Mujeres en portada

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SOMBRA CIPRES LA

DEL

NÚMERO 264 Sábado, 01.04.17

Mujeres en portada Novedades editoriales que ponen en el primer plano la vida y obra de creadoras e intelectuales [P2]

Clara Campoamor.

María Zambrano.

María de Maeztu.


2 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 1.04.17 EL NORTE DE CASTILLA

:: ANGÉLICA TANARRO

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e oye decir que el feminismo vive un buen momento. Que la conciencia de que ni las leyes que establecen sobre el papel la necesaria igualdad entre hombres y mujeres, ni los avances de la sociedad en los ámbitos culturales y tecnológicos están acabando con la ancestral discriminación que sufre la mitad de la población mundial por el mero hecho de haber nacido mujer, o lo hace con una lentitud desesperante agravada por la crisis económica que recorre Europa, está haciendo resurgir con fuerza la voz de las mujeres (en compañía de la de algunos hombres concienciados) en pos de sus derechos. Se esté de acuerdo o no con esa afirmación lo cierto es que movimientos y asociaciones feministas están haciendo visible una situación que en ocasiones se considera superada. Esta mayor visualización tiene su reflejo en el panorama editorial. No es solo que haya más autoras en cualquiera de los géneros que se analicen, sino que el feminismo vuelve a ser materia de ensayo y reflexión, si es que alguna vez hubiera dejado de serlo editorialmente hablando. Y más allá de los libros sobre teoría de género, también son más frecuentes aquellos destinados a hacer visibles a las mujeres que abrieron camino en la lucha por erradicar la desigualdad. En dos de estos nos fijamos hoy. ‘Debes conocerlas’, publicado por la editorial Huso, sale de la pluma de dos autoras que

desde la escritura pero también desde la acción se han empeñado en hacer visibles a quienes, a pesar de sus muchos méritos, estuvieron en la sombra para esa historia oficial que casi siempre escribieron hombres. Mercedes Gómez Blesa y Marifé Santiago Bolaños revelan las fotografías donde mujeres sabias quedaban ocultas sustituyendo las sombras que impedían ver sus rostros por primeros planos de sus logros. El libro se abre, tras la introducción, con un artículo de Gómez Blesa en el que bajo el epígrafe ‘Los hombres que no amaban a las mujeres’ analiza cómo las teorías antifeministas en el cambio de siglo del XIX al XX contribuyeron a perpetuar en España la idea de la mujer como un ser inferior física, metal e intelectualmente. Y cómo los arquetipos sociales de género que proclamaban esa inferioridad se basaron en cuestiones religiosas –«la Iglesia contribuyó, en gran manera, a la creación del modelo femenino como un ser subalterno y dependiente del hombre, a través de la asignación de roles distintos dentro de la institución del matrimonio»– y después en discursos científicos como legitimadores de la ideología de la desigualdad. Teorías como las que relacionaban las facultades intelectivas con el tamaño de la masa encefálica. Como ejemplo, recuerda la teoría del psiquiatra y neuropatólogo P. J. Moebius, que, siguiendo los postulados del fisiólogo Bischoff, argumentaba que la mujer no debía iniciar estudios superiores por su incapacidad innata

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De las sabias mujeres Dos libros de reciente publicación traen a primer plano el papel de pensadoras, artistas y pedagogas que abrieron el camino a la igualdad de género Retrato de María de Maeztu. :: EL NORTE


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CARLOS AGANZO

blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

De las Diosas Blancas a Poetas en la Red Marina Tsvietáieva.

Anna Ajmátova.

Hanna Arendt. :: AP

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para pensar en profundidad y por su falta de atención y concentración. La medicina y teorías como el higienismo vinieron después a recoger el testigo en el empeño por dar carta de naturaleza a la sumisión femenina. Tras este sombrío y necesario recuerdo, en el libro se hace la luz a través de las vidas y obras de aquellas pioneras que como Carmen de Burgos fueron derribando barreras y abriendo caminos en la selva de las trabas que pretendían doblegar a las mujeres. Las españolas Clara Campoamor, María Teresa León, María Zambrano, María Lejárraga, pero también mujeres que en la Europa de entreguerras no se resignaron al papel secundario que se les asignaba y que desde el arte y la cultura contribuyeron a mejorar la vida de las mujeres en particular y del género humano en general al alzar sus voces en contra de la guerra. Marifé Santiago escribe un sentido homenaje a las poetas rusas Marina Tsvietáieva y Anna Ajmátova («casi de la misma edad, ambas entregadas a la poesía, musas magas, creadoras indispensables y entonces, en aquella juventud que compartieron con Mandelsstam, con Gumiliov, con Pasternak, con Meyerhold, con Biela…») y las acompaña con sensibilidad y ternura por su a menudo trágica peripecia vital en las primeras décadas del siglo XX.

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n el año 1985, Ramón Buenaventura publicaba en Hiperión la antología ‘Las Diosas Blancas’, en la que trataba de dar cuenta de una cierta pujanza de la poesía escrita por mujeres, después de decenios de ocultamiento, en los inicios de la llamada segunda transición política, tras superar el golpe de Estado de Tejero en 1981. La fotografía, por ejemplo, de aquella Ana Rossetti de 25 años, formando parte de una nutrida lista de creadoras con varios libros ya en su haber, daba testimonio de una realidad que no se iba a detener hasta la fecha: la irrupción de las mujeres en un territorio hasta entonces reservado únicamente para unas pocas. Allí estaban desde Blanca Andreu hasta Amalia Iglesias, pasando por Ángeles Fernández, Teresa Rosenvinge, Andrea Luca, Almudena Guzmán, Luisa Castro, Lola Velasco, Mercedes Escolano, Ángeles Maeso, Isla Correyero, Amparo Amorós, Margarita Arroyo, Isabel Roselló, María del Carmen Pallarés o Pilar Cibreiro. Cada una, después, con su propia

trayectoria personal. Y todas conscientes de ser herederas de unas cuantas generaciones anteriores que, sin lugar a dudas, lo habían tenido más difícil que ellas para sacar adelante su literatura. Poetisas con nombre propio en España y en América que, muy recientemente (2016), han vuelto a la palestra con la contundente antología de Raquel Lanseros y Ana Merino ‘Poesía soy yo. Poetas españolas del siglo XX (18861960)’ –Visor–, donde se encuentran nombres tan sólidos como los de Delmira Agustini, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcin, Carmen Conde, Concha de Albornoz, Concha Zardoya, Gloria Fuertes, Clara Janés, Acacia Uceta, Pureza Canelo, Ana María Moix, María Victoria Atencia, Concha Méndez, Josefina de la Torre, Julia Uceda, Cristina Peri Rossi, Juana Castro o Esperanza Ortega. Sobre estas mujeres, que lograron abrirse paso en la poesía española a lo largo de los últimos decenios del siglo XX, y sobre las propias ‘Diosas blancas’ de los ochenta, en los

inicios del siglo XXI surge una nueva generación, que encontramos reseñada, ya en pie pleno de igualdad con sus compañeros poetas, en otra antología del año 2016, ‘Re-generación’ –Valparaíso–, compilada por el poeta y profesor abulense José Luis Morante. Elena Medel, Martha Asunción Alonso, Alejandra Vanessa, María Alcantarilla, Elvira Sastre o Luna Miguel, todas ellas entre los 23 y los 38 años, son algunos de los nombres que se incluyen en esta antología que, frente a las escritoras anteriores, trata de encontrar algunas referencias generacionales, como la búsqueda de la identidad, la exposición de los sentimientos, la denuncia del dolor y la inquietud

La última generación poética está instalada en las redes y tiene mayoritariamente nombre de mujer

DEBES CONOCERLAS de Marifé Santiago y Mercedes Gómez Blesa. Ed. Huso. 384 páginas

Simone Weil, Hanna Arendt, Isadora Duncan, Alexandra David-Néel… también forman parte de este recorrido, que contribuye a divulgar aportaciones fundamentales al arte y pensamiento occidental y pueden servir de preludios para un conocimiento más profundo de sus vidas y sus obras.

María de Maeztu, feminista y pedagoga

Carmen de Burgos.

Simone Weil.

Otra de las protagonistas de este libro es María de Maeztu (1881-1948), la que fuera directora de la Residencia de Señoritas, versión femenina de la Residencia de Estudian-

ante la muerte, el gusto por los viajes o, de manera tangencial, el uso de las nuevas tecnologías. Eso, más el nacimiento de nuevas pequeñas editoriales (Origami, Noviembre, La Bella Varsovia, Kriller 71...), buena parte de ellas con una dedicación especial a la poesía escrita por mujeres. La última generación poética, sin embargo, está ya plenamente instalada en las redes sociales, desde donde se proyectan sus libros a la edición de notables tiradas en papel, y tiene mayoritariamente nombre de mujer. «La poesía ha vuelto y yo no tengo la culpa», dice un poema de Batania Neorrabioso, y sobre esta máxima son centenares de mujeres, muchas de ellas de muy corta edad, las que inician su camino poético en un tiempo definitivamente distinto al de sus ‘mayores’. Las redes sociales, pero también infinidad de sesiones poéticas, performances, recitales y experiencias multiartísticas, y hasta un «prostíbulo poético» como el del Teatrenou de Barcelona, franquicia de una experiencia de intercambio de versos por dinero con sucursales en medio mundo, dan voz a poetas como Sonia Barba, Berta García Faet, Irene X o la «micropoetisa» Ajo, que cuenta con 15.000 seguidores en Twitter, «Da miedo –dice Loreto Sesma– que la gente te tome como un referente cuando ni siquiera tú sabes por dónde te da el aire». Y lo que queda por venir...

MARÍA DE MAEZTU WHITNEY de María Josefa Lastagaray Rosales. Ed. La Ergástula. 375 páginas.

tes, y del Lyceum Club Femenino, y que murió exiliada en Argentina tras haber sido una de las voces importantes de la intelectualidad española en las primeras décadas del pasado siglo. Una sobrina nieta de la pedagoga y humanista que contribuyó a la modernización de las obsoletas estructuras educativas en la España de su tiempo, María Josefa Lastagaray Rosales, ha escrito un ensayo ‘María de Maeztu Whitney. Una vida entre la pedagogía y el feminismo’ (La Ergástula ediciones) indispensable para conocer su vida y obra. El ensayo, plantea-

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4 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

La Residencia de Señoritas fue la gran obra de María de Maeztu y por la que fue reconocida como gran pedagoga y humanista El ensayo pone de relieve el trabajo de una mujer que no se resignó al papel que la sociedad le otorgaba

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TODOS LOS HOMBRES SOMOS MUJERES El principio activo femenino

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do de forma cronológica, sigue la biografía de María de Maeztu desde su nacimiento en el seno de una familia en la que no faltaron artistas y escritores como sus hermanos Gustavo y Ramiro, hasta su muerte en Mar de Plata, el 7 de enero de 1948. La Residencia de Señoritas fue la gran obra de su vida y por la que fue reconocida como gran pedagoga y humanista que siempre tuvo presente la perspectiva feminista de su trabajo y así lo dejó escrito: «Soy feminista; me avergonzaría no serlo, porque creo que toda mujer que piensa debe sentir el deseo de colaborar como persona, en la obra total de la cultura humana». El ensayo aporta, además de abundante material fotográfico, testimonios de las personas que se cruzaron en su vida y su trabajo como Ortega y Gasset, Victoria Kent o los impulsores de la Institución Libre de Enseñanza, Francisco Giner de los Ríos, Manuel Bartolomé Cossío y Gumersindo de Azcárate, así como de su médico, Gregorio Marañón, que le trató algunos problemas de salud. Recorren sus páginas las palabras y el pensamiento de María de Maeztu, a través de testimonios de sus conferencias, cartas y artículos, de forma que pone en su sitio a quien fuera silenciada por la dictadura, a pesar de que la noticia de su muerte sí apareció en los principales diarios españoles de la época. La parte final del ensayo reúne material documental con artículos tanto de Ramiro como de María, reportajes sobre la Residencia de Estudiantes, artículos sobre su obra aparecidos en periódicos hispanoamericanos o recuerdos de algunas residentes. Pero su mayor aportación es poner de relieve el trabajo de una mujer que no se resignó al papel que la sociedad le otorgaba, consciente de que fomentar la educación de las mujeres era la única manera de aspirar a una sociedad más justa y desarrollada.

La activista estadounidense Gloria Steinem. :: MARIO ANZUONI-REUTERS


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e ha tentado dilucidar el sentido del título, pero definitivamente creo que, como se suele repetir de forma tópica, habla por sí solo. He sabido desde que tengo uso de razón, y es probable que lo intuyera antes, de siempre, que las mujeres sostienen nuestro mundo. Para mí, la lucha de sexos y lo demás es política, búsqueda del poder. Más allá del testimonio –y no otra sería la intención de la autora, de la que no queda ni una triste foto, toda vez que después de la publicación del libro en 1945 desapareció de la vida pública por completo hasta su muerte en 1975– ‘Una librería en Berlín’ (Seix Barral) de Françoise Frenkel, vertida al español por Adolfo García Ortega y con prefacio de Patrick Modiano, bien puede leerse como una de las tan cacareadas novelas de autoficción, por lo rocambolesco del argumento, muy bien narrado, además. La historia parte de su amor incondicional a los libros desde niña, en su Polonia natal. Ya de chica, estudiante en París, su afición a los buquinistas del Sena y a las polvorientas tiendas de viejo le llevan, al cabo, a convertirse en librera durante el período de entreguerras, al abrir una tienda exclusivamente francesa en la capital alemana. Curiosamente el negocio se mantiene gracias a las clientas, se ve que ya en aquella época la proporción de lectoras era muy superior, no sé si de forma tan abrumadora como lo es hoy. Conoce cierta prosperidad hasta el momento de la liquidación de la república de Weimar. Con la promulgación de las leyes de Nüremberg y el consiguiente incremento del horror y de la violencia del fanatismo nazi se ve obligada a abandonar a su suerte sus amados libros. A partir de aquí, con su mundo derrumbado, atropellada y acorralada por la historia, el apartamiento familiar, la soledad, la desorientación, la huida interminable (París, Avignon, Vichy, Niza…), las redadas, cacerías, delaciones, arrestos, prisiones, tribunales… Las desgarradoras vicisitudes de quienes escaparon a la deportación al Este, camino de la muerte; la bondad extrema de aquellos, sobre todo saboyanos y mujeres, monjas incluidas, que no se doblegaron ante el colaboracionismo canalla y escondieron a los fugitivos para evitarles los campos de concentración, jugándose su propio pellejo. Y, sobre todo, durante toda su odisea, el valor para afrontar las preocupaciones y sufrimientos, los reveses uno tras otro, la alegría y una calma poderosa en medio de las desgracias,

sus esfuerzos para no caer «en una indiferencia lúgubre, en una inercia absoluta», que dominaban el ambiente. Frenkel representa la entereza ante el destino de tantas heroínas anónimas que atravesaron las guerras mundiales y resistieron el descalabro para hacer renacer a Europa tras las hecatombes bélicas. Me ha recordado a las esclavas valientes y abnegadas que en nuestra posguerra sostuvieron y levantaron el país y que sin embargo no tienen ni derecho a pensión, ante la indiferencia generalizada de los partidos políticos de toda condición, por no haber cotizado. Con anotaciones complementarias en analepsis, ‘Buena alumna’ (Minúscula) de Paula Porroni, aunque se presenta como novela, parece una especie de diario urgente, incluso en el estilo de fraseo breve, machacón y sincopado. De nouvelle de aprendizaje también, porque su madre potentada le ha dado a la autora un año de plazo para seguir sufragando sus gastos, de lo contrario deberá abandonar su propio camino y volver a su lado a Argentina. El intento de emancipación tiene lugar en Inglaterra. Pisos de subalquiler compartidos. Comida basura. Footing a muerte mientras los estudiantes practican ‘pub crawl’ hasta perder la consciencia. Reparto de copias de currículum. Empleos tem-

Frenkel representa la entereza ante el destino de tantas heroínas anónimas que atravesaron las guerras mundiales y resistieron el descalabro

UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO

porales y mal pagados, si bien desecha, por considerarlo humillante y propio de gente sin suerte ni talento ser profesora de lengua. De un narcisismo desaforado, apabullante, a ratos desolador, propio de los tiempos internautas que corren, es una muestra de la fuerza inusitada de muchas jóvenes de hoy en día, bien preparadas, y de algunas escritoras hispanoamericanas que aúnan rigor y desparpajo, como, por caso, la mexicana Valeria Luiselli, que trajimos a estas páginas hace un tiempo y acaba de publicar un reportaje estremecedor, al empezar la era Trump, ‘Los niños perdidos’. Ahí es nada acompañar a la agobiada Porroni, tan lista que se huele hasta la impaciencia en los emails, sacrificándose, luchando a brazo partido para no ser un cero a la izquierda, para no confirmar la sospecha de haber malgastado su talento. Respecto a lo que no decíamos, por obvio, en el párrafo inicial, la casera de Cambridge le dice:

Bridget Christie, durante una actuación. :: T. SAETRE

«todos los hombres son niños eternos». De origen judío, como Frenkel, la icono del feminismo USA Gloria Steinem relata en ‘Mi vida en la carretera’ (Alpha Decay) un viaje triple: a lo largo y ancho del territorio norteamericano, hacia su historia y como muestra de lo variopinto de sus habitantes, a los que da voz a través de encuentros como activista itinerante, «conferenciante y espoleadora de grupos». Igual que Frenkel ha conservado durante toda su vida, aunque no en sus terribles condiciones, naturalmente, una esperanza y una energía propias del carácter femenino, en general mucho más ahincado a la existencia que el de sus congéneres masculinos. A sus ochenta y dos años, Steinem, natural de Toledo, Ohio, atribuye esta capacidad a su condición viajera. Y en efecto, este libro es su particular ‘On the road’, aunque reniegue en él de la óptica de Kerouac. Ya el preámbulo narra una visita a un ‘pow wow’ de siouxs lakota, en las Badlands de Dakota del Sur, junto a una colega cherokee y su hija, una cantante y dos escritoras afroamericanas, «una cuadrilla de seis mujeres fuertes», para celebrar el matriarcado ancestral de esta etnia. En realidad, su vida se ha acomodado al concepto de ‘road movie’ –de hecho, cita ‘Thelma y Louise’– desde su infancia, desde la propensión al nomadismo, que heredó, de su quijotesco y temerario padre, Leo, retratado como un punto filipino. Puede decirse que, como la de Borroni, es una narración iniciática, en su caso sin pausas y al modo de las memorias personales, que centra en sus errancias. La iniciación viene de la India, por donde anduvo dos años vagando, a veces en trenes exclusivamente femeninos, donde curiosamente conoció los círculos de discusión aldeanos, tribales, que tiempo después, en forma de grupos de concienciación prenderían en el movimiento feminista. Steinem participó en la marcha sobre Washington, ama los campus y se declara adicta a las campañas electorales –entre otras candidatas, apoyó a Hillary Clinton y luego contribuyó al triunfo de Obama–. A partir de la locura, en ocasiones surrealista, de la carretera, una caja de sorpresas, con los minirreportajes-crisol de sus andanzas, que cuentan la experiencia de perspicaces taxistas –como aquel extravagante al que quiso impresionar Trump–, azafatas, estudiantes universitarios, habitantes de las reservas… se aprende muchísimo sobre la realidad de Estados Unidos, desde la mansión en el desier-

UNA LIBRERÍA EN BERLÍN Françoise Frenkel, Seix Barral, 296 pp., 18,50 €.

BUENA ALUMNA Paula Porroni, Minúscula, 120 pp., 16 €.

MI VIDA EN LA CARRETERA Gloria Steinem, Alpha Decay. 362 pp., 23,90 €.

UN MUNDO PARA ELLAS Bridget Christie, Anagrama, 368 pp., 19,90 €.

to de Frank Sinatra a los garitos furtivos donde repostan los camioneros. Y también sobre lo intemporal y el espíritu de la tierra que guardan las culturas primitivas. Una reseña sexista le sirvió de acicate a Bridget Christie, «la cara feminista del humor», para decidirse a escribir un muestrario de sus monólogos, ‘Un mundo para ellas’ (Anagrama), el título no puede ser más explícito, a tumba abierta, a saco se diría ahora, como «venganza creativa contra las penalidades de la vida cotidiana». La autora reconoce a Steinem como «feminista y adalid de los derechos humanos» y añade de cachondeo «que suele dar conferencias en un traje que perteneció a Benito Mussolini». No obstante, al final, en el apéndice ‘Bibliografía recomendada’, no la cita y sí a sus colegas de congresos, charlas y círculos Betty Friedan y Alice Walker. Christie, que con su vis cómica, apreciable a lo largo de toda la narración, se ha metido al público británico en el bolsillo, recurre a parecida munición y a la ironía de sal gruesa de los monologuistas patrios más famosos. Así que estamos ante un libro muy recomendable para quienes disfrutan con la frivolidad humorística de este subgénero televisivo de moda. El artefacto resultante de estas intenciones se lee con una sonrisa en los labios, además Christie se burla de todo, sin excepción, empezando por ella misma o los sacrosantos debates y encuentros sobre feminismo. No aspira a componer un sesudo ensayo, ni un ensayito siquiera, sino a que el libro se apile con dignidad en la sección de humor de una librería o unos grandes almacenes. Para empezar, la introducción ocupa treinta y cinco páginas y gira en torno a la ventosidad, que le suscitó una epifanía, de un dependiente analfabeto, a la que considera «elemento clave de mi biografía». Hay que tener mucha gracia, o enmascararla al menos, como Quevedo, para sostener sin cansar lo escatológico, desde una flatulencia, de esta manera. Con muchas tablas, Christie, que se ha fogueado en multitud de bolos por el circuito londinense, la tiene, se le ve muy suelta, además, en la escritura, supongo que como en la loada desenvoltura de su faceta oral. Aun arrepentida de haber sacado tajada con su espectáculo sobre la opresión de la mujer, punto de partida, no deja títere con cabeza ni hombre que no sea mujer. Sus verdades como puños arrasan con el sexismo, Patti Smith, la misoginia, Mary Shelley, la mutilación genital femenina, el terrorismo doméstico, los modelos a seguir...


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ABECEDARIO de lector

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ADOLFO GARCÍA ORTEGA

Jazz.- Dos novelas extraordinarias con jazz en su interior son ‘El perseguidor’, de Julio Cortázar, y ‘El invierno en Lisboa’, de Antonio Muñoz Molina. Curiosamente, ambas participan de una atmósfera procedente de Juan Carlos Onetti, un escritor que es puro jazz sin pretenderlo en novelas como ‘El astillero’ o ‘Juntacadáveres’, por ejemplo. También hay jazz explícito en Murakami, e implícito en Doctorow (sobre todo en sus novelas neoyorquinas) y en los cuentos de Cheever, en cuyos intersticios narrativos siempre está sonando una música que irrumpe desamparada. ¿Y no es jazz toda la prosa de Faulkner? ¿Y no son jazz las historias de Toni Morrison o de Annie Proulx? ¿No lo son las de Gadda o de Pavese? Jerusalén.- Para saber de la Jerusalén inmemorial, la ciudad de tres pueblos y de tres religiones, la ciudad inagotable que es de todos y para todos, hay que leer el ensayo histórico ‘Jerusalén’ de Simon Sebag Montefiore. Por sus páginas desfila la biografía milenaria de esa ciudad centrípeta. Pero para percibir la Jerusalén verdadera de hoy, la vital, la que más vivamente permanece en el recuerdo después de una lectura, hay que dejarse poseer por la que describe Amos Oz en ‘Una historia de amor y oscuridad’. Es este un libro de memorias único y emocionante, de una viveza que lleva al lector a la primera línea visual de lo que el escritor escribe: se diría que entráramos en la mente de Amos Oz y viviéramos sus recuerdos ‘al mismo tiempo’ que él. Jim (Lord).- La novela de Joseph Conrad ‘Lord Jim’ tiene una densidad que termina por rodear al lector y transfigurarlo. ¡Quizá porque promete y da lo que promete! En ella, Marlow, el mismo Marlow que aparecerá luego en ‘El corazón de las tinieblas’, narra aquí, sin desfallecer, en una conversación de tú a tú con el lector, la historia del capitán Jim, un perdedor sin suerte (unido a otros perdedores, pues es una novela poblada de microhistorias) que

asume su destino con arrojo después de haber luchado contra la cobardía y de haber huido de sí mismo. Es una novela que fascina porque nos sumerge en un drama del que todos nos sentimos cerca e identificados. Como dice Conrad, quien, sin confesarlo del todo, tiene esta novela como su favorita, Jim «era uno de los nuestros». Pero, ¿quiénes somos esos ‘nosotros’? ¿Somos el Jim de la novela? Si es así, me gusta saberme de la misma especie de quien solo sabe ir en pos del misterio y del sueño, «siempre en pos de él, porque ese es el camino». Joyce (James).- ¿Dios? Probablemente, sí. Al menos el mío. Pero no el único dios, claro, en literatura hay que ser promiscuamente politeísta. Joyce es de esos gigantes del ‘Parnaso’ que más prejuicios genera: son legión los que dicen que no lo han leído y se sienten felices de no haberlo hecho. Yo me apiado de ellos y los llamo ignorantes. Creo que no leer a Joyce (cualquier libro de Joyce, desde ‘Dublineses’ al ‘Ulises’) es como ir al Museo del Prado con una venda en los ojos: te has perdido el Arte. No leer a Joyce es perderse la Literatura. Pero también perderse el placer del juego y el gozo de la ironía, dos puntales de sus obras, siempre chispeantes y astutas. Juan (Don).- José Zorrilla, en su ameno, divertido, dicharachero y gratificante libro de viajes y memorias que es ‘Recuerdos del tiempo viejo’, hace una larga y demoledora autocrítica de ‘Don Juan Tenorio’, su obra primeriza. La considera llena de defectos, de ripios y de errores. Se diría que la valora como su peor obra, la califica de «libro maldito». Sin embargo, se ve obligado a disculparse por hacer tan severo rechazo de su ‘Don Juan’, ya que los lectores y espectadores, al cabo de treinta y tantos años, han considerado esa pieza como la más representativa de su autor. Y eso lo horroriza. Zorrilla abomina de ella, sí, pero no quiere insultar al público que la ensalza llamándolos lerdos. En todo caso, hay dos lecciones que sacar: una, que Zorri-

lla era un autor mucho más grande que ese ‘Don Juan’ de opereta que escribió en ratos de insomnio; dos, que es admirable cómo se distancia Zorrilla de esa obra, hasta el punto de lamentar su amaneramiento, objetividad que lo honra. En esto, Zorrilla es moderno, porque demuestra ser muy consciente del hecho de que un autor y el libro que escribe son entidades de distinta naturaleza, ajenas y extrañas entre sí. Zorrilla es mucho más grande que la sombra que su ‘Don Juan’ proyecta de él. Judit.- La historia de Judit, perteneciente a la Biblia cristiana, es una leyenda novelesca, y de las más explícitamente feministas. Es sabido el argumento: Judit –que no es un nombre, en realidad, sino tan solo la denominación de ‘la judía’–, una mujer viuda, hermosa e inteligente, urde un plan para salvar su ciudad, Betulia, del asedio del terrible general asirio Holofernes. Su plan es ir hasta el campamento del tirano, engatusarlo y eliminarlo. Pero hay una grandeza que no se cuenta en el libro, una grandeza muy humana que sin duda le habría dado a Albert Camus materia para una de sus obras teatrales. Esa gran-

deza inédita no estriba tanto en el hecho de que Judit decapite a Holofernes con su propia espada, cuanto en otro momento que se deja a la imaginación y que no se explicita en el relato: el momento del tránsito de Judit desde Betulia hasta el campamento

La novela ‘Lord Jim’, de Joseph Conrad, tiene una densidad que termina por rodear al lector y transfigurarlo

militar, de noche, a oscuras, acompañada de su sirvienta Agra. Imagino a las dos mujeres sobrecogidas, agarradas una a la otra, avanzando hacia un mundo de hombres violentos, desconocedoras de lo que encontrarán allí al llegar y sin saber aún qué harán

cuando estén ante Holofernes. Es el momento, entre tinieblas, en que Judit aún no ha decidido cómo lo matará, pero ya no puede dar marcha atrás. Ese instante me parece uno de los trances de mayor valentía sobre los que he leído nunca.


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Vicente Rojo: Letras literales H

ay que apegarse a los lugares cuando uno se preocupa por las obras; hay que acordarse de una luz y de algunas salas reales cuando verdaderamente queremos pensar, por ejemplo, en ese sol y en esa noche de la pintura…» –escribe Yves Bonnefoy, y añade el nombre de un cuadro, de un pintor, en el seno de una curiosa teoría de la pintura italiana según los lugares en que se expone. Recordaba vagamente estas frases y las busqué guiado por la última imagen que conservo de ‘Escrito/Pintado’, la exposición de Vicente Rojo. Hace ahora año y medio de aquella mañana de domingo en el MUAC, el museo que tiene la UNAM en su enorme campus de la Ciudad de México; a mediodía se clausuraba la exposición y el azar quiso que llegáramos a tiempo de verla, en amplias salas blancas habitadas por el sol. Era una completa muestra de su trabajo pictórico y de diseño relacionado con la lengua escrita: portadas y maquetas de tantos libros que de pronto uno reconocía, iguales a los que teníamos en los estantes de casa, revistas y periódicos, también pintura que se volvía hacia la escritura. En la sala del fondo colgaban los grandes cuadros recientes de ‘Casa de Letras’; Vicente Rojo nos acompañaba y vimos que se demoraba allí, disfrutaba por última vez del lugar, de tanto espacio alrededor de las piezas, tanta luz, como volviendo a recorrer el camino de las texturas y las capas de color, rehaciéndolas con los ojos. Me llevé esta imagen, una verdad y una silenciosa felicidad; y, en mi cabeza, los cuadros permanecen en esa luz. Vicente Rojo nació en Barcelona en 1932; llegó a México casi adolescente, en 1949, cuando la familia pudo reencontrarse en el exilio con el padre, hermano del mítico general republicano de quien el sobrino lleva el nombre. Allá empezó a trabajar entre libros y se hizo pintor. Su labor en el diseño gráfico resultó crucial para la cultura moderna mexicana, presente en cada uno de sus momentos decisivos; fue él, según Carlos Monsiváis, quien «organizó en el ámbito cultural el tránsito de

El artista Vicente Rojo y el cartel de su exposición en la Universidad Nacional Autónoma de México. :: ÁLEX CRUZ

la vieja a la nueva percepción». Y la pintura estuvo siempre al lado, con su espacio propio; tanto en las declaraciones de Rojo como en los textos críticos, se insiste en el valor social y comunicativo del diseño, en el refugio individual y libre que suponía pintar. Una pintura, la suya, ya de tantas décadas, que podría describirse como serial y geométrica y, sin embargo, tan poco reducible a esquemas: lejana de ideas como ‘inspiración’ o ‘autoría’ y, a la vez, peculiarmente personal, abierta a desusadas formas de intensidad. Volviendo a la ‘Casa de letras’, es significativo que Vicente Rojo hable de modo muy similar respecto a la escritura –«pensé en intentar una escritura propia. Se trataría de un alfabeto secreto…»– y a la geometría: «He usado la geometría como un lenguaje. Para mí, las formas geométricas (cuadrado, triángulo, círculo, cubo, cono o la maravillosa esfera) son las palabras que sirven para desarrollar un lenguaje vivo o leído: configuran mi alfabeto».

En otro momento sugería una clave de esta coincidencia: «Yo pensaba que la geometría era algo que venía en estructuras grandes: edificios, casas, ciudades. Luego me di cuenta de que venía en la tipografía». El tipógrafo conoce naturalmente las letras de un modo para el que quizá los demás requeriríamos

Vicente Rojo llegó a México casi adolescente, cuando la familia pudo reencontrarse en el exilio con el padre

i de una lupa: sus proporciones, curvas, palos, espacios internos y externos, rabos, vértices, líneas de fuga, equilibrios y rupturas. Y Vicente Rojo diseña así la geometría de su alfabeto: rectas y curvas, paralelas y diagonales, triángulos y círculos. Alguien podría compararlas por su autonomía y poder con las capitulares medievales; pero la geometría pone una diferencia fundamental: son un juego de fuerzas, un sistema de tensiones que produce en ellas un extraño y particular movimiento quieto; no son decorativas ni expresivas, son un núcleo de vida concentrada en sus límites. ‘Letras’ y fondo están tramados por franjas paralelas, formadas por surcos resaltados y otros

TIENDA DE FIELTRO MIGUEL CASADO

hundidos; las combinaciones de sus colores y formas, proporción y relación son variadísimas, y todas ellas participan de ese juego al borde del equilibrio: figuras que se pierden en el fondo o se afirman contra él, zonas que parecen avanzar o retroceder, girar, levantarse. Nunca hay superficie o profundidad, sino el relieve de un dinamismo sin jerarquías. ‘Letra oscura’, ‘Construcción de una letra’, ‘Letra mayor’, ‘Alfabeto vertical’. No podrían leerse, en su autonomía crecen mudas, incluso nos hacen dudar si nuestras letras –las que cada día escribimos– tendrán sonido. Lo que bulle en ellas son los accidentes que el trabajo del pintor ha dejado, el espesor, la infinita riqueza de colores y textura de unos pocos centímetros que aísla la mirada. La vida se va haciendo en los ojos, reteniéndolos, trayendo tal vez del mundo de la tipografía el peso del detalle. Aquí cabe concluir la anterior cita de Rojo sobre su lenguaje inventado: «El significado del signo es real, es objetivo», o: «una grafía que obviamente iba a ser falsa o irreal por lo que hacía a su lectura textual, pero no en cuanto a su lectura visual». El sentido no viene dado por un sistema abstracto, sino que ‘es’ la letra, el conjunto de sus tensiones plásticas. Letras literales. Como solía decirse: al pie de la letra. O, en un salto no tan grande, aquello de Malévich: «Estas formas no serán la repetición de los objetos que viven en la vida, sino que serán en sí mismas un objeto vivo. La superficie coloreada es la forma viva real». Vuelvo a la imagen del pintor que se demora mirando sus ‘letras’. Decía Benjamin que el arte moderno –se refería al de los dadaístas en concreto– rompía la posibilidad de contemplación. Pero estos cuadros, geométricos y seriales, sin ‘sentido’, se abren a una observación ilimitada: el placer de las materias, el de las texturas y los tonos, sin trascendencia pero inagotables. Su tiempo se cuenta con una medida de emoción: no es que representen emociones, sino que al contemplarlos experiencia estética y emocional se hacen indistintas; es la intensidad que, durante esos instantes, nos vincula.


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Esther Gatón y Julián Cruz comparten espacio en la galería Javier Silva dentro del proyecto CreaVa

Cuando el arte reivindica el maquillaje

Sábado 1.04.17 EL NORTE DE CASTILLA

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sther Gatón (Valladolid, 1988) y Julián Cruz (Valladolid, 1989) son dos artistas que se conocen bien, que han trabajado juntos y han expuestos junto a otros artistas cercanos a su generación en los proyectos de CreaVa, como en la muestra ‘Creadores inquietos’, que tuvo lugar hace dos años en sala Las Francesas de su ciudad natal. No les ha resultado por tanto difícil acompasar sus obras para la exposición, que también dentro del marco de CreaVa (iniciativa de la Fundación Municipal de Cultura para dar a conocer a los jóvenes artistas de Valladolid), se

muestra en la galería Javier Silva. Gatón y Cruz han comisariado ellos mismos esta nueva aparición pública. Para Esther Gatón no es algo nuevo ya que el comisariado de exposiciones forma parte de su actividad habitual. Y no les ha resultado difícil encontrar el nexo de unas obras que, aunque muy distintas en lenguaje y técnica, comparten un punto de llegada. Y ese punto tiene un presupuesto filosófico o, en cierto modo, anti-filosófico, pues el lema de esta muestra que han titulado ‘Sombra de ojos’ es ‘la belleza está en el exterior’, como una forma de rebelarse ante la filosofía que

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abstracciones privadas

ANGÉLICA TANARRO

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desde los primeros pensadores afirma que la belleza está en la ‘verdadera’ naturaleza de las cosas y no en las apariencias externas. Las pinturas de Cruz y las piezas encontradas y modificadas de Gatón reivindican el ‘maquillaje’, el artificio, defienden el uso de materiales pobres para elevarlos a la categoría de arte, descolocan elementos de la cultura popular, de la publicidad de elementos cotidianos para situarlos merced al enmascaramiento o la transposición en un nivel de lectura diferente. Así los fragmentos de anuncios que sobre un lienzo pintado adquieren nueva

vida en los cuadros de Julián Cruz, artista que combina este trabajo con su labor de editor. Los motivos sacados de cómics antiguos, las figuras superpuestas sobre la ‘piel’ de los típicos motivos del camuflaje son los protagonistas de esta muestra. Cruz ha encontrado recientemente en la pintura una forma de expresión que no estaba en sus comienzos como artista. Y los resultados bien pueden animarle a quedarse. Julián Cruz ha crecido viendo obras de arte, no en vano es hijo del pintor Luis Cruz, de quien parece haber heredado ese gusto por incluir dentro de un cuadro motivos procedentes de otras artes

A la izquierda, Esther Gatón y, sobre estas líneas, Julián Cruz, con algunas de sus creaciones. :: HENAR SASTRE

Gatón y Cruz encaran su producción artística basándose en una compleja indagación

LA EXPOSICIÓN ‘Sombra de ojos’ Piezas de Esther Gatón y Julián Cruz. Galería Javier Silva (C/ Renedo, 8, Valladolid). Entrada libre. Hasta el 17 de abril.

como la literatura. En esta línea incluso hace un guiño a la obra de su progenitor ‘citando’ el fondo de alguna de sus obras. Los cuadros conviven con las piezas de Gatón sin estorbarse ni cuestionarse. De hecho podrían pasar como salidas de un mismo taller para un espectador poco conocedor de su obra. Esther Gatón descoloca hélices, fragmentos de piezas de aeromodelismo, juega con el poliestireno extruido para construir figuras escultóricas. Su mentalidad de decoradora (otra de sus reivindicaciones) adapta las obras al espacio que las contiene como un elemento más

de su creación. Junto a estos ‘objetos encontrados’ e intervenidos para llevarlos a una nueva naturaleza, la artista expone un par de dibujos muy interesantes. Gatón es una experta dibujante y utiliza este lenguaje para experimentar también con la forma en que el material influye en el resultado. En este caso rotuladores sobre un papel que recuerda al antiguo papel de estraza con el que solía envolverse el pescado. Lo que se ofrece al visitante es el reverso, la huella del dibujo en positivo, por decirlo así. Gatón y Cruz son dos artistas que comparten temporalmente espacios expositivos y habitualmente un forma de encarar su producción artística basándola en una compleja indagación que les lleva a cuestionar viejas fórmulas adaptándolas a este tiempo lleno de incertidumbres que les ha tocado vivir. Y en el que lejos de acomodarse buscan la manera de aportar nuevas respuestas.


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El poeta Aníbal Nuñez, junto a una de sus fuentes preferidas. :: ARCHIVO FAMILIAR

Lugares de Aníbal Núñez E

l pasado 13 de marzo se cumplieron treinta años de la muerte del poeta y artista salmantino contemporáneo Aníbal Núñez (1944 – 1987), que, como –tal como indica la percepción clásica– elegido por los dioses, se fue de este mundo en plena madurez vital, a los cuarenta y tres años. En su memoria, queremos reflexionar sobre un elemento de considerable importancia en su poesía. Cada vez que vuelvo sobre ella, me llama la atención, en la poesía de Aníbal Núñez, la mirada sobre el lugar o, mejor, sobre los lugares. Una mirada a través de una palabra rítmica, contenida, que, sin embargo, alberga el rumor de quien a ver se dispone y busca, a través de lo contemplado, descubrir los sentidos del mundo. «Toda palabra –según indica Edmond Jabès– es palabra

de un lugar». Salamanca, como símbolo y arquetipo de la ciudad, es, posiblemente, el lugar de la palabra de Aníbal Núñez, quien, en distintos libros y poemas, trazó su laberinto y el alzado de sus ruinas, tramó estrategias «para poder salir de estas murallas cálidas» o supo ver una luz y un sol distintos entre torres y cúpulas, como si el astro se acicalara «para la clara fiesta/ que algunos de nosotros esperamos». La mirada y contemplación del poeta ante este su lugar más emblemático contiene una actitud moral, la actitud de quien sabe estar de otra manera; de quien busca otras razones, al margen de toda convención, «de estar aquí siguiendo»; de quien ama con demasiado amor. Quiero recordar ahora aquí una de las miradas de Aníbal Núñez sobre la ciudad: La que contiene el poema ‘Oración’

de ‘Primavera soluble’ (1992). En él, el poeta, «cansado», se dirige al «incansable» y expresa su deseo de verse en la orilla como «contemplador» del mundo; a la vez que, dentro de la topografía urbana, nos traza el itinerario de la bajada hacia el río, hacia las aguas, en busca de los caballos, esos animales solares que alguna vez pintó, y que aparecen también en cuadros y dibujos del también salmantino Zacarías González. Mas hay también una mirada sobre el lugar, sobre el espacio del origen, laberinto y centro del mundo, que es el castro, un ámbito ya en ruinas y lleno de misterio, en el que ya no hay «tabernáculo ni techo a lo sagrado»; ante el que el poeta, que se ve a sí mismo como «desplazado», pugna por acceder a su centro, a ese centro inaccesible, defendido por «los ballesteros» desde «las saeteras». ‘Alo-

JOSÉ LUIS PUERTO

Salamanca, como símbolo y arquetipo de la ciudad, es, posiblemente, el lugar de la palabra de Aníbal Núñez

cución al desplazado’ de ‘Clave de los tres reinos’ (1986) nos habla de la mirada a este lugar de fundación, hoy ya en ruinas. Con otros lugares está relacionada la palabra de Aníbal Núñez. Con ese «monumento a la caída» que es «el huerto y la abadía» de Santa María de Gracia (en el término salmantino de San Martín del Castañar), tal y como aparece expresado por el poeta en ‘Trino en estanque’ (1982). ‘Locus amoenus’ que alberga una naturaleza llena de valles, neveros que se alcanzan con la vista, setos, enramadas, el agua de la fuente y los canales, los tejos, robles y castaños... Pero también lugar de la desolación, en el que el único sentido es la «suma de lo incompleto a lo truncado», «la ausencia de un centro», y en el que «toda / mención a lo pasado es un eco vacío». La naturaleza en este lugar «no

tiene otro sentido / fuera de los sentidos» y alberga una sacralidad que abandonó al recinto humano, al convertirse en ruinas. Mirada y meditación sobre el lugar se encuentran en otros poemas, por ejemplo, en el ‘Tríptico de Santiz’ de ‘Clave de los tres reinos’ (1986). Lugar que se contrapone a «nuestra palabrería»; al que acudimos «a reconocernos / en la tierra y sus heces, en sus irisaciones / que esmaltan el sendero». Pero el poeta se siente ajeno en este lugar («No son nuestros los campos»), al que acude como visitante; y se ve transitando «por una senda oblicua / –vacante y ya sin uso– hacia lo abandonado». ¿Pertenece el lugar al poeta o, más bien, siente él mismo, cuando mira, su condición de exiliado? Esto último es lo que parece indicar la poesía de Aníbal Núñez, pues el autor, al relacionarse a sí mismo con el lugar que contempla, se ve siempre en la orilla, en el margen, y se desdobla mediante calificativos, ya indicados, como «cansado», «desplazado», ajeno. Y es que la del exilio es la condición del hombre en la contemporaneidad; condición que el poeta asume y de la que es consciente. Desde ella, desde el margen, se siente al anhelo del centro intuido, pero el poeta, con su lucidez desolada, nos habla de esa búsqueda como imposibilidad, ya que es consciente de «la ausencia de un centro». Palabra sobre los lugares o lugares de la palabra, que también es mirada y contemplación sobre el arte, la naturaleza, la vida o esos espacios de ultramar recorridos imaginariamente. En busca de los sentidos del mundo, de lo que censurar (qué fino manejo de la ironía), o de lo que celebrar y cantar; porque la mirada del poeta, como él mismo nos dejó dicho, está abierta «a otro júbilo más amplio», ya que no es otra cosa que nacimiento, alumbramiento de un nuevo universo poético. Sí, como algunos de nosotros esperábamos, el tiempo está convirtiendo la poesía de Aníbal Núñez en esa «clara fiesta» que espera al lector que la descubre, para revelarle la belleza a través de una palabra, que, como la suya, es de fundación.


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LECTURAS

FASCINACIÓN CLÁSICA ORIENTAL La gran belleza de ‘El pabellón de las peonías’, ahora en español FENG JUNWEI, ALBERTO LEYENDA Y GAO CHUNYU

Agencia de Noticias Xinhua de China en España

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a gran belleza de ‘El pabellón de las peonías’, del dramaturgo chino Tang Xianzu, ya está al alcance de todos los hispanohablantes del mundo gracias a la traducción de la sinóloga española Alicia Relinque, que en una entrevista con Xinhua ensalza la calidad de uno de los grandes clásicos de la literatura china. La traducción de la obra fue impulsada por la editorial China Intercontinental Press, a fin de conmemorar el cuarto centenario de la muerte del considerado culmen de la dramaturgia china, fallecido en 1616, como William Shakespeare y Miguel de Cervantes. A finales del 2016 se publicaron 1.000 ejemplares en el país asiático, mientras que en España se ha hecho cargo de sacarla al mercado Trotta, colaboradora de la casa china, según explica la jefa de su departamento de colaboración internacional, Jiang Shan.

En el resto del globo se podrá adquirir la versión digital a través de That’s Books, la plataforma en Internet de la editorial, apunta Jiang, quien aprovecha para recordar que esta firma ha publicado un gran número de obras clásicas chinas, tanto antiguas como contemporáneas. ‘El pabellón de las peonías’, escrita en 1598, narra la historia de amor entre Du Liniang, la hija de un alto funcionario, y el joven intelectual Liu Mengmei, con los días finales de la dinastía Song del Sur como trasfondo. Para Alicia Relinque, con un amplio bagaje como traductora de literatura clásica china, la principal dificultad fue verter al español la musicalidad de la obra, que está escrita para ser cantada en su mayor parte. Además, señala, las construcciones y el lenguaje de Tang Xianzu le parecieron, al margen de muy bellos, de una gran complejidad. «Me ha supuesto muchísimas horas intentar acercarme, aunque fuera mínimamente, a tanta belleza: buscaba el vocabulario más apropiado, construcciones, a veces forzadas, propias de una retórica poética compleja… No estoy segura de haber podido superar todas las dificultades, pero lo he intentado», confiesa con humildad. La sinóloga, doctora por la Universidad de Granada, donde imparte clases desde

1994, admite que no había leído la obra completa en chino antes de abordar la traducción, y en el trabajo con cada verso se ha topado con un «placer inesperado», ya que creía que era una obra «más simple». De sus experiencias anteriores como traductora destaca la honda impresión que le dejó la novela Jin Ping Mei, por su extensión, por lo que tuvo que estudiar sobre el periodo, así como por los distintos registros que tienen cabida en esta obra.

Vigencia de la literatura clásica Relinque reivindica la vigencia actual de la literatura clásica como vehículo de aprendizaje sobre las personas y las relaciones sociales, al tiempo que destaca su valor como forma de entretenimiento. En este sentido, lamenta la errónea visión de que las obras clásicas chinas sean «tenebrosas o lejanas a la vida moderna». Pese al gran crecimiento en el número de hispanohablantes que estudian chino, sigue habiendo pocos especialistas que traduzcan la literatura clásica del país asiático. Por ello, esta sinóloga apuesta por seguir dedicándose a este tipo de obras, en lugar de abordar textos literarios contemporáneos, que cuentan con la atención de más traductores. En las cuatro décadas transcurridas desde que co-

EL PABELLÓN DE LAS PEONÍAS Tang Xianzu. Traducción de Alicia Relinque. Editorial Trotta. 72 páginas. 2016

menzó a estudiar mandarín, Relinque ha sido testigo de la creciente atención que China, su cultura y su idioma han despertado en España. Un interés, a su juicio, propiciado por el despegue económico del país y que ha recibido un «empuje extraordinario» con el aumento de los centros de estudios, tanto universidades como Institutos Confucio. «Ahora falta que comiencen a derrumbarse algunos estereotipos falseados que existen sobre China», sentencia la experta que, con todo, se declara optimista. Relinque, que en la década de 1980 cursó estudios en la Universidad de Pekín, entró en contacto con la cultura china de manera azarosa, según relató en una entrevista anterior con Xinhua. Cuando cursaba la secundaria, una de sus profesoras nunca sonreía, hasta que, a la vuelta de un viaje a China, mostró su sonrisa por primera vez mientras compartía sus experiencias aquí. «Qué magia tendrá ese país oriental si puede influir tanto en una persona», se preguntó entonces. Una fascinación que la literatura clásica china no ha hecho sino avivar y que con sus traducciones quiere difundir a todos los hispanohablantes.


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LECTURAS

ABSURDAMENTE FELIZ Visión femenina del naciente mundo colonial rodesiano JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN

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oco sabemos los lectores españoles de la escritora británica Sheila MacDonald, nacida en Nueva Zelanda e instalada en 1907 en la aún joven Rodesia, siendo apenas una veinteañera, para casarse con el colono que sería su marido hasta la muerte de este en 1924. De él tomó y conservó el apellido con el que firmaría sus obras, aunque contraería nuevo matrimonio en los años treinta. Tras diversas vicisitudes marcadas por la Segunda Guerra Mundial, parece que vivió con su nueva pareja en Kenia y en Sudáfrica. Este libro que ahora se traduce por primera vez en nuestro país es un conjunto formado por un par de docenas de cartas escritas, entre 1907 y 1912, por Sheila –o Sally, como prefería firmarlas– a su madre y a una amiga, ambas residentes en Inglaterra. En una breve introducción, la propia autora nos cuenta que fue su progenitora quien, años más tarde de recibirlas, las halló olvidadas en un buró y, tras una nueva lectura, animó a su hija a darlas a conocer: «Reescríbelas, cambia los nombres, rellena los huecos y pu-

blícalas. Si proporcionan a los demás la mitad del placer e interés que me han proporcionado a mí, tu trabajo no habrá sido en vano». Vieron la luz en Australia en 1926. No sabemos si las dirigidas a su amiga, menos numerosas que las de su madre, también formaban parte del mismo lote, o fueron creadas por Sheila MacDonald en el momento en que preparaba la colección. Todo es posible dado el humor, la distancia respecto a la dura cotidianeidad que la joven recién casada vive en aquel sudeste africano durante los inicios de su colonización, y su peculiar temperamento, lo más atractivo de su personalidad. Las cartas describen a jóvenes colonos que eligen instalarse en un mundo cuya naturaleza les resulta exótica y plena de seducción, pero donde la vida, ganarse el sustento, es en extremo difícil y costoso. Llama la atención una realidad que hemos olvidado: incluso esos europeos de clase baja, que abandonaban sus naciones de origen para buscar una vida mejor que la que en ellas se les brindaba, disponían de servidores de razas africanas sometidos a sus caprichos, a toda clase de abusos, a la explotación más despreciable. Nativos que, por su parte, ansiaban aprovecharse de los blancos recién llegados desarrollando tretas y tramas que recuerdan el mejor género picaresco. Sheila MacDonald recoge en sus cartas expresiones racistas que no comparte enteramente, aunque se sirva de sus víctimas

SALLY EN RODESIA Sheila MacDonald. Traducción de Mª Luisa Vilariño Durán, A Coruña, Ediciones del Viento, 2017, 181 páginas, 17,50 euros.

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ice el dicho, lo bueno, si breve, dos veces bueno. Esto, al parecer, no se aplica a la narrativa. O al menos no se estila en los últimos tiempos –unos tiempos últimos que abarcan, más o menos, un siglo, quizás más–. Por alguna razón el lector, sobre todo la lectora, parecen preferir novelas, a más voluminosas mejor. Digo sobre todo lectora porque son mujeres a las que más he oído repetir «es que yo no soy mu-

cho de cuento». Y no es fácil, en los trenes, en el autobús, en los aviones, en los bancos o en mesas de cafetería, ver mujeres leyendo libros de menos –así, a ojo– de menos de 300 páginas. Y me fijo en las mujeres porque en este país nuestro, en los asientos de los autobuses, de los aviones, de los trenes, suele haber mayoría femenina entre la gente que saca un libro y se pone a leer. Y, como he dicho, los libros que sacan suelen ser de dimensiones respetables. El

más luminosa y bella tierra del mundo». Se esfuerza en llegar a ser una «auténtica rodesiana». Pero no es el único afán o combate que nos describe en sus cartas. Intentará sortear el machismo que la rodea, del que su marido es un claro representante. Frente a las presiones de las iglesias cristianas que también forman parte del imperio colonial para que bautice a sus vástagos, responde

zás con una o dos excepciones, estaban en manos de hombres. Poquísimos. No es mi intención generalizar. Mi experiencia, desde luego, no aporta los datos para llegar a una conclusión objetiva. Estoy seguro de que por ahí, de hecho conozco alguna, hay mujeres amantes del cuento. Pero también es cierto que también conozco a más mujeres que hombres que hayan dicho: «es que no soy de cuentos». Y lo dicen como si el cuento no fuera algo del todo satisfactorio. O como si no fuera todo lo serio o «profesional» que debería ser un artefacto narrativo. Como si la brevedad impusiera algún tipo de cortapisas a la calidad o a la capacidad creativa. Quizás como si el cuento no fuera otra

cosa que un ejercicio de dedos, un calentamiento antes de pasar a cosas más serias. Desde mi punto de vista es todo lo contrario. El cuento, el buen cuento, es una pieza que exige más al escritor. Al contrario que la novela, no puede permitirse flojear, pausar el ritmo, divagar para tomar aliento. Cada frase, si se me apura cada palabra, ha de ser redonda. Porque un cuento ha de ser redondo. Siempre. Porque el cuento no es una mera anécdota. También refleja un mundo, a veces con más precisión que la novela. Lean a Macleod, por ejemplo, que en sus relatos de belleza y tristeza inauditas, nos hace respirar el aire de Nueva Escocia. Lean a Rulfo, para sen-

tir la aspereza de los llanos pedregosos y las pequeñas guerras. Lean a Borges, que nos muestra ahora Buenos Aires, luego el Misisipi esclavista, o la selva india, o las cortes vikingas, para, finalmente, bosquejar un universo entero. Macleod, además de sus cuentos, escribió una sola novela. Lo mismo pasa con Rulfo, y su novela, de breve, es casi otro cuento. Borges no escribió ninguna. Carver tampoco. Todos son grandísimos escritores. Siempre los recomiendo, sobre todo cuando alguien me dice que quiere empezar a escribir. Pienso que de alguna manera, es imprescindible conocerlos. No me gustan algunas novelas de King, pero sí todos sus cuentos.

Mapa de la antigua colonia británica. con la misma acritud y recelo, en muchas ocasiones, que sus demás congéneres. Refiriéndose a la opinión de una niñera escocesa, por ejemplo, escribe: «Como para ella todos los nativos son ‘basura negra’ no le presto demasiada atención». Sally se enamora de Rodesia, sobre todo de su exuberante y colorista vegetación con la que por todos los medios trata de decorar las la-

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

CUENTOS

deras que rodean las cabañas donde vive con su familia. Tampoco ahorra detalles sobre la multitud de insectos y parásitos que hacen la vida humana casi imposible, un permanente riesgo que obliga a tomar infinidad de decisiones y medidas para sobrevivir, pero que no le impiden sentir que «a pesar de todo ello Rodesia es perfecta». No duda así en calificar la colonia como «la mejor, la

que, en efecto, tal sacramento le parece una farsa. Se define como «una pagana impenitente que ama el aire libre y a sus semejantes, y a quien no le gustan las iglesias y menos aún el clero». Sobre todo lo que Sally destila es humor, distancia, sutil rebeldía, resignación aparente, astucia. Aspira y logra ser una mujer independiente en medio de las peores dificultades: «Me siento absurdamente feliz». Provoca un batido incesante de horror y de risa que hacen que la lectura de sus cartas nos resulte también a nosotros placentera. Contagia optimismo siempre ‘a pesar de’. Como cuando manifiesta que, si bien para una mujer la vida entre hombres puede resultar un fastidio, «aun así me gusta muchísimo». Hay que agradecer pues a la coruñesa Ediciones del Viento la edición de este libro. Pero no debemos soslayar una importante objeción: la abundancia de erratas de toda clase, incluso algunas ortográficas, emponzoña la lectura. En ocasiones da la impresión de que estemos ante unas primeras galeradas sin corregir. Se impone subsanar tales inconveniencias en una futura reedición.

CIRO GARCÍA

cotilla literario que hay en mí –por alguna razón, uno siempre se alegra de encontrar a un lector, tanto como un entomólogo de encontrar un escarabajo raro, o, más precisamente, como un hombre perdido en una ciudad extranjera de oír, repentinamente, su idioma–, tiende a mirar, hasta donde la conveniencia y el disimulo lo permiten, los títulos de estos libros. La mayoría, casi todos, son novelas. Los pocos libros de cuentos que recuerdo haber visto, qui-


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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

SOÑAR CON IR A LA ESCUELA :: V. M. NIÑO Hay millones de niños que cada mañana, en vez de ir a la escuela, van a trabajar. La llamada en el primer mundo explotación infantil es una fuente de ingresos ineludible en el tercero. A sus diez años, Agni acude de lunes a sábado a un lavadero en Bombay, a limpiar las ropas de otros con sosa cáustica. Argumento habitual de documentales, Dora Sales prefiere indagar en los sueños y la mirada de uno de esos niños. Vive en la provisionalidad de una chabola al albur del monzón, con su padre, su madre y su hermana de tres años que correrá su misma suerte en poco tiempo. Hay que acarrear el agua, no hay grifos, ni nevera, ni luz. Pero ninguna de estas carencias le molesta, todos

La escritora escocesa Ali Smith. :: J. L. PINO-EFE

PALPITACIÓN Y FOGONAZO Ali Smith pone perspectiva al amor y al desamor en una docena de relatos VÍCTOR VELA

A

mediados de los años 90, en un mundo todavía sin teléfonos móviles ni cámaras digitales (y eso se refleja en los textos), Ali Smith publicó, en diversas revistas y periódicos del Reino Unido, una colección de cuentos que ahora, reunidos, traduce al castellano Gatopardo Ediciones. Son doce relatos de estilo directo, crónicas casi, frases cortas, sin apenas metáforas (salvo el simbólico ‘Hierro frío’, que parece haberse colado en la fiesta) que muestran distintas formas de amor, palpitaciones que van desde el más erótico ‘Uno rápido’ (y la fantástica imagen final del carrete sin revelar) hasta el aparente fetichismo de ‘De doblar y desdoblar’ (el hombre que guarda las bragas de su pareja como los rescoldos del amor que fue). Hay historias de amor entre

mujeres (varias), recuerdos de la primera experiencia sexual (‘Amor libre’) y muchos encuentros entre desconocidos. Hay flechazos y rupturas. Hay relatos –por la prosa llana parecen testimonios– que incluyen imágenes potentes: como esa mujer que, después de dejar a su pareja, abandona las páginas de los libros leídos sin miedo a que se desencuaderne el volumen, a que se desmorone su vida. Hay retratos de la soledad cuando el amor se marcha (‘Jenny Robertson, tu amiga no viene’), cuando se está a punto de perder (‘Tocar madera’) o cuando se descubre que la persona elegida es la equivocada (‘Terrorífico’). Pero también hay historias adolescentes sobre

AMOR LIBRE Ali Smith. Traducción de Marta Alcaraz. 166 páginas. Editorial Gatopardo. 16,95 euros.

el momento en el que se empieza a poner nombre, a bautizar aquello que se siente por primera vez (‘El mundo con amor’). Y hay un cuento fantástico. Se titula ‘Al cine’ y narra la historia de amor entre la acomodadora de la sala y el espectador (o espectadora) –que todos los domingos se traga películas varias tan solo para sentir cómo la trabajadora coge la entrada rozando casi las manos. Esta historia, en la que se intercambia la voz narradora, en la que el dinero caído entre las butacas y los papeles olvidados en el cine juegan un papel importante, ofrece una visión sobre los trucos del cine (una religión casi) y la magia de la realidad. Si al principio, cuando los personajes estaban solos, la gran pantalla es un salvavidas (frente a los golpes de un mundo que solo brinda guerras en el periódico), una vez apuntado el encuentro, la acomodadora sale del cine (universo en blanco y negro) para caminar hacia un enamoramiento en technicolor. ‘Amor libre’ es un libro de relámpagos, sobre esos fogonazos en los que uno descubre que está frente a su pareja ideal. O que pierde el tiempo con alguien que nunca lo será. Una lectura rápida, de prosa sin florituras, que recorre en doce relatos los diversos capítulos del amor y del desamor.

los que le rodean viven así. Será en un paseo con su amigo cuando descubra una casa que le inquieta, porque de ella salen risas y canciones. El misterioso edificio es una escuela. Niños de su edad entran y salen unifor-

AGNI Y LA LLUVIA Dora Sales. Ilustrado por Enrique Flores.Colección Siete Leguas. Kalandraka. 128 páginas. 14 euros. A partir de 8 años.

mados. Ese es su trabajo de lunes a viernes. En cambio Agni solo tiene libres los domingos, en los que el fútbol y el cine son los entretenimientos con sus amigos. En esa vida esforzada y sencilla, Sharma, la madre del protagonista, le inculca que debe alimentar sus sueños, lo único que tiene propio. La pobreza les hace invisibles, los sueños les distinguen. Dora Sales no busca un final feliz, sino contar la realidad de 250 millones de niños en la India sin crueldad, con la normalidad que ellos viven esas existencias. Agni logrará su sueño, aunque no será para él, sino para su hermana. Ella será la que se libre del trabajo y vaya a la escuela, ella le ayudará a leer el mapamundi que tiene sobre su estera de dormir.

EL HUMOR DE LOS TITANES :: V. M. N. Cada álbum ofrece ece co, un mito clásico, ado ilustrado y contado inpor autores distinrotos. Esa es la proves puesta de Edelvives en esta nueva coullección con resultado desigual. o‘El fuego de Proometeo’ es la histon. ria de este titán. ePrometeo, el preo, visor, y Epitemeo, el impulsivo quee s«ve las cosas después», son los doss écaracteres antitéticos a los que see les encarga crearr seres para poblarr la Tierra. La con-dición común a todos ellos: serán mortales. En un proceso no muy lejano al Génesis, los titanes insuflan ras que savida a las criaturas len de su torno alfarero. Criaturas pequeñas como los insectos, a las que dotan de atributos que les permitan sobrevivir a las grandes como tigres o elefantes, pertrechados en su fiereza. Los titanes otorgarán cualidades y virtudes y hasta se pasarán de generosos ya que acabarán regalando

EL FUEGO DE PROMETEO Ricardo Gómez. Ilustrado por David Pintor. Edelvives.Colección Mitos Clásicos. 40 páginas. 9 euros. A partir de 7 años.

a los hombres el fuego, un privilegio divino. Eso provocará la ira de Zeus. El humor de los dibujos de Da-

vid Pintor acompaña al relato de Ricardo Gómez con una doble lectura cómica y divertida.


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or precisión léxica se entiende el uso adecuado de las palabras y expresiones conforme a su significado y sentido. Cuando –generalmente por desconocimiento– un término se utiliza con un significado distinto del que tiene, podemos decir que ha sido utilizado de manera imprecisa. Una de los principales objetivos de los diccionarios generales es poner a disposición del usuario el significado (o significados) de las palabras que registran, aunque no es este el único objetivo de los repertorios lexicográficos. En alguna ocasión he apuntado en esta sección que la información que proporcionan los diccionarios generales es vastísima si se sabe interpretar adecuadamente la información. Hablar de precisión léxica no es exactamente lo mismo que hablar de riqueza léxica, aunque estén relacionadas. En un diccionario de sinónimos podrían aparecer como sinónimos del término ‘pulir’ los siguientes: ‘pulimentar’, ‘alisar’, ‘bruñir’, ‘lustrar’, ‘suavizar’, ‘limar’ o ‘abrillantar’. Sin embargo, a cualquier hablante nativo que tenga una mínima idea del funcionamiento de la lengua se le hará difícil intercambiar todos estos términos en un mismo contexto, porque a nadie se le escapa que ‘bruñir’ solo puede aplicarse a metales, que de todos ellos ‘pulir’ es el único que puede aplicarse a la revisión o corrección de algo con el fin de perfeccionarlo, que los zapatos ni se bruñen ni se pulen ni se pulimentan sino que se lustran o se abrillantan, que los textos se pulen o se liman y que las asperezas solo se liman. Entra en juego entonces el concepto de restricción contextual, implícito en los hablantes nativos (aunque no lo sepan), que

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

PRECISIONES LÉXICAS los lleva a seleccionar un término de los posibles y no otro como más adecuado para decir lo que pretenden. En la misma línea, en un diccionario de sinónimos podrían aparecer como tales las siguientes palabras y expresiones: ‘morir’, ‘fallecer’, ‘estirar la pata’ y ‘pasar a mejor vida’. No obstante, ningún hablante nativo utilizaría en un contexto formal la expresión ‘estirar la pata’; ni formaría una expresión idiomática como ‘de estirar la pata’ o ‘de pasar a mejor vida’ como equivalente de ‘de morirse’ o ‘para morirse’ aplicado a algo extraordinario o fuera de lo común; ni tampoco formaría expresiones como ‘pasar a

Hablar de pingües negocios cuando se hace referencia a negocios lucrativos es otro caso de impropiedad léxica

mejor vida con las botas puestas’, ‘estirar la pata con las botas puestas’ o ‘fallecer con las botas puestas’ como alternativas a ‘morir con las botas puestas’. Los primeros ejemplos propuestos tienen que ver más con la precisión léxica y los segundos más con la riqueza léxica, aunque, como puede apreciarse, están relacionadas. Existen otros casos de imprecisión léxica que surgen por desconocimiento del significado del término que se utiliza. O, para ser más precisos, el hablante conoce parte del significado pero ignora algún rasgo significativo. Muchos de ustedes habrán visto en algún bar o local, o en un cine o teatro, un cartel donde puede conocerse el número máximo de personas que pueden acceder al local, en el que se lee más o menos esto: «Aforo máximo permitido: X personas». Se trata de una impropiedad léxica porque, según registran los diccionarios, el significado de la palabra «aforo» es ‘capacidad total’. En este caso se ha obviado el rasgo significativo ‘total’ o ‘máximo’ que conlleva dicha palabra. ‘Pingüe’ es otro ejemplo de lo que vengo diciendo. Dejando de lado el significado de ‘mantecoso’ o ‘graso’ (el olor característico de las pingües grasas vacunas), aplicado a ganancias, beneficios o dividendos significa ‘abundante’ o ‘cuantioso’. No es aplicable a negocios, a sueldos, a emolumentos, a dietas, a exportaciones, a herencias, a utilidades, a paquetes, a indemnizaciones, a ofertas, a pelotazos, ni se adjudican pingües obras y servicios. Y tampoco funciona como sinónimo de ‘lucrativo’, ni de ‘rentable’, ni de ‘productivo’. Hablar de pingües negocios cuando se quiere hacer referencia a negocios lucrativos es otro caso de impropiedad léxica.

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Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

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El número 11. Jonathan Coe (Anagrama)

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La magia de ser Sofia. Elísabet Benavent (Suma)

A grandes males. César Pérez Gellida (Suma)

El monarca de las sombras. J. Cercas (Random House)

Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)

Como fuego en el hielo. Luz Gabás (Planeta)

La vida negociable. Luis Landero (Tusquets)

Offshore. Petros Márkaris (Tusquets)

El monarca de las sombras. J. Cercas (Random House)

Las ventanas del cielo. Gonzalo Giner (Planeta)

La sed. Jo Nesbo (Reservoir Books)

Ese mundo desaparecido. Dennis Lehace (Salamandra)

A menos de cinco centímetros. Marta Robles (Espasa)

El día que se perdió la cordura. J. Castillo (Suma)

Derecho natural. I. Martínez de Pisón (Seix Barral)

Geografía humana. Gloria Fuertes (Nordica libros)

Mac y su contratiempo. E. Vila-Matas (Seix Barral)

NO FICCIÓN

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Imperiofobia y la leyenda negra. Roca Barea (Siruela)

Sapiens. De animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)

Tribu. Sebastián Junger (Capitán Swing)

El libro tibetano de la vida ... Sogyal Rinpoche (Urano)

Adelgaza para siempre. Ángela Quintas (Planeta)

Biografía del silencio. Pablo D’Ors (Siruela)

La democracia sentimental. M. Arias (Página Indómita)

Sapiens. De animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)

50 palos …y sigo soñando. Pau Donés (Planeta)

Un espía en la trinchera. E. Bocanegra (Tusquets)

Contra las patrias. Fernando Savater (Ariel)

Vengo sin cita. F. Fabiani / L. Santolaya (El País Aguilar)

Valladolid: recuerdos e ... L. Posadas (Angelma)

Imperiofobia y leyenda negra. M. E. Roca Barea (Siruela) La España vacía. Sergio del Molino (Turner)

El siglo de la revolución. Josep Fontana (Crítica)

Las pequeñas revoluciones. Elsa Punset (Destino)

Pablo Ecobar, mi padre. Juan Pablo Escobar (Península)

Aprender a comer solo. Lidia Folcar (Arcopress)

Imperiofobia y la leyenda negra. Roca Barea (Siruela)

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LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA

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El monarca de las sombras. J. Cercas (Random House)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

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Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

La vida negociable. Luis Landero (Tusquets)

Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)

La vida negociable. Luis Landero (Tusquets)

Todo esto te daré . Dolores Redondo (Planeta)

No hay amor en la muerte. Martín Garzo (Destino)

El monarca de las sombras. Javier Cercas (Mondadori)

Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)

La hija de Cayetana. Carmen Posadas (Planeta)

Mac y su contratiempo. E. Vila-Matas (Seix Barral)

La vida negociable. Luis Landero (Tusquets)

El monarca de las sombras. J. Cercas (Random House)

Media vida. Care Santos (Planeta)

Morir en primavera. Ralf Rothmann (Asteroide)

Como fuego en el hielo. Luz Gabás (Planeta)

Mac y su contratiempo. E. Vila-Matas (Seix Barral)

Miel del desierto. Edith Pearlman (Alianza)

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El siglo de la revolución. Josep Fontana (Crítica)

Guía del arte molecular en ... Lavado (Dip. de Palencia)

La España vacía. Sergio del Molino (Turner)

Los últimos. Paco Cerdá (Pepitas de Calabaza)

Sabias. Adela Muñoz Páez (Debate)

El cacique de Grijota abraza el fascismo. VVAA (Región)

Biografía del silencio. Pablo d’Ors (Siruela)

El siglo de la revolución. Joseph Fontana (Crítica)

Doris Benegas. P. Arroyo (Último Cero)

Toca el piano. James Rhodes (Blackie Books)

Tratado de filosofía zoom. J. Antonio Marina (Ariel)

Sapiens. De animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)

La ética animal. Angélica Velasco (Cátedra)

Palencia. Guía turística. Celada/Hdez. (Dip. Palencia)

Amor y asco. Srtabebi (Frida)

Isabel: la Reina Guerrera. Kristin Downey (Espasa)

De la estupidez a la locura. Umberto Eco (Lumen)

La España vacía. Sergio del Molino (Turner)

Observaciones de campo del lobo ... J. Barrueso Franco

Una historia erótica de Versalles. M. Verge (Siruela)


15

Sábado 1.04.17 EL NORTE DE CASTILLA

Autopsia de un pecado capital

OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA

A

‘The Distance (A Kiss With String Attached)’, obra de Cornelia Parker. :: TATE PHOTOGRAPHY

finales de marzo, principios de abril, Dante y Virgilio se enfrentan al segundo círculo del Infierno. Allí penan dos almas apresadas por la lujuria, esa sombra que se oculta en los pliegues del amor, y hacen saber que la tentación de Lancelot fue su espoleta. Paolo y Francesca, él de Malatesta, ella de Polenta, habrán de eternizarse en aquel momento. Del beso a la muerte a manos del hermano y esposo traicionado, su personalidad vaga por esta tierra, de boca en boca, de lienzo en lienzo, de escultura en escultura; en ocasiones, con una finalidad moralizante, en otras, con una finalidad rebelde. Fácil ha sido, hasta el momento, distinguirlas. El mismo Dante se atrevió en su divina crónica a apiadarse de semejantes víctimas del amor: no es el Infierno un lugar poblado sólo por almas pecadoras. Allí también padecen las criaturas atrapadas en las trampas sensibles de la vida. Pero acaso sea el magistral modelado de Auguste Rodin, la apoteósica sublimación de tal detalle. Su beso, inspirado precisamente en la historia de los dos torpes y adúlteros amantes, habría de enjaezar las Puertas del Infierno, antes de que su reproducción y su fama cayeran en manos del Estado francés para su uso, protección y disfrute. Las almas, al fin, desnudas de Paolo y Francesca arderían ad eternum en las llamas de su propia pasión, no en las de la condenación automática fruto de su lujuria. ¿Acaso era Rodin un experto en los vaivenes indomables de la atracción carnal? ¿Se veía el maestro impresionista, el padre de la escultu-

ra moderna capaz de inmortalizar la inestabilidad del pálpito amatorio? Auguste, el mismo que se propuso amar a Camile por contrato, quizás para encandilar sus dudas y ocultar turbiamente sus propios devaneos, es el hacedor de tan singular entrega, el elegido para desvelar la naturaleza del amor. Nadie negará la incisiva eficacia de su dardo, tan relevante y tan rotunda. La vida, el deseo, la lujuria y el egoísmo son ingredientes de la misma poción, algo que la artista británica Cornelia Parker quiso tramitar convenientemente hace unos años, cuando ató a los besucones amantes de Rodin con una cuerda. Si Cornelia hubiese podido hablar con la joven y brillante Claudel, acaso la hubiera rescatado de las fauces del lobo feroz; si hubiese tenido la oportunidad de mostrar algunas de sus obras a aquella jovencísima y apasionada escultora sus ojos se habrían abierto al mundo invisible que se oculta detrás de la luz de los objetos, de la fogosa nitidez de sus significados. Para Cornelia Parker la verdad se cimenta sobre una interesante estructura de sordidez, de mentira, incluso –o a veces– de abyección. Bien pudiera aceptarse el hecho de que sus obras son el resultado de un largo y trabajoso proceso de descomposición, de desmontaje, de tortura intelectual. Los objetos abordados por Cornelia Parker han de sufrir una paciente y concienzuda deconstrucción. A veces, lo que queda, es lamentable; es, en definitiva, la verdad esencial que se esconde tras la forma ebúrnea e ilusoria a la que estamos acostumbrados. Sus juegos conceptuales pueden parecer una broma, incluso serlo. Pero acogen en su seno el matiz incómodo que tizna nuestra inmaculada percepción de las ideas. Los amantes están atados, son inseparables. Pero la cuerda aún está por desvelar su auténtica naturaleza. La cuerda, antes invisible, pudiera ser sólo un instinto o una dominación; pudiera retratar la condenación eterna, o la ligadura decepcionante de un contrato marital. Pero también pudiera ser que la cuerda acuse a nuestra cultura occidental, empeñada en mantener eternamente ligados a los amantes que hubiesen dado por finalizado su devaneo de no haber sucumbido en aquel instante.

Los juegos de Cornelia Parker tiznan nuestra percepción de las ideas


16 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 1.04.17 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinador: Chema Cillero

V

eía a la niña cada mañana en el tren que me llevaba a la ciudad. Yo trabajaba de enfermera en el hospital provincial. Para llegar al apeadero tomaba el atajo del pinar. Toda la zona estaba poblada de esos pinos de copa redonda que parecen árboles quemados. Caminaba entre los troncos casi negros como por un templo del que todos los dioses habían huido. Oía chillar a las urracas. Robaban lo que brillaba y se contaba como a veces producían incendios pues se llevaban en sus picos las colillas encendidas. Se sabía que eran ellas porque el fuego empezaba por las ramas más altas, donde el hombre no podía llegar. Porque allí no había elfos, ni ninguna de esas criaturas que obran prodigios en los bosques de los cuentos. Todo allí era previsible y triste, con esa tristeza de las cosas que no pueden cambiar. La casa donde vivía era de una hermana de mi madre, y me había instalado provisionalmente en ella hasta que encontrara un piso en la ciudad, pero había pasado cerca de un año y aún continuaba allí. Me había acostumbrado a vivir en aquel lugar perdido, alejada de todos. No era una época buena para mí. No hacía nada, no me gustaba nada. Al terminar mi trabajo tomaba el tren de vuelta y regresaba a aquella casa prestada. No salía con mis compañeras, no tenía amigos ni novios, no iba a bailar por las noches. Solo me gustaba la ropa, comprarla, estrenar. Me gastaba en ella casi todo mi sueldo. No sé por qué lo hacía, pues luego apenas me la ponía. Leí un poema muy bonito que hablaba de una campesina que solo tenía ojos para el vestido rosa que se había comprado unos días antes de la muerte de su esposo y que ahora, al quedarse viuda, ya no podría estrenar. También yo tuve un vestido así, y es de él de lo que hoy quiero hablar. Esta historia tiene que ver con la niña que me encontraba cada mañana. Tendría unos ocho o nueve años. Ya estaba en el vagón cuando yo lo tomaba, y se bajaba una estación antes de la mía. Llevaba una camisa blanca y una falda tableada como las de los uniformes, pero no llevaba libros, ni ninguna otra cosa que hiciera pensar que se dirigía al colegio. Por otra parte, era demasiado temprano para que una niña de su edad estuviera sola en un tren. Se sentaba en unos asientos frente al mío, y se quedaba mirando por la ventana. A veces se cruzaban nuestras miradas, pero nunca sonreía. Yo conocía a todos los que iban a esas horas en el tren, y a veces me los quedaba mirando. Me preguntaba por la vida de toda la gente con la que nos encontramos, por las cosas que no sabemos de ellos. Una noche, al salir del hospital, vi a la niña en la acera opuesta de la calle. Estaba de-

:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL

El vestido rosa tenida ante el escaparate de una tienda, y al verme levantó su mano y señaló con el dedo algo que había allí. Un autobús se interpuso entre las dos y cuando pasó de largo la niña ya no estaba. Crucé la calle, me acerqué a aquel escaparate y allí estaba el vestido. Era uno de esos vestidos de verano que se sujetan al cuello y que dejan al descubierto la espalda. Y había en él algo cautivador. No sé explicar qué

era, tal vez aquella tela que bajo la luz del escaparate parecía vivir. Busqué a la niña para que me dijera por qué lo había señalado, pero no di con ella. Esa noche tuve un sueño. La niña estaba sentada en el tren, y del respaldo y del asiento empezaban a surgir hierba y pequeñas flores que invadían su cuerpo y su ropa y que eran como las flores estampadas en la tela de aquel vestido.

Al día siguiente, la niña tomó el tren. Por la mañana, conseguí que una compañera me sustituyera un momento y corrí a la tienda para comprar el vestido antes de que alguien lo pudiera hacer. Pero ya no estaba en el escaparate. Entré para preguntar por él, y me dijeron que no sabían de qué vestido les hablaba. Se lo describí con todo lujo de detalles, e insistieron en que nunca habían tenido un vestido así. «Es que

DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO

yo lo quería», acerté decirles conteniendo a duras penas las lágrimas. No volví a ver a la niña, pues dejó de coger el tren. Una mañana le pregunté por ella a una viajera que solía hacer cada día el mismo trayecto que yo, y me dijo que no la recordaba. Pasó el tiempo y me olvidé de todo aquello. También dejé mi casa del pinar y me fui a vivir a la ciudad. Me volví más sociable y de vez en cuando salía con mis compañeras y tenía mis pequeñas aventuras. En esa época me destinaron a la Unidad de Cuidados Intensivos y me tocaba hacer guardia con frecuencia. Paseaba ante aquellas jaulas de cristal donde estaban los enfermos sedados. Les veía inmóviles en sus camas, conectados a máquinas que medían sus constantes vitales y les ayudaban a respirar. Luego venían sus familiares, que se quedaban mirándoles desde detrás del cristal con una expresión de fastidio, sobre todo cuando estos ya eran mayores. Habían tenido que suspender planes, abandonar trabajos y ocupaciones para ir allí, donde no podían hacer nada, solo mirar. Y supe que odiaban a esos ancianos, que deseaban verlos muertos, quitárselos de en medio. La enfermedad, la cercanía de la muerte, les volvía insensibles y crueles. Si dependiera de ellos muy pocos saldrían vivos de allí. Una vez trajeron a una chica que había tratado de suicidarse. A veces iba a verla su madre, que era una mujer seca y malhumorada, a la que nada complacía y que siempre estaba protestando. La chica estaba muy delgada, porque apenas comía, y allí quieta entre las sábanas recordaba el esqueleto de un pájaro. Era de los seres más bellos que había visto nunca. Me hizo pensar en un cuento que había leído de niña que trataba de una cervatilla cuyas manchas brillaban en la oscuridad, hasta que un lobo terminó comiéndosela porque la luz que desprendía no le permitía esconderse. Aquella chica desprendía una luz así, como si su belleza la condenara. Un día entré a cambiarla y me dijo: ¿Por qué no me matas? Recuerdo que esa tarde había quedado con uno de los médicos del hospital, que me gustaba mucho. Me había invitado a cenar, y luego el plan era que fuéramos a bailar. Y me acerqué al armario para ver la ropa que iba a llevar. Entonces pensé en el vestido que me había señalado la niña del tren, e incluso llegué a buscarlo entre mi ropa, como si el mero hecho de revolver en el armario pudiera hacerlo aparecer. Pero no, allí no estaba ese vestido. Y pensé en la chica que me había pedido que la matara y supe que mi cita sería un fracaso, que todas lo serían a partir de entonces. Era como la campesina de aquel poema, nunca podría ponerme el vestido que me habría podido salvar.


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