Destruir para construir arte

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Sábado, 03.12.16 Número CCXLIX

SOMBRA CIPRES LA

DEL

Destruir para construir arte El Musac de León apunta en su curriculum la primera exposición retrospectiva de Gustav Metzger en España [P3]

Una mujer contempla ‘In Memoriam’, una de las obras de Gustav Metzger instaladas en el Musac de León. :: CORTESÍA DEL MUSAC


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Versos de bruma para una América sin límites El costarricense Álvaro Matas reúne una muestra de su poesía en la antología ‘La niebla y lo ausente’

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as palabras, dice Álvaro Matas Guillé, «delimitan la existencia en signos». Y así es casi siempre, aunque en su caso de manera categórica. Nacido en San José en el año 1965, además de poeta es un notable ensayista y hombre de teatro. Y un inagotable agitador cultural. Un militante de la palabra que, con base en México y en su Costa Rica natal, trabaja por un gran Corredor Cultural americano que, de momento, ya ha conseguido enrolar a otros dos países más. Todo bajo el signo de la palabra. De la creación literaria. Fue en el año 2005 cuando, al lado de un puñado de soñadores, inició en San Luis

CARLOS AGANZO

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Potosí el Festival Abbapalabra, sobre la base de la complicidad, del encuentro directo entre los autores y centenares de lectores de esta ciudad mexicana. Comunicación literaria en estado puro desde la reunión, la fiesta, el diá-

Álvaro Matas. :: DE VICARI

logo, la creación compartida, la participación... Lo que comenzó en la ciudad terminó extendiéndose por todo el estado del mismo nombre –ése estado famoso, entre otras muchas cosas, por el paso de las espectaculares mariposas monarca–, y de ahí saltó hasta el Distrito Federal y hasta el municipio de Chimalhuacán, en el estado de México. Y finalmente a Colombia y a

Argentina. Con diferentes formatos pero siempre con el mismo sentido de fidelidad a quienes dedican su vida a la creación a través de la palabra. Y siempre, también, con el hombre en el centro de todas las propuestas. Autor de obras de ensayo como ‘El laberinto disperso’ (2005) o director de sus propias propuestas dramáticopoéticas con ‘Escenas de una tarde’ (2004), Álvaro Matas ha hecho de la poesía, sin embargo, su modo de expresión más personal. Ahora, en un solo volumen, y bajo el título de ‘La niebla y lo ausente’, reúne una notable selección de poemas de tres libros distintos: ‘Debajo del viento’, ‘Las hojas en el destello de la sombra’ y ‘Sobre los fragmentos’. Si por separado, cada uno de los tres capítulos representa una propuesta poética úni-

Las mariposas monarca son un signo de la belleza en San Luis Potosí. :: MARCO UGARTE-AP

ca y cerrada en su estilo, lo cierto es que las tres juntas acaban mostrando una evolución cierta en la propia utilización del lenguaje por parte del poeta. La delgadez de y la levedad de los poemas esenciales que se muestran en ‘Debajo del viento’, como pequeñas hojas de otoño que se caen y se rompen «como vidrios», dejan paso en ‘Las hojas en el destello de la sombra’ a un espacio mucho más denso. Un espacio donde las visiones, las intuiciones, las sensaciones de ese mundo perdido de la infancia, de ese tiempo que se desmorona delante de los ojos del lector, de esos racimos de niebla que muestran sólo una parte de la realidad, con todo su misterio, se convierten en esta segunda parte en un verdadero viaje a través de la noche; un viaje donde el poeta necesita más palabras, más precisión para hablar al mismo tiempo de la precariedad y de la trascendencia de la vida de los hombres, de la evidencia de la soledad y de la necesidad del nosotros, de la brevedad del «instante de tocarnos» en medio de la orfandad y la intemperie. Universo descompuesto por la niebla, y universo recompuesto después por la voluntad del poeta desembocan finalmente juntos en el último capítulo del libro, ‘Sobre la fragmentación’, donde Álvaro Matas denuncia ya sin ambages la indiferencia hacia el hombre por parte del tiempo y del entorno, la conciencia de caminar demasiadas veces al filo del límite, la intuición del abismo... pero también, permanentemente, el rescate de las bocas, los dedos, las caricias, los indestructibles hilos del deseo frente a la «ceniza», frente a la «nieve negra» y el «fango». Voces tiene la nueva poesía americana que rara vez se escuchan con la suficiente intensidad en este lado del Atlántico. Pero hay que saber que allí, de México a Costa Rica y de Colombia a Argentina, la palabra encendida tiene hoy una vigencia extraordinaria.

LA NIEBLA Y LO AUSENTE Álvaro Mata Guillé. Antología. Colectivo Editor Latinoamericano. Buenos Aires, Argentina, 2015.


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Una de las piezas más espectaculares de la muestra, ‘Aniquila los coches. Camden Town. London 1996’. :: CORTESÍA DEL MUSAC

Gustav Metzger, destruir para seguir creando El Musac de León acoge ‘Actuar o perecer’, la primera retrospectiva en España del artista y activista político nacido en 1926

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i hay algo que convierte cada vez la visita a las exposiciones del Musac en una experiencia distinta y casi siempre inesperada es la forma en que la relación de las obras con la arquitectura del edificio obliga al espectador. Sin duda, esto se ha puesto de manifiesto en distintas ocasiones y también en estas páginas. Nunca habrá un paseo indiferente por las salas y aquí la palabra paseo está utilizada con toda intención. Si lo normal en una galería o en un museo es que el visitante ‘pase’ por delante de las obras

o en todo caso las rodee si se trata de una exposición de escultura, en el caso del Musac, dadas las dimensiones de los espacios y cómo se suman unas y otras salas al conjunto, el visitante tiene un papel activo, mucho más insisto que en otro tipo de museos. Para empezar porque tiene que tomar decisiones, deberá construir su propia exposición o incluso puede decidir si introduce, intercala y resume las distintas propuestas de distintos artistas que componen ese todo que suele ser superior a la suma de las partes.

Así también en la exposición (es) que ocupan ahora el edificio de Tuñón y Mansilla, donde sin duda alguna el protagonismo lo tiene la exposición de Gustav Metzger. Y lo tiene, entre otros muchos motivos, por ser la primera retrospectiva en España del artista nacido en Nuremberg en 1926 y refugiado en Londres cuando aún era un niño, debido al origen judío de sus padres, de nacionalidad polaca ,que fueron internados en un campo de concentración. El hecho de sobrevivir al holocausto marcó su vida y su obra como se puede ver desde el

ANGÉLICA TANARRO

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inicio-fin de la muestra del Musac con la pieza que recrea el monumento de Berlín a las víctimas del nazismo. Pieza en la que Metzger ya hace una declaración de intenciones sobre su consideración en torno al arte en sí, al mercado del arte y a las relaciones de este con el capitalismo, la política y el medio ambiente. En lugar de la contundencia de la piedra y el mármol del monumento al que alude, los bloques que constituyen esta obra son de cartón. El espectador, como en el original, puede introducirse entre ellos pero hay un punto en el que

los bloques se cierran y el paso se hace imposible. Es la mirada del que fuera un niño refugiado hacia uno de los grandes problemas de nuestro tiempo y una protesta contra las fronteras que impiden la circulación de seres humanos en peligro. Pero volviendo al aspecto que marcaba el inicio de este artículo, el hecho de que una exposición en el museo de arte contemporáneo de León sea una experiencia altamente personal cobra con algunas de las piezas de Metzger todo su sentido. Es palpable en algunas de las piezas de la serie ‘Fotografías históricas’ en las que Metzger reflexiona sobre el uso de ciertas fotografías que muestran hechos traumáticos de la historia del siglo XX y su uso por los medios de comunicación de masas, que, a menudo, no contribuyen precisamente a esclarecer la dimensión de esos hechos. Es el caso de la pieza ‘Jerusalem, Jerusalem’, formada por dos grandes fotografías en blanco y negro sobre sendas planchas de PVC transparente que se colocan en paralelo junto a la pared de forma que el espectador tendrá una experiencia completamente distinta de su visión si acepta la propuesta de pasar entre las dos planchas muy próxi-

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Darío Corbeira habla :: A. TANARRO

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i en algunas piezas de Gustav Metzger el azar tiene un papel fundamental no es casualidad ni azaroso que su primera retrospectiva en España se muestre junto a una exposición que recupera para el visitante nacional a un artista cuyo nombre ha estado un tanto olvidado en los últimos repasos de lo que ha sido nuestra historia reciente –Corbeira comenzó en la década de los setenta– y más relacionado con su faceta de editor ( ‘Brumaria’ ) y crítico de exposiciones. Para la del Musac –que ya desde el título, ‘Permanecer mudo o mentir’, recuerda a la de Metzger, aunque en este caso haga referencia a una frase de Sartre sobre la Venecia de Tintoretto– se

han recuperado obras desde mediados de los setenta al tiempo que se ‘estrenan’ otras creadas expresamente para esta muestra. Destaco como ejemplo de estas últimas, ‘Somos muertos de permiso’ porque en ella se plasma con especial crudeza uno de los temas principales de su trabajo (junto con la crítica política que le acerca a su vecino de exposición) que no es otro que el paso del tiempo. En este caso sobre el paso del tiempo de la enfermedad «que irrumpe de forma violenta y amenazadora» sobre el discurrir de la vida. 157 objetos procedentes de su estudio y en su mayoría de uso cotidiano aparecen escayolados con vendas de yeso. Hay bastidores, botellas, sus primeros vinilos, una maleta de viaje, latas de comida, guantes, plan-

‘Un año bisiesto cualquiera’, obra de Dario Corbeira en el Musac. : tas secas, unos vaqueros... que componen un paisaje que tiene algo de desolador pero también de humorístico como la vida misma y con el

que Corbeira juega con los conceptos de tiempo, enfermedad y obsolescencia. Hay piezas notables en el conjunto aunque mi preferida es ‘Un

año bisiesto cualquiera’, 366 retratos de personajes públicos o anónimos procedentes del seguimiento diario de la prensa junto con otros tan-

tos abonos de transporte urbano de Madrid, junto son las coordenadas espacio tiempo sobre las que Corbeira reflexiona.


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Los ‘Dibujos de luz’ de Metzger se exponen en el Musac junto a otras piezas de ArteConstructivo. Abajo, ‘To crawl into’, de su serie ‘Fotografías históricas’. :: MUSAC

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mas entre sí. Una de ellas plasma el resultado de un ataque contra la Agencia Judía de Jerusalén en 1948 que se atribuyó a activistas palestinos y en el que una bomba mató a doce civiles. La otra refleja la destrucción del ghetto marroquí de la misma ciudad por el ejército israelí en 1967. En ‘To crawl into’, de la misma serie, el espectador es invitado a introducirse a gatas en la instalación cubierta por una tela amarilla que oculta una fotografía de una mujer judía limpiando un grafiti antinazi en las calles de Viena, después de la ocupación de Austria por los nazis en 1938. El espectador ve así la pieza en la misma postura que tiene la mujer de la fotografía pero al mismo tiempo solo tiene una visión parcial de la imagen, que es la denuncia que hay detrás de todas las piezas de esta serie, que incluye por ejemplo la famosa imagen de la niña vietnamita huyendo del napalm tras los bombardeos norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial. Esa imagen que dio la vuelta al mundo está aquí escondida tras una cortina de

bambú, pero la instalación se ilumina por unos segundos a intervalos de tiempo marcados por un temporizador, de forma que el visitante puede ver la imagen solo en ráfagas muy cortas de tiempo.

Música y psicodelia Gustav Metzger quedará siempre unido al concepto que él mismo acuñó: Arte Auto-Destructivo y su contrapunto en el Arte AutoConstructivo. El uso de ma-

teriales pobres o de desecho y sus acciones de destrucción de algunos de los símbolos más asociados al consumismo capitalista guardan relación con su oposición a los fundamentos del arte en su relación con el mercado. Ese experimentar con la destrucción como forma de construcción de algo distinto inspiró a Pete Townsend de la banda The Who para la puesta en escena de sus cierres de conciertos en los que

Sus acciones destructivas inspiraron a grupos como The Who

solían destruir instrumentos delante del público. En la otra cara de la moneda, Metzger plantea piezas en las que el azar interviene para rematar o matizar la obra de arte, sus cristales líquidos en los que se refleja la luz (tan queridos por la psicodelia de grupos como Pink Floyd o Cream o ‘Drop on hot plate’, la gota de agua que cae intermitentemente sobre un hornillo evaporándose y produciendo al mismo tiempo un sonido que

forma parte de la instalación es uno de los ejemplos que empezó a desarrollar a finales de los sesenta. Del año 1968 es, por ejemplo, ‘Dancing tubes’ una pieza compuesta por varios tubos de plástico transparentes que mueve aleatoriamente una corriente de aire procedente de un compresor. Cincuenta años después Metzger crea sus ‘Dibujos de luz’, en este caso tubos de fibra óptica movidos por un ventilador dejan sus impresiones durante un minuto en papel fotográfico. La distancia temporal entre una y otra pieza –expuestas conjuntamente en el Musac– demuestra que el artista ha seguido fiel a muchas de las líneas de investigación que le dieron relevancia y al mismo tiempo el marchamo de artista radical que era invitado a participar en importantes citas de arte contemporáneo en el mundo para ver después rechazados sus proyectos. La muestra de este activista político preocupado por la destrucción de la naturaleza y los excesos del capitalismo no se agota en una visita, La abundante documentación procedente de sus archivos merece por sí sola la contemplación detenida. La exposición que han comisariado Dobrila Denegri y Pontus Kyander mueve a una reflexión preocupante: muchas de estas piezas-protesta podrían estar hechas ayer mismo.


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:: JESUS R. VELASCO

Efímero muro E

ste muro cambia a diario. Decenas de miles de personas atraviesan las madrigueras que entrecruzan en las entrañas de Union square. Algunos de esos millares de almas se detienen a leer los mensajes que neoyorquinos y visitantes han ido dejando en post-its del color de un follaje de otoño. Muchos se quedan allí durante largos minutos, y seguramente pierden la noción del tiempo mientras están leyendo en las paredes. Algunas personas se acercan mucho y levantan una nota para leer la que está debajo, pues ahora ya hay múltiples estratos, una geología de ideas y preocupaciones, o de mensajes de amor, en estas dos semanas en que se palpa el miedo y se envalentona el odio. Aquí o allá, alguien apoya la frente contra el muro y cierra los ojos; otra persona acaricia uno de los mensajes; hay quien se hace hacer una foto, hay quien se hace un autorretra-

to, hay personas que se chocan y se piden perdón y luego siguen hablando sobre lo que están leyendo. Hay mensajes en todos los idiomas, en todos los alfabetos. Los han escrito nuestros vecinos en este y otros barrios, los han escritos personas con y sin documentos oficiales, los han escrito personas de todos los colores y de todas las religiones y de la orientación sexual y política que mejor les parece. En este muro de papel, público, colectivo, totalmente libre, a veces lleno de esperanza y otras enteramente vacío de ella, personas anónimas se dirigen a las otras personas anónimas, y al mundo, desde estos subterráneos que deberían ocupar un capítulo especial en una futura poética del espacio. También el gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, y el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, se han acercado hasta este muro para dejar su pequeño mensaje, aho-

ra probablemente perdido para siempre. También nosotros hemos ido, varias veces, a sentirnos dentro del abrigo de papel de esta nuestra ciudad –una isla fluvial que navega con un destino marcado por su profunda diversidad. El ritmo de los viandantes es estremecedor. Incluso aquellos que se paran a leer o a escribir, luego deben partir. No es fácil. Nosotros nos hubiéramos quedado durante horas, pues es tanta la intensidad que no resulta fácil escaparse de ella. Pero precisamente por eso uno despega deprisa, como arrancado por un huracán. Y al irse, las hojas de papel con sus mensajes se conmueven, se agitan, como en un otoño de sentimientos, poblado de colores rojos y amarillos y anaranjados y ocres y tierras. Las que caen al suelo, vuelan en remolino, o quedan pegadas de nuevo al pavimento por el seguro paso de alguno de los transeúntes, dejando así un alfombrado confuso en que las

palabras se mezclan con el dibujo de suelas de todos los orígenes que se desplazan con infinitos destinos. Pero, parafraseando la idea de Horacio sobre el uso de las palabras, «muchos mensajes vendrán a renacer cuando otros hayan caído», y día tras día la pared se va renovando con tintas más frescas, con nuevos mosaicos, con poemas visuales, y, sobre todo, con nuevos visitantes, muchos de los cuales ni siquiera saben a qué se deben estos mensajes. ¿Es una protesta? ¿Son los nombres de los muertos el once de septiembre? ¿Es, en efecto, un muro contra Trump y su política del miedo? Todas estas preguntas, y más, se oyen a los apresurados viajeros. Incluso quienes no saben a veces dejan un mensaje, porque no es fácil resistir la tentación de dejar en el mundo una sombra de sí. He leído muchos mensajes, pero es sencillamente imposible leerlos todos. Por eso he ido haciendo fotos un día tras otro, y espero seguir haciéndolas. Para tener mi propio mapa y viajar por este momento, ahora y en el futuro. Porque, sin duda, la situación se normalizará, se perderá la tensión, resultará muy difícil que millones de personas se mantengan de manera permanente en este grado de intensidad. Ganará, posiblemente, el men-

saje institucional que se oye, aunque sea a regañadientes, en medios de comunicación y en boca de políticos y algunos activistas –¡incluso en facebook!: hay que dar a Trump una ocasión de gobernar. Pero esa es una política que, aunque parezca sumamente cívica, podría no serlo. Los mensajes de este muro están gritando a voz en cuello las posibles consecuencias de dar esta oportunidad de gobernar a alguien que ha demostrado, y sigue demostrando diariamente desde las elecciones, que carece de respeto por los más elementales principios constitucionales como la libertad de expresión, la igualdad de todas

ISLA FLUVIAL JESÚS RODRÍGUEZVELASCO

las personas ante la ley, o la libertad de religión –que implica la libertad de practicar cualquier religión o de no practicar ninguna. Gobernará, sin duda, porque ha recibido los votos necesarios para obtener el apoyo de más de doscientos setenta representantes del colegio electoral que de hecho se reunirá el día 19 de diciembre para hacer bueno el resultado de las urnas. Poco importa que el voto popular apoye claramente a Clinton por más de dos millones de votos; no importa que los votos de los estados del centro del país (más tradicionalmente republicanos) cuenten proporcionalmente mucho más que las de los estados costeros (tradicionalmente demócratas); no importa que los sistemas de votación, las reglas de inscripción, o incluso el número de colegios electorales abiertos vayan en detrimento de las minorías, no importa que haya habido una abstención de más de cuarenta por ciento. Esas son las reglas del juego. Pero nada de eso implica que uno deba mantenerse en silencio. Este muro parece efímero, parece destinado a sufrir un otoño veloz y quedarse sin hojas. Pero no lo es. Es un atlas preciso de esta memoria: no permitir que el poder autoritario quede sin contestación.


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arecería, cuando va a hacer dos décadas de su muerte, que la figura de JeanFrançois Lyotard ha quedado marcada por la hostil recepción que tuvo ‘La condición posmoderna’: todos los tópicos que tomaron la posmodernidad como sinónimo de pensamiento débil, relativismo blando o ejercicio lúdico del no-querer-saber lo eligieron como blanco. Es sabido que la falta de lectura produce estas deformaciones; pero es una pena que se haya simplificado así la obra de quien supo dibujar el espacio del debate posterior sobre la ciencia, la cultura y la política, con sus múltiples facetas de filósofo ‘puro’, arriesgado pensador sobre arte, lógico sutil entre los desajustes de la comunicación, militante durante largo tiempo (en ‘Socialismo o Barbarie’, en ‘Poder Obrero’, en mayo del 68). Hace muchos años escribí sobre la cualidad narrativa de ‘Peregrinaciones’, extraña y bifronte autobiografía intelectual; hoy querría volver a ese momento que va del primer título citado (1979) a este segundo (1986), pasando por ‘El diferendo’ y ‘La posmodernidad explicada a los niños’, porque sus análisis siguen vigentes. Y también por recordar a quien tuvo –en palabras de Derrida– «un valor y una independencia de pensamiento de los que conozco pocos ejemplos”». No creo que nadie considere –y Lyotard, desde luego que no– ‘ser posmoderno’ como una opción o una propuesta. Es una época, la que vivimos –más allá del desuso de los nombres y las apariencias de cambio–, y ‘La condición posmoderna’ describe un estado de cosas con la frialdad de un examen científico y con rabia ensordecida. Se trata de la época en que han perdido su cualidad explicativa y legitimadora los ‘grandes relatos’ –del progreso de la razón y la libertad, de la emancipación del trabajo, del avance de la ciencia para el bienestar de la humanidad–, que no funcionan ya como lenguas ‘universales’, sustituidos por una lógica de eficiencia que ha dado soporte a una economía de ámbito ‘global’, caracterizada sin embargo por excluir de los bienes a la mayor parte de la población, y que se ha vuelto fin en sí misma, con leyes como la del beneficio siempre creciente, o con paradojas como el deseo de una acumulación de capital a la vez irregular y permanente. La ‘crisis’ se nutre sin duda de estas raíces.

¿La condición posmoderna?

Jean-François Lyotard fotografiado por Bracha L. Ettinger en 1995.

De ese modo, el saber ha dejado de proponerse la formación de la conciencia, para dar en mercancía, para ser vendido, y hacerse –en la era digital– indistinto del poder frío y desnudo al que acabo de aludir. De ello procede, según Lyotard, la demanda creciente de un ‘desarme intelectual’, la guerra múltiple contra ‘lo que no se entiende’ (arte, literatura, filosofía), la exigencia de una ‘comunicación’ sin obstáculos en que la lengua y las ideas se plieguen a la ‘normalidad’. Quizá nada lo muestre mejor que el mito español del ‘consen-

so’: nombre maquillado para la conservación de un sistema, coartada contra cualquier crítica y contra todo lugar de diferencia. No en vano, en el habla actual de los ‘expertos’ el consenso supone una referencia más sólida que la ‘realidad’. Pérdida de realidad hay, sin duda, en este estado de cosas. Lyotard llegó a la lógica y a la filosofía del lenguaje desde un doble aprendizaje en la fenomenología y el marxismo, y siempre, quizá por eso, juzgó letal que sensaciones y sentimientos fueran relegados como modos de conocer, la ce-

guera ante la incontrolable y maravillosa fragmentación de pequeños acontecimientos que compone la vida. Por su acento en lo perceptivo, por su atención a lo que surge en cada instante, captó cómo todas las formas de ‘realismo’ dan la espalda a lo real, sustituyéndolo por códigos, sin advertir el ‘robo de realidad’ que el control de la comunicación implica. Así encontraba que uno de los mayores poderes del capitalismo es el de «desrealizar los objetos habituales, los papeles de la vida social y las instituciones». Si, en su análisis de la pos-

modernidad, destaca la anticipación de lo que las décadas siguientes han traído, quizá su núcleo decisivo esté en lo que él llamó ‘diferendo’: cuando la inabarcable trama de géneros de discurso y modos de habla que constituye la lengua social establece una heterogeneidad insalvable, cuando no hay ningún tipo de discurso común al que puedan traducirse los demás. Ni siquiera podría serlo el discurso del capital, aunque parezca indistinto de la comunicación misma y sus cauces: la dinámica de exclusiones y la distancia respecto a la percepción –a los hechos– que le son constitutivas, le niega este papel. El ‘diferendo’ surge de esta inconmensurabilidad de las hablas, y es especialmente agudo en el caso de quienes más padecen el daño del sistema, pues se ven forzados a testificar en la lengua de quien les causa ese daño. En el ‘diferendo’ quiebran los mitos del consenso y el diálogo: es el nudo del conflicto social en un mundo armado por lenguajes. «El objeto de una literatura, de una filosofía y tal vez de una política sería señalar diferendos y encontrarles idioma». Esta clase de conflicto –decía Lyotard– «no se puede resolver por medio de la especulación o en el terreno de la ética; debe resolverse en la ‘práctica crítica’, en una incierta lucha contra aquella parte que afirma ser el juez». Obsérvese que le asigna a esta tarea crítica algo que ha definido como imposible: una lengua común, una regla de traducción de hablas, en definitiva, un ‘nosotros’ desaparecido: «Escribimos contra la lengua, pero necesariamente lo hacemos con ella. Decir lo que ella sabe decir, eso no es escribir. Queremos decir aquello que ella no sabe decir pero que, según suponemos, debe poder decir. Cuando el totalitarismo ha vencido y ocupa todo el terreno, no puede afirmarse que esté plenamente consumado si no ha eliminado la contingencia incontrolable de la escritura». Me parece que este desafío es lo que singulariza el pensamiento de Lyotard; lo coloca ante un imposible que se desdobla en impugnación, y que en el rechazo se hace experiencia. Y resulta inseparable de su abierta defensa del arte de las vanguardias, cuya «muerte» ha sido y es una obsesión de todas las operaciones normalizadoras. No este o aquel rasgo vanguardista, sino su «trabajo largo, obstinado», su arañar en las entrañas de lo establecido.

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Decir lo que la lengua sabe decir eso no es escribir, afirma Lyotard En el ‘diferendo’ quiebran los mitos del consenso y el diálogo


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Aldeas perdidas Por senderos de herradura

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i devoción por Giovanni Verga, narrador del verismo decimonónico italiano, me ha llevado a su compatriota, creo que inédita en español, Paola Drigo, y en concreto a su novela tardía, publicada en 1936, dos años antes de su muerte, ‘Maria Zef’ (Periférica). E indudablemente estamos ante una obra de madurez, con un arranque conmovedor, hermosísimo en su dureza: una penosa caravana de cacharreras ambulantes, formada por dos mujeres, una de ellas, en realidad la hija adolescente, abnegada, cantarina y «montaraz», tirando, más bien arrastrando («atada a las varas con una correa que le pasaba por debajo de las axilas») una carreta, con su hermanilla dentro, y un perro cobardica, atraviesa lentamente el Friuli. A partir de ahí, el argumento, que deriva en un bronco naturalismo muy de la época, determinante en el desenlace, se desarrolla en cuatro partes lineales, a la antigua usanza. Destacan la viveza y plasticidad de escenas como la del parto de una vaca en una taina alumbrada por «una simple lámpara de aceite vacilante y humosa colgada de un gancho en una viga» o la de la anciana curandera, clarividente, sentada a la lumbre en su choza junto a un «inocente» o la de la nieve cayendo y cayendo bajo un silencio sobrenatural. Y la morosidad descriptiva de algunos pasajes, particularmente los de costumbrismo campesino y los que se ocupan de la soledad absoluta de los pueblos, más bien caseríos, dispersos por la montaña, de la desolación de un paisaje que se presenta aborrascado, un poco al modo romántico. Este ámbito marca, junto al vicio alcohólico, la brutalidad, la masculinidad violen-

ta e inhumana del tío pelirrojo, bracero emigrante, leñador, matarife y carbonero, que convive en una mísérrima cabaña perdida en el monte con las mujeres indefensas, que representan la fatalidad campestre y la postración femenina, personajes de una pieza, muy bien trabajados desde la dignidad y la compasión: la madre, que aguanta muy enferma la dureza del camino hasta que en «una aldea de llanura» ya no puede más; la pobre niña; su hermana adolescente que da título al libro, heroína de novela clásica, una criatura privilegiada, todo cualidades: incansable, de «naturaleza jovial y confiada», que asume la protección de su hermana hasta las últimas consecuencias y jamás se entrega ni desfallece ante la adversidad, siempre dispuesta a superar las durísimas pruebas que le depara la vida. Como las mujeres de ‘Ma-

UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO

ria Zef’, Zelinda, la protagonista de ‘Casa ajena’ (Minúscula), nouvelle póstuma publicada el año de su muerte, 1952, de Silvio d’Arzo, uno de los seudónimos del prematuramente fallecido Ezio Comparoni, es un ser de desgracia, ofendida y humillada, de vida inhumana, pasa los días igual de solitaria en el monte, entre sus penalidades, restregando ropa ajena o limpiando tripas en un canal. El drama se desarrolla también en una aldea perdida, pero de los Apeninos, adonde para llegar, sin tren ni coche de línea que valgan, «hacen falta tres horas a lomos de mulo», por caminos de herradura. «Siete casas pegadas unas a otras y para de contar», resume el cura sobre el que recae el peso de la historia a partir del ‘téte a téte’ con la pobre lavandera, que le pregunta, en apariencia inocentemente, sobre la salvedad de las anulaciones matrimoniales eclesiásticas. Han pasado casi dos décadas, el fascismo y la guerra mundial, pero la miseria ambiental es idéntica y el aislamiento convierte del mismo modo a los lugareños en personas hurañas, recelosas y de pocas palabras. El epílogo, cuyo título no puede ser más acertado: ‘El desahucio de la palabra (o vergüenza y silencio)’ del traductor de lujo de ‘Casa ajena’, J. Á. González Sainz, es tan pertinente como esclarecedor y principia con un juicio tajante, que viniendo de quien conoce tan a fondo la literatura trasalpina, no debe caer en saco roto: «Tengo la convicción de no haber leído una novela breve en italiano de mayor envergadura literaria». Y luego, en virtud de su «honda y difícil humanidad y perfecta factura», la califica de «perla olvidada». Ciertamente la novela, tan desoladora como certera,


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MARIA ZEF

CASA AJENA

LA MAESTRA

DIOS ES ROJO

Paola Drigo, Periférica, 232 pp., 18 €.

Silvio D’Arzo, Minúscula, 128 pp., 12 €.

Clarice Tartufari, Ardicia, 100 pp., 14,50 €.

Liao Yiwu, ‘Sexto Piso, 256 pp., 23 €.

Un autobús avanza por la carretera que llega al monasterio budista de Reting, a 4.100 metros de altura y a 160 kilómetros al noreste de la capital tibetana, Lhasa. :: PETER PARKS-AFP

apunta a los hondones del hombre y, en cuanto a la forma, tiene un dejo espléndido de oralidad campesina, que se manifiesta ya en la elección de la primera persona del plural desde el inicio por parte del sacerdote narrador, buen conocedor de los atajos de las sierra y de la mentalidad de sus parroquianos. A ello se une una especie de inmediatez pirandelliana, con regusto a verdad y una contención poco común, que cuanto más elusiva se muestra –puesto que hurta al lector los elementos esenciales de la trama: la vida anterior de los personajes, sus intenciones, una carta decisiva…– más da que pensar. De la estirpe de D’Arzo, en cuanto a su invisibilidad dentro de la literatura italiana, y perteneciente a la corriente del verismo, que citaba al principio, es la figura de Clarice Tartufari. En sus palabras liminares, bajo el expresivo título ‘Mujer que sabe latín, mal fin’, la reputada traductora y poeta Mª Ángeles Cabré emparenta su novela ‘La maestra’ (Ardicia) con ‘La ruina’, del neorrealista Beppe Fenoglio, que no conozco. A mí me ha recordado mucho a ‘La maestra Annuzza’ de Elvira Mancuso, a la que nos acercamos hace poco en estas páginas. El villorrio al que llega la protagonista, entonces maestrilla novata, hija única de planchadora y cartero, con el traqueteo de un carromato es tan canijo que «nunca hubiera imaginado que ese mísero grupo de casas pudiera ostentar el nombre de pueblo». No menos misérrima es la escuela, son los aldeanos, entregados al fisgoneo insolente, entre enfrentamientos, chismorreos, enemistades inveteradas y mezquindades varias. La delicadeza de la joven, otro ser de desgracia cuyo intento de superar la pobreza y el desamparo familiares amena-

za con romperle para siempre el corazón, se quiebra por completo en medio de la bruticie imperante y de la guerra entre las fuerzas vivas: el poder municipal y el eclesiástico. Es una visión durísima, me temo que atinada, de la vida en los lugares pequeños. Acaba con todo el vecindario en su contra, hasta la chavalería a su cargo le pierde el respeto, a tal punto que su estancia pueblerina se vuelve insoportable y no se le van de la cabeza los versos de Leopardi que rezan: «Aquí paso los años, solo, oculto,/sin amor y sin vida, ¡y a la fuerza/me torno huraño entre malvados!». A partir de esta desafección la maestra abandona la docencia, se precipitan los acontecimientos, más bien desgracias e infortunios, a los que trata de vencer con todas sus fuerzas, pese a alguna flaqueza, ya en la ciudad. Es una novela ceñida y amena, a la que tal vez le perjudique el excipiente romántico, por otra parte inevitable en aquel momento. En lugares igual de recónditos, pero del Lejano Oriente, transcurren dos terceras partes –la final se centra en Pekín y Chengdu-, de ‘Dios es rojo’ de Liao Yiwu, que vive en Alemania, «el escritor contemporáneo más censurado» en China, que ya es decir, según el prologuista, su traductor al inglés Wenguan Huang, cuya narración ‘El pequeño guardia rojo’ (Libros del Asteroide) comentamos aquí en su día, lo mismo que ‘El paseante de cadáveres’, retrato de la China profunda, y ‘Por una canción, cien canciones’, escalofriante testimonio de su estancia carcelaria, ambas de Liao y como esta última editadas por Sexto Piso. Ahora se acerca a un tema muy silenciado y casi desconocido: la pervivencia, pese a los apaleados, encarcelados

De la estirpe de D’Arzo en cuanto a visibilidad es la figura de Clarice Tartufari Entre el campesinado secular de China se mantiene viva a pesar de las represiones la llama de la fe religiosa

o ejecutados bajo la presidencia de Mao Tse Tung, incluso celebrando misas en las cuevas de las montañas durante los embates de la Revolución Cultural, las hambrunas o El Gran Salto Adelante, y posterior resurgimiento del cristianismo en el gigante asiático, en medio del consumismo desatado, la corrupción y la codicia rampantes. Su investigación, estremecedora en extremo, basada sobre todo en entrevistas, comienza en pequeñas aldeas, muy pobres, remotas e incomunicadas, de la región de Dali, en la provincia de Yunnan, acompañado de un heroico médico, que ha abandonado su acomodada vida urbana para difundir la doctrina de Cristo, por senderos embarrados, casi intransitables, «rojos, porque durante muchos años se han empapado de sangre». Entre el campesinado secular se mantiene viva, a pesar de represiones y persecuciones, la llama de la fe religiosa, junto a la hospitalidad, la honradez y la sinceridad. Aún llevo en mi cabeza a Maria Zef restregando las sábanas sobre las losas del riachuelo, curando el heno de un alpe, meneando la polenta o con la cara pegada a la tierra, entre dos tocones del bosque de las lechuzas, consolándose del abuso masculino; a los habitantes de Montelice o Braino, de ‘La casa ajena’, trenzando mimbres, cociendo castañas, comiendo pan con aceite y berros o con los candiles por las cuadras; a la anciana monja Zhang despotricando como el rey Lear mientras labra el campo, entona melodías operísticas o amasa la harina para hacer ‘jaozis’, o a la expoeta vanguardista formada en las élites del Partido paseada por las calles con orejas de burro. También me acompañarán un tiempo, tal vez para siempre.


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ABECEDARIO de lector ADOLFO GARCÍA ORTEGA

Camarada.- La palabra suena bien –idealmente–, pero termina, por lo general, en una condena, una ejecución o un fusilamiento. Remite a escritores que, desde el dolor y la privación de libertad, han dado luz al mundo para que quien quiera pueda ver y reconocer la verdad. Los hay que prefieren la ceguera y siguen llamando ‘camarada’ al que luego le cerrará el paso, le pondrá una mordaza o le torturará hasta la muerte. Pienso en esos escritores-héroes, como Danilo Kiš, Arthur Koestler y George Orwell. Pienso en Vassili Grossman, en Varlam Shalámov, en Alexandr Solzhenitsyn. O en Ribakov.

Nadie ha escrito sobre el ‘camarada Stalin’ tan afiladamente como Anatoli Ribakov, en su novela ‘Los hijos del Arbat’, allá por los años ochenta, una novela sobre la verdad. Sin embargo, ya se sabe que la Historia de la humanidad es la historia de la ceguera, no de la lucidez. Cartuja.- Para el buen lector, solo hay una, la de Parma, que sale al final de la trepidante novela de Stendhal sin que se sepa por qué. Ceguera.- Ver ‘Camarada’. Cervantes.- Entre otros muchos moti-

vos, la grandeza de Cervantes se percibe también en la variedad de su obra. Salvo ‘La Galatea’, su primera novela pastoril, que lo ancla en su tiempo renacentista, el resto de sus novelas tiene una proyección innovadora que llega hasta nuestros días. Todas son extremadamente modernas: las ‘Novelas ejemplares’, a cada cual más distinta y sorprendente, el ‘Quijote’, cuyas dos partes son dos obras en sí, disparatada la primera, fascinante la segunda, o el ‘Persiles’, novela oscurecida por el éxito de las

anteriores, pero considerada por su autor como la cumbre de su obra, y no es de extrañar, porque es de una construcción, osadía y libertad inauditas. Hay tantos Cervantes diferentes como diferentes son sus novelas. Cielo.- Un escritor que lleva literalmente al cielo es Antoine de Saint-Exupéry. En sus novelas y relatos autobiográficos, todos sobre pilotos y aviones en situaciones dramáticas, cuenta la mística del vuelo solitario y el hechizo del cielo abierto y envolvente. Un cielo que se apodera de sus

C

narraciones, las cuales, salvo ‘El principito’, giran en torno a los aviones, los vuelos y el pilotaje. La más intensa de todas es ‘Vuelo nocturno’. La más aventurera es ‘Tierra de hombres’. La más épica, ‘Correo del sur’. Saint-Exupéry vivió en un avión, vivió en los cielos, y murió en un avión. O más hermoso aún: desaparecieron juntos, piloto y avión, en una muerte común. Se cree que fue derribado, pero no está claro este hecho. No se sabe dónde. No se sabe cómo. Depresivo y alcohólico como era, cuestionado malévolamente por De Gaulle y en el contexto final de la guerra, es plausible que él y su Lightning P-38 decidieran juntos lanzarse sobre las aguas del Mediterráneo la mañana de un soleado día de julio de 1944. Club.- Hay dos clubes en la literatura que rivalizan en notoriedad: uno es el Reform Club, ubicado en el Pall Mall de Londres, del que es miembro Phileas Fogg, el protagonista de ‘La vuelta al mundo en 80 días’, de Jules Verne. Lo más probable es que este club no haya existido nunca y que Verne jamás haya llegado a pisar ni siquiera uno de verdad. El otro club notorio es el que Charles Dickens situó ambiguamente en una taberna de Golden Cross cuando escribió una de las novelas más asombrosas del siglo XIX, plagada de todo tipo de aventuras que llevan al lector a instalarse en una inolvidable sonrisa de felicidad: ‘Los papeles póstumos del Club Pickwick’. Cogito.- Dos escritores tan diferentes, y tan extraordinarios, como el poeta polaco Zbigniew Herbert y el novelista japonés Kenzaburo Oé, coinciden en poner el mismo nombre al personaje tras el cual han decidido esconder en sus obras sus verdaderas identidades: Cogito o Kogito (con ‘k’ en el caso de Oé) ¿Hay alguna relación? No a priori, ni tampoco ninguna conexión mutua, salvo que los dos son escritores que piensan. La literatura tiene extrañas casualidades intencionadas. Cólera.- Aquiles, protagonista de la ‘Ilíada’ de Homero, tiene dos caminos: uno es quedarse en su patria, entre

las mujeres, y vivir muchos años, hasta la senectud, en una tibia bonanza; el otro es partir a la guerra de Troya, donde sabe por el oráculo que morirá joven y su destino será trágico. En el primera caso, no tendrá gloria, pero tendrá una larga vida. En el segundo, su vida será muy corta, pero alcanzará la gloria eterna. Solo su cólera furiosa decidirá por él: le perderá el carácter, será imprudente, combatirá con furia y morirá por la flecha clavada en la única parte de su cuerpo que era vulnerable, el talón, al no haberlo sumergido de niño en el río Éstige; eso sí, habrá alcanzado la gloria de la victoria sobre Héctor y los troyanos. Será historia. Pero hay otra óptica: la de no ser historia, no ir a la guerra, vivir en paz, vivir muchos años y administrar la cólera con astucia. Cuidado.- En la tumba de Baruch Spinoza está grabada esta palabra: ‘Cuidado’. La lápida se alza discretamente en el patio trasero de la Nieuwe Kerk (la Iglesia Nueva), en La Haya. La tumba del pensador perfecto, del pensador herético, del pensador enigmático, está en sagrado suelo cristiano, aunque no es de extrañar, ya que el Spinoza que está allí enterrado es el judío no judío que fue anatemizado, expulsado y humillado por su propio pueblo y su propia religión. Y eso, porque generó la duda, o mejor dicho la construyó en un edificio perfecto llamado ‘Ética demostrada según el orden geométrico’. En la tumba, esa única palabra en latín estremece por su soledad y su tamaño: Caute. Cuídate. Era la palabra que Spinoza usaba al final de sus cartas, debajo del dibujo de una rosa, para prevenir de la confidencialidad. Los perseguidos han de apelar siempre al secreto.

Un escritor que lleva directamente al cielo es Antoine de Saint-Exupéry


LECTURAS

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Pues no puedo contar lo que más siento JORGE DE ARCO

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res décadas después de la publicación de ‘Las primeras poetisas en lengua castellana’, ve la luz una nueva edición, ahora ampliada. El excelente trabajo de Clara Janés, responsable e impulsora de esta renovada entrega, supone, además, una idónea ocasión para conocer más y mejor el complejo universo creativo en el que estas autoras desarrollaron su tarea. En su revelador prefacio, la compiladora advierte de la trascendencia del legado que conserva la Biblioteca Nacional, y, «respecto a la escritura femenina, permite constatar que las mujeres no se limitaban a la poesía o la novela, sino que saltaban a otros campos, como la traducción o el teatro»; tal es el caso de Rebeca Correa, sefardí afincada en Amsterdam, o el de Ana Caro. Capítulo aparte merece, por ejemplo, Oliva Sabuco, que destacó en el ámbito de la ciencia y que llegó a publicar la ‘Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, no conocida ni alcanzada de los grandes filósofos antiguos’, y a la que incluso Lope de Vega incluye en su

obra ‘El hijo pródigo’, y llama «musa décima». Más de dos siglos de lírica española escrita por mujeres recoge este florilegio, que se abre con un poema de Florencia Pinar –una de las pocas escritoras que fue incluida en el ‘Cancionero General’–, bajo el título de ‘Canción’: «El amor ha tales mañas/ que quien no se guarda dellas/ si se l’entra en las entrañas/ no puede salir sin ellas (…) Es de diversos colores,/ críase de mil antojos;/ da fatiga, da dolores,/ rige grandes y menores,/ ciega muchos claros ojos». Cierra la antología, Sor Juana Inés de la Cruz (16511695), prodigio de sabiduría y de entrega humana y literaria, que no supo ni quiso ser una mujer de su época. De una vastísima cultura, sacrificó su belleza, mas no sus conocimientos, y en su celda, rodeada de instrumentos musicales e innumerables libros, creó una obra que conjugó la sabiduría con la dulzura, lo

Sor Juana Inés de la Cruz, retratada por Juan de Miranda (Convento de Santa Paula, Sevilla). moral con lo religioso. De ella, se recogen aquí diecisiete poemas, en los que no falta su imprescindible y hermoso ‘Primero sueño’.

Entre ambas escritoras, se da cuenta de otras 41 poetisas. Muchas de ellas padecieron la incomprensión y el rechazo de la sociedad de en-

tonces. Otras, las menos, «debido a su condición de religiosas, o bien por tratarse de damas de alto estamento», pudieron desarrollar su labor en el ámbito de las letras de forma natural, y sentir, a su vez, el abrigo y la complicidad de los suyos. Tal fue el caso de Juliana Morell, o Luisa Sigea (1530 – 1560), que destacó por su talento y por sus tempranas destrezas líricas: «Un fin, una esperanza, un cómo ó cuándo;/ tras sí traen mi derecho verdadero;/ los meses y los años voy pasando/ en vano, y paso yo tras lo que espero;/ estoy fuera de mí, y estoy mirando/ si excede la natura lo que quiero;/ y así las tristes noches velo y cuento,/ mas no puedo contar lo que más siento». En su ‘Prefacio’ a esta edición, Clara Janés se detiene en las dos discípulas favoritas de santa Teresa: sor Ana de Jesús y sor María de San José, quienes también destacaron por su pluma ágil y firme. Además de fundar conventos, sor Ana de Jesús fue «la primera destinataria del ‘Cántico espiritual’ de san Juan de la Cruz y también de la traducción del ‘Cantar de los Cantares’, de Salomón, de fray Luis de León. De ella, precisamente, se incluyen cuatro poemas –uno en traducción francesa–: «Quien no sabe de penas/ en este valle lleno de dolores/ no sabe cosas buenas,/ ni ha gustado amores,/

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LAS PRIMERAS POETISAS EN LENGUA CASTELLANA VV. AA. Edición de Clara Janés. Siruela. Madrid, 2016. 256 páginas. 18€.

pues penas son el traje de amadores». Nombres como los de sor María de la Antigua, Hipólita de Narváez, Mariana de Vargas y Valderrama, Cita Canerol, Clara María de Castro, Mariana de Paz, Cristobalina Fernández de Alarcón, Leonor de Cueva y Silva, Luisa Manrique, Ana Ataide…, se unen a otros más conocidos y relevantes como los de Santa Teresa de Jesús o María de Zayas y Sotomayor (1590 -1660), relevante novelista y autora de un buen número de poemas, la cual ya reconociera tantos siglos atrás, la injusticia de verse relegada y minusvalorada por él único pecado de haber nacido mujer: «¿Por qué, vanos legisladores del mundo, atáis nuestras manos para las venganzas, imposibilitando nuestras fuerzas con vuestras falsas opiniones, pues nos negáis letras y armas?». Como coda, se incluye un notorio apéndice «que simboliza los elogios», de Miguel de Cervantes, ‘A los éxtasis de nuestra Beata Madre Teresa de Jesús’, y dos poemas de Lope de Vega a Amarilis, posible pseudónimo de María Rojas y Garay (1594 1629).


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LECTURAS

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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

Otredad y diferencia… con cierto sabor a nostalgia :: SUSANA GÓMEZ Escribía «libros para niños que comienzan a enfrentarse con la vida». Quizá por eso los álbumes de Max Velthuijs se siguen editando y contando con la misma fuerza de hace cuarenta años: porque las encrucijadas son parecidas y los conflictos y las dudas que generan, también. Aquel holandés que reiteraba en sus trabajos y

días aquello de «vivir es maravilloso» inundaba con sus palabras, trazos contundentes y sólido cromatismo un mundo atento a la otredad, el respeto, la diversidad y la convivencia. Con pinceles y frases ponía a orbitar en el universo infantil historias amables, que sin embargo no dejaban de lado las grandes preguntas en torno a la libertad, la diferencia, la

equidad o el derecho de ser.. Hoy, cuando los niños de loss setenta y ochenta son pa-dres y Velthuijs nos dejó unaa herencia de más de cuaren-ta títulos infantiles, aque-llos cuentos que en su díaa leímos continúan vigentess por los cuatro costados. Laa o editorial Libros del Zorro Rojo es la encargada de re-cuperar uno de ellos (en Es-n paña se editó por Miñón en

El telón negro Viaje consolador al jardín de la infancia JARDÍN DE INVIERNO

JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN

L

a vida es un conjunto de sueños que hacen soportable la extrañeza del mundo. Una larga espera, la misma para cada ser humano. La individualidad se disuelve cuando el objetivo personal al que se aspira acaba por declararse indisponible. Resulta ser otro, inevitable y desconocido, al que somos incapaces de controlar, el que en medio de la existencia nos aguarda. No queda sino renunciar a crecer, añorando el jardín de la infancia en el que creíamos que to-

das las posibilidades de felicidad estaban abiertas. Porque el mundo es un carrusel que da vueltas sin cesar en un universo funesto, obra de los propios hombres. Ni siquiera el lenguaje aporta hondas resoluciones: nos conduce, todo lo más, a un engendro permanente de malentendidos. Mirar la niñez –no podemos dejar de hacerlo–, nos expone a lo que no deseábamos concebir: «Uno es siempre el niño que fue [...] sólo crece en torno suyo una persona mayor que se hace vieja y arrugada hasta que vuelve a derrumbarse en sí misma […] como si se hubiera convertido en otro niño en otro mundo». El único destino es irse envueltos en la misma soledad

Identificación

A

veces, hoy por ejemplo, pienso en algunos tópicos que suelen aparecer en las portadillas publicitarias de los libros, que difunden algunos críticos y blogueros que se dedican a comentar libros, incluso gente que aconseja cómo escribir, y que pasan por ser las razones por las que se leen libros. No dudo que haya gente que comparta estas razones, que las haya asumido

como suyas, pero lo cierto es que a mí, y sospecho que a unos cuantos lectores avezados, ninguna de estas supuestas virtudes me llama a leer. De hecho están muy lejos, o son casi opuestas, a las razones por las que leo. Esto siempre y cuando tenga unas razones claras para leer, cosa de la que no estoy del todo seguro. Normalmente, esto de leer es como un enamoramiento de bar: uno ve un libro que le llama la atención,

en la que siempre se nos ha condenado a existir, en la que nacimos, aunque a menudo olvidemos que «antes de nacer vivimos en el vientre de una persona». Buscamos el amor –«un leve sueño»– que nos devuelve por un tiempo la confianza en ser al fin alguien. Amamos, y al hacerlo parecemos olvidar el miedo que anida en nuestro interior. Regresamos al jardín de la infancia, y en él tan sólo descubrimos rostros petrificados, una suerte de paraíso añorado donde toda vida es «transportada fuera de la vista en una caja estrecha a hombros de unos pocos». Los cuatro personajes –cinco, si contamos a un recién nacido– de ‘Jardín de invierno’ se mueven en espacios

no sabe muy bien por qué, acaso le ha pillado en la hora tonta. Empieza a leerlo. A veces las cosas van bien, otras no tanto. Pero si bien no puedo precisar por qué leo un libro, qué me ha gustado de él hasta haberlo terminado, sí que puedo decir cuáles no son las razones por las que leo un libro: identificarme con el personaje, por ejemplo. Bien, nunca me he identificado con un personaje. A veces, sobre todo de niño, he querido ser un personaje, por ejemplo, el Júpiter Jones de los ‘Tres investigadores’, pero desde luego, no me identificaba con

Valerie Fritsch. Traducción de Eduardo Gil Bera, Madrid, Alianza Editorial, Colección Alianza Literaria, 2016, 149 páginas, 14,50 euros.

gustioso desdén que dicta la impotencia. La única herencia de los hombres es la ausencia de un destino que no sea «un poco de vida y la muerte segura». Los cuatro regresan al lugar de infancia –el jardín de los abuelos que llenaron sus vidas seminales de esperanza–, impotentes ante el espanto y la derrota. El miedo. La nieve que acaba por envolver el paisaje, hasta el mismo cielo, detiene cualquier otro devenir: así, al hombre no le cabe sino aceptar el solitario y fatal albur que le aguarda,

ser «un sin techo, sin cielo encima ni tierra debajo». A la espera de la inminente caída del telón del teatro que constituye la vida, el único argumento de la obra, como cantó con amarga certeza Gil de Biedma. Tras la larga marcha, a todos nos acoge el jardín en el que nos ilusionamos con crecer, y que resulta desolado. Valerie Fritsch, joven fotógrafa y escritora austriaca nacida en 1989, ha escrito una novela dura y amarga que mereció en 2015 el Premio de Literatura Peter Rosegger. El jurado, nos informa la editorial española, valoró el triunfo del lenguaje, lo intrépido de la prosa, el estilo marcado que alimenta y envuelve a los per-

labio, que era lo que hacía Júpiter cuando estaba cavilando, a punto de dar con la solución al misterio. Pero esto no es identificación, sino imitación. Un derivado que a veces se da del juego de la lectura. Pero no identificación. Porque, veamos, uno, por ejemplo, solía leer bastante a Lovecraft. Identificarse con los personajes de este autor es imposible. Gentes, por lo general bastante aburridas, académicos acomodados, por un lado, pueblerinos siniestros, por otro, que tropiezan inevitablemente con un horror que, salvo en contadas ocasiones, les lleva a una

muerte atroz o a la locura. Pues no, no me identifico con ellos. Bastante tengo con lo mío. A todo lo más puedo llegar a admirar, o compartir, algún rasgo, alguna opinión del personaje. Incluso puedo querer a algunos que, de encontrármelos en una cafetería, no tendría más remedio que afearles la conducta. Sin embargo, mientras permanecen donde deben estar, en el libro, pues la verdad es que sí, que visto de esa manera, su manera, yo también me hubiera cargado a esos gilipollas, despacio y con mala sombra. Porque quizás una de las

Valerie Fritsch. :: GERT EGGENBERGER-EFE concretos, casi siempre cerrados: hogares transitorios, un hospital, reductos que se limitan a ser museos del pasado propio, una «célula germinal de la nostalgia». El campo, la ciudad al lado del mar, el mundo entero está asolado por la guerra; la inmigración y el exilio prefiguran un inminente apocalipsis. Son espacios indeterminados, alegóricos, que retratan con sutil distanciamiento la realidad contemporánea, la que vivimos ahora y vemos acrecentarse casi siempre con el an-

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA CIRO GARCÍA

él. Para empezar, siempre he sido enjuto y Júpiter tiraba más bien a gordito. Eso sí, admiraba lo listo que era el chico, lo hábil que era para resolver, siendo un niño apenas mayor que yo, todo tipo de misterios. Durante un tiempo, lo recuerdo, llegué a adquirir el tic de tirarme del


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EL DRAGÓN ROJO Max Velthuijs. Editorial Libros del Zorro Rojo. 40 páginas.13,90 euros. Edad recomendada: de 3 a 6 años.

los 80), convertido ya en un clásico contemporáneo. Y lo hace como suele: en una cuidada edición, esta vez de

sonajes, la glosa sin concesiones del «eterno misterio del mundo». Sin duda sus conocimientos en el campo de la fotografía, así como sus colaboraciones en guiones teatrales y de cine, no son ajenos a la plasticidad de los universos imaginarios, casi intangibles, que recrea. Nos encontramos ante una narración donde es difícil hallar atisbos de optimismo: «Tampoco en el amor podemos resguardarnos de la muerte, la enfermedad y la desgracia. Porque es algo que nunca acaba bien para los hombres». ‘Jardín de invierno’ resulta sobre todo un desafío pleno de aliento para el lector que disfruta con la prosa que no se lo da todo masticado. Fritsch abre su novela con unos versos de William Blake: «Cada noche y cada mañana / Algunos nacen a las miserias de la vida; / Cada noche y cada mañana / Algunos nacen a los deleites de la existencia; / Algunos nacen a los deleites de la existencia; / Algunos nacen a la noche eterna». Aunque los deleites duren poco, como demuestran los protagonistas de ‘Jardín de invierno’, es gratificante y aleccionador navegar al hálito de su viento.

cosas que sí busco al leer, una de las razones que tengo para leer, y miren que me hace feliz descubrir que alguna razón hay, es ser vicariamente otro. O no exactamente. Porque un personaje no es exactamente otro. Es una serie de palabras, a las que yo, al leer, presto ojos y vida. De otro modo no existe. Un personaje no es una persona, con la que uno se puede identificar. De hecho, el personaje que yo sostengo, difícilmente puede ser el mismo personaje que sostiene mi vecino. Casi del mismo modo que el yo que soy yo no es el mismo yo que es mi vecino.

gran formato, cuyas páginas albergan una hermosa y ya emblemática historia. No en vano ‘El Dragón Rojo’, en su día Premio Pincel de Oro de la Academia de Bellas Artes de Holanda, es un consolidado referente en el mundo de los álbumes ilustrados. El pretexto: “un monstruo enorme”, gentil y sonriente, que protagoniza un relato sencillo y traspasado por el humor blanco sobre las relaciones, la alteridad e incluso las energías renovables. Y es que… adivinad qué es lo que mejor se le da producir a un dragón.

Formas para seguir y atar cabos :: S. G. «Cuando el señor serpiente salió de su letargo se sentía un poco solo. Quizá haya otras serpientes por acá. Y se puso en camino». Así da comienzo una exploración a través de un jardín sobre fondo blanco; un viaje de descubrimientos, decepciones y encuentros que tiene la capacidad de tejer un discurso minimalista a nivel textual y visual, y sin embargo atrac-

tivo y redondo. Porque en su periplo por entre manchas de tinta y detalles a ras de suelo, el señor serpiente irá encontrando formas alargadas y prestas a confundir su aspecto con el de un posible amigo, en tanto que una gestualidad sencilla y profundamente expresiva relatará las expectativas, ilusiones, frustraciones y enfados que asaltan en toda búsqueda. Todo ello aderezado con cor-

La sonrisa en la tragedia Se traduce por primera vez del yiddish la obra maestra de Moyshe Kulbak, asesinado por Stalin en 1937

YOLANDA IZARD

E

l ser humano, como a veces intuimos o incluso sabemos, se caracteriza por su larga ingenuidad, tanta que pocas veces acierta a predecir el drama que encierran algunas utopías o adivinar las simas que proyectan sus ilusiones. Su pensamiento es precario, su sistema de alerta poco evolucionado y su memoria escasa y más que frágil. Si no fuera así, no caería una y otra vez en piedras semejantes, esas que taponan el curso de la historia para que el hombre se desvíe y sea empujado hacia el precipicio. Pero de vez en cuando surgen algunos seres especialmente intuitivos que cogen la pluma, escarban en el presente, miran alrededor con lucidez y sacan conclusiones que llevan al papel. El bielorruso Moyshe Kulbak (1896-1937) fue uno de ellos, y ser así le costó la vida. Dos años después de publicada su novela (traducida ahora directamente del yiddish por Rhoda Henelde y Jacob Abecasís con el título de ‘Los zelmenianos’), Stalin lo declaró traidor a la patria y fue eje-

Retrato de Moyshe Kulbak por Anatoly Nalivaev. cutado. Tenía 41 años, estaba alcanzando la cima de una prometedora carrera literaria y acababa de estrenar una obra de teatro que no encajaba en las directrices del realismo socialista. Y, sobre todo, había escrito una novela que podía pa-

recer lo que no era, o que era distinta de lo que parecía: en torno a un patio, que adquiere en la obra dimensiones históricas y simbólicas casi míticas, cuatro generaciones de judíos, todos ellos artesanos (sastres, curtidores, relojeros) deben enfrentarse a una

dones de zapatos, cinturones, mangueras, colas de gato, cables y otras figuras a margen de página, que son las encargadas de hilvanar el recorrido. Basado en la estructura recurrente que tan bien se adapta a las necesidades fictivas de los más pequeños, este álbum sutil y juguetón plantea una narración bien construida pedagógica y literariamente, que cierra el relato con una historia secundaria: esa que invita al lector a atar todos los cabos (alargados y no) que se han ido desparramando por el jardín y las páginas.

lucha obligada entre sus tradiciones y las imposiciones del bolchevismo, al mismo tiempo que al eterno choque entre generaciones. Los ancianos se apegan al pasado, los jóvenes cantan las bondades de la revolución, y en medio de ellos se desliza, agazapado, el fantasma de la realidad con sus dos caras: la realreal y la real subyacente o, lo que es lo mismo, lo que ya entonces Kulbak presentía que podía traer la extirpación total de todo un mundo. Lo extraordinario de la novela, sin embargo, procede de la escritura, de cómo se enfrenta literariamente a estos conflictos Kulbak: con un encanto poco frecuente y una estructura fragmentada no menos frecuente entonces, aborda en total libertad y con enorme gracia que los distancia de sus dramas, los acontecimientos familiares que llevarán a los zelmenianos a su final. La libertad de Kulbak se asienta en una mirada poética y muy personal sobre sus personajes, excéntricos, malhumorados, chismosos, patéticos, ignorantes o disparatadamente irreflexivos, pero siempre tiernos; y también sobre el patio que los cobija, un personaje más de la novela con su propia vida interna, que aloja su destino –«En esa noche de estrellas muy altas, el patio se había acurrucado en los negros tejados», dirá el narrador casi al final–. El patio es el lugar de encuentro, de comunión y de venganzas, de amoríos, fobias y filias de los zelmenianos, y bombea la sangre que los alimenta y los hace vivir, y su destrucción, por tanto, lleva aparejada no solo la de sus habitantes, sino todo un modelo de vida, de relacionarse, de concebir el mundo, de trabajar, de morir. Una familia con su propio olor –«el penetrante olor a heno típicamente zelmeniano»– y que tiene entre sus

EL SEÑOR SERPIENTE Armin Greder. Editorial A buen paso. 44 páginas. 14 euros. Edad recomendada: de 2 a 5 años.

LOS ZELMENIANOS Moyshe Kulbak. Traducción y prólogo de Rhoda Henelde y Jacob Abecasís. Ed. Xordica, 2016. 400 páginas. 23,95 euros.

Lo extraordinario de la novela procede de la escritura, de cómo se enfrenta literariamente a esos conflictos

miembros de la nueva generación a un joven como Tsalke, que se suicida un día sí y otro también, o a Tonke, que tiene un bebé sin padre, o a Sonie, que busca un lugar donde desmayarse, nuevos tipos zelmenianos «sin barbas, sin circuncisión, sin ablaciones de manos previas a la comida», acuciados por el nuevo orden –«¡conviértete en obrero de una vez!»– y la imparable máquina de ideologización, cuya terrible verdad ya se intuye entre sus páginas. Este libro se lee con una sonrisa permanente porque construye con sabiduría un doble ámbito en el que alojar al hombre: el personal y el histórico, y ambos son reflejados sin aspavientos ni solemnidad; y quizá esto era más de lo que podía soportar una maquinaria que se tomaba tan en serio a sí misma como que acabó causando la muerte de veinte millones de personas.


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DEL CIPRÉS

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o es nada infrecuente que se deslicen en nuestras intervenciones algunas palabras con significados o matices significativos que no les corresponden o no les son propios. A este tipo de errores léxicos se los conoce como imprecisiones o impropiedades léxicas. Los porqués apuntan, por un lado, al desconocimiento del significado exacto de la palabra en cuestión (algo que muy fácilmente podría subsanarse consultando un diccionario); por otro, a una tendencia pretendidamente cultista a estirar las palabras, a inflar necesariamente el discurso con términos más rimbombantes, ostentosos o llamativos; y, por último, a la semejanza formal, fónica o etimológica entre palabras. Esta semana me ocuparé de los vocablos ‘grande’ y ‘grandioso’, concretamente de cómo el segundo parece invadir espacios reservados por su significado al primero. El adjetivo ‘grande’ se aplica a algo o a alguien de tamaño superior al que se considera normal o regular dentro de una comunidad de habla en un momento determinado (una mesa grande, una habitación grande, un coche grande, un piso grande). Con esta acepción se opone a ‘pequeño’ y no presenta problemas de uso. También se aplica a algo especialmente intenso o importante (un esfuerzo grande, una dificultad grande) o a alguien importante excelente o muy bueno. Con este matiz significativo se usa generalmente antepuesto al nombre: decimos que algo nos ha supuesto un gran esfuerzo, que sacar adelante algo ha supuesto una gran dificultad, que Fulano es una gran persona y un gran amigo, que tenemos unos grandes deseos de ver a alguien, que Morante de la Puebla es un gran torero, que Jorge Guillén fue un gran poeta o que ‘Ana Karenina’ es una gran novela. Como puede verse a través de los ejemplos, se usa la forma apocopada ‘gran’ delante de un sustantivo masculino singular.

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

LO GRANDE NO SIEMPRE ES GRANDIOSO El adjetivo ‘grandioso’ se aplica a las cosas de grandes dimensiones que impresionan por su belleza, por su significado, por su contenido, etcétera. Podemos decir, sin temor a que nos tachen de exagerados, que la basílica de San Pedro en el Vaticano (la iglesia más grande de la Cristiandad, según tengo entendido porque no se permite la edificación de templos mayores) es grandiosa, no solo porque su tamaño es capaz de dejar boquiabierto a cualquiera sino porque impresiona la cantidad de obras artísticas que atesora, con independencia de que a alguien no le guste o no le diga nada la ‘grandiosidad’ del edificio. Hasta aquí, creo que todos los hablantes de español nos entendemos. Cuesta un poco más entender, sobre todo si se persigue la precisión léxica, que los hablantes apliquen sistemática-

mente el adjetivo ‘grandioso’ a todo lo que les impresiona (por la razón que sea), les gusta, les encanta o les llega muy adentro. Que un hablante diga, por ejemplo, que una casa-museo de cualquier pueblo o ciudad es grandiosa solo porque le ha gustado muchísimo, porque no ha visto otra cosa igual o porque le ha llegado al alma, además de ser una exageración es una impropiedad léxica. No lo es, sin embargo, decir que el Museo del Prado es grandioso porque, además de ser capaz de impresionar por las obras que se exponen en él (y por las que atesora y no están expuestas), es de grandes dimensiones. Si ustedes consultan el ‘Diccionario de la lengua española’ de la RAE (23.ª edición, 2014), comprobarán que la definición que ofrece de la palabra ‘grandioso, -sa’ es «sobresaliente, magnífico», exactamente la misma que aparecía en la edición anterior (2001), que, en mi opinión, resulta inadecuada porque no es propiamente una definición sino que se limita a ofrecer dos equivalentes o sinónimos. Bastante más precisa es la que ofrece el ‘Gran diccionario de uso del español actual’ (ed. SGEL, 2002), basado en un corpus: «1. Se aplica a las cosas de grandes dimensiones, que impresionan por su belleza, significado, contenido, etcétera; 2. (figurado) Se aplica a lo que destaca por su excepcional calidad o importancia». O el ‘Diccionario de uso del español’ de María Moliner («Se aplica a las cosas de grandes dimensiones que causan mucha impresión por su belleza o su significado»), que lo propone como equivalente de ‘imponente’ o ‘impresionante’. O el ‘Diccionario del español actual’ (1999), de M. Seco, O. Andrés y G. Ramos: «Cosa que causa admiración por su magnitud e importancia». Juzguen ustedes, a partir de estas definiciones, si no hay demasiados hablantes que aplican el adjetivo ‘grandioso’ a lo que sencillamente es ‘grande’. Van en busca de un estilo más elegante y lo traen cargado de afectación.

LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID

OLETVM VALLADOLID

HYDRIA SALAMANCA

MARGEN VALLADOLID

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Falcó. Arturo Pérez Reverte (Alfaguara)

Lo último que verán tus ... I. S. Sebastián (Plaza & Janés)

Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)

El laberinto de los espíritus Ruiz Zafón (Planeta)

Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)

El laberinto de los espíritus. Ruiz Zafón (Planeta)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

Harry Potter y el legado... J. K. Rowling (Salamandra)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

El Paseo de los domingos. Martínez (Fuente de la Fama)

El laberinto de los espíritus Ruiz Zafón (Planeta)

Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)

Los herederos de la tierra. Ildefonso Falcones (Grijalbo)

Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)

Falcó. Arturo Pérez Reverte (Alfaguara)

El Paseo de los domingos. Martínez (Fuente de la Fama)

La hija de Cayetana. Carmen Posada (Espasa)

Patria. F. Aramburu (Tusquets)

La montaña de coral. N. Cactus y T. D’Incalci (Fragatina)

La reina roja. Victoria Aveyard (Oceano Travesia)

NO FICCIÓN

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Los secretos que jamas te... Alberto Espinosa (Grijalbo)

Lluvia de fango. Maite Pagazaurtundua (Confluencias)

El libro de la madera. Lars Mytting (Alfaguara)

La historia más grande... L.M. Krauss (Pasado y presente)

La magia del orden. Marie Kondo (Aguilar)

Años salvajes. William Finnegan (Asteroide)

De la ligereza. Gilles Lipovetsky (Anagrama)

Born to run. Bruce Springsteen (Random House)

Ser feliz no es caro. Miguel Ángel Revilla (Espasa)

La selección natural. Charles Darwin (Nórdica)

Velázquez desaparecido. Laura Cumming (Taurus)

Historia del cine. Román Gubern (Anagrama)

Las uvas de la ira. Hector Castiñeira (Plaza & Janés)

Sabores de siempre. Karlos Arguiñano (Planeta)

Homo Deus. Yuval Noah Harari (Debate)

Lecciones de vida por Catsass. C. Combacau (Planeta)

La inteligencia del éxito. Anxo Pérezi (Alienta)

Instrumental. James Rhodes (Blackie Books)

El espacio DK (Infantil)

Mi dieta cojea. Aitor Sánchez García (Paidos)

SANDOVAL VALLADOLID

LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA

SEMURET ZAMORA

PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA

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Me Llamo Lucy Barton. Strout (Duomo)

Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)

El laberinto de los espíritus Ruiz Zafón (Planeta)

Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)

La vida del pastor. Rebanks (Debate)

Falcó. Arturo Pérez Reverte (Alfaguara)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

El laberinto de los espíritus Ruiz Zafón (Planeta)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

Patria. F. Aramburu (Tusquets)

Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

El Paseo de los domingos. Martínez (Fuente de la Fama)

Tú no eres como... A. Schrobsdorff (Errata Naturae)

Falcó. Arturo Pérez Reverte (Alfaguara)

El asesinato de Sócrates Marcos Chicot (Planeta)

Cuchillo de Palo. Pérez Gellida (Suma)

El laberinto de los espíritus. Ruiz Zafón (Planeta)

La corte de los engaños. Jambrina (Espasa)

Falcó. Arturo Pérez Reverte (Alfaguara)

NO FICCIÓN

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Estudios del Malestar. Pardo (Anagrama)

Ascensiones en la montaña palentina. Villegas (Pindia)

Tratado de filosofóa zoom. J. Antonio Marina (Ariel)

El universo en tus manos. Galfard (Blackie Books)

Homo Deus. Noah Harari (Debate)

Guía del cielo 2017. E. Velasco (Procivel)

Las uvas de la ira. Hector Castiñeira (Plaza & Janés)

SPQR. Mary Beard (Crítica)

Refugiados Sami Naïr (Crítica)

Ellas mismas. Ángeles Caso (Libros de la letra azul)

SPQR. Mary Beard (Crítica)

¡De rodillas Monzón!. El Gran Wyoming (Planeta)

La España vacía. Del Molino (Turner)

New York, New York. Javier Reverte (Plaza & Janés)

Homo Deus. Y. Noah Harare (Planeta)

La invención de la naturaleza. Wulf (Taurus)

Atlas Global. Fumey (Cátedra)

El universo en tu mano. Galfard (Blackie Books)

La España vacía. Del Molino (Turner)

En el punto de mira. Baltasar Garzón (Planeta)


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Sábado 3.12.16 EL NORTE DE CASTILLA

Patricia Highsmith, en su primera visita a España, en el Festival de San Sebastián de 1983, junto al editor Jorge Herralde y Marianne Fritsch. :: ANAGRAMA

ORTIGAS A MANOS LLENAS SARA MESA

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l 1 de septiembre de 2012 recibí una inesperada llamada de teléfono. «¿Le puedo pasar con Jorge Herralde?», preguntó una voz femenina. Yo me quedé paralizada. ¿Jorge Herralde? ¿Era eso una broma? ¿Cuál de mis amigas sabía que yo estaba mandando mi novela a todas las editoriales posibles? ¿Cuál de ellas, además, sabía que mi mayor ilusión estaba en obtener una respuesta de Anagrama? Pero no, a pesar de las apariencias, la vida no siempre es una broma. Herralde, el mismísimo Herralde, estaba al otro lado de la línea, con su voz pausada, juguetona, entrecortada, su voz que me decía que había recibido el manuscrito de ‘Cuatro por cuatro’, que lo había leído con interés, y que sí, que quería publicarlo. Recuerdo con nitidez mi sorpresa, la sensación de felicidad y a la vez de desconcierto, cómo conseguí apenas balbucir un tenue agradecimiento –temí que mi respuesta pareciese fría–, cómo al fin, en un arranque de espontaneidad, le pregunté si de verdad me estaba hablando en serio. Y tan en serio. Al día siguiente tenía el contrato en mi casa, en un par de semanas estaba corrigiendo las pruebas, tan sólo un mes después pude ver la cubierta... Me di cuenta de que así es como funciona un mito: con seguridad y determinación, sin titubeos. Desde entonces he mantenido una estrecha relación como autora con Herralde, varios encuentros realmente divertidos –y decisivos–, multitud de conversaciones telefónicas, un constante intercambio de correos electrónicos. Muy al revés de lo que uno podría esperar en un editor tan solicitado, Herralde siempre saca tiempo para sus autores. Él mismo se

Jorge Herralde encarga de enviar las reseñas que se hacen sobre los libros, adjunta notitas con su ya legendaria letra diminuta en las novedades que regala, se encarga personalmente de la promoción en ruedas de prensa y presentaciones. Sus observaciones, siempre pertinentes, siempre incisivas, sirven a veces de estímulo, otras de espuela ante la parálisis y el miedo, a menudo resuelven dudas, otras, en cambio, las generan sabiamente. Los méritos de Herralde son más que conocidos: basta con repasar nuestra formación lectora, la de varias generaciones en España que han devorado títulos y títulos de la colección Panorama de Na-

rrativas (‘los amarillitos’), Letras Hispánicas (‘los grises’), Argumentos (‘los negros’), los maravillosos Compactos (‘los de colores’), un conjunto de más de 3.000 títulos que desde 1969 han formado un catálogo imprescindible de clásicos y apuestas que a su vez terminarían convirtiéndose en clásicos. Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural, Premio Leyenda del Gremio de Libreros de Madrid, reciente Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes… los reconocimientos se acumulan en su carrera. Pero aquí quiero hablar, además, de su arrolladora personalidad, del convencimiento con el que actúa cuando quiere publicar

algún libro –por desconocido que sea su autor, por raro que sea el libro–, del acicate continuo que supone y los ánimos que regala. No creo haber tenido nunca a una persona que me haya alentado más a escribir, que me haya hecho creer más en lo que hago –en mi constante duda e incluso en los momentos más bajos, o bajísimos– que Jorge Herralde. Socarrón e ingenioso, sibarita y bienhumorado, de una ironía implacable y elegante, una de las cualidades que más me ha sorprendido siempre de él es su insaciable curiosidad por todo lo que le rodea. De sus autores quiere saberlo todo: lo que leen, lo que piensan, lo excepcional y lo cotidiano, cómo es su vida, cómo les gustaría que fuese. En cualquier conversación en la que esté presente aguza el oído, se mantiene alerta, quiere llegar donde los demás no llegan. Al contrario que muchos que alcanzan el reconocimiento en un ámbito del que no salen porque creen que ya no pueden aprender nada, Herralde siempre lanza sus anzuelos, tensa sus antenas, está a la caza y captura de talento. Podrá equivocarse o no,

Él mismo se encarga de enviar las reseñas y adjunta notitas con su ya legendaria letra diminuta Herralde siempre lanza sus anzuelos, tensa sus antenas, está a la caza y captura de talento

pero nadie podrá jamás reprocharle que trabaje por inercia, o que después de tantísimos años al frente de su editorial haya aflojado la exigencia. Como es sabido, a partir del próximo 2 de enero Anagrama pasará a manos de la editorial italiana Feltrinelli y Herralde dejará el testigo editor a la incombustible Silvia Sesé, que lleva desde hace casi dos años trabajando mano a mano con él. No obstante, el que ha sido calificado como ‘el último mohicano independiente en un mundo editorial hiperconcentrado’, mantendrá su colaboración activa como editor experto, tal como él mismo ha explicado a los medios. Por mi parte, convencida de que homenajes no le faltarán, quiero darle desde aquí mi particular y más profundo agradecimiento por haberme hecho formar parte, con mi pequeñita porción, de esa gran aventura que es Anagrama. Casi como aquel primer día de septiembre hace ya cuatro años, siento temblor y orgullo de poder tener cerca a un gigante de la cultura como ha sido, y es, Jorge Herralde. Así que va por ti, Jorge. Porque, después de todo, era cierto que no era una broma.


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LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 3.12.16 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinadora: Angélica Tanarro

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na de las primeras películas de Abbas Kiarostami, ‘Y la vida sigue’, narra el viaje de un director de cine por el Irán herido por el terremoto de 1990. Se trata de una transposición de la verdadera historia del cineasta, que regresa a esa región preocupado por las gentes con las que rodó su película anterior. En una de las escenas el director y su hijo se encuentran con uno de los actores. Se ofrecen a llevarle en su coche y durante el viaje, el niño le pregunta por qué en la película aparece con una joroba. «Esa joroba me la pusieron los del cine, le contesta el hombre. Me dijeron que tenía que parecer más viejo y yo hice lo que me dijeron. Pero no sé qué arte es ese que hace que la gente parezca más vieja. Arte son las cosas bellas y alegres que emocionan. Arte es rejuvenecer a las personas no convertirlas en vejestorios». El ingenuo reproche contiene toda una declaración acerca del sentido del arte: la búsqueda de la belleza y el consuelo. Algo más necesario que nunca en un mundo donde han muerto centenares de personas y apenas quedan casas en pie. Si el arte no nos ayuda a vivir con sus canciones, sus imágenes y sus palabras en momentos así ¿para qué lo querríamos? Kiarostami nos muestra con su película cómo aun en medio de las ruinas, el luto y la desolación, la vida siempre encuentra la manera de seguir adelante. La vida como revelación de lo humano, eso es el cine para él. Varias de las películas de Kiarostami están protagonizadas por gentes del cine que se desplazan a un lugar para rodar. Ese rodaje, y las dificultades que deben vencer, aparece en películas como ‘Y la vida sigue’, ‘A través de los olivos’ o ‘El viento nos llevará’. El cine para él es el aprendizaje de la mirada. Tal vez por eso, uno de sus recursos más queridos es la repetición, que en películas como ‘El viento nos llevará’ adquiere una dimensión casi delirante. En efecto, el protagonista, que se ha desplazado a ese lugar con su equipo para rodar la película, recibe llamadas desde Teherán y debe coger a toda prisa su coche y ascender a la colina donde hay cobertura para hablar con sus productores. Y esto lo vemos

:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL

La ventana y la lámpara una y otra vez, como si en el cine aún no se hubiera inventado el recurso de la elipsis. El resultado es la repetición de la misma carrera hasta el coche, con el teléfono en la mano, del mismo recorrido por los caminos polvorientos hasta llegar a la colina para escuchar, una vez arriba, la misma conversación. Pero ¿acaso vemos exactamente lo mismo? En ‘Copia certificada’ el escritor inglés le dice a la mujer que le acompaña que se fije en los cipreses que hay en la carre-

tera, por que nunca verá dos iguales. ¿Por qué elegir un solo ciprés, en vez de quedarnos con todos? Las imágenes del cine no son para ser usadas, sino para recibirlas. El cine, como dijo Pasolini, es el lenguaje de la realidad. Hay una escena en ‘El viento nos llevará’ en que un médico que recorre los pueblos visitando enfermos, recoge al protagonista y lo lleva con él en su motocicleta. Mientras cruzan los campos, le cuenta que lo mejor de su oficio es ese ir por los caminos

contemplando el mundo. «La muerte es lo peor», le dice. «Cuando cierras los ojos a este mundo, a su belleza, a las maravillas de la naturaleza y a la generosidad de Dios significa que nunca volverás». El cine de Kiarostami tiene la misma raíz contemplativa. «Mira y di lo que ves: no añadas nada / de poesía a tu mirar». Estos versos del poeta Francisco Pino podrían resumir el universo poético del director iraní. Su cine es el arte de la hospitalidad. Filma el interior de las casas, la vida

de las gentes, los paisajes y los animales que los habitan. Sus imágenes hablan de esos lugares donde lo humano siempre está presente, y de la mirada que se detiene a mirarlos. Una mirada íntima para la que, al contrario de lo que le sucede al hombre occidental, cosmopolita y urbano, aún existe una relación entre el lenguaje, el pensamiento y el mundo, como queda patente en ‘A través de los olivos’ donde será la magia de un campo de olivos agitados por el viento, el que termine por reunir al obstinado protagonista con la joven que le rechaza; o en ‘El sabor de las cerezas’, donde un campesino que se va a suicidar colgándo-se de un árbol, descubre que sus ramas están llenas de cerezas y distraído empieza a comerlas, lo que le hace abandonar la idea del suicidio. En su película ‘El viento nos llevará’ está su escena más hermosa. El protagonista va a comprar leche y baja a una bodega muy oscura donde una muchacha de lo que no verá su rostro, ni sabrá su nombre ordeña una vaca. Una muchacha que está en ese umbral misterioso que separa el mundo real del mundo del ensueño. Mientras ella ordeña a la vaca, de la que sólo vemos las ubres, el director le recita un poema: «Si vienes a mi casa, tú que eres amable, tráeme una lámpara y una ventana por la que pueda ver a la gente en la alegre calle». Una ventana y una lámpara, eso es el cine para Kiarostami. Una ventana para ver el mundo, y una lámpara que es el símbolo de nuestros ensueños. «Soñar, es quizá lo más necesario que existe, más necesario incluso que ver. Si un día me dijeran: Estás obligado a elegir entre soñar y ver, yo elegiría sin duda soñar. Creo que con la imaginación y el sueño se soporta mejor la ceguera. Sin sueños, la vida no sería fácil». Las películas de Kiarostami apenas tienen argumento, y sus modestas anécdotas se confunden con los hechos ordinarios de la vida: un día de clase en una escuela infantil, una muchacha que tiene que hacer de actriz y que se niega a repetir lo que le dicen, un niño que busca la casa de su amigo para entregarle el cuaderno que se ha olvidado en la escuela, un director de cine que visita los lugares donde ha tenido lugar un terrible terremoto pa-

DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO

Una ventana para ver el mundo y una lámpara que es el símbolo de nuestros ensueños, eso es el cine para Kiarostami Porque mirar no es percibir pasivamente las cosas, sino adentrarse en ellas, sorprender su vida escondida

ra ver lo que ha pasado con sus conocidos. Historias de la gente que Kiarostami filma con un estilo alejado de toda retórica, con largos planos secuencia que recuerdan la estética de los documentales. Tampoco sus actores son profesionales. Suele elegirlos en los lugares en los que rueda, como queriendo ser lo más fiel posible a esa realidad que quiere reflejar. La reivindicación de los sueños no es obra de un visionario que antepone el mundo de la fantasía y el delirio al mundo real, sino del que sólo aspira a captar con su cámara la presencia del mundo. Como si hablar de presencia fuera hablar de pensamiento, hablar de alguien mirando. Porque mirar no es percibir pasivamente las cosas, sino adentrarse en ellas, sorprender su vida escondida. Lo que es lo mismo que decir que sólo con la imaginación podemos ver de verdad el mundo. Espacios para albergar el ensueño, eso son las películas de Abbas Kiarostami. El cine se ha creado, nos dice, para proteger al soñador.


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