Sábado, 26.11.16 Número CCXLVIII
SOMBRA CIPRES LA
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El escritor detrás del personaje El centenario del nacimiento de Camilo José Cela sirve para recordar lo mejor de su literatura más allá del Nobel [P2]
Camilo José Cela interviene en los trabajos de la Ponencia de la Constitución Española en 1978. :: EL NORTE
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La palabra, en estado de gracia permanente E
ntre gobiernos en funciones, cambios en los ministerios y confusión general en la vida política, social y cultural de los últimos años, no estoy muy seguro de si España, una vez más, está verdaderamente a la altura de la celebración de un centenario como el de Camilo José Cela. Nada extraño, por otra parte, si tenemos en cuenta ejemplos más recientes y dolorosos, como el centenario de Teresa de Jesús, el año pasado,
o el de Cervantes, este mismo año. Apenas un ramillete de acciones deslavazadas y de escasa repercusión nacional, y aún menos internacional. Siempre con honrosas y valiosas excepciones. En el caso de Cela, además del estado general de aturdimiento cultural se dan algunas circunstancias concretas que explican este cierto abandono ‘oficial’ de una figura como la suya. En primer lugar, el desistimiento del mundo académi-
CARLOS AGANZO
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co, empezando por el colegio y terminando por las universidades, a la hora de incorporar al currículo escolar la gran literatura contemporánea; es bastante significativa la manera en la que Cela, a la par que otros escritores de su tiempo, se ha ido quedando fuera progresivamente de las lecturas obligatorias de colegios e institutos. Y en segundo término, y no menos relevante, la preponderancia del personaje Cela sobre la propia escritura del au-
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tor de ‘La familia de Pascual Duarte’; un personaje que llevó hasta el paroxismo su resonancia mediática, incluida la representación mundial que supuso la concesión del Premio Nobel de Literatura; algo que, como poco, tendremos que empezar a mirar y valorar de otra manera desde la última decisión de la Academia Sueca. Cuando hablamos de Cela, sin embargo, sobre la hojarasca del ‘glamour’, en unos casos, o del esperpento, en otros, lo que deberíamos hacer es hablar del verdadero peso de su escritura en el acervo de la literatura en castellano. Bastarían tres obras para darnos cuenta de ello: ‘La familia de Pascual Duarte’, que ofrece la pincelada, negra y gruesa, de una de las escuelas más representativas de la literatura española de todos los tiempos; ‘La colmena’, que construye magistralmente la visión coral de las sombras de la posguerra, y ‘Ma-
Ni era poeta ni, dicen, amaba la música, pero la mejor sonoridad de nuestra lengua está en su escritura
zurca para dos muertos’, que reedita, en el siglo XX, la feliz confluencia de dos lenguas, el gallego y el castellano, en el patrimonio común de nuestra cultura, como siempre había ocurrido, de forma ininterrumpida, desde Alfonso X el Sabio. Pero todo esto, sin embargo, con ser mucho, no es sino la corteza, solo una parte mínima de lo que en realidad significa la literatura de Camilo José Cela. Porque además de hacer de la vida literatura y de la literatura vida, como hizo siempre el personaje de Don Camilo, lo verdaderamente re-
Lirismo encapsulado La novela ‘Mrs. Caldwell habla con su hijo’ desmonta los prejuicios, también los literarios, que pudieran tenerse sobre su autor
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rs. Caldwell habla con su hijo’ desmonta todos los prejuicios que el interesado pudiera tener sobre el autor, también los literarios. Novela que sucede a ‘La colmena’, es en gran medida el negativo formal de la quizá más célebre y sin duda más celebrada obra celiana. La polifonía de voces cotidianas da paso a una sola, confesional; la vibración urgente y urbana, a una morosa, susurrada; el tiempo concentrado de los días al elástico de la memoria; la red profusa de las relaciones múltiples a la intimidad hermética de la relación de a dos. Es el método que Cela siempre prefirió: escribir contra sí mismo, o sea contra lo ya logrado, y de este modo obligarse a explorar territorios que no había transitado; al hacerlo, consiguió renovar y expandir la prosa narrativa en español –novela y libros de viajes– como solo un puñado de escritores han sido capaces. Lo que nada más comen-
zar la lectura llama la atención en ‘Mrs. Caldwell’ es el empleo de la segunda persona del singular, salvo para ocasionales afirmaciones atemporales, genéricas, en las que el narrador, la Caldwell del título, utiliza, como es lógico, la tercera del presente, personal o impersonal –«El matrimonio es sucio e impuro; el estado perfecto del hombre y la mujer es el del noviazgo»; «Es inútil proponerse llegar a millonario o a poeta. La vocación no basta. La inteligencia no es precisa»–. Este empleo de la segunda persona, esta suerte de voz epistolar –«… jamás te pregunté una sola palabra sobre la que tuviera alguna duda de tu respuesta»; «¿Por qué, hijo mío, por qué esa cruel puntualización?»–, es un recurso por el que la comunicación entre el narrador y el receptor «Eliacim, el hijo de Mrs. Caldwell, pero a la vez el propio lector– se intensifica y se aísla, se desnuda. Se trata no obstante de una comunicación unidireccional, de botellas lanzadas al
EDUARDO ROLDÁN
mar sin esperanza de respuesta; ‘Mrs. Caldwell’ es la crónica de una desintegración, la de la cordura de la narradora, que se dirige a su hijo muerto –y único– en forma de breves cápsulas, sobre los más variados y en apariencia inconexos temas –el ajedrez, las manos, el reloj de arena…–; a través de ellas se van pincelando hechos de la vida de ambos, y así, por vía indirecta, desvelando la relación que madre e hijo mantuvieron, desde la concepción de Eliacim hasta su heroico final en las procelosas aguas del Mar Egeo. Aunque esas cápsulas son perfectamente consumibles por separado, de manera aleatoria, el Caldwell alcanza su plenitud leído de la número uno a la doscientos doce; como se ha dicho, se trata de una crónica. En su valiente libro sobre la depresión, Andrew Solomon la identifica con la locura. Es el caso de Mrs. Caldwell: a medida que la depresión se ahonda, la locura se le despereza; aunque la muerte súbita del hijo fue-
ra el detonante del proceso de disolución de la realidad que la anega, el germen de la locura ya lo tenía instalado. Mrs. Caldwell tiene un profundo complejo de Agripina, o Edipo invertido, por dar una imagen quizá más clara: Eliacim era su obsesión, su amor exclusivo. Mrs. Caldwell desdeña a su marido, y se deja caer que Eliacim es en realidad hijo del señor del segun-
Al escribir contra sí mismo, o sea, contra lo ya logrado se obligaba a explorar territorios no transitados
do, «tan propicio», del que ha heredado los ojos; es decir que el señor del segundo no era más que un dispensador de semen, ella desde el comienzo quería un hijo y lo quería para sí. ¿Llegó a materializarse la relación incestuosa? En las últimas cuatro cápsulas, enviadas desde el hospital de lunáticos, Mrs. Caldwell ya no se dirige a él como «querido Eliacim» o «hijo mío», sino como «amor mío», sin pantallas. Se disiparían así las dudas del interrogante, por si quedaba alguna. Pero no hay que olvidar que no es una narradora fiable. La memoria falsea, y más la memoria de un desequilibrado; si no cuestionamos en ningún momento lo que la señora Caldwell refiere, es por la tremenda singularidad y potencia expresiva de su voz. Con magistral sutileza, Cela le atribuye a Caldwell la condición triple de señora con posibles y sin trabajo, espíritu a la vez conservador y anarquista, y de poetisa, de modo que el lenguaje que emplea resulta muy
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levante de Cela está en la extensa intensidad de su obra literaria. Escribiera de lo que escribiera, desde sus viajes hasta sus diccionarios más o menos secretos, pasando por sus artículos y gacetillas, en la literatura de Cela siempre encontramos a la palabra en un estado de gracia permanente. No sólo por su cuidado, fruto del trabajo y la precisión milimétrica del artesano, sino también por su vibración, por su iluminación permanente. Cela no fue poeta, es verdad; tampoco, dicen, amaba la música. Pero la mejor poesía y la mejor sonoridad de nuestra lengua se manifiestan en la obra de este escritor singular. Sobre fastos y celebraciones, para lo que de verdad debe servir el centenario es para volver a leer a Cela. Para hacerlo con el interés y la verdad que merece su obra. Sin él no podríamos entender la literatura española; tampoco la literatura universal del siglo XX.
rico y, más importante, orgánico: todos los registros se funden en uno, y así aceptamos naturalmente tanto las opiniones sobre la gimnasia o los perros de lujo como las referencias literarias –a Homero, a ‘El cementerio marino’– y el uso de metáforas y rizos surrealistas. Algunas, puntuales, cortan el aliento –el brazo que entra en la manga como un tren en un túnel–; otras, más genéricas, recorren el texto como un rumor sostenido, el mar cual tumba la de mayor presencia. Veta lírica que quizá se crea inédita viniendo de quien viene. De inédita nada: lirismo no es cantar a los lirios, o no solo: hay tanto lirismo en la seca violencia de Pascual Duarte como en las meditaciones de la señora Caldwell, y la prosa de Cela, toda ella, tiene una fuerza lírica arrasadora, sostenida en gran medida por uno de los oídos más finos que se puedan encontrar. Este libro es asombroso. Fotografía del pasaporte de Camilo José Cela de 1937. :: DEL LIBRO ‘MEMORIAS, ENTENDIMIENTOS Y VOLUNTADES’ (ESPASA CALPE)
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Lumbre en lo oscuro: ‘Oficio de tinieblas 5’
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a relación de un escritor con la sociedad en la que vive puede ser aún más compleja que la que pueda tener con los textos que produce. Su trabajo plantea de inmediato el conflicto realidad / ficción. En qué medida lo que hace parte de lo que vive, siente y piensa, y cómo al tratarlo lo convierte en algo distinto que expresa su visión de lo que quiere contar. Ese tratamiento, las formas, configuran su obra, en los distintos géneros establecidos o en algún territorio intermedio en el que intente recalar en algún momento. Su trato con el entorno tiene menos importancia estética, pero condiciona la posibilidad misma de ser considerado escritor y sobrevivir como alguien que ejerce ese oficio. Un modo habitual de defenderse en este terreno consiste en crear un personaje de uno mismo que llame la atención lo bastante para que los posibles lectores tengan el prurito de asomarse a la obra. Cela es un caso paradigmático de alguien que quiere des-
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tacar en el tiempo convulso que le cae en suerte (o en desgracia), durante buena parte de su carrera y genera una figura ante la que es imposible quedar indiferente. La guerra civil y la larguísima postguerra son el entorno en el que ha de moverse con habilidad para brillar, y triunfar. En ese mundo siniestro y pantanoso, donde se exigía adhesión inquebrantable, supo manejarse como un peón fiel, con cierta libertad de movimientos. Fue, sin duda, una figura del régimen, aunque tuviera que publicar una de sus obras de referencia, ‘La colmena’, fuera de España durante algunos años. El tiempo cambió; llegó la democracia, y fue nombrado senador por designación real, una de esas carambolas a las que la llamada transición fue muy dada. El asunto es que al cabo de los años, y cuando se conmemora el centenario de su nacimiento, todos sus vaivenes vitales resultan algo apestosos. La cuestión es si ese asunto, su personaje, chusco, zafio, autoritario… condiciona su obra y en qué medida.
LUIS MARIGÓMEZ
No se puede olvidar cómo grandes autores del difícil S. XX eligieron el bando que resultó equivocado y ello, inevitablemente, abre interrogantes en torno a lo que hicieron, con sus vidas y en sus obras. Heidegger es el punto más alto, pero también Borges, Céline, Pound… El caso de Cela pudiera tener un interés particular, porque él siempre se acomodó y no tuvo que sufrir oprobios en vida. ¿Y su obra? Hay ahora una cierta moda en desacreditarla, y sin duda, una parte de ella es perecedera, pero quizá haya piezas de valor al cabo del tiempo, y toda la máscara que fraguó no sea ahora más que un estorbo del que se puede prescindir con facilidad. ‘Oficio de tinieblas 5’ (1973) es un texto límite. Era la época en que jugar a las vanguardias no estaba mal visto. Delibes había publicado ‘Parábola del náufrago’ en 1969. Pero su audacia formal es muy limitada. El autor dice, para abrir boca: «naturalmente, esto no es una novela, sino la purga de mi corazón». Una cita de Unamuno precede al
cuerpo del libro: «la literatura no es más que muerte.» Lo que sigue es una larga ristra de fragmentos (1192), que el narrador llama mónadas, sin signos de puntuación en los que resulta difícil reconocer un argumento, aunque sí hay personajes: tuprimo, la novia de tuprimo, su madre, tu padre… y que podrían considerarse en ocasiones poemas en prosa. Hay bastante de letanía y algo de liturgia. Se aconseja continuamente. No se puede decir que Cela haya in-
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«La lectura de ‘Oficio de tinieblas 5’ sigue atrapando en su mezcla de claves consuetudinarias y modernidad»
1. Con Ernest Hemingway. :: DEL LIBRO ‘MEMORIAS, ENTENDIMIENTOS Y VOLUNTADES’, (ESPASA CALPE)
2. El caminante y viajero Camilo José Cela. :: EL NORTE 3. A los doce años, con su padre. :: DEL LIBRO ‘MEMORIAS...’
4. En el jardín de su casa de Iria Flavia, en 1939. :: ÍDEM
ventado ninguna forma literaria nueva a esas alturas. En 1973 hacía ya muchos años que se habían publicado el ‘Ulises’ y el ‘Finnegans Wake’ de Joyce. La influencia de Beckett aquí es evidente. No es esa la cuestión. Se pueden generar maneras –eso solo ocurre alguna vez– y se pueden usar las que ya existen. La primera mitad del S. XX fue pródiga en abrir campos que han quedado ahí para cultivarse durante muchos años. No creo que la vanguardia fuera un sarampión, como algunos pretenden, pero tampoco es necesario estar siempre roturando el bosque. El mundo de Cela está ahí: humor, sarcasmo, sexo, atención a lo tradicional, cierto tremendismo, distancia de lo narrado… Las formas pueden parecer extremas, pero funcionan. La lectura de ‘Oficio de tinieblas 5’ sigue atrapando en su mezcla de claves consuetudinarias y modernidad, y deja en un segundo plano al sujeto al que le encantaba proferir las mayores boutades con el único propósito de hacerse notar.
5. En la década de los noventa, cuando ya había recibido el Nobel de Literatura. :: EL NORTE 6. El día de su ingreso en la RAE, en 1957, tenía 45 años. :: EFE
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Resistiendo CAMILO JOSÉ CELA CONDE
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l que resiste gana, por supuesto, pero resistir se vuelve a veces algo demasiado largo y enojoso. Se puede resistir, por ejemplo, hasta publicar la novela más traducida de la lengua castellana después de ‘El Quijote’, aunque ese primer esfuerzo se te lleve casi la vida por delante. Se puede resistir lo necesario para lograr casarte con tu novia, tener un hijo, ver cómo te prohíben los libros y te quitan el carnet de periodista… Si resistes, los honores van cayendo: la Real Academia, el Premio de la Crítica, el Príncipe de Asturias, el Nobel… Aun hay que resistir un poco más para conseguir el Cervantes; a partir de ahí, ya no es necesario. Resistir cien años está al alcance de pocos pero no tanto por razones de salud como de cansancio, de pérdida de la
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ilusión aquella que se mantenía mientras hubo etapas por cubrir. Luego, cuando ya no quedaba medalla que colgar, ni doctorado del que presumir, ni sillón nuevo en el que sentarse, se puede volver el recuerdo a los momentos en que resistir era necesario. En febrero de 1947 había que resistir la angustia mientras meditabas con la espalda apoyada en el olivo del cementerio de Adina, junto a la tumba de la hermana muerta siendo niña. Cincuenta y cinco años después –menos un mes– no es preciso esfuerzo alguno para volver por última vez al pie de ese mismo olivo. Te cargan otros a hombros, metido en el arcón final. Qué pena que no resistieses lo bastante para exigir que en la lápida de granito pusiera sólo Camilo José Cela, escritor, y, así, se lea el añadido del título nobiliario. Será porque el lema del marqués de Iria Flavia, del único marqués de Iria Flavia que ha habido y que habrá jamás, lo dice: el que resiste gana. Parecía que, diciéndolo, más resistencias no eran necesarias.
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Luis Astrana Marín: un cervantista shakesperiano La gran aportación de este erudito fue la biografía del autor del Quijote y la traducción de las obras completas del bardo inglés
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n este año en que se celebra la doble conmemoración del 400 aniversario de las muertes de Cervantes y de Shakespeare (se dice que murieron el mismo día, el 23 de abril de 1616, pero como Inglaterra no adoptó el cómputo Gregoriano hasta 1752, el 23 de abril resultaba para nosotros el 4 de mayo, por lo que Cervantes murió once días antes que el autor de Hamlet) no se debería pasar por alto en nuestro país la figura de un curioso erudito llamado Luis Astrana Marín. Quimérico deseo en vista de la vergonzosamente nula repercusión que el año Cervantes está teniendo en este Patio de Monipodio en que se ha convertido España, si es que alguna vez dejó de serlo. Nacido en Villaescusa de Haro (Cuenca) en 1889, Astrana Marín es conocido sobre todo por haber traducido al castellano las obras completas de Shakespeare y por ser el autor de una monumental biografía de Cervantes. Estas son las dos razones fundamentales para dedicarle hoy una breve reseña. Personaje polémico y polemista, su bibliografía es extensísima; además de novelista, su dilatada labor crítica abarcó la edición de textos (Quevedo, Calderón de la Barca, Cervantes), la traducción del inglés (Shakespeare) y del latín (Séneca), y la biografía (Cristóbal Colón, Lope de Vega, Quevedo, Shakespeare, Séneca y Cervantes). Menos conocida es su faceta periodística, que está siendo objeto de estudio y recuperación en los últimos años por investigadores como José Montero Reguera, de la Universidad de Vigo. Desde las páginas de periódicos como ‘La Nación’, ‘El Imparcial’, ‘La Libertad’ y ‘ABC’, Astrana Marín desarrolló una intensa labor de divulgación científica y literaria que le permitió dar rienda
suelta a su dimensión crítica no siempre generosa e imparcial y, con frecuencia, bastante hiriente y demoledora. Arremetió contra todo tipo de vanguardias y sus nuevas propuestas prosódicas y semánticas: ultraísmo, creacionismo, surrealismo, dadaísmo… En los años veinte se enfrentó a aquellos que después pasaron a formar parte de la llamada Generación del 27, un grupo de poetas que, según Pablo Rojas, durante años pareció olvidar su ascendente vanguardista y su nacimiento al calor de movimientos renovadores como el ultraísmo. En 1927 ese conjunto de jóvenes creadores reivindicó la denostada figura de Góngora al cumplirse el tercer centenario de su muerte. El autor de las ‘Soledades’ les sirvió de elemento aglutinador quizá no tanto por sus cualidades estéticas como por lo que representaba: su independencia y radical heterodoxia, y su búsqueda de un lenguaje profundamente personal como alternativa a la burda realidad; ambos eran elementos que constituían por sí solos un modelo que se ajustaba a sus inquietudes transformadoras. Dos años antes Astrana había profetizado que gongorismo y vanguardia iban de la mano y no disimuló la antipatía que le producía el racionero cordobés. Como discípulo de Marcelino Menéndez Pelayo, Astrana hacía suyas las palabras del polígrafo cántabro, quien en su ‘Historia de las ideas estéticas en España’ cargaba contra Góngora y «el aflictivo nihilismo poético que se encubre bajo esas pomposas apariencias, los carbones del tesoro guardados por tantas llaves». Esta actitud ha hecho de Astrana un personaje antipático y reaccionario. Pero no olvidemos que esta posición frente a las vanguardias también fue expresada por otros. En su defensa cabe decir que,
JULIO GARCÍA MERINO
si bien desde nuestra perspectiva hoy consideramos que estaban equivocados, al menos tuvieron el valor, en el contexto de su tiempo, de expresar sus opiniones. En la actualidad se echa en falta no tanto esa valentía y sinceridad críticas, como la capacidad para discernir entre la avalancha de manifestaciones artísticas sujetas más a la ley de la oferta y la demanda que a la voluntad de crear expresiones que fusionen el arte y la vida. El problema de Astrana residía en las formas, en la desabrida invectiva de sus pecu-
Arremetió contra todo tipo de vanguardias y se enfrentó al grupo de poetas de la Generación del 27 Desde varios periódicos Astrana Marín desarrolló una intensa labor de divulgación científica y literaria Su problema residía en las formas, en la desabrida invectiva de sus peculiares catilinarias
liares catilinarias. Tan solo en una cosa coincidía con los nuevos autores: en que el panorama literario español había entrado en una crisis creativa alarmante. Era necesaria una renovación, pero esta, desde luego, no pasaba por el desmantelamiento de los museos y las academias que proponían las vanguardias, algo inconcebible para Astrana. Tampoco tenía reparo alguno en tildar a los vanguardistas de asexuados y afeminados, y sostenía que la rehabilitación de la literatura era una empresa para «espíritus viriles, que sepan hablar claro y alto el duro lenguaje de la verdad que han de imponer los tiempos». Astrana es incluido por Julio Rodríguez Puértolas en su ‘Literatura fascista española’ (1986). Es posible que la disposición de Astrana fuera un tanto acomodaticia hacia el régimen franquista, pero se pasa por alto la posición librepensadora que Astrana manifestó abiertamente en su primer libro, ‘La vida en los conventos’ (1915); también se olvida que inició su carrera literaria en periódicos de izquierdas y que su amistad con el editor Rafael Martínez Reus (con quien publicó la biografía de Cervantes y el Epistolario de Quevedo), del Partido Radical, se mantuvo hasta la muerte de aquel. Además se hizo masón por mediación de Marcelino Domingo, a quien escondió en casa durante la revolución de Jaca de 1930. Cuando un año después Domingo ocupó la cartera de Instrucción Pública, Astrana pasó a convertirse en patrono de la Biblioteca Nacional, un cargo honorífico, sin sueldo. Eduardo Haro Tecglen definía así a Astrana Marín en un artículo publicado en ‘El País’ el 5 de octubre de 1983: «Astrana no era de izquierdas ni de derechas. Vivía en la época isabelina inglesa, entre Fletcher y Jon-
son, y Marlowe; sobre todo en Shakespeare». Pero ocupémonos de las dos facetas de Astrana Marín que nos interesan aquí. En 1929 publicó en Aguilar la traducción de las obras completas de Shakespeare, con numerosas reediciones y reimpresiones posteriores. Durante años fue la traducción canónica a través de la cual muchos de nosotros descubrimos al bardo inglés. El empeño fue meritorio en grado sumo al ofrecer por primera vez en el idioma de Cervantes el corpus completo shakesperiano. Señala John D. Sanderson, profesor de la Universidad de Alicante: «Tenemos mucho que agradecer a Astrana Marín (…) es el traductor canónico por excelencia. Pero en su época la influencia del francés era bastante fuerte. Basta un ejemplo: ‘Al son de un lascivo laúd’ se tradujo por ‘el placer de la lucha lasciva’. Lute en inglés significa laúd y con dos t, en francés significa lucha. Pero lo peor de aquellas traducciones es que eran pura prosa, no tenían en cuenta que las obras de Shakespeare eran ante todo obras de teatro, para ser declamadas». Cierto es que con la especialización de los estudios filológicos, la versión de Astrana es susceptible de todo tipo de objeciones, pero su objetivo tenía un carácter divulgativo, iba destinada a un público lector y no a posibles puestas en escena. Harold Bloom, el actual gurú de la crítica literaria y hacedor de cánones (no acabo de entender la obsesión por hacer cánones de todo), en su libro de 2011, ‘Anatomía de la influencia’, afirma que «Shakespeare y Cervantes son lo mismo. Comparten el mismo nivel de grandeza», y después se despacha diciendo «A mí no me consta que existan traducciones de Shakespeare al español lo suficientemente buenas. Entonces, mi consejo para un
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Marín en Alcalá de Henares. :: EMILIO J. RODRÍGUEZ-POSADA
lector español es que lea a Cervantes». ¿No se percata Bloom que lo mismo se puede decir pero invirtiendo los términos? La barrera del idioma es una frontera muy difícil de salvar a la hora de traducir obras literarias, qué duda cabe, pero ello no debe ser un obstáculo que nos prive del acceso, aunque sea de forma tangencial al universo de un Shakespeare, un Baudalaire o un Shūsaku Endō. El interés de Astrana por Shakespeare también se materializó en una biografía en la que apunta la posibilidad, sugerente, pero a todas luces improbable, de que Cervantes y el autor de Hamlet se hubieran conocido (seguramente ni uno ni otro tuvieron constancia de su existencia y mucho menos de sus obras, todavía no traducidas), y que cito aquí por su vinculación con nuestra ciudad. Shakespeare podría haber pasado por Valladolid en mayo de 1605, formando parte del séquito del embajador inglés Lord Charles Howard de Effingham, conde de Nottingham «y de haber sido alguno de sus caballeros los primeros en llevar ejemplares del Quijote a Inglaterra». Ante la falta de pruebas contundentes, el posible encuentro entre los dos genios solo tiene cabida en la imaginación y solo en ella se complace. En todo caso, como señala Jean Canavaggio: «Sólo hay una cosa cierta: Howard y sus compatriotas, a su regreso a finales de junio a orillas del Támesis van a difundir el rumor de las hazañas de don Quijote. En 1607, antes incluso de que se inicie la primera traducción de la novela, el dramaturgo George Wilkins, en una comedia representada en el escenario del Globo, hará decir a uno de sus personajes: ‘Muchacho, sostenme esta antorcha, porque ya estoy armado para combatir a un molino de viento’». Así mismo, en un artículo publicado en ‘El Liberal’ el 13 de marzo de 1916 titulado ‘El misterioso Shakespeare’, Astrana mencionaba la ya antigua y problemática cuestión de la existencia de Shakespeare. Era un tema que no podía pasar por alto. Pero hagamos ahora un ejercicio de ucronía literaria: ¿cómo hubiera reaccionado el erudito conquense ante la nueva hipótesis propuesta recientemente por un catedrático de la UNED de que Cervantes tampoco fue el autor del Quijote y, en una doble vuelta tuerca, de que tanto las obras de Shakespeare como el Quijote fueron escritas por una misma persona, el humanista español muerto en 1545, Juan Luis Vives? Razón tenía Voltaire cuando afirmaba: «La naturaleza vuelve a los hombres elocuentes en las grandes pasiones y en los grandes intereses». Recuperemos el hilo. Como cervantista, la labor de Astra-
Su interés por Sakespeare también se materializó en una biografía Su devoción dio como fruto la creación en el año 1953 de la Sociedad Cervantina de Madrid Personaje polémico y polemista, su bibliografía es extensísima
na Marín fue particularmente destacada: en 1944 escribió una miscelánea, ‘Cervantinas y otros ensayos’; tres años después prologó la edición del Quijote publicada por la editorial Castilla; y entre 1948 y 1956 se dedicó a su obra cumbre: la exhaustiva y monumental ‘Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra’con mil documentos hasta ahora inéditos y numerosas ilustraciones y grabados de época, en siete tomos publicados por el Instituto Editorial Reus, que suman casi cuatro mil páginas. Su devoción dio un fruto más no menos importante: la creación en el año 1953 de la Sociedad Cervantina de Madrid, de la que fue fundador y primer presidente hasta su fallecimiento en diciembre de 1959. La finalidad será, tal como dice el artículo primero de sus estatutos: «Fomentar el conocimiento de la vida y de las obras del inmortal autor del Quijote, Miguel de Cervantes Saavedra, y [...] difundir la Lengua y la Literatura castellanas por cuantos medios se usan para la expresión pública del pensamiento». La institución tiene actualmente su sede en el número 87 de la calle de Atocha, en un edificio declarado monumento nacional de carácter histórico y que se alza precisamente sobre el solar donde estuvo la imprenta de Juan de la Cuesta, en la que fue impresa la primera parte del Quijote. Pero la gran aportación de Astrana fue la biografía de Cervantes, un empeño titánico saludado en su día con entusiasmo por Azorín. La obra ha recibido críticas muy duras pero también ha generado una notoria corriente de defensores entre los que cabe destacar a Juan Antonio Cabezas,
Manuel Lacarta, Cristóbal Zaragoza o Andrés Trapiello. A pesar de todos sus defectos, el trabajo de Astrana sigue siendo una referencia a la que finalmente se acaba siempre acudiendo. La recopilación de datos y documentación hasta entonces inéditos es abrumadora. Así, por ejemplo, cubre el vacío de noticias de 1600 a 1604, identifica y localiza la casa natal de Alcalá de Henares, reconstruye el periplo vital de Cervantes en 1569, prófugo de Madrid a Roma o da la fecha exacta de su muerte: el 22 de abril de 1616 y no el veintitrés como viene celebrándose. El principal reproche que se le hace a esta biografía es la incapacidad de su autor para conciliar los datos objetivos de la extensa documentación que aporta con la visión estereotipada y subjetiva de un Cervantes heroico y ejemplar, «todo un hombre o, más bien, un superhombre que vive y muere abrazado a la humanidad». El particular solipsismo de Astrana le lleva a ignorar los nuevos criterios aplicados a la biografía moderna surgidos tras la Primera Guerra Mundial, perpetuando un modelo anacrónico en el que como señala Canavaggio, «el sentimiento que anima constantemente al biógrafo no llega a transformarse en una auténtica comprensión de la compleja personalidad que fue el autor del Quijote, irreductible, en cualquier caso, a la mera suma de sus actividades controladas y conscientes». El método biográfico de Astrana adolecía del rigor científico que hoy se exige a este tipo de investigaciones; en su afán acumulativo muchas veces recogía datos y documentación episódicos o marginales, no directamente relacionados con el devenir cervantino o exponía hipótesis sin una base fehaciente. A todo esto hay que sumar que la consulta de la obra no resultaba fácil al carecer de índices; estos fueron realizados en 1978 por Phyllis Emerson (Erasmus Press, Lexington, Kentucky, 1978). Aun así, y a pesar de todos los inconvenientes que se puedan poner a tan magna biografía, esta es testimonio de una metodología, o mejor, de una forma de hacer en un momento muy concreto de la historiografía cervantina, pero con la virtud de haber dejado muchos caminos abiertos. En este sentido resultan muy certeras las palabras de José Montero Reguera: «Hay que volver sobre la vida de Cervantes, no para hacer mero resumen o vindicaciones más o menos afortunadas, sino para rehacer lo que Astrana dejó incompleto: reordenar y revisar de nuevo los documentos, clasificar y evaluar en su justa medida los testimonios y, con ello, escribir la biografía erudita de Cervantes que aún no tenemos».
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Poesía de la duda metafísica La Universidad de Salamanca edita una antología de Antonio Colinas para celebrar el premio Reina Sofía
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uando estas líneas salgan a la luz, Antonio Colinas tendrá ya en sus manos el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y se habrá presentado oficialmente ‘Lumbres’, el libro conmemorativo editado conjuntamente por la Universidad de Sala-
Tres manuscritos de Antonio Colinas que aparecen en la antología ‘Lumbres’.
manca y Patrimonio Nacional con motivo del galardón. Desde que en 2011 la editorial Siruela publicara su ‘Obra poética completa 19672010’ no hemos dejado de tener noticias editoriales de este poeta constante que desde los lejanos tiempos de ‘Junto al lago’ (1967) ha mantenido un
ANGÉLICA TANARRO
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Antonio Colinas, en el mirador de la sierra de la Braña. :: GABRIEL VILLAMIL
diálogo fecundo con un género que para él no es otra cosa que la plasmación lírica de las dudas metafísicas que aquejan a cualquier ser humano consciente. E su caso además esas dudas se traslada a la pregunta de «¿a dónde nos conducirá el poema?». ‘Catorce retratos de mujer’,
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‘Canciones para una música silente’, ‘El soñador de espigas lejanas’... mientras son constantes las celebraciones estudios o reediciones en torno a libros ya míticos dentro de su trayectoria como ‘Sepulcro en Tarquinia’ o ‘El libro de la mansedumbre’. Pero ‘Lumbres’ el libro recién salido de la imprenta no es una antología más de las varias disponibles que se intercalan con sus obras de nueva creación. Para empezar, la selección de los poemas que la componen sale de la mano del propio autor. Desde ‘Nacimiento al amor’, de ‘Preludios a una noche total’ (1969) a la selección de ‘Llamas en la morada’ de ‘Canciones para una música silente’ (2014) Colinas lleva de la mano al lector por su poesía en una (re) visión desde el lugar en el que él mismo puede otear sus palabras encadenadas, sus preguntas y la intuición e iluminación que la misma poesía le aproximaba como respuestas. Paradas en ‘Sepulcro en Tarquinia’, en ‘Castra Petavo-
Antonio Colinas ha seleccionado los poemas de ‘Lumbres’ lo que da al libro una condición de obra renovada nium’, en los paisajes musicales conocidos por sus lectores habituales. Para ellos, pero también a un lector que se acercara por primera vez a su obra, este libro tendrá por tanto una personalidad propia, distintiva, el poeta se mira a sí mismo desde la atalaya de una obra hecha pero también desde ese lugar interior, fundacional, al que siempre ha dirigido la mirada poética. El libro contiene además tres poemas inéditos, rúbrica estimulante que confirma que la música de Colinas, la armonía que caracteriza su obra, sigue resonando en lo íntimo de su creación. «La mujer que
guía a los caballos/ viene de bañarse en las aguas de la noche» escribe en el primero de ellos, ‘Bajo las alas negras de los abetos’. ‘¿Qué fue de aquellas músicas?’ se pregunta, precisamente, en el título del tercero: «Me recibió Milán/ con las nieves de enero/ y con aquel concierto para oboe/ de Marcello». En ‘Tábara’, al recuerdo de León Felipe le confiesa su búsqueda de la piedra sencillez, esa que el maestro hizo suya: «»Tú mismo eres ahora esa piedra-estatua/ que hallaste como un don/ y que yo todavía no he encontrado». Pero con todo lo dicho hasta aquí, el libro no sería el que es sin el acertado estudio preliminar escrito al alimón por dos profesores de la Universidad de Salamanca: María Sánchez Pérez y Antonio Sánchez Zamarreño. Estudio que ilumina con detenimiento y al mismo tiempo con claridad y amenidad la trayectoria de Colinas. El mismo camino por el que después transitará, ya en solitario, sin más apoyos que sus ojos y sus oídos, el lector.
En la frontera de lo inefable :: CARLOS AGANZO
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LUMBRES Antonio Colinas. Introducción y edición María Sánchez-Pérez y Antonio Sanchez Zamarreño. Universidad de Salamanca.
o era una fórmula exacta, sino más bien una convención. Desde que Gonzalo Rojas y Claudio Rodríguez inauguraron la nómina del Premio Reina Sofía, respectivamente en los años 1992 y 1993, la costumbre decía que cada año los jurados del certamen iban turnando entre España y América, con alguna que otra oportunidad para la lengua portuguesa (Joao Cabral de Melo, Sophia de Mello); así hasta ir completando el gran mapa de nuestra poesía iberoamericana. Por eso en 2012, después de que el año anterior ganara la cubana Fina García Marruz, todos esperábamos que el jurado de este certamen, el más importante del mundo en su género, se fijara por fin en Antonio Colinas. Ganó el nicaragüense Ernesto Cardenal y se desató la polémica. Una polémica que continuó al año siguiente, cuando tocó turno a Portugal, con Nuno Júdice, y que sólo se calmó en el año 2014, cuando María Victoria Atencia, la gran María Victoria Atencia, se hizo con el galardón. Por supuesto, nada que objetar. No es de extrañar, por eso, que en un sano ejercicio de prudencia y de humildad, Antonio Colinas se hubiera olvidado del premio. Como tampoco es de extrañar la sorpresa, y hasta la incredulidad, que mostró el poeta cuando recibió la llamada de la Universidad de Salamanca. Venía desde la ciudad del Tormes hasta la del Pisuerga para grabar el CD correspondiente a su paso por la ciudad del Libro, en Urueña. Y aquí tuvo ocasión de celebrarlo por primera vez y de atender a los medios de comunicación de todo el país, que en esta ocasión se congratularon de manera unánime por la decisión del jurado. Pocos poetas como Antonio Colinas han sido tan claros merecedores de este galardón. Por la dedicación constante a la poesía a lo largo de toda su vida, por la repercusión mundial de su obra, pero sobre todo por el valor intrínseco de su escritura. Una escritura que, inequívocamente vinculada a la respiración de su tierra, muestra sin embargo un vuelo alto y extraordinariamente largo. Un vue-
lo que atraviesa el tiempo y el espacio, como hace siempre la escritura de verdad. Porque la poesía de Antonio Colinas, que se sitúa justo en la frontera de lo inefable, tiene mucho de sus lecturas, de sus viajes y de sus experiencias personales, pero también de esa línea delgada, misteriosa, fronteriza en los límites de la percepción poética, que caracteriza a la mejor poesía de nuestra literatura. Desde sus inicios, con el culturalismo suave de raíz profunda que exhibe en sus primeros libros, la poesía de Antonio Colinas no ha hecho otra cosa que adelgazar. Adelgazar y silenciarse para prestar la máxima atención a la respiración del hombre sobre el mundo. La música y la armonía, pero también el silencio y el vértigo ante la vibración de la existencia, le han acompañado en este viaje poético que muestra todo su alcance y plenitud en las obras publicadas en los últimos años. Una poética, por cierto, plenamente iberoemericana, ya que tiene centenares de seguidores tanto en España como en América. No es una novedad de nuestro tiempo que la poesía, a pesar de su práctica inexistencia en los mercados editoriales, siga siendo el género literario que mejor expresa el latido humano de cualquier época de la historia. Desde Homero y el Ramayana hasta aquí. Por eso el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, frente al universo insondable de los grandes premios de todo el mundo, cumple la extraordinaria labor de poner el foco, cada año, en ese tesoro compartido que es la voz de los grandes poetas vivos en lengua española y portuguesa. Ese gran sustrato ibérico que forma parte de lo mejor de la literatura universal. Antonio Colinas ha inscrito su nombre este año en esa lista cargada de fuerza, de contenido... y de esperanza. Regocijémonos por ello.
La escritura de Colinas, vinculada a la respiración de su tierra, muestra un vuelo muy alto
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DEL CIPRÉS
La poesía de Lezama Lima es buena para los pulmones ESPERANZA ORTEGA
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scribo este artículo mientras tengo entre las manos un ejemplar de la Poesía completa de Lezama Lima, que acaba de publicar Sexto piso, en edición de César López. No me extraña que Sexto piso edite a Lezama Lima, pues la colección de poesía de esta editorial mexicana y española es una de las más exigentes y novedosas de la actualidad. Y Lezama se dirige siempre a un lector exigente –un lector macho, decía Cortázar–y refractario a lo manido y previsible. Hermoso en el continente, con un círculo deslumbrante de Kenneth Noland en la portada que nos atrae a abrirlo como un imán inevitable, la edición respeta hasta tal punto al poeta que su prefacio aparece como epílogo, al final del libro, para no inmiscuirse en la lectura entre autor y lector. Ninguna nota que interrumpa el discurso del verso, diáfano lo escrito en un papel y una tipografía que denota el respeto hacia el autor editado. Y leemos de nuevo a Lezama. ¿Cómo nos sonarán ahora sus sonetos y sus décimas fulgurantes, engarzados en esta nueva vida nuestra? , ¿seguirán sus imágenes hechizándonos con sus conjuros secretos en ‘Enemigo rumor’?, ¿volveremos a sentir su respiración en el oído mientras nos emocionamos leyendo ‘Fragmentos a su imán’? Acudimos al libro como lo haríamos a una cita con un viejo amigo, que no sabemos si vamos a reconocer o si él nos reconocerá a nosotros. Y le encontramos allí, en cada uno de sus versos, desde ‘La muerte de Narciso’, su primer poema publicado en 1937, hasta sus últimos poemas familiares, añadidos a la edición porque no habían aparecido en ninguno de sus libros. Y tras la primera lectura volvemos a sentir que despertamos de un sueño. Queremos continuar ese sueño, contárnoslo
y contarlo, volver a penetrar con la palabra dentro de su recinto imaginario e indecible. Y nos es imposible porque mientras intentamos pensarla y retenerla, su poesía, como el sueño, se borra de la mep moria,, desaparecen sus hue-
llas y nos deja únicamente la certeza de haber recorrido con él un camino. Nunca se regresa a los poemas de Lezama, siempre se acude a ellos por primera vez. Quizá por eso ha sido tildado de hermético, cuando su p poesía es abierta,,
desbordante y luminosa, opuesta a lo cerrado, a lo frío u oscuro. Como un espigador, Lezama acude a la playa y recoge la brisa marina que se respira en sus poemas, acumula también los excrementos que el océano ha dejado en la arena y los convierte en oro puro. Es entonces cuando los poemas nos hablan y se echan a andar, sin posible explicación, sin ironía, con absoluta inocencia. Porque no hay poeta menos irónico que Lezama Lima, cuya sabiduría rebosante, tanto como su originalidad, no supuso nunca un lastre, sino la atalaya en la que se subía para ver lo que había más allá del horizonte –¿aquí mismo?– . Mientras los poetas europeos recibían la cultura como un cadáver del que tenían que desprenderse para avanzar, Lezama toma la cultura que en sus manos y en sus manos vuelve a ser barro de moldear.
El escritor cubano José Lezama Lima (2d), junto a su madre Rosa, sus hermanas, Rosa y Eloísa, y sus sobrinos Ernesto y Martha, en La Habana, el 24 de setiembre de 1939. :: EFE
«Nunca se regresa a los poemas de Lezama Lima, siempre se acude a ellos por primera vez» «...nos hablan y se echan a andar, sin posible explicación, sin ironía, con absoluta inocencia»
No necesita pinchar con un alfiler a la mariposa para estudiar el color y textura de sus alas, las mariposas de Lezama Lima sobrevuelan libremente y no hay persecución en su mirada porque sabe que el vuelo nunca las aparta de su órbita; ellas, como todo lo vivo, también son fragmentos atraídos por su imán. Por eso el poeta adánico se despierta diciendo cada día la primera palabra, peregrino inmóvil, sin necesidad de salir nunca de su isla y encarnando el tiempo indeciso de la hora del alba, cuando no se sabe si termina la noche o está comenzando un nuevo día. No quiero decir con esto que tenga su obra nada de surrealista, por mucho que nos sorprendan sus imágenes visionarias: la poesía de Lezama Lima es pura elaboración alquímica, en ella el gesto de escribir es siempre intencionado, lo más opuesto a la escritura automática de la vanguardia del surrealismo. Y en el lector, ¿qué queda al acabar de leer el poema que le ha subyugado? Desde mi punto de vista, solo una sensación vivificadora y transcendente: he entrado por la puerta, he subido las escaleras, incluso me he asomado a sus ventanas, pero al salir al jardín, he bebido en la fuente las aguas del olvido. Evocaba Lezama Lima en una entrevista a un lord inglés que escribía sus versos en papel de fumar. Se los fumaba con delectación, tras haberlos escrito, y no quedaba de ellos más que humo y silencio. A mí, como lectora, me ocurre lo mismo con la poesía de Lezama. Me la fumo mientras la voy leyendo, incluso en los bares, en los trenes y otros lugares públicos. Sé que está feo confesarlo, pero les aseguro que siento cómo se ensanchan mis pulmones y respiro con más profundidad. Luego me miro en el espejo y tengo la certeza de que algo en mi interior ha resucitado.
LECTURAS
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Recados de escribir
M TRAIN Patti Smith. Trad. Aurora Echevarría. Lumen, Barcelona, 2016. 279 págs. 20,90 euros.
Patti Smith reúne en su última obra una colección de recuerdos vívidos y desordenados
LUIS ANTONIO DE VILLENA
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e alguna manera Patti Smith (Chicago, 1946), aquella chica que de adolescente se daba un aire a Rimbaud, parece ser la última representante activa de una generación anglosajona de cantautores, escritores, cineastas o fotógrafos, ya diezmada: Pienso en sus amigos Lou Reed o Robert Mapplethorpe o en otros como David Bowie, siempre más secreto. (Cuidado porque no es la generación –algo mayor– de Bob Dylan o de Leonard Cohen). Patti es cantante y cantautora –Jim Morrison le dijo que debía escribir sus propias letras– pero también ha escrito poesía y ha escrito recuerdos y libros de prosa, que no sólo se leen muy bien sino que testimonian un tiempo convulso. Sus memorias parciales, ‘Éramos unos niños’, sobre su ambigua amistad juvenil con Mapplethorpe, es sin duda un muy grato libro, y tal vez
en ese recuerdo muchos acudan a este ‘M Train’, engañándose y no. De un lado porque este no es exactamente un libro de memorias y de otro, porque lo es, sí, pero va más lejos. El libro empieza con una frase que dirá mucho: «No es tan fácil escribir sobre nada». En verdad es lo que se dice un escritor (o escritora) que tiene ganas de teclear en el ordenador, pero no sabe por dónde o qué empezar… Algunos lo llaman el bloqueo del escritor. Quiero decir, pero ¿qué decir? ¿Nada? Lo que hace Patti respondiendo es muy simple: comienza a narrar lo que le pasa por la cabeza, y una de las cosas que más nos acompañan, nos consuelan o nos hieren son los recuerdos. Por eso un libro que empieza hablando del bloqueo del escritor –y que no lo olvida– se vuelve muy a menudo una colección de recuerdos, vívidos y desordenados. Patti toma mucho café y le gusta ir a los viejos cafés (cuando los hay o quedan) o a sitios que puedan parecerse a un café como su famosa Ino, cerca de su casa, adonde va, mira y sueña. Pero, de repente se acuer-
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Patti Smith, retratada por Erika Barahona Ede.
da de haber leído en cafés de Berlín o de Barcelona –quizás en una gira–, admirar la novela ‘2666’ de Roberto Bolaño, y haber ido a Blanes, para ver dónde vivió al final. O haber recorrido la terrible y pequeña Guayana francesa, para hallar –según las indicaciones de Genet– el más terrible penal de las penitenciarías francesas, frente a Cayena, un lugar más bien siniestro. O por otra lectura de café, haber decidido –como tantos cercanos– ir a Tánger a conocer a Paul Bowles, y haber charlado con él y con Mrabet en aquel piso donde viejas maletas apiladas ya no servían para nada… Es decir, que Patti va pasando de un tema a otro, como saltando, porque no sabe adónde ir, y llega al café Pasternak o a otro donde puede releer a Sylvia Plath o a ver dónde está enterrado Bertold Brecht o a pensar (más café) qué le diría su viejo y ya desaparecido amigo William Burroughs de esta situación de duda y titubeo –al cabo de varios meses– en la que se encuentra. Surgen pues del café cien nombres, cien lugares, cuarenta ciudades y multitud de anécdotas y preguntas. O sea, este sí es un libro de memorias, a su rollo, pero también el libro de una escritora que domina su oficio, cuando parece dudar precisamente… Claro.
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DEL CIPRÉS
LECTURAS
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El juego de la soga
UNA CONSTELACIÓN DE FENÓMENOS VITALES
Una constelación de desgarros humanos JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN
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a vida es una constelación de fenómenos vitales: organización, irritabilidad, movimiento, crecimiento, reproducción, adaptación»: así rezaba la entrada de un ‘Diccionario de Medicina del sindicato de médicos soviético’. Al joven escritor norteamericano Anthony Marra (1984), esta sorprendente definición le sirvió para dar título a la novela que ahora traduce Armaenia Editorial. Marra demuestra en ella haberse documentado muy bien sobre la antigua URSS y, en concreto, sobre Chechenia, adonde dice en los ‘Agradecimientos’ haber viajado. Es esta república y las guerras que la asolaron en los años noventa del pasado siglo y en la primera década del actual, el marco donde sitúa la odisea que viven, envueltos en su terrible realidad, un grupo de personajes, habitantes de una pequeña ciudad no muy lejos de Grozni, y de una aldea situada a pocos quilómetros. Un mundo en el que es posible «descartar a un ser
humano como a la pelusa del fondo de un bolsillo». Cualquiera puede acabar reducido a la peor de sus heridas. Todos se ven envueltos en conflictos que les obligan a desechar una buena parte de sí mismos para intentar mantener algo de cordura. Ni siquiera las relaciones paterno-filiales importan: la guerra, por antinatural que se nos antoje, sirve para recordarnos que no somos sino hijos de lobos: «Envolvemos nuestras almas alrededor de las desgracias del otro». De la muerte asusta menos la presunta eternidad que la sigue que su irreversibilidad, su presencia, su amenaza permanente, su protagonismo. Uno de los personajes visita en Londres una exposición donde se exhiben 1.474 calaveras que reunió cierto médico del siglo XIX: de Pompeya, de piratas chinos, congoleñas… Pero la que le resulta particularmente sobrecogedora es la de un caníbal de Bengala, conservada intacta, con todas sus piezas, y que se exhibe acompañada de la inscripción de un frenólogo victoriano: «No hay características que distingan el cráneo de un caníbal del de un hombre ordinario». Entender el mundo despiadado que los humanos son capaces de
Favoritos
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uando uno acoge entre sus dedos un nuevo libro de un autor que le fascina lo hace con un placer anticipativo, pero también con un temor difuso a la decepción. Si bien el material que compone ‘La invocación y otras historias’ no es nuevo, si no que procede de otras colecciones de cuentos, una de ellas traducida, las otras dos no, salvo por un cuento que encontramos en otra antología de varios autores, la mayoría de sus relatos no habían visto aún la luz en nuestro idioma. Por eso me
atrevo a llamarlo nuevo. También es nuevo por la traducción, porque la traductora Laura Wittner es nueva. Es una buena traductora, y, aunque tienda un tanto a la literalidad, la prefiero a otros. Pero hablando de Harrison, mis versiones favoritas en español siempre serán el magnífico trabajo de Andrés Erenhaus con ‘El curso del corazón’, y la de los cuentos de ‘Preparativos de viaje’, perpetrada por Marcelo Cohen. De todos modos, Harrison tiene un estilo tan característico, una voz tan propia, que las diferentes interpretaciones guar-
Anthony Marra. Armaenia Editorial. 480 páginas. 2016. 22 euros.
gún tipo, mantenido en una absoluta precariedad gracias al esfuerzo denodado de un par de mujeres y de la obtención de recursos provenientes, en su mayor parte, del contrabando. En esos cinco días el lector aguarda el desenlace que anunciará el futuro de una niña huérfana de guerra. Marra utiliza numerosos ‘flash backs ‘que discu-
rren principalmente, en continuas alternancias hacia atrás y hacia adelante, entre 1994 y el año del dilema principal. Cuando resulta conveniente para acabar de dibujar la personalidad de sus personajes, los saltos son mucho más atrás en el tiempo o anuncian, con breves pinceladas, un futuro todavía lejano. El autor construye así una compleja narración con destacable habilidad y arriesgada escritura, en particular en las formas dialogadas. El conjunto no es una crónica, aunque se ambiente en ellas, de las guerras de Chechenia. Resulta sobre todo un certero, brutal y desasosegante recorrido por la realidad de cualquier conflicto armado. Lo que los ciudadanos chechenos conocieron, y que, sin ahorrarnos los detalles más crueles, recoge Marra, no difiere de lo que en la actualidad están viviendo los habitantes de Siria, por ejemplo. Apenas nos queda un atisbo de esperanza: siempre hay héroes anónimos dispuestos a resistir y a salvar lo que apenas sobrevive de la solidaridad y de la ayuda mutua. Son los dignos responsables de la «alegría inmensa y vertiginosa» con que el autor acierta también a cerrar su novela.
de interpretar que Volsie es una especie de tumor ectoplásmatico, con tendencia a fugarse del protagonista –aunque en algún lugar se nos insinúa que más gente, acaso todos, lo padece– y querencia a encarnarse en diversos personajes y objetos para soltar sus extraños y maravillosos discursos. Luego no lo tenemos tan seguro. De repente aparece una frase o expresión que, al menos en mi caso–y este matiz es importante– clarifica un poco la cuestión: «(…) de un extraño azul intenso, un azul demasiado oscuro para verse y, sin embargo, visible sólo por esta noche». Y según voy leyendo voy figurándome ese azul: lo veo. Estoy imaginándome un color que quizás exis-
ta, quizás no, pero que no procede, en principio, de ningún color que haya visto. Procede de una frase. Usted, que está leyendo esto, quizás se haya imaginado, o haya tratado de hacerlo, este peculiar azul. Ese azul no es azul que yo veo. Y ninguno de estos dos azules, salvo caso de extraordinaria casualidad que nunca podremos comprobar, es el azul que tenía en mente Harrison cuando escribió esas líneas. Esto, según nos damos cuenta al alcanzar uno de los últimos párrafos del cuento, nos acerca un poco más, pero no totalmente, a la naturaleza del Volsie. Sospecho, sin embargo, que nos acerca mucho más a la verdadera naturaleza de la literatura, o del arte.
El escritor estadounidense Anthony Marra. :: SLOWKING4 situar en la espiral de constelaciones que conforman los fenómenos vitales, es tarea a la que los personajes de Marra se acomodan, se resisten, o se resignan: el conflicto interior que mueve sus acciones se resume entre saber o no saber: «Ambos sentimientos siempre están ahí […] en un juego de la soga» en el que la soga es uno mis-
dan pocas diferencias entre sí. (Y esto me hace pensar en las diferentes ejecuciones de alguna conocida obra musical). Una vez terminado, puedo decir que mis temores estaban injustificados, y que mis esperanzas, no sé si justa o injustamente, se han visto recompensadas. Después de su lectura he de añadir dos favoritos más a mi lista de favoritos entre los trabajos del autor: ‘Isobel Avens regresa a Stepney por primavera’ y ‘Sigue sonriendo con Great Minutes’, han encontrado su espacio entre las novelas ‘En viriconiun’ y ‘El curso del corazón’, y las tres partes de ‘El canal Kefahuchi’ , o los cuentos ‘Grandes y pequeños pecados’, ‘Siete enigmas del corazón’, ‘Enagro’ –que
mo. Los más lúcidos, quienes logran, después de una difícil lucha interior, romper esa amarra, son los únicos que eligen vivir con dignidad aunque ello suponga morir antes de tiempo. Marra concentra la acción o el drama primordial de la novela en cinco días del año 2004 que transcurren en un hospital sin medios de nin-
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA
también aparece en la antología que nos ocupa– ‘Casas negras’ o ‘La ciencia y las artes’. ‘Isolbel Avens regresa a Spetney en primavera’, es una curiosa y bella historia sobre los límites del amor y la identidad. ‘Sigue sonriendo con Great Minutes’, es una extrañísima historia sobre Volsie o el Volsie –no tengo muy claro este punto–. Al principio uno pue-
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Libertad y razón frente a los mitos SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN
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on frecuencia me asalta la duda de cómo escribir un libro de filosofía que no sea uno de esos de autoayuda que tanto abundan en estos tiempos y tampoco de esos otros, escritos con el solo propósito de que el autor demuestre sus muchos conocimientos y dirigido a una mínima minoría. La lectura de ‘En el café de los existencialistas’ es un ejemplo de ese libro ideal escrito con rigor pero para unos lectores que no son especialistas en el tema. El existencialismo fue una filosofía que flanqueó la Segunda Guerra Mundial y cuyo año cumbre fue 1945. De origen alemán –la influencia de la fenomenología de Edmund Husserl y de la filosofía poshumana de Martin Heidegger no se puede obviar–, la estampa, sin embargo, que tenemos de ella es la de algunos intelectuales que vagaban por los cafés parisinos, con libros y cuartillas bajo el brazo, hablando sin cesar de la condición humana y del compromiso político. Mucho humo de cigarrillo, tazas de café y cócteles de albaricoque. También mucho jazz. Detrás de esa imagen que, sin dejar de ser cierta, no deja de ser una simplificación petrificada, están varios filósofos y escritores que decidieron escribir de la vida tal como era; escribir de las personas y de lo que realmente les sucedía. Quizás el término filósofo fuera un tanto exagerado pues no se ocupaban tanto de la ontología, la metafísica o la epistemología cuanto de la ética y del mundo en cuanto tal. Por eso, aparecen juntos Maurice Merleau-Ponty, quien sí era un filósofo en el sentido tradicional, y Albert Camus, periodista y mente aguda que supo escribir con riesgo y acierto de algunas de las cuestiones más difíciles a las que un francés tuvo que hacer frente en el siglo XX. No faltan Jean Paul Sartre, novelista, dramaturgo y ensayista, sin duda uno de los más influyentes del siglo XX, ni Si-
Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir pasean por una calle de París en 1960. :: EL NORTE mone de Beauvoir, una de las figuras cimeras del feminismo, que exploró desde su experiencia y desde la conciencia de que la vida no es un camino recto sino que los recodos y las indecisiones –el espesor de la experiencia, en suma– nos forma de manera decisiva. Hay un aspecto singular en estos filósofos tan preocupados por la libertad. Al fin, esta da título a la tetralogía de Sartre: ‘Los caminos de la libertad’. Tanto Heidegger, existencialista ‘avant la lettre’, y al cual la autora dedica páginas muy bien argumentadas, como Merleau-Ponty o Sartre, se dejaron llevar por los totalitarismos del siglo XX. Es idea ya aceptada que la filosofía de Heidegger pone las bases al nacional socialismo alemán. Sartre y MerleauPonty, aunque solo sea durante un período de sus vidas, apoyaron y justificaron el régimen comunista de la Unión Soviética. Cierto es que luego se distanciaron, pero queda el hecho de que en esos años no fueron capaces de ver
EN EL CAFÉ DE LOS EXISTENCIALISTAS Sarah Bakewell. Barcelona: Ariel, 2016. 527 págs. 22,90 euros.
que el nacional socialismo o el comunismo eran ideologías que entraban en colisión directa con la libertad. Es, sin duda, el problema de la vida, como Beauvoir escribió. Aparecen en el libro otros filósofos, Karl Jaspers, Emmanuel Lévinas o Simone Weil, entre otros. Hay también capítulos dedicados a los años de declive y a su expansión por el mundo anglosajón, lo que da una perspectiva muy interesante al libro. No faltan las razones por las que la autora ha escrito el libro, y que no son otras más allá de que en su temprana juventud quedó fascinada por el existencialismo. El libro es muy interesante por lo que cuenta y por cómo lo cuenta, ahorrándonos los tecnicismos y la erudición sin sentido, y poniendo el énfasis en la explicación clara de las ideas filosóficas de cada uno de los existencialistas. Es el tipo de libro que difunde ideas sin simplificarlas ni buscar la demagogia ni la identificación sentimental o irracional de los lectores. Es de esos libros, cada vez más escasos, que pone los fundamentos para una discusión pública sobre temas importantes: la libertad, el papel de la mujer en la historia. Al fin, mucha gente ha olvidado la idea de Beauvoir de que las llamadas expresiones naturales de la feminidad son solo mitos de esa misma feminidad, o aquello que dijo Sartre: la existencia precede a la esencia. Preferimos los mitos a los argumentos razonados basados en la realidad.
El misterio de la abuela sauce :: V. M. NIÑO Si en su anterior novela Ledicia Costas tramaba la vida de ‘Escarlatina, la cocinera cadáver’ entre el Más Allá y el Más Acá, en esta descubre la proximidad misteriosa entre el reino animal y el vegetal, a través de las mujeres planta. Con aquella ganó el Premio Nacional de Literatura Juvenil, con esta, el Premio Lazarillo. En ambos libros, demuestra su capacidad para crear mundos fantásticos que se desarrollan en convivencia verosímil con la vida ‘real’ de sus jóvenes protagonistas. Todas las mujeres de la saga de esta nueva novela tienen nombre de plantas. Hortensia es la bisabuela; Melisa, la abuela; Azucena, la madre, y Violeta, la nieta. Todas ellas pertenecen a una estirpe que despierta el interés de Verne, de Sanjurjo, del farmacéutico Philipot. La acción transcurre en el Vigo decimonónico, donde atraca el barco del escritor
francés. La inquietud científica que les mueve es un secreto milenario, la enfermedad que mantiene a Melisa recluida en su casa. Sus piernas se están convirtiendo en raíces, sus tiempos están relacionados con el sol, con la fotosíntesis, con el riego, con otras plantas. El boticario y botánico, esposo de Melisa, guarda el ‘Libro de las mujeres planta’ y ha dedicado buena parte de
VERNE Y LA VIDA SECRETA DE LAS MUJERES PLANTA Ledicia Costas. Anaya. 222 páginas.Premio Lazarillo 2015. 12 euros. A partir de 12 años.
su vida a su estudio para prepararse para este momento, la metamorfosis de Melisa. Ledicia Costas administra la urgencia de ayudar a la abuela entre las disquisiciones de los sabios y los descubrimientos personales de Violeta. El secreto de esas mujeres cuenta con un ejército de guardianes en todo el mundo. De hecho el propio Verne es guardián de las pinturas y los documentos que prueban la existencia de esas excepcionales criaturas en África. Mientras ellos buscan un bosque que acoja a Melisa, probablemente en la parte sumergida de las islas Cíes, Violeta intima con Pierre, desvela la relación con sus padres y afronta con su abuelo la nueva situación vital. Novela de aventuras, de mixtura de mundos, novela para entretener y entornar la puerta de la curiosidad, porque no siempre lo evidente es lo cierto. A veces las piernas echan raíces y el sol es el principal sustento.
Homenaje a los carteros del mundo :: V. M. N. Cuando parece que la generación que lee cuentos hoy no recibirá cartas ni del banco, Antonis Papatheodoulou e Iris Samartzi proponen este homenaje a los carteros. ‘Una última carta’ ha ganado el IX Premio Internacional Compostela de álbumes ilustrados. Cuento en forma de carta, carta en forma retrato de una comunidad, comunidad de una isla griega donde todos se conocen y saben de lo que le ocurre al señor Costas, el cartero en cuestión. Costas inicia el reparto como cada día y ese recorrido es a la vez la descripción de un hábito
ya trastocado por las nuevas formas de comunicación. Hubo un tiempo en el que las cartas eran los invisibles hilos que unían la isla con tierra firme y con el resto del
UNA ÚLTIMA CARTA Texto de Antonis Papatheodoulou. Ilustraciones de Iris Samartzi. IX Premio Internacional Compostela. Kalandraka. 48 páginas. 14 euros. A partir de 6 años.
mundo. En ellas viajaban noticias, pero también imágenes y declaraciones de amor. No siempre el destinatario podía leerlas y el señor Costas era entonces mucho más que un cartero. El recorrido de ese último día es extraño, no hay gente. Porque todos están en el destino de esa última carta. El texto de Papatheodoulou se inserta en el trabajo de Samartzi, ilustraciones naif, ‘collages’, suaves tonos azules que identifican el edén mediterráneo. Si ‘El cartero de Neruda’ conmovió al público adulto, bien puede esta ‘última carta’ conseguirlo entre el público menudo.
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l 15 de noviembre de 2016 la industria láctea Puleva abrió en la red social Twitter (@puleva) una iniciativa para que la RAE cambiara la definición de la palabra ‘madre’. La estrategia publicitaria, que ha levantado polvareda en las redes sociales, tiene como base la argucia (sutileza, sofisma, argumento falso presentado con agudeza, según el ‘Diccionario de la lengua española’) de que no está de acuerdo (la firma comercial, digo) con la definición que de esta palabra ofrece el diccionario académico. En la página web http://www.queesunamadre.org, se les pide a los visitantes que firmen la petición para cambiarla, petición que, una vez recogidas cien mil firmas, presentarán a la RAE. En el momento de redactar este artículo llevan recogidas 7.676 firmas. Además, en esta página web se pretende construir la definición de esta palabra de manera colaborativa («Con tu ayuda, podemos construir la definición de ‘madre’ entre todos»): «Completa la frase seleccionando las palabras que mejor describan a tu madre. Las más utilizadas se incluirán en la nueva definición que entregaremos en la RAE para su inclusión en el diccionario». Entre las palabras figuran ‘admirable’, ‘atenta’, ‘amorosa’, ‘amiga’, ‘auténtica’, ‘bondadosa’, ‘buena’, ‘cariñosa’, ‘compañera’, ‘comprensiva’, ‘conciliadora’, ‘completa’, ‘confidente’, ‘constante’, ‘criadora’, ‘cuidadora’, ‘defensora’, ‘desinteresada’, ‘divertida’ y un larguísimo etcétera por ahora, así que no puedo ni imaginar qué definición saldrá de ahí. Les confieso que me pica la curiosidad, así que estaré atenta al desenlace. He pasado de la risa al cabreo, y vuelta a la risa y al cabreo. Porque no deja de sorprenderme que muchas personas no sepan aprovechar la información lexicográfica que presentan los diccionarios generales de la lengua y se dejen engatusar con cantos de sirena. Por ejemplo, se pretende demostrar a la RAE cuál es el verdadero significado de la palabra ‘madre’ y quieren ir
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
ACTUACIONES QUE SE SALEN DE MADRE
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más allá de la escueta definición para que el verdadero significado de la maternidad sea reconocido oficialmente. Yo creo que tienen un ‘verdadero’ problema con el significado. La última edición del diccionario académico (2014) registra quince acepciones bajo la entrada ‘madre’ y la campaña solo se fija en la primera (mujer o animal hembra que ha parido a otro ser de su misma especie), que es la que pretenden cambiar. Puede gustarnos más o menos cómo está formulada la definición, pero reúne los elementos significativos necesarios para ser precisa: un determinado sexo y el hecho de haber parido. No se precisan más datos en este caso para obtener una definición adecuada y ajustada. Según el criterio del lexicógrafo o del equipo lexicográfico (que es quien elabora los diccionarios), esta acepción podría subdividirse y dejar por un lado a la mujer y por otro a las
hembras de los animales, pero en ningún caso aporta nada al significado información valorativa que pueda surgir del universo conceptual ‘una madre es una madre’, ‘una madre lo es todo’, ‘una madre es lo más grande’, etcétera, que es, a mi entender, lo que la campaña publicitaria de Puleva busca: elaborar una definición a partir de lo que a cada uno le evoca su madre. Es decir, que una cosa es el significado lingüístico de una palabra o expresión, otra a qué o a quién hace referencia y otra la carga o intensidad que la palabra en cuestión tiene (la connotación). El significado lingüístico es objetivo, proporciona fundamentalmente información sobre la naturaleza de lo definido (una silla es un asiento, una cebra es un animal, el sol es una estrella, etcétera) y puede añadir información enciclopédica (por ejemplo, del ombú dice el diccionario académico que es un árbol de América del Sur). El referente, la cosa de la que se habla, siempre pertenece a la realidad extralingüística (por ejemplo, la palabra ‘tiza’ expresa un referente que solo puede ser evocado mediante ese significante). La connotación son los rasgos conceptuales subjetivos, producto de la actitud, experiencia o cultura del hablante; varían considerablemente según el individuo, la época y la sociedad de que se trate. De ahí que el contenido conceptual de una palabra sea algo fijo, determinado y estructurado, mientras que el contenido connotativo es variable, indeterminado y sin estructuración posible. Cambiar porque sí el significado de una palabra no es algo que deba tomarse a la ligera. Con esto no quiero decir que no pueda haber cambios si concurren las circunstancias adecuadas (extensión o pérdida de rasgos significativos, metaforizaciones, etcétera), pero no es lo mismo ‘ajustar’ o ‘precisar’ una definición que cambiar el significado de un término. Por eso creo que esta estrategia publicitaria se ha salido de madre y no busca cambiar nada sino adquirir notoriedad.
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Falcó. Arturo Pérez Reverte (Alfaguara)
El laberinto de los espíritus. Ruiz Zafón (Planeta)
Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)
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Caperuza. Beatriz Martín Vidal (Thule Ediciones)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
El laberinto de los espíritus Ruiz Zafón (Planeta)
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El libro de los Baltimore. Joel Dicker (Alfaguara)
Los herederos de la tierra. Ildefonso Falcones (Grijalbo)
Falcó. Arturo Pérez Reverte (Alfaguara)
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Los herederos de la Tierra. Ildefonso Falcones (Grijalbo)
La hija de Cayetana. Carmen Posada (Espasa)
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La montaña de coral. N. Cactus y T. D’Incalci (Fragatina)
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Los secretos que jamas te... Alberto Espinosa (Grijalbo)
Los reinos de papel. J. Marchamalo (Siruela)
El libro de la madera. Lars Mytting (Alfaguara)
Retratos de mujeres Charles Sainte Beuve (Acantilado)
La magia del orden. Marie Kondo (Aguilar)
Yo fui a EGB 4 Jorge Díaz / Javier Ikaz (Plaza & Janés)
De la ligereza. Gilles Lipovetsky (Anagrama)
¿Quién domina el mundo? Noam Chomsky (Ediciones B)
Ser feliz no es caro. Miguel Ángel Revilla (Espasa)
Sabores de siempre. Karlos Arguiñano (Planeta)
Velázquez desaparecido. Laura Cumming (Taurus)
El amargo sabor de la victoria. Lara Feigel (Tusquets)
Las uvas de la ira. Hector Castiñeira (Plaza & Janés)
Atlas de los metros... Mark Ovenden (Nórdica)
Homo Deus. Yuval Noah Harari (Debate)
Guinnes World Records 2017. AAVVl (Planeta)
La inteligencia del éxito. Anxo Pérezi (Alienta)
Por qué España. Ignacio Merino (Ariel)
El espacio DK (Infantil)
Aquellos maravillosos kioscos. J. P. Ferrer (EDAF)
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Me Llamo Lucy Barton. Strout (Duomo)
Falcó. Arturo Pérez Reverte (Alfaguara)
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Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
La vida del pastor. Rebanks (Debate)
Patria. F. Aramburu (Tusquets)
La corte de los engaños. Jambrina (Espasa)
El asesinato de Sócrates Marcos Chicot (Planeta)
Falcó. Arturo Pérez Reverte (Alfaguara)
Tú no eres como... A. Schrobsdorff (Errata Naturae)
Mirlo blanco, cisne negro J. M. de Prada (Espasa)
Falcó. Arturo Pérez Reverte (Alfaguara)
La hora de despertarnos... Uribe (Seix Barral)
El laberinto de los espíritus. Ruiz Zafón (Planeta)
La caza del carnero salvaje. A. Murakami (Tusquets)
El laberinto de los espíritus Ruiz Zafón (Planeta)
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Homo Deus. Noah Harari (Debate)
Ascensiones en la montaña palentina. Villegas (Pindia)
Las uvas de la ira. Hector Castiñeira (Plaza & Janés)
El universo en tu mano. Galfard (Blackie Books)
La España vacía. Del Molino (Turner)
Guía del cielo 2017. E. Velasco (Procivel)
Las escuelas que cambian el mundo. Bona (P&Janés)
SPQR. Mary Beard (Crítica)
Refugiados Sami Naïr (Crítica)
Ellas mismas. Ángeles Caso (Libros de la letra azul)
Ni pena, ni gloria. F. Grande Marlaska (Planeta)
Homo Deus. Y. Noah Harare (Planeta)
La Edad Moderna. Luis Ribot (Marcial Pons)
New York, New York. Javier Reverte (Plaza & Janés)
El acontecimiento poético. J. I. Tundidor (Del laberinto)
La invención de la naturaleza. Wulf (Taurus)
Seis años que ambiaron... Carrere (Ariel)
El universo en tu mano. Galfard (Blackie Books)
SPQR. Mary Beard (Crítica)
En el punto de mira. Baltasar Garzón (Planeta)
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Sábado 26.11.16 EL NORTE DE CASTILLA
La obra ‘Barge’, de Robert Rauschenberg, de la colección Guggenheim, expuesta en Roma, en 2012. :: GABRIEL BOUYS
A
QUEL fabuloso atentado artístico tuvo lugar en los años cincuenta, cuando el siglo ya se había acostumbrado a delegar en Nueva York gran parte de su carga simbólica. Allí no sólo las bandas de portorriqueños servían de inspiración a un esforzado Leonard Bernstein, que componía en la mesa de la cocina de su pequeño apartamento los compases sublimes de su historia de amor en el West Side. Jackson Pollock había dado con la tecla de la fascinación gracias a los empujones plurisémicos de Peggy Guggenheim y el New Yorker había acuñado acertadamente el concepto, ahora imprescincible, de expresionismo abstracto para delimitar una de las corrientes artísticas más elocuentes del siglo pasado, acaso una de las pocas que aún hoy conservan intacto el peso de la inquietante versatilidad humana. Cómo, si no, explicar la lucha de tanto ego atormentado y trabajoso, dispuesto a consagrar su biografía y su talento a la no menos inexplicable y azarosa fortaleza plástica de su interior (informe, a menudo insignificante) a fin de conectar a través de ella con el resto del mundo.
CÓMO MATAR AL MAESTRO
OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA
En esas estaba la cuna de la civilización postapocalíptica cuando uno de sus más sobresalientes representantes, el holandés Willem de Kooning, escuchó, probablemente con risueña, cómplice y divertida sorpresa, la petición de su amigo, seguidor (quizás discípulo) Robert Rauschenberg, que en ningún caso ocultó detalles de su plan. Quería el joven artista una obra original de De Kooning para borrarla cuidadosamente y convertir el resultado de su acción destructora en una obra suya. De Kooning no tuvo inconveniente y cedió a su amigo una pieza vertical de tamaño aceptable realizada con tinta china y tiza a la que Rauschenberg dedicó varios
meses de cuidadosa intervención para eliminar de la vista evidente, hasta dejar unas casi imperceptibles huellas de la impronta y el trazo artístico de su maestro, mentor y amigo; uno de los ya por entonces expresionistas abstractos consagrados de la escuela americana. El resultado, que puede contemplarse en el Museo de Arte Moderno de San Francisco, enmarcado con capa de pan de oro, lleva por título ‘Dibujo de De Kooning borrado’. La obra de Rauschenberg, fechada en 1953, marca el inicio de su liberación personal y el de la liberación de toda una corriente artística que rompería de este modo con las ataduras dialécticas
del expresionismo abstracto y abriría la senda del PopArt, aunque injusto sería establecer que la obra de Rauschenberg es o intenta formar parte en algún momento de esta última corriente, aunque es evidente su interés por todo el ideario iconográfico popular, primero estadounidense y posterior-
Para Rauschenberg la representación sólo puede formar parte de la obra cuando es admitida su existencia como una realidad más
mente de otras culturas. Rauschenberg centrará su atención en esa delgada línea que comenzó a perfilarse cuando el objeto de su trabajo no implicaba la interpretación de la realidad, ni la expresión anímica y pasional de un mundo interior, personal y caótico, sino la materialización espacial de la unión entre el arte y la realidad. No es de extrañar que en la desesperada tarea carezca de sentido la técnica y la estética, que todo en el lienzo y fuera de él sea experimentación, adicción, yuxtaposición y acumulación. La realidad formará parte de la obra siempre que sea posible. La representación sólo podrá formar parte de ella en cuanto es admitida su existencia como una realidad más. Las pinceladas y brochazos originarios de aquel naciente expresionismo habrán de convivir con todo tipo de recursos: serigrafía, collage, composición, señalética, combinación inverosímil de objetos e iconos capaces de aludir un mundo nuevo y confuso, víctima de un exceso de información que hoy alcanza niveles apoteósicos. Debió de sentirse complacido por ser el sacrificio de tanta audacia.
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LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 26.11.16 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro
El incendiario (1) S
u padre le abandonó siendo niño. Su padre se perdió por un mundo de militares sin fortuna y mujeres de la vida. Le condenaron a tener un padre fantasmal, un padre ausente. La madre lo fue todo para él: una realidad absoluta. Los primeros versos que compuso tenían regusto eclesiástico, como lo suelen tener los endecasílabos. Eran versos para su madre, eran versos de madre: padrenuestros algo blasfemos y bastante personales. Se los recitaba por las noches a su progenitora, y ella escuchaba con los ojos cerrados. Luego quiso excavar un pozo más profundo que el de su madre, y más vertiginoso. Sus abuelos literarios fueron Malherbe, Racine, Hugo, Baudelaire, pero no tuvo padres. Desechó todos los padres: se creía hijo de su propio sudor, de su propio calor, de su propio infierno. Tuvo un profesor al que respetó vagamente, y admiró a Balville con la misma vaguedad. Pero eran demasiado normativos, demasiado académicos, demasiado cobardes. Él quería medirse con titanes: él quería medirse con seres que no existen. Era ambicioso, y esa ambición era la de su madre; la silenciosa, recóndita e inconfesable ambición de su madre condenada a una vida oscura y sórdida. Madre e hijo eran vasos comunicantes de naturaleza difícil de descifrar, difícil de desvelar. Quizá todo ocurría en los abismos del inconsciente.
MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO
Sus primeros poemas importantes eran ya de naturaleza oscura. Todo lo que escribió era de naturaleza oscura y a la vez profundamente luminosa. Conseguía prenderle fuego a la lengua y a las ideas. Y creía en su genio: tenía la fe de los genios, que puede parecerse, por su ardor, a la fe de los profetas. Al no tener padre, era hijo de su madre y del mundo. El mundo hizo de padre, y su ambición se proyectó en el mundo. No fue delicado como Mallarmé: no era ese su destino. No tenía las manos delicadas de Mallarmé, tenía manos groseras de campesino o de estibador, aunque su rostro era bastante femenino. Su gran poema de la primera época se titula ‘El barco ebrio’: es un poema estremecedor de un barco solitario y sin tripulación perdiéndose en el océano. Es el poema de la ebriedad abismal. Por esa época le sacaron la famosa foto que todo el mundo conoce, la foto del rostro joven y épico, la foto que lo definió para siempre como un héroe de nuestro tiempo. Luego tuvo un amor con Verlaine, donde él hacía el papel femenino, como confiesa en ‘Una temporada en el infierno’. Su madre le impregnó de sexualidad femenina. Viajó a Bruselas y a Londres con Verlaine. En las dos ciudades le prendieron fuego a la noche y se prendieron fuego a sí mismos. Vivían en cuartos inmundos, y se emborrachaban con absenta, ese brebaje del averno. Bajo la niebla de Londres, él y Verlaine eran como hermanos siameses, envueltos por una misma placenta. En Bruselas Verlaine enloqueció, compró una pistola en unos grandes almacenes y disparó contra él, contra su ser más amado, contra ese incendiario del que estamos hablando. Pero no lo mató. Es difícil matar a un inmortal, a un inmortal como pocos, a un inmortal sin maestros. Los abandonados por el padre ya no quieren padres, ya no quieren maestros; se bastan a sí mismos: ellos son sus propios maestros putativos. Tras el percance de Bruselas, se retiró al campo para escribir ‘Una temporada en el infierno’. Mientras los campesinos se dedicaban a la labranza, él escribía en un desván el libro más defini-
tivo de la modernidad. Cuentan que lloraba mientras escribía. ¿Su llanto se debía a la emoción de la escritura o al dolor de los recuerdos que estaban aflorando en cada página?
Se trata de un texto en el que el sí y el no, el bien y el mal, están enredados y forman un mismo nudo. Se trata de un largo poema en movimiento de difícil interpretación y que abordaremos en
el próximo artículo. Se trata de un canto celestial y una blasfemia que lo dejó sin aliento. En cuanto concluyó el manuscrito supo que había escrito el texto más ígneo de su tiempo, y le quemaba tanto en las manos que decidió publicarlo él mismo, con la ayuda de su madre. Lo editó en Bruselas en una imprenta sindical, y nada más publicarlo se olvidó de los ejemplares, que se quedaron en un almacén como una bomba que aún no podía estallar: la bomba Rimbaud.
«Sus abuelos literarios fueron Malherbe, Racine, Hugo, Baudelaire, pero no tuvo padres»
:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA