SOMBRA CIPRES LA
NÚMERO 268 Sábado, 13.05.17
DEL
AZ La reedición del ‘Diccionario del Diablo’, de Ambrose Bierce, devuelve a la actualidad un género cargado de ingenio
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Antidiccionarios, definiciones afiladas
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Sábado 13.05.17 EL NORTE DE CASTILLA
Homenaje al poeta René del Risco en el 80 aniversario de su nacimiento
Rosas muertas, peces de plomo a la deriva
CARLOS AGANZO
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e no haber sido por aquel trágico accidente en el Malecón, que segó su vida con tan sólo 35 años, esta semana habría cumplido los 80. Habría cumplido los 80 y, con toda probabilidad, figuraría en la lista de honor de ese gran ramillete de autores que configuraron el ‘boom’ iberoamericano. Considerado por algún crítico como el «eslabón perdido» de la literatura de su país, el poeta y narrador René del Risco (San Pedro de Macorís, 1937-Santo Domingo, 1972) ha sido el protagonista de la última edición de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo (FILSD), que ha brindado la ocasión de realizar un ejercicio de revisión profunda de su obra, hasta la fecha escasamente publicada y difundida. Sumergirse en la obra poética de René del Risco, de modo muy semejante a lo que ocurre con sus relatos y con su novela inconclusa ‘El cumpleaños de Porfirio Chávez’, es un espléndido ejercicio literario que nos permite, al mismo tiempo, distinguir la vibración intensa de la voz de un autor singular y señalar el desorden y el desasosiego de una época oscura de la historia de la República Dominicana: aquella que transcurre por los últimos años de la dictadura feroz de Trujillo, los intentos democratizadores de Juan Bosch, la Guerra de Abril del 65 y la nueva dictadura de Joaquín Balaguer. Un tiempo de «golpes inacabables», de «rosas muertas y peces de plomo a la deriva», en palabras del poeta. Los movimientos políticos y literarios en los que se integró –el 14 de Junio, los Artistas de Arte y Liberación, el grupo cultural El Puño–, le valieron la persecución, la tortura o el exilio. También una cierta indefensión frente a la crítica más maniquea. Cierto que, vistos hoy por los historiadores literarios, sus poemas son
El poeta y narrador dominicano René del Risco. un verdadero testimonio sobre aquellos que participaron en la lucha: Milito, Reynoso, Batista, Viau, Barra Ríos, Desiderio «con sus hombres», Juana Morel, «rodeada de acordeones», las hermanas Mirabal, las Mariposas, santo dominicano de la resistencia contra Trujillo y seña mundial de la no violencia contra las mujeres... Pero más cierto aún es que su obra, por encima de la circunstancia política de su país caribeño, se incardina plenamente no sólo en la emergencia de las letras americanas en la segunda mitad del siglo XX –Sábato, Borges, Onetti, Cortázar–, sino también en todos esos movimientos culturales mundiales que condujeron al Mayo del 68 en Europa.
Incluido el escepticismo, el inconformismo, la incomodidad del hombre occidental frente a su civilización. René del Risco publicó un único libro de poemas en vida, ‘El viento frío’ (1967), pero dejó un rico legado que fue saliendo a la luz tiempo después, no sin notables peripecias editoriales. Había dejado para la imprenta un segundo libro, que quiso titular primero ‘Bajo día constante’, y más tarde ‘Del júbilo a la sangre’, y que al lado de los numerosos inéditos que dejó en carpetas y cajones conforman una obra muy especial. Una obra que arranca de sus lecturas de los clásicos españoles. Que bebe primero de Rubén Darío y Antonio Machado, y más tarde de Neruda
En esa poesía transida de desasosiego encontramos lo mejor de la obra poética de René del Risco
y la Generación del 27. Que llega a emparentar de manera coetánea con los poetas sociales –Blas de Otero, Celaya– españoles: hierros oxidados, vagones, tipografías, potes vacíos, libros manchados, gremios, federaciones... Y que se conecta, también de modo simultáneo, con los grandes mo-
vimientos mundiales. Del mismo año 68 son algunos poemas suyos como ‘A los pies de una estatua’, donde su mirada se cruza con la de los hippies estadounidenses, o como el esclarecedor ‘Aquí o en otras tierras’, en el que Hitler y Marilyn Monroe, Mao, Gagarin y Bertrand Russell se cruzan con Bob Kennedy y el papa Juan XXIII. Guerras y revoluciones que le obligaron a ser poeta en guerra, poeta del amor en combate, con el trasunto de sus personajes literarios de Orfeo y Eurídice –«novia mía, angel triste»; «novia sola, en la sombra»; «la mano y el anillo, en medio de la pólvora»; «yo canto, tú temes»–. Y más tarde cantor profundamente decep-
cionado, insatisfecho, melancólico; portavoz de la derrota: «Nuestros pies en el polvo. / Nuestro amor en el polvo. / Nuestro llanto en el polvo. / Nuestro polvo en el polvo». Una decepción que recoge en uno de sus poemas emblemáticos, aquél que lleva el signiticativo título de ‘Entonces, ¿para qué?’ ¿Para qué «conservar lustrosos los zapatos, / cuidar cada detalle, / los botones, las cartas, / las cuentas a cobrar...?». Es seguramente en esta poesía transida de desasosiego, de búsqueda de un espacio «para vivir muriéndose despacio, / con los ojos cansados de esperanza», cerca incluso de ese no decir diciendo de nuestro José Ángel Valente –al que sin duda leyó con aprovechamiento–, en la que encontramos lo mejor de la obra de René del Risco. Después de la frustración del sueño generacional a los treinta años, el poeta dominicano ya no fue capaz de reconocerse a sí mismo en su día a día, en su trabajo como creativo y publicista, en sus movimientos en una sociedad ganada por la impostura. No fue capaz de soportar «cosas como el odio, / como los extraños metales, / como mi corbata de color café con diminutos puntos». No fue capaz, como escribe en su ‘Carta a René del Risco’, de reconocer en el espejo a «aquel muchacho lleno de pesadumbre, / que se ponía sus corbatas / casi sin comprender / por qué debía sonreír a tantas gentes». «Porque todo ha cambiado / de repente –escribe Del Risco– y se ha extinguido / la pequeña llama / que un instante nos azotó, / quemó las manos de alguien, / el cabello, la cabeza de alguien». Porque todo se llenó de cansancio. De cansancio y de tristeza: «Una infinita tristeza, / una rebelde angustia incontrolada, / un tedio y un terror / y una amarga sensación de soledad». Sólo la mirada a la infancia, a los días azules frente al mar de su San Pedro de Macorís natal, a «esa luz que en los barrios nunca falta» le permitió seguir escribiendo poemas antes y después de batallas y posguerras. La muerte se lo llevó deprisa, como él mismo anticipó en uno de sus cuentos. Seguramente habría muerto igual en vida, víctima de la pesadumbre. O se habría convertido en símbolo, en icono de su tiempo allá, frente al Caribe. Merece la pena leerlo ahora, 45 años después de su muerte. Leerlo... y recordar.
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‘Diccionario’: decir de él: «Está hecho para los ignorantes» Los antidiccionarios, o diccionarios de autor, brindan definiciones llenas de opinión y crítica social SAMUEL REGUEIRA
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rensa: poderosa máquina para exagerar las cosas que, con la ayuda del ‘Nosotros’ y la tinta del impresor, convierte el chillido de un ratoncito en el rugido de un león editorialista, cuyas opiniones (supuestamente) la nación espera en vilo». Esta es solo una de las muchas definiciones que Ambrose Bierce publicó, tras varias décadas de trabajo, en 1906, en el que es probablemente uno de los ‘antidiccionarios’, o diccionarios de autor, más conocidos de la Historia de la Literatura. La obra, recientemente reeditada por Libros del Zorro Rojo en una compilación ilustrada por el dibujante Ralph Steadman, es solo uno de los muchos ejemplares de este tipo, que contienen, en lugar de las definiciones semánticas o científicas de un diccionario al uso, pequeños destellos de humor, opinión y crítica social cargados de dardos contra las clases dominantes, los lectores o el autor mismo. Aunque esta clase de antidiccionarios son, en su mayor parte, producto de la literatura del siglo XX, mucho antes que Bierce ya hubo autores que optaron por esta fórmula para jugar con el lenguaje y los formatos del diccionario. Las ‘Definiciones’ satíricas de Ubayd Zakani, por ejemplo, datan del siglo XIII. Samuel Johnson, cuando se encargó de la confección del titánico ‘Dictionary of English Language’, disponible en el Palacio de Santa Cruz de Valladolid, introdujo pequeños chistes en ciertas definiciones, como en Lexicógrafo («Dícese del esclavo indefenso que se afana en localizar y detallar el significado de las palabras»), Avena («Grano
que en Inglaterra alimenta a los caballos, y en Escocia, aparentemente, a las personas») o Aburrido («Que no es estimulante ni encantador, como se aplica en la frase ‘Componer un diccionario es aburrido’»). Pero sin duda es Bierce quien, con honores, conformó en este particular manual de definiciones satíricas cargadas de ingenio el título de referencia entre los antidiccionarios. Así, brillan con luz propia un sinfín de términos como Dentista («Prestidigitador que introduce metal en nuestra boca y saca monedas de nuestros bolsillos»), Ladrón («Hombre de negocios sincero»), Ruina («Donde acabarían los millonarios si tuvieran que pagar impuestos») o Imbecilidad («Especie de inspiración divina o fuego sagrado que afecta a los críticos que censuran este diccionario»).
Precursores del postureo El otro gran hito literario dentro del mundo de los antidiccionarios es la aparición del ‘Diccionario de lugares comunes’ de Flaubert, obra titánica de reconstrucción de apuntes del finado autor de ‘Madame Bovary’, que pretendía ser una especie de colofón a su ‘Bouvard y Pecuchet’. A diferencia del diccionario de Bierce, Flaubert no juega con el reverso tenebroso de las palabras o sus sentidos, sino que señala sus clichés y estereotipos más extendidos por la sociedad francesa del siglo XIX y los potencia como norma de conducta. Es, inadvertidamente, una especie de herramienta precursora del fenómeno del ‘postureo’, rebautizado hoy
así a tenor de los comportamientos, en especial en el ámbito digital, más esforzados por la apariencia que por el resultado. El tan censurable postureo
Iluistración que acompaña a la definición de editor en la reedicción del diccionario de Ambrose Bierce. :: RALPH STEADMAN
se refleja en el desprecio que un Realista, en su sobriedad, tendría de un Romántico, en su afectación, y por ello Flaubert ironiza con términos como Fusilar («Más noble que
guillotinar»), Poesía («Inútil, pasada de moda»), Mefistofélica («Debe decirse de toda risa amarga»), o Pedantería («Uno debe reírse de ella a no ser que se
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Interpretación de ‘abnormal’, según Steadman para el libro de Bierce.
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aplique a cosas intrascendentes») o los Diarios («Uno no puede prescindir de ellos, pero hay que protestar en su contra»). La compilación en forma de diccionario de estas ingeniosas definiciones del escritor francés han revertido, a su vez, en el género de los ‘diccionarios privados’, recopilaciones de textos, prólogos o entrevistas siguiendo el estricto orden alfabético de artistas como Dalí, José Luis Sampedro, Stendhal (‘Diccionario del amor’), Mark Twain, Quevedo, Larra o Borges, quien ostenta hasta tres ediciones coordinadas por diferentes estudiosos de su obra en este formato. Como Flaubert, el escritor gaucho Adolfo Bioy Casares también conformó su particular diccionario de autor (‘Diccionario del argentino exquisito’) con numerosos consejos para los pretendidamente eruditos del pasado siglo. En la acepción de Lenguaje sugiere que «Conviene denominar así a los medios de expresión que prescinden de lo que el vulgo llama palabras»; en Constructiva, indica que «la frase ‘Acepto críticas construtivas’ empléase para indicar que no se aceptan críticas», y define Teorización como «Sinónimo de teoría, más fino, y no se sabe por qué más preciso».
El antidiccionario español En España, una de las primeras ediciones de antidiccionario que se pueden encontrar es el ‘Manual para inteligencia de ciertos escritores que por equivocación han nacido en España’, un texto anónimo surgido en Cádiz de 1811, un folleto de 22 páginas y corte absolutista y reaccionario
que definía, por ejemplo, Filosofía, como «Ciencia del charlatanismo, ó sea, fluxo de hablar de todo sin entender de nada». Como respuesta, Bartolomé José Gallardo publicó en 1812 su ‘Diccionario Crítico-Burlesco’, dedicado a desautorizar, entrada por entrada y con parejo sentido del humor, las acepciones contenidas en aquel manual. Sirva de muestra la definición de Inquisición, saldada con un «¡Chitón!» Con la llegada del siglo XX, grandes autores y cómicos de nuestro país se han disputado la conquista de este género, con notables éxitos. El ‘Diccionario Satírico’ de Enrique Jardiel Poncela es uno de los más amplios, reflejo también del particular sentido cómico del dramaturgo, quien define el Talento como «Aquello que todo el mundo elogia pero casi nadie paga»; la Historia como «La mentira encuadernada» y el Patrimonio como un «Conjunto de bienes opuesto al matrimonio, que es un conjunto de males». El Nobel Camilo José Cela firmó en dos tomos un ‘Diccionario secreto’. En el primer volumen recogía doscientas páginas con palabras y sinónimos derivadas del término Cojón, reservando las últimas para partes constitutivas de la zona erógena masculina y acepciones relativas como Castrar, Esperma o Semental. El segundo tomo se vertebró en torno al Pene y al Pis, así como a distintas voces de origen precolombino. Gloria Fuertes también hizo su particular Diccionario Estrafalario («Alimento: el mejor alimento / es que siempre estés contento»),
El escritor gaucho Bioy Casares también conformó su particular diccionario de autor Nadie fue tan prolífico en la creación de este tipo de libros como Francisco Umbral
pero nadie fue tan prolífico como Francisco Umbral. A su peculiar ‘Diccionario de Cheli’ (que incluyó al artista Ramoncín, quien más tarde publicaría sus propios antidiccionarios) y a su impagable ‘Diccionario de literatura’ se une el ‘Diccionario para pobres’, donde define al propio Diccionario como «Una novela a la que faltan personajes y sobran palabras», a Kant como un señor que «Se llamaba Emmanuel aunque nunca hizo cine porno porque se lo impedía el imperativo categórico», y a sí mismo como un «Señor que se mete a hacer diccionarios sin tener puñetera idea de la cosa».
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Ordenamientos (lógicos) contra el olvido ADOLFO GARCÍA ORTEGA
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efinamos. Un alfabeto tan solo da una secuencia de orden a las letras de un idioma. Un abecedario también, pero además puede poner orden a una lista arbitraria de conceptos y de términos. Un diccionario es un repertorio de palabras o expresiones, más el añadido de la definición que las explica. Un diccionario, claro está, es un abecedario, y en consecuencia, goza de una naturaleza alfabética. Ejemplo supremo: el Diccionario de la Lengua Española. Un todo. Precisamente en esta idea de totalidad es en la que se basan las ordenaciones del conocimiento –y de las herramientas para llegar a él– que han existido. Han de contenerlo todo y han de contenerlo por orden. La ‘Enciclopedia’ de Diderot y D’Alembert (y de otros muchos autores más que contribuyeron a su monumentalidad) parte del principio de exhaustividad en el saber y en el sentido común, si bien Diderot se tomó su trabajo con un, digamos, espíritu creativo, inventándose buena parte de las definiciones, a veces con frases como esta: «De tal concepto no tengo nada que decir ni tampoco sé nada al respecto de su naturaleza, pero diré de él, bla, bla, bla…». ¡Qué más daba! Lo importante era que ese concepto ocupase su
El lexicógrafo de la Transición
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os filólogos decimos que la jerga –fluctuante, suburbana y efímera– se utiliza para diferenciar unos sectores de individuos de otros, y es entonces cuando nos convertimos en sociolingüistas, que es como si la filología diese un portazo a los despachos universitarios y entrase a bayoneta calada en la sociedad para explicar sus usos y verbi-ocurrencias. Y viniendo a la explicación teórica, nótese aquí que el origen jergal español procede del habla de los gitanos después de darse un atracón de voces extranjeras deformadas –‘monis’, ‘sexi’ y otras–. Entiéndase también que las expresiones jergales no fueron cosa de los ochenta, sino que
vienen de lejos: de Fernando de Rojas, Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope, Torres Villarroel, Larra, Valle-Inclán, Baroja y el gran Eugenio d’Ors. Ese ímpetu definitorio embargó también a Francisco Umbral, que en pleno arrebato academicista le hizo una lectura filológica al madrileñismo, porque a él siempre le pareció que el pueblo de Madrid, entre ilustrado, roquero y virreinal, tenía menos sentido histórico que otros pueblos. Y se podría decir que como Unamuno se escribió elegía española con En torno al casticismo, Umbral le encontró el matiz y la convivencia diaria al verbo secular de ese continuo diálogo de contrarios que fue nuestra Tran-
DAVID FELIPE ARRANZ
sición y los primeros capítulos del socialismo. El 9 de marzo de 1983, recién inaugurados los ‘cien años de honradez’ del felipismo, el alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván presentó el Diccionario cheli de Francisco Umbral en el Palacio del Condeduque de Madrid, un volumen que recoge el léxico de la Movida madrileña y que su autor definió como «un argot generacional». Tierno incidió así en la cuestión diferencial y sociológica al señalar que el diccio-
nario umbraliano por primera vez fijaba el repertorio lingüístico de un grupo que «más que marginado por la sociedad, tiende a la automarginación al mantenerse aparte, en distancia». Porque la riqueza del libro de Umbral descansa precisamente en eso: en cómo un cronista de la villa y corte anticipaba el retrato verbal de un grupo urbano que, a decir del alcalde, hablaba con una cierta intención “plebeyizante” y de colocarse en un nivel lejano del que socialmente les pudiera corresponder. La jerga cheli nació en el Madrid de la metamorfosis, que pasó de las calles de Pedro de Répide y la ultimísima dictadura, ese elefante de papel, que dijo Tierno, a Malasaña, el
espacio correspondientes en el orden secuencial que la ‘Enciclopedia’, en tanto que reflejo textual explicativo de la naturaleza y de los hechos, le había destinado. A partir del tronco, se abren las ramas. Una vez que los diccionarios enciclopédicos y los libros de saber universal han llegado a lo máximo (el ejemplo de ese absoluto son el Big Data o la enciclopedia electrónica virtual Wikipedia, en verdad universal y en verdad abierta, haciéndose y renovándose sin cesar), lo que se puede hacer es trocear el saber a capricho. Un saber que se despliega en un sinfín de variedades y variaciones, según sus autores. Puede ser meramente subjetivo (la ‘Nueva Enciclopedia’ de Alberto Savinio), despiadadamente irónico (el ‘Diccionario de Tópicos’ de Gustave Flaubert), intencionadamente burlesco (el ‘Diccionario del Diablo’, de Ambrose Bierce), etcétera. O trocear el saber con el rigor de lo especializado: un diccionario de autores de música clásica, un repertorio de ingenieros hidráulicos ucranios, un abecedario de plantas siberianas… Etcétera. El etcétera, en cualquier orden, siempre introduce un vasto mundo de conocimiento fingido. ¿Quién no ha soñado con escribir un diccionario de etcéteras? Sería el saber en blanco, universal, sí, pero en blanco. Mas, en fin, esta es otra rama del árbol que
En esta idea de totalidad es en la que se basan las ordenaciones del conocimiento que han existido
calimocho punk y la conversa. «En cada tribu juvenil del mundo –escribe Umbral–, Londres o Nueva York, Munich o Amsterdam, hay un ‘cheli’, un ‘ghetto’ dialectal o voluntario». Dijo Lázaro Carreter, padre putativo de todos los filólogos transicionales, que el cheli, más de edad que de clase, es un instrumento al servicio de la identidad del sector, no del individuo. Y los cheliparlantes leían El Jueves, el Papus, Vibraciones y Discoexpres. Llegaban así los carrozas, los macas, los guaperas, los sudacas, las jais, el alucine, las gachís, los guais, los pasotas, el caballo, el loro, la pipa, los camellos y los yonquis. Y el habla se barroquizó como en el Madrid de Quevedo y se decía «Dame de la remiscencia lumínica para incinerar por la parte superior al rótulo con la fragua de Vulcano este tallo
no viene a cuento ahora aquí. La variante neutra del abecedario subjetivo –hecho a base de tautologías nominativas que solo denotan una referencia alusiva– es la agenda telefónica personal, cuya vertiginosa proyección, algo así como comparar un balón de fútbol con la Luna, son el listín telefónico o las páginas amarillas. La agenda telefónica donde apuntamos el nombre y el número de teléfono de alguien cercano es, sin duda, un alfabeto (a, b, c, d…) que puede ser un abecedario (Asensio, buen tipo, médico… Benítez, carpintero, llamar tardes… Ortega, inversor, felicitar las fiestas…), que a su vez puede ser un diccionario más o menos enciclopédico (Asensio: nació en Bilbao, lo conocí en 1978, estudió medicina… Benítez: amante de la vela, tuvo tres barcos, el ‘Bribón’, el ‘Veloz’ y el ‘Nautilus’… Ortega: viste ropa deportiva, ganó de joven varios torneos de tenis, guapo…). Ha habido y hay diccionarios de todo tipo y con todo tipo de contenidos. Basta con secuenciar y definir cualquier repertorio de objetos, saberes y personas para generar una ‘lista’, pues al fin y al cabo, como diría Umberto Eco, de eso se trata: de listar, catalogar, ordenar, hacer recuento, cuantificar, acumular, amontonar también, y en última instancia poseer. Un diccionario es un cúmulo de posesión que se muestra y expresa en público, con mayor o menor consciencia, con la intención de transmitir un saber, objetivar la memoria y dejar un legado a la posteridad. Por tanto, en buena lógica wittgensteiniana, todo diccionario es un triunfo sobre el olvido y la muerte. Como decir: yo ya no estoy, pero no importa, todo lo demás ha quedado en orden y bien clarito.
La jerga cheli que recogió Umbral en su ‘Diccionario’ (1983) nació en el Madrid de la metamorfosis
de hojas herbáceas llamado Ducados» para pedir fuego en las madrugadas o se «trincaba el vaso y se pasaba las pelas al camareta» para pagar en la barra un copazo. Todo forma parte de un patrimonio vivido, bebido, fumado y cantado y Umbral fue el ‘prime’ en contar ese relato. Y si aquella melé azarosa y política pintoresca, de paritorio post-dictatorial, nos pareció muy ‘heavy’, lo que vino después con el siglo XXI y los millennials nos ha parecido a todos los carrozas «demasié pal body».
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Literatura negra John Connolly. :: VICENS GIMÉNEZ
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l libro de Paco Camarasa ‘Sangre en los estantes’ es un prontuario detallado de la literatura de serie negra que hoy prolifera desde todos los puntos del mundo. Incluso los ‘best-sellers’ más actuales (Ruiz Zafón, Dolores Redondo, por ejemplo) asumen muchos aspectos del género. Camarasa, que fue importante librero en Barcelona (Librería Negra y Criminal) y comisario del Festival de BcNegra, en el diccionario que constituye su texto cita a todos (o casi todos) los autores importantes, y a otros que no lo son tanto con frescura e ironía, unidas a un gran conocimiento de ese mundo cada vez más plural y difícil de abarcar. Escojo para el comentario dos autores, el irlandés John Connolly y el cubano Leonardo Padura. Han creado, respectivamente, dos peculiares personajes. Charlie Parker, detective privado y Mario Conde, policía, luego convertido en vendedor y comprador de libros de viejo. El contexto de Parker son ciudades y pueblos de la Norteamérica oscura; el de Conde, La Habana. Ambos espacios condicionan el estilo. Padura privilegia la visión social y costumbrista; Connolly crea mundos
torturados y fantásticos, con las sombras del mal actuando incesantemente. Estéticas diferentes, ambas coherentes a lo largo de sus novelas, siete de momento las del cubano, catorce las del irlandés que, en la última publicada hasta ahora, ‘La canción de las sombras’, enlaza el presente tenebroso en Maine con el horror del periodo nazi, lógica consecuencia de una temática original y diferente de todos los escritores de novela negra, término que utilizo para todas sus múltiples derivaciones. Si Connolly nos muestra el mal en profundidad en un contexto concreto de esos Estados Unidos, fuera casi de la civilización, de la modernidad, poblado de fantasmas, de leyendas del pasado, en las que todo horror puede darse, su detective privado, Parker, asume él mismo todas las desgracias. En la primera novela mueren asesinadas su mujer y su hija y esta se le aparece en algunas ocasiones. Su presencia acarrea la desgracia y un aura extraña le acompaña. Con ayuda de dos amigos, también personajes siniestros resuelve complicados casos que siempre le dejan secuelas. El pasado ancestral aniquila el presente, lo hace más
Leonardo Padura. :: JAVIER CEBOLLADA
FERNANDO HERRERO
«El mundo actual es más oscuro y sórdido que el pintado por Raymond Chandler o por Ross McDonald»
negro y pesante, mientras que otros tipos, vengadores también del infierno, como el viajante hacen una morbosa justicia. Creo que en la novela negra nadie ha acertado a introducirnos en las entrañas del mal como John Connolly, que todavía no ha puesto fin a su saga que sigue la vida personal y profesional de su héroe con minuciosidad y gran acierto dramático. He escogido como contraste a Padura y su Mario Conde. La Habana frente a Maine. Los oscuros bosques o las siniestras ciudades y pueblos de una Norteamérica rural frente a la luminosidad caribeña de la capital cubana. La Habana en los tiempos del castrismo, de las limitaciones económicas, de la ideología totalitaria, de la especial idiosincrasia de los cubanos y su lucha por la vida. En las novelas publicadas Mario Conde es el eje, investiga el presente y su relación con el pasado y las formas en las que el delito se produce. Leonardo Padura, escritor galardonado profusamente y de alto nivel económico sigue viviendo, al menos parte de su tiempo, en La Habana, y conoce perfectamente todo el entramado social. Es crítico con el sistema pero no lanza panfle-
tos demoledores y, sobre todo, confiere una gran humanidad a sus personajes, describe magníficamente la ciudad y sus vivencias y reflexiona sobre la política y sus implicaciones. A Mario, aparte de sus aventuras amorosas, le rodea un grupo de amigos que se reúnen en casa de unos ellos, el Flaco, que ahora es gordo atado a una silla de ruedas, para comer los platos que cocina milagrosamente su madre y beber ron. Páginas de la cotidianidad que se alternan con las evocaciones del pasado, las tramas policiacas, la vida profesional de Mario y su relación con los compañeros. Quizá esta saga pueda considerarse como un gran sainete de la vida de una Cuba actual a través de un personaje memorable. La novela negra es universal y sus protagonistas son múltiples, detectives de diverso pelaje, policías, patólogos (el Kirke de Benjamín Black, por ejemplo) jueces, etc. A Sherlock Holmes y los Poirot, Wolfe, Lord Peter, Vance y tantos otros, les sustituyen tipos más duros como Marlowe o Archer, para finalizar hoy en personajes más conflictivos como Rebus, Harry Hole, Harry Bosch y una larguísima nómina.
Una última reflexión sobre la literatura negra española, hoy inabarcable, que han estudiado Sánchez Zapatero y Martin Escriba en su libro ‘Continuará. Sobre las sagas patrias’. Una característica curiosa, aparte de esa ebullición que afecta a todos los puntos geográficos y épocas muy diversas, es la repetición de asesinatos múltiples en los lugares más insospechados. El Baztán (Dolores Redondo), ciudades pequeñas (José María Guelbenzu), Valladolid (César Pérez Gellida) Suances (María Oruña)… Así los lugares más normales pueden ser habitados por monstruos capaces de cometer los más horrendos crímenes desde una insania patológica que constituye el signo de los tiempos que vivimos, reflejo de una situación social y política y una tecnología impresionante que no evita los crímenes de todo tipo. El mundo actual es más oscuro y sórdido que el pintado por Raymond Chandler o Ross McDonald y el mal extiende sus garras en todos los rincones del planeta. Reflexión muy preocupante al contemplar esta atmósfera malsana en la que todo puede suceder. Ojalá esta literatura negra de hoy no sea, como tantas veces, premonitoria.
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LIBROS DE PELÍCULA
Redención ‘Crimen y castigo’ / ‘Pickpocket’ Novela de Fiodor Dostoyevski (1866) Filme de Robert Bresson (1959)
LUIS MARIGÓMEZ
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el mismo modo que hay adaptaciones fieles e infieles, hay películas que apenas se parecen a su origen literario y, sin embargo, tienen un núcleo común que las caracteriza. La película de Bresson podría no relacionarse con la novela rusa en una mirada superficial, pero tienen fuertes similitudes de fondo. El francés tiende a la ascética y renuncia a muchos de los elementos de Dostoyevski. El delito es menor, no se le abre la cabeza con un hacha a ninguna usurera. Está feo y mancha mucho. Pero si el propósito era robar, el héroe cinematográfico roba como nadie, con una limpieza sorprendente, casi mágica; sin apenas tocar a sus víctimas. Es pobre, como Raskólnikov. Su habitación también es una cochambre que ni siquiera puede cerrarse por fuera. Además de su pericia, está su sentimiento de superioridad con los demás. Él no tiene por qué seguir la ley. Es de otra pasta, y se jacta de ello. Esos pequeños hurtos en el metro o en el tren, unos pocos billetes que le sirven para sobrevivir no le causan el menor sentimiento de culpa; en cambio, le excita conseguir lo que parece más difícil. «Los hombres vulgares deben vivir en la obediencia y no tienen derecho a infringir las leyes por el hecho de ser vulgares. Pero los extraordinarios tienen derecho a cometer toda suerte de crímenes y a infringir de todas las maneras las leyes por el hecho mismo de ser extraordinarios». Este fragmento de la novela está en la médula del ser de Raskólnikov y de Michel, el ‘voleur’. El otro gran personaje del relato aparece con características similares en los dos textos. Sonia en el ruso: «Un minuto después entraba también Sonia con una luz; la dejó y se quedó muy plantada delante de él, toda estupefacta, toda poseída de indescriptible emoción y visiblemente asustada por aquella inopinada visita». La joven que ape-
Martin La Salle y Marika Green, en la escena final del filme de Bresson. nas llama la atención de Michel en un primer momento es Jeanne, una vecina que cuida a la madre enferma del delincuente. Cuando surge en la pantalla, es como si fuera una aparición, todo resplandor. Marika Green tenía 16 años cuando interpreta a la heroína, era su primer papel en el cine, lo mismo que le ocurría a Martin La Salle. Al rodar con Bresson tienen la inocencia y la tensión que él pedía a los que se ponían delante de su cámara. El francés no quiere hacer un cine al uso. Pretende una manera específica de contar con imágenes en movimiento, alejada del realismo y de la fantasía; y para ello siempre busca actores que no sepan el oficio. Saca de ellos tanto provecho que a menudo les proporciona una carrera como tales, después. Jeanne y Michel miran y se
mueven de una manera particular, como ajena a los aconteceres del relato. Los pormenores prolijos de Raskólnikov son obviados en el filme, que solo atiende a algunos detalles muy significativos y al grueso de la historia. De otro lado, a Bresson le fascina la limpieza de los robos de carteras y relojes, sin la menor violencia. Michel, como el ruso, está siempre en peligro de ser atrapado por los representantes de la ley. Sabe que ellos le persiguen y que no puede bajar la guardia en ningún momento. Cree que puede dominar la situación y no rehúye el trato con el comisario. Discuten el asunto, ufanos, creyendo que nunca van a cogerlos, por su pericia y su perspicacia, por su sabiduría. Por fin, el criminal es atrapado, juzgado y condenado, en la novela y en el filme. Su
madre muere (para Michel era un fastidio que lo atormentaba, para Raskólnikov el bienestar de ella justificaba su delito). Interesa el proceso que siguen, el recorrido por el espíritu atormentado del héroe ruso, los planos sin contraplanos de Bresson, en los que una carrera de caballos es solo unas pocas miradas atentas y el deseo de trans-
«El pecado parece un elemento necesario para llegar al encuentro de Martin La Salle y Marika Green»
gredir la ley, sin que se vea la excusa, el galope de los equinos, el ruido. Jeanne o Sonia son tratadas por el protagonista como poco más que criadas durante buena parte del relato. Las dos van detrás de los convictos a la cárcel, a cuidar de ellos. Sonia se traslada a Siberia y durante un año recibe la indiferencia del asesino a sus atenciones. En un último momento, se produce una epifanía y los dos presos reciben la revelación del amor. «Siempre le tendía la mano con timidez, a veces hasta no se la daba, temerosa de un desaire. Él siempre, como de mala gana, le tomaba la mano, siempre parecía acogerla con contrariedad, a veces guardaba un silencio obstinado todo el tiempo de su visita. Sucedía que ella temblaba delante de él y se iba hondamente apesadumbrada. Pero aho-
ra sus manos no se soltaron; él le lanzó una ligera y rápida mirada;(…) de pronto algo pareció cogerlo a él y echarlo a los pies de ella. (…) En sus ojos resplandeció una infinita felicidad». En el filme, ella ha tenido un hijo con un amigo de Michel, sin casarse con él. El hombre superior se humilla ante la madre soltera, y eso le libera de sus faltas, de sí mismo. Tratan de besarse a través de las rejas. Ese instante final justifica todas las desdichas que les acontecen. Ella es como un ángel de la guarda que lo protege hasta que le hace ver la luz. El pecado parece un elemento necesario para llegar al encuentro. Tras la pormenorizada relación de sucesos de Dostoyevski, o la ascesis narrativa de Bresson, llega la mística, ese estadio superior al que solo los elegidos, tras muchas calamidades, tienen acceso.
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ada vez somos menos. Quedamos pocos. Los pocos que quedamos no nos podemos ni ver, nos llevamos a matar. Y eso que al ir haciéndonos tan viejos van fallando las fuerzas, hasta cuesta odiar o envidiar, que es lo propio. Eso sí, pocos pero duros de pelar. A algunos de los nuestros nos ha dado voz, a modo de reportajes enhebrados por la geografía de la desertizada Serranía Celtibérica, concepto acuñado por el profesor Burillo, de la Universidad de Zaragoza, el periodista valenciano Paco Cerdá en ‘Los últimos’ (Pepitas de Calabaza). En la línea de ‘La España vacía’, del que hablamos aquí en su momento, pero sin su enfoque múltiple, sobre todo sociológico y literario, más bien a modo de entrevistas-artículo, de catas en un territorio que denomina Laponia del Sur y abarcaría las provincias de Teruel, Cuenca, Soria y Guadalajara, más algunas comarcas limítrofes, el epicentro de la despoblación patria. El autor es también joven y con óptica urbanita. Ni se inmuta cuando un pastor solterón, que representa bien lo que en el fondo pensamos, le espeta: «¿Más gente para qué, para reñir más?» La intención, cumplida, de este chico es mostrar una especie de ‘Ruta 66 de la despoblación’, un amplio panorama de estos dominios de la desolación, a través de los pueblos dispersos, moribundos, olvidados, con sus tejados hundidos y los campos en erial. Y al tiempo retratar a quienes resistimos: maestros de escuelas menguantes; neorrurales convencidos y tenaces; maquis renegados del capitalismo financiero; contemplativos que han aplacado no sólo el ruido exterior, sino incluso el interior; quijotes que quieren recuperar la vida auténtica apegada a la tierra resucitando aldeas muertas. Por el camino, con una prosa ágil jalonada de guiños novelísticos, de ‘Walden’ a ‘Pedro Páramo’, de ‘Cien años de soledad’ a ‘El castillo’, que aúna eficiencia y brillantez, sin alardes, intercala sucedidos harto curiosos, desde nostalgias balompédicas a la de los rusos blancos que lucharon en el bando franquista por los Montes Universales. Explica muy bien lo que nos ha pasado, que llama técnicamente demotanasia, siguiendo a la hija del mentado profesor: «Falta de oportunidades, desarticulación, envejecimiento, despoblación, extinción». «Un cáncer que se lo va comiendo todo», una catástrofe demográfica en toda regla, una soledad que «encharca la mirada» y de paso la desaparición de una cultura campesina ancestral. El gol-
pe definitivo se produjo con el gran éxodo de los años sesenta del siglo pasado, justo cuando los progenitores del protagonista de ‘Viñetas’ (Harper Collins) de Agustín Sánchez Vidal, también prestigioso profesor universitario zaragozano, novelista reputado, reciente premio de las Letras aragonesas, desertan del arado huyendo de la miseria, por un motivo que desconoce. El narrador de ‘Viñetas’ sabe bien de lo que habla, como Fray Luis y los pocos sabios que en el mundo han sido. Sabe la resina que suele dar un pino al año, del veranillo de las lilas que antecede a la llamada del cuco, cómo se espabilan los braseros de cisco o se cazan con liga de muérdago las pajarillas, que el silencio de la tierra trae el sosiego, que hay que escupirse en las manos al cavar para prevenir los callos. Distingue los tipos de azada, lo acerado del cierzo, el requiebro de dos abubillas en la noche cerrada, el sabor de las cerezas tardanas y de los brotes de hinojo, a los árboles por cómo entra el viento en ellos, los nombres de los aires y su timbre, la amenaza de los trillos puesto del revés contra una tapia. Por eso escribe «desfase horario» y no ‘jet-lag’, «hacer lumbre», «como oro en paño». Escribe «barrunta», «sulfatadora», «gañe», «garganchón», «cantearse», «socarrar», «ventano», «relente», «enjuagar», etc. Escribe en castellano de verdad. La solvencia narrativa del autor es indudable y poco frecuente. No entraré en la dosificación argumental ni en la trama, bien trabada y que mantiene la intriga familiar hasta la última página, con vuelta de tuerca autorial, cervantina, a modo de cierre, incluida. No se sabe bien qué destacar: la disposición de los capítulos a modo de viñetas da pie a un manejo del tiempo ejemplar; el trazado de los personajes es limpio; las descripciones, de un lirismo contenido y preciso; la ambientación costumbrista, de una exactitud impresionante; el léxico, cuidado en extremo.
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LOS ÚLTIMOS DEL INTERIOR En los dominios del silencio
Lo cierto es que en dos generaciones nuestros pueblos serán un desierto a merced de alimañas y animales salvajes
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UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO
Piskerra, en las Bardenas Reales de Navarra. :: FERNANDO J. PÉREZ
En fin, una novela total que tiene dentro, al menos, una de aprendizaje, otra de sociología de la España del siglo XX, una catarsis de los demonios domésticos o un pulso entre las diversas visiones de la vida campestre y de los suburbios, de la transformación en el tiempo de su realidad. El investigador Samir Sayadi, citado por Cerdá, distingue y explica, entre las múltiples formas de huida del capitalismo, el ‘simple lifestyle movement’, la ‘amenity migration’, el ‘down-shifting’ y el ‘slow movement’. No sabría muy bien en cuál encuadrar, pues participa de varias de ellas, al aventurero y fotógrafo Nick Jans, que buscó adrede la vida retirada, extrema, durante dos décadas, en los valles del noroeste ártico, junto a los iñupiaq y el pueblo de la Piedra Roja. En ‘Lobo negro’ (Errata Naturae, dentro de la impagable colección ‘Libros salvajes’, dedicada a experiencias vitales maravillosas, unidas a la naturaleza, lejos del mundanal ruido) relata pormenorizadamente, con amor no exento de rigor reporteril, la historia de un lobo solitario que apareció cerca de Juaneau, un lugar más civilizado al que se había trasladado, misteriosamente manso y amistoso, sociable y bonachón, que me ha traído a la cabeza el lobito bueno de José Agustín Goytisolo. Claro que Jans no recurre a la ironía, sino que se acerca, incluso con espléndidas fotografías, de manera ejemplar, minuciosa, a la difícil relación, no digamos convivencia, entre el lobo y el hombre, a partir del caso inaudito de ese lobo real que hizo ‘amistad’ con perros caseros y sus dueños, con el peligro subsiguiente de convertirse en blanco fácil de los tramperos y los cazadores furtivos, gente incontrolada y fanfarrona, infantil e ignorante, con el mal dentro. De fondo, la polémica del control de los depredadores en Alaska, con la otrora famosa gobernadora Sarah Palin de por medio. El Norte de América, aun con las controversias sobre el control lobuno, poco tiene que ver en cuanto a visceralidad y cabaña ganadera con nuestro terruño: cuando los lobos diezman los hatajos a desmán, los ganaderos claman a las administraciones o se toman la justicia por su mano o a escopeta cebo o cepo amigo. Si bien sobre este asunto la batalla, agria, está servida en todas partes. Lo cierto es que en dos generaciones nuestros pueblos serán un desierto, a merced de alimañas y animales salvajes. Salvo excepciones más bien pintorescas, la repoblación efectiva es una utopía que sólo puede contemplarse desde la ficción, como hace Eduardo Gil Bera en ‘Atravesé las Bardenas’ (Acantilado).
LOS ÚLTIMOS Paco Cerdá, Pepitas de Calabaza, 176 pp., 16 €.
VIÑETAS Agustín Sánchez Vidal, Harper Collins, 352 pp., 18,90 €.
LOBO NEGRO Nick Jans, Errata Naturae, 416 pp., 21,50 €.
ATRAVESÉ LAS BARDENAS Eduardo Gil Bera, Acantilado, 144 pp., 14 €.
No se sabe hasta el final de la novela si la idea va a concretarse o a quedarse en castillos en el aire, si bien sólo locuras de este calibre podrían revertir la despoblación total. El inicio de la acción se sitúa, como en la narración de Sánchez Vidal, en el momento de la gran emigración de mitad del siglo pasado, y en las proximidades comarcales de la Tudela natal del autor, en el páramo marciano de las Bardenas Reales, entre sus cabezos, donde se pretenden construir siete pueblos nuevos, mediante mano de obra presidiaria, a modo de redención, al calor de la geografía real y de los pueblos blancos de colonización de los planes de desarrollo y la política hidráulica que se citan. Hay que echarle valor y tener gracia para sostener semejante obertura. Sólo alguien tan polifacético como Gil Bera, siempre incisivo y original, que nunca sabes por dónde se va a arrancar, como los joteros enrachados, puede conseguirlo. Con un humor sordo, soterrado, con bastante retranca, aguanta los empentones del «cierzo tenaz». Los personajes son alucinantes, un tanto descacharrados, como de realismo mágico perturbado por película de Álex de la Iglesia cuando se entona o del Cuerda de ‘Total’, el ensayo nulo de ‘Amanece que no es poco’, donde Oncala es París. La ambientación de época, costumbrista, magnífica; igual de estilizada que el lenguaje, igual de precisa desde la extrañeza. El referente bíblico con el Ebro como el Mar Rojo o Cornialto como el Sinaí, con su Yahvé particular, sin desperdicio. Uno de los entrevistados por Cerdá deja caer que parte de la postración en que nos encontramos se debe a «la falta de iniciativa de la gente, inducida por un acomodamiento y una resignación que amodorran». Y no digo que no lleve razón, ahora, cómo va a prosperar la agricultura y la ganadería si producir es algo obsoleto y la economía, todo comercio e intercambio, se reduce a lo financiero. Así que el personal se arrejunta sin remedio, como sea, sólo hay que ver el horror de los pueblos-ciudades del cinturón madrileño frente a la desertificación galopante de los alrededores. En fin, otro colega de la parte de Segovia le dice todo chulo al joven periodista que «somos pocos pero fuertes, duros como el pedernal, aguantamos lo que nos echen». No sé si no exagera, cada vez que escucho este silencio sobrehumano, sin pájaros siquiera, vete a saber si causado por los herbicidas totales o por la ausencia de actividad humana, pienso que los pueblos se acaban sin remedio, que no hay solución y que no podemos hacer nada.
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LECTURAS
UNIDOS EN EL ABISMO El fecundo aliento de ‘La ballena de St Piran’ JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN
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ay novelas difíciles de etiquetar. El etiquetado de una novela es, por otra tarde, una tarea banal realizada por editores, distribuidores y libreros, con la complicidad de muchos autores, para buscar al lector, al comprador que responde a ciegas a ese acto de objetualizar la creación transformada en mero producto. John Ironmonger, al escribir ‘La ballena de St Piran’ –la edición original inglesa es de 2015– se propuso sin duda gestar una narración que bebiera de diferentes subgéneros dentro de la novela: la ciencia-ficción, la de tesis, la social, la amorosa, la de aventuras, la que se alimenta de variadas referencias metaliterarias: el ‘Leviatán’ de Hobbes, la ballena y el Jonás bíblico y coránico… De esa diversidad de propósitos da cuenta en las ‘Apostillas del autor’ previas a un listado alfabético de los casi setenta personajes que pueblan su libro, facilitando así una lectura que arrastra desde la primera a la última página. Jonas ‘Joe’ Haak aparece desnudo en la playa de un pueblecito de poco más de trescientos habitantes situado en el extremo occidental del Cornualles británico. Una ballena lo ha salvado de pe-
El escritor británico John Ironmonger. recer ahogado. Joe es un analista informático que ha trabajado para un banco dedicado a la especulación en Bolsa, sin piedad alguna, de la City londinense. Las previsiones de futuro del programa ciberespacial que ha diseñado no son en absoluto halagüeñas: a la humanidad le aguarda una nueva epidemia de gripe mucho peor que la sufrida en todo el mundo
entre 1918-1919 y que causó más de un millón de muertos. Ese desastre producirá además el colapso de toda la cadena internacional de distribución de petróleo, y de cualquier clase de producto del que nos abastecemos, debido a que vivimos en un mundo globalizado que ha terminado con cualquier vestigio de autonomía social y económica. La guerra consi-
guiente entre naciones –se mencionan conflictos petroleros que al lector le recuerdan algunos bastante recientes, y otros actuales– acabará por acercarnos a una suerte de Apocalipsis que supondrá el fin de la vida humana en el planeta. Se trata de una distopía que más de un analista político de hoy no descarta que acontezca. Pero ‘La ballena de St Pi-
ran’ es una novela cargada de optimismo y de esperanza en el ser humano. En efecto, las previsiones del programa ideado por Joe Haak se cumplen, pero tendrán un carácter pasajero y las sociedades lo superarán apostando por lo que las une y las rescata: «Así que la vida sigue. El mercado de valores sube y baja, las cadenas de suministros se rompen, las civilizaciones se convierten en polvo, pero la magia de la reproducción humana lo supera todo». Esta reflexión del protagonista, al conocer que una mujer de St Piran está embarazada en medio de las más temibles circunstancias, sirve para describir el espíritu que mueve a los habitantes de la aldea asumiendo juntos, en perfecta solidaridad, el tiempo que reste de vida, aun cuando no conozcan la temporalidad de la situación. Define también el espíritu que inunda la novela de Ironmonger esta frase de otro de los habitantes de St Piran, una emigrante africana: «Tenemos un dicho en Senegal [...] Nunca es bueno estar solo. Pero si ‘tienes’ que estar solo, entonces estate solo con un amigo». En St Piran la poesía se impone sobre la historia. Joe comprende por fin, con sus habitantes, el consejo que su padre le dio siendo niño, refiriéndose a cualquier tipo de crisis que se cruzara en su vida: «Puntúala de uno a cien. Luego mira el horizonte como si no pasara nada, y pregúntate qué valor tendrá mañana. Y cuál la semana que viene. Y el año que viene. ¿Escribirán sobre esa cuestión en tu necrológica? ¿Morirá alguien? Si no es así, puedes volver a enfrentarte a ella otra vez y sabrás lo importante que es». La cadena internacional de distribución que cohesiona y mantiene al mundo se ha roto. Pero hay otra cadena, «mucho más ín-
tima, pero aún así posiblemente no menos compleja», que puede y debe mover las reacciones humanas, la que de verdad puede salvar las sociedades: y esa solo reside en el apoyo solidario. St Piran, décadas después de aquella crisis, sigue celebrando anualmente el Festival de la Ballena: en él, algunos ancianos que la vivieron siendo jóvenes ilustran a los niños y a los jóvenes sobre la importancia de lo acontecido. Ironmonger construye su novela en flashbacks que reproducen aquellos episodios y en otros que nos hacen conocer en detalle la vida pasada de Joe Haak. Ha tenido también un especial cuidado en trazar personajes femeninos de enorme sutileza. La novela, pese a su compleja y ambiciosa estructura, se lee con interés, y conmueve.
Juan Luis Panero. :: J. HUESCA
vo la de Miguel D’ Ors, sobre otras de la línea clara y de versicular de aquel momento. Así y con una escogida bibliografía de obra y estudios llega este trabajo exquisito en el sentido español, no portugués, breve y brillante, serio. O una mano de buenos y trabados estudios de Sergi Santiago Romero, Javier Lostalé, Javier Huerta, Clara Martínez Cantón y Jorge Braga, además del de Luis Miguel Suárez, en su sobresaliente esfuerzo. No solo académico, sino lírico, al que una breve y bien escogida antología da el aplauso del colofón. Si a todo ello le añadimos el trabajo editorial de Antígona, sabremos que este viaje no se ha emprendido en balde.
MERITORIO VIAJE RAFAEL MORALES BARBA
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n tiempos de abandono real de la poesía en la formación académica y en la social, la lírica se ha retirado del venero del canto tradicional con calidad y convertido en algo próximo al sumerio acadio por el escaso respaldo estadístico que levanta frente a
la canción (han bautizado con el Nobel a Dylan recientemente con el aplauso social y triunfa Karmelo Iribarren, no sin razones). Por ello es encomiable el esfuerzo de la Asociación de Amigos de Casa de Panero en su reivindicación y resistencia. Sita en Astorga, frente al Teleno, cosa sabida, como la de algunos hijos notables de la villa al frente (los de la cosa lírica reía Claudio Rodríguez), Javier Huerta Calvo y Juan José Alonso Perandones, entre otros. Además de siete trabajos sobre el poeta leonés, la bre-
ABOLIDO ESPLENDOR. EN TORNO A LA POESÍA DE JUAN LUIS PANERO (Javier Huerta Calvo Ed.) Ediciones Antígona, Madrid, 2017.
ve y cuidada edición incluye noticia de un libro inédito, ‘Las visitas de Hieronimus Bosch’, con el que la siempre generosa Fundación Juan March apoyó el proyecto inacabado. No es el momento de evaluar la poesía del madrileño/ astorgano de origen, pues lo han canonizado casi todas las más prestigiosas antologías de época. La última de Araceli Iravedra bajo dirección de Francisco Rico, que ha sacado de lista algunos nombres, no ha dejado de apostar por su lírica. Y apenas por las próximas, sal-
LA BALLENA DE ST PIRAN John Ironmonger. Traducción de Mariano Antolín Rato, Madrid, Alianza Editorial, 2017, 413 páginas, 19 euros.
«En esta novela optimista, esperanzadora, la poesía se impone a la historia»
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EL AMOR QUE OSÓ DECIR SU NOMBRE Amistades Particulares traduce al español la novela ‘Escal-Vigor’, del belga Eekhoud LUIS ANTONIO DE VILLENA
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oco se suele decir (porque son obras mayoritariamente en francés) sobre la importancia que tuvo Bélgica, su literatura y pintura, en los movimientos decadentes y simbolistas del ‘fin de siècle’. Muchos autores de origen flamenco, escribieron lo mejor de su labor en francés y llegaron a tener un éxito muy notable: así Maeterlinck –que sería premio Nobel– Verhaeren o nuestro Georges Eekhoud (1854-1927) que sí escribió en neerlandés, pero solo artículos de prensa y alguna novelita popular. Lo más notable de su obra –narrativa, sobre todo– está en francés como esta su acaso más singular novela, ‘EscalVigor’ que se editó en 1899. Su novela más famosa fue ‘La nueva Cartago’–1888– que se tradujo al español antes de la Guerra Civil. Tiene otras obras de temas marginales o de gente de vida fácil –como ‘Les libertins d’Anvers’, los
libertinos de Amberes de 1912– pero es en la por primera vez traducida ‘EscalVigor’ donde el muy apuntado tema de las relaciones homosexuales, entre dos jóvenes de distinta condición social ( y el conde algo más mayor) cobran un halo de leyenda y se expresan con notable claridad, ya que Henry de Kehlmark, el conde dueño del castillo de EscalVigor, dice claramente preferir el amor del joven campesino Guidon –tenido hasta ese momento por raro y vago– al de ninguna de las mujeres que lo pretenden, aunque con una (Blandine) llegará a tener fugaces relaciones, y ella será siempre una devota de su señor. Escal-Vigor es un fuerte castillo que está al norte de una imaginaria isla llamada Smaragdis o la isla Esmeralda. La acción de la novela (con tramas y acciones secundarias contra el conde y lo que
ESCAL-VIGOR Georges Eekhoud. Trad. Carlos Sanrune. Amistades Particulares, Madrid, 2017.
termina entendiéndose como sus «vicios») ocurre en un lugar irreal –no sabemos si era otro modo de evitar la censura– de ambiente claramente medievalizante. Ello no sorprendería al lector avezado de la época, ya que el prerrafaelismo inglés había puesto de moda una Edad Media con mirada estética, y autores como William Morris –y otros más populares– habían escrito libros en utopías positivas o negativas, puramente mentales, como ‘Noticias de Ninguna Parte’ (1890). Además se interesaron por el clima peculiar de viejas sagas nórdicas. Todo esto nutre y decora –si vale la expresión– la presente novela de Eekhoud dándole fácil pie, además, a otras libertades, pues todo sucede en un tiempo medio contemporáneo, medio inconcreto, que posibilita la supervivencia de ritos paganos desenfrenados como el que finalmente cuesta la vida al bello Guidon, semejante al rito del despedazamiento de las bacantes o ménades. Porque Guidon y Henry terminan por morir (quizás otra concesión a la época represiva) pero no sin haber vivido su amor –que ya osa decir su nombre– con plenitud: «Llegará el momento en que proclamaré mi razón de ser ante todo el mundo…» Y entonces el conde Henry enumera algunos célebres amores entre hombres y muchachos, Shakespeare y William Herbert (el ‘lovely boy’
El escritor belga Georges Eekhoud. :: EL NORTE de sus sonetos), Miguel Ángel y Cavalieri, Adriano y Antinoo y escritos más cercanos como obras de Tennyson , Walt Whitman o el más pionero en lo contemporáneo, Edward Carpenter. Novela, pues, de plenitud y ansias de
«Es un noble relato sobre el amor gay que anhela vocear su normalidad»
futuro, ‘Escal-Vigor’ entre otras cosas el lugar que esconde ese celeste amor, es un noble relato, no falto de intrigas, sobre el amor gay que anhela vocear su normalidad. Oscar Wilde vivía aún, caído, cuando se publicó.
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LECTURAS José Ramón Ripoll brinda la palabra como remedio y bálsamo en su último poemario JORGE DE ARCO
LA LENGUA DE LOS OTROS José Ramón Ripoll. Visor Poesía. Madrid, 2017. 106 páginas 12€.
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ras la aparición de, ‘Piedra rota’, (2013), dejé escrito que los poemas de José Ramón Ripoll (1952) suponían una búsqueda de lo real a través de una dicción exacta, reconocible, con un discurso lírico profundo, exento de retórica y, en los cuales, el sujeto parecía actuar más como un contemplador que como un conocedor. La reciente aparición de ‘La lengua de los otros’ –galardonado con el XXIX Premio Loewe– devuelve a la actualidad al poeta gaditano y permite al lector sumergirse en su renovador decir. Lo personal de su lenguaje, el aroma figurado de su mensaje, el significado tentador que se esconde tras la semántica de su imaginario, va vertebrando un decir bien pensado, sabiamente motivador: «Mis dedos se obsesionan con cruzar/ la línea del eclipse/ para buscar más luz,/ otra mano que los ciña y proteja,/ los encierre en su zarpa/ y haga sentir más libres». En ese afán de hallar una lumbre reveladora, capaz de hacer estremecer el tiempo y espacio que convocan su conciencia, Ripoll tantea su destino, cifra sus anhelos, desnuda las sílabas de su pronombre y se deja ganar por la vibración del recuerdo, de
EL FRÍO DE VIVIR Sergio García Zamora.Visor Poesía. Madrid, 2017.88 páginas 12€.
la emotividad filial: «Todo está congelado en aquel cuarto:/ La turbación y la tiniebla/ de un niño que aún esconde su rostro/ debajo de la almohada/ mientras brillan sus lágrimas/ como eternos carámbanos/ que en su interior retienen/ fragmentos de mi madre». Dividido en tres apartados, el poemario se reconoce en una estructura lineal, unánime. Además de la citada ausencia maternal (‘La mano de mi madre es nube y vuelve’), las sombras que aproximan la muerte, el azar que convir-
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escondido de la vida»), la incertidumbre de su maltrecho corazón le hará abandonar su cobijo y cruzar el umbral de su propio acontecer. Y así, liberado de los peligros que giran en derredor, asumirá el reto imperativo de asumir su existencia, su finitud: «Un poeta se casa con la vida, pero vive enamorado de la muerte». En la contraportada del poemario, Víctor Rodríguez Núñez señala que en estos poemas «se manifiesta una conciencia crítica que crece desde las raíces de la infancia
Cuando la víctima se convierte en héroe, ya no tenemos una historia de terror: giramos hacia la épica, hacia la epopeya, hacia la caza del dragón. El ejemplo paradigmático de esto es ‘Drácula’. Eso no significa que cazar dragones no sea actividad arriesgada, que no implique, incluso, ciertos terrores. Pero suele acabar con el dragón muerto. Y donde hay victoria, donde desaparece la amenaza, desaparece el terror. Y el terror, para que la narración sea realmente terrorífica, debe permanecer. Aunque sea de modo más o menos residual. El mejor terror es inmortal, indestructible. Acaba consumiéndolo todo. O podría hacerlo si le viniera en gana. Por supuesto esto es una
opinión personal. Y hay muchos tipos de horror, más o menos sutiles. Con esto no quiero decir que no haya buenas novelas de terror. Las hay. ‘Nuestra señora de las tinieblas’, de Leiber, es tal vez mi preferida. Es, por cierto, de las más originales. Hay algunas más, no vamos a negar que ‘El corazón encadenado al infierno’, alias ‘Hellraiser’, tiene grandes méritos. ‘El resplandor’ está cerca de ser impecable. Hay más. Una relativamente reciente es ‘El rito’, de Laird Barron, y hay que levantarse el sombrero ante ella. No es muy larga, pero tampoco breve. De alguna manera consigue que cada una de sus páginas contenga su dosis de inquietud, más o menos vaga.
Está recorrida de cabo a rabo por la impresión de que sabemos de qué va esto –y en cierto modo, pero no del todo, es así–, pero también de que podríamos estar equivocados. La novela no juega a ocultar secretos. Pero sólo estamos parcialmente seguros. Incluso a medida que los detalles se van agregando. Es un efecto extraño, perturbador, que hace que la historia sea más eficaz en sí misma. Los datos nos conducen a un estado de semiparanoia. Todo se nos ha contado al principio, aunque no del todo: La versión sangrienta, retorcida, del cuento del Enano Saltarín, parece contener todos los elementos. Y lo hace. Aún así, los detalles posteriores no dejan de sorprendernos.
DE LA LENGUA Y DE LA VIDA tió en eco la niñez y el disfraz con que el yo murmura en soledad su himno vital, sirven como materia temática para estas páginas que desgajan el silencio insondable de la existencia. Y remedio y bálsamo resulta, al cabo, la lengua, única y común, sedienta y solidaria; la lengua propia, la lengua de los otros: «Quiera la noche que este idioma/ de herrumbres y murmullos cárdenos,/ que en duermevela me musita/ la canción de la noche,/ no me abandone nunca». Con ‘El frío de vivir’, Ser-
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA
iempre he pensado que una historia de terror gana con la brevedad. Que los fantasmas, los demonios, las cosas inquietantes que se arrastran en la oscuridad, funcionan mejor en los espacios confinados del cuento o de la novela corta. Quizás, porque en los límites estrechos, claustrofóbicos –y tratado del modo adecuado, todo puede ser claustrofóbico: hasta el universo entero–, nos envuelve con más precisión en el
gio García Zamora (1986) obtuvo el Premio Loewe a la Creación Joven. Este poeta, filólogo y editor, tiene ya publicados más de una docena de poemarios y ha alcanzado distintos reconocimientos por su obra lírica. Sabedor de que un ser poseído por el dolor no es libre, el escritor cubano va detallando al hilo de los versos los estados de su alma. Oculto, en un principio, tras el refugio que concede el abismo del aislamiento («Me encierro en el ático de una casa sin ático. Me encierro a escribir de la vida
y no se olvida de ser autocrítica ni se limita a lo personal». Y, en efecto, el compromiso de García Zamora surge coligado con aquellos que saben y que experimentan los rigores del dolor, de la ausencia, de la tristura. Y con aquellos, a su vez, que descubrieron que crecer no es una ventaja, mas sí un enorme privilegio. Dividido en cinco secciones, ‘El frío de vivir’, ‘El animal vil’, ‘Negocio propio’, ‘Jaula para osos’ y ‘Las peras del olmo’, el volumen avanza a caballo entre la prosa y el verso y no renuncia a una precisa carga de ironía, de denuncia, de riesgo, que deviene en un conjunto articulado de manera homogénea y original: «Qué es el poema, sino una jaula para osos,/ un mecanismo para contener la perfección,/ un herraje más contra aquello que libre/ logra siempre destrozarnos».
El poeta gaditano José Ramón Ripoll. :: DAVID GONZÁLEZ-EFE
CIRO GARCÍA
aliento de lo terrorífico, la conciencia de la dificultad, de la imposibilidad incluso, de escapar. Lo he dicho antes: las mejores narraciones terroríficas son breves. Los mejores cultivadores del género rara vez apostaron por la novela. Cuando lo hacían, esta no era muy larga. El problema de la novela de terror es que, por lo general, no es exactamente una narración terrorífica. Muchas veces lo que tenemos con estas novelas es un
conjunto de aventuras que, en ocasiones, estallan en pasajes siniestros o macabros. El terror se diluye. Además, en el terror más genuino, hay dos tipos básicos de personajes, el que infunde miedo –que a veces ni siquiera es un personaje propiamente dicho– y la víctima. El protagonismo suele corresponder a esta última. Transformar, como hacen muchas novelas, también muchas películas, a la víctima en héroe, resta efectividad.
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
LA MOVIDA MADRILEÑA CONTADA A LOS ADOLESCENTES :: V. M. NIÑO
Marta Sanz, el pasado lunes, en la librería Ateneo de Palencia. :: ANTONIO QUINTERO
ARRUGAS DEL CUERPO Y GRIETAS SOCIALES Marta Sanz aborda el miedo a la enfermedad personal como vía para plantear los síntomas de la crisis VÍCTOR VELA
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s imposible atravesar este libro (corto como una vida, afilado como una uña que se clava en el pulmón) sin examinarse a fondo, sin entregarse a ese ejercicio que propone la narradora: colocar una cámara en la frente y, desde ahí, inspeccionarse por dentro entero todo. Colarse por el interior de la piel, mirarse huesos y arterias, músculos y órganos varios, para descubrirse dolores, los engranajes dañados del mecanismo. Marta Sanz diagnostica con ‘Clavícula’ una crónica del dolor, un relato de sus hipocondrias, de sus miedos, del temor a envejecer, del pánico a padecer una enfermedad que se siente pero no se sabe explicar. La obsesión por el deterioro.
Sanz retuerce el dolor para abordarlo desde diversas perspectivas: como penitencia, como condena, como amenaza, como chantaje hacia los demás (que lo pueden recibir con misericordia, con ternura, con la superioridad del sano). El dolor visto desde el punto de vista del paciente que espera en sucesivas consultas sin que los médicos acierten a determinar la causa (¡esa imagen de los enfermos que se miran los zapatos en las salas de espera!). El dolor como inspiración también para la tarea del escritor, que busca palabras para concretar lo que siente, como quien intenta ponerle nombre a la enfermedad para domar el mal. Y el dolor, además, sobre
CLAVÍCULA Marta Sanz, Anagrama, 2017. 208 páginas. 16,90 euros.
todo, como achaque común. La arrugas del cuerpo y las grietas sociales. Este relato en primera del singular pega un salto hacia la primera del plural para hablar de un modelo económico y financiero que ha provocado hondas dolencias en una sociedad de contratos precarios, de paro, listas de espera e inestabilidades. De incertidumbres como toses. Este relato (que empieza y se cierra en un avión) nos recuerda que el dolor, tanto el físico como el social, corroe la alegría, se come la pasión, erosiona la esperanza. Me gusta cómo el libro nos recuerda que disimulamos tristezas y miserias con los selfies y los perfiles de Instagram. Que el mal es menos doloroso cuando se comparte. Que la gangrena social avanza más lenta cuando hay compañía y solidaridad. Es ‘Clavícula’ un libro, casi un diario, con frases medidas como versos, como si hubiera sido escrito para leerlo en voz alta, con mucho diminutivo, con transcripciones de correos electrónicos y relatos varios. Una acumulación de párrafos como síntomas de una enfermedad personal que en realidad hablan de una dolencia social que seguimos llamando crisis.
Tejedora de tramas a varias bandas, en distintos tiempos históricos y con los adolescentes en primera fila, Rosa Huertas muestra su maestría también en ‘La sonrisa de los peces de piedra’, la novela ganadora del XIV Anaya de Literatura Juvenil. En este caso invita a los jóvenes de este milenio a conocer el Madrid de la movida, desde la sugerente portada de Javier Olivares rememorando la sala Rock-Ola. Ángela y Jaime son hijos de la generación referida. Ellos reconstruyen el pasado de sus progenitores, meollo de la historia que se ofrece al lector en dos pistas paralelas. Jaime tirará del hilo para saber quién es su padre mientras Ángela atesora los recuerdos del suyo que aca-
ba de morir. La piedra angular es Julia, la madre de Jaime, amiga de Santi, padre de Ángela y narradora desde el papel de su pasado. En una larga carta desmenuza su juventud para que su hijo entienda. Y aquella transitó en compañía de dos
LA SONRISA DE LOS PECES DE PIEDRA Rosa Huertas. XIV Premio Anaya de Literatura Juvenil. 224 páginas. 12 euros, a partir de 12 años.
amigos, Santiago y Manuel, por salas como el Rock-Ola, El Sol, con Nacha Pop y Tino Casal en la banda sonora, el primer cine de Almodóvar o las fotografías de Ouka Lele y García-Alix y pintores como Ceesepe o El Hortelano. Por encima de toda esa envoltura artística, el deseo de libertad, los enamoramientos cruzados, la convivencia esquinada según momentos. Jaime y Ángela resolverán un puzzle con las piezas de sus padres y terminarán por descubrir de dónde vienen y que, a partir de ahí, pueden continuar juntos. Rosa Huertas controla las dosis de información, de sentimientos y de entretenimiento, las mezcla convenientemente y estas terminan por enganchar a cualquier lector.
DE LOS FRUTOS DEL CARIÑO :: V. M. N. El patio del colegio es el primer espacio socializador, el primero donde gregarismo o diferencia se manifiestan. Pedro es el único alumno que se fija en el árbol de su patio. Es apenas un palo con media docena de pobres hojas al que empieza a cuidar: le habla, le riega, le pone una valla. Hasta la profesora le conmina a dejarlo, porque siempre ha estado así, solo en el lugar de recreo, sin que nadie espere demasiado de él, un árbol anodino. Sin embargo Pedro no ceja en su empeño. Su cita diaria con el árbol
EL ÁRBOL DE LA ESCUELA Texto de Antonio Sandoval e ilustración de Emilio Urberuaga. Kalandraka. 40 páginas. 13 euros. A partir de 6 años.
será secundada por otros niños. Nuevas y esperanzadoras hojas brotan de las ramas que a su vez se multiplican. Los niños pueden escalar por ellas, la maestra cuelga un columpio. Llega a ser tan frondoso que invita a la construcción de una casa en su copa. La casa será una biblioteca y el árbol agradecerá tanta atención ofreciendo una nueva semilla para que otro patio tenga un árbol como él. Sandoval cuenta esta sencilla historia de entusiasmo colectivo y Urberuaga la dibuja con su característica apuesta por el color y sus diminutos personajes.
14 LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 13.05.17 EL NORTE DE CASTILLA
E
n la ‘Ortografía de la lengua española’ de la RAE, publicada en el año 2010, puede leerse (cap. IV, § 2): «Las normas de uso de las mayúsculas en cada lengua son convencionales, por lo que no son inamovibles y están sujetas a cambio y evolución» y «Podemos encontrar usos tan diversos de la mayúscula como el maximalista del alemán, lengua en la que se aplica a todos los sustantivos; el intermedio del inglés, que presenta una considerable abundancia de mayúsculas, o el del español, cuya tendencia a la minusculización ha sido notoria en los últimos tiempos». De esto último quiero ocuparme hoy: de cómo se ha definido el uso de la mayúscula en las fórmulas de tratamiento, un apartado en el que advierto cierto abuso de las mayúsculas sin que su uso esté justificado. Las fórmulas de tratamiento se emplean para dirigirse o referirse a una persona por cortesía o en función de su cargo, dignidad, jerarquía, titulación académica, etcétera. Van desde ‘usted’ o ‘vos’ hasta ‘excelencia’, ‘majestad’, ‘santidad’ o ‘doctora’. Estas fórmulas en el pasado se escribían con mayúscula inicial por una necesidad de poner de manifiesto la especial relevancia que se otorgaba a la persona por parte de quien escribía. En la actualidad esta práctica está muy asentada en documentos oficiales y en textos administrativos, pero no hay razón lingüística que justifique la presencia de la mayúscula en estos casos. Por lo tanto, todos los tratamientos han de escribirse con minúscula, tanto los que preceden al nombre propio (santa Teresa, san Juan, fray Bernardo, don Carlos, doña Luisa, sor Ana, doctora Ruiz, señora María, señor González) como los que pueden utilizarse sin él (usted, señor, excelencia, ma-
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
MAYÚSCULAS EN FÓRMULAS DE TRATAMIENTO jestad, santidad, señoría, doctor). La RAE advierte (§ 4.2.4.1.5): «Para aquellas fórmulas honoríficas correspondientes a las más altas dignidades en el tratamiento protocolario (‘su santidad’, ‘su majestad’, ‘su excelencia’...), la mayúscula inicial es admisible –aunque no obligada– solo si el tratamiento no va seguido del nombre propio de la persona a la que se refiere». Es muy oportuno el resalte académico a modo de inciso que aparece entre rayas para señalar que no hay obligación de usar mayúscula inicial en este caso. De acuerdo con esta información, hay que escribir: ‘La recepción de Su Majestad tuvo lugar en el Palacio Real’ o ‘La recepción de su majestad tuvo lugar en el Palacio
Real’; y ‘La recepción de su majestad Felipe VI tuvo lugar en el Palacio Real’ y no ‘La recepción de Su Majestad Felipe VI tuvo lugar en el Palacio Real’. Claro está que las fórmulas de tratamiento pueden abreviarse y de hecho existen fórmulas convencionales reconocidas y empleadas por los hablantes. En este caso la abreviatura en cada caso ha quedado fosilizada en mayúscula, por lo que debe usarse de este modo. Pero hay que tener presente que el uso de la abreviatura de las fórmulas de tratamiento debe responder a las normas que rigen su uso: a) no pueden aparecer en cualquier lugar de un texto en lugar de la palabra a la que reemplazan; b) solo deben
usarse cuando anteceden al nombre propio; c) terminan en punto. Para su uso en contextos adecuados primeramente hay que conocer la fórmula abreviada convencional. Muchos hablantes creen que las conocen cuando en realidad no es así. Por ejemplo, las abreviaturas de ‘doña’ son ‘D.ª’ y ‘Dña’ y no ‘Dª’ y ‘Dña’. Cuando asaltan las dudas resulta útil consultar los listados de abreviaturas más frecuentes, entre ellos el de la RAE: http://www.rae.es/diccionario-panhispanico-de-dudas/apendices/abreviaturas Si atendemos a las normas que rigen su uso, no es admisible escribir ‘abandonó la sala el Sr. Antonio’ o ‘se incorporó a la reunión el Dr. Pérez’ en un acta porque las abre- Los tratamientos viaturas no han de escribirse pueden aparecer en cualquier con minúscula; lugar de un tex- los que preceden to en lugar de la al nombre propio y palabra a la que reemplazan. Ni los utilizados sin él tampoco ‘abandonó la sala el Señor Antonio’ o ‘se incorporó a la reunión el Doctor Pérez’ porque todos los tratamientos han de escribirse con minúscula. Habría que escribir ‘abandonó la sala el señor Antonio’ o ‘se incorporó a la reunión el doctor Pérez’. A quienes padecen de ‘mayusculitis’, sepan que no hay razón lingüística que justifique la presencia de la mayúscula en las fórmulas de tratamiento y que en la actualidad en español no hay relación entre la relevancia que se otorga a la persona a la que se hace referencia y el uso de la mayúscula. Menos mal.
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID
OLETVM VALLADOLID
HYDRIA SALAMANCA
MARGEN VALLADOLID
FICCIÓN
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FICCIÓN
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Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Canción de Bruma. Santi Balmés (Principal de los libros)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Lo que te diré cuando te ... A. Espinosa (Grijalbo)
La magia de ser Sofía. Elísabet Benavent (Suma)
La asamblea de los muertos. T. Bárbulo (Salamandra)
Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)
No soy un monstruo. Carme Chaparro (Espasa)
Tierra de campos. David Trueba (Anagrama)
Examen de ingenios. J. M. Caballero Bonald (Seix Barral)
El monarca de las sombras. J. Cercas (Random House)
Mujeres que compran flores. V. Montfort (Plaza Janés)
No soy un monstruo. Carme Chaparro (Espasa)
Derecho natural. Ignacio Martínez de Pisón (Seix Barral)
A menos de cinco centímetros. Marta Robles (Espasa)
El laberinto de los Espíritus. C. Ruiz Zafón (Planeta)
El color del silencio. Elia Barceló (Roca)
Confesiones de un amigo imaginario. M. Cuevas (Puck)
Mac y su contratiempo. E. Vila-Matas (Seix Barral)
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
1936 fraude y violencia ... M. Álvarez / R. Villa (Espasa)
El libro de Gloria Fuertes. Gloria Fuertes (Blackie Books)
La metamorfosis del mundo. Ulrich Beck (Paidós)
El libro tibetano de la vida ... Sogyal Rinpoche (Urano)
Adelgaza para siempre. Angela Quintas (Planeta)
Aventuras ibéricas. Ian Gibson (Ediciones B)
Regreso a Twin Peaks. VVAA (Errata Naturae)
Sapiens de animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)
Conspiraciones. Jesús Cintora (Espasa)
Frida Kahlo. Una biografía. María Hesse (Lumen)
Tengo tengo tengo. Los ritmos de ...J. A. Millán (Ariel)
Vengo sin cita. F. Fabiani / L.Santolaya (El País Aguilar)
Imperofobia y leyenda negra. Mª Elvira Roca (Siruela)
Imperofobia y leyenda negra. Mª Elvira Roca (Siruela)
Fantasmagoria. Magia, terror... R. Mayrata (La Felguera)
Las pequeñas revoluciones. Elsa Punset (Destino)
La revolución rusa contada para ... J. Eslava (Planeta)
Tenía que sobrevivir. P. Vierci / R. Canessa (Alrevés)
Utopía para realistas. Rutger Bregman (Salamandra)
Imperofobia y leyenda negra. Mª Elvira Roca (Siruela)
SANDOVAL VALLADOLID
LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA
SEMURET ZAMORA
PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA
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Tierra de Campos. David Trueba (Anagrama)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Manual para mujeres de la ... L. Berlín (Alfaguara)
Tierra de Campos. David Trueba (Anagrama)
Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)
Clarissa. Stefan Zweig (Acantilado)
Derecho natural. Ignacio Martínez de Pisón (Seix Barral)
Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)
La hija de Cayetana. Carmen Posadas (Planeta)
El monarca de las sombras. J. Cercas (Random House)
Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)
Los ritos del agua. Eva Gª Sáenz de Urturi (Planeta)
Media vida. Care Santos (Planeta)
Canción Dulce. Leila Slimani (Cabaret Voltaire)
El omega de la aurora. Daniel Borge (Me gusta escribir)
Derecho natural. Ignacio Martínez de Pisón (Seix Barral)
Miel del desierto. Edith Pearlman (Alianza)
NO FICCIÓN
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Imperofobia y leyenda negra. Mª Elvira Roca (Siruela)
Ascensiones en la monta... D. Villegas (Pedrera Pindia)
La España vacía. Sergio del Molino (Turner)
Los últimos. Paco Cerdà (Pepitas de Calabaza)
El ingenio de los pájaros. Jennifer Ackerman (Ariel)
Rutas de BTT y cicloturis... D. Villegas (Pedrera Pindia)
Imperofobia y leyenda negra. Mª Elvira Roca (Siruela)
El siglo de la revolución. Josep Fontana (Crítica)
Desmontando los mitos ... E. Garzón (Península)
Imperofobia y leyenda negra. Mª Elvira Roca (Siruela)
Me crece la barba. Gloria Fuertes (Reservoir
Sapiens de animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)
Las barbas del profeta. Eduardo Mendoza (F.C.E)
La España vacía. Sergio del Molino (Turner)
Lo que te diré cuando te ... A. Espinosa (Grijalbo))
Isabel: la Reina Guerrera. Kirstin Downey (Espasa)
¿Quién domina el mundo?. N. Chomsky (Ediciones B)
Rojo de cadmio. Antonio Álamo (Región)
Los últimos. Paco Cerdà (Pepitas de Calabaza)
Una historia erótica de Versalles. M. Verge (Siruela)
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Sábado 13.05.17 EL NORTE DE CASTILLA
ORTIGAS A MANOS LLENAS SARA MESA
¿Qué está usted queriendo decir?
T
ras la decepcionante ‘La infancia de Jesús’, ando estos días leyendo otra vez a Coetzee con la segunda parte de esta extraña historia protagonizada por el niño David, ‘Los días de Jesús en la escuela’, mucho más sugerente sin duda que su predecesora. De Coetzee lo he leído todo y siempre vuelvo a él, porque aunque falle –y nadie es infalible– también sus fallos me parecen enormemente interesantes. Su literatura consigue dar la vuelta a la realidad para mostrar las costuras que nunca vemos; te coloca en lugares insólitos –e incómodos– y resignifica lo que inconscientemente habíamos catalogado como inamovible; escruta en los cimientos de nuestros prejuicios y sacude muchas de nuestras convicciones. O, como diríamos en un lenguaje mucho más sencillo, ‘te hace pensar’. Pero no voy a hablar más de Coetzee ni de su libro, sino de una curiosa tendencia que lleva al lector a buscar indicaciones del autor –significados e interpretaciones incluso ‘morales’– donde quizá no las hay, o no al menos con la intención que les atribuimos. Esta idea me surgía a partir de una reflexión de Simón, el padre putativo de David, sobre la conveniencia o no de ser más rígido con su hijo. Hasta entonces lo habíamos visto conciliador, comprensivo y paciente, pero la testarudez de David, su evidente desapego y rebeldía y su frialdad emocional le llevan a preguntarse si no se ganaría más respeto siendo un padre autoritario y egoísta. Este tipo de dilemas a los que se enfrentan los personajes de ficción, con su consecuente resolución, son los que suelen hacer que los lectores se pregunten: ¿Qué está queriendo decir el autor? ¿Está en contra de la educación tolerante y abierta? ¿Piensa que hemos ido demasiado lejos y que es necesario regresar al modelo ‘old school’? No es difícil imaginar que preguntas de este tipo sean las que muchos periodistas formulen a Coetzee a raíz de este libro. «¿Qué está usted queriendo decir con sus historias?» A esta cuestión nos enfrentamos públicamente, tarde o temprano, todos los que es-
:: JOSÉ IBARROLA
cribimos. Si has construido una historia de amor en la que el hombre es celoso, ¿estás queriendo decir que aún vivimos en una sociedad patriarcal en la que todos los hombres consideran a las mujeres como posesiones? Si la celosa es la mujer, ¿quieres decir quizá que la mentalidad femenina es competitiva e insegura? Si hay reconciliación y final feliz, ¿tu mensaje es de esperanza? Si, por el contrario, acaban como el rosario de la aurora, ¿es porque consideras que el sistema ca-
«Por su naturaleza, el lenguaje literario es anfibio, se nutre de visiones del mundo –la de quien escribe y la de la sociedad en la que vive– pero también se alimenta de sí mismo»
pitalista ahoga e imposibilita los sentimientos amorosos? Lo peor no es que a menudo terminemos articulando respuestas más o menos acordes con lo esperado –y que terminemos, incluso, creyendo en ellas a fuerza de repetirlas–, sino la concepción que subyace sobre la naturaleza del hecho literario en sí, como si la ficción fuese un instrumento al servicio de un mensaje que preexiste a la escritura, como si las historias y los personajes que las conforman no pudiesen gozar de au-
tonomía y se supeditaran siempre a un propósito aleccionador. Ciertamente, existe la llamada novela de tesis, en la que todos los elementos de la narración se conciben como demostración de una premisa –intelectual, moral, política, etc.–, tomando el rol de arquetipos, pero, si bien ha dado frutos de valor, no lo han sido tanto en el campo de lo literario como de lo ideológico. Por supuesto, de las novelas y los cuentos se pueden extraer sentidos y mensajes que iluminan más allá de sí mismos –de hecho, lo que hace grande la literatura es su universalidad, el hecho de que, al hablar de Gregorio Samsa, de Raskólnikov o de Madame Bovary, habla también de nosotros–, pero esto no convierte el lenguaje literario en cauce de opiniones concretas sobre asuntos de actualidad, como muchas veces se pretende. Un buen amigo mío que tiene el don de la gracia suele contar que, cuando niño, no conseguía entender por qué los maestros se empeñaban en analizar poemas buscando sentidos continuamente: «Con estos versos, el poeta quiere decir: que la vida es caduca/ que el amor es invencible/ que el campo es preferible a la ciudad...». «¡Pues que lo diga!», pensaba él. No es una anécdota tan trivial como parece: lo que el niño juzgaba absurdo era la tendencia de exprimir lo dicho para ‘traducirlo’ a algo más comprensible y fijo, menos resbaladizo, cuando, por su naturaleza, el lenguaje literario es anfibio, se nutre de visiones del mundo –la de quien escribe y la de la sociedad en la que vive quien escribe– pero también se alimenta de sí mismo. Rastrear, como un perro sabueso, qué nos está queriendo decir un autor continuamente es reductor porque despoja de vida y entidad propia a las creaciones. A menudo, cuando nos preguntan qué hemos querido decir escribiendo algo, la única respuesta posible es nada, respuesta que, sin embargo, se queda siempre dentro, porque suena maleducada y vacía, aunque realmente ese ‘nada’, en el caso de los grandes, bien podría sustituirse por ‘todo’.
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Sábado 13.05.17 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinador: Chema Cillero
N
o me pidáis que os cuente lo que pasó aquella noche. Cumplí mi misión, eso debería bastaros. La mano de Dios habría actuado a través de la mía, y no fui sino una ejecutora de su gracia. Pasé a ser la judía, la que representaba al conjunto del pueblo de Israel. Así contaron mi historia los primeros judíos oyentes o lectores de la obra, judíos fieles que se reconocieron en los habitantes de Betulia, la Casa de Dios, símbolo de toda Tierra Santa, asediada por el seléucida. Necesitaban escuchar historias que les dijeran que Dios tiene la última palabra y que la confianza en Él es siempre recompensada, y esos fueron los términos en que hablaron de mí. Pero hay algo que nunca llegué a contar, algo que de haberse sabido me habría separado de esos relatos, transformándome en una extraña dentro de mi propio pueblo. Betulia, mi ciudad, estaba situada a orillas de la llanura de Esadrelón. Rica, virtuosa, bella, estimada por todos, era también la llave de las montañas donde habitaban los hijos de Israel y sus habitantes guardaban el angosto paso que daba acceso al país. Nabucodonosor, el tirano, lo sabía y mandó a Holofernes –¡ay, al hermoso Holofernes!– que la cercara. Fueron días interminables que pusieron a prueba la confianza de los habitantes hacia su Dios. Yo, a pesar de ser viuda, estaba aún en esa edad en que las mujeres viven de ideales. Me habían enseñado que bastaba con la fidelidad a la ley, la oración, el ayuno y la práctica de la castidad, para recibir la asistencia de lo Alto, y no entendía el desánimo que empezó a cundir entre nuestros soldados. Por las noches subía a las murallas y les arengaba reprochándoles su falta de fe. Pero desde esas mismas murallas, mientras hablaba a los míos, veía los fuegos del campamento de los persas, sus tiendas, el murmullo remoto de sus voces, y no podía dejar de preguntarme quiénes eran y lo que esperaban de nosotros. De vez en cuando los más audaces se acercaban hasta nosotros. Montaban en caballos veloces y trotaban despreocupados bajo las murallas con sus armaduras y ropas de colores, como si todo aquello, la guerra, la conquista, el saqueo de los pueblos, fuera un juego para ellos y su única búsqueda fuera la felicidad. Fue mirando a esos jinetes, cuando concebí mi plan. Me bañé y lavé el pelo, me puse mis más hermosos vestidos y, esa tarde, las puertas de la ciudad se abrieron y salí con mis criadas en medio de la admiración de mi pueblo. Yo, Judith, era su libertadora, aunque algo en mi corazón me decía que les engañaba y que
«La tienda en la que estuvimos tenía una cualidad única: era un espacio sin Dios, libre de su vigilancia y ferocidad»
:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL
Mi nombre más secreto lo que me movía, al acercarme a ellos, era el deseo de escuchar sus cantos y ver el brillo de su piel desnuda a la luz de las hogueras. Mi belleza radiante enseguida me abrió la
tienda del general. No me fue difícil engañarle. Le hice creer que los habitantes de Israel habían traicionado a su Dios, y que él, el dulce Holofernes, iba a ser la mano por la que
estos consiguiera su venganza. El instrumento para castigar a los culpables. No es difícil engañar a los hombres jóvenes. Hay una fuerza en ellos que gusta de doblegarse ante
DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO
la mujer, como el agua de los torrentes lo hace al cauce en que se precipita. Fiel a aquella figura de sus fantasías, le pedí permanecer alejada de él, en un lugar donde pudiera elevar a lo Alto mis oraciones. Holofernes empezó a merodear a mi alrededor, y en la noche del cuarto día, me envió a uno de sus criados para hacerme saber que se encontraba disfrutando de un banquete y que nada deseaba más que la bella judía se incorporara a la fiesta. Me presenté con mis más hermosos atavíos y comí y bebí con él y sus invitados, aunque teniendo cuidado de no ingerir más que los platos que me preparaba mi bella sirviente. Según se dijo luego, Holofernes bebería más vino del que nunca habría bebido en un solo día y, cuando avanzada la noche sus oficiales se retiraron discretamente para dejarlo a solas conmigo, se desplomó en la cama y se quedó dormido sin haber podido intentar nada que significara para mí deshonor o impureza. El resto ya lo sabéis, pues también ha sido contado numerosas veces por los melancólicos cronistas de mi pueblo. Según esas crónicas, fue entonces cuando le corté la cabeza que, tras guardar en un pequeño saco, llevé de regreso a Betulia, donde fue expuesta en lo alto de la muralla, causando el espanto de los persas que inmediatamente se retiraron en desbandada. Así se ha contado y se sigue contando mi historia. Pero solo yo sé lo que pasó entre nosotros durante el tiempo que permanecimos juntos. Yo no era ya ninguna muchacha. Había conocido a otros hombres, había visitado palacios, templos, los campamentos de los mercaderes, las enramadas que tiemblan a orillas de los ríos, pero ninguno de esos hombres era comparable a Holofernes. La tienda en que estuvimos juntos tenía una cualidad única, una cualidad de la que solo más tarde, cuando había cumplido mi misión, llegué a darme cuenta. Un espacio sin Dios, libre de sus mandamientos, de su ferocidad, de su vigilancia, eso fue aquella tienda para Judith, la judía. Fue en ella donde, traicionando a mi pueblo, oí pronunciar a aquel hermoso general mi nombre más secreto.