Gracias a Violeta

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SOMBRA CIPRES LA

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NÚMERO 262 Sábado, 18.03.17

Gracias a Violeta En el centenario de su natalicio, el legado creativo de la cantautora chilena reivindica su condición de poeta [P2 A 5]

Violeta Parra en una actuación en L’Escale de París (1953). :: FUNDACIÓN VIOLETA PARRA


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Sábado 18.03.17 EL NORTE DE CASTILLA

Poeta a porfía El canto de Violeta Parra fue de disidencia, obstinación, y quebranto, un canto que exige un lugar de pleno derecho en la poesía universal ROCÍO RODRÍGUEZ FERRER

Profesora. Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Investigadora del Proyecto Cantes de la Universidad de Salamanca

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ue la partida de Violeta Parra enlutó la poesía ya nos lo dijo Joaquín Sabina en su ‘Violetas para Violeta’. Por eso, en este año del centenario del natalicio de la chilena más universal (en opinión de José María Arguedas), creo que conviene celebrar, ante todo, a la poeta. Porque a los amantes de la poesía nos complace reconocer su condición de ‘poeta al cuadrado’: su poesía es palabra y es música. No pretendo entrar a la discusión tan nobelística de si la canción de autor califica como literatura. Ese cuestionamiento lo zanjo tras constatar, ante la obra de Violeta Parra, una experiencia ineludible de lo poético bueno: la impermutabilidad del lenguaje. Ni la música ni la letra de sus composiciones reclaman alteración alguna. Doblemente poeta, pues, todo en ella parece ser dual. La misma Violeta Parra que canta dándole gracias a la vida es la que maldice del alto cielo. Y aunque conmueve no sorprende, entonces, que este mismo 2017 de conmemoración de sus 100 años sea el que nos recuerde los 50 de su muerte. Ni extraña pero sí sacude que en este, el año en que se la homenajea con alegría, debamos despedir a su hijo Ángel Parra, también cantautor, fallecido el pasado 11 de marzo. Mujer que estremece en sus claroscuros es nuestra Violeta Parra. Y no es casual aquí la elección de términos que remiten a la percepción sensorial. Porque si hay algo imprescindible para la literatura que la poesía de V. Parra cobija a raudales es un pathos, una pa-

sión, un afecto vehemente del ánimo que la lleva a convertir en sangre todo lo que trasvasija en palabras, en ritmos, en acordes. Por ello la identificamos como madre respetada de un canto tan tenaz como testarudamente tardío fue su reconocimiento como poeta por parte del mundo académico. Violeta Parra sentó cátedra sobre el canto a porfía: fue el suyo un canto de disidencia y de obstinación, de reclamo y quebranto, un canto que hizo retumbar lo silenciado. Con versos no acomodaticios, inquietantes, hizo de la poesía cantada un arte acechante y hasta impertinente. De la palabra imprecatoria y embravecida, ni complaciente ni tranquilizadora, nos dio lecciones la Viola chilensis. Con ella aprendimos que se canta y se ama a porfía. Con Violeta «se llora a lágrima ardiente», como en ‘Rodríguez y Recabarren’ (también conocida como ‘Un río de sangre’), donde deja constancia de renombradas víctimas del odio, entre ellas el poeta granadino con el que comparte cierto aire de familia en su rescate de formas poético-musicales tradicionales y folclóricas: «Así el mundo quedó en duelo / y está llorando a porfía /por Federico García /con un doliente pañuelo./No pueden hallar consuelo/las almas con tal hazaña,/¡qué luto para la España,/qué vergüenza en el planeta!/De haber matado un poeta/nacido de sus entrañas.» Porque la asistía un quebranto Violeta Parra maldijo también a porfía. Y esa porfía marcó su aventura creativa, como la de tantos otros cantautores que para exorcizar la pesadumbre hicieron del canto chileno una historia de música, poesía y política, como bien ha precisado Ángel Parra. La explicación tal vez se halle en lo que Ortega y Gasset habría hecho notar en 1928, de visita en Chile: «Tiene este Chile florido algo de Sísifo, ya que como él, parece condenado a que se le

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Violeta con su hija Carmen Luisa en una fonda en Ginebra (1963). A la derecha, con su madre en 1959.


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CARLOS AGANZO

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El corazón chileno de París

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l sábado pasado murió en París Ángel Parra. Figura emblemática de la Nueva Canción Chilena, era uno de esos parisinos de América que encarnaba en su figura el compromiso perenne de Europa con las libertades y los derechos humanos al otro lado del Atlántico. Cuando tenía 17 años, Ángel había recorrido buena parte del Viejo Continente viajando con su madre, Violeta Parra, y con su hermana Isabel. Formaron entonces la Peña de los Parra y se afincaron por un tiempo en la ciudad de la luz. A Ángel Parra aquella primera experiencia parisina, a comienzos de los sesenta, no se le olvidó jamás. Cuando salió del campo de prisioneros de Chacabuco, donde había sido confinado tras el golpe de estado contra Salvador Allende, en 1973, se exilió primero en México, y enseguida en Francia. Volvería a Chile en 1989, pero su casa ya iba a estar para siempre en París. También en la vida de su madre París supuso siempre una maravillosa referencia. Fue en París donde Violeta Parra grabó, en 1956, sus primeros LP. Y allí se instaló más tarde, entre 1961 y 1965, para vivir con un pie en la capital francesa y otro en Ginebra, cerca de Gilbert Favre, en una etapa en la que la cantante chilena pasó sin duda algunos de los momentos más intensos y dulces de su vida; sin poder evitar tormentas memorables. Había conocido a Favre en Chile, en 1960, cuando el músico y profesor suizo trabajaba en aquel país como asistente del antropólogo Jean-Christian Spahni. Y además de disfrutar de su amor con él, en París gozó también de una de las etapas más creativas de su existencia. Sus recitales en el Barrio Latino o en el Teatro de las Naciones de la Unesco eran una au-

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:: FUNDACIÓN VIOLETA PARRA

venga abajo cien veces, lo que con su esfuerzo, cien veces elevó». Quizás en ese historial de desastres está la razón de la «guitarra indócil» de Violeta Parra, en el decir de Patricio Manns, uno de los más poéticos cantautores chilenos y que rindió honores a nuestra poeta musicalizando un fragmento de sus Décimas autobiográficas en ‘La exiliada del sur’. En su ensayo re-

téntica referencia para los chilenos y para todos los iberoamericanos que buscaban en Europa la libertad que se les negaba en sus países de origen. Y además de en la música, Violeta Parra comenzó a volcar su genio en la pintura, en la escultura... y sobre todo en sus célebres arpilleras. Tan célebres que le permitieron exponer en el Museo del Louvre, o protagonizar en la televisión suiza el documental ‘Violeta Parra, bordadora chilena’. Lejos de la patria, su reivindicación del folclore y de la riqueza cultural chilena cobraba una dimensión internacional que sólo le podía proporcionar una ciudad como París, entonces verdadero corazón cultural de Europa. Allí grabó, en 1965, su célebre ‘Recordando a Chile’, también conocido como ‘Una chilena en París’. Más tarde, sus ‘Canciones reencontradas en París’ se convertirían en un clásico con innumerables ediciones. También de esta época son algunos de sus textos más combativos, como aquel dedicado al fusilamiento en España del comunista Julián Grimau, en 1963: «Qué dirá el Santo Padre, / que vive en Roma, / que le están degollando / a sus palomas». Tras la fecunda experiencia parisina, Violeta Parra regresó a Chile con mucha ilusión por desarrollar su gran proyecto de la carpa del Centro de Cultura Folclórica. Eran los tiempos de gobierno del democristiano Eduardo Frei –padre del otro Eduardo Frei, que fue presidente de Chile a finales de los noventa–, y lo cierto es que sus compatriotas, más ocupados con otras confrontacio-

Arpillera dedicada al poeta Thiago de Mello (1960), que exhibió el Louvre y que en la actualidad se muestra en el Museo Violeta Parra, en Santiago. nes, no acogieron la propuesta con excesivo entusiasmo. Y eso a pesar de que más tarde su trabajo con los boleros y los corridos, las cuecas, las rancheras, los cantos a lo divino, las tonadas, las canciones nortinas o el lamento mapuche llevaría a que su país declarara la fecha de su natalicio, el 4 de octubre, como día oficial de la música y de los músicos chilenos. De hecho, con sus más de 3.000 canciones, el libro de Violeta Parra ‘Cantos folclóricos chilenos’ sigue siendo la más

pura referencia en su género. Al desinflamiento de su proyecto se sumaba el propio desinflamiento personal de la cantante. De vuelta a América, ella y Gilbert Favre habían viajado a Bolivia para tocar juntos. Allí el suizo, que además de antropólogo y musicólogo –y amante del jazz–, era un notable intérprete de quena y clarinete, conoció al guitarrista Alfredo Domínguez y al charanguista Ernesto Cavour, y se asoció con ellos para formar el grupo Los Jairas. Tuvo tanto é éxito que se quedó a vivir en e país andino y, cuando Vioel l Parra regresó para buscarleta l él se había casado con otra le, s que ella lo supiera. ‘Run run sin s fue p’al norte’, escribió la se c chilena como preludio de ese g gran desengaño amoroso que

cién reeditado sobre Violeta Parra, Manns contempla «Nuestro país con sus inesperados sobresaltos, su gran tragedia cotidiana, sus muertos de todos los días, sus desnudos, sus doloridos, sus sollozantes, sus temerosos, sus insondables». Sería esa vida desde la carencia y el sufrimiento ancestral la que signaría una particular experiencia creativa: «Nos defendemos con el

precipitaría el final de su vida. Cierto es que la relación entre Violeta y Gilbert nunca fue perfecta. Ese «corazón maldito sin miramiento» que la cantante denunciaba en sus tiempos bohemios de París no dejó de darle «tormento» hasta el final de sus días. Sobre el sonido melancólico del ‘valse-musette’, que tiene toda la nostalgia del acordeón parisino y toda la fuerza vibrante de la voz de Chile, el sonido del disparo del revólver junto a la cabeza de Violeta Parra dio fin estrepitosamente a un sueño. Un sueño que, sólo un año antes de apagarse, había dado a luz para el mundo uno de los himnos más cantados y celebrados de todos los tiempos: ‘Gracias a la vida’. En la memoria al menos, siempre quedará París.

verso cuando la naturaleza o el hombre disparan piedra y hueso», continúa reflexionando Manns. Matizable o no lo anterior, lo cierto es que, en Parra, la defensa del verso nacería de un Chile que limita «Al centro de la injusticia», que ve en el canto un modo de combatir y resistir la miseria: «Pa’ no sentir la aguja de este dolor/en la noche estre-

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llada dejo mi voz, dejo mi voz». Por ello es que el canto a porfía es también pulsión de vida en su procurar resguardar cierta esperanza. En ‘Cantores que reflexionan’ Violeta Parra describe el fulgor del arte del cantor: «Hoy es su canto un azadón/que le abre surcos al vivir,/a la justicia en su raíz/y a los raudales de su voz./En su divina comprensión/luces brotaban del cantor». En un claro gesto metaliterario, ofrece además un notable ejemplo de imaginería poética. En su canto empecinado Violeta Parra no solo dio forma a la sensibilidad colectiva de todo un pueblo que le era contemporáneo. También procuró recoger otras voces más alejadas pero parte de un mismo tronco, como el de aquel mítico ‘Árbol de la vida’ que bordó en una de sus más populares arpilleras. Así, en su característica itinerancia («como nací pat’e perro», dirá en las Décimas), recorrió el territorio chileno en busca de cantores populares. Al parecer gracias a sus viajes en tren (o por medio de su hermano Nicanor) habría conocido, ade-

En la Carpa de La Reina. :: FUNDACIÓN VIOLETA PARRA

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Casa donde, según la municipalidad de San Carlos, nació Violeta Parra. (Monumento Histórico de Chile desde 1992). Debajo, la Escuela Normal de Niñas, donde estudió por un tiempo la cantautora.

más, la labor de los ‘puetas’ de la Lira Popular, nuestra así llamada literatura de cordel (todo un ejemplo de aculturación tipográfica en territorios iberoamericanos), que durante la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX había empapelado las calles de las más importantes ciudades chilenas, volviéndolas ruidosas con sus voceos y pregones y los principios performativos del canto a lo poeta (similar, en muchos aspectos, al repentismo cubano o al arte del versolari de Euskadi). Manifestación popular esta última, la del canto a lo poeta, llegada a Chile con los conquistadores y evangelizadores en el siglo XVI, que Violeta Parra conocía y dominaba perfectamente, tanto en su forma a lo humano como a lo divino, por sus investigaciones en terre-

no y por la práctica de su propia madre cantora. Hojas sueltas de la Lira, que hablaban de crímenes, de injusticias, de amores desgraciados y de días alegres habrían sido apropiadas por Violeta, como puede verse a modo de ejemplo en la décima 66 de su autobiografía, en la que refiere la muerte brutal de una mujer y los estragos de la delincuencia asociada al alcoholismo: «Al otro día los diarios/ anuncian con letras gruesas/ que hallaron una Teresa/ muerta por unos barbarios./ ¿Qué sacan del comentario/ si no ha de poner remedio/ al bar, qu’es un cementerio/ legal, como bien se sabe,/ el Código, enfermo grave,/ sordo y mudo a estos misterios?». Como los ‘puetas’ de la Lira, o como Víctor Jara o León Gieco allende Los Andes, Violeta Parra fue también una poeta cronista, una música reportera. Pero no solo en el asunto narrado se reconoce afinidad entre la obra de los puetas populares y la de Violeta Parra: en las xilografías de los pliegos se aprecia una hermandad con las arpilleras de Violeta. No nos extrañemos: «canciones que

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se pintan», dirá sobre ellas la poeta chilena. Triplemente poeta, nos atrevemos a afirmar: en la palabra, en la música, en el arte plástico. En la opción frecuente por la décima encontramos otra explicación a la musicalidad poética de Violeta Parra. La décima espinela, española y culta en su origen, dulce y sonora en el decir de Lope de Vega, se vuelve epítome de la expresión popular en Hispanoamérica. Singular travesía trasatlántica que alcanzará altísima cima en la composición autobiográfica de Parra. Pero no será este su único nexo con la tradición española. Como al mismo Lorca al que lloraba ardientemente, a Parra la impulsó el deseo de «desenterrar el folclor». Las tonadas chilenas, de asumida raigambre hispánica, formaron parte del cancionero de Violeta. Y es más: en sus inicios artísticos, con el

Pete Seeger. :: DIANA DAVIES-AP

nombre de Violeta de Mayo, interpretó desde farrucas hasta pasodobles, llegando incluso a ganar un concurso de canto español celebrado en Chile en 1944. Habría sido su hermano antipoeta, en los años treinta, el origen de su interés por el cancionero español. ¿Sorprende esto? En lo absoluto: en 1937, y dejándose llevar por una suerte de fiebre lorquiana, el veinteañero Nicanor Parra dio a conocer su ópera prima, Cancionero sin nombre, indiscutible deudora del Romancero gitano. Aunque luego abandonó el repertorio de sevillanas y coplas, Violeta Parra siguió vinculada musical y poéticamente a España. En 1963, por ejemplo, incrementó el cancionero de la resistencia antifranquista con su canción ‘Qué dirá el Santo Padre’, inspirada en lo acaecido con el comunista Julián Grimau, al mismo que por entonces también cantaba Chi-

cho Sánchez Ferlosio. Y como buena madre de la Nueva Canción Chilena, sus hijos siguieron similares derroteros. Los Quilapayún, de hecho, se apropiaron, entre otras, de ‘Ay, Carmela’, una de las tantas muestras del cancionero de la Guerra Civil que llegó a Chile de la mano de los refugiados españoles del Winnipeg. Víctor Jara, por su parte, acabaría hermanándose trágicamente a la figura de Miguel Hernández, uno de sus poetas favoritos: en un canto a porfía que emociona aun más cuando se comprueba que mucho tuvo de mortal profecía, se inspiró en el poeta de Orihuela para, en un ejercicio de transposición poético-musical, dar forma a la canción ‘Vientos del pueblo’. Que el mismo día del golpe militar de Pinochet Jara tuviese el compromiso de participar con su canto en la inauguración de una exposición sobre la Guerra Civil española

Víctor Jara. :: EL NORTE

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nota del propio Pete sobre la cantante chilena y su obra, advirtiendo además que la versión procedía de Ángel Parra, hijo de Violeta. Algunos años más tarde recibí el encargo de crear una Bienal Internacional del Sonido que premiara cada dos años las mejores labores discográficas a nivel mundial. Entre las producciones que llegaron de más de 15 países para concursar, nos encontramos con una colección de la Discoteca del Cantar Popular, DICAP, con sede en Chile, que contenía, entre otros muchos discos, uno de Violeta Parra con sus últimas grabaciones. El conjunto de los fonogramas (entre los cuales había grabaciones de Victor Jara, Quilapayún, Inti-Illimani y otros) fue justamente pre-

Como los ‘puetas’ de la Lira, o como Víctor Jara, fue también una poeta cronista, una música reportera

no es más que otra manifestación (estremecedora, sin duda) de los significativos vínculos transoceánicos. Y de cuán afectiva proximidad pueden alcanzar el arte y la vida. Poesía que se hunde en la vida y a la que reconocemos

en el corazón atolondrado: eso es la canción poética de Violeta Parra. Ajena a ampulosidades e incluso ostentosa en una supuesta ignorancia –se confesará desconocedora del pentagrama y admitirá la utilización del silabario para envolver insectos junto a su hermano Tito–, la de Violeta Parra es una poesía convocante más allá de la geografía chilena. Palabra esencial que vehicula un placer estético la de esta ‘cronopia universal’ –en el decir del cantautor Osvaldo ‘Gitano’ Rodríguez–. Admirada por Pablo Neruda, por Gonzalo Rojas, por Raúl Zurita, por Enrique Lihn; insistentemente homenajeada por cantautores chilenos como los actuales Manuel García o Camila Moreno; Violeta Parra, artista ubérrima, popular en sentido inclusivo y no exclusivo, constituye uno de los mejores ejemplos de la fuerza creadora de la palabra. Como afirma la es-

pecialista Paula Miranda, es probablemente en esa palabra capaz de realizar acciones sobre el mundo que radica el mayor valor poético de Violeta Parra: una palabra que así como agradece maldice, pero que también cura, enamora, denuncia y rememora. Una palabra que convoca a la tribu, en todo momento y lugar. ¿O no es eso lo que leemos tras la interpretación que de ‘Puerto Montt está temblando’ hace Silvia Pérez Cruz en su álbum Granada? La propia Violeta Parra lo expresó en canto llano en su epístola en verso ‘Ordeno la despedida, señores y caballeros’: «la esencia de la verdad es lo que vengo diciendo/y ahora le voy cantando con toda la voz que tengo/desde Ginebra a Til Til, de Helsinki a Montevideo/y lo he de seguir cantando mientras alumbre el lucero». Más que poeta al cuadrado o triple: poeta de porfiada ubicuidad.

El grupo chileno Quilapayún en concierto. :: JON BERNÁRDEZ

¿Gracias a la vida? reo que fue hacia los meses finales de 1968 cuando supe de la existencia de Violeta Parra. Me la descubrió Pete Seeger, quien me envió una canción compuesta por ella que quería publicar en la revista ‘Broadside’ o incluso cantar en algún recital. El tema se titulaba ‘Me gustan los estudiantes’. Supongo que la escasa facilidad de Pete para cantar en español le disuadió de usar el texto en sus conciertos, así que no volví a saber de la canción hasta 1970, cuando apareció definitivamente en las páginas de la publicación, que en aquella época tenía como editor a Irwin Silber, con el copyright fechado en 1967 (probablemente Violeta Parra la compuso entre 1964 y 1965) y con una

Dio forma a la sensibilidad colectiva de un pueblo y procuró recoger otras voces más alejadas

JOAQUÍN DÍAZ

miado, pero antes de que tuviésemos tiempo de devolver los cerca de treinta discos que contenía la colección, se produjo el golpe de estado de Pinochet en Chile. De la noche a la mañana me convertí en el afortunado propietario de una de las pocas selecciones existentes en el mundo de aquellas grabaciones, ya que la policía de Pinochet había destruido la sede de DICAP y quemado los masters con todos aquellos registros históricos. En 1974, en uno de mis viajes a Madrid, coincidí con

Gonzalo García Pelayo, productor independiente que estaba preparando un sello nuevo llamado GONG para la compañía Movieplay, con la que yo estaba todavía vinculado. Le entusiasmó saber que poseía aquella colección de discos y me pidió permiso para regrabarlos y poder hacer con ellos una serie. Así sucedió y de ese modo pudieron salir al mercado español muchas de las grabaciones que Pinochet había decidido eliminar «para siempre», entre ellas las últimas canciones de Violeta. De toda aquella operación solo tengo que lamentar que, pese a las promesas reiteradas de que los discos volverían a su propietario y cedente, me quedé sin ellos como me quedé sin abuela. En 1985, cuando Movieplay se había convertido en Fonomusic por muchas razones que todavía son un misterio para mí, abordé la edición de una serie de discos que titulé ‘Romances de allá y de acá’ con temas de España y de

América relacionados con el romance tradicional. Quería contar con especialistas americanos en el romance, género vivo y muy difundido por toda la América hispana, y recibí el apoyo decidido y fraternal de muchos colegas que se prestaron a llevar adelante la idea. La primera persona que me ayudó fue Gabriela Pizarro, folklorista chilena y buena amiga de Violeta Parra con quien llevó a cabo algunos trabajos de campo («de terreno», decían por allá). Gabriela se desplazó a España para la grabación y su viaje y estancia me sirvieron para co-

Me convertí en el afortunado dueño de una de las pocas selecciones existentes de esas grabaciones

nocer mucho mejor la figura de Violeta, recordada vivamente por una amiga fiel que compartió sus trabajos y sus sueños. El último de éstos, sueño interrumpido abruptamente, una carpa en la que vivía y con la que pretendía hacer una labor popular de mostrar artesanías, dar clases y recibir a jóvenes que quisieran conocer mejor su propio patrimonio. En esa carpa había cobijado sus escasas esperanzas que quedaron mermadas cuando su enamorado, el joven suizo Gilbert Favré, la abandonó y se fue para Bolivia. Violeta grabó inmediatamente para la RCA chilena un disco que se editó a fines de 1966 llevando el premonitorio título de ‘Las últimas composiciones’ y el 5 de febrero de 1967 se suicidó de un tiro en la sien. Tal vez después de comprobar que su pequeño mundo, encerrado en una carpa de 20 metros de diámetro, no cabía dentro de ese otro mundo, tan grande y tan loco, que le rodeaba.


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UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO

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eñala Enrique Andrés en su soberbio ensayo ‘La carroña’ (Pre-textos), y cuánta razón lleva, que en la actualidad –el término lo añado por mi parte, dada su resbaladiza y mostrenca presencia en estos tiempos que vuelan a los lomos insensatos de la tecnología– «simplemente la muerte ha sido olvidada». Sólo hay que ver el ocultamiento público, incluso nominal, cada vez más se oye decir «se ha ido» en vez de «se ha muerto». Y sin embargo, no puede obviarse que este ninguneo se produce tras las carnicerías de las dos guerras y las perpetradas por los totalitarismos. ‘La carroña’ –que tiene como trasfondo el dictum machadiano «se canta lo que se pierde», esto es, la poesía como «sentimiento del tiempo», aquella que atiende a lo que se corrompe, no a lo que permanece, a la carne, no al verbo– contempla, examina al detalle tres destinos de salvación, de relatar «lo absoluto e imperecedero». El anti-

guo, de cariz épico desde lo mítico o moral, de fábula, de «narración gloriosa»; el moderno, que acota «caprichosamente» entre Virgilio y Baudelaire, bajo la égida de la zarpa histórica; el cristiano, centrado en la resurrección, la historia de Judas relatada por S.Pedro y el soneto al Cristo de las Claras unamuniano. Los tres inconcebibles desde nuestro presente, mediatizado por la línea negadora LucrecioSpinoza-Nietzsche-Deleuze, el de «los hombres de después», sumido en la inercia técnica, en la pérdida de «una confianza humana en la realidad o en la vida», en la negación total y el desconsuelo. Así las cosas, el autor sólo deja al final, entornada, una puerta de salida: la literatura de verdad. Entre el ser y el existir, incompatibles, entre la carne y su pérdida, el concienzudo ensayo, filosófico en cuanto conceptual, aunque se apuntale en la escritura y el lenguaje, tan denso como provechoso, tan profundo como lúcido, igual de bien fundamen-

Narrador, crítico de arte y, sobre todo, poeta, Enrique Andrés es sin duda un ensayista de primer orden

tado que articulado, principia, desde un fragmento del libro IV de las ‘Geórgicas’, que desmenuza e ilumina a fondo, bajo «la melancolía y la piedad de su mirada», con Platón y Aristóteles. Luego, el camino argumentativo –por el bien y el mal, la culpa y la expiación…– que desemboca en cinco codas, muy peculiares, a modo de notas y del que todo lugar común o cualquier cliché están arrancados de raíz, se jalona de precisas referencias a Anaximandro, Tertuliano, S. Agustín, Hegel, Donoso, Tocqueville, Barthes o

el belén de Salzillo. Y entre incisos y digresiones poéticas, pictóricas o cinematográficas deslumbrantes, la exposición hipotáctica, sembrada de singulares símiles, se apoya en Colli, Borges, J. Amado, Arendt, Ricoeur, Blumenberg, Barth, Strand, Santayana… A veces me sobrepasa y pierdo pie, cuando me parece haber agotado un párrafo, vuelvo al comienzo para intentar dilucidarlo en sus justos términos, esa sensación gozosa que he tenido con los grandes como Ferlosio, al que cita: «el tiempo histórico, esa maldición». Imposible, pues, reflejar siquiera mínimamente la riqueza no ya del volumen en su conjunto, sino de cualquier página. Una lección completa, se lea por donde se lea, ante la que me quito el cráneo. Narrador, crítico de arte y, sobre todo, poeta, Andrés es sin duda un ensayista de primer orden (‘Los hombres difíciles’, ‘La tristeza del mundo’, ‘Santa Lucía y los bueyes’…) que no ha obtenido el reconocimiento ni repercusión que su obra merece.

En relación con la carroña, a quienes formaron parte de los comandos especiales en las espeluznantes y macabras instalaciones de gaseamiento por el plaguicida Zyklon B y cremación de los campos de exterminio (Treblinka, Sobibor, Chełmno, Bełźec) Primo Levi los llamó, por su continuo «acarrear fiambres», como dice Filip Müller en ‘Tres años en las cámaras de gas’ (Confluencias), «los cuervos de la muerte». El título del primer capítulo, ‘Sin retorno’, me ha traído a la memoria ‘Sin destino’ de Imré Kertesz, con quien tuvo que coincidir en Auschwitz, el centro del infierno, «la factoría de la muerte». El testimonio se inicia en el patio de un bloque, un mes después de la llegada de Müller, con el panorama desolador del recuento dominical y sus víctimas correspondientes, esa mañana treinta y cinco, asesinados arbitrariamente, bajo las órdenes de un kapo, «un excriminal profesional; en este microcosmos de mal absoluto su poder era supremo». Lo que confirma


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LOS AÑOS CARROÑEROS La industria de la muerte

LA CARROÑA Enrique Andrés, Pre-textos, 272 pp., 22 €.

TRES AÑOS EN LAS CÁMARAS DE GAS Filip Müller, Confluencias, 332 pp., 19 €.

REFLEXIONES, VII-XI Martin Heidegger, Trotta, 384 pp., 25 €.

:: KIERAN DOHERTY-REUTERS

la impresión de Améry: a mayor capacidad intelectual, menor probabilidad de sobrevivir en los campos. Lo mismo vale para los sensibles o los justos. Y apuntala la certeza de que bajo el imperio de la violencia, da igual en los Gulag o en los lager, los delincuentes dictaban su ley y se hicieron los amos. El desarrollo de la sanguinaria escena es tan vívido y visual que sobresalta. Es sólo un aperitivo de las atrocidades a punta de fusta que nos esperan. Con los escritos concentracionarios se corre el riesgo de la exposición excesiva, como con los horrores bélicos en los telediarios, de que la saturación nos insensibilice. No es mi caso, desde luego. Cada aldabonazo sobre Auschwitz-Birkenau: Liana Millu, Tadeusz Borowski, Eli Wiesel, Seweryna Szmaglewska, Primo Levi… no ha hecho sino avivar la llaga, aunque sepa que para quien no estuvo allí está vedado todo entendimiento. Es lo que me ha sucedido

con este otro documento, pormenorizado en extremo, insoslayable. Müller formó parte de los sonderkommando –en este sentido, su memorial sería equiparable al encontrado de Zalmen Gradowski, muerto hacia 1944, o al de Shlomo Venezia, que llegó el mismo mes y también sobrevivió, con quienes debió coexistir en las calderas del averno– como fogonero en los crematorios, la labor más espantosa que pueda imaginarse. Su testimonio describe el procedimiento exacto que se seguía en las salas de gaseamiento y en los hornos en sus inicios y el perfeccionamiento de la máquina de exterminio hasta alcanzar su máximo rendimiento letal, la apoteosis de la cadena de producción de la muerte en los cuatro mataderos de Birkenau. Se calcula que en la plenitud de los cargamentos húngaros podían incinerarse unos diez mil cuerpos al día. La lectura de la pesadilla (operaciones de carga y descarga de cadáveres, amonto-

namientos y chapoteo en las fosas, retirada de cenizas, tal vez el trabajo más duro de todos, extravagantes sadismos, incursiones «médicas»…) deja un cuerpo raro, aparte de encogido el corazón. Se comprende la sola determinación de aquellos hefestos desnutridos y atareados, envueltos en sangre y heces, de resistir el aniquilamiento en masa por la necesidad de que hubiera testigos sobrevivientes, de que pudieran transmitirnos «algo de una vileza tan indescriptible que hacía que el infierno de Dante pareciera un jardín de reposo». La irrupción del mal absoluto se había ido fraguando en Alemania, como todos sabemos, unos años antes, desde el derrumbe por corrosión generalizada de la república de Weimar. Hacia 1938, año de pogromos, en el pórtico de la segunda entrega de sus hasta ahora inéditos ‘Cuadernos negros’, ‘Reflexiones, VII-XI’ (Trotta), Martin Heidegger –de quien habla, por cierto, Andrés, a partir de Karl Löwith y a cuenta de su rela-

ción con Franz Rosenzweig, el ‘gurú’ de Lévinas– apela a «la esencia de los alemanes», pueblo de poetas y pensadores. No insistiré, aunque aquí critique al nacionalsocialismo, en el manoseado asunto de hasta dónde llegó el nazismo filosófico y militante, ambos innegables por palmarios, del filósofo de la Selva Negra, en el que además influyen, creo, factores tan incontrolables como el carácter de su mandona esposa o su ambición académica. Aparte de los canónicos estudios de Ott, Safranski, Faye y Farías, es muy recomendable al respecto ‘Martin y Fritz Heidegger’ (Herder) de Hans D. Zimmermann, libro poco conocido, menos sesudo pero harto curioso. Todo podría reducirse a la conocida admonición paradójica de Jaspers –a quien aún rinde pleitesía en estos apuntes– que concluyó, aproximadamente, que estamos ante uno de los hombres más pequeños y al tiempo de los pensadores más grandes de la humanidad. Me acuerdo ahora de que su her-

mano Fritz afirmaba que Martin era normal hasta que le dio por lo del ser. En esta nueva entrega de sus «intentos meditativos de un sencillo nombrar», tanteos, podríamos decir, pero de qué calibre y enjundia, ya de entrada achaca a la historiografía de lo ente el delito de atajar mediante la cultura –«el cristianismo cultural», su cosmovisión pascaliana, concreta, y remite a Ireneo, a quien tam-

Su lectura (la de Heidegger) es un acicate para el intelecto. Y así me ha sucedido con estas reflexiones

bién acude, creo recordar, Andrés en una de sus indagaciones– los «empentones» –hermosa palabra, pardiez– del ser. En algunos apuntamientos me extravío, como el propio Heidegger señala que es propio de los caminos primordiales, o directamente me resultan inaccesibles, como a él se le imponen las ‘Elegías de Duino’ rilkeanas. Ahora bien, la potencia de su pensamiento, de su fijación ontológica, me parece indiscutible, aunque tenga algún amigo, muy versado en filosofía y en alemán, no como yo, que lo juzga mero galimatías verbal. En todo caso, su lectura siempre es un acicate para el intelecto y me estimula. Y así me ha sucedido con estas reflexiones sobre nihilismo, modernidad, autoconciencia, revolución, naturaleza, etc, lo mismo que, por poner alguna otra, en su día con los arrastraderos del bosque, sus incursiones en la poética de Hólderlin o con los anteriores cuadernos póstumos. Lo contrario sería escabullirse de meditar, de saber, en suma.


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Sábado 18.03.17 EL NORTE DE CASTILLA

Una exposición en el Patio Herreriano muestra la radicalidad y originalidad de la fotógrafa norteamericana

Francesca Woodman, por sí misma

abstracciones privadas

ANGÉLICA TANARRO

P

ara apreciar las fotografías de Francesca Woodman (Denver, Colorado, 1958-Nueva York, 1981) hay que acercarse mucho a ellas. Física y mentalmente. Lo primero es cuestión de tamaño: sus fotografías son todas de pequeño formato y están llenas de detalles que se escapan no solo en la distancia sino en una mirada superficial. Lo segundo requiere una mayor explicación: sobre el significado de sus imágenes, misteriosas, oscuras, dotadas de una a veces inexplicable belleza se ha especulado mucho. Están hechas por una mujer muy joven, que se suicidó a los 22 años, que dejó unas 800 fotografías y pocos testimonios escritos sobre su arte. Uno de los aciertos de la exposición que estos días ofrece el Patio Herreriano en Valladolid es advertir al espectador de que intente no mirar estas obras a la luz de la biografía de su autora y de su trágico final. Porque aunque es fácil vincular la soledad, incluso el dolor soterrado que transmiten algunas de las imágenes que forman parte de la exposición y, en general, de su legado, a lo que sabemos de su depresión y de su final lo cierto es que si no se supiera el dato de cómo decidió abandonar este mundo, sería más fácil analizarlas en toda su complejidad, abordando los muchos caminos que propone la artista. Francesca Woodman, hija de padres artistas, manejó una cámara de fotos desde la preadolescencia (su primer autorretrato lo hizo con trece años), estudió en la Escuela de Diseño Rhode Island en Providence y ganó una beca para una estancia en Roma. Su paso por la capital italiana le permitió entrar en contacto con movimientos como el surrealismo y el futurismo y también con el clasicismo que se advierte en algunas de sus fotografías. Y definitivamente es fácil conectar esas paredes desconchadas que le sirven de fondos con el aire decadente de muchas fachadas romanas. Woodman se fotografió de forma obsesiva a lo largo de su corta carrera. El cuerpo feme-

nino es asunto capital en su obra y el suyo era el que estaba siempre disponible. El cuerpo que no el rostro, que a menudo tapaba, difuminaba o escondía sobre todo en las imágenes en que aparece desnuda. La interpretación feminis-

ta de su trabajo ha sido motivo de debate. Hay quienes conectan sus planteamientos con los movimientos feministas de los setenta, pero también quien afirma que no existía la menor relación en su trabajo con cuestiones de género. Con

todo, es difícil no hallar elementos reivindicativos en esas imágenes en las que la mujer desnuda no tiene rostro, que a menudo aparece vestida o desnuda en un lugar incómodo (¿incómodo o inestable como la situación de la mujer

en la sociedad de su tiempo?), sucio, en las esquinas de habitaciones vacías, o en situaciones inquietantes. ‘Noviembre ha sido un barroco ligeramente incómodo’ es uno de sus misteriosos títulos en sus igualmente misteriosas composi-

ciones. Imposible no hacer interpretaciones de género en un planteamiento que rompe con muchos estereotipos sobre la mirada al cuerpo femenino y que lo hace como en otras artistas de características opuestas pero que partie-


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Sábado 18.03.17 EL NORTE DE CASTILLA

Las manos y los espejos son dos elementos importante en la obra de Francesca Woodman los hombres: ‘Nadie puede verme como me veo yo’ o ‘Una mujer es un espejo para un hombre’ son otros dos de sus escasos títulos.

Drama

ron de la misma autorreferencialidad (el caso de los autorretratos de Frida Kahlo, sin ir más lejos) desde la afirmación del yo. Aunque en su caso, haya un juego de exposición y ocultación en el mismo acto fotográfico.

Otros dos elementos tienen una especial significación en sus fotografías, por un lado las manos, como una seña de identidad, y, por otro, los espejos que establecen diálogos, consigo misma o con la imagen que de la mujer se forman

Lo que es innegable es el carácter dramático de sus exposiciones. Woodman ‘construía’ espacios inquietantes, oscuros, decadentes, en algún sentido, góticos. Una puesta en escena que le acerca a un arte conceptual y que la situaría en la vanguardia de este movimiento y que la conectarían con otras artistas que como la española Esther Ferrer, han hecho de su cuerpo un discurso fotográfico, aunque en este caso el planteamiento feminista es innegable. También son evidentes en la obra de Woodman las huellas del surrealismo. La poderosa serie ‘Sobre ser un ángel’ tiene fotografías que remiten a obras como ‘Ser andrógino’ de Remedios Varo. Fotografías cuyo mejor destino es un libro, como vehículo para su mejor ‘degustación’. Ella era consciente e intentó que alguna editorial corriera el riesgo pero apenas consiguió una publicación en vida, y es una carencia que aún no ha sido suficientemente satisfecha. La exposición del Patio Herreriano merece más de una visita. Y sí, hay que hacer caso de la advertencia inicial. En este caso el suicidio solo nos hace preguntarnos cómo hubiera evolucionado la obra de una artista con un mundo tan original y con tantas cosas que decir.

Para el profesor mexicano Óscar Colorado Nates, Woodman creó un ‘corpus’ fotográfico donde exploró la corporeidad, el ser, la feminidad, la evanescencia, la relación con el espacio físico a través de tintes ‘performáticos’. :: COURTESY GEORGE AND BETTY WOODMAN, NEW YORK / SAMMLUNG VERBUND, WIEN

Obras expuestas en el Museo Patio Herreriano de Valladolid hasta el 7 de mayo.


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Sábado 18.03.17 EL NORTE DE CASTILLA

ABECEDARIO de lector ADOLFO GARCÍA ORTEGA

Identidad.- Carecer de ella genera mimetismo. Sobreabundar en ella produce rechazo. Renunciar a ella es suicida. Inventarla es literario. Tenerla es señal de gregarismo. Es obvio que en todo caso es problemática. Ilustración.- No suelto a Diderot, ni a Rousseau, ni a Voltaire, ni a Lepage, ni a Montesquieu, ni a Moratín, ni a Cadalso, ni a Jovellanos, ni a Feijoo, ni al sabio y práctico Hume, cuando alguna perla suya cae en mis manos. Conformaron, entre otros muchos grandes nombres, la Razón, ‘mi’ razón. Creo que ahora solo son leídos –y meramente a base de citas breves– cuando: a) un atentado yihadista nos acorrala en el miedo y la cobardía, y hay que volver a ellos; b) las derivas populistas nos apartan de la política real, y hay que volver a ellos; c) la ignorancia, la mentira y su cóctel de píldoras de posverdad nos extrañan del conocimiento empírico y del buen juicio, y hay que volver a ellos. Siglo de las Luces llamaron a su tiempo. ¿El nuestro, entonces, no debería llamarse el Siglo de la Ceguera por Deslumbramiento? Imagen.- En las imágenes no estamos. Ni siquiera en las imágenes que nos reflejan, pues son una copia de nosotros, pero no son ‘nosotros’. Cuando alguien nos ve en una foto o en una vídeo de YouTube, por ejemplo, y dice: «Mira, eres tú», no es cierto, no eres tú. Pareces tú, pero tu yo real no está en ese tú. Por eso, toda imagen ejerce una atracción, porque es lo otro y

distinto por excelencia. «Las imágenes, por definición, nos excluyen», decía Roland Barthes. Son todo lo que no somos, ni siquiera lo que querríamos ser (una quimera, además, se compone de imágenes ‘imaginarias’). Impenetrables y ajenas, las imágenes no nos contienen. Pero, por fortuna, contienen todo lo demás, por eso incitan y seducen, porque, aunque las veamos, jamás estaremos en ellas. Esta es la fuerza de la imaginación creada por cualquier arte. Imaginar.- Dícese de la cualidad de dejar de ser uno mismo. Véase ‘Imagen’. Incendio.- El fuego y los libros han ido de la mano en el transcurso del tiempo, huyéndose mutuamente. La biblioteca de Alejandría fue destruida por el fuego. La Inquisición quemaba libros y autores, a veces solo libros y lectores, y por lo general gente que ni leía ni escribía ni sabía hacerlo. Los nazis quemaban en las plazas libros de judíos y de comunistas, paso previo a quemar en hornos a sus propietarios. En ‘Fahrenheit 451’, esa distopía siempre posible que Ray Bradbury escribió en 1953, los libros son quemados de manera sistemática por temor (no hay nada más bello en esa original novela que los ‘hombres-libro’, esas personas rebeldes que se aprendían de memoria los libros antes de que acabaran en la hoguera). El fuego devora al final la biblioteca de Peter Kien, el protagonista de la gran novela de Canetti ‘Auto de fe’. Como reza el título de Ma-

Ilustración.¿El nuestro, entonces, no debería llamarse el Siglo de la Ceguera por Deslumbramiento?

nuel Rivas, muy acertado, «los libros arden mal». Porque son peligrosos y se resisten a desaparecer. El fuego podrá quemar las páginas, pero nunca puede quemar las palabras. Infierno.- Para Sartre, el infierno serán los otros, pero para Risso, el protagonista del implacable y estremecedor cuento de Onetti ‘El infierno tan temido’, ese infierno siempre será Gracia César, la mujer que amó hasta la locura, lo abandonó y luego lo torturó enviándole fotografías suyas con otros hombres para su desesperación. ¡Qué grande es Onetti en todas sus obras, qué bien conocía el infierno en la tierra, incluso él había causado uno a la poeta Idea Vilariño, cuando la abandonó! Quizá este cuento pueda leerse en clave de amores rotos y vengativos. ¡Ay, el amor infernal de los escritores! Internet.- El mayor avance de la humanidad desde la imprenta. Su mayor peligro, pues. Invierno.- Hay un sorprendente cuento de Georges Perec titulado ‘El viaje de invierno’. Ambientado en 1939, el cuento relata cómo Degraël, un joven profesor, descubre por casualidad, en casa de unos amigos, un libro de un autor desconocido para él, Hugo Vernier, titulado ‘El viaje de invierno’. Empieza a leerlo y poco a poco se siente absorbido por su lectura. A medida que avanza por sus páginas, le asalta una sensación inquietante e indefinible: muchas de sus frases le son remotamente familiares, como si ya las hubiese leído antes. De pronto, cae en la cuenta de

i

que todo el libro está compuesto de frases que pertenecen a versos de los mejores poetas surgidos después de 1880. Pero comprueba que el libro de Vernier es de ¡1864! Para su asombro, llega a la conclusión de que está ante la obra insólita de un autor que escribió la poesía que luego plagiaron los más famosos poetas de su tiempo. Un precursor, un antecesor del que bebieron todos… y lo ocultaron. A la mañana siguiente, Degraël deja la casa de sus amigos y va a la Biblioteca Nacional. En efecto, está la ficha del libro de Vernier, sin embargo, no encuentran el ejemplar. Corre a casa de sus amigos, pero una bomba la ha destruido. Se pasó el resto de su vida buscando otro ejemplar, pero nunca lo halló. Solo pudo leerlo aquella noche de invierno. Isla.- Abundan en la literatura y son de todo tipo, lugar, forma y condición. Como lector, una buena antología de islas que cobran realidad sería esta: la de ‘Persiles y Sigismunda’, la de Cáliban en ‘La Tempestad’, la del Tesoro de Stevenson, la Misteriosa de Verne, la Inaudita de Mendoza, la del Mediodía de Cortázar, la de Monte-Cristo de Dumas, la del Día-de-Antes de Eco, la de Alice de Daniel Sánchez Arévalo, la de Morel de Bioy Casares, la del Doctor Moreau de Wells, la del Diablo de ‘Papillon’, la de la Desolación de ‘Autómata’, la de ‘Lord Jim’, la de ‘Robinson Crusoe’, la omnipresente Cuba de Cabrera Infante, la de Conchis el Mago de John Fowles… Islas que son libros.


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Sábado 18.03.17 EL NORTE DE CASTILLA

LECTURAS

LA MÚSICA DEL COSMOS Stephon Alexander trata de demostrar el carácter musical de las estructuras cósmicas en el libro ‘El jazz de la física’ EDUARDO ROLDÁN

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s posible armonizar a Albert Einstein con John Coltrane? Tal es el reto, tan fascinante como atrevido, que plantea el Dr. Stephon Alexander en ‘El jazz de la física’: demostrar el carácter musical de las estructuras cósmicas. Alexander, físico teórico y saxofonista aficionado (pero como todo aficionado que se precie, el tiempo invertido en su afición le ha llevado a alcanzar un nivel que ya quisieran muchos profesionales de carné), sabedor de la extrañeza que tal empresa probablemente cause a quien se acerque al texto, decide imbricar la búsqueda científica con su biografía, sin regatear las dudas vocacionales, los caminos tomados en falso ni las frustraciones académicas; tampoco los logros, las alegrías súbitas por un hallazgo inesperado o por la constatación de una hipótesis remota. El retrato que de él se desprende es el de un hombre muy curioso –requisito obligado en un investigador–, osado –prefiere reci-

bir un pescozón correctivo de una de las vacas sagradas que le dirigen las investigaciones a quedarse callado si se le ocurre una idea que considera sugestiva– y agradecido: los de ‘ídolo’ y ‘héroe’ son términos que se repiten a lo largo de todo el texto, aplicados tanto a las aludidas vacas sagradas de la física como a las de la música –no solo del jazz–. Lo más admirable es su actitud de oídos abiertos: Alexander no se coloca de entrada nunca por encima de su interlocutor, aun cuando este –Brian Eno, Donald Harrison, David Amran– exprese opiniones sobre un campo que él ha estudiado y conoce con mucha mayor profundidad; no solo no las desecha sino que con frecuencia le sirven como trampolín para su búsqueda científica, sugerencias de otras rutas que hasta el momento había pasado por alto. La herramienta didáctica fundamental que emplea para hacerse comprensible al lector es la de la analogía, el ejemplificar con imágenes conocidas por cualquiera, simples y de fácil visualización, las nociones teóricas expuestas y las ideas que en ellas subyacen, elección acertadísima y que sin duda

el lector agradece, pero que Alexander logra estirar solo hasta cierto punto. Y es que el de la física cuántica es un campo especialmente inasible; el lenguaje de las ecuaciones puede visualizarse –o el no erudito puede– solo si la ecuación no presenta demasiados símbolos griegos, una dificultad que afecta también a varios de los más recurrentes términos: ¿qué aspecto tiene la antimate-

ria? ¿Y un espín? ¿A qué se parece un campo cuántico, y un D-brana? Por mucho entusiasmo e imaginación que el no erudito le quiera meter, es muy probable que en más de una ocasión se termine perdiendo y que le toque releer lo recién leído o bien detenerse resignado, encogerse mentalmente de hombros y continuar con el agujero a cuestas. En un estricto plano lingüístico, el libro está redactado funcionalmente, y da la impresión de que con cierta urgencia; así, las mencionadas insistencias de ‘ídolo’

y ‘héroe’ para definir a una persona son solo un ejemplo de un puñado recurrente, siendo la de ‘interesante’, a la hora de referirse a un proyecto, una idea o una teoría, la más abusada; desde luego el texto no se habría resentido con otra revisión y el empleo de un vocabulario más vario. Pero el con diferencia mayor lastre de ‘El jazz de la física’ es la traducción, sobre todo la de términos musicales. Las ‘sheets of sound’ que Ira Gitler acuñó para definir el sonido de Coltrane y que cualquier aficionado al jazz conoce como ‘sábanas de sonido’ son vertidas aquí como ‘láminas’ o ‘capas’ (ni siquiera se mantiene el criterio, aun discutible); ‘perfect fifth’ se traduce literalmente por ‘quinta perfecta’ en lugar de ‘quinta justa’ (!), y ‘bar’ por ‘barra’ en lugar de ‘compás’ (!!). Son solo tres ejemplos lamentables de entre muchos, que deberían subsanarse en las, de haberlas, futuras ediciones. Por otro lado la exposición habría ganado con una dosificación estructural de la teoría: hay un intervalo (caps. 8-12) que amenaza con romper el interés del lego, abrumado por la sucesión estricta de material científico (movimiento ondulatorio, teoría de campos, etc.), pero la amenaza no llega a completarse y el interés, con la nueva relación que el autor establece gracias a una frase cazada al vuelo sobre el enfo-

EL JAZZ DE LA FÍSICA. El vínculo secreto entre la música y la estructura del universo Stephon Alexander. Tusquets Editores, 2017. 288 páginas.

que improvisatorio del saxo tenor Mark Turner, se restablece, y no es imposible que al concluir el libro al lector se le haya despertado la cosquilla por ahondar en el conocimiento de la formación del universo y/o de la armonía musical. Lo cual supone que el Dr. Alexander ha completado la empresa con éxito; este no depende de demostrar su tesis por completo, entre otras cosas porque quizá sea imposible. Lo más fascinante del arte, y en concreto de la música, es la sensación de que siempre se te escapa algo, y es ese algo lo que te impulsa a seguir; paralelamente, cada descubrimiento científico abre nuevas vías en las que internarse, en un proceso sin fin. En toda la historia del hombre nadie ha conseguido todavía resolver el misterio de por qué el pequeño salto hacia atrás de un semitono en la tercera de un acorde mayor (digamos de Fa# a Fa natural en Re mayor) cambia tan radicalmente el sentimiento que nos produce la escucha, como tampoco se ha conseguido aislar ese primer germen que dio lugar al universo. Y uno quisiera que no se lograsen resolver nunca.


12 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 18.03.17 EL NORTE DE CASTILLA

LECTURAS

NOTAS DE VIAJE DE RAMÓN J. SENDER Un intelectual español en la Rusia soviética de 1933 JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN

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amón J. Sender viajó a la Unión Soviética en 1933 invitado como escritor e intelectual por el Komintern. Publicó diversas crónicas en el periódico ‘La libertad’, entre mayo y octubre de aquel mismo año. En 1934 la editorial Pueyo editó el libro que ahora Fórcola Ediciones recupera por primera vez. La edición en volumen reunió cambios, ampliaciones, nuevos episodios, formando un conjunto de reportajes que ofrecía como mejor aliciente el intento de acercarse a la gente de la calle, al soldado, al obrero y al campesino, a veces a los tres en uno, quienes protagonizaban el entusiasta quehacer de una revolución que hiciera su entrada en 1905, consolidándose en 1917, sin mostrar todavía al visitante de forma clara los indicios criminales del estalinismo que envilecerían de manera definitiva las esperanzas en una transformación única en la historia. Sender, quien se había mostrado cercano al anarquismo hasta poco antes de realizar este viaje, lo efectuó sin

esconder en modo alguno sus simpatías comunistas, adhesión que, muchos años después, cuando ‘Contraataque’ (1938) fue reeditado en 1978, trató de borrar. En el excelente prólogo que el historiador Alberto Sabio Alcutén compone para la reciente publicación de aquella crónica de guerra (Contraseña Editorial, 2016), se recogen los intentos del autor de ‘Imán’, de ‘Siete domingos rojos’ y de ‘Casas viejas’ por transformar la frase que en ‘Contraataque’ aseguraba su coyuntural fe comunista: «Creyéndome a mí comunista –lo que me ha sucedido muchas veces en la vida y no tiene nada de particular, puesto que lo soy […]». Sender se mantuvo durante su participación en la guerra civil española fiel a «la cal y el sol del andamio», retrató mujeres y hombres

MADRID-MOSCÚ. Notas de viaje, 1933-1934 Ramón J. Sender. Prólogo de José-Carlos Mainer, Madrid, Fórcola Ediciones, 2017, 290 páginas, 24,50 euros.

entregados a defender a costa de su vida la dignidad humana frente a la agresión fascista de las tropas españolas sublevadas contra la República, reflejó un pueblo adalid de una idea de cultura y de progreso opuesta a la superstición religiosa encarnada por el catolicismo cómplice del golpismo militar. Sender afirmaba en ‘Contraataque’ que, pese a su condición de intelectual, trataba de dejar de lado lecturas o influencias cultas para dejarse ganar por el instinto natural y simple del ciudadano de base. Ese mismo espíritu abierto a la realidad, alejado de verborreas o esnobismos progresistas preconcebidos, es el que le acompaña en su viaje por la Unión Soviética. Lo que hoy sabemos sobre el estalinismo no puede empañar la lectura que Sender hace del Stalin de entonces. Se congratula Sender de no hallar en él a un ilustrado, sino sólo a alguien que comparte el mismo espíritu del obrero ruso que conoce en la calle o en la fábrica; del soldado que distribuye su labor entre el cuartel y el taller, junto al trabajador de base; del campesino que ve acudir a su lado al mismo obrero o al soldado para, entre todos, edificar un nuevo estado de cosas. Otra forma inédita hasta el momento de crear una sociedad más justa e igualitaria. Sender se codeó con escritores rusos del momento. Su condición profesional –‘Imán’ por ejemplo, había sido tra-

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

MANIFIESTOS

L

os últimos días de Nueva París’ es también la última novela del británico China Miéville. Una novela más breve de lo acostumbrado. También más imaginariamente –y con la palabra me refiero, sobre todo, a la evocación de imágenes– excesiva. Quizás una cosa lleva a la otra. Quizás el autor, con cierta sabiduría, no quiso acumular excesos. Y sin embargo, las apenas doscientas páginas, quizás no sean lo suficiente-

mente breves. No es que la novela se haga larga, o pesada, ni siquiera del todo repetitiva. Quizás en algunos fragmentos adolece de cierta flojera indeterminada, cierta pérdida de poder por saturación. Pero es sólo en algunos momentos, puntuales, breves, que el texto parece congelarse precisamente por un exceso de dinamismo. Novela cuya peripecia central es bastante original, el arte y la poesía surrealistas cobrando vida en el París de la ocupación. Un Pa-

CIRO GARCÍA

rís ucrónico, en el que la ocupación se extiende una década más allá de los sucesos históricos y que, en parte por eso, recibe el nombre de Nueva París. Una Nueva París aislada del mundo, con varias facciones en conflicto, enfrentándose o tramando entre ellas alianzas difíciles. Los nazis ocupantes, por un lado, que tienen de su lado una horda de demonios renuentes, y a colaboracionistas, encarnados principalmente por la iglesia. Por el otro las distintas ra-

Sender derrochaba admiración por el día a día revolucionario, un apasionamiento que supo describir con detallismo

ducida al ruso– le obligaba a hacerlo. Pero buscó sobre todo el espejo de las nuevas generaciones –muy en particular el de las mujeres y el de los niños– que habían iniciado un nuevo devenir con la revolución. Son sus impulsos los que alimentan el entusiasmo no exento de sorpresa con el que escribe sus reportajes. ‘Madrid-Moscú’ está poblado de anécdotas, de testimonios directos extraídos de la gente común, de esperanzas, de alegrías, y también de esfuerzo, de do-

lor, de sacrificio fraternal. Ni siquiera faltan las bromas y los chistes, que no duda en contarnos: como, por ejemplo, lo que sucede a la muerte de Lenin. Éste se ve rechazado tanto en el cielo como en el infierno, hasta que un judío lo mete en un saco y lo presenta ante un San Pedro que admite haber cobijado a Marx en pago a su ‘Capital’: pues aquí te traigo los intereses, le aduce el hebreo. Esa pasión política no le impediría dejar constancia, con ironía, en ‘Contraataque’, del

sentimiento que en noviembre de 1936 provocó en él la visión de las primeras máquinas soviéticas que acudieron a ayudar a la República: un pequeño ‘stock’, frente a la abundante, potente y asesina aviación alemana e italiana que desde el inicio de la guerra apoyaba a los golpistas, que esperaba ver multiplicarse por fin en todos los frentes. Andreu Navarra, en su reciente publicación sobre los viajeros españoles en la URSS, ‘El espejo blanco’ (Fórcola Ediciones, 2016), ha definido a la perfección estas crónicas senderianas. Para Navarra, Sender derrochaba admiración por el día a día revolucionario, un apasionamiento que supo describir con detallismo y sin el tono «farragoso-propagandístico de las soflamas». Cabe añadir que el autor oscense no se limitó a dar su opinión sobre la URSS: en su viaje de ida y de regreso atraviesa Francia, Alemania, Polonia, Austria y la Suiza del momento. Observa con lucidez que Europa no vive ni se prepara para su mejor etapa, como la historia inmediata demostrará. De ahí que cierre el último de sus escritos haciéndose eco de un esperanzador ‘Vive la Commune!’ pronunciado por un viejo ‘communard’ de blanca melena y barbas apostólicas: «Era lo más leal y sincero que había visto en París», concluye.

mas de la resistencia. Los más importantes, en los que se centra el relato, son los ‘main a plume’, guerrilleros que han abrazo el credo surrealista. No exactamente a su lado, actuando más bien por libre y caprichosamente contra las fuerzas alemanas, tenemos a los manifiestos: criaturas que, como ya he dicho, son manifestaciones físicas de la creatividad surrealista. La novela sigue el camino de un ‘main a plume’, Thibaut, a través de esta ciudad devastada y alucinada, tan llena de terrores como la peor de las pesadillas, en algún momento de 1950. Por otra parte, en capítulos intercalados, la historia regresa a 1941, a Marsella, para contarnos cómo París se convirtió en Nueva París.

Esta novela de planteamientos tan originales, contiene en su seno varias reminiscencias, y no sólo al surrealismo. En momentos puntuales recuerda más a las obras de Clive Barker que a las del propio China. Sobre todo cuando habla de los demonios. Hay algo muy barkeriano en su concepción del infierno, tanto en las criaturas como en el aspecto político. Pero es, al mismo tiempo, puro Mieville. Uno no puede evitar pensar en el mago hacedor de golems en ‘El consejo de hierro’. Que los manifiestos no son otra cosa que golems surrealistas. De hecho, se nos dice más o menos claramente. Pero la obra anterior del autor que más presente está es ‘El Azogue’.

Para mí quizás la más perfecta de las creaciones de Mieville. Otra pieza corta. Unas cien páginas más corta. En ella se nos da fe de la invasión de reflejos prometida por Borges en su ‘Libro de los seres imaginarios’, en el capítulo titulado ‘Animales de los espejos’. En él Borges nos revela que los reflejos eran criaturas de alguna misteriosa índole, que fueron capturadas en los espejos por el Emperador Amarillo, condenadas a repetir los actos del mundo. Eventualmente forzarán su prisión y se vengarán matando a todo lo viviente. ‘El azogue’, relata esta fuga, un fin del mundo a mano de los reflejos, con una imaginería tan extraña, variada, como perfecta.

Ramón J. Sender. :: ÁNGEL CARCHENILLA-ABC


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Sábado 18.03.17 EL NORTE DE CASTILLA

CIRLOT O EL CORAZÓN EN LLAMAS JORGE DE ARCO

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

EL SOL, MANANTIAL ENERGÉTICO :: V. M. NIÑO

Y

es que el ángel, en mí, siempre está a punto de rasgar el velo del cuerpo,/ y el ángel que no se rebeló y luchó contra Lucifer, pero más tarde/ cedió a las hijas de los hombres y devino hombre,/ el ángel es el peor de los dragones». Con estos versos, concluye el poema ‘Momento’, de Juan Eduardo Cirlot. Y de él, precisamente, toma el título esta compilación que me ocupa, ‘El peor de los dragones’. El volumen da cuenta de tres décadas de creación poética, 1943-1973, y reúne un amplio material lírico que abarca más de treinta poemarios. Juan Eduardo Cirlot (1916 -1973) dedicó su vida al mundo del arte y la cultura. Poeta, crítico, músico, mitólogo…, está considerado uno de los intelectuales más relevantes de la posguerra española. Si bien su labor no alcanzó la difusión y la repercusión merecidas, su impronta sigue viva y vigente, y somos muchos los que, hace ya tiempo, venimos disfrutando de su versátil sabiduría. Cirlot supo conjugar lo terrenal y lo espiritual, la dicha y el escepticismo, lo sencillo y lo erudito, la verdad y la ficción. Y lo llevó a cabo no sólo desde el goce y el conocimiento con que se entregaba a su quehacer, sino también, desde la indagación, la perplejidad y la conciencia crítica que le comportaba su proceso creativo. El escritor catalán no quiso extremar tanto su mensaje como ya hiciera, un siglo atrás, Arthur Rimbaud: «No comprenderéis del todo y no podría casi explicaros». Cirlot sí quiso y supo explicarse, sí quiso y supo elaborar una obra original y personalísima. Su universo literario se basa en una sutil y sugestiva asociación de imágenes solidarias, fraternalmente heterogéneas, que devienen en la expresión de un lenguaje que no podría haber sido expuesto desde otra perspectiva. Aprendió a transmitir un estilo moderno, vanguardista, alejado de las estéticas dominantes del momento,

Juan Eduardo Cirlot. :: FRANCESC CATALÀ-ROCA (1954) –sobre todo del cacareado y maniqueo grupo catalán del 50, Carlos Barral, Gil de Biedma, Goytisolo…–. Reveló su tarea de la forma más honesta que cabe: persistiendo en su gusto y en su realidad. Y se rebeló contra la ignorancia, contra la incultura y la deshonestidad de la que se rodeaban muchos paniaguados de la pluma y el pincel de la época. Consciente de la fuerza de su palabra, del poder que brotaba de su revolucionaria concepción artística, Cirlot fue concretando sus experiencias líricas mediante la legitimidad de un verso derramado, torrencial, exigente, con el cual navegar y sumergirse, a la vez, por los territorios de la ruptura y la innovación. Su serie lírica de Bronwyn –basada en la actriz Rose-

EL PEOR DE LOS DRAGONES. ANTOLOGÍA POÉTICA 1943 -1973 Juan Eduardo Cirlot. Edición de Elena Medel. Siruela. Madrid, 2016. 268 páginas. 19 €

mary Forsyth, protagonista del film ‘El señor de las guerras’–, es uno de los ciclos más impactantes de la poesía española del siglo XX. A él se entregó en la última década de su vida y, con él, alcanzó su plenitud creadora: «Las hierbas son tan rubias como tú/ lejos de la ceniza que me aleja/ para siempre sin hierro./ La muerte es el pantano de los cruces (…) Bronwyn,/ si no puedo ser tú, si no podemos/ ser ángel,/ ¿por qué la niebla es gris sobre el mar gris? (…) Mi armadura deshecha se deshace/ y de sus mallas muertas salen fuegos/ azules, Bronwyn; puedo verlos, tiemblan./ Tiro el guante de hierro, soy tu siervo./ El mar que me compaña por un mar/ de sombra se deshace en el vacío./ Estoy ya cansado de estar muerto y ser». Convertido en un fabulador sin fronteras, en un alquimista del verso, el conjunto de su poesía es una suerte de producción enigmática, distinta, permutatoria, obsesiva y fascinante. Una poesía, al cabo, que se reconoce en el gesto de lo alegórico, en el deslumbramiento de lo dialéctico, en la trascendencia de lo visual: «Todos los pasos tienen la forma del pasado;/ de un pasado sin boca para besar la orilla/ de otra existencia hermosa que nunca se ha tenido/ a pesar de las fiestas del corazón en llamas».

‘Energía limpia para un futuro sostenible’ reza el subtítulo de esta nueva entrega de la colección Nos Gusta Saber de Siruela. Para afrontar el porvenir de la forma menos lesiva para el medioambiente hay que entender los misterios de la energía, su procedencia, su buena y mala gestión. Esa es la virtud de este ‘ElectriCiudad’, enseñar interpelando a sabios como Einstein, Watt o Steven Chu a través de un recorrido por una ciudad imaginaria. Energía y necesidad van unidas. El físico Maraffino ejemplifica en el cuerpo humano un mecano que necesita energía desde que se levanta, «para mantener nuestra temperatura y para movernos». La fuente energética original es el sol y a partir

del calor y la luz del astro rey comienza la transformación. El estado de la cuestión parte de que los consumibles fósiles se asoma a su extinción. Cómo se compra la energía entre los países, la apuesta nuclear de Francia o la esca-

ELECTRICIUDAD Enrico Maraffino. Ilustraciones de Fabio Magnasciutti. Siruela, colección Nos gusta saber. 160 páginas. 16,95 euros. A partir de 12 años.

sa implicación de algunos de los países más contaminantes de EE UU, China e India en las medidas para frenar el cambio climático son respondidas por Chu. La energía solar ya fue utilizada por Arquímides de Siracusa para incendiar las velas de los barcos romanos a través de un sistema de espejos. Los primitivos paneles solares, la energía geotérmica procedente del centro caliente de la Tierra o los parques eólicos son sucesivas paradas de la Electriciudad. Charles Bush considera a Don Quijote el inventor del primer aerogenerador basado en la energía eólica. Lavoisier creó el generador de agua a a partir del vapor y James Watt siguió esa senda. El autobús eléctrico de esa ciudad limpia sigue avanzando, avistando las viejas centrales térmicas, las nuevas plantaciones de biomasa orientadas al biodiesel y la peligrosa maravilla de las nucleares. Un viaje asequible y recomendable para cualquier estudiante de secundaria.

NEGOCIAR CON UN MAGO :: V. M. N. Holanda, la tierra natal del el mago Van Dongen, es un país aís ar heroico que plantó cara al mar oy lo desafió extendiéndose soán bre él. Los holandeses están ad acostumbrado a la humedad propia de la latitud norte y el go clima atlántico, sin embargo esta circunstancia irrita al mago. Con semejante oficio, es enatural aspirar a que los deiseos se conviertan en realie. dad más pronto que tarde. n Con lo que no cuenta Van d Dongen es con la voluntad de su casa a la que quieree trasladar mágicamente dee la ribera neblinosa en la quee está a una soleada colina. Los conjuros, órdenes dee eficacia probada en los tratados de magia, no funcionan con una compañera que prefiere renunciar al soll si es a costa de perder su voz, su voluntad. La interacción con otros animales, testigos de la pelea entre ambos, adornan el choque de los dos protagonistas. Obligados a elegir desde pequeños, los niños pueden entender al mago y a su casa, las

t y ell razones d de uno y d de otro, afán de ambos por salvar su preferencia. La convivencia es una constante negociación de condiciones y en este caso ambos cederán un poco para satisfacer los deseos de ambos. El conjuro del sentido común se impone hasta al profesional Van Dongen.

LA CASA ANDANTE DEL MAGO VAN DONGEN Xan López Domínguez, texto e ilustración. 56 páginas. 8,5 euros. Edelvives. A partir de 5 años


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Sábado 18.03.17 EL NORTE DE CASTILLA

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écnicamente se entiende por malapropismo una palabra extranjera deformada o usada incorrectamente, pero también se consideran malapropismos las sustituciones de un vocablo del español por otro de pronunciación similar. En cuanto a la procedencia de la palabra, es un calco del inglés «malapropism», término acuñado para referirse originalmente al uso incorrecto del lenguaje que caracteriza a la señora Malaprop, personaje teatral de ficción en la obra ‘Los rivales’ (estrenada en 1775), de Richard B. Sheridan. La mujer, prototipo de habladora descarada y soberbia pero carente de formación, usa a menudo palabras equivocadas parecidas fonéticamente a otras que sí encajarían bien en su discurso, con el consiguiente efecto cómico. Este personaje adquirió tanta notoriedad que dio origen a esta voz, ya consolidada en la lengua inglesa y que poco a poco ha ido pasando a otros idiomas. El dramaturgo hizo derivar el apellido del personaje de la locución francesa ‘mal à propos’. El término designa el uso impropio de una palabra tomada en el lugar de otra de fonética similar, con consecuencias normalmente cómicas. Suele interpretarse como una especie de ‘lapsus linguae’ que en ocasiones, y aunque parezca paradójico, puede ser voluntario. Utilizado como recurso retórico, su función fundamental es cómica; de ahí que se recurra frecuentemente a este modelo en los chistes para provocar la risa. Pero a veces surge de modo espontáneo; en este caso casi siempre se esconde una aspiración (ridícula en mi opinión) a expresarse de una manera que no se corresponde con el nivel de formación del hablante. Entre los casos típicos de malapropismos

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

MALAPROPISMOS hay que señalar los vocablos parónimos (el uso de ‘infectar’ por ‘infestar’ o el de ‘infracción’ por ‘inflación’); la ultracorrección (‘bacalado’ por ‘bacalao’; ‘cacado’, por ‘cacao’, como oí el otro día en la radio en boca del gerente de una fábrica de chocolate y no una sino varias veces); la etimología popular (el uso de ‘andalia’ por ‘sandalia’, el de ‘mondarina’ por ‘mandarina’, el de ‘canalones’ por ‘canelones’, el de ‘atropillar’ por ‘atropellar’ o el de ‘vagamundo’ por vagabundo’); los vocablos técnicos mal empleados por los hablantes (‘aspirinas fosforescentes’ por ‘aspirinas efervescentes’, ‘agua exagerada’ por ‘agua oxigenada’, ‘cojontivitis’ por ‘conjuntivitis’, ‘locutorio’ por ‘colutorio’, ‘piedra gómez’ por ‘piedra pómez’, ‘jarabe expectante’ por ‘jarabe expectorante’, ‘columna vertical’ por ‘columna vertebral’, ‘hernia fiscal’ por ‘hernia discal’, ‘diversículos’ por ‘divertículos’, ‘bote sinfónico’ por ‘bote sifónico’, ‘doble pretina’ por ‘doble pletina’, ‘irrupción cutánea’ por

‘erupción cutánea’, ‘inicuo’ por ‘inocuo’) o el uso de vocablos grandilocuentes (‘ostentóreo’ por ‘ostentoso’, ‘ínsulas’ por ínfulas’). Un contexto muy productivo de malapropismos en español lo constituyen las expresiones total o parcialmente lexicalizadas. En este caso se produce el cambio de un formante por otro de gran semejanza fónica. La expresión resultante surge involuntariamente por confusión entre dos unidades fraseológicas muy parecidas o por un desajuste entre la formación y la cultura del hablante y sus pretensiones expresivas. Sirvan como ejemplos los siguientes: estar entre la espalda y la pared (entre la espada y la pared), como los chorros del loro (como los chorros del oro), una de sal y otra de arena (una de cal y otra de arena), limpio como una patera (limpio como una patena), rascarse las vestiduras (rasgarse las vestiduras), estar en el candelabro (estar en el candelero), ponérsele a alguien los pelos de gallina (ponérsele a al-

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Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

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Como fuego en el hielo. Luz Gabás (Planeta)

Será porque te amo. Luis F. Vaciero (Camelot Ediciones)

Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)

El monarca de las sombras. J. Cercas (Random House)

Morir en primavera. Ralf Rothmann (Asteroide)

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El día que se perdió la cordura. J. Castillo (Suma)

Los casos de Horace ... J. Mortimer (Impedimenta)

A menos de cinco centímetros. Marta Robles (Espasa)

Media vida. Care Santos (Destino)

Los imaginarios. Gravett / Harrold (Blackie Books)

Mac y su contratiempo. E. Vila-Matas (Seix Barral)

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La magia del orden. Marie Kondo (Aguilar)

El siglo de la revolución. Josep Fontana (Crítica)

El libro tibetano de la vida ... Sogyal Rinpoche (Urano)

El poder del ahora. Eckhart Tolle (Gaia)

Permiso para quejarse. Jordi Montero (Ariel)

Sapiens. De animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)

Mi revolución anticáncer. Dra O. Fernández (Planeta)

Maestros de la fotografía. Paul Lowe (Gustavo Gili)

Vengo sin cita. F. Fabiani / L. Santolaya (El País Aguilar)

50 palos …y sigo soñando. Pau Donés (Planeta)

Las escuelas que cambian ... Cesar Bona (Plaza y Janés)

Las pequeñas revoluciones. Elsa Punset (Destino)

Ya te dije adiós, ahora cómo te olvido. W. Riso (Zenith)

Sapiens. De animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)

Imperiofobia y la leyenda negra. Roca Barea (Siruela)

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El monarca de las sombras. J. Cercas (Random House)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

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No hay amor en la muerte. Martín Garzo (Destino)

Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)

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La vida negociable. Luis Landero (Tusquets)

El monarca de las sombras. Javier Cercas (Mondadori)

La hija de Cayetana. Carmen Posadas (Planeta)

Offshore. Petros Márkaris (Tusquets)

La vida negociable. Luis Landero (Tusquets)

Media vida. Care Santos (Planeta)

Morir en primavera. Ralf Rothmann (Asteroide)

Como fuego en el hielo. Luz Gabás (Planeta)

Miel del desierto. Edith Pearlman (Alianza)

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El siglo de la revolución. Josep Fontana (Crítica)

Guía del arte molecular en ... Lavado (Dip. de Palencia)

Los últimos. Paco Cerdá (Pepitas de Calabaza)

Sabias. Adela Muñoz Páez (Debate)

El cacique de Grijota abraza el fascismo. VVAA (Región)

El siglo de la revolución. Joseph Fontana (Crítica)

De la estupidez a la locura. Umberto Eco (Lumen)

Toca el piano. James Rhodes (Blackie Books)

Sapiens. De animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)

Libro de estilo de la justicia. RAE (Espasa)

Palencia. Guía turística. Celada/Hdez. (Dip. Palencia)

Isabel: la Reina Guerrera. Kristin Downey (Espasa)

Los últimos. Paco Cerdà (Pepitas de Calabaza)

La España vacía. Sergio del Molino (Turner)

Una historia erótica de Versalles. M. Verge (Siruela)

guien carne de gallina o ponérsele a alguien los pelos de punta), ser algo el padre nuestro de cada día (el pan nuestro de cada día), a pies juntitos (a pies juntillas), ser una monjita muerta (ser una mosquita muerta), un desecho de virtudes (un dechado de virtudes), tener algo en su fruto (tener algo en usufructo), ponerse hecho un obelisco (ponerse hecho un basilisco), ser algo harina de otro cantar (ser algo harina de otro costal o ser algo otro cantar), poner los puntos sobre las tildes (poner los puntos sobre las íes) o ‘comulgar con molinos de viento’ (comulgar con ruedas de molino). Pero estas expresiones no siempre son re- Estas expresiones sultado de la involuntariedad o no siempre son de los lapsus. resultado de Como muestra la involuntariedad de ingenio se reo de los lapsus curre a ellas en el ámbito periodístico y muy especialmente en los titulares. Veamos algunos ejemplos: «No solo de hablar vive el móvil» (basado en «no solo de pan vive el hombre»); «El tiempo es toro» (basado en «el tiempo es oro»); «tal vez les sería más eficaz hacer acopio de gustosos bocadillos de nuestros embutidos, estarían más contentos y asimilarían con provecho las enseñanzas que reciban, ‘la letra con jamón entra’» (basado en «la letra con sangre entra»); «Todo parece indicar que van a condenarnos a practicar la terrible virtud de la austeridad. Vendrán tiempos mejores, ya se sabe que Dios aprieta, pero no afloja» (basado en «Dios aprieta pero no ahoga»). O, como dice Joaquín Sabina en la canción ‘Vámonos pal Sur’, «aprendí a malvivir del cuento».

NOTA DE LA REDACCIÓN Por un error en la puesta en página del Nº 261 de ‘La Sombra del Ciprés’, omitimos el texto sobre ‘Platero y yo’ de nuestro colaborador Fermín Herrero, que reproducimos a continuación

N

o recuerdo haber leído en la escuela ni siquiera un fragmento de ‘Platero y yo’ y a buen seguro debí de hacerlo, pues algún corte del libro contendría la enciclopedia Álvarez que repasábamos una y otra vez. Tam- ‘PLATERO poco, cuando mis padres Y YO’ tuvieron que mandar- CIEN AÑOS me interno a la capital para terminar la egebé, me acuerdo de haberlo leído en el colegio y en aquellas lecturas magníficas de Santillana seguro que figuraría algún pasaje. Me pregunto por qué me pasaría desapercibido. Probablemente porque la familiaridad en el trato con los animales y otras cosillas me impedían apreciarlo. En el instituto sí recuerdo vivamente al profesor enardecido en un comentario de texto mientras yo juzgaba su entusiasmo carca y trasnochado, pues el lirismo juanramoniano me parecía ñoño y horterilla a más no poder, a tal punto que hubiera firmado aquella invectiva inmisericorde de Buñuel y sus colegas. Estaba de parte del ruido y de la eliminación de cuanto viniera de lo tradicional o de sentimientos que erróneamente consideraba inferiores: la ternura, la piedad, el cariño hacia los animales… Estaba de parte de ‘Platero y tú’, vaya. El caso es que de hecho sólo he completado la lectura entera de ‘Platero y yo’ hace pocos años, en voz alta y dirigida a mi hijo. FERMÍN HERRERO


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na de las escenas más escalofriantes –y mejor narradas– que he leído en los últimos tiempos pertenece a la novela ‘El chal’, de Cynthia Ozick, que se inspiró en un hecho real para escribirla. William L. Shrirer, corresponsal en Berlín durante la Segunda Guerra Mundial, testimonió que en los campos de exterminio los guardias arrojaban bebés contra las alambradas eléctricas, no sólo para acabar con ellos, sino, sobre todo, para torturar y minar la moral de sus madres. Como en tantas otras atrocidades que nos deja la Historia –y el presente–, lo que produce más espanto es la naturalidad del hecho, la cotidianeidad de un horror que en contextos ‘normales’ nos parece inimaginable, pero que en otros se hace, precisamente, ‘normal’. ¿Qué lleva a un hombre a arrojar a un bebé contra una valla eléctrica? ¿A un hombre que probablemente tiene hijos a los que ama y con los que juega a diario? ¿De dónde surge una acción así, cuál es su raíz? «Yo sólo cumplía órdenes» es quizá la excusa más universal, junto con «la responsabilidad final no era mía» o «si no lo hacía yo, lo haría otro». Pero, ¿de verdad la obediencia es un impulso tan fuerte como para anular las convicciones morales de individuos que, en otras circunstancias, jamás actuarían con tamaña crueldad? A raíz de los resultados del controvertido experimento Milgram, parece que sí: los peligros de la obediencia son muchos, y de largo alcance. Los detalles sobre este experimento psicológico se recogen en ‘Obediencia a la autoridad’, un ensayo obra del propio Stanley Milgram que ha publicado recientemente la editorial Capitán Swing. Por si no lo conocen, resumiré el contenido del experimento, que comenzó en los años 60 en la Universidad de Yale: tenemos un experimentador, un aprendiz y un sujeto. Los dos primeros están al tanto del verdadero sentido del experimento, mientras que al sujeto se le hace creer que participa en un estudio sobre los efectos del castigo en el aprendizaje. Se ata al aprendiz –un actor– en una silla, en la que recibirá supuestas descargas eléctricas, de menor a mayor intensidad –hasta los 450 voltios–, cada vez que se equivo-

Peter Sarsgaard, en una escena de la película ‘Experimenter (La historia de Stanley Milgram)’, dirigida por Michael Almereyda (2015).

ORTIGAS A MANOS LLENAS SARA MESA

¡Señor, sí, señor! que en la memorización de pares de palabras. En realidad, no recibe descarga alguna, pero el sujeto, que es quien se encarga de pulsar el botón que las aplica, cree que sí, a tenor de los gritos, que van subiendo en intensidad. Con las primeras descargas habrá sólo protestas, después quejas más contundentes, más adelante verdaderos alaridos y peticiones de escapar y por último el aprendiz finge el desvanecimiento. ¿Cuántos sujetos llegaron hasta el final? Asusta saber que en torno a las tres cuartas partes. ¿Y por qué? Porque se les decía que lo hicieran, que el experimento lo exigía así, que en todo caso no eran ellos los responsables. Se diseñaron diferentes variantes en esta estructura básica, participaron todo tipo de sujetos, se prosiguió el experimento fuera de la universidad, también en otros países, y siguió quedando constancia, en todos los casos, de que los individuos tendían mayoritariamente a obedecer: aun estando en contra de sus propios principios,

aun sufriendo o mostrando una clara tensión, aun protestando incluso, muchos –aunque no todos– continuaban aplicando las descargas hasta el final. Autoridad, obediencia, lealtad y sacrificio: conceptos a los que Milgram dio la vuelta para mostrar las feas costuras que a menudo los conforman, y que sin embargo continúan siendo valores indiscutibles en el ejército, la religión, la empresa, la familia. ¿Obedientes a costa de qué? ¿Leales hasta dónde? Como hecho digno de santidad y muestra de fe inquebrantable se describe en el Génesis el sacrificio que Abraham está dispuesto a hacer matando a su hijo Isaac porque el terrible Yahvé se lo ha ordenado. Con este tipo de cosas nos hemos criado. En su experimento, Milgram señaló las contradicciones que se generan en torno a la noción de responsabilidad. ¿La obediencia es un mecanismo que la excluye? ¿Nos excusamos considerándonos sólo una rueda más del engra-

Milgram demostró que la obediencia acrítica es una constante en la naturaleza humana

naje –o del sistema–? ¿Es suficiente con mirar al otro lado? La lectura de ‘Obediencia a la autoridad’ duele y enseña al mismo tiempo, es demoledora y a la vez esclarece parte de nuestras sombras, nos hace más conscientes de ellas. No es de extrañar que el experimento, que surgió de la reflexión sobre «la banalidad del mal» que acuñó Hannah Arendt en relación con el juicio de Adolf Eichmann –un simple burócrata que «se limitó a cumplir órdenes»–, molestase a la sociedad americana: sus conclusiones podían aplicarse perfectamente a masacres como la de My Lai, perpetradas por sus soldados durante la guerra de Vietnam. Milgram demostró que, por muy espantosa que nos parezca, la obediencia acrítica es una constante en la naturaleza humana. Y que conocer este hecho es indispensable para ayudarnos a vencerlo y a comprender las virtudes de la desobediencia. Porque después de todo, a pesar de su pequeño tamaño, ‘no’ sigue siendo una gran palabra.


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Director: Carlos Aganzo Coordinador: Chema Cillero

DÍAS FELICES

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na joven condesa se quedó viuda al poco de casarse. Ya estaba embarazada cuando su marido murió y unos meses después tuvo una preciosa niña. Ada, que así llamó a su hija, enseguida destacó por sus grandes dotes musicales. Mas al cumplir diez años una enfermedad despiadada la puso a las puertas de la muerte. Agonizaba cuando le hablaron a la condesa de un extraño anacoreta que conocía los secretos más oscuros de la naturaleza. Vivía solo en una de las regiones más abruptas del país y nadie quería acercarse a él, pues se decía que tenía tratos con los muertos. La condesa mandó ir en su busca, pero el viaje era largo y cuando por fin regresaron con el anciano la niña acababa de morir. Te daré lo que me pidas si le devuelves la vida, le dijo la condesa arrodillándose ante él. El anciano pidió quedarse a solas con la niña, y permaneció a su lado el resto de la noche. Estaba amaneciendo, cuando salió del cuarto. «Cuida a tu hija cuando despierte, le dijo. No deben tocarla los rayos del sol». La condesa le preguntó que qué deseaba a cambio, a lo que el anciano le contestó con una sonrisa: «Una bañera con agua caliente. Hace tiempo que no me doy un buen baño». Y esa noche, tras la marcha del anciano, sintieron ruidos en el cuarto de la niña y vieron que había despertado de la muerte. Ada estaba muy pálida y parecía distante y ausente, como si tuviera ocupados sus pensamientos en asuntos que nada tenían que ver con su vida anterior. Y empezaron a observar en ella conductas extrañas. Dormía durante el día y sólo al oscurecer abandonaba su cuarto y deambulaba por el palacio, deteniéndose largamente ante muebles, ventanas y puertas. No probaba la comida, pues todo lo que le daban lo devolvía tras tenerlo en la boca, y en su rostro había siempre una expresión de gravedad y extrañeza. Una noche, una de las criadas se cortó con el cuchillo y cuando quisieron reaccionar estaba lamiendo la sangre que había caído sobre el fogón. También observaron que se apartaba de los crucifijos, y que al pasar ante los espejos su imagen no se reflejaba en ellos. La condesa recordó lo que le habían contado del anciano, de sus tratos con los muertos, y comprendió que la vida que había devuelto a su hija no era la vida que antes tenía, la vida de todas las niñas del mundo, sino la vida de los vampiros y de las otras

GUSTAVO MARTÍN GARZO

La condesita sangrienta

:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL

criaturas del submundo. No por eso la dejó de amar, y cada noche esperaba a que se despertara para correr a su encuentro. Su belleza era la belleza de esas criaturas heridas cuyos deseos no tienen cabida en el mundo los hombres. Y la madre para alimentarla empezó a llevarle muchachas. Las contrataba con la única tarea de cuidarla, y poco a poco estas iban palideciendo hasta enfermar y morir, pues Ada se alimentaba de su sangre. Cuando por fin morían, la condesa iba a la tumba de la desdichada y, tras clavarla una estaca en su corazón, la cortaba la cabeza. Así la aseguraba el descanso eterno y que no se transformara en una muerta viviente como su propia hija. Las doncellas eran contratadas en lugares remotos, a fin de no despertar sospechas, pero en los pueblos de los alrededores no tardaron en correr todo tipo de historias sobre lo que pasaba con las jóvenes desaparecidas.

Además, Ada no envejecía. Pasaban los años y mientras en su madre, la condesa, eran cada vez más visibles las arrugas causadas por la edad y el sufrimiento, ella seguía teniendo el mismo rostro ingenuo e infantil que había tenido siempre. Una noche, un joven músico llegó hasta los aledaños del palacio. Una feroz tormenta le hizo llamar a la puerta, y fue la misma condesa quien le abrió. Al atardecer cenaron juntos, y la sobremesa se prolongó hasta bien entrada la noche. Presidía el comedor el retrato de una niña de extraordinaria belleza. Su rostro parecía aislado del mundo, pero poseía a la vez un contorno infinito, irreal, como si fuera portador de la muerte. Es mi hija Ada, pronto la conocerás, le dijo la condesa al darse cuenta de que el viajero no podía apartar los ojos de ella. Al terminar la cena el viajero se retiró a su dormitorio. Estaba a punto de acostarse

cuando una música llamó su atención. Procedía de uno los salones del palacio, y el viajero se dirigió hacia allí portando una vela en sus manos. Apenas había luz, y un olor extraño, a hojas pútridas, a cortezas rotas, a tierra enfangada, se difundía por la estancia. Varias personas, casi todas mujeres, permanecían inmóviles ante una niña que tocaba el piano. Era la niña del retrato, y al verle empezó a cantar. Nunca había escuchado una

Y aun así, siempre que la mujer se lo pedía, él volvía a obedecerla temeroso de perder su amor

música igual. Parecía pertenecer a otro mundo, un mundo oscuro en que sin embargo reconocía fragmentos en su propia vida. Aún más, aquellas melodías tenían un extraño poder sobre él. Las sentía llegar a su cuerpo, rozarle como si fueran manos, alas, lenguas o bocas sorbiendo, y perdió la noción de lo que hacía y de dónde estaba. De pronto caminaba a ciegas por un jardín y la brisa hacía temblar las ramas y las hojas negras. De los arbustos salían formas que recordaban perros, corderos y otros animales con las fauces llenas de sangre. Les veía correr a su lado y tendía las manos para acariciarlos. Cuando el viajero recuperó la consciencia estaba amaneciendo. Le dolían todas las articulaciones, como si hubiera llevado a cabo acciones inauditas y decidió alejarse de aquel lugar espantoso. Pero al tratar de anotar en uno de sus cuadernos la música que había escuchado comprobó que no la

recordaba. La idea de que pudiera perderse para siempre trastornó su alma de músico y decidió quedarse otra noche más. Volvería a escuchar a la niña cantar y tras anotar su música huiría para siempre. Y esa misma noche mientras la niña cantaba el viajero tomó nota a escondidas de sus cantos. A la mañana siguiente se sentía muy débil. Estaba acostado en su lecho, y al tratar de levantarse las piernas no le respondieron. Se pasó la mayor parte del día acostado, y al mirarse en el espejo comprobó que en su cuello aparecían las señales fatídicas que demostraban que la condesita estaba bebiendo su sangre. La escena se repitió en las noches siguientes, hasta que su debilidad fue tal que apenas podía mantenerse en pie. La fortuna quiso que pudiera escapar de allí escondido en el carromato de unos campesinos que llevaban al castillo cada semana los productos de su huerta, y así pudo seguir su viaje, hasta regresar a Italia, su país natal. Fue en Venecia, en una reunión mundana, cuando tocó una de las canciones que había oído a la condesita. Había allí una joven muy hermosa, y lo hizo para cautivarla. La joven no se separó de él en toda la noche. Cuando por fin se quedaron solos y salieron de la mano al jardín, los paseos estaban llenos de pájaros muertos. Un escalofrío recorrió la espalda del músico, que supo al momento que esas muertes tenía que ver con la música que había tocado. Pero dos noches después la joven volvió a pedirle que la tocara, y él volvió a hacerle caso para complacerla. Esta vez la muerte alcanzó a dos niños pequeños que vivían en una casa vecina. Prometió no volver a interpretar nunca aquella música maldita, pero la joven, que era muy cruel y solo le importaba satisfacer sus caprichos, se lo pedía cada noche y él la tenía que obedecer. Y aquello siempre tenía consecuencias terribles, que una noche fueron los peces los que aparecieron muertos en el río; y otra, una madre y su niño de pecho los que hallaron yertos en su cama. Y aun así, siempre que la mujer se lo pedía, él volvía a obedecerla temeroso de perder su amor. Una mañana llamaron a su puerta. Venían a decirle que la joven que amaba había aparecido ahogada en el lago. Y supo que era él quien lo había causado por hacerle caso y, tras quemar las partituras, partió hacia un destino desconocido y nunca más se supo en el mundo de él.


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