Recuerdos recuadrados

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SOMBRA CIPRES

NÚMERO 265 Sábado, 08.04.17

LA

DEL

Recuerdos recuadrados E TBO, elemento El fundamental del fu imaginario colectivo im eespañol, cumple ccien años [3 A 6]

‘La Sombra del Ciprés’ se toma un descanso con motivo de la Semana Santa y volverá con sus lectores el 29 de abril


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Maneras de volver

CARLOS AGANZO

blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

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abido es que en poesía tan relevante es el sonido como el silencio. De la misma manera, a la hora de interpretar de manera conjunta la obra de un autor, tan sustantivos resultan sus períodos de máxima productividad literaria como sus silencios creativos; esos en los que nada ni nadie pueden conseguir que el escritor escriba. El caso de Rafael Soler (Valencia, 1947) es muy significativo en este sentido. Ingeniero y sociólogo, sólo a los treintaitantos se atrevió por primera vez a dar curso a su inquietud poética, deslumbrando a los lectores con dos libros –‘El grito’ (1979) y ‘Los sitios interiores’ (1980)–, que auguraban entonces el nacimiento de una carrera que prometía decir mucho en los años siguientes. Sin embargo la prosa primero –en 1985 ganó el Premio Cáceres de Novela con ‘El corazón del lobo’–, y las voces interiores después, se manifestaron con contundencia frente a aquel fulgor, y terminaron apartándole de la poesía. Y así pasaron casi treinta años. Treinta años de silencio poético. Por eso, cuando en el año 2009 se publicó ‘Maneras de volver’, un libro torrencial donde la palabra se desbordaba después de que el escritor se decidiera a romper su voto de silencio, la fuerza y la locuacidad de la poesía de Rafael Soler sorprendieron de nuevo a todos. El libro, que camina ya por su sexta edición, algo ciertamente inusual en el mundo de la poesía, ha sido ya traducido al inglés, al rumano y al búlgaro, y sigue marcando el inicio de una nueva y fructífera etapa poética que continúa dando frutos. Hay maneras de volver y maneras de volver, y desde que Rafael Soler volvió al camino de la poesía, su voz no ha dejado de escucharse un solo momento. Además de las antologías ‘La vida en un puño’ y ‘Pie de página’, el poeta ha publicado desde entonces ‘Las cartas que debía’ (2011) y ‘Ácido almíbar’ (2014), con el que consiguió el Premio de la Crítica de Valencia, en mi-

tad de una incesante actividad cultural que le ha llevado a significarse de manera manifiesta en la lucha por los derechos de autor y a participar en festivales poéticos por diferentes lugares del mundo. Su último libro, ‘No eres nadie hasta que te disparan’, da todavía un paso más en la particular concepción poética de Rafael Soler. Articulado en cinco partes, con una es-

NO ERES NADIE HASTA QUE TE DISPARAN Rafael Soler. Ediciones Vitrubio. Colección Baños del Carmen. Madrid, 2016. 128 páginas.

Rafael Soler, en su última visita a Valladolid. :: RICARDO OTAZO

tructura de película de cine negro, la aparente puesta en escena dramática del texto no es más que una excusa, un artefacto, para dar curso a una poesía intensa, profundamente expresiva, que se desarrolla sobre las luces y las sombras de nuestro tiempo. Sobre el brillante juego lingüístico que caracteriza la forma externa de la poesía de Soler, con sus imágenes poderosas y sus metáforas imposibles, late sobre todo el testimonio de un escritor, de un poeta, al que le «urge vivir» sobre los excesos, las contradicciones y las excrecencias de un tiempo de violencia, envidia, traición e incomunicación. La cicatriz, como signo del falso cierre de una herida que sigue abierta en lo profundo de la carne poética, se convierte en la metáfora mayor de este libro, donde la bondad del hombre, sus sueños, su militancia en el amor y, sobre todo, en la poesía, logran

conjurar lo más negro de esta crónica negra. También la música, con sus propios silencios, que transita de manera permanente por todos y cada uno de los poemas, tanto en su banda sonora explícita como en la propia sonoridad de la palabra.

La cicatriz, como falso cierre de la herida, se convierte en la metáfora mayor del libro

Al lado de todo esto, y con la huella en la conciencia colectiva del asesinato de Abel a manos de su hermano Caín, fluye un inmenso caudal de ternura contenida. Un río de compasión que le permite al poeta inclinarse definitivamente del lado del más débil; no sólo de la víctima de cuerpo presente, sino también de todas esas otras víctimas silenciosas que son los excluidos, los que viven en los márgenes de la gran ciudad: los locos crónicos, los olvidados, los indecisos, los abrumados... los que siempre salen perdiendo en la batalla cotidiana de la vida. «Yo estaba tranquilo al verme así –dice el poeta– / con un disparo en la cabeza. / Alguna ventaja tiene / esa cortedad de sentimientos / que da ser un perdedor». Sobre la voz personal de Rafael Soler, un retrato vibrante de este tiempo «de invisibles amenazas».


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Las viñetas del TBO, las viñetas de la Historia De la tira cómica al tebeo y de este al cine, el cómic ha evolucionado sobre dos pilares, el entretenimiento y la interpretación satírica de la realidad ISRAEL BACHILLER BLANCO

Licenciado en Historia por la Universidad de Valladolid. Autor de ‘50 años del Capitán América. Viñetas, historia y propaganda’.

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l cómic o historieta es un popular medio de comunicación de masas que puede desarrollar todo tipo de géneros dentro de sus páginas. Carpanta, Zipi y Zape, Anacleto, agente secreto; La familia Trapisonda o Pepe Gotera y Otilio son nombres propios de publicaciones que se han convertido en tebeos inherentes a la cultura popular española desde su aparición durante la segunda mitad del siglo XX. No obstan-

te, su denominación «tebeo» responde a la imposición general del nombre de la revista de cómic infantil y juvenil que se convirtió en la publicación más importante al suponer el origen de las páginas de historietas: el TBO. Técnicamente se le considera el primer tebeo español, a pesar de que ya desde 1865 existían previamente trabajos con ilustraciones, de publicación eventual, dedicados a la sátira política, que finalmente acabarían provocando la aparición de forma regular de series dibujadas. Editado con el nombre TBO en 1917 y como bien indica Antoni Guiral, «a través de sus viñetas, con un humor blanco e inofensivo, asistimos a una representación costumbrista de la sociedad española», que se mantuvo, aunque de manera irregular,

hasta 1998. Definido por Antonio Martín «como una intención recreativa» en sus primeros números, el TBO evolucionó gracias a una adecuación de sus contenidos a los gustos del público: de portadas que exhibían un chiste único en blanco y negro, a portadas con una historieta estructurada en una secuencia de viñetas, éstas más grandes para dar preeminencia al dibujo sobre la palabra, que queda relegada a un recuadro bajo los dibujos o a escuetas frases de diálogos. Dicha estructura quedaría establecida para todas las demás historietas publicadas por el TBO, ya a todo color. El mejor ejemplo de ello puede observarse a través de dos series fijas –de las pocas que permanecieron a través de sus páginas– que se establecieron en el imaginario popular: Los Grandes

Inventos de TBO (1942, conocida posteriormente como Los inventos del profesor Franz) y La Familia Ulises (1944). Ambas series estaban desarrolladas en formato vertical, ocupaban normalmente una cara de página y eran nte autoconclusivas. Sus contenidos proponían historias ejemplarizantes (aventuras de la familia Ulises que incluían moraleja), divulgativas (posibles aplicaciones de los inventos del profesorr Franz) e incluso religiosass (recortables de figuras dee Belén por Navidad) quee conforman, de acuerdo a iPedro Porcel, «una partio, cular visión del mundo, esiempre dirigida a la repetición por el joven lector de alas mentalidades de sus mayores». ePrecisamente este reflede jo de lo cotidiano responde na al deseo de compartir una ad cierta visión de la realidad que es inherente a un método de comunicación como es el dibujo. En este sentido, y según Gerardo Vilches Fuentes, la ilustración es una de las vías que el hombre ha desarrollado desde el primer momento en que se propuso

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«contar historias empleando imágenes», bien para la transmisión de ideas, sentimientos o, como se ha mencionado, fomentar conceptos que forman parte de una historia y de una cultura. La historia del arte ofrece muestras sig-

Evolución del primer número al número diez y, abajo, otra de varios años después.

nificativas de este proceso: desde las pinturas rupestres de Altamira, pasando por las pinturas murales tanto en Grecia como Egipto y los relieves romanos. En el ámbito nacional, hay incluso quien indica que las miniaturas de los códices medievales son un arquetipo de la historie rieta. En el siglo XV los nuevo medios técnicos como vos la imprenta permitieron la reproducción masiva de il ilustraciones que, de a acuerdo con Gerardo Vilc ches Fuentes, «en un p principio se usaron con f fines meramente ilustrat tivos e informativos, pero q pronto mostraron su que p poder como herramienta de crítica contra el sistema: es el nacimiento de la caricatura, el dibujo deformado y exagerado con fines satíricos». Estos nuevos medios técnicos se fueron perfeccionando, permitiendo el nacimiento de la prensa. Siguiendo esta línea, se considera al cómic una forma de expresión que nace como un producto industrial, pues una de las características para que un pro-

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ducto pueda incluirse dentro del campo de ‘comunicación de masas’ es su reproducción en ejemplares múltiples, tarea propia de la industria periodística o editorial. La combinación de palabra e imagen conformando la tira cómica –de ahí su denominación como ‘cómic’– supuso toda una revolución a la hora de hacer accesibles las noticias a todo el mundo en general. Así, en la primera mitad del siglo XIX, y precisamente por medio de la prensa como primer medio de comunicación de masas, la popularización de la historieta se convertirá en una de las claves para entender su evolución, primero en Estados Unidos y luego en Europa. Por tanto el cómic, reconocido como tal, comienza a aparecer en el ámbito internacional a partir de 1895, momento en el que, como expone Marcelino Bisbal, «muestra unos atributos propios pertenecientes a medios de expresión representativos de una cultura contemporánea». Con el paso de los años acabó convirtiéndose en un fenómeno de ámbito mundial: las ‘bande dessinée’ en Francia; el ‘fumetti’ en Italia; los ‘quadrinhos’ en Portugal y el ‘manga’ en Japón. No obstante, a pesar de la proliferación de las historietas a través de la prensa, el cómic no alcanzará la categoría de ‘medio de masas’ hasta mediados del siglo XX.

«El cómic comienza a aparecer en el ámbito internacional a partir de 1895» «Revistas de humor y folletos de aventuras fueron las dos principales formas de evasión»

La obra resultante iba dirigida a todo tipo de público. Como explica José Joaquín Rodríguez Moreno, «eran un producto que sólo podía proliferar en un país ampliamente industrializado, ya que estaban dirigidas a un gran público que supiera leer, pero que no tuviera un nivel económico ni cultural excesivamente alto». Gracias a esta mecánica industrial de impresión y reproducción se consiguió una amplia distribución de las publicaciones, factor que ayudó a vender centenares de miles de revistas al mes –el TBO, por ejemplo, consiguió alcanzar nada menos que 350.000 ejemplares–. Aquí en España, las revistas de humor y los folletos de aventuras fueron las dos principales corrientes temáticas sobre las que trabajaron dibujantes y escritores españoles, donde el tebeo conoció una época dorada entre una población que necesitaba evadirse de una realidad, marcada por la escasez económica y la división social, a través de un entretenimiento barato que entró en competencia directa con el cine, pues la televisión aún tardaría en llegar a los hogares de las familias españolas. La evolución del cómic a escala internacional propiamente dicha empezó con los superhéroes –como Superman en Estados Unidos o el Capitán Trueno en España– durante un tiempo en que p precisamente había una ne-

cesidad de personajes de tipo heroico: tiempos de guerras. El afianzamiento del tebeo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, dado por la creciente fidelidad del público lector, permitió que las hisátorietas saltaran desde las páas ginas de periódicos y revistas as a constituirse en auténticas

publicaciones independientes seriadas y regulares, en las que nacieron multitud de diferentes cabeceras conforme los gustos de la sociedad variaban, con un creciente abanico de contenidos orientados no sólo a captar al

Arriba, una portada monográfica dedicada a los Ulises. Abajo, la que celebró los 50 años de la revista, otra en honor a Manuel Urda, su primer director artístico, y otra, irónica, sobre los chalés.


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Un país de zarzuela, teatro y novelas por entregas público joven, sino a todas las capas de la sociedad. La consolidación que experimenta el tebeo permite que se constituya como un fenómeno de masas, relativamente asequible y una pieza intercambiable con el que obtener otros ejemplares. Así, el tebeo refuerza su posición frente a otros medios de comunicación como son la radio, la televisión y el cine, manteniéndose como una constante fuente secundaria de entretenimiento, aunque sólo un público específico tenía interés por adquirirlo. Es precisamente la relación con el cine lo que supondrá una nueva etapa para el cómic a inicios del siglo XXI: su arte había conseguido traspasar las fronteras del papel para proyectarse en la gran pantalla. Gran cantidad de personajes de cómic han sido objeto de adaptaciones cinematográficas desde entonces, y lo que es más interesante: el proceso a la inversa, pues una de las fuentes más considerables de ingresos es la adaptación a la historieta –sin contar el potencial merchandising que se origina– de personajes explotados en el cine. Gracias a esta interrelación, el mundo del cómic y todo lo vinculado a él se abre ahora a todo tipo de público, por lo que la percepción del cómic ha cambiado completamente. Ya no es sólo mero entretenimiento, se ha convertido en una herramienta a partir de la cual

poder llegar a atisbar un perfil de la sociedad. En definitiva, el cómic como forma de ocio, es empleado actualmente como un instrumento que resulta igualmente adecuado para la narración. Supone un elemento no sólo de ocio, sino también didáctico: existe un creciente interés académico por esta ‘cultura pop’. Las múltiples representaciones de los diferentes aspectos de la realidad que ofrecen los cómics, junto a su capacidad de transmisión de ideas, son lo que convierten a la historieta en una plataforma donde poder ver reflejados los sueños, miedos, dudas, esperanzas y procesos históricos que han marcado a una sociedad. Elementos que, analizados en conjunto con el conocimiento de la historia del medio permiten obtener una nueva dimensión en los estudios académicos, donde actualmente historiadores, psicólogos, expertos en arte, críticos literarios e incluso medios de comunicación comienzan a prestar al cómic una atención que unos años atrás no recibía como fuente documental. De esta manera, las historietas han pasado de ser meramente piezas de colección cuya lectura ya no sólo tiene como objetivo la distracción: han dejado de ser nostalgia para convertirse en un elemento con el que analizar nuestra sociedad e historia año tras año.

Con el sistema político en crisis y la sociedad en pleno proceso de modernización, aún la mitad de los españoles de 1917 eran analfabetos y se lanzaban con frenesí a los espectáculos

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os españoles que aquel 11 de marzo de 1917 compraron el primer número del TBO tenían la sensación de estar viviendo en un país en vertiginoso cambio. La modernización y secularización de las costumbres se acompasaba mal con un Iglesia dispuesta a no ceder un ápice de poder social y un sistema político en declive, asediado como estaba el turnismo dinástico de la Restauración por las demandas autonomistas de los políticos catalanes, la pujanza del socialismo y el empuje revolucionario de ugetistas y anarquistas. Con el mal endémico de una alfabetización en haraca pos, a la altura de 1910, cerca de la mitad de la población española de más de diez años, concretamente ell 50,6%, no sabía leer ni escri-bir, una estadística que abar-caba a casi 12 millones de es-pañoles, de los que 6,7 mi-llones eran mujeres. Durannte «la edad de plata de la culltura», Ortega y Gasset lideeraba la Generación del 14 y la prensa vivía un auge inusitaado con más de 1.500 publicaaciones periódicas, las ciudaades crecían y gozaban de avances técnicos que redunndaban en el confort de los más ás pudientes. No solo porque se generalizaba el agua corriennte y la luz eléctrica llegaba ba para quedarse, sino también n por el cambio que en el paiisaje urbano suponía la entraada del tranvía, un medio de transporte revolucionario. A ello habría que sumar la geeta neralización de la bicicleta as –aún bastante cara para las n clases bajas– y la aparición oexótica de los primeros autoumóviles, auténticos artícuelos de lujo que hacían las delicias del rey Alfonso XIII. Ateneos y círculos se erigían en ámbitos privilegiados de sociabilidad y cultura para las clases medias, mientras las Casas del Pueblo, los Casinos Republicanos y los Ateneos libertarios hacían lo propio entre los sectores populares. Porque lo cierto es que un ‘deseo de cultura’ atravesaba el país; la gente se lanzaba con frenesí a los espectáculos porque la cultura de masas se alimentaba, sobre

todo, de un teatro que, aun anclado en su faceta clásica de grandes efectos escénicos, al estilo de Echegaray, también iba dando cabida a un leve proceso de renovación introducido por autores como Jacinto Benavente. Enorme popularidad gozaba la zarzuela, con bombazos como ‘La corte del faraón’, de Lleó, y ‘Doña Francisquita’, de Amadeu Vives, y eso que el género chico iba perdiendo importancia en bene-

ficio de diversas fórmulas comerciales como la parodia, piezas de carácter pornográfico y las variedades, aquel espectáculo que mezclaba el baile, la canción y algún efecto espectacular. Y es que los españoles de las primeras décadas del XX gustaban de la canción y expresaban a través de ella sus estados de ánimo, recuerda José María Jover. El cine, aún en los albores, iba creciendo en popularidad y se aseguraba la asistencia de público con ‘atrac-

ENRIQUE BERZAL

ciones de fin de fiesta’ que hacían las delicias de la infancia y las clases populares, adictas a películas cómicas, dramas y comedias de carácter moralizante. La tauromaquia, tan denostada por determinados regeneracionistas del 98 pero no así por intelectuales de la generación del 14, vivía una época de auténtico esplendor, con estrellas como Frascuelo, Joselito, Lagartijo y Belmonte, que podían llegar a torear más de cien corridas al año; y aunque el deporte de masas aún estaba por llegar, las clases acomodadas eran aficionadas al tenis, la equitación y el automovilismo; el boxeo y el fútbol, sin embargo, lo frecuentaban gentes de inferior rango social. Pero la cultura popular de aquel momento no puede entenderse sin el éxito arrollador de la novela corta y por entregas, heredera del ‘folletín’ que hizo estragos a mediados del XIX. Eran novelas editadas en rústica, en papel de baja calidad, de formato octavo y con no menos de 100 páginas, que solían adquirirse en los quioscos los viernes, día mágico en que los obreros cobraban el jornal semanal y se preparaban para el obligado descanso dominical. Editoriales como Bruguera, Toray o Molino para el producto español, y Sopena, Bistagne, Vincit, Marco o Gato Negro para las novelas policíacas y de aventuras procedentes de Estados Unidos e Inglaterra hicieron literalmente el agosto, con tiradas que a menudo sobrepasaban los 50.000 ejemplares. Colecciones como ‘La novela cómica’, ‘La novela corta’, ‘La novela teatral’ o ‘La novela ilustrada’, dirigida esta última por Blasco Ibáñez, contribuyeron a popularizar la literatura de calidad mediante la divulgación a bajo coste –entre 5 y 50 céntimos de peseta– de autores clásicos como Quevedo, Moratín, Cervantes, Dumas, Víctor Hugo, Conan Doyle y Tosltoi, pero también de coetáneos como los hermanos Álvarez Quintero, Carlos Arniches, Ramón Gómez de la Serna, Carmen de Burgos y Pedro Muñoz Seca.


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CIEN AÑOS DE

TBO

DAVID FELIPE ARRANZ

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n el viejo Valladolid, tan lleno de cosas maravillosas, los niños de la posguerra y la España del desarrollismo de don Laureano López Rodó, que montó la FASA Renault en nuestra ciudad, jugaban a la peonza, cambiaban cromos, montaban en el Seat 600, iban al cine y devoraban tebeos. Y los que heredamos de aquellos nuestros mayores su pasión lectora y hoy nos denominan ‘baby boomers’ nos educamos con el legado de los estertores de la historieta que la editorial Bruguera mantuvo hasta 1986, año en que la compró el Grupo Zeta. Era una delicia leer el ‘TBO’, editado por Buigas, Estivill y Viña, en sus gigantescas ediciones de ‘retapados’, que mi bendita madre me compraba en la librería de Elo, en nuestra calle de Panaderos, o en la tienda de cuentos de aquellas hermanas que habían abierto en la calle del Dos de mayo y que siempre estaba llena de niños. La abuela Cano –lectora empedernida, jamás la olvidaré leyendo con sus gafas de leer que aumentaban considerablemente el tamaño de sus benevolentes ojos–

Cuando soñábamos con el TBO

también en sus idas y venidas a la plaza del Campillo nos traía los tebeos en una bolsita blanca de plástico, porque así te los daban. No éramos plenamente conscientes del valor de aquellos días impresos a cuatricromía, la conmemoración de una ilusión que saltaba del papel a la vida y al revés: aquella proliferación de valores recogida en pequeñas narraciones fantásticas y urbanas, campestres o de la lejana África y que en g del las ferias del libro antiguo

Campo Grande buscábamos sin cesar o en todos los quioscos que jalonaban los soportales de Fuente Dorada, Ferrari y la plaza Mayor de la mano de mamá: «¿Tiene el ‘TBO’ ‘TBO’?», decía ella recalcando que no fuese otro, sino el auténtico, el de la familia Ulises y los audaces y enloquecidos hombrecillos de Josep Coll o de Tínez. Escribo esto con los ojos empañados porque esa España del cómic patrio se ha marchado –o la hemos echado, que también– y ese es un temperamento y una forma de ser testimonial, frente a lo coyuntural de ahora. Nosotros tomamos aquellos personajes por personas y el mundo en el que vivíamos era el mundo de los genios de la historieta. Los relojes con piernas, brazos y cara de Manuel Urda, los hombres pájaro de Ricard Opisso, los niños zangolotinos de Ramón Sabatés, los bañistas de Joaquim Muntañola que se ahogaban enamorados de una bañista… Aquel poner el dedo sobre la ruleta de ‘Pruebe la suerte’ y hacerlo girar hasta ver qué te había tocado, un chiste, una zanahoria o una tarde de película… Secuencias de una narración, de una experiencia de la vida imaginada, acaso evocada y fuente de prodigiosa sugestión. ¿Pero qué personajes del TBO han sobrevivido? ¿Qué ha sido de su suerte? Dicen que la familia Ulises está pendiente de la entrada en vigor de la reforma de las pensiones, con la revisión al alza de la edad de jubilación, y que doña Filomena ha dejado el consultorio sentimental y se ha echado un novio inmigrante muy joven con el que va a bailar los jueves. Melitón Pérez sigue convencido de su soltería, deambulando por las calles, y se ha hecho perroflauta elegante con gran pesar de sus colegas. A Eustaquio Morcillón, el cazador creado también por Marino Benejam, lo han denunciado varias ONG de derechos humanos por lleq no varse de caza a Babalí –que

Escribo esto con los ojos empañados porque esa España del cómic patrio se ha marchado

paraba de repetir como un mantra «amito Motilón»– y asociaciones animalistas lo han llevado a juicio por practicar la caza furtiva de especies en vías de extinción. Josechu el Vasco se ha hecho nacionalista radical y encabeza las listas de EH Bildu como aspirante a la Lehendakaritza tras ser elegido por unanimidad por la coalición integrada por Aralar, Alternatib, Sortu y Eusko Alkartasuna. Y el profesor Franz de Copenhage reinventa su biografía, anónimamente, de lo analógico a lo digital en el Instituto Tecnológico de Massachusetts: ningún gurú millennial de los que recorren sus pasillos sabe quién es ese prodigioso anciano de rostro cuadrangular, rictus impertérrito y gafas de culo de botella que lo inventó absolutamente todo. Porque sabían que eran parte del parvulario lector, nuestros padres y abuelos nos llevaban a casa cantidades ingentes de tebeos que acumulábamos en torres y que íbamos leyendo y releyendo. Aquellas páginas nos arraigaban estimulando nuestra imaginación en un mundo a caballo entre lo real y lo fantástico –historias de duendes y enanos que emergían en mitad de lo cotidiano enloqueciendo a los habitantes de una casa, transformaciones asombrosas de señores que terminaban volando por los aires, pavos que cobraban vida y saltaban por la ventana cuando iban a ser trinchados–. Todos han cumplido cien años. Frente a la era de lo circunstancial y lo efímero, muchos somos la emanación asonante, lógica y orgánica de esas lecturas, una inmensa minoría que ya es para los instagrammers como el mundo de los dinosaurios. Frikis que buscamos tebeos como hace cuarenta años en Cantarranas, cuando estaban expuestos sobre las piedras y un señor nos vendía los domingos un montón por cuatro perras. Este cumpleaños nos proporciona a muchos la coartada perfecta para reivindicar, releer y hasta rememorar vitalmente el ‘TBO’, que es como la gran tradición del siglo XX, y, por qué no, la oportunidad de perdernos por las calles de alguna capital batiendo las palmas y llamando al sereno o cantando «A beber, a beber y a apurar las copas del licor» hasta la helada del amanecer, rodeados de los elefantes rosas que aún trata de cazar Morcillón a la búsqueda de lo ínsito, de lo intrínseco, de aquella España que fue y que se nos fue (o la echamos), cuando soñábamos con el ‘TBO’.


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Siempre viviendo

DONDE HABITO ELENA SANTIAGO

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staba. Ya no estaba tanto. Porque soñaba y soñaba y, al despertar, no estaba; solo se la veía pasando puertas hasta llegar a un asiento acogedor. Los ojos algo cansados. Azul verdoso de tanto ir a las iglesias, porque le habían dicho desde niña que allí estaba Dios y fuera, en el campo, se encerraba a los muertos amados. En la fascinante naturaleza. Y ella lo vivía así. Aquello se acomodaba en la memoria y borraba levemente el dolor de haberlos perdido. Se descansaba al anochecer. Y siempre amanecía. Abría las ventanas (el paisaje exponía belleza y enamoramiento) y se aseguraba de que la vida seguía. En invierno había que descansar en una espera, pero ella apenas se detenía y miraba el calendario que le marcaba el mañana. La vida era cansina: le costaba llegar a la primavera y seguido el verano: contemplando el mar y sus faros; las montañas tan crecidas, asomadas sin cansancio. La música bajando amor y lágrimas y, ya, sentir un pálpito que movilizaba la vida. No contaba lo peor. Recuerdos incrustados en pensamientos que iban perdiéndose, aunque dejaban hondas huellas. En la historia del mundo moría muchísima gente; y las imágenes rotas, rotas seguían.

«Y recitaba ella, a Bécquer; ‘Volverán las oscuras golondrinas...’». :: J. SKARZYNSKI-AFP Más bien le ocurría a ella que su espejo insistía con que su rostro comenzaba a ser antiguo, poblado de señales envejecidas. ¿Qué hacer? Se dio un consejo y dio la espalda a su imagen reflejada. Porque estaba antigua (nunca diría vieja) y no olvidaba a aquella señora desconocida que casualmente encontró en una perfumería, tienda llena de ‘arreglos’ en crema u otras honduras. Y dejó claro la señora que no iba a olvidarse de pasar por su rostro el maqui-

Generación teleprónter

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n servidor, cuando no contaba con muchos años de edad y soñaba con esto de ligar palabras con más o menos arte, entendía que, amén de oficio e inspiración, debía ostentar una vida acorde con su esperanza. Y es que si un bombero, aparte de redaños para solucionar ardientes desaguisados, debe lucir una poco recatada musculatura para sesiones fotográficas decembrinas, un escritor, además de provocar admiración con su obra, debe llevar una vida que le vista sugerentemente; una vida cuyo atractivo, creía entonces, se fun-

damentaba en la querencia a las borracherías y otros antros de mal vivir. Sí, las biografías de mis admirados escritores estaban repletas de incidentes dipsomaniacos y uno, que si no un barrabás tampoco era un bendito, se echaba al coleto algún licor de alta graduación a la manera de esos poetas para los que la absenta era nutritivo zumo con el que alimentar su malditismo. El licor de alta graduación, aparte de sentarme como un tiro, me vestía literariamente a muy pocos ojos, pues mi vocación era sólo conocida por familiares y amigos. Y unos, los prime-

Abría las ventanas (el paisaje exponía belleza y enamoramiento) y se aseguraba de que la vida seguía

llaje arreglador, a su edad y con todas las canas escondidas en un tono bastante discreto. Se sentía ‘finita’ y sonreía sin prisa para no despertar sus arrugas. La edad no se la contaba a nadie y a sí misma con suaves maneras. No era su edad, era su presentación al público que la observaba. Y los fines de semana llamaba a horas mejores; porque salía a divertirse viendo pasear a los demás y asomándose a los escaparates. Muchas veces encontraba mode-

ros, no aplaudían mi beoda decisión, y los segundos opinaban que si era por beber, ellos eran merecedores, como poco, del Cervantes. Tampoco el whisky o el ron dopaba a mis musas. Si bien cuando bajo sus efecto redactaba un texto que creía digno de, qué sé yo, Gabriel Miró, al releerlo, una vez que el alcohol había puesto pies en polvorosa, lo juzgaba ininteligible churro que no hacía sino acrecentar, hasta límites insoportables, mi cefalea. Con el tiempo me di cuenta que erraba en mi apreciación y que no había adjetivo vital que adornase a un escritor. Aunque al desdecirme también me equivocaba: si lo de ponerse hasta las trancas no añade nada a la producción literaria, sí que existe un epíteto que le concede insuperable marchamo. Leía hace unas semanas el suplemento hermano del ‘ABC’, cuando al repasar el ‘hit parade’ poético me quedé turulato. Encabezaba la lista al-

guien que su nombre, en mi ignorancia, sólo asociaba al divulgadísimo mundo televisivo y no al minoritario mundo del verso –nombre, por cierto, que para mí es un mayúsculo oxímoron onomástico, ya que a la gracia de mi queridísima madre (q.e.p.d.) se une el apellido del que fuese secretario general del PCE–. Cuál sería mi asombro que recurrí a Google para saber si había una poeta homónima. No había tal; era la socia de Matías Prats la que se encaramaba a lo alto del pódium. Aún estaba grogui con la noticia cuando a las pocas horas me enteré de que el Premio Primavera de Novela iba para otra presentadora. La reconocí por su rostro, no por su nombre –que no sabía y ahora tampoco recuerdo–, y de nuevo eché mano de Google para saber si era alguien físicamente parecida, que no la misma, ya que el desarrollo de la noticia no disipaba mi duda. Tecleé, junto a la denominación del galardón, el posible

los que podían ser propios. Pero, ¿qué quería decir propios? (¿además de ser vieja solo se iba a poner los propios?) Y como si fuera además de muy mayor (nada de vieja)… que no le pusieran trabas a sus necesidades de conservarse. Tener un aire dulce y bonito. O mejor, dos. Cansada, sí estaba. Con su cuerpo algo torcido. Aunque demasiado hacía tan raspado por el reúma. Pero nada de morirse. Ya morían tantos en las guerras… Y en las huidas… Po-

LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ

trabajo de la afortunada y el nombre de la cadena que desembarcó en nuestra patria con la nave tripulada por las curvilíneas Mama Chicho. Santo Dios. Allí estaba. Como no hay dos sin tres, esa misma semana supe que una locutora radiofónica, y

bres gentes del barco quedando para siempre en el mar. Hombres, mujeres y niños, horrorosamente cubiertos de dolor y muerte. Cuando habían elegido amar y ser amados. Se consolaba ella y lo agradecía tanto, aquella decisión desde su soledad. Entendía que sus fallecidos permanecían envueltos en la creencia más bella: que estaban en la Naturaleza (cual cielo) y ella podía sentirlos, tan arreglada y calada de aquella sensación. Era bueno vestirse de rosa, salir a mezclarse con las naturalezas fascinantes llenas de hojas con las miradas de los que no estaban, en ramas y altos árboles, algún río, o el mar, bendiciéndolo todo. Y recitaba ella, a Bécquer: «Volverán las oscuras golondrinas / En tu balcón sus nidos a colgar, / y otra vez con el ala a tus cristales/ Jugando llamarán». También había dicho el poeta: «Mientras haya esperanzas y recuerdos…¡Habrá poesía!» Pensó si ella podría hacer poesía. Hacer algo que sirviera. De momento amaba también a las golondrinas, siempre regresando en el verano. Siempre regresaba. Estaba viva. A pesar de la edad, había que continuar y hablar con las horas. Y sonreír, aun sosteniendo el ser antigua y creer que también las golondrinas, eran sus desaparecidos tan amados.

contertulia televisiva de guardia, cuyo apellido, en España, pronuncian certeramente cuatro gatos –todos oriundos de Alemania–, también hacía sus pinitos literarios, algo, la verdad, que no era para hacerse de cruces: es más fácil hallar una periodista audiovisual cuyo rostro esté en la contraportada de un libro que otra que no se prodigue en estas lides. Aún así, negué con la cabeza. Con medio siglo a mis espaldas, no estoy para marear la perdiz. Así las cosas, con intención de hacerme un hueco en la república de las letras, pienso muy seriamente, al modo de Robin Williams en ‘Señora Doubtfire, papá de por vida’, presentarme en la tele de aquí, de Ávila, para preguntar si puedo, de esa guisa, poner al corriente a mis convecinos de los plenos del Ayuntamiento y de la Diputación. Como digan que sí, me veo de aquí a dos días dejando en la cuneta al mismísimo Pérez-Reverte. Ya, ya verán.


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El escritor Paul Morand, en uno de sus coches. :: EL NORTE

Paul Morand, poeta al volante L

a cuna marca la personalidad. La de Paul Morand (1888-1976) no contradice este principio. Su familia, parisina, vive inmersa en el mundo del arte. En su casa no son extrañas las visitas del escultor Rodin, amigo de su padre Eugéne, pintor y autor dramático de renombre será durante mucho tiempo director de la Escuela Nacional de Artes Decorativas. Paul, su hijo, tras estudiar ciencias políticas, inicia su carrera diplomática en Londres en 1913, al tiempo que se lanza a la poesía (‘Lampes a arc’, de 1919 es una muestra). Es en este periodo cuando conoce a Bertrand de Fénelon, que le abrirá las puertas de la casa de Marcel Proust. Precisamente el autor de En busca del tiempo perdido será quien prologue el primer libro de en prosa de Morand, ‘Tendres Stocks’ (1921), que precede a ‘Ouvert la nuit’ (‘Abierto de noche’, 1922), las obra que da a conocer a Morand. Le siguen una serie de éxitos, empezando por ‘Fermé la nuit’ (‘Cerrado de noche’, 1923), para este escri-

tor que en libros siempre breves en cuanto a extensión y cortando las frases como corta las curvas al volante de sus automóviles. Morand describe con detalle el cambio social y de costumbres bañado en la permisividad que florece tras el final de la primera Guerra Mundial. Adulado por unos, detestado por otros, mundano y solitario al tiempo, no deja a nadie indiferente, sobre todo a las mujeres. Y él, snob, amante de los placeres, el lujo y la distinción social, no resiste la seducción de los bellos automóviles de ese periodo. «He perdido más tiempo con los automóviles que con las damas», precisará en algún momento. Comienza una larga lista de conquistas automovilísticas comenzando en 1924 por un fantástico Voisin 10 CV . El autor de ‘New York’ o ‘Paris-Tombouctou’ confiesa una admiración sin límites por Gabriel Voisin, un aviador y constructor de automóviles fuera de toda norma y al que considera «uno de los más atractivos y completos tipos humanos que se han

atravesado en mi vida» destacando en las creaciones de Voisin «la seguridad de sus diseños mecánicos, la elegancia, una continua invención...». Para Morand, Voisin es la ilustración ideal del prototipo del hombre moderno, a quien el domino de los de los medios técnicos permite recortar las distancias e intentar todas las aventuras imaginables. Morand, a finales de estos años 20, ve en el automóvil la fuente de inspiración de la pintura contemporánea: «Miremos la pintura moderna: gris, verde-gris, gris-negro; Braque, Picasso, Juan Gris, Derain, Valminck… todos estos pintores la viven en coches rápidos y todo ello influye en sus creaciones». Esta afirmación la hace en la revista ‘Vu’, en un artículo sobre el automóvil y la pintura, en el que aparece retratado con impecable imagen de piloto de la época, mono y gafas al cuello incluido, y al volante de un potente Bugatti. A lo largo de su vida Morand será propietario de tres automóviles de esta legendaria marca creada por otro hombre

ligado al arte como era Ettore Bugatti. Pero la lista es larga: Delage, Aston Martin, Porsche, o un Mercedes 300 SL, por citar algunas de sus posesiones entre los modelos europeos. Y entre los americanos un Marmon de 16 cilindros o dos Cadillac. Un Morand que comprará los mejores coches de

ARTE EN MOVIMIENTO SANTIAGO DE GARNICA

cada época, hace una defensa de su actitud: «la posesión de las riquezas no desorganiza al hombre que sabe conservar el sentimiento de su poco valor». Automóviles potentes, velocidad. Frente a este concepto nos encontramos un Morand paradójico que a veces alaba y otras condena los kilómetros por hora. En ‘Aprendre a se reposer’ (1937) , donde ante la reducción del tiempo de trabajo (Francia se revoluciona con las vacaciones pagadas establecidas por Leon Blumm tras el triunfo del Frente Popular) reflexiona sobre la organización y utilización del tiempo libre. Así dice «Nosotros ya no distinguimos entre ir deprisa e ir lo más deprisa posible. El récord es el rey. Ahora bien, el paroxismo mata. Los coches con compresor tienen una vida corta. El potente prestigio deportivo es absurdo, constantemente cuestionado. El récord es menos una afirmación que la negación de lo que le precede», señala. Y continúa con una consideración sobre unas declaraciones del piloto Louis Chirón a su regreso de Indianápolis, circuito en el que temía las llamadas bolsas de aire: «la velocidad se ha convertido entre los deportistas en una cosa tan precisa, tan límite que una corriente de aire puede hacerlos caer, como lo haría con un niño. La fuerza extrema va de la mano de una extrema debilidad». En estos últimos años de la década de los 30 Morand también sabe decir lo que se espera en esa época de un amante del automóvil: «Amo la velocidad porque a fondo no se puede pensar en nada».

«El amor por el viaje es inseparable del amor por el automóvil. Liberación de la gravedad y de las servidumbres humanas» Paul Morand que se sitúa en esa larga tradición de diplomáticos escritores, desde Chateaubriand o Stendhal a Claudel, Giraudoux, Saint John Perse o Roger Peyrefitte. Su pasión por los viajes, por los detalles descritos con precisión mecánica y una obra poética rebosante de sensibilidad, encaja con su amor por los bellos automóviles, precisos y apasionantes. «El coche de sport es una alegría temible, en cuanto a la relación con el tiempo; se gana para poder perderlo; rodar en un bólido es entregar la vida». Y prosigue, «el amor por el viaje, es inseparable del amor por el automóvil. Liberación de la gravedad y de las servidumbres humanas, alegría a la vez sensual y moral, que hacen de un auto el hermano de una ondina. Esta ficción, transforma al hombre apresurado, tan ridículo visto desde el exterior, en una especie de ermitaño, sentado ante su volante como en una gruta, un faquir que encuentra en la extrema velocidad una inmovilidad adorable». Por cierto que su muerte, en 1976, acaeció poco después de una sesión de gimnasia en la sede del Automobile Club de France, en la parisina Place de la Concorde. Las cosas de la vida.


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Aleix Plademunt expone en la Fundación Botín de Santander una muestra en la que analiza una de las cuestiones más antiguas de nuestra existencia: el origen

El filósofo de la fotografía

Aleix Plademunt, ante un panel formado con sus fotografías. A la izquierda, una de las imágenes de la exposición. :: EL NORTE

IÑAKI ARTETA

N

o todo se reduce a pulsar el botón de la cámara. Ni mucho menos. Hay que ir ‘pensado’ a los sitios. La fotografía cada uno se la toma como se la toma. La personalidad y las experienciales predisponen una forma de mirar. El interés por diferenciarse de lo que antes se hizo, por digerir lo que se aprendió y darle una forma nueva lleva a cada artista a dirigirse por caminos en principio inhóspitos, a veces incómodos, que a fuerza de transitarse forman el universo del verdadero autor. La suma de decisiones que se adoptan a lo largo de una vida entregada al arte dan como resultado y con un poco de suerte un estilo único, como las líneas irrepetibles de una huella dactilar, un espacio irrenunciable y auténtico del que uno ha tomado posesión. Pero un hito así no se produce antes de tiempo, la madurez es indispensable. Las fotografías de Aleix Plademunt (Gerona, 1980) se presentan en la sala de la Fundación Botín (Santander) hasta el 16 de abril con motivo de las becas de artes plásticas. Su trabajo no es el resultado de disparar su cámara. ¿Quién piensa en una cámara cuando ve ciertas obras? Es como mirar el dedo que apunta a la luna. Cuando un fotógrafo va relegando su interés por la técnica se aproxima a la filosofía. ¿He dicho a la filosofía? Sí, a la introspección, al cuestionamiento continuo de lo hecho anteayer, a la cuestión acerca de qué es el arte o qué es arte. Lo que lleva tiempo es elegir, pensar en a dónde ir, por qué y para qué, no tanto el disparo. A Alfred Hitchcock no le gustaba el rodaje porque decía que la película ya la había visto con el máximo esplendor en su cabeza al imaginársela mientras la escribía.

Con quince años, un familiar le regaló una ampliadora que tenía abandonada y con ella descubrió de manera autodidacta que una fotografía se podía manipular, que se podía ir más allá de lo que se veía por el visor antes de apretar el botón de disparo. La ampliadora le acompañó cuando salió de casa para estudiar Ingeniería y antes de terminar el segundo curso se dio cuenta de que pasaba más tiempo en el laboratorio que preparando las asignaturas. Algo no encajaba. Cuando un buen libro de técnica de laboratorio cayó en sus manos descubrió lo poco que sabía en realidad de la técnica de laboratorio a pesar de su voluntarioso aprendizaje autodidacta, y comenzó de nuevo. Dejó Ingeniería para estudiar con rigor fotografía. Ese fue el arranque de un sendero acotado por la imagen y la necesidad de contar historias personales. Las primeras fotos fueron el reportaje de unos conciertos de la banda de ‘hardcore’

de unos amigos. Después fue la fascinación por el paisaje la que le llevó a México y Argentina. Rodó por toda Sudamérica buscando comprender como se usa el paisaje y como no se usa, la propiedad, la invasión del paisaje, los restos de la presencia humana en aquellas llanuras sin fin. Fotografió paisajes desangelados en los que se visualizaba de manera sutil algún, pero solitario, elemento u objeto.

Misterios La fotografía empezó a ser para él una puerta al mundo y sus lugares, a la gente, al aprendizaje, la mejor herramienta para extraer sus inquietudes más profundas de la manera más pura posible, aquellas que todos podemos llevar dentro. Quedó tan enamorado desde muy joven del sistema químico-analógico que hasta el día de hoy todas sus series las ha realizado con película de formato grande (placas). Tan solo hace dos años que empezó a utilizar las cámaras digitales.

Los artefactos son meros intermediarios. A medida que degustaba las posibilidades del poder de la imagen así como sus misterios y el potencial de su lenguaje, perdía gradualmente el interés por lo técnico. Dejó de hablar de técnica para reflexionar sobre las ideas o la utilización de la imagen para provocar emociones o estados mentales. Le interesa saber qué enseñar, qué esconder, poder plasmar qué es lo que inquieta o preocupa, en definitiva, no solo qué decir, sino cómo decirlo y por qué. Uno no se puede esconder ni debe hacerlo en el arte. An-

Lo que lleva tiempo es elegir, pensar en a dónde ir, por qué y para qué, no tanto el disparo

tes de ofrecer el trabajo a los demás hay que mirarse por dentro y eso a menudo consiste en mirar alrededor para encontrase con detalles de uno mismo. Dice que cuando empezó no se hacía tantas preguntas. La madurez aporta soluciones pero también preguntas y esas preguntas son muchas veces lo que atrae de los artistas con fondo. Plademunt es de los que para de vez en cuando para preguntarse ¿qué estoy haciendo con la fotografía, qué busco y por qué? Y como resultado busca menos en los lugares y más dentro de sí mismo, es decir, más bien cerca que lejos. Lo cercano también puede sorprender y mucho, ofrecer contrastes y formas de vida diferentes que inexplicablemente se nos pasan inadvertidas. El Montseny, una montaña cercana a donde nació, acapara parte de su tiempo. Visita la zona con regularidad buscando plasmar, en un nuevo proyecto, la forma de vida de viejos labradores, de ancianos con historias,

un entorno a punto de ser deshabitado. La realidad, lo diferente, está muy cerca de nosotros y esa exploración requiere otro tipo de atención. No hay que ir muy lejos para encontrar nuevas realidades. Ya que es casi imposible que invente algo, lo que se propone es jugar con el cargamento de su mochila de experiencias, con lo aprendido y lo intuido, jugando para no aburrirse ni aburrir a los demás. Más que intentar aportar algo extraordinario, lo que le gusta es aprovecharse de la fotografía para aprender, conocer y expresar sus personales visiones acerca de las cosas. A su juicio, los jóvenes se preocupan demasiado por encontrar algo que no esté hecho, pero el tema es lo de menos. La cuestión es cómo abordas lo que te atrae, cuál es tu posicionamiento, dónde está tu punto de vista. No es tanto si el proyecto es interesante o no, sino si el fotógrafo es interesante o no. No hay etiqueta para su obra.


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LECTURAS GONZALO SANTONJA

L

os libros de análisis e investigación sobre el arte de torear encararon su Edad de Oro, transcendiendo la época de las tauromaquias parciales, gracias a los trabajos de José Sánchez de Neira, autor de ‘El toreo, Gran diccionario taurómaco’, impreso en la imprenta/librería madrileña de Miguel Guijarro en 1879, y definitivamente se instalaron en ella de la mano de José María de Cossío, instado por Ortega y Gasset para cuajar la enciclopedia ‘Los toros, Tratado técnico e histórico’, formada en su primera edición por cuatro volúmenes (Madrid, Espasa Calpe: I y III 1943; II, 1947; y IV, 1961). Esa gran obra marcó un modo y fijó un estilo sin precedentes en este tipo de estudios, únicamente seguido por quienes pueden y saben, los cuales forman una selecta gavilla de las que por evidentes méritos intelectuales forman parte Beatriz Badorrey, profesora Titular de Historia del Derecho de la UNED y doctora en Historia por esa misma universidad, y Valentín Azcune, erudito de altura que sabe de teatro y de toros lo que aún no ha escrito, aunque yo tenga la esperanza, refrendada por el libro que aquí nos ocupa, de que algún día lo escribirá.

Otra historia Badorrey afronta en su libro una tarea portentosa: documentar los ‘juegos con astados’ a partir de las primeras manifestaciones jurídicas conservadas, desde algunos fueros municipales del siglo XIII hasta mediados del XIX, cuando empezaron a dictarse los reglamentos de plaza, o sea, seis siglos largos, con capítulos cumplidamente dedicados al derecho medieval castellano, el derecho medieval aragonés, el derecho medieval navarro y, a partir del XVI, el derecho indiano, con mención aparte para las prohibiciones, así canónicas como civiles, algunas tremendas y con aspiraciones de acabose pero a la postre todas resueltas en humo, olvidados anatemas y anatematizadores mientras los clarines siguen sonando. De la Chancillería de Valladolid hasta la Biblioteca Carriquiri o desde el Archivo General de Indias al Archivo Municipal de Logroño, entidades nacionales, autonómicas, municipales o

DOS LIBROS DE CULTURA TAURINA, DOS Los tratados sobre el arte de torear certifican el arraigo de la Fiesta en la cultura española

Grabado de la serie ‘Tauromaquia’, de Francisco de Goya. :: EL NORTE privadas, la autora no se ha dejado fondo documental sin escudriñar, minuciosa en el registro de fuentes, así manuscritas como impresas, apuntándose al cabo una obra rotunda, convincente y, en su campo, para mí tengo que prácticamente defi-

Minuciosa en el registro de fuentes, Beatriz Badorrey no se ha dejado fondo documental sin escudriñar Con el respeto debido, Azcune enmienda la plana a Cossío, estudioso decisivo de la Tauromaquia

nitiva. Por rigurosa y exhaustiva, a todas luces se advierte que ‘Otra historia de la tauromaquia’ tardará mucho tiempo en perder, si es que alguna vez la pierde, la condición de hito y punto ineludible de referencia. «Cosas que a cosas llegan», diré con Cervantes. En base a lo dispuesto en fueros, ordenanzas y acuerdos municipales, ya preventivos (con multas de la máxima cuantía en previsión de accidentes), ya sobre abastos (los carniceros asumieron desde muy pronto la obligación de proporcionar los toros para los festejos), y también en los textos de las prohibiciones, la autora demuestra que ‘el correr de los toros’, expresión luego resumida en ‘corrida’, se practicaba por doquier y con normalidad en España al menos desde comienzos del siglo XIII y también acredita fehacientemente «el origen popular de la fiesta de toros frente a la teoría del toreo

OTRA HISTORIA DE LA TAUROMAQUIA. TOROS, DERECHO Y SOCIEDAD (1253-1854) Beatriz Badorrey Martín. Madrid, Boletín Oficial del Estado, 2017. 1014 pp., 30 euros.

como lucha deportiva y caballeresca» (p. 66), se den o no por enterados los repetidores de doctrinas añejas, tozudez que ya choca contra unas evidencias que esta obra afianza, certificando la certeza de que la Fiesta es uno de los elementos constitutivos de la cultura española, plena de lozanía mucho antes de que fraguase la unidad política de Castilla y León. «Rex eris si recte facies; si non facies no eres», sentenció San Isidoro de Sevilla: «Serás rey si obras con rectitud; si no, no lo serás». Obrando con una diligencia que es fruto del rigor y de la constancia, Badorrey se ha coronado en la materia.

Los toros en el teatro LOS TOROS EN EL TEATRO Valentín Azcune. Con un grabado original de Jerónimo Uribe Clarín. Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 2016. 686 pp., 50 euros.

Y otro tanto cabe decir de Valentín Azcune, que con similar despliegue de erudición ha entrado por derecho y de lleno en el repertorio teatral, desde los orígenes a la época actual para alumbrar al cabo un «análisis conjunto de

cuanto de taurino hay en cada obra dramática» a partir, nada menos, que de ‘La Celestina’, con Tristán haciéndose cruces a cuanta de una algarabía mañanera posiblemente debida a que «madrugaron a correr toros» y la propia Celestina dando cuenta a Calisto de que Melibea habría recibido su celestineo con «aquella cara, señor, que suelen los bravos toros mostrar contra los que lançan las agudas frechas en el coso». En su rastreo exhaustivo de alusiones y referencias, Azcune cierra el capítulo inicial con una cita ‘La Lena’, comedia impresa en Milán y 1602, que por boca de Cervino alumbra una burla de cuernos: «Non querría que me sucediese lo que al otro, que por haberse hallado a un juego de toros soñó aquella noche que tenía cuernos, y amaneció con ellos en la frente». Con el respeto debido, el autor enmienda la plana a don José María de Cossío, estudioso decisivo de la Tauromaquia, porque añade numerosos autores e multitud de títulos a su repertorio, varios de ellos ciertamente de edad venerable y contenido curioso. Valga una muestra: «Los toros del alma», auto sacramental de Felipe Godínez, ingenio del XVII que versificó en redondillas caídas, cogidas, bravuras y gracias, con Luzbel soltando a David el toro ‘Pecado’ y con Cristo brindando a la humanidad la noticia de que «el toro cogió a mi abuelo». De los grandes dramaturgos del Siglo de Oro a las obritas menores del Género Chico, el autor coloca muchos puntos sobre las íes, lo que supone, verbigracia, corregir a ciertos estudiosos del teatro de Rafael Alberti o Miguel Hernández, los primeros de los cuales mal interpretan la sustancia de ‘La Gallarda’, obra de toros pero no de toreo, mientras los segundos equivocan el sentido de ‘El torero más valiente’ al incidir en una supuesta rivalidad entre Ignacio Sánchez Mejías y su cuñado Joselito que deriva de «una grave ignorancia». Como en tantos otros aspectos, Federico García Lorca marca la cima del tema taurino en el teatro de la Generación del 27 con el bellísimo romance popular de ‘Mariana Pineda’: «¡Qué gran equilibrio el suyo/ con la capa y la muleta!/ ¡Mejor, ni Pedro Romero/ toreando las estrellas!». Y así Azcune con este libro de equilibrio entre la erudición y el saber contar, obra a mi juicio tan definitiva como la de Beatriz Badorrey, dos obras, dos, que dentro de muchos años seguirán siendo válidas.


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PERIODISTAS LITERATOS La prensa de entresiglos estuvo muy ligada a los novelistas y poetas de la época LUIS ANTONIO DE VILLENA

Y

o creo que era bastante sabido pero, a lo peor, como tantas cosas, se ha olvidado. Un periodismo rico, abierto y muy plural, fue el medio de expresión habitual de muchos novelistas y poetas de entresiglos (en torno a 1900) se les llame modernistas, simbolistas, noventayochistas, bohemios o «gente nueva»… Debo remitir a mi ‘Diccionario esencial del Fin de Siglo’ (1998) para que el lector vea las sintonías o lejanías de tantos nombres cercanos… Pero, yendo a lo que vamos, baste recordar que un libro muy alabado de Azorín como ‘La ruta del Quijote’ (1905) fue un encargo del madrileño ‘ABC’. Unos artículos sobre el tema cervantino, que vieron la luz en el periódico primero, y que luego su autor transformó o aunó en un libro. Como dice del Arco en su extenso prólogo a esta selección de crónicas –que están muy bien,

aunque podría haber crecido mucho el número o la selección de autores– desde Rubén Darío a Luis Bonafoux pasando por Baroja, los dos Machado, Ramiro de Maeztu o Alejandro Sawa (que en ocasiones hizo de ‘negro’ circunstancial del opulento Darío) la prensa está harto ligada a la literatura de la época, y no sólo la española, sino la bonaerense a la que muchos aspiraban, pues entre otras cosas pagaba mejor… No obstante del Arco –que tenía ante sí un abanico muy grande– ha preferido centrar su selección en nombres menos conocidos o casi olvidados, aunque casi todos han sido reivindicados (algunos no como periodistas) en los últimos años, caso del gran bohemio Alejandro Sawa, que muere ciego y en la miseria en 1909, o antes el periodista –porque eso fue básicamente– Luis Bonafoux, nacido todavía en el Puerto Rico español en 1855, y que vivía

CRONISTAS BOHEMIOS Miguel Ángel del Arco. Taurus, Madrid, 2017. 349 páginas.

Alejandro Sawa. en un pueblo cercano a París, Asnières, (le apodaban algunos ‘la víbora de Asnières’) pues a tal punto podían ser quemantes o críticos sus artículos. Bonafoux también recogía buena parte de esos artículos en libros, con títulos tan claramente significativos como ‘Clericanalla’… Bonafoux murió en Londres en 1918. Como su título indica y ante lo muy ancho de la oferta –este libro podía ser muchos otros– del Arco opta por cinco periodistas y escritores ‘bohemios’, aunque también esa sea una palabra muy ancha: Luis Bonafoux, Joaquín Dicenta (conocido autor teatral, con el éxito social de ‘Juan José’), Alejandro Sawa, novelista naturalista en sus inicios y luego en París amigo de Verlaine, Pedro Barrantes (poeta además con su conocido y hoy día algo retórico ‘Delirium tremens’) y Antonio Palomero, sin duda

Luis Bonafoux.

Rubén Darío.

el de menor alcance… La antología nos muestra cómo estos plurales bohemios, que la mayoría eran o querían ser asimismo escritores, escribían excelentes crónicas, artículos y críticas –tal vez algo largas para los baremos periodísticos de hoy– donde cuentan de literatura y de política o de realidades sociales singulares, y siempre sin pelos en la lengua… No hace falta recurrir al mucho más moderno González-Ruano para afirmar que casi todo buen periodista es un buen escritor (y a la inversa) lo lleve o no a la práctica. Porque en general todo periodismo que se precie –no el de los meros teletipos de noticias, claro– no deja de ser literatura. Inmenso poeta, Darío fue un periodista. E inmenso periodista –aunque apenas abandonara el género– Bonafoux fue un escritor excelente. Aquí los tenemos. Y faltan.


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LECTURAS

MÁS ALLÁ DE LAS POSVERDAD Dos ensayos de Hannah Arendt vinculan la verdad con las sociedades libres SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN

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l libro lo componen dos extraordinarios ensayos de Hannah Arendt publicados en 1964 y 1971, y los dos relacionados con el papel que la verdad desempeña en la política, pero también, por las actuales circunstancias que vivimos en pleno debate sobre la posverdad, tiene que ver con la necesidad de un periodismo que haga de la verdad insignia y principio irrenunciable.

El primer ensayo, ‘Verdad y política’ es más filosófico y, al principio, algo más abstracto por la necesidad que siente la autora de delimitar el campo en el que va a trabajar. Distingue entre verdad racional y verdad factual, o lo que es lo mismo, entre verdades derivadas de razonamientos científicos y verdades surgidas de los hechos. Las primeras son irrefutables, en un principio, mientras que las segundas son más vulnerables. En realidad, todo es algo más complejo y las razones que vuelven frágiles a la verdad factual se revelan, por el contrario, como una fuente de resistencia al examen racional. Habrá quien piense que dicha verdad racional es propia de los filósofos mientras que la factual es propia de los ciudadanos, y por tanto la primera tiene que ver con el conocimiento mientras que la segunda está más cer-

ca de la opinión y los prejuicios. Sin embargo, no debería olvidar que la razón humana puede fallar y los resultados ser falsos. La conciencia de la fragilidad de la razón humana debe llevarnos a tener en cuenta, como hizo James Madison, que el número de personas implicadas en el estudio y divulgación ayuda a que los resultados de la razón sean más seguros. Esta y no otra es, para Arendt, la razón por la que ha de existir libertad de expresión. Si todos tenemos libertad para expresarnos se debe, según la idea liberal, a que cuanto menos sujeta esté cualquier proposición a pequeños círculos oligárquicos, más posible es que sea verdad. Las razones para limitar la libertad de expresión han estado siempre ligadas al mantenimiento de una posición social que, si se descubriera el engaño, se desvanecería. Con todo lo

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

O NO

D

esde que leí los relatos de ‘Primer amor, últimos ritos’ vengo siguiendo la obra de McEwan. Siempre con placer, aunque algunos libros me hayan entusiasmado más que otros. Mi favorito, a estas alturas, sigue siendo aquella colección de relatos. Allí aparece toda la idiosincrasia de Mcewan, cierto amor por lo retorcido y lo

CIRO GARCÍA

extremo, la maldad, o la atrocidad, más o menos gratuita, más o menos consciente o cultivada, muchas veces estúpida, otras no tanto, la violencia que todos pensamos que nunca nos podría sorprender, el sentimiento, ya sea culpa, rabia, temor, cualquier otra cosa, con los que reaccionamos a lo absurdo o lo imprevisto. En cierta manera, y aunque en el autor no vamos

a encontrar nada sobrenatural, pocas veces, acaso una, dos a lo sumo, lo fantástico, Mcewan cultiva, casi siempre, una literatura de terror. Porque aunque el sentimiento del horror, de lo terrorífico, quede a veces camuflado, siempre está ahí. O cuando menos lo perturbador. Y el origen de esta perturbación de este horror a veces disfrazado de ironía o comedia, o

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

SIN PALABRAS :: SUSANA GÓMEZ «Todo tiempo feliz es tiempo libre». Esta sería la síntesis de un álbum vacío de palabras y lleno de creatividad y alegría, en el que interior y exterior, naturaleza y hogar, juego y tarea… cohabitan sin ninguna escisión. Porque dibujar, leer, barrer o plantar el huerto no ha de ser menos divertido que chapotear bajo la lluvia, volar la cometa,

construir barcos veleros, hacer muñecos de nieve o disfrazarse de mago. Invadido de detalles que multiplican la lectura y preparan para la comprensión y narración de las historias secundarias, este relato plenamente visual atraviesa las distintas estaciones sin solución de continuidad. Así, las ventanas troqueladas dan paso a nuevas escenas y modifican interior y exterior,

VERDAD Y MENTIRA EN LA POLÍTICA Hannah Arendt. Trad. Roberto Ramos Fontecoba. Barcelona: Página indómita, 2017. 147 páginas.

peligroso que pueda parecer el que la verdad esté en la plaza pública y se someta a la ley de la oferta y la demanda, es esto mucho más beneficioso que el hecho de que permanezca en manos de unos pocos, que son siempre, y no por casualidad, parte ejecutiva de gobiernos totalitarios. La mentira puede engañar durante un periodo breve pero no podrá nunca abolir la realidad. El poder nunca puede producir una realidad alternativa que pueda derrocar para siempre la verdad objetiva.

Hannah Arendt. :: EL NORTE

de oropeles postvictorianos, siempre está en el ser humano. En las novelas de terror clásicas, el miedo procede, la mayoría de las veces, de la ruptura de las leyes naturales. En Mcewan lo que se rompe son ciertas seguridades, ciertas normas, ciertas convenciones o acuerdos sociales, ciertas definiciones no escritas de lo bueno y lo malo, que damos por inevitables y válidas para que el mundo sea seguro. Pero el mundo no es seguro, nos viene repitiendo Mcewan a lo largo de toda su obra, porque estas leyes o acuerdos están lejos de ser inquebrantables, y basta un ser humano, en ocasiones un

niño, para, ya por intención ya por mera oportunidad, desbaratar el orden, la seguridad, instalarnos en un mundo terrorífico y absurdo, incómodo. Lo impensable, lo pensado impensable, siempre sucede. Es decir, el mal siempre sucede. El caos no sólo nos está acechando siempre sino que, además, basta muy poco para desatarlo. No es muy diferente en esto su última novela, ‘Cascara de nuez’. No se dejen engañar por el tono de comedia. La risa aquí tiene siempre un trasfondo de horror. Y si el pensamiento del narrador insólito sobre la especie humana pasa del pesimis-

mo a un cierto conformismo esperanzando, pero siempre irónico, no deja de ser la esperanza de quien no puede esperar algo mejor pero sí algo peor. Como buen trasunto de Hamlet –pues la novela entera es una revisión de la obra de Shakespeare– nuestro narrador protagonista, duda constantemente entre lo malo y lo peor. Y duda, también, en decidir qué es lo malo y que es lo peor. Este narrador, que debería ser el sumun de la inocencia, un feto en las últimas semanas de gestación, no es inocente en absoluto. Hasta tiene sus vicios: una pasión casi desmedida por los buenos vinos


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El otro ensayo, ‘La mentira en política’, trata de las mentiras que el Gobierno estadounidense creó para justificar la guerra en Vietnam, y cómo estas no sirvieron para nada, más allá de mostrar cómo trabajaba el Gobierno norteamericano a la hora de fabricar mentiras. Dicho modo se basaba en el autoengaño de quienes estaban involucrados y en la figura de quien se dedica a resolver problemas. Autoengaño y resolución de problemas fueron posibles porque el Gobierno estadounidense en ningún momento persiguió objetivos reales. Lo que buscaban era crear un estado mental favorable a la intervención militar. Así las cosas, que los estrategas estuvieran pegados a la realidad o no, era lo menos importante. Hanna Arendt analiza con suma claridad y rigor la importancia que la verdad tiene en las sociedades libres y, aunque no lo mencione explícitamente, la importancia de una prensa libre comprometida con la verdad.

de los que, además, es un gran conocedor. Enterado desde su posición privilegiada de los planes de su madre Trudy y su tío Claude para asesinar a su padre, las dudas de este Hamlet fetal no se refieren tanto a si a actuar o no, sino sobre cuál sería el desenlace más adecuado de los acontecimientos. Aún así la duda principal que se le plantea es siempre la misma, y que en esencia es la misma de la obra de teatro: justicia o comodidad. Aunque, y en el fondo es el quid de la cuestión, él no puede hacer nada al respecto. ¿O sí?

TIEMPO LIBRE Lizi Boyd. Editorial Libros del Zorro Rojo. 22 págs. 13,90 euros. Edad recomendada: a partir de 2 años.

haciendo contiguos los espacios y los tiempos. En un juego visual y narrativo, anticipan y comunican con la siguiente página, al tiempo que dotan a la anterior de nuevas miradas e interpretaciones. Transformada en elemento de

EN CADA COSA DUERME UNA CANCIÓN Una antología reúne la sugestiva poesía del romanticismo alemán JORGE DE ARCO

S

oledad de los bosques,/ que me recreas/ hoy tanto como ayer/ en tiempo eterno,/ ah, sentir tu recreo,/ soledad de los bosques (…) Soledad de los bosques,/ de nuevo me recreas./ No hay nada que me dañe,/ no habita aquí el rencor./ Aún sentir tu recreo,/ soledad de los bosques», escribía Ludwig Tieck (1773– 853) hace ya más de dos siglos. Junto a él, una extensa nómina de autores conforma la sugestiva antología de poesía del romanticismo alemán que ha preparado, traducido y prologado Juan Andrés García Román y cuya edición ha estado al cuidado de Jordi Doce. Se trata de un volumen necesario y revelador, pues se echaba en falta un detallado compendio de la trascendente repercusión que trajo consigo este movimiento. Y no sólo dentro de las letras germanas, sino en el marco de

juego y creación, la cotidianidad es la materia de un universo infantil propio, en el que, aparte del niño protagonista, los personajes son una tortuga, un perro, pájaros, flores, peces, árboles lluvia, sol, nieve… habitantes de dentro y fuera en un escenario en permanente cambio, donde el niño es plenamente autónomo y dueño absoluto del relato. La elusión al adulto contribuye a incidir en el mundo infantil como ecosistema propio, en una narración hecha de imágenes en la que el orden de lectura no altera el producto: un álbum para mirar, remirar, leer y releer sin que la novedad desaparezca de detalles y discurso.

la literatura europea. En su amplio y personal estudio, García Román se extiende en un somero análisis de las circunstancias que permitieron, alentaron y consolidaron esta nueva estética. Las nefastas consecuencias de la Guerra de los Treinta Años, los efectos contradictorios de la Revolución Francesa y la idealización de las artes –poesía, música, pintura…– como mejor manera para reinventar un mundo cómplice y común, fueron dibujando un escenario propicio para sostener este radical cambio de tendencia. «El mundo debe ser romantizado. Así redescubriremos su sentido originario (…) El proceso está en vías de revelarse. Romantizo cuando doy a lo común un significado superior, al familiar una apariencia misteriosa, a lo conocido el valor de lo desconocido, a lo finito la apariencia de lo infinito», dejó anotado Novalis en unos de sus fragmentos (1797–1798). Las tesis románticas otorgaban, a su vez, suma importancia, a la idea de restaurar la unidad perdida entre el hombre y su entorno. Para ello, era fundamental cultivar el alma y potenciar desde lo más hondo del espíritu todos los sentidos. Se pretende instaurar una fe que alimente la posibilidad de crear un microcosmos interior y solidario. Y desde tales premisas, desplegar una natura-

Ernst Moritz.

Novalis.

Ludwig Tieck.

Friedrich Hölderlin.

FLORECED MIENTRAS. POESÍA DEL ROMANTICISMO ALEMÁN VV.AA. Edición bilingüe de Juan Andrés García Román. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2017. 640 páginas. 25 €.

leza moral que consolidara los valores fundamentales del ser humano. El ‘alumbramiento de una biblioteca popular’, o lo que es lo mismo, hacer que toda creación no fuera un proyecto individual, sino una realidad colectiva, se convirtió en otro de los logros del romanticismo alemán. Al hilo de tal reflexión, García Román escribe: «Los románticos se aprovecharon de una época en la que el apetito lector (avance de la burguesía, más horas dedicadas al ocio, mejora y expansión de la imprenta…) se multiplicaba exponencialmente y supieron hacer de sus textos

SUEÑOS DE UN NIÑO ETÍOPE :: S. G. Solomon tiene un sueño: llegar a ser un gran atleta como esos famosos corredores que en Etiopía conocen «hasta los niños del campo». Muchachos como él, que cada día recorre ocho kilómetros hasta la escuela, y cada noche sueña que va tan rápido que sus pies se elevan, casi podría ser un águila… Esta es la historia de un chico etíope al que un día su abuelo propondrá un viaje: apenas son 37 kilómetros los que separan su pequeño pue-

blo de Adis Abeba, pero Solomon encontrará en la ciudad no solo un extraño universo hecho de altos edificios con paredes de cristal, gentes con zapatos y coches por todas partes… su visita será el comienzo de una aventura (con todos los ingredientes de descubrimiento, pérdida y hallazgo) y una vida nueva. Tras caminar junto a su abuelo la distancia que les separa de la capital, el niño descubrirá un pasado sorprendente: conocido como Flecha, el anciano

EL CHICO MÁS VELOZ DEL MUNDO Elizabeth Laird. Ilustrador: Rafa Castañer. Editorial Bambú. 152 páginas. 8 euros. Edad recomendada: a partir de 11 años.

un diálogo con su propia recepción, algo inaudito en la historia de la literatura. La suya fue una jugada maestra porque convirtieron en coautores de sus poemas (y en actores de sus novelas y sus dramas) a aquellas masas populares ansiosas de novedades». El volumen se abre con los poemas de August Wilhelm Schlegel, nacido en 1764, y se cierra con Heinrich Heine (1797–1856). Entre ellos, un amplio elenco de relevantes poetas: Ernst Moritz, Friedrich Hölderlin, Fiedrich Schlegel, Novalis, Ludwig Tieck, Wilhelm Heinrich Wackenroder, F.W.J. Schelling, Philip Otto Runge, Friedrich de la Motte Fouqué, Clemens Brentano, Karoline von Günderrode, Achim von Arnim, Bettina von Arnim, Justinus Kerner, Ludwig Uhland, Joseph von Eichendorff, Gustav Schwab y Wilhelm Muller. Para la edición, se ha tenido en cuenta la belleza y dignidad de los textos junto con la plural diversidad de propuestas. Los poemas aparecen ordenados de manera cronológica y, con buen criterio, se ha evitado verter con rima los versos. La diversidad de metros y estrofas –glosas, sextinas, sonetos, madrigales– y el grato son que acompaña a los textos, hacen que la lectura del libro se convierta en un verdadero disfrute lírico. «Los románticos fueron al fin los trovadores de la nueva Alemania», apunta el antólogo. Y a fe que, en muchas de estas páginas, queda constancia de su amena música, de su armónica sinfonía. Quede, como ejemplo, el lúdico decir de Eichendorff en su poema ‘Varita mágica’: «En cada cosa duerme una canción,/ en cada cosa sueña que te sueña,/ tú di tan sólo la palabra mágica/ y el mundo se alzará y cantará».

no solo perteneció a los corredores más veloces del ejército etíope, sino que combatió contra Mussolini, acabó en la cárcel y casi fue ajusticiado por defender a su amigo… Solomon despertará así al futuro de manos del pasado, y como todo héroe habrá de enfrentarse a obstáculosy pérdidas, llegar a la meta y obtener un tesoro que le acompañará y ayudará en su sueño. Todo ello con alusiones a la figura del último emperador etíope Halil Selassie, icono rastafari del antifascismo, y un mensaje de superación y encuentro con el otro más allá de toda frontera y nacionalidad.


14 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 8.04.17 EL NORTE DE CASTILLA

E

ntre mis notas tengo recogidas alrededor de cincuenta expresiones que tienen como característica fundamental el hecho de poder escribirse, desde el punto de vista de la norma académica, de dos maneras sin que la elección de una u otra lleve aparejado un cambio de significado. Hoy me ocuparé de ‘a machamartillo’, ‘a maltraer’, ‘a rajatabla’ y ‘a tocateja’. ‘A machamartillo’ es una locución adverbial que formalmente proviene de las palabras ‘machar’ (con el significado de golpear para romper algo, actualmente poco usada porque se prefiere la forma ‘majar’) y ‘martillo’. Se dice de lo que se hace cuidando más su solidez que su aspecto. Ya Sebastián de Covarrubias, en el ‘Tesoro de la lengua castellana o española’ (1611) decía lo siguiente: «Decimos hecho a machamartillo la cosa que está hecha más con firmeza que con policía». En sentido figurado, referido sobre todo a la forma de aprender, enseñar, creer, etcétera, se usa para significar que se hace con mucha firmeza, convicción y constancia. Por ejemplo, un régimen dictatorial puede inculcar o imponer determinados valores a machamartillo; hay propuestas que se defienden a machamartillo; alguien puede creer algo a machamartillo y también aprenderlo a machamartillo. En el aspecto ortográfico, esta expresión puede escribirse en dos palabras (a machamartillo) o en tres (a macha martillo). Si ustedes consultan la 23.ª edición del diccionario académico, comprobarán que la expresión se encuentra bajo la entrada ‘machamartillo’ e indica que también puede escribirse ‘a macha martillo’ (en tres palabras), con los significados de

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

¿EN UNA O EN DOS PALABRAS? ‘con gran firmeza o convicción’ y ‘con más solidez o fuerza que cuidado’ Dado que la definición aparece bajo la entrada escrita en dos palabras, esta es la variante recomendada por la RAE, justamente lo contrario de lo que recomendaba en la edición anterior (la de 2001). Ya en el ‘Diccionario panhispánico de dudas’ (2005) apuntaba esta variante como favorita: «Es preferible esta forma, hoy mayoritaria, a la grafía en tres palabras ‘a macha martillo’». ‘A maltraer’ figura en el diccionario académico bajo la entrada ‘maltraer’ y forma parte de la locución verbal ‘llevar’ o ‘traer’ a alguien ‘a maltraer’, con el significado de

‘produciendo una constante preocupación, inquietud o molestia’. La opción preferida es la escrita en dos palabras, algo que ya apuntaba el ‘Diccionario panhispánico de dudas’: «Aunque se aconseja el uso de la grafía más simple ‘a maltraer’, también se admite su escritura en tres palabras (‘a mal traer’)», frente a la recomendación de que se escribiera en tres palabras en el diccionario de 2001. ‘A rajatabla’ es una locución adverbial que significa ‘rigurosamente’ o ‘sin apartarse lo más mínimo de lo previsto’. Se siguen a rajatabla los tratamientos, se cumplen a rajatabla determinadas órdenes, se lleva la

contabilidad a rajatabla, etcétera. La edición vigente del diccionario académico admite tanto la variante en dos palabras como la variante en tres palabras, aunque se inclina por escribirlo en dos, como el ‘Diccionario panhispánico de dudas’: «Es preferible esta forma, hoy mayoritaria, a la grafía en tres palabras ‘a raja tabla’». ‘A tocateja’ es una locución adverbial que, referida a la forma de pagar, indica un pago en dinero contante y puntualmente, sin dilación. Encontré un titular periodístico que informaba de que ‘las multas de tráfico se pueden pagar a tocateja en carretera’ (en el momento de producirse la infracción). En el diccionario académico se registran las variantes en dos palabras y en Debería optarse tres, aunque la por una sola preferida es la forma, y a ser que se escribe en dos palabras, posible en la como ya misma dirección, apuntaba también el por ejemplo, ‘Diccionario la tendencia panhispánico a unir palabras de dudas’: «Es preferible esta forma, hoy mayoritaria, a la grafía en tres palabras ‘a toca teja’». Como pueden observar, la opción de poder ser escritas de dos maneras tiene repercusión en la ortografía. Dado que una de las dos variantes es más usada que la otra, mi opinión es que debería optarse por una sola forma, y a ser posible en la misma dirección (por ejemplo, la tendencia a unir las palabras) y desaconsejar explícitamente la otra opción.

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El monarca de las sombras. J. Cercas (Random Hause)

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No soy un monstruo. Carme Chaparro (Espasa)

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El monarca de las sombras. J. Cercas (Random Hause)

Lo que te daré cuando te ... A. Espinosa (Grijalbo)

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Los forasteros del tiempo... R. Santiago (SM)

Mac y su contratiempo. E. Vila-Matas (Seix Barral)

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Figuras de la Pasión en Valladolid. J. Burrieza (Xerión)

Utopía para realistas. Rutger Bregman (Salamandra)

El libro tibetano de la vida ... Sogyal Rinpoche (Urano)

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Biografía del silencio. Pablo D’Ors (Siruela)

Aunque por supuesto terminas siendo ... David Lipsky

Sapiens. De animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)

50 Palos … y sigo soñando. Pau Donés (Planeta)

Tenía que sobrevivir. P. Vierci / R. Canessa (Alrevés)

El fenotipo extendido. R. Dawkins (Capitán Swing)

Vengo sin cita. F. Fabiani / L.Santolaya (El País Aguilar)

Valladolid: recuerdos e infancias. L Posadas (Angelma)

Emocionario. Imágenes ... VV AA (Centro Etnográfico.)

El universo de cristal. Dava Sobel (Capitán Swing)

Las pequeñas revoluciones. Elsa Punset (Destino)

Pablo Escobar, mi padre. J. Pablo Escobar (Península)

1936. Fraude y violencia en las ... R. Villa (Espasa)

Brilla en la oscuridad: el espacio. VV AA (San Pablo)

Imperiofobia y la leyenda negra. M. E. Roca (Siruela)

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Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)

Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)

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La vida negociable. Luis Landero (Tusquets)

El monarca de las sombras. J. Cercas (Random Hause)

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La hija de Cayetana. Carmen Posadas (Planeta)

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Mac y su contratiempo. E. Vila-Matas (Seix Barral)

Media vida. Care Santos (Planeta)

Canción dulce. Leila Slimani (Cabaret Voltaire)

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A cielo abierto. Antonio Iturbe (Seix Barral)

Miel del desierto. Edith Pearlman (Alianza)

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El siglo de la revolución. Josep Fontana (Crítica)

Guía de arte molecular en ... Lavado (Dip de Palencia)

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Los últimos. Paco Cerdá (Pepitas de Calabaza)

Imperiofobia y la leyenda negra. M. E. Roca (Siruela)

El cacique de Grijota abraza el ... VVAA (Religión)

Imperiofobia y la leyenda negra. M. E. Roca (Siruela)

El siglo de la revolución. Josep Fontana (Crítica)

Pozos de nieve y el ... J. Anta (Diputación Valladolid)

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Tratado de filosofía zoom. José Antonio Marina (Ariel)

Sapiens. De animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)

Doris Benegas. Pablo Arroyo (Último Cero)

Palencia. Guía turística. Celada / Hdez. (Dip. Palencia)

Me crece la barba. Gloria Fuertes (Reservoir)

Isabel: la Reina Guerrera. Kirstin Downey (Espasa)

La ética animal. Angélica Velasco (Cátedra)

La España vacía. Sergio del Molino (Turner)

Observaciones de ... José Barrueso (Arquitectura viva)

Una historia erótica de Versalles. M. Verge (Siruela)


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Sábado 8.04.17 EL NORTE DE CASTILLA

ORTIGAS A MANOS LLENAS SARA MESA

La fuerza de lo individual

L

eo con sobrecogimiento el último libro de la joven escritora mexicana Valeria Luiselli, un breve ensayo titulado ‘Los niños perdidos’ que habla del drama de la inmigración infantil centroamericana en Estados Unidos. Siguiendo el cuestionario de cuarenta preguntas que la corte migratoria de Nueva York realiza a los menores inmigrantes, Luiselli describe la dureza de las vidas de estos adolescentes y niños sin papeles que cruzan la frontera solos, a menudo escapando de las ‘gangs’, el narcotráfico y la más absoluta miseria, así como el laberinto jurídico –kafkiano, aquí, es un adjetivo bien puesto– al que deben enfrentarse para evitar ser deportados a sus países de origen. «¿Por qué viniste a Estados Unidos?», «¿Qué países cruzaste?», «¿Cómo llegaste hasta aquí?», «¿Te ocurrió algo durante tu viaje a los Estados Unidos que te asustara o lastimara?», «¿Tienes algún familiar cercano con quien vivir en Estados Unidos?»... Todas estas preguntas sirven para hilvanar relatos llenos de lagunas, de dolor y de miedo, en los que no faltan robos, violaciones, amenazas e impunidad, relatos que en muchos casos pasan finalmente a ser simples números recogidos en los informes gubernamentales y en la prensa, números fríos y asépticos que, paradójicamente, causarán espanto a los ciudadanos no por el sufrimiento de las personas que están detrás, sino por la amenaza de ser tantos los que vienen. Luiselli trabajó como traductora de estos niños tratando de que sus historias fuesen comprendidas en toda su complejidad y decidió después escribir este libro bajo una clara premisa: la necesidad de referir estas historias para hacerlas visibles, de extraer lo individual del anonimato colectivo. «Escucharlas, una y otra vez. Escribirlas, una y otra vez. Para que no sean olvidadas, para que queden en los anales de nuestra historia compartida y en lo hondo de nuestra conciencia, y regresen, siempre, a perseguirmos en las noches, a llenarnos de espanto y de vergüenza». Tiene razón Luiselli. El po-

Un inmigrante indocumentado huye de la patrulla fronteriza cerca de la frontera de Texas con México. :: JOHN MOORE-AFP der de una historia –del relato de una historia– es necesario para dotar de significado a la estadística. Ninguna estadística recoge el hecho de que una abuela tenga que bordar en el vestidito de sus nietas de siete y cinco años el teléfono de la madre que las recogerá tras cruzar el desierto, porque son tan pequeñas y tienen tanto miedo que son incapaces de memorizarlo. Ninguna estadística recoge la desesperación de un chico hondureño de dieciséis en el punto de mira de las temibles bandas Ms-13 y M-18 que, tras matar a balazos a su amigo, le partirán los dientes a él tras su llegada a Hempstead, Nueva York, porque, como nos recuerda Luiselli, la guerra del narcotráfico no es que también contamine a Estados Unidos: es que tiene ahí sus raíces. Contando estas historias, poniendo nombres concretos, Luiselli denuncia con más contundencia la corrup-

ción de los países implicados en este drama –también la hipocresía de los Estados Unidos–, la inactividad y la crueldad con que se afronta el destino de estos niños. De manera más limitada –porque el ensayo es corto–, Luiselli recoge la misma visión que une realidad, historia y literatura de la Nobel bielorrusa Svetlana Alexievich quien, dando voz a las víctimas de algunas de las guerras y catástrofes más feroces de la segunda mitad del siglo XX

Ninguna estadística recoge la desesperación de un chico hondureño en el punto de mira de las temibles bandas

–desde el desastre de Chernóbil a la guerra de Afganistán, pasando por la represión estalinista– consigue recordar que, tras la tragedia en mayúsculas, existe la minúscula, que paradójicamente siempre es mayor: la falta de patatas y de mantas, la separación de los amantes y los hermanos, la traición de un vecino, la violación no denunciada porque hay que dar de comer a los hijos. Cada vez me espantan más los fanáticos y fetichistas de las guerras que memorizan estrategias de batallas y coleccionan insignias militares como si todo hubiese sido un videojuego a gran escala: se pierden en el bosque del espectáculo, en la perversa fascinación de las cifras. También David Simon, el creador de ‘The wire’, se valió de su experiencia como reportero para contar las historias de los habitantes de Baltimore, diezmados por las drogas, la pobreza, el racismo y

la corrupción política. En ‘The Corner’, prefacio de seis capítulos a su obra mayor, Simon entrelazó historias reales cuyo impacto es mucho más brutal del que tienen las visiones cinematográficas al uso. No es sólo que el espectador no olvida tan fácilmente los rostros de quienes protagonizan la vida en esas calles –delincuentes, yonquis y camellos que también son hermanos, hijos, madres–, sino que comprende la dimensión de un problema que poco tiene de atractivo en su cara más real. Ver estadísticas nos hace abrir los ojos un momento y olvidarnos inmediatamente después; escuchar historias reales nos acerca a la verdad concreta de sus protagonistas y nos remueve por dentro. Ante esta realidad no es tan cómodo echarse la manta protectora de los grandes números, que siempre nos abruman y nos hacen creer que es imposible hacer nada.


16 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 8.04.17 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinador: Chema Cillero

:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA

Lugares malditos P

ara Caín toda la tierra pasó a ser un lugar maldito tras haber matado a su hermano Abel. El mito bíblico amplifica el sentido de ese primer fratricidio, extendiendo su eco por las vastas extensiones del espacio y el tiempo. En una de sus exageraciones de inspiración oriental, Borges dice que una sola infamia podría contaminar todo el universo y llenarlo de maldad. Siguiendo ese sistema de valoración negativa, solemos considerar lugares malditos a los sitios donde el mal se hizo presente de una manera tan escalofriante como inusual. Y es evidente que el mal más definitivo tiende a ser la muerte, si bien los nazis tenían por costumbre aterrorizar a sus víctimas diciéndoles que había cosas peores que el fallecimiento.

El aventurero francés Olivier Le Carrera publicó hace años un atlas de los lugares malditos que podría resultar retórico si pensamos que la retórica es insistir en lo evidente o en lo ya sabido. Habla, cómo no, del triángulo de las Bermudas, y de los muchos barcos y aviones que se han perdido en su seno. Habla también de la franja de Gaza, donde ya en la antigüedad quedaron tantos cadáveres de egipcios, babilónicos, griegos; y habla así mismo de Poveglia, la isla veneciana de los leprosos y los muertos, y del bosque japonés de los suicidas. También hace referencia Le Carrera a un lugar español, que a mi entender solo es maldito en su cabeza. Se trata de Cumbre Vieja, un volcán de la isla canaria de La Palma que según algunos lunáticos será

MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO

el epicentro de un nuevo apocalipsis. Obviamente, a cualquiera le es dado conocer lugares más señalados por el mal que Cumbre Vieja. En Madrid, sin ir más lejos, el lugar maldito por excelencia es el viaducto, al que le tuvieron que poner mamparas de cristal para disuadir a los suicidas. Ya en ‘Luces de Bohemia’ de Valle-Inclán se habla del viaducto como del lugar preferido por los madrileños que quieren poner fin a su vida. Cuando era profesor de la Escuela de Letras pasaba a menudo por el viaducto, años antes de que rodearan su calzada de cristal, y siempre que lo hacía creía sentir en el aire que lo barría una extraña vibración vinculada a la muerte. El mito del lugar maldito es tan antiguo como el hombre, y fue muy utilizado por la mi-

tología judía. También encontramos en la literatura griega lugares malditos. La misma Troya se convirtió en un lugar maldito para muchos troyanos y muchos aqueos. En nuestro país abundan los lugares malditos vinculados a la guerra: el más antiguo Numancia, y el más moderno Belchite. Stephen King hace uso y abuso de los lugares malditos en sus novelas, pero también lo hacen novelistas mucho más cultos y exclusivos, como por ejemplo Benet, que convierte su Región en un lugar maldito, abandonado a la ruina e impregnado de dolor arcaico, donde la muerte y el olvido se alzan como poderes muy superiores a la vida. Y ahora urge hacerse una pregunta: ¿cuáles pueden ser los lugares más malditos de la edad moderna? Bastaría con echar la vista atrás para contestar que los lugares más malditos de nuestra época son los territorios donde se ubicaron los campos de exterminio. Todo nos indica que nunca el reino del mal fue tan insistente y radical como en esos lugares. A menudo he intentado buscar en la historia hechos similares al holocausto. Lo más

próximo que he encontrado a esas grandes exterminaciones han sido las matanzas casi industriales que llevaron a cabo los mongoles en la China del siglo XIII, y que se quedaron muy cortas si las comparamos con algunos genocidios del siglo XX, en los que la humanidad se hundió en lo que Primo Levi llamaba la zona gris. Auschwitz es sin duda el sitio más maldito de Europa, y continuará siéndolo por mucho tiempo. Siguiendo con los lugares vinculados a la Segunda Guerra Mundial, en Rusia hay una región especialmente maldita; me refiero a Nóvgorod, en el Valle de la Muerte. Allí se encuentra el bosque Miasnói, donde murieron muchos soldados rusos. Quienes lo han explorado aseguran que lo que más asombra en el tupido y siniestro bosque de Miasnói es su silencio. Una mujer perteneciente al grupo que aún anda buscando restos humanos entre la maleza dice que allí no cantan los pájaros. Al parecer no es el único bosque de Europa donde el silencio de las aves se convierte en la imagen más aplastante del silencio de la muerte.


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