SOMBRA CIPRES
NÚMERO 272 Sábado, 10.06.17
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Ringo, John, Paul y George, los Beatles, caracterizados como la Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band.
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La escultura de la música El álbum ‘Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band’ cumple cincuenta años con una vitalidad que le permite resistir el paso del tiempo CARLOS ROLDÁN
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ue el punto de inflexión, algo que soportará el paso del tiempo como una forma de arte totalmente válida: la escultura de la música...». El quinto beatle George Martin definía así el álbum ‘Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band’ dos décadas después de la grabación de una de las obras de referencia de los Beatles. Cincuenta años más tarde, críticos, expertos y público en general discrepan de su relevancia e incluso algunos de ellos rechazan de plano su calificación de mejor disco de la historia del rock e incluso van más allá, consideran que tampoco es el buque insignia del grupo. Y tienen razón, porque ya han quedado atrás los viejos rankings del periodismo musical de la época que lo entronizó con cierta desmesura como un icono de la música y de la contracultura. No es admisible que un cuadro, un libro o cualquier otra representación artística pueda aspirar a constituirse en el número uno de la historia. Hay una explicación. Conviene situarse en 1967 y contextualizar este entusiasmo. La publicación del disco fue saludada efectivamente como el mejor de los Beatles y el mejor de la historia a pesar de que un año antes había salido al mercado ‘Pet Sounds’, una magnífica obra maestra de Brian Wilson, que también opta, aún hoy, a erigirse en el número uno. Wilson, que no aceptó en la grabación la participación instrumental de su grupo, los Beach Boys, nunca entendió que el Sargento Pepper le superara en reconocimiento y, lo que es peor, en ventas. Paul McCartney, sin embargo, sí admitió la influencia de ‘Pet Sounds’. Podría considerarse, por consiguiente, exagerada la acogida de la entrega
del grupo británico, pero los chicos de la tabla de surf no eran los Beatles ni habían materializado una evolución tan constante. Cincuenta años después arrecian las comparaciones. Las críticas más generalizadas se refieren al intento fallido de producir un álbum conceptual sobre Liverpool. Lo contemplan como un producto que no es redondo porque todos los temas carecen de la misma calidad. Recalcan que ha generado pocas versiones y sobre todo acusan la ausencia de las canciones ‘Penny Lane’ y ‘Strawberry Fields Forever’, inicialmente destinadas al ‘Sargento Pepper’, que fueron anticipadas en un maravilloso single ante las prisas de la compañía discográfica. Los dos temas reúnen las connotaciones descriptivas precisas sobre la ciudad natal del grupo y, desde luego, suponían el aderezo perfecto de una obra que, efectivamente, es la menos versionada de los Beatles, aunque cabe recordar que la interpretación de ‘With a little help from my friends’ de Joe Cocker constituye una de las mejores lecturas de un tema de los Beatles. Parece seguro que nunca ha sido el mejor disco de la historia del rock, pero tampoco tiene tantas grietas como se quiere hacer ver ahora. Y nosotros tampoco somos los mismos de 1967. Surge ahora un efecto rebote que ha provocado un cierto revisionismo en el análisis a los cincuenta años de una grabación que ha soportado bien el paso del tiempo como referente de la discografía beatlemana a pesar de que ha existido una prospección minuciosa de los detalles más nimios de la obra de los Beatles. Pero también aquí es necesario relativizar las críticas ¿Acaso este chequeo exhaustivo sería el mismo si corriera a cargo de una audiencia juvenil que ya no compra discos? Seguro que no. La digestión de la música ya no es tan lenta como en los años se-
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CARLOS AGANZO
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Cansados de ser los Beatles
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n antes y un después. Con valoraciones para todos los gustos. Pero los Beatles que posaron para los fotógrafos con la psicodélica portada de su octavo álbum, ‘Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band’, no eran los mismos que habían entrado a grabar, unos meses antes, en los míticos Abbey Road Studios. «Estábamos cansados de ser los Beatles», dijo Paul McCartney. «Estamos hartos de hacer música ligera para gente ligera», había declarado también John Lennon por aquellos días, con motivo del último concierto de su gira de 1966 en San Francisco. La Beatlemanía había desbordado todos los límites imaginables, y el fenómeno de la fama se les empezaba a ir de las manos. A Lennon no se había ocurrido otra cosa que decir que los Beatles eran «más populares que Jesucristo», y en su periplo por el sur de los Estados Unidos, el Ku Klux Klan quemaba sus álbumes a la puerta de los estadios. Cuando se fueron de vacaciones alguno de ellos pensó en no volver a tocar con el grupo. O al menos a no volver a tocar en directo. De vuelta a los estudios, George Harrison venía maravillosamente impregnado de los sonidos del sitar de Ravi Shankar; John Lennon había conocido a Yoko Ono
en la galería Indica de Londres, y a Ringo Starr le costó sobremanera separarse de su esposa y de su hijo Zak. Paul McCartney, por su parte, les dijo a sus compañeros que estaba dispuesto a grabar «el mejor álbum que jamás hayamos hecho». Definitivamente no eran los mismos. Y como estaban cansados de las persecuciones, las avalanchas, los sustos y los líos, y de aquella música ligera para gente ligera, se decidieron primero a cambiar de indumentaria, y enseguida a buscar un sonido diferente. Lo primero fue relativamente sencillo, a base de patillas, bigotes y uniformes eduardianos, y de hacer pasar a Ringo por el estrambótico Sargento Shears, el líder de la banda del Club de los Corazones Solitarios. Lo segundo, de manera maravillosa, se fue fraguando a fuerza de elementos nuevos en la fórmula musical del grupo: algo de psicodelia, toques orien-
Cuando volvieron de vacaciones tras su agitada gira de 1966, los Beatles no eran los mismos
tales, brotes de music-hall... y la presencia de la orquesta, que fue la principal aportación del productor, George Martin. 129 días con el fondo surfero del ‘Pet Sounds’ de los Beach Boys y los últimos gritos de la técnica, en forma de sonido monoaural y estereofónico en cuatro pistas... La historia del álbum ‘Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band’ fue, de manera inmediata, la historia de un éxito fulgurante de los Beatles, que lograron reinventarse sin romperse ni traicionarse. Sucedió en 1967, es decir, en la víspera del grito que dio el mundo entero en mayo del 68. Pero por encima de la fama, por encima del acierto de la propuesta, por encima incluso del papel que puedan ocupar cada una de las canciones del álbum en el corazón de los seguidores de los Beatles, lo cierto es que después de esta experiencia la música del cuarteto cambió. Y sus intérpretes también. Se convirtieron en músicos de verdad. En músicos que todavía tuvieron mucho que decir juntos antes de separarse. El acorde final de ‘A Day in the Life’, que es el acorde final del álbum, es todo un poema sobre su significado: después de renunciar a la grabación de las voces de los cuatro beatles tarareando, lo que finalmente grabaron fue a Lennon, McCartney, Starr y Mal Evans, en cuatro pianos diferentes y con Martin en el armonio, tocando simultáneamente cuarenta segundos, y subiendo el volumen a medida que el sonido se extinguía, hasta llegar a oír el pasar de unos papeles y el roce de unos de los zapatos de Ringo... Pura leyenda.
A la izquierda, los Beatles y George Martin, durante las sesiones de grabación del disco en los estudios de Abbey Road. Arriba, recibiendo al gurú Maharishi Mahesh Yogi, en Bangor, Gales, en agosto de1967. :: LESTER COHEN-EFE / AP
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Foto publicitaria de los Beatles en 1967. :: REUTERS
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senta. Ahora todo es diferente y más trepidante. La propia industria discográfica no aceptaría grabar hoy la música de grupos que arrasaron entonces ante el temor de no entrar en las listas de ventas. Pienso, por ejemplo, en Pink Floyd.
Un cambio en la música pop En el año 1967 el rock acogió diversas influencias procedentes de la cultura hippy, del pop art, la sicodelia, el pacifismo o el consumo de drogas que tuvieron su reflejo no solo en los músicos sino en posteriores grandes concentraciones como Woodstock y otros festivales. Londres vivía inmerso en un ambiente de desinhibición total. Creíamos, en definitiva, que se podía cambiar el mundo. En este contexto surge el ‘Sargento Pepper’, un disco que cambia el pop y la forma de percibir la música y altera también el modo de percibirnos a nosotros mismos. Es la banda sonora de un periodo irrepetible. Su impacto cultural es determinante ya a partir de la portada del álbum. El diseño de Jann Haworth y Peter Blake supone una revolución no solo por los personajes presentes o los ausentes. La obtención de los permisos de publicación es laboriosa y ya, antes de la famosa foto del paso de cebra de St. John’s Wood, surge la simbología de la supuesta muerte de Paul McCartney, que había sufrido recientemente un accidente. Todo ayuda.
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Duelo de titanes con ‘Pet Sounds’
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s conocida la extremada, y provechosa, competencia que movía a los artistas en los años sesenta. Todos estaban pendientes de todos. Eran conscientes de que el mundo estaba cambiando y había que estar atento a los pasos de los demás. Pero los pulsos de verdad no se libraban entre quienes jugaban en terrenos de juego divergentes, como los Beatles y los Stones, pese a lo cacareado de su supuesta rivalidad, sino entre los más próximos. Por eso, la verdadera rivalidad artística de la época fue la que se entabló hace medio siglo entre los
Beatles y los Beach Boys. La obra cumbre de los californianos, ‘Pet sounds’, de 1966, es la respuesta de su líder, Brian Wilson, al estímulo y desafío de ‘Rubber soul’ y ‘Revolver’. Y, a su vez, ‘Sgt. Pepper’s lonely hearts club band’, el disco del que ahora se cumple el 50 aniversario, es la contundente respuesta de los Beatles a ‘Pet sounds’, un disco que fue ensalzado por el mismísimo Paul Mc Cartney como el mejor disco pop del momento. Por eso, cuando los Beatles se enclaustraron en Abbey Road, a finales de 1966, para trabajar en el disco que sucedería a ‘Revolver’, no sólo tenían ante
VIDAL ARRANZ
sí el reto de superarse a sí mismos, sino también el de superar a sus rivales y conservar su cetro como reyes indiscutidos de la música pop. En su momento, el duelo de titanes se decidió, sin discusión, a favor de los Beatles. Mientras Pet Sounds se convertía en uno de los discos menos vendidos de los Beach Boys, el éxito de ‘Sgt. Pepper’ fue arrollador. Solo los pala-
dares más exquisitos apreciaron en plenitud las delicadas filigranas emocionales de Brian Wilson, mientras la poderosa creación de los de Liverpool se convertíaa en el himno de la con-tracultura del mo-mento, en el emble-d ma de la sensibilidad cultural que desem-bocaría en el fenóme-o no hippy y, un año o después, en el mayo francés del 68. El veredicto de la historia no es, en cambio, tan rotundo. El paso del tiempo
i i ha beneficiado a ‘Pet sounds’. Su coherencia estilística y hondura emocionales no de-
ja de ganar adeptos jan d a día, aunque perdía m manezca muy a la z zaga en la batalla del g gran público. Paradójicamente, l bazas que aseguralas r el éxito de ‘Sgt. ron Pepper’ en su momento pueden haberse vuelto hoy en su contra. Al menos en parte.La extraordinaria luminosidad, energía y positividad del disco de los Beatles cotiza a la baja en un momento incierto que se identifica más con los pequeños y eternos dramas individuales
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Pero hay más, el grupo ha abandonado las giras y tiene todo el tiempo del mundo para experimentar en la intimidad de Abbey Road. Ensancha los límites sonoros en un estudio de grabación del que solo salen, ordenadamente uno por uno, para fumar marihuana, lo que también contribuye a que la crítica indague sobre sus efectos en la música y en las letras del disco. Una vuelta de tuerca a veces exagerada. Pero la BBC se niega a radiar la canción ‘Lucy in the sky with diamonds’ al identificar el título con las siglas
LSD y veta un verso de ‘A day in the life’ porque lo relaciona con el consumo de hierba. La plena dedicación al trabajo, lejos de los escenarios, les ayuda a reinventarse y a sacar el máximo partido a la técnica de grabación de los sesenta, a registrar pistas sobre pistas y a cambiar las cintas con extraordinaria meticulosidad, algo que hoy sería impensable, no por la evolución tecnológica sino por la agobiante necesidad de la publicación apresurada de la música. Todo el proceso de grabación fue controlado de ma-
nera rigurosa por los Beatles, esta vez con éxito y no como luego sucedería en ‘Magical Mistery Tour’ que fue un fracaso. La música del ‘Sargento Pepper’ no se interrumpe prácticamente a lo largo del disco, hay muy pocos silencios. El grupo lo grabó como si fuera un directo, pero cada voz y cada instrumento fueron sometidos a algún tipo de manipulación. El músico y productor Al Kooper, impulsor de los primeros ‘Blood Sweat & Tears’, sorprende con esta apreciación: «‘Sgt. Pepper’ cambió la forma de tocar la batería. An-
La plena dedicación al trabajo, lejos de los escenarios, les ayuda a reinventarse y a sacar el máximo partido al estudio de grabación
tes, los fraseos de batería en rock and roll eran rudimentarios, todos muy parecidos y este disco tiene fraseos espaciales». El ingeniero Geoff Emerick redunda en esta valoración: «La forma en que atronaban la caja y el bombo de Ringo en el primer tema y su repetición... Eso nunca se había oído hasta entonces.» Es cierto que el conjunto de las canciones no rayan a la altura de su enorme repercusión ni siquiera de ‘Revolver’ o ‘Rubber Soul’, pero su contenido es más denso y suponen una puerta abierta a la
trayectoria posterior del grupo. El propio John Lennon negó la naturaleza conceptual del álbum y confesó al periodista y confidente de los Beatles, Derek Taylor, que nunca se había sentido tan feliz en un estudio como en las grabaciones del ‘Sargento Pepper’. Como queda dicho, no acepto la existencia de algo que sea lo mejor de la historia, pero si me conducen a un precipicio y amenazan con lanzarme si no elijo una única canción de los Beatles, me quedo con ‘A day in the life’. Lo siento.
OTROS CINCO DISCOS FUNDAMENTALES DE 1967 SELECCIONADOS POR ANTONIO ÁLAMO
‘Blowind’ your mind!’ Van Morrison Bang Records. EE.UU. Después de una brillante y corta carrera con Them, y con el prestigio de ser ya uno de los mejores cantantes blancos de blues, el irlandés Van Morrison disuelve el grupo e inicia con este álbum una carrera como solista que continúa en la actualidad. Considerado por la revista Rolling Stone como uno de los cuarenta discos esenciales del año, nunca fue del agrado de su autor, uno de los grandes clásicos del rock, aunque en él figura una sus canciones más famosas y versionadas, ‘Brown eyed girl’.
de ‘Pet Sounds’. No sólo eso. La perfección de la banda de corazones solitarios puede ser un inconveniente en el mundo que reivindica la belleza de la arruga. Cuando la fragilidad y las aristas se imponen como requisito de veracidad artística, la perfección se vuelve sospechosa. Por no hablar de la fabulosa diversidad estilística que exhibe ‘Sgt. Pepper’, que en la actualidad puede interpretarse como muestra de dispersión. Incluso las letras sufren del juicio del tiempo y el surrealismo de John Lennon, que fascinaba entonces, hoy deslumbra menos que la limpieza cristalina de los versos que Tony Asher escribió para las delicadas melodías de Brian Wilson. Pero todo esto es también coyuntural. Los Beatles interpretaron el desafío de ‘Pet Sounds’ en una doble direc-
‘The Velvet Underground & Nico’ The Velvet Underground Verve Records. EE.UU. Fue el primer álbum de estudio del grupo, The Velvet Underground, y es recordado principalmente por la portada del plátano, realizada por Andy Warhol, rey del underground neoyorkino, quien tuteló al grupo en sus comienzos. Sin embargo, tras esa imagen icónica, había una excelente música y unas letras no aptas para mentes conservadoras, como puede verse en una de las composiciones más célebres: ‘Heroin’. La autoría en la mayoría de los casos pertenecía a uno de sus integrantes que tiempo después alcanzaría renombre universal. Lou Reed.
‘Forever Changes’ Love Elektra Records. EE.UU.
‘Songs of Leonard Cohen ’ Leonard Cohen Columbia Records. EE.UU.
‘Surrealistic Pillow’ Jefferson Airplane RCA Victor. EE.UU.
Uno de los discos que ya es un clásico y con una canción, ‘Alone again or’, que se ha convertido en pieza intemporal. De aires acústicos y editado en noviembre, fue el tercer trabajo de un grupo maldito del rock californiano, debido en gran medida a la personalidad de su líder, Arthur Lee, cuya carrera errática y discontinua, a caballo entre la genialidad y la locura, influyó negativamente. Con el paso de los años, el disco ha sido considerado como una obra maestra tanto por la crítica como por la comunidad musical.
Con este disco Leonard Cohen comenzó su carrera en el ámbito de la música. Editado a finales de año, es una obra intimista donde resuenan los aires de su faceta poética, por la que ya era conocido. El long play, teñido por esa voz sensitivamente grave con la cual es conocido y excelentes arreglos, incluía canciones conocidas anteriormente gracias a sus versiones (‘Suzanne’, en la voz de Judy Collins) y piezas como ‘So long, Marianne’, un guiño a quien fue desde los años 60 uno de sus grandes amores y musa.
Fue el segundo disco de la banda más emblemática del San Francisco Sound y es el más genuino ejemplo de rock psicodélico y el símbolo musical del ‘Summer of love’. En la grabación ya figuraba la formación clásica, con la vocalista Grace Slick, quien incorporó al grupo canciones que, como ‘Somebody to love’, suenan cincuenta años después igual de frescas. A caballo entre la psicodelia, el folk rock y el blues, ‘Surrealistic Pillow’ fue un intento de crear un rock medianamente alejado de las visiones almibaradas localizables en las listas de éxito.
Al Jardine, Mike Love, Dennis Wilson, Brian Wilson y Carl Wilson. The Beach Boys, en una imagen de 1966. :: AP ción. Por un lado, se marcaron el reto de ensanchar aún más el campo de los sonidos posibles para una melodía pop. El tema ‘Good vibrations’ (incluido en el disco ‘Smile’ de
los Beach Boys) se había publicado como single poco antes de que se iniciara el encierro de los Beatles en Abbey Road, e indudablemente les marcó con sus sinuosas e ines-
peradas melodías y timbres rítmicos. Geoff Emerick explica a la perfección en su libro de memorias ‘El sonido de los Beatles’ hasta qué punto la búsqueda de sonidos nuevos, y técnicamente perfectos, ocupaba a los de Liverpool durante horas, días, e incluso semanas enteras. En este terreno, la victoria de los Beatles fue rotunda. Incluso en lo referido a limpieza sonora. Por otra parte, la búsqueda sónica no era un desafío frío, ni cerebral. Era el camino para construir la obra de arte perfecta, desde la perspectiva de la música popular. Perfecta, pero, al mismo tiempo, espontánea y viva. Un monumento como ‘A day in the life’ se desarrolla de forma natural, casi orgánica, hasta convertirse en una Torre Eiffel de la música moderna. En ‘Sgt. Pepper’ no hay tanto desgarro emocional
En ‘Sgt. Pepper’ no hay tanto desgarro emocional como en ‘Pet Sounds’, pero abre nuevos horizontes La búsqueda de sonidos nuevos ocupaba a los de Liverpool horas, días, e incluso semanas
como en ‘Pet Sounds’, pero es un disco que abre infinidad de nuevos horizontes. El disco de los californianos gustará más a los partidarios del confesionalismo, esa corriente estética que valora la calidad artística de una obra en función de la intimidad personal que vuelca el artista en ella. Desde esta perspectiva, ‘Pet Sounds’ puntúa alto. Pero ‘Sgt. Pepper’ es el disco que les dijo alto y claro a los músicos de pop y rock que no había límites, que todo era posible, que ningún recurso musical les era ajeno. Y lo demostró por activa y por pasiva. Y eso, amigos, tiene un valor inmenso. En este sentido puede que no sea exagerado decir que es el disco más influyente de la historia. Y, sin ningún género de dudas, es uno de los que más hizo en favor de la libertad artística.
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Portada original del ‘Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band’ y su más inmediata y corrosiva parodia, ‘We’re Only in It for the money’ (1968), de The Mothers of Invention. Debajo, discos de Cream, Hendrix y 13th Floor Elevators.
Los chicos del coro P
ara muchos es el mejor disco de la historia, para algunos, quizá no el mejor, pero sí el más influyente, para otros, ni siquiera está entre los mejores de los Beatles. Pero lo cierto es que, en su voluntad por alzarse como obra de arte, ‘Sargeant Pepper’s’ transformó para siempre algunos de los mecanismos que conforman el concepto de elepé, entre ellos la portada. El arte de envolver vinilos ya había logrado cotas de excelencia con las ilustraciones de Alex Steinweiss o las portadas de jazz del sello Blue Note, por ejemplo, pero hubo que esperar hasta el auge de la psicodelia en 1967 para que el diseño de las carpetas de rock alcanzara su esplendor. Pensemos en carátulas coetáneas como ‘Disraeli Gears’ de Cream, ‘Axis: Bold as Love’ de Jimi Hendrix Experience o el debut de The Thirteen Floor Elevators para experimentar la explosión cromática y el derroche de imaginación que provocó el movimiento psicodélico (y el LSD, claro). Lejos del ‘flower power’, Andy Warhol
creaba al mismo tiempo su famosa banana para el primer disco de los neoyorkinos Velvet Underground. Empapados de ese espíritu innovador, los Beatles intentaron el más difícil todavía: una ‘portada-collage’ con los cuatro de Liverpool posando como la banda del sargento Pimienta, rodeados de ¡las figuras de cera de los propios Beatles! y otros 70 personajes y objetos, entre ellos famosos actores de Hollywood, escritores, científicos o deportistas. A partir de un boceto de Paul, el reconocido artista pop Peter Blake y su esposa por entonces, la norteamericana Jann Haworth, diseñaron el gran retrato grupal, fotografiado por Michaell Cooper el 30 de marzo de 1967.. Muchos ven este coro de per-sonajes como una síntesis dee su tiempo, el ‘zeitgeist’ de 19677 expresado mediante persona-lidades representativas de laa cultura popular, pero a la vis-ta de algunas elecciones quizáá b las pretensiones de los ‘Fab Four’ no fuesen más allá dell puro divertimento. La lista fue consensuada en-tre los propios Beatles, el ga--
KOTE ISTÚRIZ
lerista Robert Fraser y los artistas Peter Blake y Jann Haworth. Fue Lennon quien propuso a Jesucristo, Ghandi y Hitler, los tres eliminados para evitar susceptibilidades (el Führer y el Mahatma fueron descartados en el último minuto, sus ‘recortables’ ya estaban preparadas en la sesión fotográfica). El actor Leo Gorcey exigió 400 dólares por usar su imagen y cayó también del montaje final. McCartney, más centrado, propuso a Fred
Astaire o William Burroughs. Los gurús indios fueron elección de un Harrison en pleno arrebato místico y Ringo dijo que, por su parte, no habría excluido a nadie de ninguna lista. La exuberante Mae West comentó: «¿Qué pinto yo en club de corazones solitarios?», aunque finalmente dio su aprobación. Durante la sesión fotográfica el caos se apoderó del local de Michael Cooper en Chelsea. Nigel Hartnup, uno de los ayudantes del fotógrafo lo describe así: «El pequeño estudio se llenó de advenedizos que se tomaron aquello como una fiesta, llenándolo todo de humo de hachís. Finalmente fui echándolos hasta que es-
tuvimos preparados. Michael Cooper, muy colocado, se dio cuenta de que el escenario no iba a funcionar. Las luces se reflejaban en las siluetas y tuve que subirme a un taburete para ponerme detrás de la cámara, gritando: ‘mueve a Bob Dylan a la izquierda, sube a Fred Astaire, Marilyn Monroe un poco más adelante’. Fue una locura». A pesar de lo que pueda deducirse, las plantas situadas encima de las flores que forman la palabra ‘BEATLES’ no son de marihuana (una de las muchas leyendas falsas sobre la portada). El elenco definitivo incluía bastantes estrellas hollywoodienses (Marlon Brando, Tony Curtis, Tyrone Power, Bette Davis, Marilyn Monroe, Marlene Dietrich o el ‘Tarzán’ Johnny Weissmuller), cómicos (Laurel y Hardy, Lenny Bruce), pensadores como Marx o Jung y escritores como James Joyce, H. G. Wells, Dylan Thomas, Edgar Allan Poe, Aldous Huxley, Oscar Wilde o Lewis Carroll. También posaban Lawrence de Arabia, el explorador Livingstone o Albert Einstein. Caso aparte era Shirley Temple, que aparece tres veces (qué obsesión): está a la derecha de Lennon en fotografía y es la muñeca con la camiseta que dice «Welcome the Rolling Stones, good guys». Según los créditos del disco también se encontraría detrás de la figura de cera de Ringo, aunque está totalmente tapada. Lo más extraño era la escasa presencia de músicos. Ade-
más de la referencia a Jagger y compañía, únicamente aparecen Bob Dylan, el cantante Dion, el niño prodigio Bobby Breen (estrella infantil hoy olvidada) y el compositor contemporáneo Stockhausen. McCartney, preguntado por la ausencia de Elvis Presley, comentó: «Elvis era demasiado importante, estaba muy por encima del resto, no le incluimos porque no era solo un cantante pop, era el Rey». Esta respuesta peregrina seguramente ocultaba que las relaciones con el de Tupelo distaron de ser fáciles (la visita de los ingleses a su mansión de Bel Air en 1965 resultó algo tensa) y quién sabe si hubiera aceptado salir en la portada. Además plantea otra pregunta: ¿los Beatles consideraban entonces a Dylan «solo como un cantante pop»? En 1965 ‘Blonde On Blonde’ ya había convertido al de Duluth en un mito y es sabido que Lennon le profesaba una gran admiración y era consciente de su influencia. Pero aún más raro es que no propusieran a Chuck Berry, Little Richard o cualquier otro pionero del rock and roll, cuando, al fin y al cabo, eran los modelos que imitaron en sus comienzos. Más allá de lo absurdo del retrato, la elaboradísima portada obtuvo un éxito sin precedentes, convirtiéndose en un símbolo pop y en una de las imágenes más reconocibles del cuarteto de Liverpool (el paso de cebra de ‘Abbey Road’ se convertiría en 1969 en un duro competidor), además de generar innumerables ‘portadas-parodia’, la más irreverente de las cuales es la que Frank Zappa y sus Mothers pergeñaron para su álbum de 1968 ‘We’re Only in It for the Money’. Haworth y Blake vieron recompensado su trabajo con el Grammy, pero la broma le costó a EMI casi 3.000 libras, cuando una portada convencional costaba entonces unas 50.
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ABECEDARIO de lector ADOLFO GARCÍA ORTEGA
Mano.- En literatura, siempre produce atracción una mano cortada. Magia.- Es una palabra un poco tonta que suele aparecer en las malas novelas. Salvo excepciones, claro (léase John Fowles). Margen.- El margen es un ofrecimiento sexual de los libros. Está para interpelar al texto y dejar en su blanco una réplica o un comentario. Pero casi nadie lo usa. Debido a una paralizante reminiscencia de analfabetismo, la inmensa mayoría de lectores no se atreve a escribir en los libros. Y sin embargo, los libros siempre han esperado al lector audaz. A él entregan el margen, abierto como los labios para el beso. Marketing.- Dícese de todo proceso combinatorio de elementos, por lo general impropios y falseados, orientados a la venta de un producto, utilizando para ello la credulidad del comprador y su ingenua permeabilidad al dirigismo. Para que dé resultados ha de aplicarse sin escrúpulos. Maquiavelo.- El libro más vivaz de este sabio de la estrategia es ‘La historia de Florencia’. No escatima allí matices ni ahorra un ápice de realismo, incluso de crueldad. Se lee como una novela negra. Moby Dick.- ¿Cuál es la fuerza de atracción de ‘Moby Dick’? Quizá el hecho de que es una historia que aparece en el horizonte de nuestras vidas a temprana edad, pero no como novela, sino tan solo como mito: la lucha contra la ballena blanca que arrastra la obsesión de los hombres a través del océano para perderlos. La novela, en realidad, llega luego, con el tiempo, y por lo general en dos fases: una primera, mediante la versión abreviada y adaptada como novela juvenil, en la que prima la aventura de Ismael y el arponero Queequeg, el atormentado oficial Starbuck y el delirante capitán Ahab. Y una segunda fase es, cuando ya plenamente adultos, leemos la novela en tu totalidad, las más de 800 páginas de literatura de impagable pureza. Es el momento en el que el mito de la ballena blanca aterradora se une con la literatura absolu-
ta, el placer, el conocimiento, la aventura, la sorpresa y la condición humana. Leer ‘Moby Dick’ es navegar por varios mares desconocidos, incluidos el de uno mismo y el de los otros. Porque esta novela aboca a la búsqueda y a la fatalidad. El carácter de cumbre que tiene, con personajes inolvidables y un exhaustivo y minucioso despliegue de lo real en lo subjetivo, la convierte en una travesía moral a la vez que marítima. Leerla es ‘estar’ en el mar, pero también es ‘estar’ en el oscuro océano humano. Un portento narrativo de cuyas páginas el lector sale convertido a la religión de la Literatura. Moderno.- Hay modernos muy antiguos y antiguos muy modernos. Solo con la edad y
las muchas lecturas uno puede distinguirlos. La modernidad, por otra parte, siempre se ha visto en retrospectiva: sabemos de los modernos cuando lo fueron, no cuando lo son. Cuando la modernidad es moderna, es invisible. Lo que suele pasar por moderno es, más bien, una especie de inicio exageradamente exaltado. Montecristo (Conde de).- Alexandre Dumas adolece de un toque artesanal, o mejor dicho, de un empeño ‘profesional’ de narrador aplicado, que hace de sus libros excesivamente detallistas y repetitivos. Remacha la acción, la agota, a veces incluso la dilata tanto que roza la parálisis. No es escritor sutil sino folletinesco, cobra por palabras. To-
das sus novelas necesitan una cura de adelgazamiento. Sin embargo, en esa morosidad alcanza momentos de clímax que generan una tensión angustiosa, de puro ralentizada. En ‘El conde de Montecristo’, novela irregular, desproporcionada y a veces un poco tediosa por el exceso de descripción (nada que ver con Flaubert o con Hugo, por ejemplo) Dumas escribe un capítulo, ‘El cinco de septiembre’, en el que los minutos se convierten en horas y los segundos en minutos. Es cuando el bueno de Morrel espera angustiado la llegada del barco que lo salvará de la quiebra, al mismo tiempo que aguarda la salvación de un misterioso Coclès (el propio Dantès) que ha de aportarle dinero, pero se retrasa. Cada segundo –y cada palabra– de ese capítulo tiene la tensión de una ejecución. Es el mayor mérito de Dumas, hacer literatura a cámara lenta. Montesquieu.- Un verdadero gran hombre. Moravagine.- El suizo Blaise Cendrars era feo, manco, torrencial como escritor, incansable como viajero y sistemático como tabernario. Un escritor de acción. Sus novelas y sus poemas son novedosos, provocadores, anticonvencio-
nales, malditamente tiernos. Aporta siempre al lector el placer de los tesoros ocultos que aguardan ser descubiertos por una luz nueva. Es el caso de ‘Moravagine’, una de las novelas más originales que he leído. Data de algún momento entre 1917 y 1926 y seguro que haría las delicias de un Nabokov principiante. Moravagine es un loco que recorre el mundo, que escribe, que es capaz de lo más terrible y de lo más furioso; su historia es narrada por un joven médico que lo ayuda a escapar de un manicomio-prisión y emprende con él un viaje como testigo y confidente. A partir de ese viaje, el orden lógico se subvierte y nada es imposible. Ni siquiera lo es que Moravagine, eterno exiliado sin
identidad, sea, tal vez, Jack el Destripador. Leer a Cendrars produce una sensación de itinerario sin rumbo fijo. El infinito contar. Morselli (Guido).- Cuando se suicidó en 1973, este escritor italiano extraño, irónico, refinado, dejó dos obras maestras que no hacen más que crecer: ‘Roma sin Papa’ y ‘Divertimento 1889’. No tienen desperdicio. Motocicleta.- No abundan las motos en las novelas. Recuerdo ahora una en concreto, ‘La motocicleta’, de André Pieyre de Mandiargues, una novela de amor entre una joven y un hombre maduro, motero, en la que la pasión fugaz, morbosa, se simboliza en las motos de ambos: una Guzzi plateada él, una Harley negra ella.
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REVOLUCIÓN Decurso y ocaso de la utopía
Stalin, en su despacho en abril de 1932. :: JAMES ABBE-EFE
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mitad del año diecisiete de este veloz siglo veintiuno, al que no acabo de hacerme y en el que me siento forastero, no había reparado aún en la emblemática fecha. Así que está muy bien el recordatorio en verso ‘Los ritmos rojos del siglo en que nací. Un cuento triste’ (Hiperión) por parte de Jesús Munárriz. Ya se ve por el título que su análisis, sensato y reflexivo, arranca con la Revolución de Octubre, pero va más allá, hasta trazar una radiografía de nuestro tiempo. El largo poema-libro, con proemio que baliza la historia de Occidente desde el año de la Revolución Rusa –los diez días que estremecieron al mundo de John Reed– hasta nuestros días, con el sangriento y sanguinario siglo XX de por medio y epílogo que, en torno a la desigualdad entre pobres y ricos, coteja las perspectivas cristiana y marxista, comienza con la visión del primer período revolucionario ilusionante– no para todos, recordemos el libro que también comentamos en su día de Ivan Bunin, a quien cita Rolin, diario en directo de los desmanes y consecuencias del fervor bolchevique–, el asalto a los cielos y la propaganda internacional de la buena nueva del proletariado triunfante y el fin de la injusticia secular, no sin entablar feroz batalla en todos los frentes con quienes en modo alguno querían perder sus privilegios, lo que provocó contrarrevoluciones y guerracivilismos de clases, para desembocar tras las matanzas en totalitarismos de todo signo. Luego, aborda la transformación de la URSS en una dictadura burocrática y fábrica de
exterminio con una maquinaria policiaca bajo siglas sucesivas: CHEKA, GPU, OGPU, NKVD y KGB; la guerra fría de los bloques divididos por el Telón de Acero, la caída del Muro y la globalización y su ingeniería financiera actuales, siempre con la iniquidad dominante y la codicia como banderas. No olvida, entre medias, las advertencias caídas en saco roto de Hölderlin o Adorno, a los poetas aniquilados por el camino o el papanatismo del arte contemporáneo con Duchamp a la cabeza, por caso. El libro está en su línea realista, incluso del lado de la difícil suerte de la ‘poesía de circunstancias’ –a este respecto, he recordado aquel poema en
UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO
el que un ruso le ponderaba la blandura de la represión franquista frente a la del comunismo soviético–, se ciñe a los hechos, a pesar de los pesares con esperanza y convencimiento, desde una perspectiva moral, crítica e irónica, satírica y comprometida, que me ha traído a la cabeza, por el lado del ‘cuento’ del título además, a su admirado y traducido Heinrich Heine. De su proverbial dominio métrico y rítmico dan ya buena cuenta los cinco primeros versos: un eneasílabo tan de su agrado por lo andarín, dos alejandrinos con cesura y hemistiquios, un heptasílabo y un endecasílabo en cuya variedad y complejidad es virtuoso. En artículos anteriores hemos glosado aquí numerosos y escalofriantes testimonios directos y relatos autobiográficos del Gulag. A veces, la investigación documentada en forma de ficción, como sucede en ‘El meteorólogo’ (Libros del Asteroide) de Olivier Rolin puede alcanzar el mismo grado no sólo de verosimilitud, sino de verdad. Al modo de Carrére, Rolin reconstruye, en un alarde narrativo y con sabroso estilo, la existencia desde sus orígenes ucraniano hasta su ejecución, tras ser deportado en el 34, en el hermoso archipiélago de las Solovkí –donde coincidió, entre otros, con el increíble matemático místico Pavel Florenski, asesinado en un campo de trabajo, de quien también hablamos en su día a cuenta de ‘El nombre del infinito’–, de Alekséi Vangengheim, cartógrafo de los campos magnéticos, los vientos, las aguas y el sol al punto de ser un precursor de las energías eólica y solar, director del Servicio Hidro-
En el fondo, el poemario de Munárriz aborda la naturaleza y estragos de lo utópico
meteorológico del presunto paraíso de los soviet, pionero de la conquista espacial, representante de la URSS en la Comisión Mundial para el estudio de las nubes, creador de la Oficina del Tiempo con fines agrícolas… toda una ejecutoria enfocada al servicio del socialismo. La narración levanta acta de «la vida y la muerte de este hombre destinado a la observación apacible de la Naturaleza y al que la furia de la Historia destrozará». La historia de una de entre los millones de víctimas del comunismo soviético, engrasado durante el estalinismo hasta constituir «la formidable máquina de matar» que era también «una máquina de borrar la muerte». Rolin contempla de paso cómo el oro de la nueva humanidad liberada de las cadenas que iba a resultar de la «construcción del socialismo» se hizo plomo asesino. Precisamente en el lugar del «asesinato en masa del ideal», la terrorífica Lubianka, cayó el meteorólogo tras ser arrestado por las habituales acusaciones fantasmales, al cabo confesadas en la línea kafkiana de los Procesos de Moscú: contrarrevolucionario, espía, saboteador y enemigo del pueblo. El horror.
En la exquisita edición se reproducen a color, como apéndice, dibujos de bayas, plantas, animales y fenómenos naturales de las lejanas, fronterizas con Finlandia, Solovkí y herbarios geométricos y aritméticos reproducidos de entre las cartas que Vangengheim mandaba a su hija Eleonora, reputada paleontóloga, que publicó un álbum memorial –cuya correspondencia es la base del libro de Rolin- dedicado a su padre, fiel entusiasta del proceso revolucionario hasta el final, a quien apenas conoció, pues lo detuvieron arbitrariamente cuando ella tenía cuatro años. En el fondo, el poemario de Munárriz aborda la naturaleza y estragos de lo utópico: «No hay tierra firme para la utopía» dice uno de sus templados endecasílabos. De la misma manera que con buenas intenciones suelen hacerse malos poemas, da la impresión de que las ideas cuanto más igualitarias y fraternales sean antes desaguan y se enfangan en la arbitrariedad, la vesania y lo atroz. También Rolin acometió el declive de las utopías en ‘Tigre de papel’. En otra isla, Hiddensee, de la RDA, pero cercana a Dinamarca, no a Finlandia, a punto de desmoronarse el Muro, se desarrolla ‘Kruso’ (Anagrama), la primera novela del alemán Lutz Seiler, al parecer poeta renombrado. El protagonista, tal vez, por la referencia a su gris ciudad natal, trasunto del autor, que memoriza los textos como si los fotocopiara, huye a la citada isla del Báltico donde se siente un desecho humano mientras merodea en busca de un curre para sobrevivir, hasta que consigue colocarse como
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LOS RITMOS ROJOS DEL SIGLO EN QUE NACÍ. UN CUENTO TRISTE
EL METEORÓLOGO Olivier Rolin, Libros del Asteroide, 208 pp., 18,95 €.
Jesús Munárriz, Hiperión, 70 pp., 10 €.
KRUSO Lutz Seiler, Anagrama, 480 pp., 22,90 €.
friegaplatos en un restaurante. Allí trabaja también estacionalmente el inquietante y carismático personaje rusoalemán que da título a la narración, medio Crusoe medio Noé, cabecilla in pectore y aglutinador de la cuadrilla, comunidad dispar de prófugos en potencia del comunismo, hippies y punkis, no se sabe si organizada o no, de náufragos del mundo que conviven en una especie de república libre y escondite para reencontrarse a sí mismos, en la que Kruso, acaso poeta, predica la utopía siguiendo a Tomás Moro, a la vez que, frente al agotamiento o la muerte, corren el riesgo de las deserciones, las detenciones indiscriminadas y las desapariciones. Es una novela ambiciosa, muy bien trabada, con pretensiones de total, aunque un tanto claustrofóbica. La tercera persona omnisciente, salpicada de fragmentos diarísticos, permite bucear con gran penetración psicológica en los personajes, tampoco se sabe si ennoblecidos o abotargados por la belleza insular en la que flota la respuesta del viento dylaniano. Se quedan en la memoria Ed, el protagonista, hipnotizado por el mar o picando cebollas, Kruso haciendo leña o ahuyentando a los topos, entre numerosas referencias literarias, pues aparte del evidente guiño argumental robinsoniano y de Trakl, de quien Ed está haciendo la tesis cuando escapa de la vida anodina y del dolor por la muerte de su novia, se convoca a Novalis, Hauptmann, Bloch, Artaud, Castaneda, Rousseau, Gadda, Musil, Camus, Kleist…, menudo elenco. La Revolución Rusa no fue para muchos entusiastas, so-
EL ENFERMERO DE LENIN Valentín Roma, Periférica, 272 pp., 18, 90 €.
bre todo intelectuales, contra toda esperanza y evidencia, sino la utopía haciéndose realidad. Pero Rolin cita, en torno al lugar donde fue asesinado el meteorólogo, a Julius Margolin: «Los convoyes se sucedían en los bosques de Onega, en la dulce Francia o en América del Sur, poetas proletarios componían cantos henchidos de emoción sobre el país de los soviets». En nuestro idioma Alberti o Neruda dedicaban gorgoritos al padrecito Stalin. Pero lo cierto es que después de aquella ignominia la utopía parece liquidada para siempre urbi et orbi. Queda la nostalgia. Quizá a eso se deba que el padre de Valentín Roma, a consecuencia de una operación por perforación intestinal, de forma inexplicable, asegurara ser Lenin, perturbación transitoria que le duró tres semanas, durante las que transcurre la narración de su hijo, ‘El enfermero de Lenin’ (Periférica), un experimento muy original que alterna una suerte de diario del acompañamiento y cuidado del paciente con catas exegéticas en la biografía de Vladimir Ilich Uliánov, recuerdos de escenas y peripecias personales, introspecciones a tumba abierta, noticias curiosas, esgrimas dialécticas marxista-leninistas con su progenitor, juegos postales con preguntas enigmáticas, brujuleos por internet, elucubraciones varias y comentarios de libros, pues como en Seiler su humus de escritura es literario, sólo hay que ver los escogidos autores que cita. El montaje de este material vario y el estilo son harto sorprendentes y valiosos. Roma va a ser un narrador a tener en cuenta, sin duda.
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Vuelve ‘Twin Peaks’ El misterio y el suspense marcan la personalidad irreductible de David Lynch y tienen su reflejo en su producción fílmica. Ante el regreso de la mítica serie, dos colaboradores de La Sombra analizan autor y obra
JORGE PRAGA
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n la Biblioteca Pública las películas de David Lynch están clasificadas con una signatura, SU, proveniente de las dos primeras letras de una palabra. ¿SU de surrealismo? Es lo primero que pasa por la cabeza con este director de fondo onírico y libertad sin fronteras narrativas. Sin embargo, oh pequeña decepción, el rótulo de las estanterías que le albergan entrega otra génesis: SU de suspense. Desde luego que no hay mejor etiqueta de suspense que la que envuelve a ‘Twin Peaks’: ‘¿Quién mató a Laura Palmer?’. Un cadáver que surge del lago con un rostro de belleza pálida, y al que las piedrecillas de la playa que se pegan a su frente dan un realce de ninfa de Botticelli. Un agente que llega de fuera a un pueblo estremecido y que encuentra pistas macabras en un silencio roto por los punteos musicales de Angelo Badalamenti. Aquel primer capítulo fundió audiencias y rutinas. Y para muchos la serie se cerró con él, pues lo que siguió fue una deriva de combinatoria narrativa que dejó de interesar incluso a sus creadores. Ese riesgo de deriva acecha también a esta última temporada. Jirones fascinantes de una historia lejana y demasiado compleja, jirones que seguramente no se anudarán en una malla común. El suspense y su guía narrativa dejan paso a brotes surrealistas. Suspense, surrealismo. Cuando en 1991 se cerraron las dos primeras temporadas de ‘Twin Peaks’, con los espectadores en franca huida, David Lynch rodó una sorprendente secuela para la pantalla grande, ‘Twin Peaks: fuego camina conmigo’. El director se sirvió de ella para deslizar guiños irónicos sobre las inter-
pretaciones que se habían dado a la serie. La película arranca con otro crimen que hay que desentrañar. Los dos agentes encargados del caso reciben instrucciones de su jefe, encarnado precisamente por un gritón David Lynch, que les transmite las claves a través de los gestos de mimo de una mujer, en una escena extraña e incomprensible que se llena de surrealismo sin que aliente ningún suspense. Sin embargo, uno de los agentes sí que ha sacado conclusiones para la investigación, y se las desvela con desparpajo a su compañero en una mezcla de certeza y absurdo: la mujer compone una expresión amarga, luego habrá problemas con las autoridades; levanta los pies, así que habrá que patear las calles; lleva un vestido cosido con hilos distintos, por tanto nos esperan problemas con las drogas. Solo un detalle se guarda el poli listo: el significado de la rosa azul sobre el vestido. «Eso no puedo contártelo», dice abriendo margen para el misterio, y quien sabe si el suspense, aunque luego la película siga su propio rumbo sin rumbo ni claves. Y es que la organización narrativa gobernada por la causalidad no es el molde adecuado para recibir muchas de las obras de David Lynch. Imposible localizarla en su debut de 1977, aquella inolvidable y alucinada ‘Cabeza borradora’. Tampoco merece la pena ponerse a explicar ‘Mulholland Drive’, ni mucho menos las tres horas de ‘Inland Empire’ que cierran su filmografía para
Sheryl Lee, una de las protagonistas de ‘Twin Peaks’. :: EL NORTE la gran pantalla en 2006. La rosa azul que las hermana es más bien la rosa sin porqué que tanto gustaba citar a Borges. Por fortuna para el espectador más tradicional Lynch entrevera el surrealismo con otros cauces narrativos. La presencia del novelista Barry Gifford en los guiones de ‘Corazón salvaje’ y ‘Carretera perdida’ conduce a la primera a
una suerte de road movie, y hacia una gélida investigación a la segunda, investigación que revienta sus costuras a los 45 minutos de metraje cuando el protagonista cambia de cuerpo y personalidad en la celda carcelaria sin ninguna explicación. También aquella obra maestra de 1986, ‘Terciopelo azul’, navega entre la piscina de la iniciación adoles-
Eso no puedo contártelo
cente y las alcantarillas del deseo y el delirio. Por fin, para no contrariar al suspense bibliotecario y su lógica deductiva, hay en la filmografía de Lynch tres obras que aparentemente firman el pacto con la pregunta narrativa. Una es la fallida ‘Dune’, que no logró la concordia entre el productor Dino De Laurentiis y la novela de ciencia ficción en que se apoyaba. Las otras dos llegaron como proyectos medio cocinados y ajenos, que Lynch supo aupar a matrícula de honor en una insólita adecuación a los cauces tradicionales: ‘El hombre elefante’, su segunda película, de 1980, y ‘Una historia verdadera’, que abrió la Seminci en 1999. Parece inútil ponerle sentencia a un director tan especial, pero el balance de resul-
tados mejora cuando se marca coto temporal a las elucubraciones. La longitud de sus ‘Twin Peaks’ lo demuestra cuando de la sorpresa se va pasando al bostezo. También el brazo amigo de colaboradores hace que enfoque la mirada perdida a paisajes más reconocibles. Pero siempre queda algo, mucho, de su personalidad irreductible. Cuando se despidió con ‘Inland Empire’ declaró: «El misterio es lo que más amo, es el magnetismo de la vida, y me resulta maravilloso saber que de la mayoría de las cosas no conocemos absolutamente nada. Creo que el ser humano está enamorado del misterio y se deja llevar por él. Lo que no le gusta es que el misterio se resuelva completamente. Decepciona porque siempre parece menos de lo que imaginamos».
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«Ese chicle que te gusta va a volver a estar de moda» SAMUEL REGUEIRA
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annes, el mismo festival que en 1992 abucheó y pataleó hasta secar las gargantas de su público y gastar las suelas de sus flamantes zapatos con la proyección de ‘Twin Peaks: Fuego camina conmigo’, prorrumpió en cinco minutos cronometrados de aplausos y ovaciones el pasado 26 de mayo por la proyección especial de los dos nuevos capítulos de la tercera temporada del fenómeno creado por David Lynch y Mark Frost. Las predicciones del Hombre de Otro Lugar, el enano más icónico de la televisión (que nos perdone Tyrion Lannister), se hicieron ciertas: «Ese chicle que te gusta va a volver a estar de moda». Fue precisamente esa frase la que Lynch y Frost escogieron para anunciar lo que Laura Palmer prometió en el extrañísimo último episodio de ‘Twin Peaks’, emitido en 1991: volveríamos a vernos dentro de 25 años. Los distintos desacuerdos con las productoras, eternas enemigas de la libertad (o el libertina-
Harry Goaz en una escena de los nuevos episodios de ‘Twin Peaks’, estrenados este año. :: P. WYMORE je) que el cada vez más desatado Lynch pretende enarbolar a la hora de construir cualquiera de sus trabajos, hicieron notar a los más quisquillosos que, en realidad, han pasado 26. Pero si contamos aquella película spin-off (mucho más que una precuela y cuyas pistas no conviene olvidar para esta tercera temporada), la célebre reina de la belleza del pueblecito de ‘Twin Peaks’ cumplió con la palabra dada al atribulado agente Cooper. Subvirtiendo el esquema narrativo de las novelas de Agatha Christie, donde quien aparece muerto es el perso-
naje más odiado por la comunidad, a fin de que el lector/espectador pueda especular con un mayor abanico de sospechosos con fuertes motivos para querer ver a dos metros bajo tierra al susodicho, ‘Twin Peaks’ comenzó rompiendo los esquemas acabando con la popular y queridísima Laura Palmer; adolescente modelo que aparece flotando en el río, envuelta en plástico, violada, con una ficha de póker en la garganta, un collar con medio corazón y la letra R bajo la uña del anular izquierdo. Los enigmas comenzaron un 8 de abril de 1990. Algunas de sus respuestas aún es-
tán por conocerse. El incansable agente del FBI Dale Cooper (encarnado por uno de los actores fetiche de Lynch, Kyle MacLachlan), encabezó las pesquisas desde aquel capítulo piloto, proyectado en la sección Punto de Encuentro de la 35ª Seminci, en dos planos. Uno, el más habitual, como extranjero en el pueblo, entendiéndose a la perfección con las fuerzas del orden locales (otra rebeldía frente a los clichés del género): los agentes Hawk y Andy, la secretaria Lucy y, por encima de todos, el sheriff Truman, con quien construye una sólida amistad, que le sirven para ir conociendo a todo el pueblo: no solo a la mejor amiga de Laura, Donna; su novio Bobby, su amigo James, su médico, el doctor Jacoby; o sus padres, Leland y Sarah; también a los dueños dela serrería Packard (la misteriosa Josie y el matrimonio formado por Pete y Catherine Martell), los encargados de la gasolinera, Big Ed y Nadine Hurley; las camareras del Doble R, Norma Jennings y Shelly Johnson; el magnate Benjamin Horne y su seductora hija Audrey… Sin embargo, existía una segunda dimensión, a la que el agente accedía mediante sueños y experiencias extrasensoriales, y donde tenían lugar distintos elementos sobrenaturales; las conversaciones crípticas con Laura, los encuentros con el Hombre del Otro Lugar, Mike el Manco, el Gigante, el siniestro Bob… Todos ellos pertenecientes a la misteriosa Logia Negra, donde la serie finalizó, tras unos índices de audiencia bajísimos después de la revelación más importante a mitad de la última temporada, en un dolorosísimo final abierto (‘cliffhanger’, de acuerdo al argot televisivo) que la nueva temporada promete seguir desarrollando. Eso sí, a la manera de Lynch: suscitan-
‘Twin Peaks’, el fenómeno que revolucionó la televisión, regresa, tal y como prometió, 25 años después
do más cuestiones que soluciones. ‘Fuego, camina conmigo’. La construcción de esta precuela (y, a la vez, secuela) de los acontecimientos de ‘Twin Peaks’ relataba los siete últimos días de Laura Palmer, e introdujo en dos frenéticas horas que se supone venían a llenar lagunas, nuevos desafíos para los incondicionales de la serie: el maíz ‘garmonbozia’, la rosa azul que indica un caso de fenómenos paranormales, el agente Phillip Jeffries (un papel que interpretó David Bowie y cuya prematura muerte le ha impedido retomar), la profundización en los dobles (döppelganger) que ya se apuntaba en los episodios finales de la serie original… Quienes siguen ahora el revival tienen claras dos cosas. La primera es la satisfacción general en cuanto a la cantidad de personajes originales que han regresado pese al lapso de tiempo (salvo algunas ausencias notorias como el sheriff Truman, cuyo autor se ha retirado; el Hombre de Otro Lugar, con quien no resultaron las negociaciones; o Donna, que ya se negó a regresar a la película de 1992): hasta 39 caras ya conocidas, incluyendo a Miguel Ferrer y la Dama del Leño, que grabaron sus escenas poco antes de morir. La segunda es que aún no han pasado suficientes cosas como para enterarse realmente de qué es lo que está pasando. Pero no importa: ese chicle que les gustaba ha vuelto a ponerse de moda.
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LECTURAS
CRECER Lumen reedita ‘Desde el amanecer’ y ‘Barrio de Maravillas’, con la niñez de Rosa Chacel en primer plano LUIS MARIGÓMEZ
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hora que se ha puesto tan de moda la llamada autoficción, quizá merezca la pena volver a estos dos títulos de la escritora vallisoletana, editados por primera vez hace más de 40 años, cuando ella ya había sobrepasado los 70 y estaba en plena forma, tras haber dado a la imprenta títulos capitales, como ‘La sinrazón’. Los dos tratan de la niñez, de su niñez, desde puntos de vista complementarios. ‘Desde el amanecer’ son unas memorias que empiezan antes de que ella nazca y que llegan hasta los 10 años. ‘Barrio de Maravillas’ es una novela que narra los avatares de una niña de 11 en Madrid. Lo primero que sorprende es la elección de ese primer tiempo de la vida para desarrollar sus narraciones. No son, ni mucho menos, libros infantiles. Todo lo contrario, hay en ellos una densidad y una tersura que los hace exigentes para el lector al uso. No cuenta sus aventuras con personajes famosos ni avatares extraordinarios. Los libros
tratan de ella misma, como sujeto narrador y objeto narrado, en el contexto más inmediato, la familia, las amistades y la aventura de crecer. En ‘Desde el amanecer’, se enfrenta al tema elegido sin los subterfugios que ofrece la ficción: «En una reconstrucción como la que me propongo, el relato mantenido deriva inevitablemente hacia la falsedad o el artificio. Es necesario romperlo porque lo único seguro son ciertos puntos de emergencia que jamás –¡jamás!– fueron atenuados por la lejanía.» Rosa Chacel fue un personaje extraordinario que tenía plena conciencia de serlo. En el principio de la vejez, se sintió libre para hablar de ella misma, con el menor aparato retórico posible, con toda la libertad aprendida a lo largo de su complicada vida, indagando en su escritura sin preocuparse de seguir determinadas reglas, experimentando sus propias normas. Su libro de referencia estilística es el ‘Retrato del artista adolescente’ de Joyce. Después leyó con provecho a los autores del ‘noveau roman’. Sus textos no se parecen a los de ningún otro autor español previo. Bucea en su pasado siguiendo las técnicas del ensayo. Se detiene en detalles que parecen insignificantes. Busca con un afán insaciable lo que entiende que está oculto para revelarlo y tratar de entenderlo. ‘Barrio de Maravillas’ juega con elementos de la ficción y, aunque Isabel, la niña de 11 años, pueda tener relación con la autora, ella se des-
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a le he hablado de Kawakami. Hiromi Kawakami. Así, en general. Desde la última vez que les hablé de ella, se han publicado en España, y he tenido la oportunidad de leer, tres libros suyos, una novela: ‘Vidas frágiles, noches oscuras’, Acantilado; un libro de cuentos: ‘Amores imperfectos’, Acantilado, y ‘Los amores de Nishino’, Alfaguara. Alfaguara ha reeditado también alguno, la mayoría, de los libros de la au-
tora que en su día sacara Acantilado. Se podría reflexionar sobre la labor de las editoriales pequeñas, que a menudo son las que se arriesgan a descubrirnos algunas joyas, del oportunismo de las grandes que añaden esas joyas a su catálogo cuando ven que la cosa está consolidada. Podría decir que, en lo estético, las ediciones de Acantilado me gustan más. Que los libros de Alfaguara perdieron algo de belleza al perder sus portadas simplicidad y ganar un brillo
En ‘Desde el amanecer’ se encuentra esta declaración de principios: «Yo tengo la culpa –si esto es culpa, y hace tiempo dijimos que es delito– de haber nacido porque siento el principio de mi vida como voluntad. Ganas me dan de decir: si yo no hubiera querido, nadie habría podido hacerme nacer. Pero es demasiado obvio que sin ser no hay querer, y viceversa. Lo que no es imaginable es que semejante cosa –no querer, no ser– me pasase a mí.» Al confrontar los dos libros, tiene su interés ver las posibilidades y los límites de jugar solo con los recuerdos o añadirle las posibilidades que ofrece la ficción cuando un autor decide enfrentarse a su pasado. Lo que se gana en autenticidad por un lado, pierde las posibilidades que ofrece un relato en el que se pueden ofrecer puntos de vista complementarios y un acercamiento poliédrico a los hechos, no sujeto a las trampas de la memoria.
trabajo de Gabriel Álvarez Martínez no tiene nada que se le pueda reprochar, y es parejamente impecable. Es problemático decidir si los ‘Amores de Nishino’ es una novela o una colección de relatos. En realidad es ambas cosas. Son las historias de varias mujeres que amaron a un hombre. El hombre no cambia, o cambia apenas. Ni siquiera muerto. Porque Nishino, en la primera historia, también en algún momento de la penúltima, es un fantasma. No quiero decir con esto que sea el fantasma de Nishino, sino que es un fantasma. Los fantasmas, en los cuentos y novelas de Kawakami –sigo considerando ‘Manazuru’ una gran historia de fantasmas, entre otras cosas,
la mejor novela de Kawakami, sin duda– no son meros aparecidos. En realidad, más que ser, suceden. Un poco quizás a la manera de Rulfo. Aunque igualarlos a los fantasmas de Rulfo sería inexacto. Un fantasma, en Kawakami, es algo que ocurre, como la lluvia o un resfriado. Como el amor. No hay que hacer grandes aspavientos cuando aparece uno, y ninguno de sus personajes lo hace. A veces, como en el caso de Manazuru, no podemos decir a ciencia cierta que el fantasma sea un fantasma. Ojo aquí con confundir a la autora japonesa con una cultivadora del llamado realismo mágico. En nada se parece. Las emociones hiperbólicas, la exageración, no tienen cabida en su
prosa tranquila, de perfiles nítidos, fluidos a la vez, que tanto me gusta. La gente ama, sí. Toda la obra de Kawakami está dedicada a la gente que ama. Pero ama sin sobresaltos ni grandes gestos. A veces sin estar segura de amar. O amando creyendo que no ama. Que no sabe amar. Esa es la ‘tragedia’, nunca sentida como tal, del personaje en torno al cual gira la novela – no sería muy preciso llamarlo protagonista–. Aman sin una definición de amor, sin saber qué es a ciencia cierta el amor. Un amor que adopta muchas formas y maneras. Porque el amor, como los fantasmas, como tantas cosas, incluso las decisiones que se toman, incluso la voluntad, no es: sucede.
Rosa Chacel. :: EL NORTE pliega en los distintos personajes, a los que hace hablar con voz propia en distintos monólogos interiores, utilizando tembién la figura del narrador en tercera persona. La acción es provocadora de puro cotidiana. La excusa para las primeras páginas es sacar los hilos a un retal de lino, luego se preparan vestidos,
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA
SUCEDER
se visita el museo del Prado o se va a la farmacia, atendida por un muchacho, o a la casa de fieras del Retiro. Es un universo femenino, en el sentido tradicional del término, lleno de sugerencias, concavidades, miedos y anhelos, con una densidad casi pétrea. Hay elementos para el melodrama (una violación,
una madre soltera en el Madrid de principios del S. XX) que quedan muy en la sombra. Habla de dificultades económicas, de enfermedades, de muertes,… El deseo se abre paso según avanza la novela. Refleja un mundo completamente vulgar, elaborado con los materiales que un narrador al uso habría considerado de deshecho. El texto que resulta es, en cambio, de una originalidad plena, aún hoy, porque el mundo narrado no es más que el pie de las reflexiones de la narradora, que van incardinadas a sus personajes, cuitas y espacios. La autora procura, y consigue, eliminar la progresión dramática, los golpes de efecto, los elementos básicos tradicionales del relato. Lo fundamental, la base, de los dos libros son los recuerdos: «Mi memoria es eso que llaman inspiración. Porque además las cosas que se quedan en la memoria no se quedan solas nunca.» «La memoria, no como rememoración, sino como imposición, como presencia de algo que no ha sido nunca pasado, como la solución del nudo de la intriga –la intriga, el presente, su trama de ocultación, de secreto inconfesable–» Ese análisis de lo sucedido, de lo que podría pasar, de lo que no ocurrió, tiene que ver con la confesión. Se cuenta para juzgar, y sobre todo juzgarse. No tanto porque haya culpa, sino porque hay asuntos que no estaban resueltos en el propósito básico que es sobrevivir, conseguir hacerse un espacio en el que habitar siendo uno quien es, sin ceder un ápice. Los dos libros hablan de cómo una niña consigue darse forma a sí misma, ayudada por su entorno, pero sobre todo por una energía descomunal, dirigida con rigor.
CIRO GARCÍA
parecido al del papel couché. Incluso al tacto eran más agradables aquellos libros de Alfaguara –por eso mi ‘Opus nigrum’, la novena edición del 85, está tan hermosamente decrépito–. Ahora son bastante más vulgares. Pero no voy a ser yo quien se queje de que alguien siga publicando la obra de Kawakami. Si bien es cierto que el cambio de traductor me producía cierto recelo –eran tan buenas las traducciones de Marina Bornas Montaña–, lo cierto es que el
DESDE EL AMANECER / BARRIO DE MARAVILLAS Rosa Chacel. Lumen, 2017
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
CONFESIONES A MEDIA VOZ :: V. M. NIÑO
Ángelo Néstore en la Librería Rayuela de Málaga. :: SALVADOR SALAS
PURO TRANSGÉNERO Ángelo Néstore logra en ‘Actos impuros’ la intensidad expresiva que toda buena poesía pide LUIS ANTONIO DE VILLENA
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ay que decir enseguida que con su segundo libro y el más poético, este ‘Actos impuros’ (pero el texto está lleno de pureza) el poeta de origen italiano, afincado en Málaga, Ángelo Néstore –1986– demuestra ser un buen poeta, porque fabrica su texto de modo directo y emocional, logrando la intensidad expresiva que toda buena poesía pide, pero va más lejos porque hace entrar en el universo poético el mundo del transgénero y de la identidad sexual, el hombre que se siente mujer sin serlo físicamente, la construcción paterna de la imagen del ‘hombre macho’ y la nostalgia que puede quedar en algunos del papel de la madre… Estos temas forman ya ricos y por qué no decirlo a menudo abstrusos tratados académicos, al menos desde que la post-feminista norteamericana Camille Paglia inauguró estos ‘estudios de género’ allá por 1990 con su libro –traducido al español–
‘Sexual Personae’. Frente a esos vericuetos académicos (que están logrando la antigua hiperespecialización de los componentes de ‘Tel Quel’) Ángelo nos enfrenta a la viveza del poema sugerente y claro: El estupor de la madre ante un hijo que se sueña madre-hombre. Con la madre (o su sugestión) «escondo el pene entre mis piernas», pero frente al padre que busca al hijo-hombre, «me encojo como una larva», cuando ese padre ordena: «Sé un hombre». Entre poemas pues que temen y se deleitan en la dulzura materna, el padre le arroja imágenes de masculinidad sin resquicios, que el poeta asume como gay en su gimnasio: «Me excita el sudor de su barbilla» (…) «Abro la boca debajo de su barbilla, saco la lengua,/como un niño arrodillado en el altar». En pro de la mujer «siempre abajo» y fascinado y herido por la voluntad dominante del padre (recuerdos de la ‘Carta al padre’ de Kafka), lo más atractivo del libro y digamos que tam-
ACTOS IMPUROS Ángelo Néstore, Hiperión, Madrid, 2017. 61 págs.
bién lo más nuevo y si se quiere lo más atrevido, está en los poemas que evocan la hija imposible –o posible– que el poeta desea tener, primero como hombre que pudiese parir y si no en adopción, entre dos hombres… En el poema ‘Una casa más grande’ leemos: «Y mientras entrabas dentro de mí,/ mientras entrabas,/ yo pensé en cuál sería/ la habitación de nuestra hija/ y apunté en mi cabeza:/comprar uniforme, lápices, cuadernos». (…) Luego (otro poema) habla de adopción denegada, o del psicólogo que dice (‘El prospecto’) «Usted no puede dar a luz./Ahora. Ni nunca./Hágase a la idea…» Y quien desea se sienta como el mendigo a la puerta de la iglesia y mira a una mujer: «Ella no sabe que en la espalda/ guardo el peso de todas mis hijas imaginadas,/ no sabe que me acompaña un ejército de huérfanas…» El poema discurre con calidad (calidez) y nítida belleza, y uno se dice: ¿Qué es la normalidad? ¿Quién o quienes la construyen e imponen? ¿O no será que lo que es limpio en sí, siendo como es parte de la naturaleza, será ya plenamente normal? «Mancho la tierra con la semilla última de la esperanza». Y comprendemos que el deseo es bello, que lo humano se abre como flores, y que a la pluralidad que somos seguirá más pluralidad. Y eso sí, que lo ‘normal’ en poesía es el buen poema. Y estos lo son, creciendo.
Autoría compartida, dos voces que alternan su relato y una bajada a las sombras de la adolescencia en clave yanqui, son las coordenadas del último premio Gran Angular. ‘Siempre será diciembre’ se comercializa firmado por Wendy Davies que es la suma de las autoras españolas Fátima Embark y Merche Murillo. La muerte de Sam es el punto de partida de esta novela que se va trenzando con las aportaciones de su hermana, Samantha, y su mejor amigo, Jayden quien le acompañaba cuando se lanzó al mar. El misterio de la desaparición es el bajo continuo de dos confesiones en primera persona que alternan sus apreciaciones sobre el finado con sus consideraciones con la realidad circundante. Al borde del cambio de agujas en su vida, a punto de ir a la universidad, sus 18 años
les colocan en el centro del mundo, en un tíovivo emocional, en la exacerbación romántica de los sentimientos. Entre la pasión y el nihilismo solo media una frase. Quizá en ese difícil equilibrio radique la virtud de esta novela que tiene la mentira como principal referente y el coqueteo con la verdad como atractiva virtud.
SIEMPRE SERÁ DICIEMBRE Wendy Davies. SM. Premio Gran Angular 2017. 306 páginas. 11,95 euros.
Sam era una suerte de líder con un poderoso ascendente sobre sus amigos y sobre su hermana gemela. Baste la intimidatoria pregunta que regularmente hacía a su íntimo Jayden; «¿quién cojones eres hoy Waller?». Para la familia del muerto, Jayden es ahora un asesino porque, a pesar de que se lanzó al agua tras él, no logró salvarlo. La idea del asesinato y la del suicidio van sucediéndose según los testimonios de los habitantes de una pequeña ciudad estadounidense donde «todos se conocen». La claustrofobia de la comunidad, la confrontación con el mundo de los adultos cuando ya han perdido pie en la infancia, el desencanto de las relaciones familiares, el primer sexo sin sentido y el primero con, los amores confundidos, van ocupando el relato de dos voces que se asoman al abismo sin red ya.
CUANDO EL FINAL NO ES EL ESPERADO :: V. M. N. Los cuentos tradicionales descansan en el encanto del narrador, en el cómo más que en el qué conocido, previsible. Por eso Pinto&Chinto, la pareja de autores que firma este libro, han seguido la estela de Roald Dahl (‘Cuentos en verso para niños perversos’), entre otros, y han buscado el desconcierto de un final nuevo para esas historias repetidas. En ‘Los siete cabritillos y el lobo’, la hambrienta fiera que hace gala de su astucia sucumbe ante otro de su misma especie y condición. Alí Babá acaba detenido por ladrón y, sin embargo, la contraseña mágica le permitirá abandonar su prisión. El patito feo acepta sin problema que es en realidad un cisne feo. La hormiga que reprueba la holganza de la cigarra acaba siendo tolerante y encuentra un intercambio con su amiga beneficioso para ambas. Y así hasta quince cuentos que comienzan como todos conocemos pero acaban según los nuevos designios de Pinto&Chinto. El tándem que forman David Pintor y Carlos López co-
¡CÓMO CAMBIA EL CUENTO! Pinto&Chinto. Colección Sopa de Libros. 78 páginas. 8,30 euros. A partir de 6 años.
ó en ell humor h áfi menzó gráfico para prensa y ahora han trasladado su habilidad para mirar la actualidad a territorio infantil. Buen libro para jugar con la expectación de primeros lectores autónomos.
14 LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 10.06.17 EL NORTE DE CASTILLA
E
l adjetivo calificativo acompaña al sustantivo (o nombre) para expresar alguna cualidad de la persona o cosa nombrada. Un tipo especial de adjetivo calificativo es el que se conoce como epíteto. El epíteto dice de la cosa expresada por el nombre una cualidad natural en ella o que se considera natural, como por ejemplo ‘transparente’ en ‘las transparentes gasas’. Si buscamos en el diccionario la palabra ‘gasa’, todas las acepciones hacen referencia a un tejido fino, delgado, ligero, de aspecto vaporoso, poco tupido, ralo, etcétera, que favorece su transparencia. Decir entonces que una gasa es transparente es decir algo obvio, pues el adjetivo subraya (o recalca) una cualidad característica del nombre al que acompaña. Son también epítetos los adjetivos ‘verde’ y ‘blanca’ en las expresiones ‘la verde hierba’ y ‘la blanca nieve’, ejemplos que solían aparecer en los libros de texto. Una de las características de los epítetos es que ninguno lo es por sí mismo, sino dentro de un sintagma o de un grupo nominal, lo que quiere decir que no disponemos de un catálogo o repertorio de epítetos. Además, suelen aparecer antepuestos (aunque no necesariamente) al nombre al que acompañan. En general los epítetos, puesto que son adjetivos que no son necesarios, se emplean para producir un determinado efecto estético, de ahí su frecuencia en los textos literarios. Pero mi intención es llamar la atención sobre unos cuantos adjetivos que casi constantemente acompañan a algunos sustantivos y que se cuelan sin pedir permiso en nuestras conversaciones y escritos. Me refiero a los que se conocen
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
LOS ADJETIVOS SUPERFLUOS como epítetos-tópico, que contribuyen al establecimiento de clichés tan manidos como ‘fiel reflejo’ o ‘auténtica catástrofe’. Juzguen ustedes si no leen u oyen con demasiada frecuencia asociaciones como las que aparecen en los ejemplos siguientes: Los personajes de una obra son un ‘fiel reflejo’ de la vida cotidiana; El suceso pudo haber provocado una ‘auténtica catástrofe’; Fue una ‘verdadera pena’ que el tiempo de su intervención fuera tan corto; Este seminario-taller representa un ‘claro exponente’ del despegue que se está produciendo en el nivel científico de nuestra hidrogeología; Los dos ministerios trabajan en ‘estrecha colaboración’;
Los epítetos en general se emplean para producir un determinado efecto estético
Tenemos ‘plena confianza’ en que todo saldrá bien; La asociación contará con la ‘participación activa’ de psiquiatras, abogados y jueces; El texto define la situación con ‘claridad meridiana’; Hay un ‘deseo ferviente’ de que todo termine pronto; Se le dará ‘cumplida cuenta’ del resultado de la operación; A medida que se vayan produciendo los cambios, tendrán ustedes ‘información puntual’ de ellos; Es un tema de ‘palpitante actualidad’; Nuestro más ‘ferviente deseo’ es que ustedes sean parte integrante de nuestro equipo; Le doy mi más ‘sincero pésame’; No es broma, es la ‘pura verdad’; Le pidió que lo acompañara con el ‘falso pretexto’ de ofrecerle un trabajo; Como ‘colofón final’ actuará nuestro grupo local más internacional; El genocidio consiste en una interferencia humana que conduce a un género o especie al borde de la extinción, o a la ‘extinción definitiva’; Hay que tratar un asunto de ‘especial relevancia’; Su misión principal es rehabilitar a los animales amenazados y reintegrarlos a su ‘hábitat natural’; El ‘desenlace final’ de la telenovela no podía ser otro; Se prevé la necesidad de contar con un ‘experto especializado’ en Derecho Penal; Nos quedan por resolver unos ‘pequeños detalles’; El importe de la comida es una ‘minucia insignificante’ si se compara con el coste total del viaje; La familia es el ‘pilar fundamental’ de la sociedad; Calificaron la visita como una ‘sorpresa inesperada’. Los expertos consideran que, en general, el uso constante y continuado de estos epítetos empobrece la expresión, por lo que se recomienda evitarlos salvo en aquellos casos excepcionales en los que con ellos se pretenda enfatizar o, para usar un epíteto, poner ‘un énfasis especial’.
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID
OLETVM VALLADOLID
HYDRIA SALAMANCA
MARGEN VALLADOLID
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
FICCIÓN
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Redención. Ray Loriga (Alfaguara)
Hasta que salga el sol. Megan Maxwell (Planeta)
Escrito en el agua. Paula Hawkins (Planeta)
Más allá del invierno. Isabel Allende (Plaza & Janés)
Derecho natural. Ignacio Martínez de Pisón (Seix Barral)
Tierra de campos. David Truena (Anagrama)
No soy un monstruo. Came Chaparro (Espasa)
Topito Terremoto. Anna Llenas (Beascoa)
Recordarán tu nombre. Lorenzo Silva (Destino)
Más allá del invierno. Isabel Allende (Plaza & Janés)
Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)
Los imaginarios. E. Gravett/A.F. Harrold (Blackie Books)
Bajo el árbol de los Toraya. P. Claudel (Salamandra)
El valle del óxido. Philipp Meyer (Random House)
Recordarán tu nombre. Lorenzo Silva (Destino)
Sarna con gusto. Refranes, ... C. Pérez Gellida (Suma)
El clan de la loba. Maite Carranza (Edebé)
La vida negociable. Luis Landero (Tusquets)
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
Tú también puedes. Carlota Corredera (Grijalbo)
Atlas del mundo. D. Mizielinski / A. Mizielinski (Maeva)
Regreso a Twin Peaks. VV AA (Errata Naturae)
Adelgaza para siempre. Ángela Quintas (Planera)
Conspiraciones. Jesús Cintora (Espasa)
¡Velay! Valladolid ... Ayto Valladolid (Castilla Tradicional)
Convergencias. Peter Watsonx (Crítica)
Tú también puedes. Carlota Corredera (Grijalbo)
¿Quién dijo rendirse?. J. Antonio Martín Otín (Córner)
1936. Fraude y violencia ... R.Villa / M.Álvares (Espasa)
Walden. Henri David Thoreau (Errata Naturae)
El último francotirador. Kevin Lacz (Crítica)
Qué nos ha pasado, España. F. Önega (Plaza & Janés)
Votar y cobrar. S. Levi / S. Salgado (Capitán Swing)
La isla de la verdad. Pablo Redondo (El Desvelo)
La revolución blockchain. Don Tapscott (Deusto)
1936 fraude y violencia ... M. Alvares / R. Villa (Espasa)
Todo lo bueno es libre ... H. D. Thoreau (Errata Naturae)
Los colores de nuestros ... M. Pastoureau (Periférica)
Di Stéfano. Ian Hawkey (Corner)
SANDOVAL VALLADOLID
LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA
SEMURET ZAMORA
PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA
FICCIÓN
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FICCIÓN
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Tierra de campos. David Truena (Anagrama)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Domingo. Irène Némirovsky (Salamandra)
La luna en las minas. Rosa Ribas (Siruela)
Tierra de campos. David Trueba (Anagrama)
Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)
Derecho natural. Ignacio Martínez de Pisón (Seix Barral)
Rendición. Ray Loriga (Alfaguara)
Como fuego en el hielo. Luz Gabás (Planeta)
La hija de Cayetana. Carmen Posadas (Planeta)
Offshore. Petros Márkaris (Tusquets)
Mi verdadera historia. Juan José Millás (Seix Barral)
El cuento de la criada. Margaret Atwood (Salamandra)
Media vida. Care Santos (Planeta)
Los hermanos Ashkenazi. Israel Yehoshua (Acantilado)
Tierra de Campos. David Trueba (Anagrama)
Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)
Miel del desierto. Edith Pearlman (Alianza)
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
Examen de ingenios. Caballero Bonald (Seix Barral)
Palencia. Momentos, personajes. J. de la Cruz (Aruz)
Historia de los reyes de León. R. Chao Prieto (Rimpego)
Los últimos. Paco Cerdà (Pepitas de Calabaza)
¿Qué fue la Guerra Civil?. VV AA (Akal)
Aporofobia. El rechazo al pobre. Adela Cortina (Paidós)
La España vacía. Sergio del Molino (Turner)
El siglo de la revolución. Josep Fontana (Crítica)
La venganza de los siervos. Julián Casanova (Crítica)
El libro de Gloria Fuertes. Gloria Fuertes (Blackie Books)
1936. Fraude y violencia. M. Álvarez /R. Villa (Espasa)
Sapiens de animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)
Lobo negro. Nick Jans (Errata Naturae)
El método Monchi. Daniel Pinilla Gómez (Samarkanda)
No sé si tirerme al tren o al maquinista. S. Broa (Plan B)
Isabel: la Reina Guerrera. Kirstin Downey (Espasa)
St. Pauli. Otro fútbol es posible. Parra / Viñas (Capitán)
Cómo escuchar jazz. Ted Gioia (Turner)
Lo que te dije cuando te ... A. Espinosa (Grijalbo)
Una historia erótica de Versalles. M. Verge (Siruela)
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Sábado 10.06.17 EL NORTE DE CASTILLA
QUINCE MINUTOS DE FAMA
ÁNGEL MARCOS
José Manuel Calle Flores Nací en Velascálvaro, soy albañil autónomo y… aquí seguimos. Tengo tres hijos y la mujer. ¿Lo que me gusta?, freír el lomo de la matanza
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Sábado 10.06.17 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Carlos Aganzo Coordinador: Chema Cillero
:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL
El protector (y II) E
l escándalo estalló unos días después. Fue al volver de gimnasia. Al entrar en la clase percibimos un olor nauseabundo que no sabíamos de dónde venía. Hasta que descubrimos que alguien había hecho sus necesidades sobre la silla del profesor. Fuimos enviados a la sala de estudios. El padre nos dijo que nunca había sucedido algo así en el colegio y que si no aparecía el culpable debíamos atenernos a las consecuencias. Pero el culpable no apareció y fuimos castigados con severidad. A partir de ese momento, se acabaron los recreos y tuvimos que ir al colegio los sábados y los domingos. Nadie pensó que el responsable pudiera ser Muñoz, pero a mí me bastó recordar el relato de aquellos esclavos haciendo sus necesidades por todos los rincones del barco, para saber que había sido él.
También los padres jesuitas debieron pensar lo mismo, pues Muñoz desapareció del colegio. Dejó de ir a clase y un buen día se llevaron su pupitre. Nadie nos dijo nada ni volvió a hablarse de él, como si nunca hubiera existido. Ahora me doy cuenta de la desesperación que debió de sentir para llegar a hacer una cosa como aquella, pero entonces sólo percibí su locura. Era una locura extraña que me atraía y repelía a la vez. Como entrar en un mundo de oscuridad y venganza, pero también de turbios deseos y loca libertad, el mundo de aquellos esclavos en las bodegas haciendo lo que daba en gana. Un mundo sin mandamientos. Pero estaba la navaja y ese fue el verdadero problema. La navaja procedía de ese mismo mundo y estaba marcada por el estigma de esa oscura libertad. Muñoz robaba en las tiendas y los objetos que nos
regalaba eran su botín, del que la navaja formaba parte. Robar era uno de los pecados más grandes que existían y sólo restituyendo lo robado se podían conseguir el perdón. Pero yo no me decidía a hacerlo. En parte, porque eso me transformaba en cómplice de un delito que no había cometido y, en parte, porque no quería desprenderme de la navaja. Aquello me torturó por un tiempo. No me atrevía a ir a comulgar y tampoco quería confesarme, ya que no sabía lo que tenía que decir al padre. Hasta que tomé una decisión salomónica. No necesitaba confesarme pues yo no había robado la navaja y todo lo que tenía que hacer era desprenderme de ella. Fui al río y la arrojé al agua. El río se estaba empezando a helar. Desde el borde del camino lo contemplé largamente, bajo la claridad azul de la noche. Pensé
DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO
en mamá y en lo que me había dicho unos días antes. Nos habíamos detenido ante la cartelera de un cine, en que una mujer muy guapa, con cara de niña, se inclinaba sobre un hombre que estaba dormido. Llevaba un puñal en sus manos. Y yo le pregunté a mamá qué iba a hacer. –Cualquier barbaridad –me dijo, echándose a reír–. Todos alguna vez hemos querido matar a alguien. Oí el ladrido lejano de los perros y regresé a la ciudad. Me sentía liberado por haberme desprendido de aquella navaja y al pasar por el cine me detuve para ver de nuevo la cartelera. Pensé en mamá. En su tristeza cansada, en su vida anterior, en aquella risa que de pronto la asaltaba sin que pudieras saber la razón. Y recordé cómo, mientras mirábamos aquella cartelera, sentí mi mano dentro de la suya. Su mano grande, dimanando un calor animal. Desprenderme de la navaja me hizo recuperar la tranquilidad. No volví a pensar en Muñoz hasta unos días después. Había ido de compras con mamá, y aburrido, porque se demoraba más de la cuenta en elegir unas telas, salí a la puerta del comercio. Estaba oscureciendo, y la niebla
invadía las calles. No había nadie, y las farolas, ya encendidas, iluminaban las paredes y el suelo con una claridad lechosa. Muy cerca había una imprenta, en plena actividad a esa hora. Oía la febril respiración de las máquinas y un chirrido tenso de ruedas mal engrasadas. La luz en sus ventanas era blanca. Vi a alguien que se acercaba. Su bulto creció de tamaño hasta detenerse a un par de metros de mí. Era un negro y llevaba una cuerda en la mano. Brillaba el filo de sus dientes, y sus pupilas parecían confundirse en el blanco de sus ojos. Cuando intentó sonreír, la mueca quedó lastimosamente incompleta. Me pareció que me iba a atacar. No tuve tiempo de ver más, pues la impresión fue tan fuerte que me desmayé. Mamá salió justo a tiempo de cogerme en sus brazos. Cuando abrí los ojos estaba sobre el mostrador de la tienda. –Vaya susto que nos has dado –me dijo mamá, dándome un beso. Regresamos a casa y mamá se empeñó en que me acostara. La cabeza me daba vueltas y no quise cenar. No podía dejar de pensar en aquella figura imponente que había salido de la niebla, ni en la intensidad cegadora que había en sus ojos. Hay que decir que en aquel tiempo los negros eran algo excepcional en mi ciudad y sólo en muy raras ocasiones se veía a alguno por sus calles. Mamá venía cada poco y me preguntaba si me encontraba bien. –Sabes una cosa –me dijo con una sonrisa–. Cuando estabas en la tienda entró una señora y, al verte sobre el mostrador, pensó que estabas en venta. Pero le dije que había llegado tarde, que acaba de comprarte yo. No sabía qué me había pasado. Veía a aquel negro emergiendo de la niebla, y pensaba en los esclavos de que me había hablado Muñoz. Me imaginaba que habían logrado escapar y que ahora vivían escondidos en algún lugar de nuestra ciudad. Muñoz era su jefe. También él quería vengarse, y planeaba con ellos sus crímenes. Y entonces cogí una costumbre que me acompañó a lo largo de varios meses. Me metía en la cama, cerraba los ojos y me imaginaba a su lado, en aquellas cloacas, viendo lo que hacían y cómo eran. Era un mundo donde todo estaba permitido. Y yo seguía a Muñoz, mi protector, en la oscuridad de la noche con aquella navaja en las manos.