José Zorrilla, el final

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José Zorrilla, el final Pobreza, mala salud, y una apartada vida social marcaron el último tramo de la existencia del poeta, aliviado por el apoyo del editor José Lázaro Galdiano

Escultura del poeta José Zorrilla en la Plaza de Zorrilla de Valladolid. :: HENAR SASTRE

NÚMERO 287 Sábado, 13.01.18


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Sábado 13.01.18 EL NORTE DE CASTILLA

El mecenas José Lázaro Galdiano jugó un papel esencial en los dos últimos años de vida del escritor, que falleció hace ahora 125 años

Los últimos años de Zorrilla L

os últimos años de la vida de José Zorrilla fueron años de precariedad económica, mala salud personal y una escasa vida social. Y si resultaron un poco menos dramáticos para el poeta vallisoletano fue, en gran medida, por al apoyo que recibió de sus amigos, y de admiradores como el editor José Lázaro Galdiano, artífice de una de las revistas culturales más importantes del cambio de siglo, ‘La España Moderna’, que apreciaba al creador del Tenorio y que ejerció con él de mecenas protector. Lázaro le pagó por adelantado trabajos que nunca llegaría a recibir, o incluso poemas que no pudo utilizar en su revista, ‘La España Moderna’. Incluso toleró el editor algún desplante público de José Zorrilla, siempre respetuoso del papel que el vallisoletano tenía garantizado en la historia, y consciente del estado de profunda necesidad en el que se encontraba. Los archivos del Museo Lázaro Galdiano de Madrid permiten recrear los perfiles de esa singular relación, que apenas duró cuatro años, y que se reconstruye en el libro de Juan Antonio Yeves ‘Zorrilla y Lázaro. El viejo poeta y el editor mecenas (1889-1893)’. En este estudio se reproducen, además, los pocos textos que finalmente el vallisoletano publicó en ‘La España Moderna’, y que seguramente se cuentan entre los últimos trabajos salidos de su pluma, fundamentalmente el recuerdo al actor José Valero y el homenaje a la memoria del Duque de Rivas. No sólo eso, sino que una de las últimas cartas que escribió Zorrilla, fechada el 1 de enero de 1893, apenas tres semanas antes de fallecer, fue dirigida justamente al editor. En ella le felicita las Pascuas, le hace partícipe de su situación personal y de sus problemas de salud y le pide que no le deje de su mano. Es un escrito breve, pero cargado de ese patetismo impúdico con el que a veces Zorrilla hablaba de sí mismo, y que nos estremece porque sabemos que, a menudo, no contenía exceso ni invención. «Mi querido amigo: felices Pascuas y buen año nuevo», arranca la misiva. «Yo hace

más de seis meses que no voy a ninguna parte, y no puedo presentarme en sociedad, a causa de los tumores de la cabeza, que exigen continuas medicaciones y sajaduras, y me hacen perfectamente ridículo y repugnante: salgo solo, ya anochecido, a poner mis cartas en el correo y a hacer ejercicio, con una capa y un sombrero de deshollinador, y un gorro de sacristán que oculta el vendaje blanco: por eso no he ido, ni puedo ir ahora, a ver a usted», le explica el escritor a José Lázaro. Inmediatamente la carta hace referencia a unos versos que Zorrilla envió al editor, y que éste optó por no publicar, y se ve que está preocupado por no perder el favor de uno de los pocos hombres que le permite subsistir en esa etapa de su vida. Por ello le expresa sus buenos deseos y una demanda: «No olvide usted y abandone a su amigo el viejo poeta». El conocimiento de que el escritor no podía salir de casa no podía ser una novedad para Lázaro Galdiano, pues en más de una ocasión se había acercado a su vivienda a visitarlo, para interesarse por su salud, departir con él, y tratar asuntos relativos a su revista. En esos encuentros el poeta solía aprovechar para regalarle algún texto suyo autógrafo, consciente de la pasión coleccionista y bibliófila del director de ‘La España Moderna’. De tal modo, Zorrilla compensaba a su editor por sus incumplimientos, y es seguro que el aludido se daba por bien recompensado, pues nunca perdió de vista que el destino le había permitido jugar un papel clave en los últimos años de la vida de una figura monumental de su tiempo: nada menos que el autor de ‘Don Juan Tenorio’, la obra más internacional del teatro español. Sabemos de esas visitas y encuentros justamente por uno de esos textos autógrafos, el del homenaje a la memoria del Duque de Rivas. En el documento, Lázaro anotó: «Autógrafo original de don José Zorrilla. Me lo regaló su autor el 23 de octubre de 1891. Lo escribió en letra gruesa, temeroso de que le faltara luz en el teatro para leerlo bien». Otro documento autógrafo de Zorrilla que conserva el museo madrileño es una hoja manuscrita de uno de sus poe-

VIDAL ARRANZ

En Valladolid comenzó Lázaro Galdiano su aventura cultural como editor Emilio Ferrari fue uno de los amigos más próximos del poeta y un valedor de su figura antes y después de su óbito

mas, con abundantes correcciones y tachaduras, que el escritor dedicó personalmente a Galdiano: «A José Lázaro le ofrece este manuscrito para que vea que le cuesta hacer sus versos al viejo poeta, a quien honra pidiéndoselos». Menos de tres semanas después de aquella última carta al editor, el estado de salud del vallisoletano empeoraría dramáticamente. En ese tiempo, entre los días 19 y 23 de enero de 1893, Zorrilla se mantuvo vivo gracias a un soporte vital artificial. El investigador José Delfin Val recuerda que padecía una grave dificultad respiratoria, una disnea, que le tenía postrado. Según las crónicas del momento, «era necesario administrarle inhalaciones de oxígeno e inyectarle éter y morfina para mantenerlo con vida». El 23 de enero de 1893, el mismo día de su muerte, de la que se cumplen ahora 125 años, ‘El Imparcial’ ofreció el mejor retrato de esas últimas horas del poeta. Según su relato, el escritor permanecía «sentado en un sillón de rejilla, manteniéndose verticalmente, porque la menor inclinación determinaba la disnea, apoyados los pies sobre un montón de libros, envueltas las piernas en blando edredón de plumas y el cuerpo en un suave abrigo de su esposa, al que el poeta llamaba el manto real». ‘El Imparcial’ lo dirigía por entonces el padre de José Ortega y Gasset, José Ortega Munilla, cuyo padre, José Ortega Zapata, era natural de Valladolid, lo que quizás explique el buen trato que tal publicación dispensaba al dramaturgo. Cuando Zorrilla falleció, en su casa de la calle Santa Teresa de Madrid, lo acompañaba el también vallisoletano y poeta Emilio Ferrari, uno de sus amigos más próximos y un decidido valedor de su figura antes y después de su óbito. Aquella carta a José Lázaro fue el capítulo final de una relación breve, pero que quizás pudo iniciarse mucho antes. En Valladolid. Y es que José Lázaro, navarro de nacimiento, estudió Derecho en la capital castellana entre los años 1880 y 1881, justamente un periodo en el que el poeta visitó frecuentemente su ciudad natal. «Sospechamos que Lázaro había conocido a José

Zorrilla en su etapa estudiantil, aunque no contamos con testimonios fehacientes», asegura Juan Antonio Yeves, director de la biblioteca del Museo Lázaro Galdiano, y autor del libro citado. Lo que sí está acreditado es que el futuro editor se encargó en Valladolid de la dirección de ‘El Liceo’, una revista elaborada por estudiantes de la que no se han encontrado ejemplares, pero de la que existen menciones bibliográficas. Dedicada a las ciencias, las artes y las letras, apareció en marzo de 1881 con el subtítulo ‘Órgano del cuerpo escolar y defensor del bello sexo’. Aquel periódico estudiantil de Valladolid es el primer intento de José Lázaro como editor y, por tanto, el más remoto antecedente de su publicación ‘La España Moderna’, que se mantendría viva por 25 años. En Valladolid comenzó su aventura cultural. No es seguro que Lázaro conociera a Zorrilla durante esos años, pero sabía de él y lo admiraba como representante de un espíritu romántico con el que se sentía identificado. Por eso, en cuanto decide lanzar su influyente revista, en el año 1889, se pone en contacto con el célebre escritor para reclutarle para su nómina de colaboradores, que finalmente contaría con personalidades como Miguel de Unamuno, Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós, Clarín, Marcelino Menéndez Pelayo, o Concepción Arenal, entre otros. El coleccionista, bibliófilo y editor le escribe por primera vez ese mismo año y Zorrilla no contesta. Al año siguiente insiste y logra incorporarle a su proyecto, si bien las colaboraciones del vallisoletano serían irregulares, mucho menores de lo esperado, y no siempre utilizables. «Con Zorrilla, Lázaro ejerció de mecenas», asegura Yeves. «Le pagaba incluso por versos que no iban a publicarse nunca». El editor buscaba en el escritor textos al estilo de los ‘Recuerdos del tiempo viejo’, de remembranza de la sociedad del siglo XIX, pero Zorrilla casi nunca se atuvo a sus deseos, lo que provocó más de un enfrentamiento que no llegó a más porque Lázaro cedió. «Veía el estado de necesidad de Zorrilla y quiso ayudarle por encima de todo».

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Retrato de José Zorrilla, pintado en 1896 por Luis González Lefort inspirándose en una fotografía del poeta. :: HENAR SASTRE

CARLOS AGANZO blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

Gloria y ocaso de un héroe nacional

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orque fue objeto de tales distinciones, tan altas como jamás llegó a alcanzar en vida ningún otro escritor, generaciones enteras han condenado (y lo siguen haciendo) a José Zorrilla a esa segunda muerte de los artistas que es el olvido. Si no al olvido de su figura, que al cabo permanece como signo de una época que España todavía no ha conseguido digerir, sí al menos al olvido de su literatura. Acaso con la excepción del Tenorio. Hay quien afirma, y quizás no le falte razón, que la mayor parte de la vida de Zorrilla está marcada por la necesidad de hacerse perdonar por su padre. De demostrarle que el camino que el poeta tomó con 19 años, cuando escapó a Madrid a lomos de una mula robada, en lugar de dirigirse a Lerma, donde le enviaban, era al final un camino de gloria, y no de perdición. El padre, don José Nicomedes Zorrilla Caballero, se murió en la misma fecha en que su hijo, con 32 años, ganaba un sillón en la Real Academia Española. Un sillón que perdió y que tardaría mucho tiempo en recuperar. Pero ni siquiera a la hora de su muerte consiguió perdonarle. Carlista y tradicionalista hasta la médula, relator de la Real Chancillería en Valladolid y superintendente de la Policía en Madrid, no pudo soportar la vida bohemia y libertina de su hijo en aquella convulsa mitad del siglo XIX español, y ni sus éxitos teatrales, ni su aplaudida labor como cantor en verso de las grandes glorias nacionales españolas, fueron suficientes para borrar esa imagen. Su fantasma, como en las escenas del sonámbulo de ‘Cuentos de un loco’, le acompañó el resto de su vida. Cuando, al morir su padre, sale de Madrid huyendo de las deudas y de los fantasmas, rumbo a París, a Londres y, finalmente, a su larga estancia mexicana, Zorrilla es un poeta romántico que destaca con nombre propio en la nómina de los escritores de su tiempo. Cuan-

Zorrilla se negó a celebrar su coronación poética en Valladolid para no ganarse todavía más enemigos

do regresa, se ha convertido en una leyenda. Una leyenda que los forjadores del exacerbado nacionalismo español de la época aprovecharán para construir, a su alrededor, la figura de un héroe literario; una gloria nacional capaz de dar la réplica a un Víctor Hugo, en Francia, o a un Goethe, en Alemania. Cuando entra, con 65 años (más de treinta después de la primera elección), en la Academia, su mentor, el marqués de Valmar, dice de él que es «no sólo famoso poeta, sino el más famoso de los poetas españoles del presente siglo». Preside la ceremonia de la lectura de su discurso, el primero en la historia que se pronuncia íntegramente en verso, la Familia Real al completo, y él mismo, en secreta alusión a Cervantes (cuando en el prólogo del Quijote se burla del lema de Lope «solus et unicus»), se presenta como «el único (poeta) que más no ha sido nunca / y el solo acaso de la edad moderna». Alfonso XII, primero, y Maria Cristina, después, apoyarán todas y cada una de las iniciativas relacionadas con dar mayor lustre y esplendor a la figura del poeta. En 1884 es nombrado cronista oficial de Valladolid, y en 1889, en Granada, tiene lugar la famosa coronación poética del escritor, que Zorrilla se negó a celebrar unos años antes en su ciudad natal para no ganarse todavía más enemigos. Una ceremonia que no tiene parangón en la historia de nuestra literatura: un mes de fastos en la capital andaluza, más de 16.000 personas en el desfile, la ofrenda de 923 coronas (cinco de ellas de oro macizo) y la proclamación solemne en el Palacio de Carlos V por el Duque de Rivas, en nombre de la reina... En el mismo momento en el que alcanzó su cenit, empezaron su caída y su condena. Los que hablaban del «zorrillismo estético» como la principal barrera que había que derribar para que entrara en España la modernidad, se olvidaban de la admiración que Manuel Machado, o el propio Rubén, sentían por la poesía última de Zorrilla, aún hoy una perfecta desconocida. Y hasta en el momento de su muerte, la propia reina hubo de comprar las coronas y los objetos valiosos de oro y plata que el poeta había empeñado para entregárselos a la Real Academia Española. En ese momento Zorrilla se convirtió en símbolo. Y su obra, en polvo de olvido.


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El incidente más tenso se produjo cuando el poeta desmintió públicamente, en una larga carta publicada en su propia revista, al editor, que había cometido el error de anunciar a sus lectores que Zorrilla iniciaría una serie de semblanzas sobre personajes como la emperatriz Eugenia, Larra, Getrudis Avellaneda o Fernán Caballero. «Conste, pues, que yo no me supe explicar, o usted no me supo comprender», explica el poeta, antes de anunciar que los lectores de ‘La España Moderna’ no disfrutarán de tales retratos «porque ni yo soy hombre de dar grandes lanzadas a toros muertos, como hoy veo que hacen algunos, ni de echármelas de dómine corrector, convirtiéndome en rata roe-

dora de los zancajos de los que han ido delante de mí y supieron más que yo: como veo que hacen hoy algunos que se titulan críticos y filósofos». Pobre, pero orgulloso, José Zorrilla escribe esta desafiante carta en 1891, a sus 74 años de vida, y dos antes de abandonar este mundo. Arriesgándose a perder el favor de uno de los pocos impresores que seguían contando con su pluma. El sincero aprecio que le tenía el editor y coleccionista navarro, que dejó pasar éste y otros incidentes, se evidenció de forma inequívoca en su decisión de incluirle en uno de los techos pintados de su residencia Parque Florido, en 1903, varios años después de su muerte, en una recreación de las grandes luminarias de

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las letras. Allí aparece José Zorrilla en compañía de Garcilaso de la Vega, Francisco de Quevedo, Homero, Calderón de la Barca, Víctor Hugo, William Shakespeare, Virgilio, Dante, Lord Byron, Lope de Vega y Gertrudis Gómez de Avellaneda. Zorrilla, en el parnaso literario, tal y como lo veía el que sería uno de sus últimos auxiliadores y amigos.

Recuerdos del viejo Zorrilla en Madrid El Museo Lázaro Galdiano (instalado en la villa Parque Florido, en el número 122 de la calle Serrano de Madrid) alberga algunos recuerdos de especial interés del ‘viejo Zorrilla’. Una parte de ellos fueron cedidos al editor por el propio poeta, en agradecimiento por la ayuda econó-

mica que le brindaba, y son un testimonio fehaciente de la singular relación que ambos mantuvieron durante los últimos años del literato. Otros los compró el mecenas como parte de su pasión por el coleccionismo. Una parte de la ‘colección Zorrilla’ del Museo fue expuesta el año pasado con motivo del bicentenario. Fue una ocasión poco frecuente para poder contemplar los documentos y libros, dado que habitualmente no están al alcance de los visitantes. Entre ellos, una foto del escritor, obra del fotógrafo Moliné y Alboreda, que Zorrilla regaló a su gran amigo personal Pedro Antonio de Alarcón, el autor de ‘El sombrero de tres picos’. Alarcón fue el que se encargó de organizar su regresó

a España, tras su aventura mexicana, y también fue un hombre clave para el ingreso de Zorrilla en la Real Academia Española. La foto está en el museo porque los herederos de Alarcón cedieron a la fundación los fondos del Archivo del escritor. De esos mismos fondos procede un segundo objeto relevante, el álbum de Paulina Contreras de Alarcón. Se trata de un regalo personal de Zorrilla a la mujer de Pedro Antonio de Alarcón, un objeto precioso que el escritor se trajo directamente de Francia, durante los años que pasó allí, y que él inauguró con un poema de su puño y letra. El libro de Paulina Contreras es un buen ejemplo de una moda cultural muy característica de la burguesía pudiente

de la época: los álbumes de los amigos. Álbumes finamente decorados, destinados principalmente a las mujeres, que solían regalarse en blanco para que la homenajeada recogiera en ellos escritos, dibujos, composiciones musicales, o lo que correspondiera en cada caso, regalados para la ocasión por sus conocidos más célebres. Una función similar cumplían, en ocasiones, los abanicos; regalo que era habitual acompañar de afectuosas dedicatorias que, en el caso de los escritores como Zorrilla, podían incluir poemas inéditos compuestos en el momento. José Zorrilla inició las dedicatorias del álbum que regaló a Paulina Contreras de Alarcón con un poema que comienza así: «Paullina, sobre estas hojas / que yo de Fran-

ANTONIO REYES MARTÍNEZ

Licenciado en Historia y Premio de Periodismo Ciudad de Guadix

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e qué hablaría una carta redactada hoy por José Zorrilla a su amigo Pedro Antonio de Alarcón?... política, sociedad, religión, es difícil la respuesta, aunque si tenemos claro como sería el encabezado: «Querido Pedro», ambas palabras, aparecidas habitualmente en la relación epistolar conservada del vallisoletano denotaban la intensa y estrecha amistad que unían a dos de los principales literatos del siglo XIX español. Posiblemente, esa carta si fuese redactada hoy tendría rápida contestación de Alarcón, y en ella mostraría, negro sobre blanco, la alegría al constatar que doscientos años después nadie ha olvidado al escritor del Tenorio. Zorrilla nacía en la ciudad de Valladolid un 21 de febrero de 1817 y dejaba este mundo 1893 en la más absoluta pobreza. Dos años antes había fallecido Pedro Antonio de Alarcón en su domicilio madrileño de la calle Atocha. Aunque a decir verdad, escritores como Zorrilla o Alarcón nunca mueren, se hacen inmortales gracias a sus obras, que quedan para el disfrute eterno de los que nos reconocemos devotos de tan exquisitas letras. A ambos escritores les unía la fascinación por lo islámico, José Zorrilla era un romántico que encuentra su inspiración oriental en la capital nazarí, la ciudad de la Granada, que es la que más se repite a lo largo de toda su extensa obra. En una de las cartas

Retratos de Pedro Antonio de Alarcón Alarcón, José Zorrilla y firmas de autores en el álbum de Paulina Contreras Contreras. :: BIBLIOTECA LÁZARO GALDIANO

A mi querido Pedro, de José Zorrilla que envía a Alarcón, le pide a este, que cuando suba a la Alhambra y esté solo en el Salón de Comares o en la Sala de las Dos hermanas o en la de los Abencerrajes, diga su nombre en voz alta para que el eco lo repita. Alarcón, en cambio, que ha crecido entre ruinas de alcá-

zares y mezquitas, siente la curiosidad de buscar el origen de esta civilización en el norte de África. El interés es tal que llega a alistarse como voluntario en el ejército para defender las plazas que España conservaba en Marruecos y que estaban siendo atacadas continuamente.

Aunque Zorrilla es especialmente conocido gracias a su genial obra ‘Don Juan Tenorio’, lo cierto es que cultivó casi todos los géneros, especialmente el poético donde destacó con gran soltura y habilidad, tal y como queda de manifiesto en la que es considerada otra de sus grandes

obras: ‘Granada, poema oriental’ (1852), en el que existen continuas referencias a Guadix, ciudad en la que nacía su amigo Alarcón un diez de marzo de 1833. Guadix, no sabemos si por intermediación de Alarcón, también participaría en el reconocimiento de Zorrilla como poeta laureado, que tuvo lugar el 22 de junio de 1889 en la Alhambra. Ese día el escritor pucelano recibió regalos de más de cien instituciones españolas y extranjeras. El Ayuntamiento de Guadix le obsequió con una corona de laurel y rosas que fue entregada por el alcalde José Jiménez Vergara.

La intensa relación de amistad entre ambos escritores ha quedado reflejada en la relación epistolar que mantuvieron durante años. Precisamente, La Real Academia Española, en ocasión del bicentenario, ha publicado en su web una exposición virtual en la que se puede contemplar una selección de siete cartas manuscritas enviadas por Zorrilla a Pedro Antonio de Alarcón entre los años 1866 y 1878. En las cartas abundan los temas de la vida privada donde queda patente el conocimiento mutuo de los entornos familiares: el embarazo de Paulina, mujer de Alarcón, temas triviales como los típi-


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cia te traje / los poetas españoles / vendrán a escribir cantares». El poeta pedía, a cambio de su regalo, que la beneficiaria se encargara de que su memoria fuera recordada, y que intercediera por él en el momento del juicio final. «Yo abro este libro a las almas: / con flores del alma págame / paga al poeta su ofrenda / con las plegarias del ángel». Tras Zorrilla, que escribe en el libro en dos ocasiones, toman la palabra el marido de Paulina, Pedro Antonio de Alarcón, y otros escritores como Alejandro Dumas, Manuel del Palacio, José María Pemán, Jacinto Benavente o José Ortega Munilla, padre del filósofo José Ortega y Gassett, entre otros muchos. En su segunda contribución, el poeta vallisoletano ofrece una

buena muestra del tono laudatorio característico de este tipo de florilegios: «Paulina casta / Dios bendiga tus ojos / y tu alma… y basta / porque en la tierra / no hay quien cuente las dotes que tu alma encierra».

El editor con el que empezó Unamuno Así como Lázaro Galdiano se relaciona con Zorrilla en su vejez, el contacto con Miguel de Unamuno, escritor vasco estrechamente vinculado a Salamanca, se produce en la juventud de éste. El novelista empezó a trabajar para ‘La España Moderna’ como traductor, y poco después empezó a escribir artículos propios. La colaboración de Unamuno con la publicación no puede calificarse de menor

Escultura de Pedro Antonio de Alarcón. Parque Municipal de Guadix (Granada). :: FOTO JOSÉ MANUEL RODRÍGUEZ DOMINGO cos resfriados primaverales, la vuelta de Pedro Antonio a España, la vida en México o su amistad con el emperador Maximiliano. Especialmente emotiva es la carta que envía a Pedro Antonio dándole ánimos ante la pérdida de un hijo, circunstancia por la que Zorrilla pasó en dos ocasiones y le recomienda que se centre en el trabajo para intentar olvidar. La situación política del momento también se cuela entre los renglones de las misivas, como la caída del emperador Maximiliano de Méxi-

co, los sucesos de Barcelona o la Revolución del 68. Los afectos y halagos mutuos no quedaron en el ámbito de lo privado, son numerosas las manifestaciones públicas de Alarcón sobre su amigo, especialmente cuando regresó de México y la correspondiente poética respuesta de Zorrilla. Tampoco se limitaron a lo estrictamente personal, pues en algunas composiciones del vallisoletano vemos referencias a Paulina Contreras, a ella consta que le regaló un álbum con motivos estampados y cromolitogra-

Unamuno describe a Lázaro Galdiano como «forjador de cultura» El libro de Paulina Contreras es un buen ejemplo de una moda característica de la burguesía pudiente de la época: los álbumes de los amigos

fias que se expone actualmente en la fundación Lázaro Galdeano. Tal era el aprecio que Alarcón tenía por Zorrilla que incluso llegó a ofrecerle la historia del Corregidor y la Molinera viendo las posibilidades que el tema ofrecía para crear una trama susceptible de teatralizar, aunque el vallisoletano finalmente no la aprovechó y Alarcón decidió recrear el picaresco romance al que le daría por título ‘El sombrero de tres picos’ y que precisamente lo catapultaría a la fama. Desgraciadamente Granada y Guadix han estado ajenas a la efeméride del nacimiento del genial escritor y, lo que es peor, ni Valladolid tiene una calle dedicada a Pedro Antonio de Alarcón ni Guadix ha dedicado un vial para recordar a José Zorrilla; esperemos que pronto se le ponga remedio a estos olvidos.

pues en ella publicó, por entregas, dos de sus libros más conocidos: ‘En torno al casticismo’ y ‘Del sentimiento trágico de la vida’. Unamuno siempre estuvo agradecido hacia su mecenas y cuando, años después, éste le pidió que le escribiera un artículo en el diario ‘La Nación’, con el que Unamuno colaboraba habitualmente, para darle a conocer en Argentina, el novelista lo hizo con gusto. En ese articulo, Unamuno describe a José Lázaro como «forjador de cultura» y admite que sin su apoyo quizás hubiera decidido colgar la pluma. La petición del editor estaba motivada por un viaje al país natal de su mujer; con el artículo quería presentarse en Argentina no como un anónimo desconocido, sino como

un personaje relevante, tanto como para merecer los elogios de un intelectual como Unamuno, respetado en aquellas tierras. «La amistad entre ambos fue de largo recorrido y no se terminó con el cierre de la publicación. Cuando Unamuno tuvo que exiliarse, Lázaro Galdiano le ofreció ayuda para su familia», asegura Juan Antonio Yeves.

Sus últimos escritos En los escritos entregados a ‘La España Moderna’ encontramos algunas de las más delicadas reflexiones de su autor, así como el regalo de algunos recuerdos poco conocidos. Así, en ‘José Valero’ descubrimos que su afición al teatro se inició en los tiempos en los que su padre era Superintendente general de Policía

en Madrid, cargo que le obligaba a ejercer la presidencia de los teatros. Esto hizo «que mi padre me enviara todas las noches al palco del magistrado que presidía (…) Y he aquí el origen de mi afición al teatro», escribirá el vallisoletano. Lo cierto es que cuando el poeta mete el bisturí de su pluma para retratar al personaje tanto parece dibujar al otro como a sí mismo. «Valero fue actor por naturaleza, por instinto, por vocación, por convicción y por necesidad; no pudo ser otra cosa, ni vivir en otra atmósfera que en la del teatro: necesitó su lucha diaria, su afán continuo, su perpetua exaltación y su incesante trabajo», afirma, y son palabras que, en una gran medida, podrían aplicársele igualmente a él mismo.

Paulina Contreras C t de d Alarcón Al ó por Dióscoro Puebla y portada del álbum de Paulina Contreras de Alarcón. :: BIBLIOTECA LÁZARO GALDEANO

FRAGMENTO DE LA POESÍA DEDICADA A PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN, DE JOSÉ ZORRILLA

¡Dios haya en la eternidad recibido su alma buena! La mía, de su fe llena, dejó su santa amistad.

¡Dios te bendiga, Alarcón, por tu carta bienvenida! Por ella a muerte y a vida es tuyo mi corazón.

Tendamos un santo velo sobre el mármol que le encierra: nuestra alma debe la tierra cruzar vestida de duelo.

Y aunque una gota de hiel con el recuerdo tan triste de quien tanto amé, vertiste al fin de tu carta en él,

Hablemos hoy de otra cosa: tu noble carta al leer, he sentido tal placer, que en el alma me rebosa.

no por eso será esquivo mi corazón para ti, pues me ayuda el que perdí a hallar su afecto en ti vivo.

Hablas de mí de tal modo que si de mí piensa hoy como tú mi patria, voy tal vez a atreverme a todo.


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Ópera en Europa

Montaje de ‘Don Carlo’ de Verdi en el Palau de les Arts de Valencia. :: KAI FÖRSTERLING-EFE

FERNANDO HERRERO

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a visión de las estupendas retransmisiones en directo en los cines Manhattan de ‘Don Carlo’ (Opera BastillaParis), ‘Andrea Chenier’ (Scala de Milán), ‘La Bohème’ (Ópera Bastilla) y la asistencia en directo a ‘La condenación de Fausto’ (Teatro de la Ópera de Roma) plantea de forma urgente la necesidad de reflexionar sobre la pues-

ta en escena del género lírico. Salvo el caso de Mario Martone en Milán con su visión de la Revolución Francesa en tono casi clásico, tanto los montajes de ‘Don Carlo’, ‘La Bohème’ y ‘La condenación de Fausto’ rompen en principio los libretos en versiones personales que pueden llegar a trastocar la esencial originalidad de las óperas. No solo se trata de actualizaciones temporales, se inventan nuevas dramaturgias sobre la base del desarrollo de las situaciones preexistentes, con lo que las contradicciones no dejan de aparecer. De ‘Don Carlo’, magistral

ópera de Verdi, he podido ver varios montajes, los más revolucionarios los de Luca Ronconi, en su visión de las carrozas de la muerte y la dura crítica al poder religioso, y la de Peter Konvitschny que hacía del ballet una historia doméstica y del auto de fe una retransmisión televisiva, pero ambos respetaban las relaciones entre los personajes. Ahora Warlikowski en ‘La Bastilla’ moderniza la acción, prescinde casi por completo de los signos religiosos, tan importantes, y utiliza un solo espacio escenográfico que va cambiando por la presencia de una serie de elementos. Con un

reparto estelar (Kauffman, Yocheva, Garanca, Tezier) con dirección de actores simplemente correcta, el aspecto musical se impone al dramático, lo que origina las ovaciones para los intérpretes (incluidos orquesta y coros) y abucheos para Warlikowski, esta vez lejos de su nivel, demostrado en interesantísimas propuestas anteriores. En la solemne inauguración, el 7 de diciembre, de la Scala de Milán y su temporada oficial, Mario Martone se limita a fijar a los aristócratas del primer acto de ‘Andrea Chenier’ como maniquíes sin personalidad, en contraste

con la visión de los revolucionarios que luego serán igualmente abducidos por el terror. Buenos cantantes y dirección de Richard Chaylly con la diva Netrebko y un tenor, Eyuvarov, que dará que hablar. Comentaba hace unos días ‘La Bohème’ de Richard Jones en la puesta en escena que, con una escenografía cambiante a la vista del público, daba un toque especial a una ópera ‘verista’ que desde la visión de la miseria, la injusticia social, el frío y el fracaso, contaba una historia de amor y de muerte. En la Ópera de Paris se rompe este verismo y Claus Guth traslada la acción al futuro, a una nave espacial que hace un recorrido por la Galaxia, que tendrá un final trágico en el que se rememora la historia de Rodolfo, Mimi y los bohemios. En la nave primero, en el lugar del amerizaje después, con escenografías oscuras, las palabras de Giacosa e Illica y la música inspirada de Puccini con sus bellas melodías, sufren un absoluto contraste con las imágenes que se nos ofrecen y los astronautas pululando en medio de los bohemios. A Claus Guth se le deben magníficos montajes, como el último de ‘Parsifal’ en el Real. Wagner admite mejor visiones propias pero Puccini y su verismo, solo en ‘Il Trittico’ y ‘Turandot’, se presta a tratamientos de choque. En el caso de ‘La Boheme’, Guth ha ido por un camino equivocado, sin lograr esa renovación estética que pretendía y que consiguió en otras ocasiones. En la entrevista realizada a Gustavo Dudamel en el descanso, este declara su apoyo al montaje. El joven director venezolano, conocido en Valladolid por sus dos sensacionales conciertos con las Orquestas Simón Bolívar y Sinfónica de Goteborg, consiguió reflejar todas las virtudes musicales de la ópera y fue ovacionado con calor, como el sólido reparto. La ópera de Roma, contestada su dirección por los trabajadores afectados por los recortes, inaugura su temporada con una elección insospechada. «La condenación de Fausto’, de Berlioz, es una semiópera muy complicada de montar. Belioz hace su personal visión de la obra de Goethe. A pesar de ese carácter mixto, ha sido puesta en escena bastantes veces, siempre con visiones dramáticas paralelas. Todavía se recuerda el montaje de La Fura dels Baus de Salzburgo, que fue el punto de partida de la carrera extraordinaria que Carles Padrisa y Alex Ollé están llevando a cabo. En principio, esta inauguración de la temporada romana venía avalada por dos nombres de gran prestigio, el del actual director de la Concertgbouw de Ámsterdam, Danie-

Se inventan nuevas dramaturgias sobre la base del desarrollo de situaciones preexistentes, con lo que las contradicciones no dejan de aparecer

le Gatti, y el del más polémico director de escena italiano Damiano Micheletto. El magnífico programa ya nos preparaba para la sorpresa, entrevista con ambos y una serie impactante de fotografías del montaje. Ya presentíamos lo que íbamos a ver, una transposición personal en época actual, sustituyendo las acotaciones del texto y las situaciones con otras diferentes. Proyecciones de vídeo, decoración en blanco sugestiva, con puertas que se abren y cierran, una serie de objetos hospitalarios (camillas, etc.,) dos niños que reflejan quizá la niñez de Fausto y Margarita, un Mefistófeles vestido de blanco, de rojo Margarita, un enorme coro en lo alto, cantando estático, que solo se descubre en la escena final. El cuadro de Lucas Cranach el Viejo, ‘Paraíso’, que se construye en escena y desaparece como abatido por un rayo, muestra a Mefisto transformado en serpiente que conseguirá la condenación de Fausto pero no evitará la salvación de Margarita. El coro final, esta vez visible, certificará, con la numerosa figuración, esta lectura moderna del mito. Puntualísima dirección de los actores cantantes, en una géstica nada realista, aunque inspirada en la actualidad. Cada escena tiene un título que responde a la visión personal de Micheletto y el conjunto resulta coherente desde sus presupuestos originales. No se traiciona la obra, se realiza una versión propia, paralela a la del propio Berlioz sobre el Fausto de Goethe. Gatti, en línea con la puesta en escena, dirigió con contención y musicalidad. Se representó sin descanso y la música surgió filosófica y transida. Estupendos coros e intérpretes no divos, la obra no se presta a ellos, que asumieron con profesionalidad la línea estética de la representación. Esta versión de ‘La condenación…’ hizo justicia a la obra desde una ruptura original y arriesgada, que afronta la polémica con serenidad. Cuatro imágenes del montaje operístico. Excesos, equivocaciones y riesgos. Bien está. El capricho y la necesidad de epatar son peligrosos, pero buscar nuevos caminos supone mantener vivo este género artístico tan complejo.


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ara los tratos con lo efímero y lo fresco, nada como los mercados. Esos mercados que aún sobreviven como cetáceos soñolientos, varados en medio de las ciudades. Antes de surgir otros espacios sin alma y estridentes, donde lo numeroso nos aguarda bien alineado en una milicia comercial impecable y triste, los mercados eran eso: lugares de una audaz polifonía desmandada que trastornaba alegremente el aire civil de los días ordinarios. Flotaban los olores repentinos (a especias, a carne cruda, a hiel) poniendo algo de zoco moruno en una atmósfera sometida al trueno de una circulación vivaracha, sorprendida siempre por lo imprevisto. Los mercados de abastos. Uno entraba en ellos sin programa previo, a la búsqueda incierta de lo que ese día se hubiera podido traer desde los huertos y desde las lonjas. Se trataba de comprar lo que aparecía de golpe ante nuestros ojos sin esperarlo, sin esa sumisión al previo antojo que provocará después la sobreabundancia de los hipermercados, donde hay de todo pero tan alejado… Por unas semanas, el mercado de abastos de Zamora se ha convertido en museo. Un museo ‘A lo vivo’ –así se titula la exposición instalada allí mismo– que convive de modo permanente a lo largo de la jornada comercial con lo que allí va sucediendo, en ese espacio –así lo dice Luis Ramos en el texto preliminar del catálogo– «donde lo parroquiano y lo cercano siguen estando vivos». Consta la exposición de 31 fotografías en color y en blanco y negro con las que su autor, Juan Carlos Benéitez Ibáñez, ha ido reconstruyendo la vida interior y la vida exterior de esa sede diseñada a principios de siglo –se inauguró en 1903– por el arquitecto Segundo Viloria conforme al canon desafiante de la modernidad de entonces: hierro, cristal de espejo en las testeras, piedra y ladrillo. En su interior, calzadas crudamente en los muros, pueden verse ahora esas imágenes escoltadas por textos poéticos de Luis Ramos, deliberadamente macerados en un lenguaje trufado de felices fórmulas populares, como si las palabras pudiesen ser oídas por quienes pasan ante ellas o por los propios protagonistas de esas escenas que a veces están allí de verdad, frente a ellas, en sus puestos reales, en el extraño contraste que siempre produce la colisión inmediata entre lo vivo y lo representado. Las fotografías de Benéitez Ibáñez remiten a ese ajetreo específico que es la vida del mercado. Algunas se han detenido en rostros entreverados en una conversación o voceando el pregón de la mer-

Una de las fotografías que se muestran en el mercado de abastos de Zamora. :: JUAN CARLOS BENÉITEZ IBÁÑEZ

En un mercado de abastos cancía; otras parecen provenir de una pose fijada (impresionante la del carnicero Patricio Santana, llena de esa dignidad rocosa, indesmayable, que dejan los patriarcas de oficios de trato antiguo y directo con las cosas). Y aunque el ojo espectador es invitado a adentrarse en el desamparo de las enigmáticas básculas vacías («Las básculas inquietas / en su interrogación», así comienza el poema que acompaña a la imagen), en el orden imposible y funámbulo de una frutería («Nada está fijo, nada. / Aunque no lo parezca») o en la majestad de ese otro puesto –«Escabeches». «Charcutería»– de serones con legumbres y latas de sustancias en clausura, es en esas otras fotografías de la vida exterior del mercado donde los tratos con la materia lo hacen todo más irreal, casi espeluznante, precisamente por el aura de cotidianidad resuelta que despiden esas escenas en las que hombres (siempre

hombres) cargan con cuerpos descomunales de bestias que forman ya parte de sí mismos, justo lo que de otro modo va a suceder después, ya hecha tajada la carne, en los platos calientes de los domicilios civilizados. Sin suponerlo, una de estas fotografías contiene en su

Las fotografías de Benéitez Ibáñez remiten a ese ajetreo específico que es la vida del mercado

instante el misterioso juego de jirones que es la existencia. Se ve a ese hombre que carga con la res muerta y cruda, ya una prolongación natural suya (ni le hace falta sujetarla con las manos) pasando ante el ciego vendedor de lotería, apostado ahí, como un ave flemática, sobre un solo pie, aplastando el otro contra el muro. Habla por teléfono, quién sabe, porque puede compensar con el oído lo que la vista no le da. Ninguno de los dos hombres puede ver al otro. Y en la fotografía de Benéitez Ibáñez el espectador solo puede ver del todo a quien no puede verlo a él, acoquinado el otro rostro bajo la quilla tremenda de la res. La escena es una prodigiosa combustión dialéctica: el hombre que está en movimiento y atraviesa así de atribulado la calle y el que permanece ahí, en su esquina; el que ya es un híbrido horrible como si cargara con su propio cadáver prefigurado y el que

CEREZAS EN EL ESCONDITE TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

ofrece, estático, el ruido invisible de la ilusión. Ninguno de los dos toca lo que ofrece con las manos. Y ahí están: la muerte y la suerte rozándose casi, encontrándose un momento a solas. Uno de ellos se quedará afuera; el otro meterá su carga profana y cruda en los intestinos del mercado, ahí mismo, a la mano, donde todo cabe porque todo escapa allí a la regulación. Por unas semanas, el mercado es un museo (¿o al revés?). Y los instantes congelados que ha sabido captar Benéitez Ibáñez (el hacha sobre el hueso haciendo saltar esquirlas vivas, «ajustando el temblor / al movimiento»; el resplandor de los cuchillos sobre los mandiles; la apostura de ese frutero como un timonel gobernando ojo avizor la nave; la beatitud de algunos carteles inverosímiles: «Clases particulares», «Cursos de verano») adquieren el nivel simbólico absoluto que les otorgan sus emplazamientos, frente por frente a la realidad que evocan y a la que replican con otra fuerza incontestable que estremece como si las imágenes avisaran de un relato secreto y exorbitado que alguien supo ver mejor que los demás y que planta así, ante nosotros, en la luz pobre del invierno, como pedazos deslumbrantes de inquietud. La inquietud que remueve estos espacios, ya tan catacumbales, donde la vida sucede cada mañana de otro modo.


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Carmen Linares y Miguel Hernández L

a poesía ha servido, ya en muchas ocasiones, como punto de partida a Carmen Linares para expresar su universo personal, su dominio del decir, su intensa forma de unirse a la voz poética desde su otra voz surgida en su hondo manar y en los profundos senderos del cante. Cuando Juan Ramón Jiménez se convirtió en la mirada transcendida de Andalucía, de la Andalucía más íntima, de la peculiar esencia de las cosas más verdaderas del sentir, Carmen linares se fundió con la textura intensa del poeta de Moguer, y voló hasta los orígenes de la palabra para fusionarse con el quejido limpio y transparente de su voz. Ahora lo hace de la mano de Miguel Hernández, en uno de los libros-CD más intensos de la música andaluza de los últimos años, del flamen-

co y del decir del alma; porque a eso suenan los diferentes poemas interpretados, sentidos, vividos en la ensimismación de un trabajo bien hecho, en el insondable universo de la poesía que este nuevo libro-CD no ofrece. Miguel Hernández es un poeta mediterráneo, y Carmen linares es una cantaora del sur, de ese territorio de la aventura enigmática de la voz y la guitarra, de la garganta y lo esencial, de la transmisión gigante y firme de la búsqueda de cielos más altos que los horizontes traslúcidos de los atardeceres del mar de Cádiz. Miguel Hernández (ya fue cantado por Serrat en dos memorables trabajos) ahora se reviste de la magnitud acristalada de los matices que esta mujer de Linares (y de Ávila, y del mundo) ha situado en sus versos que alzan la voz en el dolor, en la angustia, en el

amor y en la fraternidad del hombre frente a la guerra, la ausencia de libertad, la traidora servidumbre del dinero y el poder. Y nos llega con la plenitud que una mujer interpone entre el gran horizonte de sus poemas emanados de los libros que fue escribiendo en su corta y profunda vida, y el talento evocador que es capaz de sintonizar con el valor mismo y tremendo de los textos. La garganta de Carmen Linares es como una resonancia de mágicos temblores, y se desnuda en un fluir del

agua como si fuera interminable, como la luz cuando se deja divisar entre lienzos limpios y desnudos, y así nos va llegando, se va deslizando, nos atrapa y nos comunica un no sé qué (tan sanjuanista) que queda balbuciendo y a la vez entornado en un paraíso de fruta y noche. Es el encuentro con ese universo que solo ella sabe regalarnos, y que cuando se abraza a un poeta de la dimensión y de la profundidad de Miguel Hernández da un resultado tan feliz y tan extraño como este último trabajo

GALERÍAS JOSÉ MARÍA MUÑOZ QUIRÓS

que fecunda el andar lírico del poeta de Orihuela, le engrandece y le complementa como solo sabe hacerlo el flamenco y sus sones inmensos. Textos como ‘Para la libertad’, ‘Andaluces de Jaén’, ‘Llegó con tres heridas’, ya tan del pueblo que son pueblo también, junto a ‘El sol, la rosa y el niño’ o ‘Imagen de tu huella’ construyen un tapiz de emociones, de intimidades compartidas y reflexiones tan esenciales que solo desde esta hermandad tan peculiar y tan renovadora podemos vivir. Gran experiencia es compartir el brotar de la guitarra, la sonoridad de una voz, el latido de un poeta temblando y un elenco de artistas grandes y entregados a un único y precioso fin. Cuando vamos embebiéndonos en cada uno de los temas que componen esta entrega, iniciamos un proceso de depuración emocional, un sendero que nos

Carmen Linares. :: EL NORTE

lleva hasta el precipicio de lo insondable, a la transmisión de lo que se fragua en los pozos de la intensa maduración del sentir artístico y de la comunión con la belleza. La preocupación social atraviesa, como una claridad sin destellos, las canciones y los poemas, y en esas aguas de compromiso se dulcifica el resorte más limpio de sus cauces de fuego y brisa. Es Carmen Linares el ejemplo más entusiasta de la queja y el permanente desconcierto del hombre frente a la vida. Es la intransigencia con el dolor, la voluntad firme de acompañar al perseguido, al que vive en una soledad sin límites, al que no conoce la solidaridad ni el valor. No podemos olvidar que en este registro de compromiso el poeta y la cantaora se relacionan como dos caras de una misma moneda, como dos visiones que se funden en una sola imagen, y lo sentimos así, con el acierto de esta legítima sobriedad, con este paralelismo luminoso, con la incesante presencia de lo vital frente a lo liviano, a lo estéril, a lo inútil. Poesía, voz y canción que se asemejan a tres fuentes distintas que manan un solo agua, que cuando deslizan sus chorros desembocan en una misma acequia, en un frondoso jardín de rosas en su existir más fresco y lozano. Los poetas necesitan que artistas como Carmen Linares pongan en pie sus poemas para que el pueblo los lea en sus notas, en sus peculiaridades, en sus matices: solo así el valor que la poesía confiere a sus mensajes puede llega a salvar al hombre, le intenta dignificar, le auxilia con la grandeza de todo aquello que se constituye eterno en el efímero paso de la vida.


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Magín y su Navidad

DONDE HABITO ELENA SANTIAGO

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agín, viejo amigo de la pobreza, no tenía turrón. Contemplaba la única ventana de su rincón dándose de cara a la callejuela de fuera casi sin aire. En cuatro metros (medidos) se alzaba un árbol con castañas. Toda una riqueza. Porque nadie las recogía y se encargaba él de bajarlas de su altura, llenando un saquete. Y las comía sin encomendarse ni a Dios ni a Satanás. Porque sabía que, en el centro de la ciudad (donde rogaba limosnas), paseando por allí y observando cómo pocos se detenían, y pocos se arrepentían de, al pasar, darle unas migas de su buena presencia y buena digestión. Él, se acostaba y se despertaba sabiendo que estaba vivo a pesar de guardar en su ser que los días estaban de espaldas. Y los invitados especiales de buen vivir o bastante bien, indicaban que no lo veían o temían acercarse. Con esto, no había forma de arreglar nada y le condenaban al vacío. La nada no confortaba. Su madre le había dicho que era valiente trabajando ‘embarriendo’, cuando aún tenía algo de ropa escondiendo la delgadez no elegida. En un principio le comunicaba dolorido a su madre: «Madre, soy valiente porque sé respirar hasta sin aire». Pero cumplió más edad y madre desa-

Santa Claus reparte comida a una persona sin hogar en Sao Paulo. :: NACHO DOCE-REUTERS

El delicioso viaje

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reo que todo letraherido no posee una sola bibliografía con los libros que, a lo largo de su existencia, ha leído. Por un lado la componen los que, por hache o por be, desde por motivos prosaicos a otros que no vienen a cuento, no era seguro el gozo que obtendría al llegar a su punto final. Por otro, los que sobre el papel le llevarían a una experiencia óptima. Sí, entre los primeros, algunos le habrían sorprendido gratamente, como, entre los que esperaba sumar a la lista de los memorables, más de uno habría resultado ser un chasco. Mas, siendo como fuere, creo que la bibliografía que nos importa es aquella que, como denomi-

nador común, nació de nuestro libre albedrío. En mi caso, se inició con ‘Corazón’ de Edmondo de Amicis –lo cité en una carta a los Reyes Magos movido por los vivos colores de su portada–, como el que inauguró mi bibliografía, digamos, obligada fue ‘Alfanhuí’ de Sánchez Ferlosio, novela que, a punta de posible suspenso, con mis condiscípulos fui obligado a leer. A partir de la obra del italiano he sumado un título tras otro hasta hoy, constituyendo una larga nómina de libros que, con expectación, abrí sus páginas. Después de ‘Corazón’ vinieron más del mismo sello, siendo mis predilectos los de aventuras –‘Los tres mosqueteros’, ‘Veinte mil le-

guas de viaje submarino’, ‘La isla del tesoro’ o ‘Sandokan’–; todos modificados para que los chavales, destinatarios de estas versiones jibarizadas, los encontrasen asequibles. Y conocí a Jack London, quizá mi primer autor favorito. Y quise sin cercenamientos ni modificaciones leer ‘Colmillo blanco’ o ‘Lobo de mar’. Y supe que muchos de estos escritores admiraban, hasta declararla como la gran creación de toda la historia literaria, el ‘Quijote’, algo que ya sabía por los que, igualmente, a punta de suspenso, nos habían obligado a leerlo. Pero Julio Verne y Robert Louis Stevenson no eran quienes nos amenazaban con las siete plagas estivales que no nos permitirían disfrutar del pró-

ximo verano. Y leí, ahora sin trampas, el ‘Quijote’ –un simulacro había sido lo del curso escolar–. Lo leí, sí, con esfuerzo; un esfuerzo que fue recompensado con momentos divertidos, hilarantes. Porque descubrí que los libros, esos mismos libros que me transportaban a vivir otras vidas repletas de lances extraordinarios, podían ser detonante de no sólo leves sonrisas, también de estruendosas carcajadas. Y entre estos libros guardo uno con infinito cariño, el que me regaló mi hermano –él me contagió el amor por la lectura–, ‘El pobre Piero’ de Achille Campanile: si le urge el auxilio de una historia desternillante, léalo. Como ustedes, ¡hablaría de tantos libros! Pero si he citado unos pocos no ha sido con intención de relacionar el arranque de un extenso inventario. Lo que pretendo decir es que la bibliografía nacida de nuestro libre albedrío –así la denominamos– es el cuaderno de bitácora de un

pareció. La vejez de ella se desbordó y la casa (bueno las dos habitaciones y una cocina vacía) se encogió, creciendo únicamente la tristeza. Magín había pasado meses por la casa o su mini (aseguraba), llamando a su madre. Cuando tuvo que convencerse de que habitaba otro mundo, decidió continuar sus enseñanzas: vive y cree en el mañana. Porque siempre había conseguido estar viva y poco quejosa cuando conseguía una hora de trabajo o una salida de gentes de misa de la iglesia, aunque siempre tenían prisa. Sí, ellos. La mayoría regordeta o con buen color. Alguna vez sacaba para pan y también un fastidio. Se notaba mucho que era un presente sin presencia. Qué difícil vivir. Y aún más, vivir rodeado de gentes fácilmente vivas. En la lejanía admiraba Magín la Navidad. Sin duda. La ciudad encendía luces y gran-

LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ

viaje cuyo destino, ¿cuál es? Todo comenzó como un entretenimiento –con todas las consideraciones que quieran, pero como un entretenimiento al fin y al cabo–; sin embargo, luego se añadieron otras razones para escoger un libro y no otro: la necesidad de despejar tantas incógnitas; el deseo de adquirir sabidu-

des estrellas de oro o parecido. Los escaparates se llenaban y la calle muy pisada por gentes y gentes, y más gentes, volcándose en comercios mágicos. Regalos. Buenas comidas y cenas con platos propios de Nochevieja y Nochebuena. Y Glorias para la noche de Reyes. Unos Reyes sin cansancio, con certeza. Y tan lucidos seguían (eran toda una lección). Cargando paquetes y paquetes (además de juegos, bicicletas y patinetas) con felicidad. Y qué alegrías inmensas. Bueno, a Magín, mientras vivió su madre, le dejaba un rey mago, muy mago decía ella, tres naranjas. A Magín le fascinaba. Cambió ella solamente un año más floreciente, que amaneció en sus botas, un balón. Aún lo conservaba como un aire feliz entre sus paredes viejas, arrugadas. Nunca supo en qué momento se le detuvo el tiempo donde siguió sentado bajo su viejo techo y viejo él. Se contó que había tenido muchas confusiones de la suerte. Se reía un poco, muy poco, para decirse que de buen hombre pasó a chivo expiatorio. Y se dañó. Hasta que milagrosamente, o lo que fuera, una persona bien vestida y mirada de clemencia le enseñó un lugar donde comer todos los días y donde le entregarían ropa nueva, contra la miseria y el frío. Desde entonces, calcó calor y pensamientos donde le crecieron, en su mente adormecida, árboles con castañas. Y se calzó pasos humanos y borradores del mal. Ya solo pidió que, cuando muriese, enterraran con él el balón que guardaba.

ría; ampliar una visión del mundo estrechada por nuestras costumbres. ¿He logrado aminorar mis dudas, conocer tanto e interpretar lo que me rodeaba sin ningún prejuicio? Creo que estas expectativas no fueron del todo cumplidas. Ni jamás lo serán. No obstante, quizá la contestación no esté en mí, sino, cómo no, en un libro, en el archiconocido poema: «Ten siempre a Ítaca en tu mente./ Llegar allí es tu destino.// Mas no apresures nunca el viaje./ Mejor que dure muchos años/ y atracar, viejo ya, en la isla,/ enriquecido de cuanto ganaste en el camino/ sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.// Ítaca te brindó tan hermoso viaje./ Sin ella no habrías emprendido el camino./ Pero no tiene ya nada que darte.// Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado./ Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,/ entenderás ya qué significan las Ítacas.» Nuestros libros. Nuestras naves.


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Wonder Wheel, la noria de ruido y furia C

oney Island, años cincuenta. Playa abarrotada, bañadores pudorosos, la gran noria del parque de atracciones dominando el cielo. Luz y colores de la infancia. Música dixieland. Woody Allen parece que va a volver en su última película, ‘Wonder Wheel’, a su Manhattan, al Nueva York de comedia y verdad que estuvo en la raíz de su éxito, sobre esas gentes distinguidas y preocupadas por el éxito social y los desgarros amorosos. Su cine se abrió pronto a un abanico de inquietudes mucho más amplio, la comedia pasó a ser una fórmula entre otras, pero el peso del cliché sigue ahí, cercándole. Pronto sabremos que Coney Island no va a ocupar el decorado de la reconstrucción ni de la nostalgia, sino el de

un trampantojo en el que malviven sus trabajadores. Su cara divertida, sus colores y su música chocan con las estrecheces y apuros de los protagonistas, reunidos en una vivienda familiar que es prolongación del parque de atracciones, imposible de eludir tras sus cristaleras sin visillos por donde se cuelan las descargas de las escopetas de aire comprimido. En la antigua casa de los monstruos una pareja y la hija de él tratan de abrir las ilusiones del futuro. Todos arrastran un pasado del que se arrepienten: alcoholismo, malos tratos, infidelidades, parejas equivocadas. Quieren cortar como sea la mala racha, tirar las aspirinas y abandonar ese escenario ruidoso y agotador. Tal vez el Woody Allen de décadas atrás hubiese tratado con más compasión a sus

JORGE PRAGA

personajes, les hubiera concedido la comedia en la que atenuar su malestar, su vulgaridad. Pero los años le han endurecido: «Nos pasamos la vida esperando que suceda algo que, por arte de magia, lo cambie todo a mejor. En realidad, la vida suele cambiar a peor. Creemos que nos tocará la lotería, que nos darán el trabajo de nuestros sueños o que conoceremos a la persona perfecta. Incluso cuando eso ocurre, te terminas dando cuenta de que te enfrentas a algo muy superior». Ese «algo muy superior» lo traslada a sus películas en for-

Fotogramas de la última película de Woody Allen.

ma de universo que limita y gobierna a sus personajes, especialmente en las obras cercanas a la tragedia, en las que los esfuerzos y pasiones individuales chocan con un devenir adverso e indiferente. ‘Delitos y faltas’(1989) fue tal vez la que destapó esta elección, con el oftalmólogo que se debate entre la seguridad de su vida convencional y el obstáculo de una amante empeñada en alargar la relación. Es todavía un universo en el que Allen deja correr su cultura judía, con la posibilidad de una estructura moral sustentada en un ser superior. «Dios es un lujo que no puedo permitirme», sentencia el protagonista antes de liquidar a su amante. La violencia inevitable, el crimen sin justicia postrera ocupan otras grandes obras suyas: en ‘Balas sobre Broad-

way’(1994) es la pasión teatral la que lleva al crimen, aunque luego la ley del hampa ejecute al autor; ‘Match Point’(2005) retrata con exactitud el arribista al que no es capaz de inculpar la justicia humana; por fin, en ‘Irrational Man’(2015) el crimen sirve para dar sentido a la existencia vacía de un profesor de filosofía, aunque luego un trompicado azar se lo lleva también a él por delante. ¿Y qué sucede en ‘Wonder Wheel’? El título avanza la respuesta. Wonder Wheel es el nombre de la noria del parque de atracciones que preside muchos planos desde las alturas, un ojo que todo lo ve. Su giro incesante es el de la rueda de la fortuna, la ruleta del azar. Pero es que Wonder Wheel fue en su construcción una noria especial: sus vagones giran

como en otras regularmente, sin sorpresas, salvo una pequeña porción de ellos que desarrollan un movimiento inesperado en perpendicular al eje de rotación. Los personajes de esa película llevan una vida gobernada por esa combinación de movimientos: el avance sordo sin ningún objetivo, y las sorpresas azarosas que tuercen aún más sus vidas. Si Ginny encuentra afecto y placer en su amante, la diferencia de edad y la aparición de otra persona destruirán su relación. Si Carolina se vuelve a enamorar machacará las ilusiones de su madrastra. Si Humpty, el padre, media para salvar su precaria estabilidad familiar, se encontrará con una realidad de la que no puede escapar más que a través del alcohol. El narrador, que dice poseer los hilos de la historia, opta por la sinceridad y lleva a la muerte a la que más quiere. Solo los gánster parecen conseguir sus brutales objetivos. ¿No hay un punto de apoyo, de enmienda, tras esa noria desgraciada y ciega? En la conclusión a su ‘Crítica de la razón práctica’ Immanuel Kant ofrecía dos amarres del existir: «Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí; (…) ante mí las veo y las enlazo inmediatamente con la consciencia de mi existencia». El cielo estrellado que aquí dibuja Woody Allen es el de la feria, traspasado de neones y atracciones, un cielo epidérmico y fugaz, mentiroso y evasivo. Y la ley moral que inyecta a sus personajes se estrecha sobre su fallido intento de alcanzar amor, bienestar, ilusiones artísticas, sin reparar en daños ajenos. Si Kant cierra su libro con el ajuste de esos dos pilares, Allen concluye su obra con dos planos estremecedores. Ginny, con todas las heridas sangrando, se refugia ante la cámara en la representación explícita. Finge que el mundo adverso se puede soportar. Y el plano final, tal vez el cierre más helador de la carrera del cineasta, nos muestra al hijo de Ginny, pirómano irreductible ajeno a toda racionalidad, borrando con su hoguera la playa de Coney Island enfrente de la silla vacía del vigilante, el narrador de la historia. Con el demiurgo ausente, o inexistente, solo queda el gobierno azaroso e indiferente de la noria. En el envés de esta obra crepuscular y magnífica resuenan las palabras que escribió Shakespeare para Macbeth: «La vida es solo una sombra caminante, un mal actor que, durante un tiempo, se agita y se pavonea en la escena, y luego no se oye más. Es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, y que no significa nada».


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LECTURAS la obra de Svetlana Aleksiévich, ‘El fin del Homo sovieticus’, describe someramente la situación social de la Rusia actual (M.J. Ortiz).

ENRIQUE BERZAL

Europa y la URSS

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currió hace ahora 26 años y nadie, ni siquiera los politólogos y analistas más avezados, fueron capaces de presagiarlo: la caída del socialismo real en la URSS y en los países del Este semejó, por su rapidez e imprevisibilidad, el hundimiento estrepitoso de un coloso con pies de barro. «La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) desapareció hace 26 años de manera sorpresiva. Nadie podía esperar unos años antes que aquel conglomerado político, militar y económico, con una docena de países satélites en la Europa más próxima, cayese de la forma en que lo hizo, como un castillo de naipes». Con esta frase de Jesús de Andrés Sanz, profesor de la UNED, se abre el primer capítulo de ‘El colapso del comunismo (1989-1991). Visiones desde Europa y América’, dirigido por los catedráticos de la Universidad de Valladolid Ricardo Martín de la Guardia y Guillermo Á. Pérez Sánchez, una aproximación original a aquel acontecimiento cuya trascendencia, a todas luces incuestionable, marcó incluso el final de la Edad Contemporánea. Editado por la Universidad vallisoletana, se trata de una visión coral del fenómeno con valiosas aportaciones académicas que trascienden nuestras fronteras, pues incluye capítulos firmados por tres profesores de la Universidad Técnica de Tallin, en Estonia, y otros tantos chilenos, de manera que el colapso del comunismo es afrontado no solo desde la visión europea, mayoritaria en nuestro entorno, sino también desde una perspectiva americana no siempre valorada. El resultado viene a refrendar las causas estructurales que confluyeron en la desintegración de la experiencia comunista en Rusia y en los países satélites, simbolizada sin duda por la caída del Muro de Berlín y la dimisión, el 25 de diciembre de 1991, de Mijail Gorbachov; pero a la vez se completa con capítulos dedicados a relevantes países sometidos entonces al dominio de la URSS y al impacto que tuvo este proceso en América Latina, al tiempo que introduce sugestivas aportaciones dedicadas a la cultura y el cine y otras que reflexionan sobre el mapa político actual. El lector tendrá ocasión de recrear el proceso de derrum-

MIjail Gorbachov, presidente de la URSS en 1989. :: AP

NUEVAS MIRADAS SOBRE EL COLAPSO DEL COMUNISMO Dos publicaciones de la Universidad de Valladolid analizan el desplome de la URSS desde novedosos enfoques que incluyen la visión desde América y documentos inéditos sobre el posicionamiento soviético hacia la Unión Europea be de la URSS desde una perspectiva de crisis de gobernabilidad, en el sentido de ausencia de legitimidad y de eficacia del modelo soviético (Jesús Andrés Sanz), comprobará el impacto que tuvieron varias organizaciones alumbradas por la sociedad civil en su paulatina deslegitimación (Magdalena Garrido), y caerá en la cuenta de la distorsión que existió en la Rusia soviética entre el discurso oficial sobre la mujer y la realidad de las políticas llevadas a cabo (María Paz Pando). Comprenderá también lo ocurrido en Ucrania, desde el desvanecimiento de su aspiración de independencia en los años 20 hasta su brutal sovietización tras la Segunda Guerra Mundial, llegando a un panorama actual que la vuelve a dejar a expensas de la Federación Rusa (Guillermo Á.

Pérez Sánchez), y descubrirá el duro impacto que tuvo la sovietización en Estonia, muy negativo para un país que entonces esgrimía altas dosis de desarrollo cultural y económico, así como el proceso pacífico de recuperación de la independencia, alentado además por un original movimiento de carácter folklórico y cultural (D. Ramiro, T. Kerikmäe y M. Atallah). Las perspectivas desde América incluyen una interpretación étnico-cultural de la URSS como evolución de la estructura administrativa zarista que permitió redistribuir las etnias para mayor aprovechamiento político soviético (M. Gutiérrez), un capítulo sobre el papel central de la Revolución cubana como el mayor factor de inestabilidad del sistema interamericano durante la Guerra

Fría (M. Rubilar), y otro centrado en tierras chilenas para ilustrar aspectos como la emulación bolchevique del Partido Comunista, refractario incluso al eurocomunismo, y la evolución política del país hasta el final de la dictadura de Pinochet (Andrés Medina). Junto a las reflexiones de Juan Gay Armenteros sobre lo que supuso la caída del comunismo y los derroteros del mundo actual, la obra recoge tres aportaciones centradas en el ámbito cultural: el férreo control establecido en la URSS de 1917 a 1945, ilustrado con los casos dramáticos de Osip Mandelstan o Marina Tsvietáieva (Martín de la Guardia), un repaso de las producciones audiovisuales más relevantes para comprender el colapso de la Unión Sovietica (M. Samaniego) y un breve capítulo que, partiendo de

Precisamente los dos catedráticos de la Universidad de Valladolid, Ricardo Martín de la Guardia y Guillermo Pérez Sánchez, han sacado a la luz este mismo año otra obra, editada por la misma institución universitaria, que aporta documentación novedosa sobre la percepción que notables politólogos y economistas soviéticos tenían de las Comunidades Europeas y el proceso de integración europeo. En efecto, lo más notable de ‘La Unión Soviética ante el espejo de las Comunidades Europeas. De la Europa sovietizada a la ‘casa común’ europea (1957-1988)’, que ha visto la luz coincidiendo con el 60 aniversario del Tratado de Roma, es su manera de demostrar la significativa evolución del Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética desde el más absoluto rechazo hacia la CEE en los años 50 y 60 hasta la aceptación, más pragmática y realista, de finales de los 80, coincidiendo con la etapa aperturista de Gorbachov. Los documentos que revelan y analizan Pérez Sánchez y Martín de la Guardia, transcritos en su totalidad como anexos, parten de las 17 tesis redactadas en 1957 y otras 32 cinco años después, dirigidas en ambos casos a atacar frontalmente el proceso de integración que, a nivel económico, se estaba produciendo en la Europa occidental. Por eso no duda en interpretarlo conforme la más pura ortodoxia marxista-leninista, esto es, como un elemento al servicio del capitalismo y de sus máximos exponentes, Estados Unidos y los monopolios, cuando no de la propia OTAN, llamado a perecer bajo las contradicciones intrínsecas del sistema capitalista. La dureza del documento de 1957, matizada en parte en el de 1962, no puede entenderse sin la sumisión del Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales de la URSS al esquema tradicional de la crítica marxista-leninista al capitalismo, de ahí que arroje una visión de la naciente CEE como «una nueva forma de ofensiva contra el comunismo» que en realidad respondía «a las demandas del neocolonialismo económico amparado por el militarismo imperialista y la explotación de la clase obrera». Pero el paso del tiempo, el

LA UNIÓN SOVIÉTICA ANTE EL ESPEJO DE LAS COMUNIDADES EUROPEAS Ricardo Martín de la Guardia y Guillermo A. Pérez Sánchez. Universidad de Valladolid, 2017.

EL COLAPSO DEL COMUNISMO (1989-1991) Dirigido por Ricardo Martín de la Guardia y Guillermo A. Pérez Sánchez. Universidad de Valladolid, 2017.

fortalecimiento de la integración europea y el discurrir del propio sistema soviético, cada vez más atenazado por la profunda crisis que experimentaba a nivel interno, explican el progresivo viraje en su visión hacia la Comunidad Europea, contemplada ya en los años setenta como una realidad que en modo alguno estaba destinada a desaparecer como resultado de las contradicciones capitalistas. El cambio sustancial llegó con Mijaíl Gorbachov, al frente de la Secretaría General del PCUS desde 1985 y dispuesto a emprender las reformas económicas necesarias para salvar el sistema; aunque no lo consiguiera, en junio de 1988 estableció por primera vez relaciones oficiales entre el Consejo Económico de Ayuda Mutua (CAEM) y las Comunidades Europeas, aceptó de buen grado la realidad de la CEE, adoptó el concepto de «casa común europea» y bajo su mandato, en diciembre de 1988, salieron a la luz ‘Catorce Tesis sobre el Mercado Común’ que nada tenían que ver con los documentos de 1957 y 1962; el texto, transcrito en su totalidad por los autores, aceptaba de buena gana la CEE, a la que trataba como un «aliado natural», elogiaba el papel de las instituciones europeas en todo el proceso de integración y, lejos de considerar a la Comunidad Europea como la «Europa de los monopolios» o un engranaje hostil, veía en ella una experiencia original capaz de contribuir a la estabilidad mundial y de la que la URSS debía aprender.


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LECTURAS

UN AUTOR, UN CENTRO DE ESTUDIOS, UNA OBRA Ángel Iglesias Ovejero rescata testimonios y verdades silenciadas de la represión franquista GONZALO SANTONJA

Á

ngel Iglesias Ovejero y el Centro de Estudios Mirobrigenses, empecemos por ellos, autor y entidad que investigan y editan, entregados a una labor tenaz y desinteresada. Admirables ellos, y quienes son como ellos, porque la cultura de nuestras pequeñas ciudades está sostenida por eruditos e institutos locales que constituyen el primer eslabón, absolutamente decisivo, en la cadena del conocimiento histórico. Sin ese fermento serían imposibles las grandes obras de interpretación y síntesis con las que luego se lucen quienes a veces ni siquiera

los citan. El autor es un clásico en los estudios dialectales y, en concreto, el estudioso de referencia en cuanto se refiere a ‘la parla’ de El Rebollar, una variante ancestral del leonés que en la actualidad cuenta con algo más de dos mil hablantes, seiscientos asentados en los cinco pueblos que integran la subcomarca de Campo Robledo (Robleda, Peñaparda, Villasrubias, El Payo y Navasfrías), y los restantes repartidos por Francia, obligados en los años cincuenta a emigrar para ganarse la vida. La cultura de esa ‘parla’, posiblemente condenada a extinguirse, siempre vivirá en los libros de Iglesias Ovejero, así su léxico como sus romances o su cancionero infantil, estando además al frente de un grupo de trabajo sobre la oralidad en el mundo ibérico que, para pasmo y ejemplo de tantas entidades nacionales que miran para otro lado, sostiene la Universidad de Orleans, en cuyas aulas ejerció la docencia tras cursar estudios de filología en la Universidad Complutense y en la Sorbona, previamente rescatado de una humildad sin horizon-

tes por un maestro en «el buen sentido de la palabra bueno» (don Ángel) y un cura como Dios manda (don Julián), quienes lo rescataron del cuidado del pequeño rebaño de ovejas de su familia, una familia analfabeta implacablemente perseguida por los pistoleros pardos del franquismo cainita. En cuanto al Centro de Estudios Mirobrigenses, pues ahí están su catálogo y su revista, con actas de congresos, estudios y monografías que han puesto en claro multitud de asuntos oscuros, ya sobre la Guerra de la Independencia, que en Ciudad Rodrigo conoció episodios sobresalientes; ya sobre la literatura de la frontera (la raya) con Portugal, punto de hermanamiento; ya a apropósito de arqueología, el arte pastoril, el mundo incitante de las leyendas o las tauromaquias populares. En la práctica sin subvenciones, o con aportaciones públicas mínimas, sus miembros, lejos de caer en un desaliento paralizante, han impulsado un eficaz sistema de suscripción que en definitiva hace viables sus publicaciones, y las hace viables desde la independencia.

Ángel Iglesias Ovejero. :: S. G.

LA REPRESIÓN FRANQUISTA EN EL SUDESTE DE SALAMANCA (1936-1948) Ángel Iglesias Ovejero. Salamanca, Centro de Estudios Mirobrigenses, 2016. 663 pp., 25 euros.

Y así ha salido a la luz este libro, una investigación difícil e incómoda que por otras vías quizás, quien sabe, posiblemente hubiera permanecido inédita, porque cuando las víctimas abren la boca, contando su calvario con pelos y señales, nunca faltan los partidarios del silencio y la desmemoria. Pero las cosas como fueron: pese a quien pese, así hay que contarlas. Por respeto a la verdad, por ética y para la reflexión. Cervantes lo explica meridianamente en ‘Don Quijote’, la biblia de nuestra cultura: «La verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo,

depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir». Y a esos afanes responde este libro: la verdad silenciada, testimonio de lo pasado como ejemplo, aviso, advertencia y escarmiento del porvenir. La historia grande, de interpretación y síntesis, crece a partir de la microhistoria, pegada al latido de lo minúsculo. De ahí la trascendencia de este tipo de obras, con la lupa del investigador aplicada a los ecos más apagados y a las sombras más densas del acontecer cotidiano en un rincón del mapa de España.

y al interior de una tacada. El mar rodea todo, y lo humedece, lo cubre con su pátina. Se habla de hilos y de cielos, hebras de lana, aire… «Hay partículas que no construyen. / Invisibles, crean armonía, movimiento, música, / dicen algo de ambos lados». La vigilia y el sueño. La poeta está interesada en esos espacios intermedios, esas partículas que

expresan dualidad. Los poemas se interrelacionan, los sustantivos agua, hilos, túneles, mar, gatos, hierba, puertas…aparecen una y otra vez, conforman un tejido. Hay un sentimiento incómodo a lo largo del libro. «No es dolor. Es malestar». Pareciera que ese mundo que se cuenta tuviera poca importancia, de ahí su denominación: incidental, y perfilara por fuera un vacío del que no se puede hablar. En la última parte, ‘Sudor de espejo’ hay un poema que hace de poética. Es un género que la autora cultiva a menudo. Necesita explicarse una y otra vez lo que hace. «En el trozo de papel /revive o enloquece. / La escritura se evapora y regresa / cada vez que se calienta el cristal. / Persiste la sequedad / incluso en el agua. / Las palabras se arremolinan / en el papel, en el reflejo. //(…) Se escribe la mutación con el vapor». Es como si el proceso de la construcción del poema consistiera en hervir agua, o palabras, y tratar de recuperar algo del gas que se produce. A lo largo de sus cinco libros, la poeta ha conformado

DENSIDAD DEL VÉRTIGO LUIS MARIGÓMEZ

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a poesía extrema, concienzuda, rigurosa y compacta de Eli Tolaretxipi (San Sebastián, 1962), va haciéndose un hueco en el panorama poético en España. Sus dos últimas entregas son ‘Edgar’ (2013) e ‘Incidental’ (2017). Sus influencias pasan por Sylvia Plath, Elizabeth Bishop, Patti Smith, a quienes ha traducido, y Emily Dickinson, René Char, Alejandra Pizarnik y Marguerite Duras. Muchas mujeres, casi todas expresándose en inglés o francés. ‘Edgar’ es Edgar Allan Poe, Tolaretxipi atiende a sus personajes femeninos (Morella, Annabel Lee, Berenice…), que seducen y aterran, a la atmósfera, al pavor que produce su obra. Se sumerge en ese cos-

mos lleno de amenazas, deseos («el deseo del deseo, lento, / interminable») y sensaciones extremas, y respira la materia que lo habita. «-la vida es espesa-». Los sueños, igual que en sus otros libros, están integrados en la mirada. («Atraviesa el túnel /que separa los mundos / (…) borra la línea / abre el hueco / mira la extensión»). Amor y libertad como paradigmas; entretanto, en el viaje, aparecen dolor, miedo, goce, vértigo. «Lo primero que pierdo al caer / en el pozo es la sintaxis.» Son versos sin adornos, pulidos hasta el extremo, casi hasta el hueso y, sin embargo, llenos de carne, (rostro, boca, cuello, riñones, estómago, espalda, ingles, muslos…). Surgen de una mirada fotográfica que traspasa lo aparente, lo circunstancial, y, en busca de la médula, atraviesa el horror, «agua negra / aire envenenado». Edgar es un tránsito, una investigación llena de intensidad, son preguntas que se

EDGAR Eli Tolaretxipi. Trea, 2013

Eli Tolaretxipi. :: MIKEL FRAILE

INCIDENTAL Eli Tolaretxipi. Trea, 2017

abren a otras preguntas, y se adentran en un magma peligroso. «(…) la sangre / la tinta / las lágrimas». Pero, a pesar de los azares, de las pérdidas,

en la aceptación de lo oscuro, hay luz al final del camino. «La vista se abre y florece.» ‘Incidental’ está dividido en cuatro partes. ‘Incidental’ es la segunda, tras ‘Depósito’, colocada por orden alfabético. Siempre hay un orden estricto en los libros de Tolaretxipi. El mundo de los sueños es aquí –aún más– predominante, se mira al exterior


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Iglesias Ovejero parte de la represión contra su propia familia, inexplicablemente perseguida con saña, inexplicablemente porque sus miembros carecían de relieve político, propietarios si acaso de manchas de tierra y pastores con hatos para la supervivencia. ¿Por qué a ellos? Sin duda habrían sacado la cabeza durante los tiempos convulsos y esperanzados de la II República. Con eso fue suficiente, del mismo modo que en la otra España bastaba con ser religioso para sufrir persecuciones y asesinatos. La furia desatada, el crimen enseñoreándose. Pero más allá de los años de guerra incivil, la incivilidad prolongada tras la Victoria. La obra va de 1936 a 1948, período con distintas etapas: ‘La represión sangrienta en 1936’, ‘Las sacas de la cárcel del partido judicial y los enterramientos en fosas’, ‘La represión policial y la política penitenciaria entre 1936 y 1939’, ‘La postguerra y la represión armada del maquis’, ‘La represión continuada’, ‘La depuración’ y ‘La sanción económica’, cerrándose un cómputo general de represaliados y un inventario de ‘Las máscaras y los nombres’ que entra en los juzgados, identifica a los agentes represores y desmenuza su modus operandi.

un espacio propio, incómodo, a menudo oscuro, lleno de enigmas que surgen de elementos cotidianos, que, en vez de repeler, atrae, y propone al lector adentrarse en un misterio peligroso, fascinante.

LA LLAGA QUE DEJA LA DICHA ‘Poemas’ reúne la producción lírica de Hannah Arendt, testimonio de valores e ideas JORGE DE ARCO

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a llaga que deja la dicha/ se llama estigma y no cicatriz./ Sólo las palabras del poeta/ nos dan noticia de ella./ El decir poetizante/ es sede que ampara y no guarida». Con estos sugestivos versos se cierra la oportuna compilación de ‘Poemas’ de Hannah Arendt, que acaba de ver la luz en España. Las precisas versiones de Alberto Ciria iluminan los 71 textos aquí reunidos y articulan, en suma, toda la producción lirica de la pensadora alemana. Nacida en Hannover en 1906, estudió filosofía y teología con Heidegger, Jaspers y Bultmann. Con el primero de éstos, mantuvo un amor clandestino y complejo. Heidegger, un profesor ya reconocido y de porvenir brillante, se enamoró de una joven judía de dieciocho y diecisiete años menor que él. De aquella relación, surgen los poemas iniciales de Arendt, recogidos en la primera parte del volumen bajo el epígrafe ‘1923 – 1926’. Hay en ellos una mesurada sencillez, un lenguaje in-

tensificado, acumulativo, que revela la moderna personalidad de la autora germana. No guardan estos versos una concepción analítica, social o ideológica –como sí ocurrirá mas adelante–, sino que asoma el arraigo de la integración vital y almada que sentía Arendt en unos momentos de intensa mudanza personal: «Cuando volvamos a vernos/ florecerá la blanca lila/ y yo te envolveré en almohadas/ para alejar de ti las nostalgias./ Alegrémonos entonces/ de que el vino seco/ y los fragantes tilos/ nos encuentren todavía juntos./ Pero cuando caigan las hojas,/ entonces separémonos./ ¿Exasperarse para qué?/ Habrá que arrostrar ese sufrimiento». A pesar de la brevedad de la obra lírica de Hannah Arendt, la poesía resultó trascendente en su diario acontecer. Desde pequeña, recitaba de memoria textos de los antiguos clásicos y leyó con devoción a Heine, Schiller, Goethe, Hoffmansthal, Goethe, Rilke…, conformando así un modo personal y ecléctico de entender este género. El conocido aforismo, «lo que quiero es comprender», ayuda a profundizar mejor en la esencia de sus aspiraciones e ideales, pues en su imaginario cultural no cabía un simple bagaje estético que careciese de un mensaje ulterior y relevante. Aquellos textos juveniles en los que se mostraba aún confundida y sin un rumbo fijo («Paso los días desorientada./ Pronuncio palabras sin peso./ Vivo en una oscuridad

POEMAS Hannah Arendt. Herder. Barcelona, 2017. 176 pág. 12€

Hannah Arendt. :: EL NORTE sin visión./ Carezco de timón en la vida./ Sobre mí se cierne monstruoso,/ como un nuevo pájaro enorme y negro,/ el rostro de la noche»), difieren mucho de los que inauguran la segunda sección de esta compilación, ‘1942 – 1961’. En 1933, Hannah Arendt emigra a París y en 1942 fija su residencia en EE UU, donde inicia una destacada labor docente y periodística. En el jugoso epílogo a esta compilación, Irmela vor der Lühe afirma que en las referencias literarias y artísticas de Arendt pueden hallarse

dos vertientes que obedecen «a una ruptura con la tradición, que a causa del holocausto se ha vuelto irreversible (…) y a una nueva fundamentación del pensamiento político y de la reflexión filosófica». Sobre estos dos pilares se vertebran muchos de los nuevos poemas arendtianos, en los cuales se adivina el enorme peso histórico que imanta tanto a Europa como a Norteamérica. La modernidad historicista occidental se convierte en materia temática y el pasado no es ya una anacronismo o contradicción,

sino una manera lógica y precisa para afrontar la interrelación entre el ser humano y su perdurabilidad en el siglo XX: «Viene lo antiguo para volver a darte escolta./ No le vuelvas el corazón ni te dejes cautivar,/ no te quedes, despídete del tiempo/ y conserva, sí, tu agradecimiento y tu arrobo,/ pero no dejes prendida la mirada». Arendt legitima los valores y las ideas desde una honda nostalgia que convierte parte de su decir en íntima elegía. La conciencia parece alejarse de la naturaleza que gira en derredor y concibe su vitalismo desde una diversidad distinta y distante. Sin embargo, nunca quiso separar de su labor la excelente capacidad para ser, al mismo tiempo, pensadora y cronista de una época apasionada y profunda. De ahí, la trascendencia de estos poemas vívidos y renovadores, escritos desde el exilio del amor y del dolor: «Habiéndome confiado por entero a lo que no me resulta familiar,/ mostrándome cercana a lo foráneo/ y próxima a lo remoto,/ pongo mis manos en las tuyas».


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os prefijos y sufijos son morfemas que modifican el significado de la voz a la que se añaden para formar una palabra derivada. Los primeros se colocan al comienzo, sin espacio ni guion intermedio, y los segundos van pospuestos a la palabra a la que modifican o a su base léxica (o raíz). Esta semana me ocuparé del sufijo -cida, de origen latino y bastante productivo en español, que entra en la formación de nombres y adjetivos agentivos con el significado de ‘matador’, ‘exterminador’, ‘destructor’ o ‘que mata, extermina o destruye’. Una sustancia acaricida es una sustancia que sirve para matar ácaros. Podemos adquirir en el mercado un insecticida (sustancia química que mata insectos) con acción acaricida específica contra las arañas. Un producto bactericida es el que destruye las bacterias. Una sustancia química que se emplea para matar organismos vivos o para detener su desarrollo es un biocida. La sustancia que sirve para quitar o eliminar los callos y las durezas de la piel recibe el nombre de callicida. La sustancia que inhibe la actividad de los espermatozoides es un espermicida (o espermaticida). Los hongos parásitos se destruyen con un fungicida (o con un funguicida). Una sustancia que destruye las bacterias o los gérmenes nocivos o perjudiciales se llama germicida. Los agricultores utilizan herbicidas para impedir el desarrollo de las hierbas perjudiciales que crecen en un terreno. El abrótano es un efectivo lombricida (para matar lombrices). Para matar insectos y ácaros en la fase de huevo hay que emplear ovicidas. Los pesticidas o plaguicidas destruyen las plagas de animales y plantas. Un pediculicida es un producto químico que sirve para matar piojos. En medicina, la sustancia o producto que tiene la virtud de matar o expulsar las lom-

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

LA PRODUCTIVIDAD DE ALGUNOS SUFIJOS brices intestinales se denomina vermicida (o vermífugo). Si se dan cuenta, hasta el momento el sufijo -cida lo hemos aplicado a términos que designan mayoritariamente animales o plantas. Y podríamos seguir: un producto o sustancia capaz de eliminar las algas o de impedir su desarrollo será un alguicida, algo que impida específicamente el desarrollo de las gramíneas un graminicida y un veneno específico que mate a las palomas podría llamarse palomicida o palumbicida (no hay que olvidar que paloma procede del latín vulgar palumba), aunque ignoro si tal producto existe en el mercado. También este sufijo -cida resulta productivo en la formación de adjetivos y de sustantivos en los que tanto el agente como el per-

judicado por la acción son personas. En el caso de los sustantivos, hay que advertir que son nombres comunes en cuanto al género, es decir, que si, por ejemplo, una mujer mata a su hermano o a su hermana, es una fratricida, mientras que si es el hombre el que comete fratricidio será un fratricida. Los diccionarios registran etnocida (quien destruye un grupo étnico o su cultura), filicida (quien mata a su hijo), fratricida (quien mata a su hermano), genocida (quien extermina o elimina a un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad), homicida (quien mata a una persona), infanticida (quien mata a un niño, especialmente a un recién nacido), magnicida (quien mata a alguien importante por su cargo o poder), matricida (quien mata a su

madre), parricida (quien mata a un pariente próximo, en especial al padre, a la madre, a un hijo o al cónyuge), regicida (quien mata al monarca o a su consorte, o al príncipe heredero o al regente), suicida (quien se mata a sí mismo), uxoricida (quien mata a su esposa) y conyugicida (cónyuge que mata al otro cónyuge). Estos últimos ejemplos están en relación con otro elemento sufijal, -cidio, también de origen latino, que entra en la formación de nombres masculinos con el significado de ‘muerte’ o ‘asesinato’: etnocidio, filicidio, fratricidio, genocidio, homicidio, infanticidio, magnicidio, matricidio, parricidio, regicidio, suicidio, tiranicidio, uxoricidio, conyugicidio, etcétera. De ahí que los diccionarios tiendan a definir etnocida como quien comete etnocidio, genocida como quien comete genocidio, y así sucesivamente. Si se fijan en la relación de parentesco que existe entre el asesino y la víctima, notarán que hay algunos términos que incluyen a otros, y viceversa. Por ejemplo, parricida es un término genérico que incluye a matricida, a fratricida, a uxoricida, a conyugicida, a filicida... porque la madre, los hermanos, la esposa o el cónyuge son parientes o familiares próximos. Conyugicida incluye a uxoricida y homicida incluye a casi todos. Y, por otro lado, carecemos de un término específico que designe a la mujer que mata a su marido y al hijo (o hija) que mata a su padre, así como las acciones correspondientes. Si seguimos, tampoco existe un nombre para el asesino del marido o del compañero de su madre ni para quien mata a la esposa o a la compañera de su padre. Tal vez esta sea una de las razones por las que, cuando estas personas son, por desgracia, noticia, los medios de comunicación prefieran utilizar los genéricos homicida o parricida.

LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID

OLETVM VALLADOLID

LETRAS CORSARIAS SALAMANCA

MARGEN VALLADOLID

FICCIÓN

FICCIÓN

FICCIÓN

FICCIÓN

Origen. Dan Brown (Planeta)

El fuego invisible. Javier Sierra (Planeta)

El gigante enterrado. K. Ishiguro (Anagrama)

Nunca beses a un roquero. Kylie Scott (Libros de seda)

El fuego invisible. Javier Sierra (Planeta)

Eva. Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara)

4321 Paul Auster (Seix Barral)

Juegos de poder. Gloria Lomana (La esfera de los libros)

Una columna de fuego. Ken Follet (Plaza Janés)

Berta Isla. Javier Marías (Alfaguara)

Toda una vida. Robert Sethaler (Salamandra)

El soborno. John Grisham (Plaza&Janés)

Yo soy Eric Zimmerman. Megan Maxwell (Esencia)

Una columna de fuego. Ken Follet (Plaza&Janés)

El club de los mentirosos. M. Keller (Periférica y E.N)

4321. Paul Auster (Seix Barral)

Diario de una enfermera. Eligio R. Montero (Planeta)

Astérix en Italia. René Goscini (Bruño)

Corto Maltés ‘Equatoria’. Díaz y Pellejero (Norma)

Los pacientes del dr. García. A. Grandes (Tusquets)

NO FICCIÓN

NO FICCIÓN

NO FICCIÓN

NO FICCIÓN

Cree en ti. Rut Nieves (Planeta)

Valladolid desde los sentidos. J. M. Ortega (Xerión)

Algo en la sangre. David J. Skal (Es Pop Ediciones)

Contra el separatismo. Fernando Savater (Ariel)

En defensa de España. Stanley G. Payne (Espasa)

Valladolid de cine y teatro. Miguel A. Soria (Ayto)

Y nuestros rostros, mi vida... J. Berger (Nórdica)

Madera de líder. Mario Alonso Puig (Urano)

Enciclopedia Eslava. Juan Eslava Galán (Planeta)

Valladolid: recuerdos... Luis Posadas (varias editoriales)

Clásicos para la vida. Nuccio Ordine (Acantilado)

Pan casero. Ibán Yarza (Larousse)

Renacer en los Andes. M. A. Tobías (Luciérnaga)

Sapiens. De animales a dioses. Yuval Noah (Debate)

El ingenio de los pájaros. Jennifer Ackerman (Crítica)

Un buen bocadillo. Carlos Crespo (Planeta)

Sapiens. De animales a dioses. Y. N. Harari (Debate)

La alegría de cocinar. Karlos Arguiñano (Planeta)

Fuera del mapa. Alastair Bonnett (Blackie Books)

La lengua de los dioses. Andrea Marcolongo (Taurus)

SANDOVAL VALLADOLID

LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA

SEMURET ZAMORA

PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA

FICCIÓN

FICCIÓN

FICCIÓN

FICCIÓN

Los pacientes del dr. García. A. Grandes (Tusquets)

Insomnio. Victoria Bernardo (Alfar)

Los pacientes del dr. García. A. Grandes (Tusquets)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

4321. Paul Auster (Seix Barral)

Entusiasmo. Pablo D’Ors (Galaxia Gutenberg)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

El fuego invisible. J. Sierra (Plazaeta)

Berta Isla. Javier Marías (Alfaguara)

Niebla en Tánger. Cristina López Barrio (Planeta)

El fuego invisible. J. Sierra (Plazaeta)

4321. Paul Auster (Seix Barral) (Impedimenta)

El cuento de la criada. M. Atwood (Salamandra)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

Eva. Arturo Pérez Reverte (Alfaguara)

La librería. Penélope Fitzgerald

Ya nadie llora por mí. Sergio Ramírez (Alfaguara)

La Uruguaya. Pedro Mairal (Libros del Asteroide)

Una columna de fuego. Ken Follet (Plaza&Janés)

Los pacientes del dr.García. A. Grandes (Tusquets)

NO FICCIÓN

NO FICCIÓN

NO FICCIÓN

NO FICCIÓN

Clásicos para la vida. Nuccio Ordine (Acantilado)

Palencia: momentos, paisajes... J. de la Cruz (Aruz)

En defensa de España. Stanley G. Payne (Espasa)

Imperiofobia. Elvira Roca (Siruela)

La lucha por la desigualdad. G. Pontón (P. y Presente)

La España vacía. Sergio del Molino (Turner)

Muerte en Zamora. R. Sender (Postmetrópolis)

Sangre, sudor y paz. Lorenzo Silva (Península)

Decir no no basta. N. Klain (Paidós)

Ser maestro. Raúl Bermejo (Plataforma)

La España vacía. S. del Molino (Turner)

En defensa de España. Stanley G. Payne (Espasa)

La vida de los edificios. R. Moneo (Acantilado)

BTT por la provincia de Palencia. J. Amor (El senderista)

Felices. Elsa Punset (Destino)

Homo Deus Yuval N. Haran (Debate)

Historia mínima de la guerra civil. Moradiellos (Turner)

Combate en la montaña II. Wilfredo Román (Aruz)

El bosque pedagógico. José Antonio Marina (Ariel)

Isabel La Católica. Giles Tremlett (Debate)


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QUINCE MINUTOS DE FAMA

Victor Aparicio Vigeriego Nací en Dueñas en 1954 aunque vivo en Valladolid. Soy muy feliz con mi mujer y mis cuatro hijos. Me paso mucho tiempo en la calle y lo mejor de todo para mí es el mus.

ÁNGEL MARCOS


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Sábado 13.01.18 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinador: Chema Cillero

Fotograma de la animación ‘Beautiful cloud’ de Zhou Xiaohu . :: EL NORTE

La pobre Yocasta y la ley de Murphy A

hora ya sabemos que hay dos ególatras con botones en sus respectivos despachos. Ellos mismos se han encargado de comunicarlo al mundo. Con líderes así quién necesita agentes dobles. Parece que al espionaje analógico de gabardina y ginebras agitadas también se lo cargó la fiebre digital propagada hasta la cúpula de mando. Puede que los agentes aún conserven la licencia para matar, irrelevante en un mundo de impunidad permanente, pero ni siquiera se les ha respetado el cometido de desvelar secretos como los botones que hay en los despachos presidenciales más belicosos del mundo. Sea como fuere, dos mentes envanecidas por el poder y

guiadas por la repentización coral de sus pensamientos son incapaces de guardar semejantes ases bajo la manga. Lo chivatean todo. A saber: un puñetazo en la mesa mal dado, un refresco sin azúcar mal dejado y los protocolos de seguridad caerán como las piezas de dominó que tanto le gustaban a Occidente para visualizar la demencial escalada armamentística que supuso la Guerra Fría. A Oppenheimer se le pasó cuando formulaba el hecho físico de que las reacciones atómicas en cadena comienzan en un botón al borde de una mesa encerada de nogal. Y nosotros podemos temblar paralizados por el estupor que producen las últimas bravuconadas geopolíticas o tomarlo a chacota. Pero no ol-

videmos que temblar de estupor por tiempo indefinido acaba produciendo, igualmente, hilaridad. Que se lo digan a Kubrick, autor de aquel célebre final en Dr. Strangelove, capaz de mostrarnos la belleza sublime que esconden los átomos en sus entrañas; el infernal y maravilloso resplandor, puro como un Big Bang, que habría de expandir nuestras partículas al cosmos, limpias de idiocia, dispuestas

Zhou Xiaohu usa el humor para caricaturizar la criatura masiva que encarnamos

a componer elementos donde Andrómeda pierde el nombre, por tiempo indefinido. Es una oferta tentadora, histérica y desquiciada que se aloja en los confines de la mente del hombre, ese mono loco que bajó del árbol cargado de ensoñaciones. Zhou Xiaohu también escarbó en semejante particularidad colectiva. Cómo no habría de hacerlo quien ha sido capaz de germinar un sentido del humor tan agudo mamando la propaganda de la República Popular China directamente de su aparato. Xiaohu ha utilizado su primordial elocuencia y su facilidad icónica para dilapidar las contradicciones de comunicación masiva en la que vivimos. Sus animaciones y sus instalaciones utilizan el gag y la ocu-

OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA

rrencia para caricaturizar a la criatura masiva que encarnamos, resultado de nuestra involución psicológica, de nuestra inmadurez palmaria. Acaso sea esa la razón por la que sus cerámicas pueriles parezcan guerreros de terracota devueltos a la infancia social, individuos sin entendederas sometidos a la voluntad de la masa, manipulados con extrema facilidad por una comunicación pastoril. Si los sistemas de liderazgo democrático o de liderazgo dictatorial resbalan indistintamente sobre la piel de plátano que abandona descuidadamente el macho alfa del grupo antes de propinarse sonoros puñetazos en el pecho, no habrá equilibro disuasorio que valga, ni protocolo asegurado que nos proteja. La Ley de Murphy acabará saliéndose con la suya, como viene haciendo desde siempre, incluso cuando Murphy ni siquiera había nacido y Sófocles advertía a los hombres de que toda prevención tiene sus pliegues, de que todo Edipo acabará arruinándole la vida a todo Layo, a toda Yocasta y a todo Murphy con quienes tenga que compartir el tiempo y el espacio. Como rezaba la canción final de ‘Teléfono rojo...’ «Nos encontraremos de nuevo, algún día soleado».


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