Diez años sin Umbral

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SOMBRA CIPRES LA

DEL

NÚMERO 273 Sábado, 17.06.17

Diez años sin Umbral Se cumple un decenio sin la figura del escritor irreverente y maestro sin igual del columnismo [P2]

El escritor, en 1985. :: EL NORTE


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Sรกbado 17.06.17 EL NORTE DE CASTILLA


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Se inició en las lides periodísticas de la mano de El Norte de Castilla en 1957 a través de reseñas en el suplemento ‘Las artes y las letras’

Y Francisco Umbral vino a hablar de sus libros C

uando España se asomaba de verdad a Europa y el ‘felipismo’ vivía su plenitud y sus espejismos, Francisco Umbral (1932-2007) se convirtió en el columnista por excelencia y cruzó su estela bronca y castizona con la de Cela –de quien fue implacable biógrafo en ‘Cela: un cadáver exquisito’–, configurando para el imaginario popular un tándem del show literario nacional, tan aplaudido como criticado. En aquella prodigiosa y malevolente biografía del Premio Nobel, la que sale peor parada es su segunda esposa, la periodista

DAVID FELIPE ARRANZ

Marina Castaño, «ninfa con todo el encanto de la juventud (…) a la que se agarra un fauno viejo», y que, permítasenos la nota, a pesar de estar casada de nuevo, ejerció de viuda ‘oficial’ del escritor en la inauguración de la exposición ‘Camilo José Cela 19162016. El centenario de un Nobel’, en julio del año pasado. Volviendo a Umbral, su célebre episodio de 1992 con

Mercedes Milá en ‘Queremos saber’ Antena 3 cuando acudió a presentar ‘La década roja’ ha pasado al imaginario colectivo por su sinceridad y su valiente espontaneidad. Umbral, que acudía tras dejar a unos amigos con los que estaba celebrando la presentación esa misma tarde del volumen, arremetió con toda la lógica contra la presentadora, que daba la palabra «al personal» –como él decía– y a los estudiantes que acudieron esa noche como público, menos al escritor, que vio cómo se les echó el tiempo encima sin hablar de su libro: «esto es un engaño como toda la televi-

CARLOS AGANZO

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Francisco Umbral en el jardín de su casa en agosto de 1999. :: HENAR SASTRE

ra leen, y a Umbral mucho menos, porque no saben quién es (ni él, ni García Márquez, ni Juan Goytisolo). Iniciado en 1957 en las lides periodísticas en el suplemento ‘Las artes y las letras’ –hoy ‘La sombra del ciprés’– de nuestro amado El Norte de Castilla, donde comenzó a hacer reseñas de Juan Ramón Jiménez, Gómez de la Serna, Pepe Hierro, Jorge Guillén o Victoriano Crémer, en seguida surgió la conexión con Miguel Delibes, hacia el que el madrileño profesó uno de sus escasos respetos y admiraciones –ahí está su ensayo ‘Miguel Delibes’

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blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

De crímenes y baladas o sabemos cómo habría sido Paco Umbral si no hubiera sentido desde niño, en la raíz de su corazón, el desapego frío de una madre que se avergonzó de su nacimiento. Tampoco sabemos cómo habría evolucionado su estilo literario si en lugar de haber perdido a su hijo, víctima de la leucemia con seis años, hubiera seguido siendo un padre cariñoso y hasta tierno en lugar del personaje sombrón e impertinente que se construyó para protegerse del mundo en los años que siguieron a la tragedia. Y por supuesto no sabemos qué habría sido de uno de los más grandes articulistas del periodismo español de la segunda mitad del siglo XX

sión, porque es putrefacta», le espetó a la Milá, que tragaba saliva. «O se habla de mi libro o me voy, y se acabó», le decía Umbral. Algunos vimos el mítico programa en directo, desde casa, y más allá del espectáculo del momento, revisado el episodio con la distancia de las cosas, sólo podemos darle la razón a Umbral, porque las cosas en la tele fueron de mal en peor y ahora ni siquiera se convoca a escritores de su talla a un espacio en ‘prime time’. Por no decir que hoy ya esos mismos muchachos que ahora acuden como público a los programas, llamados ‘millennials’, ni siquie-

si no hubiera tenido dos maestros, padrinos y mentores como Miguel Delibes y Camilo José Cela; los mismos que le lanzaron a la feria del Madrid castizo y postinero; los únicos que le apoyaron –junto con José María de Areilza– en su fallida aventura de ser miembro de la Real Academia Española. O sí. Quizás sí lo sabemos. Porque por encima de sus vicisitudes personales y de sus peripecias biográficas Umbral siempre fue Umbral: un poeta encendido; un escritor del claroscuro español de los pies a la bufanda. Poeta disfrazado de prosista en ‘Mortal y rosa’. Poeta timorato en su único libro de poemas –como tal– publicado en vida. Poeta definitivamente inspirado en

sus maravillosas columnas periodísticas que, por encima del fondo, tuvieron siempre en la forma su brillo más verdadero. Cuando era jovencito, Umbral leía con fruición a los poetas del 27. Pero en su fuero interno prefería a Juan Ramón, a Neruda y a don Ramón María del Valle-Inclán. Al igual que Cela –otro poeta ‘cuasi frustrado’–, tuvo devoción por José García Nieto, tan injustamente tratado siempre por la crítica académica española, y un respeto casi reverencial por José Hierro. Cuando Hierro hacía «reportajes en verso», Umbral escribía «poemas en forma de artículo periodístico». Y cuando estaban juntos era difícil saber dónde empezaba uno y dónde terminaba el otro en el encadenamiento de frases luminosas, comentarios mordaces, juicios sumarísimos y humor, mucho humor; toneladas de humor sólo comparables a las toneladas de ternura que derrocharon a su alrededor dos viejos colosos como éstos, salidos de una España donde las luces termi-

naron imponiéndose a las sombras sólo a fuerza de tesón y de imaginería política, social y literaria. En Valladolid, con Delibes, aprendió que nuestra lengua española puede ser un arma poderosísima para cambiar el mundo cuando no nos gusta. En Madrid, con Cela y García Nieto, se dio cuenta de que la corte de los milagros que sedujo a Baroja, a Zunzunegui o a su querido Valle-Inclán seguía siendo una fuente literaria inagotable para cualquier chico de provincias que se atreviera a adentrarse en la selva inextricable de la gran ciudad. Después voló por libre y se convirtió en un sím-

Los artículos de Umbral nos siguen deslumbrando como si acabaran de ser escritos hoy

bolo más, en forma de columna periodística, de la así llamada movida madrileña, un movimiento que hoy juzgamos tan rico en hallazgos como en excesos; un fenómeno, en todo caso, que donde mejor se puede leer es precisamente en los miles de artículos que Umbral escribió en aquella época. Diez años después de su muerte, Madrid y Majadahonda –donde vivió– le recuerdan con el Premio al Mejor Libro del Año que lleva su nombre. Y Valladolid con los talleres de columnismo que su fundación celebra en los institutos, donde sigue viva su memoria. Y no. No echamos de menos sus artículos. Porque cuando los volvemos a leer, en cualquiera de las recopilaciones al uso de su obra, todavía nos deslumbran como si fueran nuevos, como si acabaran de ser escritos al hilo de la más rabiosa actualidad. También en eso se nota que el escritor fue en realidad un poeta disfrazado de columnista. En su resistencia a la caducidad. Como ocurre siempre con la mejor literatura.


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(1970)–, un cariño que le fue correspondido por el director del diario vallisoletano, tampoco dado en exceso a las alabanzas, quien se refirió a Umbral como «el escritor más renovador y original de la prosa hispánica actual». Lo que hizo Umbral fue prosa lírica en un ejercicio epigonal que bebía directamente de las fuentes (y bodegas) bohemias de Larra, Eugenio d’Ors, Azorín, González Ruano, Josep Pla, Foxá y Eugenio Montes. Fue la de Umbral –su vida y su obra– una (re)invención en un tiempo difícil y transicional: su yo literario es un juego de máscaras a golpe de autobiografía del espacio urbano, hipnótica, descarnada y brillante cuasi-ficción, y sólo su encantadora mujer, María España, presidenta hoy de la Fundación Francisco Umbral, llegó verdaderamente a conocerlo. Más allá del escritor «para jardines desolados, para claustros con poeta solitario y con ciprés» como él mismo se define en ‘Amado siglo XX’ (2007), Umbral aprendió el oficio de las abundantes lecturas durante su juventud: John Dos Passos, Sartre, Quevedo, la picaresca española toda… Sus libros son fascinantes –‘Travesía de Madrid’ (1966), ‘Madrid 1940’ (1993), ‘Mortal y rosa’ (1975), ‘Las ninfas’ (1976), ‘La noche que llegué al Café Gijón’ (1977), ‘Los helechos arborescentes’ (1979), ‘Nada en el domingo’ (1988) o ‘Un ser de lejanías’ (2001)– hacen de su abundoso legado literario uno de los más importantes del último tercio del siglo XX, mal que les pese a sus innumerables detractores. La fábula se transmuta en experiencia y en vida, y a la inversa, en un juego que pocos como Umbral han sabido poner en marcha con tanta fuerza. Para comprender mejor al genio atormentado que fue, quedémonos con un fragmento que escribió en ‘Diario de

un escritor burgués’ (1979) y que explica hasta qué punto se produjo en su vida y en su personalidad un antes y un después tras la muerte de su hijo Franciso ‘Pincho’ por leucemia con tan solo seis años: «Sólo he vivido cinco años de mi vida. Los cinco años que vivió mi hijo. Antes y después, todo ha sido caos y crueldad». No se puede entender a Umbral sin tener en cuenta la tragedia de la pérdida de su amado hijo, ni tampoco se puede juzgar, ni mucho menos condenar, a un periodista y escritor que fue epítome de la independencia en unos años en que serlo tenía un precio. Como él mismo le dijo a Milá en aquel rocambolesco show que ha pasado a la conciencia de todo un país, Umbral se jugaba el tipo todos los días en su columna. Y nosotros, sus lectores, hemos venido a hablar de sus muchos libros y de su magisterio lírico, rotundo, provocador, libérrimo y distinto. Que sea por muchos años.

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Fue la de Umbral –su vida y su obra– una (re)invención en un tiempo difícil y transicional No se puede entender a Umbral sin tener en cuenta la tragedia de la pérdida de su amado hijo

1. Francisco Umbral posa junto a una hormigonera en 1988. :: EL NORTE 2. Francisco Umbral saluda al Rey Don Juan Carlos en una recepción en el Palacio de la Zarzuela. :: FUNDACIÓN UMBRAL

3. El escritor conversa con José María Aznar y María España en una recepción. :: F. U.

4. Con Santiago Carrillo en 1985. :: EL NORTE 5. Umbral saluda al académico Fernando Lázaro Carreter en 1978. :: EFE 6. Recibiendo el Premio Príncipe de Asturias de Literatura de manos de Felipe de Borbón en 1996. :: SERGIO PÉREZ 7. Francisco Umbral sentado junto a Bibí Andersen en una reunión. :: F. U.


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Umbral: diez años por delante E s el aniversario redondo. El décimo. En agosto. Coincidiendo con la muerte de Manolete en Linares, con los últimos calores, con la muerte de Antonio Puerta, aquel valeroso futbolista. Son diez años ‘sin’ Umbral como si son diez años ‘con’ Umbral, diez más. Porque la juventud creadora de Umbral irá creciendo con los años, como el buen vino. Me cuenta Juan Manuel de Prada que a Paco Umbral el tiempo le hará justicia. Una justicia literaria tardía, clara, pues que a Francisco Umbral, vallisoletano de la madrileña calle del Mesón de Paredes, la miopía de los puritanos aún no le ha perdonado el personaje público. El periodista Juan Antonio Tirado ha escrito sobre las «variedades Umbral», o lo que es lo mismo: ese Umbral televisivo que flirteaba entre la sordera y el whisky

con Lola Flores. Ese Umbral agarrado a su bufanda como a un gato que paseaba por los salones de la Casa de Alba y los tabernones más populares de Vallecas. Ramoncín me rememora algunas anécdota con el Paco Umbral más cheli, Raúl del Pozo me cuenta cómo Umbral renovó el lenguaje de toda una generación, cómo hizo del encargo literario una de las bellas artes y cómo muchos años después seguía viéndolo –a Raúl– como a un pastorcillo de Cuenca, incapaz de comprender que Del Pozo tuviera un Jaguar con chófer. Umbral en estos diez años de su muerte ha ido impregnando cada página del ‘nuevo novísimo periodismo’ que se viene haciendo en España. He calculado a ojo que cada cuatro días alguna columna de opinión en esta España periferiante y peripatética cita algún adagio suyo. Y es que Francisco

JESÚS NIETO JURADO

La miopía de los puritanos aún no le ha perdonado el personaje público

Umbral se hizo en la escritura continua, perpetua, una suerte de refugio de una vida atroz que en Valladolid siempre se supo y que Manuel Jabois contó a los de Madrid y a los de Sanjenjo. Lo cual que (sic) aquí el cadáver exquisito de Francisco Pérez Martínez, Paco Umbral, sigue más joven que nunca. Círculo de Tiza ha reeditado a su criterio la España que nace en la Transición y acaba con Rajoy como invento de Umbral. Pero los alumnos de las más recientes promociones de Periodismo ya no quieren ser princesas, ni ‘manoloslamas’ ni ‘jorgejavieres’; quieren ser umbralianos. Y es que Umbral es tan clásico que es presente, y tan presente que es todavía un adelantado a nosotros mismos. Manuel Alcántara me recuerda que lo quiso mucho, y Umbral desde sus libros recuerda que Alcántara era el máscarón de

proa de ese oficio de ir matándose y viviéndose, al día, en la página volandera de un periódico. Ocurre que dentro de la pluralidad infinita y redundante de la producción del autor de ‘Las ninfas’, hay dos territorios a la manera del Macondo de Gabo o del condado de Yoknapatawpha de Faulkner; son Valladolid y Madrid. En Valladolid está la luz de la infancia, ese ciclo mitológico del joven que paseaba por la calle de Santiago; un joven espigado y guapo, con guantes amarillos. Un joven que dicen que cortejaba damas surcando el hielo del Pisuerga en un ficticio bote. En Valladolid, en esta casa, está su descubridor y principal valedor: Miguel Delibes. En El Norte de Castilla está su razón de ser y su fuerza. Y luego en Madrid está ya el Umbral de la crónica del «cogollo del meollo del bollo». Acaso estoy escribiendo del

Umbral más público, que era el que se cortaba en lonchas de sí mismo en el periódico. Pero hay otro Umbral complementario que es el voraz lector de poesía, el crítico literario más certero que ha tenido España, y esta opinión más o menos la refrendó Dámaso Alonso. Qué decir de ese Umbral que radiografió el universo granadí de Lorca en ‘Lorca, poeta maldito’; o ese otro Umbral que se inventó por aproximación un Larra y un Valle que quizá fueran los más ciertos. A veces, en su dacha de Majadahonda, su viuda España Suárez me cuenta con emoción contenida que se ha volcado el ‘umbralismo’ al japonés. En Francia hay catedráticos sobre su obra. Sordo y miope tuvo dentro el sonido del castellano. Aún hay quien no perdona que se dedicara a la novela por mero compromiso editorial. Diez años sin Umbral.


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La francesa Claire Ducreux se hizo con el primer premio este año gracias a su espectáculo ‘Silencis’. :: R. OTAZO

Las huellas del TAC E

l TAC se ha visto ensombrecido por la muerte de Julio Lázaro, profesor que fue del colegio San José, alumno de la Escuela de Teatro patrocinada por el Consorcio del Ayuntamiento y Diputación, en los tiempos en que yo la dirigía, actor magnifico del Teatro Corsario. Un fulminante cáncer se lo llevó dejando desolado al grupo y a toda la gente de teatro que se personó en el tanatorio. Su hija adolescente va también transitando por los camino del arte. El Corsario ha visto cómo gente que formaba parte de él, incluido su director Fernando Urdiales, ha desaparecido prematuramente. Desde aquí mi abrazo a la familia de Julio y a todos sus compañeros del Teatro Corsario. Este momento triste, en pleno Festival de Teatro que llenaba las calles y los locales de la ciudad, incita a la reflexión. Las compañías teatrales de más prestigio, el Teatro Corsario, Rayuela, Teatro de Azar y demás están pasando por un mal momento intentando supervivir a duras penas. La cri-

sis se ha cebado con el arte escénico (y todas las artes) con su salvaje 21% del IVA (ahora tardíamente rebajado y manteniéndose en el cine) y con el desplome de representaciones. La ausencia de una política cultural de la Junta de Castilla y León es palpable, sin que los encargos para espectáculos sobre Santa Teresa, Cervantes o Zorrilla aprovechando los aniversarios puedan servir de disculpa. Se exige un cambio transcendental en el que no solo los políticos cuenten. Resulta curioso que la Escuela de Arte Dramático patrocinada por la Junta (que por cierto no se ha portado nada bien, ni ha existido una mínima solidaridad con los profesores de la que fundó el Consorcio de Ayuntamiento y Diputación) no esté integrada en la Educación como las demás instituciones y sea una Fundación. Lamentable pero que define muy bien la importancia que se le da a este arte. La supresión del teatro en las Enseñanzas Medias incide en ese deseo de formar ciudadanos con la única mira del di-

nero, acríticos e incultos. De esto ya hemos escrito en otras ocasiones. Se dan también circunstancias positivas que no se tienen en cuenta. Profesionales formados en la escuela antigua han triunfado no solo en su ciudad sino en el territorio nacional y actores como Fernando Cayo, Roberto Enríquez, Ana Otero, Jorge Calvo, Elvira Mínguez, Óscar de la Fuente y demás, trabajan en las compañías nacionales y en las mejores compañías privadas. Para ejemplo, Roberto Enríquez se incorpora al reparto de ‘Arte’, de Yasmina Reza, que dirigirá Miguel del Arco. El teatro en la Comunidad, en la propia ciudad, merece un respeto. La labor de Carmelo Romero y su Festival de Teatro Nuevo con la presencia del Piccolo Teatro de Milano y Paolo Grassi o del Living Theater de Beck y Malina en 1967 fue un primer faro. Luego las Muestras Internacionales (en su aspecto exacto) que nos hicieron conocer espectáculos de teatro y danza extraordinarios se han olvidado y los nombres de quie-

FERNANDO HERRERO

El teatro no es un arte fácil, como pueden pensar algunos políticos; requiere mucho sacrificio, aprendizaje continuo

nes las dirigieron, Juan González-Posada y Mario Pérez deben permanecer en el recuerdo. Asimismo, la labor de Juan Antonio Quintana, Meri Maroto y la gente que trabajó con ellos ha dejado una huella fecunda. Ha pasado el TAC. Se han concedido los premios. No soy muy partidario de ellos pero parecen ser necesarios. Cada espectador tendrá su opinión, muy respetable. He asistido a casi todos los de local cerrado que este año, en una decisión acertada, han aumentado. Cierto tipo de espectáculos necesita un espacio especial. Por ejemplo la premiada ‘Hullu’, por sus características, requería una oscuridad total de la que surgía la magia de los muñecos. También la propuesta del grupo rumano en su espectáculo político y social, que transformó la sala Concha Velasco y el magnífico juego de cuerpos y espacios lumínicos precisaban un local con medios técnicos suficientes. Un nivel notable, sobre todo por la originalidad de las propuestas, que muestran la pluralidad del arte escénico.

En los espectáculos citados y de forma general, se observa el esfuerzo, el rigor y el trabajo, la precisión irrenunciable. Ello requiere preparación física y muchos ensayos. El teatro no es un arte fácil como pueden pensar algunos políticos, requiere muchos sacrificios, un continuo aprendizaje, y la sensación de inseguridad que hoy tiene el profesional añade un específico estrés que es necesario superar. Hay que citar por último a los profesionales vallisoletanos, Félix Fradejas, Marta Ruiz de Viñaspre, Carlos Tapia; los componentes del Proyect 432, demostraron el nivel profesional en espectáculos densos y difíciles. Por su parte Nina Reglero y Carlos Nuevo, en esa iniciativa de la nave del Calderón, ofrecieron en ‘Fuegos’ una impresionante demostración de las posibilidades pedagógicas y artísticas del teatro. Sesenta muchachos y algunos adultos no profesionales, en la demostración lúdica, política y crítica del vehículo escénico. Todos los signos del teatro presentes en esa disciplinada y a la vez libre actuación de estos muchachos y muchachas que superaban sus inhibiciones corporales, gritaban contra las injusticias, los crímenes del pasado y del presente y reivindicaban la justicia y la solidaridad con los exiliados y refugiados de todos los tiempos. El poder salvífico del teatro y del arte tenía así su mejor prueba. Esta constatación nos sirve de resumen y de impulso. En el tanatorio, en la memoria de Julio y de toda la gente de teatro que ha fallecido, en la situación precaria de supervivencia actual, hay que exigir a los políticos, a la sociedad, a los ciudadanos que han llenado las calles y los locales en esta semana de fiesta, que el arte se incorpore a los estudios y que se formule una política consensuada. Una nación se mide por su cultura, una comunidad por su personalidad artística que no es solo el patrimonio histórico, sino también ese patrimonio actual de gran riqueza. Es un deseo que ojalá deje de ser una utopía. El momento es el adecuado, aunque las dificultades serán grandes. Hay que superarlas entre todos.


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PANTEÓN DE PLATA

‘LA CONVERSACIÓN’ (FRANCIS FORD COPPOLA, 1974)

A la escucha EDUARDO ROLDÁN

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o es frecuente que una obra de trascendencia radical, en no pocos sentidos visionaria, quede oscurecida por otra obra aun mayor. Mucho menos, que las dos vengan firmadas –en los tres campos creativos más determinantes para el resultado final de una película: guion, dirección y producción– por la misma persona. Es lo que sin embargo le ocurrió a la cinta que hoy comentamos, que de haber sido realizada por alguien distinto, o en un tiempo anterior o posterior, siquiera uno o dos años, sin duda no cabría en esta sección, pues desde su estreno habría recibido un reconocimiento masivo. No es el caso. ‘La conversación’ tuvo la mala fortuna de estrenarse el mismo año y de concurrir a la misma edición de los Oscar que ‘El Padrino II’, y así verse condenada a ese limbo neblinoso en el que solo reparamos cuando el azar nos pesca algo de él. Como decía la canción, ¿quién se acuerda del capitán Scott? Y es un destino que no merece. Nos hallamos ante una de las más grandes muestras de lo que el lenguaje cinematográfico es capaz de ofrecer, de cómo exprimir los elementos genuinos que hacen del cine el arte que es: ante todo, un arte de síntesis y de tono. ‘La conversación’ aúna y destila esos elementos –organización espacial a través del encuadre; organización temporal a través del montaje (visual y sonoro; este último merecería por sí solo un artículo); interpretación; fotografía; etc.– con un equilibrio, una originalidad y un magnetismo tan intensos como los que pueden encontrarse en ‘El tercer hombre’. Ya desde el plano cenital de arranque nos atrapa: ¿qué son esas interferencias? ¿De qué habla esa pareja paseante en la que el ojo de la cámara termina por centrarse? Grabar a la pareja es el objetivo para el que Harry Caul (Gene Hackman, en la más contenida y a la vez más rica y emotiva de todas sus encarnaciones), experto en vigilancia y seguimiento, ha sido contratado por ‘El director’, esposo de la mujer de la pareja grabada. Los saltimbanquis, los músicos callejeros, los niños como gritos de alegría hacen

Gene Hackman, en una escena de ‘La conversación’. casi imposible rescatar la conversación, pero Harry, el profesional más reputado de la Costa Oeste, lo consigue con el uso simultáneo de tres grabadoras, cuyos registros luego empalma. Conviene detenerse en Harry, pues los temas fundamentales de que trata ‘La conversación’ –el capital, la falla existente entre apariencia y realidad– se concentran en él, y porque la cinta es también un estudio de cáracter profundísimo. Harry es un hombre que trata de escudarse del entorno que lo rodea tanto como puede. Igual que el arquitecto no puede pasear sin que su retina se pose automática en los edificios que encuentra a su paso, Harry, cuya ocupación es penetrar en la intimidad ajena, tiene un sexto sentido para detectar, allá donde va, todos los posibles agentes que podrían penetrar en la suya, y así actúa en consecuencia, pero en consecuencia deformada. El sexto sentido ha devenido paranoico, y a Harry le resulta imposible establecer un contacto personal fuera de las convenciones más escrupulosas o rutinarias: ni siquiera a su novia es capaz de

confiarle detalles íntimos; la puerta de entrada de su apartamento cuenta con un candado triple y a todo el mundo asegura que no tiene teléfono. El único relajo que su paranoia se permite es tocar el saxo tenor –por otro lado, el más solitario de los instrumentos en jazz–. En cualquier caso, estas precauciones no lo pueden proteger por completo. (A lo largo de todo el metraje Coppola utiliza la metáfora visual de la separación/transparencia: Harry aparece detrás de escaparates, de ventanas, de cortinas traslúcidas, y viste siempre, llueva o no, un impermeable de plástico transparente que le da un patético aspecto de condón humano; incluso el propio apellido –Caul– alude a la membrana que envuelve la cabeza del bebé en el periodo de gestación. Con ello se sugiere la voluntad del personaje de mantenerse a distancia, así como la intemperie real a la que está expuesto). Harry se define como «un profesional», esto es, un ejecutor: alguien contrata sus servicios y él graba al objetivo y entrega las cintas lo antes y lo más limpias

‘La conversación’ tuvo la mala fortuna de estrenarse el mismo año y de concurrir a la misma edición de los Oscar que ‘El Padrino II’

posible. Lo que haga el contratante –Gobierno, corporación, grupo de presión, particular– con el material grabado no le concierne; en este último encargo tenía orden de grabar a la pareja y de entregarle las cintas a el director en mano, y solo a él. Cuando va a hacerlo, el ayudante/secretario (Harrison Ford) lo detiene e insiste que se las dé a él, el director está reunido, más tarde se las hará llegar. Harry, profesional sin fisuras, se niega y marcha con las cintas, topándose al salir con la pareja que ha grabado: al instante la paranoia se dispara. En su estudio vuelve a escuchar la grabación y, tras refinar el sonido una y otra vez, consigue extraer de entre el ruido el siguiente, perturbador susurro: «Él nos mataría si tuviera ocasión». Y como un géiser del inconsciente la culpa, un agente frente al que no caben alarmas ni candados eficaces, lo anega, merced al recuerdo de dos turbias muertes que tuvieron lugar cuando trabajaba en el Este a raíz de un material que él había tomado. Con el levantamiento del afecto enterrado se produce la reversión del prota-

gonista. Harry quiere mantenerse al margen: no puede; la carga moral se impone y le lleva a romper con sus costumbres y a sumergirse en un entramado que quisiera no conocer, pero no tanto para resolver el misterio como para demostrarse a sí mismo que en efecto es inocente y carece de culpa, que su vida no es una completa, pulida farsa. Además de la fina línea que separa realidad y apariencia, por los otros temas tratados –la impunidad del poder, la paranoia, el uso deformado de la tecnología, la violación de la privacidad– se quiso ver en ‘La conversación’ una denuncia indirecta, metafórica, del escándalo de las escuchas del Watergate. Pero el Watergate estalló en el 72/73, y Coppola tenía apuntalado el proyecto desde el año 66 (irónicamente, fue el éxito de ‘El Padrino’ el que le permitió llevarlo a cabo). Fue de hecho el visionado de ‘BlowUp’ (Michelangelo Antonioni, 1966) el que le condujo a cerrarlo. ‘La conversación’, así, confirma una vez más la paradoja de Oscar Wilde: es la realidad la que imita al arte, y no al revés.


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Súplica en Mi menor

:: MAITE BARTOLOMÉ

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ero no me fastidie, doctora Vázquez, tiene usted que entenderlo, no puede hacerme eso, dejarme de pronto así, sin recursos, ¿se da cuenta usted? Comprendo que el colesterol se ha disparatado y por ahí adentro debe de haber una revolución loca, un sindiós, un descontrol de grasas y de células, por eso me duelen tanto las piernas, como si fueran de madera, y me zumban los oídos –la tensión, dijo usted– y ya me han salido legañas amarillentas entelando mis ojos. Todo eso hay que corregirlo, eso me ha dicho usted, hay que cambiar de hábitos. Pero yo no puedo cambiar de hábitos así como así, tiene usted que entenderlo, yo ya soy mis hábitos, me quita usted mis hábitos y adiós muy buenas, es como separarle a uno de su familia, aún peor porque los familiares se alejan de uno por las distancias, las desavenencias, las muertes… ¿y con qué nos quedamos entonces? Con los hábitos. Uno es ya sus hábitos, que son su verdadera familia, la que le modela por fin para la entrada en la vejez. La cara se hincha, la voz se agarrota, empiezan a aparecer adiposidades neumáticas, la colonización de la grasa, ya sabe usted… Bueno, pues eso, doctora, que usted ahora me impone un régimen, me ordena

cambiar de hábitos alimentarios, nada de embutido, nada de queso, nada de vísceras ni guisotes con salsas especiadas, nada de dulcería frita… y yo lo acepto todo, firmo donde haga falta, adiós a las rajas de salchichón antes de la cena, adiós al queso aunque yo creía que no podía vivir sin el queso, adiós a las cachuelas del bar Chillón y a los callos del Tupinamba… Adiós a todo eso. De acuerdo, lo cumpliré, dejaré de meterme esa munición peligrosa. Lo comprendo. Pero nada más, doctora Vázquez, nada más. El vino no puede irse de mi vida. Eso sería dejarme pudrir en adelante. Porque yo necesito el vino. Entiéndame usted, no se trata de una adicción. Yo necesito salir cada día de caza. Soy un modesto escritor de barrio, vivo de cazar palabras, las palabras de los otros, que me dejan servidas ahí, al lado del oído, para que yo las recoja y las guarde. Y yo salgo al mediodía a buscarlas, me encuentro con Julián, con José Manuel, mis amigos de cacería, y empezamos a entrar y a salir en pequeños locales donde otros hombres hablan, están hablando de lo suyo por encima del volumen de los aparatos de televisión, hablan con palabras propias que yo escucho con el interés de un entomólogo, un entomólogo verbal, digámoslo así, mientras me

tomo un vaso de vino –algo me tengo que tomar, doctora Vázquez– y me hago el desentendido, como si la cosa no fuera conmigo, hasta que alguno me pide que concurse en la discusión. El otro día, por ejemplo. En la tasca ‘Valdevimbre’. Una discusión casi metafísica sobre el matrimonio. Y de pronto, uno de los parroquianos me señala: «Y si no, que lo diga el maestro, que es el que sabe». El maestro era yo. Saben que me gané la vida dando clases y suponen que tengo que saber sacarlos de cualquier entuerto, de este del matrimonio, que si era una institución autoritaria o no (bueno, allí eso se decía de otra manera). Todos me contemplaban con el vaso en la mano a medio tomar. Y yo, con los ojos entrecerrados: «Sine sanguinis effussione, non fit remissio», esa barbaridad solté perfectamente serio y ellos me miraban en silencio, como si estuvieran masticando despacio aquellas palabras oxidadas de latín viejo. «¿Lo veis,

«El vino lo necesito para cazar palabras. Pura cuestión profesional»

carrizos?», dijo el que va siempre tocado con una gorra de capitán marino. Y siguieron bebiendo, ya más apaciguados, ronroneando sobre los derechos del marido y mirándome a hurtadillas, no sé si con admiración o para pedirme cuentas por aquellas palabras que chorreaban extranjería. ¿Lo ve usted, doctora Vázquez? Soy imprescindible en esos predios, algo parecido a un juez de paz tabernario. Aunque lo mejor lo ponen siempre ellos. Esa palabra, ‘carrizo’, así aplicada, regalada a mis oídos. Me voy entonces al servicio –un tabuco fregoteado de pisadas, un verdadero parquet flotante con las paredes atiborradas de firmas y recordatorios, números de teléfonos bajo palabras procaces, versos abruptos como esos que lucen con magisterio salaz: «En este lugar estrecho / donde no hay percha ni argolla / has de colgar el abrigo / de la punta de…»–, entro allí y apunto a todo correr, en vilo, lo que acabo de oír, lo que un parroquiano me deja para que lo recoja yo y me lo lleve. Otro día, por ejemplo, en ‘El Olvido’ (repare usted en el nombre, doctora, de una delicadeza cernudiana: ¿cómo no parar un rato ahí cada día, en ese remedo de la laguna Estigia?). Pues eso, allí estaba yo, acodado y algo macilento, esperando que terminase un gol-

CEREZAS EN EL ESCONDITE TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

pe imprevisto de lluvia, y entra aquel hombre sacudiéndose la ropa, quitándose las láminas de la mojadura, y dice: «Hay que ver, el cielo está informal». Informal. El cielo informal. ¿Se da cuenta, doctora? Llevaba yo días pensando cómo llamar al cielo en un largo relato que sucedía en una sierra soriana. Y no daba con la palabra. No me convencía ningún adjetivo, unos por anodinos y otros por muy crujientes… Y va este hombre que entra empapado en el bar y me lo pone en bandeja. Así por las buenas. ¿Se da cuenta usted? Es que yo, cuando dejo de escribir a media mañana porque se me ofusca el manadero, salgo a cazar palabras, ya lo dije, me quedo quieto, apostado delante de un vaso de vino; o de dos; o de tres. Por si la palabra apareciera. Sólo por eso. Y a veces, no; pero cuando aparece, me creo que ya hice el día, la recojo, la apunto con disimulo o la envuelvo con cuidado en los oídos y me voy alegre a casa, a colocarla en el hueco que la espera; allí la pincho como una mariposa en el álbum. Me la dio alguien que ya es conmigo el autor de lo que estoy escribiendo. Entonces sé que debo abonarle sus derechos y, a la primera ocasión, le pago un vino sin hacerle saber nada, claro. Es lo suyo. Porque ésa es otra, doctora, a mí me gusta que lo que escribo no sea sólo mío, que sea la sede de todos esos a los que veo perdidos en los bares, mirando a la pared mientras beben en silencio, sujetando a duras penas en la memoria alguna historia desconsolada que a veces me han llegado a contar para que yo, a mi modo y sin que ellos lo sepan, se la haga saber al mundo. Pues eso, doctora. Quíteme el salchichón o los dulces fritos; pero el vino, no. El vino lo necesito para cazar palabras. Pura cuestión profesional. En su lugar, recéteme pastillas aunque sean hepatotóxicas, como dice usted. O inyecciones. O supositorios (todo un símbolo de lo que estoy dispuesto a aceptar). Lo que sea pero déjeme usted seguir saliendo de cacería. ¿Quién va a recoger, si no, el saldo vivo de esas palabras que sólo pronuncian esos hombres aturdidos, lejos del lenguaje babeante e inane de quienes sujetan el orden del mundo? Piénselo, mujer, y hágalo por ellos, que no lo saben pero son quienes dan alegría y verdad a esos depósitos cenicientos que son los diccionarios.


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Sábado 17.06.17 EL NORTE DE CASTILLA

Mark Hamill, Carrie Fisher y Harrison Ford en una escena del filme de 1977.

‘La Guerra de las Galaxias: Una nueva esperanza’ H

ace de entonces 40 años. Han pasado como si hubieran sido diez o quince, apenas un momento y sin embargo ¡tanto ha cambiado! No solo nosotros, nuestro mundo, sobre todo, el gran salto tecnológico (como si volviera a repetirse algo parecido al paso de la sociedad nómada a la agrícola).

Fue una noche cualquiera de finales de verano, creo, cuando entramos en la sala ya oscura y quedamos hipnotizados por las aventuras galácticas. Eran, en el fondo, episodios propios de un ‘western’, o eso nos decían porque era, quiérase o no, mucho más. Muchísimo más. Decían que eran las aventuras de una chica y un chico, como anun-

SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN

ciaron en el tráiler original, en un universo extraño por lo que tenía de desconocido. Desde el primer momento el suspense por lo que venía a continuación me agarró. Entonces nada sabía de naves interestelares, de un imperio malvado, de una alianza rebelde. George Lucas, que no era nuevo en la dirección fílmica, había logrado rodar una

¿Es un país para libros? C

uando no abultaba lo que un comino, o algo más, que un servidor siendo zagal ya era corpulento, era habitual que cada dos por tres algún actor, dramaturgo o empresario escénico, aludiera a la crisis del teatro. No era un mantra, porque antaño no se estilaba el término en cuestión, sino un repetidísimo tópico. La crisis del teatro no sé si se esfumó, que no creo, pues intuyo un panorama similar al de entonces; no obstante, los actores teatrales ahí siguen, actualmente sin decir esta boca es mía fuera de las tablas, memorizando larguísimos diálogos y pagando las letras y recibos que, todos los meses, les giran en su, seguro no boyante, cuenta corriente.

Esto del teatro podría utilizarlo como pórtico para divagar sobre el mundo del cine patrio, que tiene, ahora sí, sus propios y razonables mantras: las abusivas cargas fiscales y el burdo saqueo de sus creaciones en la Red de redes. Pero, no. Traigo aquí lo de la crisis teatral, antiguo campeón del lamento cultural, para hablar del que le ha sustituido: por estos pagos, según el penúltimo informe de los tropecientos mil emitidos, leen, aparte de nosotros dos, cuatro despistados más. A raíz del elaborado por la Federación de Gremios de Editores de España, Andrés Ibáñez, en el suplemento hermano del ABC, hizo una interpretación que, por lo que se aleja del citado lugar común,

es buena tenerla en cuenta: si existen cientos y cientos de editoriales –y no paran de nacer otras–, si hace un par de años se publicaron más de ochenta mil títulos y si, a tenor de un estudio firmado por Luis González, la mitad de los españoles son, lo que denominaríamos, lectores frecuentes, ¿se puede afirmar que somos un país de iletrados? No. España inequívocamente es, concluía Andrés Ibáñez, «un país de lectores». Mas, siendo como fuere, nunca he entendido que se hable de libros como de un descomunal conjunto formado por elementos que poseen un mismo valor. Nadie, a la pregunta de cuál es la ciudad en la que la cocina alcanza la excelencia, echaría mano de

Internet para saber dónde se abre el mayor número de locales de restauración ya que tal cifra no le serviría para designar la capital gastronómica de este planeta sino el sitio en el que la comida rápida campa por sus fueros. Tampoco le ayudaría mucho, para realizar la valoración de la melomanía de, pongamos por caso, una nación, cuál ha sido la asistencia a los diferentes espectáculos musicales que se programaron en un periodo de tiempo: meter en el mismo saco a Justin Bieber y a Raquel Andueza, es, no sé, como mezclar, no churras con merinas, sino a escrupulosos veganos con voraces carnívoros. Se podrá argüir que no se trata de descifrar el tipo de lectores sino cuántos hay. Si es

película que agradaba a todos los públicos: a los que pedían algo más allá del guion y a los que disfrutaban simplemente con las aventuras. Toda la historia la sostenían dos grandes mitologías: la clásica en que un joven pasa una serie de pruebas hasta llegar a la madurez, y la propia americana de los jóvenes adolescentes que abandonan su peque-

LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ

así, punto en boca. Ahora bien, lo que es a mí –algo que, supongo, a nadie o a muy pocos importa–, me trae sin cuidado los lectores que hay sino los verdaderos letraheridos que existen. Díganme cuántos saben quién es Mateo Alemán, Pushkin o Murasaki Shikibu. Díganme si son pocos o

ña ciudad para hacerse adultos en la universidad. Lucas rueda la adolescencia de un joven granjero, Luke Sywalker, que quiere ser piloto de caza de la Alianza Rebelde y que, tras conocer a su maestro, Obi wan Kenobi, se embarca en una aventura, tras la muerte de sus familiares, que lo lleva a ser un adulto. Por otro lado, Tatooine, el planeta donde vive, es un reflejo de la California donde Lucas pasó su adolescencia. Al fin y al cabo, el personaje de Han Solo estaba ya en embrión en el de Bob Falfa. Este es un aficionado a las carreras de coches, algo que recuerda la carrera Kessel en menos de doce pársecs que Hans Solo logró con el Halcón milenario. ‘American Graffiti’, la primera película de Lucas, de 1973, es una elegía de la sociedad americana de finales de los años 50. Es cierto que en ‘American graffiti’ el personaje de John Milner domina poderosamente la escena, y que Luke Skywalker no es ni la sombra desvaída de Milner. Lucas cambió de parecer y cambió al adolescente irredento por otro cuya única ambición era abandonar su pueblecito. Cumple 40 años la primera película de una saga que ya forma parte de la mitología contemporánea (con lo que eso tiene de bueno y de malo), Algunos la rechazarán por ser un producto del capitalismo, otros habrá que la adoren porque representa ese mismo capitalismo. ‘La Guerra de las galaxias’ es mucho más, aunque solo sea el recuerdo de muchos adolescentes que quedamos fascinados por una historia de aventuras de piratas galácticos.

muchos quienes disfrutan de Quevedo, de Pessoa o de, qué sé yo, Thomas de Quencey. Díganme cuántas editoriales se atreverían a publicar, hoy, el ‘Ulises’ de Joyce, ‘Pedro Páramo’ o ‘Tiempo de silencio’. Díganme todo ello y les diré, según mi modesto parecer, si la literatura forma parte de la comunidad que analizamos. Sí, ya sé, allá cada cual con lo que lee. Lo sé. Pero también cada uno tiene su opinión. Y esta es la mía: a mí me pirraría vivir en una sociedad, tal como la irlandesa, en la que los retratos de sus más ilustres escritores adornasen las paredes donde sirven una buena cerveza. Y si fuese por hablar de ficciones, que se diera a la lengua recordando las de Cunqueiro, las de Fernández Flórez o las de Antonio Pereira. O las de Juan Antonio Bardem o las del mejor Berlanga. Y es que a los amantes de la literatura se les nota hasta cuando no hablan de ella. Por esto y por la multitud de libros que callan.


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Sábado 17.06.17 EL NORTE DE CASTILLA

El escritor barcelonés Andreu Martín. :: PALOMA UCHA

El lado oscuro (y juguetón) de Andreu Martín A

ndreu Martín comenzó en Bruguera formando parte de aquellos escritores que, para los tebeos o para las memorables novelitas que se vendían en los kioscos, escribieron miles y miles de historias. Martín puso su imaginación al servicio de muchos personajes antes de saltar a escribir novelas y muy pronto, ya con ‘Prótesis’ (1980), se convierte en el maestro de la novela negra que todos conocemos. Escribe a un ritmo endiablado más y más novelas, alcanzando

más y más premios, más y más reconocimientos. Paralelamente, publica obras juveniles, y con Jaume Ribera comienza la serie protagonizada por el detective Flanagan. Pero la cosa no queda ahí. Andreu escribe para la televisión, escribe obras de teatro, escribe guiones (‘Estoy en crisis’, ‘El caballero del dragón’) y hasta dirige una película (‘Sauna’). Uno de sus guiones (‘Barcelona Connection’) lo transforma en novela convirtiéndose en uno de los pocos casos en que la novelización de una película es mucho me-

VICENTE E Z ÁLVAREZ

jor que la propia película. De hecho, con ‘Barcelona Connection’ recibe el Premio Hammet (luego llegarían otros dos con ‘El hombre de la navaja’ y con ‘Bellísimas personas’). Si hablamos de premios no pararíamos. Mencionar sólo que la propia ‘Bellísimas personas’ ganó el Ate-

neo de Sevilla, que con ‘Prótesis’ se llevó el premio Círculo del Crimen, con la primera novela de Flanagan, el Premio Nacional de Literatura Juvenil, que incluso ganó La sonrisa vertical de literatura erótica con ‘Espera, ponte así’ o que el Ayuntamiento de Barcelona le concedió el Premio Pepe Carvalho a la totalidad de su obra. La curiosidad y el gusto por el juego ha llevado a Andreu Martín a abordar todo tipo de géneros y temas. Aparte de las novelas negro-policiacas que le han convertido en el autor de re-

ferencia en nuestro país, ha escrito, como ya se ha dicho, mucha literatura juvenil, también novela histórico-policiaca, como la monumental ‘Cabaret Pompeya’, novela deportiva, novelas con bandas sonoras en clave de jazz, novelas a dos manos, libros de cuentos colectivos, incluso una novela a 24 manos. Ahora desembarca en una propuesta multiautoral que comenzó hace unos meses con ‘Nada sucio’, escrita por Lorenzo Silva y Noemí Trujillo. En ella se nos presentaba a Sonia Ruiz, una detective improvisada al borde de la quiebra, a quien ayudaba Pau, un joven vecino experto en informática.

La curiosidad y el gusto por el juego le han llevado a abordar todo tipo de géneros y temas

En la contraportada de uno de los últimos libros de Andreu Martín, ‘Cómo escribo una novela policiaca’, encontramos una auténtica declaración de principios: «El concepto de juego es esencial para entender mi obra». En España siempre se ha despreciado el juego literario y por eso nunca ha gustado la novela policial. Ya lo dijo Borges, «los críticos niegan al género policial la jerarquía que le corresponde solamente porque le falta el prestigio del tedio». Y es que escribir género significa jugar, aceptar una literatura que tiene unas reglas propias, una complicidad con el lector. Es de sospechar que un poco por todo ello Andreu Martín ha escrito ‘El lado oscuro’. Hablamos de una propuesta multiautoral, un proyecto de la editorial Menoscuarto que no deja de ser un fastuoso juego que permite irse enamorando poco a poco de los personajes y que éstos crezcan con nosotros. Recuperamos el espíritu del folletín y también de las adictivas series televisivas. La aventura literaria que se propone es sencilla: cada nuevo caso de Sonia Ruiz estará escrito por un autor diferente de manera que cada uno aportará su estilo y su visión personal. Por supuesto, como no podía ser de otra forma, Andreu Martín desembarca en este proyecto con una novela redonda dando un paso adelante y alumbrando nuevas tramas y posibilidades. Sonia Ruiz ha vendido el piso para pagar la hipoteca y se va a vivir con Pau, quien ha comenzado a trabajar en el CNI (aunque eso no lo sabe nadie). A partir de ahí surgen unas historias entretenidísimas, llenas de acción, violencia y toques de humor. También se da un paso más en la tensión sexual entre los dos protagonistas («la angustiosa presencia del incesto…, el tabú supremo, la gran tentación»). Una historia, en fin, que culmina con todo un festival de equívocos y con verdadera ansia por parte del lector por conocer nuevas aventuras de Sonia Ruiz. Al fin y al cabo, de eso se trata.


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Sábado 17.06.17 EL NORTE DE CASTILLA

LECTURAS

…Y SALIR VIVO DE LA BATALLA Antonio Ortuño muestra al narrador implacable que es en ‘La vaga ambición’ ANGÉLICA TANARRO

S

omos bardos mercenarios que escriben algo que escuchamos en otra parte para venderlo a los miserables que pueden pagar por él. Somos unos mentirosos que adornamos, pulimos, deformamos, embellecemos lo repulsivo y lo trocamos en presentable, incluso si intentamos reflejar el lodazal». Quien propone este paisaje interior de los atacados por el virus de la literatura es un escritor cuarentón que imparte un taller de escritura a un grupo de jóvenes que no figurarían entre el alumnado de un centro educativo de los que se anuncian como los generadores de la élite social: futuros ejecutivos o brillantes investigadores. No, este grupo de muchachos «parece el elenco de la consabida película sobre la victoria del equipo de los torpes. Por ahí les faltan a los chicos del taller, una variedad de indispensabilidades: una mano, higiene personal, autoestima, minerales, electrolitos». Son fragmentos de ‘La batalla de Hastings’ el relato que cierra el libro ‘La vaga

ambición’ con el que el autor mexicano Antonio Ortuño (Zapopán, Jalisco, 1976) ganó la última edición del premio Ribera de Duero. Y dan idea del tono, entre amargo y humorístico, entre desencantado e irónico, que impregna cada uno de los seis cuentos que lo componen. Ortuño, autor de varias novelas (‘El buscador de cabezas’, ‘Recursos humanos’, ‘Méjico’, entre ellas) y tres libros de relatos (‘El jardín japonés’, ‘La señora Rojo’ y ‘Agua corriente’) se muestra aquí como el implacable narrador que es. Uno de esos autores que hacen gala de una extraña facilidad, no exenta de cuidadosa elaboración, para la descripción torrencial de personajes y situaciones. Hay escritores que se muestran así ya estén desarrollando una novela de compleja trama o declamando el discurso de agradecimiento de algún premio literario. El que Ortuño brindó el día de la entrega del Ribera de Duero merecería formar parte de alguna antología personal. Y, aunque el niño de doce años que decide escribir a máquina ‘El Quijote’ para combatir el tedio del verano, que aparece en ‘El caballero de los espejos’, sea en realidad Ortuño a esa edad y con similar aburrimiento, no hay que ver el libro en clave autobiográfica, por más que su autor haya confesado que mientras lo escribía hizo «un saqueo de su propio anecdotario». No. La protagonista de todos estos cuentos, la que los cose con un fino pero firme sedal, es la propia escri-

LA VAGA AMBICIÓN Antonio Ortuño. Páginas de Espuma. Madrid, 2017. 118 páginas.

El mexicano Antonio Ortuño posa en la Plaza Mayor de Valladolid. :: HENAR SASTRE tura, el afán por inventar historias y por inventarse a uno mismo. En ese hilo conductor ‘La vaga ambición’ sigue una línea reconocible hoy en destacados autores de relatos, lo que no quita un ápice de originalidad al libro. Ortuño nos hace seguir, sin necesidad de subrayarlo, a ese personaje que unas veces encontramos escribiendo guiones bien pagados para la última serie de ciencia ficción de éxito interestelar en una de las plataformas de televisión de pago que uniformi-

zan el gusto del telespectador, y otras recorriendo el país en una surrealista sucesión de conferencias fallidas y ‘eventos literarios’ tan reconocibles como delirantes. En el primer caso, ‘Quinta temporada’, el más largo de los relatos propuestos, Ortuño parodia esa necesidad que parece imponer hoy la escritura en Internet de acotar la realidad o el argumento en fragmentos breves susceptibles de ser enumerados como la lista de la compra, que en este caso funcionan como

cuaderno de notas y bitácora para el propio autor. En el segundo, ‘El príncipe con mil enemigos’, aflora de nuevo el humor, aunque contenga el episodio de la muerte de la madre que de alguna manera alienta en todo el libro, ya que este es un homenaje a su memoria. Solo en uno de los cuentos se aleja Ortuño del ambiente que puede confundir al lector pensando que se encuentra con un ejemplo más de la tan de moda autoficción: es el titulado ‘Una pro-

vocación repugnante’. El narrador nos traslada al Moscú de 1926, en cuyo Teatro del Arte Bulgakov (Mijail en el cuento) acaba de estrenar una obra que está bajo el foco de la policía política del nuevo régimen. Y se encuentra con Walter Benjamin (Walter) que no es aún el gran pensador que fue sino ‘solo’ el crítico enamorado de la directora de escena Asja Làcis (Asja) que a su vez ha cambiado sus preferencias sentimentales por el director Bernhard Reich (Bernhard). La escena, teatral al fin, nos asoma a un breve fragmento de sus vidas, ese en el que se cruzan sus destinos, mientras Europa vive momentos cruciales de su historia. Hace bien en nombrarlos con sus nombres, sin apellidos. Su peripecia es la de tantos creadores, sí, pero también la de tantos seres humanos anónimos viviendo su microhistoria en medio de la Historia oficial. Una apuesta como otra cualquiera para mostrar al excelente escritor que es Ortuño. Este pone en boca de su madre la siguiente definición: «Escribir es la vaga ambición de guerrear contra mil enemigos y salir vivo». Y su hijo va saliendo vivo de la batalla.


12 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 17.06.17 EL NORTE DE CASTILLA

LECTURAS

POESÍA DE LÍNEA CLARA Gonzalo Gragera demuestra frescura veteada de oficio en el poemario ganador del IX Premio de RNE RAFAEL MORALES BARBA

H

a escrito Gonzalo Gragera (1991), sin nada que ver con los otros dos poetas de su apellido, uno de esos libros llamados de la edad. No vinculada al sentido de la meditación madura de Fernández de Andrada, sino de la juventud y el desenfado desde el primer gran caer en la cuenta, con agilidad por añadidura. Un libro de línea clara, nítido, con el anclaje en lectu-

ras de la generación previa o de los 90, y en el fino estilismo sevillano (pienso en Juan Lamillar) o gaditano-sevillano de Felipe Benítez Reyes por citar a la carrera. Se inscribe en ello frente a los nombres de la generación precedente (los nacidos por 1975), del malestar y muy abierta al poema dodecafónico, sin márgenes claros, ashberyano, o de la evolución de las poéticas del silencio, desde Jorge Gimeno a Julieta Valero, Marcos Canteli o Fruela Fernández. Mucho menos desde los aledaños próximos al proema o poema en prosa, al ejercicio versicular (en la práctica indiferenciable), según demostró Carlos Arribas en un divertido ejercicio y tras un libro de referencia junto a Marta Agudo. ‘La suma que nos resta’, con su homenaje sucinto a Juan Ramón, ha puesto el retrovisor en los 90 para impulsarse. Lo ha hecho sin maniera, es

decir, atendiéndose desde la vicisitud, la melancolía y la frescura en el saber decir, diría Ángel Gabilondo o la preceptiva clásica, la fermosa cobertura. Gonzalo Gragera en su elegancia en busca de voz propia todavía, sitúa su mundo en fuga y rememora en la peripecia o tránsito de edades pasadas casi ayer y en la anécdota vívida de un flirt imposible, entre otras veredas. Lo sabe ahormar con diversidad

LA SUMA QUE NOS RESTA Gonzalo Gragera, Pre-Textos, 2017. (Premio de Poesía Joven, Radio Nacional de España 2017).

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

EXCESOS

H

ablaba, artículos atrás, de que quizás ‘Añoranzas y pesares’ de Tad Williams, era uno de los mejores libros de fantasía épica ‘con elfos’, que había tenido el gusto de leer. Tal vez porque sus elfos se alejaban de los elfos canónicos, es decir estilizados, guaperas, sabelotodo de puntería infalible. Se parecen los Sitha, la raza él-

fica de Williams, más a las hadas de los folclores celtas –el nombre derriba de ‘sith’, que es el que dan los escoceses a las hadas; curiosamente también coincide con el nombre de una orden de guerreros magos, antagonistas de los Jedi, en cierta galaxia muy, muy lejana–. Prometí, recuerdo, hablar más sobre hadas y literatura fantástica moderna. Lo haré, sigo prometiendo,

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

PIRATA CONTRA VIENTO Y MAREA :: SUSANA GÓMEZ Encaramado al palo mayor, un pirata vigila desde la cofa una doble página de horizonte azul y sereno. Sobre ella se puede leer: «Al pequeño Saúl le encantaba el mar. Le fascinaban la calma, el azul infinito y la inmensidad de los océanos».

», «Estaba hecho para el agua», o asegura la siguiente. Por eso se matriculó en la escuela dee o Piratas y, tras meses de duro o trabajo, logró su diploma. Pero o el pequeño Saúl no es como sus compañeros de oficio. Ess bajito, miope, le gusta cocinarr s, y regalar macetas con flores,

CIRO GARCÍA

en un próximo artículo. Quiero dedicar este, con permiso de ustedes, a otra novela, también kilométrica, de Tad Williams. En los cuatro gruesos volúmenes, con una media de setecientas u ochocientas páginas, no lo he calculado con precisión, de ‘Otherland’, Williams se adentra en los terrenos de la ciencia ficción. Concretamente del ciberpunk. A

incluso en sonetos de elegancia perfilada con oficio, comprensible en quien tiene escuela, talento y aventura, decía mi admirado amigo Claudio Rodríguez. A ningún lector se le escapará que algunos anticlímax y esa honradez del decirse dejan durezas de oído, ni esa Lisboa cansina ya en tiempos de Luis Muñoz y Benítez Reyes. Sonetos, atención a los versos cortos y su actualidad, querer relatarse en alegrías y penas de la nostalgia que se van dando de lado, habitan un poemario de quien todavía anda en búsqueda, pero apunta con maneras, decían los críticos taurinos de otra época, en esta en que los hermeneutas citamos a Blanchot y a Barthes olvidándonos de esa vida que puja y a veces no es amarga, ni tan filtrada por la sospecha. O una poesía nada desdeñable si sabe atender a esa fragilidad, soledad del último de la fiesta con Benítez y Marzal, o evitar la

decir verdad, hay muchos que piensan que no es del todo ciberpunk, sin embargo no estoy de acuerdo. El tratamiento más cercano a la épica heroica –en el ciber priman sobre todo los antihéroes– no lo exime de ciertos tópicos como el desarrollo de la inteligencia artificial, la evolución tecnológica, o la realidad virtual, que es el tema central de ‘Otherland’. Solo en el enfoque es ligeramente diferente, sobre todo esa tendencia, controlada, sí, pero tendencia, al maniqueísmo, frente a la relativa vaguedad moral de la corriente. En el ciberpunk, en general, hay facciones –nos pueden caer peor o

Gragera recoge el IX Premio de Poesía Joven de RNE. ambición de leerse en Eliot y el hombre deshabitado de Alberti, el no ser nada o nadie en la multitud o en las teorías, según corrigió Ezra Pound, para intentar cantar como desea desde esa magnitud aún grande... no es ese el camino, sino el otro, el de esos poemas donde se duele de lo próximo, hijo como es, de la sensibilidad emocional, y no del dibu-

jo de la muerte o lo arquitectónico, para Guillermo Carnero, antes de su implicarse en Verano inglés o el virtuosismo inmediato y quizá más hábil, próximo, a su manera. A mí me parece que esa intimidad ávida, insurgente e inteligente, lectora y contempladora, tiene ahora el reto de los lenguajes propios para no caer en lo reconocible que a

mejor–, en ‘Otherland’ buenos y malos. De hecho la idea de un mal primigenio, destructor, entre metafísico y virtual, el señor oscuro de toda la vida, campa a lo largo –muy largo– y ancho –muy ancho– de la novela. Y no es una mala novela de buenos y malos. Entretenida, bien escrita, llena de pequeñas trampas, bien usadas para atraer la atención. La novela se disfruta en casi toda su extensión. A mí, particularmente, me resultan casi fascinantes, las oportunas referencias a la mitología bosquimana y aborigen y su modo, sutil en ocasiones, otras no tanto, de hilvanarlas con las preguntas so-

bre la naturaleza de la realidad que surgen, forzosamente, en un entorno virtual. El problema es tal vez esa extensión excesiva. Esa especie de pulsión por contarlo todo, describirlo todo, arrastrarnos hasta infancias de los personajes que tal vez importen en algún caso, pero que en otros resultan superfluas. Detalles, para los que, de cualquier manera, habría bastado un párrafo, dos quizás, pero que se alargan durante cinco o seis páginas. Y si bien el despliegue de mundos virtuales da lugar a imágenes fascinantes –y a un posmodernismo autorreferencial descarado–, a lo mejor no

EL PEQUEÑO SAÚL Ashley Spires.Editorial Takatuka. 40 págs. 15 euros. Edad recomendada: a partir de 5 años.

mantener limpia la cubierta y redecorar la embarcación… En una alternancia de ilustraciones y breves secuencias de viñetas, el nuevo título de Takatuka se embarca en una historia por la diversidad y el atrevimiento a ser diferente, mientras coquetea con el cómic infantil de la mano de la canadiense Ashley Spires. Se-


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tantos poetas de línea clara ha dejado en el mero buen hacer, tanto como poseyó vivencias que ha sabido trasmitir. Algunos poetas jóvenes se van a reconocer en él, tanto como lo hicieron en Carlos Pardo, con otro sinclinal, más tambaleado, irónico y no entregado en el mejor malestar de sus primeros libros muy atractivos y plenos de talento (renovadores), antes de una madurez resentida y no renovada en los poemas contra el padre que recuerdan los peores de Jon Juaristi (los tiene buenos en las endechas a Goyo Marticorena y similares, amén de los satíricos menos bersolaris). Una cuestión compleja para el artista, eso de renovarse. Y si bien el libro tiene mimbres para una casa, es a la vez de irresuelto apetecible, en su horizonte prometedor. El de un escritor en crecimiento, sin duda, de quien tantas cosas esperamos, escribió Miguel Hernández a un joven poeta. Porque esas cosas no solo las ha escrito Rilke.

eran necesarios tantos como se muestran. Como lector español no puedo dejar de echarle, al señor Williams, un pequeño rapapolvo: Despliega una gran atención, como hemos dicho, por la mitología bosquimana. En la nota introductoria del primer volumen pide perdón por las imprecisiones que haya podido cometer al respecto. Sin embargo, hay un personaje del que se nos dice que es un gitano español, pero que se comparta más como un zíngaro de novela del XIX, y que además se llama, españolísimo él, Nicolai.

leccionado en 2012 para el Blue Spruce Award de la Ontario Library Association y ganador el mismo año del Premio al Mejor libro infantil y juvenil del Canadian Children’s Book Centre (entre otros reconocimientos), el álbum surca la perspectiva de género y la asunción del rol y la masculinidad, al tiempo que lanza por la borda lo que debe o no debe ser un pirata. Se trata de un relato tierno, divertido y lleno de acción y sensibilidad, en el que el protagonista acabará, contra viento y marea, cumpliendo su sueño: navegar en el Calamar Oxidado por los siete mares… y hacerlo a su manera.

UNA FASTUOSIDAD IMPOSIBLE Original empeño en renovar la novela del oeste JOSÉ GIMÉNEZ CORBATÓN

N

os movemos en los años posteriores a la Guerra de Secesión americana (1861-1865), sobre todo a finales de la década de los setenta e inicios de los ochenta del siglo XIX. Las coordenadas espaciales son el extenso Oeste americano –más allá del Mississippi– que, habiendo sufrido la ocupación militar y varias fases del exterminio de sus indígenas, apenas conoce todavía el nacimiento de aglomeraciones urbanas. Estas últimas van a tener su origen no solo en aventureros o en familias de colonos deseosos de instalarse en nuevas tierras donde trabajar la agricultura y la ganadería, sino en soldados sudistas, muchos de ellos mutilados, o simples desesperados que arrastran las huellas de las heridas en sus carnes, abandonados a su suerte tras un conflicto en el que se han visto envueltos la mayoría a su pesar, y que han sufrido la derrota y el consiguiente desprecio. Será la promesa de minas de oro, de plata o de sal, la que los impulse a dar el paso arriesgado, a fundar aldeas y pequeñas ciudades que, en general, contarán con una breve vida. En la inmensa mayoría de los casos la contingencia de una riqueza inmediata y fácil no se hará realidad. El territorio se llena

de minas abandonadas, y sus esperanzados trabajadores se ven convertidos en cuatreros, en jugadores, en borrachos, en violentos criminales. Los hombres, en esas circunstancias, se ordenan según «una jerarquía inestable: en la cima, el que hubiera asesinado a más gente». Es el modo de rodearse de «un respeto envolvente» que tan sólo las moscas se atreven a alterar. Las aciagas perspectivas de futuro nacen en la búsqueda de un mítico mineral enriquecedor; tras su fracaso, hay que correr más que los otros, delante de ellos siempre, para llegar antes al nuevo orden, por llamarlo de algún modo, y formar parte de quienes ejercen el dominio; olfatear al prójimo como un perro lo hace con otro. El poder ya no lo representan el uniforme o los galones; su nueva manifestación, su seguridad, reside en aprender a escuchar de y por dónde sopla el viento, y en el tambor del Colt: la misma tierra se ha vuelto quizá maligna «a fuerza de nutrirse con la sangre de los conflictos humanos». ‘En busca de New Babylon’, primera novela de la joven periodista y escritora Dominique Scali (Montreal, 1984), cuya edición original es de 2015, cuenta la fatídica odisea –a menudo trágicamente breve– de mineros frustrados y de sus hijos, empeñados unos y otros en vengar la humillación de una guerra perdida, de unas esperanzas de salvamento frustradas, «de todo lo que hubiera podido ser y que nunca sería». La ilusión acaba, más pronto que tarde, en piedras sepulcrales. New Ba-

Dominique Scali. :: EL NORTE bylon, para uno de los personajes principales, representa la ciudad imposible en la que la violencia, la humillación y la derrota, la muerte,

EN BUSCA DE NEW BABYLON Dominique Scali. Traducción de Luisa Lucuix, Gijón, Hoja de Lata Editorial, 2017, 388 páginas, 22,90 euros.

alcanzarán sus puntos culminantes. Los fantasmas de la desesperación y del mal siguen a sus protagonistas vayan donde vayan, preparando su final. La novela no escatima la narración de la violencia. Al lector le cuesta, o le es imposible, elegir un personaje por el que mostrar un atisbo de simpatía. No hay víctimas ni verdugos: cada uno es ambas cosas al mismo tiempo. Ni el falso reverendo Aaron; ni el bandido Teasdale, carente de cualquier piedad; ni la joven oportunista Pearl Guthrie, empeñada en marcar durante años la distancia sexual con el hombre del que se sirve para buscar un innomina-

CUENTA LOS CINCO DEDOS Y… :: S. G. A caballo entre el álbum didáctico, los libros con solapas y una estética de papel fuerte y mate con cierto aire retro, ‘La mariquita’ sobrevuela las páginas y deja caerr desde sus élitros desplega-dos algunos de sus secretos:: o cómo se defiende, cuán alto vuela, de qué se alimenta,, o qué tonos adquiere a lo largo de su vida, cuáles son los ti-pos que hay, cuándo se repro-duce, dónde y cómo deposi-n ta sus huevos, qué comerán sus larvas... Con una estéti--

LA MARIQUITA Bernadette Gervais. Editorial JJuventud. 24 págs. 14 euros. Edad recomendada: a partir de 5 años.

ca redonda y cotidiana como este insecto tan apreciado por jardineros y niños, Benadette Gervais crea un álbum lleno de colores rotundos, líneas limpias y amables y explicaciones didáctica y bien

da babilonia; ni Bill el Ruso, mentiroso nato del que nunca sabremos si cobija un mínimo ápice de verdad; por nadie logramos sentir un interés que no vaya más allá del que nos suscita una bestia exótica, salvaje y al tiempo esclava, en el circo más destartalado. Es de suponer que tal efecto corresponde al interés de la autora por revalorizar el género de la novela del Oeste, atenazado por su frecuente carácter popular y comercial, abundantes lugares comunes y fáciles estereotipos. Dominique Scali, además, complica bastante la lectura con continuos saltos en el tiempo adelante y atrás, que hacen zigzaguear en exceso, con más frecuencia de la deseable, la deriva de sus personajes. En definitiva, ‘En busca de New Babylon’ es una novela interesante, en la que la autora se ha dejado tentar demasiado por un afán innovador y rupturista. Nada que ver con la hondura, la riqueza documental y expresiva, el clasicismo bien entendido y trabajado, de la trilogía del norteamericano Oakley Hall (1920-2008) , formada por los títulos ‘Warlock’, ‘Bad Lands’ y ‘Apaches’, publicados entre la década de los cincuenta y la de los ochenta del pasado siglo. Ni tampoco con las extraordinarias ‘orillas de la vida’ que su compatriota quebequesa Gabrielle Roy nos obsequió al recrear, exultante de humor, hondura y gratificante humanidad, el mundo esquimal en su colección de relatos ‘El río sin descanso’, también publicado hace unos meses por la misma editorial Hoja de Lata.

apoyadas visualmente. Sobre las hojas; bajo las piedras o las cortezas de árbol; con las alas cerradas o abierta; ninfas, recién nacidas, jóvenes y adultas; amarillas, rojas, negras, verdes, rosadas; con muchos puntos o con pocos… el entrañable artrópodo es el protagonista de este álbum de formato cuadrado y manejable, en el que los pequeños entomólogos manejarán bien páginas de considerable gramaje, solapas sencillas o múltiples y una tipografía de palo seco muy legible, que hacen de él una lectura sencilla y atractiva con la que satisfacer curiosidades, contar… y echar a volar.


14 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 17.06.17 EL NORTE DE CASTILLA

L

as reglas de acentuación gráfica propuestas por la RAE para el español están recogidas en la ‘Ortografía de la lengua española’ del año 2010, edición al cargo de la institución académica en estrecha colaboración con las correspondientes de América y Filipinas, que han sancionado esta obra como la ortografía de la comunidad hispánica. En la presentación puede leerse lo siguiente: «La nueva edición de la ‘Ortografía’ presenta también un grado de exhaustividad y de explicitud mucho más elevado que la edición de 1999. Con ello pretende solucionar muchos problemas concretos, que en algunos apartados presentan una casuística muy fina y detallada. Tal minuciosidad descriptiva es una de las causas que aumentan la extensión de la obra». Exactamente 743 páginas más 51, correspondientes a la presentación, información preliminar y abreviaturas y signos utilizados. Muchas personas me piden que les aclare sus dudas sobre dos aspectos relacionados con la colocación de la tilde: el de la acentuación gráfica de ‘solo’ cuando equivale a ‘solamente’ y el de la tilde en los demostrativos cuando funcionan como pronombres. En el primer caso, la palabra ‘solo’, como ustedes saben, pertenece a la clase de los adjetivos, a la de los adverbios y a la de los sustantivos. Cuando funciona como adjetivo tiene variación de género y número (Vino solo a la fiesta, pero se divirtió mucho; Había una casa sola en la montaña; La casa tiene un solo cuarto de baño; No me queda ni una sola moneda en el bolsillo); por tanto, solamente podría plantear problemas la forma masculina singular del adjetivo. Como adverbio, es forma invariable y se utiliza para cuantificar oraciones o sintagmas e in-

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

LA TILDE EN LOS DEMOSTRATIVOS Y EN ‘SOLO’ NO ES OPCIONAL dica que no se incluye ninguna otra cosa además de la que se expresa. Es equivalente a ‘solamente’ o ‘únicamente’ (Tiene solo un hermano; Solo quería hablar por teléfono). Como sustantivo de género masculino, designa una composición musical o una parte de ella que es cantada o interpretada por una sola persona (El concierto comienza con un solo de piano) y un paso de baile que se ejecuta sin pareja (El primer bailarín de la compañía interpretó un solo poco antes de terminar la función). Con independencia de la clase de palabras a la que pertenezca, según las reglas ge-

nerales de acentuación gráfica del español, debe escribirse sin tilde puesto que es una palabra llana que termina en vocal. Muchos hablantes, para curarse en salud, colocan por sistema el acento gráfico en el adverbio para distinguirlo del adjetivo. Habrán observado que se trata de un uso bastante extendido que no respeta las normas ortográficas vigentes. Los demostrativos pueden funcionar como adjetivos –si modifican a un sustantivo– (Este trabajo es muy bueno; ¡Caramba con los niños esos!) o como pronombres –cuando ocupan el lugar de un sustantivo–

(Llegaron nuevos alumnos, pero estos no eran tan buenos como los anteriores; Quiero dos de aquellas). Independientemente de si son adjetivos o sustantivos y a la luz de las reglas de acentuación gráfica del español, no deben llevar tilde, aunque no es raro que en algunos escritos, obviando las normas ortográficas actuales, aparezca con tilde el pronombre y sin ella el adjetivo. La RAE es explícita en ambos casos (apartado 3.4.3.3): «a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en estas formas, incluso en los casos de doble interpretación». «Las posibles ambigüedades son resueltas casi siempre por el propio contexto comunicativo (lingüístico o extralingüístico) en función del cual solo suele ser admisible una de las dos opciones interpretatiLa palabra solo vas». Por eso me ha pertenece sorprendido a la clase enormemente que en la prueba de los adjetivos, que mide la de los adverbios y Competencia de los sustantivos en Comunicación lingüística en Castellano del curso 2014-2015 para tercero de Educación Primaria en Castilla y León aparezca la instrucción «Sólo se tendrán en cuenta las respuestas marcadas o escritas en el sitio correspondiente». Pues no, señores, la palabra ‘solo’ no debe llevar tilde. ¿Un asunto de importancia menor? Depende de lo que entendamos por ‘importancia menor’. Desde esta sección siempre he querido transmitir que un código como el ortográfico del español, tan ampliamente consensuado, merece respeto y acatamiento.

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Tierra de campos. David Tueba (Anagrama)

Rendición. Ray Loriga (Afaguara)

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Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)

El misterio del ... R.Santiago/E.Lorenzo (SM Ediciones)

Obras completas de Félix Francisco... (Demipage)

El valle del óxido. Philipp Meyer (Random House)

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El color del silencio. Elia Barceló (Roca)

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Tú también puedes. Carlota Corredera (Grijalbo)

Hijos del Nilo. Xavier Aldekoa (Peninsula)

La isla de la verdad. P. Redondo/S. Salgado (El Desvelo)

Adelgaza para siempre. Ángela Quintas (Planera)

Conspiraciones. Jesús Cintora (Espasa)

Thoreau: Biografía de ... R. Richardson (Errata Naturae)

Imágenes y palabras. Emilio Lledó (Taurus)

Tú también puedes. Carlota Corredera (Grijalbo)

¿Quién dijo rendirse?. J. Antonio Martín Otín (Córner)

Votar y cobrar. Simona Levi / S. Salgado (Capitan Swing)

Breve historia de... Rutherford (Ed. Pasado y Presente)

El último francotirador. Kevin Lacz (Crítica)

Qué nos ha pasado, España. F. Önega (Plaza & Janés)

Escribe con Rosa Mont. Rosa Montero (Alfaguara)

1936 Fraude y violencia... M. Álvarez u R. Villa (Espasa)

La revolución blockchain. Don Tapscott (Deusto)

1936 fraude y violencia ... M. Alvares / R. Villa (Espasa)

Ataúlfo Argenta... A. Arambarri (Galaxia Gutenberg)

El viajero accidental. H. Kelsey (Ed. Pasado y Presente)

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Tierra de campos. David Tueba (Anagrama)

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Los cinco y yo. Antonio Orejudo (Tusquets)

Clarissa. Stefan Zweig (Acantilado)

Tierra de campos. David Trueba (Anagrama)

Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)

Las defensas. Gabi Martínez (Seix Barral)

La luna en las minas. Rosa Ribas (Siruela)

Como fuego en el hielo. Luz Gabás (Planeta)

La hija de Cayetana. Carmen Posadas (Planeta)

Derecho natural. Ignacio Martínez de Pisón (Seix Barral)

Tierra de campos. David Tueba (Anagrama)

El cuento de la criada. Margaret Atwood (Salamandra)

Media vida. Care Santos (Planeta)

Los hermanos Ashkenazi. I. Y. Singer (Acantilado)

Rendición. Ray Loriga (Alfaguara)

Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)

Miel del desierto. Edith Pearlman (Alianza)

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Aporofobia, el rechazo al pobre. Adela Cortina (Paidós)

Palencia. Momentos, personajes. J. de la Cruz (Aruz)

Historia de los reyes de León. R. Chao Prieto (Rimpego)

Los últimos. Paco Cerdà (Pepitas de Calabaza)

Examen de ingenios. J. M. Caballero Bonald (Seix Barral)

El libro de Gloria Fuertes. G. Fuertes (Blackie Books)

La España vacía. Sergio del Molino (Turner)

El siglo de la revolución. Josep Fontana (Crítica)

¿Qué fue la guerra civil? . VV AA (Akal)

Aporofobia. El rechazo al pobre. Adela Cortina (Paidós)

1936. Fraude y violencia. M. Álvarez /R. Villa (Espasa)

Sapiens de animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)

Jean-Pierre Garnier. Un sociólogo... . R. Tello (Icaria)

Prohibido escuchar canciones... L. Santolaya (Lunwerg)

No sé si tirerme al tren o al maquinista. S. Broa (Plan B)

Isabel: la Reina Guerrera. Kirstin Downey (Espasa)

Las matemáticas del cosmos. Ian Stewart (Crítica)

La España vacía. Sergio del Molino (Turner)

Lo que te dije cuando te ... A. Espinosa (Grijalbo)

Una historia erótica de Versalles. M. Verge (Siruela)


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Sábado 17.06.17 EL NORTE DE CASTILLA

Un miembro del Museo de Arte contemporáneo de Roma posa en 2010 ante la instalación ‘Velas pintadas’ de Jannis Kounellis. :: ALBERTO PIZZOLI-EL NORTE

El drama infinito de vivir a la deriva A

unque pueda parecer inverosímil, al menos bajo mi humilde juicio, la secuencia cinematográfica musical más elocuente (por su prodigiosa capacidad de síntesis para rubricar el desenlace de la historia socio política, ideológica y cultural del siglo pasado en apenas un par de minutos), ni siquiera forma parte de una esforzada película cultivadora del género, ni contiene una coreografía atlética e imposible ejecutada a la perfección por una miríada de profesionales dedicados a la danza, ni –por supuesto–, salió de la arrogancia fabril cultivada en media docena de estudios californianos que con fruición se han dedicado a consagrarlo produciendo un sinfín de símbolos generacionales y partitu-

ras apoteósicas. Se trata de un brevísimo plano, rodado en interior, donde los miembros de la comuna anárquica que han rescatado y acogido a una pobre Miss Mundo canadiense, reprobada y empaquetada antes de ser acogida por ellos en París para asistir a sus sesiones de desinhibición escatológica, canturrean la Internacional alrededor de un organillo, sobre el que reposa una bota militar. Sin embargo, conforme avanzan en la improvisación de sus variaciones distendidas, en sus pequeños movimientos rítmicos –a menudo sincopados–, en su tarareo onomatopéyico carente de letra y por tanto de sentido, el himno se degrada hasta alcanzar el absurdo y se convierte no solo en una caricatura burlesca de sí mismo sino en el

grotesco resultado histórico de su enfermiza, machacona y repetitiva imposición bajo la suela de esa bota vacía e inútil que los acompaña. No en vano, Dusan Makavejev, el autor serbio de semejante prodigio fílmico incluido al final de su película de 1974 titulada ‘Sweet Movie’, profundiza en la deriva de los símbolos, en su embaucadora y mortal dulzura, en su sublime capacidad para atraer el espíritu pueril de un

Jannis Kounellis será recordado como el artista capaz de albergar una docena de caballos en la sala

occidente goloso y descuidado; los mismos símbolos heridos, rotos, inconexos que Jannis Kounellis se dedicó a concatenar a lo largo de su vida, como partes de ese cuerpo humano total que es nuestra especie. A la emergencia de semejante orfandad acudió el ‘arte povera’ italiano, con este griego entre sus guías y exponentes indiscutibles, para hallar o recomponer, al menos, el camino perdido entre el hombre y la naturaleza. Si para Kounellis el hombre es, sobre todo, un personaje dramático que ha de relacionarse con la estructura teatral del mundo, debe encontrar de nuevo el camino que comunicaba su devenir con la naturaleza. A pesar de que el hombre y todos sus actos, incluida la industrializa-

OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA

ción y el aislamiento artificial, son parte del drama natural del mundo, conviene romper, y a ello contribuye Kounellis con su obra, la perversa apostasía perpetrada por el hombre moderno, aquél que buscó la naturaleza en el arte muerto por huir, precisamente, del hedor provocado por la vida. Kounellis será siempre recordado como el artista conflictivo capaz de albergar una docena de caballos en una sala de exposiciones a fin de enfrentar al espectador con la naturaleza viva, esa que le atemoriza debido a su imprevisible comportamiento, la misma que despide un olor intenso y actúa desinhibida y escatológica (como los miembros de la comuna anárquica filmados por Makavejev), ajena al conjunto de capas aislantes que la modernidad ha yuxtapuesto a lo largo del tiempo. Pero Kounellis concilia la historia natural del hombre y su producción simbólica para recuperar la civilización, el camino a casa, a esa Ítaca que ha de esperarnos tras milenios a la deriva, en una nave empujada por la escenografía de nuestros propios símbolos, bien orientados, útiles o no; el rastro dejado por el hombre en la naturaleza, como las babas de un caracol sobre un muro.


16 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 17.06.17 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinador: Chema Cillero

La danza de Eros E

ros sería la fuerza de atracción: los cuerpos se atraen pero, como diría Spinoza, toda cosa aspira a perdurar en su propia naturaleza, en su propia esfera, en su propio ser. Físicamente hablando, Eros estaría vinculado a la ley de la gravedad y la ley de la gravitación. Los cuerpos celestes se atraen, pero a la vez aspiran a mantenerse en su propia redondez. El equilibrio de los dos poderes genera la gravitación. La tierra gravita en torno al sol, pero al mismo tiempo mantiene su ser. La atracción solar no es lo suficientemente fuerte para devorarla, aunque sospechamos que lo hará alguna vez, cuando la estrella que nos gobierna se convierta en una gigante roja. Cuando gravitamos en torno a otro guiados por el amor, aún no nos hemos dejado invadir del todo, y nuestro yo está rebosante de redondez. Esa gravitación no es otra cosa que la danza de la seducción, donde no acertamos a saber qué pesa más: si el amor al otro o el amor al propio yo. El narcisismo y el altruismo se hallan en ese momento en un estado de equilibrio inestable que no tardará en inclinarse hacia alguna de las dos partes que determinan su baile. Si en ese baile emocional en el que tienen cabida todas las pasiones vence la atracción, convergemos con el otro y de esa convergencia surgen caricias, surgen palabras, surgen ideas, surgen coitos. El amor según Platón y según Lucrecio. Eros no solo nos pro-

picia placeres sexuales, también nos propicia placeres intelectuales, como bien sabían Abelardo y Eloísa, en la Edad Media, y como sabían Albert Einstein y Mileva Maric en épocas más recientes. Pero si en el baile del que hablamos triunfa el amor a la propia esfera, surge una fuerza opuesta a eros: la repulsión, el rechazo, el desdén. Podemos llamarlo de muchas maneras y también podemos llamarlo misos (odio), que sería la repulsión en su estado más violento. La experiencia personal nos indica lo próximas que están la atracción de la repulsión, y la facilidad con la que el amor se desliza hacia el odio si las circunstancias le ayudan. Con la amistad y la enemistad ocurre lo mismo: son territorios tan vecinos que la guerra puede brotar muy fácilmente en el seno de la paz. Esa metamorfosis que consiste en convertir la blancura en negrura puede suceder de forma inmediata, y tiene el mismo origen que el amor: el choque explosivo de dos seres, que o bien genera fusión amorosa, o bien genera repulsión beligerante ¿Cuando se quiebra una amistad? Cuando se sobrepasan ciertos límites y se cruzan ciertas fronteras que no se deben cruzar, o cuando en lugar de rozarnos con el amigo nos estrellamos contra él. Por razones semejantes, el amor puede derivar en odio, pues aunque el amor permita cercanías mucho más abismales que la amistad, ese nido anhelante que formamos con

:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA

MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO

el otro tiene sus reglas específicas, y cuando uno de los amantes se siente mortalmente invadido, hasta el punto de perder la voluntad, el camino hacia el odio se abre de par en par. Los sabios en el arte del amor y la amistad tienden a preservar ciertos lindes fundamentales. Se trata de no seguir la senda de la anulación total. Un ser anulado es un ser anestesiado, casi muerto. Si el amor es la danza de la vida, los que aman han de estar inmensamente vivos, inmensamente abiertos, e inmensamente despiertos.

La experiencia personal nos indica lo próximas que están la atracción de la repulsión


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