SOMBRA CIPRES LA
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1967
Aquel verano del amor
Nร MERO 274 Sรกbado, 24.06.17
2 LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 24.06.17 EL NORTE DE CASTILLA
El movimiento hippie alumbrado en California fue el más grande y universal intento último para dar la vuelta al calcetín de los valores capitalistas
1967
Aquel verano del amor
En busca de paraísos perdidos L
as cosas, los movimientos, puede parecer que estallan de golpe, de repente, pero nunca es así. Aún recuerdo en Madrid y más abiertamente en París –al filo de mis 16 años– las noticias que con curiosidad o relativo escándalo hablaban de esa California que extendía por el mundo el mensaje ‘hippie’: los hijos del amor –porque todo lo que importa es el amor– o los hijos de las flores, porque llevaban el pelo largo y blusas o batones floridos y muchas pulseras o collares de diversa artesanía con sabores hindúes o marroquíes… Nacía un mundo pacífico y permisivo, que tenía sed de conocimiento –también de lo oculto– apetitos sexuales y deseos de probar estados diferentes de conciencia, según había dicho el viejo gurú Blake y el más moderno Aldous Huxley en ‘Las puertas de la
LUIS ANTONIO DE VILLENA
percepción’. El mundo hippie del verano del amor en 1967 –con los Beatles y muchos otros grupos como Tangerin Dream– ya habían superado California, porque su mensaje de paz y de desligarse de la actividad capitalista, buscaba paraísos perdidos, desde Katmandú al Tánger de aquella época, pasando por Ibiza –en su inicio–, por la preciosa Deyá, con su hermosa cala, al norte de Mallorca, donde desde hacía muchos años vivía retirado el poeta, novelista y ensayista británico Robert Graves, el autor de ‘La diosa blanca’. Los españoles medios ignoraban por entero que, dentro de
España, había ya dos mecas de la peregrinación hippie. No mucho más tarde (con dos amigos muy modernos de la Universidad) conocí al viejo Graves lleno de collares y abalorios pero acaso soñando con su mundo de ‘Yo, Claudio’ y de un Mediterráneo clásico. Porque algunos de los pioneros del ‘rollo’ –dejemos de momento fuera a los ‘beat’– eran escritores de otra generación que nunca fueron ‘hijos de las flores’ (incluso es posible que no les gustase demasiado cierto sesgo de aquello) que directa o indirectamente habían propiciado: Paul Bowles en Tánger, recogiendo la música folklórica marroquí, fumando hachís y creando esos existenciales personajes que buscan huidas y desiertos, desde ‘El cielo protector’. Igual Graves en Deyá, enamorado de la Grecia clásica, pero prohijando aquel Deyá lleno de varitas de
CARLOS AGANZO
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mo, la teoría marxista. La contracultura no estaba contra eso, pero era algo muy diferente. Frente al ‘Eros y civilización’ de Marcuse –un libro que leímos todos los universitarios de la época– ‘El cuerpo del amor’ de Norman Brown, un filólogo clásico metido a liberador de instintos, que hablaba de la necesidad dionisíaca de la vida: gustar los placeres y liberar la libido, que tiene también su componente cultural importante. En inglés se dice ‘counter culture’ que en español suena mejor y es más exacto, ‘cultura a la contra’, es decir, la cultura no oficial, la de los márgenes, la de todo lo alternativo, como también lo querrá Warhol, que es el paso siguiente. Pero en nuestra lengua triunfó ‘contracultura’ que algunos barbarotes tomaron como algo que iba contra la cultura –con mucho sexo y mari-
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La luna, en la Séptima Casa uando la Luna esté en la Casa VII y Júpiter se alinee con Marte, «entonces la Paz guiará a los planetas y el Amor conducirá a las estrellas»; abundarán «la armonía y la comprensión» y «no habrá más engaños ni burlas»; se tratará, en definitiva, de «una revelación mística cristalina». Así será la Era de Acuario, tal como lo proclama la canción de James Rado y Gerome Ragni sobre la música del gran Galt MacDermont, en el número estelar de ‘Hair’. La era de la
sándalo y modalidades budistas, donde se recitaban mantras, se fornicaba con música de sitar a la luz de la luna o se leía el tarot en las antiguas casas de los payeses a la luz de las velas. El satanista, ocultista, mago y poeta británico Aleister Crowley había tornado a ser descubierto… Ese ‘verano del amor’ que pudo estallar públicamente en el 67, ‘All you need is love’, venía de las historias y libros de los ‘beats’ norteamericanos, que son en realidad parte importante de la raíz de todo lo que se llamó ‘contracultura’, un mundo inmenso de libertades, esperanzas, poesía, sexo, drogas y música que –en cuanto dejó de parecer minoritario– se entendió que de ningún modo podía ser permitido. No estamos hablando del famoso Mayo 68 en París, donde todavía tenía fuerza, mezclado con un diverso anarquis-
«auténtica liberación de la mente». La era que nunca termina de llegar. Nacido en el mismo seno del Verano del Amor, ‘Hair’ batió todas las marcas imaginables para un musical. Primero se trató de modo experimental, en el propio verano del 67, en el ‘nightclub’ de Nueva York The Cheetah; después se estrenó en el Public Theatre, del off Broadway, en el mes de octubre, y su puesta en escena en el Biltmore Theatre de Broadway llegó a contar hasta 1.472 represen-
taciones seguidas desde que levantó el telón en 1968. La peripecia teatral y musical de ‘The American Tribal Love/Rock Musical’, que fue el primer título de ‘Hair’, rompió durante años todos los moldes imaginables. La aventura de Claude Bukowski, que llega a la Gran Manzana pensando en alistarse en la guerra de Vietnam y cambia radicalmente de vida y de pensamiento tras ser adoptado por una tribu de hippies neoyorquinos, se convirtió enseguida en el icono mundial de aquel verano en el que nadie podía llegar a San Francisco sin flores en el pelo, como escribió John Philips. Se admitió en Nueva York, tan acostumbrado a las vanguardias, que los actores aparecieran completamente desnudos en el primer acto, pero después la obra provocó una auténtica revuelta en la América pro-
funda. Por encima de la historia de amor, sexo libre, drogas y denuncia de la violencia, el lenguaje subido de tono o la ofensa a la bandera de los Estados Unidos llegaron al Tribunal Supremo. En Londres, la representación de ‘Hair’ sirvió para que se terminara la censura en los escenarios británicos, y la versión del Shaftesbury Theatre echó el telón solo cuando se vino abajo el techo del coliseo, después de 1.998 representaciones... La película de Milos Forman, de 1979, uno de los grandes clásicos del cine de todos los tiempos, hizo el resto. Y todavía en 2005 James Rado autorizó una versión del musical sobre los hippies del siglo XXI, en la que se cambiaba Vietnam por la Guerra del del Golfo. Lo habían adelantado los Beatles con su ‘All you need is love’; y Dylan, unos años antes del verano del 67, tam-
bién lo había escrito en ‘Los tiempos están cambiando’: «Madres y padres de toda la tierra, no critiquéis lo que no podéis entender. Vuestros hijos e hijas están más allá de vuestro dominio». Aquello fue una verdadera revolución cultural. O mejor dicho, contracultural. Una revolución que, como todas las revoluciones, tuvo después su coda, su iconografía y su comercialización. Hasta que los yuppies terminaron engullendo a los hippies que habían sido ellos mismos.... El mismo Allen Ginsberg, el más desmadrado del grupo, lo anticipó en su poema ‘Aullidos’ cuando dijo: «He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, históricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles (...) a través de las alturas de las ciudades contemplando el jazz». Eso sí., estuvo bien mientras duró.
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La cantante Joan Baez interpreta una canción en la confluencia de Haight y Ashbury, en San Francisco, en septiembre de 1967. :: AP
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huana– cuando en realidad era el renacimiento de la ‘otra’ cultura, la de los goliardos medievales, clérigos vagantes entre amor y latín, o la rebelión de Rimbaud y de Verlaine, incluso, en el muy libre Barrio Latino. Es un movimiento al que se le pueden buscar muchas raíces, porque siempre ha existido –con más o menos éxito– lo ‘no oficial’. Pero el mundo ‘hippie’ viene del ‘Aullido’ de Ginsberg, ese gran libro de poemas de 1956, o de la prosa nueva con ritmos de jazz de la novela ‘En el camino’ (1957) de Jack Kerouac, todo ese mundo nacido en EE UU y que era y es una rareza en los conservadores USA, fuera de los medios universitarios… De allá nace el gusto por el budismo zen que halla en Allan Watts y en su libro ‘El camino del zen’, la gran propagación de una filosofía o modo de vida acaso muy difícil de entender fuera de Oriente, pero que deja en Occidente –una vez más– la idea de un mundo y una mente distintas. El ‘verano del amor’ podía ser el de los conciertos de rock transgresores y casi místicos, como las guitarras de Jim Morrison o del negro que la quemó en el escenario, el gran Jimi Hendrix. (Morrison, el bello, acosado de escándalos a la moral, se contentó con masturbarse en público). Y es que después del amor, la paz y las flores –y sin renunciar a ello– fue llegando el sexo y las drogas, cada vez más duras. Se quería estar contra el sistema (y se estaba, desde un modo distinto de vivir) pero ese sistema se volvía contra lo que podía titular ‘exceso de libertad’, que ni siquiera parecía respetar eso que Marcuse había llamado «la represión básica». Jimi Hendrix –como la nostálgica Janis Joplin– murieron de sobredosis en 1969. Y en 1971 y en París (hinchado de drogas y pastillas y acoso policial) murió Morrison en la bañera de un hotel. Enterrado en el mítico Père Lachaise, aún hoy día las dos tumbas más visitadas y adornadas de ese cementerio ilustre, son las de dos diversos y convergentes heterodoxos: Oscar Wilde y Jim Morrison. ‘El verano del amor’ (pensémoslo ahora como metáfora) fue el más grande y universal intento último –contando con la cultura, no la terrible ignorancia actual– para dar la vuelta al calcetín de los valores capitalistas. Naturalmente a la postre fracasó y no solo porque hubiera peleas y un muerto en el célebre festival de Woodstock, sino porque el mundo del poder –mundial,
Las drogas duras fueron la puntilla a ese universo, pero también la brutal mano de hierro reaccionaria
digo– sigue teniendo la sartén por el mango y el mango también. Por supuesto todo se extendió aún, más crispado, hasta en 1980, en términos redondos. Hoy podemos ver que el exceso de las drogas duras –de la heroína, especialmente– fue la puntilla a ese universo, pero también la brutal mano de hierro reaccionaria que llegó, casi a la vez, con la presidencia de Ronald Reagan, la imagen arcaica de Margaret Thatcher y el pontificado, solo publicitariamente moderno, del muy derechista Juan Pablo II. Si a esa trinidad de acero se suma la aparición del sida, devastador en sus inicios, baste decir que en 1980/81 ‘el verano del amor’ había echado el telón. Aún quedaron, un tiempo, transgresores básicos como Warhol, Mapplethorpe o incluso el Truman Capote lleno de cocaína en ‘Studio 54’, pero eran sólo los rescoldos de un sueño ya fallido, el de las manifestaciones anti guerra de Vietnam con flores y cánticos hindúes de paz… Claro que el entonces muy pregonado ‘amor libre’ (parejas abiertas, sin bendiciones de curas o de jueces) puede sobrevivir como un sueño posible, como era posible todo lo demás. Pero el dorado mundo de la contracultura se quedó en muchas obras, muchas canciones, pintura psicodélica y un gran ‘desiderátum’. Si celebramos ‘el verano del amor’ que empezó a hacerse muy visible en 1967, recordamos todo un orbe alternativo y la posibilidad mejor de cambiar el mundo que ha existido en muchos años (lejos de Stalin o de Mao o de Castro) creando la libertad de las libertades y el hecho posible de que valga más el talento que una determinada ideología. He hablado de todo esto (que conocí de muy joven) muchas veces, la última en mi libro de 2016, ‘Nueva York/Babilonia’ editado en Stella Maris. La idea de que otro mundo es posible tiene que salir de una sociedad plural y nunca de un concreto partido político, tenga el nombre que tuviere. El verano del amor… ¡qué nostalgia! O mejor, ¡qué envidia!
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El circo psicodélico de Haight-Ashbury VICENTE E Z ÁLVAREZ
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ieciocho de junio de 1967. La actuación de Jimi Hendrix en el Monterey Pop Festival llegaba a su fin. El joven músico acababa de ofrecer una actuación memorable con la que se había metido al público en el bolsillo. Para ello había utilizado todas sus armas, había incluso tocado con la guitarra sobre la espalda, había utilizado los dientes, la guitarra había llorado, había explotado, había atravesado los corazones de las miles de personas que le contemplaban con el alma en un puño. Entonces, tras tocar los últimos acordes de ‘Wild Thing’, Jimi Hendrix se arrodilló, colocó la guitarra en el suelo con auténtica veneración, la besó, echó líquido inflamable sobre ella y la prendió. En un instante una bola de fuego surgió ante él. Hendrix parecía susurrar plegarias delante de la guitarra. Al poco, se levantó, cogió la guitarra incendiada y la golpeó contra el suelo arrojando los restos a la enfervorizada multitud. La imagen icónica de aquel verano del amor acababa de nacer aunque la revolución hippie/lisérgica/pacifista había comenzado antes. Lo hizo en un barrio de San Francisco atestado de casas victorianas con alquileres muy bajos. Allí, en HaightAshbury, se concentraron todos los padres del incipiente flower power. En el 635 vivía Janis Joplin. Casi al lado, en el 710, los Grateful Dead y Neal Cassady. Enfrente tenían su sede los Ángeles del Infierno. Y muy cerca, Jimi Hendrix. En aquel extravagante circo psicodélico se gestó el verano del amor. Pronto comenzaron a llegar a Haight-Ashbury miles y miles de personas. La canción que sonaba en todas las radios, convertida de inmediato en himno, era ‘San Francisco’, tema compuesto por John Phillips, de The Mamas & The Papas, y popularizado por Scott McKenzie («Si vas a San Francisco / asegúrate de llevar flores en el cabello / Si vas a San Francisco / el verano será una celebración del amor»). Todo estaba preparado, la revolución hippie era ya imparable. De hecho, el verano del amor había empezado en enero con la celebración del Human Be-In en el parque Golden Gate de San
Francisco. Allí se reunieron bandas como Jefferson Airplane o Grateful Dead junto al poeta Allan Ginsberg y el gurú del LSD Timothy Leary. Para que la fiesta fuera completa, un químico underground, Owsley Stanley, se encargó de elaborar cantidades enormes de su LSD Relámpago Blanco que fueron distribuidas por el activista grupo de teatro The Diggers. La revolución del flower power estaba en marcha y culminaría el fin de semana del 16 de junio con el Monterey Pop Festival. Como ensayo, una semana antes tuvo lugar en los alrededores de San Francisco el Fantasy Faire and Magic Mountain Music Festival, donde actuaron entre otros Canned Heat, Jefferson Airplane, Steve Miller Band y los Doors de Jim Morrison. La insurrección musical estaba en plena eclosión. Aquel año, las estructuras clásicas habían convulsionado y el rock psicodélico subía al trono. Como en casi todas las revoluciones, los Beatles estaban al frente, unos Beatles que habían dado su último concierto el 29 de agosto de 1966 precisamente en San Francisco. Los chicos de Liverpool llevaban un año huyendo del pop y evolucionando a un sonido más rockero y distorsionado cuando en febrero de 1967 sacaron el single Strawberry Fields Forever/Penny Lane. Poco después, el 1 de junio publicaron la biblia psicodélica de ‘Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band’ con la canción lisérgica por excelencia, ‘Lucy in the sky with diamonds’. Es más, mientras se celebraba el Monterey Pop Festival, los Beatles estaban grabando en los es-
tudios EMI de Londres ‘All you need is love’, la otra gran canción icono del hipismo/pacifismo. Y llegamos a la madre de todos los festivales, para muchos por encima incluso de
Woodstock. Más de 200.000 personas, músicos tocando de forma gratuita, grabación de todos los conciertos, LSD exclusivo de nombre Purple Monterey y, sobre todo, varias actuaciones musicales que
han pasado a la historia del rock. El primer día, viernes 16 de junio, tocaron grupos folk destacando sobretodo Simon and Garfunkel y The Animals (Eric Burdon cantó una canción compuesta para el festi-
val titulada ‘Monterey’ en la que se mencionaban a algunos de los artistas que iban a actuar). El sábado fue el turno de grupos más escorados al soul y al blues: Al Kooper, Steve Miller
En este barrio de San Francisco se concentraron los padres del ‘flower power’. Janis Joplin, Neal Cassady, Jimi Hendrix,... Como ensayo, una semana antes tuvo lugar el Fantasy Fair, donde actuaron, entre otros, los Doors de Jim Morrison Fotografía de Gene Anthony ‘Hippies en la esquina de Haight y Ashbury’. :: AFP-THE WHITNEY MUSEUM OF AMERICAN ART
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Band, The Byrds, Jefferson Airplane, Otis Redding (en una de sus últimas actuaciones antes de morir a los 26 años en un accidente de avión) y Janis Joplin, que encandiló al público con una desgarradora actuación. Para el domingo estaba preparada la traca final. Comenzó Ravi Shankar, le siguieron Buffalo Springfield y Scott McKenzie cantando el himno oficial del flower power, para que The Who, Jimi Hendrix, Grateful Dead y The Mamas & The Papas pusieran punto final a todo un sueño. Un sueño que quizá duró menos de lo que pudiera pensarse. De hecho, el grupo activista The Diggers escenificó en octubre ‘La muerte del hippie’ con una simbólica procesión funeraria. Todo lo que estaba sucediendo en San Francisco era demasiado incómodo para las autoridades y demasiado goloso para los popes de la industria discográfica. Los alquile-
res de High Ashbury comenzaron a subir y la puntilla final la dio otro vecino de ese barrio, un tal Charles Manson… Aquello ya fue el fin del sueño lisérgico/pacifista/sexual de aquel memorable verano del amor. Musicalmente, eso sí, el rock psicodélico tuvo largo recorrido. 1967 no sólo fue el año del ‘Sgt. Pepper’s’ y del Monterey Pop Festival. The Rolling Stones aportaron ‘Their Satanic Majesties Request’ y la Jefferson Airplane ‘Surrealistic Pillow’. En 1967, además, publicaron su primer álbum Pink Floyd y The Doors. Luego, el rock psicodélico fue mutando a lo largo de los años. En muchos casos hacia el rock progresivo, en otros hacia el acid folk o el space rock. A finales de los 80 en la escena rave de Gran Bretaña se impuso un género de música electrónica bailable conocido como Acid House. Pero todas esas son ya otras historias.
San Francisco, cincuenta años después Un autobús (the Magic Bus) pintado al estilo hippie circula estos días por las calles de San Francisco haciendo un recorrido por alguno de los enclaves más icónicos del verano del amor de 1967 mientras proyecta luces, regala sonidos y muestra documentales. También exposiciones de pósteres de rock y de algunos fotógrafos que asistieron en primera persona a aquella explosión de libertad y pacifismo enmarcada en una increíble revolución musical. Son sólo algunas de las propuestas que la ciudad de San Francisco oferta este año para conmemorar el 50 aniversario del Verano del Amor. Quizá la más ambiciosa sea la macroexposición ‘The Summer of Love Experience: Art, Fashion and Rock & Roll’ que permanecerá abierta hasta el 20 de agosto en el Museo de Young, en el mismísimo Golden Gate Park. Carteles de época con letras distorsionadas y colores vibrantes (la mayoría anunciando conciertos de rock), espectáculos de luces, vestidos coloristas, películas de vanguardia, fotografías y música inte-
ractiva. En total unos 400 artefactos culturales que harán las delicias de los nostálgicos y abren una ventana a las nuevas generaciones aunque sólo sea para constatar que se acabó el viaje y que se disolvió la utopía. Que 2017 no es 1967. En los acontecimientos programados no hay la más mínima mención a las reivindicaciones sociales y/o políticas que llevaron a los jóvenes de San Francisco hasta aquel mítico verano del amor. Ninguna mención al uso libre de drogas y a la libertad sexual. Nada de autogestión ni de alternativas libertarias. Incluso el Ayuntamiento de San Francisco ha prohibido celebrar un festival en el Golden Gate Park, no sea que los nuevos cachorros se desmanden. Lo dicho, 2017 no es 1967. El purgatorio colorista de Haight-Ashbury domesticado y en blanco y negro.
The Grateful Dead, exponentes de la escena de San Francisco. Debajo, The Mamas & the Papas y los británicos The Who. Los tres grupos participaron en el festival de Monterey. :: AP
Triduo ANTONIO ÁLAMO
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na noche de junio de 1967 un grupo musical poco conocido entonces aparecía en el escenario de una localidad situada al sur de San Francisco, en los Estados Unidos. Se llamaba Jefferson Airplane y participaba, junto a otros artistas, en el Monterey Pop Festival, un evento que duró tres días. A simple vista, la reunión no ofreció grandes diferencias respecto a cualquiera de los cientos de festivales musicales posteriores. Sin embargo, aquel triduo psicodélico fue algo distinto y muestra como recuerdos devotos una sensación única de sosiego, porque resultó tranquilo, y otra indescriptible y variopinta, más que nada porque estaba asociada a los colores: los de las flores que inundaron la reunión, los de los ropajes de los asistentes y los que pudieron brotar del ácido lisérgico, un consumible que tuvo allí tanto protagonismo como ahora los líquidos en cualquier botellón que se precie. De aquel festival sin ánimo de lucro, antesala del denominado ‘Verano del amor’, escaparate mundial de una manera diferente de entender la vida y al que asistieron alrededor de doscientos mil jóvenes, queda un testimonio gracias al documental del cineasta D. A. Pennebaker donde pueden contemplarse escenas cotidianas y fragmentos de actuaciones en directo. Pero también existen unas cuantas canciones representativas, como ‘Somebody to love’, y suficientes referencias escritas plagadas de anécdotas sobre lo que representó el movimiento hippie. Sin embargo, no se repara en que hubo algo más. De las circunstancias en las que se desenvolvieron aquellos jóvenes poco se ha dicho y sí se sabe. En aquel momento su país se hallaba en pleno apogeo de la guerra fría, sumido en un conflicto bélico (Vietnam), sorprendido por el despertar de África, preocupado por las fuentes petrolíferas y gobernado por un partido demócrata que, bajo las presidencias de Kennedy y
Johnson, desarrollaba programas reformistas encaminados a la mejora del sistema de pensiones, seguridad social, derechos civiles y educación. Y tampoco se ha aireado suficientemente la influencia intelectual de las principales universidades del país y el papel desempeñado por el rock, cuya incidencia desbordó ampliamente los límites del ámbito musical para convertirse en un movimiento contracultural contestatario de grandes dimensiones. Se habló mucho de ingenuidad, utopía e incluso de un intento claro de liquidar el ‘espíritu americano’ instituyendo como valores triunfantes el pacifismo, la droga y la permisividad de los hippies, como indicó más tarde el progresista (primero) y neoconservador (después) Irving Kristol en ‘Neoconservadurismo: autobiografía de una idea’, aunque quizá todo fue más simple porque, a diferencia de otros movimientos juveniles, los hippies plantearon una contestación global al sistema de valores de la época, siendo los grupos musicales los encargados de difundir los lemas y la estética de un modelo cuyos orígenes deambulaban por las calles de San Francisco. En cualquier caso, el sueño único e irrepetible de aquella generación que trató de construir algo propio, una alternativa basada en las premisas de paz, amor y libertad como respuesta identitaria, desapareció pronto. Lo que ya no está tan claro es si su esfuerzo resultó baldío o, por el contrario, sirvió para mejorar en cierta medida la cultura occidental, volviéndola más tolerante al ensanchar, como apuntaba hace siete años Luis Racionero, los espacios de libertad, ocio y hedonismo. De momento, ‘Surrealistic Pillow’, aquel disco emblemático de Jefferson Airplane, del movimiento hippie y del Verano del amor, sigue sonando.
De aquella cita sin ánimo de lucro queda un documental del cineasta D. A. Pennebaker
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Los Brincos, en una imagen de 1969. Fernando Arbex es el segundo por la izquierda. :: M. H. DE LEÓN-EFE
Lola también cumple 50 años «La otra noche bailando estuve con Lola, / y me dijo que se encontraba muy sola…» (Fernando Arbex, 1967)
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os dos versos precedentes no son un aforismo de Ludwig Wittgenstein, obviamente, son parte de la letra de una canción muy representativa de la época de la España del desarrollo, de la apertura y lanzamiento como país turístico, de la canción del verano, un fenómeno que tuvo su auge, con conocidas canciones en el recuerdo de muchos, según un fenómeno similar en otros países, como Italia y Francia. Tres años después, The Kinks crearon otra gran canción titulada igual, pero el mordaz Ray Davies contaba el ‘ligue’, en un club, entre el narrador y un travesti llamado Lola, que bebía ‘Cherry Cola’. A la España aislada y autárquica, apenas había llegado el
Rock & Roll de los 50, pero la apertura al exterior de los 60 auspició importantes cambios sociales y, en la estela de la explosión del pop-rock británico liderado por los Beatles, surgieron grupos españoles, que interpretaban su propia versión de ese movimiento, y lo hacían muy bien, de modo que el último lustro de los 60 fue ‘la primera edad de oro del pop español’. La epidemia no sólo afectaba a grupos profesionales, sino a muchos adolescentes que, entre amigos o en sus colegios, formaban grupos más o menos efímeros, cuyo modelo español más reproducido se nutría de canciones de Los Brincos y Los Bravos. No era fácil sacar adelante un grupo; primero estaba la limitación de los instrumentos musicales, los eléctricos eran muy caros para las economías familiares, y luego estaban los riesgos de la imagen, dejarse flequillo y el pelo creciente solía
DAVID DOBARCO LORENTE
crear problemas en casa y en el colegio. Sin embargo, ante las chicas, era muy difícil competir con el aura de los músicos, cuya pericia solía manifestarse cuando una guitarra iniciaba las notas de ‘La Casa del Sol Naciente’. Los Brincos fueron el primer conjunto ‘pop’ verdaderamente popular, con permiso del Dúo Dinámico, desde su aparición en programas musicales de TVE, a finales de 1964, con su primer éxito: ‘Flamenco’. Considerados como los ‘Beatles españoles’, eran una excelente versión nacional de grupo pop: guitarras, armonías vocales, música y letras pegadizas y, además, un estilo propio con raíces espa-
ñolas, siguiendo el criterio de Los Pekenikes, de donde procedían Juan Pardo y Junior. Su primera etapa (hasta 1966) dejó un puñado de canciones en la memoria de esa generación y posteriores: ‘Sola’, ‘Borracho’, ‘Un sorbito de champán’, ‘Mejor’, además del citado ‘Flamenco’. La marcha de Juan y Junior abrió dudas sobre su futuro, pero el batería Fernando Arbex era un verdadero talento musical, fichó a dos hermanos de Junior e inició una etapa más sofisticada, con canciones como ‘El Pasaporte’, ‘Nadie te quiere ya’ y ‘Lola’, recogidas en un excelente LP titulado ‘Contrabando’. Pero Arbex deseaba una música más innovadora y, tras la escasa repercusión de su ambicioso LP ‘Mundo, Demonio y Carne’, incorporando a Óscar Lasprilla, decidió disolver Los Brincos. No se quedó quieto: inició una amplia y exitosa carrera musicall como compositor, produc-tor y fundó dos grupos de gran interés: ‘Alacrán’, con Lasprilla e Iñaki Egaña, un trío de funky-rock de breve existencia y poco conocido, pero cuyos miembros dieron paso a Barrabás: el grupo español de mayor éxito internacional. Junto a Los Brincos existían otros grupos de versiones,
como Los Mustang o Los Salvajes, pero surgieron otros con una excelente producción propia: los citados Pekenikes, Los Pasos, Los Canarios, Los Pop Tops, Lone Star, Los Ángeles, Los Módulos, Los Relámpagos, por citar algunos. José María Íñigo y José Ramón Pardo realizan una gran labor de recuperación de esta música con Discos Rama Lama, para quienes estén interesados. En los años 60, la música pop-rock trasmitía sentimientos de libertad, incluso en países que no la vivían, como España o los del ‘bloque oriental’, cuyos gobiernos la tenían gran prevención, llegando incluso a ciertas prohibiciones. La palma se la llevaba la ‘canción protesta’, cantautores en línea con Joan Baez o Bob Dylan, que denunciaban explícitamente injusticias sociales; pero el pop-rock mandaba un mensaje igualitario a los jóvenes de diferentes países y culturas, y su repercusión era mayor pues incidía en su comportamiento. Aunque ‘Lola’ alcanzó primeros puestos en listas europeas, número dos en Gran Bretaña, hubo que esperar a la Transición para que España se abriera al exterior y sorprendiera al mundo con una creatividad sin complejos, reflejada en la movida, segura de sus posibilidades y capaz de asumir la organización de grandes eventos internacionales, como las Olimpiadas y la Expo del 92, pero eso es otra historia. Pete Seeger dijo que «cualquiera puede hacer algo complejo, pero hace falta un genio para hacer algo sencillo», que logre reconocimiento, añadiría yo. ‘Lola’ cumple 50 años, como el celebrado ‘Sargeant Pepper’s’, y su sencillez optimista, a la sombra de una dic-
Medio siglo después, ‘Lola’ conserva su encanto sencillo y el optimismo brillante y popular de su época
tadura que se confiaba en superar por una juventud expansiva, contrasta con el país actual mucho más libre y rico, pero acobardado por la crisis, envejecido y donde los jóvenes, tras una superprotección mayoritaria, afrontan una realidad hostil y no esperan mejorar, pues muchos carecen de trabajo que permita su emancipación y otros asumen su exilio laboral. Fue la época de la guerra de Vietnam y Peter, Paul & Mary cantaban la canciónpregunta de Pete Seeger, «a dónde habían ido todas las flores, las jóvenes, los maridos, los soldados, las tumbas y de nuevo las flores», cerrando el ciclo de algo que parece que nunca aprendemos: la paz. Más tarde Joaquín Sabina preguntó quién le había robado el mes de abril. Algo ha sucedido cuando nos venden la agresividad del ‘ghetto’ y se convierte en la expresión juvenil de un horizonte sin confianza. El mundo global es mucho más complejo que la felicidad local veraniega de aquella España. La música vive una perpetua temporada de entretiempo, donde convive la mercadotecnia de la imagen en medios masivos, junto a la métrica airada de hip-hop y el sandunguerismo latino del reggaeton y derivados. El espectáculo reduce el lugar de la música y se venden menos discos, pues se accede a ella a través de pantallas y se descarga; así pierde sentido cuidar la imagen de un álbum, que llegó a producir obras maestras, como expresión de su contenido musical. Juan Aguirre (Amaral) comentaba cómo habían cuidado al máximo la producción y el sonido en un trabajo (LP/CD) que presentaban, la frustración era que muchos lo escucharían a través del móvil. Cuando aparecieron los C CDs, más que la limpieza del sonido, impresionaba el silencio entre canciones, frente a la ‘fritura’ del vinilo; ahora se valora la ‘humanidad’ analógica frente a la fría precisión digital, así que hay cierto renacer del vinilo y se reeditan LPs, además del mercado viejo de la segunda mano. Siempre existirá la música y cada generación tendrá su propia expresión pero, 50 años después y con alguna arruga, ‘Lola’ conserva su encanto sencillo y el optimismo brillante y popular de su época. Luego, desde el rock y el pop, se iniciaron nuevos estilos mixtos que nos animaron a explorar otras músicas: el jazz, la clásica, el folk. Todo ello está presente, como ‘Lola’, esperando ser disfrutado.
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LIBROS DE PELÍCULA
Epifanía ‘Los muertos’
Relato de James Joyce (1914) Filme de John Huston (1987)
LUIS MARIGÓMEZ
Donal McCann y Anjelica Huston en una escena de ‘Dublineses’.
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l último relato de ‘Dublineses’, el primer libro de James Joyce, es la base del testamento cinematográfico de John Huston. En el papel, hay una cena la noche navideña que se describe con detalles hiperrealistas, sin que el narrador, a la manera de Flaubert, se permita expresar el menor juicio. El lector percibe una atmósfera levemente asfixiante, de lo que ahora se llama clase media. Nadie se sale de su papel, todo rezuma vulgaridad. Gabriel, el sobrino, aparece tenso por la obligación de hacer un discurso a los postres. Una invitada le recrimina escribir reseñas literarias en un periódico pro-
británico y no ser lo bastante amante de su patria (Irlanda todavía era parte del imperio). Las tías y la sobrina profesora de música tocan el piano mientras temen que algún personaje beba de más y se ponga insoportable. Joyce escribió ‘Los muertos’ con 25 años, ya empezaba a tener afición a los juegos de palabras que luego desarrolló en el ‘Ulises’: «Como la conversación se hizo fúnebre, se la enterró en el silencio». Afuera nieva. El filme se concentra en poner en imágenes la sucesión de acontecimientos ¿irrelevantes? Hay baile, cena y discurso, un poco pedante quizá, que ensalza la tradición irlandesa de la hospitalidad:
«Atesoraremos en nuestros corazones la memoria de los grandes, muertos y desaparecidos, pero cuya fama el mundo no dejará perecer nunca de motu proprio». La música lo envuelve todo, las discusiones versan sobre la valía de los cantantes de ópera de la época, tan inferiores a los de antes. A punto de marcharse, un invitado canta una canción y Gretta, la mujer de Gabriel, hasta ese momento un personaje irrelevante, se emociona. Esa chispa da luz y sentido al relato. Es la llamada por el autor ‘epifanía’, término tomado de lo religioso para explicar una iluminación súbita, inesperada, que reciben sus personajes en algún ins-
Los personajes reciben una iluminación súbita e inesperada en algún instante en cada uno de los cuentos
tante en cada uno de los cuentos del libro. En un texto de juventud, el mismo Joyce explica el concepto: «una súbita manifestación espiritual, en la vulgaridad de un discurso, o un gesto, o en una fase memorable de la mente».
Huston usa materiales mucho más explícitos que las palabras para evocar esta sensación; puede parecer más fácil trabajar con imágenes, actores, decorados y sonidos, pero el peligro de no lograr lo propuesto es enorme. Su contención y su cuidado exquisito le ayudan a no fracasar. Parece que toda la estrechez de buena parte del relato se desata a partir de la canción. En el hotel, un empleado acompaña al matrimonio a su habitación iluminándolos con una vela y aparece un pasaje erótico: «Echaría los brazos alrededor de sus caderas para obligarla a detenerse, pues le temblaban de deseo de poseerla y solamente
la presión de sus uñas contra la palma de su mano mantenía bajo control el impulso de su cuerpo. El portero se paró en las escaleras a enderezar la vela que chorreaba.» Esta sutileza no aparece en la película. Quizá Huston pensó que distraía de la intención básica que él quería expresar; en cambio, está muy en consonancia con textos posteriores de Joyce. Después del encuentro carnal, apenas apuntado en el cuento, que tampoco se señala en el filme, ella le explica la emoción que la inundó al oír esa música. Los celos iniciales de él se convierten en vergüenza al saber la historia de la muerte del muchacho que había amado a su mujer cuando era una jovencita. «Se vio como una figura ridícula, actuando como recadero de sus tías, un nervioso y bienintencionado sentimental, alardeando de orador con los humildes, idealizando hasta su visible lujuria: el lamentable tipo fatuo que había visto momentáneamente en el espejo.» Es imposible que lo trivial de su vida pueda competir con la tragedia. Toda la sucesión de detalles que han ido abriéndose paso en la historia hasta ese momento cobran una dimensión aún más irrelevante, y sin embargo, son quizá los cimientos que sujetan las vidas del común de los mortales. «Creo que murió por mí». La confesión final de ella termina de hundirle en el océano de vulgaridad que quizá no solo lo rodea, lo constituye. La nieve cae esa noche de principio de año sobre toda Irlanda, sobre los tejados de Dublín y los campos desolados, sobre los cementerios. Del cielo viene ese meteoro inexplicable y sorprendente, como el amor de ese muchacho por la jovencita que fue Gretta. Hay unas imágenes hermosísimas sobre las que una voz en off recita las últimas palabras del relato: «Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y levemente caer, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y los muertos.» Joyce decía que le interesaba analizar lo ordinario, para lo extraordinario ya están los periodistas. En su obra, cuyo mayor logro quizá sea el ‘Ulises’, siempre aparecen esos instantes imposibles de acotar, que cambian la dimensión de lo narrado. Huston dirigió numerosas películas de aventuras, desde su primera obra, ‘El halcón maltés’, pasando por ‘El tesoro de Sierra Madre’ a ‘El hombre que pudo reinar’. En su última película quiso que las hazañas, la luz y las sombras de la tragedia, aparecieran en las vidas de seres que no tienen en sí nada especial, como cualquier lector o espectador.
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Derroteros de Occidente
QUO VADIS? EL EXILIO DE DIOS
EL ODIO A LA POESÍA
PALABRAS MAYORES
Lluís Duch, Fragmenta, 94 pp., 11,90 €.
Ben Lerner, Alpha Decay, 96 pp., 17,90 €.
Emilio Gancedo, Pepitas de Calabaza, 368 pp., 22 €.
H
acia el final de su artefacto narrativo ‘El enfermero de Lenin’ (Periférica), que comentábamos en el artículo anterior, Valentín Roma dedica un sustancioso capítulo a analizar la naturaleza y desarrollo de la revolución a partir del grotesco, por emplear un adjetivo, no se me ocurre otro mejor, fusilamiento de Dios con disparos hacia el cielo como culminación del vamos a llamar proceso emprendido por el comisario Lunacharski. A este respecto, no debería caer en saco roto la afirmación taxativa, so capa de pregunta retórica, de Steiner: «La única pregunta inextirpable en el hombre: ¿Existe o no existe Dios?, ¿tiene o no tiene significado el ser?». Me he acordado al leer ‘El exilio de Dios’ (Fragmenta) de Lluís Duch, que trata, grosso modo, de la cuestión e imagen de Dios en los albores del presente siglo, asuntos por una parte curiosos por lo inusuales al margen de la teología y, por otra, temerarios, ya que toda aproximación corre el riesgo del reduccionismo epidérmico. Además, como es consciente el autor, de hacerlo en un contexto posmoderno, al que aplica una triple y justa adjetivación que echaría para atrás: movedizo, complejo e inconsistente. De hecho, atribuye el definitivo «desmoronamiento del edificio religioso», al que empezó a demoler la piqueta ilustrada hasta dar en lo que Duch denomina «exabrupto», el certificado de defunción del forense Nietzsche de todos conocido, a la «Modernidad psicológica» que Jean Baudrillard detectara en las décadas de los sesenta y los setenta del siglo XX. Relaciona, de entrada, la pervivencia de una religión sin Dios, «a la carta», con el
éxito de los libros de autoayuda, a causa de la pérdida de una cultura secular tanto entre el clero como entre el laicismo preponderante. En este sentido, es muy duro con el «aparato eclesiástico», al que culpa de inhibición y de mirar para otro sitio. No sé si lleva o no razón, en todo caso la deriva social por esos derroteros me parece evidente. Como consecuencia, Duch acude al teólogo alemán Peter Hünermann para constatar que Dios se ha convertido «en un extraño en su, en nuestra, propia casa». A tal punto que, ante la consolidación de los adelantos científicos y técnicos, en el Occidente secularizado y desacralizado, con rebrotes gnósticos y esotéricos, ha devenido, y la comparación no es baladí dado el vago sincretismo producto de la globalización que se adivina, al modo de algunas tradiciones africanas en un ‘deus otiosus’, superfluo incluso. Más allá de lo atinado o errático de sus planteamientos al dilucidar la innegable crisis o hastío de Dios, de incógnito casi, en nuestra sociedad, y de lo pertinente de la salida ética muy Levinas que aporta: acercarse y reconocer al prójimo para así aproximarse a lo divino, puede afirmarse que Duch no desperdicia palabra alguna, tal es su capacidad de síntesis y de ir al grano, y que sus fuentes, la mayoría sin traducir al español, se antojan inmejorables. De alguna manera, no sé bien cómo, acaso sea un vínculo disparatado, la caída en desgracia de la poesía –Mestre dixit– en la sociedad contemporánea intuyo que está relacionada con el destierro de Dios, quizás en cuanto a su afán de absoluto y de trascendencia, que se juzga irrisorio. De esto último se ocupa el joven Ben Lerner, natural de
UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO
‘DESPRECIO DEL MUNDO Y ALEGRÍA DE VIVIR EN LA EDAD MEDIA Emilio Mitre, Trotta, 196 pp., 16 €.
Kansas, según la solapa, poeta y narrador de referencia de su generación, aparte de ensayista, en ‘El odio a la poesía’ (Alpha Decay). Todo empieza cuando una profesora de literatura le insta de adolescente a memorizar un poema, ejercicio en desuso en esta época tan desmemoriada, y por pura vagancia escoge, erróneamente, dada su dificultad mnemotécnica pese a su brevedad, el poema de Marianne Moore, ‘Reflexión de signo negativo o especie de afirmación maníaca’, en el que confiesa que la poesía le desagrada de antemano, pero que al cabo hay en ella algo auténtico, vete a saber qué. La elección funciona como detonante para enjuiciar el estatus de la poesía entendida al modo antiguo, como celebración del «principio de las cosas creadas» por encima de lo finito y lo histórico, en los malos tiempos actuales para la lírica. Lerner se pregunta por la naturaleza de un arte que paradójicamente «asume la aversión de su audiencia» al tiempo que proclama su amor y odio, su denuncia y defensa, al unísono, de la poesía. Un arte en el que el resultado, el poema, «es siempre el registro de un fracaso». Luego, tras cotejar a Keats y Dickinson con un versificador pésimo e inepto a fin de calibrar el verdadero lugar de la poesía, que a seguido escruta en Whitman para acabar enredándose y desbarrando un tanto con el análisis de una obra de crítica, analiza el porqué del desprecio y de la hostilidad ambiental, con los vanguardistas desde siempre, por supuesto, a la cabeza, hacia la poesía, al cabo resultado de su «amarga lógica», en vez de la «mera indiferencia» frente a algo sin utilidad práctica, que se remonta ya a su expulsión de la República en
los diálogos platónicos, para concluir, sorprendentemente, que «esa suspicacia es la base para una intuición de lo ideal» y que por eso, como adelanta al inicio del ensayo, «todos somos poetas por el mero hecho de ser humanos». O así debería ser. No puedo estar más de acuerdo. El mismo estupor que deja la lectura de los libros anteriores se infiere de los testimonios que le transmiten los viejos del lugar, por los pueblos de España, desde Galicia, «país de musgo y granito» a Extremadura, toda la Península de Oeste a Este y de Norte a Sur, con incursiones en Gran Canaria y Menorca, y que nos ofrece en ‘Palabras mayores’ (Pepitas de Calabaza) el «viajante» y periodista leonés Emilio Gancedo, hombre de pocas palabras propias, maestro en encaminarnos hacia las ajenas: una delicia en medio de la devaluación y estandarización expresivas imperantes. A lo largo de todo el espacio patrio, con el retrovisor puesto en un tiempo que periclita, en una civilización que agoniza, «que se va evaporando como niebla al sol, de manera imperceptible e imparable», Gancedo rescata recuerdos que son enseñanzas de la edad, «donde reside o se refugia, hoy, la sensatez», de nuestros viejitos del campo o de la mar –muchos, inolvidables: el minero penibético, el hurdano metido a político, el ganchero del Tajo, el cisquero como Tasio…y entre ellos Exuperio, Supe, de Llano de Olmedo–, de la España abandonada, a quienes más nos hubiera valido haber escuchado con atención y hacerles caso. Aparte traza, al hilo, la intrahistoria de un país olvidadizo, que se regodea en el charco epidérmico e infecto de narcisismo del bienestar. Es muy valioso para saber de dónde
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:: JOSÉ IBARROLA
venimos y «la raíz de las cosas», todo lo que se va perdiendo frente al triunfo del furor atolondrado, sin respeto alguno, de la juventud, que campa a sus anchas y debería conocer las fatigas pasadas para que se pueda vivir «como reyes»: a los ancianos de Gancedo les parece de coña la actual crisis de la abundancia. La enjundia de lo que le van contando los paisanos –sus relatos y recordaciones, penurias y calamidades, sucedidos, cuentos tradicionales, milagros inclusive– es historia viva del siglo pasado, de la guerra y posguerra en particular, «otro sistema de vida», según un ganadero menorquín, se acompaña de un castellano valioso, una gozada, pues el autor confiere a sus reportajes un estilo literario que aúna gracia y finura hasta agavillar un libro espléndido en todos los órdenes, que siendo extenso se lee de un tirón. También pudiera ser que el mundo sea ansí desde siempre y haya que tomárselo con flema barojiana, buen brasero y parca pero provechosa conversación. No recuerdo bien, de la carrera, si Huizinga en ‘El otoño de la Edad Media’, tal vez fuera Le Goff, no creo, en ‘Lo maravilloso y lo cotidiano en el occidente medieval’, hablaba de ‘la larga cadena de los seres’ a raíz de la visión de la vida en los siglos oscuros como «sumidero de desdichas», al decir de Jiménez Lozano. Esta imagen la desmiente, la matiza más bien, el que fuera profesor de la Universidad de Valladolid –la primera cita del texto está ofrecida a Julio Valdeón– Emilio Mitre en ‘Desprecio del mundo y alegría de vivir en la Edad Media’ (Trotta). El ensayo de Mitre, tan ameno como erudito, de prosa muy ágil, desarrolla, en torno a «la dialéctica (o coexis-
Gancedo rescata recuerdos que son enseñanzas de la edad, «donde reside o se refugia, hoy, la sensatez»
tencia) entre la frontal reprobación del mundo y su amable, e incluso jocosa, aceptación», una conferencia que dictó en la Complutense bajo el elocuente título ‘Contemptus mundi y iuvat vivere (para una visión de la tristeza y el placer desde la Edad Media)’; combate «el estigma de época oscura y triste, reino de la ignorancia y el fanatismo», tomada por la «terrible tríada de peste-guerra-hambre» que se atribuye al Medievo desde la mentalidad renacentista; e incide en que no nos debemos olvidar, por encima del «más lúgubre pesimismo», de la poesía provenzal y especialmente la goliardesca, además de juegos y distracciones festivas. El libro desemboca en una salida sintética a la dicotomía entre el menosprecio y escarnecimiento del mundo y el júbilo vital, «de felicidad frente a las omnipresentes limitaciones de este mundo». E igual que el hombre medieval acudía a la literatura y a ciertos placeres materiales y dichas espirituales, a la sublimación como camino hacia la alegría; así, te invito, lector, a sortear las asechanzas de la época y del pesimismo antropológico y darte al disfrute mediante el pensamiento, la sensibilidad, la entrega solidaria o qué sé yo.
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ABECEDARIO de lector ADOLFO GARCÍA ORTEGA
N
Nacionalismo.- Se entiende como tal la erección exacerbada de monumentos –personales o minerales– a la nación como Bien Supremo, por encima de cualquier otro valor, persona, circunstancia o pensamiento. Está demostrada su inmoralidad porque se emparenta con la xenofobia y el totalitarismo étnico. Su coartada suele ser ambiguamente democrática. Muchos escritores nacionalistas del siglo XIX pasan hoy por héroes, muchos escritores nacionalistas actuales por obtusos. La literatura perdurable es antinacionalista por antonomasia. Pongamos por caso a Seamus Heaney, un poeta patriótico que superó el nacionalismo con su poesía antinacionalista. Era de Derry (Ulster), fue Premio Nobel en 1995, mezcló poética con política identitaria, pero nunca perdió el latido de la conciencia universal ni confundió la tierra amada con la única tierra. Léanse sus libros ‘Norte’ o ‘La linterna del espino’ para empezar a distinguir lo noble de lo horrible, si se habla de naciones. Nakazawa (Keiji).- Este gran dibujante japonés (Hiroshima, 1939 - Tokio, 2012) tenía apenas seis años cuando estalló la bomba atómica sobre su ciudad natal (y sobre la Historia). Aquel hecho lo marcó, como a Japón entero. Realizó una obra magna, ‘Pies descalzos. Una historia de Hiroshima’, un cómic manga de 2.500 páginas, publicado en cuatro volúmenes, que llegó a obsesionar al gran Art Spiegelman, autor de ‘Maus’, porque enseguida fue mucho más que un cómic. Su naturaleza es la de una obra magna de la cultura mundial, como las obras de Tólstoi o de Balzac; es desgarrador, detallista, narrativo, crítico, luminoso, antibelicista y esperanzador. Es tenido por uno de los mayores alegatos que se han escrito (dibujado, perdón) contra las bombas atómicas, las guerras y la sumisión de los pueblos que siguen a un líder tiránica y estremecedoramente estúpido.
Nativo.- Siempre hay que respetar la experiencia del nativo. Desde cualquier óptica, se trata de alguien que conoce el lugar mejor que tú. Ejemplos literarios al azar: Saul Bellow y Chicago, Teju Cole y Lagos, Dolores Redondo y el Baztán, Fernando Aramburu y el País Vasco, Patrick Modiano y París, Rubem Fonseca y Río de Janeiro. La lista sería larga y convincente. Por otro lado, un nativo también es útil para coger setas o interpretar lenguas.
Nietzsche (Friedrich).- Es menos que un filósofo y más que un escritor. Desde luego, nada académico conjuga con él. Produce, a partes iguales, una mezcla de osadía tierna y lucidez profunda, dada su figura de pensador impulsivo e ingenuo que da en el clavo y termina encontrando la verdad de las cosas. ¿El precio? Extraviarse a sí mismo en las brumas de un pensamiento inexplorado. Escribió un libro inclasificable: ‘Así habló Zaratustra’. Trata de la innegociable libertad y, por tanto, es más bien incomprensible, salvo si se lee como un mapa de destellos insuperables. No.- En ‘Bartleby el escribiente’, la novela corta de Herman Melville, Bartleby nunca dice no y siem-
pre está negando. O más que negando, está eligiendo la inmodificación, la pasividad, la inexistencia. Es la periferia pura por antonomasia: no tiene biografía ni se le puede imaginar una; no tiene iniciativa salvo copiar documentos; no hace ni mucho ni poco, o lo hace mínimamente, partiendo de la desgana, con ese «preferiría no hacerlo» que es la frase con la que siempre está respondiendo a cualquier proposición. No tiene ni nombre (solo ese Bartleby al que
La novela es la forma platónica del mundo. Nada hay que una novela no pueda representar; es el género robusto por excelencia
se alude como si fuese el ‘Nadie’ de Ulises/Homero). Es la antiliteratura, la imposible reducción al relato. Es, en realidad, tal como concluye Melville, alguien intransitivo, quizá intranscendente: la humanidad misma, que elude todo dato y toda interpretación para no tener que posicionarse ante nada. Nostromo.- Pasa por ser la más extraña novela de Joseph Conrad y también un muestrario de su portentoso mundo narrativo. Sucede en Cos-
taguana, una república imaginaria en el Golfo de México cuya capital es Sulaco. En la trama de la novela se interrelaciona un cúmulo de seres extravagantes, trágicos, grotescos y dramáticos, entre los que destaca Nostromo, antiguo marino y actual capataz del puerto, antihéroe muy del gusto de Conrad. La novela da recorrido a muchos personajes, la mayoría de trazo inaudito: Charles Gould, al que dicen Don Carlos, quien dirige la mina de plata de Santo Tomé, de la que han robado un importante cargamento que se convierte en el desencadenante de toda la acción; su mujer Emilia; Monygham; Mitchell; Decaud; Avellanos; Hirsch y tantos otros. La novela tiene un carácter pretendidamente coral, como un mosaico político y humano que roza la farsa y la magia. Es indudable que García Márquez debió de considerar ‘Nostromo’ como una referencia en ‘El amor en los tiempos del cólera’. Quizá porque también antes la tuvo como tal su maestro William Faulkner. Nota.- Dícese de un texto paralelo, secundario las más de las veces, destinado a aclarar, especificar o apuntar una cuestión que puede o debe consultarse al margen de la lectura, por lo general después de esta y con un sentido complementario. Literariamente, son de gran atractivo para el escritor como senderos que se abren del camino principal y prometen desconocidos vericuetos a la imaginación. Algún escritor usa la nota como cuerpo novelesco principal: por ejemplo, el comentarista literario Vila-Matas. Novela.- Es la forma platónica del mundo. Nada hay que una novela no pueda representar; es el género robusto por excelencia y puede contenerlo todo y a todos, esa es su fuerza y su vitalidad. Ya escribió Henry James, lector de visión de altura, que la plasticidad y la elasticidad de las novelas son infinitas. Su lectura es la ventana privada a la delectación imaginaria.
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Cuevas de hielo, cúpula de sol C
uenta la tradición que Coleridge soñó en 1797 uno de sus poemas más famosos, ‘Kublai Kan’; al despertar, lo transcribió como al dictado, hasta que un visitante lo interrumpió y olvidó el resto. Borges atribuye al historiador persa Rashid al-Din la noticia de que el Gran Kan había antes soñado el plano del palacio que evoca el poema: «En Xanadú, Kublai Kan / mandó que levantaran su cúpula señera…» Pero no parece que haya ‘palacio’ en los versos de Coleridge, sino un laberíntico río subterráneo, un mundo de heladas cavernas a las que no llegaba el sol. En realidad, Shangdu era la capital de verano que Kublai construyó al norte de Pekín, capital de invierno también refundada por él. Un viajero actual, William Dalrymple, ha descrito sus ruinas tapadas por la maleza, los restos de columnas, el relieve esculpido de una figura que lleva una copa, y la imagen de dos jóvenes ingleses recitando de memoria a Coleridge, mientras unos policías locales se acercan el dedo índice a la sien en señal de chifladura. Como se sabe, Gengis Kan unificó a los nómadas mongoles de la estepa y se lanzó, a principios del siglo XIII, a la vertiginosa conquista de inmensas extensiones; Kublai Kan (1215-1294), su nieto y cuarto sucesor, gobernó el es-
tado más extenso que haya existido en la historia, de la costa palestina o las primeras estepas centroeuropeas a las orillas chinas del Pacífico. Para los occidentales, Kublai es sobre todo el emperador chino, fundador de la dinastía Yuan, que acoge a Marco Polo. Y este viajero veneciano describió también el lugar que aún no era el mítico Xanadú: presenta Shangdu como un formato ligero, casi portátil –aunque
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lujoso–, de ciudad, abierto al paisaje y ciertas costumbres de la estepa, una puerta a la memoria de los nómadas. La ciudad expresaría la contradicción íntima de Kublai, un conflicto que conserva su interés para nosotros. El mundo se puede conquistar a caballo, dice el tópico, pero para gobernarlo es preciso bajarse de él. Shangdu ocupaba la primera meseta que se encuentra yendo de Pekín a Mongolia, la zona de estepa más próxima a la capital, como si permitiera evocar la vida tradicional de los mongoles mientras se dedicaba la más intensa actividad a separarse de ella. Nómadas y sedentarios, cabalgadas y palacios. Pero, de modo más general, una tensión casi arquetípica entre impulso y sistema, entre movimiento o acción y poder. La historia remonta su mirada a la madre de Kublai, Sorgaqtani, cristiana nestoriana, cuya inteligencia fue célebre en el Asia de su tiempo: organizó la educación de sus hijos, sobre todo la de Kublai, combinando los juegos de la guerra con el ejercicio de la lectura y la escritura. Los mongoles eran ganaderos que iban alternando los pastos de verano e invierno; su religión enlazaba con las más originarias; no habían tenido cultura escrita ni alfabeto; desconocían las ciudades; habían forjado su calidad guerrera en las luchas tribales, y su capa-
Retrato de Kublai Kan realizado tras su muerte, en 1294. cidad estratégica –al decir del novelista chino Jiang Rong– en la observación de las manadas de lobos. Ahora tenían una tarea nueva: mantener la hegemonía de un pueblo como este, no muy numeroso, a través de territorios inmensos y sobre las gentes más avanzadas de la época, chinos, persas y árabes; organizarla, darle una estructura. Era un salto inconcebible, que requería un equilibrio y una imaginación extraordinarios. Algo de la índole de las revoluciones. Kublai casi lo consiguió, podría decirse, o mejor: llegó a conseguirlo durante unos años. Hostigado por las rebeliones de los clanes mongoles y de su misma familia, que exigían los privilegios de la victoria y el respeto de sus costumbres; sometido a la erosión cotidiana del milenario saber chino de la burocracia, la disputa entre religiones, la colisión entre los mercaderes y las finanzas públicas, acabó quebrando; según las crónicas, en sus últimos años se al-
coholizó y engordó. La decadencia de sus herederos ocupó unas décadas. El asombroso mundo que concibió no puede sugerirse en unas líneas. Así, trasladar el peculiar juego de equilibrios de la horda nómada (el kan electivo, la horizontalidad de los guerreros, la condición de mérito más que hereditaria de la nobleza, la separación entre el poder judicial y los jefes) a un gobierno de signo multirracial, chino sin mayoría de chinos, y el uso máximo de las cualidades de cada persona y cada pueblo. O el
Kublai Kan, nieto de Gengis Kan, gobernó el Estado más extenso que haya existido nunca en la historia
sistema de tolerancia y protección religiosa, combinado con el debate abierto entre confesiones, como en una especie de pre-laicismo fruto de la neutralidad. Los mongoles venían del exterior de la ‘historia’ y el paso fugaz de su imperio nos llega siempre a través de los otros, de unos ojos ajenos; pese a ello, aún se siente el espesor de su empresa y su fascinación. Como los jóvenes escritores chinos del ‘Movimiento del 4 de mayo’ de 1919, que tomaron como modelo de la lucha individual contra la opresión al teatro Yuan, y como pauta de modernización la defensa que hizo Kublai de la ‘baihua’, el habla blanca, la lengua coloquial, frente al artificio de los códigos clásicos. Parece que la onda del desajuste perdurara en los siglos. Pero también su reinado muestra la lógica autónoma del poder, ese vacío que exige reproducirse; así, en sus fracasadas campañas de Japón o Indochina, cuando el seguir siendo conquistadores carecía ya de contenido real. O el Kublai que presenta Italo Calvino en ‘Las ciudades invisibles’: «El Gran Kan trata de ensimismarse en el juego; pero ahora era el porqué del juego lo que se le escapaba. El fin de cada partida es una ganancia o una pérdida; ¿pero de qué? ¿Cuál era la verdadera apuesta?» Tal vez un palacio como de sueño, con cúpulas de sol y cuevas de hielo; un escenario teatral cuyo único decorado, al fondo, es la ‘puerta de los fantasmas’; una misteriosa doncella de Abisinia que vagabundea por las montañas tratando de recordar «la melodía potente y sostenida / que alzaría en el aire aquella cúpula», quizá como Coleridge buscaba la parte de poema que se había borrado. El mundo se hace de estratos de realidad e irrealidad, y pocos destinos lo evidencian con tanta nitidez como el de Kublai Khan.
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LECTURAS
UNA LÍRICA CORTESÍA DEL SER La obra de Luis Díaz Viana es un canto de vida: o acaso de humor negro, ternura en el duelo y cuchillo en lo inefable JESÚS NIETO JURADO
D
icen que el alma de los suicidas pesa 21 gramos. Dicen, y lo cuenta Luis Díaz Viana en la segunda nota a pie de página, que los suicidas, cuando se arrojan al vacío, dejan una muesca diferente de los muertos accidentales o por asesinato: «Los suicidas se caracterizan, pues, por haber realizado un vuelo sobre el aire que era totalmente innecesario e inútil para morir». En cualquier caso el asunto del suicida tiene gran
predicamento en una zona un tanto minoritaria de nuestra literatura. Pero no era entonces una visión radical de la existencia a través del suicida, sino una simpatía tierna y flojona por el que se dejaba el cráneo sobre una loza de Alpedrete brillante y absurda. Díaz Viana quiere transmitir todo lo contrario al lector con su poemario ‘La cortesía de los suicidas’, que es todo un canto de vida: o acaso de humor negro, ternura en el duelo y cuchillo en lo inefable. O de humor lírico si se me permite la contradicción y admitimos que el humor quizá sea el más poético de los sentidos. Etimologías aparte, el poemario de Díaz Viana tiene la virtud de la claridad, que es otra cortesia que hay que pedir al poeta –ya la enuncia en propio título– y al filósofo. Porque entre el verso libre, las torrenteras de haikus –sui géneris– y la notas a pie de páginas con vida propia, lo que resta es un diálogo personalísimo entre Díaz Viana, en-
METAMORFOSIS DE LO REAL JORGE DE ARCO
A
ndrés García Cerdán (Fuenteálamo, Albacete, 1972) es doctor en Literatura por la Universidad de Murcia, profesor de instituto y escritor de trayectoria firme y homogénea. Ni ceja ni cede. Desde 1997, ha publicado ocho poemarios, además de ser ensayista (de la poesía de Julio Cortázar), antólogo (de poesía joven contemporánea) y fundador y director de tres revistas poéticas, ‘Deseos’, ‘Magia Verde’ y ‘Fractal Poesía’.
En esta su última entrega, ‘Puntos de No Retorno’, I Premio Internacional de Poesía ‘San Juan de la Cruz Academia de Juglares de Fontiveros’, García Cerdán empieza decantándose por la búsqueda de lo esencial cotidiano y por el encuentro de los sentidos con una belleza tangible, humanizada. Él mismo se topa en el camino con certezas develadas, al tiempo que repite gestos visibles, rayanos en la utopía, y que habrán de revestirlo, en fin, de la pericia necesaria a la hora de comprender cuanto le rodea. Lo más contundente del yo lírico sucede cuando éste cuenta acerca del amor y sus sujetos. Entonces los versos aparecen espontáneos y viscerales, tanto que parecen procurar del lector un acom-
LA CORTESÍA DE LOS SUICIDAS Luis Díaz Viana. Editorial Páramo. Valladolid, 2017. 72 páginas, 12 euros.
Luis Díaz Viana, en la pasada Feria del Libro de Valladolid. :: HENAR SASTRE tre el lector y el discurrir. Está el suicida que viaja a una lejana provincia: «vienen a despedirse al bar de nuestro pueblo./Con la delicadeza de no obligar a nadie/ a decirles adiós,/ allí/ en el suyo». Pero también hay una indagación en lo esotérico: «ha vuelto a pasar por las calles el mendigo de los viejos cuentos/y nadie lo atendió,/nadie quiso verlo,/ nadie quiso escucharlo/». O en la visión temprana de «un estigma de infancia»: «Había oído historias/ de cómo algún vecino/ apa-
pañamiento inmediato, un vademécum incondicional. Así en ‘B minor’, pieza sugeridora del amor verdadero inolvidable: «Nosotros aprendimos a no pedir perdón,/ a no tenerle miedo al ruido,/ a revolcarnos en el suelo eléctrico./ Y aprendimos a enloquecer con calma/ y a amar a aquella chica rubia/ que –como todo– aún estaba por llegar/ y ya se había ido». Como contrapunto, aparece la desertización de las cosas, el lado oblicuo y poderoso que perfila al hombre a partir del ruido y del paisaje que precede a la desolación o procede de ella. Aunque no cabe la resignación o malestar ante lo acontecido, y sí, siempre, un poco de esperanza. De esta manera, todavía se oye cantar a un pájaro entre las ruinas de Grecia y se entrevén los huesos de los dioses como una forma de desafiar la vulgaridad del tiempo. El poeta asume estos detalles desde el sentir heurístico, e indaga acerca de la solución del problema existencial mediante
reció colgado en la oscuridad/cálida/de las cuadras(....) Era sólo una niña/y ella misma lo supo/sin que nadie le hablase». Mas no sólo la comprensión del alma suicida insufla virilidad al poemario; también hay una profunda metafísica sobre el tiempo, o sobre las estaciones climáticas y su influencia: «Porque tiene el otoño un algo de bofetada esdrújula, ese no sé qué de despedidas de fuego». O el verano en el campo, que inspira a Díaz Viana una ob-
Andrés García Cerdán. :: J. P. HERNÁNDEZ MORENO
métodos no rigurosos, con reglas que se acogen al más absoluto lirismo, donde la ficción literaria representa la metamorfosis de lo real. Desde este momento, Andrés García Cerdán opta por seguir madejando sus criterios de vida al hilo de una poesía pausada, entregada y directa. Alterna la mitología
servación feliz de lo cotidiano: «Quien no se haya dejado/ ir detrás del amor en una noche clara de agosto/probablemente no haya vivido nunca de verdad». El vuelo de una garza sirve,en su insignificancia, para ilustrar toda una forma de comprender el acto poético: «Me pareció tan humana/ y semejante a mí mismo/ que, al verla desplazarse –parsimoniosamente–/ como en una eterna despedida,/casi me dieron ganas de llorar». Pero el estremecimiento
convencional con la mítica urbana y la de la naturaleza, en un llamativo devenir de lo íntimo hacia la entelequia de los instantes y los nombres asumidos como puntales que jalonan cada una de sus jornadas. Y vuelve a desdoblarse. Ya se tercia en sus versos una agonía vivificante, ya se consuma su realidad más cercana a borbotones de experiencias precisas que se hacen eco del pasado y de lo que resta por vivir y se está viviendo. Hay noticias de la heroicidad de Alejandro de Macedonia; o de cómo Giacometti «esculpe,/ con su delicadeza hecha de sangre y vísceras,/ un piélago de amor/ en las médulas de la noche». (‘Tesela’); o de Edith Piaf embistiendo con su voz negra, «con una desazón inusitada». La hegemonía del alma se ahorma a golpe de sutilezas. Apostando por el misticismo sufí, por el cual nuestro autor se confiesa atraído, y alineándolo con la filosofía cartesiana, podría concluirse que la naturaleza de las cosas es
de ‘La cortesía de los suicidas’ está en la tragedia de lo visto, o lo entrevisto. Su poética va y viene hacia «los territorios de una poesía/ sólo gobernada por las extrañas reglas/ del azar y la muerte». Y si en algún momento Díaz Viana se sabe trascendente, enseguida recurre a un humorismo, a un apunte de la naturaleza, a un recuerdo de un viaje al DF. Díaz Viana es un cantor de los placeres sencillos sin esa supuesta primacía moral del ‘beatus ille’ del que otros se valen. Dicen que la poesía debe oler a poesía, como el río a agua, si bien el olor y la poesía son intangibles. En cualquier caso este poemario es la sublimación de todo un mundo, de toda una vida. Un libro que en tres partes, más prólogos y añadidos, nos habla de lo poético, de lo bello, del ser y de la naturaleza. Sin imposición ética, ni artefactos melindres o barrocos. Una sencilla sonrisa y ya. Una cima de la delicia –‘guilleniana’ y propia– del ‘todo’. Del ‘todo’ del poeta.
PUNTOS DE NO RETORNO Andrés García Cerdán. Reino de Cordelia. Madrid, 2017. 80 páginas. 8,50 euros.
más fácil de comprender cuando se las ha visto nacer y desarrollarse poco a poco que cuando se las considera terminadas. Por ello, seguramente, el poeta se inclina por un afán envuelto en ofrecimiento de doble filo: «De tu boca depende/ que al fin tenga sentido/ lo que no ha estado nunca en mí/ pero insisto, a pesar de todo,/ en decir/ para que resucites./ Que esta invocación,/ que esta hermosa ignorancia y la lujuria/ que salpica en mis venas sepas tú/ leerlas».
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PROFUNDIDAD DEL EXILIO Gazdánov logra con ‘El retorno del Buda’ una novela en la que brilla el talento, el misterio y la buena escritura
A CADA EDAD, SUS AFANES :: V. M. NIÑO Son los distintos de clase, eso une a María, Hamed y Héctor, tres alumnos de secundaria, en un pueblo cántabro. Sus aventuras transcurren a lo largo de un curso, sobre el trampantojo de la España de crisis, de la corrupción, de los malos tratos y de la integración renqueante de los inmigrantes magrebíes. Pilar Celma dejó durante un verano sus ensayos filológicos para escribir esta novela juvenil. Apenas han dado carpetazo a la infancia con su paso al instituto cuando empiezan a descubrir el envés de sus existencias, los problemas heredados de sus mayores y los que son propios de si edad. María ha conocido la enfermedad y sufrido un trasplante. La hermana de Hamed ve amenazados sus estudios universitarios por el hecho de ser mujer en una familia marroquí. Toño, el guapo de clase, siente la vio-
:: L. A. DE VILLENA
G
aito –Georgui– Gazdánov (19031971) fue un exilado ruso del llamado «primer exilio», tras la revolución bolchevique. Nacido en San Petersburgo en una familia de comerciantes de origen osetio, luchó adolescente en el Ejército blanco, durante la contienda civil, y en 1920 abandona Rusia por Constantinopla –de entonces datan sus primeros relatos– de allí va a Bulgaria, luego a Berlín y muy pronto a París, que es uno de los centros de esa emigración. Allí trabajará en una fábrica de coches (en el célebre Billancourt del que habla Nina Berberova) y luego hace de taxista nocturno, como algún famoso antiguo general zarista. Eso le deja tiempo para escribir, relacionarse con la emigración rusa y hasta hacerse masón… Sus primeras novelas son del entorno de 1930, pero entonces su éxito es muy minoritario. Participará en la 2ª Guerra con la Resistencia francesa y ello le valdrá en 1947 la nacionalidad gala. Trabaja como periodista en Francia y en Alemania y le llega el éxito a través de la traducción al inglés de una de sus principales novelas, ‘El espectro de Aleksadr Wolf’, traducida también ya al español. Estamos ahora en 1950, que es cuando se publica ‘El retorno del Buda’ –uno de sus textos más acabados– cuya acción ocurre en el París de los exilados, aún en los años treinta… El protagonista es un estudiante ruso que sufre estados verídicos de alucinación (es uno de los puntos inquietantes de la novela, en cierto modo metáfora de la inseguridad y el miedo del propio exilio) que un día da algo de dinero a un extraño mendigo, ruso asimismo. Poco después el mendigo resulta ser un gran señor que se hace amigo y contertulio del estudiante, al que muestra la singular estatua de oro de
LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Georgui Gazdánov. :: EL NORTE
Es uno de esos casos de escritores notables a los que una vida dura aparta de la mayoría de sus lectores naturales un Buda que ha comprado en un anticuario. A partir del asesinato del notable señor (que ha dejado al estudiante como heredero) y del robo de la estatua y la detención del estudiante como principal sospechoso, la novela –de final feliz– cobra un aire detectivesco y policíaco, a lo
EL RETORNO DEL BUDA Gaito Gazdánov. Trad. María García Barris. Acantilado, Barcelona, 2017. 175 págs.
que se suman las alucinaciones del detenido. La novela apuesta por un estilo cuidado y más bien denso, donde frecuentemente el análisis se sobrepone al mero relato… Novela, evidentemente, de exilio y exiliados, no es bajo ningún aspecto una mera crónica, sino un probable intento de indagar en la extrañeza radical que todo exilio prolongado conlleva. Como en el caso de Nabokov, las novelas de Gazdánov no se publicarían en Rusia hasta la Perestroika, es decir, después de su muerte… Gaito Gazdánov murió en Múnich porque en ese momento trabajaba allí como corresponsal, en lo que llamaba «un exilio dentro del exilio». Es uno de esos casos de escritores notables a los que una vida dura y peculiar aparta mucho tiempo de la mayoría de sus lectores naturales. Fue enterrado en el cementerio ruso de París, con lo que se cumplió su ruta de exilado total. Pero se trata de un prosista de calidad y mérito –‘Una noche con Claire’– que está muy lejos del mero escritor de oficio. ‘El retorno del Buda’, véanlo, brilla de talento, misterio y buena escritura. Para mí ha sido un descubrimiento.
LOS COLORES DE CRISTAL Pilar Celma Velero. Agilice Digital. Biblioteca Juvenil. 146 páginas. 7 euros. A partir de 12 años.
lencia con la que su padre trata a su padre en casa sin que pueda identificar el problema. Andrea, la nueva que viene de Madrid, tiene a su padre en la cárcel. El realismo se cuela entre los paseos por la playa, el limbo académico y la imaginación desatada para ver como una bruja a una vecina que tan solo es pintora.
La tendencia de los adultos a aferrarse a sus años de juventud como los más felices choca con este espejo. Cualquier edad tiene sus afanes, viene a decir Celma convencida de que no solo de fantasía vive la literatura juvenil. Los devaneos amorosos, las distintas fascinaciones académicas, la relación con los amigos o la libertad de las vidas que comienzan son aspectos amables que alternan con cuestiones como el acoso, el desencuentro con sus progenitores (Andrea, Hamed) o la corrupción. Andrea dará una lección a sus padres, les pedirá a gritos sinceridad y logrará que reacciones. Su madre descubrirá la cercanía de la felicidad a través de ella, su padre tendrá que poner nombre a sus demonios para poder exorcizarlos. Pilar Celma mete al lector en medio de esta pandilla con diálogos ágiles y escritura rápida.
EL ENCANTO DE LO INVEROSÍMIL :: V. M. N. ¿Quién no ha inventado alguna excusa en la escuela para aminorar las consecuencias de no cumplir con el deber asignado? Este álbum es la oda a esas personas capaces de desplegar una imaginación desbordante en una hilarante sucesión de razones y situaciones para justificarse. Un niño llega tarde al colegio y la profesora se pide explicaciones. A partir de ahí Cali y Chaud describen con palabras e ilustraciones un cúmulo de fatales casualidades con la participación de las criaturas animales que acompañan la infancia. Desde las hormigas que le comen el desayuno, malvados ninjas que le atacan en la parada, un gorila que confundió el autobús escolar con un plátano, mutaciones de tamaño –como Alicia y Gulliver–, a la presencia de intempestivos rebaños de ovejas, de Big Foot o del Flautista de Hamelín. Divertido recorrido por las imágenes que intentan hacer justicia a la inverosímil narración del niño. En tiempo de correcciones políticas extremas en todo lo relacionado con la infancia, este es un álbum fresco, divertido y que apela a destacar otras virtudes de los más pequeños de la casa.
HE LLEGADO TARDE PORQUE... Texto, Davide Cali. Ilustración de Benjamin Chaud. Nube Ocho. 48 páginas. 12,50 euros.
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E
n alguna ocasión he aludido en esta sección a un error gramatical bastante extendido que consiste en intercalar innecesariamente la preposición ‘de’ ante la conjunción ‘que’ cuando esta última funciona como nexo introductor de una construcción subordinada. Me refiero concretamente a ejemplos del tipo ‘Me dijeron <de> que no tuviera en cuenta los indicadores macroeconómicos para trabajos de este tipo’, ‘Resulta <de> que muchos trabajadores tendrán que cotizar más años para poder cobrar una pensión’ o ‘Algunos economistas piensan <de> que la bajada de los tipos de interés no es la mejor solución para reactivar el consumo’. Este error, que se conoce como dequeísmo, es más común con verbos que tienen el rasgo semántico de comunicación (decir, aconsejar, aclarar, afirmar, asegurar, responder, etcétera) o de actividad mental (creer, suponer, imaginar, creer, sospechar, etcétera). La frecuencia de uso de este fenómeno choca abiertamente con la percepción que de él tienen los hablantes cultos, quienes lo consideran reprobable e inaceptable, además de incorrecto, claro está. Pero no es el objetivo ocuparme esta semana de los usos dequeístas sino del uso contrario, es decir, de la supresión de la preposición ‘de’ delante del nexo ‘que’ introductor de construcción subordinada cuando la preposición viene exigida por el verbo o por un sustantivo. Este fenómeno, llamado comúnmente queísmo, ha surgido a rebufo del fenómeno anterior, es decir, como consecuencia de la reprobación por parte de los hablantes cultos de los usos dequeístas. El mecanismo es el siguiente: el hablante culto, grosso modo, entiende que la aparición de la pre-
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
A VUELTAS CON LA PREPOSICIÓN ‘DE’ posición ‘de’ seguida de la conjunción ‘que’ es incorrecta y para evitar la incorrección opta por eliminar la preposición en todos los casos. Obviamente esta solución no es nada rentable porque, aplicando el dicho popular, se sale de la casa de Herodes para entrar en la de Pilatos. Dicho más técnicamente, la mayoría de los usos queístas son ultracorrecciones de supuestos usos dequeístas. ¿En qué construcciones abundan más estos usos? Sin pretender ser exhaustiva, afectan a aquellas cuyo verbo dominante, tanto si es pronominal como si no lo es, exige un complemento de régimen (como
‘acordarse de’, ‘alegrarse de’, ‘arrepentirse de’, ‘enterarse de’, ‘olvidarse de’, ‘convencerse de’, ‘tratar de’, ‘jactarse de’, etcétera). Dado que estos verbos exigen dicha preposición, su eliminación da lugar a este fenómeno del que estamos hablando. Constituyen ejemplos queístas enunciados como ‘Acabo de acordarme que tengo que llamar al gestor’, ‘Me alegro que todos hayáis aprobado todo en junio’, ‘Me he convencido que es muy arriesgado invertir en bolsa’, ‘Tu abuela no se acuerda que pasasteis las últimas vacaciones con ella’ o ‘Me olvidé que tenía hoy una entrevista de trabajo’. También pueden verse afectados por este
fenómeno los sustantivos que exigen complementos preposicionales (‘con la condición de’, ‘ganas de’, ‘deseos de’). Si se elimina la preposición, el resultado es un enunciado queísta, como en ‘Te presto el libro con la condición que me lo devuelvas pronto’ o en ‘Todos a estas alturas tenemos ganas que lleguen las vacaciones’. Y, por último, son frecuentes estos usos en algunas locuciones verbales como ‘no haber duda de’, ‘no caber duda de’, ‘caer en la cuenta de’, ‘darse cuenta de’, ‘tener noticia de’, ‘estar seguro de’, ‘estar convencido de’, etcétera. En estos casos la omisión de la preposición en secuencias encabezadas por la conjunción ‘que’ es incorrecta. Lo más sorprendente, en mi opinión, es la rapidez con la Está claro que que se han exla corrección tendido estos usos en hablan- gramatical no es tes cultos y no una exigencia solo en conver- para dedicarse saciones y entrevistas espon- a la política táneas, sino en el discurso de presentadores, periodistas y políticos. Respecto al último caso, a juzgar por lo que vemos a diario, está claro que la corrección gramatical no es una exigencia para dedicarse a la política. Y respecto al primer caso, eufemísticamente hablando, parece advertirse una crisis de los modelos tradicionales de corrección idiomática. No encuentro otra explicación para la rápida difusión de los usos lingüísticos incorrectos de hablantes considerados como modelo por un gran número de hablantes.
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID
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Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
El color del silencio. Elia Barceló (Roca)
Rendición. Ray Loriga (Alfaguara)
Hasta que salga el sol. Megan Maxwell (Planeta)
Escrito en el agua. Paula Hawkins (Planeta)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
La chica de la niebla. Donato Carrisi (Duomo)
Tierra de campos. David Truena (Anagrama)
No soy un monstruo. Came Chaparro (Espasa)
Las aventuras del capitán ... Pilkey Dav (SM Ediciones)
Recordarán tu nombre. Lorenzo Silva (Destino)
Más allá del invierno. Isabel Allende (Plaza & Janés)
Todo esto te daré. Dolores Redondo (Planeta)
Tierra de campos. David Trueba (Anagrama)
Banderas en la niebla. Javier Reverte (Plaza & Janés)
El valle del óxido. Philipp Meyer (Random House)
Recordarán tu nombre. Lorenzo Silva (Destino)
La memoria del árbol. Tina Vallés (Anagrama)
El gran tratado de la caca. Martín Piñol (Cross Book)
La vida negociable. Luis Landero (Tusquets)
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Tú también puedes. Carlota Corredera (Grijalbo)
Walden. Henry David Thoreau (Errata Naturae)
Los poemas del ser y el no ser... Antología VV AA(Abada)
Adelgaza para siempre. Ángela Quintas (Planera)
Conspiraciones. Jesús Cintora (Espasa)
Qué nos ha pasado, España. F. Ónega (Plaza & Janés)
Walden. Henry David Thoreau (Errata Naturae)
Tú también puedes. Carlota Corredera (Grijalbo)
¿Quién dijo rendirse?. J. Antonio Martín Otín (Córner)
Atlas monumental... S. Tavernier / A. Verhille (Maeva)
Regreso a Twin Peaks. VV AA (Errata Naturae)
El último francotirador. Kevin Lacz (Crítica)
Qué nos ha pasado, España. F. Önega (Plaza & Janés)
La vida en el campo. Julia Rothman (Errata Naturae)
Los primeros editores. A. Marzo Magno (Malpaso)
La revolución blockchain. Don Tapscott (Deusto)
1936 fraude y violencia ... M. Alvares / R. Villa (Espasa)
Rodolfo Otero: amor ... B. Carracedo (Fuente de la Fama)
Viajar en el tiempo. James Gleick (Crítica)
Di Stéfano. Ian Hawkey (Corner)
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LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA
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PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA
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Los cinco y yo. Antonio Orejudo (Tusquets)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)
Los refugios de la ... José Luis Cancho (Papeles Mínimos)
Rendición. Ray Loriga (Alfaguara)
Tierra de campos. David Trueba (Anagrama)
Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)
Tierra de campos. David Trueba (Anagrama)
Recordarán tu nombre. Lorenzo Silva (Destino)
Como fuego en el hielo. Luz Gabás (Planeta)
La hija de Cayetana. Carmen Posadas (Planeta)
Las defensas. Gabi Martínez (Seix Barral)
El color del silencio. Elia Barceló (Roca)
El cuento de la criada. Margaret Atwood (Salamandra)
Media vida. Care Santos (Planeta)
El retorno del buda. Gaito Gazdánov (Acantilado)
Escrito en el agua. Paula Hawkins (Planeta)
Todo eso te daré. Dolores Redondo (Planeta)
Miel del desierto. Edith Pearlman (Alianza)
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Aporofobia, el rechazo al pobre. A. Cortina Orts(Paidós)
Palencia. Momentos, personajes. J. de la Cruz (Aruz)
Historia de los reyes de León. R. Chao Prieto (Rimpego)
Los últimos. Paco Cerdà (Pepitas de Calabaza)
Conspiraciones. Jesús Cintora (Espasa)
Guía de arte mudéjar en la... P. J. Lavado (Dip. Palencia)
La España vacía. Sergio del Molino (Turner)
El siglo de la revolución. Josep Fontana (Crítica)
Jean-Pierre Garnier. Un ... Rosa Tello (Icaria)
Sabina. Sol y Sombra. Julio Valdeón (Efe eme)
1936. Fraude y violencia. M. Álvarez /R. Villa (Espasa)
Sapiens de animales a dioses. Y. Noah Harari (Debate)
Valladolid comunera. Beatriz Majo (Ayto Valladolid)
Xxxx xx xxxxxxxxxx. Xxxx xxxxx (Xxxxx)
No sé si tirerme al tren o al maquinista. S. Broa (Plan B)
Isabel: la Reina Guerrera. Kirstin Downey (Espasa)
Historia de los reyes de León. Ricardo Chao (Rimpego)
Aporofobia. El rechazo al pobre. Adela Cortina (Paidós)
Lo que te dije cuando te ... A. Espinosa (Grijalbo)
Una historia erótica de Versalles. M. Verge (Siruela)
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Un grupo de niñas juega a la comba en un callejón del Bronx, en Nueva York. :: TINA FINEBERG-AP
ORTIGAS A MANOS LLENAS SARA MESA
Mirar de cerca H
e acabado estos días ‘Apegos feroces’, un libro formidable publicado por la editorial Sexto Piso en el que a través de la relación entre una madre y una hija –y en especial de la memoria que las une– la periodista Vivian Gornik (1935) entremezcla su propia biografía –experiencia, aprendizaje, conocimiento del mundo– con el de un buen número de personajes –especialmente mujeres– de su infancia y juventud. La grandeza de un libro como este radica en la mirada de la narradora, una mirada atenta, comprensiva, dispuesta a entresacar –como quien encuentra la pepita de oro en el lecho de arena de un río– la luminosidad de lo cotidiano. Así, en ‘Apegos feroces’, los vecinos de un bloque de pisos del Bronx son recordados dando relieve a su particularidad intransferible. Familias irlandesas, italianas, judías; comerciantes, amas de casa,
prostitutas y curas, viudas que hacen de su duelo una forma de amor; rivalidades, amistades, cotilleos; bodas y funerales… historias pequeñas en apariencia pero que, por la forma en que se nos presentan, nos parecen enormes y tan atractivas que no podemos despegar los ojos de la página. No sé si fue Alice Munro quien dijo aquello de que toda vida merece ser contada. Quizá no lo expresó así, con estas palabras exactas, pero sus cuentos son buena muestra de la importancia que ella también da a estas pequeñas vidas, las consideradas invisibles, vulgares, cotidianas, las que forman la marea de la ordinaria –y engañosa– normalidad. La cuestión es que ese empeño, el de transmutar en materia literaria lo que en apariencia calificaríamos como anodino, requiere más atención y perspicacia de lo que parecería a primera vis-
ta, porque hay que descubrir en cada personaje aquello que lo convierte en único, especial y vivo, lo que lo saca del trazo grueso y la caricatura. Sólo de esta manera se escapa del engañoso concepto de cotidianeidad: esa masa uni-
En ‘Apegos feroces’ aparece una mirada atenta. Porque en lo cotidiano entra todo: lo sublime y lo horrible, la fidelidad y la traición, el hambre y el hartazgo
forme de vidas grises. Porque, no nos confundamos, en lo cotidiano entra todo: lo sublime y lo horrible, la fidelidad y la traición, el hambre y el hartazgo. Muchas de las grandes obras de la literatura universal están protagonizadas por personajes que, en manos de escritores mediocres, habrían resultado espantosamente normales. Después de todo, quién es Madame Bovary sino una aburrida mujer de clase alta que ya no desea a su marido, quién Leopold Bloom sino un agente de publicidad de mediana edad que es infiel a su mujer, quién Gregor Samsa sino un joven viajante de comercio que aún vive con sus padres… Más allá de la radical innovación del lenguaje literario que protagonizan –cada uno de ellos a su manera–, ¿acaso no representan el espíritu de su época y contexto, el de la burguesía francesa de mediados del XIX, el de la comunidad judía en la Irlanda de primeros del XX, el del trabajador en la era de la industrialización masiva, abandonado y machacado por la sociedad a la que sirve? Y sin embargo, su ‘normalidad’ nos sobrecoge no por lo anómalo de sus peripecias, sino por el camino del reconocimiento: sus historias, de alguna forma, podrían ser tam-
bién las nuestras. El relato de lo cotidiano no es inane ni inofensivo; muy al contrario, aunque venga con el envoltorio de ‘lo común’, suele ser el más crítico y ácido, a veces hasta el escozor. El dramaturgo Juan Mayorga, en su obra ‘El chico de la última fila’, expone esta idea a través del diálogo entre Claudio, un alumno que escribe cínicas redacciones sobre la gente de su entorno y su profesor Germán, crítico ante la simplificación de su sátira. «Ya sabemos de la infinita mezquindad de la clase media», dice Germán. «Ya se sabe que la clase media es fea, banal, estúpida. También lo era la aristocracia rusa, pero Tolstoi se las arregló para escribir ‘Anna Karenina’. Y Dostoievski, ¿sabes el secreto de Dostoievski? Hacer de personas vulgares personajes inolvidables. Pero si lo que tú quieres ser es un caricaturista…» Claudio replica que él no caricaturiza, sino que se limita a escribir lo que ve: «Usted dijo que los mirase de cerca. Cuanto más de cerca los miro es peor. Escribo lo que veo». «Si esto es todo lo que ves –continúa el profesor–, es que no vales para esto –y entonces, enfadado, le da tres libros, uno detrás de otro–. «Dickens. ¡Chéjov! ¡Cervantes!»... Buen trío, sin duda, al que habría que añadir otros muchos nombres de escritores que gozan de esa capacidad de «hacer de personas vulgares personajes inolvidables». Si alguien creía que escribir sobre vidas ‘normales’ es poco ambicioso, se equivoca: a veces, es mucho más sencillo agarrarse a las deslumbrantes historias de aventureros, héroes, amores imposibles, asesinos en masa o mafiosos que a las vidas domésticas, familiares, del aula escolar o el patio de vecinos. Por supuesto, de lo que se trata es de si hay brillo o no en la manera de contar, no en sí de la materia narrativa: no hay asuntos mayores o menores. Yo ese brillo lo he encontrado estos días en un bloque de pisos del Bronx: aquel en el que vivió Vivian Gornik en los años 40.
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Director: Carlos Aganzo Coordinador: Chema Cillero
La ciudad inundada E
stuviste a punto de no nacer». Durante muchos años nos bastó con pronunciar estas palabras iniciales para que nuestra hija abriera sus ojos inmensos y se quedara absorta esperando esas revelaciones acerca del primer misterio de su vida, de toda vida. El misterio de por qué había nacido en una ciudad y una familia como la suya, y por qué lo había hecho precisamente ella, en vez de otra niña cualquiera. Era entonces cuando nuestro frustrado viaje veneciano aparecía rodeado de un halo de sereno misterio. «Aunque hayas nacido en Valladolid», continuaba la historia, «en realidad tú eres un poco veneciana, porque fue allí donde libraste la primera batalla de tu vida». Mi mujer y yo habíamos visitado Venecia en unas ya remotas navidades, al poco de casarnos. Fue un viaje que proyectamos durante meses con mucha ilusión y no menos dificultades, dado el lamentable estado de nuestra economía. Venecia, en nuestra imaginación, era la ciudad que había cautivado a Proust, Dickens, Shelley y Thomas Mann; y en la que Hemingway había situado la novela que, entre todas las suyas, era la que yo prefería, ‘Al otro lado del río y entre los árboles’. En sus calles y plazas había pasado su infancia y su juventud Marco Polo, el más grande de los viajeros; y había sido elegida por Shakespeare para situar la etapa más dulce del terrible amor entre Desdémona y Otelo. Viajamos hacia las ciudades reales, pero buscando el acceso a esas ciudades invisibles y eternas, que son las únicas que de verdad nos importan. Y Venecia, que apenas había cambiado en doscientos años y de la que se decía que una guía de antes de la guerra sería tan útil hoy como cuando se publicó, se inscribía por derecho propio en esa serie esencial que había tenido en Italo Calvino a su más delicado cronista. Pero aquellos preparativos tendrían una complicación inesperada cuando, dos semanas antes de la partida, descubrimos que mi mujer estaba embarazada. La noticia nos llenó de alegría, pero también de dudas acerca de qué debíamos hacer. Finalmente, con el beneplácito del ginecólogo, que disipó con firmeza todos nuestros temores, deci-
:: ILUSTRACIÓN BEATRIZ MARTÍN VIDAL
dimos iniciar el viaje con aquel suplemento de felicidad. De forma que aterrizamos en el aeropuerto de Treviso en la fecha prevista, y enseguida estábamos en el vaporeto que debía llevarnos a nuestro destino. Era un atardecer plomizo y la niebla cubría la laguna Veneta mientras enfilábamos el Gran Canal, la calle más bella del mundo. Vaporetti, barcazas, motoras y góndolas surcaban sus aguas entre la hilera de preciosos palacios con sus delicadas ventanas talla-
das. Cruzamos bajo el elegante puente de Rialto y, poco después, bajo el de la Accademia, hasta atracar en la parada de San Marcos. Nuestro hotel estaba muy cerca y no perdimos tiempo ni en deshacer el equipaje. El mar había inundado la plaza la plaza de San Marcos y elegimos un paseo corto por el laberinto de callejas que hay en los alrededores de La Fenice, la ópera de Venecia. No era muy tarde pero las calles estaban prácticamente desiertas, pues en Venecia todo cerraba muy
Descubrimos que mi mujer estaba embarazada dos semanas antes de partir. Y una vez en Venecia, sufrió una hemorragia y tuvimos que regresar
pronto para que camareros, cocineros y tenderos, pudieran coger el último tren que les llevaba de vuelta a su casas, en Mestre. De pronto, mi mujer se puso inesperadamente mal. Estaba muy pálida y regresamos al hotel, donde comprobamos que había tenido una hemorragia. Se acostó enseguida y tratamos de conservar la calma hasta el día siguiente, en que hablaríamos con la encargada de la agencia. Ella se quedó dormida, y yo, muy agobiado por todo aquello, salí del hotel a fumarme un cigarrillo. El corto paseo por Riva degli Schiavoni me llevó hasta el ponte della Pagli, desde el que se podía contemplar el siniestro puente de los Suspiros, por el que los condenados de la Inquisición eran trasladados a los calabozos donde habrían de ser torturados. Regresé lleno de aprensión, y nada más amanecer me dirigí en busca de ayuda. Había un sol radiante y la plaza de San Marcos seguía cubierta con un palmo de agua. La presencia del agua, de las cúpulas bizantinas, del esbelto Campanile y de su veleta dorada, del mármol rosado del Palacio Ducal daban a la plaza esa apariencia de familiaridad y maravillada extrañeza que sólo tienen los lugares soñados. La conversación con la desaprensiva encargada de la agencia resultó un desastre y pronto me vi de regreso al hotel sin haber resuelto gran cosa. Mientras tanto la situación se había agravado pues mi mujer había tenido una segunda hemorragia. Decidimos ir de forma inmediata al hospital, para lo que tuvimos que coger una motora taxi que, por cierto, era ilegal y que terminó por hundir nuestra maltrecha economía. El hospital era de los años de la peste, y al verlo nos temimos lo peor. Pero atendieron a mi mujer con rapidez y eficacia. Tuvo que tumbarse en una camilla y un médico joven la estuvo reconociendo. Hacía grandes aspavientos y creí entender que se refería a un aborto. Antes de darme cuenta, todo giraba a mi alrededor. Cuando recobré la conciencia estaba acostado entre dos parturientas que me miraban sin poder contener la risa. Recuerdo que mi mujer se acercó a mí y me miró con dulzura. Pensaba, me dijo con sorna, que la enferma era yo. El aborto no había llegado a producirse y el doctor nos aconsejó que regresáramos a España. Lo hicimos esa misma tarde, en el primer tren que salía hacia Milán. Mientras nos alejábamos, la imagen de la plaza de San Marcos inundada por el mar me hizo recordar una frase de una novela de Graham Green: «todos los cuartos de las mujeres
DÍAS FELICES GUSTAVO MARTÍN GARZO
enamoradas están llenos de agua». Nunca estuvimos más enamorados que entonces, y pensé que habíamos visitado una de esas ciudades del misterio, el deseo y la angustia de las que Marco Polo habló al melancólico Kublai Khan. También, que la plaza cubierta de agua quedaría para siempre en mi memoria como una imagen de ese amor. El regreso fue menos traumático de lo previsto. Llegamos a Valladolid y nos encaminamos a casa de la madre de mi mujer. Era la noche de fin de año. Un vecino suyo era ginecólogo y recurrimos a su ayuda. Reconoció a mi mujer, y nos dijo que no nos preocupáramos pues en su opinión el peligro había pasado, y el niño estaba bien. «Así que ya lo sabes», le decíamos a nuestra hija, «estás aquí de puro de milagro». Nos preguntaba entonces si habíamos vuelto a Venecia y le contestábamos que no, y que ahora era ella quien debía hacerlo por nosotros. «¿Cuándo?», preguntaba con ojos inquietos, deseando que ese momento ya hubiera llegado. «Todavía no», le decíamos. «Primero tienes que hacerte mayor y enamorarte del chico más guapo que encuentres. Sólo a su lado podrás pasear por la ciudad que nosotros visitamos contigo».