‘Maremágnum’, la mirada doliente

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SOMBRA CIPRES LA

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NÚMERO 266 Sábado, 29.04.17

‘Maremágnum’, la mirada doliente El poemario de Jorge Guillén en el que prima la denuncia del desastre cumple 60 años lleno de radical vigencia [P2]

:: MARIO MUCHNIK


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Sábado 29.04.17 EL NORTE DE CASTILLA

Cumple 60 años ‘Maremágnum’, de Jorge Guillén, libro en el que priman la denuncia, el dolor y la mirada desastrosa que pone el hombre en las cosas y en las circunstancias que explican su propia historia

Poesía frente a barbarie S

e cumplen ahora 60 años de la publicación de ‘Maremágnum’, el libro de Jorge Guillén editado por Sudamericana de Buenos Aires en 1957. Un poemario que tuvo, en aquellos tiempos de franquismo puro y duro, una gran repercusión, pues provenía de un autor al que casi todos, errónea y fatalmente, identificaban con el paradigma de la poesía pura. Una pureza sospechosa que, traducida en categorías entendibles, equivalía a escribir poesía de un modo concreto: frialdad en las formas, nada de política en el fondo, un

poco de poesía social para desdibujar el paisaje, alejamiento de la vanguardia, amor y sentimientos infusos al estilo del XIX, y una tal justeza en el humanismo clásico que enterraba el derecho cervantino de libertad. Algo que rebatía Guillén con palabras nada amables: «¿Y eso cómo se come? Eso es una antigualla que me molesta mucho, porque quiere decir que es un tópico, que es falso desde el primer día. Si pura implica intelectualismo o frialdad, entonces es lo contrario de mi poesía, y el que lo diga no me ha leído». Fin de las medias tintas.

ANTONIO PIEDRA

Previa a cualquier otra consideración, hay que decir aquí y ahora –y precisamente en El Norte de Castilla, donde Jorge Guillén publicaba sus anticipos de cuanto escribía en verso y prosa desde principios del siglo XX–, que con ‘Maremágnum’ –un término que no elige al azar, pues curiosamente se usa en el Quijote para indicar confusión–, Guillén ni sacó cómodamente los pies de

CARLOS AGANZO

E

como ‘Maremágnum’, en el que prima la denuncia, el dolor, y la mirada desastrosa que pone el hombre en las cosas y en las circunstancias que explican su propia historia. En todo caso, el poeta de Valladolid se limitó a seguir un plan de obra perfectamente estructurado desde los inicios. El resto no es más que una trivialización, o en todo caso una pretensión intelectual inútil. Imaginar que en este poeta el tiempo poético está por encima de la esencia de la poesía guilleniana, supone un error. Hablamos de algo que, meridianamente, está delimitado desde el primer

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blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

«Magníficos frente al tirano» n el año 1983, con el país inmerso en la que sería considerada como «segunda transición» con el Partido Socialista en el poder, la concesión del Premio Cervantes a Rafael Alberti cerraba definitivamente una deuda literaria histórica de España con la Generación del 27. Un año antes había recibido este mismo galardón Luis Rosales –quien hasta la fecha no había conseguido quitarse de encima el estigma de la detención en su domicilio de Federico García Lorca–, al cabo de una nómina en la que ya habían inscrito con anterioridad su nombre Gerardo Diego (ex aequo con Jorge Luis Borges en 1979) y Dámaso Alonso (1978). En 1976, el encargado de inaugurar la lista del reconocimiento más importante de las letras hispánicas fue Jorge Guillén. Al año siguiente Vicente Aleixandre recibiría, en nombre de todos, el Premio Nobel de Literatura.

las alforjas desde su cómodo exilio en Norteamérica, como algunos sugieren, ni se desquitó de nada o de nadie poéticamente hablando, como sería lógico pensar. Desde el exilio, algunos poetas del 27 así lo hicieron, y otros de generaciones posteriores también. Pero Guillén lo tenía claro: «Mis compañeros de Generación continuaron su propio camino con su pluma, participaron en la vida común y dieron a su poesía el sesgo social cuando cada uno lo creyó pertinente». Lo que quiere decir, lisa y llanamente, que Jorge Guillén hizo lo propio con un libro

Aunque ellos, los poetas del 27, nunca perdieron la relación personal a pesar de los diferentes vaivenes con que los sacudió la vida, lo cierto es que para los críticos, con demasiada frecuencia más pendientes de consideraciones políticas que de valoraciones poéticas, jamás resultó sencillo reconocer la unidad dentro de la diversidad de sus posiciones vitales: los que murieron, los que se exiliaron, los que se quedaron, los que regresaron... De entre toda la casuística posible, quizás el caso más difícil de encasillar fue siempre el de Jorge Guillén, que partió para el exilio en 1938, que regresó de incógnito a España en 1949 para visitar a su padre enfermo en Valladolid, y que una vez muerto el general Franco regresó para instalarse definitivamente en Málaga. Y que sufrió su sambenito particular acusado de practicar una poesía fría, altamente depurada, quizás más pendiente de la

palabra que del hombre... Nada más lejos de la verdad. Es verdad que Guillén fue un poeta tardío –publicó ‘Cántico’ con 35 años– y de ardor juvenil sólo relativo. Es verdad que su doctorado versó sobre Góngora, maestro de maestros del culteranismo. Es verdad que su carrera como profesor universitario –paralela a la de su amigo Pedro Salinas–, que le llevó a pasar por Madrid, Granada, París, Oxford y Sevilla antes de la guerra civil, propició que tuviera más éxito en las aulas magnas que en los cafés de artistas. Pero también es cierto que debajo de todos y cada uno de los poemas del Guillén del ‘Cántico’ está la experiencia, el anhelo, el espíritu, el ímpetu del ser humano. Ese ser humano que quizás se señaló, antes del conflicto y frente al pesimismo de Vicente Aleixandre, afirmando aquello de que «el mundo está bien hecho». Pero que más tarde fue detenido y

condenado a muerte. Que sufrió el asesinato de amigos muy queridos. Que fue vergonzosamente separado de su cátedra en Sevilla. Que sufrió la humillación en su propia persona. Que tuvo que marcharse al fin de su propio país... El prestigio académico de Guillén, su contacto con los estudiantes, la propia visión de unas universidades que entonces estaban aún por encima de las coyunturas temporales de su tiempo, le permitieron encontrar su fórmula de supervivencia después de la barbarie de la guerra y la posguerra española. Pero al final el ‘Cántico’ terminó convirtiéndose en ‘Clamor’, y el mismo ser humano que trató de mirar hacia arriba contra toda adversidad y toda circunstancia, terminó mirando irremediablemente hacia abajo. Hacia abajo y hacia fuera. Cuando se publicó ‘Maremágnum’, el primer libro de

El ‘Cántico’ terminó convirtiéndose en ‘Clamor’, y el mundo dejó de estar bien hecho para Guillén

la trilogía, hace ahora seis decenios, Guillén tenía 64 años, y se acababa de jubilar como profesor del Wellesley College de Massachusetts. Sobre sus espaldas tenía la guerra de España, la guerra mundial, la muerte de Germaine... Y el mundo ya no parecía estar tan bien hecho. Sobrecogen ahora, mirándolos con la perspectiva de 1957, en plena guerra fría, algunos de estos versos que ilustran a varias generaciones de jóvenes perdidos y engañados por su tiempo. Jóvenes que lo mismo pudieron desfilar en las falanges españolas o italianas que en las juventudes hitlerianas o en los batallones soviéticos, en esa Europa que Guillén conoció en pleno brillo y también en absoluta destrucción. Hombres «tan fieros el porte y los pasos, / con la mirada en dirección / de un porvenir extraordinario»; un porvenir que al final quedó «sin salida a ningún futuro: / ni a ese que van anhelando / los que, por fin, desfilan jóvenes, / magníficos frente al tirano». Un testimonio duro, de confusión y de derrota, donde Jorge Guillén, sin perder un tono de la hondura de su ‘Cántico’, muestra al fin desnudo su rostro más humano; más confusa y arrebatadoramente humano.


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Jorge Guillén, retratado por Cristóbal Hall. :: EL NORTE

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poema de Cántico, titulado ‘Más allá’. Aquí, en la segunda estrofa sin ir más lejos, se define ese más allá como un más acá con una esencia poética que «rodea el tiempo» y no al revés. Capital afirmación, pues quiere decir que Jorge Guillén organiza su obra poética –amplísima y de agotadores recursos– a partir de esa esencia en torno a cinco series vitales que abarcan toda su existencia: ‘Cántico’, ‘Clamor’, ‘Homenaje’, ‘Y otros poemas’, ‘Final’. Cada una de estas series consta de varias partes –o libros como en el caso de ‘Maremágnum’–, que se van alargando en el tiempo hasta que el poeta cree haber colmado la realidad poética de un tiempo que consideraba cerrado y explicado en toda su extensión. Y así, de este modo tan cabal y exhaustivo, conformó, durante 65 años, su obra completa con el título genérico de ‘Aire nuestro’. Algunos creyeron que ‘Cántico’, que lleva por subtítulo «fe de vida» y que se fue ampliando en cuatro ediciones sucesivas entre 1919 a 1950, sería la pauta definitiva de una poética conformada a base de recursos diáfanos, de positividad vital, y de un «vagar feliz» como destino. Gran equivocación. ‘Cántico’ no es más que la primera serie de un poeta pletórico de «maravillas concretas» en un tiempo feliz e incuestionable. Y ‘Maremágnum’ no es más que la primera parte de la segunda serie que se llama ‘Clamor’, y que lleva por subtítulo una coletilla concretísima y nada baladí por lo que tiene de tozuda: «Tiempo de Historia». Es decir, lo cuestionable de esa historia. ¿Un supuesto contrario o en oposición a ‘Cántico’? Tampoco. ‘Clamor’ es la historia de una continuidad en el sentido concreto que hablaba Aristóteles en su Física cuando explicaba la contigüidad que existe en las personas y las cosas. Algo que Guillén desarrolla cabalmente en ‘Clamor’ como un contacto irrenunciable y en plenitud humana. En la mente del creador, el mundo de ‘Cántico’ está bien hecho porque está bien concebido y mejor vivido todavía. En cambio, el

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Jorge Guillén, junto a su primera esposa, Germaine Cahen. :: CORTESÍA DE TERESA GUILLÉN

Retrato de la familia Guillén. Jorge es el segundo por la derecha. :: EL NORTE

mundo de ‘Clamor’, como explicativo de la circunstancia histórica del hombre, está básicamente mal hecho y en la mayoría de los casos peor realizado. Un continuum, por tanto, que aparece en la obra total de Guillén –«a pesar mío», y aunque «no lo entiendo», escribe– con la misma naturalidad que compra unos zapatos o vive los hechos luctuosos que, como criatura mortal, tiene que vivir sin más. Acerquemos la lupa. ¿Qué le ocurrió a Jorge Guillén, a partir de 1950, para cambiar el tono de la esencialidad poética que tensionó la redacción de ‘Cántico’ durante algo más de treinta años? En realidad nada que no se atisbara ahí. De hecho en las ediciones de México y Buenos Aires –1945 y 1950 respectivamente–, publicadas ya en pleno exilio, aparece ahí la disfunción histórica del hombre como interrupción del equilibrio vital que supone ‘Cántico’. Cito como ejemplo el famoso poema ‘Los amigos’, escrito a principios de 1937, y que tiene tantas resonancias vallisoletanas como historia compleja y tristemente fatal: «Amigos. Nadie más. El resto es selva». En ‘Cántico’, por tanto, ya se anticipa un contraluz, un zumbido hostil, una tonalidad de batahola, y también la irrupción de los bárbaros como predominio del mal y del dolor, que aparecerán inmediatamente en ‘Maremágnum’ con toda su crudeza.

En ‘Cántico’ se anticipa un contraluz, un zumbido hostil, que aparecerá en ‘Maremágnum’ con toda su crudeza Una bomba caída cerca del polvorín del Pinar de Antequera, que no explotó, estuvo a punto de acabar con los Guillén

Los preámbulos del libro, como realidad histórica, resultan acuciantes: «¡Turbas, turbas! Y el mal se profundiza,/ nos lo profundizamos», escribe Guillén en el poema introductorio de ‘Clamor’. Citemos, esquemáticamente, los hechos concretos que conducen a Maremágnum. La Guerra Civil española supuso para Guillén una atroz experiencia con pena de muerte incluida por ser considerado un espía. En 1938, tras un largo proceso que lo desposee de su cátedra en Sevilla, se ve obligado a iniciar un exilio inevitable. En Massachusetts, donde ejerce como profesor, le sorprende la II Guerra Mundial, que afecta de lleno al núcleo familiar de su esposa, Germaine, como judíos residentes en Francia. En 1947 muere su esposa en París, y en 1950 su padre en Valladolid. La conclusión no se hace esperar: «Está sufriendo el hombre/ con un dolor que nunca se merece», escribe desolado. Y de esta manera tan inhumana –«este hombre no concibe ahora mayor tormento que esta impotencia», añade– da comienzo el clamor de ‘Maremágnum’. Los primeros poemas se fechan en 1948, pero el arranque del libro como unidad poética tiene factura vallisoletana. En 1949, en un viaje de incógnito, Guillén visita a su padre gravemente enfermo, y es aquí, según el testimonio del propio poeta, donde se fraguan los comienzos de ‘Maremágnum’: «Empecé en Valladolid, en la finca de mi cuñado Leónides, que hoy es una finca habitada por religiosas, cerca de las Arcas Reales, y donde había moscas. ‘Clamor’ ha empezado por aquellas moscas… A las moscas siguieron los ‘moscones’ y, claro, los elementos de la Guerra Civil, la protesta, la

crítica». Curiosamente, y conviene subrayarlo aquí, fue en la finca de Leónides Lozano –casado con María, hermana del poeta–, cuando Guillén, a principios de agosto de 1936, se dio cuenta de que la Guerra Civil iba en serio, y que sería atroz e incivil de principio a fin. Comía toda la familia y se produjo un bombardeo de la aviación republicana. Justo entre la finca y el polvorín del Pinar de Antequera cayó una bomba que no explotó, lo que hubiera provocado la muerte irremediable de toda la familia Guillén. El poeta, descubrió además lo inevitable: que esa guerra nada tenía en común con la política que él vivió en el seno familiar –su padre fue senador en la II República– como algo «inseparable de la ética». En ‘Maremágnum’, que está dividido en cuatro partes y es la unidad poemática más breve de la serie de ‘Clamor’, esa reflexión ética salpica las situaciones políticas, se convierte en un alegato contra las dictaduras, intensifica su oposición militante contra todas las guerras –tanto la civil española como la mundial europea–, y airea la sensación insufrible de «batahola de feria» que desnaturaliza al hombre, las conciencias y la historia general. Aquí aparece un poema largo, titulado ‘Potencia de Pérez’, que recoge el verdadero significado de la dictadura franquista. Poema político donde los haya, ciertamente, pero poesía esencial de arriba abajo porque todo se traduce en categorías universales y metafísicas, y en una lucha sin cuartel entre la vitalidad del hombre libre frente a los liberticidas, las tiranías, los partidos políticos, la opresión latente, la sociedad engañada y subyugada. En suma, que hablamos de un libro que tiene ahora mismo una vigencia radical con una democracia cuestionada, la nación en retroceso, los populismos totalitarios en alza, las guerras indiscriminadas, la paz con futuro incierto, las conciencias dormidas, y el hombre disminuido por la falta de valores y engolfado en una existencia mediática. Ante esta monstruosidad, Guillén en 1957 pedía «más España» y se hacía la pregunta de los libres: «¿Cómo entender que un hombre, sólo un hombre/ doblegue a tantos bárbaros unidos/ en vientos/ de acosos homicidas,/ o en grupos de cabezas más agudas/ que ese cerebro acorde a tal fajín?». Estamos en las mismas: poesía frente a barbarie, humanismo frente a tiranía y simpleza.


El Arca de Noé (Noah’s Ark) (detalle / detail), 2014. Técnica mixta sobre lienzo / Mixed media on canvas, 401 x 602 cm. Colección particular / Private collection. © Miquel Barceló, VEGAP, Salamanca, 2017. Fotografía: © Agustí Torres, 2017

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ABECEDARIO de lector

K K.- 1. Es la letra de Josef K., el oficinista bancario de ‘El Proceso’, novela en la que un hombre corriente es acusado de algo sin motivo ni razón y es juzgado por ello. Ese personaje y la situación ilógica que padece son el símbolo kafkiano por excelencia. 2. Es la inicial del apellido del más grande escritor del siglo XX, Franz Kafka, una literatura en sí mismo y una variante del humor oscuro. 3. Es una bella letra que abunda en prácticamente todas las lenguas, menos en la española, donde

apenas se utiliza (siempre he lamentado nuestro rácano uso de esta letra arcana y primitiva desde los primeros alfabetos). 4. En el código internacional de señales es una bandera azul y amarilla que quiere decir «Búsqueda de comunicación». 5. Es la letra primordial del ladino sefardí, por tanto,

la letra judeoespañola por antonomasia. Kapuscinski (Ryszard).- Hay algunos escritores de viajes, con piel de periodista y alma errante, que han fijado un patrón contemporáneo de lo que es el viaje literario. Curiosamente, el paradigma geográfico de esos libros es África, e inexcusablemente el paradigma de ese tipo de escritores viajeros es el polaco Kapuscinski. De todos sus libros de reportero, elijo ‘Ébano’, una visión completa y justa del continente africano a lo largo de los últimos cuarenta años y de los diversos sucesos que lo han sacudido, de los cuales Kapuscinski fue testigo. Esa es la clave del viaje: ir para ser testigo, para ver, y para experimentar el ir. Uno de sus iguales es el inimitable Bruce Chatwin y su libro africano ‘El virrey de Ouidah’, un escritor que no dudaba en viajar al fin del mundo para conocer lo que los viajes regalan a quienes los hacen: las sorpresas del trayecto. Dos discípulos confesos de Kapuscinski son los españoles Javier Reverte y Gabi Martínez, narradores viajeros de primer orden con mirada de periodistas incansables. Todos, en cierto modo, rezan al dios del viento siempre con el mismo poema: ‘Ítaca’, de Kavafis. «Cuando partas de viaje a Ítaca / desea que tu camino sea largo, / lleno de aventuras, pleno de experiencia». Kennedy Toole (John).- Recuerdo que cuando leí por primera vez ‘La conjura de los necios’, de Kennedy Toole, pensé de inmediato en imitarlo, un imposible. Era mu-

ADOLFO GARCÍA ORTEGA

cho más que una novela desternillante: era la comedia dickensiana escrita por un Flaubert desatado con la inventiva feroz de un Swift y la estructura desafiante de un Perec. Las posteriores relecturas de esta novela me han llevado a cifrar muy alto nivel su genialidad y a ver la dimensión tragicómica que se burla de todo hasta extremos destructores: no hay discurso social más demoledor de la sociedad que esta novela. Kennedy Toole no llegó a conocer el futuro de su obra: se quitó la vida por culpa de un exceso de falta de fe en sí mismo. Yo creo que fue la propia novela quien lo mató, sabedora ella de que su posteridad pasaba por la desaparición temprana del pobre Kennedy, sustituido para los lectores por el protagonista irrepetible, ese Ignatius Reilly que nacía directamente en el universo de los arquetipos imperecederos. Tengo la certeza de que una novela se abre camino en el tiempo ella sola y ‘La conjura de los necios’ lo demuestra: pervive como un ser orgánico, independiente y pluriforme. Creo que las novelas son la única especie que vale la pena conservar de este planeta. Kilimanjaro.- Es famoso el relato de Ernest Hemingway ‘Las nieves del Kilimanjaro’, pero quizá lo sea por el cine y no por la literatura. Para mí, Hemingway es autor de algunos de los cuentos más perfectos que he leído, los cuales dan la medida del narrador sublime que era. En ‘Las nieves del Kilimanjaro’, un hombre está malherido en un lugar de África y espera junto con la mujer que ama a que vengan a rescatarlos. Mientras tanto, recuerda episodios salpicados de su vida vividos con ella, la dulce aspereza de la pasión, los viajes, los desencuentros, la aventura, la acción, la suerte y la mala suerte pasan por esos recuerdos hasta llegar al momento en que, bajo el Kilimanjaro, le espera la muerte en forma de hiena. Un cuento en dos planos temporales que siempre que lo leo me emociona y cuyas palabras finales se confunden con «los latidos del corazón». En He-

mingway tal vez había demasiado corazón, por eso se parapetaba detrás de su ruda prosa. Pero esta le traicionaba: era un sentimental. Kiš (Danilo).- Quizá no sea tan conocido como sin duda se merece, pero el escritor serbio Danilo Kiš es un hito fundamental de la literatura europea. Sus libros de relatos ‘Una tumba para Boris Davidovich’ y ‘Enciclopedia de los muertos’, o su trilogía novelesca ‘Circo familiar’, tienen una altura literaria abrumadora y conducen al lector por un sinfín de historias inesperadas, tan mágicas como las de Kafka o Perutz. Se emparenta con Borges, y con razón: al leerlo, hay de pronto algunas páginas que podrían ser firmadas por el gran argentino. Danilo Kiš huyó y luchó; siempre criticó la opresión, renegó del fariseísmo comunista y vivió torturado por una sociedad que aplastaba al individuo y entronizaba el totalitarismo. Su obra es tan grande como sobrecogedora. Vivió en malos tiempos y escribió para ser póstumo. Se suicidó en París en 1989 con cincuenta y cuatro años, pero su literatura está más viva cada día. Kundera (Milan).- De este excelente maestro de la novela irónica tengo predilección más bien por sus ensayos sobre literatura y música. Cito, por ejemplo, ‘Los testamentos traicionados’, ‘El telón’ o ‘El arte de la novela’. Textos con criterio maravillosos, lúcidos y fecundos. Diderotiano empedernido, Kundera es de esos escritores que aúnan escritura, lectura y conocimiento para ofrecer esa mezcla como un combinado de placer incomparable. Además, ama y comprende a Janácek y Cervantes como pocos.

Una novela se abre camino en el tiempo ella sola y ‘La conjura de los necios’ lo demuestra: pervive como un ser orgánico


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El señor Joaquín Lorenzo E

ra una época en que la vida de esa calle se regía por una furiosa alegría mercantil. Yo al menos la recuerdo así, unas cuantas tribus de familias comerciantes investidas del olor de cada negocio, que persistía flotando como un rastro delator allá donde uno estuviese. Recuerdo el olor a fijador y a colonia chata del barbero Paco cuando entraba a la tienda de mi padre; y recuerdo la dulzura de plátano pasado que exhalaba Palmira la frutera en cuanto te acercabas a ella. Y había otros olores manifiestos. El olor a azúcar mojada nada más entrar en la confitería de Barquero, el olor a hilo pobre, como el de un reloj detenido en vilo, que inundaba la mercería de la viuda de Mezquita; y el que dominaba Calzados Sánchez y la guarnicionería contigua de Blas del Río, que era en ambos casos el mismo: un olor árido a corambre que se entrometía hasta en las uñas, donde permanecía depositado y daba un sabor un poco salado y un poco acre que saltaba sin permiso hasta la lengua en la hora de la cena. Mediados de los 60. Mi vida consistía en ir rodando de tienda en tienda, jugando a entrar y salir de ellas, esperando a que bajase a la calle el muchacho por quien preguntábamos o dando pequeños avisos que se nos encomendaban. Penetrar en cada una de esas tiendas era visitar una república vivaz de colores, de palabras, de cosas extrañas que allí nos aguardaban con el deslumbramiento de lo imprevisto. Y todo gobernado por aquellos seres míticos (el señor Joaquín Lorenzo, el señor Trinitario, el señor Manolo Delgado, los Monterrubio, el señor Tanis y la señora María, el señor Diosdado Lubillo, el señor Herminio y don Ángel Rebollo, farmacéutico titulado) que parecían haber estado siempre allí, sumergidos en la intemporalidad de sus dominios, como si no precisaran salir de ellos para seguir respirando por sus branquias. Lentamente, la calle empezó a languidecer. Se fueron los olores y se fueron, con ellos, las palabras. Cayeron en pedazos los letreros y todo sucumbió bajo la riada implacable de los años. Poco a poco, aquel mundo de héroes estancados a la puerta de sus negocios fue desapareciendo. Y los escaparates se llenaron de otro orden que ya no era el nuestro. Tampoco nos interesaban aquellas nuevas palabras de bisutería rapaz (Boutique, Prêt-à-porter, Souvenirs) que llegaron

CEREZAS EN EL ESCONDITE TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

Exterior e interior de Las Tres Tiendas, en la calle Feria de la capital zamorana. :: COLECCIÓN RAGL hasta la calle a sustituir el honrado idioma de los comerciantes, en el que aprendimos a sujetarnos en la vida. Hasta hoy. Como el último pecio de un naufragio, aún quedaba en pie un testimonio vivo de aquel tiempo. Las Tres Tiendas era el buque que mantenía con su presencia la última majestad, ya entre aristas caducadas, de la calle Feria. Pero ahora se va, cierra también para siempre. Y en ese gesto hay algo más. Es la despedida de un mundo

que a duras penas resiste en esta civilización presidida por lo global, por lo virtual, por lo abstracto; es decir, por todo aquello que elude las virtudes de la proximidad. Lo dactilar ha pasado a ser lo digital. El cambio de nombre tiene que ver con el miedo general a mancharnos de proximidad. De tanto resistir en su quietud, Las Tres Tiendas casi había desaparecido y había adquirido una cualidad simbólica; era ya un símbolo, al lado

de otros reductos aún en pie (Calzados Sánchez, el Bar Crespo y, un poco más arriba, a desmano, el chiscón de Ciclos Piti, ya sentenciado también). Lo primero que me encandiló de ese establecimiento fue la vida fantástica de sus escaparates donde se reunían, en comandancia imprevista, objetos de diferente origen mercantil. Las Tres Tiendas era eso: la transposición a escala menor de unos grandes almacenes. Acostumbrados a los otros es-

caparates de nuestra calle, pequeños y monográficos, plantarse frente a los de Las Tres Tiendas era como contemplar un planisferio donde convivían calzados, botones, medias, aperos de labranza y munición masculina de afeitar. Para los chicos de la calle era una suerte de imago mundi que podíamos alcanzar a ver sin movernos de allí. Entrar en aquel templo y asistir al trasiego de enseres, ver revolotear las cosas sobre las cabezas

de una clientela eminentemente rural, de tabardos y cestas de mimbre crujiente, era un espectáculo que nos mostró una primera imagen de la exuberancia. Su fundador, el tabarés Joaquín Lorenzo, pertenecía a esa estirpe de comerciantes audaces, capaces de ir dondequiera que fuese con tal de culminar una pequeña venta o un capricho encargado de antemano. Desde que en 1909 se asentó en la calle Feria nunca dejó de mostrar esa entraña de vendedor bullente. Jamás se desprendía de su guardapolvo, un hábito que le confería una autoridad casi religiosa entre el resto de los comerciantes. Así lo recuerdo aún entre los claroscuros de mi memoria infantil; como también recuerdo a su única hija, Isabel, siempre de negro y con un rictus triste y ajado, atacada prematuramente por las desventuras de la vida. Tras la algarabía de sus escaparates, el interior de aquel establecimiento de olores indefinidos dejó ver siempre el honrado rigor de una familia que parecía avalar con su sobriedad, con su formalidad serena, la fidelidad a unos orígenes jamás desmentida en la conducta. Joaquín Lorenzo –que tuvo también una cierta proyección filantrópica: se interesó por construir viviendas a precios asequibles para vecinos necesitados del arrabal del Espíritu Santo– era, por eso, el más venerado, el más respetado de todos los comerciantes de la calle Feria. Se le entraba a consultar como a un oráculo, se le informaba de novedades sobrevenidas, se le miraba de lejos y con reverencia las pocas veces que abandonaba su reino y se preocupaba por salir al mundo público. Era, junto al señor Cordero –dueño de aquel bar donde a veces se vio a Manolo Caracol– el patriarca de la calle. Tengo la certeza de que sus sucesores se han esforzado durante estas décadas por mantener aquel mismo espíritu trabajador, leal a un mundo en retirada que, sin embargo, ha sido capaz de mantenerse en pie hasta ahora mismo, cuando toca bajar la última trapa y dejar que la vida inunde el porvenir incierto de una calle modesta e inadvertida que alguna fue sede de epopeyas y de fábulas debidas a hombres que inventaron un mundo a partir de la escasez en años anémicos para casi todo. Se cierran Las Tres Tiendas, que han resguardado hasta ahora mismo la memoria perdida de la ciudad de la mejor manera que puede suponerse. Gracias a la familia de Joaquín Lorenzo todos supimos que el mundo podía legislarse desde la imaginación y desde el convencimiento de que podía caber en una calle portentosa y de olores innumerables, como el olor de los mismos sueños.


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UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO

L

a poesía, como han dicho muchos, escapa a lo literario, está en todas partes, a menudo no en los versos. Es más, lo que se anuncia como poesía puede fácilmente no serlo, ahí está el sarpullido de los nuevos parapoetas de picores adolescentes y tres anacolutos por página, con la ignorancia y la barbarie agazapadas entre los renglones arrítmicos, aporreando la lira de las masas. Y basta pensar, por el contrario, en narradores cuya prosa alcanza una temperatura lírica altísima, por citar alguno, dos de estilos totalmente opuestos, Gabriel Miró y Juan Rulfo. Pongamos, aunque se presente como narración a lo ‘Walden’ y recibiera el Pulitzer de ensayo, ‘Una temporada en Tinker Creek’ (Errata Naturae) de Annie Dillard, condecorada por Obama, paseante exploradora, que no científica, que, con pórtico de

Heráclito, recoge la idea de Thoreau de mostrarnos, como «un diario meteorológico de la mente», sus días junto al arroyo Tinker del título, en un valle enclavado entre las montañas de Virginia, en la cordillera de Los Apalaches. A partir del silencio y la soledad, completos, las caminatas despiertan, entre anotaciones poéticas, el pensamiento de Dillard hasta conseguir un libro digresivo que lo mismo se ocupa, con una precisión encomiable, de una ardilla mordisqueando una amanita muscaria que de la estruendosa salida en vuelo del pato joyuyo, de los sacos de huevos de las mantis religiosas que de las formas caprichosas de las bandadas invasivas de estorninos, del azul único de los acianos que de la tenacidad de los percebes, de un hervor de saltamontes en la pradera susceptible de mutar en plaga de langostas que de anguilas reptando en la no-

che por la misma hierba, en fin, de la creación en su conjunto, el vivero inagotable de la poesía. En sus paseos por los alrededores de su retiro –«un pequeño pedazo del mundo»–, que es el mundo entero a todos los efectos– avanza a lo largo de las estaciones, extasiada ante lo creado, tan variado como complejo, buscando su significado, que siempre escapa. Lo hace mediante lo que ella misma denomina, entre el sosiego y el estremecimiento, divagaciones, apoyándose, qué gozada, en Juliana de Norwich o Martin Buber, Einstein o Heisenberg, Gerald Durrell o Simone Weil, Plinio o Leonardo da Vinci, Shakespeare o Koestler, JeanHenri Fabre o Thomas Merton, el ‘Deus absconditus’ pascaliano o los eremitas del desierto, la ‘Biblia’ sobre todo. La ornitología, la botánica, la micología, la entomología, la meteorología, la herpetolo-

gía…, nada le es indiferente. Desde la pobreza y la sencillez waldeniana estima, creo que con razón, que la ciudad es «el mundo del novelista» y el campo el del poeta y así hasta duerme al raso para fundirse con la naturaleza. El libro conserva la mirada curiosa y virgen de la niñez («todo consiste en mantener los ojos abiertos») y se vuel-

El libro [de Dillard] conserva la mirada curiosa y virgen de la niñez («todo consiste en mantener los ojos abiertos»)

ca en la atención y la contemplación, la receptividad y la absoluta concentración, a mi juicio los aspectos que determinan la esencia de lo lírico: apunta los matices de la luz, los detalles donde la extrañeza nos llama, el paso de los días… Aparte, acude con frecuencia a lo metafórico, ya de inicio para comentar las huellas que le deja un gato ‘golfillo’ que se le arrima para dormir. Y, sobre todo, su prosa rezuma un lirismo genuino. Veamos: los montes «son un misterio pasivo, el más antiguo de todos. El suyo es el simple misterio de la creación a partir de la nada»; o «nos despertamos, si es que alguna vez lo hacemos realmente, al misterio, al rumor de la muerte, a la belleza». El misterio y la belleza, el asombro que provocan, constituyen el trasfondo del libro, igual que el de la poesía. Bien lo sabía, y siempre se atuvo a ello, Rainer Maria

Rilke. Tal vez nadie personifique la imagen del poeta a tiempo completo, del poeta total, de una vida entregada a la poesía –quizá en nuestras letras se le acerque Juan Ramón Jiménez- como él. En ‘Releer a Rilke’(Acantilado), con traducción del narrador Javier Fernández de Castro, el magnífico poeta polaco Adam Zagajewski repasa su formación autodidacta –parece un escritor sin tradición lírica detrás, ex novo- y el influjo poderoso de Lou Andreas-Salomé, quizá la mujer más importante en lo artístico de su época, y del París finisecular –es muy recomendable a este respecto ‘Vida de Rainer Maria Rilke. La belleza y el espanto’ (Trotta), entre otras obras del mayor especialista de su biografía en español, Antonio Pau–. Y luego, pondera su figura con mesura y propiedad, enlazando la vida y la obra, mientras ésta crece hasta las cimas de lo su-


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LUGAR DE LA POESÍA A vueltas con el lirismo Una libélula se posa sobre una flor de loto en el Jardín Botánico de Nueva York. :: MARY SCHWALM-AP

UNA TEMPORADA EN TINKER CREEK Annie Dillard, Errata Naturae, 392 pp., 21,50 €.

blime en los ‘Sonetos a Orfeo’ y las ‘Elegías de Duino’. Quién mejor para hacerlo que Zagajewski, ensayista de enorme tacto y maestría, autor, entre otros libros espléndidos que hemos comentado en estas páginas, como ‘En defensa del fervor’ o ‘Solidaridad y soledad’, del memorable volumen ‘En la belleza ajena’. Bajo la sombra de Goethe, abarcadora de lo clásico y lo romántico, este «modesto poeta sin hogar», desarraigado, celoso de su soledad, volcado hacia el interior espiritual, casi desconocido en su tiempo, es el paradigma de una existencia sacrificada en pos de la meditación y el éxtasis, de conservar la llama de la poesía, cuya persistencia «en la pureza del canto lírico», intemporal frente a la presente liquidez posmoderna, representa como nadie. El desdichado Giacomo Leopardi también consagró su vida a la escritura. Con cen-

tro en su Recanati natal, también hacia las huellas de la memoria de Dante, Napoleón, San Nicolás o el bajísimo de Asís, al alborear el s. XX, Alfredo Panzini emprende en su breve y sustanciosa narración ‘En la tierra de los santos y los poetas’ (Ardicia) un viaje interior, con mucho de ‘dolce far niente’, en bicicleta, al aroma de las retamas leopardianas de las cunetas. Sale desde Rímini, en compañía del disciplinado y estricto ingeniero Pasini, «un hombrecillo gris de mediana estatura y mediana edad, pero gran ciclista». Nada más partir, en medio de la polvareda, se le revienta la rueda trasera. Pero en general, salvo por un nublado con ventarrón que los acogota en un puerto, es una turné por la Umbría y Las Marcas de lo más apacible, sin alardes atléticos, deteniéndose a pegar la hebra con los paisanos, descrita con una prosa delicada, transparente, que

transmite la calma consoladora de las cosas antiguas. Con un impresionismo expresivo que va a lo fundamental mediante trazos aparentemente dispersos, Panzini detecta en Recanati la pervivencia de la pureza itálica de «la lengua de Leopardi» mientras rememora por sus calles recuerdos del poeta, al hilo de los versos que dedicara a sus

Leopardi siempre me lleva a Antonio Colinas, su principal valedor en nuestro idioma

RELEER A RILKE Adam Zagajewski, Acantilado, 80 pp., 10 €.

EN LA TIERRA DE LOS SANTOS Y LOS POETAS Alfredo Panzini, Ardicia, 92 pp., 14 €.

lugares más queridos. A falta del éxito popular que esperaba con motivo de la celebración del centenario, la ciudad e incluso el palacio familiar trasminan a cambio una serenidad embriagadora, de gorrión solitario y de armonía hacia el infinito, muy del autor de los ‘Cantos’. Leopardi siempre me lleva a Antonio Colinas, su principal valedor en nuestro idioma, máxime aquí, porque prologa tan sucinta como atinadamente el libro de Panzini. Del mismo modo, en cuanto oigo el nombre del poeta alemán, según Zagajewski «el modelo más puro y perfecto en la infatigable búsqueda de la belleza», me acuerdo siempre de la alocución de Robert Musil ‘in memoriam’ y, sobre todo, de la impresión que me produjo en su día ‘De una chica de provincias que se vino a vivir en un Chagall’, en concreto aquel poema de Blanca Andreu que comenzaba

«Amor mío, mira mi boca de vitriolo y mi garganta de cicuta jónica…» para concluir, homenajeando el furor epistolar rilkeano, con «…ni escribir cartas para Rilke el poeta”. O el otro, “Di que querías ser caballo esbelto... hacer música para Rilke el poeta…». En ambos la aposición –que ya comenté y utilicé como título en uno de los primeros artículos de ‘Un ángulo me basta’– era clara y el artículo no podía ser más determinado y determinante: Rilke es el símbolo eterno de lo excelso en su más elevada, y constante, expresión, el emblema de la pobre pero inmortal poesía. Tal vez, como señalaba antes, sean las ‘Elegías de Duino’ (Sexto Piso), que le costaron diez años de escritura, el punto culminante de su poesía y de la poesía como tal, por estar situadas propiamente, sin moverse, en «el lugar inefable donde lo insuficiente/incomprensiblemente se trans-

LAS ELEGÍAS DE DUINO Rainer Maria Rilke, Sexto Piso, 152 pp., 16 €.

muta/en esta hueca superabundancia./Donde la suma de infinitas cifras/se resuelve en un cero», en recreación del mentado Rulfo, la traducción más curiosa que conozco, fraguada al parecer a partir de versiones de Domenchina y Torrente Ballester. Esta edición, por cierto, cuenta con un epílogo escueto pero interesantísimo donde se da buena cuenta del influjo fehaciente, decisivo, de las elegías sobre ‘Pedro Páramo’ y el resto de la obra rulfiana, en torno a la concepción del reino de los muertos, quién lo diría. Entre sus versos, que le parecían herméticos nada menos que a Heidegger, como apunté en un artículo anterior, la poesía grana en secreto como la higuera de la sexta elegía, velada: “porque las cosas más próximas son/algo muy remoto para los hombres”. Por eso el manantial lírico nunca se secará, aun a pesar de los versificadores.


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Antonio Lamela

Empresario de arquitectura y humanista

DAVID DOBARCO

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ay tres formas principales de arruinarse: con el juego, la más apasionante, con las mujeres, la más divertida, o con un arquitecto ambicioso». Ese consejo recibió Antonio Lamela de su padre, empresario de harinas y panaderías en la sierra de Madrid. Eran los años 40 y esa reflexión no le impidió a Antonio hacerse arquitecto, sino que le creó un sentido pragmático de su actividad profesional, para evitar la ruina de sus clientes, incluso en su actividad, en la que también vivió períodos de dificultad. Siempre abierto a lo que sucedía en el mundo, viajaba para conocerlo de primera mano, y también para desarrollar su actividad como arquitecto, de ese modo realizó proyectos con importantes innovaciones tecnológicas. Su estudio fue pionero en la actividad exterior en países árabes o Hispanoamérica, además de su gran actividad en Madrid y zonas costeras (Baleares, Costa del Sol, etc), en especial complejos hoteleros o residenciales, estos destinados a una alta

burguesía emergente y de creciente poder adquisitivo. Esta primera etapa de su arquitectura es un gran exponente de la España del ‘boom’ de los años 60 y principios de los 70, relacionada con el poder económico. Era un profesional de éxito, autor de grandes proyectos, en España y el exterior, con una buena cartera de clientes y su arquitectura se consideraba ‘comercial’, en línea con una época en la que el cine bueno era de ‘arte y ensayo’. Ejemplos muy conocidos de esta etapa son el Hotel Meliá Madrid, el conjunto Galaxia en Argüelles, La Pirámide en la Castellana y las Torres de Colón, cuya laboriosa construcción tropezó con un enfrentamiento directo con Arias Navarro, entonces alcalde de Madrid; éste le planteó que le paralizaba las obras para demostrar su autoridad, aunque se dice que el mismo Franco seguía la construcción de las Torres. Tras ganar en los tribunales terminó la obra, pero cambió el uso de vivienda por oficinas, una decisión contradictoria que arrastró la funcionalidad del edificio. El final de los 70 supuso el fin de esta primera época de arquitectura intensiva. En su estudio, en la Calle O’Donnell de Madrid trabajaban numerosos profesionales, era reconocido por su ampli-

tud (un edificio en exclusiva), solvencia e imagen de orden y precisión, a lo que contribuía la uniformidad característica de batas blancas en todos los integrantes, empezando por él mismo. No obstante, la crisis de finales de los 70 afectó profundamente a un estudio de tal magnitud que se redujo a una cuarta parte. Tuvo que reconvertirse y empezar en un nuevo contexto, tras unos discretos años 80. En esta nueva etapa contó con la incorporación de su hijo Carlos y recuperó con más fuerza la internacionalización del estudio. Tal vez, la remodelación del Santiago Bernabéu fue una primera imagen, pero su obra fundamental en este período es la Terminal T-4 del aeropuerto de Barajas, en colaboración con el estudio de Richard Rogers. El edificio es muy conocido por la imagen singular de su cubierta ondulada asentada sobre unas columnas inclinadas

El estudio Lamela ha consolidado el carácter internacional que siempre buscó su fundador

Arriba, edificio Pirámide, en Madrid, y la terminal T4 del aeropuerto de Barajas. Abajo, Torres de Jerez, en la plaza de Colón en Madrid. :: EL NORTE

en Y, de colores variables según el arco iris, para facilitar la ubicación de los usuarios. El techo de lamas de bambú, acoge un espacio interior amplio, flexible, con iluminación natural y pensado para un mantenimiento energético eficiente. Tras este aeropuerto vino la ampliación del de Varsovia o de la terminal Aeroportuaria de Gran Canaria, la Torre Astro en Bélgica –el edificio ‘verde’ más alto de Europa– el consorcio Airbus en Getafe, edificios en Qatar y muchos más grandes proyectos. El estudio Lamela ha consolidado el carácter internacional que siempre buscó su fundador. Empresario de la arquitectura, como otras grandes consultoras del mundo anglosa-

jón, y de prolífica producción, aporta este perfil singular a la Arquitectura Española, de la que es figura relevante por la representatividad de su obra, a veces polémica. Siempre tuvo un sentido humanista y global del mundo, antes de que se extendiera este concepto, y esa mirada le hizo expresar su visión, cuando se empezaba a hablar de ecología, en su libro ‘Cosmoísmo y Geoísmo’, donde planteaba los procesos de relación entre ser humano, urbanismo y el medio ambiente, incluso el planeta en el cosmos, una idea similar a la de Buckminster Fuller y su ‘nave espacial Tierra’. Nunca abandonó esos planteamientos y fue invitado a múltiples foros relacionados con el Urbanismo, la Arquitectura y la Sostenibilidad. Su múltiple actividad, no impidió su participación activa en la vida colegial, mostrando su carácter ponderado y tolerante en múltiples ocasiones; incluso llegó a plantearse su candidatura a presidir el Consejo Superior de Colegios de Arquitectos. Esta personalidad peculiar, mere-

ció el homenaje a su trayectoria profesional por la Demarcación en Burgos del COACyLE en 2007. Así visitamos en su compañía algunas obras emblemáticas suyas y disfrutamos de su presencia dos fines de semana. Debo aludir a una obra especialmente valiosa: su edificio en O’Donnell 33 de Madrid. Con su padre de promotor, inició el proyecto terminando sus estudios: fue su ‘ópera prima’. El edificio se ubica en un solar trapezoidal, que se ensancha hacia el interior; la solución aportada evita la fachada plana convencional, de los edificios adyacentes, y penetra al interior de la manzana, así amplía su desarrollo y favorece la iluminación directa de habitaciones, con el salón enriquecido por terrazas voladas al exterior. Cada planta tiene una vivienda, ubicada en la fachada exterior sur, protegida del soleamiento directo por su penetración al interior, y una oficina hacia el espacio interior- norte de la manzana. Las fachadas mantienen perfecto el ‘gresite’ italiano original, una novedad, como el aire acondicionado (primer edificio de viviendas en Madrid). La planta baja, con espacios ajardinados, se abre al interior de la parcela, entre el acceso de vehículos y personas al portal. Además de su vivienda de toda la vida, allí tuvo su estudio inicial, hasta que cambió al edificio próximo ya citado. Una pequeña obra maestra, llena de afecto. Antonio Lamela plantea una reflexión sobre el ejercicio de la arquitectura en España: empresas de Ingeniería Civil y consultoras asociadas, tienen prestigio y compiten con éxito en el exterior, contra el predominio sajón. No sucede lo mismo con la arquitectura, que goza de reconocimiento internacional, pero se atomiza en pequeños estudios y carece de grandes consultoras, salvo casos aislados como Lamela Arquitectos. En estas circunstancias, los arquitectos españoles ganan concursos, pero suelen carecer de continuidad para mantener nuevos encargos. El mundo cambia y, ante la crisis de actividad en la arquitectura española, nuestros profesionales emigran y son valorados por consultoras extranjeras. Tal vez esta globalización del trabajo cambie el modelo y surjan consultoras que continúen el ejemplo de Lamela. Lo cierto es que tienen orígenes profesionales muy diferentes: las ingenierías en los cuerpos de Ingenieros del Estado, con mejor orientación a la gestión de empresa, y la arquitectura: individualista, académica y autárquica, paradigma de un modelo de profesional liberal en crisis. Antonio Lamela supo anticipar en qué dirección caminaba el mundo, quizá influido por su padre.


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LECTURAS

LA POESÍA Y EL HORROR Dionisio Cañas constata en su última obra el decaimiento de la civilización europea LUIS ANTONIO DE VILLENA

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oeta nacido en Tomelloso –Ciudad Real– en 1949, Dionisio Cañas, muchos años profesor de literatura española en Nueva York, tiene una larga carrera de poeta y ensayista, que nunca ha ido ni ha querido ir por las sendas trilladas, ya que ha buscado siempre la experimentación, no en el sentido vanguardista de la palabra, sino –con mayor generalidad y acaso generosidad– en la búsqueda de caminos nuevos o en el intento de responder a preguntas diferentes. En este libro la respuesta no puede ser, en cierto modo, más contundente en el sentido de que se nos dice que el poeta abandona la poesía escrita, porque juzga que en tiempos tan oscuros e inclementes como estos, la poesía está en la calle y en la vida, y a lo mejor en los seres humanos que finalmente –imposiblemente, me temo– nos ayudemos los unos a los otros. Fue famosa la frase del

filósofo alemán Adorno, que por mucho que impactara no logró en absoluto consenso, al decir que después de la atroz experiencia vista en los campos de exterminio nazis, no tenía sentido ya escribir poesía. No ha tenido razón, pero no es menos verdad que el aserto nunca ha dejado de repetirse. Interesado en comprender –tras el 11S- el mundo islámico, que no entendía y que acaso hasta entonces no había llamado en exceso su atención, Cañas empieza por constatar el decaimiento, la decadencia o crisis de la civilización europea. Esa idea de la entrada en crisis agonía de los valores humanistas, no es nueva, y Dionisio Cañas la constata en un libro admirable y anticipador que cita varias veces, ‘La agonía de Europa’, de María Zambrano. Así es que en ‘La noche de Europa’ que, diríamos convencionalmente, mezcla verso y prosa, la parte primera –la del título del libro, que por cierto incorpora un cd– es un poema, como para ser recitado en voz alta, con quiebros de ritmos y buscando sonoridades nuevas, que trata de dilucidar el porqué de este final del humanismo europeo, la caída de todo en la vulgaridad, la inmensa incultura y el todo vale. Esa constatación lleva a Cañas a la segunda parte de la obra, una suerte de diario en prosa –’Cuaderno de Lesbos’– donde el poeta, en el invierno de 2016,

Dionisio Cañas. :: DANIEL PEDRIZA se traslada con una amiga a la desde antiguo isla griega de Safo, no en búsqueda de un lirismo acaso perdido ya, sino para observar con horror e impotencia cómo una Europa, acaso derrotada, es incapaz a niveles gubernamentales, de ayudar a los miles de desesperados que huyen de las matanzas y brutalidades de Siria e Irak, países que, sobre todo el primero, mere-

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

TODO CÁSCARA

A

llá a principios de los 90 apareció un cómic, o manga, si queremos ser puristas, que se puede considerar como uno de los principales títulos de la corriente cyberpunk. El cyberpunk es la rama de la ciencia ficción que explora la relación hombre-máquina, la maquinización del hombre, o humanización de la máquina, y el surgir de la inteligencia artificial. Por lo general también suele producirse en un mundo de

estados inoperantes o inexistentes, regido, que no gobernado, por corporaciones. Un gobierno, aunque sea tiránico o atroz, siempre implica un proyecto de sociedad. Tiene una idea –por torcida que sea– de lo que es bueno para los ciudadanos. A las corporaciones, en tanto obtengan beneficios, la sociedad les importa poco. Curiosamente, en ‘Ghost in the shell’ esto es menos patente, si bien es cierto que las corporaciones son poderosas, los estados no han

CIRO GARCÍA

sido del todo menoscabados o aniquilados. Los protagonistas pertenecen a la Sección 9, una especie de mezcla de policía y de agencia de inteligencia, estatal, que se encarga de delitos y amenazas cibernéticas. El cómic, como casi todo el cyberpunk, o al menos el buen cyberpunk, tiene un hondo calado filosófico. Todo gira en torno a los límites de la humanidad, sobre lo que es o no humano. Cuánta humanidad queda en alguien que es casi del todo mecánico, por

LA NOCHE DE EUROPA Dionisio Cañas. Amargord Ediciones, Madrid, 2017. 89 págs.

ejemplo. Aunque lo parezca, en su aderezo de cables, metal y microchips, la pregunta no es nueva. De hecho, no estoy seguro de que sea del todo pertinente. Es en cierta manera la pregunta que guió las discusiones en torno a los nativos de América. Entonces se discutía si tenían o no alma. Es decir, eran o no humanos. Si no lo eran se les podía explotar. Se decidió que sí tenían alma, de modo que se siguió esclavizando negros, que esos, casi seguro, no la tenían. De hecho hay gente que sigue pensando así, negando la humanidad a parte de la Humanidad. En principio, se identifica como no humano a aquel que no pertenece al grupo o la etnia. La discusión medieval sobre el alma es en

cen ya la condición de mártires. Desbordada e incapaz Europa, sino es de creer que se autodefiende, son sólo voluntarios internacionales por libre o oenegés, cuya capacidad se ve anchamente superada por los dramáticos acontecimientos, los únicos que tratan de ayudar a tanto desesperado… La imagen –que entonces dio la vuelta al mundo– la foto de un niño

sirio ahogado y solo , tirado en una playa de Turquía, frente al sueño griego, que era – imposiblemente– el sueño de Europa. Como una llamada de atención el poeta se hace fotografiar así, y cierra el libro con versos para decir ya en al final, desesperado. Puede la poesía cambiar el mundo… NO. Puede el mundo cambiar la poesía… Sí. Parece dicho todo.

cierta manera la que impulsa ‘Ghost in the shell’. Lo humano tiene alma, espíritu lo llaman. Lo no humano no. Bastante simple. Pero no tan simple. ‘Ghost in the shell’ va un poquito más allá. El problema es definir lo que es alma. Y si existe. Quizás solo haya consciencia –maleable, poco fiable– y voluntad. Y si no existe ¿qué define entonces lo humano? Sobre todo si aparece otra forma de consciencia inteligente, puramente mecánica, y voluntariosa. Porque ahí es donde quiere llegar ‘Ghost in the shell’. Sobre todo la película de animación de 1995, una maravilla narrativa, que, a mi juicio, lleva al cómic hasta sus últimas consecuencias. Esta película, que como el cómic, aúna y sinte-

tiza elementos de ‘Blade Runner’, ‘Desafío total’ y el ‘Neuromante’, es el culmen a la serie de cómic. Ahora se ha estrenado la película con actores. Algo que los conocedores llevábamos un tiempo esperando. Desde que se anunció. Nada podía haber sido más decepcionante. Lo visual es incluso brillante. Pero se queda en eso, en lo superficial. Toda la mala baba, el desasosiego cyberpunk desaparece, para dejar solo la apariencia cyberpunk. Lo que empezó como un interesante cómic adulto ha acabado, en esta última encarnación, infantilizado. Un producto bien masticado, que no tiene la capacidad, ni la intención, de inquietar o de mover al pensamiento.


12 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

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LECTURAS

UN ‘THRILLER’ CON ARTE

El último premio Ateneo Ciudad de Valladolid imbrica dos mundos dispares y una obsesión carnal

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

EL MISTERIO DE UN DIARIO :: V. M. NIÑO El hallazgo de un extraño libro en un parque es el punto de partida de la novela ganadora del último Premio Barco de Vapor. El volumen, de tapas amarillentas, «¡está escrito a mano¡». Para los chavales en torno a la primera década de su vida, la letra manuscrita se circunscribe a sus cuadernos escolares. Roberto Aliaga hace un guiño a las redes sociales y plantea la sombra de un problema mediático, los malos tratos a la infancia, bazas que corren el peligro de necrosar en requisitos para que los jurados del ramo consideren premiable una historia. Víctor, el protagonista, el primer sorprendido con el hallazgo, tiene que solucionar un problema pelín escatoló-

YOLANDA IZARD

A

l ritmo de un haiku, cuyos tres versos marcan los compases de las tres partes en que se divide este singular ‘thriller’, el extremeño Javier Lasheras (1963) traza un mundo de contrastes en torno a tres mujeres asesinadas y mutiladas y la desaparición del controvertido cuadro de Gustave Courbet, ‘El origen del mundo’, en la ciudad de París. Dos investigadores, la teniente Isabelle Millet y el comisario Orazio Danglade, llevarán, respectivamente, estos dos casos de apariencia dispar que la habilidad narrativa y conceptual del autor irá entreverando hasta formar una red de conexiones, casualidades, pistas y referencias, en un original engranaje que trasciende la pura literalidad del género para tocar, de paso, esos temas subsidiarios que conforman los intereses y tragedias de nuestro mundo moderno, desde el público, como el terrorismo fundamentalista, hasta el privado, como la soledad del hombre y la mujer contemporáneos, su obsesiva necesidad sexual, y la deriva dramática y atormentada de unas vidas carentes de raíces sólidas. Sin embargo, lo más destacable de esta obra, la segunda de su autor y merecedora del último premio de novela Ateneo Ciudad de Valladolid, es la manera como se conjugan los elementos convencionales del género –un narrador omnisciente, la estructura de presentación-nudo-desenlace con sus clímax y anticlímax, los cadáveres y el psicópata, y, por supuesto, las investigaciones consiguientes a manos de un comisario y una teniente que se atraen y se repelen, y hasta una trepidante persecución final– con las citas, pensamientos y reflexiones acerca del arte y la búsqueda de interpretaciones sólidas que permitan desvelar el misterio del deseo masculino y la significación del pudor femenino, some-

gico, el que da título al libro y pide ayuda en su red social tras la pantalla. En realidad acabará encontrando una aliada en Sara, la niña del parque que hasta entonces creía una enemiga y ambos leerán el diario con sigilo compartido, en la batalla entre la cu-

CÓMO ARREGLAR UN LIBRO MOJADO Roberto Aliaga. Ilustraciones de Clara Soriano. Premio Barco de Vapor. SM. 112 páginas. XX euros.

riosidad y la discreción. Y es que ¿se puede leer un diario? Ahí radica lo mejor de la propuesta de Aliaga. Sara es lúcida, directa; todo el que escribe lo hace para un hipotético lector. Las entradas en el diario son ambiguas, apuntan a una niña adoptada que sufre la constante amenaza del castigo por parte de los adultos. Ellos lo leen bajo el prisma de sus prejuicios que les impelen a ayudar a la posible sufriente, hasta que su amigo Carlos les sacará de dudas y les demostrará lo interpretable que es cualquier historia. Nada era lo que parecía. En ese punto metaliterario es donde la novela de Aliaga provoca la sorpresa del lector llevándole del drama a la comedia de un solo golpe.

Javier Lasheras. :: EL NORTE tido, como en tantos otros aspectos de la sociedad patriarcal, a la mirada e intereses del hombre. Y todo ello envuelto en una generosa documentación en torno a obras clave del desnudo femenino en el arte occidental. No en vano una de las premisas de esta búsqueda de comprensión es la de que el cuadro de Courbet hurta a la mirada el alma de la mujer, al privársele del rostro donde esta se aloja. Es evidente el esfuerzo de Javier Lasheras por trascender los límites del género y dotarlo de derivas artísticas y reflexivas acerca de la influencia del arte erótico en la mente y las emociones humanas, los puntos de encuentro entre la mirada y lo representado, la audacia artística y los instintos preconscientes, el papel de la mujer y su sexo cosificado como objeto de deseo. También el singular engarce entre ambos temas principales –los crímenes,

LAS MUJERES DE LA CALLE LUNA Javier Lasheras. Editorial Algaida, 2017. 424 páginas. 20 euros.

el robo– refleja una buena mano para afinar, documentar y dirigir, descubriendo y velando con igual eficacia la información, secuestrando por momentos al lector con sus sumas y sustracciones, y aliñando todo ello con dos sabrosas salsas: por un lado, dos personalidades bien visibles, contradictorias y de cierta complejidad, el comisario atormentado y hosco, pero desvalido, y la audaz teniente de carácter y sexualidad tan ambiguos como libres y, por otro, una prosa firme, clásica, amante de los detalles descriptivos y de algunas metáforas bien gráficas. En este sentido, la desnudez, la sutileza y la capacidad sintética de los haikus que se citan en la novela (y que abarcan desde los más clásicos a los más novedosos) y que definen los pasos emocionales del coprotagonista –«La primavera / y yo con mi eterna / incompetencia»– contrastan con el realismo y detallismo de sus páginas, hasta que la hecatombe final, en la búsqueda de una definitiva liberación del oneroso peso del pasado, se los lleva por delante con una visión demoledora de estas breves composiciones poéticas: «Un mundo sentimental y quimérico, lleno de revelaciones huecas /… / de intemperie prelógica». Eso sí, como en todo ‘thriller’ que se precie, se descubre al asesino.

SUPERAR LAS AUSENCIAS :: V. M. N. Romper la costumbre, ensanchar las miras del los pequeños tiranos de la casa no es fácil. La rutina es ensalzada en la infancia tanto por el médico como por el pedagogo. La seguridad brota natural cuando todos saben a que atenerse. Por eso el viaje, la ausencia de un progenitor no suele ser bienvenida. Este álbum lidia con esa cuestión. Buscar la parte divertida del desasosiego que produce ese cambio doméstico. El hijo de esta familia de elefantes afronta la marcha de su madre. Hay una pérdida evidente que, sin embargo, abre otras posibilidades.

Sin ella no hay olor a flores, en cambio lo hay a chocolate. Su orden se transmuta en bullicio de visitantes músicos. La comida tiene otro sa-

EL VIAJE DE MAMÁ Mariana Ruiz Johnson. Kalandraka. Colección Libros para soñar. 32 páginas. 13 euros. A partir de 5 años.

bor, los horarios ligeros cambios. En definitiva, la vida no es mejor ni peor, con su padre, sino distinta. Álbum tierno, una suave goma de borrar añoranzas, un soplo de aire fresco para los niños que tienen que lidiar con ausencias prolongadas de sus progenitores. El trazo de Mariana Ruiz es naif, sencillo, y elige a los animales para expresar sus emociones. La ilustradora argentina ganó el VI Premio Internacional Compostela de Álbum Ilustrado por ‘Mamá’ y ha seguido profundizando en la relación de los pequeños con sus progenitoras.


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Sábado 29.04.17 EL NORTE DE CASTILLA

ENTRE LO SERIO Y LO GROTESCO ‘La voz del amo’, un clásico de Stanislaw Lem JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN

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tanislaw Lem es un autor polaco al que se asocia habitualmente con la novela de ciencia ficción, aunque él mismo, como el matemático Peter Hogarth, protagonista de ‘La voz del amo’ –que ahora reedita en una nueva traducción Editorial Impedimenta–, despreciara en muchas ocasiones aquel género por juzgarlo superfluo y en exceso comercial (hubo versión de Edhasa en 1989, con el título de ‘La Voz de su Amo’). La novela es de 1968, y antes Lem ya había escrito y dado a conocer títulos que le proporcionaron merecido prestigio y fama entre lectores y críticos. Basta con citar ‘Astronautas’, de 1951, o la archiconocida ‘Solaris’, diez años después. Es bien cierto que la ciencia ficción de Lem posee un alto contenido reflexivo, filosófico y social, y que elude a menudo –así lo hace de modo muy particular en ‘La voz del amo’– la acción o la trama para dar voz a toda clase de análisis de los personajes en torno al cosmos, los orí-

genes del pensamiento humano, sus derivas intelectuales de cualquier orden, sin dejar de lado ninguna de las categorías o escuelas que han tratado de hallar explicaciones a nuestro ser y a nuestro estar en el mundo, tanto las de orden humanístico como las puramente científicas. Lem tuvo más de un problema con la censura comunista en su país. Y, como Peter Hogarth, despreciaba la mayor parte de lo que se escribía en su tiempo. No carecen de vigencia las palabras del matemático al poco de empezar sus inagotables reflexiones en esta novela: «Soy incapaz de comprender por qué no se permite circular por las vías públicas a la gente que carece de carné de conducir y, sin embargo, es posible encontrar en los estantes de las librerías infinitos libros escritos por personas carentes de pudor alguno, por no hablar ya de conocimientos. La inflación de la palabra impresa se debe, seguramente, al incremento exponencial del número de personas que se dedican a escribir, pero también, en la misma medida, a la política editorial […] En la actualidad, la cantidad de porquería que inunda el mercado es tal que las publicaciones verdaderamente valiosas pasan desapercibidas». ¿Qué no habría hecho decir el creador a su personaje casi medio siglo después? En esta novela, Lem lleva al extremo las exigencias con

las que pretende engrandecer la literatura. En una entrevista concedida a la revista ‘Nurt’ en 1972 hablaba de su interés por incrementar en su escritura el nivel de vaguedad. Confesaba su gusto por inventar palabras, neologismos, y lo difícil que le resultaba mantener un tono serio. Añadía: «Si tenemos un texto, parcialmente serio en el fondo, y parcialmente humorístico o grotesco, al volverse anacrónico, la frontera entre lo serio y lo grotesco se desplazará. Tal vez, lo que el autor consideraba gracioso dejará de ser gracioso, y lo que el autor escribía en serio empezará a ser gracioso; sin embargo, el aura burlona en relación con los asuntos descritos permanecerá y podrá perdurar». Premisas o propósitos que impregnan y solazan muy bien este libro, aunque Lem se refiriera a otros relatos que en esos instantes llevaba entre manos. En ‘La voz del amo’, en efecto, los numerosos cientí-

LA VOZ DEL AMO Stanislaw Lem. Traducción de Abel Murcia y Katarzyna Moloniewicz, Madrid, Editorial Impedimenta, 2017, 297 páginas, 22,50 euros.

Stanislaw Lem posa en su casa de Cracovia en 1975. :: A. JALOSINSKI-REUTERS/FORUM ficos que tratan de interpretar, de entender o de captar el contenido de un supuesto mensaje extraterrestre expedido repetidamente por señales de neutrinos procedentes de alguna constelación –el nombre del proyecto de estudio es el que da título a la novela–, se pierden en largas conjeturas y divagaciones que mantienen al lector en vilo a condición de que sea capaz de dejarse arrastrar por incesantes discursos sin apenas diálogos, por disquisiciones aventuradas e ingeniosas sobre las hipótesis más variadas, a la espera de que alguna sea la verdadera; una inquietud que, se resuelva o no, nos mantiene al acecho, como a los personajes, hasta la última página.

El lector, como el propio Hogarth confiesa de sí mismo y de sus compañeros, vagará de principio a fin «en medio de un bosque de conjeturas» que no dejan de crecer «sobre las conjeturas originales». Como decíamos al inicio, Lem tampoco elude lo político ni lo social: estamos en plena Guerra Fría, la posibilidad de la hecatombe nuclear y de su amenaza coercitiva es la nueva realidad que acaba de reordenar el mundo entre un pequeño grupo de ‘grandes’ y el más extenso del ‘tercer mundo’. Y, lo que es más grave, en el campo del universo que directamente nos describe, los estudiosos, los científicos, los supuestos humanistas, están al servicio del po-

der político y militar: «La ciencia se está convirtiendo en una especie de Orden de Hermanos Capitulantes: se supone que el cálculo lógico ha de transformarse en un autómata que suplante al hombre como moralista e incluso estamos, en cierto modo, sometidos al chantaje de un ‘conocimiento mejor’ que se atreve a afirmar que una guerra atómica puede tener unas consecuencias favorables solo porque es lo que se deduce aritméticamente. El mal de hoy se convierte en el bien de mañana, ‘ergo’ el mal también resulta bueno desde determinados puntos de vista». Visión premonitoria y lúcida. Por ahí andamos, de mil maneras.


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Sábado 29.04.17 EL NORTE DE CASTILLA

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unque este año abril no ha hecho honor a los dichos que se le atribuyen, dice el refrán que «el invierno no ha pasado mientras abril no es terminado». El cuarto mes del año, del que se dice que es un mes revoltoso, se identifica con la inestabilidad atmosférica y con las lluvias, y por eso se dice que este mes tiene fama de informal y de traicionero. Esta inestabilidad se traduce en cambios de tiempo bruscos: días auténticamente primaverales alternan con otros más propios del invierno; los días soleados conviven con los cielos nubosos y con los chubascos y las tormentas, e incluso con noches de heladas («Abril puede traer rocío y otras veces heladas y frío»; «¡Ojo con abril, que es helador y sutil»; «En abril la helada sigue a la granizada»). Por eso en muchas zonas se denomina ‘abrilada’, no sin cierto matiz peyorativo, al tiempo propio del mes de abril, en el que alternan momentos de sol y de lluvias. Muy frecuentes en los abriles lluviosos son las aguarradas, aguarrillas o aguarradillas, lluvias que duran poco. A propósito de ellas –en otras zonas les dicen chaparrada, chaparrón, champlazo o charpazo–, otro refrán reza: «Aguarradillas de abril, unas por ir y otras por venir». El léxico referente a las precipitaciones en forma líquida es muy rico dado que juegan un papel importante la intensidad (si cae o si descarga, y si cae blandamente o de manera torrencial), la cantidad (si es abundante y cae en un lugar determinado, como en un ‘nubado’; o si es tan menuda y pasajera que apenas baña la superficie del suelo, como el ‘matapolvo’) y el tamaño de las gotas de agua (‘chispa’ si la gota de lluvia es menuda y escasa; ‘goterón’ si es muy grande). Obviamente, los términos genéricos

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

¿EN ABRIL AGUAS MIL? son ‘agua’ y ‘lluvia’, pero todo el mundo sabe que hay muchas formas de llover y muchos tipos de lluvia. Muchas veces la diferencia está en la intensidad de la lluvia y/o en la duración. En un chaparrón o una chaparrada, términos del vocabulario estándar que todos conocemos, la intensidad es fuerte (recia según el Diccionario académico) y la duración corta. El diccionario los registra como sinónimos de ‘chaparrazo’, ‘chapetón’ y ‘chupa’ y funcionan como equivalentes de ‘champlazo’ y ‘charpazo’ (términos que no registra el diccionario académico). Un chaparrón fuerte es una ‘barrumbada’, una ‘goterada’ o un ‘borrascazo’. Cuando la duración es corta y la intensi-

dad regular, se recurre al término ‘algarazo’. Si es leve, dura poco y además va mezclada con viento, ‘burrifero’ o ‘razada’. Un golpe repentino de lluvia con viento fuerte es un ‘turbiazo’ o un ‘turbión’. Cuando la lluvia es de poca importancia y sin sol se habla de ‘borrasco’, y de ‘aguasol’ si sale el sol. Llover torrencialmente es ‘diluviar’ (se llama ‘diluvio’ a la lluvia muy copiosa), pero en otras zonas ‘andaluviar’; llover con fuerza, ‘chaparrear’ o, metafóricamente, ‘atizar’; Caer la lluvia con gran intensidad o ímpetu es ‘llover a cántaros’, ‘llover capuchinos’, ‘llover capuchinos de bronce’, ‘llover a mares’ o, simplemente ‘jarrear’; llover ligeramente cuando el tiempo está húmedo y muy nublado, ‘barbazar’, ‘barbuzar’ o ‘bar-

ciar’; caer lluvia muy fina y fría, ‘chuciar’ o ‘llover en bernizo’. Esa lluvia fina y constante que parece que no moja, pero que finalmente empapa, recibe nombres diferentes según las zonas. En zonas cercanas al País Vasco y Cantabria, ‘chirimiri’ o ‘sirimiri’; las zonas noroccidentales prefieren ‘orballo’ o ‘fariña’ (porque cae como harina); y casi todas las zonas conocen ‘calabobos’, ‘mojabobos’, ‘engañabobos’, ‘mojina’ o ‘lluvia amorosa’. Cuando caen las primeras gotas antes de la lluvia o llovizna débilmente, se dice que ‘chispea’, ‘pintea’, ‘pitinea’, ‘pintinea’ o ‘finfinea’. A la lluvia muy menuda y que cae blandamente se la conoce con los nom- Se denomina bres de ‘llo‘abrilada’, no sin cierto vizna’, ‘cermatiz peyorativo, nidillo’ o al tiempo propio ‘mollina’. En los redel mes, en el que franes del alternan momentos mes de abril de sol y de lluvias es donde la huella del agua de lluvia se hace más palpable. Sirvan como ejemplos los siguientes: Abril, abriloso y sus aguas sacan de la cueva al oso; Abril abrilero, o el pastor pide ayuda al barquero o las ranas mueren en el sequero; Abril abrilero, cada día dos aguaceros; Abril lluvioso hace a mayo hermoso; Abril tronado, viene buen verano; Parte su tiempo abril entre llorar y reír; San Marcos (25 de abril), rey de los charcos; Agua en abril, granos mil; En abril cada gota vale por mil. Ojalá veamos llover antes de que mañana termine abril, porque el Ministerio de Agricultura prepara un decreto de sequía para la Cuenca del Duero.

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Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

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Bajo el árbol de los Toraya. P. Claudel (Salamandra)

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Lo que te diré cuando te ... A. Espinosa (Grijalbo)

A grandes males. Refranes, ... C. Pérez Gellida (Suma)

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Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)

No soy un monstruo. Came Chaparro (Espasa)

Tierra de Campos. David Trueba (Anagrama)

Los cinco y yo. Antonio Orejudo (Tusquets)

El monarca de las sombras. J. Cercas (Random House)

Las ventanas del cielo. Gonzalo Giner (Planeta)

¡A por todas! (Diario de Greg 11). Jeff Kinney (Molino)

El cuerpo eléctrico. Jordi Soler (Alfaguara)

A menos de cinco centímetros. Marta Roble (Espasa)

Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)

La vida negociable. Luis Landero (Tusquets)

Don Quijote ... (adap. infantil). Cervantes (Susaeta)

Mac y su contratiempo. E. Vila-Matas (Seix Barral)

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1936 fraude y violencia en las ... Alvarez /Vliia (Espasa)

Figuras de la pasión en Valladolid. J. Burrieza (Xerión)

La expulsión de lo distinto. Byung-Chul Han (Herder)

El libro tibetano de la vida ... Sogyal Rinpoche (Urano)

Adelgaza para siempre. Angela Quintas (Planeta )

1936 fraude y violencia en las ... Alvarez /Vliia (Espasa)

El Gen. Siddharta Mukherjee (Debate)

Sapiens de animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)

La conquista del cerebro. D. Tammet (Blackie Books)

Los niños de Irena. Tilar J. Mazzeo (Aguilar)

Utopías para realistas. Rutger Bregman (Salamandra)

Vengo sin cita. F. Fabiani / L.Santolaya (El País Aguilar)

Imperofobia y leyenda negra. Mª Elvira Roca (Siruela)

Emocionario. Imágenes ... Bellido / Díaz (Fund. J. Díaz)

La mujer que mira a los ... S. Hustvedt (Seix Barral)

Las pequeñas revoluciones. Elsa Punset (Destino)

La revolución rusa contada ... J. Eslava Galán (Planeta)

Homo Deus. Yuval Noah Harari (Debate)

Éste no es un libro de ciencias. C. Gifford- Blume

Imperofobia y leyenda negra. Mª Elvira Roca (Siruela)

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Tierra de Campos. David Trueba (Anagrama)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

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El monarca de las sombras. J. Cercas (Random House)

Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)

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Derecho natural. Ignacio Martínez de Pisón (Seix Barral)

El monarca de las sombras. J. Cercas (Random House)

Los ritos del agua. Eva Gª Sáenz de Urturi (Planeta)

La hija de Cayetana. Carmen Posadas (Planeta)

Canción Dulce. Leila Slimani (Cabaret Voltaire)

La vida negociable. Luis Landero (Tusquets)

Mac y su contratiempo. E. Vila-Matas (Seix Barral)

Media vida. Care Santos (Planeta)

La jaula escondida. Alberto Curiel (Algaida)

Como fuego en el hielo. Luz Gabás (Planeta)

Derecho natural. Ignacio Martínez de Pisón (Seix Barral)

Miel del desierto. Edith Pearlman (Alianza)

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Imperofobia y leyenda negra. Mª Elvira Roca (Siruela)

Guía de arte molecular en ... Lavado (Dip de Palencia)

La España vacía. Sergio del Molino(Turner)

Los últimos. Paco Cerdà (Pepitas de Calabaza)

Si te acercas más, disparo. Fernando del Val (Difácil)

El cacique de Grijota abraza el ... VVAA (Religión)

Imperofobia y leyenda negra. Mª Elvira Roca (Siruela)

El siglo de la revolución. Josep Fontana (Crítica)

El ingenio de los pájaros. Jennifer Ackerman (Ariel)

Toca el piano. James Rhodes (Blackie Books)

Los últimos. Paco Cerdà (Pepitas de Calabaza)

Sapiens de animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)

El siglo de la revolución. Josep Fontana (Crítica)

Palencia. Guía turística. Celada / Hdez. (Dip. Palencia)

Me crece la barba. Gloria Fuertes (Reservoir)

Isabel: la Reina Guerrera. Kirstin Downey (Espasa)

La imagen de tu vida. Javier Gomá (Galaxia Gutenberg)

La España vacía. Sergio del Molino(Turner))

Lo que te diré cunado te ... A. Espinosa (Grijalbo)

Una historia erótica de Versalles. M. Verge (Siruela)


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Sábado 29.04.17 EL NORTE DE CASTILLA

QUINCE MINUTOS DE FAMA

ÁNGEL MARCOS

José Luis Alonso Ponga Alcuetas (León)

Me formé con los Agustinos, de lo que presumo cuando puedo y siempre me enorgullezco. De ellos aprendí el amor al trabajo y el respeto a las ideas del otro. Estoy convencido de que la cultura es lo único que puede salvar al hombre y a la sociedad y que los radicalismos solo traen miseria y destrucción. Soy consciente de que la decadencia de Castilla y de León se combate con el compromiso serio y la recuperación de la autoestima. Que andamos sobrados de discursos triunfalistas, escasos de reflexiones certeras y ayunos de perspectivas. Desde joven tomé partido por el mundo rural y la cultura subalterna. Trabajo el patrimonio cultural como desarrollo rural, unas veces con éxito, otras no tanto, pero siempre con ilusión.


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Sábado 29.04.17 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinador: Chema Cillero

E

sta historia trata de una princesa zulú llamada Lindiwe. Era hija de Mpande, un rey justo que llevó la paz su pueblo. Su madre había muerto al nacer y desde entonces todos vivían para complacerla. Pero al cumplir doce años se enamoró de un joven llamado Thulani, que pertenecía a una tribu rival. Sabía que su padre nunca aprobaría esa unión, por lo que empezó a escaparse a escondidas para encontrarse con su amado. Los zulús son un pueblo guerrero, y sus poblados suelen estar resguardados por grandes cercas de troncos. La cabaña del rey Mpande contaba con un túnel secreto por el que, en caso de peligro, él y su familia podían huir a la selva. Y era por ese túnel por donde Lindiwe se escapaba por las noches para reunirse con Thulani. Pero cuando este le decía que huyeran juntos, ella no sabía qué hacer. Amaba sus besos y sus caricias, pero también amaba a su padre y las costumbres de su pueblo, y sabía que de irse con Thulani todo eso lo perdería. Y estos dos deseos, el de seguir siendo la que había sido hasta entonces, y el de ser esa otra que sólo vivía para buscar el cuerpo de su amante, luchaban en su corazón. Y eran tan contrarios el uno al otro, que una noche Lindiwe descubrió que era la que dormía en su lecho y quien levantada la estaba mirando. Y supo que a causa de aquellos deseos contrapuestos se había dividido en dos: una que quería marcharse y otra que se quería quedar. Y escondida tras un baúl esperó a que amaneciera, y vio cómo las criadas acudían a levantar entre risas a la que dormía. Y por la ventana, las vio alejarse por el poblado ajenas a lo que estaba pasando. Y comprendió que ahora era libre para buscar la vida que quería. Y eso hizo, que a la salida de aquel túnel Thulani la estaba esperando y ambos se alejaron de allí en busca de un lugar donde empezar una nueva vida. Pero lo que no sabía era que al transformarse en dos, ninguna de esas vidas estaba completa. Y así si ella, la que se había ido, podía hablar, la que se quedó en el poblado era muda; si ella se convirtió en una mujer, la otra siguió siendo una niña. Si ella enseguida aprendió de la vida que llevaba con su marido el arte de los regateos y de las cuentas, la otra apenas sabía contar y se dejaba engañar por todos, lo que causaba la infelicidad de su padre, que no podía entender cómo su hija, antaño tan decidida, no solo había perdido el habla de un día para otro, sino que se había transformado en una criatura misteriosa para quien la vida parecía ser una aventura inexplicable. Y así huía de los vendedores am-

:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL

La rezagada bulantes porque según ella eran ladrones de almas, se negaba tomar pescado si acaso alguien se había ahogado en el río, y visitaba los cementerios para tener los sueños de los que se habían muerto. Pero de esto nada sabía Lindiwe, que vivía feliz junto a su esposo, aunque el Espíritu que rige el mundo no hubiera bendecido su unión con el hijo que tanto deseaban. Y así no solo se ocupaba del puesto de telas que ambos tenían, sino que negociaba en persona con los pueblos vecinos y por todos los lugares por donde pasaba

dejaba la huella de su nobleza. Pero aun así en las noches de luna la melancolía se apoderaba de ella y se preguntaba por su padre y por los familiares y amigos que había dejado en su pueblo, y se preguntaba, sobre todo, por cómo sería la vida de aquella que había abandonado. Y así fue pasando el tiempo hasta que se cumplieron cinco años desde su marcha, y como el deseo de volver a su pueblo cada vez era más grande un día por fin decidió hacerlo en secreto. Lo hizo de noche, y aprovechando aquel tú-

nel pronto estaba en el interior de la tienda que había sido suya. Y allí, en la misma cama en que ella dormía, halló a la que había dejado atrás. Y mientras la miraba maravillada, le fue entrando una dulce somnolencia que le hizo desear acostarse a su lado. Y allí se quedaron dormidas las dos, como una figura y su reflejo en el agua. La despertaron los primeros rayos de sol, momento en que descubrió asombrada que en aquella cama solo ella estaba acostada, que era como si al volver a encontrarse esas dos mitades se hubie-

DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO

ran vuelto a juntar formando esa persona única que era. Todos celebraron en el poblado el cambio milagroso que se había obrado, pues ahora podía hablar y se comportaba como una verdadera princesa. Y el que más se alegró fue su padre, que al verla tan discreta pensó que ya podía morirse tranquilo pues ahora podría ocupar su lugar en el trono y regir los destino de su pueblo. Lindiwe hizo venir a su esposo y empezó para ella un tiempo de felicidad, aunque no pudiera dejar de preguntarse en secreto por aquella que había sido mientras había estado fuera. Y esto era así porque a sus oídos llegaban cada poco noticias de las cosas que había hecho esa desconocida. Y le contaban que ibas con ella por la selva, por ejemplo, y que al menor descuido se había subido a las ramas de un árbol. O que les llevaba a las madres noticias de los niños que habían muerto, o que podía acercarse a los animales sin que se asustaran. También que era capaz de adivinar lo que iba a suceder. Sentía por ejemplo que algo tiraba de sus hombros, y se daba cuenta de que era una mujer la que regresaba a su choza, ya que esa presión procedía de la correa con que llevaba a su hijo atado a la espalda. O una sombra a la altura de los ojos le revelaba la franja negra del pelo de los animales con los que se iba a encontrar. Y también le contaban que a veces se perdía en la selva y tardaba varios días en volver. Lo hacía llena de arañazos y con los vestidos manchados de sangre, pero siempre con una sonrisa en los labios y un brillo en los ojos como si les dijera, no sabéis lo que pasa allí por las noches. Y a fuerza de escuchar todo aquello, Lindiwe empezó a preguntarse si la vida que había llevado esa rezagada no sería su verdadera vida, y si había hecho bien en cambiarla por esta que ahora tenía. Y pasó una cosa más maravillosa aún, que apenas unas semanas después se quedó embarazada, que era como si, al reunirse aquellas dos mitades, su cuerpo hubiera recuperado el poder que como mujer le correspondía. Y tuvo una niña, a la que puso de nombre Noshipo, que significa «madre de un regalo». Y desde el primer momento observó que no era como las otras niñas. Y así, los pájaros se posaban sin miedo a su lado, veía sin problemas en la oscuridad y podía saber lo que pensabas solo con mirarte, que era como si las misteriosas cualidades que había tenido la que se había quedado allí ahora las tuviera su hija. Pues así ha sido siempre y así seguirá siendo en el mundo, ya que está escrito que todo aquello a lo que los adultos renuncian al crecer regresa de nuevo en el corazón misterioso de los niños que nacen.


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