Frida Kahlo, por Leo Matiz

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Sábado, 25.06.16 Número CCXL

Frida Kahlo, por Leo Matiz La Sala de las Francesas de Valladolid recupera el mito a través de la Rolleiflex del fotógrafo colombiano

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SOMBRA CIPRES LA

DEL

Frida en La Casa Azul, Coyoacán, México, 1943. :: © FUNDACIÓN LEO MATIZ

La Sombra del Ciprés cierra la temporada. Se reencontrará con sus lectores el próximo 15 de septiembre.


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DEL CIPRÉS

KAHLO, SEGÚN LEO MATIZ

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Niña con máscara de muerte

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l asesinato de León Trotsky a manos del estalinista Ramón Mercader, en agosto de 1940, en plena convulsión mundial por la guerra europea, coloca a México por un momento en el centro de la historia. Detenida e incluso acusada en primera instancia por el crimen, Frida Kahlo vivió aquellos días en el ojo del huracán. No era para menos. Su marido, el pintor Diego Rivera, y ella misma, a pesar de que en ese momento atravesaban uno de los períodos más duros de su relación, se habían convertido en la pareja que mejor representaba el momento político de la Revolución Mexicana en el

CARLOS AGANZO

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mundo. Una proyección internacional que se había consolidado fundamentalmente tras la estancia del matrimonio, entre 1931 y 1934, en los Estados Unidos, entre Detroit y Nueva York. El resultado, primero en los años veinte, de la política de «construcción de instituciones» de José Vasconcelos al frente de la Secretaría de Educación Pública del gobierno de Obregón; y más tarde, en los años

treinta, del impulso de Lázaro Cárdenas, bajo cuyo mandato el país se incorporó con voz propia a las grandes corrientes internacionales del momento. Cuando hablamos de Frida Kahlo, un mito que trasciende su época y su propia realidad, olvidamos casi siempre encuadrarla en el tiempo y en las circunstancias que le tocó vivir. De hecho, la potencia de su pintura y la fuerza absoluta del icono que la representa –su mirada, sus cejas, sus vestidos tradicionales mexicanos...– son el fruto directo de su infancia y de su lucha, a lo largo de toda la vida, contra el dolor; pero también de su relación con Diego Rivera, y del uni-

Dolor y vida, el bolero de Frida Kahlo Una exposición en Las Francesas de Valladolid muestra las fotografías que le hizo Leo Matiz en Coyoacán

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rida Kahlo es uno de esos personajes a los que su poderosa imagen, su cualidad de pioneros, su radical excepcionalidad (sea por una elección de vivir en los márgenes, sea por su rebeldía a la hora de asumir las reglas establecidas) acaban convirtiendo en un icono. Y esto si en un momento puede favorecerlos acaba pasándoles factura en la medida en que se convierten en objeto de mercadería, en

ANGÉLICA TANARRO

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cliché o en souvenir: todos afirman conocerlos, incluso adorarlos, pero pocos en realidad conocen las obras que los hicieron merecedores de tal fama. Con la pintora mexicana ha ocurrido así. Quién no conoce su rostro, sus cejas como alas de pájaro, su bigote sobre el que han corrido todo tipo de interpretaciones y ríos de tinta, sus trajes de tehuana como el que luce en el famoso cuadro ‘Diego en mi pen-

Frida y su alumna, Coyoacán, México, 1943. :: © FUNDACIÓN LEO MATIZ


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verso que ambos crearon a su alrededor en un momento crucial para la historia de México y del mundo. La poliomelitis que padeció a los seis años, pero sobre todo el tremendo accidente que sufrió con 18 –con la serie aterradora de más de una treintena de intervenciones quirúrgicas–, definieron con claridad esa ternura revestida de dureza que resulta ser el rasgo más conmovedor del arte de Frida Kahlo. Pero a esa expresión personal hay que añadir el hallazgo artístico de la fórmula de sus autorretratos, esos autorretratos que le llevaron a decir en 1939, contradiciendo a su anfitrión en París, André Bretón, que ella no podía considerarse surrealista porque no exponía sus sueños, sino su «propia vida». Tenía entonces 32 años, y en esa misma fecha se separaría por primera vez de Diego Rivera, incapaz de soportar su infidelidad con su propia hermana Cristina. A Diego le había visto por primera vez en 1922, pintando el gran mural del anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria, pero

samiento’ que comenzó a pintar el año en que se divorció del que fuera su marido y su obsesión, Diego Rivera, otro icono del arte del siglo XX... Sí, su constante autorretrato se incorporó con fuerza a la historia reciente del arte occidental, empujado y ayudado por las extraordinarias circunstancias en las que se desarrolló su vida: el momento cultural que vivió el México revolucionario que atrajo a artistas, escritores e intelectuales, muchos de los cuales tenían acceso a la Casa Azul de Coyoacán, en la que vivió ; los grupos de vanguardia a los que perteneció, los artistas para los que posó... Pero la cuestión es si la obra de un artista tiene peso por sí misma, si es capaz de resistir al mito de su autor, si puede permanecer más allá de los condicionantes de tiempo y lugar. Y la respuesta no puede ser en este caso sino afirmativa. Un espectador que no supiera nada acerca de su vida, de la fragilidad física con la que tuvo que aprender a vivir, de sus pasiones y sus compromisos no podría sino sentirse tocado por cuadros tan poderosos como ‘Las dos Fridas’, ella misma desdoblada en una mujer herida y otra sana unidas por la sangre que palpita en las venas de ambas. Así fue realmente su existencia: una canción de dolor , de dolor físico por el corsé que

no empezó a relacionarse con él hasta 1928, cuando se lo presentó, en el círculo comunista mexicano, la fotógrafa italiana Tina Modotti. Un «elefante» y una «paloma» –así se les conocía en la época– que protagonizaron a partir de ese momento una trepidante histioria de amores locos, infidelidades, ofensas, dependencias y comunicación artística como hay muy pocas en la historia del arte. Y precisamente lo más maravilloso de todo es que esta mezcla explosiva de personalidad propia, de amor en el extremo y de eclosión política, cultural y social se puede seguir, casi al detalle, en los extraordinarios autorretratos de Frida Kahlo. Su infancia de niña que juega sola en ‘Niña con máscara de muerte’; su corazón partido y desangrado en ‘Las dos Fridas’, y su visión del México post revolucionario, el de los grandes muralistas, los vestidos indígenas, los colores vivos y la mirada profunda de la tierra, en cualquiera de sus óleos. Una verdad que lo dice todo por sí misma. El resto es leyenda.

La pintura de Frida Kahlo se sostiene independientemente del personaje que la creó sujetaba su columna, por las numerosas operaciones que sufrió a lo largo de su vida.... y de dolor interno por los desengaños sentimentales, por la azarosa relación con Diego Rivera, por el daño que los avatares de una vida iban dejando en su extremada sensibilidad. Pero la canción tenía un reverso y era su inquebrantable amor a la vida, esa tenacidad por seguir adelante, pintando hasta el último momento, amando hasta el último momento, a pesar también de los periodos depresivos y los intentos por acabar con el sufrimiento por la vía rápida. Ese ‘viva la vida’ que dejó escrito en un lienzo a modo de despedida y que es el título de la naturaleza muerta con sandías, rojas como su sangre, en el que quedó escrito. Dejó huella en cuantos la conocieron y así fue también en su encuentro con un fotógrafo de raza, el colombiano Leo Matiz, nacido en 1917 en Aracataca –la población colombiana que Gabriel García Márquez puso

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KAHLO, SEGÚN LEO MATIZ

Frida y Diego en Tizapán, México, hacia 1941. Debajo, Frida y el vendedor de telas, Coyoacán, 1943. :: © FUNDACIÓN LEO MATIZ

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en el mapa universal por haber sido su cuna y haber inspirado el paisaje de su más famosa novela– y fallecido en Bogotá en 1998. Matiz fue un conocido caricaturista, pintor, fotógrafo de cine, actor y publicista que, como escribe Eloy Jáuregui, «se ganó el reconocimiento de la crítica internacional como el ‘guardián de la sombra’ de la fotografía latinoamericana, título que le va bien tanto por las poderosas luces y sombras que encienden sus imágenes blanquinegras como por sus dispares objetivos que pivotean entre las cumbres del poder y los laberintos del olvido». Del encuentro entre estas dos poderosas personalidades surgen una serie de fotografías que Matiz, que llegó a México en 1941, el mismo día del asesinato de Trostsky y pronto intimó con los muralistas mexicanos, tomó de la artista en su vida cotidiana de Coyoacan. Esas fotografías rescatadas en su mayor parte por Alejandra Matiz, componen la exposición ‘Frida Kahlo. Fotografías de Leo Matiz en la Casa Azul’, recientemente

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inaugurada en la Sala de las Francesas de Valladolid y que permanecerá abierta hasta el 28 de agosto. La componen un conjunto de fotografías en blanco y negro en las cuales la pintora aparece sola o acompañada de su marido, su hermana y amigos. Si en muchas de ellas aparece la Frida Kahlo personaje, con su ropaje tradicional, su moño alto, los adornos barrocos de inspiración étnica, otras –muy interesantes por dar una imagen más alejada del tópico que arrastran todos los mitos– se la ve en actitud más relajada compartiendo espacio con su marido Diego o su hermana Cristina o con amigos como la bailarina Rosa Rolando, o conversando con un vendedor ambulante o una de sus alum-

Muchas de las fotografías retratan al personaje, y su gesto impenetrable, como de máscara

nas. En las primeras, es decir, en los posados que ella tan bien controlaba, destaca el gesto severo de la pintora, nunca sonríe y su mirada parece desafiar al espectador, con ese deje de las máscaras que tanto amaba. Es la Frida personaje, la Frida máscara que antepone una barrera frente al mundo, la misma que sin embargo derrumbaba en los cuadros llenos de intensidad y pasión. La exposición se completa con una serie de objetos y piezas de algunos de los artistas que compartieron los intensos años pos revolucionarios como Germán Cueto o Mathias Goeritz. En esta exposición no está su obra. No están sus autorretratos, su compromiso político que dejaba caer en los lienzos, su denuncia de las situaciones injustas de las mujeres que había en otros, pero sí está la mirada que los impulsó y que Matiz supo reflejar con su cámara. Cualquier oportunidad es buena para despertar el interés por una artista que lo fue al cien por cien, una auténtica pionera del arte autorreferencial.


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TIENDA DE FIELTRO MIGUEL CASADO

Memoria de Babur C

Su vida transcurrió en un vértigo de vaivenes en que las conquistas y las huidas, el esplendor y la miseria, se sucedían a velocidad asombrosa La pasión por la belleza coexiste con la rutina de recibir las cabezas cortadas de los enemigos

uenta la escena Babur, el creador del imperio mogol de la India. Humayun, su heredero ha contraído unas fiebres; la situación es muy grave y los médicos dicen que nada está ya en su mano, que solo cabe ofrecerle a Dios un sacrificio como prenda o intercambio; Babur relata: «Inmediatamente entré en la habitación en la que se hallaba Humayún y di tres vueltas alrededor de él empezando por la cabeza y diciendo: ‘Asumo para mí todo tu sufrimiento’. En ese mismo instante me sentí tremendamente pesado, mientras que él empezó a encontrarse ligero y bien dispuesto. Se levantó completamente sano y yo me debilité, oprimido por un gran malestar». Los lectores de sus memorias, al cabo de seiscientas páginas, reconocen su voz sencilla, ansiosa de detalles, sensible a los matices, un último impulso de escritura. Murió, en efecto, muy poco después, sin causa médica que lo explicara; era diciembre de 1530, y su dinastía seguirá gobernando en la mitad septentrional de la India hasta que la derroquen los británicos, en 1857. Zahir al-Din Muhammad, llamado Babur, la pantera, descendía por vía materna de Chagatai, el segundo hijo de Gengis Khan, a quien le correspondió Asia Central en el reparto de la herencia, y por vía paterna de Tamerlán, el caudillo mongol que en el siglo XIV intentó emular aquella ola invasora. Pertenecía Babur a una constelación de príncipes y guerreros, turcos en su mayoría, convertidos al islam, que se disputaron durante siglos las luminosas y míticas regiones de la Ruta de la Seda. Coronado rey a los 12 años en el valle de Fergana, tomó y perdió Samarcanda por tres veces, fue príncipe de Kabul y terminó dominando un inmenso territorio, desde el oeste del actual Afganistán hasta el golfo de Bengala. Su vida, quizá como la de todos sus pares, discurrió en un vértigo de vaivenes en que las conquistas y las huidas, el esplendor y la miseria, se sucedían a velocidad asombrosa. Acogido en la corte de un tío suyo, durante una de sus caídas, piensa qué hacer «ahora que mi realeza –dice– se había evaporado; aquel estado de constante incertidumbre y ese destino errante resultaron para mí una carga y perdí el gusto por la vida. Me dije

Retrato de Babur en una miniatura mogol.

que, antes de soportar semejante existencia, era mejor marcharme, no importaba dónde, todo lo lejos que mis piernas pudieran llevarme». Así, los senderos de la gloria. Que, a través de esa peripecia, deseara escribir una minuciosa crónica y fuera capaz de hacerlo, que esas páginas contengan reflexiones como esta, detalles vivísimos, una intensa concepción del mundo, lo convierte en referencia excepcional. Babur usa una variedad del turco (el ‘turco chagatai’) sin tradición literaria, mientras reserva la lengua de cultura, el persa, para los documentos de la corte o para ciertos poemas. Y teje, visto desde hoy, un ejercicio radical de extrañeza. Así, François Bernier, un viajero francés del XVII (‘Viaje al Gran Mogol,

Indostán y Cachemira’), extasiado ante los edificios del Taj Mahal (obra de un tataranieto de Babur), no sabe cómo justificar la belleza de algo tan ajeno a la norma arquitectónica europea; se pregunta si no se habrá corrompido su gusto, «adaptándose al indio», cuando piensa «que no había visto nada tan augusto ni tan audaz en Europa». Y resume quizá sin querer el destino de los sucesores de Gengis Khan: no podían bajarse del caballo, siempre pendientes de la próxima conquista, expedición, batalla, en las que la brutalidad y el terror eran armas perfeccionadas; estaban sometidos a la obligación de crear instituciones estatales a partir de una cultura que las desconocía; los atraía el saber, el arte, la belleza, las lenguas, como

una demostración de que ese gusto es valioso y libre, humano. Y debían anudar estos componentes imposibles en una existencia personal. No digo que Babur tuviera conciencia estricta de ello, pero sí que su escritura genera las condiciones para tenerla. Sus fórmulas son la repetición y el quiebro. La repetición de los prolijos inventarios de gentes, flora y fauna, relieves y climas; del proceso de formación de un ejército cada vez, de los pasos atravesados, las batallas, las ciudades, el reparto del botín, la dureza de la fuga. En el curso de los años, se sumará la repetición de las borracheras, de las fiestas recontadas una a una. Y ahí inciden los quiebros con violencia transparente, como en la vida el azar. Leía yo hace poco ‘Las vecinas de Abu

Musa’, una singular novela histórica del marroquí Ahmed Toufiq, y pensaba que esos quiebros –a la vez de la fortuna y del hilo narrativo– provienen de una tradición islámica, abierta tanto a una lectura religiosa, providencialista, como a una radicalmente existencial. La escueta biografía de varias mujeres, introducida de pronto hacia el final de la novela de Toufiq sin previo aviso, a razón de una vida por breve capítulo, es uno de los momentos más puros que conozco de la voluntad narrativa. Junto a este tipo de quiebros, Babur imprime otros sellos memorables. La combinación del continuo juicio moral con la indiferencia ante él para la conducta; dirá, en un momento de penuria: «Los que permanecieron fieles a mi persona y se condenaron voluntariamente al exilio y a los sufrimientos eran unos doscientos hombres buenos y malos». Así, la pasión por la belleza coexiste con la rutina de recibir las cabezas cortadas de los enemigos y disponerlas en disuasivas pirámides. Leemos sus versos dispersos, sus ácidos juicios de crítica literaria, su amor enloquecido por un muchacho o sus matrimonios sin apenas convivencia. Su espectacular renuncia a la bebida, transformada en arma política para la ‘guerra santa’. Pero también cómo ha saltado a su barca un pez al huir de un caimán, o cómo el gran nadador que era ha dudado si cruzar el Ganges y ha tardado en decidirse, o cómo se distingue la pulpa de unos y otros melones. Cuando, al fin del libro, el relato directo de una batalla decisiva se sustituye por el que hace una carta oficial, en el enrevesado persa del protocolo, se percibe bien el espacio personal que su escritura supo abrir donde menos cabía: «No hay cadenas comparables a las de la realeza –le escribe a su hijo– y la independencia que lleva consigo la soledad no es compatible con ella». El lector sabe para entonces que Babur solo habría querido conquistar Samarcanda, verse y sentirse allí, y que su relato vino a darle forma a lo imposible. Aunque a veces esa forma sea la de una áspera grieta: «Desde que he renunciado a la bebida, estoy fuera de mí: no sé qué debo hacer y pierdo la cabeza. / Los demás se arrepienten y hacen penitencia; / en cambio yo hago penitencia y me arrepiento de hacerla».


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La esponja insaciable EDUARDO ROLDÁN

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o que diferencia a un artista es la voz. Algo que tiene relación con las manifestaciones más inmediatas, con los rasgos que de manera más directa se perciben –porque el arte es forma, escalpelo, tratamiento– pero que los trasciende: la voz es el núcleo de donde brotan los rasgos y a la vez el residuo de estos. Proust es la coma y la frase enroscada, desde luego, pero es otra cosa, un núcleo irreducible e irrepetible. Este es el test ácido para detectar cuándo nos hallamos ante una voz o ante un eco aplicado; si la –supuesta– voz puede replicarse sin pérdida, se trata de un eco, de un reflejo quizá voluntarioso pero pálido. Cuanto más intransferible la voz, más valor tiene y más difícil de clonar es. Por supuesto la voz, aun la más singular, no surge de la nada; la originalidad por generación espontánea no existe. No hay voz en la historia del arte que no fuera, durante su periodo de formación, una antena alerta, una linterna intuitiva, y aun más: que una vez formada apague la linterna. El artista no repudia los influjos sino que los abraza, y de igual forma que su voz se resiste a la clonación, se resiste también a la erosión: acepta el influjo, y este la enriquece, pero no la desvirtúa. La voz tamiza el influjo, lo hace suyo, y no otra es la diferencia entre voces y ecos. Como forma artística, el jazz constituye quizá la más porosa a los influjos. De entrada no filtra: admite cualquier sonido, cualquier instrumentación, cualquier tipo de composición, desde una que se base en la forma sonata hasta otra que simplemente sea un esqueleto de acordes básicos sobre los que improvisar cíclicamente ad líbitum. Esta es la clave: mientras haya improvisación sostenida durante el desarrollo del tema y este tenga swing, no queda más remedio que definirlo como jazz –y es por esta naturaleza impura que hablar de jazz-fusión resulta tautológico–. Esta concepción multipolar del jazz ha tardado casi un siglo en cristalizar, en parte debido a la

evolución tecnológica de los instrumentos y sobre todo porque para internarse por territorios vírgenes son necesarios el talento y el valor, y no hay muchos que aúnen ambos. Aún hoy existen nichos de público, y no meno-

res, que se resisten a esta concepción; quienes los integran suelen coincidir con los que sostienen que la música del primer responsable de que hoy las cosas estén donde están dejó de tener interés tras la grabación de ‘Nefertiti’.

Miles Davis durante las sesiones de grabación de ‘Kind of Blue’ en 1959. :: DON HUNSTEINAP/SONY/LEGACY RECORDS

Es justo lo contrario: si la carrera de Miles Davis tiene valor –y tiene un valor supremo–, es en gran medida por el modo en que su segundo acto, eléctrico, ilumina y enriquece retrospectivamente al primero. No se puede entender

al Miles acústico sin el Miles eléctrico, e identificar al acústico como el «verdadero» Miles es como decir que hay menos verdad en la obra de un cineasta por el hecho de pasarse del plano fijo y el celuloide a la cámara en mano y la ima-


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A los 90 años de su nacimiento, la influencia de Miles Davis no deja de agrandarse. Una película explora la etapa más oscura de su trayectoria

gen digital. MD, antena en permanente alerta, no dejó nunca de mirar con un ojo lo que bullía en el presente y con el otro hacia el futuro, de interrogarse sobre cómo transformar esos influjos que lo rodeaban y destilar con ellos algo

nuevo pero –inevitablemente– transitorio. La primera etapa se inicia en la segunda mitad de los cuarenta, cuando el volcán del bebop se estaba forjando en madrugadas de humo y droga, al margen de la corriente domi-

nante de las orquestas de swing; años de formación en los que la antena de Davis no daba abasto, y que le sirvieron para apuntalar los dos rasgos más distintivos de su voz, la manera de enfocar la interpretación de la trompeta y la de

organizar una banda. Salvo el pianista John Lewis, todas las primeras espadas del volcán favorecían un enfoque maximalista, que exigía un dominio instrumental diabólico. Fats Navarro y Dizzy Gillespie, con unas acrobacias en los registros agudo y sobreagudo capaces de intimidar al más ufano, eran los modelos a seguir. Muchos perecieron en el empeño. MD, con una clarividencia y una honestidad impropias de alguien con 20 años, muy pronto se dio cuenta de que él no alcanzaría nunca el virtuosismo de Gillespie y de Navarro, y optó por el sentido contrario: una trompeta esencialmente en el registro medio, con una preocupación obsesiva por cómo la emisión del sonido determinaba lo que salía por el pabellón del instrumento y llegaba al oído; y un fraseo por sustracción, donde la presencia de los silencios tuviera tanta importancia como la de las notas efectivamente sopladas, donde aquellos completasen la expresividad y el poder evocador de estas. Nadie ha conseguido nunca decir más con menos, y nunca nadie ha sacado más partido de sus limitaciones técnicas que Miles –con la excepción quizá de Chet Baker, pero Baker se movió en un ámbito mucho más restringido–. Así, a partir de una carencia, Davis forjó la voz más imitada y la más inimitable de la historia del jazz –junto a la de Bill Evans, pero Evans tenía un dominio técnico incomparable–. Es en el primer hito de su carrera que ya se manifiesta el otro rasgo definitorio de MD, con la formación del noneto que alumbraría ‘Birth of the cool’. Davis es el mayor líder de la historia del jazz debido a una insaciable curiosidad sonora y una imaginación delicadísima a la hora de elegir los sonidos –el de ese saxofonista en concreto, el de ese baterista– que mejor empastarían para producir la música que él tenía o intuía en su cabeza. Con una particularidad fundamental: al contrario que otros líderes, que tras elegir a los músicos dirigían su interpretación de manera inflexible para acercarse lo más posible a su concepción previa, Davis los conminaba para que se soltasen y se sorprendiesen, y lo sorprendieran a él. Una de sus máximas era: «Toca lo que no está». Tras el cool vino el hard bop y el primer gran quinteto y

No hay voz en la historia del arte que no fuera, durante su periodo de formación, una antena alerta Como forma artística, el jazz constituye quizá la más porosa a los influjos Si hay un género propenso al desencanto, es el de la biografía de músicos

En Israel, 1987. :: AP

Gil Evans y el jazz modal y el jazz de avanzada y el segundo gran quinteto y el empalme instrumental a los enchufes del estudio, y con el empalme el cisma entre los aficionados y el así llamado jazz rock y el jazz funk y las interpretaciones cada vez más largas y exigentes, para los intérpretes pero sobre todo para el público; no cabe duda de que ‘Kind of blue’ es más fácilmente digerible que ‘Jack Johnson’, como tampoco que el esfuerzo por sacudirse la cera confortable de la costumbre puede reportar gratificaciones intensas. Si hay un periodo seminal en la carrera de MD, es este: desde el segundo gran quinteto hasta el colpaso y retiro en el 75, la lista de músicos que pasaron por la dinamo de Davis no solo forma un exclusivo quién es quién del panorama jazzístico del último cuarto de siglo, sino que ellos mismos formaron algunos de los combos más decisivos e influyentes. Y en el 75, exhausto tras un lustro de adrenalina creciente que añadir a treinta años de continuas giras y grabaciones, la depresión encerró a MD por cinco años. Es en este paréntesis negro donde se ubica la mayor parte de la reciente biopic ‘Miles Ahead’, con la que el gran actor Don Cheadle, que asimismo asume el rol protagonista, se ha bautizado detrás de la cámara. Si hay un género propenso al desencanto, es el de la biografía de músicos, casi siempre una rutinaria alineación de los episodios más escandalosos y célebres del biografiado que no presenta otro interés –relativo– que el trabajo de mímesis del actor elegido. Miles Davis, figura poliédrica donde las haya, referencia inexcusable en la cultura negra –y en la blanca, pero este es otro tema–, es un material fílmico tan atractivo como intimidante, y Cheadle ha optado, a la Davis, por separarse de la tendencia general, lo cual supone, ya de entrada, motivo de aplauso. Como lo es el riesgo asumido, cuya superación tampoco aseguran los cerca de diez años invertidos en el proyecto. Miles Davis es inabarcable, y si la película logra sugerir la riqueza de sus muchas caras, y despertar con ello la cosquilla de la curiosidad musical en el espectador, puede considerarse un logro no menor. Porque al final es la música, y no las gafas de sol ni la corbata fina, lo que cuenta.


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ay libros que, una vez leídos, nos acompañan de por vida. Sus autores los sentimos ya al lado para siempre. Cuatro de estos escritores, que me llegaron por fortuna en la juventud y nunca me han abandonado son Carl Gustav Jung, José Lezama Lima, Paul Celan y George Steiner. He vuelto de nuevo a Jung a través de ‘Escritos sobre espiritualidad y trascendencia’ (Trotta). El libro se estructura en cinco partes: ‘Las dimensiones de la psique’, ‘Simbolismo religioso’, ‘Psicoterapia y religión’, ‘Vías espirituales y sabiduría oriental’ y ‘Realidad y trascendencia de la psique’, reúne en torno a estos asuntos casi una veintena de escritos, extraídos y seleccionados de la voluminosa, diríase que colosal, obra completa, magna, de Jung, otros tantos densos volúmenes que abarcan desde los arquetipos y lo inconsciente colectivo, concepto clave en su concepción analítica de la psicología, hasta las representaciones alquímicas o la vida simbólica; de la práctica de la psicoterapia a sus estudios psiquiátricos e investigaciones experimentales; del acercamiento entre las religiones occidental y oriental al desarrollo de la personalidad; del fenómeno del espíritu en el arte y la ciencia a los tipos psicológicos o la psicogénesis de las enfermedades mentales. Por citar algunas de las parcelas de su voraz y penetrante pensamiento. Jung se inmiscuye a fondo en aquellas fuentes de conocimiento que surten lo literario: imágenes primigenias, reminiscencias, síntomas, sueños o misterios de la condición humana en general. Desde el análisis minucioso, el razonamiento impecable e incluso la persuasión, siempre da en la diana. Cada uno de los fragmentos escogidos para este volumen de su obra entera es un excipiente de su inmensa sabiduría, que nos enseña a saber algo más de nosotros mismos. Sus consideraciones sobre la juventud y la madurez, por poner un ejemplo, en las antípodas de las recetas simplonas de los superventas expertos de pacotilla en la felicidad son de una clarividencia meridiana. Lo mismo cabría decir para las que atañen a la permeabilidad entre consciente e inconsciente como requisito indispensable para la creación artística y tantas otras. De esa permeabilidad dis-

puso a su antojo el cubano José Lezama Lima. En ‘La cantidad hechizada’, tomo cuarto de sus obras completas que se cierra con una conferencia muy lírica que bucea en los orígenes de su obra y que lleva el mismo título que la editorial que lo publica, Confluencias, se nos ofrece un muestrario exquisito de su acercamiento al fenómeno poético desde las eras imaginarias, los vasos órficos o la imagen histórica –ay, aquella edición de Versal, cuando empezaba a intuir lo que podía ser la poesía, su dignidad. El amplio volumen contiene además una sección dedicada al estudio de artistas cuba-

UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO

nos, tanto del pincel como de la pluma, dos incursiones en la obra de Cortázar –a partir de la lectura entusiasta y mítica de la seminal ‘Rayuela– y Saint-John Perse –su criollismo en la lluvia tropical cayendo sobre Savannah o en su ‘Anábasis– e incluso, como apéndice, un no menos impagable cuaderno iconográfico, broche espléndido a una edición de lujo. Regresar a Lezama Lima es sentirse convocado a la fiesta del verbo. Su ampuloso y desenfrenado barroquismo siempre me ha resultado ajeno y, sin embargo, cuánto he disfrutado paladeando, desentrañando sus descomunales

‘Paradiso’ y ‘Oppiano Licario’ o la hermosura indómita de la indescifrable extrañeza verbal de su obra poética. En estos ensayos no se sabe que admirar más, si su estilo sinuoso y preciso o su cultura enciclopédica, sus intuiciones, sus metáforas… Como es natural, Lezama no acaba en sus indagaciones sobre la creación taoísta, lo tanático en la cultura egipcia o la idea de posibilidad infinita, de desvelar la ‘cantidad secreta’, la sustancia de lo intangible, pero desde luego la imanta y muestra en su orfismo de lo incondicionado, a través del poeta, mediador ante lo sagrado y lo profano, con una extensión,

profundidad y desmesura incomparables. Si bien tampoco ningún aspecto del saber le es ajeno, me parece que a George Steiner no le atrae demasiado lo relativo a lo irracional o lo inconsciente, de hecho lo rechazaría igual que vapulea con argumentos poderosos y contundentes al psicoanálisis freudiano en ‘Un largo sábado’ (Siruela), resultado de varias conversaciones que este erudito cosmopolita alérgico a las entrevistas, nacido en París y residente en Cambridge, aunque la reportera lo considere, con conocimiento de causa, «intelectual centroeuropeo», mantuvo con la


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Libros de una pieza Autores a los que siempre se vuelve

LA CANTIDAD HECHIZADA José Lezama Lima, Confluencias, 989 pp., 29 €

El escritor cubano José Lezama Lima, junto a su madre Rosa y sus hermanas, Rosa y Eloísa, en el balcón de su casa de La Habana.

AÚN QUEDA MUCHO POR DECIR Rose Ausländer, Sexto Piso, 320 pp., 23 €

ESCRITOS SOBRE ESPIRITUALIDAD Y TRASCENDENCIA Carl Gustav Jung, Trotta, 288 pp., 19 €

UN LARGO SÁBADO George Steiner, Siruela, 144 p., 14,90 €

:: EFE - CENTRO DE ARTE MODERNO DE MADRID

afamada periodista francesa Laure Adler entre 2002 y 2014, por iniciativa de France Culture. Naturalmente el libro no tiene la enjundia ni el bagaje de sabiduría de sus obras maestras pero, a cambio, nos ofrece a quienes amamos su vertical y apasionado pensamiento una serie de aspectos personales que van desde cómo superó, gracias sobre todo a su madre, una dama vienesa políglota, su minusvalía congénita en un brazo, hasta el arrepentimiento por no haber experimentado la apertura perceptiva de los tripis, cuando solían hacerlo sus alumnos. También entre lo más chocan-

te, aparte de su menosprecio hacia Hannah Arendt o Simone Weil, lo que más da que pensar sea el hecho de que uno de los humanistas más insignes de Occidente no tenga en su casa ni un ordenador o cachivache tecnológico y apenas sea capaz de comunicarse por teléfono. Tal vez por eso, no sea de extrañar que Steiner, que recrea sus inicios laborales como cronista en ‘The Economist’ o su estancia en Princeton rodeado de los grandes científicos, de gigantes del pensamiento como Bohr, Oppenheimer, von Neumann o André Weil, constate una y otra vez la inhumanidad radical

de nuestro mundo. La entrevista que gira en torno a la dialéctica entre las lenguas y el silencio, con su defensa de la polifonía y el multilingüismo en el análisis comparativo de los principales idiomas, junto a la que se dedica a la importancia del Libro (así, con mayúsculas) de los apasionantes y peligrosos libros, con la ‘Biblia’ a la cabeza y del deber moral de la lectura, del que aquí damos cada quince días cumplida cuenta, me han resultado las más interesantes. Algo menos, por conocidas, las que abundan en sus reflexiones sobre la condición judía, el sionismo, el antisemitismo siempre al acecho o la

A Celan vuelvo para roer algo oscuro, que no alcanzo a comprender nunca, si bien intuyo que de alguna manera me purifica

dificultad de juzgar a Israel sin vivir allí, desde una cómoda distancia. Igual que a Steiner, vuelvo de vez en cuando a Celan, pero en su caso para roer algo oscuro, que no alcanzo a comprender nunca, si bien intuyo que de alguna manera me purifica, aunque al tiempo conozco su peligro: quien lo imita está perdido, quien lo toma como coartada de hermetismo, también. Por eso, porque ya desde el título, ‘Aún queda mucho por decir’ (Sexto Piso), todo me llevaba hacia Celan en su obra, me he acercado a Rosa Ausländer. Ambos eran naturales de la Bucovina y se criaron en alemán,

se conocieron tras la ocupación nazi de Rumanía, en el gueto de Chernitski y, al parecer, el autor de ‘Todesfuge’, el poema emblemático de la Shoah, influyó a partir de entonces en su estilo, al que liberó de los aderezos modernistas que se apreciaban en la traducción de su poesía de Igitur. Incluso la traductora, la mexicana, residente en Suiza Nuria Manzur, es especialista en Celan. Steiner, por cierto, afirma que tanto Celan como Hölderlin son intraducibles. No estoy de acuerdo: cada vez que releo, por ejemplo, ‘Amapola y memoria’ en versión de Jesús Munárriz sé que siendo buen poeta es posible hacerlo, aunque siempre tengo presente la definición de Robert Frost: «poesía es justo lo que se pierde en la traducción». Sin embargo, pese al verso escueto, sincopado y sin puntuación, la expresión lacónica y la condensación extrema, de un minimalismo elíptico, no se produce en la poética de Ausländer una ruptura sintáctica ni tampoco semántica, el aire celaniano está dulcificado, a veces hasta lo naif, con Gulliver o Cenicienta, lo que le confiere una extrañeza distinta, como de colegiala peculiar. Tras constatar la primacía del ‘tempus fugit’ el libro se adentra en un canto a la palabra alemana, la de la lengua de los verdugos, a castrar por parte de Celan, desde el amor a su pan, a su agua pura, en cualquier estación, sueño o deseo, desde un consagrarse a la poesía, qué remedio, como único e imperecedero horizonte vital que impida que el mundo nos desquicie. El placer de retornar a los autores de cabecera no tiene parangón, sabes que allí, como precisa un verso de Ausländer, «la palabra permanece». Así que volveré a la calle Trocadero 162 de la Vieja Habana a escuchar ‘Rapsodia para el mulo’; a un aula de Princeton donde Jung rescata al Maestro Eckhart frente a la anomia moral de Occidente; o a otra de Cambridge donde Steiner comenta su verso decisivo de Celan: «En los ríos, al norte del futuro…; a las colinas de arándanos de la Bucovina» para invocar, de paso, a Rilke, el creador de Dios según Ausländer; a Trakl en «su melancolía otoñal»; a Hölderlin, el «amigo de los dioses»; a Li-Tai-Po, «quien alegre canta»; a Celan, en fin, «su palabra sangrante en hermético silencio sepultada». Pero siempre viva.


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Sábado 25.06.16 EL NORTE DE CASTILLA

DEL CIPRÉS

Lo miserable N

os cercaron demasiados días, palabras. La televisión abarrotada, reuniendo las últimas noticias. Se precipitaron ante todos presencias ampliando una inventada verdad, ocultando lo más cierto. Extensamente llegaron entregas de un mundo escondido, mostrando la mentira. Se mostraron horas decisivas cargadas de historias donde no triunfaba la honestidad. La inseguridad y el final de tanta intención alcanzó ya otros capítulos que esperamos deberían marcar una fuerte salvación para todos. El temor funcionó día y noche. Y rogamos que se plantee abrir una nueva entrada decisiva: con nombre y camino. Hora de abandonar un tiempo colgados de un pasmo, observando una política revuelta y buscar un futuro inmediato, necesariamente aceptable. Lo auténtico aún en un gran dilema. A su alrededor, iluminar el mejor principio para continuar, día a día, hallar un sentido correcto, con explicaciones de formas seguras. El vértigo subsiste lleno de preguntas y esperando respuestas. Alcanzando una riqueza de posiciones en las que el poder pase a dirigir

la verdad y una existencia que sea vivir respirando debidamente. Muchos pasos de inseguri-

dad que alcanzaron caminos y curvas observando, ver y confirmar limpiamente, alzándose la claridad en abso-

luto y el mundo dispuesto ante lo urgente. La esperanza se queda cerca. Y el tiempo sacude el polvo y comienza a mostrar lo tan esperado. Ya no cabe ocultar. El país ha de normalizarse ante una verdadera vida, con una posesión apropiada llamada Justicia. Ávido este tiempo, ya a punto de acabarse, con descubrimientos tan hirientes y negaciones torcidas. Constantes disimulos y secretos: que jamás regresen.

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ELENA SANTIAGO

Una familia de refugiados son desalojados por la policía griega en la frontera con Macedonia . :: YANNIS KOLESIDIS-EFE

César Simón: conciencia de la nada a poesía del valenciano César Simón (1932-1997) tuvo su cenit en 1984 cuando la editorial Hiperión reunió cuatro de sus libros con el enigmático título ‘Precisión de una sombra’. Empezó a raíz de ello a catalogársele como uno de esos poetas de la segunda generación de posguerra, que, ausente en las más influyentes antologías del grupo, aportaba una voz propia y engrandecía una nómina prestigiosa. Era el caso de otros que emergieron a destiempo, como Gamoneda, María Victoria Atencia o José Corredor Matheos, pero de indudable calidad. Su prematura muerte, sin embargo, volvió a empujarle al ostracis-

DONDE HABITO

C CÉSAR A AUGUSTO A AYUSO

mo. Hasta ahora, en que el también poeta valenciano Vicente Gallego realiza una nueva edición de su poesía, a la que suma un libro inédito: ‘El pretexto y el fervor’, y numerosos poemas sueltos o guardados en carpetas. Ahora sí, puede considerarse la obra del poeta completa, reunida. Estamos ante una poesía enjuta, intimista, de referencialidad limitada, de un mundo dibujado en exclusiva. La luz y el paisaje mediterráneo pa-

recen sorbidos en una mirada escueta, radical, severa hasta la esencialización. Y los símbolos se erigen tan sobria como diáfanamente en un afán de esclarecer la misteriosa evidencia de los signos que al poeta le salen al paso. El mar, el muro, el viento son símbolos que abarcan toda la soledad, toda el anonadamiento existencial del yo poético que intenta, desde su perplejidad y su abandono, leer en ellos el desolador mensaje del hombre y el tiempo. Binomio este que parece ignorarse, pues frente al tiempo, una masa, un continuum; el hombre es la sombra efímera, el lento e imparable sucederse. El hombre, sin embargo, es esa conciencia dolorosa

que se percata del problema, de la auténtica realidad y su verdadera razón de ser. Y de la imposibilidad de toda tregua, entendimiento o subterfugio. Dice en unos versos: «El viento es el espacio / de las transformaciones; / en cambio, el mar no pasa / y fresco, en el origen, permanece». Este esquematismo paisajístico, de símbolos puros, remite a una concepción descarnada e igualmente esquemática, monocorde, del espacio como escenario de la vida humana, según bien refleja en los títulos de los libros: ‘Pedregal’, ‘Erosión’, ‘Extravío’… La vida humana no tiene en el mundo su estancia, pues solo halla en él el abismo, el vacío. Lo que es un modo de

negarle morada y posibilidad ontológica. Esta poesía es la constatación del hermetismo y la impermeabilidad del cosmos y, por ende, de la imposibilidad de encontrar una fin y una respuesta convincentes, con la consiguiente deriva hacia el nihilismo. Se abren grietas en la consciencia del hombre, porque si nada revela nada y el silencio es absoluto, el yo se siente engullido en la total falta de sentido, condenado a una agonía «de lo mismo / en lo diverso, / de lo de siempre / en lo de nunca, / de lo que fue mil veces y aún no ha sido». Y se pregunta «¿qué es, qué son, qué somos y qué fueron?». La vida del hombre se pierde en el maremágnum del espacio y del tiempo, cuyos límites le son imprecisables. Las nominaciones negativas abundan en sus versos –nada, nunca, nadie–, incapaz de encontrar un sentido bien sea en las referencias externas, físicas, del cosmos, o en las internas, de la propia conciencia que perturba al sujeto. Existir no es ser. Existir es más bien nada, una lejanía, un ex-

Y la vida soñando lo inacabable hallando finalmente una gigantesca dignidad. Ha de encontrarse ese tiempo nuevo de comunicación, trabajo, entendimiento y decencia. Ya en un orden, derechos ante lo posible en inmensa primera fila: fin ante lo torcido, ante asesinatos estremecedores. El trato a la mujer por sus compañeros de vida. Podría ser, cuanto antes, asegurar formas que se adelanten a tanto mal. Duelen los emigrantes, lo terrible de no aceptarlos, lo tremendo de que se queden en el camino sin consuelo, sin lograr acariciar la Humanidad. Y no tanto vértigo dolorosísimo. Y los niños envueltos en tristeza, en asombro y miedo. Sin alcanzar su sueño: vivir. Y no respirar lo indebido, mundo adelante y atrás. Negro hasta el sol. Castigos miserables. Una locura. Lo delirante rodea a millones de seres; sin seguridad debida. Regresemos a recorrer cualidades que formen futuros y presentes, cercando la gratitud de que exista el bien. Paz. La paz para el mundo. Saber cómo liberar lo más conveniente. Ya, presencias entendidas con cuantos lo necesite, y volveremos a insistir para representar un mundo afable y correcto. Respetuoso y cálido. Apartar deshechos, muertes, sorpresas de delirio que dañan todo. Nunca más la estafa en todos sus sentidos. Nunca más ese niño pequeño, ahogado y olvidado en la playa. Tan brutalmente quieto.

POESÍA COMPLETA César Simón. Editorial Pre-Textos. Edición y prólogo, Vicente Gallego. Valencia, 2016. 456 páginas. 30€.

travío, un imposible. Solo le queda al hombre captar el instante y captarse en él, puesto que no puede dilucidar un antes ni un después. Brilla el individuo en su soledad, en su solitariedad, como en una especie de ataraxia que le permita disolverse en la nada, que se confunde con el todo, cual mística sin transcendencia. «La cumbre de la vida es este hueco / por donde te deslizas / a todo y nada». Vacío, sombra, silencio… La poesía es la constatación de ese abismo, de esa nada a la que todo conduce. El poeta no hace sino amar esa nada, dar fe de ella en la tensión y el despojamiento de su lenguaje.


LECTURAS

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La escritora y poeta gaditana Ana Rossetti. :: MARIETA ÁLVAREZ SANJURJO JORGE DE ARCO

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ras la publicación en 2008 de ‘Llenar tu nombre’, Ana Rossetti da a la luz ‘Deudas contraídas’, un poemario atrevido y combativo, donde la poeta gaditana manifiesta su descontento y su desacuerdo con el entorno que rodea su vital cotidianeidad. Desde la cita de la autora norteamericana Ella Wheeler Wilcox, que sirve como pórtico al libro, «El pecado del silencio cuando se debe protestar convierte a los hombres en cobardes», se

Entre lo venidero y lo sucedido Ana Rossetti se vale de una acentuada narratividad para componer un poemario atrevido y combativo

adivina la voz de un sujeto lírico que denuncia los valores que nos han sido arrebatados y hurtados: «En primera fila; detrás la barrera, presencio el holocausto o la ca-

tástrofe. Las voces de la tragedia chillan a través de mí (…) Lo que está frente a mí no es sino la visión virtual de un mundo extraño; y yo no soy sino un clamor más

que se une al coro de farsantes. O de ingenuos», escribe Ana Rossetti en el poema titulado ‘Efectos personales’. Y así, su decir va doliéndose desde lo más hondo de

su conciencia, al mismo tiempo que un deseo de íntima autenticidad pretende atemperar el desconsuelo de un corazón que camina a la intemperie: «Ningún mapa es seguro en este incesante sobresalto. No hay respuesta correcta para ningún enigma. No hay sortilegio para romper el hechizo. No hay solución ni milagro para los estragos del miedo y la ignominia. El desaliento y la perseverancia disputan su carroña». En su ‘Moral a Nicómaco’, Aristóteles se detenía ampliamente en el concepto de la bondad y de la equidad. Y lo hacía, además, refiriendo un proverbio del poeta griego Teognis: «Todas las virtudes se encuentran en el seno de la justicia». Y desde esa misma y justa perspectiva, que debería obligar al ser humano a promover y esparcir sus mejores cualidades morales, reclama Ana Rossetti un compromiso duradero, una responsabilidad firme que sirva para recomponer una sociedad que parece haber dejado de mirar de frente, víctima, al cabo, de la desidia y el desconsuelo: «Sequémonos las lágrimas, contengamos los labios, la angustia será derrotada, la incertidumbre se esclarecerá como un sueño cumplido. Ahuyentemos la pesadilla. Despertémonos». Pero antes de que ese sueño se convierta en consciente realidad, hay que permanecer vigilante, no dejar que el ímpetu se convierta en mero relámpago, ni regresar a los espejos del plácido acomodo, del egoísmo; y exigir –exigirse– que cada cual se alce, y salga de su indolencia y grite con eco sostenido

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DEUDAS CONTRAÍDAS Ana Rossetti. La Bella Varsovia. Madrid, 2016. 80 páginas. 10€.

su realidad. Y que lo común, se convierta en cómplice lucha por la felicidad, «entre lo venidero que requiere ser encontrado y lo sucedido que requiere ser resuelto». En esta ocasión, Ana Rossetti se ha valido de un acentuada narratividad y de un decir que, en su mayoría, gira sobre una cuidada e hímnica prosa que adereza sabiamente con tintes de templado y descalzo cromatismo. Son poemas, en suma, certeros y vehementes, que no esquivan nuestra condición efímera y elegíaca. Además, la honestidad de su discurso radica en la certeza de quien sigue creyendo en el poder mirífico de la palabra y de quien sigue apostando por un mensaje que derrama amor y rabia, residencia y huida, adiós y certidumbre: «Por eso, atrévete a cambiar la estructura/ del mundo/ y donde dices temor di esperanza/ porque las lágrimas también son de alegría./ Porque la sangre también es nacimiento./ Porque la belleza también es sobrecogedora/ y el amor un potente estallido,/ Por eso, atrévete./ Apacigua tu mente,/ ilumina tus ojos,/ imagina justicia,/ imagina consuelo,/ imagina bondad».


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DEL CIPRÉS

LECTURAS

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Una ciudad en trance

PASOS EN LA PIEDRA José Manuel de la Huerga. Ed. Menoscuarto, 2016. 368 páginas. 21,90 euros.

José Manuel de la Huerga desenmascara ritos y reivindica la belleza de la Semana Santa mesetaria en su novela ‘Pasos en la piedra’ YOLANDA IZARD

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as novelas tienen, como los seres humanos, vida propia, independiente de sus progenitores». Son palabras de Vargas Llosa que bien nos valen para recibir esta nueva novela de José Manuel de la Huerga (1967), ‘Pasos en la piedra’, porque siendo claros sus objetivos e intenciones, tanto como diáfanos sus espacios, el momento temporal, los personajes que la habitan y el trasfondo sociológico, religioso y político, hay en ella lugar para unas cuantas interpretaciones y matices que desvelan otras claves de lectura subyacentes. Y es que esta novela, como ocurre siempre con las buenas novelas, además de alcanzar momentos de verdadero vuelo en su escritura, a ratos esculpida sobre la piedra milenaria, otros sobre la ligereza de una pluma, la sentimos nuestra, pues habla de

lo que fuimos y de lo que somos sin dejar de ser patrimonio de nuestra historia colectiva en un momento clave, definitorio, de la misma: los albores de nuestra democracia en una ciudad imaginaria pero ciertamente mesetaria, y con una perfecta estructura en torno a los cinco días de la Semana Santa de 1977, desde la perspectiva de un narrador omnisciente que busca distintos enfoques para contar esa mágica imbricación de ritos religiosos casi ancestrales y de impulso hacia la modernidad, hacia un nuevo orden político en el que cupiera la representación de todos los partidos políticos (estamos en los días de la legalización del PCE) y, ante todo, un nuevo concepto de la espiritualidad, desligado de lo exclusivamente religioso: una emoción estética, espiritual y humana que simbolicen el dolor del hombre, la compasión y el amor. El primero de los enfoques procede de la cámara de cine imaginaria con la que el joven estudiante Germán Ojeda, al regreso a su ciudad natal, Barrio de Piedra, trata de inmor-

Hermanos

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veces la traducción es verdaderamente traición. Sobre todo cuando el concepto traducido deviene en tópico cultural. Cuando se integra tanto en nuestras mitologías que ni falta hace, o al menos eso piensan algunos, que conozcamos su origen. ‘Gran hermano’ es uno de estos tópicos. No hace falta recordar que viene de la obra ‘1984’ de Orwell. Lo que sí es preciso aclarar es que la expresión original ‘Big brother’ no significa, siendo quisquillosos, ‘Gran hermano’. No entien-

do del todo en función de qué criterios dio en traducirse por ese afamado ‘Gran hermano’. Y lo curioso, además, es que gracias a la programación televisiva, esta expresión en principio numinosa, evocadora del Panóptico, la cárcel ideal donde cada preso está absolutamente controlado, ha pasado a significar, más o menos, las andanzas cutres de unos cuantos concursantes más o menos descerebrados. La traducción más fiel de ‘Big Brother’, sería ‘Hermano mayor’, pequeña variante semántica que, si se analiza bien, es más per-

medio de las procesiones, todo el entramado social –civil, político y religioso– con su implacable autoridad sobre sus bienes materiales y espirituales. Siendo ya en sí todo ello una original propuesta de encuentro con una de las esencias de nuestra identidad, la novela no tendría tanta enjundia sin la aportación al tema central de cuatro personajes clave, que juegan en ella, cada uno a su manera, un papel subversivo (y fasci-

nante) dentro de este orden de apariencia inamovible, piramidal y perfectamente estructurado: el poeta Claudio Pino (homenaje a Francisco Pino), al que hoy le daríamos el calificativo de «antisistema», que encuentra una forma de vida al margen de la sociedad en la que decantación estética y personal se llevan a un completo despojamiento, al modo de los jaikus; el padre Alas, que remueve desde sus propios cimientos la doctrina cristiana en pos de su máxima autenticidad, la del servicio a la comunidad; Antonio Ojeda, el Pajarero, que simboliza la libertad y la comunión con la naturaleza; Tapias, el imaginero, que construye y repara las tallas religiosas arrancándole a la veta su dolor escondido, que es a la vez el dolor del mundo. Todos ellos, magníficos personajes, de hondura y complejidad humanas, ejemplifican la lucha interior contra la exterior, la libertad de pensamiento y criterio frente a la rigidez y uniformidad. La parábola está servida para una lectura alegórica, en la que la ruptura de moldes lleva aparejada una reivindicación de la estética y de la espiritualidad como propiedad de nuestra más íntima y trascendente identidad, al ritmo pausado y sobrecogedor de los nazarenos.

ciencia ficción. Odio la palabra ‘tecnothriller’, pero, para aclararnos, ese sería la categoría en que la ubicaría para aquellos que se pierden sin categorías. También la podríamos llamar manual de combate pasivo- urbano-tecnológico. Porque ‘Little Brother’ es una novela muy divertida, pero también una llamada a la acción. La trama de la novela es simple: Un atentado en San Francisco justifica un aumento de la seguridad que transforma la ciudad en un estado policial en el que todo el mundo es sospechoso. Por decirlo así, una exacerbación de la ley Patriota. El protagonista, un chaval de diecisiete años, muy hábil con los ordenadores, se ve acusado de terrorismo y

decide combatir el exceso de celo en la vigilancia, que a la postre se nos muestra sólo útil para identificar gente incómoda más que como un garante de la seguridad. ¿Les suena? De paso, Doctorow nos da varios cursillos acelerados: sobre seguridad informática, sobre derechos civiles y por qué es peligroso renunciar a ellos. Una historia que quizás no sea una joya de las letras, pero que será del agrado de todo aquel que sigue preguntándose por qué uno ha de sufrir la humillación de descalzarse en los aeropuertos. Y enseña los primeros pasos para ser un ‘Hermano pequeño’. Y ya sabemos que la función del hermano pequeño es chinchar al hermano mayor.

José Manuel de la Huerga, en la calle Platerías de Valladolid. :: ALEJANDRO LEONARDO talizar los ritos de la Semana Santa, consciente de su peso y de su contradictoria belleza. El segundo enfoque se reserva a la cámara fotográfica de su joven amigo alemán, que presencia por primera vez ese «espectáculo de exaltación de la sangre a finales del siglo XX» y trata de entenderlo según un imaginario carente de raíces propias, antropológico, en la línea de un ejercicio de catarsis colectiva. Ambas miradas –una de reconocimiento crítico, la

versa que ‘Gran hermano’. ‘Gran hermano’ tiene connotaciones de líder sectario, de jefe de organización, alguien a quien obedecer, no amar, alguien contra el que podremos rebelarnos. ‘Hermano mayor’, sin embargo, es un familiar que hace lo que hace por tu bien. Está distinción es importante, ya que es la justificación, y muchas veces fuente de aceptación, de toda opresión. Y es eso, y eso lo sabe todo aquel que haya leído ‘1984’, de lo que Orwell quería hablar. Lamentablemente, la televisión también se ha adueñado de ‘Hermano mayor’ y le ha dotado de un significado que también incluye descerebrados. Todo esto viene a que recientemente acabé con una

otra, extrañada–, sobre los rituales de la Semana Santa y su trastienda, se complementan, y el lector obtiene así un friso detalladísimo, paso a paso, de sus rituales, y de manera metafórica de ese preciso momento histórico en que tradición y modernidad democrática se cruzan. Para lograrlo, José Manuel de la Huerga construye esta pequeña ciudad de manera tan coherente, tan detallada y tan viva que se diría real, una ciudad por la que discurre, en

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA

de mis asignaturas pendientes de la ciencia ficción moderna: ‘Little Brother’, de Cory Doctorow. Aunque el título nunca se tradujo, lo apropiado sería traducirlo por ‘Hermano menor’, en justa contraposición al ‘Hermano mayor’ de Orwell. Con esto no quiero decir que ‘Little Brother’ sea una réplica de ‘1984’. Ni siquiera, aunque esté así catalogada, debería considerarse una novela de


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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

Voces de mujer Primera novela en España de una clásica china del siglo xx

JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN

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rthur Schnitzler, escritor de la ‘joven Viena’ influido por los estudios psicoanalíticos de Freud, frente a los que mostró cierta heterodoxia, escribió ‘La señorita Else’ en 1925. Su protagonista, con particular y rica morbidez, sin evitar el escándalo, no dudaba en romper los cánones sociales. Un antecedente importante en el estudio de la situación de la mujer en el campo de las relaciones amorosas sometidas al mundo cambiante de una burguesía doctrinaria, donde lo femenino va a ocupar un lugar secundario, perpetuación de un patriarcado disfrazado de liberalismo, había sido la Emma Bovary de Gustave Flaubert y, antes que ella, la Mazza Willer de su relato ‘Pasión y virtud’, que publicó a los dieciséis años, en 1837. Después de Schnitzler, Stefan Zweig, con ‘Veinticuatro horas en la vida de una mujer’ y ‘Carta de una desconocida’, incidió en el tema. En 1946, y en un ámbito muy distinto, Carson McCullers, con su ‘Frankie y la boda’, compone un sutil relato de adolescencia. Son hitos que nos recuerda esta novela de la escritora de Shanghai Eileen Chang, titulada ‘Un amor que destruye ciudades’ (1947). También el personaje de Sugiko, en la novela del japonés Saneatsu Mushanokoji ‘Amistad’, daba los pasos necesarios para afirmarse como mujer libre en una cultura heredada que le cerraba todas las puertas. Acabo este improvisado cúmulo de referencias evocado por Chang recordando a Irène Némirovsky y su novela ‘El baile’ (1930). Chang, como Némirovsky, describe con acierto frustraciones y anhelos inmersos en un conglomerado familiar de acentuada convención e hipocresía. Ambas cultivan una prosa diáfana, sin rellenos; urden una narración sin interrupciones banales ni rupturas, y no eluden las nociones inevitables de culpa que abruman a sus personajes. Eileen Chang (1920-1995) vivió y estudió en Shanghai y Hong Kong, conoció la ocu-

Eileen Chang en 1954. :: EL NORTE pación y el bombardeo japonés, y más tarde la revolución maoísta que la llevó a emigrar a Estados Unidos en 1955, donde murió sin haber regresado nunca a sus lugares de origen. Habría que esperar a la ‘apertura’ del régimen chino en los años noventa para que fuera recuperada como uno de los nombres más importantes de aquella literatura. ‘Un amor que destruye ciudades’ cuenta la relación de una joven divorciada con un rico heredero educado en Londres. Liusu, la muchacha, sabe que solo alejándose de las imposiciones del yugo familiar tradicional llegará a ser ella plenamente, ya que el matrimonio clásico no pasa de ser una forma de «prostitución a largo plazo». Las mujeres requieren ser amadas por los hombres para merecer el respeto de su propio sexo: para Lisiu resultan «mezquinas en ese aspecto». Si el hombre embauca a una mujer, ella merece el mayor desprecio. Si es ella la que embauca al hombre, será considerada «una per-

UN AMOR QUE DESTRUYE CIUDADES Eileen Chang. Traducción de AnneHélène Suárez y Qu Xianghong, Barcelona, Libros del Asteroide, 2016, 113 páginas, 17,95 euros.

dida». Si bien lo peor es que lo intente sin conseguirlo, y acabe siendo ella la embaucada: entonces, «es doblemente libertina y rastrera, matarla sería ensuciar el cuchillo». Así, Eileen Chang y los escritores citados buscaban en aquella primera mitad del siglo dotar de otra fuerza, consideración, y legitimidad moral a unas mujeres que, pese al desarrollo social que aportó el avance industrial y económico, seguían ocupando un lugar secundario, teñido de ‘respetabilidad’ y de convencionalismos, que obstaculizaba su desarrollo de género. Chang, como casi por los mismos años hiciera el japonés Mushanokoji, miraba la cultura occidental como referente primordial, pues ayudaba a sortear el peso de tradiciones ancestrales de duro anclaje. La edición de esta novela incluye el cuento ‘Bloqueados’, de 1943. De excelente factura, narra la atracción imposible que una joven profesora universitaria y un hombre casado experimentan durante su encuentro fortuito en un tranvía que permanece unas horas bloqueado por el estado de guerra en Shanghai. La muchacha, como la propia Chang, es brillante en sus estudios y en su carrera profesional. Pero el mundo que se le impone no puede ser más desolador: «Sus padres habían ido perdiendo el entusiasmo por ella; habrían preferido que hubiera sido menos estudiosa con tal de que hubiera tenido tiempo para encontrarles un yerno rico».

Un príncipe tremendo :: V. M. NIÑO Uno de los hitos turísticos de Dinamarca es el castillo de Elsinore, en el que transcurre uno de los más famosos dramas de Shakespeare, ‘Hamlet’. El príncipe es danés, las alianzas y conflictos diplomáticos son con sus vecinos del Báltico y más allá de nombres, lo que allí acontece podría transcurrir igualmente en Peñafiel, la Torre de Londres o el Crac de los Caballeros, por citar tres fortalezas. Pero el dramaturgo, que no salió de la carretera Stratford-upon-Avon y Londres quiso que su historia transcurriera en la norteña Jutlandia. Hamlet sufre la traición de su tío, está obligado a vengar la muerte de su padre y no puede aceptar el nuevo matrimonio de su madre. El poder y el honor son fuerzas mayúsculas en esta obra que gira en torno al joven Hamlet, exponente del hombre moral que en el teatro verbaliza las consideraciones sobre todas las opciones que se abren ante él. Su sino está marcado por la fatalidad marca desde que planea su venganza. La tradición y la muerte acaban con sus amigos, con su amante, Ofelia, con todos. El asesinato provoca una espiral de perdición. El propio rey lamenta: «¿Ah, mi crimen apesta hasta el mismo cielo! Lleva la carga de la más antigua maldición; el asesinato de un hermano». Cainitas, débiles, irracionales, así son también los seres

humanos. Anaya ha querido acercar este arquetipo a los escolares de secundaria en su colección Clásicos a medida. El teatro, tan incómodo al comienzo, tiene el dinamismo del diálogo, de la acción rápida a través de sus personajes. Edición ideal para la lectura dramatizada que está acompañada por las ilustraciones de Óscar T. Pérez quien realiza un delicado y luminoso trabajo.

HAMLET De William Shakespeare, en la adaptación de Lourdes Íñiguez. Ilustraciones de Óscar T. Pérez. Anaya. Colección Clásicos a medida. 145 páginas. 10,20 euros. A partir de 14 años.

La niña de la ventana azul :: V. M. N. Fábula de la espera y del amor. Un niño mira cada día a la ventana azul que hay frente a la suya esperando a que se asome su moradora, otra niña. Día tras día, el mismo ritual hasta que Gaetano decide escribirla una carta. Apenas alcanza al buzón, pero logra depositarla. El viaje de la carta constituye el desarrollo de ‘Te quiero un montón’. Un pequeño sobre, que vuela con el soplo del viento, y, sin embargo, está lleno de las ilusiones de un niño. Alain Serres juega con la paciencia del lector hasta hacerle olvidar al remitente para centrarse en las vicisitudes de la misiva. El cartero la pierde, un perro la traslada y es atropellado. La carta es tomada por un papel en el suelo y la farmacéutica lo lleva a la papelera. Verte-

TE QUIERO UN MONTÓN Texto de Alain Serres. Ilustraciones de Oliver Tallec. Edelvives 62 páginas. 8,30 euros. A partir de cinco años.

deros, mariposas rescatadoras, paseo por África, incendios, dragones y mientras, el tiempo va pasando. Los protagonistas iniciales se convierten en adultos y en viejecitos, que siguen mirándose por la ventana. La carta termina cual boomerang en las manos de Laura Buendía, su

destinataria primigenia. Dejará de tejer, se sentará a contestar al mensaje que su vecino le escribió hace décadas «te quiero un montón. Firmado: Gaetano, de la ventana de enfrente». Entrañable cuento para pequeños y grandes, que cuenta con las ilustraciones de Oliver Tallec.


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ntre los procedimientos para graduar en intensidad (es decir, para matizar) la cualidad de lo designado por los adjetivos está el grado, característica común a la mayoría de los adjetivos y que permite diferenciarlos de los sustantivos. Como ustedes saben, las gramáticas distinguen tres grados del adjetivo: positivo (con el que se expresa la realidad sin compararla ni cuantificarla), comparativo (que establece una comparación entre la cualidad expresada por el adjetivo y otra realidad) y superlativo, del que me ocuparé esta semana. Las gramáticas coinciden en la existencia de dos clases de superlativo: el absoluto y el relativo. Con el absoluto –también llamado elativo– la cualidad del adjetivo se nos muestra en el grado más alto o más intenso de la escala (es muy lento / es lentísimo). El superlativo relativo, en cambio, compara la cualidad expresada por el adjetivo con la de un conjunto (el más lento de los trenes, el mejor coche del año). El superlativo sintético latino (que acababa en ‘-issimus’ o en ‘-errimus’) dio paso a la formación perifrástica compuesta por un cuantificador adverbial (en origen ‘muy’) seguido del adjetivo correspondiente. El superlativo sintético (novísimo, paupérrimo) se recupera posteriormente por vía culta. La lista de cuantificadores ha ido aumentando a lo largo de la historia de la lengua. Para expresar el grado más alto o más intenso de algo existen en la actualidad, además de ‘muy’ (muy alto), ‘harto’ (más frecuente en Hispanoamérica), ‘bien’, ‘enormemente’, ‘extraordinariamente’, ‘horriblemente’, ‘horrorosamente’, ‘impresionantemente’, ‘increíblemente’, ‘sumamente’, ‘tremendamente’, ‘verdaderamente’, etcétera, casi todos ellos con un matiz poderativo o de exageración; algo que, por otro lado, no debería sorprendernos puesto que todos estos adverbios cuantificadores son recursos formales que la lengua pone a nuestra disposición para la expresión del grado más alto

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

UN VERANO ‘ENORMEMENTE’ CALUROSO

Más normas y recomendaciones para el uso correcto del castellano. Envíe sus consultas a: elcastellano. elnortedecastilla.es

de una cualidad. Diremos entonces que ‘la situación es harto complicada’ o que ‘son técnicas harto conocidas por los especialistas’ (con ‘harto’ como forma invariable, sin variación de género ni de número), que ‘hay que servir la cerveza bien fría’, que ‘la vendedora es una persona sencilla y enormemente cordial’, que ‘el equipo jugó extraordinariamente bien’. Pero también, como acabo de señalar, el sufijo ‘-ísimo’, con variación de género y número, ha dado origen a las formas ‘graciosísimo’ (de gracioso), ‘altísimo’ (de alto) o ‘guapísimo’ (de guapo). En estos casos la forma resultante puede sufrir algunas modificaciones. Por ejemplo, se dan alternancias en el uso, como en ‘amicísimo’ y ‘amiguísimo’ (de amigo), ‘ardentísimo’ – y no ‘ardientísimo’– (de ardiente), ‘buenísimo’ y ‘bonísimo’ (de bueno), ‘certísimo’ y ‘ciertísimo’ (de cierto), ‘corrientísimo’ –y no ‘correntí-

simo’– (de corriente), ‘crudelísimo’ y ‘cruelísimo’ (de cruel), ‘fortísimo’ y ‘fuertísimo’ (de fuerte), ‘grosísimo’ y ‘gruesísimo’ (de grueso), ‘nobilísimo’ –y no ‘noblísimo’– (de noble), ‘novísimo’ y ‘nuevísimo’ (de nuevo). Y se tienen por muy cultos los superlativos que adoptan el sufijo ‘– érrimo’, como ‘acérrimo’ (de acre ‘agrio’), ‘celebérrimo’ (de célebre), ‘integérrimo’ (de íntegro), ‘libérrimo’ (de libre), ‘misérrimo’ (de mísero), ‘paupérrimo’ (de pobre), ‘pulquérrimo’ (de pulcro), ‘salubérrimo’ (de salubre). En estos últimos casos se consideran inadecuadas las formas en ‘ísimo’ (celebrísimo, integrísimo, librísimo, miserísimo, pulcrísimo o salubrísimo), excepto ‘pobrísimo’, que es forma aceptada. ¿Es siempre compatible un superlativo en ‘-ísimo’ con el adjetivo precedido del cuantificador ‘muy’? Es decir, ¿son intercambiables enunciados como El tren es lentísimo / El tren es muy lento? En principio parecería que sí, pero a poco que profundicemos veremos que no es así. Hay adjetivos (como mismo, primero, último, precioso, fundamental o principal) que admiten ‘ísimo’ pero no ‘muy’ + adjetivo: El ciclista le adelantó en la mismísima línea de meta (y no en la muy misma); Este anillo es preciosísimo (y no muy precioso); Es fundamentalísimo planear todo bien (y no muy fundamental); Estás estupendísima (y no muy estupenda), etcétera. Por el contrario, los adjetivos que ya tienen un sufijo apreciativo (aumentativo, diminutivo o despectivo) solamente admiten muy: muy pequeñín, muy listilla, muy tontorrón, muy majete, muy grandona. Lo mismo ocurre con los adjetivos con el sufijo -ero/-era (perecedero, duradero, certero), -ica (miedica, cobardica, acusica, quejica) o -ista (optimista, vitalista, intimista). Sería muy interesante una revisión exhaustiva de todos los adjetivos con sus posibilidades para formar superlativos absolutos dentro del sistema, sus restricciones de uso y las tendencias y excepciones. Les deseo un verano muy cálido, en todos los sentidos.

LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID

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Cinco esquinas. Mario Vargas Llosa (Alfaguara)

Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)

Señales de humo. Rafael Reig (Tusquets)

La piedra de siete ojos Miriam Conde (Montañas de papel)

Historia de un canalla. Julia Navarro (Plaza&Janés)

Donde los escorpiones. Lorenzo Silva (Destino)

El campeón ha vuelto. J. R. Moehringer (Duomo)

SPQR. Mary Beard (Crítica)

La legión perdida. Santiago Posteguillo (Planeta)

Los besos en el pan. Almudena Grandes (Tusquets)

El libro de los Baltimore. Joel Dicker (Alfaguara)

El ruiseñor. Kristin Hannah (Suma de Letras)

Mujer océano. Vanesa Martín (Planeta)

El libro de los Baltimore. Joel Dicker (Alfaguara)

Esa puta tan distinguida. Juan Marsé (Lumen)

Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)

Rezar por Miguel. Christian Gálvez (Suma)

Tú no eres como otras madres. A. Schrobsdorf (Errata)

El monstruo de colores Ana Llenas (Flamboyant)

El crucigrama de Jacob. A. L. Martrtin (Planeta)

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El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)

Ante todo no hagas daño Henry Marsh (Salamandra)

Cirlot, ser y no ser... A. Rivero (F. José Manuel Lara)

Esto no es (solo) un diario. A. Kurtz (Plaza&Janes)

Ser feliz en Alaska. R. Santendreu (Grijalbo)

Vamos a comprar mentiras J. M. López (Cálamo)

Nos vemos en esta vida... Manuel Jabois. (Planeta)

Cómo explicarte el mundo A. Aberasturi (La Esfera)

Maravillosamente imperfecto... W. Riso (Zenith)

Instrumental James Rhodes (Blackie Books)

Descenso a los infiernos. Ian Kershaw. (Crítica)

El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)

La nueva educación. César Bona (Plaza&Janés)

SPQR. Mary Beard (Crítica)

El fin y los medios. Aldous Huxley (Página Indómita)

La vida secreta de la mente. Mariano Sigman (Destino)

El camino al 18 de julio. Stanley Paine (Espasa)

Te cuento en la cocina. Ferran Adrià (Beascoa)

La vuelta al mundo con Playmobil. R. Unglik. (SM)

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SANDOVAL VALLADOLID

LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA

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Desde la Sombra. Juan José Millás. (Seix Barral)

Donde los escorpiones. Lorenzo Silva (Destino)

El libro de los Baltimore. Joel Dicker (Alfaguara)

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Camille. P. Lemaitre (Alfaguara)

Los besos en el pan. Almudena Grandes (Tusquets)

Esa puta tan distinguida. Juan Marsé (Lumen)

La viuda. Fionna Barton (Planeta)

Cuentos. Fernando pessoa (Páginas de Espuma)

Todo se arregla caminando. C. A. Molina (Destino)

Yucé, el sefardí. G. González Olmos (Dip. Badajoz)

Avenida de los misterios. John Irving (Tusquets)

La Presa. Irene Nemirovsky (Salamandra)

El libro de los Baltimore. Joel Dicker (Alfaguara)

Camille. P. Lemaitre (Alfaguara)

La legión perdida. Santiago Posteguillo (Planeta)

Donde los escorpiones. Lorenzo Silva (Destino)

La guitarra azul. John Banville (Alfaguara)

Sarna con gusto. César Pérez Gellida (Suma de Letras)

Bailando en la oscuridad. Ove Knasgard (Anagrama)

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La Educación que necesitamos. Alberto Garzón (Foca)

Plantas de uso tradicional... Pascual / Herrero (Dip. Palencia)

Dioses útiles. Álvarez Junco (Galaxia Gutenberg)

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Las Sinsombrero. Tania Balló (Espasa)

Emocionario. Rafael Romero/Cristina Núñez (Palabras Aladas)

El cazador de historias. Eduardo Galeano (Siglo XXI)

Los invencibles de América. J. A. Rojo (Gran Capitán)

Habitaciones de soledad y miedo. V. Romero (Foca)

A mi manera. Karlos Arguiñano (Planeta)

El fascinante juego... Virgilio Ortega (Crítica

Ser feliz en Alaska. R. Santendreu (Grijalbo)

La nueva lucha de clases. Slavoj Zizek (Anagrama)

Mariano Haro, el pionero. A. Calleja (Dip. de Palencia)

El sermón de dejar de ser. García Calvo (Lucina)

Guía de viajes de la Hispania... R. Pinilla (Gran Capitán)

Topología de la Violencia. Byung-Chul Han (Herder)

Yoga para niños Ramiro de Calle (Kairós)

La magia del orden. Marie Kondo (Aguilar)

El libro de las pequeñas... Elsa Punset (Destino)


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Sábado 25.06.16 EL NORTE DE CASTILLA

Un socorrista vigila a dos bañistas en una playa vacía. :: FERNANDO GÓMEZ

E

n el sector editorial no es infrecuente la expresión ‘mar de novedades’. Y además, como el agua de mar, las novedades vienen por oleadas: la rentrée otoñal, la campaña navideña, los lanzamientos primaverales coincidentes con festivales literarios y ferias del libro, más y más novedades que arrastran, en cuestión de días, a las anteriores. Es casi inevitable que algunos de los mejores libros de la temporada se ahoguen entre tanto oleaje y pasen injustamente desapercibidos. Por eso, ahora que comienza el verano y los suplementos culturales se lanzan a sugerir títulos para llevar a la piscina o a la playa, me enfundaré el equipo de socorrista y, salvavidas en ristre, propondré una lista alternativa de cinco libros que necesitan un boca a boca urgente de lectores dispuestos a rescatar buena literatura. Ojo: no son las típicas lecturas ágiles y frescas que suelen asignarse a las vacaciones. De hecho, algunas de ellas son historias poco amables, de miseria, desarraigo y violencia, pero historias verdaderamente necesarias, también en verano. Así sucede con ‘Los desposeídos’, la única novela del poeta húngaro Szilárd Borbély, tristemente suicidado en 2014, que cuenta la historia de una familia

Socorristas de verano en un pequeño pueblo fronterizo entre Hungría y Rumanía. Las escenas de hambre, racismo y violencia aparecen bajo el punto de vista de un niño, con aparente desapego pero también con confusión,

ORTIGAS A MANOS LLENAS SARA MESA

acompañadas de una poco mitificada descripción de la vida rural: crueldad con los animales, crueldad con las mujeres, crueldad con los judíos y los gitanos, que se ven obligados a huir. Como su nombre indica, ‘Los desposeídos’ es una historia colectiva de personas a las que se ha arrebatado todo, incluso el nombre, y a las que hasta la capacidad de soñar les es cuestionada. La fantasía como refugio y modo de escape es también, de algún modo, lo que lleva a los jóvenes protagonistas de ‘Los caballos de Dios’, del marroquí Mahi Binebine, a radicalizarse y convertirse en terroristas suicidas. Adolescentes que jamás han salido del vertedero y las chabolas de Sidi Moumen, al otro lado de la muralla de Casablanca, se dejan seducir por la promesa

del paraíso antes de colocarse los cinturones de explosivos de la yihad. Desigualdad, negación del futuro, vidas míseras y mucha, mucha violencia son los ingredientes de esta historia desgraciadamente real que ofrece una nueva perspectiva para entender el origen de algunos fanatismos y que, nos guste o no, se dirige directamente a nosotros, a los del otro lado. De tono muy diferente pero inquietante también a su manera, ‘La lucecita’, una extraña novela corta del escritor italiano Antonio Moresco, es una deliciosa vuelta de tuerca al género de la ‘ghost story’, una reflexión sobre la vida y la muerte simbolizada en una naturaleza exuberante y hambrienta protagonizada por un hombre que se retira a una aldea abandonada

con la intención de desaparecer. Por las noches, mientras contempla el imponente horizonte de una garganta natural, nuestro protagonista descubre una lucecita lejana que será el hilo del que se desarrollará toda una madeja de recuerdos de su propia infancia. Los diálogos con un misterioso niño articulan esta historia que se lee con admiración y sobrecogimiento. Una infancia también emocionante es la que vive Anna, una de las protagonistas de ‘La niña de oro puro’, una dulce criatura con dificultades de aprendizaje pero también con una luz especial, capaz de generar amor y solidaridad en su entorno. Nacida en el Londres de los años 60, la historia de Anna y de su luchadora madre ofrece una visión luminosa y nada idealizada sobre la maternidad, las mujeres y su independencia, los cambios sociales de la segunda mitad del XX y su impacto en las convenciones de las relaciones familiares. Su autora, la inglesa Margaret Drabble, maneja con sensibilidad una historia que conmueve sin eludir las zonas de oscuridad y de dudas. Por último, sin ser exactamente una novedad en España, debería haber sido mucho más celebrada y leída la reedición de los cuentos completos de la norteamericana Gra-

Es casi inevitable que algunos de los mejores libros de la temporada se ahoguen... ce Paley, autora fallecida en 2007 y muy conocida por su activismo político y feminista. Paley desliza un sutil e inteligente humor en sus relatos protagonizados por personajes excéntricos y desmesurados en plena lucha con un entorno siempre voluble o, como ella misma decía, «mis historias de la gente normal». Admirada por Philip Roth y Susan Sontag entre otros, la narrativa de Paley se enmarca en la tradición de los inmigrantes judeoamericanos y, como suele ser frecuente en estos casos, la mezcla de culturas produce una obra extraordinariamente singular. Se equivocan quienes dicen que hoy día sólo se publica basura prescindible. Soy de las que piensa justo lo contrario: cada año aparecen títulos de calidad, libros que contienen mundos propios, sorpresas, agitaciones, incomodidades, placeres. He aquí cinco ejemplos que apenas han sonado y que difícilmente verán en otras listas. Adéntrense en las olas y vayan a por ellos.


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LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 25.06.16 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

DÍAS FELICES

El mercader de lo desconocido W

alter Benjamin, en su ensayo sobre el narrador, reconoció dos tipos de contadores de historias: El campesino sedentario y el marino mercante. El que atesora las historias de un pueblo, sus secretos y sus actos memorables, y las devuelve al presente; y el que viniendo de fuera, trae noticias de otros mundos. El primero habla en sus relatos del pasado; el segundo, de parajes remotos que nadie sino él ha podido conocer. Ambos hablan de lejanías, aunque una sea temporal y otra espacial, y ambos toman lo narrado de su experiencia, la suya propia o la transmitida, tratando de conseguir que se transforme en experiencia de los demás. Es decir, que sus narraciones tienen un sentido práctico, que casi siempre se revela al terminar la historia, en forma de moraleja, proverbio o regla de vida. Y esta es la razón de que hombres y mujeres, niños y ancianos, quieran escucharlas. Lo hacen por placer, pero también por un anhelo de conocimiento. El que narra, escribe W. Benjamin, es un hombre que tiene enseñanzas para el que escucha. ¿Es así en el presente? La crisis de la cultura rural, que es la crisis del relato, ha supuesto un cambio en la función del narrador, pero creo que en esencia, las cosas en este punto no son distintas a como eran. Sigue habiendo dos mundos. El mundo de lo cotidiano, de lo próximo, el mundo en que vivimos y nos alimentamos, el mundo en suma de lo doméstico; y el que tiene que ver con nuestros anhelos y nuestros sueños. Es el mundo del viaje, pero también el de la memoria, que no es sino un viaje a través del tiempo. El mundo, por tanto, de la aventura. El mundo de lo doméstico es el mundo de la identidad; el de la aventura, el de la heterogeneidad, ya que tiene que ver con el deseo de ser otro, de estar en otro lugar. Pero ese mundo que hemos dado en llamar el mundo real, no es sólo un mundo de enseres y de necesidades que debemos satisfacer, sino un mundo en el que escuchamos hablar a los demás e intercam-

biamos experiencias con ellos. O dicho de otra forma, somos hombres en la medida en que aprendemos a controlar la naturaleza y a servirnos de sus frutos innumerables, pero también, y sobre todo, por escuchar a los demás. Símbolo, según Covarruvias, viene de symbolum, que significa señal para reconocerse; aludiendo, según parece, a una tablilla que repartida entre dos o más personas, estas debían completar al encontrarse para identificarse entre sí. El origen de nuestro pensamiento es esa falta. O dicho de otra forma, hablamos con los demás, y les hacemos hablar, tratando de recibir de ellos lo que nos completa. No creo que haya otra tarea más urgente por parte del escritor que la de contribuir a crear ese ámbito de intercambio y comunicación. Es lo que hace Nausicaa con Odiseo. Lo encuentra desnudo a la orilla del mar, y lo lleva con ella al palacio de su padre, creando las condiciones para que éste cuente sus aventuras. El espacio del relato, es un espacio de comunicación y sociabilidad. El héroe desnudo se baña y viste, come con sus anfitriones, en definitiva, ingresa en el mundo de lo cotidiano, y entonces empieza a hablar. Su relato, en cierta forma, prolonga las acciones de los artesanos y mercaderes. Es importante esto, porque el relato del héroe también tiene una utilidad. Por eso los feacios escuchan a Ulises. Su historia llena de excesos y de criaturas misteriosas y temibles, habla

En estos últimos años se ha producido entre nosotros una pérdida indiscutible del prestigio del universo del libro

también de lo cercano, y se apoya en valores como la amistad, la fidelidad a la patria y el amor a los familiares. En los mercados estaban los frutos comunes, el trigo, las patatas, las legumbres; pero también los extraños, las mandarinas, el maíz, la pólvora, la pasta de huevo. El narrador, en cierta forma, no es sino un mercader de lo desconocido. Y su misión, como la de

:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL

GUSTAVO MARTÍN GARZO

cualquier artesano, es no defraudar a los que acuden a él. Esa es la idea expuesta por Rafael Sánchez Ferlosio, al analizar la figura de Lord Jim, el personaje de la novela de Conrad. Ferlosio afirma que el problema de Lord Jim no es tanto recobrar el respeto de sí mismo, demostrarse a sí mismo que no es un cobarde, sino reparar sus vínculos con los demás. El honor no es haberse

fallado a sí mismo, sino haberles fallado a los cuatrocientos musulmanes que iban en el Patna, camino de la Meca, y a los que deja abandonados en el mar. Y tal vez no estaría mal en estos tiempos de oscuridad, como diría Hannah Arendt, atreverse a hablar del escritor como hombre de honor. En efecto, Ulises debe abandonar la desmesura del mundo del mito, para hacerse escuchar, y Lord Jim sabe que hacerse escuchar por el otro, es serle leal. En cierta forma el narrador no es distinto de ellos, pues sus historias deben ponerse a prueba en la comunidad que le escucha, y pasar la prueba de su utilidad. Traer al mercado del mundo las especias y productos de los sueños, ese es el compromiso que el narrador adquiría ante su comunidad. Pero me temo que el escritor de nuestro tiempo no lo tiene tan fácil. Las imágenes sustituyen a las palabras y en estos últimos años se ha producido entre nosotros una pérdida indiscutible del prestigio del universo del libro. Las lecturas se suceden, pero nadie parece interesado en demorarse más de la cuenta en un libro, ni en aproximarse por tanto a ese ideal de lectura que le hacía afirmar a Joyce que el libro verdadero era aquel que exigía al lector que entregara su vida a la tarea de leerlo. El lector que alimenta con su elección las listas de libros más vendidos, que publican los suplementos de cultura de los periódicos, en nada se parece a ese misterioso lector del que hablara Lezama Lima, que llega a tener para una sola lectura la presencia y esencia de todos sus días. Sherezade visitaba al sultán cada noche y gracias al arte de sus relatos no sólo logró salvarse sino salvar la vida de cuantas muchachas la habrían tenido que suceder en aquel lecho del horror. El mundo del relato siempre ha ido unido a la pregunta por el poder real de la muerte, y a la necesidad de encontrar una manera de burlarla. Y es cierto que el mundo de la ficción no pertenece exactamente al mundo del mito, pero aspira a reflejar una parte de su verdad. Y así la palabra vuelve a nosotros y, al hacerlo, la realidad se abre y nos entrega sus frutos más sabrosos. Pero ¿no es esa la sola aspiración de la literatura? Un puente entre la verdad y el mundo real, eso son todas las historias que merecen la pena.


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