos de indagar en ellas y nos acercamos a su perímetro, las confluencias que advertimos se multiplican. Lo mismo sucede con las preguntas que inicialmente concitaron nuestra curiosidad, paulatinamente más numerosas e intrigantes. No es de extrañar tanta abundancia, pues desde hace veinticinco siglos los más señeros pensadores, de forma directa o indirecta, han terciado sobre esta cuestión. Bibliotecas enteras acumulan estudios y comentarios al famoso ‘Problema XXX’ de Aristóteles (algunos prefieren decir: atribuido a Aristóteles), en el cual, haciéndose eco de algunos comentarios de Demócrito y Platón, el Estagirita se pregunta por qué los hombres excepcionales –en especial los poetas y creadores– son todos melancólicos. Pese a la amplitud de esta problemática, hay al menos dos preguntas que orientan estos comentarios. Por una parte, uno debe interrogarse acerca de si la locura anima o no a la creación, es decir, si la creación necesita de la inspiración de la locura; tocante a esta cuestión, las palabras de Séneca (‘Sobre la tranquilidad del alma’) no dejan lugar a la duda: «No hay gran fuerza imaginativa sin mezcla de lo-

cura». Por otra parte, al clínico le interesa averiguar sobre todo qué función desempeña la creación en la locura o chifladura, esto es, para qué le sirven al loco sus creaciones, sean de la calidad que sean; sobre este particular, las palabras de André Maurois (‘Tierra de promisión’), cuando se pregunta si todos los novelistas son neuróticos o están chiflados, resultan ejemplares: «Para ser más exactos, todos serían unos neuróticos si no fueran novelistas (...) La neurosis hace al artista, y el arte cura la neurosis». Como en tantas otras cosas, también en ésta las opiniones son de lo más dispares. Aún así, existen algunas tendencias contrastadas. Con arreglo a si la locura anima a la creación, el parecer de los artistas es mayoritariamente afirmativo, como propone Stendhal (‘Racine y Shakespeare’) al referirse al genio: «El hombre de genio, atormentado por sus ideas, siente más necesidad de coger la pluma que los seres corrientes de sentarse a la mesa». Sin embargo, cuando damos crédito a la opinión de los expertos, es decir, psicólogos, médicos, etc., las cosas parecen torcerse, los puntos de vista se contraponen y los argumentos caracolean hasta el delirio cientificista. La consideración de que el artista es un enfermo mental, un tara-

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Psicoanalista. Hospital Universitario Río Hortega

Una corriente de opinión entre los especialistas firma que no se puede estar loco y al mismo tiempo ser un creador

do, un degenerado, tuvo su momento de gloria hace siglo y medio, cuando psiquiatras de la talla de Moreau, Lombroso o Moebius, metieron a todos los excepcionales en el mismo saco de la enfermedad y la degeneración, fueran artistas, genios, locos o cualquiera que se saliera de la supuesta norma. Otro parecer habitual entre los especialistas afirma que no se puede estar loco y al mismo tiempo ser un creador, y menos aún un genio. Esta corriente de opinión considera que los grandes escritores y artistas no sólo no están enfermos, sino que son personas muy equilibradas y disponen a su antojo de las facultades para extremarlas o deformarlas a voluntad. Tal punto de vista fue argumentado por Charles Lamb (‘La salud del auténtico genio’), opinión que, con el paso de los años, ha ganado numerosos adeptos. Esta perspectiva se resume en la enfática frase de Lamb: «Es imposible pensar en un Shakespeare loco». Completando este punto de vista, muchos consideran, siguiendo el estudio inicial de Pelman (‘Estados psíquicos fronterizos’), que los creadores no padecen enfermedades mentales y «en caso de caer en la locura, entonces disminuyen las facultades creativas». También Viktor Frankl fue de este parecer, afirmando que la locura, en el ámbito creativo, era de por sí estéril. Hoy día, debido a la hipertrofia de los trastornos mentales en el que ha caído el cientificismo médico-psicológico, resulta muy complicado decir

que alguien está sano. Quizás por eso, los actuales estudios, como los de Jamison y Andreasen, muestren que las tasas de enfermedad mental entre escritores es superior a la media. Por supuesto, es el llamado trastorno bipolar, una enfermedad a la que se considera genética, la más frecuente entre ellos. Este parecer es compartido por la mayoría de los especialistas actuales. Sin embargo, por más que se rellene de números y gráficas, esta hipótesis tiene algunos inconvenientes. Uno de ellos radica en determinar a quién atribuir lo creado, sea una novela, un poema, un cuadro o lo que sea. Si es una enfermedad genética, como se dice machaconamente, ¿deberíamos atribuir a los genes la obra de arte? Apenas se da la espalda al territorio de los expertos, llama la atención que la locura y la creación sigan formando una pareja bien avenida. Sólo hay que abrir un poco los ojos para darse cuenta de que el sufrimiento invita a la creación: «Escribo, triste, en mi cuarto tranquilo, solo como siempre he estado, solo como siempre estaré» anotó Pessoa en ‘El libro del desasosiego’. Como decía, lo que importa a los clínicos no es si lo que se crea atesora un valor artístico. Lo primordial es la función que desempeña para ese sujeto, tan solo y carente de recuerdos personales. Más que de la valía, de lo que se trata es del bálsamo que aporta a quien no cuenta con más opciones que echar mano del papel y del delirio, las dos soluciones principales a las que confía su reequilibrio.


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CEREZAS EN EL ESCONDITE TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

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s una vieja idea, una hipótesis extravagante que me ocupa con gusto el territorio de la sorna, donde lo indemostrable se hace evidente sin más. Me refiero a la importancia de las solapas, ese solar que el escritor se apresura a rellenar con pruebas mayores de su existencia. A diferencia de las de la gabardina, que sirven para sumergir el rostro y desaparecer un poco del mundo, en las solapas de los libros se puede exhibir el triunfo de una identidad radiante y el primer impulso es ese: acarrear hasta tan exiguo espacio todo aquello que uno ha hecho en la vida y de lo que la ingrata Humanidad no se había enterado hasta entonces. Debería escribirse, si es que no se ha hecho ya, una historia de la solapa. Cuándo apareció. Dónde. Cómo eran las primeras, qué se proponía el editor (o el escritor) en ellas. ¡Ah, la solapa! El ansia de ebullición del yo, del ‘quién digo que soy yo’. Lo cierto es que hoy en día es un elemento imprescindible para la confección de la posteridad. Uno toma un libro entre las manos en una biblioteca o en una librería. Tal vez le ha llamado la atención el título o una sugerente cubierta por la que la mano, aún temerosa, se desliza frotándola una y otra vez como para hacer surgir al genio de la lámpara (hay algo de encantamiento, de ceremonia de iniciación en la primera relación con un libro cerrado que nos sale al paso) y entonces, zas, lo abrimos y nos sorprende como un ala vivaracha la solapa. Si el autor es admirado, nos apresuramos a confrontar su vida con la nuestra. ¿Qué había hecho yo cuando él publicó su primer, su segundo libro? Y luego: ¿qué había hecho él ya a mi edad? ¿Aún estoy a tiempo de dejar poso, de no pasar del todo inadvertido por el mundo? Todos hemos hecho alguna vez esos cálculos secretos de consolación inconfesable, que a veces enmascaran una propensión a la vagancia («Me queda tiempo todavía; tengo que ponerme ya…»). Pero ahora preferiría hablar de esos otros escritores y escritoras que suponen que deben llenar, de la cruz a la fecha, el espacio que se les brinda en la solapa para sacar buche e inflar las plumas coloridas de su ego. En los principiantes todo es perdonable. Sus maneras aún nos suenan conocidas porque nosotros mismos lo hicimos, seguramente, también así. Cualquier

Solapas premio local, cualquier opinión de cualquier talla sobre nosotros servían para dejar claro un rastro, por pálido que fuese, de lo que valíamos. Pero nuestra indulgencia se convierte en risa cuando quien se apresura a cumplimentar la solapa ya ha cumplido años y

leguas, y se esfuerza en una exhibición inverosímil y exhaustiva de créditos y títulos que lo avalan como autor del libro en cuestión. O eso se cree él. Porque la ecuación es inversa y, a menudo, quien apabulla al lector de la solapa con una catarata exuberante de ti-

tulares (cátedras, premios, doctorados, honores sociales…) suele estar, por virtud de ese mismo repique de datos, poniendo en duda la obra que más adelante espera. Y esa inflación de datos es a menudo un mecanismo de compensación, un taimado aviso: esto

no lo ha escrito cualquiera. Eso es. Así que suele suceder que cuanto menos interés hay en el libro, más hinchazón se ofrece en la solapa. En una de sus ‘Cartas Marruecas’, Cadalso hace un análisis lúcido e ingenioso de la sociedad española del siglo XVIII a partir de un comportamiento que consistía en presumir más a medida que uno ocupaba menor rango; la carta terminaba en la última escala social hablando de los mendigos, de su pronta disposición a la exigencia y al insulto cuando no se les daba limosna. Volviendo a la solapa como signo de ‘auctoritas’, me re-

:: LAURENT HAMELS

cuerda lo que viví una vez en un recital de poemas de un famoso poeta de aquellas primeras generaciones de postguerra. Fui a escucharlo con sincera curiosidad, casi como homenaje privado, aunque sabía que lo que iba a oír podía estar ya fuera de hora. Y así fue. Pero el poeta –que debía sospechar eso mismo– antes de empezar a leer desplegó una estadística personal sobre la importancia de las antologías poéticas de las últimas décadas. Según ese dato, solo tres poetas habían estado presentes en todas ellas. Y uno, naturalmente, era él. Eso bastaría para justificar el alcance de lo que iba a recitar, que al menos para mí se perdió en una deplorable lectura inane. Denominé desde entonces a estos gestos como de «efecto solapa»: una patética agitación de datos a favor del autor para dar realce, mediante cierto maquillaje biográfico, a su propia escritura; todo lo contrario a aquella actitud cazurra y bienhumorada de Pío Baroja cuando cuenta en ‘Juventud, egolatría’, su impagable biografía hecha de trazos y viñetas, cómo lo único que se le ocurrió poner bajo su nombre en un libro de firmas ilustres que le tendieron durante su visita a un museo fue aquello de «humilde y errante». Ahí condensó sinceramente el escritor todo su currículo. Y eso mismo hubiera puesto, sin duda, en todas sus solapas si le hubieran dejado. Porque el territorio de cualquier libro es la intemperie, y todas las operaciones preventivas (prólogos de probada autoridad, solapas inflamadas, fajas de citas estrepitosas) son ejercicios inútiles de protección, prótesis que tratan de ayudar a juzgar lo que viene detrás con razones que no conciernen a lo que siempre debe ser la escritura entregada: un salto mortal sin red cuyo destino es la incertidumbre. O como dijo Gonzalo Rojas cuando alguien le pidió la clave sobre cómo se las apañaba para escribir: «Remo en el aire».

A diferencia de las de la gabardina, que sirven para sumergir el rostro y desaparecer, en las solapas de los libros se puede exhibir el triunfo de una identidad


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LIBROS DE PELÍCULA

LUIS MARIGÓMEZ

De la carne ‘La tía Tula’ Novela de Miguel de Unamuno (1921) Filme de Miguel Picazo (1964)

Aurora Bautista encarnó a la severa Tula en la película de Picazo. :: EL NORTE

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namuno menciona a Santa Teresa, al Quijote y a Antígona como referentes de su heroína doméstica. Su hazaña callada merece una admiración rendida, la de quien encuentra el relato a partir de otras raíces y se atreve a contarlo, sin dejar de lado las contradicciones del personaje. Toda la tensión dramática ocurre en la familia. No hay mundo exterior que merezca la pena. Nacimientos y muertes ocurren con naturalidad. Son sucesos que forman parte del paso del tiempo, quizá los más importantes, pero nunca son extraordinarios. Tula se hace indispensable a partir de la muerte de su hermana. Tiene que ocuparse de sus sobrinos, y su cuñado, que

siempre la interesó, está en el lote. Va a ser madre y esposa sin ser una cosa ni otra. Y decide que eso es lo que quiere. No estará sujeta a ningún hombre, aunque esté muy cerca de él, y podrá criar a unos niños sin haber tenido que parirlos. Su sacrificio la coloca en una posición envidiable. Esa es quizá su relación con Santa Teresa, ella decide su destino, a partir de las circunstancias que le tocan. La empresa alocada que decide llevar a cabo la emparenta con Don Quijote. Como Antígona, tiene un conflicto entre las leyes humanas y las que ella cree divinas, a partir de la promesa que su hermana agonizante quiere que cumpla y que ella interpreta a su conveniencia. La tía es mucho

más que una solterona, sus decisiones la convierten en una mujer independiente que hace lo que cree que debe hacer. Parece que el escritor terminó la novela en 1907, pero no la publicó hasta 1921. En 1964 Miguel Picazo hizo su primera película a partir de ella. Apenas tuvo que modificar las situaciones, la sociedad era muy similar al cabo de casi sesenta años. Ahora es muy diferente. Se hace difícil imaginar el conflicto religioso y familiar en los mismos términos. La superficie ha cambiado bastante. Algunos críticos dicen que el problema de fondo es la represión sexual. Olvidan que es consustancial a la civilización (Freud) y que la laxitud de costumbres de estos tiempos ape-

«’La tía Tula’ es un retrato fidedigno de una parte sustancial de la sociedad española de la primera mitad del siglo XX»

nas modificaría las pasiones de fondo de los personajes. En todo caso, ‘La tía Tula’ es también un retrato fidedigno de una parte sustancial de la sociedad española de la primera mitad del siglo XX. A la escritura nerviosa, de frases cortas y contundentes, llena de diálogos, de Unamuno, Picazo opone unos elegantes planos largos, elaborados con cuidado, que recuerdan a veces a Visconti, con juegos de espejos incluidos, o a Fellini, (Ramiro deambulando por arrabales sin saber qué hacer). Hay dos momentos impresionantes: Tula, al principio de la película, sentada en una silla, mientras se llevan de casa el cadáver de su hermana, cargada de pena y resolución; y ella misma, en el último pla-

no, otra vez quieta, de espaldas a un tren que se mueve cada vez más deprisa, y se lleva a Ramiro y sus sobrinos para siempre, con una jovencita a la que ha dejado embarazada, y con quien ha tenido que casarse. Al fin, su rigidez de estatua le hace perder los vaivenes de la vida. El punto central, en el libro y en el filmeeee, es la contención del deseo, la hermana y el viudo se miran y se rozan sin poder evitar los apetitos de la carne. Es lo que corresponde a dos cuerpos jóvenes que están muy cerca. Aurora Bautista le hace la cama, le arregla la ropa, cuida a Carlos Estrada cuando está enfermo. El confesor aconseja boda cuando el cuñado, en un arrebato, intenta propasarse. En la novela, la moribunda quiere que Tula se case con su marido. Pero ella perdería su posición privilegiada si cediera. Su sacrificio dejaría de serlo. Pasaría a la condición de segunda mujer del padre de los niños, dependería de él. Unamuno cuenta una historia más compleja, que continúa después de la muerte del cuñado y de la misma Tula. Es muy explícito en algunas situaciones: «Al principio de su matrimonio fue, sí, el imperio del deseo; no podía juntar carne con carne sin que la suya se le encendiese y alborotase y empezara a martillarle el corazón (…)» La tía intenta dar de mamar a bebés huérfanos en dos momentos muy distantes de la novela, explicitando su maternidad imperfecta. Llega incluso a besar a su cuñado cuando acaba de morir. «(…) juntó un momento su boca a la boca fría de Ramiro, y repasó sus vidas, que era su vida.» Esa mujer fuerte que nunca se sometió a nadie, al cabo de los años «comprendía, sí, que no cabe vivir sin mancharse (…)». Su decisión no solo le ha privado de experiencias, sino que marca lo que le ocurre a quien ama de esa manera fatal. Picazo, además de acortar la historia, añade algunas escenas que encajan en el tiempo en que transcurre el filmeeee, una visita al cementerio; una despedida de soltera; un baño en el río; Tula refrescando sus calores con colonia… Mantiene las esencias del libro y modifica con soltura lo que cree que necesita para adaptarlo a sus pretensiones. Sorprenden el equilibrio, la madurez, la eficacia y hasta los alardes de su puesta en escena. El personaje se mantiene vivo, en el libro y en la película, al cabo del tiempo. Su heroicidad de andar por casa, su fuerza, su tozudez, sus culpas, su belleza dura, intocable, su autoritarismo, su carne siempre contenida, su determinación, su arrepentimiento… siguen dejando marcas en quien se acerca a ella.


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l lenguaje es heraldo de los hechos y la prueba fehaciente de su deriva, pensemos simplemente en Victor Klemperer y sus apuntes filológicos, reveladores en extremo, ‘La lengua del Tercer Reich’. En el momento en que empezó a generalizarse hasta en los papeles el adjetivo rural se acabó la vida campesina. Nunca nadie verdaderamente de pueblo había usado semejante término. Fue importado desde fuera, a partir del éxodo galopante de mediados del s. XX, lo que Sergio del Molino llama en ‘La España vacía’ (Turner) el Gran Trauma, por quienes firmaron el certificado de defunción de aquel modo de existencia, por los expertos, demógrafos, etnógrafos, agentes socioculturales y demás especialistas de toda laya y condición, de la misma manera que el reputado y genial forense Friedrich Nietzsche expidió sucinta, gracianescamente, la muerte de Dios, que igualmente se había producido con anterioridad y estaba en el ambiente. Desde entonces campo, lo que se dice vida campesina, apenas queda, por no decir que ha desaparecido. Del Molino, autor de la celebrada y estremecedora novela de título eliotiano ‘La hora violeta’, es, en parte gracias a la crisis, un urbanita convencido –por eso utiliza a menudo el adjetivo rural– que se embarca en un periplo por lo que resta del país interior y despoblado, insignificante y marginado, luego marginal, para intentar comprenderlo, si bien el ámbito agrario ahora no hay quien lo entienda, baste señalar la existencia de sindicatos, cuando hasta Marx, con el símil vejatorio del saco de patatas que cita Del Molino, dejó por imposible al campesinado, de un individualismo recalcitrante, impermeable a cualquier conciencia de clase, enojoso tanto para el liberal que para el marxista. ‘La España vacía’ es una especie de ensayo muy documentado y entretenido, en extremo original y sugerente, que suple con su impronta literaria el desconocimiento de la vida en los pueblos, que por otra parte escapa a su objetivo. Parte en sus consideraciones de ‘Menosprecio de corte y alabanza de aldea’, de Fray Antonio de Guevara, y acude luego a Cela, Azorín, Ciro Bayo, Unamuno, Galdós, Bécquer, Llamazares y un largo etcétera de escritores viajeros, muy bien traídos, incluso a Machado, con quien al cabo se identifica, a las distopías de Houellebecq o a los ensayos de Lipovetsky, Bauman y Zagajewski. No pretende «tampoco sustituir ni enmendar la plana al trabajo académico y especializado de geógrafos, antropólogos, soció-

logos e historiadores», de cuyas teorías se ha empapado, si bien el análisis del trato político al campo durante el franquismo y de la Transición hasta hoy es ejemplar. Aunque algunas conclusiones y juicios de valor puedan considerarse discutibles, el razonamiento es brillante; las digresiones (musicales, fílmicas, pedagógicas, quijotescas, estadísticas, cartográficas…), muy jugosas y el diagnóstico, inapelable. Por otra parte, los enfoques son variados y, en general, harto curiosos, hasta proporcionar una visión completa de la España olvidada, desde los mitos y arquetipos, la mayoría falseados, que han conformado su imagen, al contacto directo con «los rincones más perdidos» de su geografía, siempre en busca de la soledad y el silencio, de escapar al relato de lo mundano. El propio Del Molino indica en un capítulo de ‘La España vacía’ que «pocos países como Argentina han hecho de la cuestión campo-ciudad un tópico tan recurrente», que abarca desde el decimonónico ‘Facundo’ de Sarmiento hasta el reciente ‘El interior’ de Martín Caparrós, pasando por el ‘Martín Fierro’ o ‘Don Segundo Sombra’, «casi dos siglos de mantra sin resolver entre la pampa salvaje y la metrópoli Buenos Aires». A esa tarea pendiente se aplica María Sonia Cristoff, natural de Trelew, en medio de la Patagonia, descendiente de emigrantes búlgaros y vecina de la capital, en ‘Falsa calma’ (Alpha Decay), con un estilo apretado, como nervioso, de frase corta al servicio, en vez de al ensayo, de la crónica narrativa, de lo que se llama literatura de no ficción. Por las soledades azorinianas, que aparecen también en las memorias de uno de los primeros habitantes de un poblachón de Tierra del Fuego, con el aislamiento, para bien o para mal, como rasgo consustancial del carácter, bajo la advocación de Chatwin, Cristoff da voz a los lugareños que se va encontrando en los pueblos fantasmales de tierra raída y secarral como el de la portada, pocos, pues hay más perros que personas, pero las que quedan son duras como el pedernal: Martina, abandonada de niña, criada ambulante, malcasada con una estrella de rock, tres intentos de suicidio; la aguerrida Angélica, buena lectora, empeñada en conocer lo que hay allende la locura; Milka, emprendedora y catequista seudoevangélica de mujeres mapuches…Al final, queda un silencio espeluznante, las maneras antiguas, qué fue de los gauchos, como aquí, han desaparecido: «ahora los chicos ni subirse a un caballo saben». Shirley Jackson, aunque natural de San Francisco, vi-

Lugares vacíos Por las tierras olvidadas

UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO


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Ruinas del pueblo de Esco, abandonado en 1960 por la construcción de la presa de Yesa, en el río Aragón. :: VINCENT WEST-REUTERS

LA ESPAÑA VACÍA

FALSA CALMA

Sergio del Molino, Turner, 296 pp., 23 €.

María Sonia Cristoff, Alpha Decay, 256 pp., 19 €.

CUENTOS ESCOGIDOS Shirley Jackson, Minúscula, 168 pp., 18 €.

vió un tiempo en Vermont y conoció bien los intríngulis de la mentalidad campestre. Sobre su novela gótica, de terror psicológico, ‘Siempre hemos vivido en el castillo’, gravitaba ya el odio del vecindario. Uno solo de los relatos seleccionados ahora en ‘Cuentos escogidos’ (Minúscula), el más famoso de los suyos, por su dureza sin paliativos y la verdad última que encierra, ‘La lotería’, sobre un ritual de sacrificio propiciatorio para la cosecha, centrado en la figura del chivo expiatorio a partir de la crueldad innata y la propensión al chismorreo hiriente, bastaría para sostener esta afirmación. El engrudo atávico de la tradición, que hacía tan retrógrada la sociedad rústica, tan impermeable a los cantos de sirena y a la infección ideológica de las revoluciones, además de la impiedad envidiosa hacia el vecino, entre otras lacras aldeanas, se manifiesta en toda su virulencia en este cuento angustioso, espléndido, un crochet directo, perturbador, al hígado pueblerino. Como el resto de los que conforman el volumen se atiene a la teoría del ‘iceberg’ de Hemingway: solo leyendo, entre líneas, los diálogos y reparando en incidentes mínimos puede intuirse el trasfondo de las historias. Como apéndice, aparte de dos jugosas conferencias, una, puerta de entrada en su conclusión del relato ‘La noche en que tuvimos gripe’ y otra a modo de notas de sesgo metaficcional dirigidas a un joven aspirante a escritor, muy prácticas y concretas sobre la mecánica de la escritura para llevarse sutilmente al huerto al hipotético lector, la propia autora aborda la fortuna de su cuento estrella, refiere las inauditas reacciones de algunos lectores y confiesa cómo lo concibió y cómo lo escribió de un tirón y sin apenas correcciones una luminosa mañana de junio. No le gustó nada ni a su agente ni al editor, pero en cuanto vio la luz se armó un revuelo de cuidado, palpable en cientos de cartas agresivas, incluso de algún trastornado, la mayoría groseras e iletradas, de las que S. Jackson ofrece una muestra, de fragmentos seleccionados, ciertamente alucinante. Como para dejar de escribir, sin duda. Pese a la mecanización de las labores agrícolas, el progreso solo puede desarrollarse en las urbes. La ciudad, por añadidura, atempera lo que en los pueblos se magnifica. En los lugares de escasa población no hay olvido, las miserias se agrandan y los odios ancestrales, heredados generación tras generación. La ventaja de los núcleos pequeños de población es que la escasez de población disminuye el ruido ambiental y favore-

Del Molino: «Pocos países han hecho de la cuestión campo-ciudad un tópico tan recurrente» «La ciudad atempera lo que en los pueblos se magnifica»

ce al espíritu, pero, sobre todo si hay ganadería de por medio, día sí y día también la Guardia Civil tiene que dirimir las rencillas tratando de evitar que los que quedan, degradados y envilecidos por el aislamiento emocional, engrosen la crónica de sucesos, al modo de lo sucedido en Puerto Hurraco o en Fargo, perdón, Fago, que Del Molino evoca con maestría. Si bien las ventajas mentales de la vida campestre frente a la urbana, que John Fowles cifraba en ‘El árbol’ entre «el paraíso verde» y el «limbo gris», me parecen indudables, sin entrar en análisis sociológicos ni psicológicos siempre he pensado que la condición humana, ahí te quiero ver, se expresa en puridad en los sitios donde conviven pocas personas; cuantas menos, más se desata lo peor del hombre. De ahí que, aparte de las revoluciones industriales y demás causas económicas, el personal prefiera el cobijo anónimo de las ciudades, donde los instintos se diluyen o no se manifiestan tan a las claras y tan en bruto. La crudeza inclemente de la convivencia, a mi juicio, aumenta de forma inversamente proporcional al número de habitantes que viven en un lugar, tal vez incluso a causa, como señala Cristoff, de «la monotonía del paisaje» y «la brutal presencia del cielo». Por ahí iría lo de la sangre de Caín machadiano, aunque lo justo sea señalar que también la bondad en estado puro resplandecía en hombres honrados, cabales, de una pieza, difíciles de encontrar en las ciudades, donde resulta prácticamente imposible no malearse seriamente y para siempre. Ahora estos hombres buenos ya no existen, claro, igual que se ha desintegrado la vida campesina, convertida en rural, si no neorrural, palabro harto indicativo, que es otra cosa, el trasplante o implante del proceder urbano, sea ecologista o naturalista o como quiera disfrazarse, a los pueblos.


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Sábado 18.06.16 EL NORTE DE CASTILLA

DEL CIPRÉS

Las piezas de arte que pueblan la exposición están marcadas por ese carácter inacabado

Alessandra y Leonardo contemplan el paisaje inacabado de NY desde el Met Breuer. :: EL NORTE

Pensamientos visibles H

an abierto una nueva ala del Metropolitan Museum. Ya saben, ese museo en el que se conserva la reja del coro de la Catedral de Valladolid. Sucedió el pasado 18 de marzo. Es el fruto de un proceso que no ha sido especialmente largo. En efecto, la nueva ala está ahora en el edificio que antes ocupaba el Whitney Museum. Este había cerrado sus puertas en octubre de 2014 para trasladarse a su nueva sede construida por el arquitecto Renzo Piano e instalada en el Meatpacking District, en Chelsea, al lado del High Line, una antigua línea férrea reconvertida en parque y en museo al aire libre. El nuevo Whitney abrió entonces al público en la primavera de 2015. El edificio que quedaba ahora desocupado había sido construido por el arquitecto Marcel Breuer. Breuer nació en el imperio Austro-Húngaro, como Stefan Zweig o como Joseph Roth, un mundo que dejaría

de existir durante su adolescencia para convertirse en una enorme abstracción histórica. Su trabajo como arquitecto concreto, y su trabajo con el concreto en particular, dio lugar a inmuebles emblemáticos, uno de los cuales es ese cubo que lleva estampado el monograma del Met, en Madison avenue con la 75 este. Dos de los pisos de esta nueva ala, el tercero y el cuarto, están ocupados por una exposición enorme –e inacabable– titulada ‘Unfinished: Thoughts Left Visible’ (Inacabado: Pensamientos que quedan a la vista). Las piezas que pueblan esta exposición están marcadas por ese carácter inacabado. Unas porque no pudieron ser concluidas materialmente, otras porque su carácter acabado era justamente el quedar inacabadas –o, quizá mejor–, dejar al descubierto el proceso de pensamiento que iba conduciendo al plan de la obra. En esos dos pisos, el visitante tiene acceso, pues, a pequeñas ventanas por las cuales adquirir una

perspectiva sobre el modo de pensar el arte por parte de sus practicantes. La exposición es de muy recomendable visita a toda persona que se acerque por esta isla fluvial antes del 4 de septiembre. Quizá también hay otra manera de pensar la exposición. Lo que queda inacabado y con los pensamientos al descubierto no son tanto las obras de arte aquí reunidas. Lo que está inacabado, mutilado al principio, inconcluso al final, y deshilachado por el camino, es la propia historia del arte. En efecto, la exposición empieza tarde, con el Renacimiento italiano, y termina demasiado pronto con un prontuario de nombres bien conocidos como Cy Twombly, Marlene Dumas, Louise Bourgeois. En ese breve espacio de tiempo de apenas seiscientos años, sólo se encontrarán modalidades del arte occidental, nombres muy conocidos, de Leonardo a Tintoretto, de Jan van Eyck a Jacques-Louis David, de Michelangelo a Picasso, así

como Cézanne, Monet, Manet, Velázquez, o Piranesi, entre tantos. En fin, una versión bien específica de cierta historia del arte. Personalmente, es una historia del arte que admiro, que amo con locura, que además (más o menos) entiendo, aunque no sea más que porque forma parte de cierta memoria de las formas,

ISLA FLUVIAL JESÚS RODRÍGUEZVELASCO

de cierto lenguaje con el que me he educado. Pero no por eso deja de ser solamente una cierta historia del arte. He ido dos veces a ver esta exposición. En ambas ocasiones con mi hijo de cuatro meses. La primera fui también con una parte de mi familia vallisoletana, que había venido a visitarme. Nos entusiasmó. La segunda vez fui con mi compañera, Aurélie, y con dos amigos, Alessandra Russo y Pat Giasson, y su niño de diez meses, Leonardo Ottavio. En una entrega anterior de esta columna tuve oportunidad de hablar un poco de Pat y de su trabajo en el Neuberger Museum, del que es conservador de arte latinoamericano. Alessandra también es historiadora del arte. Ella trabaja en arte latinoamericano de la alta edad moderna. Durante años, Alessandra ha explorado los modos de narrar una historia del arte bien diferente a aquella a la que estamos acostumbrados y que los grandes museos suelen programar.

Por ejemplo, uno de sus libros está dedicado a estudiar la técnica de creación de obras de arte con plumas de pájaro, técnicas que los artistas Europeos aprendieron de artistas indígenas de México. Fruto de ese trabajo es la exposición que preparó, con Gerhard Wolf y Diana Fane en el Museo Nacional de Arte de México en 2011, ‘El vuelo de las imágenes. Arte plumario en México y Europa. 1300-1700’. También por ejemplo, a lo largo de los años Alessandra se ha dedicado a reptar –literalmente– por los claustros monásticos mexicanos en busca de grafitti. Con materiales tan diversos, Alessandra ha escrito libros como ‘El realismo circular’ de 2005, o ‘The Untranslatable Image’ (2014). En otras palabras, lo que Alessandra hace es investigar la fábrica misma de los pensamientos visibles. Le interesan los diálogos entre culturas dentro de una serie de sistemas de comunicación global, en la que ciertas culturas –empezando por las culturas imperiales occidentales– se ocupan de querer completarse a ellas mismas usando las plumas de sus conquistados y queriendo volar con esas nuevas alas. Le interesa buscar con método los rastros de arañazos practicados en las paredes por un colectivo trans-histórico en que los anónimos agentes de un arte no reconocido como tal se completan los unos a los otros, se interrumpen, se borran, o se yerguen y revuelven frente a personas y acontecimientos. Su trabajo no es una persecución catalográfica de huellas o trazas, a veces fantasmas. No es su intención la de elevar a la categoría de arte o cultura con mayúsculas una serie de artefactos tentativos, o de casualidades más o menos afortunadas, para colocarlos en las vitrinas de otro museo. Alessandra lleva a sus últimas consecuencias la misión misma de las humanidades y de las ciencias sociales: arrancar a la experiencia la compleja historia de pensamientos visibles y siempre incompletos que frecuentemente han sido excluidos de los museos y de los libros y, también, de la historia tradicional del arte y de la filosofía. El suyo es un estudio para demostrar que en esas formas mestizas, incompletas, cuyas historias desconocemos, es donde se pone en práctica también el pensamiento crítico –un pensamiento siempre al descubierto–.


LECTURAS

Sábado 18.06.16 EL NORTE DE CASTILLA

Intriga y memoria histórica Manuel Rico construye en ‘Un extraño viajero’ una novela que une el amor y el suspense con una investigación del pasado

LUIS EDUARDO SILES

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n extraño viajero’ supone una reivindicación de la memoria histórica. Pero el libro es mucho más. Se trata de una sensacional historia de amor, de una novela sostenida con un pulso narrativo impecable, que tiene en la intriga, en el suspense, uno de sus principales soportes. Lucía Olmedo, la protagonista, arrastra la soledad de sus años de divorcio y del entorno en el que vive, un pueblo perdido en la Sierra de Madrid en el que regenta un hotel rural, La Casona. El autor describe a Lucía según las características que «en tantas películas y novelas» se llama «una mujer madura», pero ese rasguño del tiempo «quedaba atenuado por el brillo de sus pupilas, siem-

pre vivas y penetrantes, y por un cuerpo de formas todavía firmes y según decían sus amigas y algún amigo residente en Brezo, apetecibles». Una noche de invierno, entre semana, con el hotel deshabitado, llega Salko Hamzik, un serbio indocumentado y agotado, como venido de otro tiempo, que despierta en Lucía una sensación contradictoria de desconfianza y deseo, está a punto de avisar a la Guardia

‘UN EXTRAÑO VIAJERO’ Manuel Rico. Algaida, 2016. 431 págs. 18 euros.

Civil, pero finalmente confía en él porque parecía «un hombre cansado, perdido, incapaz de hacerle daño a nadie». Tras algunos días de estancia del hombre en La Casona vivirán una noche de pasión y sexo que cambiará radicalmente la vida de Lucía. Pero Salko desaparece esa mañana. Deja un resguardo para recoger un carrete de fotografías. Y a partir de ahí, las preocupaciones por la marcha del hotel, que constituían la única ocupación en la vida de la protagonista, pasan a un segundo plano, porque ella se lanza a una obsesiva indagación sobre oscuros elementos del pasado de la comarca, marcados por el azote de la dictadura, e incluso tendrá la sensación, y la vivirá intensamente, de haber irrumpido en «dimensiones desconocidas». Lucía investiga por amor, incluso con cierto fastidio a veces, pero los pasos que da resultarán decisivos para que la opinión pública conozca, sobretodo a través de una exposición fotográfica, los excesos que la dictadura cometió en la comarca. La presa la construyeron los perdedores de la guerra. Las fotos que dejó el extranjero reflejaban «rostros delgados, famélicos. Cuerpos casi perdidos en ropas que a Lucía le parecieron desmesuradas. Duros primeros planos de

Caricatura de Manuel Rico. :: MIKEL CASAL

seres anónimos de rasgos como esculpidos con cortafríos sobre una piedra imaginaria. Ojos entre el asombro y el abatimiento. Sombras de árboles desnudos, esqueletos de oscuridad sobre un fondo demasiado claro, sombras humanas caminando en fila, sombras». Lucía descubre, a través de las per-

sonas con las que habla durante su investigación, la similitud entre determinadas actuaciones que se dieron durante la dictadura y las que se practicaron en los campos de concentración nazis: «Hubo una cámara que estuvo aquí y trabajó de incógnito para acumular pruebas de que había una relación

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muy directa entre determinadas prácticas del franquismo y las que se dieron en los campos nazis». En ‘Un extraño viajero’ hay, pues, una historia de amor, una profundización en la memoria histórica, y todo ello está envuelto en una atmósfera de suspense, pero se trata sobretodo de un libro magníficamente escrito, que transmite constantemente el placer de leer. Ha obtenido el IX Premio de Logroño de Novela. Manuel Rico (Madrid 1952) es un consumado crítico literario, un reconocido poeta, y ha publicado varias novelas, como la colosal ‘La mujer muerta’. ‘Un extraño viajero’, cuya acción transcurre entre los años 2005 y 2006, en los que se impulsó la memoria histórica, está lleno de referencias literarias. Lucía está leyendo –y avanza muy lentamente entre tantos avatares en su vida– ‘Matar a un ruiseñor’, pero también se habla de Philip Roth, de Robert Walser o de Max Frish, entre otros muchos. Es una novela que transpira sentimientos, pero no hay ningún personaje negativo: lo malo son las zonas oscuras del pasado de este país. Tiene buenas intenciones. Francisco Umbral vino a decir que de los buenos sentimientos nunca sale una buena novela. Este caso supone una excepción a esa premisa umbraliana. ‘Un extraño viajero’ es una buena novela.


12 LA SOMBRA

DEL CIPRÉS

LECTURAS

Sábado 18.06.16 EL NORTE DE CASTILLA

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

Maternidad, entre el hogar y el árbol :: SUSANA GÓMEZ «Mi madre tiene el corazón entre el sol y la noche». Contenida en este comienzo toda la ambivalencia en la que se moverán las páginas siguientes, esta declaración de intenciones abre la puerta a esa franja ancha en la que no cabe el estereotipo fácil, el blando convencionalismo que la maternidad y sus cosas suelen suscitar. Porque ella, la madre

de este relato intenso y sensible, febril y vital, atento a matices, está hecha de risas violentas y tristezas tormentosas; de luces de luna y sombras de cuervos; un jardín entero en el que cultivar «amor a flor de piel», lilas, cardos, y en cuyos rincones te puedes acurrucar o pinchar. Luminoso y nocturno, su corazón da cobijo a un zorro y una loba, que algunas veces «la arrastra

MADRE. ENTRE EL SOL Y LA NOCHE Stéphane Servant y Emmanuelle Hordart. Editorial Libros del Zorro Rojo. 30 págs. 14,90 euros. Edad recomendada: a partir de 6 años.

a bailar y cantar en los bosques oscuros». Inundado de lirismo, exultante de metáforas, invadido de tropos en texto e

imágenes, este álbum de gran formato que canta a la riqueza y complejidad de las madres no unívocas, se ve tras-

pasado en todo momento por una humanidad ferviente. Más allá de cualquier arquetipo, deja vislumbrar las idas

Asimilados y nacionalistas SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN

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n la segunda mitad del siglo XIX, los países europeos comenzaron a aprobar leyes que permitieron la emancipación de los judíos, sometidos hasta ese período a leyes que impedían su libertad de movimientos, les imponían impuestos especiales o restringían las profesiones en que podían trabajar. En Austria, la emancipación llegó en 1867. A partir de ese mo-

mento, los judíos se integraron en la vida del país hasta tal punto que crearon lo que se ha llamado el «paisaje cultural judío-vienés», obra de algunos intelectuales notables que vivieron esos años en Viena, como por ejemplo Sigmund Freud, Karl Kraus, Gustav Mahler o Arnold Schönberg. Fueron esos años de gran agitación intelectual, propios de la época liberal que vivió Europa; dicha agitación se debió en gran medida a la pluralidad de la población judía vienesa; una sociedad que se ve alterada con la masiva llegada de judíos del Este. Para ambas poblaciones, el otro supo-

ne el descubrimiento de otra identidad judía, desconocida y antitética. Esto, en vez de crear un choque social, conduce a lo que Stefan Zweig denominó el «genio de Viena», que no es sino la capacidad para armonizar los contrastes étnicos y lingüísticos. Donde sí que se da una reacción es en la población no judía. La libertad de los judíos trajo como desgraciada consecuencia un reverdecimiento del antisemitismo cuya obvia derivación fue el surgimiento del sionismo, objeto de las más variadas falsificaciones hoy en día. En realidad el sionismo no es más que un movimiento nacionalista judío pro-

El trasluz de lo inmediato

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rillante./ Noche manuscrita./ En la indefensión,/ absolviendo el trasluz/ de lo inmediato (…) Ahora/ llueve dorado como en un sueño,/ cuando tú no estás», escribe Luis Ángel Lobato en el pórtico de su nuevo libro, ‘Brillante’. Dos años atrás, el poeta vallisoletano daba a la luz ‘Dónde estabas el día del fin del mundo’. Al hilo de aquella entrega, apunté que su decir exploraba la metamorfosis a la que debe someterse el espíritu humano para destejer las

trampas del tiempo y despojarse, a su vez, de las hebras y tejidos que oscurecen la existencia. Ahora, su voz se sostiene sobre una subjetividad sentimental con la que va componiendo un mapa personal, íntimo, que le sirve como recapitulación de momentos vividos de manera intensa. Partiendo de una base realista, el decir de Luis Ángel Lobato tiende en estos poemas hacia una controlada complejidad. El relato de su acontecer no queda en la anécdota de un atento observador, sino

JORGE DE ARCO

que intenta trascender hasta hallar la sustancia esencial del propio yo: «Abro amputadas puertas/ y me adentro en su exterior./ Esa voz oscura/ ofrece un talismán/ de charcos letales./ Pero yo he trazado/ otros caminos». Hay ocasiones, en las que la otredad del sujeto poético se sumerge en un manantial

y venidas que van de la necesidad de amparar a la de volar, del albergue al vuelo. En el viaje, ilustraciones de gran po-

LOS JUDÍOS VIENESES EN LA BELLE ÉPOQUE Jacques Le Rider. Trad. Laura Claravall. Barcelona: Ediciones del subsuelo, 2016. 382 págs. 24 €.

Vista de la Wiener Ringstrasse en Viena. :: EL NORTE movido por Theodor Herzl. La idea era volver a la tierra de sus antepasados para así librarse de la persecución antisemita. Al contrario que Herzl y otros partidarios del sionismo, hay judíos que están totalmente integrados en la sociedad vienesa, que toman parte en las luchas políticas de la época; por ejemplo, se afilian al partido socialista austriaco con la esperanza de lo-

de quiméricas órbitas del que extraer un material sensible, moldeable, que le incita a interrogarse por su misma existencia: «¿Y si a continuación/ de la escalera/ me recibe un puente/ con un ser gritando?/ Bombeo entonces con un síncope/ el daño colateral/ de las ranuras». En otros momentos, el lenguaje se extrema y se orilla en un círculo cuasi críptico, en el que el lector debe mantener alerta sus cinco sentidos para extraer toda la esencia de este cántico sublimado e iniciático: «Como cualquier mecanismo/ inservible/ papeles huecos/ van/ y vienen a estrellarse/ sobre este espacio/ coagulado./ Ahora se comprimen advertencias».

grar un cambio radical en la sociedad. También hay quien acepta que su identidad es fruto de la asimilación. Recordemos que el bautismo era el billete, según la expresión de la época, para aquellos judíos que querían librarse del sambenito. Otros, como Freud, abogan por una identidad judía, integrada, sí, pero judía sin concesiones. La segunda parte del libro

BRILLANTE Luis Ángel Lobato. Playa de Ákaba. 84 páginas. 9,50 euros.

Dividido en dos apartados, ‘EXTERIOR’ e ‘INTERIOR’, y con quince poemas en cada sección, el volumen explora más allá de ese sutil sentido de la reserva, de la reticencia semántica, pues hay en él un evidente despliegue de signi-

repasa las vidas y obra de algunos judíos importantes de la belle époque vienesa. Así, Le Rider ofrece al lector un breve repaso a la obra de Freud, a la de Zweig, creador del mito de la Viena finisecular y autor entre otros libros de ‘El mundo de ayer’, una extraordinaria rememoración de lo que había sido Europa antes de tener que abandonarla empujado por el nazismo. Destaca también el capítulo dedicado a Kraus, un periodista inteligente e insobornable hasta límites insospechados, capaz de ver el lado más sorprendente y el más

ficantes que el propio Lobato deja bien explicado en su nota introductoria: «En el libro se percibe una historia de amor, una especie dentro de lo posible. Un hombre camina por las calles de una ciudad pensando en su amada (…) Eso correspondería a la primera parte, EXTERIOR. En la segunda parte, INTERIOR, la acción se traslada a la habitación de un hotel». Al cabo, ambas partes respiran de un sentimiento común, de un entendimiento cómplice, que destella sobre cuanto gira en derredor de los retablos e intérpretes que van surgiendo. «La vida no es gente y escenario, sino pensamiento y sentimiento», dejó escri-


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tencia danzan en ese filo de las madres tiernas y salvajes, equilibristas en fin, en donde se dan cita fortalezas, miedos, instintos, necesidades, contradicciones, deseos. Y en esta encrucijada entre el hogar al árbol, el pelícano y el quetzal… pájaros y jaulas, risas y llantos, melenas, agujas, ovillos, espadas, simbolizan las ganancias y las renuncias, sin olvidar que por encima de todo hay vínculos que siempre serán umbilicales. Todo ello envuelto en un lirismo profundo y una estética traspasada de detalles, que confirma el mimo que Libros de Zorro Rojo pone en sus ediciones.

humillante de cada asunto. No carecen tampoco de interés el dedicado a Mahler y Schöberg. Llama la atención en el caso de esa Viena de la belle époque que la cultura que esos judíos desarrollaron no fuese judía como tal sino simplemente europea, vigente aún hoy en día. Al final de la lectura uno queda sorprendido por la cantidad de talentos que convivieron en una misma ciudad y en período no muy extenso. Para que florezca la cultura, más que subvencionarla y dirigirla desde los gobiernos, es necesario simplemente dar libertad a las personas y crear una buena red de escuelas, institutos y universidades donde las personas puedan instruirse y llegar a la excelencia. Al final del periodo educativo, siempre habrá un grupo más o menos numeroso, pero bien preparado, que, si desde los estamentos dirigentes de la sociedad no los persiguen para neutralizarlos, incrementarán con creces el saber aprendido y divulgarán lo avanzado y conseguido.

to tiempo atrás Wallace Stevens. Y muy cerca quedan estas páginas de tan rotundo aforismo. Los tres últimos poemas, remiten a tres grandes maestros de la pintura y a tres de sus sugeridoras obras: ‘Noctámbulo’ de Edward Hopper, ‘El grito’ de Edvard Munch y ‘El tren azul’ de Paul Delvaux. Con ellas y desde ellas, Luis Ángel Lobato reafirma un discurso capaz de profundizar en los aspectos más hondos del ser humano que se enfrenta al tiempo con su diario desamparo. Y con su diaria pasión: «Inauguro una nueva fantasía (…) Despliego las páginas/ de otro siglo:/ próximamente alambreras purpúreas./ Brillante./ Nada más».

La Gioconda le miraba… y él se la llevó :: S. G.

Ángelo, loco de amor, la sacó del marco. No pudo hacer otra cosa nada más que llevársela de allí, abrazada contra su pecho a la suave luz de la luna parisina. Y ella siguió mirándole arrobada, sonriéndole dulcemente de la mañana a la noche. Todo el día. Dominando la habitación sus ojos angelicales, su boca misteriosa, siguiéndole con los ojos mientras dormía, trabajaba, comía,

Ella le miraba, le miraba a los ojos con su sonrisa de florentina hermosa, pequeña y sonriente, enigmática y callada desde aquella pared del Museo del Louvre donde le robó el corazón desde la primera visita. Y le miraba solo a él, el cristalero que cayó rendido a sus pies como si un rayo le hubiese tocado por dentro. «Su sonrisa le hacía cosquillas en la nuca» y

roncaba. Hasta que un día, él no pudo más. Así da comienzo este relato basado en la historia real del robo de la Mona Lisa, que, tomando como excusa el amor entre Ángelo y la misteriosa Gioconda, se internará por algunos de los secretos del célebre ret trato de da Vinci. De g gran formato y gran p preeminencia visual, e título forma parte el d la colección ‘La de p puerta del arte’, con la q la Editorial Juvenque t pretende introdutud

Sigmund Freud versus Marilyn Monroe

U

n diálogo largo, aislado y concentrado, entre Sigmund Freud y Marilyn Monroe. O entre el psicoanalista despojado de sus defensas profesionales y la Norma Jean que soportaba a la estrella de cine. Un diálogo que a veces roza engañosamente los patrones de la terapia de diván, pero que pronto se lanza a la confrontación entre estas dos personalidades, a la

exploración mutua de sus máscaras. Por el medio, el abanico de sus experiencias como grandes iconos del siglo pasado, en especial la actriz en sus películas más célebres. Esa es la sorprendente propuesta que nos trae Eduardo Roldán en su obra teatral ‘Caso Norma’, desplazando la realidad divergente de sus protagonistas a un nuevo territorio que haga posible el encuentro: un Más Allá inde-

Eduardo Roldán. :: RAMÓN GÓMEZ

JORGE PRAGA

finido que prolonga las existencias pero no las biografías, y que tras la cancelación de la muerte permite la mirada retrospectiva sobre lo que ya sucedió en el Más Acá y no va a cambiar.

El vallisoletano Eduardo Roldán va labrando su escritura en géneros diversos. Además de su persistente trabajo como columnista y crítico en las páginas de El Norte de Castilla, pronto ensayó la poesía (‘Haikus de jazz’, ‘El silencio de la piedra’) y también la novela (‘Habitación 221’). Ahora toca el teatro con ‘Norma Jean’, que ha recibido este año el XIV premio Martín Recuerda del Ayuntamiento de Salobreña y la Diputación de Granada. Por la labor de documentación y elaboración que se esconde tras la trabazón de la obra, podría pensarse en origen en una novela dialogada. Pero el encuentro dialéctico entre los dos protagonistas se asienta sobre un encaje rítmico, sonoro, y también espacial y lumínico que solo puede culminar en el escenario de la representación. A él van destinadas esas frases cinceladas entre pausas y silencios, y ordenadas en sucesiones, interrupciones y superposiciones. Su destino y ambición se eleva por encima del ojo del lector en busca de la voz del actor que rescate la vida y el dinamismo sembrado en el papel. Roldán, buen degustador de jazz, ha dejado aquí la partitura minuciosa de un concierto a la espera de sus músicos, disciplinados o improvisadores, quién sabe. Escoger como protagonistas a Marilyn Monroe y a Sigmund Freud ofrece peligros y límites evidentes por el cliché cerrado que de ellos pue-

MONA LISA Gèraldine Elschner y Ronan Badel. Editorial Juventud. 32 págs. 15 euros. Edad recomendada: a partir de 7 años.

cir a los más pequeños en diferentes disciplinas relacionadas con este, así como desarrollar su creatividad y curiosidad.

da tener el receptor. Sin embargo las intenciones del dramaturgo se orientan hacia las debilidades y agujeros de esos clichés, en especial en el caso de la mujer, despojada de su nombre artístico y reducida a Norma, Norma Jean. En una jugosa mezcla de documentación e inventiva, la Norma que se esconde bajo la rubia teñida y la estrella desnortada y seductora repasa la última parte de su carrera desde una mirada interior que abre nuevas ventanas. Tampoco su Sigmund Freud encaja totalmente con el fundador el psicoanálisis: sus enganches con la actriz, sus dudas, su tendencia casi cómica al cotilleo, suministran una energía insospechada a la sesión de terapia pos-mortem, dos palabras que chocan como trenes de alta velocidad en la misma vía y sentidos opuestos. El diálogo entre ambos fluye, ágil y seductor, agarrado a los sabrosos jalones de la vida de la actriz y escarbando a su alrededor para ofrecer otras perspectivas. Un horizonte metodológico que el propio autor esboza en el epílogo de esta edición: «La falla que se abre entre cómo somos percibidos y cómo somos realmente –cómo creemos que somos– es un tema en el que, de manera más o menos directa, más o menos periódica, no he dejado de incidir desde que comencé a escribir ficciones».

CASO NORMA Eduardo Roldán. Publicaciones de la Diputación de Granada. 126 páginas.


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DEL CIPRÉS

H

oy me ocuparé de un tipo especial de préstamos que se producen cuando a una palabra que ya existe en la lengua se le da un significado que no poseía originalmente y que tiene esa palabra en otra lengua. Estos préstamos semánticos son distintos porque se transmite solo el significado, sin crear ninguna palabra nueva en la lengua receptora. Algunos ejemplos de este tipo ya bastante asentados en la lengua española son ‘ordenador’ (que existía en español pero no con el significado de ‘máquina electrónica dotada de una memoria de gran capacidad y de métodos de tratamiento de la información, capaz de resolver problemas aritméticos y lógicos gracias a la utilización automática de programas registrados en ella’), ‘ratón’ (que existía en español con el significado de ‘roedor’, pero no con el de ‘aparato que mueve el cursor’), ‘halcón’ (que existía en español con el significado de ‘ave rapaz’, pero no con el de ‘político partidario de medidas intransigentes y del recurso a la fuerza para solucionar un conflicto’), ‘cadena’ (que existía en español con el significado de ‘serie de eslabones’ pero no con el de ‘grupo de tiendas’), ‘abierto’ (que existía con el significado de ‘que permite la entrada’ pero no con el de ‘competición deportiva en la que pueden participar todas las categorías’), ‘romance’ (que existía con el signifcado de ‘estrofa castellana’ pero no con el de ‘idilio amoroso’) o ‘álbum’ (que existía con el significado de ‘libro de hojas en blanco’ pero no con el de ‘disco o conjunto de discos sonoros de larga duración’). En muchos casos estas extensiones de significado son muy bien recibidas en la lengua receptora porque contribuyen a la economía del lenguaje. Sirva como muestra la información correspondiente a la entrada ‘ratón’ en el Diccionario panhispánico de dudas de la RAE (2005): «Calco semántico del término inglés ‘mouse’, que se usa, en informática, para designar el pequeño dispositivo mediante el cual se

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

UN PRÉSTAMO SEMÁNTICO: ‘AGRESIVO’

Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es

maneja el cursor (...). La existencia de este calco hace innecesario el uso en español del término inglés». Desde el punto de vista lingüístico, los préstamos semánticos están perfectamente justificados y contribuyen al enriquecimiento léxico de una lengua. Muchos préstamos de este tipo tienen que ver con errores de traducción. Por eso para los puristas (y aquí empleo el término con el significado segundo del Diccionario académico, «Dicho de una persona: Que, al hablar o escribir, evita conscientemente los extranjerismos y neologismos que juzga innecesarios, o defiende esta actitud») son auténticos barbarismos, es decir, calcos viciosos de construcciones o significados no naturalizados en el idioma, que habría que evitar. Por ejemplo, en el Manual de español urgente de la Fundación del Español Urgente,

que funciona como Manual de estilo de la Agencia Efe, se prescribe que «como criterio general, ha de evitarse el empleo de palabras o de acepciones no registradas en el Diccionario cuando posean en este equivalencias claras». Lázaro Carreter alertaba hace más de veinte años del peligro de los anglicismos semánticos y proponía «combatir con eficacia esa grave plaga que son los anglicismos semánticos: significados ajenos que anidan solapadamente en vocablos castellanos (...), porque son ellos los que alteran nuestro idioma sin enriquecerlo». Sin ánimo de polemizar, sí sostengo que ha de extremarse la atención al adaptar determinados vocablos procedentes de otras lenguas que, con mucha frecuencia, se traducen indebidamente por términos españoles de factura similar. Ejemplificaré con el adjetivo <agresivo>. El Diccionario académico define ‘agresivo’ como: a) ‘que tiende a la violencia’; b) ‘propenso a faltar al respeto, a ofender o a provocar a los demás’; c) ‘que implica provocación o ataque’. Como muchos de ustedes saben, actualmente se usa el adjetivo ‘agresivo’ con un sentido que no se ajusta a ninguna de las tres acepciones anteriores. Cuando una empresa busca ejecutivos agresivos no quiere decir que busque individuos que tiendan a la violencia, ni que sean propensos a faltar al respeto, a ofender o a provocar a los demás. Busca personas que en el trabajo muestren estar dotadas de iniciativa, dinamismo y empuje para emprender una tarea o enfrentarse a una dificultad, una de las acepciones del término inglés ‘aggresive’. Por lo tanto, el uso de ‘agresivo’ con el significado de ‘con empuje y dinamismo’ es un préstamo semántico del inglés, acepción que no registraba ninguna edición del Diccionario académico hasta esta última, la del año 2014: «8. que actúa con dimanismo, audacia y decisión». Un ejemplo este de la conveniencia de registrar en los diccionarios este nuevo significado.

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Yucé, el sefardí. G. González Olmos (Dip. Badajoz)

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Sábado 18.06.16 EL NORTE DE CASTILLA

‘Retrato imaginario’, de Antonio Saura. :: EL NORTE

A

Salvador Martínez Cubells le correspondió la delicada encomienda de arrancar las pinturas negras de Goya de los paramentos enyesados que las mordían en la Quinta del sordo, y que aún penaban allí por la ausencia de su autor desde que tuviera que marcharse del país por la entrada abrupta y traicionera de cien mil hijos de San Luis. A pesar de su juventud, el pintor laureado ya en exposiciones nacionales de Bellas Artes por sus meticulosos cuadros evocadores del espíritu nacional (y que tan convencidos estaban en el siglo XIX de haber tenido que brotar entre nuestros antecesores durante el medievo con premonitoria modernidad), tenía sin duda acreditada su pericia también como dominador de las más complejas técnicas de restauración. Sin embargo, el proceso de arrancarle el óleo seco a una pared de yeso medio siglo después de su aplicación, cincuenta tortuosos años de abandono, cambios bruscos de temperatura, humedades, grietas y desconchones, no debió de ser tarea sencilla ni despreocupada. A fin de aprovechar cualquier ventaja tecnológica que

GOYA, SU PERRO Y LOS DEMÁS

OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA

brindaba el momento, la paciencia, el esmero y la audacia de Martínez Cubells fue precedida por la precaución de brindaban las fotografías de gran formato realizadas por Laurent y que servirían, a la postre, para acreditar la fidelidad de los retoques en el resultado final. Asumido el reto, Salvador procedió a untar cuidadosamente la primera gran pintura con una cola de fuerte adherencia y a pegar sobre ella varias tarlatanas que sirvieran de soporte exterior para una extracción ordenada. Cuando la goma hubo penetrado por los minúsculos poros de la película oleaginosa que formaba la pintura procedió a arrancarla como quien depila el bigote de un

Gargantúa dormido, es decir: con extremo cuidado de no arruinar el propósito despertándolo. Uno a uno, consiguió Cubells extraer de las paredes de aquella casa olvidada cada una de las pesadillas urdidas por el liberal que se refugió en Burdeos decepcionado con su país y pudo revertir el proceso colocando la fina película de óleo, extraída con sumo cuidado, sobre los lienzos que hoy duermevelan en las salas del Museo del Prado. Y así ocurrió, y tuvo que ocurrir para que décadas después de aquello, superada incluso la Guerra Civil, Antonio Saura viviera desde niño conmovido por ese perro de Goya que se hunde en la oscuridad y mira incrédulo, o

aún esperanzado, o curioso, o resignado; un perro que lo siguió hasta París, que lo observó paciente y silencioso, fiel, como un chucho presente que no cuestiona, a que uno de los más significativos pintores informalistas españoles se dejara de experimentos surrealistas y regresara a España para comprometer-

Antonio Saura vivió desde niño conmovido por ese perro de Goya que se hunde en la oscuridad y mira incrédulo

se, junto con los miembros de El Paso a empujar definitivamente la esencia del arte abstracto español de los cincuenta y sesenta. Y el paciente y concienzudo Martínez Cubells, que hubiera suspendido en sus clases de la Academia de Artes y Oficios a Antonio Saura, si le hubiese venido en 1880 con su ‘Retrato imaginario’, fue, sin embargo, el artífice de que la obsesión germinada en el espíritu creativo de Antonio Saura buscara en lo oscuro, en la negrura de un franquismo denso y seco como el yeso, incapaz de despegarse de la gente, la cara descompuesta de ese perro que es y siempre fue Goya y Lucientes. Quién sabe si con la esperanza de que el chucho, en lugar de hundirse lentamente, preguntándose con la mirada los motivos de su inminente perdición, no esté en verdad estirando el pescuezo, asomando el hocico irredento. La negrura lo ocupa casi todo, menos a nosotros que aún estamos ahí, olisqueando el mundo, mirándolo atónitos, seguros de que si algo se ha de acabar es nuestro tiempo hasta que alguien arranque nuestra luz de los muros densos, pastosos y agrietados del pasado.


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LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 18.06.16 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA

París, antes y ahora L

a primera vez que estuve en París el Barrio Latino era un distrito ennegrecido, lleno de bares y restaurantes baratos, frecuentados por estudiantes que conversaban en voz alta, fumaban y bebían cerveza, siempre con sus libros bajo el brazo y la sonrisa bien puesta en los labios. También había muchas librerías, casi tantas como bares. Era un barrio más sucio que el de ahora pero no parecía un parque temático para turistas desenfrenados, y se respiraba una atmósfera tan viva como humeante. La misma Notre Dame era una catedral más negra que el amianto. Si entrabas a ciertas horas, podías estar solo o como mucho rodeado de diez o doce personas. Yo solía entrar muchas mañanas a leer, a meditar, a contemplar las vidrieras de-

licadamente acariciadas por el sol invernal. En esa época todavía París era la capital cultural de Europa. Una muy inventiva escuela de filósofos incendiaba las aulas a las que acudían estudiantes de todos los países del mundo. París era la Meca de los estudiantes extranjeros, como decía la prensa con cierta satisfacción nada chovinista. Cuando me fui de París, la escuela filosófica a la que me refiero había casi desaparecido en circunstancias trágicas, y durante algún tiempo me negué a regresar a la ciudad de mis más jóvenes y nutritivos años. Tardé una década en volver a pisar sus calles, sus bares, sus librerías. Fue un retorno melodramático en el que constaté, con dolor y melancolía, que la decadencia seguía y que París se había dormido en sus laureles calcinados, entregan-

do sus distritos más soberbios al turismo, a los precios abusivos y a la descortesía. La Sorbona parecía muerta y la ciudad se hallaba sumida en un inquietante silencio cultural que no presagiaba nada bueno. Hace ahora dos años regresé de nuevo y advertí que ya toda la ciudad era un parque temático, irrespirable en algu-

MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO

nos flancos y absolutamente tomada por esa forma de la banalidad que llamamos turismo, y que si bien puede dar mucho dinero a las ciudades, las envilece y convierte todas las relaciones humanas en un asunto comercial. Pensé que tardaría en volver pero me equivoqué: estos días he vuelto a perderme por París, y si bien he percibido que prosigue la decadencia, se nota más movimiento, más crispación y más ira. Problemas que se van agravando día a día y que la prensa española apenas comenta. Con cierta alegría he constatado una vez más que en Francia, y especialmente en París, el ciudadano es mucho más poderoso que en España y se enfrenta con más osadía a la sinrazón. París se niega a demoler el estado del bienestar: era cosa sabida que no debiera extrañar a nadie. En el

café Le Sélect (precisamente el café que tanto frecuentó Sartre cuando se fue a vivir al barrio de Montparnasse) un oriundo de la ciudad me dijo: «París no hace revueltas, París hace revoluciones». En estos momentos y en una Europa tan encajada, la sentencia resulta exagerada, pero ¿quién sabe? En París se detecta un ambiente cada vez más enrarecido y bastante más violento que el año anterior, entre grandes celebraciones y grandes huelgas que enturbian aún más la ciudad. Normal. Cuando yo era estudiante las huelgas en el metro y en los trenes eran incontables, si bien los conflictos laborales resultaban insignificantes comparados con los de ahora. Al desafío que supone en un país como Francia recortar bienes sociales, se une ahora la

amenaza terrorista y el problema que conlleva una vasta emigración sin asimilar y condenada a la exclusión. Basta con acercarse a las zonas periféricas para observar que París está enteramente cercado por barrios miserables y más inflamables que el propano. Tanto en la Europa del Norte como en la del Sur tales situaciones se aceptan con resignación y con ceguera, asumiendo la espinosa convención de que destruir el estado del bienestar es sencillamente «hacer los deberes». Llegados a esa tesitura, los franceses, y sobre todo los parisinos, van a tender siempre a la desobediencia. Esa resistencia a aceptar las órdenes de Berlín se percibe continuamente en los cafés, en los parques, en las calles, y en las huelgas que campean por doquier mientras los noticieros airean la situación de un joven que ha permanecido varios días en coma víctima de la violencia policial. Para terminar, hago abstracción de todo lo que acabo de decir y advierto que París será siempre París y que nadie, ni turistas, ni huelgas, ni problemas de toda índole la despojarán nunca de su deslumbrante belleza.


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